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Lacan (1948) plantea que la agresividad nos es dada como “intención de agresión”,
escenificándose como anticipo, preludio del acto agresivo. Es sólo intención aunque puede incluir
al acto, este agota la intención. Ésta puede manifestarse a través de la palabra y de imágenes.
Esta relación erótica en que el individuo humano se fija en una imagen que lo enajena a sí mismo,
tal es la energía y tal es la forma en donde toma su origen esa organización pasional a la que
llamará su yo.
Esa forma se cristalizará en efecto en la tensión conflictual interna al sujeto, que determina el
despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el concurso primordial se precipita en
competencia agresiva, y de ella nace la tríada del prójimo, del yo y del objeto (Lacan, 1948: 106).
Este plano imaginario en el que se constituye el yo tiene una lógica que le es propia, la de la
ausencia de diferencias, encubriendo así toda posibilidad de falta o castración, por lo que en esta
relación narcisista hay una imposibilidad de asimilar lo diferente, ajeno o imperfecto.
El brillo del objeto imaginario deslumbra, exacerba la envidia y la rivalidad, su principal atractivo es
ser el objeto que imaginariamente satura el deseo del otro sin dejar resto. Esta sensación de
plenitud, propia del yo ideal se ve atacada cuando aparece otro con las características imaginarias
de perfección y completud; en la lógica imaginaria no hay lugar para dos, o es uno o es otro, por lo
que se desencadena la agresividad propia de esta dimensión ante la posible amenaza de
fragmentación y evidencia de la carencia.
Este otro que se muestra colmado y perfecto empuja al deseo de destrucción y muerte, ya que en
él se percibe la propia perfección, pero como ajena al yo. Esta agresividad imaginaria ataca la
integridad de la imagen ideal por lo que se presenta un deseo de aniquilar al rival para poder
poseerlo todo. La misma es planteada como aquella tensión agresiva que caracteriza a todo
vínculo con el otro, y que Lacan conceptualiza a partir de su manifestación como intención
agresiva en el sujeto. “La intención se expresa en palabras. Se habla mientras se considere la
palabra como eficaz, de no ser así se recurre al acto. El acto sobreviene cuando la palabra cae,
agota sus posibilidades” (Rossi, 1984: 62).
Tal como lo propone Lacan (1948), “lo que nos interesa aquí es la función que llamaremos
pacificante del ideal del yo, la conexión de su normatividad libidinal con una normatividad cultural,
ligada desde los albores de la historia a la imago del padre” (109).