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LAS SULFAMIDAS

EL descubrimiento sensacional que revolucionó la quimioterapia en el año 1935 tenía


antecedentes. Si bien es cierto que ya en 1908, es decir, casi 30 años antes, se consiguió
preparar algunas drogas maravillosas, los primeros compuestos sintetizados en esa época
servían sólo como colorante, y nadie pensó en su extraordinario poder bactericida.

Después de 1930, se empezó a pensar en las propiedades terapéuticas de estos compuestos,


hasta que en 1935, luego de algunos estudios preliminares, apareció el primer trabajo sobre
las sulfamidas, que habrían de provocar una verdadera revolución en el campo terapéutico.

Bajo el título de “Contribución a la quimioterapia de las infecciones bacterianas”, el sabio


alemán Domagk explicaba cómo un producto, especie de derivado del azufre, contenía
extraordinarias propiedades bactericidas. Aparecieron ese mismo año trabajos de otros
autores, alemanes, franceses e ingleses, pero pasó más de un año sin que los médicos ni el
público se hubieran dado cuenta de la enorme trascendencia del descubrimiento de Domagk.

En realidad fue la propaganda comercial la encargada de informar al mundo. Y a fines de 1936


y principios de 1937, las grandes fábricas de productos medicinales enviaban a los médicos de
todo el orbe folletos explicativos de la nueva droga y sus derivados, que aparecían uno
después de otro, en impresionante sucesión.

El mundo comenzó a enterarse de inesperadas curaciones y la gente, con el consabido


entusiasmo, comentaba las más diversas historias sobre agonizantes salvados.

Lo importante es que, contra la neumonía, antes de 1935 no se conocían remedios muy


eficaces. Los enfermos morían o se curaban según sus propias reservas. La meningitis sólo en
muy raros casos no era mortal y lo mismo ocurría con las septicemias por cocos. Todo cambió
radicalmente después de 1935, gracias a la sulfamida Los médicos la recomendaron para
muchas enfermedades de carácter infeccioso.

La droga cobró tanta popularidad y el público le había tomado tan amplia confianza, que
compraba los comprimidos y los ingería con cualquier pretexto. Se emplearon hasta contra la
gripe y el resfrío sin prescripción médica y, como es natural, aparecieron los fracasos. Porque
la droga descubierta por Domagk no tenía eficacia en todos los casos.

Las primeras sulfamidas eran parecidas al prontosil. Después, los químicos se encargaron de
mejorarlas, tomando como guía lo que ocurre en nuestro organismo. Probado que
el prontosil sufre modificaciones después de haber entrado en el organismo y es el nuevo
compuesto el que tiene verdadera acción activa, se procura modificar la fórmula en los
laboratorios. Es decir, que se trata de producir la sustancia ya preparada para ser inyectada
con todo su poder bactericida.

Así se llega a la sulfanilamida, sustituto de todos los compuestos sulfamídicos existentes hasta
entonces. Apareció más tarde, en 1938, en Inglaterra, la sulfapiridina y un año después se
creó, en los Estados Unidos de Norteamérica, el sulfatiazol, droga que dominó todo el campo
de las sulfamidas.
Paulatinamente, se fueron eliminando los efectos tóxicos del nuevo producto, que causaba
trastornos en algunos organismos. En esa paciente tarea de laboratorio se logró, primero la
sulfadiazina, más tarde la sulfaguanidina y después la sucinil-sulfa-ziatol o sulfasuxidina,
desinfectante intestinal, la sulfametazina y la sulfamerizina.

¿Cómo actúan las sulfamidas? La droga no mata directamente a los gérmenes sino que les
impide desarrollarse, paralizándolos.

El perfeccionamiento del medicamento después de conocerse su fórmula analítica, permitió


elaborarlo como polvo blanco, cristalino, poco soluble en agua. Las investigaciones realizadas
posteriormente permitieron comprobar que la sulfamida lograda de esta manera se absorbe a
través de la mucosa digestiva y se difunde rápidamente por todo el organismo con una acción
terapéutica muy enérgica contra algunas enfermedades infecciosas.

Los descubrimientos más recientes han revelado la manera cómo actúa la sulfamida y es que
ella no permite la multiplicación de los gérmenes patógenos sustrayéndoles una sustancia que
necesita el microorganismo para cumplir ese proceso. Asimila el ácido paraaminobenzoico en
el ciclo metabólico de los microorganismos y con ello, pierde la capacidad de reproducirse. De
esta manera queda detenida su acción patogénica. Nuevas investigaciones permitieron
concretar otras drogas derivadas del núcleo químico principal de la sulfamida, pero algunas
como la sulfanilamida pueden provocar manifestaciones tóxicas.

Los soldados aliados que participaron en la Segunda Guerra trataban sus heridas con
sulfanilamida, un antibiótico artificial descubierto en 1932 por el médico alemán Gehrard
Domagk, un discípulo de Paul Ehrlich que, como su maestro, buscaba una “bala mágica” para
matar a las bacterias sin intoxicar a las personas.

Estas intoxicaciones se manifiestan, en el sistema digestivo, en la sangre con la producción de


cianosis yagranolocitosis en la piel, en el hígado y en los riñones. Los últimos adelantos han
permitido concretar un medicamento que puede ser administrado, sencillamente, por la vía
oral en las afecciones causadas por los estreptococos por medio de comprimidos, pero
también como polvo para el tratamiento de las heridas, úlceras, etc.

Últimamente se ha logrado sintetizar otro compuesto que tiene su origen en la sulfamida, pero
con la ventaja que son menos tóxicas que la sulfanilamida y además, tienen una acción
terapéutica más pronunciada: elsulfatiazol, la sulfadiacina, la sulfametacina.

Lamentablemente, las sulfamidas a igual que los antibióticos descubiertos posteriormente no


tienen acción contra las dolencias producidas por virus. No manifiestan su poder curativo
sobre estas entidades ultramicroscópicas y ello se debe, a que son moléculas proteínicas de
tamaño sumamente pequeño, únicamente individualizadas a través del microscopio
electrónico.

La industrialización masiva de los antibióticos y la introducción de la penicilina como droga


activa vino a reforzar la actividad terapéutica de las sulfamidas que se pueden administrar en
dosis adecuadas con los antibióticos en casos así prescriptos y mucho más cuando los
gérmenes se transforman en antibióticos resistentes.

La alternancia entre ambas drogas resulta de eficacia para bloquear varias enfermedades
infecciosas. En buena hora.

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