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Venezuela: Horizonte

democrático en el siglo XXI

Coordinadores
Alexis Romero Salazar
Robinson Salazar Pérez
Eduardo Andrés Sandoval Forero

Colección
Insumisos Latinoamericanos

Sociedad Zuliana de Sociología


Insumisos Latinoamericanos
Dirección General: Marcelo Perazolo
Dirección de Contenidos: Ivana Basset
Diseño de Tapa: Patricio Olivera
Responsable de esta edición: Vanesa Rivera

Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento


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electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso
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Primera edición en español en versión digital


Copyright 2003 LibrosEnRed
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ÍNDICE

Prólogo 8
A. Romero Salazar - E. A. Sandoval Forero - R. Salazar Pérez
Precariedad institucional, crisis de legitimidad y movilización 14
Margarita López Maya
Crisis de la movilidad social. Crisis de legitimidad 31
Alexis Romero Salazar
Venezuela: desencuentro actoral y crisis institucional 46
Robinson Salazar Pérez y Eduardo Andrés Sandoval Forero
La fe de los traidores. La ciudadanía pervertida 68
Miguel Ángel Campos
La Industria Petrolera y la Construcción de Ciudadanía en Venezuela 79
Miguel Tinker Salas
Conflicto político en Venezuela: espacio público y democracia formal 91
Álvaro B. Márquez-Fernández
Conciliación democrática en Venezuela. ¿Desde dónde? 109
Aliria Vilera Guerrero
Venezuela, Polarización Ideológica y Democracia 130
Carmen Vallarino-Bracho
Chávez: La apelación a la historia, a la identidad nacional
y a la cultura política 141
Daniel Hellinger
Comunicación y poder. La construcción de ciudadanía en Venezuela
en la era de los medios 161
Orlando Villalobos
Estado y mercado en el Proyecto Nacional-Popular Bolivariano 176
Irayma Camejo
Partidos políticos y encantadores de serpientes: la trampa
de la democracia participativa 207
Carmen Beatriz Fernández
Conflicto, Espacio Público y Cambios Políticos de la Democracia
Venezolana en el Gobierno de Hugo Chávez (1998-2002) 217
Juan Eduardo Romero Jiménez y Eduvio Ferrer
Crisis históricas y populismo: El paro cívico en Venezuela 252
Jaime Torres Sánchez
Los Autores 314
Editorial LibrosEnRed 320
VENEZUELA: HORIZONTE DEMOCRÁTICO
EN EL SIGLO XXI

Coordinadores
Alexis Romero Salazar
Eduardo Andrés Sandoval Forero
Robinson Salazar Pérez

Colaboradores
Aliria C.Vilera Guerrero
Carmen Beatriz Fernández
Robinson Salazar Pérez
Orlando Villalobos
Miguel Tinker Salas
Margarita López Maya
Juan Eduardo Romero
Jaime Torres Sánchez
Yrayma Camejo
Eduardo Sandoval Forero
Daniel Hellinger
Carmen Vallarino-Bracho
Álvaro Márquez-Fernández
Alexis Romero Salazar
Miguel Angel Campos
Eduvio Ferrer
INSUMISOS LATINOAMERICANOS
Cuerpo Académico Internacional e Interinstitucional

Directores
Eduardo Andrés Sandoval Forero
Robinson Salazar Pérez

Consejo académico y Editorial


Jorge Alonso Sánchez, Fernando Mires, Manuel Antonio Garretón, Jorge
Rojas Hernández, Gerónimo de Sierra, Alberto Riella, Guido Galafassi,
Roberto Follari, Eduardo Sandoval Forero, Ambrosio Velasco Gómez,
Celia Soilbelmann Melhem, Sergio Salinas, Aliria Vilera Guerrero, Oscar
Picardo Joao, Lincoln Bizzozero, Edgardo Ovidio Garbulsky, Rosario
Espinal, Esperanza Hernández, Isidro H. Cisneros, Marco Gandásegüi,
h., Jorge Cadena Roa, Martín Shaw, Efrén Barrera Restrepo, Robinson
Salazar, Jorge Rojas, Alexis Romero Salazar, Ricardo Pérez Montfort,
Ignacio Medina Núñez, José Ramón Fabelo.

Comité de Redacción
Laura Mota Díaz
Amelia Suárez Arriaga

Corrección de estilo
Amelia Suárez Arriaga
La Dirección y el Comité Académico de la colección
Insumisos Latinoamericanos, en reconocimiento a la trayectoria
académica y la ética en su comportamiento político,
dedica esta obra a:

José Luis Coragio


Ambrosio Velasco Gómez
Rigoberto Lanz
Gastón Parra Luzardo
Floro Alberto Tunubala Paja
(Ex-Gobernador Indígena del Cauca, Colombia)
PRÓLOGO

Venezuela es uno de los países más convulsionado de América Latina, su


intensa actividad no es exclusiva de la política, sino que navegan en las
aguas nacionales nuevas prácticas políticas de sujetos que se revelan contra
el orden que perduró durante décadas; también existen actos propios de la
prepolitica, como venganzas, atentados y ejercicio de la justicia al margen
de las instituciones y de la ley; no dejan de faltar los actores auto invitados
en la política, los medios de comunicación, las entidades empresariales
y sindicales asumiendo el rol de partidos políticos y el ingrediente que le
suma el gobierno con su permanente campaña ante los acotamientos que
le hacen a su administración la oposición irascible que no tolera los actos
de gobierno y le apuesta a la salida traumática de la renuncia o deposición
del presidente, sin importarle el costo institucional y político para el país.

El primer signo que se anuncia en este cuadro desgarrador y polarizado


es la Intolerancia en todos los segmentos sociales; anular, descalificar, no
reconocer al otro y acudir a la violencia cuando no se impone el pensa-
miento único, son los síntomas de debilidad y riesgo que tiene la democra-
cia venezolana.

Indudablemente que todo fenómeno tiene una causa, algunas de las veces
multifactorial, y la crisis en el país bolivariano deviene de varios afluentes,
siendo las más notorias la revelación de una falsa idea de la estabilidad
política que presumían las élites del país, lo cual nunca existió, puesto que
la imagen que se vendió de Venezuela tenía como zócalo grandes segmen-
tos sociales que vivían en la miseria, sobrevivían de las migajas del sistema
y daban soporte a la economía desde su condición de miserables y de
sujetos sin derechos. Eran los de abajo, los que no tenían voz ni capacidad
decisional reconocida por el Estado.

En este submundo, la violencia se apoderó del subconsciente colectivo,


tanto la que aplicaban los organismos represores del gobierno como la
ejercida por los sujetos sin derechos de manera intragrupal e interactoral,
era tierra sin control y de libre arbitrio. La sociedad escondida entre los
muros de la miseria que no se dejaba ver por las pletóricas piezas discusivas
de la riqueza petrolera, que bajo su color ennegrecido estaban los sujetos
que carecían de esperanzas y vivían en un perpetuo presente.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El mundo de la ficción fue agotándose, dado que fue figurado por afuera y
por dentro. Por el exterior, la competitividad internacional que impone el
mercado, prioriza zonas estratégicas, exige aperturas para las inversiones
foráneas, compite con nuevas tecnologías, lubrica los conductos políticos,
fundamentalmente para desterrar a los enclaves actorales que no les sirven
para sus intereses inversionistas o alianzas comerciales, limita la corrup-
ción de los agentes políticos para ejercerla los empresarios, presionan
para limitar la cobertura de las políticas públicas y acotan al Estado de tal
manera que su función sea la de mero administrador público, sin inciden-
cia en la sociedad ni la economía.

Una clase política acostumbrada a vivir de la corrupción, conectado a


correas de transmisión que le alimentaban con votos en los procesos elec-
torales para legitimarlo temporalmente y ligado a grupos de empresarios
que evadían impuestos y utilizaban al ente público para resolver sus nece-
sidades, no se dio cuenta que el escenario internacional había cambiado y
cuando ello sucedió, ya era tarde, la crisis requería una atención mayor de
cobertura amplia y profunda, un golpe de timón.

Internamente las tensiones eran mayores, la pobreza desbordaba las fron-


teras rurales y ya reinaba en las ciudades; el segmento de la clase media se
debilitaba, la violencia iba ganando terreno no sólo la del crimen organi-
zado, sino la urbana, el índice de delitos se incrementaba y la polarización
social era cada vez mas pronunciada, exigían servicios públicos, escuelas,
hospitales y trabajo, el Estado se encontraba agotado y sin recursos, y la
agonía del sistema político entraba en su fase terminal, apremiando la
transformación.

Todo cambio para posicionarse libera fuerzas atadas por muchos años,
también desanuda pasiones e incentiva el miedo, dado que el horizonte
de la certidumbre no está comprado de antemano, sino que se construye
colectivamente y con sujetos comprometidos en el proceso, por ello el
temor es propio de las personas que no viven esa dinámica y no quieren
arriesgar nada, por lo cual deciden quedarse quietos y esperando que la
garanticen que todo cambia pero nada le perjudica.

Gran parte de la sociedad venezolana se inscribe en este cuadro social,


lo que hace que porten un imaginario volátil, voluble y en función de lo
que dicen los medios de comunicación. Los medios tradicionalmente han
estado ligado a grupos de poder, llámese AD, COPEI, u otra organización,
ya que su función fue la de avalar los gobiernos, construir mediáticamente

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A. Romero Salazar - E. A. Sandoval Forero - R. Salazar Pérez

legitimidad y vender una idea del ciudadano venezolano, rico, derrocha-


dor y con recursos para vivir por muchos años en la abundancia.

Al desconectar los medios y a los grupos del poder tradicional del manejo
discrecional que hacían del Estado, los recursos escasearon, las arcas redi-
jeron sus cantidades atesoradas y la confrontación se desató contra el
nuevo gobierno.

Algo digno de destacar en esta sociedad contemporánea del Siglo XXI, es


el papel primordial que juegan los medios en la opinión pública y en la
construcción de ciudadanía, teniendo mayor incidencia que las institucio-
nes educativas y otras instituciones cívicas, que han sido relegadas debido
a la fragmentación social y la apatía por la política y le pérdidas de los
centros de las lealtades.

Otro factor afluente de la crisis es la debilidad institucional del país, cuyos


soportes no fueron construidos para dotar de credibilidad ciudadana el
sistema, sino para mostrar al exterior una vitrina distinta de lo que se
vivía en el país, porque al interior no se reconocían los liderazgos locales
ni regionales; la centralización administrativa era y sigue siendo férrea,
la participación ciudadana achatada, los canales de comunicación entre
las regiones y el centro obstruido y la poca comunicación que existió se
daba para impartir una orden y no para recibir sugerencia o demanda; los
sujetos reconocidos eran los ligado al poder y al consumo y lo demás era la
plena y ancha desciudadanización.

Iglesia, Estado, empresas, partidos políticos y sindicatos fueron los pilares


institucionales, pero no dotaban de sentido ni orientaban los comporta-
mientos o acciones colectivas, la política se encontraba fuera de orden y el
caos era controlado por la represión, manifiesta o latente.

Intolerancia, corrupción, inequidad, injusticia, desciudadanización, repre-


sión y violencia es un cuadro de riesgos, así se encontraba y aun vive
Venezuela, lo cual indica que el peligro del quiebre institucional y el recru-
decimiento de la violencia no está ausente, se mantiene latente y en tran-
sito manifiesto si los actores en conflicto no encauzan sus diferencias hacia
un dialogo nacional, de lo contrario, el espectro político se torna mas
complejo y las fuerzas intervencionistas foráneas justificaran sus acciones
en pro de la mal argumentada guerra contra el terrorismo.

La crisis tiene una naturaleza social y política, más no un tinte pro cubano
ni de cambio hacia el socialismo, estos dos últimos están descartados. Lo

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

que sí está demostrado es el agotamiento del modelo político que no


funciona para las exigencias y necesidades de la sociedad venezolana con-
temporánea; los partidos políticos tienen una estructura organizacional
piramidal, excluyente de la participación ciudadana y con mandato verti-
cal que no encaja con las aspiraciones de los nuevos actores y los reclamos
democratizadores de la sociedad. Las instituciones están avaladas por
decretos jurídicos y sustentados por la fuerza o la coerción, más no legiti-
madas por la ciudadanía.

Los medios de comunicación han abandonado su tarea de informar y


dotar a la sociedad de un sentido sobre lo que acontece y puede suceder
en el presente y el futuro, para pasar a desempeñarse como instituciones
políticas que distorsionan los hechos, proveen de amargura, intolerancia e
irritación a la ciudadanía, orientándola a que se constituyan en individuos
aislados, conflictivos y sin intenciones de tejer hilos asociativos, lo que más
tarde va a dejar un saldo negativo, porque la urdimbre social quedará rota
y los campos sociales de la solidaridad, la socialización, el intercambio de
experiencias y saberes no va irrigar el denso tejido por estar atrofiado y
fragmentada la sociedad.

El discurso predominante es de no reconocimiento del otro, tanto de parte


del gobierno como de la oposición, predominando el pensamiento único,
propio del imaginario de una sociedad homogénea, caso que no corres-
ponde a la multiculturalidad y pluralidad venezolana; mientras el discurso
político no admita que el otro es indispensable para el diálogo y la cons-
trucción democrática, el proyecto de nación se diluye, el Estado se atrofia,
la ciudadanía no se constituye como cuerpo orgánico y autonómico, por lo
que la crisis se profundiza.

Tal parece que en Venezuela no están preparados para atender un espec-


tro político complejo y crítico, porque las anteriores situaciones de des-
equilibrio las resolvieron por la vía de la exclusión o la represión, hoy que
la exigencia prioritaria es el diálogo, se dan cuenta que ese recurso no lo
han desarrollado, menos en un espacio público y heterogéneo.

La oposición debe entender que el arribo de Hugo Chávez a la presiden-


cia y las siete elecciones ganadas es el mejor cuadro sintomatológico que
les avisa que algo nuevo debe hacerse para que los partidos políticos se
reposicionen en el espacio público y ante la ciudadanía. Por su parte, la
ciudadanía debe levantar las antenas y captar el mensaje que si EE.UU.
opina y actúa contra el gobierno de Chávez, es porque no le ha dejado
todo el campo para maniobrar y privatizar los recursos petroleros, energía,

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aguas, hierros, minerales y otros recursos naturales. El gobierno debe estar


alerta que si hay protestas y descontento, la solución no es por la vía de la
represión ni la famosa frase “Ni los oigo ni los veo”, sino que debe orientar
su mandato a un diálogo nacional conciliador y firmar un pacto de gober-
nabilidad; y los medios deben abandonar el rol de agitadores políticos y
centrar su acciones en la información y en fortalecer el cuerpo orgánico de
la ciudadanía con programas argumentados, de opinión pública, educati-
vos y responsables con el proyecto de democracia futura. Los empresarios,
no son los mejores políticos ni portan un modelo de sociedad en su ima-
ginario, para ellos sólo existen consumidores y dinero, pero la sociedad es
más que eso, así que dejen la política a las organizaciones creadas para ese
cometido y no invadan terrenos que de seguir haciéndolo están fomen-
tado que otros agentes políticos invadan sus terrenos o campo de acción.

De los militares ya no hay mucho de que hablar, sus tiempos se agotaron y


en todo América Latina está confinados y supeditados al poder civil, inten-
tar revivir épocas de dictaduras y salidas golpistas no es congruente con los
vientos que soplan.

Quien si está al acecho de la crisis es la administración Bush, interesada y


necesitada de conectar conflictivamente el Plan Colombia con la crisis de
Venezuela, de manera que le reditúe grandes ganancias militares, econó-
micas y empresariales, y sobre todo de control geopolítico y militar. Ésta es
una de las debilidades de los venezolanos y una fortaleza para las fuerzas
intervencionistas.

Son muchos los riesgos, también los desafíos que tienen los venezolanos y
la democracia de ese país, por ello, ante el vacío analítico y la ausencia de
una reflexión serena, hemos invitado a varios investigadores de las Ciencias
Sociales y Políticas para que examinen el proceso que vive la democracia
en el país Bolivariano.

La Red de Investigadores por la Democracia y Autonomía de los Pueblos, la


Colección Insumisos Latinoamericanos y la Sociedad Zuliana de Sociología,
convocaron y dirigieron el proyecto colectivo que esta en sus manos en
forma de libro.

Son ensayos elaborados para reflexionar, dar respuestas, construir escena-


rios, elaborar tendencias y vislumbrar lo que pasa y puede suceder en el
corto y mediano plazo en Venezuela.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Enhorabuena el texto, con la intención de que sirva para una obertura


más en el debate trascendente en argumentos, incentivador para las cien-
cias sociales y antesala de nuevas elaboraciones teóricas acerca la democra-
cia en América Latina y en particular para Venezuela.

Alexis Romero Salazar


Eduardo A. Sandoval Forero
Robinson Salazar Pérez
México, Otoño 2003

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PRECARIEDAD INSTITUCIONAL, CRISIS DE LEGITIMIDAD Y
MOVILIZACIÓN

Margarita López Maya

La movilización callejera ha sido en Venezuela un instrumento político de


primer orden en la transición sociopolítica que se vive desde los años 80.
La crisis de legitimidad de las instituciones tradicionales de representación
y mediación por una parte, y el crecimiento de sectores sociales que no
tenían voz ni representación en ese viejo orden político por otra, fueron
convirtiendo la protesta de calle en una forma cada vez más usada por
diversos sectores sociales y políticos para tener presencia e incidencia en las
decisiones del Estado. Pero, al mismo tiempo que esa movilización persi-
gue presionar para satisfacer intereses corporativos o particulares, también
forma parte sustantiva de una lucha más general y profunda que se viene
librando en la sociedad, que caracterizamos como una lucha hegemónica
por el establecimiento de un nuevo orden político.

Siguiendo la tradición gramsciana, entendemos la lucha hegemónica como


las confrontaciones que tienen lugar entre actores sociales y políticos que
buscan por medio de la interacción articular un proyecto sociopolítico que
alcance legitimidad y predominio en la sociedad al mismo tiempo que
asegure sus intereses particulares (Laclau, 1985). Esa lucha constituye a los
actores mismos en el proceso, que se van transformando en su relación
con los otros a la par que van construyendo ese proyecto sociopolítico que
busca la hegemonía.

La movilización callejera lleva dos décadas desarrollándose en las urbes


venezolanas, de manera muy especial en Caracas, capital y asiento de los
poderes públicos nacionales. Sin embargo, fue en los años 90 que se hizo
notablemente intensa, manifestando características en sus actores, formas
de acción y naturaleza, que parecen encajar en lo que ha sido conceptuado
como un “ciclo de protestas”.1 Si asumimos esto como cierto, el ciclo actual-
mente en curso ha de producir transformaciones significativas en el orden
político venezolano. El objetivo de estas notas es examinar y reflexionar

1
Por ciclo de protesta se entiende una fase caracterizada por el conflicto intenso y la
beligerancia a todo lo largo del sistema social. Incluye: una propagación rápida de la
acción colectiva de sectores más movilizados a menos; aceleración en la innovación de
formas de beligerancia; marcos de acción colectiva nuevos o transformados; una combi-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

sobre la protesta de esa década para derivar de ello algunas lecciones que
puedan servir para comprender mejor algunos aspectos de la democracia
actual en Venezuela, y contribuyan también al estudio comparativo con las
otras sociedades de la región andina.

La protesta pone al descubierto la crisis de legitimidad de actores


sociales y políticos tradicionales

Desde mediados de los años 80 en las calles de Caracas comenzó a crecer


la presencia de diversos grupos con distinto grado de organización que
hacían uso de ese espacio para interpelar a la autoridad. No utilizaban un
repertorio nuevo de formas de acción, pues las marchas, cierres de calles o
avenidas, y disturbios de que hacían uso fueron siempre modalidades de la
protesta callejera. Pero ahora las formas confrontacionales y violentas eran
más frecuentes.2 Así mismo, también aumentaron los paros de diversos
empleados del sector público. Tampoco el paro era una novedad, enten-
dido éste como la protesta de los trabajadores que interrumpe la jornada
de trabajo sin cumplir los procedimientos legales pautados. Lo que llama
la atención es su creciente número.

Al finalizar esa década, entre 1988 y 1989 ocurrieron dos eventos dra-
máticos que no sólo acentuarían este proceso de movilización que ya
se venía desarrollando, sino que lo complejizan en naturaleza y formas
de acción. La masacre de El Amparo de octubre de 1988 y el Sacudón de
febrero-marzo de 1989 fueron dos acontecimientos a partir de los cuales
se produce, no sólo la acentuación de la protesta, sino el incremento pro-
nunciado de formas de naturaleza confrontacional y violenta. El saqueo,
el apedreamiento de vitrinas comerciales, incendios y disturbios se vuelven
en los próximos años formas de acción rutinarias.

El 29 de octubre de 1988 el Estado venezolano, a través de un comando


militar y policial especial que tenía en la frontera con Colombia, conocido

nación de participación organizada y desorganizada; secuencias de interacción intensivas


entre desafiadores y autoridades, que pueden desembocar en reforma, represión y, a
veces, en revolución (Tarrow, 1994, 153).
2
Siguiendo a Tarrow consideramos protestas confrontacionales aquellas donde los que
protestan, sin hacer uso de la violencia, utilizan recursos que causan sorpresa, temor,
sentimientos de aprehensión por parte de la autoridad y/o los no participantes; violentas
aquellas donde se producen daños a la propiedad privada o a la integridad física de las
personas. Estos tipos de protesta contrastan con las convencionales, es decir aquellas que
por costumbre, ley y frecuencia no despiertan temor (1995, 97-99).

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Margarita López Maya

por sus siglas como el Cejap,3 actuando bajo oscuros intereses, masacró a
catorce pescadores del pueblo de El Amparo (estado Apure) y lo presentó
ante los diversos medios de comunicación nacional como un enfrenta-
miento armado con la guerrilla colombiana. Los venezolanos vieron por la
televisión las imágenes de unos cadáveres con uniformes guerrilleros del
ELN y armas al lado, para enterarse dos días después, que no eran guerrille-
ros sino pescadores que se encontraban ese día domingo en el río Arauca
dispuestos a pasarla bien preparando un sancocho y bebiendo ron. El Cejap
los había disfrazado para ocultar su crimen. Dos pescadores sobrevivieron,
por eso se reveló la verdad. Estos hombres en las semanas siguientes tuvie-
ron que exilarse para salvar sus vidas. El gobierno del presidente Lusinchi
jamás reconoció su error, se mantuvo dentro de la posición oficial de que
era un enfrentamiento armado y ni su gobierno, que terminó en febrero
de 1989, ni el siguiente de Carlos Andrés Pérez, tomaron los pasos condu-
centes a que se hiciera justicia a los responsables. Este evento despertó
movilizaciones violentas de repudio, pero también pacíficas en la capital,
donde saldrían a la calle actores poco vistos hasta entonces en ese espacio
como la iglesia católica (Coronil y Skurski, 1991). Igualmente, dio lugar a un
impulso sostenido de movilizaciones y a la creación o fortalecimiento de
organizaciones de derechos humanos en el país.

Los hechos del Sacudón o Caracazo ocurrieron dos meses después y son
más conocidos. Al anuncio, el 16 de febrero de 1989, de la aplicación de un
paquete neoliberal ortodoxo por parte del gobierno recién inaugurado
de Carlos Andrés Pérez, siguió una agitada y violenta protesta del movi-
miento estudiantil, que tuvo como respuesta gubernamental la militariza-
ción el día 24 de la ciudad de Mérida. El día 27 de febrero, con la aplicación
de la primera medida concreta de aumento del precio de las tarifas del
transporte colectivo, la protesta estudiantil convergió con una protesta
espontánea de los usuarios del transporte colectivo en los terminales de la
capital, en sus suburbios y ciudades dormitorios y en otras ciudades del país.
El aumento oficialmente acordado era de 30% pero los chóferes estaban
cobrando un incremento del 100%, lo que produjo, siguiendo el concepto
de Barrington Moore (1978) la “indignación moral” de los usuarios y gene-
ralizó la protesta. Ese día las instituciones políticas (partidos, sindicatos)
y aquellas que regulan la vida cotidiana (funcionarios del Ministerio de
Transporte, cuerpos policiales, etc.) no ejercieron sus roles, ni el gobierno
nacional se hizo visible, aparentemente ajeno a la conmoción que sacudía
el país (López Maya, 2003). La protesta, encontrando este vacío de auto-

3
Las siglas corresponden a Comando Especial de Contrainsurgencia José Antonio Páez.
La descripción de lo que sigue es tomada de Coronil y Skurski (1991: 300-307).

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ridad y estimulada por los medios de comunicación, que mostraban el


saqueo impune que tenía lugar en varios lugares de la capital, se extendió
como pólvora. Para el día 28 casi todas las ciudades principales y secunda-
rias del país estaban afectadas, y ya había pandillas organizadas que con
vehículos se llevaban las mercancías de establecimientos comerciales.

El día 28 después del mediodía, el Ejecutivo Nacional apareció y, a través


de las FFAA, dio comienzo a una brutal represión para controlar lo que ya
era una extensa rebelión popular. La suspensión de garantías y el toque de
queda se ejercieron sin miramiento de los derechos humanos. Al final un
número de cerca de 400 muertes, las más de ellas perpetuadas violando el
estado de derecho4 y una cantidad incuantificable de pérdidas materiales,
significaron la acentuación de un proceso de deslegitimación y descompo-
sición del sistema de partidos y del sindicalismo tradicional. Ese proceso se
había iniciado años antes con las denuncias de corrupción, la incapacidad
para resolver la crisis económica y la renuencia de estos actores a refor-
marse, pero la arbitrariedad evidenciada por la autoridad frente a estos
hechos, no sólo rompía el discurso populista de la democracia venezolana,
sino que actuaba de manera cónsona con esa ruptura, convertido ahora en
un Estado autoritario.5

Lo que observamos a partir de entonces es una política de la calle ejercida


por un sin fin de grupos, la mayoría de ellos débiles y escasamente organi-
zados: gremios de empleados públicos que se están desprendiendo de su
vinculación a los partidos tradicionales, vecinos de los barrios cuyas caren-
cias se han agrandado con el achicamiento de recursos del Estado para
los servicios públicos, buhoneros que se encadenan a las jefaturas civiles
exigiendo derecho al trabajo y que reflejan el crecimiento del empleo
informal como producto de la recesión y de los cambios en la economía,
jubilados y pensionados afectados en sus ingresos por la inflación, policías
también con muy bajos sueldos.

En este protagonismo que adquiere la calle, el movimiento estudiantil se


hace líder. Es un actor histórico en la sociedad venezolana, cuyo espacio
natural ha sido siempre la calle y cuya experiencia en ella se pone al servi-
cio de algunos de los grupos emergentes. La protesta sigue un repertorio
tradicional, pero las formas más convencionales van perdiendo visibilidad

4
La cifra corresponde a la dada por Cofavic (Comité de los Familiares de las Víctimas del
27de Febrero) y la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz en Ochoa Antich (1992: 159 y ss.).
5
He realizado un análisis de lo ocurrido con actores e instituciones durante el Sacudón
en López Maya (2003).

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Margarita López Maya

ante la magnitud de formas más confrontacionales: los cierres de calle, que


eran escasos antes, ahora se vuelven comunes; las tomas de establecimien-
tos aumentan; las marchas y concentraciones siguen utilizándose, pero con
más frecuencia que antes terminan violentamente. Una forma de acción
que se hace frecuente en la primera mitad de la década es el disturbio, una
manera altamente violenta de expresar la conflictividad, usada por grupos
de extrema izquierda del movimiento estudiantil y por encapuchados que
se cubren el rostro para escapar a la represión estatal, y que ahora son
acompañados por organizaciones vecinales y por espontáneos. Se da en
algunos disturbios el saqueo con o sin distribución.6

El “desorden” que presenciamos a partir del Caracazo debe verse como un


intento de la sociedad por recuperar la mediación perdida por la deslegiti-
mación de los actores tradicionales. Los partidos y sindicatos al extraviar su
sintonía con sus bases y al mantenerse poco beligerantes ante las medidas
económicas, sociales y políticas que se vienen tomando, son percibidos
por la población como corresponsables de los mismos. Por otra parte, el
compromiso de reestructuración económica de naturaleza neoliberal que
ha adquirido el gobierno de Pérez, fortalece el proceso ya comenzado
de pérdida de eficacia de los lazos corporativos y clientelares tejidos en
épocas de bonanza fiscal entre los sindicatos y los partidos, y entre ambos
y el petro-Estado (Roberts, 2001). Ante estos déficits de comunicación entre
sociedad y Estado la mediación preferente de actores y representantes de
sectores sociales improvisados, fragmentados, no acostumbrados a valerse
por sus propios medios, es la calle. Por ello, las formas de hacerse oír deben
ser impactantes y ahorradoras de recursos. Se va a la confrontación y vio-
lencia principalmente por la debilidad de los actores mismos y la falta y
precariedad de las instituciones. Con dichas formas se logra captar la aten-
ción de los medios de comunicación y de las autoridades, con lo cual se
avanza en la búsqueda de satisfacción de las demandas particulares.

La protesta se institucionaliza ampliando


y fortaleciendo la democracia

El comportamiento del Estado venezolano desde El Amparo y el Sacudón


hasta los años recientes revela que se han producido transformaciones en
la institucionalidad venezolana respecto al derecho a manifestar públi-
camente y al derecho a la vida cuando se protesta. Los cambios señalan
que se ha producido una mayor institucionalización de la protesta, dismi-

6
Para un análisis sobre actores y formas de protesta después del Sacudón véase López
Maya (2002).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

nuyendo la actitud de criminalización que la acompañaba en el pasado y


permitiendo una paulatina reducción de la violación del derecho a la vida
en las manifestaciones públicas.

En los primeros años de la década de los 90, el Estado criminalizó la pro-


testa en general, y sobre todo en sus formas confrontacionales y violentas.
No era esto una novedad en el proceso sociopolítico venezolano. Muy por
el contrario, la democracia surgida entre 1958 y 1959 de los pactos interpar-
tidistas y de éstos con los factores de poder, tendió a considerar a las movi-
lizaciones callejeras como factores de perturbación de la institucionalidad.
Esta apreciación tuvo su primera expresión en el Pacto de Avenimiento
Obrero-Patronal de 1958, donde los trabajadores organizados en el Comité
Sindical Unificado (que incluía no sólo a los sindicatos afines a los partidos
Acción Democrática, AD, y socialcristiano Copei, sino a los sindicatos comu-
nistas), se comprometieron ante los empresarios organizados en la Federa-
ción de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción (Fedecámaras),
a agotar todos los medios de conciliación antes de plantear cualquier
conflicto de intereses.7 Se consideró este compromiso como la contribu-
ción de los trabajadores a la estabilidad de la democracia que nacía. En los
años 60, el rechazo a la protesta por parte del Estado se acentuó, pues se
la consideró parte de las actividades subversivas al orden democrático, al
asociársela con los actores comprometidos en la lucha armada, el Partido
Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucio-
naria (MIR). Vencida la guerrilla, tanto militar como políticamente, los
partidos signatarios del pacto de Punto Fijo, AD y Copei, fortalecidos en
su legitimación, rechazaron la movilización callejera como instrumento de
lucha democrática, privilegiando la canalización de las demandas y quejas
por la vía de las organizaciones partidarias, las agencias y consejos consul-
tivos del aparato estatal y las redes clientelares y corporativas. La protesta
quedó asociada a la “desestabilización” y “subversión” del orden.

Pese a los intentos de las instituciones de suprimir a la protesta callejera por


el expediente de criminalizarla, ella se mantuvo como instrumento político
de algunos grupos marginados de la sociedad, como los desempleados o
vecinos de sectores populares y de manera muy destacada por el movi-
miento estudiantil. Desde siempre los estudiantes han ejercido la política
de la calle, tanto para elevar sus quejas corporativas a las autoridades uni-
versitarias, como para luchar contra los gobiernos de turno, arrogándose la

7
Para un estudio de la construcción de los pactos que dieron origen a la democracia
de 1958, en especial el Pacto de Advenimiento Obrero-Patronal, véase López Maya, et al.
(1989).

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Margarita López Maya

representación de los sectores populares (López Maya et al., 2002). Igual-


mente, utilizan la movilización callejera como un instrumento de difusión
y propaganda de sus ideales y proyectos políticos. El movimiento estudian-
til, mayoritariamente conducido a lo largo de los 40 años de democracia
por un liderazgo opuesto a los partidos signatarios del pacto de Punto Fijo,
ha sido duramente castigado por esta actitud. El Estado desde los años 60
detenta un prontuario de represión a la protesta estudiantil que exhibe
un número de decenas de estudiantes muertos en manifestaciones. Estos
asesinatos por parte de los cuerpos de seguridad del Estado son el germen
de las protestas estudiantiles siguientes, generándose espirales de protesta
de alto contenido confrontacional y violento.

De este tenor fueron las protestas estudiantiles que se estaban desarro-


llando en los días previos al Caracazo. El móvil de las mismas era oponerse
al “paquete neoliberal” de Pérez y defender la conquista reivindicativa del
pasaje con tarifa preferencial estudiantil obtenido durante el gobierno de
Jaime Lusinchi. Ya se había producido una muerte durante estas acciones
colectivas, que desencadenó las protestas estudiantiles violentas de rigor.
Como ya se señaló, por este motivo la ciudad de Mérida había sido mili-
tarizada, un recurso que la autoridad utilizaba de manera rutinaria para
reprimir la protesta.

La utilización de las FFAA y de la Guardia Nacional para reprimir protestas


estudiantiles era práctica frecuente del Estado venezolano (Provea, 1991-
1992). Adicionalmente, para 1989, las condiciones de deterioro de los ser-
vicios públicos no habían perdonado a los cuerpos policiales. Éstos estaban
disminuidos de entrenamiento, educación y equipos, además de mal
pagados y desmoralizados. La Policía Metropolitana de Caracas, además,
tenía tensiones internas por rencillas con sus superiores de la Guardia
Nacional. En estas condiciones sufrían para aquel entonces de una debili-
dad institucional profunda.

El segundo período constitucional del presidente Pérez (1989-1993) signi-


ficó un pico en la intensidad de la represión violenta del Estado hacia la
protesta. Considerados los cierres de calles y avenidas, y las tomas de esta-
blecimientos como protestas “violentas” por la autoridad, y siendo que
estas formas de acción aumentaron exponencialmente en estos años, la
represión violenta se generalizó (ver Provea, años 1990-1993). Una de cada
tres protestas fue reprimida y se produjo un saldo altísimo de muertos.
Sólo en el año 1992, después del fracasado golpe del 4 de febrero se regis-
traron 26 muertos en manifestaciones pacíficas (Provea, 1991-1992). Estos
hechos, que contribuyeron a ahondar el contexto de creciente turbulencia

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sociopolítica y deslegitimación del sistema de partidos, produjeron para-


lelamente el desarrollo de movimientos sociales de lucha por los derechos
humanos, en especial por el derecho a la vida tan severamente violado por
la autoridad. Las organizaciones Provea (Programa Educación Acción en
Derechos Humanos) y Cofavic (Comité de Familiares de las Victimas del 27
de Febrero), se consolidan en estos años. Se organizan diversas protestas
motivadas por los derechos humanos, movilizándose nacionalmente una
amplia gama de actores sociales y políticos de oposición al gobierno o
emergentes. Ante la insensibilidad de la justicia venezolana, estos actores
acuden a instancias de justicia internacional. El Estado es denunciado en la
Corte Interamericana de los Derechos Humanos tanto por la masacre de El
Amparo como por la violación del estado de derecho durante el Sacudón.
Y en ambos casos fue hallado culpable exigiéndosele resarcir y compensar
a sus víctimas así como castigar a los responsables. Igualmente, desde 1990
comienzan gestiones de organizaciones civiles para regular el uso de armas
por parte de los cuerpos de seguridad en las manifestaciones (Provea,
1990-1991).

Los cambios del comportamiento del Estado venezolano hacia la protesta


comienzan a manifestarse durante el segundo gobierno de Rafael Caldera
(1994-1998). Este gobierno, producto de la emergencia de un gran movi-
miento electoral de rechazo al sistema de partidos tradicional, el llamado
Movimiento de Convergencia Nacional, asumió una posición menos com-
prometida con las gestiones de gobierno previas. Por lo demás, tuvo que
enfrentar el dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y
se avino a compensar a los familiares de las víctimas de El Amparo. Hacia
mediados del período de Caldera, las manifestaciones reprimidas habían
descendido en número, 1 de cada 6 protestas era reprimida. Las muertes en
manifestaciones públicas también disminuyen; en el año 96 no se produjo
ninguna. Se reduce así mismo el uso de armas de fuego en las manifesta-
ciones pacíficas (ver informes de Provea, 1994 a 1999).

Por otra parte, gracias al proceso de descentralización que comenzó a desa-


rrollarse a partir de 1989, en diciembre de 1993, en la alcaldía Libertador
del Distrito Federal, cuyo alcalde electo por el voto popular era militante
de La Causa R (un partido emergente), se aprueba una ordenanza muni-
cipal que prohíbe de manera expresa el uso de armas de fuego y sustan-
cias tóxicas para reprimir manifestaciones (Provea, 1993-1994). También
se pasa por esa fecha una disposición legal similar en la gobernación del
estado Aragua, gobernada por un militante del partido MAS (Movimiento
Al Socialismo). En la gobernación del Distrito Federal, bajo el mandato de
un militante del partido Convergencia, la organización política emergente

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Margarita López Maya

del presidente Caldera, se sentó ese mismo año un primer precedente de


acatamiento al derecho a la vida en las protestas, al someter a proceso
judicial dos policías identificados con la muerte de dos estudiantes en
manifestaciones pacíficas (ibid.).

Con el gobierno de Hugo Chávez Frías y la alianza de fuerzas que lo res-


paldan, siendo las principales pertenecientes al mundo de los actores
políticos emergentes (Movimiento Quinta República y Patria Para Todos),
la protesta adquiere un status de mayor reconocimiento e institucionaliza-
ción. Una de cada 24 protestas será reprimida en 1998-1999, una de cada
28 en 2000-2001. El uso de armas de fuego en manifestaciones públicas
disminuye y en los tres primeros años de este gobierno, tres muertes suce-
dieron en manifestaciones pacíficas (Provea, 1998-2001). Si bien esta cifra
es insatisfactoria, las instituciones se han movido significativamente si se
contrasta con los años de gobierno del segundo gobierno de Pérez. Por
otra parte, en diciembre de 1999 se aprobó en referéndum popular una
nueva constitución que le otorgó rango constitucional a la prohibición de
uso de armas de fuego en manifestaciones pacíficas. Si bien aún no es una
absoluta realidad, el dispositivo constitucional revela la construcción ins-
titucional que ha venido dándose al calor de la movilización popular y la
lucha hegemónica.

Desde fines del año 2001 se viene observando cambios en la movilización


callejera, motivados por la incorporación activa a la política de la calle de
sectores sociales procedentes de los estratos medios y altos, que se oponen
a las políticas del gobierno nacional. Estos actores son liderados principal-
mente por organizaciones sociales que se auto definen como “la sociedad
civil”, pero que en la práctica se han venido politizando. En la medida en
que se acentuó en los primeros meses de 2002 el clima de confrontación
gobierno-oposición, han adquirido mayor protagonismo viejos y nuevos
partidos como AD, Copei y Primero Justicia y, sobre todo, las federaciones
que representan los intereses corporativos de los sectores empresariales y
laborales, Fedecámaras y la CTV. Estas movilizaciones, algunas multitudi-
narias y de gran impacto, revelan cómo la lucha hegemónica de la sociedad
venezolana ha desmoronado también los tradicionales canales de media-
ción con que contaban estos actores, antes hegemónicos, impulsándolos,
al igual que a los sectores populares, al espacio público para hacerse ver y
oír de la autoridad.

Esta aparición de actores de la oposición política en la calle ha acentuado el


fenómeno de la contra-protesta, organizada por sectores sociales y organi-
zaciones políticas aliadas y afines al gobierno nacional que buscan contra-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

rrestar de esta manera el impacto de las protestas opositoras. Hasta el 11 de


abril de 2002, cuando el enfrentamiento violento entre simpatizantes del
gobierno y de la oposición chocaron en el centro de la ciudad de Caracas,
lo que desencadenó el desarrollo de un golpe de Estado y un gobierno de
facto de menos de 48 horas de duración, la ciudad capital fue escenario de
múltiples y multitudinarias marchas y protestas pacíficas, oficialistas y opo-
sitoras, que en más de una ocasión tuvieron lugar simultáneamente. Pese
al cargado clima de confrontación que durante todos esos meses se vivió,
hasta el 11 de abril el Estado pudo controlar cualquier enfrentamiento
entre estos actores sin recurrir a procedimientos inconstitucionales. Datos
preliminares de Provea indican que entre octubre de 2001 y marzo de 2002
¡ninguna protesta fue reprimida por los cuerpos de seguridad del Estado
en la ciudad de Caracas! (Provea, base de datos). La violencia, que sí la
hubo, tuvo lugar entre los actores, actuando los cuerpos de seguridad sólo
para resguardar y proteger a los ciudadanos que allí participaban.

Los hechos violentos del 11 de abril parecen introducir un cambio en esta


evolución institucional de la protesta. El episodio dejó como saldo 19
muertes, que incluyen tanto manifestantes de la protesta “chavista” como
de la “antichavista”. Sin embargo, hasta el momento de concluir este
análisis, los hechos de ese día se mostraban elusivos en cuanto a saber la
verdad de lo allí ocurrido. Al restituirse la institucionalidad democrática,
la Asamblea Nacional ha debatido la constitución de una “Comisión de la
Verdad”, regulada por una ley especial, que determinaría en los próximos
meses la verdad de los sucesos y sus responsables. De crearse esta comisión,
al comparase a la conducta institucional que se tuvo en el pasado frente
a los episodios de la masacre de El Amparo y el Sacudón, también revela-
ría el avance democrático de la década. Sin embargo, una evaluación más
ajustada sobre el rumbo que tomará la institucionalidad del derecho a la
manifestación pacífica deberá esperar los resultados de las investigaciones
que están desarrollándose y la identificación de los responsables de estos
hechos tan dolorosos y negativos para el futuro de la democracia venezo-
lana.

Las contribuciones de la movilización a la inclusión de los derechos


sociales en la lucha por hegemonía

La movilización de calle, que comenzó predominantemente como una


lucha salarial ante el deterioro de los ingresos, fue ampliándose y comple-
jizándose a lo largo de los 90 hasta desembocar en una lucha protagoni-
zada por múltiples actores sociales y políticos que demandaban la inclusión

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de los derechos sociales de los venezolanos como parte fundamental de la


agenda de los proyectos políticos que luchan por la hegemonía.

La situación inicial era diametralmente distinta, pues si bien estas deman-


das estaban presentes, se presentaban dispersas entre múltiples y diferen-
tes actores sociales: las luchas del movimiento estudiantil, por ejemplo,
planteaban principalmente el rechazo al modelo económico neoliberal
que venía aplicándose en toda América Latina. Los grupos gremiales,
en cambio, luchaban sobre todo contra el deterioro de sus ingresos. Con-
juntamente con estos dos grupos comenzaban a convivir en la calle otros
grupos con sus reclamos y demandas disímiles poco relacionados entre sí:
grupos de derechos humanos y civiles, organizaciones vecinales populares
y de clase media que se quejaban del deterioro de servicios públicos, des-
empleados que pedían trabajo, buhoneros que se movilizaban pidiendo
reconocimiento de su condición de trabajadores. En los primeros años del
ciclo de protestas había un gran ausente en la movilización callejera: el
actor político. Los partidos tradicionales no se atrevían a salir, las organi-
zaciones sindicales lo hicieron en contadas oportunidades. Las demandas
entonces eran dispersas, puntuales e inmediatistas, sin expresarse en un
proyecto político.

Durante el gobierno de Pérez, las reformas de descentralización comenza-


ron a darles visibilidad a actores políticos alternativos a Copei y AD. Desde
las primeras elecciones de alcaldes y gobernadores en 1989, se fortalecieron
ciertas organizaciones que combinaban trabajo político en el nivel local y
regional con una imagen alejada de la política tradicional. Partidos como
el MAS y La Causa R comenzaron a avanzar en sus posiciones dentro del
sistema de partidos, al acceder a cargos en los niveles político-administrati-
vos abiertos por la descentralización y demostrar capacidad de gobernar. El
proceso de descentralización también tuvo la virtud de acercar a las autori-
dades electas a sus bases, construyendo una relación más cercana y directa
de electores con elegidos. En ese contexto, estas organizaciones buscaban
responder en sus niveles a ciertas demandas sociales urgentes como la edu-
cación básica, el mejoramiento de servicios urbanos, los servicios de salud,
etc.

Con la crisis y colapso del segundo gobierno de Pérez en mayo de 1993 los
partidos alternativos con un mensaje de oposición al gobierno nacional
se fortalecen con relación a los tradicionales. El fracaso del gobierno de
Pérez significó de manera importante el debilitamiento del proyecto socio-
político que él aplicó y que había venido buscando hegemonía desde los
años 80. Ese proyecto básicamente combinaba desarrollar una democracia

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

liberal con una economía neoliberal. Antes de ser asumido por el gobierno
de Pérez, ese proyecto venía siendo apoyado por grupos empresariales,
sectores de clase media organizados así como algunos intelectuales. Había
también sido abrazado desde temprano por Copei y con menos convicción
por sectores de AD.

En las elecciones presidenciales de 1993 la debilidad de ese proyecto se hizo


evidente con la derrota del bipartidismo, y el triunfo y fortalecimiento de
actores políticos emergentes, que sostenían un discurso anti-neoliberal:
Convergencia, el movimiento electoral del doctor Caldera y el partido de
La Causa R. Estos partidos surgían con potencial hegemónico gracias a su
rechazo a la política tradicional y al neoliberalismo económico. En este
período los derechos sociales de los pobres y empobrecidos se hacen más
explícitos en la agenda de los partidos políticos alternativos, gracias a la
constante movilización; igualmente, plataformas electorales regionales y
municipales son crecientemente exitosas al priorizar estos reclamos e inte-
reses.

Durante la presidencia de Caldera se vuelve a incrementar la movilización


de calle y los paros laborales en un contexto de crisis bancario-financiera
que condujo en 1996 a la aplicación de un nuevo paquete neoliberal cono-
cido como la Agenda Venezuela. Durante el gobierno de Caldera varios
errores políticos cometidos entre 1994 y 1995, previos a la aplicación de la
Agenda, y a partir de la Agenda misma, radicalizarán a la población en la
coyuntura electoral de 1998, dándole un vuelco a la lucha hegemónica.8

Cabe destacar entre éstos, en primer lugar, que el gobierno de Caldera


buscó para gobernar alianzas con los partidos tradicionales en detri-
mento de la voluntad popular expresada en los comicios de 1993, que
había respaldado las opciones políticas emergentes más distanciadas de
AD y Copei. Por otra parte, y debido a esas mismas alianzas, sacrificó su
promesa electoral de hacer reformas constitucionales sustantivas. Si bien
la Agenda Venezuela fue presentada al país como inevitable y manejada
con gran tino político para disminuir los rechazos populares como el dado
a Pérez en febrero de 1989, incluyendo una lista de políticas sociales para
proteger a los sectores más vulnerables, el retroceso que significó en las
condiciones de vida de la población - ese año la inflación alcanzó la cifra
histórica de 103,24% - y su incapacidad para revertir la recesión económica
en el mediano plazo, produjo un profundo rechazo de la población al pro-

8
Para un análisis de los resultados de las elecciones de 1998 ver López Maya y Lander
(1998). Aquí se hace una apretada síntesis.

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Margarita López Maya

yecto político que había venido hegemonizando Convergencia. En 1998


el electorado votó a favor de la opción política más alejada de la política
tradicional y con un discurso radicalmente anti-neoliberal.

Desde 1998 la lucha hegemónica entró en una nueva fase. Si con Caldera
esa lucha parecía apuntar a un proyecto de reacomodo del sistema polí-
tico, abriéndolo a nuevos actores y ensayando un modelo de desarrollo
más humano e incluyente que el aplicado por el gobierno de Pérez, con el
gobierno de Chávez esto ha cambiado. El proyecto político plasmado en
la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999 contiene
varios aspectos que lo alejan de los modelos neoliberales hegemónicos en
el mundo y abre las posibilidades para el ensayo en Venezuela de un pro-
yecto político alternativo. Dentro de las orientaciones alternativas, el texto
constitucional coloca los derechos sociales de los sectores populares como
un compromiso esencial del Estado democrático que se busca consolidar.

Los derechos sociales como compromiso ineludible de un Estado democrá-


tico forma parte en la Venezuela de hoy de los discursos de los principales
actores políticos que luchan por hegemonía en Venezuela, tanto aquellos
que conforman la alianza política del actual gobierno, que lo asentaron
en la Constitución de 1999, como más recientemente de las fuerzas que
se agrupan en el campo de la oposición. Así parece revelado en el apoyo
que dieron las organizaciones corporativas Fedecámaras y la CTV a los
lineamientos de un “Acuerdo Nacional” mejor conocido como Pacto de
Gobernabilidad hecho público por estos actores y algunos partidos de opo-
sición, con la bendición de la iglesia católica, en un evento realizado el 6
de marzo de 2002 en la ciudad de Caracas (ver www. acuerdonacional.com,
bajado el 6-03-02). En ese documento la inclusión social y el combate a la
pobreza fueron señalados como primera prioridad de las políticas esta-
tales en la agenda de los grupos que adversan el predominio político del
presidente Chávez y sus aliados políticos. La apropiación de este discurso
por parte de la oposición es el producto de esa intensa lucha hegemónica,
donde la movilización popular, junto al voto y a la emergencia de actores
políticos de vocación popular ha incidido de manera crucial en cambiar las
perspectivas para alcanzar el predominio político.

Sin embargo es menester señalar que, sí bien esto es cierto que los dere-
chos sociales son incorporados a todos los discursos de los principales
actores que luchan hoy por la hegemonía en Venezuela, el golpe de Estado
del 11 de abril y el efímero gobierno de facto que lo siguió, mostraron con
diáfana transparencia que falta aún que estas demandas sean parte de
las convicciones políticas reales y la agenda de las políticas concretas de

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

actores poderosos de oposición al gobierno de Chávez, que se hicieron del


poder durante esas breves horas. Sectores empresariales, medios de comu-
nicación, militares e iglesia católica mostraron su adhesión a un régimen
plutocrático reñido con la democracia, la inclusión y la justicia social.
Algunos partidos de oposición como Primero Justicia, Copei, AD y La Causa
R respaldaron también en un primer momento el golpe que depuso al
gobierno constitucional. En ese sentido, estos actores mostraron un doble
discurso: retórico, en el acto que escenificaron unas semanas antes del
golpe de Estado, cuando refrendaron el documento de gobernabilidad y el
real, que fue ejemplarmente revelado el 11 y 12 de abril cuando apoyaron
el golpe y muchos de ellos se mostraron conformes y firmaron el decreto
no. 1 del gobierno de facto, que eliminó de un plumazo la Constitución de
1999, todo el ordenamiento jurídico que colindiera con los intereses del
gobierno de facto y disolvió todos los poderes públicos constituidos. En las
breves horas que duró tal gobierno, hizo explícito que daría marcha atrás
a la reforma petrolera del gobierno de Chávez y a políticas sociales apro-
badas, incluyendo un aumento salarial decretado poco antes del golpe de
Estado.

Comentarios finales

Un ciclo de protestas, según Tarrow, puede finalizar en represión, reforma


o revolución. En el caso de estos últimos años del proceso sociopolítico
venezolano, resulta aún prematuro señalar hacia dónde apunta la resolu-
ción del ciclo. Sin embargo, en esta breve revisión de la política de la calle
y su relación con las instituciones democráticas y la legitimación política sí
están a la vista tendencias de signo contrario que evidencian los enormes
peligros que hoy asechan a la sociedad venezolana.

En los términos de una profundización de la institucionalidad democrá-


tica, se evidencian innegables avances. La Constitución de 1999 amplió las
modalidades de democracia directa y extendió la ciudadanía plena a las
comunidades indígenas en el territorio venezolano. Esto se ha expresado
tangiblemente en las elecciones de 2000, cuando por primera vez llega a
una gobernación, la del Amazonas, un indígena, el señor Liborio Guarulla
de la etnia baniva (Van Cott, 2002). Así mismo, en la conducta del Estado,
en la Constitución y en distintas normativas legales se ha ido reconociendo
a la protesta como una forma legítima que tienen los ciudadanos de ejercer
su derecho a expresar sus ideas y opiniones; en este sentido se ha ido ins-
titucionalizando la protesta, ha disminuido la criminalización y represión
a ella y el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas. No obstante, pese a

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Margarita López Maya

estos y otros logros, el proceso evidencia también significativos signos de


tendencia contraria.

En la Constitución de 1999 también se asentó la concentración de faculta-


des en la figura del Presidente y el alargamiento del período constitucional
a seis años con derecho a reelección inmediata acentuando el desequili-
brio entre los poderes públicos que ya se expresaba en la Constitución de
1961 y facilitando los personalismos autoritarios. Las modificaciones en las
relaciones cívico-militares que se dieron en la Constitución, por otra parte,
han generado ambigüedades y confusiones que a la fecha no están resuel-
tas y que mostraron de manera dramática sus efectos perniciosos para la
democracia en los pronunciamientos políticos insurreccionales de militares
activos antes y después del golpe de Estado del 11 de abril.

En otro orden de ideas, el gobierno de Chávez y su partido dieron diversas


pruebas en los meses previos al golpe de Estado de actitudes antidemo-
cráticas en su escasa disposición al diálogo, en el uso de una retórica agre-
siva que por momentos se tornó violenta, y, más grave aún, en su escasa
voluntad política de promover y/o consolidar instituciones de mediación y
representación que pudieran disminuir el grado de pugnacidad que ya por
tres años vive la sociedad venezolana. Luego del golpe militar, el gobierno
ha dado señales de rectificación y parece haber entendido las bondades
del fortalecimiento de las tendencias e instituciones democráticas. Sin
embargo, ahora los procesos se tornan más difíciles por la debilidad que
evidencia en aspectos diversos de la vida política y por la radicalización que
se ha producido en distintos actores de la oposición, que hasta la fecha de
terminar este artículo mostraban poca disposición por aceptar el diálogo
para salir de la crisis política.

Durante las horas del gobierno de facto se vieron situaciones de allana-


mientos sin orden judicial, abusos de autoridad y represión que pusieron
en evidencia las tendencias autoritarias presentes en grupos de oposición
radicalizados. Otras formas de manifestación y promoción de la violencia
de sectores adversos al gobierno vienen dados por los constantes rumores
y acciones de ciertos grupos tendientes a repetir el golpe de Estado, es
decir, darle una solución violenta a la lucha hegemónica. Y es de rigor
señalar la conducta de principales medios de comunicación, que conver-
tidos en organizaciones políticas, vienen actuando más en función de sus
intereses particulares que cumpliendo el servicio de proporcionar informa-
ción veraz y oportuna a sus lectores. Muchos venezolanos, especialmente
aquellos sectores que apoyan el proyecto político del Presidente sienten su

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

derecho a ser informados conculcados, lo que también fortalece actitudes


antidemocráticas de salida a la crisis.

Por otra parte, los indicadores de violencia social en sus distintas manifes-
taciones de criminalidad urbana en Venezuela siguen sin ceder desde que
saltaran en 1989. Con el agravante de que en los últimos meses se han pro-
ducido las primeras evidencias de violencia política. Dirigentes campesinos
de los estados Mérida y Zulia, vinculados a los partidos oficialistas, el MVR y
el PPT, defensores de la ley de Tierras que ha suscitado protestas virulentas
por parte de sectores de propietarios y productores rurales, fueron asesina-
dos en lo que parece ser crímenes cometidos por la vía del sicariato.

En consecuencia, la situación en Venezuela es contradictoria y fluida en


extremo. El golpe de Estado si bien fallido ha abierto una crisis política de
difícil solución, que puede hacer retroceder a la sociedad, no sólo con rela-
ción a los incipientes e insuficientes cambios de esta década, sino incluso
de la convivencia social pacífica que la caracterizó en el siglo XX. Siguen
claramente en la lucha hegemónica actores que juegan dentro y fuera de
las reglas democráticas. En este contexto, sólo el fortalecimiento de insti-
tuciones de mediación y representación política con vocación democrática
puede ir aislando los grupos radicalizados en los extremos y consolidar
cauces para que se superen las dificultades que hoy amenazan con diri-
mirse extra-institucionalmente. En esta tarea el gobierno y las fuerzas que
lo apoyan tienen una responsabilidad crucial, construyendo los necesarios
puentes que permitan el diálogo entre Estado y sociedad organizada que
hoy están rotos y promoviendo toda acción tendiente a la paz social.
Pero así mismo, los partidos de oposición, las organizaciones sociales, los
medios de comunicación, las iglesias, los partidos y los ciudadanos particu-
lares tienen deberes insoslayables para contribuir con el fortalecimiento
de la institucionalidad democrática. Los ciudadanos deben asumir su poli-
tización como medio a través del cual puedan actuar para conjurar las
extralimitaciones de actores que no saben, no pueden y no deben llevar
el protagonismo político, exigiendo el fortalecimiento de organizaciones
políticas de vocación democrática adecuadas para cumplir las delicadas
funciones de mediación, representación y negociación política.

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CRISIS DE LA MOVILIDAD SOCIAL. CRISIS DE LEGITIMIDAD

Alexis Romero Salazar

Para darle concreción a su ideario, en lo que tenía que ver con la utilización
de los recursos petroleros para producir una cierta democratización social,
pero básicamente para cumplir con la construcción de la legitimidad de su
modelo, los gobiernos venezolanos que se sucedieron desde 1959 impulsa-
ron una enorme ampliación del aparato escolar. En cada caserío fue creada
una escuela; se fortalecieron las llamadas “Escuelas Normales”, donde se
formaban los maestros; en las ciudades más grandes, donde había existido
un liceo -cuando mucho dos-, se crearon seis y hasta diez; se organizaron
nuevos institutos pedagógicos y comenzaron a aparecer en las universida-
des las Escuelas de Educación encargadas de graduar profesores para la
educación media. De tres universidades en 1958 se pasó, en 20 años, a 17 y
de menos de 12 mil matriculados en educación superior se llegó a más de
350 mil, en ese mismo lapso. No queda duda del esfuerzo hecho en función
del compromiso asumido.

La educación fue un camino expedito para la modernización de la


estructura social: un buen contingente de jóvenes, cuyos padres apenas si
sabían leer o escribir, pudo obtener un título universitario. Ello era sufi-
ciente para pasar a integrarse a los sectores medios de la sociedad, caracte-
rizados por un cierto nivel de consumo y un estilo de vida bien específico.
Espacialmente, fue gente que se trasladó desde barrios populares o desde
pequeños caseríos a recién construidas urbanizaciones de quintas o a con-
juntos residenciales constituidos por modernos edificios. Gente que pudo
adquirir, al menos, un vehículo –bien que tiene en nuestra sociedad un
valor simbólico importante–. Fue, además, gente que pasó a formar parte
de las élites del país: en lo académico, en los negocios, en la política, etc.
Con ello, el llamado “Puntofijísmo” lograba un objetivo político: cons-
truirle legitimidad a su modelo de democracia representativa: rentístico y
de subdesarrollo opulento.

Ahora bien, el proceso de promoción y ampliación del actor social que


es la clase media, cumplido durante los primeros veinte años de vigen-
cia del modelo, comenzó a entrabarse en la medida en que se operaban
importantes cambios socioeconómicos. Básicamente el problema se mani-
fiesta en un doble movimiento, primero, la restricción del acceso a los
sectores de más bajos recursos –no por la existencia de una disposición que

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Alexis Romero Salazar

lo establezca, sino por la propia dinámica de la escolarización, los menos


favorecidos económicamente son también los que tienen un capital cultu-
ral más precario y se van quedando en el camino–. Por eso, la clientela de
las actuales universidades nada tiene que ver con la de los años siguientes
al ‘58: está constituida sobre todo por los hijos de quienes egresaron en
aquel periodo, que poseen un status de clase media bien definido.

El segundo movimiento, se expresa en los límites que actualmente se


imponen, a los ya titulados, para alcanzar las condiciones de aquellos
de las décadas del ‘60 y ‘70, que apenas recién egresados conseguían un
empleo bien remunerado y con prestigio social. Los nuevos profesionales
deben luchar y esperar demasiado para lograr, con alguna suerte, adquirir
un apartamento o un vehículo. De modo que concretar el status de clase
media no es ya un asunto fácil.

Así, en nuestra estructura social el sector intermedio luce envejecido,


dado que no hay nuevas incorporaciones. Entre otras cosas, porque con
arreglo a su patrón reproductivo el crecimiento vegetativo se acerca a
cero, puesto que las parejas de profesionales tienen en promedio dos
hijos, que son quienes logran sus títulos universitarios y no los hijos de
trabajadores, campesinos y pescadores que lo hiciera en los años iniciales.
En rigor, se trata de la conservación y no de la ampliación de los sectores
profesionales.

Ese proceso tiene lugar en un contexto en el cual los imperativos


económicos –globalización, privatización, apertura, liberalización– plan-
tean una recomposición social en términos de una dualización societal:
produciéndose dos tipos extremos de actores sociales: uno que encaja
en la racionalidad eficientista –desempeñando roles en virtud de su for-
mación especializada, próxima a sus pares de los centros desarrollados– y
que representa un agente reproductor de un modo de vida basado en el
hedonismo (correlato del consumismo). Es además la expresión del sector
formal de la economía y la sociedad.

El otro actor, se coloca en el plano de la informalidad, pues no tiene


condiciones para la competencia, en razón de su deficiente formación;
dado que son los excluidos del aparato escolar. Pero, aquí entran también
los profesionales egresados del circuito de la escolarización empobrecida,
incapacitados para incorporarse al sector moderno de la economía, ya que
están llenos de carencias.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

En breve, la educación ha dejado de ser en Venezuela el medio más efec-


tivo para el ascenso social; Ello en términos prácticos supone la frustración
de las expectativas que con relación al asunto se crearon en los primeros
años del “Puntofijismo” y la pérdida de legitimidad del modelo democrá-
tico instaurado por este.

I. La creación de la expectativa de movilidad social

Ciertamente la profundización del sentimiento igualitario del pueblo


venezolano y la generación de condiciones para la convivencia democrá-
tica y para la modernización socioeconómica, fueron los elementos básicos
y centrales del proyecto societal que comienza a perfilarse desde los años
cuarenta y a impulsarse con fuerza a partir de 1958.

Era la manera como se concretaba, en algunos sectores de la élite, el


anhelo de superación de la barbarie a través de la civilización, tema que en
buena medida se expresó en la más representativa de nuestra novelística,
la galleguiana. Se trató de un programa de transformación de una situa-
ción socioeconómica y cultural demasiado atrasada, en la cual la sociedad
no tenía posibilidades de desarrollo.

Era una modernización movida por requerimientos sociales, distributivos


y, por ello, más políticos que económicos que planteó la ruptura con la
estructura social del latifundismo y el caudillismo. Aunque en el fondo la
aspiración, además de incrementar el consumo de la población, era pro-
piciar procesos económicos más complejos, lo cual era favorecido por el
negocio petrolero. Aquí el papel del Estado se hace protagónico, en tanto
la modernización es un programa político; correspondiéndole a los parti-
dos un papel fundamental, tanto en lo que atañe a la movilización social
como en el modelaje de nuestras instituciones. La sociedad venezolana
será pues, construida desde el Estado; una sociedad más de consumidores
que de productores, como señala Salamanca:

“Venezuela se hizo una sociedad moderna alrededor del gasto público.


Lo que equivale a decir que estamos en presencia de una modernización
rentista, en la medida en que a través del estado se transfieren hacia diver-
sos sectores y en función de la transformación del contexto material, unos
recursos valorizados a nivel internacional” (1997:159).

De modo que, como he dicho en otra parte, en el país hubo lugar a la


formación de una hegemonía a partir de la constitución de un Sistema
Estatal de Acción Histórica (Machado de Acedo, 1981), en virtud del cual el

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Alexis Romero Salazar

Estado se convierte en sujeto social, dotado de un grado más elevado de


intervención en el modelaje de la sociedad. En este contexto tiene sentido
la cristalización de un esquema de acumulación cuyo autor fundamental
es el Estado, dada su capacidad fiscal y en razón del consiguiente for-
talecimiento organizacional. (Romero Salazar, 1993).

Tanto por su compromiso de darle poder económico y capacidad adqui-


sitiva a la sociedad, como para garantizarle su legitimidad, desde el 1958,
en el marco de lo que Caballero designa como crisis del modelo cultural,
los gobiernos ‘democráticos’ impusieron una lógica rentista, para lo cual
aprovecharon el crecimiento económico producido durante la dictadura.
Se organizó el Estado democrático en un sistema de instituciones a través
de las cuales se materializó el compromiso distribucionista, por la vía de
la colocación de la renta petrolera. En este contexto, siendo que para
la legitimación del proyecto era fundamental integrar a la población en
valores comunes vinculados a la vida moderna y en democracia, a la educa-
ción le correspondió un papel de primer orden. Importancia que aumentó
con relación a la necesidad de la formación de los recursos humanos para
encarar la modernización del Estado y para darle concreción al desarrollo
industrial propuesto.

Así, la política social fundamental fue la educación, expresada en la estra-


tegia populista de puertas abiertas, en un momento de urbanización ace-
lerada, resultado del abandono de las zonas rurales por el mejoramiento
de las condiciones educativas, sanitarias y habitacionales en las ciudades,
por la concentración en ellas del gasto fiscal y de las inversiones promovi-
das con los recursos provenientes del negocio petrolero. De manera que, el
país campesino hasta la mitad del siglo, en unos veinte años se transformó,
teniendo ya en 1971 el 60% de su población viviendo en localidades de más
de 20 mil habitantes, incluyendo un 40% localizado en ciudades de más de
100 mil. El nivel de urbanización pasó de 34,7% en 1936 a 82,5% en 1980;
es decir, se había más que duplicado. (Valecillos, 1984) Obviamente, el
cambio tuvo implicaciones importantes, algunas de las cuales se muestran
en el siguiente cuadro:

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

1960 1980
Expectativas de vida (Nº 57 67
de años)
Tasa de Mortalidad 85 42
Infantil
(niños x 1000)
Habitantes por médico 1.510 930
Calorías por habitante 90 112
y por día (% de lo
requerido)
Grado de Alfabetización 63 82
Población matriculada en 1 21
Educación Superior
FUENTE: Banco Mundial. Baptista, 1984.

El proceso urbanizador y la ampliación de las oportunidades educativas


se dieron de manera simultánea, apoyándose para la conformación de los
sectores medios, y actuando como eficientes mecanismos distribucionistas.
La educación propició así una incuestionable apertura social, dejando atrás
el esquema de la enseñanza elitesca y excluyente para lograr la homoge-
nización ¿u homologación? de grupos de diferente extracción social y con
distintos antecedentes educativos. (Bronfermajer et al, 1989).

El crecimiento matricular es tal que en poco más de diez años, la cantidad


de niños en sexto grado era 4 veces mayor (de 1959 a 1973); pasando la tasa
de escolarización (general) de 10,34 en 1961 a 25,96 en 1980. Más notable
es que en la educación superior se haya multiplicado por 13 el número de
estudiantes.

Para 1981, el 90% de la población en edad de recibir educación primaria


estaba en la escuela -porcentaje que para 1961 era de 79- y en educación
superior, de cada 100 venezolanos 2 estaban estudiando, en contraste con
1961 cuando sólo el 0,3 lo hacía (Hung y Piñango, 1984).

Tal expansión de la matrícula fue auspiciada mediante el incremento


de la proporción del Producto Territorial Bruto aplicado a la educación; que
llegó desde 1.80% en 1959 al 3,61% en 1972; lo que significó la casi duplica-
ción del porcentaje del Presupuesto de la Nación destinado al Ministerio
de Educación -de 9,1% en 1959 a 17,5% en 1972-. Ello permitió el arribo a
la escuela primaria de la mayoría (66%) de los niños cuyos padres apenas si
tenían algún grado de educación primaria; implicando un notable cambio

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en el perfil de la fuerza de trabajo en sólo diez años (6,5%) con educación


media en 1961 y 15,2% en 1971. (Laboratorio Educativo, 1975).

Modificaciones que tuvieron un profundo impacto en la estructura de


clases; lo que es particularmente claro en la evolución de la educación
superior en términos de población atendida, número de instituciones,
magnitud del egreso, nivel educativo de los padres y perfil de la fuerza de
trabajo. Asunto al que hay que prestar la mayor atención, pues es a este
nivel y por vía de la titulación donde se promovió la creación de los secto-
res medios.

Con relación a la evolución de la matrícula se puede manejar como dato


fundamental el paso de 10.652 estudiantes en 1958 a 218.392 en 1977, con
una Tasa de Crecimiento Interanual promedio de 16,72%. En eso se eviden-
cia el interés prioritario en la Educación Superior como elemento legitima-
dor, en tanto que para 1974, este sector consumió el 40% del Presupuesto
del Ministerio de Educación (contra 28,8% de Primaria y 31,1% de Media).
Esta tendencia se mantuvo tanto que en los seis años que van de 1973 a
1979 se pasó de 17 a 40 instituciones de educación superior. En el 1958 sólo
existían 3 universidades y un Instituto Pedagógico (Klubitschko, 1984).

El cambio del origen del estudiantado universitario con relación a la dic-


tadura se pone en evidencia con relación al status ocupacional y al nivel
educativo de los padres y en vinculación con su situación socioeconómica.
Para 1975, el 77,9 de los padres se ubicaban en las categorías Trabajador
Manual y No Manual Bajo, habiendo podido arribar a la universidad el
17,8%; lo que constituye un importante avance si se toma en cuenta que
para 1959 el 66% de los padres eran analfabetas o sólo tenían un grado
de primaria, en tanto el 7% había logrado graduarse en la universidad
(Klubistchko, 1984).

En lo que corresponde a la situación socioeconómica, en 1975 la mayoría


de los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela se encontraba
en los estratos bajo, medio bajo y medio (83,20%), lo que demuestra una
notable modificación si se considera que “en la universidad simple y res-
trictiva de los cincuenta, el grupo de los estudiantes de origen social medio
bajo y bajo era prácticamente inexistente” (Klubitschko, 1984,174).

La apertura social por vía de la ampliación de las oportunidades educativas


tuvo su efecto, como era de esperarse, en la magnitud de los egresos. En
los 19 años que van de 1961 (cuando se graduaron 1.865 estudiantes) hasta
1980 (año en que egresaron 12.549) fueron titulados, según Godoy Castro

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

(1976), 121.061 universitarios, sólo por las 5 universidades nacionales autó-


nomas, 1 universidad experimental, 2 institutos pedagógicos y 1 politécnico,
sin contar las otras entidades experimentales. Es decir, el Nº de egresos se
multiplicó por 6,5.

La incorporación de los egresados progresivamente fue alterando el perfil


de la fuerza de trabajo. La formación profesional de los empleados, prác-
ticamente inexistente hasta 1957 y que era muy baja hasta 1963, cuando
apenas se inició su desarrollo institucional, se hace intensa desde 1964
hasta 1978. En 1961 la fuerza laboral (91,7% de ella) apenas si tenía educa-
ción primaria (47,9% analfabeta y sin nivel y 43,8% con sexto grado); mien-
tras que en 1980 este grupo se había reducido al 64,4% (14,9% y 49,5%
respectivamente). (7) La participación de los egresados universitarios
en la fuerza de trabajo pasó de un 1,8% a un 6,3%. Tales modificaciones,
por el alto status ocupacional de los egresados universitarios de esos años,
contribuyeron la integración cultural de la población y con la legitimación
del sistema político.

Ciertamente, ello se produjo en el marco de una socialización en el


consumo y de un aprendizaje de ciudadanía. Es que a los hijos de cam-
pesinos y de artesanos -de modesta condición de habitantes de pequeñas
localidades o de barrios de las capitales- se les concretó la posibilidad de
acceder a dos tipos de bienes o propiedades que les estaban negadas a sus
progenitores: los vehículos y las casas -quintas o apartamentos- en zonas
residenciales restrictivas para las mayorías. Los profesionales universitarios
de los años que siguen al ‘61 y que llegan al ‘84, pudieron comprar un carro
casi iniciando su primer empleo; entre otras cosas porque la relación entre
su sueldo y la cuota mensual que había que pagar por aquel lo permitía.
La remuneración mensual promedio para un profesional alcanzaba,
para 1969, los 2 mil bolívares; siendo el precio de un vehículo nuevo -pon-
gamos un Mustang último modelo- más o menos 20 mil bolívares; es decir,
bastaba con reunir el sueldo de 10 meses para adquirirlo de contado. La
cuota mensual, si el financiamiento era por 36 meses, estaba por el orden
de los 550 bolívares. Esto era facilitado por la sobrevaloración de nuestra
moneda; con una paridad de 4,30 por cada dólar. Esta relación entre la
remuneración y el precio de los vehículos, con algunas variaciones, fue más
o menos la misma hasta 1980.

En lo que respecta a las viviendas, la relación era similar; teniendo


en cuenta que hasta la entrada de los ‘80, una casa-quinta en las mejores
urbanizaciones de Caracas, Maracaibo y Barquisimeto no superaba los 500
mil bolívares y los planes de financiamiento eran a 20 años.

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Y las ciudades se llenaron de conjuntos residenciales; con casas en cuyos


garages había dos carros. Y los dueños iniciaron nuevos hábitos de
consumo y de vida, cambiando, en consecuencia, el patrón reproductivo y
la organización de los grupos: la llamada familia extendida es, a partir de
allí, cosa de los sectores más carenciados de los escasos caseríos campesinos
y de los barrios. Se trató de “familias nuevas”, -no exentas de los conflictos
que implicó la transición-, puesto que sus condiciones socioeconómicas y
socioculturales poco tenían que ver con las privaciones de sus grupos de
origen. Gracias a la movilización social promovida mediante el aprovecha-
miento de la circunstancia petrolera. Gracias al título.

II. La frustración de la expectativa de ascenso Social: el vacío de futuro

En el caso venezolano la población no abandonó las actividades agrí-


colas para incorporares a las fábricas, sino para ligarse al sector servicios,
que es operado básicamente desde el Estado. El intento industrializador
de los años sesenta no pudo ser concretado y el fracaso del esquema de
sustitución de importaciones fue respondido con el compromiso de incre-
mentar el papel del Estado. Claro, para ello se contaba con los recursos
petroleros, enormemente aumentados en los primeros años de la década
de los setenta; sobre todo a partir de la nacionalización, que permitió el
financiamiento de múltiples actividades productivas y otras que no lo eran
tanto o nada.

La gestión económica del Estado, planteada en términos de contribución


a la recuperación del sector privado y realizada a través de una gran can-
tidad de empresas y organismos, fue conduciendo a un callejón con pocas
salidas, en un contexto en el cual los precios petroleros se estaban ajus-
tando. Vino la recesión, creció el desempleo y la nación se endeudó para
mantener el nivel de consumo, después que las importaciones superaron a
las exportaciones.

Y apareció el inédito fenómeno de la inflación; el crecimiento económico


se hizo negativo, a pesar de los niveles elevados de gasto público y de los
precios del petróleo que se incrementaron de nuevo. Ocurrió entonces el
llamado Viernes Negro -18 de Febrero de 1983- fecha de la devaluación de
nuestra moneda frente al dólar.

Así que ya no era posible continuar profundizando el proceso moderni-


zador con el que se garantizó la legitimación del sistema durante las dos
primeras décadas. Y se produjo un desfase entre las expectativas sociales
que aquellas modificaciones generaron y la capacidad actual del Estado

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

para procurar su satisfacción, dado que de aquellos años había surgido


una nueva estructura social, cuya cohesión ideológica corría a cargo de
las clases medias urbanas, que eran el principal “producto” de la acción
democratizadora, que colapsó. Este sector, sostén y agente reproductor
del esquema social instaurado, comenzó a vivir el deterioro de su estilo de
vida, que se había erigido en el símbolo de los de “abajo”.

De modo que la movilización social iniciada en los sesenta se detuvo, al


entrabarse su principal mecanismo; cubierta la fase expansiva de la educa-
ción; y en la complejidad de las nuevas circunstancias económicas y socio-
políticas.

Ciertamente los últimos años vieron como se estabilizó la matrícula, cuyo


aumento interanual comenzó a obedecer al proporcional crecimiento de
la población en edad escolar, habiendo cambiado la tendencia al fuerte
incremento de las tasas de escolarización en primaria y media. En el caso
del nivel primario la tasa había pasado de 56,28% en 1961 a 61,43% en
1971 y a 86,10% en 1980, bajando a 82,9% en 1995. En media, la tasa había
evolucionado desde 10,34% en 1961, a 21,81% en 1971 y a 25,96% en 1980,
para reducirse en 1985 a 14,1%, acercándose al nivel de escolarización con
el que arrancó el esfuerzo modernizador (Bronfermajer et al, 1989; García
Guadilla. 1996).

Hay otros indicadores del estancamiento de la escolarización, tales el


número de locales y aulas construidas y el gasto del gobierno en educación.
Con relación a lo primero, la conclusión es definitiva: hasta mediados de los
‘70 se procuró dotar a cada institución de un local más o menos adecuado
para sus funciones; desde aquella época, a través de FEDE sólo se hicieron
reparaciones o ampliaciones a los existentes; por lo que al respecto sería
ocioso la presentación de cifras comparativas. Baste la constatación de que
después de aquella masiva dotación de escuelas en los caseríos y barriadas,
producida en los años sesenta, muy raramente apareció una edificación.

La evolución del financiamiento también es un aspecto fundamental de


la demostración de que la fase expansiva hace rato llegó a su final. Al res-
pecto se tiene que del gasto total del gobierno el porcentaje destinado a la
educación se mantuvo estancado, ya que desde 1981 hasta 1994 representó
el mismo 15%, habiendo sido en 1959 el 9,1% y después de haber alcanzado
en 1972 un 17,5%. (Laboratorio Educativo, 1975: García Guadilla, 1996)

Estos son elementos importantes para mostrar como se fueron imponiendo


límites a la movilización social; sin embargo, un análisis más cualitativo -

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basado en los números, pero más allá de ellos- de la dinámica de la esco-


larización requiere que se le preste atención a ciertos fenómenos como la
deserción, la repitencia y la prosecución, que aportan otras perspectivas.

El caso es que en el país, independientemente de los esfuerzos realizados


en los últimos años, a través de mecanismos orientados a retener en la
escuela a los niños de los sectores más desfavorecidos económicamente -
recuérdese la Beca Alimentaria- se hizo crónico el abandono o la exclusión
temprana. De manera que a la cantidad de jóvenes que no acceden a
la escuela hay que agregarles los que se van quedando en el camino y cuyo
registro histórico promedio para los últimos años, en educación primaria
es del 10%, mientras que en media es de 20%. Así se hizo “normal” que
en el lapso de cada 5 años más de dos millones de estudiantes dejaran la
escuela o el liceo.

Dado que pertenecen a los estratos bajos, son personas que han perdido
la oportunidad del ascenso social por lo menos por vía de la titulación. Lo
que se pone de manifiesto en la sobre representación de estos sectores en
los niveles más bajos de la escala ocupacional. Tal vez ello tenga alguna
conexión con la buhonerización de la mano de obra, en razón de que es a
las actividades informales que ocupan al 41,5% de la Población Económi-
camente Activa, donde van a dar los excluidos del aparato escolar que no
logran alguna calificación.

Esta es apenas una de las formas como viene operando la selección social
y es también solamente uno de los mecanismos que contrarían el ideal
democratizador, cuyo compromiso fue promover mediante la educación a
las personas de los estratos más bajos, logrando la mesocratización de la
sociedad.

La otra forma está constituida por el privilegio de la educación superior


que contradice al discurso democratizador, pues implica restarle apoyo
a la política más popular de la universalización de la educación básica y
media.

La matrícula del nivel superior, que en 1977 ascendía a 218.392 estudian-


tes, llegó en 1994 a 601.100; con una tasa de escolarización que pasó de
19,8% en 1975 a 31,4% en 1994. La ampliación matricular cuya tendencia se
ha mantenido durante los casi cuarenta años de la democracia, ha reque-
rido de un aporte presupuestario que en 1994 representó el 43,62% de los
gastos que el gobierno hizo en educación (colocándose a la cabeza de los
países de América Latina en ese respecto, por encima de Brasil con 35,5%,

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de Nicaragua con 33,91% y de Colombia con 19,98%) (Bronfermajer et al


1989; García Guadilla, 1996).

En ello se muestra la capacidad de las clases medias -que son el producto


de la etapa expansiva de la educación- para institucionalizar sus intereses;
puesto que constituyen el sector que resulta favorecido de jerarquización
que se hace de la educación superior. Ello es particularmente claro si se
atiende a indicadores tales como la situación ocupacional, el nivel educa-
tivo y el status socioeconómico de los padres de los estudiantes universita-
rios.

En lo que tiene que ver con el oficio o la profesión del padre, ya en 1985
la investigación de Angulo y Castro, para la Universidad Central de Vene-
zuela, mostró el predominio del estrato alto -médicos, ingenieros, profe-
sores universitarios, etc.- que hacía el 50,6%; en tanto el estrato bajo, que
en 1975 ocupaba el 77,9%, se redujo a un 47,4%. Por otro lado, también
para la UCV, en 1985 se tiene que el 50% de los padres había terminado la
educación media y el 27,6% tenía un título universitario, contra el 3,5% sin
ningún nivel de escolaridad. Diez años antes el grupo de los padres profe-
sionales universitarios llegaba al 16,9% y al 17,4% los que habían concluido
la media. (Angulo y Castro, 1985; Klubistchko, 1984)

Agregando a estas variables otras, como el tipo y tenencia de la vivienda,


zona de residencia, pertenencia de la familia a grupos de élites, Angulo y
Castro señalan que no hay duda con respecto a la pertenencia de los actua-
les estudiantes de la UCV, a los sectores medios.

Apoyándome en el valor de 52,24% del Índice de Status Socioeconómico


que calculé para la Universidad del Zulia en 1995 (Romero Salazar, 1997) sin
ningún temor suscribo la conclusión de Angulo y Castro:

“La población estudiantil analizada, nacida en la democracia, muestra


por la vía de la familia, la propia naturaleza y formas de evolución que
ha comportado el modelo político del país y dentro de éste, el proceso de
acceso y de ampliación de la participación de los sectores medios y altos
a los niveles de ubicación de las élites del país, a los espacios y centros de
decisión tanto en la esfera política, como en el campo científico-profesio-
nal, e inclusive hasta en lo que respecta a la élite expresada en el clero”.
(1985, 183).

La consecuencia de tal predominio es la congelación de la movilización


social que se había iniciado con la urbanización y con la política de puertas

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abiertas en la educación; siendo que el principal mecanismo de promo-


ción, definitivamente, opera según la lógica de la mesocratización de la
educación superior, imponiéndole límites a la profundización de la demo-
cratización de la estructura social. Eso es lo que ha ocurrido al irse restrin-
giendo el acceso de los sectores de menos recursos, tanto por la lógica de la
exclusión que actúa en los niveles de la educación primaria y media, como
por el privilegio a la educación superior, cuyas beneficiarias son las clases
medias. Se trata de la reproducción de aquellas, mediante un proceso que
Bronfemajer y Casanova y Zalcman (1989) califican de “reelitización de la
educación”. Reproducción, casi biológica, de élites, que altera el ideal de
la masificación del bienestar a través de la ampliación del consumo. Lo
peor, en un contexto donde aún prevalece el discurso populista. Tal vez esa
sea la razón para que ni la población, ni los pocos estudiantes y los, aún
menos, egresados pertenecientes a los estratos bajos, capten la lógica de
la exclusión social que los saca del ascensor.

El asunto consiste en lo siguiente: es cierto que en la etapa de expansión


la posibilidad de obtener el título universitario y de acceder a posicio-
nes importantes dependía más del tiempo de permanencia, que de los
antecedentes sociales y educativos, en condiciones de una baja oferta de
educados. Pero, habiéndose modificado la situación, al producirse una
sobreoferta, las posibilidades de éxito pasan a vincularse a la calidad de la
enseñanza recibida, a los antecedentes y a los logros escolares acumulados.
Y es aquí donde pesan las posiciones educativas adquiridas previamente
por la familia. Como dicen Bronfermajer y Casanova: “los hijos de los profe-
sionales universitarios tienen, por ejemplo, mayores ventajas acumuladas, y
en consecuencia, mayores probabilidades de éxito que los de un pequeño
comerciante sin antecedentes educativos” (1989:90).

No puede ser de otra manera si el recorrido escolar del último se inició


en una escuela primaria pública con una muy deficiente conducción aca-
démica, donde la acción pedagógica se centra en el maestro y con unos
programas que no se cumplen. Se trata de un individuo que pasa por la
educación media y llega a la universidad a través de un proceso de “acu-
mulación de carencias” -lo que deja de aprender en cada período y en cada
nivel educativo.

Es que la escolarización se cumple en circuitos diferentes; a uno de los


cuales se incorporan los privilegiados -entre ellos los hijos de quienes en
las primeras décadas adquirieron status de clase media- que acumulan
saberes.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

De esta forma, si es que algunos de los jóvenes de los estratos bajos


logran titularse, tienen cerradas las puertas a las posiciones importantes,
en lo que tiene que ver con el status, la profesión, el conocimiento y la
acreditación. Así, la función democratizadora de la educación aparece
agotada, en tanto se ha transformado en un mecanismo de reproducción
de posiciones de clase.

Desde otra perspectiva, la referida a la posibilidad de materializa el


status de clase media, se puede decir que concluir una carrera universitaria
les garantiza muy poco a los hijos de trabajadores modestos, de pequeños
comerciantes y de artesanos. Pongámoslo en términos del acceso a
los tipos de bienes que simbolizan la pertenencia a los sectores medios:
los vehículos, las casas o apartamentos en urbanizaciones de prestigio.
Para los profesionales que laboran en el sector público el sueldo mínimo,
hasta 1996, alcanzaba los 52 mil bolívares; siendo el precio promedio de los
carros más modestos de 5 millones de bolívares -que es 96 veces más que su
remuneración (hasta 1983 sólo era 10 veces mayor). Si tuvieran que pagarlo
por cuotas, a 36 meses, tendrían que cancelar por cada una alrededor de
150 mil bolívares, que es tres veces el sueldo.

Y el precio de una modesta vivienda ascendía, en 1996, por lo menos, a


20 millones de bolívares. Así, los profesionales cuyo origen social no pudo
ser modificado durante la fase expansiva, ven liquidadas las posibilidades
de abandonar el hogar de sus padres, colocándose en la situación de “arri-
mados” si se les ocurre tener familia. No sería demasiado atrevido afirmar
que sus condiciones de vida serán peores que los de aquellos.

La frustración de sus expectativas de ascenso social se monta en el fracaso


del “efecto demostración” de aquellos que en los años sesenta y setenta,
desde abajo, llegaron a la élite.

Comentarios finales: la crisis de legitimación

A pesar de los esfuerzos de algunos otros sectores -a favor o en contra- es


al Estado venezolano al que corresponde -como ha sido en el último siglo-
la principal responsabilidad en el impulso de la reforma económica. Es a él
a quien le toca la creación de las condiciones para la internacionalización,
auspiciando una recomposición orientada al logro de la eficiencia, la pro-
ductividad y la competencia. Ello significa la radicalización de la mercanti-
lización de las relaciones sociales, produciendo una polarización clasista.

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Alexis Romero Salazar

Hay lugar básicamente para dos tipos de actores sociales. Uno que
representa la racionalidad eficientista, en virtud de su especializada for-
mación próxima a la de sus pares de los países desarrollados. Son quienes
pudieron asimilar saberes en el circuito de la excelencia escolar.

El otro actor social es aquel que ha sido colocado en el espacio infor-


mal, pues su participación en la competencia es cada vez más difícil. Aquí
entran los excluidos del sistema escolar y el proletariado profesional que
no llena los requerimientos del sector moderno de la economía. Son aque-
llos que sólo acumularon carencias.

En el marco de esa extrema polarización social, ya no hay creación de


nuevas clases medias. Quienes alcanzaron ese status en el período expan-
sivo, lucharán para incorporarse al sector hegemónico, aprovechando su
privilegiada posición. Ese es un importante factor de deslegitimación del
modelo “Puntofijista”.

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VENEZUELA: DESENCUENTRO ACTORAL Y CRISIS INSTITUCIONAL

Robinson Salazar Pérez y


Eduardo Andrés Sandoval Forero

El siglo XXI para América Latina es un escenario de desgarramiento social,


conflictos multiplicados y surgimiento de nuevos actores, dado que hay
nuevas formas de relacionarse, de resolver las diferencias y novedosas
prácticas políticas que se dan al margen de las mediaciones a las que está-
bamos acostumbrados.
Venezuela, país del área sudamericana no está exento de los brotes violen-
tos; por el contrario, es uno de los actores protagónicos de la historia pre-
sente y receptáculo de uno de los experimentos de gobierno más complejos,
puesto que en su seno viven, persisten y resisten formas políticas añejas que
se entreveran con otras que no son tan legendarias pero su constitución es
híbrida, parte de lo viejo y lo nuevo, y no dejan de asomarse otras conductas
políticas menos contaminadas pero sin un horizonte hacia dónde conducirse
o caminar, porque la ruta no está empedrada, sino agreste y llena de resen-
timientos.
Por la densidad del conflicto y la socialización sesgada que dan del mismo
los medios de comunicación, un problema de carácter político-dialógico
constructor de consenso ha derivado en una confrontación entre gobierno
y oposición sin que se otee a corto plazo una salida democrática y dentro
de los canales institucionales.
Ante la efervescencia y los claroscuros del conflicto, muchos analistas,
políticos y ciudadanos del país venezolano le apuestan a una salida gol-
pista, traumática al margen de los conductos institucionales; lo cual no
es posible porque los acuerdos interactorales en la era de lo que común-
mente le llaman la globalización, es que no se altere el cuadro de leyes y
el entramado institucional por una disidencia o mal gobierno, sino que se
han activado otros instrumentos políticos para que un gobernante deje el
cargo, en caso de no contar con la popularidad requeriente o si abusó en
el ejercicio de su cargo público. La rendición de cuenta, el juicio político,
los plebiscitos o revocatorios son parte del entramado institucional y no
medios para desplazar a gobernantes por la fuerza.
No obstante esta realidad y aceptado en el ámbito latinoamericano el
acuerdo no escrito pero sí avalado por casi todos los sectores de la sociedad

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de cada uno de los países del mosaico latinoamericano y por las instancias
económicas, gubernamentales e internacionales, de que los militares no
ocuparían cargos de gobierno por la vía del golpe, además, que cualquier
intento por desalojar un gobierno a la fuerza no tendría apoyo alguno,
aún en Venezuela los enclaves actorales del régimen de los partidos polí-
ticos ADECO, COPEI y acólitos, guardan la efímera esperanza de que los
militares acudan a la solución golpista.
La solución es simple por las alternativas que se ofrecen, son complejas por
las características de los actores conflictuados.
Un primer valor que tenemos que acuñar en la discusión, es que el con-
flicto en Venezuela es de intereses y no valórico, por lo que la salida del
mismo no debe hacerse con un mediador internacional o neutro, sino
mediado por un poder de la Nación, en caso de no contar con la fuerza
ética suficiente, canalizarlo a través de una demanda ciudadana que exija
al gobierno y la oposición a sentarse a la mesa a dialogar con una agenda
definida y de cara a la ciudadanía.
La ausencia de conflictividades valórica inutiliza cualquier intento externo
por mediar, llámese OEA, Amigos de Venezuela, ONU u otra instancia que
exista, por lo que hay que buscar, con fuerza y diálogo una concertación o
pacto nacional.
Si estamos ante un conflicto de intereses, la vocación de las confrontacio-
nes debe ser dialogante, porque siempre que se presentan fenómenos de
esta naturaleza, ninguno de los dos bandos conflictuados puede erigirse
como vencedor, debido a que no es una competencia, sino un desacuerdo
que se deriva de formas y contenidos en el ejercicio de la autoridad, el sello
que le imprimen a un gobierno, los segmentos políticos y sociales favoreci-
dos y la lógica discursiva de los actores enfrentados.
Esta conclusión parcial no es el fin del problema, tampoco la solución salo-
mónica; para que se dé un proceso de diálogo abierto, constructivo y de
cara a la sociedad, deben existir los actores, pero en el caso que nos ocupa,
la gelatinosidad estructural de los partidos es evidente y no se conoce a
ciencia cierta quién es el interlocutor que se sentará en el otro lado de la
mesa con el gobierno para construir el diálogo nacional.
Por la magnitud del problema y el involucramiento involuntario que
ha tenido la sociedad civil venezolana en el conflicto, el diálogo que
se requiere no puede ser centrado en dos actores, partidos políticos y
gobierno, tampoco en el domo movilizador que ha armado la llamada
Coordinadora Democrática, que si bien jugó un papel de vehículo político

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Robinson Salazar Pérez - Eduardo A. Sandoval Forero

para confrontar al gobierno, su fragilidad orgánica, la carencia de lide-


razgo y el no tener un horizonte programático, la diluyó en las fuerzas de
las multitudes y quedó atrás de las aspiraciones populares y sin organicidad
para dar cobijo a todos los sectores que la hicieron suya en el episodio del
paro nacional de 2002.
En otro aspecto complementario de la Coordinadora Democrática, los
partidos políticos que se sumaron a ella llegaron al domo movilizador
con la firme idea de que era la oportunidad que buscaban para entrar
en una etapa de reconformación política, con imagen y estilo distinto de
hacer política, acercarse al pueblo sin ser señalados o rechazados, pero sin
cambiar en esencia ni desplazar liderazgos de enclave.
El domo movilizador cumplió la tarea de la casa del “cangrejo ermitaño”;*
sin embargo al exterior mostraba una cara distinta, la de una organización
amplia, horizontal, con liderazgo colectivo y aliados con el propósito de
recuperar una Venezuela democrática y gobernada por los partidos políti-
cos tradicionales.
Según las ideas divulgadas, era la refundación orgánica de los partidos,
para lo cual no habría pronunciamiento al margen de la Coordinadora,
tampoco disputa de liderazgos hasta que la situación política cambiara a
su favor.
Esta situación de coyuntura prolongada no permanecería intacta, la com-
plejidad del conflicto y la participación inducida de la sociedad civil fue
orillando al conflicto a otra coordenada de la confrontación donde la radi-
calización era inminente y la disyuntiva era: a) levantar el paro y buscar
una mesa de negociación; b) radicalizar el proceso bajo el riesgo de llegar
a un punto de inflexión y violencia, sin asumir la responsabilidad por lo
*
Los cangrejos ermitaños viven en fondos rocosos y arenosos costeros. Frecuentan zonas
entre piedras y arena. Su abdomen no tiene articulaciones y es blando. Por eso utilizan
conchas para vivir en su interior. Es de color rojo con algunos pigmentos amarillos. Vive en
simbiosis con anémonas y esponjas, y sobre todo con la Actinia Calliactis parsítica. Todo el
litoral. Suele verse en la playa tras ser arrastrado por redes y temporales.
Una vida de mudanza
No pueden subsistir por sí mismos. Necesitan el cobijo que les ofrecen otras especies de
su entorno. Los cangrejos ermitaños (Pagurus arrosor) no tienen concha que les proteja
de los depredadores. Por ese motivo utilizan conchas de moluscos para convertirla en su
casa. Es muy habitual encontrar que estas conchas convertidas en viviendas se recubran
con Calliactis parasitica que con sus defensas urticantes alejan aún más a los enemigos del
congrejo, balanus (Balanus perforatus) y algas forman también una coraza protectora de
la vivienda. Cuando sufren algún percance, la concha se rompe o ya no es segura, o sim-
plemente porque se les ha quedado pequeña, salen del refugio y buscan una nueva casa,
que poco a poco, se cubrirá también de balanus, algas, poríferos...

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

que ocurriera pero, a su vez, arriesgando el espacio público ganado si el


gobierno decretaba un estado de excepción.
Se escogió la primera opción, diálogo con mediación, siendo la OEA el
árbitro y el paro levantado sin condición alguna.
Dado que el conflicto no es de carácter valórico, el mediador salió sobrando,
aunque en la forma siempre estuvo en la mesa; en la negociación sólo fue
un facilitador en la convocatoria y hasta ahí. La mesa se convirtió en un
canal de acusaciones mutuas, la efervescencia de las multitudes se fue
apagando paulatinamente y el gobierno tomó las medidas drásticas que le
cortó la oxigenación externa a la oposición: Control de divisas, apertura de
juicios por daños a la nación, reestructuración administrativa de PEDVSA
y activación de sus huestes como fuerza política para recuperar las calles y
movilizar partidarios del gobierno.
La nueva situación “posparo” arrojó un escenario distinto, favorable para
el gobierno y muy acotado para la Coordinadora, esto último por varios
factores:
Algunos líderes se fueron al exilio; los que quedaron no tuvieron la deci-
sión de reconvocar a las multitudes porque el temor se apoderó de ellos;
las multitudes reclamaban un liderazgo que no apareció por ningún lado y
los intereses partidistas se desocultaron y buscaron posicionarse en el lugar
que le deparara o redituara mayores ganancias.
El pueblo está esperando el redentor de sus penas y demandas, y el
gobierno despega con varios programas de emergencia en el ámbito de
vivienda, servicios públicos, construcción de carreteras y de importación
de alimentos para atenuar la crisis, que no ha cambiado en nada; por
el contrario, se profundiza con el desempleo abierto y la poca inversión
externa.

Diálogo nacional en la etapa posparo

Después del fracaso de las negociaciones con la mediación de la OEA, el


diálogo nacional reclama otra modalidad en la organización y operativi-
dad del mismo, incluso, algunos puntos de la agenda inicial ya no es tan
necesario discutirlos en el nuevo escenario.
Una condición de este escenario dialogante es que la mesa debe ampliarse
y convocar a otros actores, estructurados y no estructurados, similar a un
proceso constituyente, pero sin atentar contra la Constitución; por lo cual,
las universidades, la Iglesia, los sindicatos, partidos políticos, gobierno,

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Robinson Salazar Pérez - Eduardo A. Sandoval Forero

campesinos, pequeños productores, comerciantes, minorías sociales, orga-


nizaciones barriales y comunitarias tendrán que participar, sin que medie
una instancia de representación de más de un segmento actoral.
La crisis venezolana no es un aspecto exclusivo de los políticos ni de los
empresarios, es un asunto que compete a todos y ello exige un diálogo
nacional para concretar cosas necesarias como: pacto nacional de goberna-
bilidad, respeto y apoyo a las instituciones vigentes, actuaciones cargadas
de civilidad para dirimir diferencias, acuerdo de productividad y apoyo a la
industria nacional, redireccionar el modelo de desarrollo del país, precisar
el funcionamiento del sistema de partidos, convenir la reforma del sistema
educativo en todos los niveles, de salud y laboral; definir los temas de
interés nacional y mecanismos de comportamiento de la banca de apoyo y
el sistema financiero.
No es una tarea mayúscula, porque las bases están cimentadas en la Cons-
titución Bolivariana, pero la interpretación del reglamentarismo jurídico es
cosa de arbitrio absoluto y cada quien la acomoda a sus intereses.
Cargar de contenido la constitución no es tarea única del gobierno, sino
de los poderes de la nación y los actores estructurados; mientras esa tarea
no se lleve a cabo, los conflictos simples tomarán forma y contenido de
confrontación violenta, lo cual puede remediarse por medio del diálogo
amplio y nacional.
Ahora bien, toda democracia por naturaleza lleva en su ejercicio un inter-
cambio de intereses, ideas y demandas que muchas veces se manifiesta en
conflicto, pero estos desencuentros deben ser resueltos por medios políti-
cos democráticos, sin recurrir a la violencia o al terror; si sucede lo contra-
rio, la ausencia de democracia está clara.
La vitalidad de una democracia se reconoce cuando se observa el uso de los
medios políticos tanto en la relación entre Estado y sociedad civil, como al
interior de esta última. Este uso de la democracia se denomina civilidad.
Ahora bien, el conflicto es fuente de discusión, la discusión es manantial
de ética; y conflicto, discusión y ética son abrevaderos de leyes. La diferen-
cia es el distintivo del conflicto; sin embargo no todas las diferencias son
conflictivas, para que exista se deben cumplir dos requisitos: a) que no sea
la actuación o los argumentos de una de las partes no sea aceptada por la
otra y b) debe estar regulada ―la diferencia― por un tercero que medie o
habilite el diálogo de acercamiento (Mires, 2001).
Bajo la avenida teórica que nos presta Mires, podemos afirmar que el
conflicto venezolano se da bajo las coordenadas de una democracia, no

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

quiero decir que exista la democracia plena en el país, son cosas distintas,
pero en el conflicto, los dos bandos se reconocen que son diferentes y hay
desacuerdos en el comportamiento político entre ellos; además, ya han
invitándolas partes a mediador para conciliar intereses, no obstante, la
democracia plena aún no existe por varias razones, una de ellas es que la
sociedad civil está constituida con apego o ligada, por un lado a los parti-
dos tradicionales y por otro ligada a los intereses del gobierno, sin que ella
aun esté en proceso de auto constitución.
Agreguémosle otro ingrediente, la conducción de gobierno muchas veces
se hace bajo formas y modelos de conducta militar, toda vez que el repre-
sentante del ejecutivo es un militar en ejercicio, aunque no aparezca como
tal, los métodos que emplea para agregar miembros al gabinete o para
impactar una política pública es totalmente apegada a la lealtad a su
gobierno, el otro no existe si es diferente, todo aquello que me critique o
me rechace, es antivenezolano y antipatriota, dado que él y sus acciones
son el parámetro de la legalidad, lo bueno, lo necesario y lo mejor; de lo
contrario, hay que arrinconar al enemigo.
Hay que aclarar que el desconocimiento del otro se nota más en el plano
discursivo, porque en el ámbito político tienen garantías y espacios de
maniobras, ya que los medios siguen actuando, las movilizaciones se dan y
las críticas circulan.
Lo preocupante en este proceso es la insensibilidad de las partes para con-
vocar un diálogo nacional, cada quien se aferra a una postra irreconciliable
y llevan la disputa de intereses a los medios, convirtiendo a la política en
un espectáculo, y a los políticos en animadores de este evento que ya hartó
a la sociedad civil.
La salida inmediata a este impasse es el restablecimiento de una mesa para
el diálogo que desemboque en una nueva unidad nacional y para ello se
requiere apuntalar dos columnas: la vida institucional y el diálogo para
solucionar las diferencias, dado que la ausencia de civilidad democrática
es lo que tiene al país sumiso en las confrontaciones desgarrantes para la
sociedad.

Nuevo escenario exige diálogo nacional

La tesis nuestra de proponer un diálogo nacional abarcativo, incluyente y


tolerante es porque en Venezuela las condiciones del país cambiaron, el
cuadro en donde se mueven los actores políticos abrió nuevos escaques, los
liderazgos se alteraron y las identidades se redefinieron; y esto no sucedió

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Robinson Salazar Pérez - Eduardo A. Sandoval Forero

con el arribo de Chávez a la presidencia, sino que Chávez es producto de


esta nueva circunstancia.
Los diez años que trascurrieron en la década de 1989-1998, las formas com-
portamentales de los gobiernos cambiaron, un poco tarde respecto a lo
que acontecía en América Latina, pero sí bajo la lógica que predominaba
en el ámbito latinoamericano: libre mercado, reducción del Estado, deso-
bligación administrativa del gobierno de las políticas públicas de carácter
social e incremento de impuestos. Quienes administraban esta conducta
eran los tecnócratas.
Una nueva clase política desplazaba a la clase tradicional que se había
acostumbrado a tratar los asuntos públicos a través de la prebenda, los
arreglos grupales o favores políticos; ahora había una conducta eficien-
tista, regulada bajo la lógica del costo beneficio y de espalda a las deman-
das populares.
En este cambio en el manejo de la política se da un quiebre del modelo de
sistema de partido, dado que en Venezuela el corporativismo era y preten-
día seguir siendo el conducto eficiente de los partidos en el gobierno, al
perder fuerza la conducta corporativa, el desencanto, los desencuentros y
los alejamiento crecieron y se refugiaron en liderazgos regionales y locales
que se fortalecieron con la descentralización político administrativa que se
implementó en este lapso analizado.
Los dos elementos mencionados, al parecer parecen muy simples, pero
la profundidad con que caló en la estructura del sistema de partido y en
la forma de hacer política en Venezuela fue enorme, tanto que rompió
la estructura y andamiaje institucional vigente, obligando a los actores
a buscar otros espacios o a reposicionarse en el nuevo escenario que
estaba conformándose; además, desprendió a muchos grupos humanos de
núcleos partidistas, destrozó los nodos donde se enclavaban las lealtades
y desanudó las protestas reprimidas, ejemplo de ello fue el Carachazo de
1989 y otros brotes de rechazo a la política antipopular instrumentada
desde el gobierno.
A pesar de la gelatinosidad del nuevo cuadro político y social que se estaba
estructurando, los partidos políticos, principalmente los tradicionales,
ADECO y COPEI creyeron que era una crisis más de las que había vivido
Venezuela, pero no la eclosión que más tarde vivieron y no pudieron reac-
cionar ante ella; sólo algunos movimientos del ajedrez político se dieron,
pero la decisión era desatinada porque la realidad no era la misma.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Intentos por armar nuevos partidos, amalgamiento entre ADECO y COPEI,


construcción de piezas discusivas populistas y recuperadoras de demandas
sociales añejas eran intentos vanos, cundo todo ello contrataba con la polí-
tica neoliberal y la irresponsabilidad del Estado ante el crecimiento de la
pobreza, desempleo y hambre que crecía día tras día.
Algo interesante de analizar en esta coyuntura del quiebre institucional y
de la forma de hacer política son varios hechos políticos que marcaron la
crisis a los partidos políticos tradicionales, y el fin de los liderazgos corpo-
rativo fue la pérdida de soporte de la Confederación de Trabajadores de
Venezuela (CTV) con los partidos y viceversa. A ello se le suma los bloqueos
que otras instancias institucionales, universidades, empresarios, sindicatos
y otros organismos hicieron contra los partidos, al verlos inutilizados y de
poco servicios a sus intereses, los dejaron en su agonía.
Quizá hoy algunos se arrepientan de esa conducta sumida, pero en su
momento lo hicieron y dieron al traste con las aspiraciones reagrupacio-
nistas de las organizaciones partidarias.
El escenario ya no era el mismo, todo había cambiado, los partidos en crisis,
el sistema bipartidista refugiado en el ayer, los líderes desesperados, los
empresarios buscando el soporte político que les permitiera hacer y vivir de
la misma manera, las sociedad civil anhelando un cambio, y los movimiento
sociales y populares desatados y sin control alguno.
Dos caras de una misma moneda se ofrecía a Venezuela, cambio con más
de lo mismo, neoliberalismo aplicado; o cambio con nueva Constituyente.
Se optó por la segunda alternativa y con esta actuación colectiva se abría
otro capítulo en la historia del país bolivariano.
Muchos analistas afirman que la transición se acaba en Venezuela con el
fin de bipartidismo y el nacimiento de la nueva Constituyente; otros más
aplicados defienden la tesis de que apenas comienza la transición y ésta no
avizora el horizonte a dónde quiere arribar.
Si la transición es un proceso, culmina cuando algo, lo viejo, se altera y
deja de ser exactamente lo que venía haciendo, dicho en otras palabras,
cuando se da una alternancia en el poder en un sistema unipartidista como
era México o bipartidista como Venezuela, los bolivarianos pueden decir,
estamos en el fin de la transición y ahora nos dirigimos hacia una democra-
cia extensiva, como le denomina Garretón, la cual no es regresiva, puede
ser lenta, algunas veces se estanca, pero no vuelve aplazado.
Creo que Venezuela se encuentra en este proceso, la transición culminó
y ahora se inicia un proceso de recomposición institucional, arreglos inte-

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ractorales y creación de nuevas reglas del juego para reposicionar actores,


construir escaques, nuevas alianzas y construir horizonte, porque éste no
se ofrece de manera fortuita, se edifica con las aspiraciones políticas, los
deseos ciudadanos y las capacidades de los rublos y sus gobiernos para
dibujarlo.
Para que haya horizonte claro es necesario transitar por el camino del
diálogo, la tolerancia, establecer los arreglos institucionales y redundar los
partidos políticos.
El diálogo no es el punto de llegada de la crisis, es el principio de un largo
proceso que llevará a instaurar las nuevas reglas del juego y un acuerdo de
arreglo institucional que tendrá que irse consolidándose mediante la refun-
dación de los partidos políticos, incluyendo el Movimiento V República, si
es que Chávez y sus seguidores pretende seguir en la política; porque hasta
ahora la organicidad que muestran las bases de apoyo del chavismo es
endeble y la de los partidos mucho peor, para lo cual tendrán que dejar se
ser fuerza de apoyo de gobierno y concentrarse más en trabajo orgánico
partidista. ADECO y COPEI, deberán centran mayor atención a la estruc-
tura orgánica y nuevos liderazgos, elaborar programas y plataformas de
gobierno, y dejar de sobredimensionar la figura de Chávez como también
dejar de actuar en función de lo que el gobierno hace.
Si persiste la debilidad de los partidos, el gobierno de Chávez se fortalece,
pero la democratización se debilita, porque la ciudadanía es secuestrada
por el debate insulso y espectacular de los medios y se le niega una repre-
sentación política necesaria en toda democracia.
El eclipsamiento de la sociedad civil al margen del debate nacional podría
dejar a los partidos políticos sin base real y sólo con contingentes amorfos
que dan poco interés a las elecciones, propiciando un elevado abstencio-
nismo.
Para evitar el estancamiento del proceso democratizador, es necesario
presionar a los partidos para que dejen de ser ovejas de rebaño y actúen
con seriedad ante el reto que les pone la sociedad venezolana, ofrecer
mejor organicidad, participación ciudadana en las decisiones, elección de
candidatos de cara a la sociedad, rendición de cuentas y responsabilidad
ante la nación y la sociedad.
Es hora del diálogo y de refundar los partidos, porque la sociedad aspira a
un horizonte democrático y esperanzador.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Déficit de virtudes cívicas. Impasse para el diálogo

Si concebimos las virtudes cívica como las cualidades que facilitan a una
persona o político para que lleve a cabo dignas y comprometidas empresas
con el fin de alcanzar la magnificencia, la notoriedad y el honor; por tanto
allana el camino a un gobernante para gestionar y operativizar acciones
que lo aproximen a lograr los más generosos propósitos y a solventar
algunas de las peticiones más requeridas por la sociedad. Estas virtudes
no están presentes en la conducta de los actores políticos venezolanos,
porque las virtudes tienen que ver con los valores y éstos con las creencias,
las normas, las reglas y las convicciones que funcionan como elemento
adhesivo al interior del grupo o colectivo; asimismo es núcleo matricial
de donde parten los principios que regulan las relaciones con el exterior,
ya sea con otros grupos, con el gobierno, con los partidos políticos y todo
aquello que integra el espacio público.
Los valores asumidos por los verdaderos políticos son las ideas fuerza que
dan cuerpo y conciencia a la actuación colectiva del grupo en el ámbito de
la política, de ahí que su noción de democracia, de participación, de poder,
de cooperación y de tolerancia esté fundamentada en sus vivencias, en su
acervo de vida, de los acontecimientos cotidianos y de los acuerdos intra
e intergrupales, lo que la hace que sea distinta y distante de la cultura
política tradicional, practicada por los partidos políticos, y que hoy día se
reproduce en Venezuela y pone en riesgo la convivencia interactoral.
Las prácticas políticas que ahora se muestran en el espacio público vene-
zolano son producto de las conductas, hábitos, costumbres que desde
décadas atrás han conformado la red de interacciones que se dan en el
interior de los partidos tradicionales y en sus relaciones con otras asociacio-
nes; el conjunto de ellas suma la experiencia colectiva, misma que estruc-
tura la memoria histórica de los grupo, que con su actuación, alimenta
significativamente la maltrecha cultura política del todo social, dotándola
de un sello intolerante, contestatario y antipolítico.
Es por ello que el conjunto de actos cotidianos de ofensas, diatriba, señala-
mientos, acusaciones, exclusiones y provocaciones van distorsionando, en
el transcurso de la vida del colectivo, su identidad, dotando de una lógica
sin sentido las acciones sociales, deteriorando las formas de cooperación,
borrando el perfil organizacional de todo gremio y nutriendo una autono-
mía falsa de los ciudadanos frente al otro.
Con estas acciones buscan evitar que crezcan las tomas de decisiones indivi-
duales y colectivas, que aparezcan liderazgos al margen de los tradicionales

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y se les delegue a ellos las facultades para organizar los eventos moviliza-
dores, la dirección del mismo y las negociaciones con el gobierno.
En síntesis, se puede decir que en Venezuela está ausente una cultura polí-
tica que revalorice la cotidianidad, dado que de ahí surgen los proyectos
y aspiraciones reivindicativas; también está lejana de todo acto y acciones
que se interese en la consulta, los diálogos y los acuerdos para incidir en la
toma de decisiones y en los asuntos públicos; y apartada de todo proceso
que construye cuerpo simbólico para reafirmar la identidad e intereses
colectivos y que renueve la utopía para que guarde un correlato con los
símbolos, las demandas, las acciones y la vida de otros grupos en situación
semejante.
Sin embargo, la matriz de la nueva cultura política, la que se requiere, no
está alimentada ni asumida por los partidos políticos venezolanos, tampoco
por agentes del gobierno y muchos menos por los medios de comunicación
y empresarios, quienes han plagado de intoxicación discursiva a la socie-
dad civil sin permitirle que ella realice sus reflexiones y actúe de acuerdo
con su capacidad y potencialidades.
Los que nutren a la incipiente cultura política en estructuración son los
actores emergentes, los insumisos, los sujetos que actúan al margen de las
estructuras, en las radios comunitarias, en los barrios que si bien es cierto
no tienen la cobertura social y promocional, en su espacio local la ponen en
práctica de manera cotidiana y hacen suyo algunos programas de gobierno
e imprimiéndole el sello popular.
Otro aspecto que se encuentra en entredicho son los valores de la política,
dado que el vaciamiento de la política y el uso utilitarista-electoral/-mediá-
tica que hacen los “líderes” de los partidos políticos, agentes de gremios
empresariales y algunos militares han coadyuvado notablemente para que
la apatía ciudadana crezca desmesuradamente.
Hay que tener presente que dicha apatía y el descrédito no es de la ética,
sino de los actores que actúan de espaldas a ella; además, ellos mismos han
procurado de manera perseverante, de producir un lenguaje de la moral
y de la política que desplaza y oculta a la política en sí. Esto se explica de
la siguiente manera: la política, en manos de los actores políticos, no está
interesada en los aspectos analíticos que conlleven a descubrir alternativas
para resolver aspectos de pobreza, déficit educativo, salud y de tecnolo-
gía nacional, sino más bien en los requerimientos normativos, buscando
con ello que la sociedad sea sometida a un conjunto procedimental que
todo lo reduce a normas, leyes, reglas y acciones en función de lo que está

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registrado como tal y que beneficie a los interesados en vivir de la cosa


pública.
De esta manera, la sociedad civil en este proceso transicional y cargado de
conflicto, queda abandonada y desprotegida, pues la justicia no se lee ni se
entiende por su contenido, sino que su aplicación se sujeta a procedimien-
tos normativos que dicen acercarse a un acto justo, donde se reconoce a
un sujeto de derecho, pero en la realidad no hay recursos, oportunidades
ni acciones que le permitan apropiarse de esos derechos.
Ante esos sucesos, la política venezolana debe formatear el patrón vigente
y recargarlo de valores éticos que la lleven a situarse en lo que Aristóteles
denominó “la vida buena”, no sólo para administrar con justicia y apegarse
a los valores que la sustentan, sino que liberen a los individuos gobernados
para que se reapropien de sus facultades orgánicas, participativas e inven-
tivas, y construyan lo posible y lo realizable en un mundo amplio para los
inversionistas, pero restringido para los ciudadanos.
Está obligada a brindar la oportunidad a los ciudadanos para que se resi-
túen en el nuevo escenario y desafiar al gobierno para que el manejo de
los programas públicos se dirija a mejorar todo lo anterior, a superar lo
que se hizo anteriormente, con la perspectiva de que todos los problemas,
quizá no se resuelvan; pero la opción de abrir mejores perspectivas para el
futuro es inevitable y posible de construir en un mediano plazo.
Ahora, si a ese programa de gobierno lo apuntalamos con valores éticos,
aflora la responsabilidad, que no es más que una actitud y un compor-
tamiento que responde a lo que le compete a cada funcionario, a cada
gobernante y, en su totalidad, al buen ejercicio de la democracia plena.
Diálogo, corresponsabilidad y ética son aspectos ausentes en la política;
mientras ello siga su curso, difícilmente se resolverá el conflicto venezo-
lano y mucho menos la política recuperará su papel protagónico para
mediar, resolver y dialogar, y de perdurar. El costo social y el detrimento
de las instituciones será elevado.
La desciudadanización como riesgo de la democracia naciente

Otro fenómeno que toca a las puertas de la democracia venezolana para


atemorizarla es la tendencia incremental de la desciudadanización, cuyo
proceso se inicia con la acelerada pauperización y reducción de derechos
que el neoliberalismo viene dejando a lo largo de su camino desde la
década de los ochenta a la fecha, aunque cada día que pasa, como Colom-
bia, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay y toda el área centroamericana es

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más drástico y dramático que lo acontecido en otras naciones, debido a


que las privatizaciones, cierre de empresas públicas, el abuso del capital
golondrino, los negocios de bolsas, el desempleo y flexibilidad laboral está
desalojando del terreno de la sobrevivencia a millones de trabajadores.
Este fenómeno en Venezuela tiene un agregado más, la lucha intestina
entre el gran capital y el gobierno que también ha incidido para que
aumente el número de los sujetos sin derechos.
Los sujetos sin derechos no es una nueva categoría “snob”, sino el producto
de las políticas discriminatorias que los gobiernos y los dueños del capital
de nuestra región vienen impulsando para negar las conquistas laborales,
rehusar los requerimientos básicos para la sobrevivencia y nulificar todo
aquello que sea público y estatal, para convertirlo en privado, exclusivo y
alejado de la intervención del Estado. La desciudadanización es el proceso
por el cual los ciudadanos, en especial los excluidos, pierden la confianza
en las instituciones democráticas, económicas e impartidoras de justicia.
A través de la desciudadanización podemos analizar los procesos recientes
y crecientes de exclusión de una gran parte de la población de sus anti-
guos derechos sociales. Pérdida de empleo y escasa o nula expectativa de
obtener un trabajo estable con cobertura social, pérdida de la vivienda,
dificultades para el acceso a la salud y deterioro de la calidad de la ense-
ñanza; pobreza extrema que afecta sobre todo a los niños y sus madres,
disminución de las condiciones mínimas de igualdad, de igualdad no en
un sentido radical marxista, sino, en el sentido del acceso a bienes socia-
les esenciales en una sociedad moderna y democrática como es la educa-
ción, salud, trabajo, vivienda y protección a la vejez. La vulnerabilización
de todos esos derechos civiles, políticos y sociales, y los desplazamientos
migratorios internos en busca de trabajo o mejor vida, nos arrima a la pla-
taforma de la desciudadanización.
La desciudadanización ―vista sí― es un fenómeno político que se ve
acrecentado, tanto en los países que aún no concluyen su transición: Vene-
zuela y Perú, como en los países que lograron reingresar en el proceso
democrático. Esta situación nos conduce a plantear la existencia de una
democracia formal, procedimental, en tanto la democracia sólo se afirma
en su dimensión institucional ―por lo menos en el plano nominal―, en
el evento electoral pero no avanza en su fase funcional y de contenido,
tampoco trasciende a los ámbitos de la participación ni en la rendición de
cuentas, pudiendo todo ello originar un retroceso ciudadano en el sentido
de apatía y escepticismo. Lo cual se demuestra con las cifras de abstención
en cada proceso electoral.

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Ahora bien, la democracia se carga de contenido mediante la participación


ciudadana, la cual constituye y muestra el grado de cultura política que
goza una sociedad. Si la acción ciudadana no se ejerce, la cultura política
no progresa ni se consolida, por lo que la democracia no tendría posibili-
dad de superar el estadio primario de formalidad, abriendo cada vez más
la brecha entre representación y participación (Pastore, 1998).
La experiencia latinoamericana, en los últimos 25 años, nos arroja resul-
tados devastadores, si bien se consolidó una transición política, ésta no
ha sido suficiente, puesto que las restricciones que el neoliberalismo
le impuso hizo que la ciudadanización política resultante de esa etapa
transicional fuese acompañada por una implacable “desciudadanización
económica y social”, comprometiendo gravemente la legitimidad de las
incipientes democracias de la región (OSAL, 2000).
Bien sabemos que la ciudadanía activa y participativa en los asuntos públi-
cos es la columna vertebral y condición indispensable para que exista
democracia; la desciudadanización es el factor determinante para que ella
no exista o deje de existir, por tanto, apremia reactivar todos los disposi-
tivos necesarios para que no siga deteriorándose la incipiente democracia
que tenemos.
En síntesis, la ciudadanía venezolana requiere de condiciones políticas:
libertad de expresión y de asociación, garantías individuales frente al ejer-
cicio del poder del Estado y condiciones sociales de igualdad social, auto-
nomía frente a los partidos políticos y desencapsulamiento de la órbita
mediática. Si a la democracia se le restan estos ingredientes, las condicio-
nes sociales básicas para la constitución de una ciudadanía política, inde-
pendiente y autogenerativa son precarias, pero son el ambiente ventajoso
para producir relaciones clientelares y enclaves culturales que dañan a la
política y consubstancialmente a la democracia.
La multitud como actor social sin cuerpo orgánico

En los últimos diez años se ha desatado un comportamiento insumiso que


en décadas anteriores también había aparecido, pero en los años sesenta
y setenta no se les conceptualizaba como multitud, sino como pueblos,
cuya vanguardia era asumida por fuerzas armadas revolucionarias del
momento; tal fue el comportamiento del pueblo nicaragüense, el salvado-
reño y en algunos momentos en Colombia y Perú.
El hecho de que una fuerza beligerante se colocara al frente de esos movi-
mientos multitudinarios, le asignaba una entidad de “pueblos insurgen-
tes” o se le adjetivizaba como sandinista, comunista, farabundista, etc.,

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pero no hubo la preocupación en ese tiempo de conceptuar con mayor


rigor la lógica de acción colectiva que comportaban, porque eran muchas,
multidiversas y convergentes, en algunos casos, distantes en otros.
Esa multitud se diluía, en los análisis de la época en la categoría pueblo,
articulada a nación y Estado, las tres denotaban al pueblo, mismo que
planteaba una lucha por la liberación nacional. A fin de siglo nuevamente
aparecieron los actos y las acciones multitudinarias en Argentina, Bolivia,
Venezuela, Ecuador y Uruguay, sólo que esta vez la categoría pueblo se
encontraba en desuso, la sociedad no era vista como un todo homogéneo,
sino que al interior convivían diversas franjas sociales que daban cuerpo a
la heterogeneidad.

La multitud de hoy es un cuerpo semiorgánico, la gelatinosidad de sus


estructuras se debe a que su naturaleza es convergente, a ella llegan y se
asocian de manera perentoria múltiples actores, casi siempre autoconvo-
cados ante una situación que pide o exige el concurso de todos. Todos los
que a ella llegan son sujetos que no creen en las mediaciones ni se sienten
representados por los partidos políticos ni ligas o asociación alguna, ven
la acción directa como el recurso más eficaz para obtener su demanda o
hacerse sentir en el espacio público.
Son sujetos desgajados (Salazar, 2003-B) que conviven y sobreviven en los
barrios, chabolas, cantones, comunas y comunidades marginales propias
de la fragmentación urbana que en medio de su estado de subsistencia, se
asocian, arman redes, intercambian experiencias y se aglutinan en forma
de multitudes; lo cual le da un carácter deliberativo y actuante, en la
medida que asume la responsabilidad de llevar a cabo una acción directa
para protestar, marchar, movilizarse, bloquear calles, montar un piquete o
confrontar una medida gubernamental.
No todas las multitudes son iguales, las acciones desarrolladas por la Coor-
dinadora del Agua en Bolivia son más contundente y con mayores recursos
orgánicos que las movilizaciones de los Piqueteros de Argentina, y esa dife-
rencia está marcada en que en Argentina como en otra partes de América
Latina, se le apuesta al asambleísmo prolongado y a la horizontalidad deli-
berativa y decisional, como una muestra de que no son copia de los parti-
dos políticos tradicionales de estructuras piramidales donde el liderazgo se
agotó para este tipo de organizaciones de masas. En el caso venezolano,
las multitudes tienen un tinte político, son en su mayoría segmentos mar-
ginados que han encontrado en la personalidad y gobierno de Chávez un
icono de representatividad o de referencia simbólica.

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La horizontalidad, si bien es un recurso democratizador al interior de las


organizaciones populares, no puede perpetuarse y ejercitarse en todo
momento y ante cualquier circunstancia, porque hay coyunturas, puntos
de inflexión en donde hay que decidir, asumir el riesgo y la responsabilidad
de dar una orden o tomar la iniciativa, y en el instante que de hacerlo, no
puede convocarse a la horizontalidad deliberativa y consensual.
Esta ha sido la debilidad de los comportamientos multitudinarios; por
apostarle a la democracia interna han renunciado a un programa y han
perdido la visión de poder; por renunciar a un liderazgo han caído en la
amorfosidad y con ello la pérdida de sentido de sus luchas. Si las multitudes
mantienen esa actitud y se niegan a recuperar atributos de los movimien-
tos sociales y de los grupos armados insurgentes (programa, liderazgos y
búsqueda del poder), su vocación excesivamente democratizadora los van
a destruir, pero aún más, sus actuaciones pueden colapsar un andamiaje
institucional y reventar las estructuras de la democracia que se está edifi-
cando en la medida que la represión estatal y las presiones de los medios
de comunicación y agentes económicos del gran capital los criminalicen
por los actos y desempeños de las multitudes.
Las multitudes aisladas no van a subsistir, pero tienen la opción de armar
ligas, redes asociativas y trabajar en varios frentes o aristas, algunas veces
organizadas en asociaciones barriales, otras en defensa de los servicios
públicos, sin desdeñar la posibilidad de estar en el poder participando en
las elecciones, colocando parlamentarios, alcaldes, gobernadores, constru-
yendo liderazgos comunales, universitarios, etc., con el fin de dotarla de lo
que hoy carecen, de un programa, una vocación de poder y liderazgos que
marquen la pauta de la nueva democracia por construir, desde abajo. Si se
quedan como están, el mayor riesgo que corre la democracia es que renun-
cia a un sujeto que potencialmente puede transformase a sí mismo, pero a
la vez empujar a la democracia del lugar en que se encuentra estancada.
Si en Venezuela no se le da cuerpo orgánico a las multitudes, sus accio-
nes pueden aparecer como actos vandálicos, de violencia tumultuaria sin
sentido, achacándole los costos a los Círculos Bolivarianos o a las hordas
chavistas, que no son más sujetos sin derechos que ven la oportunidad
de manifestarse en los espacios públicos, aun cuando no tengan reconoci-
miento ni organicidad de partido político.

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Valores necesarios para resolver el conflicto

La tolerancia, la inclusión y la autonomía

La tolerancia es un valor ético de la democracia, una virtud cívica en cuanto


nos remite a una convivencia y sociabilidad pacífica, donde intercambian
opiniones distintos actores con ideologías, creencias y prácticas políticas
disímiles.
Casi siempre que se aborda el estudio sobre la tolerancia, se remiten, la
mayoría de los autores, al problema de la verdad, o a la inexistencia de
una verdad absoluta, por ello hace referencia a la relatividad de la verdad
(Cisneros, 1996; Fetscher, 1994).
La tolerancia es parte de un discurso sobre la naturaleza de la verdad,
pero una verdad confeccionada por distintos tejedores que en un espacio
común, dialogan, confrontan y resumen distintas verdades relativas, hasta
asistir a un evento de síntesis que les permite mostrar a la luz pública la
prenda fabricada, bajo el principio de la tolerancia.
Entonces tolerancia es convivir bajo el paraguas del respeto recíproco en
un mundo en que no existen valores comunes que determinen la acción
en las distintas esferas de la vida, y en el que tampoco existe una realidad
única idéntica para todos (Berger y Luckmann, 1997).
Esta distinción nos permite reconocer que la tolerancia se recrea en la
diversidad de actores y opiniones y, por lo tanto, se moja en las aguas de
la pluralidad, que hace parte del océano de la democracia ampliada. Tole-
rancia es un reclamo de las comunidades étnicas, de las organizaciones
comunitarias, de los grupos sociales y de los demás cuerpos políticos que
pululan en Venezuela.
La tolerancia como virtud cívica puede cambiar el imaginario de los actores
en el conflicto venezolano, donde la versión de amigo/enemigo no es más
que verse hoy bajo la irreductible focalización del exterminio como con-
dición básica para la existencia del yo; a cambio de aceptar la tolerancia
como parte substancial de la vida política, la versión cambia y el otro no
es enemigo, sino adversario que no es más que el otro con derechos, pero
con la posibilidad de conflictuarse en un espacio común, sin que exista ni
medie la intención de eliminación del contrincante.
Reconocer la existencia de la diversidad y del otro, es un avance signifi-
cativo, como también abrir un espacio para que la tolerancia se asome y
se quede orientando las acciones futuras, tanto de los dirigentes de los

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partidos tradicionales como los de nueva creación y aún los agentes que
asumen responsabilidades de gobierno. Algunos creen, en este primer
inicio de la tolerancia, que aceptarla es un acto de soportar al adversario o
al otro que no es igual a mí; pero no es así, porque justamente lo diverso
es un dato irrenunciable de nuestra misma socialidad (Cisneros, 1996) y
una condición necesaria para sujetos que viven en pluralidad, aceptando
a otros con diferentes creencias, otras opciones políticas y preferencias de
credo diversos.
Entonces tolerancia guarda fronteras con libertad, la libertad mía y la del
otro, por ello se debe asumir una actitud mental de que en un macro domo
social, la tolerancia es aceptar que la libertad de un individuo no termina
donde empieza la libertad del otro. Más bien, la libertad del otro consti-
tuye, hoy por hoy, la principal condición de la propia libertad (op. cit.).
Otro aspecto de la tolerancia, es que es un canal que conduce a la cons-
trucción de consensos, indispensables para ejercer un buen gobierno o
mantener la gobernabilidad; pese a ello, no apaga, ni destierra el disenso,
puesto que éste sigue existiendo y ocupando un espacio en la vida política,
actuando como voz crítica o censura con licencia que se opone a toda arbi-
trariedad o acción mayoritaria en detrimento de una minoría que disiente.
Tolerar es el verbo que más pronombres tiene y deben conjugar todos los
actores de la política de fin de siglo.
A la tolerancia individual se le suma en el camino democrático, la toleran-
cia pública que va más allá de la ciudadana, porque exige a los actores y
cuerpos políticos a dialogar entre grupos sociales, entre asociaciones, entre
unidades colectivas y comunidades; asimismo, al gobierno le toca el turno
de aceptar y practicar el diálogo con comunidades étnicas, grupos de des-
plazados, de género, entre otros, ampliando a otros campos de la esfera de
la vida social, la búsqueda de acuerdos y la aceptación de las diferencias.
La inclusión es otra virtud cívica, es escaque fundamental en el tablero
de ajedrez que está fabricando la ciudadanía moderna. Si es aceptado
por casi todos los analistas políticos que la sociedad está ocupada y cons-
tituida por actores sociales con posibilidades de autodeterminación; con
capacidad para intervenir mediante un intercambio racional en el mercado
político y en los espacios públicos; con pleno derecho a tener derechos
en el plano social y jurídico; y con acceso a información y conocimientos
para insertarse con mayores oportunidades productivas en la dinámica del
desarrollo (Calderón et al., 1996); entonces es inaudito que se cierren las
puertas a la participación plural y a la inclusión del otro en las tareas que
son propias del espacio público o de gobierno.

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La inclusión es parte constitutiva de la participación plural, es el intercam-


bio de experiencias que dan lugar a la formación de nuevas comunidades
de sujetos, de nuevos lazos identitarios y, por ende, a una nueva fuente
generadora de sentido, si tenemos en cuenta que el sentido no existe en
forma independiente, sino que se forma a través de referencias y relacio-
nes intercambiables de experiencias y de acumulación de conocimiento
que sedimentan el acervo social de la inteligencia colectiva.
Aceptar la inclusión en las tareas de gobierno y en la gestión pública, es
darle sentido a las acciones hacia un fin preconcebido; concederle la opor-
tunidad a los actores involucrados a que construyan su propia utopía, anti-
cipen una condición futura y evalúen su deseabilidad y su urgencia, como
también los pasos que habrán de dar para hacerla posible; el sentido de las
acciones, en el acto, se configura por su relación con el propósito, y una vez
concluido, sea un éxito o no, pueda ser evaluado y capitalizado como expe-
riencia para el acervo de su conocimiento (Berger y Luckmann, op. cit.).
Si reconocemos que muchos de los problemas que padece la sociedad vene-
zolana no se pueden resolver con la sola iniciativa del gobierno, la inclu-
sión de las asociaciones y grupos de interés colectivo que se desenvuelven
en el ámbito local y comunitario, pueden prestar una valiosa ayuda y una
coadyuvancia para encontrar soluciones consensuadas; además, si reco-
nocemos que ellas han actuado y lo siguen haciendo, como mediadoras
entre las instituciones de la sociedad y los individuos, cumpliendo un rol
de gestoría y de defensa ciudadana, son claramente instituciones interme-
dias, que en palabras de Berger y Luckmann, contribuyen a la negociación
y objetivación social del sentido.
En síntesis, la inclusión es un ingrediente de la democracia ampliada que no
se puede dejar de lado, menos en los partidos políticos que buscan reposi-
cionarse en un escenario cargado de incertidumbre y de poca credibilidad;
donde algunos de los actores se están estructurando o transformando
para insertarse de nueva cuenta en la nueva realidad. Si se participa en el
escenario recién construido con una vocación plural, tolerante y abierta a
la inclusión, es muy probable que la democracia se rejuvenezca, pero si se
actúa bajo la lógica de los partidos tradicionales, no vale la pena intentar
una reflexión sobre el caso, porque los logros serán nulos.
La otra virtud es el respeto a las autonomías, que se desprende del mismo
desenvolvimiento que ha tenido la ciudadanía moderna, al momento que
se genera un proceso de redefinición de identidades y de pertenencia
grupal en los ámbitos locales, de barrios, de grupos religiosos, étnicos,
comunitarios y vecinales.

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Al momento que la política de descentró, la incertidumbre llegó y se


quedó en el horizonte ciudadano, y los problemas se remultiplicaron,
el Estado, menos los partidos políticos, tampoco los militares estaban en
condición para responder al ramillete de interrogantes que la ciudadanía
se planteaba; sin embargo, de manera sorda, pero eficaz, los movimientos
sectoriales, vecinales, comunitarios y ONG no se amilanaron, asumieron
como un desafío el nuevo escenario y allí se insertaron, trabajando y reno-
vando identidades, elaborando un plan de acción, construyendo acciones
colectivas y traslapes identitarios hasta ocupar parte del vacío dejado por
los partidos políticos y el mismo Estado.
La eclosión de un nuevo elenco revelador de actores sociales fue presio-
nando a la sociedad para que se aceptara, no sin vencer obstáculos, una
democracia cultural, que admite el pluralismo cultural y los derechos de las
minorías; además, exhibió de manera contundente, que la sociedad con-
temporánea, situada en los cruces de la globalización y el neoliberalismo,
está abierta a los cambios e intercambios; por tanto ha mutado en diversos
órdenes, lo que ha implicado una transformación radical en sus sistemas
simbólicos, de integración y de aspiraciones políticas.
Hoy podemos decir, sin temor a equivocarnos, que no existe una sociedad
en el mundo que posea una unidad cultural total, y las culturas son cons-
trucciones que se transforman permanentemente con la reinterpretación
de nuevas experiencias, lo que hace artificial la búsqueda de una esencia
o un alma nacional, y también la reducción de una cultura a un código de
conductas (Touraine, 1997).
Indudablemente a la democracia cultural, la cual tiene como signo el
reconocimiento de la diversidad entre las culturas, la aceptación de la plu-
ralidad de intereses, opiniones y valores, sin llegar a construir un mundo
cuadriculado, sino con canales intercomunicativos que asuman la forma de
diálogo y tolerancia, hasta que los desemboque en un respeto absoluto a
las autonomías grupales y comunitarias.
Las autonomías existen y deben respetarse, pero a su vez incluirse en
planes de trabajo de beneficio común, sin que violente su régimen autonó-
mico, simplemente, a través de la comunicación inter-comunitaria se abre
esa posibilidad de colaboración. Esta participación recíproca se da en un
ambiente de democratización dialogante (Giddens, 1996), que no es más
que formas de intercambio social que pueden contribuir de forma sustan-
cial, quizá hasta decisiva, a la reconstrucción de la solidaridad social.
Algunos creen que la autonomía conduce a una proliferación de derechos
y multiplicación de intereses; pese a ello, existen aclaraciones convincentes

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que aseguran que no es así, porque lo que está sucediendo es algo que se
aproxima a un cosmopolitismo cultural que sirve de cimiento a las relacio-
nes entre autonomía y solidaridad, estimulando una democratización de la
democracia (Villoro, 1997; Giddens, 1996, op. cit.).
La democracia dialogante se practica en un espacio público, no en los
medios de comunicación, pues es el mejor marco para convivir y aceptar al
otro en una relación de tolerancia mutua; el diálogo que prevalece como
vínculo inter-autonómico ―anota Giddens― debe interpretarse como la
capacidad de crear confianza activa mediante la apreciación de la integri-
dad del otro. La confianza es un medio de ordenar las relaciones sociales a
través del tiempo y el espacio. Sostiene ese silencio necesario que permite
a los individuos o los grupos seguir con sus vidas sin dejar de mantener una
relación social con otro u otros.
En síntesis, tolerancia, inclusión y autonomía, son tres núcleos que posi-
bilitan la convivencia, la articulación y el trabajo conjunto; situarse a las
espaldas de estos tres manantiales que emana la democracia del siglo XXI,
es vivir de espaldas a la realidad y transitar en sentido contrario al desa-
rrollo de la sociedad; aquí reside la voluntad de cambio que tendrían los
sujetos políticos venezolanos, como también el número de aperturas y arti-
culaciones que las nuevas unidades políticas tendría con los demás cuerpos
políticos que son parte de la sociedad venezolana del siglo XXI, hacer caso
omiso, es tratar de detener un cambio a la fuerza, desatando la violencia o
aplazando el futuro de ese país.

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L A FE DE LOS TRAIDORES. L A CIUDADANÍA PERVERTIDA

Miguel Ángel Campos

Si la frase de Juan Vicente González ante el ataúd de Fermín Toro puede


leerse como un réquiem de las virtudes individuales, la admonición de
Briceño Iragorry en la que invita –en una acción no menos finalista que
la de González– al mea culpa necesario ante la tierra arrasada, pudiera
entenderse como el fracaso más o menos definitivo del proyecto de nacio-
nalidad. “Venezuela, más que de acusaciones personales, está urgida de un
mea culpa”. Tras el fin de las posibilidades que encarnan en los hombres
advino la fase de disolución de los valores de la gens, largo período que
debiera fijarse entre los inicios de la República y el exceso cargado de
buena fe de la ilustración guzmancista, lo que vino después pudiera consi-
derarse tan sólo como la errancia de los desheredados, de quienes lo per-
dieron todo en el juego de adivinar el futuro. Si 1953 es una fecha tardía
para aquella invitación, el hecho de que hoy siga plena de actualidad no
puede menos que significar un exorcismo. Ya no una invitación grave, ya
no la angustia del observador privilegiado, sino el llamado desgarrado que
busca paralizar por un segundo a la masa sonámbula para que vea la luz
que ciega arriba en el cielo.

El afán de construir la genealogía moral de la venezolanidad lleva a


Briceño Iragorry a encarar nuestro proceso desde la perspectiva de la for-
mación de valores. Lo histórico sólo le interesa en cuanto escenario donde
unas voluntades se exponen y evolucionan, y estas, como se sabe, no son
sino conclusiones éticas, acuerdos del espíritu, en el sentido hegeliano,
cuyo alcance está más allá de las normales coyunturas que la política y el
Estado imponen, especialmente en nuestras sociedades frágiles y en cons-
tante refundación. Su indagación parte de la autonomía y tradición de lo
que llama el “bien común”, ir al punto nodal de las autodeterminacio-
nes depara siempre la grata verificación de las continuidades, lo orgánico
reapareciendo como recompensa para el investigador que ha elegido sus
desvelos desde la pasión y no desde la demagogia.

Los valores que adquieren mayoría de edad en el civilismo colonial, la cons-


titución de los grupos sociales que se identifican con aspiraciones estables
que remiten a un imaginario de patria, pueblo, cultura; la tierra como
matriz que moldea aquellas emociones civilistas, son estos los verdaderos

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movilizadores del análisis que busca ceñir la saga de una sociedad, en ellos
radican sus pulsiones definitivas.

En los hechos dirimidos públicamente se reflejará, justamente, aquel con-


dicionamiento, pero es inútil –podría decirnos– tratar de comprender los
motivos de los actos de poder, los abandonos y la sumisiones, la infamia
y la barbarie, y por supuesto los acuerdos, el consenso, sin otear en lo
profundo, en los momentos de fundación que suelen ser invisibles y estar
replegados, como lo ha enseñado el análisis freudiano. Porque sabe que
las abstracciones que no se nutren de paradigmas terminan siendo catego-
ría vacías, nos remite siempre a un prototipo, sea de conducta colectiva o
personal, de actitudes o elecciones, quiere así mostrar las recurrencias, el
hilo de continuidad de una manera de ser. Nos alerte con la sustitución que
hace Páez de Dominga Ortiz por Barbarita, elabore el perfil del arribista
y traidor como en Casa León o exalte las condiciones tutelares del bien
común en Heredia, querrá siempre recordarnos el carácter articulador de
las fuerzas orgánicas, ellas permanecen como en una latencia y cuando se
requiere una apelación ellas emergen aparatosas para definir, configuran
y reconfiguran en un ritornello infalible.

En una exacta delimitación, y de acuerdo a aquel ritmo, era previsible que


Paéz, por ejemplo, de líder de huestes libertarias pasara, sin mayor trauma,
a mantuano, nuevo rico desvelado por las maneras urbanas. Aquí tenemos
ya el primer acto de la patología que Briceño Iragorry quiere mostrarnos
en su ensayo “La traición de los mejores” (fechado en san José de Costa
Rica en enero de 1953, recogido en libro en 1958), frase casi sentimental
capaz de iluminar aquellos espacios donde el país ha sacrificado su ino-
cencia. Donde la historia institucional e ideologizante ha pretendido ver
condiciones objetivas, la mirada incisiva pone en primer plano la miseria
de unas debilidades, la omisión culposa o simplemente la justificación
que intenta revestirse de moralismo familiar –como es el caso del escritor
tribuno que dijo prostituirse él para evitar que sus hijas lo hicieran mañana
por hambre.

El ocaso del civilismo también parece encontrar su escena en la sustrac-


ción de Juan Vicente González tras el llamado fusilamiento del Congreso
(1948), en su pusilaminidad al reaparecer como secretario de una Cámara
de Diputados teñida de sangre, el escritor incisivo y fulminante se torna
en amanuense de la infamia, aun cuando aquella asamblea representara
los intereses de una aristocracia. El hecho es que después de la muerte de
Santos Michelena no podía ser sino una pantomima o una infamia, fue el
último acto público de alguien que había nacido signado por la disputa

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del foro. “Aquel día le faltó el valor cívico con que sabía suplir la carencia
de arrojo personal”, concluye magistralmente Briceño Iragorry, de aquella
Secretaría saldrá a entregarse como en un acto de contrición a la dirección
de un colegio que llamará El Salvador del Mundo.

“Había, en realidad, urgencia de cambiar la conciencia y la técnica de los


hombres encargados de ejercer las funciones rectoras de la sociedad”, es
casi como una exculpación de la traición de uno de los mejores, cierta-
mente, pero aquel hombre sale literalmente de la ruindad a fundar una
escuela, a poner en ella sus tensiones carbonizadas, quizás por eso la
lenidad del autor, el propio González no habría sido tan piadoso. Todavía,
por lo demás, la escuela podía surgir del desencanto, del desengaño, y
estaba condenada a reproducir tal vez un bien inocuo, como todo lo que
nace no de la rectificación sino del despecho; hoy, arrasada por la mala
conciencia, esa escuela (lo que sea la “escuela bolivariana” del llamado
chavismo, y discúlpeseme teñir de circunstancia lo permanente) emerge,
en momentos de rectificación, como hecho protocolar, vacío informe de
un tiempo de falsas esperanzas.

Asimismo, el igualitarismo aparece como un momento del acuerdo pero


no tanto para explicar la sociedad como para interpretarla desde la imposi-
bilidad de sustentar el esfuerzo de los mejores, tema este que se despliega
en nuestro proceso con una incidencia tremenda aunque poco evaluado,
Lisandro Alvarado le dedica unas páginas legales que no tocan la dimen-
sión sociológica. Los dos grandes descreedores de esta tendencia son sin
duda Augusto Mijares y el propio Briceño Iragorry, el primero lo antologa
en su libro La luz y el espejo, (1956). El segundo parece completar aquella
selección con otra anécdota no menos concluyente, la del negro guapetón
que todas las mañanas se negaba a cederle el paso el presidente Soublette
cuando se conseguían en la misma acera, ante la sugerencia de Wilson,
antiguo edecán del Libertador, aquel interpela al patán y se identifica
como el presidente, recibe la respuesta conocida: “Si, lo sé, pero aquí toitos
semos iguales”.

Por su parte, Vallenilla Lanz asimila el igualitarismo –en él es continuum


sociológico y no tanto característica histórica del pueblo venezolano– a
fuerzas disgregadoras, en su análisis aparece como una compulsión fruto
de la extinción de un centro aglutinador, de allí su alegato a favor del
hombre fuerte, el César capaz de resguardar la sociedad de su autofagia.
Es una respuesta que cruza al alma de la venezolanidad, se siembra y será
frondosa en la vendimia que ha exaltado con insuperable demagogia una
supuesta aptitud para la convivencia, para la comprensión del otro, que en

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el fondo no es sino la ausencia de referentes en los que anclar los signos


necesarios para interrogar el desconcierto, para la reconstrucción que se
precisa de tiempo en tiempo.

Seguramente de ahí viene también esa disposición alegre y despreocupada


que algunos sociólogos del tercer mundo suelen evaluar como una aptitud
para la felicidad, propia de pueblos nuevos sin complejos emocionales,
creemos no obstante que se trata de carencias importantes, necesarias
para la vida social. Se huye de los momentos solemnes, del acuerdo grave,
de lo sentencioso, se eluden las responsabilidades que vayan más allá de
la mortificación de unos días. Es la risa nerviosa de los evadidos, de los que
siempre son recién llegados y escrutan su alrededor como quien busca el
amparo fraudulento, ese que proviene del azar o el malentendido.

No es sino pura superación de complejos raciales de una sociedad menos


homogénea que desarticulada, constituida a pedazos y en esa medida
constreñida a aceptar lo que en el fondo no era su mejor voluntad, lo
demás no es sino el argumento bienintencionado de cierto marxismo. En
este punto, cuando le toca hacer el balance de la gestión étnica de ese
pueblo, Briceño Iragorry duda pero es obvio que debió ceder ante la evi-
dencia escandalosa de las élites venales, esta constatación es lo que lo lleva
a exculpar en última instancia al pueblo y evadir el diagnóstico de su con-
dición, mas no lo exime de cargos en cuanto agente real, su concepto de
crisis abunda en señalamientos en la dirección de la irresponsabilidad y la
ausencia de pasión. Pero la veneración de la ecología de la patria lo mueve,
y diríamos que lo precipita, a prodigarse amoroso a las especies.

“Si algo bueno y generoso ha tenido siempre Venezuela ha sido y es su


masa popular”, es una declaración que no se desprende del análisis sino
de una elección y como resultado de la posición en que han estado ambos:
masas y élites. Aquellas en la expectativa secular, ansiosas y desencantadas,
estas a la caza de la oportunidad, voraces. Incluso, cuando se enfrenta al
expediente en el que existen elementos probatorios, opta por elaborar
la explicación comprensiva, que no comprometa su dictamen con deter-
minismos: “...jamás por sí mismas nuestras clases populares han realizado
actos demostrativos de una psiquis enfermiza”. Para relacionar el “bando-
lerismo criminoso” de la Guerra Federal apelará al argumento del hambre,
así dirá que “la situación de los hombres de los Llanos era una situación de
semiparias, que conducía a la violencia”.

Trata de ser coherente y de evitar las sanciones que él mismo rebatía en


Vallenilla Lanz, atesora lo popular por la vía de una antropología cultural,

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no de la vindicación política, ve más valor en la saga de las comunidades


que lograron tejer una cosmovisión a partir de su contacto con la tierra
que en la herencia ilustrada de las clases dirigentes, sus instituciones y su
urbanismo sintetizador. Sólo un acto final le hará dudar de la pureza de
las masas, de su aptitud para ser la vox dei, intuyó en el discreto respaldo
popular del perezjimenismo una abominación que no se atrevió a denun-
ciar públicamente, podía ver las fragilidades de aquel pueblo pero había
hecho una elección a la que dedicó toda una fundamentación.

En lo que tal vez sea una de sus últimas páginas, febrero de 1958, escribió:
“...debemos esperar la hora en que un sereno inventario nos diga que el
pueblo no ha perdido esta vez el esfuerzo realizado para abatir el terco
despotismo”. Sin embargo, la perspectiva briceniana de la dinámica social
supone la autonomía de los sujetos, cuando construye su categoría de crisis
de pueblo no es para signar con ella un accidente, es para enmarcar un
ritmo, el de la caída interna en este caso, la inconsistencia de una volun-
tad puede así aparecer como el elemento recurrente de la disolución. Una
carencia esencial minaba las bases del proceso y él lo sabía, no era sola-
mente la escasa aptitud de los prohombres, tampoco la tendencia a ceder
ante el botín del Estado, se trataba de otros determinantes, y lo sintetizó
hablando de carencia de sistema. “Un país sin sistema puede calificarse,
dentro de la fenomenología social, como un país sin verdades”.

Esta carencia debía alcanzar a la totalidad del ser comunitario, no se trata


de un vicio eventual, el pueblo aparece allí como corresponsable central,
espectador pasivo la mayoría de las veces pero autorizando con su exclu-
sión de los debates principistas la acción nefasta de las clases dirigentes.
El recelo de estas clases, la abierta sanción que hace de ellas el estamento
protagónico es lo que permitirá que en el análisis el pueblo aparezca
exculpado, conmiserado, justificado por la conducta de sus hombres escla-
recidos: son los doctores, los que han logrado ilustrarse y tener acceso a la
conciencia política del poder, quienes han pervertido nuestro proyecto, un
saber inficionado, sin probidad como lo recordó Bolívar, sería la fuente de
nuestros males –“Se les veía salir de la cátedra universitaria, donde expli-
caban con todo rigor derecho público, para ir a torcer las líneas de las leyes
en los gabinetes ministeriales”.

Es el ritornello del alma escindida, de la genética incapacidad para asociar


destino personal y prosperidad colectiva. “¿Cuál es, en realidad, la causa
de la constante traición de los tenidos por mejores?”, la pregunta busca
una respuesta de largo alcance, un augur que la aclare y en ese sentido la
indagación se hace tensa, de requerimientos ontológicos; los paradigmas,

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

se sabe, no son sino la floración permitida por un orden llámese la tradición


o la tierra como fuente nutricia. “Conciencia de fin” es una frase volandera
pero exacta, aquello es lo que falta: “Carecemos de fe en nosotros mismos,
por cuanto nos falta esa conciencia finalista”. El mea culpa sería entonces
la apelación a una fuerza antidemagógica, el reconocimiento de la orfan-
dad como punto de partida de un inventario.

Si el urbanejismo, “la constitución sirve para todo”, es el contrabando de


los doctores, el igualitarismo es la respuesta que las masas laxas y degrada-
das tienen ante la tarea solemne de la construcción del país: todos somos
competentes, yo tengo el mismo derecho –el expediente lo continúa el
patán analfabeto que al recibir su título universitario, lo primero que se
ocurre es llamar colega al maestro Alejandro Fuenmayor. Si para los docto-
res el Estado era el botín, para las masas lo será la sociedad misma, espacio
informe donde cada quien toma lo que puede y la herencia común termina
en el muladar.

La conclusión previsible de aquel sombrío ideario debía ser la que el propio


Briceño Iragorry consigna en su ensayo, “en Venezuela nada quita ni da
honra”, dice. El tema es recurrente y siempre hay la tentación de acudir a
los juicios sumarios, tienen el encanto de lo definitivo, la virtud de limpiar
de hojarasca y argumentos titubeantes el juicio de los desesperados. Lo
obsedía el enigma de las virtudes comunitarias que habían resultado insu-
ficientes para secretar, como en una tipología botánica, los caracteres de
una tradición del bien común, se aferraba a esa institución señera de la
herencia española –el Cabildo– para constatar que sí había un momento
de armonía en el tortuoso camino de la civilidad, los Alonso Andrea de
Ledesma eran para aquella herencia lo que una sinfonía a la orquesta. Sólo
que la fragilidad también era recurrente, lo colectivo cedía con facilidad
ante al menor descuido, tal y como en el extravío bíblico en el regreso de
Egipto.

Los años que van desde el derrocamiento de Medina hasta el fin del perezji-
menismo no debían más que aportarle la confirmación de la esa incapaci-
dad para sustentar un proyecto de país que apelara a aquellas tradiciones
y que verificaba con facilidad en sus estudios de los paradigmas: la traición
aparecía como una vocación sorprendente por lo previsible. Pero él mismo
como autor inclinado sin pausa ante los temas de una vocación representa
una inconsecuencia, su debate con el perezjimenismo debía resultar en
un desgaste irrecuperable, como un disgusto de circunstancia lo arrastra
a una tarea sin destino, páginas perdidas y esfuerzo sin otro sentido que
aquel proveniente de la pequeña satisfacción de denostar al gobernante

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que no lo oye, los demás tampoco. Su pasión localista por lo nacional es


a su manera un sacrifico del intelectual, formado disciplinariamente para
tareas de más amplia interpretación se dedica de manera exclusiva y casi
excluyente al conflicto de nuestro proceso, una forma de fundamentalismo
historiográfico pesa en una obra que ha podido ser más americana. Bien
valdría citar aquí aquella transformación, indicada por Gómez-Martínez y
recordada en su momento por Miguel Gomes, del artículo de costumbre
cuando deja de serlo y pasa de lo circunstancial a encarnar “certidumbres
universales”.

En puridad Briceño Iragorry es un característico pensador moral, su método


de las genealogías, unido a sus convicciones de naturaleza romántica en
torno a las nociones de pueblo, tradición, civilidad, podría habernos dado
un interrogador de primera línea en un ámbito continental, así como
Picón Salas lo fue a su manera en la historia de la cultura. Aplicando todo
aquel enorme caudal de arqueología social, su capacidad de rastrear la
ascendencia de lo comunitario, en suma el juicio sintetizador, al catálogo
de la americanidad hubiéramos tenido una fuente de consulta, de alec-
cionamiento, de la familia espiritual de un Manuel Ugarte o Luis Alberto
Sánchez. (Curiosamente, este último dedica un capítulo de su libro Examen
espectral de América Latina, a la discusión de la tradición como concepto,
es la misma búsqueda del tradicionismo que asoma en Mensaje sin destino
y en otros lugares, sólo que el peruano está interpretando todo un conti-
nente y sus valoraciones resuenan como juicio y no como vindicación.

Sánchez toma uno por uno lo elementos (catolicismo, indigenismo, mesti-


zaje, lengua, etc.) susceptibles de encarnar una tradición latinoamericana
y muestra como son perfectamente deseables a los efectos de configurar
una identidad, finalmente concluye en que aquella “descansa en la plurali-
dad y hasta en la contradicción de sus numerosos elementos”, el concepto
se formaría sí por negatividad y su centro será el conflicto, la conciliación
como algo indeterminado. En cambio, Briceño Iragorry parte de una ética
del bien e idealiza los haberes de una comunidad.) Pareciera, en fin, haber
dejado en uno de sus títulos, el póstumo Prosas de llanto (1969), esa posi-
bilidad, pero más como regusto y cronista de sucesos que los cables traían,
que otra cosa.

Para él la educación crea unas responsabilidades superiores, pone al indi-


viduo en el trance de rendir cuentas y casi en función tutelar de la socie-
dad que parece ser asumida como en una minoría de edad, por lo demás
negaba el rol de los cesarismos salvíficos y seguramente no compartía la
convicción carlileana de los hombres ideales. Su idea de lo colectivo movi-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

lizador estaría situada en un zona equidistante entre las masas y el mesia-


nismo, los grupos esclarecidos encajarían mejor en una explicación donde
campee el recelo de las élites dirigentes y al que subyace, a su vez, una
nostalgia frente a las posibilidades que el pueblo inocuo no ejecuta.

De todos modos es evidente su disposición de eximir a los desapercibi-


dos frente al espectáculo para él grosero de los avisados impunes: estos
siempre serán los traidores y no aquellos, de allí que su invitación al mea
culpa en los momentos finales de una vida dedicada a reclamar a los
hombres educados su responsabilidad, suene sino como una retractación
como una reconvención –en la carta que escribe a Picón Salas en ocasión de
una polémica, y que hoy conocemos como el notable ensayo “Positivismo
y tradición”, le recrimina casi que él tuvo la oportunidad de formarse en
el exterior, al margen de la angustia que suponía semieducarse y sufrir el
país a la vez, aquel responderá con sus mejores armas en la convocatoria
que se le hace tras el fin del gomecismo, y justamente desde el compromiso
de la educación, la Revista Nacional de Cultura y el Instituto Pedagógico
Nacional forman parte de aquella respuesta.

Las luces traen consigo el predicamento de vigilar por los demás, distin-
guen y también atan en un compromiso que ya no puede disuelto, sólo
traicionado, así la ignominia se magnifica pues aquellos que han visto lo
que debe hacerse, y aún se les ha autorizado para actuar, y desertan llevan
sobre sí la culpa adicional de la impunidad. De tal manera que insiste en
lo que llama la necesidad de “la enmienda de sus directores” en relación
a la juventud y el pueblo llano. Esta vindicación del pueblo como numen
es característica del romanticismo herderiano, la comunidad portadora de
la energía que aglutina está como más allá del bien y el mal, ella emana
de unas fuentes originarias y su autoridad no viene del consenso sino de
la revelación. Hasta cierto punto es como una minoridad sagrada que no
puede ser tocada por las consecuencias del error, este, sí, forma parte
del acuerdo, del consenso siempre precario. “Por ello, más que hablar
al pueblo humilde, es necesario hablar a las clases y cuerpos obligados a
revisar su conducta histórica frente a las masas”.

Lo que escapa, tal vez, de esa perspectiva genética es el condicionamiento


introducido por el ejercicio del poder: la expectativa igualitarista del
venezolano devastó lo social pero sacralizó el poder. La crónica petro-
lera nos recuerda que los más feroces guachimanes eran los taciturnos
andinos –“silenciosos, cazurros crueles”, según la impresión de Ramón
Díaz Sánchez–, en una línea de interpretación psicológica esto probaría
la seducción que las formas de fuerza ejercen sobre un imaginario sin

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referentes de socialización. Para no infamar demasiado el gentilicio recor-


demos como la sociedad trujillana, por ejemplo, próspera todavía en los
primeros tiempos de la República, se empobrece dramáticamente con el
siglo XX y la consecuencia es fortalecer la estructura de sumisión.

Estamos pues en presencia de una sociedad que mima el poder por el


poder, lo asume como un valor en sí, más allá de su naturaleza y función,
se condena así al divorcio entre acción y efectos, entre riqueza y bienestar,
no insistiremos en la tipología moral que tal condición genera: desde el
Joseíto Ubert de Mene, un traidor sacado del catálogo briceniano, hasta
la patética frase de un presidente quejándose de que había sido enga-
ñado por los banqueros. Es obvio que se trata ya de un temperamento
ampliamente asimilado, democratizado en el sentido populista diríamos,
corresponde a los valores más arraigados del hombre de la calle, ya no es
posible y tampoco lícito distinguir entre las responsabilidades de la élite
dirigente y las de una ciudadanía difícil de calificar de esa manera pues tal
corresponde a un estatuto político, habría que referirse antes a poblado-
res, categoría puramente geográfica.

Lo cierto es que la vida civil no parece ser resultado del cumplimiento de


los acuerdos, evoluciona en un escenario que no requiere del insumo de
la experiencia de los individuos, o cuando lo requiere tal experiencia se
reduce a sus intereses de cofrade y la participación termina siendo pura
representación forense: el sentido comunitario no avanza, la fidelidad no
es con los haberes de una heredad sino con los hombres de la circunstancia,
con la fortuna precaria. La insistencia en condensar las responsabilidades
en la élite dirigente, en los hombres educados, lleva fatalmente a unas san-
ciones que se diluyen en lo moral y cuyo alcance se agota en el individuo,
no toca al colectivo sumiso pero que autoriza desde la ajeneidad la acción
y los métodos del personalismo, los efectos del saber oportunista. “Alguien
escribió –creo que Núñez de Cáceres– que a Venezuela le han hecho más
daño sus doctores que sus generales”. La afirmación desborda su marco
pintoresco y adquiere aspecto solemne en la adhesión que de ella hace
Briceño Iragorry, y en su discurso se torna ya juicio autorizado, sobrevive
a la atmósfera pseudoaguda que la contiene y se instala subrepticia en el
análisis canónico.

De la misma manera, la tesis del petróleo demonizado y perverso se cuela


en la vastedad de una escritura en la que pudiera haber espacio para todas
las rectificaciones, los doctores son consagraciones de una sociedad que
exaltó la servidumbre y en esa medida son tan orgánicos como el igua-
litarismo o la arepa biografiada por Picón Salas, ellos corresponden a la

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unidad del cuerpo social y se les asignó una función que estaba a la altura
de las mismas expectativas del imaginario civil. “El petróleo y el hierro son
agentes que, lejos de asegurar la prosperidad general, se utilizan eficaz-
mente para el soborno que arruina a nuestro mejores hombres”.

Antes había admitido como improcedente la justificación dada por aquel


que quería evitar que sus hijas se prostituyeran: “Suficientemente recio
es el decoro de su extirpe para pensar que alguna mujer de su apellido se
prostituya bajo el imperio del hambre”. Sin embargo, cuando se trata del
extravío de las virtudes de la gens –“nuestros mejores hombres”–, estas
quedan excusadas por la tentación, es consecuente en su sentimentalidad,
sabe que cuando empiece a cuestionar el bastión del venero del pueblo su
análisis deberá hacerse incisivo, devastador y amargo, deberá reconocer
la crisis moral de ese pueblo que ha construido como categoría mítica, en
el que hace reposar la cura final contra todos los males. Depositario de
cultura, tradición y moral, su estatuto se asume como verdad revelada y que
en última instancia debe ser interrogado como la apelación al oráculo.

El agente exterior inficionando la conducta de los mejores es una cons-


tante en su esquema de indagación, da sus mejores frutos en los no pocos
momentos en que estudia los procesos de aculturación, el insuperable
intérprete del discurrir autónomo de los procesos comunitarios podía ver
con claridad aquella fase del debilitamiento de nuestra cultura, pero esa
misma circularidad orgánica lo cegaba tal vez para insistir a fondo en las
carencias internas, en la incapacidad para fijar la tradición y articular un
proyecto a aquella fuerza.

El alma dividida de doctores y traidores encuentra en el abandono lán-


guido de la multitud su más remoto y fiel movilizador, pero esto resultaba
muy áspero para quien había constatado las perversiones en el ejercicio
activo del poder y no en las defecciones de la propia sociedad, que había
diagnosticado el mal como conducta y no como tendencia. En este cono-
cimiento de un temperamento relajado, en la escasa aptitud para la soli-
daridad y la vida gregaria, debían fundar los desertores la seguridad de
su éxito, en esta tendencia a la indiferencia, a la molicie, debía fundarse
entonces la fe de los traidores.

Bibliografía

BRICEÑO IRAGORRY. Ideario político. Editorial Las Novedades. Caracas.


1958, 257 pags.

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Miguel Ángel Campos

GOMES, Miguel. Poéticas del ensayo venezolano del siglo XX. Ediciones
Inti. Providence. 1996, 260 pags.

MIJARES, Augusto. La luz y el espejo. Biblioteca Popular Venezolana.


Caracas. 1955, 219 pags.

NÚÑEZ, Enrique Bernardo. La estatua de El Venezolano. El 24 de Enero.


Facultad de Humanidades y Educación, Universidad Central de Vene-
zuela. Caracas. 1963, 57 pags.

SÁNCHEZ, Luis Alberto. Examen espectral de América Latina. Losada.


Buenos Aires. 1962, 240 pags.

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L A INDUSTRIA PETROLERA Y LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA
EN VENEZUELA

Miguel Tinker Salas

Durante la mayor parte del siglo XX, Venezuela fue, y sigue siendo, identifi-
cada con su principal producto exportador, el petróleo. Aunque el impacto
económico y político del petróleo captó la atención de decenas de aca-
démicos latinoamericanos y estadounidenses, todavía no se ha analizado
profundamente el impacto del petróleo sobre la generación de individuos
que formaron parte de esta industria, y como su participación en dicho
proceso afectó su visión sobre los conceptos de genero, de cultura y sobre
todo la construcción de ciudadanía en el país. Aunque durante su auge,
la industria petrolera nunca empleó más de 60,000 personas, su situación
como principal fuente de ingresos para la nación, le permitió modificar las
viejas normas sociales y culturales e implantar un nuevo modelo de ciuda-
danía y participación social. El petróleo creó nuevas expectativas no solo
en el país, pero también en el ámbito internacional, donde transformó el
papel de Venezuela ante las potencias mundiales.

Durante la década de 1920 la Caribbean, la Venezuelan Oil Concession, la


Mene Grande Oil Company, la Lago Petroleum, y la Standard Oil Company
descubrieron valiosos yacimientos petrolíferos en la costa oriental del Lago
de Maracaibo (New York Times, 1923). Para iniciar sus operaciones, las
empresas extranjeras requerían de miles de trabajadores para arrasar con
la maleza tropical, crear nuevas vías de comunicación, iniciar las labores de
perforación y construir nuevos poblados o campos petroleros para alber-
gar sus trabajadores (Prieto Soto, 1970; Quintero, 1895; Croes, 1972).

El descubrimiento del petróleo en Zulia atrajo a miles de venezolanos de


estados circunvecinos como Trujillo, Mérida, Tachira, Lara, Falcón y estados
distantes como Nueva Esparta y Sucre (Briceño Parilli, 1947). La existencia
de los nuevos campos petroleros facilitó la interacción entre venezolanos
de distintas regiones y sentó las bases de nuevas relaciones sociales, con-
ceptos de identidad nacional y actividad política. Además, el petrolero
produjo las condiciones para una profunda interacción entre venezolanos
y extranjeros provenientes del Caribe, México y los Estados Unidos (Tinker
Salas, 2001).

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Miguel Tinker Salas

Este movimiento dramático de venezolanos y extranjeros produjo impor-


tantes tensiones raciales y sociales que fueron manipuladas por las empre-
sas estadounidenses y por varios grupos con intereses políticos (Ellner,
1995; Nehru, 1979; Bergquist). En su primera fase, los campos petroleros
surgen como una sociedad improvisada, donde cada grupo regional busco
recrear sus normas sociales y tradiciones bajo la sombra de una cultura
empresarial que paulatinamente iba tomando forma. El petróleo reorga-
nizó el poder económico y político, enajenando a los viejos terratenientes
y forjando nuevos lazos de poder con las empresas petroleras extranjeras
y el gobierno nacional.

Durante este periodo formativo, las petroleras enfrentaron protestas


laborales, conflictos con los poderes estatales y municipales y el resenti-
miento de la vieja oligarquía agrícola. Estas experiencias los obligaron a
reconsiderar su modelo de operación y optar por una nueva organización
de la producción y, a la vez, la elaboración de un nuevo plan social para la
incorporación de su fuerza laboral. La expropiación petrolera en México
en 1938 también fue factor clave en la creación de la política petrolera
de las empresas estadounidenses en Venezuela. Sus documentos internos
mencionan este hecho como factor trascendental en sus experiencias en
América Latina y la importancia de evitar que se repita esta acción en
Venezuela.

A consecuencia de este proceso, las compañías petroleras paulatinamente


desarrollan una cultura empresarial ante una situación nacional donde el
estado y las instituciones de la sociedad civil todavía están en formación o
no existen. Bajo este contexto, los campos petrolero que surgen en Vene-
zuela después de 1920 representan una adaptación del modelo “fordiano”
donde la empresa no solo se preocupa por organizar los métodos de pro-
ducción en sus instalaciones, pero, además, desempeña toda una labor cul-
tural y social para que los obreros y la sociedad en general se solidaricen
con sus intereses.

El proyecto coincide con las propuestas de una clase media emergente, que
ve con beneplácito esta actividad y asiste en la promulgación de sus obje-
tivos. Por lo tanto, los campos y la actividad petrolera permiten un espacio
para analizar la forma en que la industria transformó la vida de venezo-
lanos y extranjeros, generando no sólo conflictos culturales, pero también
el desarrollo de un proyecto político que repercute sobre los emergentes
conceptos del proyecto nación y la noción de ciudadanía que surge en
Venezuela a mediados del siglo XX.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Este ensayo se nutre del concepto gramsciano de hegemonía para analizar


las múltiples vertientes que surgen a raíz de este programa empresarial y su
aplicación a las relaciones de cultura y poder que emergen en la Venezuela
petrolera y continúan hasta el presente. El trabajo es un primer aporte
al tema de cultura, poder y petróleo y es parte de un estudio más amplio
sobre la experiencia de los campos petroleros en la sociedad venezolana.

El campo petrolero

El campo petrolero, con sus claras distinciones sociales y raciales, su estiló


de viviendas, el uso de espacios públicos y privados y su promoción de
patrones de consumo ejerció una fuerte influencia en el comportamiento
de las personas que ahí residían. Los campos, formados por un núcleo de
residencias adyacentes, desarticulaban al obrero y su familia de las acti-
vidades rurales y los impulsaba hacia una nueva cultura de consumo que
encontró expresión en los comisariatos de las empresas (El Farol, 1950).
Libre de otras actividades tradicionales, la empresa pretendía absorber por
completo la vida de sus empleados y sus familiares.

Las viviendas y el espacio que otorgaban para la interacción social también


contribuían a este proceso. El interior de la vivienda, normalmente dos
pequeñas habitaciones, una cocina, y una sala, acentuaba el papel de la
familia nuclear dirigida por un hombre y desfavorecía la familia tradicional
que solía incluir a múltiples niveles de parentesco o distintos familiares. Los
obreros petroleros, especialmente las personas recién empleadas, solían
quejarse frecuentemente del tamaño de las viviendas que se les otorgaba
en los campos. Por lo tanto las viviendas en los campos petroleros impul-
san la recomposición de los vínculos familiares resaltando el papel de la
familia nuclear. Formados en muchos casos por grupos sin previos vínculos
de parentesco u obligaciones sociales, las familias en los campos petroleros
se vieron obligadas a formar nuevos lazos sociales y laborales dentro de la
cual la empresa trató de ejercer influencia.

Conscientes de la formación de estos nuevos vínculos y, para reforzar


estos nexos frágiles, las publicaciones de la empresa, tanto a nivel del
campo, como a escala nacional incluían una sección sobre noticias sociales
que informaban sobre nacimientos, bautizos, cumpleaños, matrimonios,
veladas artísticas, conmemoraciones patrióticas, graduaciones y otros
eventos de carácter social. El objetivo de esta actividad publicitaria no-solo
era la promulgación de valores y normas consideradas positivas por las
petroleras, pero también la creación de un sentido amplio de comunidad

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Miguel Tinker Salas

compartida por todos los empleados de la empresa petrolera (El Farol,


1943).

Dentro de este proyecto, y para asegurar la difusión de este conjunto de


ideales, la familia jugaba un papel clave. Según la Creole, “el nivel espiri-
tual del hogar determina el estado espiritual de la comunidad y toda la
nación. Cuando decimos “espiritual” queremos significar la totalidad de
las actitudes, hábitos, creencias ideales, fines, que fijan el carácter perso-
nal. El camino de la vida que llamamos religión, creer, existir, y obrar surge
del conocimiento y de la aplicación de tales cualidades y valores espiritua-
les. Y para moldear y dar forma a estas cualidades el hogar y su ambiente
son de principal importancia” (El Farol, 1944:3).

Partiendo de esta perspectiva, la vida en los campos implicaba una rutina


diaria que incorporaba a los obreros y sus familias en actividades depor-
tivas, diversas funciones sociales, clases nocturnas de adiestramiento,
sanidad, y hasta la instrucción religiosa, en muchos casos subsidiada por
la empresa, ya que el párroco solía recibir una contribución monetaria de
la empresa.

Las empresas prestaron mucha atención a la vida recreativa de los traba-


jadores, ya que en su fase inicial los obreros, con pocas alternativas, a
menudo frecuentaban los botiquines y casas de juego que habían surgido
alrededor de los campos petroleros. Esta práctica solía perturbar las rela-
ciones laborales y ocasionar múltiples conflictos personales. Para evitar
este proceder, especialmente después de 1930, los eventos deportivos
fueron formalmente organizados por la Caribbean, Lago, VOC y las otras
empresas con el objetivo de involucrar a los obreros en actividades consi-
deradas como “sanas.”

El programa deportivo de las empresas era muy extenso e incluía la for-


mación de ligas entre los obreros de un solo campo, torneos contra otros
campos adyacentes, y campeonatos o “olimpiadas” a escala regional y
nacional. Los jugadores que lograron destacarse en un deporte, especial-
mente el béisbol, recibían un trato especial por parte de las compañías. Los
deportes no solo incorporaban a los hombres, pero también contemplaban
todo un programa para las mujeres, con sus propias ligas e incluso partici-
pación en las llamadas olimpiadas nacionales. Los deportes también refle-
jaban la presencia de una clase obrera transnacional. En el Campo Rojo,
el equipo de críquet de Lagunillas formado por antillanos, derrotó a sus
rivales de Zulia y fueron coronados como los campeones de la región del
Lago de Maracaibo. La Creole donó el trofeo, y las medallas individuales y

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

su departamento de relaciones públicas difundieron la información sobre


el campeonato en sus boletines y demás publicaciones (El Farol, 1942).

Algunas empresas como la Creole, la Shell y la Gulf empleaban un director


de atletismo, tanto en el oriente como el occidente, y su misión era involu-
crar a los obreros en actividades deportivas con el fin de “reforzar su carác-
ter moral” y asegurar su lealtad a la empresa. Muchos obreros se quejaban
que fuera requisito participar en las actividades deportivas para obtener
ascensos en el trabajo. Otros sectores de la sociedad censuraban esta prác-
tica, indicando que sólo buscaba crear una “nueva cultura del petróleo” en
que el obrero se viera completamente absorbido por las actividades de la
empresa (Quintero, 1985).

A través de su departamento de relaciones públicas las empresas petro-


leras intentaban difundir lo que consideraban el concepto del “obrero
modelo.” Sus revistas y otras publicaciones resaltaban la actitud ejemplar
de distintos empleados, tanto hombres como mujeres, que a su vez servi-
rían de ejemplos para otros trabajadores (El Farol, 1951; Nosotros, 1955; En
Buena Compañía, 1949). Estos empleados asistían al trabajo puntualmente,
regresaban a la casa, ayudan con el quehacer domestico, en la tarde divi-
dían su tiempo entre la lectura o la actividad deportivas patrocinadas por
la empresa y en la noche asistía al club social donde participaban en múlti-
ples eventos o clases nocturnas. Los domingos fielmente asistían a la misa
en el pueblo y compartían su tiempo con la familia.

Tan importante como las actividades que despeñaban estos obreros


modelos, están las otras, en que no se involucraban, en particular no
participaban en actividades políticas ni sindicales. Cabe destacar además
que el empleado modelo, sea obrero o ingeniero, según la empresa logra
superarse, no por la actividad colectiva sino por su propia voluntad, o en
las palabras de la empresa estos individuos se “construyen a sí mismo” (El
Farol, 1951).

La mujer

A largo plazo, el proyecto empresarial incorporó tanto al hombre como a


la mujer. Aunque tradicionalmente el papel de la mujer se ha excluido de
los estudios sobre el petróleo, su papel es trascendental en la vida de los
campos. La empresa favorecía a obreros y empleados casados, ya que según
sus propios documentos, la presencia de la mujer y una familia, incremen-
taban los compromisos sociales de los obreros y por lo tanto favorecía a la
paz laboral. En este sentido el fomento a la familia nuclear y su conjunto

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Miguel Tinker Salas

de responsabilidades también busca mitigar los problemas que surgen con


el empleo de hombres solteros.

La industria por lo tanto también redefinió el papel de los matrimonios, ya


que las mujeres casadas jugaban un papel clave en la reproducción de las
actividades sociales que definían la vida del campo. Las mujeres se vieron
incorporadas a través de múltiples actividades sociales y deportivas que
además incluían los Comités Femeninos de los Clubes Sociales que preva-
lecían en todos los campos y también los comités de padres y maestros
que se hallaban en las escuelas (El Farol, 1945). Las empresas se mostraban
conscientes del nuevo papel que desempeñaban las mujeres y sus publi-
caciones abordaban temas del género y la contribución de la mujer a las
petroleras.

Pero el papel que ejerce la mujer va mucho más allá de su papel tradicional
en la familia. Tanto la vida de los campos, como la oportunidad de nuevos
empleos en la industria petrolera, alteró las nociones tradicionales del
género en el país y replanteo los conceptos de ciudadanía para las mujeres.
En 1940 la Creole solamente ocupaba a 111 mujeres en diversas labores. A
partir de 1949, su numero había incrementado a más 1.500 mujeres emplea-
das en diversos oficios. En la mayoría de los casos, la función de la mujer
se limitaba a campos tradicionales como el de enfermeras, maestras, y los
oficios generales de oficinistas. No obstante, la empresa se vio obligada a
tratar el tema de la mujer y su papel productivo. Una obrera de nombre
Ana Victoria, que trabajaba en la lavandería de Amuay, indicaba que ella
“no tiene ningún inconveniente en desempeñar su femenil ocupación en
un ambiente casi masculino en su totalidad, pues sabe que sus servicios son
apreciados.”

En todo caso, la empresa proponía que no existía contradicción entre el


empleo de las mujeres y sus labores tradicionales, indicando que ellas no
han “abandonado por completo las tareas domesticas y el cuidado de sus
hijos, sacrificándolos por sus carreras oficinescas” (El Farol, 1949). La presen-
cia de la mujer en la industria petrolera se plantea no solo como un aporte
a la labor de la empresa, pero también como una contribución al bienestar
de la nación. Por lo tanto, la empresa resaltaba que la incorporación de
la mujer a la fuerza laboral no amenazaba su posición de asimetría dentro
del núcleo familiar. Aunque siguieron enfrentando múltiples retos y obs-
táculos en sus fuentes de empleo y en su hogar, la presencia de la mujer
en la industria petrolera implica que ellas habían logrado nuevos espacios
públicos que antes no existían.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

“El Júnior Staff”

Debido a que el desarrollo de la incipiente clase media dependía, en gran


parte, en el éxito del modelo de exportación promovido por las empresas
extranjeras, estas hallaron fuertes aliados entre este sector social y sus
partidos políticos. Entre los grupos profesionales, o los llamados “Júnior
Staff,” la cultura empresarial favorecía una forma de vida que recogía los
ideales de una clase media, paralela a la forma de vida estadounidense. Las
empresas promovieron las carreras universitarias, becas para cursos de pos-
grado en el exterior, fomentaron el arte, la literatura y la música, temas de
importancia para este sector.

Un componente importante de esta labor incluye la creación de patrones


de consumo que reproduciría los valores y las normas de una clase media
estadounidense. Los nuevos patrones de consumo afectaron las aspiracio-
nes de estos sectores, su forma de vestir, la vivienda, y sus actividades de
recreo. Cabe destacar que no se trata de una acción coercitiva por parte
de las empresas extranjeras, pero más bien representa una coyuntura que
surge a raíz de la convergencia entre los valores de la emergente clase
media y las nociones de modernización relacionada con el papel de las
petroleras extranjeras en el país. Aunque la apariencia física de los campos
evolucionó, desde los primeros establecidos en la costa oriental del Lago, a
los de oriente y finalmente los últimos en Falcón, lo que siempre conserva
es su proyecto y carácter sociopolítico.

“La sociedad civil”

La experiencia de los obreros/as y los demás empleados en los campos


petroleros no sólo implica la coexistencia dentro de una jerarquía socio
racial y un sistema organizado de viviendas. La política laboral y social
de las empresas petroleras comprendía la completa reestructuración de
la vida cotidiana de sus empleados y el impulso a un conjunto de ideas
consideradas favorables por la empresa. Los conceptos de puntualidad
y eficacia no solo eran impulsados entre los obreros de la empresa. Una
publicación nacional de la Creole planteaba a la sociedad en general que
“¡Hoy! Esta palabra es el santo y seña de los hombres que triunfan en la
vida. “Mañana” es la palabra con que mucho condenas sus propias existen-
cias a la esterilidad más lamentable. Si damos por decir siempre mañana
haré eso; desde mañana empezare a hacer tal o cual cosa, llegaremos a la
vejez sin haber logrado hacer nada de importancia ni por nuestro propio
bien, ni por el bien del país o de la humanidad” (El Farol, 1944:1).

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Miguel Tinker Salas

Además de la valorización al trabajo, la puntualidad, la eficiencia, el


individualismo, el respeto a la autoridad tanto empresarial como civil, las
empresas también impulsaban temas como la moralidad, la religión, la
participación en la actividad política y laboral, y a largo plazo, conceptos
trascendentales sobre la definición de la cultural venezolana, y nociones
de la modernización y el progreso basado en la explotación petrolera por
las compañías extranjeras. Estos temas cobraron importancia después que
México nacionalizo su petróleo en 1938 y Venezuela era el único país en
América Latina que permitía la explotación petrolera por empresas extran-
jeras.

Las empresas petroleras no sólo se enfocaban en el entrenamiento inme-


diato del obrero, pero más bien buscaba la creación de una serie de
prácticas personales, sociales y políticas que le seria útil en el contexto
de la política nacional. Además de promover el concepto de un obrero
ejemplar, este conjunto de experiencias también impulsaba al ciudadano
modelo, tanto hombre como mujer, que identificaría sus intereses con los
de la empresa y su función en la economía nacional. El otro propósito
fundamental era la asociación entre la empresa y el desarrollo económico
del país, sin importar que el gobierno de turno fuese una dictadura militar
o una democracia. Por lo tanto, la empresa asumió una postura suma-
mente flexible, desarrollando vínculos con ambos sistemas políticos. Lo
importante para las empresas no era el carácter político del régimen, sino
la preservación del modelo por le cual las empresas extranjeras ejercieran
control sobre la producción y exportación del petróleo.

Para lograr sus metas, las empresas petroleras introdujeron al país durante
la década de 1940 un amplio programa de relaciones públicas con varios
propósitos, uno dirigido a sus propios obreros y empleados y el otro orien-
tado al país en general. Por lo tanto, las compañías no solo buscaban la
identificación obrero-empleado-empresa, sino también pretendían la aso-
ciación de los intereses de la empresa con los del estado nación, vinculando
la idea de progreso nacional con la postura de las empresas extranjeras.

En el caso de la Creole, este programa no sólo reúne una serie de revistas


como El Farol y Nosotros, pero también incorpora la publicación de circu-
lares especializadas de amplía difusión, al igual que programas radiales y a
partir de 1953, programas televisivos como el “Farol TV” y el “Observador
Creole.” Cabe mencionar que la mayoría de los campos también conta-
ban con su propio boletín local como en el caso del Correo de Caripito y
el Pelicano de Amuay. Las otras empresas petroleras también tenían un

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

conjunto de publicaciones a escala nacional que incluía la revista Shell y el


Circulo Anaranjado publicada por la Mene Grande.

La actividad cultural de la empresa también logro influir sobre el mundo


académico. Dentro de este ámbito, las petroleras proveyeron subsidios a
varias cátedras universitarias y proporcionaban becas para que profesores
realizaran estudios de pos-grado en los Estados Unidos. Grupos de lla-
mados “expertos,” asociados en una forma u otra con las universidades y
las empresas, también aportaban su opinión en la prensa sobre temas tan
diversos como la agricultura y la política petrolera.

Dentro de este complejo de relaciones públicas cabe destacar el papel sig-


nificativo de la revista publicada por la Creole, el Farol, traducción literal
del Lamp, publicación de la Standard Oil de Nueva Jersey empresa matriz
de la Creole en los Estados Unidos. Desde su inicio en la década de los
cuarenta, El Farol proponía darle “preferencia a lo venezolano, escrito, y
pensado con afán de divulgar nuestras características: lo humano y social,
lo tradicional y folklórico en sus estrictos senderos de arte, literatura,
ciencia y historia” (El Farol, 1946).

El proyecto propuesto por los editores del Farol paralela el proceso litera-
rio y político que surge en México, Centro América y el Caribe que apropia
y se identifica en algunos países con los movimientos indigenistas y, en
otros, con el de la negritud. A diferencia de la experiencia de otros países
en América Latina, donde el estado, a través de sus varias instituciones
educativas y culturales difunde, un programa cultural que capta aspectos
de una cultura nacional, sea real o inventada, en Venezuela, la empresa
petrolera extranjera, en colaboración con un sector de intelectuales de
centro y centro izquierda desempeña en gran parte esta labor.

Esto implica que las revistas de la Creole, en particular el Farol, dedicaba


amplia cobertura a la promulgación de una “cultura nacional.” Después
de 1960 este concepto fue promovido por el estado y varios sectores de
la sociedad civil ya que estos individuos pasan a forma parte del nuevo
gobierno “democrático.” En su función cultural, El Farol destinaba un
sin numero de paginas a temas tan diversos como el origen de la arepa,
recetas para hacer hallacas, el papel del carnaval, el papel de la cultura
afro-venezolana, la presencia indígena en el país y las contribuciones de
las diversas regiones de Venezuela a la cultura nacional. Bajo este pre-
cepto, las costumbres de los llaneros, la forma de vida de los andinos, y las
expresiones culturales de los orientales dejan de ser simples testimonios
de culturales regionales aisladas y pasan a formar parte de un repertorio

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Miguel Tinker Salas

amplio que refleja una cultura nacional. Este conjunto de prácticas socia-
les y culturales fue cobrando importancia y, para esta generación y otras
empezó a definir lo que implicaba ser un venezolano/a.

Con un conjunto de revistas publicadas a escala nacional e internacional,


las empresas petroleras también crearon nuevos espacios y nuevas audien-
cias para un conjunto de escritores y artistas venezolanos que incluía entre
otros a, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Juan Pablo Sojo, Ramón
Díaz Sánchez, Miguel Acosta Saignes, Armando Reverón, y Héctor Poleo
(Uslar Pietri, 1959; Acosta Saignes, 1958). Los temas que estos autores
tocaban eran variados y reflejaban cuestiones generales de cultura o
sociedad incluyendo, por ejemplo, ensayos de Juan Pablo Sojo sobre “El
Negro y la Brujería en Venezuela,” y Miguel Acosta Saignes acerca de los
“Timoto Cuica” en los Andes. Lo único que parece haber sido prohibido
eran ensayos o planteamientos concretos sobre las condiciones políticas en
el país, aunque temas políticos solían ser introducidos bajo el pretexto de
un estudio histórico.

No obstante sus intenciones, los ensayos de este conjunto de autores y su


presencia en una revista de las empresas petroleras extranjeras si tenían
un carácter claramente político. La presencia de estos autores en las revis-
tas petroleras le brindaban cierta legitimidad a los proyectos políticos y
sociales de la empresa. En todo momento, las empresas buscaban asociar
su actividad en el país con la idea de la modernidad y el progreso y la nece-
sidad del capital extranjero (El Farol, 1942). Sus publicaciones resaltaban
constantemente el aporte que la industria petrolera continuaba haciendo
al “progreso nacional,” tanto económico como cultura (El Farol, 1942).

A largo plazo, la asociación entre las empresas petroleras con los emer-
gentes conceptos de una cultura nacional facilitó la actividad de las trans-
nacionales en el país. Además hay otro tema que considerar. Así como en
el resto de América Latina la percepción de esta cultura nacional, esta en
manos de un grupo de intelectuales de clase media, en su mayoría mestizo/
a o de descendencia europea, y por lo tanto refleja una visión idealizada y
no necesariamente compleja de la cultura y el papel de los diversos grupos
étnicos en el país. Lo importante de este proceso, es que los conceptos de
la cultura nacional que cobran importancia en el país antes de 1960, están
en gran parte, siendo difundidos por las publicaciones de las industrias
petroleras en cooperación con un grupo de intelectuales venezolanos.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Conclusiones

Más allá de lo económico, el petróleo cambió fundamentalmente el


ambiente cultural y social de Venezuela. El campo petrolero creó un nuevo
espacio de interacción para personas de distintos sectores sociales que
antes vivían en diferentes regiones del país y no participaban dentro de
una cultura nacional. Conscientes del desarraigo que implicaba el empleo
en una nueva y desconocida industria petrolera, el proyecto empresarial
incorporó a la familia y el papel de la mujer como instrumento clave de
una nueva socialización. Sin su participación, es dudoso que esta obra
hubiera tenido éxito.

Este artículo resalta el papel que las empresas transnacionales ejercieron


en la formación de una cultura nacional y los conceptos de participación
social y ciudadanía que difundieron en los campos petroleros y que sirvie-
ron de modelo para diversos sectores de la sociedad venezolana. El trabajo
demuestra como las contradicciones internas dentro del Estado venezo-
lano facilito un acercamiento entre grupos de intelectuales, y sectores de
la clase media que colaboraron con las petroleras extranjeras para difundir
un proyecto de cultura nacional y sociedad civil que a su vez le propor-
cionó cierta legitimidad a la actividad de las empresas transnacionales en
el país.

Este proceso de formación no sólo es significativo para las generaciones de


venezolanos que participaron en la vida de los campos petroleros. Después
de 1960, estos sectores, como se ha planteado, asumen las riendas del
poder y utilizan el estado y su conjunto de instituciones para impulsar un
programa social que inicialmente fue inaugurado bajo el auspicio de las
empresas petroleras estadounidense.

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CONFLICTO POLÍTICO EN VENEZUELA: ESPACIO PÚBLICO Y
DEMOCRACIA FORMAL

Álvaro B. Márquez-Fernández

¿Qué se entiende en teoría (política) por democracia?

Podría decirse que es un concepto de la filosofía heredado desde la fun-


dación de la polis griega, cuando se consideró por primera vez al hombre
como un ser político. Es decir, la capacidad discursiva que tiene un sujeto
racional para organizar la convivencia humana desde relaciones de poder
y de argumentación a los efectos de construir un Estado de representacio-
nes institucionales, éticas, morales, religiosas, económicas y políticas, que
determinan lo sistemas de relaciones de los ciudadanos entre sí. O sea, se
entiende al homo politicus, como un ser racional capaz de disertar sobre
sus condiciones de vidas con prudencia y sabiduría, cuyo interés principal
es lograr la felicidad. Al menos, si no todos los hombre eran considerados
como “racionales”, aquellos que se consideraron como tales, percibieron
el mundo como la historia de las acciones humanas devenidas dentro de
un orden de principios y de leyes aceptados de acuerdo a normas jurídicas,
morales y ética, que merecían la pena vivirse y defenderse de otros siste-
mas de vida que le eran contrarios. El hombre griego busca su libertad a
través de la polis, pues es solo a través de ella que éste, junto a otros seres
humanos, se realiza como individuo social. En aquel momento la polis era
entendida en un sentido axiológico en el que la auténtica acción política
estaba correlacionada con el valor ético y las responsabilidades públicas.

Desde entonces se ha intentado explicar más de una vez, en diversas épocas


y con sus respectivas variantes, casi por “deducción lógica”, que la demo-
cracia considerada en su más pura abstracción teórica no es una realidad
en sí misma, sino que es el resultado casi inmediato que se obtiene en una
sociedad cuando se reconoce que sólo a través del pluralismo ideológico y
la inevitable regulación de las libertades políticas a través del Estado. Es lo
que permite y hace posible la convivencia pública relativamente articulada
por los intereses colectivos de la ciudadanía, para un acceso al ejercicio de
los poderes que brinda la democracia en cuanto que se propone como un
sistema de participación social en igualdad de condiciones para todos.

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Álvaro B. Márquez-Fernández

Una forma de poder que es legitimado por parte de una ciudadanía activa,
en la medida que puede ser compartido entre “todos” casi de manera
unánime, pero siempre bajo el supuesto de que sólo y por sí misma una
mayoría ciudadana es la que termina acreditada para ejercer el poder, y es
a la que le corresponde producir la hegemonía para disponer políticamente
de ese derecho. Esta parece ser la condición sine qua non para afirmar que
existe una constatación objetiva del status histórico de la democracia como
una realidad práctica y concreta.

Lo que pudiera entenderse como la definición más completa de la demo-


cracia, no parece ni resulta ser, al menos desde la praxis social, la más
valida en la acepción universal del valor práctico del concepto. La presun-
ción de que sea un hecho real la existencia de una democracia formal, de
la cual se pueda deducir un orden de vida admitido como necesario por la
mayoría de quienes conforman un todo, nunca es homogénea o unívoca.
Precisamente, debido a la misma dinámica dialéctica de la realidad a la
que apunta el propio concepto y sistema político que le sirve de soporte
al orden de vida democrática, la alteridad no puede quedar suprimida o
restringida como elemento de oposición y contradicción, dentro de un
formalismo racional y abstracto que superpone la democracia “ideal” a
la democracia “real”, en la que efectivamente los intereses y las necesida-
des están determinados por su condición material de existencia, y que el
cumplimento de éstas y sus satisfacciones, en más de una vez han excedido
el orden formal y teórico de la legalidad democrática, produciendo una
brecha en los espacios intersubjetivos de la acción política, que busca con-
ciliar en el plano de la racionalidad institucional del sistema, las gestiones
públicas de la participación ciudadana con el ejercicio de los poderes con-
sagrados normativamente por el Estado.

Nos estamos refiriendo al grado o nivel de participación directa, más que


representativa del que gozan los ciudadanos contenido por el orden cons-
titucional del estado moderno democrático, y aquellos que pudiendo ser
reconocidos no forman parte de la hegemonía y se ven obligados a nego-
ciar o acordar formas de alianza para implicarse en la toma de decisiones
que orientan a la opinión publica. Pero, precisamente, esos acuerdos y
negociaciones se logran y establecen desde un a priori que instituye el
valor de la democracia formal como un ente en si mismo, sin necesidad de
contrastarlo desde la alteridad, por considerar que los valores abstractos
de la democracia formal son ideológicamente empáticos con la diversidad
y pluralidad ciudadana que controla y regula, como un “todo social”. Allí
la igualdad y equidad formal sufren fuertes contracciones y discriminacio-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

nes por parte del tipo de Estado y de sociedad civil liberal con la que la
democracia formal intenta afianzar y reproducir su legitimidad política.

Los otros actores y sujetos sociales a quienes se les reconoce su carácter


de representatividad en el sistema democrático formal; ésos que están en
capacidad de disentir de los “consensos ideológicos” que propicia la demo-
cracia formal como sinónimo de participación e integración social, son los
que efectivamente de cuando en vez logran poner en crisis el orden de
valores de este tipo de democracia posible a través del conflicto expreso,
en un intento por profundizar socialmente la democratización de los dere-
chos de ciudadanía que sostiene como principios políticos y axiológicos la
democracia formal, pero que al mismo tiempo los contradice al no hacer
viable los reclamos para su aplicación. En tal sentido la democracia formal
es retórica del poder, e ineficaz para construir el contenido fáctico a través
del que las identidades ciudadanas se conforman y entran a participar en
un auténtico desarrollo de esfera de la civilidad de la política.

Sin embargo, este es un dogma ideológico y jurídico de la democracia


formal que ya en principio implica una exclusión de uno u otro colectivo
social de la totalidad del sistema, al no quedar posicionado en la red de
poderes en la que alcanza su representación en ese lugar utópico, que se ha
convenido en definir como la “mayoría ciudadana”. Si bien la democracia
puede ser eso que tradicionalmente se ha dicho desde la historia del con-
cepto, consideramos que ella es algo mucho más complejo y problemático
que va, más allá de cualquier feliz definición formalista, a la fuente misma
de su génesis histórica: a la comprensión antropológica de la diversidad
humana, la especificidad así como la diferencia, de los sujetos sociales que
comprometidos en un sistema de relaciones productivas y reproductivas
de fuerzas y poder, necesitan conciliar los diversos tipos de intereses con
los cuales perciben y viven el mundo social y frente al cual deben dar res-
puestas que les permitan una mayor comunicación y capacidad de integra-
ción política. La democracia resultaría ser un estadio del ser humano en el
que se logren desarrollar las potencialidades humanas a favor del mismo
hombre y de la naturaleza.

Quizás sea la democracia una forma de pensar y obrar sobre la realidad


humana desde una idea en la que se considera la vida social como un
resultado de relaciones entre individuos que logran acordar o consensuar
preferiblemente, sus diferencias e intereses, a través de razonamientos
dialógicos y procesos hermenéuticos.

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Álvaro B. Márquez-Fernández

Estas consideraciones le dan al concepto de democracia dos significacio-


nes muy diferentes. Una, que se sitúa en el campo estrictamente formal
de la representación de la democracia, al querer entenderla casi como un
concepto a priori de la realidad, excesivamente sustantivo y universal, ope-
rativo en si mismo; y otra, que se basa en la construcción histórica de los
procesos de interacción ciudadana a través de los cuales se establecen las
referencias contingentes y materiales de las diversas formas o normas que
puede desarrollar la democracia en función de crear decisiones consensua-
les que hagan posible una realidad política fáctica justa y equitativa para
todos.

Es decir, se debe entender la democracia como un espacio de encuentro


en el que los individuos descubren y crean situaciones reales de vida de las
cuales depende el logro de una existencia satisfecha y virtuosa. Es una prio-
ridad generar un sistema de convivencia ciudadana en el que las prácticas
políticas se desarrollen a partir de principios y valores asociados al ejerci-
cio de la libertad, la igualdad y la justicia. La generalidad de las normas
indistintamente su naturaleza cívica, social, económica, jurídica, etc., en la
mayoría de las sociedades modernas, están justificadas ideológicamente
en la necesidad de respetar estos principios universales como validos para
todos, y es la puesta en práctica de este tipo de teoría política la que va
a determinar la validez de una concepción de la democracia que debe ser
interpretada desde la condición “real” de la existencia humana.

Es necesario estudiar entonces, los modelos de relacionalidad social


(alianzas de clases, entre partidos, elecciones, etc.,), que se dan entre los
“hechos concretos” de quienes son actores de los procesos cívicos y políti-
cos, y aquellos valores ideológicos y simbólicos con los cuales se representa
la democracia como orden o sistema de vida para uno o varios colectivos
sociales, y aquellos hechos que “realmente” representan la idea o el con-
cepto material de lo que es el significado genuino de la democracia. Son
dos conceptos no solo distintos, sino que en la práctica la mayoría de las
veces se oponen con mucha fuerza. Es necesario distinguir entre la demo-
cracia como forma del pensamiento ideal y como contenido de las acciones
concretas. No es una distinción menor a la hora de realizar y concretar las
prácticas políticas, porque si bien la democracia trabaja idealmente con
valores, de la misma forma no puede dejar de estar refiriendo esos valores
con realidades humanas existentes, las cuales pueden presentar desacuerdo
con los ideales de cómo la democracia posible se plantea los problemas de
la ciudadanía y propone soluciones. De alguna manera la existencia del
ciudadano como “sujeto”, más que como “objeto”,de la democracia es lo
que interesa al momento de valorar a la democracia como la forma de la

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

política más avanzada, y la que procura el mayor bien social para los indi-
viduos. Pero no debe suponerse que este “bien para la mayoría” es efecti-
vamente el “bien de la mayoría”, tan sólo por el hecho de proclamarse.

El verdadero ciudadano es algo más que una categoría de la teoría política


moderna, es el individuo que está ligado y asociado bajo la forma política
de la democracia a un Estado de derechos que le permiten su socialización
en toda la extensión de la palabra. No sólo está en condición de exigir dere-
chos sino de asumir deberes, pero sobre todo desde una toma de conciencia
política en la que estas decisiones son públicas y competen y comprometen
de igual manera al resto de la sociedad, sin distingos, discriminaciones o
exclusiones. De igual manera el poder político para contravenir la ejecu-
ción del poder cuando éste pierde por completo su representatividad o
legitimidad. El carácter ético y moral de la política compromete a la ciu-
dadanía en la construcción de procesos de disentimientos que permiten
caracterizar a la sociedad civil como el auténtico espacio de discusión entre
los diversos intereses y fines que atraviesan la vida del colectivo social, y
que es necesario discernir desde una democracia contextualizada por el
diálogo y la participación directa en la toma de decisiones.

Reconstrucción de la política a través del espacio dialógico de la


democracia ciudadana

La política es sinónimo de convivencia ciudadana y de poderes comparti-


dos en igualdad de oportunidades y libertades. La democracia es sinónimo
de un proceso de tolerancias y desacuerdos en el que los ciudadanos hacen
posible consolidar la política como un acto de la razón humana a través
de un discurso en el que se logra un reconocimiento a la pluralidad y la
diversidad. La democracia supone un “proceso en desarrollo”, inacabado,
un espacio dinámico en un permanente hacerse, y de ese devenir que le
sirve de marco histórico, la democracia se proyecta como un sistema y un
modo de vida, a diferencia de otros, p.ej., la autocracia, dictadura, etc.,
que permite al otro la oposición y no niega ese derecho en el que la coexis-
tencia pacífica de los ciudadanos es su finalidad. Es el resultado histórico
de un proyecto humano a través de leyes, normas, constituciones, etc.,
que debieran propiciar un desarrollo de los ciudadanos de acuerdo a una
voluntad popular que les permita una constante transformación de la rea-
lidad, por otra mucho más perfectible y provechosa.

Pero por otra parte, la democracia también es sinónimo de marginalidad y


exclusión social y cultural, opresión simbólica y dominio mediático, indivi-
dualismo masivo y posesivo, etc y etc. ¿Qué significa esto? Significa que de

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Álvaro B. Márquez-Fernández

alguna manera el modelo de la democracia moderna basado en el libera-


lismo político y económico no ha podido responder a los postulados idea-
lista en los que se basa, no ha sabido satisfacer las necesidades humanas
desde otros puntos de vistas que no sean los del mercado y las ganancias,
generando un espacio social uniformizado que favorece la intervención de
la economía en las discusiones públicas de la ciudadanía.

La democracia formal del liberalismo continúa siendo una panacea, en la


medida que no ha dejado de ser una democracia de clases y colonizadora.
Si en el pensamiento utópico se entiende que la democracia está conce-
bida como un espacio para el reconocimiento y práctica de la libertad, y en
esto radica su carácter positivo; entonces, la libertad en cualquiera de sus
sentidos, debe ser el desideratum de las acciones políticas y ciudadanas.
Esto nos obliga a repensar la democracia y a repolitizarla desde el conte-
nido material que la constituye, es decir, actuar desde el poder para disen-
tir del Poder y de sus formas de representación y coacción, cuando éste no
está dirigido a favorecer lícitas prácticas libertarias que le permitan a los
ciudadanos expresarse con suficiente autonomía; y, también, de disponer
de mecanismos de participación ciudadana que permitan la concreción de
una democracia colectiva.

Los nuevos criterios alternativos de concientización ciudadana, pasan por


una concepción de la democracia mucho más sustantiva en el orden mate-
rial de las condiciones de vida de los ciudadanos. Esa democracia apela a
la supresión de fronteras que confisquen las acciones ciudadanas en este-
reotipos o falsos roles sociales, se requiere con urgencia la reconstrucción
de la política como esfera y orden de prácticas libertarias comprometidas
con la inclusión y con un principio de legitimidad social que acepte un
derecho de igualdad para las diferencias y un diálogo enmarcado en la
diversidad cultural de los ciudadanos. Estos son los principales supuestos
de la democracia material, en la que la dialéctica de los opuestos logra
producir el equilibrio que sirve de medio y transito para orientar la reali-
dad y la convivencia humana. El diálogo democrático es la única vía para
crear una vía hacia la democracia y un resultado democrática en el que la
sociedad civil procura un desarrollo a través de ciudadanías compartidas, lo
que requiere ampliar el espacio público a otros actores que desean hacerse
presente y generar un proceso dialógico sin dominio y sesgos ideológicos,
que permita la consolidación de una auténtica democracia ciudadana. Es
decir, aquella forma de vida política en la que la democracia es una volun-
tad racional con fines e intereses que son acordados en beneficio de todos
los que integran el orden social.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El paradigma pluralista y dialógico de la democracia se nos presenta como


la alternativa más valida, para superar exitosamente un modelo de vida
política monocultural, de identidades únicas reguladas y perfiladas por
los principios universales de una racionalidad que niega la alteridad como
correlato de la realidad. Los conflictos que se gestan al interior de la ciu-
dadanía, sólo podrán ser resueltos en la medida que el diálogo político se
convierta en la instancia inmediata del ejercicio de la democracia, a través
de la cual se legislan y acuerdan los pactos en el seno de la sociedad civil;
esto contribuye, a su vez a una revalorización de los derechos humanos en
el sentido de convocar en el espacio público la opinión de la ciudadanía y
su compromiso de reclamar una participación directa en la política.

La necesaria inserción del otro, especialmente en su condición de excluido,


es lo que recupera la democracia pluralista y dialógica para el fortaleci-
miento de la teoría y la práctica de una democracia de ciudadanos. Eso
induce de mejor manera el carácter deliberativo y contingente de toda
discusión y argumentación en política. Al relativizar el dominio de lo polí-
tico desde la fuerza dialógica de la argumentación, en la que es igual de
determinante la participación de los otros, entonces, se gestan relaciones
multilaterales que afianzan la equidad del poder y la capacidad de ejer-
cerlo de manera mucho más compartida. La comprensión de la democracia
como un complejo proceso material en el que el Estado constituye una
realidad histórica particular, define en mucho el tipo de vida ciudadana a
la que debemos orientarnos en un sentido mucho más completo de demo-
cracia que ahora retoma la reflexión ética y moral sobre el orden tradicio-
nalmente coactivo de la política.

El diálogo ético-político de la democracia material y plural, si es capaz de


generar voluntades racionales particulares y colectivas que influyan de
una manera responsable y crítica en el ejercicio público del poder, que a
todos compromete en sus causas y consecuencias por igual. El estado debe
actuar en ese sentido, y aceptar como valido en el seno de la sociedad civil,
la reinterpretación de los valores constituidos del poder político, que las
crisis de legitimidad no hace más que exacerbar los conflictos sociales, que
la insuficiencia discursiva de las instituciones agrava el disenso y la desobe-
diencia civil. Se trata de una nueva socialización del poder de la democra-
cia entendido como poder político para expresar libremente las opiniones,
el acuerdo y desacuerdo que es propio a toda dialéctica de la razón, y sin
la cual inevitablemente la democracia como práctica dialógico pierde su
carácter de subjetividad, es decir, la condición humana a partir de la cual
los individuos se construyen un mundo de vida.

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Álvaro B. Márquez-Fernández

La crisis de la democracia liberal está causada por una ineficacia normativa


que no logra responder a las exigencias éticas del ser social, un discurso
ideológico que favorece la despolitización de aquellos sectores sociales
disminuidos o reprimidos por las relaciones de fuerzas que se concentran
en la acción política del Estado y de las instituciones, que limitan y subor-
dinan la integración de esta ciudadanía al conjunto de la sociedad que se
supone debería ser plural. Esto indica el carácter contrafáctico que puede
contener una norma, cuestión que influye y determina el cumplimiento o
no por parte de los obligados. Por eso la norma puede ser objetada no solo
en su valor político sino ético, lo que profundiza la escisión entre aquellas
responsabilidades que deben cumplirla ciudadanía y la forma política con
la que la gobernabilidad del Estado exige su obediencia, quien aun decla-
rándose democrático no necesariamente es aceptado por la sectores de la
mayoría ciudadana.

El diálogo político se traslada al contexto ético del discurso de los actores


sociales, poniéndose en evidencia las diversas contradicciones sociales y
argumentativas de quienes detenta el control social de los discursos y
los medios comunicacionales. Ello evita una comprensión racional y ética
de los procedimientos coactivos de las democracias liberales para ejercer
el poder político, sin cuyo develamiento es imposible que la ciudadanía
retome el poder de opinar que la han confiscado. La vida pública del
ciudadano resulta mistificada por la retórica ideológica del discurso de la
democracia liberal, éste pierde autonomía, identidad, sentido de participa-
ción y conciencia de libertad para expresarse. Desaparece el diálogo como
poder para reflexionar autocríticamente en torno al sistema social y sus
valores políticos. La sociedad como un espacio asumido democráticamente
abierto para la convivencia, es un compromiso colectivo que busca la trans-
formación del individuo en un ciudadano cuyas relaciones intersubjetivas
da origen a la diversidad de identidades y a una pluralidad en la que lo
político se diversifica de acuerdo a los principios de una justicia práctica
valida para todos.

La crisis política en Venezuela: final de las representaciones sociales de la


democracia liberal y auge político por el diálogo de la nueva ciudadanía
pública

Es conocido por casi todos los venezolanos que, en Venezuela, a partir del
segundo período presidencial de Carlos Andrés Pérez, se empieza a consoli-
dar un interesante fenómeno de hegemonía social mucho más mediática y
económica, hasta lograr convertir a esta hegemonía en el contexto político
de la acción del Estado y sus clases aliadas. La política es un ejercicio inter-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

medio entre el dominio comunicacional y los beneficios de una economía


populista al interior, y neoliberal al exterior. Populista porque es el popu-
lismo en cualquiera de sus versiones, del que se vale el Estado para legi-
timarse, es decir, para lograr cohesionar los sentimientos difusos y vagos
de la población, en un proyecto político de corte nacionalista, patriótico y
confesional. Neoliberal, porque el Estado, preso en su propio país, por las
políticas monetarias de los órganos financieros internacionales no logra
resolver óptimamente la brecha que produce la inflación entre consumidor
y mercado, incrementando cada vez más su deuda externa, con la finalidad
de responder a los créditos asumidos ante la Banca internacional.

Podría decirse, esquematizando en exceso, que en Venezuela apenas se


empezaba a vivir las consecuencias en el tiempo, del “viernes negro” que
se registró durante el gobierno de Luis Herrera Campins, y que sacó a flote
la quiebra del sistema bancario nacional, y la fustigante ola de devaluación
y curva inflacionaria, que aún hoy más que ayer, nos persigue y acosa como
“alma en pena”. Es un período en el que se concentran la diversidad de
problemas que suscitan la crisis de la hegemonía política del bipartidismo
en Venezuela, del populismo de masa y del presidencialismo. El Estado
está vuelto de cara a los principales problemas de la pobreza crítica sin
soluciones inmediatas que le permitan subsanar las demandas de trabajo,
alimentación, vivienda, educación, etc., de un gruesísimo sector (cerca del
75%) de la población venezolana.

Se entiende la crisis política desde esta perspectiva que estamos plan-


teando, como una crisis de la hegemonía histórica de una clase política
empresarial y partidista, inversora de grandes capitales privados y solidaria
con la gestión de un gobierno cofrade y adepto a sus intereses, que desde
entonces y a causa de lo que produjo la salida de Carlos Andrés Pérez de
la Presidencia de la república, aún sigue a la expectativa para retornar al
poder del Estado. No hubo completa disolución de esta clase política que
gobernaba a través de un Estado sumamente complaciente con sus econo-
mías privadas.

Es una clase política residenciada en el país, principalmente a través de la


banca privada y los consorcios internacionales del capital. Una clase con
suficiente capacidad de rotación entre las otras clases como para mante-
nerse activa en el escenario de su propia crisis y en el escenario de la deca-
dencia de un Estado completamente paralizado en su capacidad de gestar
políticas públicas que implicaran un desarrollo de la masa laboral, una clase
media menos consumista y de una conciencia ciudadana con suficiente
cultura política para la participación efectiva. Un Estado resguardado por

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los partidos políticos y por una democracia de elecciones que le permitía


relegitimarse al fenecer cada período de gobierno constitucional.

Los contrapesos del orden político son esporádicos, apenas una oposición
tradicionalmente conservadora y aliada entre sí por los pactos y negocia-
ciones de carácter electoral, completamente distanciada de las condiciones
de vida de la mayoría de la población, no está en capacidad de procurar
enmiendas o rectificaciones a la gestión pública del poder del Estado. Opo-
sición que responde más al discurso de pantomima con el que se enmas-
caran las democracias formales liberales, frente al disenso político y a los
conflictos sociales.

Este período de gobierno es altamente significativo, por dos razones: es la


primera y real crisis de legitimidad del orden instituido, pues la pérdida de
credibilidad política socava la base jurídica del sistema, abriendo las com-
puertas para la desobediencia ciudadana a nivel político e institucional.
Los niveles de corrupción económica y la descomposición moral y ética del
Estado se presentan como imponderables.

La reacción coercitiva del Estado es manifiesta en casi todos los aspectos


de la vida pública, intimidando al ciudadano común y generando un clima
de inestabilidad que contribuye de manera decisiva en un proceso de insu-
rrección popular continua e inmediata. Huelgas, manifestaciones, paros,
etc y etc, es la realidad que cubre la geografía nacional. Podrían presen-
tarse otros indicadores y variables sociales y políticas que en ese momento
incidieron en la crisis del Estado venezolano, pero no es el caso citar;
tampoco, ampliar excesivamente este marco de análisis con el que desea-
mos central la idea y el argumento de lo que es para nosotros la causa de
la misma. Apenas un esbozo de una realidad compleja y más de una vez
inaprensible, que intentamos demarcar desde un particular momento his-
tórico: la “razón política” que asiste a los adversarios que solicitan por vía
de la legalidad constitucional, la salida de Carlos Andrés Pérez del poder.
Esto en respuesta a un intento de golpe militar, cuyo principal protago-
nista terminará siendo unos años después el actual Presidente de Vene-
zuela, después de un breve período de cárcel es absuelto y una campaña
electoral de desacato en la que fustiga al sistema democrático liberal por
inhumando y alienante, que le ha robado al pueblo venezolana su utopía y
su esperanza. Un fenómeno completamente inédito en la política constitu-
cional de la democracia venezolana, y latinoamericana, que no ha dejado
de tener desde su inicio profundas consecuencias políticas, económicas,
religiosas, éticas, morales, etc., para sus aliados y sus detractores.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Si referimos nuestro análisis, de la crisis política en Venezuela, a partir de


lo que hemos explicado en las secciones anteriores, acerca de lo que es el
valor ideológico del consenso en una sociedad formal liberal y cómo éste
regula el control social, y la impostergable necesidad de democratización
ciudadana desde un espacio público donde prive la dialogicidad; entonces,
nos resultaría relativamente simple exponer nuestra tesis de una crisis de la
hegemonía y una reinterpretación de las formas políticas del poder demo-
crático desde la hegemonía de la participación ciudadana en función del
ejercicio de sus derechos públicos.

Es obvio que el orden social se remodela y transforma estructuralmente


para poder responder desde el sistema político-jurídico a las expectativas
que se plantea la nueva ciudadanía con respecto a su pasado reciente y a
su futuro inmediato. Una democracia orientada desde la base de las nece-
sidades sociales y la justicia económica, implica que el Estado sea reabsor-
bido por un proceso de socialización y concientización en el que la ley, la
norma, la constitucionalidad le otorgue un grado tal de correspondencia al
ejercicio del poder que no entre en contradicciones con las reclamos de la
mayoría ciudadana, sino que tienda a ejecutar políticas de bienestar social
que incremente el nivel de vida de cada ciudadano.

Los recientes acontecimientos vividos en Venezuela desde el hace un poco


más de un año, desde aquél 11 de abril de 2002 pasando por el paro cívico
(cuasi militar) nacional que se inicia en diciembre de ese mismo año, hasta
mediados del mes de marzo, aceleran notablemente la descomposición de
la hegemonía histórica anterior por la insurgencia de la hegemonía ciuda-
dana.

Un precedente de obligada referencia que está en el ámbito del marco


histórico de este análisis es la creación y proclamación de la nueva Consti-
tución de la República Bolivariana, discutida y aprobada en el nuevo orga-
nismo legislativo que es la Asamblea Nacional Constituyente del país.

Cada acontecimiento que se ha vivido en el país parece estar signado por


una condición indefectible de “hecho histórico” de los cuales depende de
manera muy sincrónica el desplazamiento de la historia presente de Vene-
zuela. No es posible disociar desde este registro ninguno de los “hechos”,
de muchos otros, y entre sí. Por el contrario, pareciera que existe una
“causalidad” interna que los determinará. Quizás eso sea lo propio de la
desarticulación de la hegemonía y su descalabro a nivel de la sociedad civil,
más cuando ésta termina enfrentada con toda claridad, y así fue puesto de
manifiesto en la “toma de poder” que pretendió Pedro Carmona Estanga,

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al movimiento popular que respalda a Chávez y lo repone en el poder en


menos de 48 horas, y que podría entenderse como esa ciudadanía oculta y
reprimida por la hegemonía de las clases dirigentes de su ámbito político.

Hay que destacar que en Venezuela, la presencia de la tendencia social cris-


tiana de Rafael Caldera, fundador y principal ideólogo de COPEI, elegido
como Presidente de la República, después de declarada la vacante constitu-
cional por parte de Carlos Andrés Pérez, y cumplido el lapso del interinato
presidencial de Ramón J. Velásquez, no logra pacificar al país y mucho
menos desacelerar el proceso de perdida de hegemonía existente en el
sistema político venezolana, como tampoco minimizar o corregir la acele-
rada corrupción y el desmontaje de la economía productiva y bancaria que
está en manos de la oligarquía venezolana.

No llega a la Presidencia de la República Caldera con el apoyo de su


partido de origen, sino a través de grupos disidentes y aliados de otros
partidos minoritarios que consolidan un frente único (Convergencia), que
termina abanderando Caldera, y que se alimenta de esa figura emblemá-
tica de la democracia. Favorecido por las circunstancia de una clase diri-
gente que no escatima esfuerzos para recuperar parte del poder; una clase
media empresarial emergente que aspira a negociar cuotas de poder con
el gobierno del Estado; y una clase popular que prosigue en su ideal revo-
lucionario y de cambio social, Caldera no logra la cohesión socio-política
del venezolano. Fuga de capitales y quiebra del sistema bancario interno y
externo, son consecuencias inmediatas del grave deterioro que afecta a la
economía del país. Su gobierno representará la fase terminal de una forma
de hacer política y de practicar los valores democráticos en Venezuela.

El indiscutible éxito electoral que recibe Chávez en las urnas de votación,


hace presumir la prematura existencia de un colectivo ciudadano suficien-
temente concientizado sobre los agudos problemas que vive la nación y las
posibles respuestas que pueden generar un cambio en el Estado venezo-
lana para salir de la crisis.

Pero un cambio hegemónico implica todo un proceso dialéctico de cultura


política y valores cívicos que es necesario interiorizar hasta consolidar una
autonomía de conductas ciudadanas que se correspondan y sean reflejo
de la constitucionalidad de un Estado plural y consensuado. Apenas se está
en el inicio de un proceso de larga data, pues las relaciones orgánicas en
las que se sustentaba la antigua hegemonía no desaparecen del todo, y las
que sobreviven buscan nuevas formas de reabsorción a través de alianzas
en el sistema de poder.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Vencidos y superados por la crítica política los antiguos contenidos dis-


cursivos del populismo y el carisma con que la política se ejercía, ahora
se produce una desmitificación de aquella conciencia por otra que sigue
patrones parecidos de inserción social, pero que advierte de las posibili-
dades reales de orientar el ejercicio del poder hacia la base de la pobla-
ción. En esto radica una sustancial diferencia con los modelos anteriores, y
explica en cierto sentido el modo, no modelo, de hacer la política dentro
de este nuevo orden, en donde la participación de la ciudadanía se crea a
través de una acción directa que estimula el compromiso de la ciudadanía
a cumplir con las políticas que el Estado implementa. Ahora el rol sociali-
zador del Estado se cumple en una socialización del discurso de la política
que empieza a desarrollarse en los medios de comunicación a través de
cadenas de radio y televisión, y otras modalidades que cumplen un papel
que contribuye a la información del ciudadano.

Al margen o paralelamente, a esta actividad comunicacional y discursiva


de un Estado comprometido con el desarrollo de la ciudadanía, se genera
una reacción por parte de quienes formando parte de la hegemonía ante-
rior, buscan distanciarse de un proyecto político que no representa para
ellos la reubicación en los espacios de dirección de una sociedad que no
sólo está cambiando de forma sino de contenido. La desintegración social
que propicia el nuevo orden político pasa por la disolución de las represen-
taciones sociales con las cuales se habían concebido las relaciones sociales
de producción del sentido de la política y los consumos económicos. Se
genera otro discurso que responde objetivamente a otra concepción del
mundo, que se enfrenta con toda virulencia al pensamiento único de las
sociedades neoliberales en cuyas manos está administrar globalmente el
poder político con características transnacionales y transculturales.

Mi interpretación filosófica gira en torno a una realidad en la que se hace


la política y se desarrolla la democracia ciudadana que está interferida por
mecanismos y valores antidemocráticos, en la medida que las prácticas
propias de la democracia no se correspondan con aquella naturaleza de
bien social, justicia y equidad que le sirven de supuestos prácticos. Recu-
perar para la política el referente de la eticidad cívica, implica reformular
las tesis positivistas de la política, y considerar al Estado como el lugar en
el que las leyes prescriben cuáles son los procedimientos más expeditos a
través de los cuales el ciudadano puede responder al Estado, a la vez que
exigir el cumplimiento de sus derechos políticos. No es una tarea fácil ni
para el Estado ni para la ciudadanía, mientras no exista un acuerdo mutuo
de cuáles son los fines de uno y otro. Se está por descubrir ese horizonte

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deontológico en el que las leyes están comprometidas en propiciar el bien


común y la paz social.

Otro aspecto a destacar en este momento de religitimación de los poderes


desde otra forma hegemónica, es el que corresponde a la pugnacidad
política y a la retórica de la violencia, entre otros aspectos que pueden ser
vinculados (p.ej., la incidencia de una arte de la casta militar en los asuntos
públicos del Estado y su activismo político en la reconformación de una
sociedad civil fragmentad), pero no es el caso tratar en esta ocasión, no por
menos importantes sino por falta de espacio.

La lucha por el poder siempre está acompañada, casi inevitablemente por


la violencia y la fuerza entre unos y otros. Esto no es extraño, pues responde
a la propia lógica cómo el Estado moderno, se origina y se institucionaliza.
No sólo es consenso, como bien se sabe, sino que en la medida que se
pierde el consenso, el Estado se vuelve más coactivo, represivo y autori-
tario. Es decir, que las libertades políticas de las que se vale la ciudadanía
para expresar su disentimiento, no encuentra otra vía de salida al sistema,
sino es por la violencia contra el sistema. Termina aplicando el Estado una
lógica bastante perversa, con la que se asegura si no su destrucción, al
menos la destrucción de quien se presume es el enemigo. No se estima que
un acuerdo por vía de la propia racionalidad política pudiera fructificar en
la aceptación de otro orden político que fuese mucho más amplio y partici-
pativo, donde se correspondieran de forma más auténtica las necesidades
sociales con sus satisfacciones económicas, en donde la igualdad se cumpla
como una realidad práctica en un código de justicia que sea interpretable
desde una deliberación pública por parte de la ciudadanía.

Sin querer marcar el análisis en la contingencia y lo relativo de los hechos,


o en la banalidad de los mismos, con la intención de asignar responsabili-
dades al gobierno y de la oposición de manera circunstancial o accidental,
el propósito que anima esta reflexión es el de situar el fenómeno de la
política en una esfera de acciones que co-responda con las prácticas y las
identidades públicas.

La nueva hegemonía ha abierto el Estado a la deliberación pública, más


que a las decisiones adoptadas a través de los procesos de elección o
selección, sin que éstas pasen por el debate de la publicidad, es decir, de
la opinión que se contrasta y se valida desde diferentes presupuestos. No
omito lo problemático y compleja que resulta la crisis de la hegemonía
política en Venezuela, pero se trata de observar que a pesar de las negli-
gencias, omisiones, absurdos, radicalismos, la permanente actitud de agre-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

sión y ofensa, los movimientos terroristas de desestabilización institucional


a nivel nacional e internacional, la orientación sistemática de los medios
de comunicación privados en la construcción y ejecución de un rol político
que no le corresponde, pues mediatiza la información y procrea medios de
censura, y muchas otras cosas que también pertenecen a la herencia del
Estado populista y presidencialista que hemos tenido en Venezuela, y que
sigue formando parte del imaginario simbólico del activismo político; la
crisis, es una crisis de valores democráticos y de prácticas discursivas.

En este momento más allá de las ideologías podemos afirmar que el pro-
yecto de una ciudadanía pública pasa por diversas fases, entre las que la
reconciliación nacional es indispensable, pues el país está con un gran
índice de desintegración social; sin embargo, también es necesario que se
piensa en la oportunidad que tenemos de hacer vida ciudadana dependerá
de los principios éticos con los cuales asumamos la discusión de los proble-
mas nacionales y la argumentación sin coacción a los razonamientos. En
Venezuela se vive un momento de especial trascendencia para la política
latinoamericana, en el que diversas fuerzas y actores sociales tradicio-
nalmente excluidos del orden de la política, insurgen como sujetos de la
política, desde otra palabra y otra significación del discurso democrática
de la política que ahora queda referido a una condición de clase que lo
cuestiona y reinterpreta y deslegitima.

La desigualdad social debe ser suprimida en de este orden de la política y


es inevitable la denuncia de la corrupción del poder, y eso sólo es posible
en la medida que el sujeto de la política, el ciudadano desarrolle sus prácti-
cas sociales para un yo de-liberador, autónomo, creativo, a fin de discernir
con toda claridad los fines a los cuales él debe responder sin convertirse
tan sólo en medio para otros fines distintos. Se trata de construir una con-
ciencia de ciudadanía político colectiva y solidariamente humana, más allá
de las controversias estériles y la pugnacidad personalista. La democracia
no puede ser otra cosa que un bien público al que todos tenemos derecho.
Esto convierte a la política en una necesidad moral de respecto con el otro.
Afirmo mi escepticismo en este momento de la confrontación contrahege-
mónica, pero una filosofía política animada por el ejercicio de la justicia
plena y reflexiva, porque el bien nunca puede ser individual sino social, en
el que todos estamos incluidos y del que todos somos co-responsables.

La excesiva polarización de las posturas políticas que ha asumido el Estado


y la oposición, a través de su organismos de participación, como la Coor-
dinadora democrática, debe ser depuestas en aras de un consentimiento
adecuadamente razonado y razonable, la concordia en política es sinónimo

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de equilibrio y de autoridad, más que de fuerza y de poder. La civilidad de


los actos de la razón política depende directamente de la deliberación para
elegir el mejor argumento que responda a los intereses generales de toda
la ciudadanía. Lo contrario supondrá un retorno a las antiguas estructu-
ras de dominio y control social, a situaciones que no pueden dejar de ser
resultas desde estructuras de coacción y/o represión. El desafío estriba en
comprender que la responsabilidad en política nos hace participes a todos
sin distingos, de decisiones y elecciones en las que quedan comprometidas
la vida individual y la colectiva. Queda excluido todo principio utilitario
de la justicia y de la política, y esto convierte a la política en un continuo
diálogo que favorece la interpretación de la realidad y sus condicionantes.
Hacia esta nueva racionalidad de la política es preciso avanzar, dejar en el
camino la tradición y la dogmática del poder, ser mucho más constructivis-
tas y no perder esa conciencia de interlocutores de los otros, aprender a
pensar en política desde el diálogo socrático: razonar desde la alteridad sin
desconocer las prácticas con las cuales juzgamos y valoramos las acciones
comunicativas en el orden público donde construimos nuestra concepción
de la democracia material.

En Venezuela están dadas algunas de las condiciones necesarias para la


construcción de una ciudadanía pública y de una democracia discursiva, se
necesita de otra voluntad política a la que debemos habituarnos para salir
de la confrontación gratuita y estéril, que no nos aleje de un proyecto de
ciudadanía liberador. Al igual que cualquier otro proyecto político está
abierto a las críticas, no deja de ser cuestionable y en cuanto tal perfec-
tible; pero si pensamos en el carácter de pluralidad de toda democracia
auténtica y legitima, quizás esa condición de refutabilidad es la que le
otorga su verdadero sentido dialéctico para el logro del consenso razona-
ble a través de una participación más dialógica.

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AA.VV. Legitimidad y sociedad. Alfadil/Trópicos, ULA, Mérida, 1989.

AA.VV. La otra política. Ed. Friedrich Ebert Stifung, Bogotá, Colombia,


2001.

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CONCILIACIÓN DEMOCRÁTICA EN VENEZUELA. ¿DESDE DÓNDE?

Aliria Vilera Guerrero

Introducción

Los venezolanos y venezolanas vivimos un momento histórico muy particu-


lar e inédito. Hemos sido, paradójicamente, testigos y actores principales
de una cadena de conflictos, confrontaciones y modificaciones turbulen-
tas que han sacudido, estrepitosamente, toda la esfera nacional a nivel
político, militar, cívico, social, cultural, económico y geográfico. Conse-
cuentemente, estamos afectados en nuestra naturaleza humana, es decir,
drásticamente impactados en nuestra dimensión cognitiva-emocional y,
por supuesto, en nuestro ser espiritual.
A propósito de ello, es de nuestro interés opinar en torno a este momento
crucial tan conflictivo en nuestras vidas, como lo han sido los eventos
sucedidos entre el 11 y el 14 de abril del presente. Indudablemente, fueron
acontecimientos de rápidos, contradictorios y apresurados cambios: suble-
vación civil, golpe militar y restitución del hilo constitucional; todo en
pocas horas.
Como docente universitaria, he considerado necesario intervenir con mis
propios análisis y reflexiones críticas. Tomar distancia e intentar hurgar en
esa complejidad de situaciones que hoy convergen en la crisis generalizada
que presenta Venezuela, es decir, esos puntos claves por donde pudiéra-
mos mapificar los actuales escenarios conflictivos característicos en nuestro
haber cotidiano de los últimos días. Los mismos pasan a ser expresiones de
crudas realidades, las cuales no podemos dejar pasar, menos aún borrar de
nuestras memorias y de nuestro imaginario cultural social e histórico. En tal
sentido, ubicamos los análisis desde una perspectiva educativa y social, por
ser el terreno en el cual nos estamos desenvolviendo profesionalmente.

Lecturas posibles ¿Qué nos acontece?


Cada vez que se habla del cambio social y político se habla, por ejemplo,
de refundar o de hacer renacer a Venezuela (o a la República). Lo que
quiere decir empezar todo desde el principio. Vivimos la historia como una
suerte de tiempo mítico, en el cual, cada ciclo nos devuelve al momento
fundacional para relanzarlo hacia el futuro... El tiempo de cambio político

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Aliria Vilera Guerrero

en nuestro país ha sido un tiempo mítico; de ninguna manera un tiempo


de continuidades (Villarroel Gladys, 1999)
La magnitud de los conflictos políticos, sociales y cívico militares que
aquejan el presente de Venezuela, así como la multiplicidad de razones
que nos llevaron a la profundización de los mismos, no es asunto que
pueda ser tratado desde una óptica analítica tradicional conservadora
y moralista, mucho menos desde una visión política reducida a un mero
dualismo y polarización, patéticamente evidenciado, entre los llamados
grupos chavistas y grupos antichavistas. Evidentemente, el asunto es más
complejo, según nos percatamos, pasa a ser hipercomplejo.
Por lo pronto, quiero apuntar para este escrito algunos escenarios de
análisis que nos permitan crear una agenda de trabajo universitario y
académico, desde donde podamos unir voluntades con conciencia polí-
tica participativa a partir de diferentes tendencias ideológicas, teóricas y
prácticas, con el fin de atender la tarea de pensar la sociedad venezolana,
nacional y regional-local, con ese sentido conciliador y dialogante que hoy
se nos impone. Hemos visto, luego del 14 de abril, que todo lo expresado
públicamente en los diferentes medios de información (prensa, radio,
televisión, cable e internet), apuntan hacia una concertación y encuentro
plural; hecho que tiene la intención de obtener paz social.9 Rogamos que
así sea.
Desde el ámbito universitario y académico es inminente una actuación
diligente y responsable hacia toda la urgencia de repensar nuestra demo-
cracia venezolana, así como el sentido constitucional-normativo e institu-
cional que la respalda.
Pues bien, la emergencia de lo que nos acontece, nos obliga a plantearnos
algunas condiciones sustantivas en torno a las bases de una sociedad polí-
tica con formas de gobernabilidad, legitimidad jurídica y de los derechos
humanos. Condiciones transversalmente nutridas por modos pluralistas y
participativos, los cuales deberán apoyarse en las nuevas normas ciudada-
nas ―previstas en la constitución venezolana―. Se trata de crear la inte-
racción cívica política no excluyente. Significa ello, propugnar un Estado

9
“Artículo 3: El Estado tiene como sus fines esenciales la defensa y el desarrollo de la
persona y el respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad popular, la
construcción de una sociedad justa y amante de la paz, la promoción de la prosperidad y
bienestar del pueblo y la garantía del cumplimiento de los principios, derechos y deberes
consagrados en esta Constitución. La educación y el trabajo son los procesos fundamen-
tales para alcanzar dichos fines”. Constitución de la República Bolivariana de Venezuela
(1999: 6).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de derechos según las reglas de convivencia democrática amparadas en la


defensa de una común dignidad, vale decir, condiciones articuladas coope-
rativamente entre todos los ciudadanos y ciudadanas imprescindibles para
la construcción de una “Nueva República”, de una “Nueva Venezuela” con
sentido de igualdad y libertad conforme lo establece el imperativo consti-
tucional, la búsqueda por una sociedad justa y equitativa.
En esta perspectiva, es necesario develar algunos escenarios desde donde
sea posible ubicar los elementos de conflicto en el ámbito político-social
venezolano, tarea que intenta dar cuenta de diversos síntomas que
aquejan el momento presente, a partir de los cuales resulta viable analizar
ciertas causas que animaron lo hoy sucedido.
En tal sentido, presentamos algunos escenarios para el análisis:
1. Escenario de confrontación, aspecto álgido
Como aspecto primordial consideramos necesario desactivar las actuacio-
nes de confrontación, violencia y hostigamiento que se han suscitado entre
los grupos oficialistas y los grupos opositores, quienes han sido los prota-
gonistas activos que muestran una Venezuela dividida.
Tal situación sólo será viable si antes se ataca el trasfondo de los verdade-
ros problemas relativos al tipo de cultura política que se ha gestado y, por
ende, al tipo de gestión política llevada por el gobierno actual.
De manera reiterada, el pueblo venezolano ha sido invadido por cadenas
de discursos y de prácticas ejecutorias específicas (ejemplo, los llamados
círculos bolivarianos, o los supervisores itinerantes, entre otros) que, poco
a poco, han ido minando y distorsionando el sentido de libertades demo-
cráticas que constitucionalmente rigen en nuestro país. Como condición
resultante tenemos que se ha violentado la propia lógica que rige la socia-
bilidad (el [estar]con otros) y, por lo tanto, se ha negado el respeto a la
diversidad en la diferencia.
Como aspectos clave en las distorsiones que atentan contra la conviven-
cia democrática en Venezuela, es posible indicar algunas situaciones, por
demás evidentes.
Al momento presente, luego de tres años del actual gobierno del presi-
dente Hugo Chávez y, a propósito de lo ocurrido el 11 de abril, la dinámica
de los acontecimientos sociopolíticos, sumados a la forma de configuración
del Estado (centralizado y presidencialista), han puesto en escena, tanto a
nivel nacional como internacional, la existencia de una sociedad extrema-
damente dividida, sectaria y extremista.

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Aliria Vilera Guerrero

En atención a ello, presentamos algunas opiniones, entre ellas las siguien-


tes:
Piñango afirma:
Han pasado muchas cosas. Para señalar algunas: se fue creando una brecha
social muy profunda, que divide a los venezolanos de una manera cada vez
más radical, entre quienes tienen y quienes no tienen (2002: H/8).
Según sostiene Coello:
... el discurso de confrontación que ha alimentado el resentimiento social
entre las clases, genera un miedo instalado en el sistema nervioso central
del sector clase media: van a bajar los cerros (2002: H/4).
Por su parte, Sergio Ramírez apunta:
No se puede asegurar la paz con amenazas de lanzar a un sector de la
sociedad contra otro, ni peor, organizando a los partidarios más acérrimos
en comités de defensa de la revolución bolivariana, o como se llamen, ni
declarando la guerra a los medios de comunicación (2002: H/5).
En este hilo conductor, Francisco Rodríguez argumenta:
El uso de palabras como <<escuálidos>> o <<afligidos>> para calificar a
opositores políticos tiene el particular efecto de ofender a los opositores,
al mismo tiempo que hace sentir a los partidarios en una posición de supe-
rioridad. Pronunciadas dentro de un clima de elevadas tensiones sociales,
estas palabras pueden fácilmente servir como incitaciones a la violencia,
tanto por parte de partidarios como de adversarios. Su efecto más impor-
tante es el de rebajar la dignidad humana (2002: E/7).
En cuanto a José Virtuoso:
Chávez se dedicó a dividir la sociedad en dos, a despreciar los valores de
la clase media ―educación, estabilidad, individualismo―, a desarrollar
formas desconocidas de autoritarismo e intolerancia, hasta el punto de
ensangrentar la confluencia entre la avenida Urdaneta y la Baralt....cuya
lectura plantea el tema de la exclusión y la participación política.... El gran
problema es que el populismo enfermizo terminó por convertirse en la
gramática esencial de los mensajes, la ecuación pueblo-Ejército-caudillo
terminó en la utilería del programa Aló, Presidente. Hay mucho de cartón
piedra, de anime, en la trama social de la acción gubernamental (2002:
H/1).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

José R. Castillo apunta:


El 11 de abril las grietas sociales y las fuerzas derivadas de la decadencia
de los valores democráticos, llegaron a su mayor intensidad. Se habían
colocado demasiados obstáculos insalvables entre los grupos en pugna, y
la sociedad venezolana entera fue arrastrada a una confrontación innece-
saria. Se debía estar en un lado o en el otro, las posiciones conciliatorias no
tenían lugar en la pugna. La terquedad y la irracionalidad privó sobre el
entendimiento y la razón. Ya conocemos cuál fue el resultado de todo este
absurdo. ¡No hay manera más baja de armar la patria que degradando la
dignidad nacional y sembrando el odio entre compatriotas! (2002: A/6).
Desde el oficialismo, Tarek William expresó:
No podemos caer de nuevo en la tentación del sectarismo... Lamentamos
no haber contribuido a que el clima de confrontación cesara (2002: D/1).
Así las cosas, no entendemos todavía las razones que le permitieron al
gobierno iniciar, en el año 2002, la puesta en marcha del llamado proceso
de radicalización. Proceso que suponía, de acuerdo con el sector oficialista,
una idea bolivariana con contenido de democracia participativa como eje
conductor del proyecto político-social revolucionario. Sin embargo, a la luz
de los sucesos acaecidos recientemente, nos queda la inquietud siguiente:
¿cuál es el sentido y la lógica política de lo que se estaba radicalizando?,
¿con qué fin?
Evidentemente que el proyecto político bolivariano (social revolucionario)
se ha sostenido en el vacío, o quizás en la esperanza (por demás secues-
trada) de una retórica populista, o en el peor de los casos, de una “ideolo-
gía chavista”. Ideología que entiendo se quedó prisionera en un afán de
revolución pensada desde diversos espacios históricos, a su vez, atravesa-
dos por controversiales análisis. Así, nos hemos percatado de las múltiples
narrativas que han acompañado al discurso revolucionario ―el cual arropa
a la gestión política del gobierno de turno― cargado de héroes, patriotas,
ancestros, libertadores, caudillos y pensamiento mágico religioso. Lamen-
tablemente, tal visión de “revolución”, hoy nos luce descontextualizada y
extemporánea en nuestra sociedad venezolana, y en cualquier sociedad a
nivel mundial; sobre todo, si comprendemos que los tiempos actuales son
radicalmente diferentes a toda sustancialidad última defendida por abso-
lutos radicales como vía para construir la vida política y social, por ende,
humana. Imposible darnos hoy a la tarea de defender a ultranza (con
fundamentalismos desgastados) un ideario de libertad entendido como
lucha de clases, movido por la tesis de la conflictividad, el sentido ético
valorativo de la imposición de unos sobre otros y una visión epistémica de

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Aliria Vilera Guerrero

adhesiones radicales. En consecuencia, ¿será posible pensar hoy en crear


una sociedad comunitaria movida por un sentido común y regulado por
estándares? ¿Acaso la idea revolucionaria pretende reproducir imperativos
universales centrados en un pasado histórico que ahora luce agotado en
su matriz racional ordenada y absolutista? ¿La revolución chavista puede
ser entendida como una praxis emancipatoria? ¿Cuál es la lucha? ¿La
revolución puede ser entendida como fragmentos sociales, como gregaris-
mos multiculturales, como socialidad compartida, como pluralismo, como
diversidad? ¿Cómo qué?
De hecho, nuestro presente revela un sentido de libertad entendido como
instantaneidad, experiencia expansiva, es decir, una idea de liberación
exaltada por la contingencia, la pluralidad y la insustancialidad. Se trata
de liberarse de las ilusiones de una racionalidad moderna centrada en
imperativos trascendentales y narrativas meta-históricas.
Siguiendo ideas de Hopenhayn:
Esto nos devuelve a la apuesta pendiente de la emancipación sin dioses,
vale decir, la liberación de la secularización radical. Ciertamente el pensa-
miento libertario todavía trepida con el estallido en que los últimos relatos
de Utopía se fragmentaron en miles de esquirlas. Entre la perplejidad y la
fuerza arrolladora del capitalismo globalizado, la pulsión emancipatoria
que animó buena parte del proceso de secularización radical se encuentra
trabada en sus nuevas configuraciones. La contingencia es intensiva-exten-
siva y en ella la emancipación no puede ir de la mano con la lógica domi-
nante, por más que sea esta última quien mejor capitaliza dicho carácter
intensivo-extensivo de la contingencia... Nuevo énfasis en la democracia
como orden en que participa una amplia diversidad de actores con múl-
tiples lógicas; reivindicación de la multiplicidad de lógicas culturales en el
desarrollo y en el orden social; utopización de mestizaje, no sólo ya como
fenómeno étnico, sino como multiplicación de interpretaciones sincréticas
del mundo, y reivindicación de cada sincretismo como forma posible de
nueva singularidad; celebración de nuevas racionalidades en el campo de
la producción científica; y la incesante mezcla y re-mezcla estética entre
estilos de todos los tiempos, como manifestación de la libertad de la volun-
tad de expresarse.... la lucha por nuevos órdenes regidos por principios
no-instrumentales y no-excluyentes, hacen parte de estas esquirlas frag-
mentadas del discurso que quieren reinterpretar una pulsión emancipato-
ria (1995: 18).
Esto nos ubica en los otros problemas álgidos que circulan en la crisis
venezolana. Crisis que se agudiza en la medida que no son resueltos los

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

problemas neurálgicos que afectan la población, entre ellos: la pobreza,10


el desempleo, la inseguridad social, la ineficiencia (y atraso) de la admi-
nistración pública, la inflación cabalgante, entre otros. Problemas todos,
que pasan a ser la mejor carta de presentación al momento de ubicar los
desaciertos, inoperancia y fracasos (políticos, técnicos y operativos) que
enfrenta la política oficialista.
Indudablemente que la ingobernabilidad11 reinante ante las impositivas
acciones gubernamentales, además con el agravante de la concentra-
ción de poderes y la pérdida real de las fuerzas institucionales, ha creado
un efecto social de realidades fracturadas. Tales situaciones constituyen
razones determinantes que, entre otras cosas, han impedido modificar y
realizar los verdaderos cambios y transformaciones estructurales que son
necesarios en Venezuela. Cambios requeridos tanto en los estilos de con-
ducción democrática, como en la propia gestión administrativa y norma-
tiva legal hoy existente en el país.
Además, cabe señalar, el punto referido a la lógica burocrática del Estado.
Ciertamente han sido obvias las prácticas organizacionales (acomodaticias),
a partir de las cuales han emergido adherencias muy específicas dentro de
las filas políticas del gobierno (donde lo militar se sobrevalora y se erige
como salvación). De modo que, adquiere cuerpo una nueva élite de privi-
legiados y oportunistas que se acomodan “normalmente” en los aparatos

10
“A pesar de que no ha habido un cambio radical en la estructura social del país, un
estudio hecho por Datanálisis a 10 mil hogares, y cuyos datos fueron recolectados a prin-
cipios de abril, refleja que dentro de cada estrato la población es cada vez más pobre; y la
clase media ha sido la más golpeada. La clase E está formada por 9,8 millones de personas,
lo que representa el 42% de la población nacional, sin embargo, hace tres años era 40%.
Estas familias están compuestas por cinco personas en promedio, de las cuales sólo tra-
bajan 1,5 personas, y la mayoría se desempeña en el sector informal de la economía. Sus
ingresos están por debajo del salario mínimo, y en suma una familia no gana lo suficiente
ni para adquirir la canasta alimentaria, cuyo valor se ubica en 200 mil bolívares. Por su
parte, el estrato D representa el 38% de la población, es decir, 8,9 millones de personas,
cuyos ingresos familiares no alcanzan para comprar la canasta básica real (incluye alimen-
tos, transporte, educación y vestido) que se ubica en 400 mil bolívares. El grupo que más
capacidad adquisitiva ha perdido es la clase media. El nivel de ingreso real de este estrato
se ha reducido 23% en cinco años. En estos momentos la clase C está conformada por 4
millones de venezolanos, es decir, 17% de la población, donde la clase media baja es el
grupo más numeroso. A los estratos A y B sólo pertenecen 700 mil venezolanos, es decir,
3% de la población. En 1986 este grupo representaba el 6% del total”. Disponible en
internet: www.el universal.com
11
“La ingobernabilidad es un concepto estrechamente relacionado con la legitimidad,
con la disposición de la ciudadanía a obedecer decisiones de un gobierno. Si la gente no
lo reconoce, si se crea resistencia, nos encontramos frente a una situación de ingoberna-
bilidad”. Humberto Njaim (2002: 2).

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representativos del Estado, quedando así conformada la más descarada


reproducción de la lógica burocrática e impunidad contra la corrupción
como desempeño de gobierno. Al decir de Lanz:
Es fácil colegir que la modesta visión organizacional de la nueva élite polí-
tica, junto con la igualmente modesta voluntad transformadora del funcio-
nario público, producen resultados mediocres frente a la lógica burocrática
del Estado. Esta perversidad podría pasar desapercibida sino fuera por el
enorme impacto que genera en la calidad de la gestión pública, en la pro-
ducción de resultados, en la ejecución de proyectos, en las rutinas cotidia-
nas del oficio de gobernar. El marasmo burocrático anula en la práctica
las expectativas de cambio publicitadas en formato “revolucionario”. La
brecha insalvable entre una retórica “revolucionaria” y un aparato estatal
intacto, se traduce de inmediato en costo político, en factura que se paga
(2002: 20).
Este hecho, ha sido factor clave al momento de deslegitimar y desacredi-
tar a la propia idea revolucionaria. Sobre estos asuntos pesa un verdadero
drama que atenta contra la búsqueda de conciliación democrática. Como
condición adicional, con los hechos del 11 de abril, se agrega la existencia
de grupos civiles armados, los mismos se mostraron como parte organizada
militante del horror, pero ¿qué requería ser defendido con sangre, con
muertos?, ¿por qué esa actuación a mansalva?, ¿serán parte de los llama-
dos círculos bolivarianos? Igualmente inquietó la presencia de francotira-
dores: ¿a quiénes obedecían?, ¿quién los contrató?
2. Escenario cultural y cognitivo emocional. Seguir en democracia

Urge fomentar un clima de tranquilidad en Venezuela. Sin embargo, tal


exigencia nos remite a la atención específica del ámbito cultural (con
todo el mundo de sub-culturas que lo atraviesan), en tanto escenario vivo
donde se gestan, día a día, las tendencias socializadoras, el ideario valora-
tivo, las preferencias societales, las imágenes de futuro, las construcciones
subjetivas (simbólicas e imaginarias); en fin, los tipos de mentalidades.
Las mismas pasan a constituir ciertos modos representacionales acerca de
lo social, lo cognitivo y lo emocional que subyace al interior de la cultura
política venezolana.
Pues bien, en el caso que nos ocupa, es importante reconocer que el tipo
de clima ―confuso e incierto― que reina en la cultura política vivenciada
hoy en Venezuela ha logrado activar, sobre todo en los hechos violentos
de los últimos tiempos, una suerte de dispositivo que exalta estados de

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

angustia y desasosiego.12 Se está atentando, nada menos que en contra de


la estructura psíquica y afectiva del pueblo venezolano. Opina la psicoana-
lista Dra. Julieta Ravard:
“Lo que ha ocurrido es una avería en la estructura simbólica del país. La
gente necesita saber dónde está parada. El orden de un discurso coherente
sostiene la estructura, si éste falla, se empuja hacia la violencia, el horror, el
vandalismo, y sale entonces lo peor de cada quien” (2002: C/2).
Por su parte, el Dr. Pignatiello, psicólogo infantil, sentencia:
Todos los venezolanos resultaron afectados, aun cuando muchos se sientan
triunfadores. A la situación de riesgo estuvimos sometidos todos. Nadie
durmió, todos sufrimos. Tenemos que reflexionar cómo nos ha impactado
la situación y cuál ha sido nuestra respuesta particular ¿Evadí la situación?,
¿negué lo que sentí?, ¿fue una amenaza más grande que yo? No se puede
pasar la página como si no hubiera pasado nada (2002: C/2).
Entonces, en Venezuela es necesario reflexionar sobre el valor específica-
mente humano, tanto de la vida personal como de los principios demo-
cráticos en general. Con ello debemos re-significar el sentido del concepto
de ciudadanía, porque ello nos remite, a su vez, a ubicarnos en la propia
experiencia histórica en la cual nos encontramos, el tipo de narración res-
pecto a lo que vivimos y cómo lo vivimos, qué determinamos y qué nos
determina; situación que pasa por la necesidad de preguntarnos por la
alegría de la vida. Asimismo, reconocer los valores inherentes a la propia
existencia y convivencia humana, más allá de cualquier predeterminación
axiológica uniforme y moralista centrada en la matriz racional que funda
la modernidad; matriz que hoy pierde esencia y lugar.
Hoy la experiencia democrática está incesantemente movida por nuevas
formas culturales y civilizacionales signadas por la pluralidad, la incer-
tidumbre y las discontinuidades que afloran con la posmodernidad.
Entonces, la construcción de ciudadanía y las consiguientes inquietudes

12
Considero que la crítica situación política y el desequilibrio social que hoy tambalea
el sentido democrático en Venezuela, deviene de muchos factores muy complejos, entre
ellos, la histórica renta petrolera en sí misma cargada de intervenciones empresariales y
de alianzas internacionales con otros países poderosos comercialmente, los cuales efec-
tivamente mueven poderes e intereses de todo tipo en nuestro país y, por esa razón,
condicionan nuestra economía y desarrollo. Sin embargo, al interior de nuestras propias
vivencias, en ese día a día que nos transcurre, nuestra “Democracia” parece ser un sueño
de una idea “revolucionaria” muy mal llevada, hay muchos errores, torpezas, mucho daño
a la convivencia social y humana. Poco a poco, ese afán de aniquilarlo todo por un pro-
yecto de cambio que no termina de saberse cuál es, ha sido nefasto.

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acerca de lo público y lo privado, pasan a ser cuestiones de gran tenor, en


tanto exigen rescatar el sentido de reciprocidad social que le es propio a
la condición democrática y a la pluralidad. Significa dar importancia a la
construcción democrática de la cultura de la diversidad y de los nuevos
escenarios de convivencia, tolerancia y respeto que la movilizan. Situación
que permitiría crear formas de ciudadanía integradas a una nueva sensi-
bilidad, a un nuevo tiempo; hecho que requiere de una nueva voluntad
política, de dar y de recibir, de entusiasmarse y de crear, de participar y
de comprometerse. Estas son las bases necesarias para querer estar en un
sociedad donde todos los días se defienden los estilos de vida democrática,
al tiempo que anima el espíritu al sentirse hijo/a de la madre patria y per-
mitiría, también, tener disposición para relacionarse inter-subjetivamente,
por ende, multiculturalmente.
Entendemos que con el rescate de la vida democrática está en juego el
propio efecto de sociabilidad hacia el otro, entre sociedad civil y régimen
político. Definitivamente, hoy en Venezuela existe una fuerza en las rela-
ciones interpersonales de acción cívica, desde donde se animan formas
plurales y de diferencia como efectos de relevancia que constituyen a ese
nuevo sujeto político, el cual debe ser tomado en cuenta en las esferas
públicas y en las políticas participativas. Ello pasa por la necesidad de
atender a la disposición dialógica ―entre consenso y disenso― implícita en
la búsqueda de entendimiento humano, cuya base se sustenta en el reco-
nocimiento de la solidaridad y la fraternidad, así como en la libertad y la
igualdad, pero con nuevos referentes de intervención, nuevos escenarios,
donde incluso lo virtual, lo mass-mediático adquiere sentido y significado
histórico. De lo que se trata es de respetar el Estado de derechos en tanto
proceso de cooperación social, de construcción articulada en un sentido
participativo e integrado a realizaciones democráticas, donde se impone la
experiencia de la calle y de un nuevo modo de pensar la política y lo polí-
tico; no obstante, todo ello es inclusivo a la perenne lucha por la justicia
social y humana.
Sobre estos asuntos, Lanz reflexiona:
No hay ningún poder panóptico agazapado detrás de la historia para
comandar todas nuestras desgracias. Lo que está planteado es sencilla-
mente el reconocimiento del papel fundador de las relaciones de poder en
todo el andamiaje de la política.... La agenda de nuevos problemas sobre
la democracia no aparecerá indoloramente. Hay muchos bloqueos teóricos
todavía. No es poca cosa lo que está en juego: por esas caprichosas caram-
bolas de la historia se nos pide la bicoca de remover a fondo el edificio de
un modo de pensar la política; y no contentos con esta descomunal enor-

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midad, se nos pide también que seamos capaces de vivir la experiencia de


una verdadera democracia, no sólo la que se postula retóricamente, sino
aquella microfísica que se construye todos los días en cada una de las prác-
ticas sociales (1999: 12).
Ante dicho estado de situaciones, es necesario destacar que la tendencia al
conflicto en sí mismo, no es el problema. Evidentemente las tensiones polí-
ticas y las diferencias ideológicas forman parte de ese pluralismo de ideas
tan necesarias en la historia cultural democrática venezolana.13 Pero, una
“cultura del conflicto” 14 advierte la necesidad de la concertación ―diálogo
con consenso y disenso― de allí la importancia de que existan organiza-
damente los partidos políticos, los movimientos civiles y las asociaciones
emergentes, pues, todos ellos pasan a ser hoy formas de voluntad política
y las vías alternativas que permitirán hacer, construir, rehacer y consolidar
las fuerzas del régimen democrático.
Sin embargo, en Venezuela el sentido de sociabilidad hacia el otro se
encuentra en estado de riesgo (así lo indican los sucesos acaecidos). Al
parecer ha sido distorsionado, progresivamente, todo recurso comunicativo
dialogante que nos permita vivir juntos. Actualmente existe, en el sentir
de los venezolanos y las venezolanas, entre los chavistas y los anti-chavis-
tas, una demostración evidente de lo que ha sido un ejercicio negativo: el
enfrentamiento. Los signos de desgaste no tardan en aparecer, hecho que
atenta directamente al propio equilibrio existencial y al sano desarrollo
de la personalidad de hombres, mujeres y niños, lamentablemente, todos
involucrados en esta ola de violencias y de tensión política que nos aqueja
en nuestro país. Han sido equivocadas prácticas de cambio social-político.

13
“Betancourt lo entendió perfectamente y propuso en 1958 a los empresarios y sindica-
tos un pacto de desarrollo económico y paz laboral como camino de consolidar el régimen
de las instituciones democráticas. Una de las primeras expresiones del nuevo modelo polí-
tico se encuentra en el Pacto de Punto Fijo de /1958) entre los tres partidos democráticos
más importantes ―Acción democrática― El Partido Socialdemocrático COPEI y Unión
Republicana Democrática (URD), que establecía una tregua en cuanto a las rivalidades
Inter.-partidistas durante las siguientes elecciones, respeto absoluto por el resultado elec-
toral y un gobierno de unidad nacional. El Pacto de Punto Fijo implícitamente también
estableció cuáles grupos tendrían acceso a la toma de decisiones en el nuevo sistema” (R.
Giacolone y R., Hanes, s/f: 9).
14
“Hartmann, muestra, en definitiva, el internalizado consenso sobre el conflicto insti-
tucionalizado que ofrecen las actuales sociedades latinoamericanas, que han desarrollado
una ‘cultura del conflicto’ capaz de conjugar paradójicamente disputas y consenso. En tér-
minos valorativos, la cultura del conflicto implica la consideración valiosa del mismo, no
por lo que éste tiene de antagonismo y hostilidad, sino porque la confianza en los medios
de resolución ―todo es negociable, todo es resoluble― dará lugar a enriquecedores y
liberadores resultados” (Salazar, 2002: 6).

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Inevitablemente han emergido en los ciudadanos y ciudadanas, venezola-


nos todos, diversos signos de agotamiento personal, entre ellos: estados de
frustración, desesperanza, angustia, duelo, tristeza, soledad, rabia, odio;
en fin, toda una suerte de vacío existencial. Pregunto: ¿cómo asegurar la
estabilidad del régimen democrático sin colocar en “terapia” estos conflic-
tos de naturaleza humana, además de los políticos - institucionales?
Al hurgar en ciertas evidencias públicas podemos advertir que, cierta-
mente, el discurso del presidente Chávez, sus sistemáticas expresiones
amenazantes, sarcásticas e incongruentes, han permitido fundar las distor-
siones sociales que hoy padecemos todos los venezolanos y venezolanas.
La vociferación y descalificación de algunos sectores sociales para poder
defender otros (los llamados “desposeídos”), forma parte de esa equivo-
cada gestión política que ha contribuido a la “reproducción negadora de
una genuina integración social” (Gonzáles Téllez, 1998: 23). De hecho, la
dramática experiencia vivida en Venezuela entre el 11 al 13 de abril pasa a
ser el máximo testimonio de lo que intento destacar. Ante ese hecho las
palabras sobran.
Paralelamente, la insistencia casi en unísono de quienes forman parte del
equipo de gobierno actual ―ministros, asesores y altos funcionarios―
mantienen una articulada convicción hacia el llamado proyecto social
revolucionario. Se sostiene la afirmación de que tal proyecto es pionero
en el país al tener como norte la promoción de políticas sociales públicas
modernizadoras y de condición activa participativa que permite dar perte-
nencia y voz a las comunidades más necesitadas (las clases marginales).
No obstante, es posible percatarse de que el sentido de participación e
inclusión luce como una estrategia más de acción política que ha venido
beneficiando, si y sólo si, esas comunidades o sector social marginal se hace
solidaria y defiende, afectiva y militantemente, al ideario que establece el
movimiento revolucionario (donde, entre otras consignas, se mantiene con
fuerza la de “no pasaran”). Esta situación permite, como bien sabemos,
legitimar la vigencia del proyecto en cuestión, por supuesto, también
legitima al propio poder constituido por quienes son gobierno. Se trata,
entonces, de un condicionamiento ideológico que, según González, capi-
taliza esperanzas, así se garantiza una determinada visión política, por
ende, se va consolidando una cultura política específica, ideológicamente
cargada de dogmas, sectarismos y, contradictoriamente, apegada a una
idea revolucionaria.
Al respecto, González Téllez ilustra lo siguiente:

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Decimos que esta actuación es dogmática porque sacraliza la visión y las


ideas del “otro” considerado superior, y las convierte en <<deber ser>>;
y, por consecuencia, se encuentra incapacitada para reconocer y dialogar
con su propia realidad cultural. Su talante es de ausencia de referencias
positivas propias, de desprecio por parte de sí mismo. La actuación dogmá-
tica contribuye, por tratarse de una distorsión comunicativa sistemática, a
los procesos reproductivos de la cultura escindida, a la pseudo-integración
social y a la entronización de la identidad negativa (1998: 26).
Ahora bien, cuál es el punto que debemos reflexionar, sobre todo, estando
claros que dicha práctica política es histórica en el devenir democrático
de Venezuela y de América Latina. Como proceso social cultural sabemos
que todos los partidos políticos, una vez que han pasado a ser gobierno,
recurren a la actuación dogmática para mantener adhesiones partidistas-
clientelistas (caso COPEI, AD, principalmente).
Sin embargo, el problema nos remite a una complejidad mayor, como lo
es atender al propio estatuto teórico, conceptual, jurídico-legal y organi-
zacional que funda el sentido democrático. A mi entender, es allí donde
está el aspecto crucial que hoy debemos enfrentar, analizar, reflexionar y,
consecuentemente, actuar.
En el caso específico de Venezuela, su crisis actual en lo político, social,
cultural, cívico, militar y humano, tiene que ver con las propias condiciones
de ingobernabilidad y de ilegitimidad institucional, elementos claves que
caracterizan la ruptura con el hilo constitucional y, como consecuencia, el
caos en que está sucumbiendo el régimen democrático. Adicionalmente,
el nivel de alta conflictividad no negociada, propició el terreno para crear
condiciones extremas entre grupos ―chavistas y anti-chavistas― que
pasaron a ser irresolubles y destructivas.
Esta complejidad de situaciones, según entiendo, nos obliga a realizar
diferentes lecturas acerca del trasfondo representacional social del ser
democrático, asimismo, la pertenencia de los ciudadanos y ciudadanas al
propio Estado de derechos fundadores del régimen democrático. Percibo
que las nuevas realidades culturales que hoy nos circulan, exigen interro-
gar la cultura democrática del “contrato social”, porque, evidentemente,
los nuevos tiempos están estructurando otros modos y otros lugares desde
donde es posible repensar el sentido de la democracia, no sólo como un
régimen constitucional, sino más allá, revalorizado en torno a la vivencia y
sensibilidad de las nuevas lógicas culturales movidas por vías alternas. Tal
es el caso de la participación ciudadana, de la acción civil organizada, de
las nuevas condiciones de hacer política, del emerger de nuevos movimien-

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Aliria Vilera Guerrero

tos sociales, de las exigencias de gestiones descentralizadas, de la defensa


de los derechos humanos, entre otros.
Al respecto, si lo hoy sucedido en Venezuela en relación con el retorno
del poder del presidente Hugo Chávez, luego de la sublevación cívica y
del golpe militar, ha permitido buscar la rectificación y recuperación del
hilo constitucional democrático; también, es necesario ubicar los análisis
atendiendo al sentido y a la lógica que estructuran las reglas de conviven-
cia democrática. Éstas pasan por el propio sentido y función social de la
gestión política, hecho que niega de entrada todo predominio de privi-
legios e intereses partidistas y de sectores sociales particulares; los cuales,
como bien sabemos ya, atentarían contra los principios democráticos de la
sociedad venezolana en general. Por lo que entendemos que está en juego
un compromiso ético valorativo, además del jurídico normativo.
En consecuencia, creo muy oportuno tratar como elemento clave en la
conciliación democrática que hoy se impone públicamente15 con mucha
fuerza en nuestro país ―desde el propio Presidente de la República y
desde todos los sectores representativos de la sociedad―, que el respeto
al marco constitucional, así como de los derechos humanos y libertades
consagradas internacionalmente, pasa ciertamente por el diálogo y el
encuentro entre las partes con verdadero espíritu de entendimiento y dis-
posición para la resolución de los problemas; ello es indudable y, además,
muy necesario. Pero, también pasa por el Valor que debe ser inherente a la
propia condición humana del pueblo venezolano. El carácter de pertenen-
cia cultural y de dignidad de quienes somos Venezuela. Me refiero a esa
dimensión cognitiva afectiva rica en contenidos implícitos en el imaginario
cultural, los mismos se constituyen en anclajes diversos, en espacios arque-
típicos posibilitadores de múltiples recuerdos y emociones que simbolizan
“tiempos mejores”; tiempos que todos llevamos dentro y fungen, a su vez,
de elementos identitarios inmemoriales de la historia de los venezolanos
y las venezolanas. Nuestra conciencia colectiva ha dejado su huella en el
camino, son múltiples configuraciones vitales de la vida cultural democrá-
tica, por ende, de nuestro imaginario cultural colectivo, es decir, “la matriz
común del pensamiento humano, que latentes en toda forma de racionali-

15
A través de todos los medios de comunicación, nacionales e internacionales, a partir
del 14 de abril/2002, se han manifestado diversas opiniones que apuntan a esa rectificación
y necesidad de diálogo nacional. Diálogo que se inicia con el propio Presidente Chávez,
quien pide “perdón” a todas las personas y sectores a quienes él ofendió en el pasado;
comenzando con las personas de PDVSA a quien reincorporó a sus cargos, además de
otras decisiones, ejemplo: convocatoria a un Consejo Federal de Gobierno, a la Comisión
por la Verdad, a las reuniones con el Episcopado Nacional, a la Comisión para el Diálogo
en Miraflores, etcétera.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

dad (griega, azteca, hindú, moderna, etc.) recuerda y sugiere evocaciones y


potencias universales de representación legadas por el pasado de la huma-
nidad” (Sánchez-Capdequi, 1999:24).
Como historia reciente, no podemos obviar que nuestra experiencia demo-
crática deviene del apego a una idea de Estado benefactor,16 poderoso y
absoluto, garante del “bienestar común”. En función de ello surgió la tesis
de la “Democracia Subsidiada”,17 a través de la cual ha girado la concerta-
ción política y toda suerte de simulacros en la constitución de un sistema
político enmarcado en preceptos democráticos “universales”, que en la
práctica han tejido, paradójicamente, cadenas de mediaciones que son
en sí mecanismos de exclusión (léase carné del partido por delante, por
ejemplo).
En el momento actual, ninguna de dichas situaciones ―ni la tesis subsi-
diada, ni el poder de los partidos políticos― se mantienen. El Estado vene-
zolano se percibe hoy descarrilado ante una suerte de vacíos de poderes y
sin fuerza en el régimen institucional. Sin embargo, se exacerba la tesis de
intervención militar como los principales defensores del sistema democrá-
tico. Hecho que permite retornar el poder del militarismo ―de importante
protagonismo en la historia latinoamericana― en todo lo que mueve las
relaciones entre el poder político y la preservación del régimen democrá-
tico. Pero como bien ha apuntado George Philip:
los militares sudamericanos tienen como prioridad el mantenimiento de la
institución militar misma, sólo después como parte de ella, la de mantener
el sistema político... porque la lealtad última de la institución militar es a su
propio interés institucional (citado en Giacalone, op. cit.: 41).18
16
“En las economías mixtas de Occidente, el Estado dispuso de una parte muy impor-
tante del producto social, y también de un espacio para transferencias y subvenciones,
quiero decir: para una efectiva infraestructura y una política social y de ocupación. El
Estado pudo afectar el marco de producción y la distribución para también incidir en el
crecimiento, la estabilidad de los precios y el empleo” (Habermas, 1998).
17
“El sistema político venezolano se construyó sobre la capacidad económica del Estado
para subsidiar la democracia, proporcionando las prebendas necesarias para crear un
cierto consenso social alrededor del sistema democrático. En este proceso los partidos polí-
ticos fueron fundamentales, pues incorporaron al sistema sectores populares mediante la
creación de enormes redes clientelistas, compuestas por múltiples redecillas encapsuladas.
De esta forma, los partidos proporcionaron al sistema político una amplia base popular, al
mismo tiempo que dirimieron los niveles de conflicto que podían surgir de la competencia
electoral. Así, el sistema obtuvo cierta representatividad, a la vez que permitió que aque-
llos sectores importantes, cuya base de poder no se vincula con la movilización electoral,
tuvieran acceso a la formulación de políticas” (R. Giacalone y R., Hanes, op. cit.: 12).
18
Véase: Velásquez, R. et al. (1979), Venezuela moderna. Medio siglo de historia 1926-
1976, España: Ariel.

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Evidentemente, en Venezuela los partidos políticos han perdido escena-


rio (aun el MVR), en tanto éstos no han sido los garantes de la restitución
democrática actual, mucho menos los protagonistas activos que canali-
zaron los conflictos y las demandas existentes (caso que sí sucedió con
FEDECAMAS y la CTV). De hecho, sabemos que, además de los militares,
los otros actores están representados en la sociedad civil dividida en dos
polos, pero que, ciertamente, constituyen ese nuevo sujeto político (al cual
ya hicimos referencia) que hoy se lanza a la calle en busca de exigencias, de
querer ser oído y atendido.
Considerando argumentos teóricos, incluimos para este análisis los refe-
rentes siguientes:
Luis Bertrand señala:
La consolidación de un régimen democrático y pluralista parece en efecto
poco viable si no se apoya sobre códigos de convivencia política, libremente
interiorizados por la mayoría de los ciudadanos, que determinen límites a
la contraposición de intereses, indiquen los cauces aceptados para la reso-
lución de conflictos y sustenten un sentimiento compartido de deseabili-
dad democrática. En América Latina, las exigencias de una cultura política
democrática son sin duda alguna, diferentes.... Tanto en el orden político
como en el económico, el conocimiento de los “arquetipos” culturales de
una sociedad parece esencial para comprender los fenómenos y tendencias
del cambio y para concebir, sobre tal base, mensajes y prácticas más con-
textuados y eficaces en la perspectiva del desarrollo de un ethos-democrá-
tico que contribuya a la consolidación del régimen (1992: 122-123).
Rodolfo Kusch argumenta:
La dualidad entre sujeto pensante y sujeto cultural en América hace que
debamos acceder a ella considerando dos presiones: la del mero estar y
la de ser alguien. Por un lado, lo deseable: el progresismo civilizatorio, lo
racional, lo fundante; por el otro, lo indeseable, el primitivismo bárbaro,
lo irracional, lo arcaico, lo demoníaco. El hombre latinoamericano vive esta
dualidad (citado en Huergo, 1998: 53).
Gladis Villarroel apunta:
Los contenidos potenciales de una cultura pueden pasar al contenido real
de una representación social. Ello ocurre cuando un objeto, en el sentido
más amplio del término, la enfermedad, la identidad, la democracia, el
cuerpo, la sociedad, entra en el campo de nuestros intercambios con los
demás... el entendimiento cotidiano entre las personas obtiene su signifi-
cado del diálogo y de la interacción social en una comunidad dada, puesto

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

que el lenguaje que hablamos está siempre articulado a una forma de


vida, es decir, a una cultura.... de manera que cuando se piensa en política,
cuando se actúa políticamente se parte de un sistema de representaciones.
Este sistema o cultura política, concierne a las orientaciones globales para
la acción referidas a las instituciones y las prácticas políticas. Es decir, tiene
que ver con los valores, las actitudes, los conocimientos, las imágenes y los
sentimientos relativos a las instituciones y a los fenómenos políticos. La
cultura política contiene, asimismo, la elaboración de las diferentes expe-
riencias y las modalidades de relación con la política peculiar de una socie-
dad, de una experiencia y de un tiempo específico (1999: 68).
3. Escenario Universitario y académico. Algunas reflexiones
Hoy en Venezuela la edificación de un marco democrático vuelve a ser
tema de discusión en la esfera política, situación que requiere, como lo
hemos indicado, de la construcción de un sistema político-social organi-
zado, con normas y valores culturales que respeten la alteridad19 y, por
supuesto, dentro de un Estado de derechos. Desde el ámbito universitario
esta tarea exige respuestas educativas formativas diferentes. De allí los
nuevos desafíos para el mundo universitario y académico. Desafíos que
deberán estar ventilados sobre importantes transformaciones y revalo-
rizaciones en las políticas de formación de los nuevos profesionales, las
cuales, necesariamente, deberán estar integradas con las nuevas formas de
participación social civil y de ciudadanía activa que se imponen en estos
tiempos en Venezuela,20 además estando en juego la reconstrucción de
una nueva democracia.
Desde la Universidad urge atender los fenómenos políticos y el efecto de
interacción entre los grupos y colectivos, ubicar sus posibilidades, limitacio-
nes y realidades de hacerse según modos democráticos. Vale decir, asumir
desde las esferas de la intelectualidad, de la academia, de la docencia, de
la investigación; en fin, de la vida universitaria ―en su esencia pluralista e
integral―, un escenario de permanente diálogo, disertación y encuentro
para la concertación democrática con participación proactiva. Significa
ello, recuperar las dimensiones positivas y creadoras de la cultura política
y de los derechos políticamente requeridos en la construcción democrática
de nuestro país. Desde cada cátedra, desde cada ámbito cultural universi-
tario, desde las maneras de construcción del conocimiento y de la ciencia,

19
“Democracia es la alteridad que salva la idea de democracia se su integral realización.
El muro que la defiende de sí misma” (Espósito, 1996).
20
Por ejemplo, cumplir con lo que establece el art. 135 de la Constitución Nacional, donde
se establece: “Quienes aspiren al ejercicio de profesiones, tienen el deber de prestar servi-
cio a la comunidad durante el tiempo, lugar y condiciones que determine la ley”.

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Aliria Vilera Guerrero

se deberán estar redescubriendo, perennemente, formas innovadoras de


hacer política, formas creativas y con fuerza de poder político. Se trata de
animar un ejercicio constante en la construcción potencial de la conciencia
política respecto al propio sentido social que mueve a la Universidad, el
sentido de formación que recorre las carreras universitarias, la lógica valo-
rativa que está en juego, las formas de representación social y simbólicas
que constituyen un ideario democrático dentro de los propios ambientes
de vida universitaria.
Implica que los futuros profesionales que ahora se forman en las uni-
versidades públicas vivan los valores de una cultura democrática, cívica y
pacífica, pero, además, orientada al logro de situaciones democráticas de
servicios educativos, culturales y recreativos como aspectos fundamenta-
les en la construcción de una conciencia crítica, reflexiva y pensante, por
tanto, con una visión hacia los significados de la función ética en la socie-
dad y, además, de la lógica de sentido implícita en la autonomía, en la res-
ponsabilidad social, en la convivencia cultural y humana, por ende, en las
acciones políticas que le son pertinentes a las participaciones soberanas.
Entonces, es importante que el escenario universitario se nutra con diferen-
tes experiencias educativas que mantengan una cultura del debate, la cual
deberá estar contextualizada y en nexo con los entes sociales y políticos
que dinamizan la vida democrática en la sociedad venezolana, los sucesos
y acontecimientos a nivel nacional, regional y local-municipal. Porque los
profesores y estudiantes deben vincular sus procesos cognitivos-afectivos
y de integración social con las carreras universitarias donde se fomenta,
cotidianamente, la propia naturaleza política de la formación profesional,
consecuentemente, ocupacional-laboral.
Desde una lectura de posibilidades, vemos que las situaciones conflictivas
emergentes hoy en el terreno político-social de Venezuela, y por ello, en la
vivencia democrática, enfrentan al mundo universitario exigiendo su aten-
ción inmediata. Esto significa que se deben dar respuestas e intervencio-
nes, precisas y determinantes, a través de los diversos espacios intelectuales
de la universidad. En este caso, es importante trazar las nuevas coordena-
das y lugares que nos permitan descentrar los análisis parcializados de la
cultura política dominante y de las opositoras, pulsar las complejidades
que atraviesan sus propias narrativas e historias de autoridad, de coerción
y de violencia, sus prácticas de representación social e ideológica particu-
lar, sus cuotas de poder asimétricas, sus lógicas tradicionales marcadas por
dimensiones de “amigo/enemigo”.
Se trata sin duda de una problemática compleja que involucra dimensiones
de carácter interinstitucional, jurídicas, normativas, simbólicas, culturales

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

y éticas. Pero, en cualquier caso, la reivindicación del sentido democrático


que requiere Venezuela, pasa, ciertamente, por reivindicar la idea misma
de cultura política, de atender a nuevas visiones del ideario político de
los venezolanos y venezolanas, de activar nuevos enfoques de actuación
responsable y comprometida con el sentido de la vida democrática, del
diálogo cívico-humano, de la sensibilidad social hacia futuros posibles; es
decir, de una nueva convivencia democrática.
Tales situaciones ameritan reconocer que toda discusión y debate posible
respecto a la democracia, a la cultura política y al ejercicio de ciudadanía
participativa, pasan a ser parte de una agenda universitaria permanente,
sobre todo, porque la propia dinámica social y política de la vida con-
temporánea en Venezuela, le está imprimiendo su carácter cambiante,
renovador e inacabable. No obstante, son desafíos que trazan, a su vez,
transformaciones profundas que afectan a la propia estructura y organiza-
ción de la universidad pública como institución democrática, así como de
sus relaciones con el entorno de la sociedad y la dinámica de participación
de los actores universitarios.
Sin embargo, resaltamos que el escenario universitario constituye una
dimensión política de primer orden y a ella se adhieren valores éticos-
sociales y formativos que construyen también principios democráticos.
Tales principios requieren de una permanente verificación, interpretación
y confrontación en tanto opciones democráticas viables y negociables, por
ende, de construcción de identidades con garantías, derechos y deberes
políticamente defendibles en terrenos de lo razonable, tanto de las convic-
ciones existentes, como de la lucha para la reconstrucción y recomposición
de las libertades sociales y la justicia social.
Finalmente, la universidad es un escenario de constantes reflexiones y un
espacio para el ejercicio del pensamiento creador, innovador y transfor-
mador, de allí que repensar la democracia y las propias condiciones de
convivencia democrática en Venezuela, constituye una tarea de incesante
búsqueda. En lo particular, la consolidación democrática hoy, debemos
debatirla en torno a diferentes dimensiones analíticas, una de ellas atiende
a lo que Mª Gonzáles nos advierte:
Es importante asumir de entrada el carácter incierto y provisorio consus-
tancial a la democracia. Percatarse de que no es algo natural, evidente o
fruto de una evolución moral de la humanidad; es, por el contrario, una
continua conquista, nunca una adquisición definitiva. No existe un umbral
de democracia que, una vez alcanzado, obtenga certificado de garantía
permanente (2001: 14).

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Aliria Vilera Guerrero

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VENEZUELA, POLARIZACIÓN IDEOLÓGICA Y DEMOCRACIA

Carmen Vallarino-Bracho

Venezuela conoció tempranamente la alternancia gubernamental, que


politólogos y políticos proponen como el esquema óptimo para todos los
sistemas políticos latinoamericanos, cuando en 1958, a la caída de la dicta-
dura de Marcos Pérez Jiménez, cuando los partidos Acción Democrática y
Copei en el Pacto de Punto Fijo, monopolizaron el proceso de la ‘transición
democrática’.

La alternancia se reveló, a lo largo de los años, como un cogobierno de


estructura patrimonialista, clientelar, con un alto grado de corrupción
en manos de una clase política cada vez más homogénea y supeditada al
interés económico dominante. La atracción hacia el centro, que genera
la idea del bipartidismo y de la alternancia, si bien resolvía en apariencia
el problema de la gobernabilidad en el plano institucional, implicó: la
reducción de la representación política, la restricción del espectro de las
opciones políticas y la neutralización de la posibilidad de construcción de
alternativas sociales por la vía electoral.

¿Hacia dónde se canalizarían entonces las expectativas de cambio de


fondo que son la razón de la participación política de los sectores sociales
excluidos y acorralados en la pobreza? Su marginación de lo político-insti-
tucional en aras de garantizar la estabilidad, fue un problema no resuelto
que demostró prontamente el fracaso del modelo de relaciones políticas y
sociales (Bracho Grand, 1992).

Desde el punto de vista teórico, autores como Offe, Habermas, o la recupe-


ración del pensamiento gramsciano durante los años setenta, desarrollan
el concepto de ‘crisis de legitimidad’, frente al cual autores como Hunting-
ton desarrollan la idea de ‘crisis de la gobernabilidad’. Si la crisis de legi-
timidad interroga lo político, la crisis de gobernabilidad se presenta como
un problema ‘técnico’ que podía resolverse a través de soluciones adminis-
trativas guiadas por un fin primordial: frenar la participación popular.

Si la crisis de legitimidad exigía un cambio político, la crisis de la gobernabi-


lidad y la petición de la “gobernanza” reclaman un fuerte disciplinamiento
ciudadano. Poco a poco, a través de la violencia, el control comunicativo y
la hegemonía del pensamiento, el paradigma neoliberal iba sustituyendo

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

al modelo alternativo construido durante la década de los sesenta y los


primeros años de los setenta. Sólo después de veinte años de conservadu-
rismo, fue reconstruyéndose un tejido social alternativo (Vidal-Beneyto, et
al. 2002)

En Venezuela, al margen de un sistema político cerrado y a partir de la


crítica a esta forma de partidocracia, en los años ´90, el eje de la oposición
pasó de las manos de la izquierda a las de un movimiento de masas guiado
por un exmilitar. El regreso del presidente constitucional Hugo Chávez al
palacio de Miraflores, sobre la base de la movilización popular y las divi-
siones en la Fuerza Armada, el 13 de abril de 2002, luego de instalado un
gobierno dictatorial de pocas horas, permitió movilizar al descontento
social al margen de estructuras políticas oligárquicas, estableciendo una
relación simbólica fuerte, organizativamente laxa, pero eficaz, como
quedó plasmado en la respuesta al golpe del 11 de abril.

A diferencia de otros casos, el movimiento de inspiración bolivariana no


puede apoyarse en los sindicatos, cuyo papel histórico se ha reducido y
cuyas filiaciones políticas han sido negociadas y selladas con el ‘aveni-
miento obrero-patronal’ desde 1958. Por otra parte, no asume claramente
la forma de una alternativa a la insubordinación izquierdista, cuando la
izquierda radical venezolana, latinoamericana y mundial se encuentra
sumergida en un ya largo proceso de transición en el cual la reconstrucción
de sus raíces sociales no se corresponde con la capacidad de constituirse en
un proyecto político y de poder viable en el corto plazo. El bolivarianismo
cubre el vacío dejado por la izquierda que se fue moderando e institucio-
nalizando, volviéndose una fuerza sistémica que ya no puede represen-
tar los deseos de transformación que, inevitablemente, germinan en los
campos de la injusticia y la exclusión sembrados por el neoliberalismo.

La composición del bloque de poder que diseñó el golpe del 11 de abril


de 2002, recuerda otros momentos de la historia latinoamericana. En esa
ocasión se produjo la configuración de fuerzas que agrupa al gobierno de
Estados Unidos, los sectores más conservadores de la Fuerza Armada, la
confederación patronal –Fedecámaras-, la jerarquía de la Iglesia Católica y
el sindicalismo cooptado por la estructura de partidos políticos.

Parece que no hay nada nuevo bajo el sol: los Estados Unidos se ven obli-
gados después de más de una década a promover un golpe de Estado
“clásico”. Evidentemente, los medios de comunicación masiva jugaron el
papel sobresaliente que les corresponde a estas alturas del nuevo siglo.
Por otro lado, no pudieron manipular totalmente los acontecimientos a

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Carmen Vallarino-Bracho

su antojo y el enfrentamiento se resolvió en las calles y en los palacios


del poder. Cuando los pilares de la conservación se sienten amenazados
aparece un bloque de reacción que en tiempos normales no aflora.

La crisis permite abrir el horizonte de visibilidad y pone de relieve las


fuerzas que sustentan determinada dominación, así como los espacios de
resistencia, que salen de las catacumbas de la cotidianidad y ocupan las
calles. La contraparte del bloque golpista en Venezuela fue una manifes-
tación popular en gran medida espontánea, lo cual nos habla de formas de
participación social que rebasan toda organización tradicional. Lo mismo
observamos en el movimiento contra la globalización, en las manifesta-
ciones masivas contra la extrema derecha en Francia y en Italia, donde
la respuesta a la convocatoria de partidos y sindicatos es masiva, popular
y, en gran medida, sin filiación. En el que tal vez sea el crepúsculo de la
figura del militante del siglo pasado, surgen nuevas figuras de la protesta
y la movilización, fenómenos que -a pesar de la utopía neoliberal-, siguen
marcando el paso de la política, del conflicto y, por consiguiente, de la
historia.

La polarización ideológica

Para comprender el proceso político venezolano es necesario reflexionar


sobre el problema de la teoría y la práctica de la democracia, y para ello
utilizaremos como matriz analítica los planteamientos de Frank Hinkelam-
mert (1993), partiendo de la constatación de la no univocidad del concepto
democracia.

Se puede partir, para una aproximación del fenómeno de las democracias


actuales que serían sistemas políticos que en sus teorizaciones y declaracio-
nes se guían por la idea de derechos humanos universales, lo que implica
que se legitiman por el ‘interés de todos’ y que, pretendidamente o real-
mente, generan poderes políticos ‘a partir la voluntad de todos’, siendo
considerados todos como sujetos que generan el propio poder político, y
por consiguiente ‘la totalidad de los poderes’, pudiendo explicitarse estos
dos pilares fundamentales, comunes a toda definición de democracia.

Una definición como ésta incluiría casi todos los regímenes políticos exis-
tentes, con la marcada excepción de los regímenes nazi-fascistas alemán e
italiano, así como el franquismo y el salazarismo, español y portugués, que
no partieron de la concepción de derechos humanos universales, e incluye
a los que entiende como ‘democracias en estado de excepción’ (Hinkelam-
mert, 1993). Para ir más allá de esta definición, el análisis de los derechos

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

humanos, cuya especificación se produce en el proceso mismo de institu-


cionalización de la democracia, es un instrumento clave de trabajo.

Derechos humanos e inversión legítima de la norma

Hinkelammert analiza como punto central el problema de la jerarquiza-


ción de los derechos humanos, a partir de dos puntos esenciales: 1. Los
derechos humanos se transforman en normas legales vigentes en las socie-
dades actualmente existentes. 2. Los derechos humanos se sistematizan, no
existen como derechos particulares o aislados.

Partiendo de las premisas apuntadas, se constata que los derechos


humanos de declaraciones universales puras pasan a convertirse en normas
legales vigentes (derecho positivo). Su posibilidad misma de convertirse en
derecho positivo crea a su vez la posibilidad de la sanción a la trasgresión
de la norma, a través de la cual aparece la posibilidad de la inversión de
la norma: frente al asesino que viola la norma, aparece la violación legí-
tima de la norma: en el caso extremo se aplicaría ‘legítimamente’ la pena
de muerte: el asesino es asesinado, la norma se invierte. El fenómeno de
inversión de los derechos humanos como derecho positivo es universal,
el derecho funciona de esta manera en todas las sociedades existentes.
Para garantizar el cumplimiento de los derechos humanos, es necesario un
poder político, que como Estado garantice su cumplimiento a través de la
inversión en contra de sus transgresores.

Sin embargo, el problema de los derechos humanos no se plantea en la


realidad como derechos aislados o derechos particulares. Los derechos
humanos son un sistema que por otra parte esté perfectamente jerarqui-
zado. El problema aparece, por lo tanto, entre un conjunto de derechos
y su posible violación, como totalidad de derechos. La violación de un
derecho particular es un simple delito, mientras que la violación del con-
junto de los derechos humanos es un ‘acto contra la humanidad’.

Al lado del violador criminal (transgresor de normas aisladas), aparece el


criminal ideológico que se percibe como enemigo de lo humano en todas
sus dimensiones.

Ahora bien, si se intentara una lista de los derechos humanos se perci-


biría que han cambiado con las épocas; existe la tendencia a ampliarse
el número de derechos que aparecen como tales a la conciencia de los
hombres. Se podría presumir la anexión de nuevos derechos con la evolu-
ción de la sociedad. ¿Podría entonces procederse a una sumatoria simple?

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Carmen Vallarino-Bracho

Muy difícilmente, no solamente por las dificultades de la previsión, si no


sobre todo, por las relaciones que éstos guardan entre sí. Los diversos dere-
chos de la persona humana que aparecen en la conciencia son siempre
incompatibles entre sí y de carácter relativo.

Relatividad y jerarquización

En la medida que aparece la conciencia clara de la existencia de derechos


del hombre, aparece un derecho esencial con el carácter de derecho natural.
Un derecho que se considera como una derivación del hecho simple de ser
persona: un derecho fundamental con relación al cual los demás derechos
se relativizan, derecho por excelencia, cuyo cumplimiento tiende a limitar
y hasta suspender el cumplimiento de los demás derechos; un derecho que
sirve de principio jerarquizador a partir del cual el conjunto de derechos
del hombre se compatibilizan en el sentido de que ningún otro puede
ser realizado sacrificando ese derecho fundamental, que sirve, además de
garantía del cumplimiento de los otros. En nuestra sociedad, ese derecho
es el derecho a la propiedad privada.

El proceso a través del cual el hombre adquiere su autonomía con relación


al mundo empírico, lo encontramos ya en pleno desarrollo en Locke (1991);
el individuo se ha transformado en fuente originaria de los derechos que
lo hacen ser tal, es decir, persona y antes que nada el más importante
de todos, la propiedad. De acuerdo con Locke, el hombre y no la natura-
leza constituyen el origen de todo cuanto tiene valor. Por otra parte, los
derechos humanos dejan de ser una simple declaración para convertirse
en derecho positivo, no son normas abstractas, existen en la sociedad. Su
cumplimiento depende:

a. De la factibilidad general, es decir, todo cumplimiento de los derechos


humanos tiene que realizarse dentro del marco del producto general de la
sociedad,

b. El cumplimiento de los derechos humanos afecta la distribución de los


recursos entre los diversos sujetos (aunque los recursos no sean todos de
tipo material). Se trata de un principio de factibilidad individual, que se
inscribe en la factibilidad generada por el producto social.

Luego, las teorías de la democracia terminan por designar la forma de


acceso a la producción y distribución de los bienes “como principio jerar-
quizador de los derechos humanos”. Los derechos humanos son pues,

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

modos de vivir, no estipulaciones puras sobre valores que pueden regir


desde fuera la vida humana concreta.

Las democracias existentes, así como los sistemas teóricos que las susten-
tan, dan fe de la forma de acceso a la producción y a la distribución de los
bienes sociales, del derecho de propiedad como principio de jerarquiza-
ción de los derechos humanos.

En Locke (1991), el derecho a la propiedad es un derecho natural, por


excelencia, derivado del hecho mismo de ser persona. Norberto Bobbio
―citado por Hinkelammert (1993)―, explica que es un punto caracte-
rístico de la doctrina de Locke el reconocimiento de la propiedad como
derecho natural. Decir que la propiedad es un derecho natural significa
que el derecho de propiedad no deriva del Estado, que es anterior a toda
constitución civil y que es un derecho que le pertenece como individuo.

Urge resaltar el hecho que la forma de acceso a la producción y distribu-


ción de los bienes sociales no solo organiza el sistema de propiedad y su
reproducción sino que también jerarquiza el mundo de los valores éticos.
Por otra parte, las formas de acceso a la distribución y a la producción de
los bienes sociales incluyen formas de marginación de tal acceso. Este es
posible dentro de un marco determinado y aquél que no encuentra una
forma de acceder a este marco, es marginado.

Venezuela posee claros ejemplos de los efectos de esta jerarquización.


Entre otros, los incidentes del 27 y 28 de febrero de 1989, constituyen un
hito histórico imprescindible para la comprensión de la historia reciente
de este país. El resultado del anuncio de un paquete de medidas políticas
y económicas neoliberales, que incluían la subida de precios de todos los
servicios y productos básicos para la vida es un levantamiento popular des-
bordado y espontáneo, que resultó incontenible con medidas de policía y
el recurso a la acción militar, generando saqueos generalizados en Caracas
y algunas de las principales ciudades venezolanas.

Frente a la trasgresión del derecho a la propiedad privada: saqueos y


actos vandálicos, la respuesta fue la orden del presidente de la República
en aquel momento, Carlos Andrés Pérez, de disparar a la cabeza de los
manifestantes y saqueadores. El número indeterminado de víctimas de esa
masacre (las cifras oscilan alrededor del millar y medio), atestigua la jerar-
quización del derecho a la propiedad privada como principio jerarquizador
del sistema de derecho y de los valores sociales, frente al cual el derecho a
la vida queda relativizado en los hechos.

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Carmen Vallarino-Bracho

Vigencia del principio jerarquizador y polarización política

Como planteáramos, todas las teorías de la democracia se centran en la


legitimación del principio de jerarquización de las formas de acceso a la
producción y distribución de los bienes sociales. Es decir, no en los meca-
nismos electorales, ni en el interés de completar una lista cambiante de
derechos humanos. No se plantea ningún derecho de las mayorías de por
sí, es decir, derivado del hecho formal de ser mayoría, bien por el contrario,
el derecho considerado como fundamental, que funciona como principio
jerarquizador de todos los derechos, se convierte en voluntad objetiva e
irrenunciable, garante en definitiva de todos los derechos.

Es así como siendo un derecho fundamental irrenunciable, ninguna


mayoría puede ser ubicada legítimamente sobre él, es decir, llegar a
decidir en contravención con la forma de acceso a la producción y a la dis-
tribución de los bienes sociales, convertida en principio de jerarquización
jurídica y de la vida social. Las mayorías pueden decidirlo todo, excepto lo
fundamental, que es la vigencia del principio jerarquización, que rige por
principio (mayoría objetiva) y contra la cual, ninguna mayoría de hecho
puede ser legítima. Como planteara Jean Jaques Rousseau (2001), es la
diferencia entre voluntad general que es voluntad a priori, y la voluntad
de todos, que es voluntad a posteriori. En caso de conflicto entre ambos
intereses, es siempre la voluntad general la que prevalece, como raíz de
todas las legitimidades.

De esta manera se introduce en la vida de la sociedad una polarización


que generalmente no coincide con confrontaciones políticas entre parti-
dos y grupos que compiten en elecciones u otros mecanismos por el poder.
La polarización se da entre la afirmación del interés general objetivo y la
negación de su vigencia. En los casos de oposición el principio de jerarqui-
zación vigente se convierte en polarización ideológica ‘amigo-enemigo’

La polarización social lleva a la polarización ideológica, que define al opo-


sitor como enemigo. La oposición amigo-enemigo (de la democracia, de la
civilización cristiana.) se identifica con la relación ‘bien-mal’, ‘Dios-diablo’.
El Presidente de los Estados Unidos, Georges Busch habla de ‘eje del mal’,
su antecesor Ronald Reagan planteaba a sus opositores en la guerra fría
como ‘reino del mal’, así como Ossama Bin Laden nos habla del ‘gran
satán’.

Ahora bien, este fenómeno tiene un trasfondo eminentemente racional: al


jerarquizar una forma específica de acceso a la producción y a la distribu-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

ción de los bienes sociales, se sostiene en la teoría democrática que un con-


tenido específico del derecho de propiedad es garantía del cumplimiento
de todos los derechos humanos, y por lo tanto, garantía de la dignidad
humana en toda su extensión. El opositor es percibido como alguien que
se levanta contra todo lo humanamente ‘bueno’, contra toda la dignidad
humana, y el acto de oposición aparece como crimen de lesa humanidad.
El crimen ideológico se objetiva vinculando la imagen del opositor con la
del enemigo independientemente de sus intenciones y de sus actos obje-
tivos.

El Gobierno venezolano y la polarización ideológica

El gobierno constitucional de Presidente Hugo Chávez logró un impor-


tante éxito al frenar el crecimiento de la pobreza, que venía en ascenso
desde hacía tres décadas, es de notar que esta situación es relativamente
poco conocida como consecuencia del bloqueo y exclusión de los medios
de prensa. En menos de tres años, duplicó el presupuesto dedicado a la
educación: de un 3 al 6 % anual. En el 2001 el PBI tuvo un crecimiento del
3, 2 por ciento y la inflación fue llevada a un 13, 4 %, la más baja en más
de una década; sin embargo, el descenso del precio del petróleo, obligó
a ajustar el presupuesto del 2002 y liberalizar el valor del bolívar, lo cual,
generó un descontento que capitalizó la oposición.

Las reservas internacionales llegan a 20 millardos de dólares, aumentó la


superficie agrícola cultivada, el consumo de automóviles subió un 39%,
la exportación de bienes no tradicionales un 25%; la inversión extranjera
aumentó un 24,9% y el sector de la minería un 13%.

La tasa de asistencia a la educación básica se incrementó de 76% a 91%,


tras eliminarse el pago de matrícula. Se multiplicó el presupuesto dedicado
a la salud pública logrando la baja de la mortalidad infantil que pasó de
27 por 1000 en 1998 a 18 por 1000 en el 2000; logro debido a la atención
de enfermedades respiratorias agudas, principal causa de muerte. La aten-
ción de diabéticos pasó de 10.000 en 1998 a 62.000 en el 2000. Por otra
parte, el Gobierno venezolano se ve obligado a traer médicos extranjeros
para paliar su carencia en las zonas rurales, donde los médicos nacionales
no quieren ejercer su labor. El desempleo disminuyó un 2%. (Tur Donatti.
2002).

La Asamblea Nacional aprueba la promulgación de una Ley Habilitante


compuesta de 49 leyes, cinco de las cuales encendieron los ánimos de sus
opositores, a pesar de sus tímidos alcances:

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La Ley de Tierras, que combate el latifundio, limitando el máximo de la


extensión de las explotaciones a 5000 hectáreas y exigiendo la explotación
real de las tierras dedicadas a las labores agropecuarias.

La Ley de Hidrocarburos, que intenta controlar la desnacionalización, pro-


movida por el anterior gobierno, de la industria petrolera aumentando las
regalías que el Estado cobrará a los posibles socios (del 16,7 % lo lleva al 30
%), manteniendo para sí el control mayoritario de la sociedad.

La Ley de Costas, que evita la construcción arbitraria en las zonas costeras,


ecológicamente frágiles.

La Ley de Pesca, que regula dicha actividad industrial para defender el


ecosistema.

El Proyecto de Ley de Educación, que dota al Estado de la posibilidad de


supervisión de la educación privada, para el cumplimiento de los progra-
mas escolares, limita los subsidios a ésta y favorece la educación pública y
gratuita.

Estas leyes se convierten en un punto central del conflicto, al cual se suma


la oposición pública del gobierno del Presidente Hugo Chávez a las con-
secuencias de la globalización en términos neoliberales, así como a los
planes de la Asociación de Libre comercio para las Américas (ALCA). La
oposición compuesta como decíamos supra por el gobierno de Estados
Unidos, los sectores más conservadores de las Fuerza Armada, la confedera-
ción patronal, la jerarquía de la Iglesia Católica y el sindicalismo cooptado
por la estructura de partidos políticos. Esta oposición tiene como actor
fundamental a los medios de comunicación masivos, que si bien no logran
imponer totalmente la matriz de opinión favorable al golpe de Estado del
11 de abril, ejercen un papel fundamental en el proceso de polarización
ideológica y la identificación del gobierno del Presidente Hugo Chávez con
la figura del enemigo absoluto.

A diferencia del delito, el crimen ideológico no se corresponde con trans-


gresiones específicas. Una fuerza inaudita de agresividad resulta del hecho
de que los valores de la humanidad se transforman en motivos de su vio-
lación. La violación de los derechos humanos se transforma en imperativo
categórico de la razón práctica que lleva a las violaciones concretas del
sistema de derecho, individuales o colectivas (crímenes a nombre de la
defensa de la libertad, terrorismo, desapariciones, bloqueos económicos,
masacres o el fenómeno mismo de la guerra).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Un ejemplo elocuente de la violación de derechos humanos como impe-


rativo categórico de la razón práctica son las ‘democracias en estado de
excepción’ que hemos conocido en el continente. El 11 de abril del 2002
Venezuela sufre la ‘dictadura fugaz’ del Dr. Carmona Estanca -sobre la
base del secuestro y detención del Presidente de la República-, quien
disuelve por decreto la Asamblea Nacional, el Poder Judicial, y todos los
demás órganos del poder público, estructurado sobre la decisión mayo-
ritaria; impone la censura de prensa, y lanza la persecución, detención
arbitraria y allanamiento de un número indeterminado de simpatizantes
del Gobierno constitucional, representantes de todos los sectores sociales,
siempre legitimándose a nombre de los derechos humanos.

Para dar una apariencia empírica a una legitimidad a priori,


se crean incidentes como los transcurridos en Caracas el
11 de abril de 2002 en horas de la tarde, entre muchos otros, cuando se
lleva deliberadamente al enfrentamiento entre dos grandes manifestacio-
nes de oponentes y partidarios del actual gobierno, con el resultado de
varias decenas de muertos y heridos, contando con el control de la opinión
pública, que en Venezuela constituye una auténtica dictadura mediática.

En Venezuela y en América Latina, existe un orden social competitivo


cuantitativamente muy reducido y cualitativamente poco dinámico (Fer-
nández, 1997). Las clases sociales se superponen a otras categorías sociales
de agrupación, de solidaridad y articulación con las sociedades nacionales,
generándose muy pocos espacios para la negociación de cualquier tipo de
conflicto. En el caso venezolano todos los factores que llevaron al golpe de
Estado del 11 de abril siguen estando presentes.

Dentro de este esquema, no hay baño de sangre que no pueda ser legi-
timado, siempre en función de la actual jerarquización de los derechos
humanos, pasando por la reciente experiencia de destrucción de las estruc-
turas económicas esenciales del país –agresión y sabotaje a la industria
petrolera, fundamental y de valor estratégico-, intentos de magnicidio y
llamados a la ocupación extranjera, puede llegar a imponerse en Vene-
zuela una situación de guerra civil similar al caso de Colombia, una dicta-
dura que sería tan democrática como la de Augusto Pinochet.

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Carmen Vallarino-Bracho

Referencias bibliográficas

BRACHO GRAND, Pedro Luis. (1992) El Partido contra la Sociedad. La


relación Estado-Partido-Sindicato en Venezuela, 1958-1964. Valencia-
Caracas: Editorial Vadell Hermanos

FERNANDEZ, Florestán. (1997) Problemas de Conceptualización de Clases


Sociales en América Latina. México: Siglo XXI, Editores

HINKELAMMERT, Franz. (1993) Los Problemas de la Transcición en los


Pequeños Países Periféricos. México: Siglo XXI, Editores

LOCKE, John. Dos Tratados sobre el Gobierno Civil. Espasa Calpe Colección
Nueva Austral, no. 240. 1991.

ROUSSEAU, Jean Jacques. (1762) Du Contrat Social. GF Flammarion, 1058.


Paris. 2001.

TUR DONATTI, Carlos M. El Golpe de Estado en Venezuela. La Insignia.


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VALLARINO, Carmen (1994) Reconceptualización de Derechos Humanos en


procesos de Transformación Social. Facultad de Ciencias Económicas y
Sociales. Maracaibo: Universidad del Zulia:

VIDAL-BENEYTO, José et alt. La trampa de la gobernanza: Estado, Mercado


y Sociedad Civil. Medios de Comunicación Propios del Foro Social
Transatlántico. Madrid. 13 de Mayo de 2002.

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CHÁVEZ: L A APELACIÓN A LA HISTORIA, A LA IDENTIDAD
NACIONAL Y A LA CULTURA POLÍTICA

Daniel Hellinger

La legitimidad del sistema político asociado al Pacto de Punto Fijo estuvo


basada en la estrategia de ‘sembrar’ el capital acumulado por las rentas de
la exportación del petróleo en un proyecto de modernización. El primer
autor del proyecto, Rómulo Betancourt, teorizó que sólo un Estado cons-
truido sobre la base del sufragio universal y directo tendría la voluntad polí-
tica para efectuar tal proyecto. Al inicio de su carrera (1935-41), Betancourt
defendía que un gobierno respaldado por el sufragio universal tendría la
voluntad política para confrontar las compañías petroleras extranjeras (el
imperialismo petrolero) y para arrebatarles el control de la riqueza del sub-
suelo. Así mismo, un gobierno electo directamente utilizaría las ganancias
fiscales que resultaran para el beneficio de la nación entera y no solamente
de la elite (Sosa, 1981). Su plan implicaba no solamente distribuir ingresos
de manera mas justa entre los ricos y los pobres, sino invertir (sembrando
el petróleo) los ingresos petroleros en proyectos para mejorar el capital
humano y la infraestructura del país. De ahí que la meta fue la moderniza-
ción social y la integración nacional.

El aborto de un experimento con ese modelo de Estado entre 1945 y 1948


(el trienio) falló en alcanzar la estabilidad, pero en 1958, después de la
caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, los actores políticos clave
estuvieron de acuerdo en constituir un Estado construido sobre la base del
sufragio universal. Sin embargo, también prometieron respetar los inte-
reses corporativos vitales de cada uno de los otros. De esta forma nació
el modelo de Punto Fijo, el cual vinculaba el nacionalismo petrolero, la
modernización y la democracia.

El apogeo del modelo se produjo en 1976 con la nacionalización de las


compañías petroleras y el ambicioso intento del gobierno de Carlos Andrés
Pérez para industrializar Venezuela de la noche a la mañana (“manos a la
obra”). Este proyecto finalizó en un desastre espectacular que, en principio,
se reveló en la devaluación del bolívar en 1983. Los tres pilares de legiti-
mación del régimen de Punto Fijo habían colapsado cuando Pérez (enton-
ces en su segundo período) anunció su aceptación del paquete de ajuste
estructural (“el gran viraje”, peyorativamente llamado “el paquete”) en

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Daniel Hellinger

1989. Con la nacionalización del petróleo, la lucha contra el imperialismo


petrolero no sirvió mas como un grito populista de encuentro. La corrup-
ción y la desigualdad estaban ahora asociadas con la democracia, no con
la norma militar. Lejos de avanzar hacia el centro como una sociedad
moderna, los venezolanos se sintieron retrocediendo hacia la periferia.

Después de 1993, los retos al modelo de Punto Fijo se gestaron entre tres
sectores: (1) movimientos sociales y clase obrera organizada, (2) la clase
media, los ejecutivos petroleros y los sectores de negocios y, (3) los milita-
res. Los dos primeros eran visibles, el tercero formado clandestinamente.
Ninguno, tuvo éxito total, pero la conspiración militar propuesta por Hugo
Chávez y sus compañeros determinaría eventualmente un golpe decisivo al
viejo régimen. En síntesis, ellos fueron capaces de barrer muchas de las ins-
tituciones políticas clave del antiguo régimen. Los partidos políticos tradi-
cionales asociados con Punto Fijo se derrumbaron ante la ofensiva política
asumida para escribir una nueva “Constitución Bolivariana”.

Con el colapso del viejo sistema de partidos en las elecciones de 1998, el


chavismo vino a dominar el aparato del Estado. Sin embargo, el terreno
político era menos favorable de lo que parecía. Las promesas de crear una
democracia más participativa (protagónica) y atender las necesidades de
los pobres probaron ser menos manejables para el nuevo régimen que
destruir las viejas instituciones políticas. Los opositores estaban en des-
bandada, pero permanecían atrincherados en puntos clave de la sociedad
civil, especialmente en los medios. Después de 1999, las encuestas comen-
zaron a reportar una caída abrupta en la popularidad del Presidente. En
2002, él parecía vulnerable a un golpe. Una marcha de protesta masiva el
10 de Abril de 2002, parecía confirmar el cambio de fortuna para Chávez.
Internacionalmente, los ultra conservadores en Washington señalaron su
descontento con el régimen. Después de que la masiva demostración fue
aparentemente reprimida violentamente, la oposición convenció a los
militares simpatizantes de detener a Chávez y demandarle su renuncia. Sin
embargo, el intento de golpe de Estado generó un contragolpe de protesta
que contribuyó a la restauración del Presidente en su puesto, dejando el
clima político mas polarizado que nunca. El periodo subsiguiente vio un
resurgimiento en la organización de los Círculos Bolivarianos, mientras la
oposición se movía de nuevo para forzar la renuncia del Presidente, o un
segundo golpe de Estado al lanzar un paro general en Diciembre de 2002.
Hacia el final de Enero era obvio que Chávez había capeado la tormenta de
nuevo, pero la situación política permanecía lejos de ser estable.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

¿Qué explica la permanencia de Chávez a pesar de la declinación en su


popularidad y en sus índices de aprobación? Lo que las encuestas de opinión
pública han fallado en capturar es la profunda división cultural evocada
por el chavismo. Lo que se ha hecho evidente en Venezuela es la falla del
proyecto de modernización e integración nacional lanzado por Betancourt
y la generación política de 1928. El discurso político del Presidente Chávez,
que ha alienado completamente a la clase media y a los sectores de la elite
de la sociedad, se vale del sentido de identidad nacional venezolana, más
estrechamente ligado a la orientación del “Tercer Mundo”, que ha luchado
contra las nociones positivistas de progreso, desde la independencia. Esta
fisura nacional es parte de un abismo mayor en el orden mundial global
articulado en el discurso del Presidente. Lo que sostuvo la popularidad del
Presidente por tres años después de su elección en Diciembre de 1998, fue
su habilidad para golpear en la profunda reserva de resentimiento popular
hacia la vieja clase política y su habilidad para seguir una política interna-
cional independiente, que refuerza sus credenciales revolucionarias.

El chavismo como una ideología

Varias influencias ideológicas le dan forma a la visión mundial del chavismo.


Como consecuencia del programa de colocar cadetes en las universidades
civiles, Chávez y sus compañeros de conspiración entraron en contacto
con intelectuales de izquierda, algunos de los cuales ocuparían después
importantes puestos en su administración. El chavismo refleja no sólo el
nacionalismo venezolano, sino las ideas tomadas de una variedad ecléctica
de líderes y pensadores, desde Fidel Castro hasta Tony Blair (“tercera vía”)
y Norberto Ceresole (1999), un sociólogo argentino autoexiliado, quien
ofreció una crítica neo-fascista del dominio de los Estados Unidos en la Post
Guerra Fría, matizada con antisemitismo. Chávez ha evitado esto último,
pero ha encontrado en las ideas de Ceresole (quien desde entonces se alejó
de Chávez) la validación para su concepción de la fusión de los componen-
tes civiles y militares en defensa de los valores e intereses nacionales.

La oposición ha hecho mucho de la relación entre Chávez y los líderes


de países que los Estados Unidos consideran “Estados villanos”, de su
rechazo a cooperar con los Estados Unidos en la guerra contra las drogas
en Colombia, de sus alegatos acerca de que el gobierno trató de encubrir
a Vladimiro Montesinos (el renegado hombre fuerte del Perú), y sus amis-
tosas relaciones con la guerrilla colombiana. Después de las devastadoras
inundaciones que destruyeron la infraestructura del transporte a lo largo
del Litoral, Chávez rechazó permitir a las unidades de los ingenieros mili-
tares americanos, el despliegue y la ayuda en los esfuerzos para el rescate

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y la reconstrucción. En la Cumbre de las Américas celebrada en la ciudad


de Québec en 2001, Chávez rechazó aprobar la resolución que llamaba a
condicionar a la democracia electoral, la membresía a la zona hemisférica
de libre comercio.

Lo que estas acciones tienen en común es la resistencia a la dominación


unipolar del mundo por los Estados Unidos. Las relaciones con países como
Irak y Libia podrían ser explicadas solamente sobre bases pragmáticas:
la necesidad de coordinar la política petrolera. Sin embargo, la ofensiva
chavista para revitalizar la OPEP fue emprendida para alcanzar metas
geo-estratégicas y no solamente económicas. Chávez, tanto como Bolívar
y Martí antes que él, y que Castro hoy, percibe a los Estados Unidos como
una amenaza para una América Latina libre y unida. Como Ceresole, es
cauteloso del deseo de Washington de rehacer el ejército latinoamericano
como un instrumento de la hegemonía de los Estados Unidos de defensa
hemisférica, bajo pretexto de defender la democracia.

Esta política exterior independiente tiene, como todo lo demás, profunda-


mente dividido el país. Los opositores repetidamente acusan al Presidente
de conducir el país hacia el “Castro/comunismo”. El gobierno restableció los
embarques de petróleo a Cuba en términos favorables y, como intercam-
bio, Cuba proporciona recursos humanos (principalmente personal médico
y entrenadores de atletismo). Durante la corta existencia del gobierno de
oposición del 11 de Abril de 2002, turbas de la oposición atacaron la Emba-
jada de Cuba. Después de esto, el gobierno de los Estados Unidos se com-
portó de manera más circunspecta en sus pronunciamientos oficiales sobre
el carácter de la administración de Chávez, pero sectores ultraderechistas
en los Estados Unidos comenzaron a vincular a Chávez, Castro y Luiz Inacio
Lula da Silva, el Presidente del Brasil recientemente electo, con un nuevo
“eje del diablo” en el hemisferio Occidental.

Las contrastantes visiones de la “moderna” clase media y de los chavistas


se reflejan en la retórica que rodea a la OPEP. El resultado más significa-
tivo de la política exterior de la administración fue la exitosa convocatoria
para la Segunda Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los Países
Miembros de la OPEP, la cual tuvo lugar en Caracas en Septiembre de 2000.
Los Puntos 12, 13 y 14 de la “Declaración de Caracas” emitida en la Cumbre
reafirmaron el compromiso de la OPEP con el liderazgo de todo el mundo
subdesarrollado, llamaron por una reducción sustancial de la deuda de los
países subdesarrollados y por “un tratamiento justo y equitativo del petró-
leo en el mercado mundial de la energía” en las negociaciones sobre los
problemas ambientales, fiscales y energéticos. En contraste, los “moder-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

nizados” ejecutivos petroleros plantean la resistencia más poderosa y


articulada junto con la sociedad civil, a la perspectiva del Tercer Mundo
defendida por Chávez.

Bastante antes de la nacionalización, las compañías petroleras extranjeras


habían “venezolanizado” su gerencia. Quizás es mas seguro decir que las
compañías habían “occidentalizado” la perspectiva de los estratos geren-
ciales. La generación de gerentes que emprendió la apertura petrolera
presionaba por la salida de Venezuela de la OPEP y la privatización de
Petróleos de Venezuela (PDVSA), no sólo en términos económicos sino
culturales. Andrés Sosa Pietri, expresidente de PDVSA, describió la par-
ticipación en la OPEP como nada más que el rechazo de la modernidad
occidental. “Nuestro país nunca fue una colonia, ni de España ni de ningún
otro poder” argumentaba en vísperas de la victoria de Chávez en 1998.
Para Sosa los términos de “descubrimiento” o “encuentro” pertenecen
más a Venezuela que los de “conquista”, porque el territorio del país fue,
señala él, pobremente poblado por tribus que vivían cerca de un estado
natural. Las guerras de liberación en África y Asia fueron para preservar
culturas que a menudo tienen miles de años, mientras la Guerra de Inde-
pendencia de Venezuela fue más un conflicto civil entre una población con
unos valores éticos y religiosos europeos. Si no hubiese sido por la OPEP
argumenta Sosa Pietri, “Nosotros podíamos haber aspirado por nuestros
orígenes, raíces culturales y riqueza territorial a convertirnos rápidamente
en socio pleno del llamado ‘primer mundo’” (1996).

La política petrolera no fue establecida en la Constitución. El Artículo 302


prohíbe la privatización de PDVSA, pero deja abierta la posibilidad de pri-
vatizar a las subsidiarias. Chávez decretó (bajo la autoridad concedida por
la Asamblea Nacional) una nueva Ley Orgánica de Minas e Hidrocarburos
en Noviembre de 2001. El proyecto requería que el Estado mantuviera al
menos 51 por ciento de las ganancias de las compañías subsidiarias, lo cual
generó criticas de antiguos ejecutivos de las compañías, quienes intensifi-
caron su campaña de relaciones públicas a favor de términos liberales para
la inversión y las ‘joint ventures’. Chávez había tratado el asunto petrolero
principalmente en términos de la supuesta corrupción en la compañía,
especialmente en la implementación de sus políticas internacionales, como
un asunto de relaciones con la OPEP. El importante debate sobre regular
las inversiones privadas fue casi sub rosa, mucho del cual se encuentra en
Internet (www.petroleoyv.com y www.analitica.com), donde el peso de la
opinión de la clase media y profesional claramente se inclina hacia alguna
forma de privatización. Con el Decreto Ley de Noviembre de 2001, la nece-

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Daniel Hellinger

sidad de anticipar mayor ruina de la liberalización de la política petrolera,


se convirtió en mas urgente.

No es sorprendente entonces que el ojo de la tormenta política del 11 de


Abril y de Diciembre de 2002 gire alrededor del destino de PDVSA. Los
actuales y anteriores ejecutivos de PDVSA se convirtieron cada vez más en
proponentes visibles en inducir a los militares a sacar a Chávez. Su visión de
la democracia incluía una PDVSA “despolitizada”. La compañía “se moder-
nizaría” al adoptar modelos internacionales de negocios, que tratarían el
petróleo venezolano como un regalo gratuito de la naturaleza al capital,
no como una fuente potencial para modernizar el país tal como era la
visión de la época anterior (Mommer, 2003). Para estos ejecutivos y profe-
sionales, el petróleo es el cordón umbilical con los valores modernos de los
Estados centrales de Occidente, la única herramienta para el logro e inclu-
sión en la constreñida esquina de la economía global. Los venezolanos,
ricos y pobres, quienes todavía esperan encontrar su lugar en este orden
global, se sienten amenazados por el liderazgo de Chávez, pero muchos
de los pobres ven esperanzas sólo si el petróleo venezolano permanece
bajo control nacional. Chávez refuerza esta división social citando repeti-
damente el gran abismo entre los ingresos de los ejecutivos petroleros y los
de la mayoría “empleada” en el sector informal.

Si la política exterior del Presidente Chávez ha roto con la perspectiva pro-


Washington del puntofijismo, la política doméstica mostraba alguna conti-
nuidad con los periodos previos hasta finales de 2001. En 1998 el candidato
Chávez atrajo el soporte de sectores de la comunidad de los negocios, la
cual proporcionó la indispensable ayuda financiera para la campaña. El
grado y la naturaleza del quid pro quo no estaba claro, pero por algunos
reportes, el debía mucho a intereses de seguros, firmas de relaciones
públicas, promotores e incluso banqueros fugitivos deseosos de regresar
a Venezuela una vez que Caldera saliera (Ojeda, 2001; Santodomingo,
2000). Algunos del MBR-200 renunciaron en protesta por la forma como el
vagamente organizado, pero fuertemente controlado Movimiento Quinta
República (MVR), el cual había sido creado para participar en las elecciones
y parecía destinado a reemplazar al MBR-200 como la principal organiza-
ción expresión del Chavismo, designó los candidatos para las elecciones
legislativas y locales en la “megaelección” de 2000. El evidente costo polí-
tico del trato costó a Chávez el respaldo de esos profesionales y sectores
de la clase media, que esperaban por una clara ruptura con las prácticas
corruptas del tiempo de Punto Fijo (Ojeda, 2001).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

La tensión entre la política de movilización y construir un consenso con


la elite fue relativamente atenuada durante el periodo en el cual el MVR
estuvo bajo la hábil dirección de Luis Miquilena. Después de las eleccio-
nes de Julio de 2000, el líder del MVR ofreció al Proyecto Venezuela de
Henrique Salas Romer, el principal oponente de Chávez en las eleccio-
nes presidenciales de 1998, una Vicepresidencia en la nueva Asamblea,
como intercambio por apoyo legislativo. Al comienzo de 2001, el MVR se
acercó a una fracción mayoritaria de Acción Democrática (AD), el partido
más asociado con el pasado desacreditado, encabezado por el Diputado
Henry Ramos Allup, buscando respaldo para alguna legislación. Miquilena
amenazó al Movimiento al Socialismo (MAS) con expulsión de la coalición
chavista, si continuaba negando el apoyo para algunas iniciativas (Ej., en
educación) a las cuales se oponía la clase media. Irónicamente, el mismo
Miquilena dejaría su posición de liderazgo al final de 2001, cuando el Pre-
sidente Chávez intentó detener la calcificación de su “revolución” resuci-
tando al MBR como movimiento.

Este tipo de conductas de alianzas desmentía la noción de que Chávez,


como Fujimori, intentaba cerrar el Congreso y ejecutar un “auto-golpe.”
Sin embargo, también amenazó con destruir la legitimidad de un nuevo
sistema basado en la ruptura definitiva con el modelo de Punto Fijo. De
igual forma, la negociación socavó la habilidad de Chávez para promover
un programa social más agresivo y un cambio económico. Eventualmente,
el Presidente recurrió al uso de poderes autorizados por el Congreso
para emitir decretos (incluyendo la nueva Ley Orgánica del petróleo) sin
aprobación legislativa. Tales poderes fueron a menudo concedidos a los
Presidentes, durante la era de Punto Fijo, pero los críticos condenaron los
decretos como sostén de poderes dictatoriales. El uso de estos poderes para
facilitar cambios de largo alcance en leyes que afectan la propiedad de la
tierra, los derechos de propiedad y la política petrolera fue probablemente
el mayor empuje para la decisión de la oposición de lanzar el infructuoso
paro general de Diciembre de 2002.

Aun cuando al emitir las reformas de largo alcance por decreto, estaba
dentro de los límites establecidos por la Constitución, Chávez actuó mas
en la tradición de un caudillo populista que en la de el arquitecto de
una mayor “democracia protagónica”, es decir, una donde las reformas
profundas son diseñadas e implementadas en un marco de participación.
Según lo que mucho se ha dicho, los “Círculos Bolivarianos” que estaban
para imbuir la revolución de Chávez con la participación cívica proliferaron
extensivamente después del intento de golpe de Estado de Abril de 2002.
Ante la ausencia de investigación sociológica y antropológica sobre los

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Círculos, es difícil caracterizar su naturaleza. Sin embargo, parece seguro


asumir que el MBR no ha alcanzado todavía la meta de institucionalizar
las redes de participación de la gente, movilizada para luchar contra los
profundos y extensos problemas socio-económicos de Venezuela. Ante la
ausencia de dicha red, parece aun más crucial para el futuro político de
Chávez mejorar la condición económica de la mayoría pobre.

A treinta meses en la Presidencia, Chávez podría señalar alguna evidencia


de progreso en detener el descenso secular en los salarios y el desempleo
visible, en varias mediciones económicas y sociales, desde 1990 hasta 1998.
Una encuesta llevada a cabo en Marzo de 2001, señaló que más de nove-
cientos mil venezolanos habían escapado de la pobreza extrema durante el
año anterior, lo cual es equivalente a una caída de cuatro por ciento (Vene-
zuela al Día, Miami, Julio 2001, www.venezuelaaldia.com). Sin embargo,
esto difícilmente representa el tipo de progreso rápido que muchos de
sus seguidores esperaban ver. Un grupo de expertos de la oposición, el
Centro de Documentación y Análisis (CENDA), criticó que 90 por ciento de
los hogares venezolanos tenían ingresos insuficientes, que no les permi-
tían satisfacer las necesidades básicas, con 55 por ciento de la población en
pobreza extrema (El Universal, Caracas, 30 de Enero de 2001).

Sin embargo, los años 2001 y 2002 trajeron mayor contracción económica.
De acuerdo con estadísticas del Banco Central, la inflación en 2002 llegó a
ser de 31.2 por ciento y el ingreso real de los trabajadores cayó en 13.5 por
ciento. El año 2003 se inició en medio de un paro general, que afectó enor-
memente las exportaciones petroleras y augura otro año económicamente
difícil. A la sazón, sin embargo, era imposible separar el peso relativo de la
inestabilidad política, la economía internacional y la política del gobierno
en la evaluación de la culpa (Provea, 2003).

Por una parte, el chavismo todavía tiene que institucionalizar una alter-
nativa democrática a las estructuras liberales constitucionales. Tampoco
ha cumplido con un mejoramiento rápido en las condiciones de vida de
sus seguidores. Sin embargo, la inhabilidad de la oposición para derribar
al régimen, a pesar de la coacción económica, sugiere que el chavismo
está más profundamente enraizado, que la popularidad individual del
Presidente. Los venezolanos más pobres son los que más fervientemente
colocan sus esperanzas en Chávez, pero ellos también están presentando
dilemas difíciles en tanto el Presidente trata de balancear sus intereses,
frente a su deseo de evitar una ruptura fundamental con el resto de la
sociedad. Para cumplir con esta tarea, Chávez recurre a su influencia y a
su hábil presentación como comunicador, combinando ambas, para hacer

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

apelaciones afectivas, basadas en la tensión cultural profundamente enrai-


zada en la historia venezolana.

Medios masivos, clientelismo

El Presidente Chávez transmite extensamente sobre la base de su habili-


dad como comunicador social y su empleo de gestos simbólicos altamente
personalizados, al usar los recursos del gobierno para cultivar el respaldo
de las masas. En ello reside su carisma. Muchas de las llamadas a su pro-
grama semanal de radio, ¡Aló, Presidente!, buscan resolver problemas para
encontrar empleo u obtener beneficios de una agencia de servicio social en
particular. En la ocasión de una caravana presidencial para conmemorar el
noveno aniversario de la rebelión del 4 de Febrero, entrevistas televisadas
a transeúntes, pusieron de relieve a las personas que solicitaban la aten-
ción de problemas específicos. Los reclamos eran a menudo atribuidos al
abandono o insensibilidad de individuos asociados (según los entrevista-
dos) con el viejo régimen. La oficina presidencial incluso creó un departa-
mento especial para atender a los miles de peticiones similares que llegan
cada día por correo, a través de las llamadas telefónicas a ¡Alo, Presidente!,
y por la gente esperando en las afueras del Palacio de Miraflores o de La
Casona, residencia oficial del Presidente (El Nacional, Caracas, 26 de Enero
de 2001).

David Hernández Oduber (2002), parte de un equipo de antropólogos que


han estudiado y vivido la vida del barrio por muchos años, resume cómo las
acciones y las palabras de Chávez resuenan en la mayoría:

¿Quién de la mayoría que hoy apoya a Chávez no se siente con el derecho


y la posibilidad de ser atendido personalmente por él? Incluso sabiendo
que físicamente no sea posible. Si comparamos el distanciamiento de las
masas de los líderes políticos de ayer y la simulación ante ellos, con el acer-
camiento que hoy sienten con el Presidente y su lealtad hacia él, podemos
ver la diferencia.

La elite critica la familiaridad del discurso de Chávez como “populismo”,


pero para la mayoría este es el lenguaje del defensor de los excluidos. Her-
nández argumenta que la formación de los Círculos Bolivarianos es una
iniciativa auténtica para crear una sociedad civil que corresponda con la
cultura y las necesidades de la mayoría.

Hernández caracteriza así la formación de los Círculos como una inicia-


tiva democrática. Incluso críticos benévolos de Chávez, sin embargo, los

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ven como representación de la continuidad, no como una ruptura de las


centralizadas y clientelistas estructuras del tiempo de Punto Fijo. Lo que
ambas interpretaciones comparten es el reconocimiento de que Chávez
articula poderosamente la resistencia de los pobres a la marginalización.
Esto complica al gobierno en una sociedad donde las clases media y supe-
rior ven su política y su retórica como una severa limitación a su inclusión
en la globalizada economía mundial.

Por ejemplo, en un discurso conmemorando el noveno aniversario (4 de


Febrero de 2001) de su intento de golpe, Chávez se refirió a un conflicto
altamente visible y voluble entre los buhoneros (vendedores ambulantes
en las calles) y las autoridades municipales. Repitió su promesa de nunca
enviar las fuerzas de seguridad para atacarlos a ellos, “el soberano”,
evocando amargos recuerdos de la represión del caracazo. Sin embargo,
también alabó al Alcalde de este sector de Caracas (Freddy Bernal, un
aliado cercano) y le pidió a los buhoneros ser pacientes, mientras el
gobierno municipal trataba de resolver las diferencias entre los vendedo-
res y los residentes de un vecindario, en el cual iba a ser localizado el nuevo
mercado. Aconsejó paciencia a los vendedores, quienes habían sido desalo-
jados pacíficamente de la zona peatonal de Sabana Grande y se les había
prometido reubicación del mercado. Sus problemas, dijo el Presidente,
tenían sus raíces en las fallas del puntofijismo y no pueden ser rectificadas
de la noche a la mañana.

No obstante, la paciencia de los buhoneros ha disminuido. Por días habían


estado ocupando un terreno cubierto de hierba donde iba a ser localizado
el prometido mercado. La Policía Municipal los había rodeado. Sentados
en una pared de cemento, alrededor del terreno, estaban hombres jóvenes
con boinas rojas. Las pancartas proclamaban “el derecho al trabajo” de
los vendedores, mientras los vecinos molestos pululaban alrededor de la
vecindad. Un acuerdo con las autoridades municipales se había alcanzado,
pero el día después del discurso de Chávez, un grupo de vendedores, frus-
trados ante el escaso progresos en la resolución de sus quejas y sin otra
fuente de ingreso, tomaron el centro de Sabana Grande y tuvieron que ser
desalojados por la policía, con el resultado de varios heridos. El incidente
es justamente uno de los muchos que plantean soluciones difíciles para
Chávez y el MVR, en tanto busca negociar un acomodo entre quienes han
sido marginados y los que luchan por evitar el mismo destino. La incapa-
cidad para encontrar tal acomodo encontró últimamente expresión en las
confrontaciones masivas en las calles de Caracas (y otras ciudades) entre
Abril de 2002 y Enero de 2003, con una violencia creciente.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Chávez entre dos mundos

Chávez busca representar a los marginados, a los excluidos, a los sectores


empobrecidos, los cuales constituyen la mayoría, pero él no puede simple-
mente ignorar el poder de los privilegiados, los pocos globalizados, tanto
nacional como internacionalmente. Este dilema subyace en su manejo
del conflicto entre los buhoneros y las asociaciones de vecinos, así como
también ha sido visible en muchos otros conflictos también. Lo oponentes
están ansiosos de aprovechar las tomas, demostraciones y huelgas como
evidencia de ilegalidad, pero al mismo tiempo, están deseosos de presen-
tar el uso de la fuerza como represión. Esta situación conduce en sí misma a
acciones oportunistas por jóvenes chavistas (predominantemente), quienes
están sólo parcialmente organizados en el MVR y en el Movimiento Boli-
variano. La falta de disciplina en la organización hace que el régimen de
Chávez sea más vulnerable a la desestabilización por los Estados Unidos.
Cuando Chávez denuncia sospechas de interferencias del exterior, estas son
tomadas como signos de paranoia, sin embargo hay ejemplos en América
Latina que justifican su preocupación.

Es tentador atribuir el interés de las masas que despierta Chávez solamente


en la habilidosa manipulación de la opinión pública y en su talento como
un comunicador social, pero esto devalúa la importancia del mensaje en
sí mismo. En su discurso, Chávez consistentemente privilegia los intereses
de la clase baja sobre los de otras clases y sectores. Esto no es algo arti-
ficialmente creado por especialistas de relaciones públicas. Como lo dijo
Alberto Muller Rojas, quien fue jefe del staff para la campaña de 1998, la
imagen de Chávez es autoconstruida. Una cantidad significativa del limi-
tado presupuesto del MVR en 1998, fue dedicado a la distribución masiva
de avisos inmediatamente después del triunfo de Chávez. El texto fue cui-
dadosamente elegido: “Chávez, Presidente, todos por Venezuela ahora”.
“Ahora” fue un intento para capitalizar la frase “por ahora,” que Chávez
pronunció en su corto discurso de rendición en 1992, admitiendo que “por
ahora” sus planes habían sido frustrados (La boina imagen de Chávez,
1999).

El discurso de Chávez es desconcertante y exasperante para las elites. La


explicación, dice Alejandro Moreno, Sacerdote Salesiano y psicólogo social
que ha vivido por mas de una década en un barrio de Caracas, es que el
Presidente se dirige a “la gente”, no a ellos. Para Moreno, la respuesta
entusiasta de la gente a su mensaje no puede ser atribuida al carisma, la
manipulación o la demagogia. “Lo que es importante no es lo que él habla
sino lo que habla dentro de él. En él hablan las relaciones festivas de la

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Venezuela popular, del hombre jovial. …Una anciana lo expresó muy bien:
‘Para mí, es como si mi propio hijo fuera Presidente’” (Moreno, 1998: 5).

Los usos de la historia y la cultura política

El nacionalismo incubado en el MBR-2000 se valió de una profunda tradi-


ción del caudillismo político presente en la historia venezolana. Lo menos
conocido, pero lo más emblemático de la trinidad de héroes (incluyendo
a Simón Bolívar y a su maestro filósofo, Simón Rodríguez) en la retórica
del MBR-200, es Ezequiel Zamora, un General Liberal asesinado en 1860,
supuestamente desde dentro de sus propios rangos, durante la Guerra
Federal (Banko, 1996: 169-183). Durante los años sesenta, la izquierda
revivió la reputación mítica de Zamora (Ej., el cantante popular Ali
Primera), aunque muchos venezolanos conocían muy poco de su historia.
Chávez, de la región llanera de Barinas, donde Zamora obtuvo su mayor
seguimiento, exaltaba al mártir de la Federación y se apropiaba de su retó-
rica anti-oligárquica, la cual resuena en sus concentraciones de masas, en
sus discursos televisados y en su programa de radio semanal.

Como Zamora, Chávez emplea el discurso igualitario que a menudo es


vago e impreciso, entrelazado con tonos raciales, evocador del sentimiento
de las masas y amenazando a las elites. “Horror a la oligarquía,” era el
popular grito de la Federación. Humberto Celli, un líder a prominente de
AD, se lamentaba de cuán lejos de los afectos de las masas se había enca-
minado su partido desde los tiempos de Betancourt. Celli tomó nota de la
tumultuosa escena que recibió a Chávez en Diciembre 1998, cuando dio su
discurso de la victoria, desde una ventana del palacio presidencial, nueva-
mente dedicado a sus seguidores. “¡Dios mío! Clamaba desesperado Celli
‘si cuando yo vi a Chávez triunfante en el Balcón del Pueblo, saludando a
la multitud, y las cámaras de TV enfocaban aquellas caras delirantes, yo
me dije ¡Dios Santo!, pero si esas son las negritas de Acción Democrática’”
(Colomina, 2001).

El lastimoso comentario de Celli sobre los “negritos” recuerda la manera


en la cual el discurso de Chávez se apropia de las identidades de las clases
sociales entrelazadas y de las identidades raciales en la cultura política
venezolana. La manipulación de las políticas de género, tanto por Chávez
como por la oposición, fue menos apreciada. Por una parte, las mujeres
ocuparon varias posiciones altas en el gabinete y, por primera vez, la Vice-
presidencia. La esposa del Presidente, Marísabel (de quien posteriormente
se divorció), era una asesora prominente y una ventaja para las relaciones
públicas del MVR. Por otra parte, las encuestas de opinión pública mos-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

traban que, a lo largo de todas las clases sociales, los hombres están más
inclinados que las mujeres a respaldar a Chávez, lo cual supone un pro-
blema político significativo para el deseo del Presidente de promover una
red de Círculos Bolivarianos de base, a lo largo de todo el país. Las mujeres
encabezan muchos de los movimientos sociales, frustrados por las fallas
de la administración en la implementación de una completa consulta con
la sociedad civil. Como con los primeros esfuerzos por la incorporación de
las mujeres a la organización del partido (Friedman, 2000), el liderazgo
bolivariano parece intentar la subordinación de los intereses de las mujeres
a otras metas. Mucha de la retórica presidencial es paternalista, sino
machista. La oposición tampoco ha dudado en apelar a fundamentarse en
prejuicios presentes en la cultura, como hizo cuando envió ropa interior
femenina a los oficiales militares, implicando claramente que la falla en
levantarse contra el Presidente pone en duda su masculinidad.

Chávez moviliza los sentimientos subalternos contra los privilegiados,


apelando a temas profundamente inculcados en la historia e identidad
nacional de Venezuela. Un buen ejemplo es su cadena nacional en radio y
televisión del 15 de Junio de 2001. Por varias horas el Presidente mantuvo
una “conversación” con su audiencia, menospreciando a sus críticos como
“los escuálidos”. En un estilo conversacional, interrumpido por amistosos
apartes con trabajadores del estudio, discutió varias iniciativas de política
exterior, incluyendo sus planes para atender varias conferencias interna-
cionales y visitar varias capitales extranjeras. En esta forma, Chávez pinta a
Venezuela una vez más como un jugador en los eventos mundiales, como
un país que les da forma y no está simplemente a su merced. En estilo y
en sustancia, sus discursos y programas conversacionales comunican a los
marginados económicos, que este Presidente los toma en cuenta. La simple
molestia vocal expresada por los oponentes ratifica la percepción de que
él es su voz en un mundo que de otra manera busca descartarlos o que
ve su bienestar en el mejor de los casos como un producto residual de las
políticas económicas que empeorarían sus condiciones inmediatamente.
Sería ingenuo pensar que los ciudadanos venezolanos comunes no están
más cautivados por las discusiones de los itinerarios presidenciales o los
detalles de política doméstica de los que están las otras personas. La clase
media encuentra los programas especialmente tediosos, pero ellos no son
la audiencia a la cual van dirigidos.

Otro uso de los medios es transmitir la hermenéutica chavista de la his-


toria. En su transmisión del 15 de Junio de 2001, el Presidente siguió las
noticias sobre sus iniciativas de política exterior, con una exhortación a
su audiencia para leer el libro de Ramón J. Velásquez sobre la caída del

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régimen “liberal amarillo”en 1899. Desplegando varias fotos de las tropas


del General Cipriano Castro, líder de los insurgentes, Chávez señaló,

Estas son las tropas del Ejército de la Restauración Liberal del General
Cipriano Castro. …Ellos vinieron de los Andes. …Aquí está el campamento.
Venezuela está en guerra, finalizando el siglo en guerra a causa de la
independencia, como lo reconoció Bolívar, conducida para romper las
cadenas de España pero no para completar la revolución social. [A alguien
en el estudio] Pon la foto otra vez así que puedas ver…aquí es…esta es
una pobre gente. Véanlos, con sus banderas, sin zapatos, con sus viejos
tambores, con sus cascos y su líder, Cipriano Castro, al frente, un pueblo
buscando justicia porque después de la Independencia ellos fueron trai-
cionados y hoy continúan buscando justicia. Agradecemos a Dios que cien
años después estamos encauzados en este camino sin una guerra; estamos
encauzados en una batalla pacífica, en una batalla democrática. Dios, la
Virgen y todos estamos llamando al país a luchar para hacer este camino
victorioso. Será así para evitar que las cosas vuelvan a repetirse como ha
sido a lo largo de la historia de Venezuela (www.analitica.com).

Aquí Chávez toma como su modelo una controversial y, a menudo, injuriada


figura, evocando comparaciones obvias con su propia situación. Cipriano
Castro, como Chávez, es descrito muy a menudo como un líder carismático
y nacionalista, frecuentemente despreciado como tirano con una perso-
nalidad inestable, en contraste con su propio autorretrato como líder de
un movimiento de los pobres, contra las infames elites asociadas con una
desacreditada forma de liberalismo. Desplegando una foto de prominen-
tes banqueros que financiaron una revuelta contra Castro, Chávez insinuó
una comparación con sus propios enemigos políticos, pero fue rápido en
señalar que sus enemigos, “los escuálidos”, eran mucho menos potentes.

La politización de la historia encuentra expresión en debates sobre las fes-


tividades públicas. Por ejemplo, en un intento por preservar la memoria del
23 de Enero de 1958, la fecha de la insurrección popular contra el General
Marcos Pérez Jiménez, en el 2001 la oposición introdujo una resolución en
la Asamblea Nacional solicitando la conmemoración pública de la fecha.
Por su parte, Chávez caracterizó el aniversario como un triste recuerdo de
las fallas del régimen que inauguró. En respuesta al fuerte respaldo de los
medios por conmemorar la fecha del 23 de Enero, el Presidente promovió
una movilización general y una celebración alternativa del aniversario del
intento de golpe del 4 de Febrero de 1992.

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Tres días antes del aniversario de los eventos del 4 de Febrero, el gobierno
montó una ceremonia elaborada para conmemorar el nacimiento de
Zamora en el Panteón, donde los restos de Bolívar y muchos otros héroes
nacionales están sepultados. Un malestar le impidió asistir al Presidente
y la concurrencia fue exigua. En contraste, el evento en Caracas el 4 de
Febrero, fue muy teatral y masivo. Amarillo salpicado con rojo, los colores
del MVR, se notaron a través del evento. En su discurso, Chávez se refirió
a la concurrencia como un reproche a las mayores organizaciones de los
medios y a las encuestas que sugerían alguna caída en su popularidad.
“Estas son las encuestas que valen” dijo el Presidente.

Chávez le dijo a la concentración que los intelectuales no conocen la histo-


ria de la manera como la conoce el pueblo. Aunque reconoció que la insu-
rrección del 23 de Enero contribuyó a la huida de Pérez Jiménez, continuó
retando la forma como había sido escrita la historia bajo la hegemonía
adeca. Alabó al Presidente Isaías Medina Angarita, destituido en el golpe
de 1945 inaugurando el trienio, como el más grande Presidente del siglo.
Caracterizó el trienio como un gobierno sectario que, junto con el golpe,
preparó el camino para el regreso de la dictadura. Exigió que la Asam-
blea Constituyente Bolivariana consultara al pueblo, en una forma que
el trienio no hizo. Argumentó que el intento de golpe de Estado de 1992
era justificado, aunque ellos fueron reprimidos con considerable pérdidas
de vida. En contraste, dijo, Medina estaba introduciendo la democracia,
pero se había rendido antes que disparar a civiles y a jóvenes cadetes que
respaldaban el golpe. Al contrario, las fuerzas armadas habían sido orde-
nadas por los líderes del régimen de Punto Fijo, a disparar a la gente para
reprimir el caracazo.

Tales exigencias e interpretaciones difícilmente generan consenso entre


los historiadores venezolanos, mucho menos entre los políticos. De manera
más significativa, el debate indica cuán profundamente divididos están los
venezolanos acerca del significado de su propia historia, y cuan divididos
acerca del significado que ellos quieren para la democracia. Durante la era
de Punto Fijo, la elite dominante, en general, rechazaba el reconocimiento
de la reforma petrolera de Medina en 1943, que había restaurado la sobe-
ranía sobre las compañías petroleras extranjeras, al forzarlas a aceptar la
legitimidad de los impuestos y la jurisdicción de las cortes venezolanas
sobre las disputas en los contratos. Hacer eso habría sido reconocer que
el imperialismo petrolero había sufrido una derrota por un gobierno no
electo, separando las conexiones ideológicas entre nacionalismo y demo-
cracia. Ahora Chávez buscaba revisar la historia para sus propios fines,

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negando que el sistema de Punto Fijo hubiera, de ninguna manera, contri-


buido al avance de la democracia.

Concepciones modernas y subalternas de democracia

Hay pocas razones para creer que la globalización capitalista mantiene la


promesa de ser inclusiva para muchos venezolanos, porque las condicio-
nes sociales ofrecen promesas mínimas para las inversiones que generarán
empleo. Los salarios son demasiado altos para la industria de trabajo inten-
sivo, pero los niveles de educación y habilidades no son adecuados para
las industrias de capital intensivo y alta tecnología. A escala mundial el
capitalismo globalizado permanece irregular, quizás más que nunca antes.
Crecientes tasas de pobreza en el mundo sugieren que el capitalismo glo-
balizante está marginalizando a mayor cantidad de lo que está incorpo-
rando en sus circuitos. Es costumbre para la oposición culpar a Chávez por
el éxodo de 150,000 venezolanos, pero la causa subyacente de este cambio
tiene una raíz mas profunda en la economía internacional.

El poder y el atractivo del mensaje de Chávez residen en su habilidad para


articular el profundo resentimiento sentido por la gente. Pocos venezola-
nos son versados en la historia del liberalismo amarillo, las guerras fede-
rales, o los escritos de Zamora, Simón Rodríguez, y Bolívar, pero mucha de
la cultura del Estado (los monumentos y el himno nacional, por ejemplo)
celebra el mito histórico que asocia la identidad nacional venezolana con
la lucha popular e igualitaria por la libertad contra la perversa oligarquía.
En esta concepción de nación, “pueblo” refiere no al concepto burgués de
“pueblo” como sociedad civil, compuesta de iguales legales, que compar-
ten una identidad nacional común, integrada en la sociedad del mercado
y la cultura moderna. “Pueblo” se refiere a una mayoría de venezolanos
que viven en esa “otra” sociedad, en los márgenes de la sociedad civil
como es conocida por los ricos, la clase media y partes de la clase trabaja-
dora. El proyecto de Betancourt era integrar a los venezolanos pobres en
la moderna cultura nacional, predominantemente la cultura occidental,
cosmopolita y urbana.

Chávez se basa en Simón Rodríguez para una visión de democracia en los


términos roussionanos más radicales, una visión que concibe un Estado
democrático fuerte, trabajando activamente para transformar la sociedad,
para instalar las bases para la línea democrática. La oposición ofrece una
visión más lockiana de la poliarquía, caracterizada por controles y balan-
zas, y consistente con el consenso liberal de Washington (Robinson, 1996).
Ambas visiones presentan un plan para modernizar la cultura política

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venezolana que será difícil de alcanzar, dado el caos cultural y económico


entre las clases sociales.

El modelo de modernización política, legado a las ciencias políticas por la


Revolución Francesa y la Ilustración, sugiere que Latinoamérica sólo pro-
gresará una vez que su cultura tradicional y personalista sea reemplazada
por una cultura cívica, poblada con ciudadanos capaces de competir en el
mercado económico y político. Consistente con los principios de la demo-
cracia como poliarquía, los ciudadanos articulan sus intereses a través de
organizaciones formadas libremente en la sociedad civil. Modernizadores
seculares como Betancourt, Rómulo Gallegos, Luis Beltrán Prieto Figueroa
y otros buscaron domar la barbarie y, ayudado por las rentas petroleras,
construir una sociedad occidental, democrática, moderna, pero el sistema
que ellos crearon nunca trascendió completamente las divisiones culturales
y de clase entre estas ideas liberales y una población orientada, no tanto a
las relaciones tradicionales, como a las “solidarias”.

La tendencia hacia el caudillismo no está restringida al soberano. En un


contexto de vacío institucional e inestabilidad, la clase media y las comu-
nidades empresariales estuvieron en búsqueda de un candidato con una
personalidad fuerte, uno que pudiera llenar el vacío dejado por el colapso
de los partidos. A mediados de 1997, Consultores 21 pidió a una sección de
la población su opinión acerca de qué modelo de Presidente preferían:
Fidel Castro, Alberto Fujimori, otro, o ninguno. Aunque Castro fue el más
popular entre los sectores más marginales de la población, su 25 por ciento
es inexpresivo, comparado con el entusiasmo expresado desde las clases
mas bajas hasta las más altas por Alberto Fujimori. Más que los logros, fue
la “fuerte personalidad” lo que más atrajo a la clase media.

En Venezuela, hoy el asunto puede no ser el caudillismo contra la demo-


cracia, sino qué tipo de caudillismo, representando los intereses de quién,
será el que prevalezca.

El régimen de Punto Fijo integró a los venezolanos a lo largo de las líneas


raciales y de clase (menos con relación al género; ver Friedman, 2000) en
un sistema populista de reconciliación, pero el resultado no fue la sociedad
civil moderna y occidental concebida por sus fundadores. Moreno capturó
la naturaleza del viejo sistema como sigue:

La dirigencia se rige por un modelo moderno, pero la base popular por su


propia manera de entramarse. Los dos mundos coexisten en el partido. La
dirigencia ha sido lo suficientemente hábil, quizás porque la misma no es

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tan moderna como parece, para no forzar al pueblo a entrar en el modelo


racional. Así, los grandes conflictos se dan en el seno de la dirigencia pero
no entre dirigencia y base (1997: 25-26).

Moreno dice que la red nacional de organizaciones partidarias adecas,


consistía de comités locales de base conectados por “lazos familiares o por
lazos de padrinazgo, amistad, orígenes regionales. Ellos forman un tapiz
familiar.” Las relaciones de parentesco fueron los “puentes humanos”
entre la red del partido (1997: 25). Muchos de los “puentes humanos” de
AD estaban siendo marginados de los procesos de integración social, en
términos de las rentas malversadas de la economía en el exterior. Los Cír-
culos Bolivarianos son los equivalentes funcionales de estos puentes.

Chávez parece al mismo tiempo abarcar y rechazar un retrato de él mismo


como estadista sagaz. Erudito y pragmático, inventa etiquetas y repetida-
mente se definió a si mismo en términos de lo que no es. Esto, por supuesto,
deja abierta la pregunta acerca de lo que realmente él es. No hay Plan de
Barranquilla (el manifiesto político de Betancourt en1931) ni De Una a Otra
Venezuela (lo más conocido de los escritos políticos de Arturo Uslar Pietri)
resumiendo una visión de futuro. Chávez todavía tiene que proponer un
marco de política económica coherente, alternativa al neoliberalismo,
pero si lo hiciera indudablemente sería acusado de doctrinario.

Una solución política es describirse a si mismo como lo opuesto a sus ene-


migos. Pero, ¿cómo puede representar a sus enemigos como carentes de
poder (“los escuálidos”) y esperar usarlos como punto de referencia para
organizar un movimiento? Otra solución sería levantar el nivel de retórica
nacionalista contra los Estados Unidos, pero esto tiene otro costo que el
Presidente, como un político realista, parece entender. Incluso después del
respaldo de Washington al golpe fallido del 11 de Abril, Chávez cuidadosa-
mente evitó el criticismo directo de los Estados Unidos aun en su retórica
más virulenta.

Esos que piensan que los seguidores de Hugo Chávez lo abandonarán


enteramente, pueden estar subestimando las profundas venas del resen-
timiento popular hacia la oligarquía. Si Chávez cayera, cualquier régimen
subsiguiente encontrará difícil gobernar sin ejercer considerable repre-
sión, y alguna forma de guerra de guerrilla o civil, es casi inevitable. Sin
embargo, las masas venezolanas no entregan al Presidente Chávez un
cheque en blanco. “Si él no lo hace bien, nosotros lo reemplazaremos,
igual que como nosotros lo pusimos” dice uno de los vecinos del Padre
Moreno en el barrio (1998: 5). La palabra clave en esta cita es “nosotros”.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El legado de 40 años de puntofijismo, la primera experiencia democrática


extendida en la historia del país, es que hoy los venezolanos son menos
probables de aceptar ciegamente cualquier liderazgo, ya sea originado en
el gobierno o en la oposición.

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COMUNICACIÓN Y PODER. L A CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA EN
VENEZUELA EN LA ERA DE LOS MEDIOS

Orlando Villalobos

La potencialidad técnica de los medios

En casi un lugar común decir que los medios masivos de difusión invaden la
cotidianidad, particularmente los audiovisuales. Se acepta que vivimos con
los medios masivos y por los medios. En casi todos los hogares se encien-
den la radio y la televisión. En algunos llegan los periódicos y revistas. En
muchos primero se compra un televisor que cualquier otro electrodomés-
tico, tan imprescindible para los quehaceres diarios.

Este es el dato sobresaliente de la realidad de hoy. Atrás quedó la galaxia


Gutenberg y ahora vivimos en la era Mcluhan, en razón del predominio
audiovisual, o en la hora del mundo multimedia, en razón de la creciente
influencia de Internet.

Cualquier aproximación al tema evidencia el poderío de la pantalla de


televisión y la forma como el público receptor, el usuario, las audiencias,
o como se les quiera denominar, se adaptan a dicho medio, siguiendo el
síndrome del menor esfuerzo. Estudios sobre los medios revelan que sólo
una mínima proporción del público televidente elige por adelantando el
programa que va a ver. Simplemente enciende la tele y se deja guiar, hip-
notizar, por lo que encuentre. “Según el informe Nielsen, el hogar estado-
unidense medio tenía encendido el aparato de televisión unas siete horas
diarias y se calculaba que se veía realmente 4,5 horas diarias por adulto. A
esto había de añadirse la radio, que ofrecía 100 palabras por minuto y se
escuchaba una media de dos horas radio, sobre todo en el coche (vehículo).
Un periódico diario ofrecía 150.000 palabras y se estimaba que suponía
entre 18 y 49 minutos de lectura diaria” (Castell, 1999: 365).

El mundo mediático se impone y supera el espacio de las relaciones inter-


personales. En Estados Unidos el adulto medio utiliza 6,43 horas al día
en atender a los medios y 14 minutos diarios por persona a la interacción
interpersonal de la familia (Sabbah, 1985, en Castells). En Japón, en 1992,
la media semanal del tiempo dedicado a ver televisión en casa era de 8

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Orlando Villalobos

horas y 17 minutos diarios, 25 minutos más que en 1980, (Castells, 1999).


A estos datos que confirman una intensa interacción entre el usuario y los
medios, particularmente la televisión, habría que añadir que el consumo
de medios masivos de comunicación es la segunda mayor actividad
después del trabajo, y sin duda, la actividad predominante en casa (Sorlin,
1994). Desde luego, eso no quiere decir que esa sea una actividad exclusiva,
porque suele mezclarse con otras, en tal sentido sirven de fondo de lo que
hacemos.

Una encuesta de la Unicef divulgada en mayo del 2002 (Betto, 2003) que
por analogía podemos considerar como válida para Venezuela, reveló que
los jóvenes brasileños pasan casi 4 horas al día ante la televisión. Se puede
hacer el ejercicio matemático para que se vea la gravedad de la situación.
Al año eso significa que se ven 1460 horas de TV, que si se dividen entre las
24 horas de un día el resultado es 60,8. ¡Dos meses del año se destinan a
la televisión!

Los medios masivos imponen su poderío y metafóricamente puede decirse


que tienden a escapárseles de las manos al ser humano. “Se está desa-
rrollando un fenómeno extraño: el desplazamiento y la absorción de
lo esencial de las actividades humanas hacia el interior de los medios
de comunicación (Breton, 2000: 193) Cualquier actividad requiere de la
representación mediática para su validación y difusión. Desde este punto
de vista, la comunicación no se coloca en beneficio del ser humano, sino,
viceversa, el ser humano queda a merced de la comunicación masiva. Se
produce una inversión perversa. Se supone que la comunicación es una
herramienta para favorecer la interacción humana, pero esa previsión se
coloca en sospecha, deja de cumplirse.

En lugar de un paso, de un instrumento, la esfera mediática se convierte


en el centro de cualquier acontecimiento. Es la comunicación por la comu-
nicación. El mensaje es el centro y no la noticia, propiamente. Como con-
secuencia, se generaliza el estilo mediático y se confunde información con
conocimiento. Se tiene información sobre algo, de lo cual no se sabe en
detalle de qué se trata. Además, “lo importante para existir es estar en
los medios de comunicación, estar “en el centro”, aun cuando el mensaje,
finalmente, no tenga más que una importancia secundaria” (Breton, 2000:
145).

Triunfa la utopía de la comunicación, de la sociedad de la información; el


homo sapiens se transforma en homo comunicans, navega en autopistas
de la información, pero queda atrapado en las veredas de sus carencias.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Los cambios cuantitativos en el ámbito de la comunicación masiva, que


se traducen en más canales de televisión, posibilidad de interactuar en
Internet, acceso a bancos de información, no significan que se estén pro-
vocando cambios cualitativos, que se puedan medir en más democracia,
respeto a los derechos humanos, mayor conciencia ecológica y sobre todo
en convivencia humana y mejor intercambio interpersonal.

El progreso cuantitativo no es suficiente y como reza la conocida metáfora


puede conducir “a caer más rápido en el fondo del pozo”, sino se desarro-
lla una lectura crítica de este aparente progreso. La multiplicación de los
canales de televisión puede conducir a que en lugar en un solo “Sábado
Sensacional” ahora se tenga acceso a 300 programas de ese tipo. La tele-
visión se multiplica y se extiende exponencialmente, pero ese desarrollo
entraña una versión curiosa: opaca la educación y la cultura y cultiva
facetas como el juego video político; trata a los electores como consumi-
dores y no como ciudadanos.

De eso se pueden rastrear algunas evidencias: en las campañas electorales


permite que la política aporte los candidatos y deja el resto en manos del
marketing. Los aspirantes se convierten en productos de compra-venta,
como cualquier otro que oferta la TV. Gesticulan según la ocasión. El
votante es tratado como un potencial comprador. Los políticos codifican
su imagen, la reconstruyen, se transforman en una mercancía necesaria,
como un jabón, una camisa, una toalla sanitaria. Los candidatos se asignan
nuevos sentidos e incluso se descontextualizan de la realidad y reinven-
tan la historia personal. Antes la batalla se daba en la calle. Un mitin, la
multitudinaria concentración de simpatizantes, era imprescindible para
asomarse al albur de las posibilidades. En Venezuela, Rómulo Betancourt,
Jóvito Villalba, Rafael Caldera, Gustavo Machado recorrían el país, de plaza
en plaza, afanándose en conseguir el contacto directo con el ciudadano,
puesto que allí se decidían las preferencias. Era otra época. Ahora no hace
falta. El spot publicitario y el “baño de cámara”, en vivo y directo, intentan
sustituir el calor popular.

Esta nueva realidad mediática ha generado modificaciones en los modelos


que siguen los jóvenes para su formación. En este momento, es probable
que los personajes de TV y los artistas del llamado huésped alienante influ-
yan más que los padres. Obsérvese la diferencia, los estudios de media-
dos de los 60 indicaban que los modelos eran otros: En primer lugar, los
padres; en segundo lugar, los abuelos; y en tercer lugar, los maestros.
Ahora es distinto, el papel de un maestro luce pequeño comparado con
el señor que aparece permanentemente en la TV tratando de moldear la

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Orlando Villalobos

opinión pública, estilos de vida, las preferencias del público y todo lo que
le permitan.

En crítica a esa influencia de la TV, Frei Betto (2003) ha escrito que el


domingo, el día que la gente se queda en su casa, es el día nacional de la
imbecilización general. “Y lo peor es que nos avisan: “¡Salte de abajo!” Y
la gente no sale. “¡Cuidado, alta tensión!” Y la gente queda pegada en la
red. Y el lunes andamos todos con resaca espiritual”.

Los efectos limitados de los medios

Sin embargo, no resulta aconsejable dejarse arrastrar por el lugar común


que postula que la influencia de los medios sea total o definitiva, pues
sobre eso ya se ha andado cierto camino en la investigación de la comuni-
cación y se ha constatado que la audiencia no es un objeto pasivo, sino un
sujeto activo e interactivo.

Los estudios sobre la influencia que ejercen los medios masivos tienen
como antecedente inmediato el crecimiento de la capacidad de los medios
masivos para ampliar su cobertura. El fenómeno se mostró con mayor
contundencia durante la Segunda Guerra Mundial, por el papel que se
le otorgó a la radio, la televisión y la prensa durante la contienda. Por
ejemplo, el rol que el nazismo le dio a la propaganda de masas generó
alarma y preocupación. Se pensó que si las previsiones totalitarias se cum-
plían y las sociedades resultaban arrastradas hacia determinadas posturas
los resultados serían catastróficos, porque las personas podían ser manipu-
ladas e inducidas a actuar en una determinada dirección.

En principio se concedía una mayor preponderancia al medio masivo, enten-


dido como un emisor. La teoría hipodérmica, sustentada en la orientación
conductista del modelo estímulo-respuesta, establecía que los efectos de
los medios eran decisivos en su amplitud y calidad. Existía el temor de que
los mensajes de la propaganda se podían imponer e “inocular” en los indi-
viduos. Según la teoría hipodérmica “cada individuo es un átomo aislado
que reacciona por separado a las órdenes y a las sugerencias de los medios
de comunicación de masas monopolizados” (Wright Mills, 1963: 203)

Estos enfoques siguieron una línea reduccionista en cuanto al alcance de


los medios. Se conformaron con observar las reacciones conductuales y
actitudinales aisladas en la onda de lo que Wright Mills definiera como
“empirismo abstracto” (Guinsberg, 1985: 13) y dejaron de lado la vincula-
ción con lo social. El empeño estuvo centrado en observar la participación

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de los medios masivos en el proceso de socialización como factores neutra-


les que intervienen en la formación del consenso social.

Posteriormente, con el auge del funcionalismo en la sociología norteame-


ricana, a partir de los años cuarenta, se da curso a estudios experimentales
y empíricos que se proponen probar el impacto que generan los medios
en las audiencias. Surgen estudios psicológicos experimentales que revisan
la complejidad de los elementos que entran en juego en la relación que
se produce entre emisor, mensaje y destinatario (Wolf, 1991: 36), tienden
a estudiar por lo tanto la eficacia de la persuasión; se investiga sobre fac-
tores relativos a la audiencia, en cuanto al material presentado en una
campaña informativa y su absorción por parte del público; se plantean
problemas como la exposición selectiva, es decir cómo los miembros de la
audiencia tienden a exponerse a la información más afín a sus actitudes y
a evitar los mensajes que les resultan discordantes.

Desde el punto de vista de los factores vinculados al mensaje, con fines


de persuasión, se registran ítems como la credibilidad del comunicador
–cuando se tiene confianza en el emisor se eleva la eficacia del mensaje-, el
orden de las argumentaciones -¿cuáles argumentaciones son más eficaces,
las iniciales o más bien las finales en favor de una posición contraria?-, la
exhaustividad de las argumentaciones –el impacto de un aspecto y de los
dos aspectos del tema-, y la explicitación de las conclusiones -¿las conclu-
siones deben quedar explícitas o implícitas? (Wolf, 1991: 47-50)

Del presupuesto inicial que le daba primacía al medio en su capacidad de


influencia sobre el público, se ha llegado a la conclusión de que los efectos
que ejercen los medios son muy limitados.

En apoyo de esta perspectiva, Klapper, (1975: 78) presentó las siguientes


conclusiones sobre las audiencias de los medios:

“las personas tienden, en términos generales, a leer, observar, o escuchar


las comunicaciones que presentan puntos de vista con los cuales ellos
mismos se encuentran en afinidad o simpatía y tienden a evitar comuni-
caciones con un matiz diferente (...) la gente se expone a la comunicación
de masas en forma selectiva. Selecciona el material que está de acuerdo
con sus puntos de vista acerca de opiniones e intereses existentes y tiende
a evitar material que no está de acuerdo con esos puntos de vista e inte-
reses (...) las personas que están expuestas a comunicaciones con las cuales
no sienten afinidad o simpatía no es raro que deformen el contenido de

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Orlando Villalobos

manera que terminan por percibir el mensaje como si apoyara su propio


punto de vista”.

De acuerdo con esta evolución de la investigación sobre el impacto gene-


rado por los medios se le da un vuelco a la creencia que antes existía. Ya no
se trata “de lo que hacen los medios con la gente”, sino al contrario “de lo
que hace la gente con los medios”.

Entonces, las personas buscan conseguir gratificaciones en los medios y no


están a expensas de sus directrices u orientaciones; usan los medios para
satisfacer necesidades, conseguir escape emocional y obtener sugerencias
sobre cómo enfrentar ciertos problemas (Lozano Rendón, 1996: 184)

Los medios masivos influyen, pero no son la única variable a considerar.


Son determinantes, pero no lo deciden todo. Por ejemplo, los medios
pueden promover un producto, sin embargo éste deberá comprobar y veri-
ficar sus bondades, para que pueda mantenerse en el mercado. Los medios
pueden inclinarse por una candidatura, pero eso no resulta suficiente para
que gane las elecciones. Esa posibilidad representa una ventaja, no cabe
duda, pero existe un conjunto de variables que intervienen en la selección
definitiva del electorado. Al respecto se pueden señalar ejemplos en una
dirección y en otra. En 1992, Fernando Collor de Melo ganó la presidencia
en Brasil y se dijo que el marketing electoral, en los medios, fue un factor
determinante en ese resultado. En 1998, en Venezuela, Hugo Chávez Frías
resultó electo presidente de la República, a pesar de que la mayoría de los
medios masivos respaldaban a otro candidato.

La realidad mediática venezolana

Las consideraciones anteriores resultan útiles para comprender el rol que


cumple la comunicación en la Venezuela actual, particularmente en lo que
se refiere a su componente mediático.

En los últimos cuatro años, los medios masivos se han colocado en el centro
o epicentro del conflicto político venezolano. Desde los medios, y desde
luego en programas específicos, se postulan ideas y contenidos de clara
militancia o interés político. Durante un buen tiempo el usuario de los
medios ha presenciado como se ha hecho algo común que se imponga
un enfoque sesgado a la hora de informar, como algunos moderadores
de programas de TV capitalizan el protagonismo del debate y opinan de
principio a fin, con un marcado interés político, dejando de lado la ponde-
ración y el equilibrio.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El hecho más grave que se conoce en Venezuela ha sido la desinforma-


ción a la que el país fue sometido desde los sucesos del jueves 11 de abril
de 2002, en la tarde, que se usaron como justificación para desconocer la
Constitución, hasta la madrugada del domingo 13 de abril. Se produjo un
apagón mediático. Primero, en permanente cadena nacional auspiciaron
las movilizaciones y el conflicto, luego, una vez producida la salida del Pre-
sidente y de que en su lugar se autojuramentara otro, deliberadamente
viraron sus cámaras hacia una supuesta normalidad. Regresaron a la pro-
gramación habitual, a los chismes de farándula, a la noticia internacional
y a las comiquitas, y dejaron de informar sobre las luchas y acciones que se
libraban en las calles de Caracas, con tal contundencia que posteriormente
los hechos se revirtieron el presidente Chávez pudo regresar al palacio de
Miraflores.

Como una justificación del golpe de Estado de abril se convirtieron en


juez y parte. Mostraron el video de los sucesos ocurridos en Caracas, en
Puente Llaguno, y explicaron que allí estaban los autores materiales de la
masacre, de la veintena de muertos que dejó como saldo ese 11 de abril de
2002. Condenaron a esas personas acusadas y las estigmatizaron como “los
asesinos de Puente Llaguno”. Posteriormente las investigaciones tienden
a desmentirlos. No está comprobado que quienes disparaban desde ese
puente lo hacían contra la Policía Metropolitana de Caracas y no contra la
movilización de ese día.

En fin, los medios se desbocaron. Guardaron un silencio inaudito en un


momento crucial y “construyeron” su propia verdad mediática y la impu-
sieron, aunque sea por un rato.

El problema es que ese comportamiento se cumplió de manera deliberada.


Se buscó imponer una verdad mediática, de acuerdo con la visión y los inte-
reses de loe medios, vale decir de sus propietarios, y se descuidó al país, sus
intereses, su suerte. Una evidencia de lo deliberado del comportamiento
de los medios se encuentra en el editorial de uno de sus más excelsos
voceros, El Nacional. Este diario, el 13 de abril de 2002, es decir después del
golpe, validó el golpe de Estado, que en ese momento estaba en marcha:
“Ha hecho bien el nuevo presidente Pedro Carmona Estanga en prescindir,
de un plumazo, de estos esperpentos institucionales, devaluados ética y
moralmente por la escasa gallardía con que sus representantes ejercieron
el cargo”. Luego añade: “Ahora vienen con el cuento cínico, tal como lo
dijo ayer el fiscal, del “golpe militar” para ocultar la responsabilidad de
Hugo Chávez, al ordenar a sus colaboradores que se disparara a mansalva

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Orlando Villalobos

contra mujeres, niños y jóvenes desarmados”. Acerca del escenario post-


golpe ya el periódico tenía el pronóstico:

“Afortunadamente, no se tiene que partir de cero. Varias instituciones se


han venido preparando con seriedad y persistencia, a través de métodos
multidisciplinarios, y existen proyectos y estudios que permiten ponerlos
en práctica con la urgencia que todos compartimos. Esos proyectos pueden
ser base o punto de partida para una acción del Estado (...) fue entendido
así por la CTV y por Fedecámaras” (El Nacional, 2002)

El precedente encierra su gravedad porque sin un comportamiento equili-


brado de los medios, en el cual se respeten las condiciones éticas y profe-
sionales del periodismo, cuesta pensar que se pueda mantenerse un clima
de tolerancia y democracia. Lo ocurrido en los sucesos del 11, 12 y 13 de
abril de 2002, y lo que luego ha seguido siendo la actuación de los grandes
medios en Venezuela, evidencia que el problema es demasiado complejo.
Los principales diarios y las grandes cadenas de TV responden a fuertes
intereses, de manera que no se puede dejar sólo en sus manos la comuni-
cación social.

En ese comportamiento de los medios hay más de un problema de fondo,


porque los parámetros éticos y profesionales del periodismo se han dejado
de lado. En nombre de un propósito político se busca justificar la utiliza-
ción arbitraria del poderío de la tribuna mediática. De tal manera que se
ha impuesto una jerigonza antiperiodística que olvida o deja lado defini-
ciones clásicas del periodismo.

Resumiremos varias de esas manifestaciones.

1. Se ha impuesto lo que el periodista inglés Gideon Lichfield (2002) deno-


mina la declarocracia, con eso quiere decir que,

“las noticias no son lo que hay de nuevo, sino lo que haya dicho alguien
importante, aunque esa persona o cualquier otra ya lo hubiera dicho, sin
importar, realmente, si es verdad o no (...) Es casi como leer el guión de
una enorme y prolongada obra de teatro -más bien una telenovela-, pero
donde los diálogos de cada personaje se presentan por separado, como si
se publicara Macbeth en una serie de libros independientes: uno con los
diálogos de Macbeth, otro con los de Lady Macbeth y otro más con los de
Duncan exclusivamente, y así en general. Es un excelente registro de lo que
dicen los poderosos”.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

En el contexto venezolano eso significa que si lo dice el presidente del


organismo empresarial –Fedecámaras- es noticia, no importa que sea
verdad o no, que haya ocurrido lo que dice o que simplemente sea una
opinión propia. Eso, además, ocasiona otra consecuencia inocultable, ha
surgido una lista de opinadores que van de canal en canal, de medio en
medio, repitiendo su credo.

2. Como consecuencia de lo anterior se hace un uso irregular de las fuentes


(Antillano, 2002). Se le da validación automática a la fuentes coincidentes
y se dejan de lado las otras, las que disienten. Así mismo, no se verifican los
datos o informaciones obtenidas, y en consecuencia se le da paso al chisme
interesado o al vulgar rumor.

3. Se confunde, deliberadamente, opinión con información. Como esos


campos se yuxtaponen, entonces se incurre en excesos de opinión en la
información que se presenta. La noticia que se entrega es un editorial. No
dice lo que ocurrió sino lo que el presentador o comentarista considera
que ocurrió, “así lo vi yo”, pudiera decir en su disertación.

4. Aplicación de un concepto de objetividad que está ligado a la interpre-


tación interesada de la noticia. Esa noción de objetividad resulta acomoda-
ticia, por cuanto a ese periodismo “no le interesan los hechos, le interesa
tener razón” (Antillano, 2002).

Como ya se acepta en ciencias sociales, el sujeto u observador también


forma parte del objeto que estudia, no es ajeno a él. El periodista o comu-
nicador cuando narra y construye su relato se implica en lo que expone y se
conmueve, o se deja conmover, por la situación o pedazo de la realidad que
consigue o descubre. Entonces, la visión que hace una separación mecánica
entre sujeto y objeto, entre objetividad y subjetividad, favorece un punto
de vista parcial, dicotómico, en cierto sentido insuficiente, porque no toma
en cuenta la complejidad, ni las distintas variables que forman parte de un
hecho o fenómeno. Simplemente hace una reducción de cada problema,
buena o mala, afirmativa o negativa, pro o contra. La objetividad se sus-
tituye no por subjetividad, razonar de ese modo es continuar moviéndose
dentro del paradigma tradicional que se crítica y se busca corregir.

La objetividad es reemplazada por el acuerdo intersubjetivo, que se


construye a partir de bases mínimas. Entonces, lo que luce aconsejable es
situarse en la perspectiva de la intersubjetividad, lo cual significa plantear
una relación diferente entre el sujeto y la realidad que investiga. Por inter-
subjetividad puede entenderse la capacidad para el diálogo, para compartir

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o reconocer el punto de vista o la experiencia diferente; intersubjetividad


alude a la acción comunicativa que se desarrolla para compartir o entender
al otro, en resumidas palabras intersubjetividad es reciprocidad y acuerdo,
disposición para preguntar y responder, para dudar y comprender, enten-
diendo por comprensión la disposición para compartir con otros; compren-
sión, entonces, es acuerdo. Estas precisiones rompen con la tradicional
separación entre objeto y sujeto, entre el fenómeno o hecho estudiado y
la persona que participa de la acción. Se exige entonces asumir la comple-
jidad y dejar de lado las prescripciones esquemáticas o dogmáticas.

Esto requiere asumir el periodismo y la comunicación, como un ejercicio


complejo, que puede aportar en la búsqueda de la verdad. Eso no tiene
nada que ver con maniqueísmos, posiciones preestablecidas y verdades
que se buscan imponer de antemano para favorecer una visión de los
hechos. Eso no tiene nada que ver con el acostumbrado programa televi-
sivo, mañanero o noctámbulo, donde un perdonavidas de ocasión, juez y
parte, atrincherado en su reducto de simplismos, moralina y frases hechas,
sin rubor deja colar su intención y preferencia, muestra sus prejuicios y
fanatismos.

Un comportamiento con las características antes señaladas ha derivado


hacia un resultado poco halagador: los medios abandonaron el medio,
dejaron de ser fuentes de mediación, y se han instalado en el centro del
conflicto político, dicho de otro modo los medios son parte del conflicto.
Desde la tribuna mediática se juzga y se sanciona, se fabrican medias ver-
dades, se atiza la rivalidad, se condiciona la agenda pública. Para proceder
de este modo se emplea la excusa de que los medios son atacados, es decir,
simplemente actúan en defensa propia. Con ese alegato se ha pretendido
justificar el comportamiento por lo menos discutible de actuar en muchos
casos en cadena nacional para la transmisión de mensajes de dudoso con-
tenido democrático, como por ejemplo, colocar en pantalla, en horario
estelar, a un representante militar llamando a la movilización de los cuar-
teles.

La idea no es proponer que los medios actúen de manera neutral, asép-


tica. Eso seguramente no es posible hoy en Venezuela, ni en ningún otro
lugar. Lo que se sugiere es que se asuma la comunicación masiva como la
posibilidad de expresión y desarrollo de voces plurales, diversas y democrá-
ticas. Los medios tienen consagrada la opción de mostrar sus perspectivas
editoriales, e incluso de mostrarse partidarios de posturas políticas, pero al
mismo tiempo pueden y deben favorecer la expresión de una cultura polí-
tica que propicie la diversidad, la democracia y la cultura de paz.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

La equidad simbólica: el problema de la creación de ciudadanía

La evaluación crítica de los medios parte del presupuesto de que para


construir ciudadanía, es decir para propiciar una ecuación benevolente de
deberes y derechos, en favor de la condición de ciudadanía, se requiere de
una mayor equidad simbólica.

Por esa razón, entendiendo la importancia de los medios, la responsabilidad


social que no pueden eludir, se debe ser exigentes con su ejercicio, críticos,
en una palabra, y no hacer concesiones. Se requiere superar la ostentación
de presentarlos como “buenos” y benevolentes, porque cumplen con el rol
de preservar la democracia y la pluralidad de opciones. El problema es que
muchas veces incurren en comunicaciones perversas y en lugar de medios
se transforman en centros, que prevalidos de su notoriedad y protagonis-
mos buscan imponer sus criterios e intereses.

En relación con la idea de ciudadanía Hopenhayn (SF) ha referido que a lo


largo del siglo XX el concepto de ciudadanía se ligó primeros a los dere-
chos civiles (de opinión, expresión y asociación) y políticos (a ejercer su
voto y a ser representado en los poderes públicos), más recientemente se
reconocen derechos de tercera generación (derecho al trabajo, a la salud, a
la educación, a un ingreso digno). El replanteo del concepto de ciudadanía
parece centrarse en el horizonte de la igualdad simbólica, porque el uso
del espacio mediático, por ejemplo, permite que se sea un actor frente a
otros actores.

Este es el punto clave, porque cuando se piensa en generar ciudadanía


y disminuir la exclusión social no puede obviarse que los medios actúan
dentro de coordenadas paradójicas: resumen un conjunto de posibilidades
educativas, culturales, de provecho para mejorar la vida, en una palabra ciu-
dadanas, pero al mismo tiempo representan un riesgo, cuando se colocan
al servicio de propósitos perversos, como la guerra o de intereses particu-
lares que buscan imponerse a la mayoría. Los medios masivos cumplen la
indispensable labor de informar y de auspiciar la comunicación, claves de
la democracia, pero al mismo tiempo, utilizados como vías de propaganda
pueden llegar a convertirse en fuentes de conflicto y de multiplicación de
las tensiones, como ha ocurrido en Venezuela en los tiempos recientes.

En el caso venezolano existe una realidad contradictoria en la cual actúan


los medios masivos. Su labor la cumplen en un escenario caracterizado
por el conflicto. No obstante, el reto está en superar las comunicaciones
perversas y en propiciar una laboral periodística y comunicacional que

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Orlando Villalobos

esté al servicio de la generación de ciudadanía, de la cultura de paz, y eso


implica, por una parte, denunciar y criticar el uso abusivo de los medios, el
afán recurrente de transmitir mensajes que incitan al odio y la violencia, la
práctica de hacer pasar por opinión o información lo que simplemente es
un mensaje de persuasión propagandística; implica también, contribuir a
construir un tejido social sustentado en la equidad.

El postulado aquí señalado debe exponerse para apuntalar una comunica-


ción que actúe conscientemente en beneficio de la paz, para crear diversos
espacios de negociación de conflictos, para reconocer el protagonismo de
muchos actores, y para generar una sensibilidad que favorezca los valores
de la democracia y de los derechos humanos.

La Ley de Radio y Televisión

Finalmente, un comentario necesario sobre el proyecto de ley de radio y


televisión que se discute en Venezuela (Proyecto de Ley sobre la Respon-
sabilidad Social en Radio y Televisión, 2003). Hay un punto esencial a dilu-
cidar, ¿los medios son sujetos de obligaciones? Si eso se admite entonces
puede entenderse que se establezcan unas reglas explícitas, una regula-
ción, fijada dentro de los límites del marco de la Constitución nacional.

Luego hay un tópico básico que establecer. La ley supone la fijación de


unas reglas explícitas, eso es posible en Venezuela dentro del marco consti-
tucional, que señala los parámetros de actuación ciudadana, y desde luego
para los medios que cumplen una misión social y pública. En resumen, los
medios son sujetos de obligaciones y no sólo pueden argumentar la posibi-
lidad de ejercer unos derechos.

En el debate que se hace sobre la propuesta se presenta el proyecto de


ley como una amenaza, es decir se niega la posibilidad del debate público
sobre los medios e incluso la fijación de unas políticas en torno a ellos. El
argumento no deja de ser extraño porque los medios pueden evaluar al
gobierno, a los consumidores, a los ciudadanos y a terceros, pero la pre-
gunta es ¿quién crítica o puede evaluar a los medios?

No es cierto que un instrumento de este tipo sea único y responda exclusi-


vamente a la dinámica de la sociedad venezolana. A manera de ejemplo, se
pueden citar varios casos en la normativa internacional. En Estados Unidos,
la Ley sobre la Decencia en las Comunicaciones (Communications Decency
Act) y la Ley de Televisión Infantil (Children’s Televisión Act); en Francia, la
Ley No. 2000-719 del 1 de agosto de 2000, relativa a la libertad de comu-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

nicación; y en México, el Reglamento del Servicio de Televisión y Audio


Restringidos del 25 de enero de 2001.

En Venezuela, la Ley de Telecomunicaciones, aprobada en 2000, significa


un intento por colocarse a tono con las transformaciones tecnológicas
actuales, pues la ley anterior estaba fechada en 1940, en una época en la
que en el país no había llegado la televisión y la radio era incipiente.

Además, algunas leyes, como la Ley Orgánica para la Protección del Niño y
del Adolescente (Lopna), la Ley Orgánica de Educación y la Ley Orgánica de
la Salud, incluyen previsiones en materia de comunicación para preservar
los derechos de los niños, niñas y adolescentes, sin embargo se requiere de
una actualización del marco jurídico, político y comunicacional, en el cual
actúan los medios masivos. Eso hace falta y en varios momentos ese debate
ha salido a relucir. En la década de los años 70 se propuso el proyecto
Ratelve. Antonio Pasquali ha propuesto la idea de un instrumento legal
que establezca el servicio público de radiotelevisión, que aprenda de expe-
riencias europeas, como la BBC de Londres, con sólida presencia e indepen-
dencia de los gobiernos. E incluso, se puede citar lo sucedido con el intento
de reforma de la Constitución, que se realizó en 1991. En esa ocasión, una
Comisión Bicameral del Congreso nacional, presidida por el senador Rafael
Caldera, durante más de dos años elaboró una propuesta de 90 artículos,
para promover la primera reforma de la Carta Magna, que estaba vigente
desde 1991. Pero, el propósito reformador encontró un muro insuperable,
cuando planteó reformar el artículo 66 de la Constitución, para extender
la garantía de la libertad de expresión e incorporar el derecho a la libertad
de información. Hasta allí llegó el intento de reforma constitucional, pues
no pudo sortear las presiones ejercidas, por los medios masivos y otros fac-
tores de poder real. La reforma naufragó. Después, curiosamente, el país
siguió cursos diferentes a los acostumbrados, que condujeron al proceso
constituyente de 1999, que dio paso a una nueva Constitución.

No parece válido argumentar ahora que éste sea un intento nuevo, sin
antecedentes. Al contrario, actualiza un debate de vieja data.

Desde luego, una ley sobre radio y televisión debe postularse como un pro-
yecto de Estado y no simplemente de gobierno, pues la idea es que pueda
establecerse una base firme para la democracia comunicacional, núcleo
efectivo de la democracia.

Esa democracia comunicacional no es simplemente el resultado de una


determinada regulación o de tecnologías más avanzadas, para ello se

173

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Orlando Villalobos

requiere la creación de una lógica de empoderamiento del ciudadano,


de la participación de muchos, una red de redes de lo que ya se ha hecho
común denominar la sociedad civil.

Esta aspiración forma parte de una vieja bandera de lucha postulada, por
ejemplo, en el Informe Mcbride: “La comunicación ya no debe considerarse
sólo como un servicio incidental y su desarrollo no debe dejarse al azar
(...) el objeto debe ser la utilización de las capacidades peculiares de cada
forma de comunicación, desde las interpersonales y tradicionales hasta las
más modernas, para que los hombres (y las mujeres, NN) y las sociedades
estén conscientes de sus derechos, la armonización de la unidad en la
diversidad, y la promoción del crecimiento de individuos y comunidades
en el marco más amplio del desarrollo nacional en un mundo interdepen-
diente” (McBride, 1987: 211).

Conclusiones

Finalmente, valga la reiteración de que el examen de la comunicación


masiva resulta indispensable porque de muchas maneras incide en las
representaciones sociales a partir de las cuales se puede construir la convi-
vencia humana, pues para lograr acuerdos y entendimientos resulta indis-
pensable que prevalezca la lógica del diálogo.

El problema está en que desde el campo mediático en demasiadas oca-


siones en lugar de propiciar el acuerdo se estimula el conflicto, porque
se intenta condicionar a través de las noticias e informaciones, y de sus
emisiones, las soluciones que se deben adoptar para superar los conflictos,
eso hace que muchas veces los medios sean parte, e incluso el centro de la
disputa.

Las alternativas a este escenario conflictivo están por construirse y requie-


ren de la creación de un tejido social caracterizado por una mayor equidad,
lo cual tiene una traducción que puede medirse a través de diversos indi-
cadores: fortalecimiento de la institucionalidad democrática y el Estado
de derecho, una cultura pluralista que favorezca una mayor convivencia y
una mayor comunicación, plena vigencia de derechos económicos, sociales
y culturales, surgimiento de una nueva ciudadanía, que se define por la
capacidad de gestión de la persona –del empoderamiento- y no depende
exclusivamente de la actuación del Estado o del gobierno; y lo más rele-
vante, el fortalecimiento de una cultura de la paz.

174

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

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175

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ESTADO Y MERCADO EN EL PROYECTO NACIONAL-POPULAR
BOLIVARIANO

Irayma Camejo

El objetivo de este trabajo es presentar la trayectoria del debate sobre el


papel del Estado y el mercado en el régimen socioeconómico imaginado
para el país por el movimiento bolivariano en la década de los 90, luego
de las insurrecciones militares de febrero y noviembre de 1992. Pretende-
mos revelar algunas de las orientaciones del proyecto alternativo que este
movimiento elabora con el objetivo de dar a conocer sus particularidades
en el escenario de un momento histórico dominado por el neolibera-
lismo.

Constituye una tarea compleja acercarse al análisis de este recorrido ya


que el movimiento presenta dos rasgos que la dificultan. Por una parte, ha
pasado por diferentes etapas, determinadas a su vez por un conjunto de
circunstancias relacionadas con los cambios de estrategia que se elaboran
en su objetivo de alcanzar y conquistar el poder político; por otra parte,
se trata de un movimiento originalmente militar al cual se van integrado
diferentes grupos civiles, ubicados mayoritariamente hacia la izquierda
del espectro político, quienes muestran diferentes perfiles con respecto
a la orientación, estrategia y fines que deben situar el cambio que se
propone.

En esta perspectiva, planteamos que existe una relación entre las estrate-
gias que caracterizan las distintas etapas por las cuales atraviesa el movi-
miento bolivariano (insurreccional, abstencionista y de participación en el
proceso electoral) y la presencia de grupos diversos que, en cada una de
ellas y alrededor del liderazgo indiscutible de Hugo Chávez Frías, le dan
una impronta determinada a las líneas de acción valorativas que se diseñan
para elaborar el proyecto de transformación que se imagina para el país;
los perfiles valorativos de unos grupos o individualidades se imponen y
dominan el escenario en unas etapas y en otras se ocultan, desaparecen
o son desplazados por otros que se imponen en la conducción estratégica
e ideológica del programa que debe orientar la acción política del movi-
miento21.
21
No vamos a nombrar a las individualidades ni a los grupos políticos o sociales que par-
ticipan en el movimiento bolivariano; lo que nos interesa es identificar la axiología que
los orienta en las diferentes etapas por las cuales éste atraviesa.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

De esta manera, la correlación de fuerzas interna asociada a la estrategia


política tiene un peso importante en la evolución del papel del Estado y el
mercado en el proyecto bolivariano. Dos momentos de esta relación son
importantes con respecto a los objetivos de nuestro trabajo: el primero,
transcurre entre los años de 1994-1996 y es el tiempo en el cual se adopta
la estrategia política abstencionista y surgen los primeros documentos que
culminan en la elaboración de la Agenda Alternativa Bolivariana en 1996.
La correlación de fuerzas que predomina permite la consagración de la
impronta ideológica bolivariana y la rehabilitación de las viejas utopías
del “Proyecto Nacional” inauguradas en los años 40 del siglo pasado por
el gobierno de Medina Angarita, la herencia programática que deja en
la izquierda la teoría de la dependencia, junto a posturas desarrollistas y
antiimperialistas (Denis, 2001, 125.126), así como la presencia de tesis autár-
quicas en el diseño del régimen socioeconómico (Pérez, entrevista, 2002).
Por ello, la imagen del Estado está envuelta por un conjunto de propuestas
en las cuales el interés fundamental es rescatar su importancia frente a las
consideraciones minimalistas de la ideología neoliberal, así como el diseño
de un régimen económico volcado, fundamentalmente, hacia adentro.

El segundo período ocurre entre 1997-1998, es el tiempo del viraje estraté-


gico y de la confusión política por los efectos que produce la decisión de
abandonar la estrategia abstencionista, así como la amenaza permanente
al poder constituido, para participar en la campaña electoral de 1998,
transformar el movimiento bolivariano en el Movimiento V República,
respetar las formas y procedimientos de la democracia representativa y
participar dentro de ellos. A partir de este momento, individualidades y
nuevos grupos de izquierda más organizada, que se plantean propuestas
para enfrentar los retos del mundo independiente y globalizado, ingresan
al movimiento (Pérez, entrevista, 2002). Se depura y reorganiza la correla-
ción de fuerzas internas con la finalidad de elaborar un Plan de Gobierno
en el marco de las reglas de juego del poder constituído, a partir de los
planteamientos centrales presentes en aquel documento (Pérez, entre-
vista, 2002).

En estas nuevas condiciones, el Plan de Gobierno que se elabora presenta


un nuevo lenguaje, desaparece la sobrecarga simbólica nacionalista y
patriota de los primeros documentos, así como la invocación del Estado
como instancia central y superior para la construcción cultural de un pro-
yecto de identidad nacional. Se adoptan posiciones en las que tiene cabida
el mercado como espacio que debe considerar el Estado para desarrollar
un régimen socioeconómico, ahora más abierto, en el cual éste pasa a
jugar un papel más equilibrado en la consecución del desarrollo nacional.

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Irayma Camejo

En este sentido, coincide con los planteamientos que sobre el papel com-
plementario del Estado y el mercado se hacen a escala regional y nacional,
frente al fracaso de las políticas de ajuste neoliberal y el agotamiento del
modelo de desarrollo de la segunda postguerra.

Estos factores que le otorgan particularidad al discurso bolivariano están


desplegados a lo largo de la exposición sin que se pretenda agotar el con-
junto de aspectos que inciden en una interpretación orientada a revelar
las complejas relaciones presentes en la trayectoria del movimiento boliva-
riano. Nuestro trabajo se mueve en el ámbito del discurso político y desde
allí nos interesa mostrar sus rasgos más generales, a partir del análisis de
documentos representativos sobre el tema, incluyendo algunos rasgos del
escenario nacional y regional en el cual éstos se elaboran.

Desde esta perspectiva, este trabajo puede considerarse como una primera
aproximación al análisis de la coyuntura política que se abre en el país
a partir del triunfo electoral del movimiento bolivariano en 1998. Un
examen más integral requiere de una exploración de la práctica política y
de las alianzas que este movimiento constituye en las diferentes etapas por
las cuales transcurre; así como un análisis de la forma del régimen político
que se adopta y de las políticas públicas que se diseñan para legitimarse,
más allá del ámbito simbólico-discursivo, en la propia realidad.

El MBR-200 y el Estado

El MBR-200 es un movimiento integrado por un grupo de jóvenes mili-


tares que se plantea un ideal orientado a la transformación de las bases
del modelo político que se diseña en 1958 y que consideran agotado por
la ruptura con los postulados constitucionales que le habían dado funda-
mento en 1961. Sus premisas tenían como “fin supremo la seguridad, el
bienestar, la justicia y la igualdad” (MBR-200, 1995, 1). Entre estos jóvenes
oficiales se encuentra el capitán Hugo Chávez Frías quien, junto a los capi-
tanes Jesús Urdaneta Hernández y Felipe Acosta Carlés, se compromete -en
la víspera del bicentenario del natalicio de Simón Bolívar el 17 de diciem-
bre de 1982- a librar una lucha para liberar al país de la opresión y de la
corrupción. A partir de ese momento se realiza una acción política que va
a dar origen a la fundación de Movimiento Bolivariano Revolucionario 200
(MBR-200) a principios de la década de los 80 y a la rebelión militar contra
el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992.

La acción política se despliega en medio de la crisis fiscal que estalla en


el país a partir de la década de los 80 del siglo pasado, luego de un largo

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

proceso de estabilidad económica, social y política. El estancamiento del


proceso de sustitución de importaciones y el agotamiento del modelo de
renta petrolera que lo sostiene, generan impacto en el comportamiento
del gasto público agravado por el estallido de la deuda externa. El Estado
abandona su rol protagónico en la conducción del proceso de desarrollo y
el sistema económico, en su conjunto, entra en una situación de decreci-
miento productivo (García Larralde, 2000; Del Búfalo, 2000), en medio de
consecutivos fracasos en la aplicación de políticas económicas que oscilan
entre la inconsistencia, la parcialidad y la dualidad (López Maya y Lander,
2000; Del Búfalo, 2000; García Larralde, 2000; Izaguirre, 2002).

Los escándalos de corrupción que envuelven a los partidos que conducen


este proceso llevan la crisis a situaciones insostenibles, por la pérdida de
credibilidad y de representatividad de los actores que hasta la década de
los 70 habían sostenido, de manera estable, el sistema político que se había
conformado en 1958. Esta pérdida de credibilidad se sustenta en la ausen-
cia de voluntad para llevar adelante, de manera integral, los programas de
reforma económica, política e institucional del Estado planteados desde la
Copre, así como las propuestas de reforma constitucional y/o invocación
a una Asamblea Nacional Constituyente que se discuten en el país, frente
a la profundización de la crisis que generan los golpes de Estado de 1992
(Kornblith, 1992; 1999).

Es en este escenario que el MBR-200 se plantea el desarrollo de un proyecto


alternativo que va a tener dos rasgos fundamentales: primero, constituye
una propuesta reactiva y de resistencia cultural (Müller Rojas, 2001; Denis,
2001) a los planteamientos que desde la ideología neoliberal diseñan los
organismos multilaterales para orientar las políticas de los gobiernos a
escala nacional y continental; segundo, está sostenido por una reivindica-
ción de los valores nacionales y regionales para conducir el diseño de una
propuesta propia y original frente a las promesas universales que se des-
prenden del pensamiento neoliberal.

Dos aspectos de reflexión expresan esta voluntad de los integrantes del


MBR-200, por una parte, el imaginario bolivariano que se sustenta en el
“árbol de las tres raíces”. Simón Bolívar, Ezequiel Zamora y Simón Rodríguez
y, por la otra, la Agencia Alternativa Bolivariana (AAB), la cual se nutre de
los paradigmas que desde las décadas de los 40 y 60 del siglo pasado surgen
de las ciencias sociales latinoamericanas, para buscar caminos propios a los
problemas del desarrollo nacional.

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Irayma Camejo

El imaginario bolivariano

Luego que Hugo Chávez sale de la cárcel de Yare gracias al sobreseimiento


que le otorga el presidente Caldera en 1994, el movimiento pasa por una
fase “silenciosa y cavernaria”, caracterizada por el repliegue de los actores
que lideran el proceso luego del fracaso de las asonadas militares de 1992,
se adopta la estrategia abstencionista, sin que ello desplace la alternativa
violenta como una vía para alcanzar el poder político (Denis, 2001).

En este período predomina una correlación de fuerzas internas que inicial-


mente, entre los años de 1994-1995, está dominada por tendencias cuyos
perfiles se ubican hacia los valores radicales de transformación propios de
la izquierda tradicional, en torno de la estrategia política y del programa
alternativo que deben adoptarse; los valore que se defienden conviven
con aquellos que provienen de “personajes que engrosan los listados de la
investigación crítica universitaria y empiezan a penetrar tendencias autó-
nomas dentro del conjunto de las franjas que componen la ‘Corriente His-
tórico-Social’, los movimientos de base, el sindicalismo clasista y las batallas
de la calle” (Denis, 2001, 122)

En líneas generales la correlación de fuerzas internas está dominada por


grupos políticos marginados y políticamente menos organizados (Pérez,
entrevista 2002), que están cruzados por el voluntarismo, la violencia junto
al repliegue militar y civil, “y la reivindicación de la ortodoxia socialista
frente a tendencias dentro del grupo militar alejadas de esa tradición,
aunque algunos se acercan a ella desde perspectiva premodernas, román-
ticas, nacionalistas y, a la vez, democráticas” (Denis, 2001, 124-25).

Los tintes ideológicos que arropan al movimiento y la confrontación que


de ellos se deriva discurren entre la perseverancia por continuar la estra-
tegia violentista, la consolidación de las bases populares del mismo y una
acción política abstencionista frente a las reglas de juego del poder cons-
tituido; en este sentido, aunque no hay resultados inmediatos de carácter
programático se desarrolla un espacio en el cual terminan por sincronizarse
las condiciones tanto para la consagración del liderazgo de Hugo Chávez,
como para la definición de las formas y de los contenidos del proceso de
cambios que se consideran inevitables para el país. Éstos se integran nomi-
nalmente dentro del universo del bolivarianismo que a partir de esos años
comienza su fase de sistematización (Denis, 2001, 125), inspirado en las
convicciones nacionalistas y patriotas de la logia militar que le había dado
nacimiento.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

En el bolivarianismo se invocan imágenes y símbolos de las figuras heroi-


cas de nuestra independencia, con el objetivo de unir las voluntades que
en el país abogan por los cambios sustanciales que demanda el fracaso
del sistema político que se había iniciado desde 1958. Se trata de acudir a
ellos para engranar un conjunto de representaciones de la historia nacio-
nal y estructurar un imaginario de nación emancipada y soberana. Ello en
el marco de una utopía alternativa en la que el movimiento se reconoce
como su expresión. Desde esta perspectiva se construye un pensamiento
político mítico porque está basado en imágenes y símbolos (García-Pelayo,
1968, 13), que son los que se consideran idóneos para sostener las ideas
presentes en el programa alternativo que se propone.

Así, se pretende desenterrar la imagen de un camino propio, como lo


había sido aquel que lidera la sociedad criolla a comienzos del siglo XIX
-en tanto distinto al orden colonial- para constituir una república indepen-
diente. Como en el pasado, el presente se piensa a partir de un proceso
de cambio que debe conducir a la formación de un proyecto nacional y
original para sustituir “el viejo sistema de ideas y leyes, por el conjunto de
nuevos conceptos, costumbres y normas republicanas” (MBR-200 1996,1),
los cuales son la garantía para que la ruptura siga caminos que permitan el
quiebre de sus vínculos históricos, culturales y afectivos.

El “bolivarianismo” que inspira a este movimiento no conforma una doc-


trina, ni un cuerpo teórico que pueda utilizarse para solucionar los proble-
mas reales que enfrenta una sociedad, es más bien un espacio en el cual
se le asigna contenido metafórico a la sociedad venezolana (Müller Rojas,
2001, 90). A través de la formación de símbolos se refuerzan los valores
que definen la cultura compartida que nos define racionalmente, de esta
manera, se forma a través del fortalecimiento de la figura del Libertador,
matizándola con dos figuras emblemáticas: Ezequiel Zamora y Simón
Rodríguez, quienes le conceden el carácter igualitario y revolucionario
al movimiento, para diferenciarse de las invocaciones bolivarianas que
tradicionalmente se habían realizado para sostener la hegemonía de las
élites políticas y económicas del país. Así, Ezequiel Zamora le da sentido
estratégico al discurso político bolivariano por el liderazgo que ejerció en
los pardos, negros e indios, población segregada social y políticamente del
Estado, en su lucha igualitaria contra los blancos criollos; y el educador
Simón Rodríguez, maestro del Libertador, le otorga el carácter revolucio-
nario porque es el símbolo de la investigación científica, de la educación
y de los problemas de la producción económica, de la idea de república
y ciudadanía y de la importancia de ajustar estos valores universales en

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Irayma Camejo

proyectos políticos que respondan a las especificidades nacionales (Müller


Rojas, 2001, 90-98).

A partir de la axiología que se extrae de estas imágenes se demanda un


proyecto nacional que tiene como objetivo concluir aquella gesta heroica
interrumpida, sustraída y monopolizada por la clase oligárquica venezo-
lana que excluye el protagonismo popular y, como consecuencia de ello,
la disolución del Proyecto Continental Bolivariano (MBR-200, 1995, 1).
En efecto, en la declaración de principios que este movimiento presenta
al país, cuando se constituye el Frente Nacional Bolivariano en 1995, se
establece -desde esta perspectiva metafórica y simbólica- que los valores
del proyecto alternativo se extraen de aquellos que condujeron a la inde-
pendencia nacional. Estos valores se consideran hoy diluidos dentro de un
continuo y constante proceso de transculturación que margina “nuestras
expresiones y costumbres, para absorber una cultura importada, con la que
se formaron grupos elitistas y privilegiados”. De esta manera, se estima
que ello ocasiona el derrumbe de nuestra identidad bolivariana y, en con-
secuencia, de la sensibilidad y solidaridad nacional; y, por otra parte, se
impide la construcción de una sociedad fundamentada en una homoge-
neidad nacional y en la revalorización del concepto de voluntad general
-sobre el de interés particular, grupal o partidista- como cualidad moral del
bien común, tal como lo perseguía Simón Bolívar (MBR-200, 1994).

El proceso de transculturación basado en estos planteamientos lleva a una


ruptura entre el hombre y la sociedad, se desnaturalizan las instituciones
públicas y el concepto e idea del Estado pierde su carácter social y prácti-
camente tiende a desaparecer. De esta manera, el imaginario bolivariano
expresa la redención del Estado en la reconstrucción de la identidad nacio-
nal y de su carácter social, así como el rescate de las instituciones públicas,
hoy consideradas al servicio de los privilegiados y alejadas de las necesida-
des de la población. Pero también encarna, como nuevo impulso que se
enfrenta a las nuevas formas de desnacionalización, en tanto dominación
y destrucción de los valores nacionales, el símbolo que hace posible la
creación de un nuevo proyecto basado en la conciencia e independencia
nacional (MBR-200, 1995).

La imagen del Estado adquiere así una inmensa fortaleza que choca con
los planteamientos minimalistas de la ideología neoliberal, ya que se le con
sidera tanto la instancia de resistencia cultural a la transculturación que
destruye la identidad nacional, como el “organismo societario, superior y
necesario para el desarrollo de la comunidad”, una comunidad que tiene
el deber ineludible del interés nacional, la solidaridad con sus compatrio-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

tas y el servicio a su patria [así como] deberes de justicia y equidad social”


(MBR-200, 1995).

En este sentido, el Frente Nacional Bolivariano (FNB) asume el compromiso


de luchar, a través del Estado y de la fortaleza de sus instituciones públicas,
por la reversión de la transnacionalización y de la desnacionalización -es
decir, contra la negación de los auténticos valores que nos definirían como
nación: soberanía, bienestar común, justicia social e igualdad-, principios
que se consideran desvirtuados por las élites políticas que habían dirigido
el país desde 1958. También se adjudica la obligación de combatir las des-
igualdades sociales, el atraso, la falta de oportunidades y la corrupción
para que se haga posible la construcción de un Estado moderno que resta-
blezca el estado de derecho, el saneamiento de las instituciones y el desa-
rrollo económico nacional, a partir de criterios de soberanía y de largo
alcance social (MBR-200, 1995).

La Agenda Alternativa Bolivariana: diagnóstico y propuesta

Este universo simbólico es llevado en 1996 a una agenda en la que se


plantean las orientaciones y líneas de acción que van a definir el proyecto
nacional alternativo. Antes de ese momento no habían resultados progra-
máticos inmediatos y sí un conjunto de cartas y documentos que expresan
las posiciones e ideas patriotas, democráticas y antisistema (Denis, 2001,
126), tanto de los fundadores del MBR-200 como del conjunto de indivi-
dualidades y grupos que empiezan a rodear al grupo militar desde 1994.

En el plano político se llama, entre otras estrategias que se discuten (Denis,


2001), a la actividad de un poder constituyente, en medio de las expecta-
tivas de reforma que se trazan desde la Copre, agravadas por los impactos
sociales y políticos que había producido en el país tanto el levantamiento
popular del 27 de febrero de 1989, como las rebeliones militares del 4 de
febrero y del 27 de noviembre de 1992, no afrontados satisfactoriamente
por las élites políticas tradicionales. El MBR-200 se propone, entonces, el
desarrollo de un trabajo colectivo dirigido a la construcción de un poder
popular en la sociedad venezolana (MBR-200, 1995, 2) que conduzca a la
instauración de un nuevo sistema político para transformar las bases socia-
les, culturales y económicas sobre las que se había sustentado hasta ese
momento.

En los documentos anteriores a la Agenda Alternativa Bolivariana, se con-


sigue el bosquejo de un diagnóstico sobre la crisis que atraviesa el país, así
como algunas propuestas para impulsar el cambio social alternativo que

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se invoca, las cuales son sistematizadas, posteriormente en la AAB. Tanto


en esos documentos como en la agenda pueden observarse las improntas
ideológicas de los grupos políticos que empiezan a incidir en el movi-
miento bolivariano, alimentadas tanto por las estrategias nacionales de las
décadas de los 40 y 50, como por los enfoques estructurales y de la teoría
de la dependencia, hegemónicos en el debate regional de la década de los
60 del siglo pasado.

El diagnóstico

En efecto, en documentos anteriores a la AAB, la crisis nacional es califi-


cada como un conflicto de carácter estructural, considerado inherente al
sistema que se implanta en 1958, el cual se enlaza con un proceso contra-
dictorio generado tanto por la permanencia del modelo primario expor-
tador basado en la renta petrolera, como por la naturaleza dependiente
del proceso de industrialización sustitutiva que se adelanta desde aquel
tiempo. No se critica el papel central del Estado en el régimen socioeco-
nómico, sino su subordinación a un “pacto de conciliación populista que
finalmente se traduce en otro de naturaleza pro empresarial-oligárquico-
financiero” (MBR-200, 1995, 1). Estas circunstancias son las que conducen al
proceso de centralización y concentración del capital, al fortalecimiento de
los monopolios, al deterioro social y a la agudización de la miseria. Además,
incide en el aumento del descontento popular y en el agotamiento, en
consecuencia, del pacto político que había sostenido a los gobiernos de la
época. En razón de ello, el país es llevado hacia la inestabilidad política, a
la incapacidad para lograr equilibrios macroeconómicos básicos -inflación
y déficit fiscal- y al fracaso e intentos fallidos de los planes que se habían
realizado para tratar de superar la crisis (MBR-200, 1995, 2).

Este diagnóstico coincide, mutatis mutandi, con el que se venía plan-


teando en la Copre desde mediados de la década de los 80, porque existe
acuerdo en señalar que se está en una encrucijada: se ha agotado el
régimen socioeconómico y político que se inicia en los 60 y fracasan las
políticas macroeconómicas que se tratan de implementar para superar la
crisis (Copre, 1989). Esto se observa con más claridad cuando el coman-
dante Hugo Chávez desarrolla estas ideas en la introducción a la Agenda
Alternativa Bolivariana, una propuesta patriótica para salir del laberinto,
elaborada en 1996, año en el cual el presidente Rafael Caldera transforma
su programa socioeconómico originario, “basado en el control y en las
prédicas populistas, por una propuesta de ajuste basado en una política de
estabilización macroeconómica y de liberación de las fuerzas del mercado,
conocido como la Agenda Venezuela” (García Larralde, 2000, 97).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

La particularidad de la interpretación que hace Hugo Chávez es que


remonta el origen de la crisis hacia épocas pretéritas.. En ese sentido, la
considera como una crisis histórica en la que ocurren, simultáneamente,
“dos procesos interdependientes: uno es el viejo modelo impuesto hace
ya casi doscientos años, cuando el proyecto de la Gran Colombia se fue a
la tumba con Simón Bolívar, para dar paso a la Cuarta República, de pro-
fundo corte antipopular y oligárquico. Y el otro es el parto de lo nuevo, lo
que aún no tiene nombre ni forma definida”, el cual se pretende implantar
bajo un modelo original y propio a las especificidades nacionales (MBR-
200, 1996, 1).

Para Hugo Chávez, el patrón socioeconómico que se crea, luego del


derrumbe del proyecto de la Gran Colombia, está presente en la Agenda
Venezuela del gobierno de Rafael Caldera bajo otros ropajes, pero con el
mismo contenido de exterminio, explotación y dominio. Lo que ocurre es
que impacta en una crisis que ahora deviene en una “avalancha” al abarcar
todas las dimensiones de la sociedad. En este sentido, se transforma en un
conflicto irreversible que se despliega en un escenario en el cual, también
se agotan los pactos políticos que la habían sostenido, bajo la conducción
de un modelo económico colonialista y dependiente (MBR-200, 1996, 1).

La ideología neoliberal que orienta las políticas de shock aplicadas en el


segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, entre 1989 y 1993, como las se
proponen en la Agenda Venezuela de Rafael Caldera a partir de 1996, se
inscriben, para Hugo Chávez, en un proyecto transnacional que, en alianza
con sectores nacionales, pretende profundizar el carácter colonial y depen-
diente de nuestra economía. Así como, a la par, desarrolla programas que
se apoyan en concepciones reduccionistas en materia social que ignoran la
profunda desigualdad en la distribución del ingreso generadas en el país a
partir de su aplicación (MBR-200, 1996, 2).

En esta perspectiva, la propuesta alternativa que se diseña procura romper


con este enfoque fragmentario y simplista y, sobre todo, fundamentalista
porque pretende convertirse en la única vía disponible, cuando lo que el
movimiento bolivariano plantea es la construcción de un nuevo modelo
que rompa y se rebele contra “los negros muros” de la visión unilateral
que proporciona el enfoque neoliberal (MBR-200, 1996, 4-5).

La propuesta

Se busca, entonces, un enfoque más integral para enfrentar los plantea-


mientos reformistas que enfatizan sólo en los cambios institucionales del

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Estado, así como aquellos que se ajustan a los requerimientos de la trans-


nacionalización de la economía. El MBR-200 pretende así construir una
nueva historia, la V República, a partir de la transformación -como afirma
Hugo Chávez- “de todo el sistema político, desde sus fundamentos filosó-
ficos mismos, hasta sus componentes y las relaciones que lo regulan”, res-
catándose el valor de la utopía y de la búsqueda de alternativas ajustadas
a nuestras necesidades (MBR-200, 1996, 5).

Dos son los ejes problemáticos nacionales que se identifican en la AAB, la


pobreza relacionada con la seguridad y los servicios sociales, el nivel infra-
humano de vida de la mayoría de la población y la distribución regresiva
del ingreso; y la desnacionalización, alimentada por la crisis de la deuda
externa y los programas de apertura petrolera y por las privatizaciones
adelantadas durante los gobiernos de la época.

Con respecto a la pobreza, frente a los programas sociales focalizados y


compensatorios de la agenda neoliberal, se invoca la utopía humanista al
definir el horizonte normativo que le debe dar respuesta, el cual consiste
en colocar en primer lugar las necesidades humanas básicas. Así, el obje-
tivo general de la AAB es satisfacerlas para elevar el nivel de vida de toda
la población, no sólo dando respuesta a la procura existencial (alimenta-
ción, salud y vivienda) sino integrando las necesidades sociales (seguridad,
integración, igualdad, libertad), las culturales (educación, deportes, crea-
tividad, recreación) y las políticas (participación y protagonismo), conside-
rados principio y fin de la AAB. Con respecto a la desnacionalización, se
trata de contribuir a la reivindicación de la independencia nacional y a la
reafirmación de nuestra soberanía.

Los objetivos sociales son de carácter macro por la magnitud de sus obje-
tivos y son prioritarios porque anteceden a la política económica, y son
causa y no efecto de ella (MBR-200, 1996, 15).

Para alcanzar estos fines la AAB presenta un conjunto de estrategias,


esquemas y líneas de acción en los cuales no hay sujetos sociales (Denis,
2001), el actor fundamental es el Estado que abre los ocho lineamientos
estratégicos que se diseñan para alcanzarlos, convertidos en una lista de
acciones sin discurso argumentativo, sistemático; un simple listado de
estrategias, planes y políticas. El Estado se piensa como propietario, pro-
motor y regulador de una opción integral de desarrollo cuya orientación
es endógena y basada en el fortalecimiento del poder nacional “desde
dentro y por dentro” (MBR-200, 1996, 7).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El estilo de desarrollo que se promueve se fundamenta en el eje nacional-


estatal para lograr el objetivo general de superar la pobreza y rescatar los
principios de independencia, desarrollo interno y soberanía nacional. En
este sentido, se vierte en la AAB la impronta ideológica y valorativa tanto
de las viejas utopías del proyecto nacional del medinismo de los años 40
del siglo pasado (Denis, 2001, 125), como aquellas de la ciencia social lati-
noamericana del desarrollo y del subdesarrollo de la segunda posguerra
formación de un capitalismo equitativo liderado por grupos propietarios
nacionales asociados a un Estado propietario de las riquezas del subsuelo,
el cual debe impulsar un proceso de desarrollo que vigorice el mercado
interno y establezca políticas de fortalecimiento de la soberanía e inde-
pendencia nacional, en materia estratégica y económica.

Se pretende enfrentar el neoliberalismo con una estructura de pensa-


miento alternativa semejante a la que desde América Latina se construye
para enfrentarse a la teoría de la modernización y a la economía liberal de
la época. Esto pudiera considerarse un contrasentido dada las nuevas con-
diciones del mundo competitivo, interdependiente y globalizado de hoy
que debilita la autonomía del Estado y de los sectores propietarios locales,
subordinados a una dinámica mundial que escapa de las fronteras nacio-
nales. Sin embargo, puede desempeñar un papel provechoso en la retórica
de cuentionamiento y construcción de un régimen socioeconómico alterno
con respecto al dominio del esquema neoliberal (Kay, 1998, 100).

En el caso de la AAB, se invoca la construcción de un régimen socioeconó-


mico que se orienta en esa dirección aunque se incorporan temas nuevos,
no considerado en el debate político de la segunda posguerra, como los
referidos a la autosuficiencia alimentaria, a la consideración de la variable
ecológica y a la invocación de un sistema de democratización económica
en el diseño de un esquema productivo, que debe sustentar el régimen
socioeconómico (MBR-200, 1996, 8).

Así, frente al debilitamiento del Estado y el llamado a una economía


abierta, presentes en el programa neoliberal se destaca, por el contrario,
la importancia central del Estado en la construcción de un estilo de desa-
rrollo volcado hacia adentro con finalidades de soberanía, justicia social e
independencia nacional.

Bajo estas consideraciones, con respecto a la política petrolera se repro-


cha tanto la tradición histórica de considerarlo simple producción de
energía fósil, como su comercialización en forma de crudos y/o refinados.
Se critica la apertura petrolera adelantada en el segundo gobierno de

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Rafael Caldera y se propone la industrialización del petróleo para crear


valor agregado interno (internalización y no internacionalización), y así
generar fuentes de riquezas y empleo a escala nacional (MVR, 1997; MBR-
200, 1996, 7-8). Con esta política se busca fortalecer el mercado interno y
superar el esquema de explotación, “cuyos más importantes logros fueron
profundizar la dependencia y el colonialismo”. Lo que se invoca, entonces,
es “transformar esas bases coloniales en unos verdaderos ejes de industria-
lización (...) y revertir el proceso de desnacionalización” (MBR-200, 1996,
8).

Estos objetivos de carácter nacional se extienden al problema de la tierra,


se plantea la necesidad de llevar a cabo un programa dinámico de carác-
ter agropecuario que debe estar dirigido a superar la dependencia de la
importación de alimentos para defender la seguridad alimentaria. Por ello
el Estado tiene una importancia central ya que tiene la función de interve-
nir en la promoción y regulación de la tenencia, del financiamiento, de la
investigación y de los aspectos relacionados con la ciencia y la tecnología
en el sector agropecuario (MBR-200, 1995, 7).

Esta imagen de un Estado fuerte se traslada a las representaciones que


se establecen en las relaciones entre éste y la empresa privada. En esta
perspectiva, “la cuestión de la propiedad privada es aceptable dentro de
un esquema de la microempresa, de la mediana empresa” tanto en la
ciudad como en el campo (MVR, 1997, 90). Se demanda en ese sentido, la
implementación de un modelo de desarrollo productivo intermedio, cuyas
bases se diseñan bajo un esquema pentasectorial amplio porque contiene
cinco sectores productivos con sus correspondientes formas de propiedad
y gestión: el de las empresas básicas y estratégicas (petróleo, minería, alta
tecnología militar), cuyo régimen de propiedad debe ser estatal; el de
bienes de consumo esenciales (construcción, agroindustria, PYME, turismo)
y el de los servicios esenciales del gobierno (sectores productivos como
educación y salud y sectores no productivos como el que está integrado
por servicios esenciales no transables), cuya forma de propiedad debe ser
mixta; el de la banca y las finanzas, con un régimen similar pero regulado y
controlado por el Estado; y el de la gran industria (importadora y genera-
dora de bienes y servicios no esenciales), el cual se imagina de naturaleza
esencialmente privada (MBR-200, 1996, 10).

El papel del Estado se percibe, entonces, desplegándose conjuntamente


con el sector privado, en un ámbito económico y social mixto, en el cual
el Estado asume las funciones clásicas de un sistema capitalista moderno,
interviene directamente en áreas estratégicas, reservándose la propiedad

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de empresas consideradas esenciales, pero asume una convivencia equili-


brada con el sector privado en el resto de los sectores económicos y socia-
les, además de invocar las funciones de su regulación y control.

Para lograr estos objetivos, así como aquellos dirigidos a la consecución de


los lineamientos vitales para la construcción de un modelo integral de desa-
rrollo endógeno y productivo, se invoca su naturaleza humanista y auto-
gestionaria. En este sentido, a diferencia del neoliberalismo -que coloca en
primer lugar al mercado, al capital, a la producción y a la macroeconomía-
se ubica en el centro al ser humano y sus necesidades.

El carácter humanista y democrático del proyecto se perfila, sin más, en


varios ámbitos; los objetivos del desarrollo social deben ser el bienestar de
la sociedad, la solidaridad humana y la valoración de la ética política. El
acento -en contraposición a la propuesta neoliberal- está en la situación
y destino del hombre en la sociedad, no en el individuo, y el Estado se
piensa para el desarrollo de la comunidad (MBR-200, 1995, 3); por ello, la
invocación al bienestar, la solidaridad y la ética política. En ese sentido, la
ciencia y la tecnología se imaginan no sólo para garantizar el desarrollo
productivo sino, sobre todo, para lograr satisfacer necesidades básicas de
la sociedad teniendo el Estado el papel de garantizar los recursos para su
desarrollo.

Por otra parte, y en el marco de un diagnóstico de la situación social del


país que destaca el carácter excluyente de las políticas neoliberales imple-
mentadas desde la década de los 80, se invoca la democratización econó-
mica y social de la ciencia y la tecnología, la educación y la cultura, para
colocarlas bajo la responsabilidad del cuerpo social. Es decir, que no sean
sólo gestionadas por especialistas y que su desarrollo no beneficie sólo a
la población privilegiada, sino que sea gestionada por el conjunto de la
sociedad (autogestión) y que sus beneficios lleguen a todo el conjunto de
la misma (MBR-200, 1996, 10).

El Plan de Gobierno de Hugo Chávez Frías: una imagen equilibrada entre


Estado y mercado

Cuando en 1997 se elige la estrategia electoral para alcanzar el poder


político, “se desata una polémica interna que casi lleva a la división del
movimiento”, en medio de un escenario en el cual la mayoría del mismo
se mantiene “apegada a la estrategia violentista y aún soñaba con desatar
la insurrección popular y patriota con la cual han soñado desde el año 92”
(Denis, 2001, 165), las discusiones ocurren intensamente aunque cerradas y

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por debajo, tratando de mantener la línea insurreccional junto a acciones


hacia fuera de denuncia e “inflación caudillesca” (Denis, 2001, 167). Surgen
así dos tendencias: la que lidera Chávez -participar en las elecciones- y los
que la confrontan. Son momentos en los que incluso éste amenaza con
abandonar el movimiento, el cual se había construido con base en una
moral de la lealtad -que había permitido moldear las conductas individua-
les dentro del universo del chavismo- y a una conducción absolutamente
personalizada del líder (Denis, 2001, 177). Finalmente se impone, en medio
de estas tensiones, la adopción de la estrategia electoral como la vía para
acceder al poder político: por el agotamiento de la estrategia violentista y
abstencionista, y el conjunto de grupos que lo confrontan internamente se
subordina a la misma.

El 21 de octubre de 1997 se crea el Movimiento V República. A diferencia


del primer momento, conducido por el MBR-200, esta agrupación polí-
tica prepara el terreno para participar en las reglas de juego del poder
constituido, individualidades y nuevos grupos de la izquierda organizada
ingresan al movimiento; son llamados para resolver problemas conceptua-
les y técnicos sobre el programa económico y social de gobierno (Pérez,
entrevista ,2002); se abre así un espacio de discusión sobre la naturaleza
y el alcance del proyecto nacional-popular en el nuevo escenario que se
diseña para participar en las elecciones de 1998. No se trata, sin embargo,
de la construcción de una correlación de fuerzas interna que deje a un lado
a los grupos e individualidades responsables de la elaboración de la AAB.
Lo que ocurre es que se depura la correlación de fuerzas anteriormente
dominante e ingresan grupos con perfiles valorativos más aptos para
diseñar propuestas que den repuesta tanto al nuevo contexto estratégico
nacional, como a los retos que exige el mundo interdependiente y globa-
lizado de hoy. En este sentido, algunos perfiles valorativos de la izquierda
tradicional conviven con los que entran a partir de 1997, presentándose
espacios de conflictividad ideológica y de tensiones importantes, rasgo que
parece ser constitutivo del movimiento bolivariano a lo largo de su evolu-
ción política (Denis, 2001).

En los documentos fundamentales de este período, la sobrecarga meta-


fórica y la consideración del Estado como instancia central y superior se
desvanecen para dar paso a una nueva semántica; en la cual, ahora, son
el Estado y el mercado, relacionados complementariamente, los actores
que se solicitan para lograr objetivos de desarrollo; en esta perspectiva,
coincide con el contenido del debate que se está dando en los contextos
regional y nacional sobre el tema.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El debate regional y nacional

En efecto, desde mediados de la década de los 90 se despliega, en distintos


espacios de la actividad académica regional, un debate sobre el retorno
del Estado en el marco de equilibrio de su funcionamiento con respecto
al mercado y a la sociedad, luego del fracaso del modelo de Estado de la
segunda posguerra, del fisco producido por la aplicación de las medidas
neoliberales en la mayoría de los países del continente y en consideración
de los nuevos desafíos que enfrenta la región en el nuevo escenario inter-
nacional de la época.

Instituciones como el Sistema Económico para América Latina (SELA) y la


UNESCO ofrecen, a mediados de la década de los 90, una tribuna para
que intelectuales del continente expresen sus reflexiones sobre los temas
de mayor relevancia y urgencia que enfrenta la región. Entre éstas resal-
tan el llamado al papel imprescindible de los empresarios en los procesos
de transformación productiva; la necesidad de una integración armónica
entre Estado y mercado para garantizar que la intervención del sector
público, en el comportamiento imperfecto del mercado, asegure que los
frutos del crecimiento económico beneficien al conjunto de la colectividad;
la necesaria reforma democrática y la reformulación de las relaciones entre
economía, sociedad y política para enfrentar los problemas de la desorga-
nización social y de la inequidad; el emplazamiento a una mayor confianza
en la sociedad civil y en el mercado y, en ese sentido, a la búsqueda de
una mayor complementación entre éstos y el Estado; y la obligatoria aper-
tura de un espacio de desarrollo a partir de esfuerzos mancomunados de
las fuerzas sociales, en el marco de nuevas relaciones entre el Estado y la
sociedad, y de las transformaciones en las prácticas de los actores colectivos
(SELA/Unesco, 1995).

Por otra parte, José Antonio Ocampo, secretario ejecutivo de la Cepal,


en un trabajo titulado: Más Allá del Consenso de Washington: una visión
desde la Cepal, señala los cambios de contenido que ocurren en el debate
económico regional e internacional, de manera gradual, a lo largo de la
década de los 90. En ese sentido afirma: “El énfasis inicial en los postulados
del ‘Consenso de Washington’ sobre ajuste macroeconómico y liberaliza-
ción de los mercados ha ido dando paso a una visión más equilibrada, en
la cual (...) se postulan más instrumentos y objetivos más amplios para el
proceso de desarrollo” (Ocampo, 2000, 1); se invoca una nueva ola de refor-
mas que no pueden limitarse a una mayor liberalización de los mercados
“sino a buscar pragmáticamente la interrelación entre Estado y mercado”
(Ocampo, 2000, 1).

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Irayma Camejo

Esta visión equilibrada se corresponde con las propuestas del enfoque


neo-estructuralista que se elabora en la región a mediados de los 80, como
una vertiente teórica distinta al enfoque neoliberal del ajuste. Para esta
corriente, las condiciones negativas que persisten en los países latinoame-
ricanos son de naturaleza endógena y estructural. Ante esta situación, uno
de sus máximos representantes, Oswaldo Sunkel, plantea que la salida es
implementar un proceso dinámico de naturaleza productiva que impulse
la economía hacia la curva de posibilidades de producción, desplazando la
curva hacia el mercado externo a través de un esquema de desarrollo en
el cual el mercado sea significativamente complementado por un Estado
dinámico y activo que, además de sus funciones clásicas (bienes públicos,
equilibrios macroeconómicos y equidad), incluya actividades dirigidas a su
promoción (Sunkel, 1991, 17-18).

Estos temas también se plantearon en nuestro país en la Comisión para la


Reforma del Estado (Copre), creada en 1984. En una de sus publicaciones:
El rol del Estado venezolano en una nueva estrategia económica, se diseña
un programa de reforma integral del Estado dentro de un conjunto amplio
de propuestas dirigidas a crear un nuevo esquema global de desarrollo,
cuyos objetivos últimos y fundamentales van a ser la elevación del nivel de
vida de la población y el fortalecimiento de la libertad y de la justicia social
(Copre, 1989, 12). Desde esta perspectiva, se reconoce el papel significativo
que ha jugado en nuestro país el Estado, en todo su proceso de desarrollo
económico y social, se destacan los desequilibrios de carácter estructural
de nuestra economía y se propone una estrategia de largo plazo, econó-
micamente viable, en los marcos de una profundización de la democracia,
orientada a maximizar el bienestar de la mayoría de la población.

En el conjunto de sus lineamientos, entre los cuales se encuentra la trans-


formación gradual y selectiva del aparato productivo y la articulación de
las políticas económicas y sociales, se plantea la redefinición del papel del
Estado en la economía, no preferentemente en el ámbito de sus dimen-
siones, sino, sobre todo, en lo referente a la naturaleza de sus funciones.
Desde esta perspectiva, se establece la necesidad de rescatar la planificación
del Estado para orientar el desarrollo, promover actividades estratégicas y
corregir los desequilibrios macroeconómicos, así como las desviaciones e
imperfecciones del mercado (Copre, 1989, 65).

De esta manera, el Estado tiene la tarea de institucionalizar la concerta-


ción entre el sector público y el privado, lo cual supone su cooperación
con la sociedad civil. Además de promover la democratización tanto de la
distribución como de la producción, a través del estímulo a la pequeña y

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

mediana empresa, ampliando la propiedad y la producción. Es decir, una


mejor distribución de la riqueza a partir de la estimulación de un creciente
número de productores en el interior de un nuevo cuadro estructural de las
formas de propiedad y de las relaciones de trabajo (Copre, 1989, 62-64).

En el momento en que la Copre elabora estas propuestas, hay cambios


significativos en las condiciones para desarrollar un debate orientado a
transformar el esquema tradicional de nuestro régimen socioeconómico;
temas como la reducción del tamaño del sector público, la importancia
del sector privado, la competitividad, la liberalización del mercado, entre
otros, empiezan a preocupar a grupos económicos y a algunos sectores
políticos; sin embargo, hay “escaso impacto en el sentido común domi-
nante” (Komblith, 1999, 86-87).

A diferencia de las reformas políticas planteadas -descentralización y refor-


mas electorales- que empiezan a implementarse con éxito a partir de 1989,
las propuestas de transformación económica del Estado encuentran mayor
discrepancia y resistencia no sólo por constituir un tema ideológico que
radicaliza posiciones entre liberales e intervensionistas (Copre, 1989), sino
porque ocurren en medio de un proceso de deslegitimación de los grupos
que conducen las políticas del Estado y de una situación de inestabilidad
económica política y social que se extiende a lo largo de la década de los
90.

Cuando el movimiento bolivariano presenta su plan de gobierno en 1998,


encontramos coincidencias con los planteamientos elaborados por la
Copre en 1989. Estas se expresan tanto en la crítica que se elabora frente al
modelo que sobrestima los papeles del Estado y el mercado como agentes
de dirección económica, como en la propuesta de un régimen socioeco-
nómico que va a contar, en una perspectiva de eficiencia y complemen-
tariedad, con la participación equilibrada del Estado y del mercado en los
objetivos de desarrollo económico y social.

A finales de la década de los 90 existe mayor consenso, en los contextos


continental y nacional, en torno de la participación concurrente del Estado
y del mercado en la economía. Ello se explica por el impacto negativo de las
políticas de orientación neoliberal que se despliegan y por el agotamiento
del estilo de desarrollo de la posguerra, en el marco de los desafíos de un
mundo cada vez más interdependiente y abierto. El debate toma así un
carácter más pragmático y florecen acuerdos sobre diseño de un régimen
socioeconómico desde perspectivas más equilibradas.

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El proyecto constitucional de Hugo Chávez

Cuando se llama a la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente


(ANAC), a mediados de 1999, en la cual el movimiento bolivariano obtiene
más de 95% de la representación, Hugo Chávez presenta las ideas funda-
mentales para la Constitución Bolivariana de la V República, documento
en el cual se puede observar el desplazamiento hacia posiciones menos
extremas con respecto a la participación directa del Estado en el régimen
socioeconómico. En efecto, luego de ratificar que el Estado venezolano va
a asumir como su fin último el logro de la justicia y la obtención del mayor
grado posible de bienestar y felicidad (título I, Capítulo III, Del Estado) se
invocan en el título V, relativo al sistema socioeconómico, un conjunto de
lineamientos que expresan esta nueva trayectoria22.

Así, en el primer artículo se ratifican los objetivos sociales y nacionales


del sistema económico que se piensa implementar, al plantearse que “el
sistema económico estará siempre al servicio del sistema social y sus ele-
mentos básicos se constituirán en función de los recursos y potencialida-
des de la nación”. En esta perspectiva, se señala que se van a rechazar los
extremismos dogmáticos, estableciéndose que el desarrollo del régimen
socioeconómico tomará una dirección autogestionaria que se va a ubicar
“en un punto de equilibrio entre el Estado y el mercado, entre lo público y
lo privado, entre lo nacional y lo internacional” (Chávez, 1999a)23.

La adopción de un régimen socioeconómico de tal naturaleza no va a signi-


ficar, entonces, el abandono de los principios de carácter social y nacional

22
Este documento fue presentado después del Plan de Gobierno; sin embargo, hemos
decidido no respetar el criterio cronológico que hemos adoptado para presentar los dis-
tintos escritos porque, a los efectos del análisis, nos ha parecido más conveniente empezar
por los planteamientos más generales para posteriormente, trabajar las líneas de acción
más concretas que se exponen en el Plan de Gobierno.
23
Las propuestas que el movimiento bolivariano lleva a la ANAC, aglutinado junto a
otras agrupaciones políticas se sustentan en ideas semejantes. Se reconoce que estamos
en una época en la que no se justifican posiciones extremas en torno del papel del Estado
y del mercado, y por ello se llama a una alternativa realista y de compromiso que se ajuste
a las especificidades nacionales, en las cuales tanto el Estado como el mercado tienen el
poder compartido en los medios de producción económica y social. Se adoptan posiciones
que coinciden con este debate, al imaginar al Estado como centro del impulso al desa-
rrollo nacional y como una instancia que debe interactuar, de manera equilibrada, con
el mercado. Así, se afirma con respecto a la orientación del régimen económico que se
quiere diseñar, que no se va a aceptar “ninguna de las visiones extremas, ni el estatismo
a ultranza, ni tampoco el neoliberalismo a ultranza. Se buscó un punto intermedio entre
el mercado y el Estado” (ANAC, sesión 39).

194

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

que el movimiento bolivariano había ya diseñado en la AAB. Lo nuevo


es la adopción de posiciones más proporcionadas en lo que se refiere a
la participación de los diferentes agentes económicos y de las políticas y
estrategias de acción. Consecuente con esta nueva postura, se invoca un
Estado en estrecha coordinación con el sector privado para promover el
desarrollo y la diversificación de la producción. Ello en razón de objetivos
sociales -como el empleo y el aumento de los ingresos de la población- así
como para vigorizar la soberanía nacional (Chávez, 1999a, título V, tercer
artículo).

Quedan reservadas a la intervención directa del Estado las actividades de


exploración, explotación, transporte, manufactura y mercado interno de
los hidrocarburos líquidos. Y “sólo en casos especiales, cuando así con-
venga al interés nacional, previa autorización del Poder Legislativo Nacio-
nal, y siempre que se mantenga el control por parte del Estado, podrán
suscribirse convenios con el capital privado para el ejercicio de las mencio-
nadas actividades” (Chávez, 1999a, título V). Es decir que estos convenios
no desplazan la intervención del Estado sino que la sitúan en un espacio
de actuación complementaria con el sector privado, siempre que el Estado
mantenga la mayor participación accionaria para así no perder el control
de esta actividad estratégica.

Bajo esta óptica equilibrada que abandona el centralismo, se llama a la


creación de un sistema nacional de planificación del desarrollo en el marco
de un proceso de participación democrática de los diversos sectores socia-
les y de las aspiraciones y demandas de la sociedad. Se trata de invocar
la participación del conjunto de la sociedad para imprimir solidez, dina-
mismo, permanencia y equidad al crecimiento de la economía (Chávez,
1999a, título V).

A partir de estas consideraciones, el resto de los artículos fortalece un con-


junto de normas constitucionales dirigidas a rescatar los valores sociales
y nacionales que ya se habían diseñado en la AAB, ocupando el Estado
un rol fundamental de regulación y promoción: la defensa de la empresa
nacional sobre la empresa extranjera, en términos de los beneficios que
pueda otorgar el Estado; la garantía del derecho de propiedad privada,
aunque por razones de utilidad pública puede ser sometida a expropiación
con justa indemnización; la promoción de la libertad económica a través
de una acción estatal que impida la usura, la especulación y el monopolio;
y el establecimiento de normativas dirigidas a la defensa del interés con-
servacionista, público y social sobre el interés particular, en lo relativo al
aprovechamiento de nuestros recursos naturales. De la misma manera, se

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Irayma Camejo

llama al rescate de la integridad de las etnias indígenas y de su propiedad


colectiva para fortalecer nuestra identidad nacional; el estímulo al desarro-
llo rural integral, la incorporación de la población campesina al desarrollo
nacional y, por último, la participación del Estado en la promoción de sus
actividades sociales, ayuda financiera, capacitación tecnológica y transfor-
mación de la estructura de la propiedad agropecuaria.

El contenido de estas normas constitucionales no va a implicar, entonces,


el abandono de las orientaciones doctrinarias presentes en la AAB: fuerte
sentido nacionalista y mayor acento en lo colectivo; lo social y lo público
que en lo individual. Lo que si ocurre es un desplazamiento hacia posicio-
nes más armónicas en las que el Estado ya no se piensa como el único actor
que acciona el modelo de desarrollo.

El Estado como agente activo e integrador de la sociedad: apertura de


espacios al mercado y tareas de democratización económica

En el Plan de Gobierno de Hugo Chávez Frías estás normas constitucionales


se despliegan en un espacio más concreto de expresión, lo que va a permi-
tir mayores precisiones en lo que se refiere a esta nueva concepción en el
accionar complementario del Estado y el mercado. Así, los fines del Estado
se piensan, ahora, desde posiciones que buscan un agregado de equilibrios
de distinta naturaleza: económicos, sociales, territoriales e internacionales.
En relación con los sociales, se siguen los mismos principios que se encuen-
tran en los primeros documentos de este movimiento. Con respecto a los
económicos, se realiza un diagnóstico de la economía venezolana y se
diseñan lineamientos estratégicos, también similares a los que se plantean
en la AAB; aunque se trazan nuevas ideas que matizan la propuesta inicial
en torno del papel del Estado en el modelo productivo y del valor del
mercado en los objetivos de desarrollo.

En el diagnóstico se resalta el carácter mono-productor y concentrador


que caracteriza la modernización imperfecta de la sociedad venezolana; se
critica el régimen socioeconómico que se había implementado en el país
entre 1958 y la década de los 70, el cual había distribuido el producto social
bajo esquemas centralistas; pero, asimismo se muestran discrepancias
sobre el carácter medular que se le quiere asignar al mercado entre los 80
y 90, minimizando la necesaria acción del Estado en los objetivos sociales y
económicos nacionales.

Con respecto al modelo de desarrollo, se le añade al carácter autogestio-


nario y humanista el principio de competencia propio de una economía

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de mercado. Este último constituye una adjetivación novedosa respecto al


tipo de economía que se invoca en la AAB y en el propio proyecto consti-
tucional de Hugo Chávez. En la AAB el carácter humanista y autogestio-
nario se expresa sólo destacando que la economía va a estar al servicio
del hombre y de sus necesidades. Cuando se define sólo en estos términos
se está concibiendo un hombre aislado del resto de los hombres y de su
entorno, un hombre que produce para autosatisfacerse y una economía
que se encierra en si misma; es decir, se está definiendo de manera incom-
pleta y de ello se deriva el diseño de una economía que pareciera echar
hacia atrás las ruedas de la historia, al no conectar al hombre con la reali-
dad social y económica que lo rodea, en lo interno y externo y al no consi-
derar el principio humanista como expresión de las condiciones de vida del
hombre, de sus condiciones de trabajo y de sus relaciones con la naturaleza
(Pérez, entrevista, 2002).

Por ello cuando se plantea el Plan de Gobierno uno de los asuntos que se
desarrollan, bajo nuevas perspectivas, es la definición de una economía
que, además de ser humanista y autogestionaria, debe fundamentarse en
el principio de la competitividad, otorgándosele así contenido a las líneas
de acción del modelo de desarrollo. Esto genera resistencias en algunas
de las individualidades y grupos que habían sido responsables de la AAB,
porque se suponía que se estaban incorporando perfiles neoliberales al
régimen socioeconómico; sin embargo, no se está proponiendo desplazar
el rol del Estado ni otorgarle primacía al mercado, lo que se plantea es
incorporar tanto el principio de competitividad en el intercambio de los
bienes producidos por los hombres en la actividad económica, como el del
Estado en su papel de control y regulación de las imperfecciones y desvia-
ciones del mercado, temas no incorporados en la AAB (Pérez, entrevista,
2002).

En esta perspectiva, se visualiza una propuesta humanista hacia el futuro


que trata de innovar porque plantea principios que pueden cumplirse en
el escenario global e interdependiente de hoy; luego de superado el con-
flicto bipolar, hay una serie de realidades internacionales junto con las
necesidades de bienestar y de equidad en la población que deben enfren-
tarse armónicamente; para los grupos e individualidades que impulsan
esta propuesta lo que se busca es conjugar el poder, estar inserto en estas
nuevas realidades, pero sin olvidar las necesidades sociales del país. La
AAB se plantea estos objetivos sociales pero a partir de instrumentos que
enfatizan en una economía orientada hacia el aislamiento de estas nuevas
realidades internacionales (Pérez, entrevista, 2002).

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Irayma Camejo

El carácter humanista y autogestionario del sistema socioeconómico,


ahora, significa avanzar hacia un modelo orientado a la producción global
de la riqueza y de la justicia; es decir, a una sociedad equitativa, justa y
próspera, dejándose a un lado aquel que había centrado su atención en el
lucro y el enriquecimiento de una pequeña minoría, pero desarrollando la
competitividad de nuestra economía. Ello supone apoyarse en sus ventajas
comparativas y competitivas para generar productos capaces de satisfacer
las necesidades de la población pero, también, para competir con las mer-
cancías foráneas (Chávez, 1999b).

Estos factores competitivos y de mercado se valoran cuando se diseñan las


políticas de comercio interior y exterior, ausentes en los documentos ante-
riores. Con respecto al comercio interior se privilegia la generación de un
ambiente de competitividad, considerado legítimo para estimular el desa-
rrollo del mercado interno, con fines de equidad económica y social, y se
invocan la divulgación de una cultura competitiva, el fomento al desarrollo
de mercados y la promoción modernizadora del comercio interno. En rela-
ción con el comercio externo, se destaca la necesaria inserción exitosa de
Venezuela en la economía internacional, en el marco de consideraciones
geopolíticas, para perfeccionar acuerdos y nuevos mercados. Se solicita la
necesaria defensa activa de nuestros mercados, el crecimiento y diversifica-
ción de las exportaciones, la promoción y protección de inversiones extran-
jeras y el perfeccionamiento de la capacidad de negociación del Estado en
espacios como el ALCA y la OMC (Chávez, 1999b).

Es en este ámbito donde el discurso es similar y/o coincidente con el debate


que se está planteando a escala regional y nacional, en torno de la cons-
trucción de un régimen en el cual el Estado y el mercado van a funcionar
conjuntamente, de manera equilibrada. Ello se expresa cuando se plantea
que “la acción complementaria del mercado y del Estado es indispensa-
ble para el funcionamiento eficaz y progresivo de la economía. Es lo que
entendemos como la fórmula de las dos manos, donde interactúan la mano
invisible del mercado y la mano visible del Estado” (Chávez, 1999b).

Bajo esta fórmula, sin embargo, los planes de gobierno dejan muy claro
que el “reto del desarrollo debe ser fundamental para el Estado, espe-
cialmente en las circunstancias de un país donde éste es poseedor de las
principales riquezas, cuya desigual distribución entre la población produce
depauperización en amplios sectores de la sociedad” (Chávez, 1999b). Se
destaca, así, el carácter pro-activo del Estado con respecto a la diversifica-
ción del aparato productivo y a la prestación de bienes públicos de carác-
ter social, a través de la función de planificación se demanda el diseño de

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

políticas de promoción así como el apoyo a la iniciativa privada y el ingreso


masivo de inversión extranjera.

Este último aspecto constituye otro tema novedoso con respecto a la AAB,
la cual, si bien tiene una impronta desarrollista, no incorpora los plantea-
mientos que desde la Cepal se habían propuesto en las décadas de los 50
y 60 del siglo pasado con respecto a la necesidad de la inversión extran-
jera, como un expediente temporal para impulsar el proceso de desarrollo.
Ahora se invoca la necesidad de su ingreso masivo sin imitar su temporali-
dad de manera explícita. Las razones que pueden explicar este viraje están
relacionadas con una serie de argumentos que se discutieron, de manera
muy fuerte, en el seno del equipo responsable del Plan de Gobierno (Pérez,
entrevista, 2000), los cuales se fundamentan en ideas semejantes a las que
la CEPAL expone en sus propuestas para el conjunto de la región en aque-
llos años. En efecto, como en aquel tiempo, se busca la contribución de la
inversión extranjera para completar deficiencias estructurales relacionadas
con el ahorro interno nacional para sustentar el proceso de desarrollo, en
circunstancias más difíciles porque la crisis actual del país las ha profundi-
zado. Uno de los factores, entonces, para lograr el crecimiento económico
es acudir a la inversión extranjera como una necesidad insoslayable, porque
se necesita una suma de capitales que en las condiciones de agotamiento
del modelo rentista petrolero y de la debilidad real del capital privado
nacional -no es cierto que en Venezuela existe ahora un sector propietario
poderoso que pueda impulsar el aparato productivo interno- es imposter-
gable para impulsar complementariamente el desarrollo económico. Si
bien tenemos recursos y están bien posicionados, éstos no son suficientes.
La única alternativa, entonces, para avivar el aparato productivo interno
es abrirle espacio a la inversión extranjera en sectores estratégicos (petro-
química, gas, aluminio, entre otros) para que ayude a construir nuestra
economía (Pérez, entrevista, 2002).

Para adelantar estas funciones se llama a un modelo de producción pen-


tasectorial que ya no se imagina sólo con presencia estatal y nacional. Por
el contrario, la propiedad y gestión de este modelo sufren modificaciones,
sobre todo en lo que respecta a las empresas básicas y estratégicas (petró-
leo, minería, entre otras). En efecto, este sector, considerado anterior-
mente sólo bajo propiedad y control del Estado, ya no se le concibe bajo
un régimen de propiedad exclusivamente estatal, ni tampoco orientado,
fundamentalmente, hacia la internalización; a la industria petrolera, por
ejemplo, se le ubica también en su dimensión competitiva, a escala inter-
nacional, reconociéndose la necesidad de la incorporación de la inversión
privada nacional en complementación con la extranjera, en lo que se

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Irayma Camejo

refiere al mejoramiento de crudos pesados, gas, petroquímica, carbón y


orimulsión.

El Estado sólo mantiene la propiedad exclusiva de Pdvsa, además de


impulsar medidas para fortalecer las relaciones con la OPEP., “con el fin
de restituirle el control (limitado por la apertura petrolera impulsada en el
segundo gobierno de Caldera) de la oferta en aras de defender los precios
y aminorar el impacto sobre el medio oriente (Chávez, 1999b). Para el gas
y otras empresas básicas, como la industria petroquímica y la minería se
demanda la participación del sector privado, nacional y extranjero por
medio de asociaciones estratégicas, bajo una dinámica económica abierta
que capitalice las ventajas comparativas y se invoca un régimen mixto,
público y privado, nacional y extranjero, para la minería bajo esa misma
concepción.

Como resultado de estas propuestas tenemos un régimen en el cual la


imagen del Estado se contrae como propietario, con respecto a las repre-
sentaciones que aparecen en los primeros documentos, aunque asume
un rol importante de regulación y control en el escenario de los nuevos
espacios que se le abren al mercado y al capital privado nacional e interna-
cional. Esta idea se expresa cuando se invoca la creación de un modelo eco-
nómico en el cual el Estado va a actuar “en protección del interés general
de la población y regulando la intervención de los agentes económicos (...)
se promocionarán todas las actividades productivas (...) y el Estado empre-
sarial se contraerá a aquellos sectores básicos en los cuales pueda alcanzar
una rentabilidad igual o superior a la que es capaz de crear la gestión
privada de la producción” (Cordiplan, sin fecha).

Con el resto de los sectores considerados no hay variaciones significati-


vas: bienes de consumo básico, servicios esenciales del gobierno y banca y
finanzas, se imaginan en el marco de formas de propiedad y gestión simila-
res a las planteadas anteriormente, es decir, bajo un régimen de propiedad
mixto, y a la par se mantiene el régimen privado en la gran industria que
controla las actividades de importación.

En el sector de bienes esenciales (infraestructura, agroindustria, cons-


trucción, turismo, PYMI) hay planteamientos similares a los presentes en
la AAB. Es decir, se demanda su conducción a partir de una modalidad
económica mixta y bajo esquemas de democratización económica y, en
este último aspecto, en lo que se refiere al sector agrícola e industrial. La
agricultura se sigue considerando asociada al problema estratégico de la
seguridad alimentaria, así como portadora de insumos para la actividad

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

industrial. En ese sentido, se estimula como sector fundamental en el nuevo


modelo económico en el marco de su función social, tal como se plantea en
la AAB, lo novedoso es que, a la par, se valoriza su potencial competitivo
-en tanto negocio- en el marco de la globalización. En el sector industrial
el Estado tiene la función de promover la pequeña y mediana industria
para el desarrollo del mercado interno y el empleo, a través de la estimu-
lación de diferentes incentivos y la conformación de diversas modalidades
de cooperación. Sin embargo, esta acción se la considera temporal, por
la potencialidad y capacidad de progreso y autofinanciamiento del sector
(Chávez, 1999b).

Así, en el Programa de Transición 1999-2000: la propuesta de Hugo Chávez


para transformar a Venezuela. Una revolución democrática que no es más
que una ampliación del Plan de Gobierno, se habla de una organización
social de la producción “en la que el mercado, como mecanismo funda-
mental de asignación de recursos y factores, incorpore formas organizati-
vas complementarias de propiedad privada que, como el cooperativismo
y las asociaciones estratégicas de productores y consumidores, favorezcan
una dinámica de diversificación de la producción y agregación de valor
que permita altos niveles de consumo y ahorro, con una masiva creación
de fuentes de empleo, asegurando un nivel elevado de ingreso real a la
familia venezolana” (Cordiplan, sin fecha). Ello implica la democratización
de la economía y la mayor participación de la sociedad en la actividad pro-
ductiva, temas ya expuestos, aunque con menos fuerza que ahora, en la
AAB.

La relevancia dada a los factores de democratización económica son, en


efecto, significativos y parecen avanzar hacia un proceso en el cual, además
de estos sectores, se incluye el social dando así paso a muchas de las ideas
básicas de buena parte del pensamiento utópico moderno (Recio, 2001),
cuando se tocan los temas de la planificación democrática y la autogestión.
La primera apunta a la eliminación del mercado como eje de la organi-
zación productiva y se asocia a la organización de un modelo estatal; la
segunda es compatible con el mantenimiento de la empresa individual y el
mercado. Ambas ideas reciben la crítica de los que consideran el mercado
como un espacio casi natural de regulación de la sociedad.

Aunque en este debate no se habla expresamente de economía social, se


invoca la democratización del régimen socioeconómico, a través del for-
talecimiento de pequeñas y medianas empresas, microempresas y coope-
rativas. Esto supone la construcción de un modelo que parece diseñar tres
sectores económicos: el público, el privado y el social; éste último tendría

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Irayma Camejo

como objetivo la generación asociativa de riquezas. La intervención del


Estado es básica en su creación y regulación, a través de políticas públicas
dirigidas a integrar social y económicamente a los ciudadanos y generar
bienestar económico.

Reflexiones finales

No pretendemos cerrar este trabajo con conclusiones ni con una síntesis


de lo que hemos expuesto. A lo largo del artículo se presentan los plan-
teamientos que nos formulamos sobre las representaciones del Estado
y el mercado que el movimiento bolivariano construye para el régimen
socioeconómico alternativo que se invoca. En esta perspectiva, sólo hemos
despejado algunas interrogantes que contribuyen al conocimiento de los
alcances de las ideas que desarrolla este movimiento en el plano simbólico
y discursivo.

Sin embargo, siempre es necesario ir más allá del universo retórico para
resolver las incógnitas sobre los alcances reales de estas propuestas. Y éste
es un tema clave que requiere de un análisis que se desplace hacia los
propios resultados de las políticas sociales y económicas que ha implemen-
tado el gobierno bolivariano desde que alcanza el poder en 1999; las ten-
siones, los enfrentamientos, la desconfianza que han minado a parte de
la sociedad venezolana con respecto a las orientaciones reales del mismo,
constituyen un tema que genera expectativas entre quienes han reflexio-
nado sobre el problema.

Así, el 24 de mayo de este año aparece un artículo en el diario El Nacional,


en el cual se destaca que uno de los problemas del proyecto político de
Hugo Chávez no es que sea de izquierda, sino la indefinición que presenta
con respecto a los papales del Estado y el mercado en el régimen socioeco-
nómico; ello, en un escenario donde el socialismo, que siempre le concede
un papel importante al Estado, puede desplegarse en dos direcciones: una,
autoritaria, estatista y antimercado; y, otra, intervensionista, con impor-
tante papel del Estado en el modelo de desarrollo, pero pro mercado y
democrática (Molina, 2002). Para este articulista, en el proyecto de Hugo
Chávez no hay claridad en la ubicación de los dos ejes señalados, ésta sería
la causa que explicaría que los sectores sociales que están en la oposición se
sientan amenazados, hasta que se supiera cuál es la verdadera orientación
del mismo a mediano plazo y que no sientan afectados sus intereses perso-
nales y económicos, ni estuviera en peligro la democracia. Esta confusión
se la considera como el mejor elemento que nutre la radicalización y la
violencia (Molina, 2002).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Varios analistas, por otra parte, han planteado el tema de la ruptura entre
el discurso que fundamenta los planes de ajuste que han elaborado Rafael
Caldera, a mitad de su período y el propio Hugo Chávez, en la aplicación
de sus políticas económicas a partir de 1999, con respecto a sus propias con-
vicciones en lo que respecta al papel del mercado en el régimen socioeco-
nómico. Es decir, se elaboran programas que incluyen al mercado, pero
en los cuales no hay un profundo compromiso valorativo como agente
de desarrollo (García Larralde, 2000). Esto es lo que ha llevado, entre
otros asuntos, a la falta de coherencia, dualismo e inconsistencia en las
políticas que se implementan y en los programas de transformación insti-
tucional que se pretenden realizar, los cuales, muchas veces, no terminan
de madurar llevando al país a un proceso de agotamiento de expectati-
vas para seguir adelante y enfrentar el futuro (García Larralde, 2000; Del
Búfalo, 2000, Izaguirre, 2002).

Como hemos visto, la evolución que ha tenido las imágenes del Estado y
del mercado en el movimiento bolivariano transcurre, entre 1994 y 1999,
con desplazamientos valorativas importantes en los papeles del Estado
y el mercado, los cuales pueden explicarse, de manera fundamental en
función de razones pragmáticas. Dar a conocer las características de esta
marcha retórica hacia la conquista del poder político contribuye sólo al
conocimiento de uno de los aspectos clave para el análisis del movimiento
bolivariano, en medio de las percepciones de confusión, desconfianza e
inconsistencia que genera en el espacio de sus propias realizaciones con-
cretas.

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Irayma Camejo

Entrevista

PÉREZ, Jorge, Escuela de Economía de FACES-UCV, 7 de mayo de 2002,


Coordinador de Area Económica del Programa y Estrategia del Plan de
Gobierno de Hugo Chávez para las elecciones de 1998.

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PARTIDOS POLÍTICOS Y ENCANTADORES DE SERPIENTES: LA
TRAMPA DE LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

Carmen Beatriz Fernández

“–Estoy seguro de que Argentina va a ganar el mundial de fútbol.


–¿Por qué?
–Porque ya lo tienen todo arreglado, para así calmar la tensión política”.
Conversación con un taxista de Buenos Aires, fines de mayo del 2002

A manera de introducción, muy personal

Cuando participé en un evento sobre la reforma política argentina hace


unos meses, me llamó poderosamente la atención el sentirme trasladada
a la Venezuela pre-electoral de 1998, ya que los temas de la discusión me
recordaban mucho los que estaban presentes en la agenda política de la
Venezuela prechavista.
En efecto, las ponencias que me precedían ponían énfasis en los instrumen-
tos para mejorar la calidad de la representación política, en la importancia
de la nominalidad en los sistemas electorales, en la participación ciuda-
dana como “perro guardián” de la gestión pública, hacían comentarios
adversos ante las abominables “listas sabanas”, resaltaban la importancia
de la honestidad personal como garante de la acción pública, y discurrían
sobre cómo lograr que las lealtades de los servidores públicos recayeran
sobre el electorado y no sobre el partido. Al mismo tiempo se discutían
propuestas como otorgarle validez al voto en blanco, a fin de mejorar la
oferta electoral, “terminar con el monopolio de los partidos políticos para
el acceso a cargos públicos”, “promover la aparición de candidaturas inde-
pendientes”, reducir la cantidad de miembros de los cuerpos legislativos,
“desterrar los mecanismos perversos de gestión pública, sustituidos por
mecanismos ágiles de control público, desde los medios y desde las institu-
ciones educativas” y un largo etcétera de bien intencionadas ideas.
En general percibí ―durante esa breve estancia en Argentina― un discurso
promotor de las ONGs que veía con animadversión y ojeriza a los partidos
políticos. Quizás el hecho de haber vivido en carne propia la reforma polí-
tica venezolana y los desmanes de la revolución chavista, que hizo realidad
el gatopardiano axioma de “cambiar todo para que, así, nada cambie”,

207

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Carmen Beatriz Fernández

tomé conciencia de que ninguna reforma electoral es inocente, siendo un


tanto escéptica ante tales manifestaciones de buena voluntad.
No es en lo absoluto mi intención atemorizar a los lectores argentinos
con un “viene el coco” pero sí esbozar un alerta, un ojo avizor sobre los
caminos ya recientemente transitados por otras sociedades, para que sea
posible aprender de los errores y no repetirlos. El acento de una casual
conversación que sostuve con un taxista en Buenos Aires, y que encabeza
este artículo, creo que nos lleva a la esencia del tema de las reformas
políticas necesarias, centradas sobre las observaciones de la desconfianza
institucional que aqueja, casi sin excepción a todas las sociedades latinoa-
mericanas.
La reforma política chavista

La “anti-política” había señalado su potencial en Venezuela algunos años


atrás de la irrupción de Chávez en la arena política, específicamente en las
elecciones de 1993, con la aparición de varios candidatos que provenían
del mundo del espectáculo (la ex reina de belleza Irene Sáez fue un caso
emblemático); pero se radicalizó con la escogencia en las elecciones de
1998 del candidato anti-sistema: el exgolpista Hugo Chávez Frías.
Desde esa fecha el presidente Chávez condujo en Venezuela un turbulento
proceso de transformaciones en muy diversos órdenes. Tras años de des-
prestigio institucional de los partidos políticos y con argumentos contrarios
a su misma existencia profundamente asentados en el sentir popular ―en
buena medida fortalecido por los continuos desaciertos de los mismos par-
tidos― el clima electoral favoreció a quienes ofrecían un historial de vida
que no se vinculaba con los partidos ni al sistema que los hizo posibles.
Una vez en la presidencia, el mandatario hizo realidad en 1999 su promesa
electoral de convocar a una Asamblea Constituyente para lograr un nuevo
arreglo constitucional para el país. En la escogencia de los constituyentis-
tas que la harían efectiva se potenció la postulación y la elección nominal,
numerosos candidatos hicieron públicas sus aspiraciones; sin embargo,
eran contados los postulados que tenían el apoyo del partido dominante:
de 98 candidatos nacionales a la Asamblea Constituyente, 20 contaron con
el apoyo presidencial, expresado a través de unas listas de identificación
(llamadas popularmente “chuletas”) ampliamente publicitadas. Las chu-
letas hacían el efecto de los beneficios que el antiguo sistema de listas
cerradas daba a los partidos tradicionales. Obviamente fueron esos preci-
samente los veinte constituyentes electos nacionalmente.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Como resultado del sistema electoral empleado, 40% de electores que


votaron en forma dispersa obtuvieron 6% de representantes a la Asam-
blea; mientras que 60% de chavistas que votaron en forma concentrada
obtuvieron 94% de representantes. El sistema electoral utilizado demos-
tró, por vías prácticas, ser perverso y promotor de la tiranía de las mayorías,
aniquilando a las minorías, así como arrojar serias dudas sobre lo que se
había visto como un axioma de bondad electoral durante muchos años en
el país. El mismo falso axioma que permitió a Chávez lograr el profundo
debilitamiento de los partidos tradicionales y que comprobó también que
sólo un partido organizado puede ganar elecciones. El maquiavélico con-
cepto de “divide y vencerás” funcionó con precisión matemática.
Una vez en la Asamblea, los legisladores constituyentes ―mayoritaria-
mente afectos al presidente Chávez― aprobaron eliminar todo financia-
miento público para los partidos políticos. Otras novedades que incorporó
la nueva Constitución en relación a la participación política fue la aniquila-
ción semántica de los “partidos políticos” en la redacción del documento,
así como la flexibilización de los métodos de postulación,24 que potencia-
sen la apertura del abanico de opciones electorales; situación que obvia-
mente favorecería a un partido monolítico situado en la otra orilla, en
forma similar a lo que había sucedido con la elección constituyente.
Quizá la mala imagen de los partidos, aunada a la promesa electoral de
lograr una “democracia participativa”, haya orientado las decisiones de la
Asamblea Nacional Constituyente en la elaboración de una nueva Cons-
titución Nacional, donde las “consultas con la sociedad civil” son mencio-
nadas en siete ocasiones, como obligatorias para procedimientos varios,
que van desde la designación de los miembros del Consejo Nacional Elec-
toral hasta la elaboración de la legislación de los estados. Contrasta esta

24
Art. 67 de la Constitución Nacional: Todos los ciudadanos y ciudadanas tienen el
derecho de asociarse con fines políticos, mediante métodos democráticos de organización,
funcionamiento y dirección. Sus organismos de dirección y sus candidatos o candidatas a
cargos de elección popular serán seleccionados o seleccionadas en elecciones internas con
la participación de sus integrantes. No se permitirá el financiamiento de las asociaciones
con fines políticos con fondos provenientes del Estado. La ley regulará lo concerniente al
financiamiento y las contribuciones privadas de las organizaciones con fines políticos, y
los mecanismos de control que aseguren la pulcritud en el origen y manejo de las mismas.
Asimismo regulará las campañas políticas y electorales, su duración y límites de gastos
propendiendo a su democratización.
Los ciudadanos y ciudadanas, por iniciativa propia, y las asociaciones con fines políticos,
tienen derecho a concurrir a los procesos electorales postulando candidatos y candidatas.
El financiamiento de la propaganda política y de las campañas electorales será regulado
por la ley. Las direcciones de las asociaciones con fines políticos no podrán contratar con
entidades del sector público.

209

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Carmen Beatriz Fernández

mención frecuente del término sociedad civil en la nueva Constitución, con


la inexistencia del término partidos políticos.
Una primera lectura de este empeño en darle rango constitucional a la
participación de la sociedad civil sugeriría un aprecio de ésta por parte del
nuevo partido dominante. Sin embargo, la ambigüedad del término socie-
dad civil, así como la evolución que siguió el curso de los acontecimientos
evidencia más bien que la institucionalización de la suplantación de los
partidos políticos por dicha sociedad forma parte de una táctica útil para
la concentración del poder político, en la que se pretendió eliminar todo
partido distinto del partido de gobierno.
Son indicadores de esta segunda lectura los esfuerzos gubernamentales de
acotar jurídicamente el término sociedad civil, asociándolo con fuentes de
financiamiento estatales, a fin de delimitar quiénes pueden y quiénes no
participar en los mecanismos que señala la nueva Constitución; así como
las frecuentes confrontaciones de los más altos personeros del gobierno
contra importantes figuras de la sociedad civil.
La estrategia seguida por el oficialismo mostró que la reforma política
tenía claros objetivos públicamente inconfesables que habían logrado
asentarse en la Constitución Nacional. Es así como se justificaría una “fe de
erratas” que se añadiera a la Carta Magna y que aclarara los términos de
la reforma.
Gráfico 1
FE DE ERRATAS CONSTITUCIONAL

Donde dice… En realidad quiere decir…


Promoción de la competencia Promoción de la competencia electoral
electoral y la uninominalidad: listas para todos los demás y oligopolio
totalmente abiertas y nominales. de candidatos para el partido de
gobierno.
Flexibilización de los métodos de Flexibilización de los métodos de
postulación. postulación en la oposición.
Eliminación financiamiento público Eliminación financiamiento público
partidos. partidos y financiamiento a través de
gobierno para el partido ídem.
Tecnificación del conteo de votos en Tecnificación del fraude electoral.
aras de la seguridad.
Promoción de la participación a Promoción de la participación a través
través de la sociedad civil. de MI sociedad civil (conversión de las
ONG’s en OG’s).
Eliminación semántica de los partidos Debilitamiento de los partidos políticos
políticos. de oposición.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

¿Dónde estamos hoy?

Venezuela vive un clima de conflictividad inaudito y hasta hoy desconocido


por nuestra sociedad. Existe una crisis económica sin parangón: 20% de
desempleo, 50% de informalidad laboral, 60% de pobreza. En los cuatro
años que ha durado el gobierno de Hugo Chávez las confrontaciones entre
el gobierno y la sociedad civil, han ido in crescendo. Al mismo tiempo que
las autoridades ganan impopularidad, han continuado sus esfuerzos por
someter a la población a transitar por un único camino de participación
política, mientras que gran parte de ella se ha mostrado profundamente
insumisa.
Gráfico 2
EVOLUCIÓN DE LA POPULARIDAD DEL
PRESIDENTE CHÁVEZ

Fuente: CIRM, abril 2002.

En abril del 2002, Chávez atravesaba días de severa ingobernabilidad,


junto con el declive de su popularidad. Separado durante escasas 48 horas
del poder debido a un fallido golpe de Estado, Chávez regresó al gobierno.
Sin embargo, su impopularidad entre la mayoría de la población, así como
la fragilidad de su legitimidad, la ingobernabilidad y todas las condiciones
que hicieron posible que se dieran las más multitudinarias manifestaciones
públicas de la historia Venezuela están aún presentes.

211

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Carmen Beatriz Fernández

Las impresionantes acciones de calle que Venezuela presenció durante


abril, y regularmente cada mes a partir de entonces, requieren de un des-
enlace y de una organicidad que dé respuestas de gobernabilidad. Lo con-
trario condujo a la anarquía en ese periodo y a la más contundente prueba
de que la sociedad civil, pese a que está mejor valorada en la opinión
pública, no puede reemplazar a los partidos y que éstos son canales indis-
pensables para articular y estructurar la participación política en la vida
democrática.
Pero estas discusiones y confrontaciones públicas sobre el tema de la
democracia no han sido el principal detonante de la pérdida de populari-
dad del presidente Chávez. A medida que el desempleo y la criminalidad
comenzaron a suplantar a la corrupción como principal preocupación de
los venezolanos, en esa misma medida el mandatario comenzó a ser impo-
pular.
Gráfico 3
IMPORTANCIA RELATIVA DE LOS PROBLEMAS
DEL PAÍS

Fuente: CIRM, abril 2002.

El análisis de los datos anteriores también sugeriría que esta discusión


sobre las democracias representativa y participativa, sobre sociedad civil
y ONG’s, es aún ―en el fondo― un discurso de élites. La eventual salida
de Chávez del poder dependerá más de la poca eficacia percibida sobre su
capacidad de gestión, entendida en el sentido de Linz como “la capacidad

212

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de un régimen para encontrar soluciones a problemas básicos con los que


se enfrenta todo sistema político” que de su desapego por las formalida-
des de la democracia y las instituciones. ¿A quién le importa el tema de la
democracia participativa? ¿Quiénes apoyan la democracia representativa?
Principalmente las élites: los académicos, los medios y quienes hacen polí-
tica. La gente tiene una agenda pública muy distinta a la agenda mediá-
tica. A las mayorías les interesa el desempleo y la violencia, mientras que la
democracia es sólo una entelequia abstracta para muchos, taxistas o no.
Por su parte, desde la asunción de Chávez al poder en Venezuela, la valo-
ración de la opinión pública respecto a las instituciones fundamentales de
la sociedad ha variado. Las Fuerzas Armadas y los medios de comunicación
habían sido, durante décadas, dos de las instituciones más prestigiosas de
la sociedad. La llegada al poder de Chávez implicó la incursion de ambas en
la arena política, a través de la incorporación en puestos claves de gobierno
de notables figuras de los mundos militar y periodístico. Ello implicó un
desgaste de imagen institucional, en alguna medida similar al que sufren
las instituciones y actores políticos.
A raíz del pasado abril hubo notorios cambios en las imágenes públicas de
las instituciones, caracterizadas por: a) la sociedad civil encabezando por
primera vez la lista de relativo prestigio institucional; b) el desplome de los
medios de comunicación, que por más de 10 años estuvieron entre los tres
primeros lugares de credibilidad; y c) la Fuerza Armada, como institución,
también es castigada por la opinión pública, degradando su relativo pres-
tigio institucional. Lo único que ha permanecido incólume durante todo
este tiempo es la posición en la cola de los partidos políticos en su prestigio
institucional.
No existía gobernabilidad en el gobierno de Chávez antes del 11 de abril ni
la hay ahora. Más allá de Chávez, y aún si él estuviera fuera del gobierno
Venezuela estaría viviendo la peor crisis política de su historia contempo-
ránea. Su democracia enfrenta situaciones de peligrosa ingobernabilidad,
entendiendo gobernabilidad como la respuesta al mantenimiento del
poder y el ejercicio del buen gobierno. Nuestra carencia de gobernabili-
dad es en buena medida consecuencia de la fragilidad institucional, del
desprestigio de las instituciones políticas fundamentales y de la carencia
de partidos políticos fuertes, enraizados en la sociedad, modernos y bien
estructurados.
No es ésta, empero, una situación muy distinta a la que atraviesan las
demás sociedades del continente latinoamericano. La credibilidad en las
instituciones democráticas básicas, llámese parlamento, cortes, partidos
políticos o Presidencia de la República, se encuentra fuertemente erosio-

213

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Carmen Beatriz Fernández

nada y se manifiesta en aseveraciones tan tajantes como el “¡qué se vayan


todos!” argentino.
Gráfico 4
CONFIANZA EN EL PARLAMENTO DE VARIOS PAÍSES LATINOAMERICANOS

Fuente: Latinobarómetro 2001.

Cabe la reflexión sobre cuáles son las instituciones e instancias que tienen
la capacidad de representar a la gran mayoría de los ciudadanos y que, por
lo tanto, están llamadas a liderar un acuerdo amplio de gobernabilidad.
El hoy vapuleado por muchos, y particularmente por el presidente Chávez,
“Pacto de Punto Fijo” en Venezuela fue un acuerdo de gobernabilidad
suscrito en 1958 entre los principales partidos políticos, que representaban
en su momento a la mayor parte de la sociedad. En la actualidad, con ins-
tituciones democráticas muy debilitadas, con viejos partidos carentes de
credibilidad y otros nuevos pero de institucionalidad apenas incipiente, es
necesario lograr un nuevo acuerdo de gobernabilidad.

Conclusión: cuidado con encantadores de serpientes

Durante todo este ensayo se ha pretendido evidenciar cómo haciéndose


eco del desprecio de la sociedad por sus partidos el presidente Chávez
intentó acabar con los partidos políticos tradicionales. Su discurso se ha
asentado reiterativamente sobre cuatro ideas básicas:

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

1) La democracia debe ser “participativa” y no representativa. (Por ello


Chávez se abstuvo de firmar la Carta Democrática de la OEA.)
2) La democracia representativa es igual a partidocracia, donde los parti-
dos políticos secuestran a las instituciones públicas.
3) La democracia participativa implica participación popular protagónica,
a través de la “sociedad civil”, llevando a ésta a sustituir incluso a los par-
tidos políticos.
4) En lo prospectivo, o el “deber ser”, estaría la sociedad civil como susti-
tuto de los partidos políticos (o lo inorgánico sustituyendo a lo orgánico).
El chavismo habría utilizado, en primera instancia, a la sociedad civil para
acabar con los partidos para luego, a su vez, intentar acabar con ésta en
una ambición totalitaria. La ambición resultó a todas luces excesiva, lo cual
―combinado con una notable incapacidad gubernamental para afrontar
los verdaderos problemas de los venezolanos― ha hecho posible que el
gobierno de Chávez esté viviendo lo que parecen ser sus últimos días. El
nombre de la sociedad civil habría sido usado como arma para lograr la
extinción de los partidos políticos. ¿Qué hubiera pasado si el gobierno de
Chávez hubiera sido el de un efectivo gobernante? Nunca lo sabremos,
pero es posible que sus esfuerzos de control total de la sociedad hubieran
sido más exitosos. Bajo esta hipótesis, el argumento de la democracia parti-
cipativa lo que escondería instrumentalmente sería un referendum perma-
nente, que permitiera hacerle un by-pass a las instituciones democráticas.
Los cambios tecnológicos de las últimas décadas, la supremacía institucio-
nal de grandes corporaciones globales frente a lo político, que ponen en
duda incluso al concepto de Estado-nación, así como el poder creciente
de los medios de comunicación, son elementos que colocan a la democra-
cia representativa frente a grandes desafíos, e incluso bajo situación de
riesgo.
Ante ello no cabe duda de que el concepto de “democracia participa-
tiva” podría tener un efecto argumental muy seductor y que puede sonar
encantador: sugiere la idea de “pongamos al pueblo soberano a cargo de
nuestro país”. Sin embargo, los hechos vividos en Venezuela en los últimos
cuatro años ponen en evidencia los riesgos institucionales que entraña
la sustitución de la democracia representativa, tal y como la conocemos,
por un concepto ambiguo que puede ocultar aberraciones políticas harto
conocidas en el mundo no-democrático y que por ello no puede ser un
buen sustituto de la democracia representativa.

215

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Carmen Beatriz Fernández

Para preservar la democracia en el continente es vital rescatar la credibi-


lidad y la confianza institucional. Deben trazarse acuerdos macro entre
las instituciones e instancias que aún tienen la capacidad de representar
a la mayoría de los ciudadanos y que por ello pueden liderar acuerdos
de gobernabilidad (gobiernos locales, partidos políticos, los medios y las
distintas organizaciones corporativas, entre otros). De lo contrario segui-
rán nuestros taxistas de Buenos Aires, México y Caracas descreyendo de
la democracia y asegurando que sus instituciones son todopoderosas y
capaces de “arreglarlo todo”, pero sólo para lograr acuerdos turbios que
beneficien sus muy particulares agendas.

Bibliografía

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216

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CONFLICTO, ESPACIO PÚBLICO Y CAMBIOS POLÍTICOS DE LA
DEMOCRACIA VENEZOLANA EN EL GOBIERNO DE HUGO CHÁVEZ
(1998-2002) 25

Juan Eduardo Romero Jiménez y Eduvio Ferrer

Del auge del bipartidismo a la crisis de representación del sistema


político de conciliación en Venezuela (1958-1998)

El sistema político venezolano (SPV), puede ser caracterizado a partir de


1958 hasta 1993, como un sistema electoral que se desenvolvió dentro
del contexto del desarrollo de una relación que giró en torno a dos
grandes partidos políticos: Acción Democrática (AD) y Comité Político
Electoral Independiente (COPEI), sobre cuyo desenvolvimiento giró toda
la lógica del sistema. Ambas estructuras surgidas en pleno proceso de
modernización de la sociedad venezolana (Dávila: 1989, Bracho: 1992),
hicieron posible la consolidación de unas relaciones que tenía como
marco de acción constitucional, el cumplimiento de tres supuestos: 1) La
búsqueda del consenso entre los actores políticos preponderantes; 2) La
erradicación del conflicto en la formulación de las políticas de Estado y
3) El avance a partir de una programa nacional de consolidación de la
estructura económica y social venezolana (Programa Democrático Mínimo)
(Urbaneja, 1998).

Estos principios de acción, a pesar de las turbulencias surgidas en los


primeros años de implementación del proceso democrático (1958-1964)
(Blanco: 1991), permitieron ampliar la base de aceptación y certeza en el
nuevo sistema político, elemento que queda fehacientemente demostrado
mediante el análisis de los niveles de participación en los comicios electora-
les en el período 1958-1989 (Molina y Pérez: 1994b).

25
Este artículo forma parte del Proyecto adscrito al Laboratorio de Investigaciones
Transdisciplinarias del Espacio Público (LITEP), denominado Espacio Público, participación
y militarismo en Venezuela (1998-2002), cuyo investigador responsable es el profesor
Juan Eduardo Romero. El proyecto es financiado por el Consejo de Desarrollo Científico y
Humanístico (CONDES) de la Universidad del Zulia. Venezuela.

217

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Juan Eduardo Romero Jiménez - Eduvio Ferrer

Cuadro I
ABSTENCIÓN EN LOS PROCESOS ELECTORALES EN VENEZUELA (1958-1998)

AÑO ELECTORES ABSTENCION


1958 2.913.801 7,85%
1963 3.369.968 9,22%
1968 4.134.928 5,64%
1973 4.737.122 3,48%
1978 6.223.903 12,44%
1983 7.777.892 12,25%
1988 9.185.647 18,08%
1993 9.688.795 39,84%
1998 11.013.020 36,54%
Fuente: Consejo Nacional Electoral.
Elaboración Juan E. Romero (2001a)

La dinámica política instaurada por la democracia consensual, estableció


un escenario de pura-coincidencia (Rey, 1998) entre los diversos actores
políticos y sociales, basado siempre en el usufructo de la renta petrolera. Es
decir, la condición del dinamismo y la estabilidad del SPV estuvieron deter-
minadas por la capacidad del Estado Nacional de distribuir la riqueza a
través de la inversión social del petróleo, y esa condición se mantuvo hasta
aproximadamente finales de los años 80, inicios de la década de los 90. A
partir de ese momento los índices económicos en Venezuela sufrieron una
modificación sustancial, aumentando la inflación, el desempleo, disminu-
yendo la inversión de capital, entre otras cosas que debilitaron la capacidad
del Estado para continuar siendo eficaz. (Cuadro II)

Cuadro II
PRINCIPALES INDICADORES MACROECONÓMICOS

1988 1989 1990 1991 1992


Producto Interno Bruto (variación 5,82 -8,57 6,47 9,73 6,82
porcentual)
Superávit o Déficit -74234 -20436 19.523 12.503
(-) Global en millones Bs de 1984
Global como % del PIB -15.1 -4,54 4,08 2,38 -5,8
Variación en las Reservas -4.895 66 2.212 3.218 -1145
Internacionales en millones de US $
Deuda Pública externa en millones de 26586,6 27152,3 26811,5 25856,3 27105,1
US $
Cuenta Corriente en millones de US $ -5.809 2.161 8.279 1.761 -3.362
Balanza Comercial en millones de US $ -1.198 5.632 10.637 4.837 1.689
Tasa de Desocupación 6,93 9,63 9,93 8,73 7,13
Fuente: BCV. Tomado de Lander (2000: 93)

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El sistema político de conciliación (SPC), estuvo basado en una estructura


de pactos o acuerdos, suscritos entre los diversos actores políticos y sociales
–partidos políticos, iglesia, fuerzas armadas, asociaciones de trabajadores-
que funcionaban sobre la utilización de la renta petrolera (España, 1989)
como factor de cohesión y convencimiento, de forma tal que la estabilidad
del sistema dependió de la disponibilidad económica de los recursos pro-
venientes de las exportaciones petroleras.

Los datos macroeconómicos, señalan que el modelo económico de acumu-


lación basado en la distribución de la renta petrolera, se había agotado,
potenciando la conflictividad en lo interno del sistema político, al perder
el Estado Nacional –y con el los partidos políticos como agentes sociales– su
capacidad de satisfacer y responder a las exigencias sociales de la pobla-
ción.

En el caso venezolano en el período 1958-1998, el Discurso del Poder


perdió su capacidad para convencer, basado en niveles de pobreza cada
vez mayores, en una depauperada economía que hizo crisis en 1983 ( into:
1994, Borges: 1992) y en una progresiva matriz de opinión que sostenía el
descontento con el sistema democrático. Estas manifestaciones no fueron
atendidas, por el contrario se pospuso la solución de los elementos que
generaron conflictos internos –corrupción, desinversión, entre otros facto-
res- propiciándose el establecimiento de un escenario de lucha, en donde
la clave era la eliminación del “otro”, enemigo político jurado a quién no
se le concedió cuartel.

Bajo este escenario de conflictividad, el Discurso del Poder, emitido por los
actores hegemónicos del sistema político venezolano perdió su capacidad
de ser dicho, es decir, de reproducirse y nutrirse, convirtiéndose en un dis-
curso intrascendente, que es asumido como falso e irracional. La pertinen-
cia y la capacidad de convencimiento del Discurso Político generaron una
modificación de las circunstancias históricas, escenario este propiciado por
los acontecimientos del 27-28 de febrero de 1989 y los intentos de Golpes
de Estado del año 1992.

Basada como estaba la conciliación del Sistema Político Venezolano (SPV),


en la capacidad de distribuir los beneficios de la renta, al disminuir su capa-
cidad para mantener incólume el sistema de poder condicionado se debi-
litó. Se señala acertadamente que los estados capitalistas tienen una gran
contradicción en su funcionamiento: al ser sociedades estructuradas en el
principio de apropiación de los excedentes económicos, las contradicciones
del sistema se hacen más evidentes y deben desarrollar políticas que pro-

219

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Juan Eduardo Romero Jiménez - Eduvio Ferrer

pendan a controlar las contradicciones que le dan sustento al sistema capi-


talista a través de mayores apropiaciones, que son reutilizadas en inversión
social. Esta dinámica propende a debilitar las estructuras y agentes políti-
cos de la democracia burguesa.

De hecho en los días inmediatos al Golpe del 4 F, se generó una serie de


estudios de opinión tendientes a establecer los niveles de aceptación o
rechazo de los entes del poder político (Estado, Corte Suprema, Partidos,
Legislatura, Congreso Nacional), encargado secretamente a Joe Napolitan,
por parte de la DISIP (Álvarez, 1996), revelándose que el 13% de los con-
sultados consideraba que la crisis es culpa de CAP, mientras que un 62%
creía que la responsabilidad era tanto de CAP como del Congreso. Un 48%
estaba a favor de la renuncia del presidente. Otra encuestadora DATOS,
señaló que para el primer trimestre del año 1992, al preguntársele a los
consultados que tipo de presidente no le gustaría ver en el poder en dos
años, el 46% señala un rechazo a un adeco, un 35% a un copeyano; un 22%
a un masista; un 38% a un comunista, un 24% a un militar independiente,
un 10% a un empresario independiente y un 6% a un profesor universi-
tario independiente. Las Instituciones del Estado, tampoco gozaron de
aceptación, un 48% manifestó su opinión favorable para exigir la renuncia
de la Corte Suprema de Justicia, los senadores diputados y del mismo pre-
sidente (Álvarez, 1996).

Esta encuesta, reveló dos elementos claves en la crisis: uno, referido al


descrédito del sistema político ante los ojos del ciudadano común, cuestión
está que afectó cualquier intento de enfrentar la crisis que se experimen-
taba y, dos; la pérdida del valor de intermediación y respuesta social de
las instituciones del Sistema ante el ciudadano. Ambos factores unidos,
señalan una vía que conducía irremediablemente al fracaso del clima con-
sensuado y de su intento de reconstituirlo a través de las diversas estrate-
gias trazadas por el Ejecutivo Nacional.

Las situaciones de cambio político, como las experimentadas entre prin-


cipios de 1993 y finales del año 1998, como una consecuencia del surgi-
miento de una “coyuntura crítica26”, suscitaron un impacto aun mayor
que los intentos de Golpes de Estado de 1992, sobre la Gobernabilidad de
la sociedad venezolana. Fue así, por que esos intentos fueron apreciados
como reacciones violentas de algunos actores del sistema, pero los aconte-

26
Collier y Collier (1991:29) la definen como: “un período de cambio significativo que
ocurre de distintas formas en países diferentes y que genera un nuevo legado / herencia
que será incorporado a otro nuevo período de crisis o de coyuntura crítica”.

220

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

cimientos que incidieron en la salida del presidente Carlos Andrés Pérez,


deben ser vistos como verdaderos Golpes de Estados Constitucionales.

Se produjo una transformación profunda de las relaciones políticas que


atañen a la incorporación, desaparición o ajuste de viejos o nuevos actores
políticos, al establecimiento de reglas de juego diametralmente diferen-
tes a las del período anterior. La falta de salidas institucionales, la crisis
de representatividad de los partidos tradicionales, el agotamiento del
modelo rentístico y el debilitamiento de los organismos de Estado, fueron
algunos de los elementos que permitieron que ante la ausencia de una
salida política en la coyuntura crítica vivida por el presidente Carlos Andrés
Pérez, se recurrió a una salida jurídica: el inicio de un proceso de juicio, que
comenzó con las denuncias del periodista José Vicente Rangel, acerca de
malversación de fondos de la partida secreta del Ministerio del Interior. El
anuncio fue efectuado en noviembre de 1992 y el Fiscal General de la Repú-
blica, Ramón Escobar Salom; la presento a la Corte Suprema de Justicia en
marzo de 1993, quién decidió el 30 de mayo que había méritos suficientes
para juzgar al mandatario:

“El fiscal general de la República acusó al presidente de la República, en


ejercicio del cargo, señor Carlos Andrés Pérez, en escrito dirigido a la Corte
Suprema de Justicia imputándole los delitos de peculado y malversación.
La Corte Suprema de Justicia, por vez primera en su historia, declaró haber
mérito para el enjuiciamiento del presidente. Enviada esta declaratoria a
la Cámara del Senado, ésta autorizó el enjuiciamiento con la consiguiente
suspensión de las funciones de dicho magistrado ejecutivo. La Corte con-
tinuó el procedimiento conforme a la ley y estableció el Juzgado de Sus-
tanciación para la formación del sumario. Igualmente declaró, en 1993,
haber mérito para el enjuiciamiento de 2 de los ministros del presidente
suspendido, Alejandro Izaguirre y Reinaldo Figueredo Planchart, a quienes
el Congreso despojó de sus respectivas inmunidades parlamentarias, conti-
nuando el juicio en la Corte Suprema de Justicia conforme al aparte único
del artículo 149 de su Ley Orgánica.” (Chiossone, Tulio, 2000).

El juicio a CAP, decretado por la Corte Suprema de Justicia, fue sin lugar
a dudas, un último instrumento de tipo jurídico implementado por el
Sistema Político, para intentar la pervivencia de los actores institucionales.
Sin embargo, desato un recrudecimiento de la ingobernabilidad, al gene-
rarse el nombramiento por parte de Congreso Nacional de un presidente
provisional entre el 05/06/1993 y 02/02/1994, en la figura de Ramón J. Velás-
quez, que contando con la anuencia de las bancadas de Acción Democrá-
tica y COPEI, fue designado para completar el período hasta febrero de

221

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Juan Eduardo Romero Jiménez - Eduvio Ferrer

1994. Este Gobierno provisional, tuvo dos objetivos claros: uno, lograr la
concreción de las elecciones de diciembre de 1993, para escoger al presi-
dente de la república para el período 1994-1999; y dos, se propuso recon-
formar las bases consensuales de la democracia venezolana. Sin embargo,
este proceso se vio impedido, dada la debilidad política e institucional del
Gobierno de Ramón J. Velásquez:

“Velásquez fue enfático al señalar en el acto de su juramentación -y en


muchas oportunidades posteriores- que el lapso de su mandato era muy
breve y, por tanto, no cabía pensar en acciones de fondo para atacar los
serios problemas afrontados por el país, y que se planteaba como propó-
sitos esenciales, por una parte, llevar a Venezuela a la cabal realización de
las elecciones convocadas para el 5 de diciembre de 1993 con el objeto de
escoger el presidente de la República y los senadores y diputados, y por
otra, trabajar por la concertación de un gran acuerdo nacional que sentara
las bases para la solución de la crisis a partir del nuevo período constitucio-
nal 1994-1999” (Pocaterra, Manuel, 2000).

Esta debilidad institucional, permite la apertura de un proceso de Transi-


ción Política, que debe ser entendido como “un período concreto en el que
se llevan a cabo diferentes procesos tendientes a instaurar una poliarquía;
estos procesos concitan la puesta en marcha y el cumplimiento de una
serie de reglas de juego mayoritariamente aceptadas” (Alcántara Sáez,
1995:216). Para comprender la transición política, según Alcántara Sáez, se
puede plantear un modelo con cinco elementos básicos: las características
del régimen anterior, el colapso del mismo, la estrategia del cambio, las
características del nuevo régimen y el escenario internacional.

Con respecto a las características del régimen político anterior, esta rela-
cionado con el estudio de su origen, de las coaliciones políticas que lo
apoyó, el nivel de institucionalización (que incluye el marco institucional,
el liderazgo, la existencia de oposición interna y el nivel de control social);
la eficacia en la satisfacción de las necesidades sociales, económicas del
ciudadano y la existencia de principios de legitimidad.

En este aspecto, para los años 1989-93 en Venezuela, nos encontramos


un régimen político, que al llegar al poder contó con una amplia base de
apoyo, determinada por la votación obtenida por el partido Acción Demo-
crática en las elecciones de 1988, contando con más del 50% votos efecti-
vos, que le daba una gran capacidad para la maniobra política:

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Cuadro III
PORCENTAJES DE VOTOS POR PARTIDO
ELECCIONES DE 1988
1988 Acción Democrática 52,75

Social Cristiano 40,08

Movimiento al Socialismo 2,71


Fuente: www.globovisión.com

El Gobierno de CAP, no gobernó con ninguna coalición, basado en los


resultados electorales y en su propio liderazgo, sin embargo, la oposición
interna fue creciendo al implementar las medidas de Ajuste Económico,
creándose una movimiento que llego a implementar acciones que entra-
ron dentro del concepto de desobediencia social, haciendo imposible el
control social, ante la falta de respuestas sociales a los requerimientos de la
población (López Maya, 1996). Este proceso creó condiciones de perdida de
legitimidad e ingobernabilidad alarmantes. De tal manera, que el primer
elemento que caracteriza la transición política, estaba presente.

El segundo elemento, el colapso del régimen, debe tomar en consideración


“una situación definida por el agotamiento del régimen político anterior,
la estructura de oportunidades políticas que engendra la movilización
social, la ineficacia y la presión exterior” (Alcántara Sáez, 1995: 219).

Al respecto, es de señalar los estudios que afirman el cese o culminación


del Sistema de Conciliación (Kornblith, 1998; Rey, 1994) y los cambios pro-
pugnados por la incertidumbre política que fue aprovechada por organi-
zaciones políticas como la Causa Radical, que “ en buena medida, busca
y recibe apoyo de sectores populares empobrecidos y excluidos política y
socialmente por una democracia de élites de poco contenido participativo”
( Barrios-Ferrer, 1995: 13), que ante el fracaso y la volatilidad social propi-
ciada por las políticas económicas del Gobierno de CAP, fue fortaleciendo
progresivamente sus posiciones políticas.

El otro aspecto, esta constituido por el concepto de ineficacia, que sería la


relación antónima de eficacia, que la entendemos como “la capacidad de
un régimen para encontrar soluciones a problemas básicos con los que se
enfrenta todo sistema político” (Linz, 1987: 46), por lo tanto, la ineficacia
estará marcada por la incapacidad de un régimen para afrontar la bús-
queda de soluciones para los problemas sociales y económicos, que afectan
a un sistema político como el venezolano, basado como estaba en la con-
ciliación de los actores. Esta ineficacia, se manifestó concretamente en la

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serie de equívocos adelantados en función del ajuste del Estado de Bien-


estar Social, como derivación del intento de superación del clivaje Estado/
Economía de Mercado.

Por último, la presión internacional determinada por las denuncias en torno


a la violación de los derechos humanos, por parte de COFAVIC (Comité de
Familiares y Victimas de los acontecimientos del 27-28 de febrero de 1989),
añadió un elemento adicional al colapso del régimen político venezolano
de conciliación.

El tercer elemento, que sirve para explicar la Transición Política, esta defi-
nido por la Estrategia del cambio, que implica en primer lugar, la defini-
ción del tipo de estrategia, es decir, que tipo de actor propicia el cambio.
Asimismo, debe ser considerada la agenda del cambio, entendida como los
pasos tomados para adelantar el ajuste político; y que pueden ser divididos
en dos tipos: uno, los que implican una reforma radical del régimen; y dos,
los que terminan adoptando las instituciones del último régimen (Alcán-
tara Sáez, 1995: 221-222). Se incluyen también, dos factores explicativos de
la estrategia de cambio: el primero, asociado al estilo del cambio; es decir,
si es conciliatorio o abiertamente confrontador; y el segundo, referido al
surgimiento de nuevos simbolismos políticos, que sirven para superar las
viejas identidades políticas y afrontar el futuro.

Este tercer elemento de la Transición Política, conlleva ciertas aprecia-


ciones que deben ser establecidas. Con respecto al actor que propicio el
cambio, en la coyuntura crítica de 1993, el actor que facilitó el cambio es
distinto al actor que lo ejecutó. El proceso tuvo su comienzo con la movi-
lización y la oposición construida desde el Grupo de Los Notables, uno de
cuyos miembros – José Vicente Rangel- realizó la denuncia por malversa-
ción de fondos, que sirvió para que dos actores institucionales del sistema:
el Fiscal General de la república –Ramón Escobar Salóm– y el presidente
de la Corte Suprema de Justicia –Gonzalo Rodríguez Corro- canalizarán
el cambio, a través de un mecanismo legal: el antejuicio de meritos para
juzgar a un funcionario público, como lo era el presidente de la república,
Carlos Andrés Pérez.

La Agenda del Cambio, adoptada en la Transición, incluyó los dos tipos


de ajustes, es decir, como la transición implicó un período que a nuestro
entender se extendió hasta 1998, se procedió en un primer momento
– entre 1993-1998– a la adopción de las Instituciones del antiguo régimen,
pero en un nuevo marco de acercamiento, señalado por una convivencia
estratégica entre los actores del sistema –AD, COPEI, MAS y la inclusión

224

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de CONVERGENCIA– para pasar a partir de 1998, a una reforma radical


del régimen político. Esta misma dualidad, se manifestó en el estilo del
cambio, ya que se generó ajustes en la dinámica socio-política entre 1994-
1998, basados en acuerdos conciliatorios, que permitieron la Reforma del
Consejo Supremo Electoral (CSE) y la reorganización de ese organismo,
bajo la denominación de Consejo Nacional Electoral (CNE); al mismo
tiempo que se formulo una Ley de Sufragio y Participación Política (LSPP),
para que a partir de 1999, se entrara en un escenario de confrontación.

Se generó un nuevo simbolismo político, enmarcado en dos procesos: uno,


el anhelo de una figura fuerte que restaure el orden y dos, un bolivaria-
nismo relanzado, a través del Movimiento Quinta República. Este simbo-
lismo, significó una ruptura temporal e identitaria, con las identidades y
fidelidades partidistas del venezolano, quien se inclinó por la superación
de las viejas asociaciones políticas y sociales, para asumir un comporta-
miento de ruptura histórica.

El cuarto aspecto de la Transición, se encuentra marcado por las caracte-


rísticas del nuevo régimen político. Este punto, implica un tipo de diseño
político, que se desenvuelve entre el sistema presidencialista y sistemas
democráticos no consensuados. En el caso de Venezuela, se asistirá a un
cambio del sistema bipartidista a uno pluripartidista en 1993, que per-
mitirá la renovación –momentánea– del presidencialismo en Venezuela.
Efectivamente, las elecciones de diciembre de 1993, abren paso a la supe-
ración definitiva de las características del antiguo régimen de partidos. La
hegemonía de Acción Democrática y COPEI, quedará en entredicho, no
sólo en las elecciones de 1993, sino en las de 1998. La reducción significativa
de la votación de estos partidos, será el aspecto más importante de esta
Transición (CUADRO IV):

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Cuadro IV
RESULTADOS ELECCIONES DE 1993-1998
POR PARTIDOS POLÍTICOS
1993 Acción Democrática 23,23
Social Cristiano 22,10
Convergencia 17,03

1998 Movimiento V República 40,16


Proyecto Venezuela 28,75
Acción Democrática 9,05
Movimiento al 9,00
Socialismo 2,19
Patria para Todos
Fuente: www.globovisión.com consultado el 24/04/2000

Por primera vez, desde el inicio de las elecciones en 1958, AD y COPEI no


obtienen entre los dos, los suficientes votos para controlar el sistema Polí-
tico. En los procesos de 1993 y 1998, se produce una polarización del voto,
que lleva a la reducción del voto presidencial, para los dos principales
partidos del status quo venezolano, en un 65,75% y un 56,81%, para AD y
COPEI respectivamente, en relación con lo obtenidos en las elecciones de
1988 (cuadro V). Este resultado constituye un duro golpe, a la instituciona-
lidad tradicional del sistema político y es, sin lugar a dudas una muestra de
la perdida de credibilidad de los actores sobre los cuales estuvo estructu-
rada la democracia venezolana, manifestada mediante una disminución de
los apoyos y la credibilidad de los partidos políticos en Venezuela (cuadros
VI-VII).

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Cuadro V
CUADRO COMPARATIVO DE VOTOS PRESIDENCIALES ELECCIONES
DE 1988 Y 1993
ELECCIONES 1988 CANDIDATOS ELECCIONES 1993 PERDIDA O
Candidatos y Total % Candidatos y Partido Total % GANANCIA
Partido EN 1993 CON
RESPECTO A
1988
Carlos Andrés Pérez 843.843.843 52.9 Claudio Fermín 287.287.287 23,60 - 65,75%
(AD) (AD)
Eduardo Fernández 2.955.061 40,3 Oswaldo Alvárez Paz 506.506.506 22.73 - 56,81%
(COPEI) (COPEI)
Teodoro Petkoff 361.361 2,7 ---------------------- ----------------- --------
(MAS)
Andrés Velásquez 26.870 0,4 Andrés Velásquez 653.653.653 21,95 + 4.487%
(Causa R) (Causa R)
Otros 266.051 Rafael Caldera 1.710.722 30,46
(Convergencia, MAS
y otros)

Fuente: Henry Vaivads (1994:96)

Cuadro VI
EVOLUCIÓN DE LAS LEALTADES PARTIDISTAS HACIA LOS PARTIDOS
TRADICIONALES (AD, COPEI Y MAS) (1983-2000)
1983 1993 1998 2000
Militantes/simpatizantes 35.3% 27.8% 14.0% 10.8%
AD,COPEI y MAS (628) (398) (205) (161)
Casos Válidos 1778 1435 1458 1490
Casos No Válidos 11 64 42 10
Total Casos 1789 1499 1500 1500
Fuente: Molina (2000:42)

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Cuadro VII
CONFIANZA EN LOS PARTIDOS POLÍTICOS
PAIS Mucha Algo Poca Ninguna (N)
Media 4 17 34 41 17901
Iberoamericana
Venezuela 5 10 27 57 1200
Ecuador 5 10 30 54 1200
Argentina 3 14 30 51 1264
Panamá 4 15 31 50 1000
Nicaragua 4 12 29 49 1000
Perú 2 15 35 47 1045
Colombia 3 14 36 45 1200
Bolivia 2 18 30 42 794
Brasil 4 16 40 39 1000
Chile 3 21 35 38 1200
Paraguay 6 24 34 38 600
Costa Rica 9 20 25 38 1000
Guatemala 4 16 45 34 1000
El Salvador 5 18 40 33 1000
Honduras 4 18 34 32 1000
Uruguay 6 28 35 28 1199
México 6 28 42 22 1200
Pregunta: ¿Diría Ud. que tiene mucha, algo, poca o ninguna confianza
en los partidos políticos? * Se han eliminado los no sabe/no contesta.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Latinobarómetro 1998.
Fuente: Alcántara, Manuel (2001)

Esta crisis de representación de los partidos políticos históricos y del sistema


democrático venezolano, crean las condiciones para el desarrollo del fenó-
meno chavista27, a través del cual se ha generado una dinámica violenta de
cambios institucionales en Venezuela (Romero, 2002b, 2002c), cuyo punto
de partida debe ser vista desde el momento de la elección de Hugo Chávez
Frías, en diciembre de 1998. La progresiva perdida de los valores y signifi-
cados sobre los cuales se estructuró – durante 40 años – la democracia en
Venezuela, hicieron posible el surgimiento de una matriz de opinión que
estableció la necesidad de “superar” las representaciones simbólicas que

27
Entendido como “… la dinámica política creada alrededor de quienes apoyan las pro-
puestas de Hugo Chávez Frías, caracterizado este apoyo por posiciones extremas en rela-
ción con los que llegaron a ser los parámetros del consenso de la democracia populista. El
Chavismo sostiene la necesidad de superación del funcionamiento político centrado en la
distribución de los beneficios entre los actores hegemónicos” (Romero, 2002ª:237)

228

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habían permitido el funcionamiento del SPC, estableciéndose una estrate-


gia de cambio radical sobre la cual se sustentó el Chavismo, creando una
serie de expectativas sociales y políticas de gran valor y significación.

El ascenso al poder de Hugo Chávez. Espacio público, dinamismo y


conflicto político en Venezuela (1999-2001)

El deterioro de las condiciones sociales e históricas, que habían caracte-


rizado al SPV, producto de la disminución de la credibilidad de los ciuda-
danos en las capacidades de los partidos históricos tradicionales – AD y
COPEI- para resolver la crisis experimentada por Venezuela, desde media-
dos de la década de los años 80, se hizo palpable en los últimos dos procesos
comiciales – 1993 y 1998- cuando los candidatos de los partidos del status
quo fueron afectados por el voto castigo (Rey, 1994), vieron reducida su
participación electoral significativamente (Caballero,2000). Tanto las elec-
ciones de 1993, como las de 1998, se desarrollaron en un escenario, donde
lo que prevaleció fue la antipolítica28, que determinó el rumbo adquirido
por las campañas electorales en su momento. No cabe duda, que ambos
procesos comiciales, fueron marcados por lo que se ha dado en llamar la
tecnopolítica (Rodotá, 2000), incidiendo en la preponderancia adquirida
tanto por Rafael Caldera y Hugo Chávez respectivamente. Ambos son una
derivación del impacto de la tecnopolítica, a partir de los procesos de acre-
centamiento de la crisis de representación suscitada desde los intentos de
golpe de estado de 1992, uno como vocero crítico del sistema democrático
y el otro, como responsable de la intentona (Romero, 2001c).

La presencia pública adquirida, tanto por Rafael Caldera, como por Hugo
Chávez, no puede dejar de verse en un contexto de crisis del sistema demo-
crático, del papel de las instituciones políticas y las formas de participación
en el espacio público. En el caso de los procesos comiciales, que conducen
a la elección de Caldera y Chávez, conseguimos lo que Adam Przeworski
(1999) denomina representación como mandato, entendida como “una
situación en la que las políticas adoptadas por los gobernantes se con-
forman a sus plataformas electorales y estas políticas son las que más les

28
Rivas Leone (1999:22) la define como “… todas aquellas prácticas y mecanismos que
manifiestan vocación de actividad pública y de intervención y redefinición de los espacios
políticos, es decir la antipolítica está referida a toda movilización que en procedimientos
o contenido actúa en una línea diferente de la marcada por la política institucional…
La antipolítica se desarrolla paradójicamente como una forma de hacer política que
pretende no sólo prescindir de los partidos políticos, sino también poner en cuestión las
pautas predominantes del quehacer político de los partidos políticos y gobiernos demo-
cráticos”. (resaltado nuestro)

229

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convienen a los electores bajo las circunstancias observadas por los gober-
nantes”, pues las plataformas políticas que presentaron a los ciudadanos,
estaban marcadas por la incidencia del fenómeno de erosión de las leal-
tades o desalineación partidista (Dalton y Wattenberg,1993:205; Sarlvik y
Crece, 1983:332) experimentada por los partidos históricos.

En este escenario, de desarrollo de la antipolítica en Venezuela, debe ser


comprendido el ascenso al poder de Rafael Caldera y Hugo Chávez, en las
elecciones de 1993 y 1998, respectivamente.

Chávez, en este contexto de cambio y reestructuración de las relaciones de


poder comienza por activar a través de la conformación del Movimiento
Bolivariano 200, una estructura paralela a las FFAA, que en sí misma es una
opción hegemónica. No obstante, lo clave de la creación del MBR-200 en el
año 1982, es que rompe el monopolio del uso de la fuerza hacia lo interno
de las FFAA. Tradicionalmente la estructura militar en Venezuela, había
sido utilizada para ser la última reserva de fuerza para la estabilidad del
sistema. Chávez al conformar junto con Arias Cárdenas, Ortiz Contreras y
Joel Acosta Chirinos Y Jesús Urdaneta29 el Movimiento Bolivariano Revolu-
cionario 20030, marca la ruptura del sistema de comportamiento interno de
la democracia y del papel de los militares en ella (Romero, 2002d).

El contexto de aparición del CHAVISMO como fenómeno político obedece


a la aparición de problemas de LEGITIMIDAD, entendida como las carencias
de un soporte cognitivo de la estructura socialmente organizada del poder
y de comandos particulares de dominación, que facilitan a largo plazo la
operación del sistema mediante la reducción de la fricción de la coerción y
la lucha por el predominio (Gabaldón, 1989). Precisamente, al modificarse
sustancialmente las condiciones de la sociedad venezolana, generadas por
la creciente recesión económica entramos en una reestructuración de las
relaciones entre los individuos, es decir, de las prácticas sociales. En este
contexto los procesos dentro de los sistemas humanos están regidos por
29
Francisco Arias Cárdenas, Joel Acosta Chirinos, Jesús Urdaneta y Jesús Ortiz Contreras,
son todos ellos Comandantes de Unidades del Ejército venezolano responsables y autores
de la sublevación del 4 de febrero de 1992. Formaban parte de lo que se conoció como
los COMACATES (Comandantes, Capitanes y tenientes), quienes ante las condiciones de
pérdida de legitimidad se juntaron para complotar contra el Gobierno del entonces pre-
sidente Carlos Andrés Pérez (1989-1993).
30
El Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, fue la denominación dadas por los
Comandantes del 4 de febrero al movimiento fundado en 1983 (Bicentenario del naci-
miento de Simón Bolívar). Su denominación señala uno de los símbolos utilizados para
lograr la identificación con el movimiento, al emplear la figura histórica de Bolívar, para
señalar su búsqueda de una ética y una moral que consideraron pérdida.

230

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

acciones simbólicas cambiantes que rigen la acción comunicativa entre los


hombres (Habermas, 1978). Los factores de socialización característicos del
puntofijismo31, no tienen la pertinencia histórica que tuvieron antes de
1993, por ello entramos en una gran conflictividad que es expresada en los
acontecimientos del 27-28 de febrero de 1989 y en los intentos de Golpes
de Estado de 1992. Esta ruptura del orden racional de funcionamiento,
obliga a una recomposición del sistema social y por lo tanto de las relacio-
nes de poder.

En esta situación de RECOMPOSICIÓN se estructura una nueva relación


de poder, marcada por la sustitución de la vieja élite política, que nece-
sariamente debe ser “desaparecida” del sistema. Para ello, se reescriben
los símbolos de la acción comunicativa (Habermas, 1978), para generar un
Discurso que es utilizado en la transmisión de “constructos sociales” (Mato,
1994), que denotan un contenido ideológico permitiendo que el discurso
deje de ser simplemente un acto social de habla y pase a transformarse en
un instrumento para el disfrute del PODER (Las Heras y Leizaola 1997).

Chávez llega a expresar concretamente la sintomatología de la crisis insti-


tucional. El Discurso sobre la Constituyente propone una vía para la reno-
vación, que toma como base esa propuesta (Romero, 1999ª, 1999b, 2000a,
2000b). La Constituyente pensada y razonada desde su óptica, es la mejor
manera para superar las graves contradicciones de la sociedad venezolana.
Es en esta parte que el Discurso de Chávez, se transforma en un comen-
tario QUE ES DICHO, es decir que es objeto de reproducción por parte de
colectivo, sus ideas serán las que marcarán la pauta de la discusión política
en los meses previos al proceso electoral de 1998, tanto para manifestar
rechazo a sus ideas, como para establecer un apoyo a las mismas.

Se conjugaron entonces varios elementos para darle un carácter de tras-


cendencia a la propuesta constituyente, en primer lugar, las condiciones
de agotamiento del modelo político y de los actores tradicionales, cuyos
discursos no llegaron ha ser creíbles. En segundo lugar, la naturaleza de
los ACTORES que sostuvieron las argumentaciones a favor de la Consti-
tuyente: Chávez y los demás –Delgado Ocando, Jorge Olavarría32, Javier
31
Por PUNTOFIJISMO, entendemos las prácticas de desarrollo del juego político entre
los actores del sistema venezolano a partir de la firma de un acuerdo inter partista (AD,
COPEI y URD) que aseguró la Gobernabilidad en el período comprendido entre 1958
– momento de la firma del Pacto – y el año 1989 cuando se produce el reajuste del sistema
nacional y la pérdida del consenso.
32
Jorge Olavarría. Historiador y Político venezolano. Excandidato presidencial
(1988).Articulista del Diario El Nacional. Exmiembro de la Comisión Presidencial Constitu-
yente (CPC). Exconstituyente.

231

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Elechiguerra33, Tulio Alvárez, entre otros– no fueron vistos “como más de


lo mismo”. Por el contrario, se asumió su argumentación, por parte de
la población, con mucha efectividad, tal como quedó demostrado en los
estudios publicados por los mismos medio de comunicación social (El Uni-
versal publicó el 06-01-99, un estudio realizado por DATANALISIS donde el
78% de los consultados en Caracas apoyó el referéndum consultivo). De tal
manera, que los actores políticos conglomerados en torno a Chávez, limi-
taron el discurso de los partidos tradicionales y de otras personalidades,
haciendo especial énfasis en la razón, la verdad, la doctrina y el ritual en la
propuesta constituyente desarrollada durante el año 1999.

La convocatoria al Proceso Constituyente, fue la propuesta esencial desa-


rrollada por Hugo Chávez en la primera etapa de su Gobierno (1998-1999).
Esto significó una conflictividad política que se desarrollo desde el mismo
momento cuando resulto electo en diciembre de 1998, y que se tradujo en
la conformación de diversas y encontradas matrices de opinión entorno a
este proceso y los actores que debían conducirlo.

La discusión implícita por lo demás una reconceptualización de lo político,


específicamente de lo democrático, que se construye sobre lo que ha dado
en llamar ciudadanización, entendida como:

“una nueva forma de educar, que supone desarrollar procesos formativos


integrales y permanentes en corresponsabiliad con la sociedad, los cuales
permitan la conformación de una nueva visión del país y la sociedad, en lo
político, económico, social-cultural y ambiental, es decir una nueva cultura
política para el desarrollo sostenible y sustentable del nuevo proyecto”
(Lanz, 2000).

El tratamiento temático que adquiere la CIUDADANIZACIÓN como catego-


ría fundamental de la Doctrina, nos permite identificar las diversas propie-
dades asignadas (cuadro VIII).

33
Javier Elechiguerra. Abogado. Profesor Universitario. Exmiembro de la CPC. Fue Fiscal
General de la República en la primera fase del gobierno de Chavez.

232

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Cuadro VIII

CAMPO CARACTERÍSTICAS
DOCTRINAL
• Nueva forma de educar
• Desarrollo de procesos formativos.
• Corresponsabilidad social.
CIUDADANIZACIÓN • Conformación de una nueva visión de país.
• Intervención y organización comunitaria.
• Fortalecimiento del tejido social.
• Crecimiento de la equidad
• Nueva cultura política de participación.
• Transformación viejos paradigmas
educativos.
Fuente: Romero, 2001d: 15

La ciudadanización, es entendida como un proceso que adelanta la cons-


trucción de la nueva ciudadanía social definida como una “respuesta
estratégica al conflicto entre la tendencia democrática a la igualdad de
derechos y el valor que otorga el capitalismo a la desigualdad...” (Procacci,
1999:22). La ciudadanía social, implícita que los actores sobre los cuales
estuvo sustentada la socialización política, sean desplazados de su órbita
de acción, es decir, los partidos, sindicatos y demás corporaciones, sobre las
que estuvo sostenido el aparato político y las redes sociales de intercambio
participativo, dejarán a partir de la propuesta de tener un papel protagó-
nico en el diseño del proyecto político.

Se plantea, no sólo la ciudadanización como un factor de superación de


la sociedad democrática puntofijista, sino que además señala que facto-
res sociales y políticos deben participar como sujetos actantes del cambio
radical teniendo la escuela como CENTRO SOCIAL PÍVOT. El manejo y apli-
cación de la ciudadanización demostró su efectividad cuando se analiza el
resultado de los procesos electorales convocados a partir de 1998:

233

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Cuadro IX
COMPARACIÓN RESULTADOS ELECCIONES 1998-2000

Candidatos 1998 2000


3.674.021 3.757.773
Hugo Chávez Frías
(56,19%) (59,05%)
Francisco Arias 2.359.459
....................
Cárdenas ( 37,27%)
Henrique Salas 2.613.814
....................
Romer (39,98)
171.346
Claudio Fermín ................
(2,72%)
Fuente: www.globovision.com

Se demuestra con ello la potencialidad de la construcción de una relación


de lo “político” que no tiene como eje principal el partido, sino que por
el contrario gravita alrededor de la ciudadanía social como construcción
teórica que rige la dinámica del cambio. La no comprensión de la opo-
sición, de las nuevas condiciones de la sociedad venezolana, explica la
aparente carencia de una matriz de opinión alternativa y la hegemonía
construida desde el Polo Patriótico.

Sin embargo, desde la conflictividad se abrió una discusión acerca de lo


político entendido como diversidad propositiva, que permite una trans-
mutación y deconstrucción de las identidades tradicionales que identi-
ficaron la participación ciudadana, mediatizada durante cuarenta años
(1958-1998) por la preeminencia de lo político-partidista. La ruptura en el
caso de Venezuela de ese “modelo” de la política, y la aproximación a una
reconstrucción a partir de una relación entre los hombres, que es diversa,
múltiple, contradictoria y multifacético, y por lo tanto de una riqueza con-
ceptual-concreta inmensa, nos permite afirmar ―como praxis concluyente
de la realidad venezolana― que se asiste a una jornada donde el conflicto
ha propiciado nuevos espacios, que antes estuvieron restringidos, y que
ahora son objeto de un profundo repensar desde la multidiversidad del
ciudadano en Venezuela.

La democracia estructurada a partir de la convocatoria a los diversos proce-


sos electorales dados entre 1999-200034 estuvo signada por la conflictividad
34
Se han realizado hasta ahora los siguientes procesos electorales: 1) 25 de abril 1999
el referéndum consultivo sobre la realización de una Asamblea Nacional Constituyente
(ANC) y las bases que la regirían, 2) 25 de julio elección de los miembros de la ANC, 3) 15
de diciembre de 1999 votación de la nueva Constitución Nacional, 4) nuevas elecciones
presidenciales Julio 2000.

234

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y no por el consenso. La conflictividad, permite por lo tanto hablar de una


democracia más real, que aquella estructurada sobre acuerdos corpora-
tivistas, grupales o hegemónicos, que no propicia la participación, pues
la sustituye por los pre-acuerdos de existencia. Por el contrario, el MVR y
Chávez, al sumergir a la democracia venezolana en un clima de enfrenta-
miento con las viejas élites políticas, con la Iglesia, con los sectores econó-
micos, con otros sectores diversos de la sociedad, profundiza la democracia
y amplía las perspectivas de lo público. Chávez y el Polo Patriótico, asumen
la democracia como un espacio de conflicto, al negarse de alguna forma a
establecer relaciones consensuadas con los factores tradicionales de poder,
al hacerlo activan el enfrentamiento y éste se suscita en el espacio público,
que se ve nutrido, ampliado y dinamizado por la discusión generada, entre
quienes apoyan a Chávez en sus planteamientos y quienes se le oponen.

La libertad, la igualdad, la valoración de lo cotidiano se hace, se lleva a


cabo en un espacio público, que en el caso de Venezuela es altamente
conflictivo y la conflictividad amplía el radio de acción ciudadano. En este
aspecto coincide Cancino y Serdeño (1997): “... la primera definición del
proyecto moderno en clave latinoamericana es definir un nuevo ethos
democrático: la democracia es mantener el espacio público abierto, es la
decisión de desarrollar y estar abierto al conflicto. Ahora bien, la condición
de posibilidad de la democracia no es otra que la secularización de lo polí-
tico” subrayado nuestro.

Lo deliberativo en Venezuela, ha permitido discusiones sobre temas de


diversa índole: desde el mecanismo de convocatoria a la constituyente,
hasta la amplitud de la Asamblea Nacional, pasando por la duración de las
deliberaciones, por los preceptos esbozados en el cuerpo constitucional35.

Esas movilizaciones evidencian una amplitud generada en lo interno de


la sociedad venezolana, que permite establecer un concepto más abierto,
menos normativo acerca de la democracia, en cuanto estructura simbó-
lica en constante construcción. La democracia, basada en una relación no
consensual, sino más bien conflictual, refleja estructuralmente la relación
entre minoría y mayoría, es decir, deja al descubierto la posibilidad de

35
Todas esas discusiones planteadas en el espacio público a través de los medios de
comunicación, entre enero-diciembre de 1999, generando una riqueza de posiciones,
reflexiones, propuestas sobre los ámbitos de acción de lo político en un sistema demo-
crático. Estaban enfrentadas en el conflicto dos posiciones: una, la del Chavismo – los
adeptos a Hugo Chávez – quienes propugnaban una profundización de los mecanismos
democráticos y, dos, los de la oposición que se resistían a perder los espacios de poder
conquistados durante 40 años.

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construir el proceso democrático y por lo tanto, la participación sobre el


debate abierto, tal como lo expresa Agapito Maestre en su artículo deno-
minado La Cuestión democrática: para explicar las transformaciones de la
política (1997): “A la democracia, tal y como se desprende de este juego
entre mayorías y minorías, se llega por conflicto y, por supuesto, funciona
a través del conflicto o no es democracia, sino totalitarismo”.

Esa discusión, permite penetrar en un proceso de reflexión acerca de


lo público, sumamente interesante, en tanto expresa las ideas con-
temporáneas sobre la democracia, en tanto nos refiere al problema
de la ciudadanía, entendida acá como: “...la ciudadanía es un estatus
conferido a los miembros de pleno derecho de una comunidad. Todos
quienes poseen este estatus son iguales con respecto a los derechos
y deberes, a través de los cuales éste es conferido” (Marshall, 1965,
p. 92).

No cabe duda, que esta discusión basada en el conflicto, es una muestra de


cómo desde 1999 se abrió en la sociedad política venezolana, un proceso
de ampliación de la democracia y de la significación de la ciudadanía,
aspectos estos que revitalizan el SPV, por cuanto las diferencias expresadas
en el debate público de “lo político”, enriquecen conceptualmente a la
democracia, tal como lo expresa Opaso Marmentini (2000): “... se afianza
el convencimiento en que la fortaleza y la estabilidad de un orden demo-
crático no dependen tan sólo de un principio de justicia básico reconocido
por un ente jurídico formal, sino también de las cualidades y actitudes de
los ciudadanos.”

Por otra parte, la discusión en torno al conflicto generado por Chávez, sus
efectos sobre el sistema democrático, sobre la participación, nos conduce al
problema de la esfera pública, que comprende dos ámbitos de acción: uno,
el de espacios distintos a los provistos por el Estado para el debate público
y dos, el sometimiento a la consideración pública de aspectos puntuales
que antes estaban referidos sólo a específicas estructuras de la sociedad
(Avritzer, L: 2000). Venezuela, se ha visto sometida a un recurrente discutir
de lo público-político, que va más allá de los órganos de debate político
tradicional: Congreso, Sindicatos, asociaciones y ha pasado a ocupar la
atención de la mayoría de los espacios públicos: cafés, restaurantes, ascen-
sores, parques, en cualquier sitio de Venezuela, se puede ver a las personas
siendo ciudadanos a tiempo completo, a través de la discusión y el derecho
a disentir.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Se asiste en las actuales circunstancias históricas, a la oportunidad de


avanzar en la solución de uno de los problemas teóricos más importantes
de la ciencia política y de la historia: las formas de participación en una
sociedad democrática, en tanto el proceso político en Venezuela no esté
tamizado por el control de ninguna organización política – ni siquiera del
partido chavista, el MVR- se tiene la oportunidad de ampliar los espacios
de discusión, de la esfera pública y del ciudadano, gracias al deterioro que
la crisis de gobernabilidad tuvo sobre todas las estructuras de la sociedad
venezolana. Es esta la más clara ocasión, en que los ciudadanos en Vene-
zuela, pueden expresar, debatir y construir realidades simbólicas concretas
acerca del hecho democrático y sus implicaciones para la vida social.

El conflicto social en Venezuela: La lucha por el espacio-poder (2001-2002)

Es de tal significado la conflictividad generada por la ampliación del


espacio público en Venezuela, que desde finales del año 2001 se ha asis-
tido a un incremento del disenso, manifestado en la concreción abierta de
importantes sectores de la sociedad venezolana – las fuerzas armadas, los
medios de comunicación, los gremios de trabajadores y empresarios- de
disidencias hacia los lineamientos políticos establecidos por el gobierno de
Hugo Chávez. Al unirse, en el contexto de la transición política en Vene-
zuela, una creciente crisis de expectativas con las condiciones de una opor-
tunidad política se ha generado un conflicto de gran magnitud, que tiene
como uno de sus ejes articuladores a los militares.

Al respecto Chalmers Johnson (1966:45-47) citado por Lorenzo Cadalso,


señala que los conflictos se producen en cuatro grandes fases: a) desequi-
librios sistemáticos en la sociedad, b) intransigencia de las élites a la hora
de admitir reformas. Ello genera desequilibrios psicológicos personales
que conducen al surgimiento de un movimiento subcultural; c) pérdida
de legitimidad de las élites gobernantes y d) un acontecimiento fortuito
desencadena la revuelta.

En el caso del conflicto político experimentado por la sociedad venezo-


lana, a partir de los meses de noviembre de 2001 y febrero-abril de 2002,
se tiene el hecho que durante el año 2001 se han generado una serie de
desequilibrios en diversos ámbitos: en el político, manifestado en la divi-
sión interna en la estructura de poder del Polo Patriótico, en una creciente
discusión acerca del diseño de la política del chavismo y la relación con la
oposición; en lo económico por la contracción de la actividad económica,
que se evidencio mediante una reducción de las Reservas Internacionales,
la caída del PIB y la reducción del consumo interno de alimentos entre sep-

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tiembre y diciembre del 2001 y en lo institucional, expresado por la movili-


zación en contra de las Leyes Habilitantes.

La disputa por el contenido de las Leyes Habilitantes, señalo la tozudez


del gobierno de Hugo Chávez para discutir su contenido con los factores
de poder representados en FEDECAMARAS, creando esa intransigencia
el momento propicio a la oportunidad política para generar el conflicto,
manifestado en el llamado a paralización general del 10 de diciembre de
2001. La reacción del gobierno, los crecientes llamados y provocaciones
del presidente Hugo Chávez en contra de FEDECAMARAS36, aunado al
fracaso de algunas de las gestiones destinadas a desarrollar una política
económica coherente, fue lo que llevo a militares como el Gral. Lameda37
a manifestarse abiertamente en contra del presidente, criticando las diver-
sas medidas implementadas desde el Estado y que en su parecer no han
rendido los efectos esperados, creando así una progresiva pérdida de legi-
timidad, expresada en el disenso de los militares:

“Durante sus tres años de gestión, Señor Ministro, la conducción general


de este país ha sido política e ideológica, por tanto su economía es hoy
confusa y ambigua.

Que hemos visto en este tiempo:

• Un plan Bolívar de quien hoy día nadie defiende o prepara las acciones
para completar las fases Patria o Nación. Por lo que en su concepción
general podremos contar no más de un 30% de éxito contra un 70% de
fracaso por omisión. A ello debemos sumar que su prolongación en el

36
En una de sus alocuciones, producto de los acontecimientos conflictivos del mes de
abril, llegó a expresar, refiriéndose a FEDECAMARAS, lo siguiente: “El asunto esencial es
que estas cúpulas oligárquicas, es que estas cúpulas podridas y corruptas con sus aliados,
sobre todo los medios de comunicación social con algunas excepciones y las cúpulas enri-
quecidas de Fedecámaras, y las cúpulas de los partidos políticos del Pacto de Punto Fijo,
y sus aliados, lo importante que debemos saber es que está en marcha una conspiración
para tratar de derrocar al gobierno bolivariano y revolucionario. Eso sí es lo importante.”
(Chávez,2002)
37
General de Brigada del Ejército. Fue figura clave dentro de la estructura de poder
del Chavismo, entre 2000-2002, ocupando el cargo de presidente de la Oficina Central
de presupuesto (OCEPRE), organismo encargado de la administración y disctribución de
los recursos económicos. Además fue presidente de Petróleos de Venezuela Sociedad
Anónima (PDVSA), la compañía encargada de la explotación, refinación y comercializa-
ción del petróleo. Se manifesto en contra del manejo dado por Chávez a PDVSA, por lo
que introdujo su renuncia pública al mismo tiempo que solicitó la baja como militar activo
en febrero de 2002.

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tiempo, distrae a las Fuerzas Armadas de su misión principal e impide el


fortalecimiento de las instituciones que deben asumir sus responsabili-
dades para dar el resultado esperado. Ministro ¿Qué pasó con la reorga-
nización y eficiencia prometida por un nuevo esquema de gobierno?

• La constituyente económica, un esfuerzo costoso que no ha concretado


en resultados o beneficios. Ministro ¿Qué pasó?

• La sobremarcha: una promesa de resultados para el 24 de diciembre de


2000, cuando los ministros se tomarían una semana de vacaciones. A
este respecto el Banco Central de Venezuela debió transferir 1.5 billones
de Bolívares a la tesorería nacional. El programa no se cumplió y la plata
no está en la tesorería. Ministro ¿Qué pasó? Señor Contralor General de
la República habrá algo que preguntar.

• Un desarrollo de Parques Industriales que debería generar empleo y


producción para lo cual se hizo un esfuerzo en giras y puestas en marcha
y todavía no vemos resultado. Ministro ¿Qué pasó?” (Lameda, 2002)
(www.globovision.com)

Para los militares, como para una parte del país nacional, el gobierno de
Hugo Chávez no ha logrado cumplir con las expectativas creadas desde su
ascenso al poder en diciembre de 1998, esta percepción está especialmente
arraigada en sectores de la clase media38, para quienes el chavismo ha fra-
casado en su acción de gobierno y es responsable de la situación de preca-
riedad que experimentan (Cuadro X-XI). Esa percepción, encaja dentro de
lo expresado por Lorenzo Cadalso cuando señala que:

“La frustración de expectativas puede darse, evidentemente, en cualquier


colectivo social, pero, sobre todo cuando éstas son de poder y status, se
perciben con mayor rotundidad en los estratos intermedios de la sociedad,
entre los grupos que se encuentran cercanos a la élite social y con la que
aspiran a equipararse. No en vano, buena parte de los conflictos y muy
especialmente de las grandes revoluciones han sido liderados por lo que

38
Recalcamos este hecho, pues los estudios de opinión elaborados hasta los actuales
momentos – noviembre 2002- señalan al chavismo como la principal fuerza política, con
apoyos que oscilan entre el 25 y 30%, apoyos provenientes esencialmente de sectores
pertenecientes a los estratos C, D y E, que constituyen cerca del 82% del electorado vene-
zolano. De tal forma, que la oposición que motoriza el conflicto se ha estado nutriendo
esencialmente de los sectores medios, cuya crisis de expectativas los ha hecho alejarse del
chavismo y sus políticas.

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llamamos clases medias, patriciado urbano y profesionales liberales…”


(2001:36-37)

Cuadro X
CALIFICACIÓN DE LA GESTIÓN
DEL PRESIDENTE CHÁVEZ

Fuente: HDC. Abril 2002. www.globovision.com/encuestas

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Cuadro XI
ENCUESTA DE CONSULTORES 21. FEBRERO 2002

Pregunta: Con quién está más de acuerdo, con quienes dicen que durante el
gobierno de Hugo Chávez han ocurrido cambios positivos para Venezuela ó con
quienes dicen que durante el Gobierno de Hugo Chávez han ocurrido cambios
negativos para Venezuela?

Fuente: www.globovision.com/encuestas

Esta frustración de las expectativas, aunado a la sensación de la inviabi-


lidad de salidas que satisfagan los intereses de las fuerzas sociales agru-
padas en la oposición –que a partir de Agosto de 2002 se constituyó en
Coordinadora Democrática– es lo que ha hecho factible la estructuración
de un cuadro de conflicto social (Cadalso,2001), en donde el estamento
militar, como parte de una clase media con deseos y anhelos paso a jugar
un rol importante en los procesos de discusión política experimentados en
Venezuela desde finales del año 2001.

Los pronunciamientos de los militares continuaron durante todo el mes de


febrero y marzo de 2002, incrementando de esa manera la percepción de
pérdida de legitimidad y apoyo del gobierno de Chávez. Uno de los casos
más significativos, de la disidencia abierta de ciertos sectores militares a
las políticas del Gobierno, vino dada por el Contralmirante Carlos Molina
Tamayo, que el 18 de febrero de 2002 manifestó su oposición abierta al
presidente de la República, al declarar:

“En consecuencia, protesto enfáticamente la actitud complaciente de


algunos miembros del Tribunal Supremo de Justicia, de la Asamblea

241

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Nacional, de la Fiscalía General, de la Defensoría del Pueblo, de la Con-


traloría General y del Poder Electoral que violenta nuestros principios
constitucionales. Asimismo manifiesto públicamente mi rechazo a la
conducta violatoria de la Constitución de la República de Venezuela por
parte del presidente Chávez y su régimen; mi rechazo al control ejercido
por el presidente Chávez sobre el Poder Legislativo y el Poder Judicial; mi
rechazo a la permanente actitud del presidente Chávez de dividir al pueblo
venezolano; mi rechazo al sostenido deterioro de las relaciones internacio-
nales con nuestros aliados tradicionales a cambio de buscar vínculos con
gobiernos no democráticos; mi rechazo a la falta de un Estado de Derecho;
mi rechazo a la comprobada y peligrosa relación entre el presidente
Chávez y algunos de sus ministros con la guerrilla terrorista colombiana;
mi rechazo a la corrupción y mal manejo de los recursos del Estado para
financiar objetivos políticos totalitarios y enriquecer a altos personeros del
Gobierno; mi rechazo al constante enfrentamiento en contra de todos los
sectores de la sociedad venezolana con la intención de destruirlos e instau-
rar una tiranía de extrema izquierda; mi rechazo al desequilibrio fiscal.”
(www.globovision.com/documentos).

Todos estos pronunciamientos, aunado a las manifestaciones públicas de


amplios sectores de la sociedad venezolana, fueron incrementando las
condiciones del conflicto social en nuestro país, a través de un creciente
debate que copo la opinión pública entre febrero-abril de 2002. En ese
lapso, la oposición política a Chávez continúo avanzando en una dinámica
que propendió a la unificación de voluntades y esfuerzos entre sí para opo-
nerse y buscar una salida del poder del chavismo.

Esta intención quedo demostrada a través de la firma en el mes de marzo


de 2002, del llamado Pacto de Gobernabilidad CTV-Fedecamaras-Iglesia39.

39
Firmado el 05 de marzo de 2002, indicaba en su presentación lo siguiente: “Pueblo
de Venezuela. Señoras y señores. Unir al país, rescatar el diálogo social y, adoptar las
medidas pertinentes para progresar en paz y en democracia. Fedecámaras y la Confedera-
ción de Trabajadores de Venezuela, le propone al país un acuerdo democrático.Estamos
en una verdadera emergencia nacional, y necesitamos encauzar cambios hacia el futuro
de manera civil, democrática y constitucional. Ante la incertidumbre creciente, los claros
signos de ingobernabilidad, los riesgos que se ciernen sobre la estabilidad democrática y
la negativa oficial a propiciar los entendimientos necesarios para que el país avance. La
CTV y Fedecámaras hemos decidido dirigirnos a la nación, para promover y conformar
equipos de trabajo que elaboren a corto plazo las bases programáticas de un acuerdo
democrático. Es fácil coincidir en la denuncia de los principales problemas que arrastra-
mos, pero el esfuerzo actual debe concentrarse en diseñar las estrategias para producir
repuestas y soluciones a mediano y largo plazo, y lograr consensos en los diversos sectores
y actores principales para llevarlo a cabo, es imprescindible una visión compartida.Por eso

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

De forma tal, que se asistió a una yuxtaposición de diversas condiciones


que hicieron posible el recrudecimiento del conflicto social, manifestado
rotundamente desde la paralización del 10 de diciembre de 2001.

En el caso de Venezuela, los grupos estructurados en oposición a Chávez,


fueron sumando voluntades por disponer de tres elementos esenciales a
nuestro modo de ver: a) autonomía intelectual, entendido como un con-
junto de ideas, políticas, ideológicas, con las que interpretan los problemas
a los que se enfrentan, y que en este caso quedaron recogidos en el Pacto
de Gobernabilidad; b) un ambiente socio-político con unos niveles mínimos
de intolerancia, que se manifestó en el número creciente de manifestacio-
nes tanto violentas como pacíficas, experimentadas por el gobierno de
Hugo Chávez entre el 2000 y el 2001 , que facilitaban la movilidad social y
c) la capacidad organizativa del grupo opositor dirigente, manifestada en
acciones ejecutadas con mayor frecuencia y efectividad, y que viene dada
esencialmente por la estructura organizativa tanto de FEDECAMARAS
como la CTV, que se han constituido en los pilares fundamentales de la
oposición a Chávez.

Todas esas expresiones, aunada a los pronunciamientos de los militares y


a la situación fortuita del conflicto con los Trabajadores de Petróleos de
Venezuela S.A (PDVSA)40, a partir de febrero de 2002, se sumaron para
crear una situación detonante de la crisis manifestada en los sucesos de
abril (Rey, 2002) , donde producto de una serie de factores ―propios de las
condiciones de desarrollo de los conflictos sociales41― se asistió a la ejecu-
ción de un golpe de Estado atípico, que involucro a los militares.

el acuerdo programático al que aspiramos, no es un plan de técnicos que sea bueno en


sí, sino que debe ser un acuerdo social, que logre la movilización de sectores y de actores
diversos” (Pacto para la Gobernabilidad, 2002) (www.globovision.com/documentos)
40
Cuando se produce la renuncia del Gral. Guaicaipuro Lameda, como presidente de
PDVSA, se nombra una nueva Junta Directiva presidida por el Dr. Gastón Parra, profesor
jubilado de la Universidad del Zulia y experto en el tema petrolero. Dicho nombramiento,
junto al del nuevo grupo de directores, generó que dentro de la empresa se iniciara una
protesta por la naturaleza de ese nombramiento, alegando que se violentaba la denomi-
nada “meritocracia”, entendida por los trabajadores de PDVSA como el respeto al sistema
de ascensos de la industria. Por ello, desde el 22 de febrero hasta la paralización general
de la industria petrolera a partir del 4 de abril, se agrega un elemento más en el conflicto
social, que desencadenaría los factores detonantes del golpe de Estado del 11 de abril de
2002.
41
Siguiendo con los planteamientos de Lorenzo Cadalso (2001:180-195), los factores que
desencadenan un conflicto de gran magnitud serían: a) la negativa del grupo dirigente a
aceptar reformas de sus políticas, y en el caso venezolano se manifestó por la oposición del
gobierno a discutir con la CTV y Fedecamaras las Leyes Habilitantes; b) los cambios estruc-

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En los sucesos de abril ―11 al 14― quedó evidenciada la incidencia e impli-


caciones de la creciente beligerancia política de las FAN, en el proceso
histórico venezolano, al manifestarse abiertamente en contra de las
decisiones del presidente de la república Hugo Chávez, y al propiciar una
desobediencia abierta a la autoridad superior, propiciando las condiciones
para generar un golpe de Estado no tradicional, en donde los militares
incidieron en la instauración de un civil en sustitución del presidente legí-
timamente electo ( Rey, 2002).

El pronunciamiento efectuado por un grupo de militares, debe ser visto


en el marco de un proceso de ruptura del equilibrio socio-político, enten-
dido como una pérdida gradual de los mecanismos de autorregulación
que limitan los efectos negativos de un determinado cúmulo de procesos
estructurales (Lorenzo Cadalso, 2001:194-195), y que en los sucesos de abril
fue facilitada esa ruptura del equilibrio, por la alteración de las relaciones
entre las fuerzas sociales en pugna, que se saltaron los mecanismos institu-
cionales del sistema ―partidos, órganos de representación popular, estruc-
turas jurídicas, opinión pública― para solucionar sus diferencias. Aunada
a la alteración del panorama político, generada por la movilización mul-
titudinaria hacia el Palacio de Miraflores el día 11 de abril, que resulto en
un acto de provocación-respuesta42 bajo el cual actúo el estamento militar

turales que causan desequilibrios en la dinámica de reracionamiento de las élites, que en


el caso del chavismo se expresó en una nueva relación de fuerzas caracterizadas por el
desplazamiento de los actores políticos tradicionales (partidos políticos, corporaciones);
c) la división del grupo dirigente, que al carecer de un sentido coherente y cohesionado
socialmente, ha dado muestras de debilidad, que se han concretado en errores políticos
que han contribuido a incrementar el clima de enfrentamiento; d) la acción autónoma
de algunos órganos del Estado, entendido como la capacidad de algunas organizaciones
administrativas estatales para crear dinámicas de funcionamiento autónomos frente a
las influencias de la élite gobernante, y que han quedado evidenciadas en las decisiones
tomadas por instituciones como el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), el Consejo Nacional
Electoral y algunos gobernadores y alcaldes, que se han resistido a través de sus acciones
a algunas políticas implementadas por el gobierno de Hugo Chávez, tal es el caso de la
decisión del TSJ de agosto de 2002, que estableció que no habían meritos para juzgar
por rebelión a los militares implicados en los sucesos de abril de 2002; y e) la irrupción de
nuevas ideas y procedimientos, que han permitido una creciente convocatoria a la des-
obediencia civil y social, a la resistencia pacífica como instrumento de lucha; logrando con
ello captar buena parte del voluntarismo de amplios sectores de la clase media.
42
Se entiende como una consecuencia surgida de la incomunicación entre las fuerzas
sociales, que conlleva a que los actos de cada una de esas fuerzas sean interpretadas como
una provocación inaceptable para el oponente, de tal forma que este responde con otros
actos que son igualmente percibidos como inaceptables (Lorenzo Cadalso, 2001:198). Es
ese el caso de la desviación de la marcha convocada el 11 de abril, de su destino inicial – la
sede de PDVSA- a su destino final: el Palacio de Miraflores, centro simbólico del poder
del chavismo. La provocación efectuada por la oposición, de llegar al mismo Palacio, fue

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movilizándose a través de la desobediencia abierta, que constituye a decir


de Rey (2002) una forma de intervención a través de proposiciones que
revisten una amenaza ―real o ficticia― al poder civil, que mediante el
chantaje pueden desencadenar ―cómo efectivamente ocurrió― la susti-
tución del gobierno civil por otro.

En cualquier circunstancia, lo que ha quedado evidenciado son los enormes


efectos conflictivos que ha generado en la estructura social venezolana, la
cada vez mayor beligerancia política de las FAN, más aún cuando observa-
mos con preocupación los sucesos ocurridos recientemente en la capital de
Venezuela, Caracas, desde el día 22 de octubre de 2002, cuando un grupo
de militares –entre los que se encuentran algunos de los que se pronuncia-
ron el 11 de abril– se declararon en un sitio público –la Plaza Altamira– en
desobediencia legítima al gobierno de Chávez, a través de un llamado que
constituye en sí una amenaza al desarrollo democrático en el país.

De hecho, la amenaza permanece al expresarse en un debate sobre el


control del espacio público, entre la Coordinadora Democrática y las
fuerzas nucleadas en torno al chavismo. En este momento, se asiste en
Venezuela desde el inicio de la paralización general en diciembre de 2002,
a un proceso definitivo de desarrollo del conflicto social, en donde los
sectores en pugna han activado una serie de mecanismos institucionales,
basados en la idea de la desobediencia social (Prato Barbaza, 1994) , que
ha generado la casi total paralización de la principal industria del país
–el sector petrolero– causando perdidas mil millonarias y generando una
emergencia por parte de las autoridades gubernamentales, quienes han
tratado infructuosamente de solventar los múltiples inconvenientes cau-
sados.

Las constantes movilizaciones generadas en el transcurso del mes de


diciembre, acompañadas por manifestaciones públicas de desobediencia
y oposición43 señalan una conflictividad que adquiere especial énfasis en

acompañada por una reacción del chavismo y las fuerzas sociales agrupadas en torno a él,
que derivó en un enfrentamiento cuyas consecuencias aun experimentamos los ciudada-
nos en Venezuela.
43
Hablamos del llamado “cacelorazo” , que es la manifestación social de la oposición
de algunos sectores de la sociedad a las políticas gubernamentales del chavismo, a través
de concentraciones en diversas horas del día acompañadas por el batir del ciudadano
sobre utensilios de cocina – ollas, cacerolas de donde toma su nombre- que demuestran
la desobediencia social de la que hablamos. Puede consultarse la prensa venezolana para
ver reflejada esa expresión de descontento. Confróntese las versiones electrónicas de El
Nacional (www.el-nacional.com) o el diario El Universal (www.eud.com) o la página elec-
trónica del Canal de Noticias Globovisión (www.globovision.com).

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la disputa por el control del espacio público, pues en este caso específico
lo que se disputa en la posibilidad “simbólica” de ejercer el poder a través
del control del espacio, la presencia permanente y la capacidad de movi-
lización en el mismo (Landayazo,1997) y en ese sentido, las movilizaciones
de la Coordinadora Democrática buscan demostrar a través del control
del espacio, la pérdida de legitimidad –manifestada a través de la escasa
movilización del chavismo– del gobierno, señalando con eso una fuente de
legitimación de sus propuestas políticas y por lo tanto de su proyecto de
poder.

Se experimenta en Venezuela, sobre todo a partir de abril de 2002, un


acelerado proceso de conflictividad social, que ha adquirido dimensiones
nunca antes imaginadas en la dinámica política del país. El hecho que la
oposición a Chávez, tenga una composición tan disímil, le asigna a la con-
frontación un rasgo único: el de un movimiento social de gran magnitud,
que enfrenta una lucha de fuerzas sociales que proponen caminos distin-
tos en el desarrollo de la democracia en Venezuela, al mismo tiempo que
deja al descubierto la profunda división social y las consecuencias de la no
resolución de los principales problemas socio-económicos en el país, en las
últimas dos décadas.

Finalmente, ha surgido un nuevo actor político, concretado en la movili-


zación del ciudadano, más allá de la mediación de los partidos políticos,
asignándole al proceso democrático venezolano la oportunidad histórica
de profundizar en las formas de participación en el espacio público, como
nunca antes se había dado en la historia. El único peligro, es que está defi-
nición se lleve a cabo bajo un clima de violencia, marcada por la preponde-
rancia de una relación no entre adversarios, que se oponen pero subsisten,
sino en una relación amigo-enemigo, donde es necesario destruir al “otro”,
como una condición del nuevo orden. Queda en nuestras manos contribuir
al fortalecimiento de las vías democráticas en un contexto de tolerancia
recíproca. He allí el gran reto de nuestro sistema político, pasar sobre los
radicalismos del chavismo duro o de la coordinadora, para establecer un
escenario de recíproca tolerancia y respeto.

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CRISIS HISTÓRICAS Y POPULISMO: EL PARO CÍVICO EN VENEZUELA

Jaime Torres Sánchez

El análisis sociológico generalmente se presenta tensado por plexos de rela-


ciones que, en tanto vinculan a los sujetos participantes en una situación
social, influyen en las percepciones de observadores y actores. El examen
del paro cívico ocurrido en Venezuela entre el dos de diciembre del 2002
y el tres de febrero del 2003, con amplias repercusiones internacionales
debidas fundamentalmente a la paralización de sus exportaciones petro-
leras, agudiza las dificultades analíticas por la complejidad de los procesos
que, finalmente, pueden explicarlo. Tales tensiones no se refieren tan sólo
a las derivadas de la influencia de factores internacionales de poder, ni al
modo de actuación sistemático de los medios de comunicación de masas en
el interior del conflicto, consecuencia del desplazamiento de sus roles de
mediadores informativos al de actores políticos explícitamente participan-
tes en el proceso comunicacional, que es tal vez el aspecto más evidente en
la dinámica política del fenómeno.

Hay también tensiones características en las formas de apreciar los fenóme-


nos de coyuntura por parte de sus protagonistas que aparecen menos evi-
dentes. Por ejemplo, en la forma de comprender el paro cívico es notable
que aún aquellos que intentaron mantener una posición distinta de la de
los dos actores enfrentados, identificaran la dinámica oposición/gobierno
con la de dos visiones antagónicas: una cosmopolita, integradora y moder-
nizadora; la otra, quiere volver a las raíces en la que hay mucho más ele-
mentos de revancha y emoción no racional, de añoranza por un mundo
perdido, una situación de civilización versus barbarie respectivamente,
aún cuando esos papeles muchas veces se invirtieran. En esta visión, el con-
flicto fue percibido como resultante de una profunda fractura cultural. En
otras, bajo una forma menos elaborada, el conflicto fue conceptualizado
en términos de una escisión cuantitativa entre mayoría “democrática” y
minoría “dictatorial”, opuesta esta última a cualquier posibilidad de medi-
ción electoral, argumentación que permitía manejar de manera cómoda
la apelación a una intervención militar “necesaria” para reestablecer los
mecanismos democráticos amenazados.

Respecto de las modalidades concretas que adoptó el enfrentamiento es


notable que éste no fue cuestionado ni su definición de “cívico”, a pesar
de la incorporación activa de militares en una posición propagandística y

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

organizativa, ni en su consideración de “paro democrático”, esto es, de


huelga general legítima, con la utilización de acciones político-mediáticas
inductoras de terror, a lo que se agregó la coacción física directa e indi-
recta sobre personas y grupos, y la paralización de las instalaciones produc-
tivas fundamentales para la continuidad del aparato económico nacional.
A todas luces, los caracteres masivos de un “movimiento de protesta”
antigubernamental aparecieron en un primer plano dejando de lado los
aspectos claramente insurreccionales a que ellos tendían.

Por tanto, en un abordaje que intente comprender la situación venezo-


lana no parece productivo considerar las percepciones de sus actores y sus
modalidades de actuación en el interior del imaginario de crisis. No todas
las “crisis” admiten en su fenomenología el que sus actores se autoperci-
ban como portadores de la ”civilización” y sus contrincantes como “bár-
baros” y ningún sujeto “democrático” apela al terror simbólico de masa,
a la violencia directa y a la generación sistemática de una crisis global en
nombre de valores “cívicos”.

Una hipótesis podría sostener que las percepciones y la actuación de los


actores sociales de la crisis, menos que explicables por una conducta dis-
torsionadora irracional de los medios de comunicación de oposición o las
intenciones dictatoriales del Gobierno, estuvieron más vinculadas a una
matriz intersubjetiva en la cual el pragmatismo, unido a la extensión cul-
tural de un pensamiento concreto, se articularon estrechamente con una
disociación entre intelectuales y políticos. Esta fue la hipótesis subyacente
a las apreciaciones críticas de numerosos observadores. Es efectivo que
buena parte de la situación cotidiana que vivieron los venezolanos durante
el paro no puede ser comprendida si no se considera la existencia de un
pragmatismo orientado al logro de efectos de corto plazo predominante
en los actores políticos, como la continuación de un comportamiento social
que privilegia el inmediatismo y los intereses individualistas. Además, fue
notoria la ausencia de una racionalidad discursiva en la evaluación de la
práctica política misma, lo cual se enunció por un entrevistado como que,
durante el conflicto, “la inteligencia se fue de vacaciones” (Giulio Santo-
suoso en un programa televisivo de enero de 2003).

Sin embargo, cabe sospechar que esa disociación entre actividad política y
actividad intelectual parecería revelar más una debilidad estructural en la
constitución de la nación que una fisura ocasional y una singularidad del
desarrollo del Estado en el curso de la historia del siglo XX. Interesa señalar
que la debilidad de la reflexión crítica puesta de manifiesto en la coyun-
tura por actores y observadores, remite precisamente a una disociación

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Jaime Torres Sánchez

histórica entre intelectuales y políticos. Ello contrasta con el nexo visible


que parece haber entre políticos y grupos de interés económico. Pero, más
importante aún, estas modalidades de percepción colectiva parecen estar
ligadas, a diferentes estilos de apreciar lo nacional dentro de la situación
global. En este trabajo se intentará examinar de manera general tales
aspectos en la coyuntura abierta a partir de 1998 y culminada con el paro
cívico, a partir de un análisis histórico sociológico.

Las hipótesis más generales que sirven de hilo conductor son: primera,
la de que la crisis histórica desencadenada en términos económicos en la
década de los setenta, desarrollada en términos sociales y políticos a partir
del 27 de febrero de 1989, en un curso acumulativo hasta el ascenso a al
presidencia de Hugo Chávez F. en 1998, cuestiona en sus fundamentos la
función básica que han cumplido desde el siglo XIX las élites económicas y
políticas venezolanas, en tanto gestoras de intereses de los núcleos econó-
micos fundamentales externos. Segunda, que dentro de ese ciclo de crisis
la fase abierta entre el dos de diciembre de 2001 y fines de enero de 2003,
encontró un pico histórico en el paro cívico iniciado el dos de diciembre
de 2002, en el que estaría subyacente una disyuntiva central: una opción
de profundización democrática y popular, con cambios estructurales que
favorecerían la preservación de mínimas capacidades nacionales de deci-
sión y, una opción de refundación económica, apoyada en el carácter his-
tórico estructural ya tradicional de las élites venezolanas. Tal disyuntiva,
todavía no resuelta, no puede entenderse en términos de una oposición
“revolución/contrarrevolución”, por lo menos hasta el paro cívico. Y,
tercera, que el desenlace del paro cívico planteó el curso de desarrollo de
la actual crisis histórica en un campo social nuevo, sin que las fuerzas en
conflicto hayan logrado definir potenciales políticos capaces de sacar el
enfrentamiento del terreno de una virtual ‘guerra de posiciones’.

Las hipótesis anteriores presuponen que el problema histórico central que


se presenta a la sociedad venezolana a comienzos del siglo XXI es el de su
no integración nacional, en condiciones históricas en que las dimensiones
de identidad y decisiones están siendo redefinidas conflictivamente dentro
de las tendencias globalizadoras de la economía internacional, para las
cuales los supuestos históricos en que se asentaron tales identidades nacio-
nales durante buena parte del siglo XX son cuestionables. Visto a escala
histórica latinoamericana, el retraso del proceso de construcción nacional
venezolano y los obstáculos que enfrenta en el contexto económico inter-
nacional, explicarían la peculiar dinámica conflictiva con que se desarrolla
su proceso político, habida cuenta de los errores imputables a sus líderes.
Más allá de la polarización intersubjetiva generada en la coyuntura, en

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

parte resultado de una posible producción de realidad por los medios,


pareciera que las visiones encontradas de los actores en conflicto respon-
den a una fragmentación histórica en el imaginario político, resultado de
la persistencia de una cultura popular diferenciada de una cultura ilus-
trada propia de una modernidad tardía, lo que podría más bien encontrar
explicación en las peculiaridades de este proceso de construcción nacional.
La exposición intentará situar algunos de estos caracteres en un ámbito
comparativo que permita comprender las opciones dentro de la que se
inscriben las estrategias políticas puestas en juego por los actores sociales.
Las observaciones se concentrarán en el examen de la peculiaridad del
modo de constitución del Estado y de la nación y su estrecha vinculación
con el modo de acumulación. Se examinarán estas interrelaciones de una
manera general, a través de las crisis históricas, u orgánicas, en las que
fueron surgiendo.

Uno

Se puede sostener que a lo largo del siglo XX en Venezuela hay tres


grandes crisis históricas, en las que es posible advertir profundas redefi-
niciones de las relaciones estado-nación-acumulación. La primera es una
crisis de construcción de Estado, la segunda, de construcción de un orden
económico competitivo, y la tercera, aún en curso, de reconstrucción de un
orden capitalista adaptado a las nuevas condiciones de la acumulación de
capital mundiales.

Desde la década de los ochenta del siglo XIX y 1914, año en que los ingresos
obtenidos del petróleo pasan a ser predominantes en la estructura de las
exportaciones, se desenvuelve la crisis histórica más importante después
de aquélla que condujo a la independencia y de cuya resolución surgió la
primera forma moderna de Estado. En Juan Vicente Gómez cristalizó ese
carácter nacional, en la medida que, a través de su economía personal y
el control del poder global, se convirtió en el mayor terrateniente del país
trascendiendo los marcos de las distintas economías regionales como pro-
pietario de tierras.

En ese orden de dominación reconstruido sobre la base de una burocra-


cia que controlaba económica y militarmente hombres en un territorio
unificado y en el que estaba ausente una clase terrateniente nacional, un
cesarismo agrario creará las condiciones políticas y jurídicas para impulsar
el desarrollo de una economía exportadora de enclave minero. Se puso fin
a una modalidad de acumulación basada en un tipo de economía mercan-
til desarrollada, exportadora cafetalera, con una estructura de producción

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Jaime Torres Sánchez

basada en una salarización restringida, de productores agrarios premo-


dernos con orientación a la renta, y predominio de un capital comercial
extranjero (Sánchez, 1997).

Partiendo de tecnología, infraestructuras básicas y formas sociales no


modificadas sustancialmente desde fines del siglo XVIII (Lombardi, 1985),
se construyó un Estado centralizado, desarrollándose un modo de acu-
mulación basado en la exportación de un bien de alto valor intrínseco que
posibilitó la acumulación de capital a escala nacional. A partir de 1910, en
condiciones políticas autoritarias, se logrará constituir una estructura de
dominación económica estable y sobre la base de un sistema de alianzas
con núcleos de poder regionales se constituirá una nueva clase dirigente
civil y militar, luego de destruir el antiguo poderío militar. Resuelta la crisis
política, en un contexto latinoamericano en el cual tales ordenamientos
estatales ya tenían decenios de existencia, hacia 1914 la nueva forma eco-
nómica generaba ingresos de exportación superiores a los de la vieja eco-
nomía de exportación cafetalera, aún cuando sólo hacia 1921 se produciría
el despegue petrolero.

El tránsito hacia una nueva forma de Estado y a una economía en creci-


miento con un sector económico capitalista moderno, aunque orientada
al mercado internacional, ocurrió en condiciones históricas peculiares. La
economía mercantil desarrollada postindependentista, en las condiciones
históricas en que se desenvolvió en Venezuela, no permitió la constitución
de una clase terrateniente de intereses y vocación nacional. Definida esta
vocación en el sentido en que su capacidad de generación de exceden-
tes fuera decisiva para alimentar flujos económicos articuladores de un
mercado interno transregional y cuya capacidad para apropiarlos depen-
diera del control de una estructura política nacional.

Dicho de otra manera, la vieja forma económico social predominante


en el siglo XIX no generó un orden oligárquico terrateniente, sino oli-
garquías locales sostenidas en un poder militar limitado y subordinadas
económicamente a un capital mercantil, es decir, a una oligarquía comer-
cial-financiera predominantemente extranjera. De tal modo que la nueva
forma estatal, centralizada y moderna, surgió sobre la base de un pacto de
dominación basado en la preeminencia de hombres procedentes de una
fracción regional de poder agrario, los andinos, que bajo una dirección
unipersonal configuraron un sistema de alianzas con caudillos agrarios,
grupos manufactureros urbanos, capas mercantil financieras nacionales y
extranjeras.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El nuevo Estado definió un ámbito de lo nacional que incluyó a segmentos


propietarios del capital urbano, de la propiedad de la tierra y de sus recur-
sos valorizables, en condiciones de exclusión política popular y coexisten-
cia con un segmento internacional, de cuyos recursos técnicos y de capital
dependió para su estabilización. El Estado centralizado post colonial, que
en América Latina requirió para su génesis y consolidación durante el siglo
XIX el apoyo de sus oligarquías terratenientes, proyectando los intereses
de éstas como intereses de la nación, sólo surgió en Venezuela a comienzos
del siglo XX y sin la existencia real de una oligarquía nacional, sostenido
económicamente por el capital externo volcado al negocio de la expor-
tación petrolera. Sin embargo, al igual que en América Latina, el Estado
precedía históricamente a la formación de la nación.

La solución de esta primera crisis tendría efectos de larga duración en las


formas políticas y económicas venezolanas y daría un curso específico a
esa conformación nacional. Dicho Estado centralizado, sin apoyo ni pre-
sencia de clases nacionales, sólo fue posible por la articulación de redes
clientelares regionales que permitieron sostener un poder político vertical
y unipersonal el cual, a su vez, posibilitaba la continuidad burocrática por
el control de la circulación y distribución del ingreso petrolero. La ausencia
de un orden oligárquico nacional explicará en parte el comportamiento
de las clases populares, inmersas en un imaginario cultural rural durante
el siglo XX y portadoras de una ambigüedad política: excluídas del orden
social y económico eran, sin embargo, fundamentales para la estabilidad
del orden político.

Tan importantes como fueron los resultados económicos y políticos de esta


primera crisis -una economía exportadora minera moderna y un Estado
centralizado burocráticamente constituido, es decir, una nueva clase eco-
nómica dominante y una nueva clase dirigente política- fueron también las
condiciones históricas de las que la misma crisis surgió. El patrón organiza-
tivo en que se desenvolvió el proceso de acumulación desde fines del siglo
XVIII hasta fines del siglo XIX no había experimentado cambios sustancia-
les en las relaciones entre renta y capital. De hecho, durante ese período la
lógica microeconómica de las unidades agrarias y mercantiles, su funcio-
namiento e interrelaciones, el comportamiento económico de los grupos
empresariales, no experimentaron solución de continuidad, aún cuando
hacia 1900 las proporciones entre mano de obra esclava y asalariada se
habían modificado sustancialmente (Márquez, 1979). El tránsito hacia una
economía capitalista de enclave moderna se dio con la persistencia de
formas agrarias mercantiles no modernas: de ahí que la sociedad venezo-
lana no fuera radicalmente distinta entre 1830 y 1920 (Lombardi, 1985). La

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Jaime Torres Sánchez

mayor parte de la población venezolana vio descender su nivel de vida a


lo largo de todo el siglo XIX en términos de consumo per cápita de carne
(Torres, 1997), no obstante el crecimiento del ingreso interno resultado de
la expansión cafetalera, y a consecuencia de la redistribución negativa de
la riqueza y el ingreso interno. Todavía hacia 1920 la tasa de mortalidad
era de 20 a 30 por mil y la esperanza de vida sólo alcanzaba al tramo entre
31 y 34 años.

Por tanto, la primera crisis del siglo XX permitió en su desenlace la cons-


trucción de un Estado y una clase dirigente nacional a partir del tránsito
abrupto y tardío, a escala latinoamericana, de una economía no capitalista
agraria a una economía capitalista con un segmento moderno minero-
exportador, sobre la base de la ausencia de clases dominantes productiva-
mente nacionales.

Dos

En el curso de la segunda crisis histórica, abierta con la muerte de Gómez


en 1936 y cerrada con la defenestración de Pérez Jiménez en 1958 no se
modificará ni la arquitectura esencial del Estado, ni su relación con la cir-
culación y distribución del ingreso petrolero, aún cuando se modificaron
sus funcionamientos operacionales y jurídicos, lo que estimuló el desa-
rrollo urbano e industrial, la ampliación de los sectores obreros urbanos,
empresarial industriales y de extensos sectores medios. Se hizo posible
la conversión del ingreso petrolero en producto industrial orientado a su
realización en el mercado interno, o transformación de la renta petrolera
en inversión y ganancia industrial 44. Con todo, no se logró consolidar el
proceso de conformación de un capital productivo orientado a la produc-
ción para el mercado interno. Sin embargo, “Entre 1920 y 1960 se produje-
ron en Venezuela más cambios estructurales rápidos que entre 1720 y 1920
(...) de la dependencia agrícola, aislada, rural y primitiva de los mercados
noratlánticos, Venezuela pasó a ser una sociedad minera, extractora, urba-
nizada, avanzada, compleja, en vías de industrialización y estrechamente
vinculada al flujo y reflujo de la política y las economías del Atlántico
Norte” (Lombardi, 1985). Precisamente ello ocurrirá entre 1936 y 1958 en
condiciones de desenvolvimiento de los “regímenes militares posteriores
a Gómez” (Lombardi, 1985).

44
En 1936 el producto industrial fue de 222 millones de bolívares; en 1953 llegó a 3.099
millones (Rangel, 1977).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

En la década del cincuenta dos rasgos aparecerían dando un cariz particular


a esta situación histórica. De un lado, la creación de condiciones de infra-
estructura y el impulso inicial al proceso industrial ocurriría en condiciones
autoritarias que excluyeron a extensos sectores sociales de la participación
política, a diferencia de algunos autoritarismos populistas contemporá-
neos en el resto de América latina. Y, de otro, el desarrollo industrial no
surgiría de la confrontación de sectores medios y empresarios industria-
les con una oligarquía terrateniente nacional, sino de la adaptación a un
mercado interno ampliado por una doble pugna: entre los estratos buro-
cráticos civil-militares y políticos, al interior de la clase dirigente, y de ésta
con una burocracia petrolera internacional. La modernización autoritaria
de la década del cincuenta 45 no redefinió un Estado oligárquico, sino
que reordenó funcionalmente el régimen político, posibilitando a través
de políticas nacionales más eficientes un mejor aprovechamiento de los
ingresos fiscales. El “orden burgués” venezolano no se generó a partir de
una crisis de dominación oligárquica, crisis que en otros sistemas políticos
latinoamericanos permitieron eliminar los contenidos políticos opresores
directos sobre las clases subalternas. Sin embargo, si la dictadura militar
perezjimenista, sentó las bases e impulsó una industrialización sustitutiva,
no modificó la estructura ancestral del Estado.

En esas condiciones políticas autoritarias, la nueva burguesía industrial


pudo prescindir de alianzas con las clases subalternas y medias, ya que si no
requería de un movimiento social anti-oligárquico y crítico a los vínculos
con el capital extranjero, tampoco requería de movilizaciones populares
de apoyo. Pero si el orto burgués no estuvo asociado en Venezuela a expe-
riencias nacional-populistas, la continuidad del nuevo régimen de acu-
mulación sólo era posible en condiciones de una estabilidad política que
un “régimen de excepción” no era capaz de asegurar. La continuidad fue
posible a partir de 1958, con la constitución de un “régimen democrático”
lo que implicó, de alguna manera, presencia popular.

El orden burgués venezolano y su correspondiente clase dominante nacio-


nal surgió, por tanto, bajo la doble tensión de la subordinación política
a una burocracia estatal, civil y militar, bases de una clase dirigente, y de
la subordinación a un estrato capitalista técnico-empresarial extranjero.
Para consolidarse económicamente tendría que aceptar la presencia social

45
De 1941 a 1950 la producción de electricidad pasó de 40,5 Kwh per cápita a 82. En 1960
era de 424,5.En cemento, desde 1935 a 1950 hubo un incremento medio anual de 31,9 mil
toneladas.; desde 1950 a 1959, fue de 137,1 mil toneladas medias anuales. En 1954 se inicia-
ron los estudios para fundar la industria petroquímica y en 1957 se inició la construcción
de altos hornos para la siderurgia. (Picón-Salas, M., 1962)

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Jaime Torres Sánchez

y política popular bajo la doble función de mesnadas políticas de apoyo y


de disciplinados trabajadores asalariados urbanos, con compromisos que,
con una ‘ilusión de armonía’, posibilitaron la gestión de la renta petrolera.
Si el orden oligárquico no se construyó sobre la base de una clase nacional,
el orden burgués nacional tampoco logró constituirse hegemónicamente.
Aunque a la debilidad nacional histórica de las oligarquías le sucedió la
debilidad hegemónica de la burguesía industrial y bancaria, sin embargo,
ambas estructuras de poder implicaron una continuidad: “la élite, empu-
jada siempre por el afán de aprovechar los beneficios a corto plazo del
mercado noratlántico, accedía a modificar su economía y su organiza-
ción política para no desperdiciar tales oportunidades, prescindiendo del
posible costo a largo plazo para el país en general… Cuando las oportuni-
dades desaparecían o cambiaban la élite recurría rápidamente al gobierno
para proteger sus intereses hasta que surgiera el siguiente ciclo de oportu-
nidades” (Lombardi, 1985: 196).

El hecho de que ese orden burgués surgiera bajo la condición histórica


de existencia de un orden oligárquico mercantil-financiero es de impor-
tancia decisiva para explicar esa debilidad hegemónica. La inexistencia
de una clase terrateniente nacional condicionó la vocación nacional de la
nueva burguesía ubicándola en los límites definidos por el accionar de las
burocracias estatales, aliadas estratégicamente con los núcleos del capital
internacional volcados a la explotación petrolera y a la gran industria.
No menos importante fue la escasa capacidad de asimilación social de los
valores del nuevo orden económico moderno por las clases subalternas,
urbanas y agrarias, cuyas formas culturales no modernas se mantuvieron,
como consecuencia de la continuidad del tejido clientelístico, en perma-
nente fricción con el cuerpo normativo y valórico que acompañan necesa-
riamente las tendencias a la profundización del mercado en una economía
impulsada por la constante ampliación del capital.

La debilidad “nacional” de una clase dominante no moderna y la debilidad


“hegemónica” del nuevo orden burgués en formación y la dependencia de
éstas de una burocracia civil y militar explican que, a partir de la década
de los treinta, en la clase dirigente los estratos militares hayan jugado un
papel político autónomo. El componente civil en esta clase dirigente se
desarrollaría a partir de estructuras de partidos modernos. La relación de
éstos con las clases subalternas fue el eje decisivo para conformar un polo
civil alternativo dentro de la estructura de poder nacional. El esquema
ideológico-político con el cual se enfrentó este problema de arquitectura
política fue modelado por la experiencia latinoamericana y la base sobre la
cual se aplicó fue proporcionada por la propia historia social venezolana.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Entre 1929 y 1950, el populismo en América Latina fue un fenómeno his-


tórico estrechamente asociado, aún cuando no dependiente, con una
primera fase de industrialización sustitutiva (Kaufman, 1985), en el cual las
movilizaciones de las clases subalternas tuvieron efectos transformado-
res en la estructura del Estado, en condiciones de crisis del orden oligár-
quico de dominación y en las que liderazgos unipersonales y carismáticos
impulsaron a estas sectores populares a convertirse en sujetos políticos.
Sin embargo, la génesis del “populismo” en Venezuela presentó singu-
laridades. Los partidos de proyecciones nacionales y democráticas –AD,
Copei y URD- surgieron en la década de los cuarenta como producto de
una amplia movilización nacional popular, frente a la continuidad de una
opción autoritaria postulada por las capas burocráticas, civiles y militares,
post gomecistas 46.

Un intento pre-populista surgirá en este proceso como discurso radical


antilatifundista, antiimperialista y antimilitar, pero gradualista en térmi-
nos de concepción del proceso de cambio, orientado hacia una movili-
zación de los sectores “populares” 47 proyecto que, finalmente, se agotó
con el golpe militar perezjimenista. La caída de esta dictadura en 1958 fue
resultado de un movimiento de protesta democrático popular contra un
régimen político y no de una movilización de masas urbanas y campesinas
contra una forma de Estado oligárquico. El nuevo régimen político demo-
crático para consolidarse debió ampliar su base de sustentación. Sólo una
“movilización populista de masas” a través de partidos políticos naciona-
les permitió estructurar una red de alianzas con la pequeña y mediana
burguesía urbano-rural y núcleos privilegiados de sectores populares, con
organizaciones gremiales tempranamente burocratizadas, en un pacto
interclasista de gobierno que consolidó un nuevo “bloque de poder” y una
nueva clase dirigente. Este sistema de partidos al instrumentar políticas
populistas hizo viable un proyecto de dominación nacional, articulándose
al plexo de “relaciones clientelísticas” preexistentes, relaciones sociales
que habían sido los nexos históricos fundamentales en la integración de
las clases subalternas a un orden estatal con pretensiones “nacionales”
desde el siglo XIX.

De ahí que el modelo de desarrollo que se postularía no persiguió una


redefinición radical de las tendencias económicas y de la acción estatal,
lo cual fue posible por medio de una serie de “pactos explícitos” entre
46
Estas serían portadoras de una concepción política, el “programa político positivista”
(Urbaneja, 1992)
47
Véase, por ejemplo, la evolución ideológica y política de AD y de su líder Rómulo
Betancourt en este periodo en, Sabin Howard, Harrison, (1984).

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los diferentes actores políticos y económicos (López Maya, 1989). Esta


“hegemonía compartida”, sustentada en la continuidad de tecnologías de
dominación del Estado centralizado gomecista, requirió introducir efectos
“opresivos” complementarios al típico “paternalismo” clientelístico. En
otros términos, las bases históricas pre-democráticas que habían susten-
tado el ordenamiento estatal no experimentaron modificaciones después
de 1958, con lo cual nuevos elementos “opresivos” pasaron a ser parte
constitutiva de su accionar.

Por tanto, fue un populismo de partidos el que posibilitó la gobernabilidad


de la democracia puntofijista, con lo cual una modalidad de legitimación
populista se incorporó a una legitimación democrática, lo que hizo depen-
der la viabilidad de los valores democráticos de la capacidad de acceso a la
distribución del ingreso estatal 48. Así, el control de las masas no dependió
de un líder populista, figura central en las movilizaciones populistas lati-
noamericanas del siglo XX, sino del papel de los partidos y de los “nota-
bles” quienes, en el interior de éstos, gestionaban las redes clientelares
internas y externas. Los compromisos que articulaban poderes económicos
y políticos cruzaban ahora todo el espectro de la maquinaria estatal, con
lo cual la denominada corrupción pasó a ser sólo el efecto de la tecnolo-
gía de poder que garantizaba los mínimos de funcionalidad burocrática.
Democracia, legitimidad populista y partidos pasaron a identificarse en un
régimen político que permitía gestionar la renta petrolera, situación que
sólo pudo generarse en un tipo de populismo histórico condicionado por
dos factores: un volumen de riqueza disponible de magnitudes sin para-
lelo histórico para país alguno en el siglo XX y un régimen de partidos polí-
ticos, en situación de surgimiento tardío tanto de un Estado centralizado
como de una burguesía moderna.

Si la democracia quedaba acotada por el autoritarismo estatal pre-


moderno subyacente, la legitimidad populista por el acceso a la renta
petrolera y el régimen de partidos por una estructura clientelística, parece
difícil pensar que a partir de 1961 comienza para la sociedad venezolana el
primer ensayo consecuente y sostenido de institucionalización del Estado
liberal democrático. Si cabe hablar de un régimen político nacional-popu-

48
Lo que se tradujo en las exigencias de maximización de derechos y minimización
de los deberes en los usufructuarios. Oropeza, A., “El balance entre derechos y deberes
como insumo para la viabilidad de la cohesión social”, en SIC, Nº 650, diciembre 2002. En
realidad, lo que se ha señalado como fundamento utilitario de la legitimidad democrá-
tica, no es sino su subordinación a una concepción populista de lo democrático. Para esa
fundamentación ver: Rey, Juan Carlos, “La democracia venezolana y la crisis del sistema
populista de conciliación,” Revista de Estudios Políticos, Nº 74, 1991.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

lista, difícilmente las características de éste suponían tentativas consecuen-


tes y sostenidas para hacer efectivos los supuestos liberal-democráticos. En
efecto, si hay un rasgo que alejó a este régimen político de tales supuestos
fue precisamente su singularidad nacional-populista: los difusos límites
entre Estado, sistema político y actores sociales. La negociación de las rela-
ciones diferenciadas entre ellos, era un rasgo ajeno a la nueva experiencia
histórica venezolana, de lo cual surgirían nuevas dificultades para una
estructuración histórica moderna de “nación”.

La integración de las masas excluidas al régimen político, que pronto


dejó de lado un discurso populista “anti-imperialista” hizo posible el sur-
gimiento de nuevas fuentes de legitimidad histórica sobre la base de un
esquema de dominación que comportaba una ampliación del ámbito de
lo “nacional” hacia los segmentos populares. Pero si la integración formal
de las clases subalternas al régimen político era un hecho sociológico de
primera magnitud, no menos importante era la inserción de las clases
medias en el sistema político, fundamental tanto para la organización
funcional del Estado como para establecer enlaces integradores en un
nuevo perfil de identificación nacional. Con todo, aunque por primera vez
aparecía el pueblo incluido políticamente en una estructura de “nación”
y no como simple mesnada de caudillos agrarios o clientelas dentro de un
orden autoritario –y tal situación de poder sería el verdadero fundamento
para el surgimiento de una “conciencia nacional”, esa nación no disolvía
la oposición “pueblo-gobierno”.

La posición misma de estos segmentos populares, garantes de una estabili-


dad democrática, se vería afectada a fines de la década de los setenta al ser
dramáticamente afectados por las limitaciones del régimen político y por
un régimen económico que presenciaba la drástica caída real de la “renta”
petrolera a nivel internacional. Debe advertirse que sólo en la década
anterior había sido posible elevar los niveles de vida de los sectores socia-
les populares respecto de su participación histórica en el ingreso nacional,
en la medida que las cifras del salario real aumentaron hasta la década del
setenta (Baptista, 1992). La disminución tendencial de la renta petrolera y
la creciente incapacidad de ampliación del capital industrial, por las bases
exógenas de reproducción técnica del capital-productivo y la debilidad del
mercado interno, desencadenaron una crisis de acumulación que encontró
cada vez mayores obstáculos para su gestión (De Corso, 1999).

Con todo, entre 1973 y 1977 hubo un intento de modificar el modelo de


desarrollo en una coyuntura de bonanza de los precios del petróleo a nivel
internacional. Un intento de estrategia productivista frente al modelo ren-

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tístico histórico llevó a impulsar el fortalecimiento de un capitalismo de


Estado, un “Estado productor” pero con orientación redistributiva49, cuyo
resultado fue la coexistencia de un Estado Populista con formas nuevas
que no concitaron apoyos, perdiéndose el consenso acerca del instrumento
estatal en el desarrollo. En todo caso, la introducción de una “cultura de
consumo” sin las bases de una “sociedad de mercado” introduciría un con-
flicto cultural que tendría enormes consecuencias. Finalmente, los únicos
beneficiados de la experiencia fueron la burguesía industrial y comercial y
los grandes productores agrícolas (Sonntag, 1984).

Incapacitado el Estado para cumplir las funciones asignadas en la ideolo-


gía populista incorporada al régimen político y erosionado su tejido social
clientelístico, las bases intersubjetivas portadoras de consenso pronto
fueron dando paso a una crisis de ‘legitimidad’ en dimensión populista y
democrática. Se hicieron presentes con intensidad creciente las dificultades
en la capacidad ‘representativa’ de los partidos, con su doble efecto de oli-
garquización de éstos y desarrollo de protestas de masas.

Llegaban también a su fin las posibilidades de una industrialización sustitu-


tiva y las de un nacionalismo fácil. Las debilidades intrínsecas del régimen
democrático, erosionado por su cultura política clientelar de protociuda-
danos, no permitieron resolver el problema de construcción un nuevo nivel
de integración capaz de definir un Estado-nación que impulsara el creci-
miento económico sobre formas de acumulación aptas para “sembrar el
petróleo”.

Tres

A fines del siglo XX, por tanto, la sociedad venezolana enfrentaba el doble
problema de redefinir el Estado y la Nación sobre bases de integración
distintas que permitieran impulsar una nueva forma de acumulación. Un
analista, en 1985, examinando las transformaciones del sistema político
ocurridas durante los veintisiete años anteriores, describió la nueva situa-
ción histórica en términos compartidos por muchos sectores críticos, como
sin salida, a menos que se formulara un nuevo proyecto histórico. Tres
opciones que estarían en juego: una, la elaboración de un “Pacto social”
para conformar una “democracia social” a partir de la concertación entre

49
Todavía en 1885, Carlos Andrés Pérez insistía en un programa de “relanzamiento de la
nueva democracia” profundizando la “participación en la propia sociedad civil” de modo
que las decisiones básicas no fueran tomadas en la restringida área de de las empresas,
posibilitando la “democratización de la riqueza y distribución del excedente económico”,
Pérez, Carlos A., ‘La reforma del Estado’, Nueva Sociedad, 79, 1985, pág. 121.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

capital privado y trabajadores con el objetivo de redistribuir la riqueza que


crearía la actividad económica privada. Propuesta por Acción Democrática,
tal iniciativa había fracasado al año del gobierno de Jaime Lusinchi. Las
otras eran: la de un “acuerdo nacional” propiciada por Copei, que pos-
tulaba un pacto interpartidista para reorientar la acción del Estado y, una
opción neo-liberal, que apuntaba a la constitución de un Estado-gerente,
con énfasis en objetivos de política económica que estimularían a los pro-
ductores e inversionistas, pero cuyos condicionantes sociales y políticos
todavía se veían oscuros.

Sin embargo, vistas estas opciones en perspectiva histórica, la última no


era tan oscura, o por lo menos no lo era para algunos actores sociales.
A partir de 1982 la alta burocracia petrolera se había embarcado en una
política de expansión externa para la integración vertical de sus activida-
des, para asegurarse mercados estables y maximizar sus ingresos. En 1983
el más alto directivo petrolero se había negado a informar al Presidente
de la República respecto a detalles de una inversión realizada, por estimar
que atentaba contra los intereses de su empresa. Esta desconfianza en la
capacidad económica del Estado por parte de la élite burocrática petrolera
era compartida por la burguesía monopólica, industrial-financiera, desde
la primera mitad de los setenta. Por eso, la opción por una alternativa neo-
liberal en 1989 en el inicio del segundo período presidencial de Carlos A.
Pérez no sorprende en vista de sus condicionantes económicos y sociales,
tampoco lo es como decisión dentro de una lógica populista, como no es
sorprendente en el giro político que supuso para las masas50.

Por eso, en el curso de esta tercera crisis histórica iniciada a fines de los
setenta, más efectiva que la crítica burocrático-intelectual fue la crítica
práctica de las masas, la que encontraría su punto nodal el 27 de febrero
de 1989 con un “levantamiento urbano de masas” focalizado en Caracas,
pero con efectos a nivel nacional, en respuesta a la aplicación del “paquete
económico” neoliberal del gobierno de Pérez. Al convertirse la dualidad
“pueblo-gobierno” en una oposición antagónica en el imaginario de las
masas, desapareció la legitimidad del régimen político para las clases sub-
alternas, desplegándose un inconsciente popular que conservaba vivas las
tradiciones de justicia social del siglo XIX, portadas por segmentos urbanos
que habían aceptado la declinación de un salario real que, hacia 1990,
se había reducido a un nivel inferior al alcanzado durante la dictadura

50
La nueva política “era la antítesis de lo que el pueblo había escuchado como promesa
durante su campaña electoral”, Ellner, Steve, ‘Izquierda y política en la agenda neoliberal
venezolana’, Nueva Sociedad, 157, sept-oct 1998, págs. 125-126.

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de Pérez Jiménez. Dicho levantamiento estalló a través de “revueltas”


generalizadas de turbas que hicieron de la ‘acción directa’ el instrumento
básico de expresión prepolítica, tomando el control real de Caracas a lo
menos por tres días. En el imaginario de las masas urbanas enardecidas,
el “gobierno”, al cual culpaban de sus desventuras, estaba representado
simultáneamente por “los políticos”, “los partidos”, Fedecámaras, la CTV.
Es decir, el núcleo institucional que definía a los actores fundamentales del
“régimen democrático” surgido del Pacto de Punto Fijo (Torres Sánchez,
1993).

En el desarrollo de esta tercera crisis, expresada económicamente en la


caída tendencial de la renta petrolera, de la inversión interna privada y de
los salarios reales, el levantamiento urbano de masas de 1989 cuestionaba
la legitimidad del régimen político, dentro de un cuadro extremadamente
conservador de aspiraciones y representaciones. Los sectores populares
urbanos expresaban su insatisfacción frente a la ausencia de respuestas
a sus demandas y, de esa manera, le retiraban su apoyo. El agotamiento
funcional del régimen se expresó en la apelación a “acciones de terror”,
con la utilización de la ‘violencia espectacular’ para obtener simplemente
sumisión. El consentimiento de las masas, obtenido por la vía de la satis-
facción selectiva e inmediatista de demandas populares a través de un
sistema clientelar, y la legitimidad populista desaparecían. Posteriormente,
el “golpe de Estado frustrado de 1992 encabezado por el comandante
Chávez marcó, en esta perspectiva, el inicio del deslinde de las Fuerzas
Armadas respecto a este “populismo de partidos”, bajo la cobertura ins-
titucional de un “régimen democrático” 51. Con ello se desarticulaba la
clase dirigente, estructurada sobre la base de la unidad civil y militar. Si
en 1989 fue evidente para las masas la incapacidad funcional del Estado y
del Gobierno para resolver problemas de subsistencia, fuente de una legi-
timidad “funcional”, en 1992 los militares alzados expresaron la disolución
de una fuente de legitimidad “histórica”, ideológica. Los disolución de los
nexos prácticos que permitían el desarrollo de una “aculturación anta-
gonista” con comportamientos sociales típicos portadores de una doble
racionalidad, con permanentes discrepancias entre significados reales y
significados atribuidos (Martíns, 1990), expresión de la debilidad hegemó-
nica del orden burgués, repercutieron en la capacidad integradora de la
institucionalidad militar. Los rebeldes percibieron esa doble racionalidad
en sus antagonistas internos, a través de la aceptación formal por éstos

51
La labor conspirativa de militares al interior de las Fuerzas Armadas propia a esta
tercera crisis empieza en 1982. Ver antecedentes en: Garrido, Alberto, “Notas sobre la
revolución bolivariana”, Caracas, febrero de 2003.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

de una normativa que era desvirtuada en la práctica por fines y valores


ajenos a ella. Al aceptar valores nacionales integradores tenían que per-
cibir aquella discrepancia como un conflicto entre la lealtad a los valores
patrios y la adscripción a una práctica institucional viciada.

Desde la fundación de una logia militar en 1982 hasta su constitución como


movimiento, la actividad del MBR-200 había encontrado una favorable
acogida dentro de la oficialidad joven del Ejército por su ideología boliva-
riana, su crítica a la corrupción y por el señalamiento de ilegitimidad del
régimen político nacional. Ello, unido a su orientación anti-oligárquica, al
incluir a Ezequiel Zamora como una de sus fuentes ideológicas, mostraba
su potencialidad movilizadora (Parker, 2000). No obstante, sus puntos de
vista podrían considerarse todavía enmarcados dentro de un ideario crítico
nacionalista democrático, en la medida en que sólo se limitaban a reafir-
mar ideológicamente la institución militar, criticaban el régimen político
por su efecto disolvente sobre la organización castrense, efecto similar al
que ejercía una globalización que apuntaba tanto a la pérdida de impor-
tancia de su institución como al debilitamiento de la soberanía económica
del Estado y de su capacidad para sostener los imperativos de defensa. En
ello debe verse la pérdida de significación integradora del nacionalismo
ideológico fundacional, emergente en la crisis de la Independencia, el que
redefinido durante la primera crisis histórica se proyectó hasta el inicio de
la tercera crisis en un nacionalismo burocrático, surgido del Estado, que
había concebido la nación sólo en términos de control territorial y demo-
gráfico, tanto por la debilidad hegemónica burguesa como por la inexis-
tencia de una comunidad nacional propiamente tal 52.

Si en esta matriz ideológica es difícil percibir los elementos de un ideario


populista, en el levantamiento de masas del 27 de febrero de 1989 ya se
había advertido el agotamiento del populismo como ideología compo-
nente de una práctica política clientelar de partidos, en tanto las deman-
das de la multitud apuntaron críticamente al gobierno y a los políticos,
en la medida en que el régimen no cumplía la función básica de asegurar
los mínimos de subsistencia popular. Tanto en el levantamiento de masas
como en el frustrado golpe militar rebelde existió un fondo de exigencias
de profundización democrática del Estado y del régimen político, lo que no
se confundía estrictamente con un ideario populista pues, precisamente, lo
que estaba en cuestión eran los mecanismos populistas de gestión política.
52
La hipótesis de que no existe ‘comunidad’ por el predominio de una ‘marginalidad’
psicosocial en el 80% de la población, lo que plantea la ‘nacionalidad’ como tarea a
futuro, está planteada en su significado psicológico en: Barroso, Manuel, “Autoestima del
venezolano. Democracia o marginalidad”, Editorial Galac, Caracas, 1991.

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La afirmación de profundización democrática por parte del movimiento


militar liderado por Chávez en el golpe de estado abortado en 1992, al
entroncarlo con esas pretensiones populares de redefinición de los enlaces
políticos, no lo convertía necesariamente, por tanto, en un movimiento
rebelde de carácter populista, aunque tuviera potencialidades de tal 53. De
hecho, el fracaso del golpe militar sólo había movilizado simbólicamente
demandas populares preexistentes, incorporándose su líder a los trasfon-
dos mágico-religiosos del imaginario popular y pasando a formar parte del
panteón del culto de María Lionza.

En todo caso, de los dos grandes mitos que sostuvieron el imaginario polí-
tico venezolano hasta avanzado el curso de la tercera crisis, uno de ellos
-el mito democrático- había desaparecido. Mayor persistencia revelaría el
de un control nacional estatal del sistema productivo, en parte alimentado
por una nacionalización pactada y tardía del recurso básico de exporta-
ción. Habría que esperar el paro cívico de diciembre de 2002 para verlo
resquebrajarse. Sobre la base de la preeminencia de la idea de un “control
nacional” fue posible el desarrollo de un programa de internacionalización
de la industria petrolera con la progresiva autonomización política del seg-
mento económico de la clase dirigente, la burocracia petrolera estatal 54.

El tortuoso tránsito político que llevó a las elecciones presidenciales de


1998, reveló que cualquiera estrategia de cambio que no tuviera en cuenta
la necesidad de construir un nuevo nivel de integración nacional sobre la
base de un nuevo sistema de alianzas sociales conducentes a una redefi-
nición exhaustiva del régimen político y del Estado, operaría finalmente
sobre un vacío.

En parte, tales exigencias encontraron respuesta en las nuevas dirigencias


políticas que empezaron a constituirse bajo el gobierno emergente de las
elecciones de 1998. Más allá de la desaparición del sistema de partidos y de
la clase dirigente, de la reconstrucción institucional que significó el recurso

53
No consideramos la proclamación del Frente Nacional Bolivariano, ‘A la nación vene-
zolana’, inserto en un discurso populista, como la interpreta Parker, D., op. cit., pág. 26,
sino que en uno de carácter nacionalista democrático.
54
Económicamente no habría reportado ningún beneficio tangible ni al fisco ni al
gobierno venezolano aunque sí a los socios extranjeros de PDVSA y al consumidor estado-
unidense: “Eso sí, el programa ha aumentado la capacidad de los directivos de Pdvsa para
resistir pasivamente las órdenes del gobierno, especialmente aquéllas que conciernen al
patrimonio de la empresa”, en Boué, Juan Carlos, “El programa de internacionalización
de Pdvsa: ¿triunfo estratégico o desastre fiscal?”, Rev. Venez. de Econ. y Ciencias Sociales,
2002, vol. 8, Nº 2, págs. 277-278.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

a una Asamblea Constituyente y su cierre final en la promulgación de una


nueva Constitución en 1999, el cambio más perceptible en esta “transición”
fue el estilo de liderazgo que se instauraba, más que la forma de “hacer
política”. A partir de 1994, en el tránsito de una logia militar a movimiento
político en el que se consolidó el liderazgo de Chávez cambiando la com-
posición social de los apoyos y la relación con el contexto, empieza a desa-
rrollarse el carácter populista desde un movimiento policlasista de apoyo.
Esto no resulta sorprendente ya que el nuevo liderazgo surgía también en
la periferia de la antigua clase dirigente civil y militar. En la nueva situación
histórica estaba presente, como condición para producir hechos políticos,
la experiencia populista de manejo de masas, garantía de mínimos de esta-
bilidad social, legitimidad, y de apoyo electoral. Masas disponibles para la
movilización social, muy lejos de una caracterización simple de “sujeto no
discursivo”, generaron condiciones para un nuevo liderazgo. En el ima-
ginario colectivo en el cual la masa se había representado como pueblo
diferenciado del gobierno y los políticos, uno de sus polos por primera vez
cimentaba un liderazgo personal nacional sin que mediaran maquinarias
partidistas. Autopercibiéndose como pueblo y movilizándose a través de
una cultura política populista ya histórica, era inevitable que inicialmente
se diera un liderazgo y una movilización de ese mismo estilo.

El recurso a esta forma de obtención de validez, supuesta en este nuevo


liderazgo, ocurría en un vacío de legitimidad institucional y ante la nece-
sidad de aproximación del Estado a los gobernados, condiciones históricas
que en América Latina siempre estuvieron presentes en el surgimiento
de movilizaciones populistas. Pero aquí no ocurrió con las funciones
que cumplió en las situaciones de la primera mitad del siglo XX y en los
setenta, en las que el populismo fue un recurso de legitimación en el ocaso
de órdenes oligárquicos y regímenes dictatoriales. En Venezuela fue un
medio para reconstruir un ordenamiento formalmente democrático deve-
nido en conservador y antipopular.

La magnitud del apoyo electoral sólo reflejó en parte las dimensiones de


una movilización de segmentos procedentes de todo el espectro social 55.
Si en los sectores populares Chávez se había incorporado mucho antes a
un pensamiento mágico-religioso al catalizar las esperanzas perdidas en la
crisis, en los sectores medios y altos (burocracias públicas, profesionales y

55
El nuevo líder ganó las elecciones presidenciales de 1998 con el 56,2% de los votos y en
la de julio del 2000 fue reelecto con el 59,8 %. Ver: Molina V., José E., “The presidential
and parliamentary elections of the Bolivarian revolution in Venezuela: change and conti-
nuity (1998-2000)”, Bulletin of Latin American Research, vol. 21, Nº2, 2002, págs. 223-224.

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distintas capas empresariales pequeñas y medianas) despertó, a lo menos,


expectativas totalmente desprovistas de “sentido de realidad”.

Para apreciar la “normalidad” de tales aspiraciones en el contexto histórico


que legaba el anterior régimen basta señalar que, en lo referido a “corrup-
ción”, la llamada “partidocracia” controlaba un Estado cuyos ingresos en
su 80 % provenían de la industria del petróleo y que, sin contar con todo
el personal de las Fuerzas Armadas, empleaba a 1.140.000 funcionarios, sin
existencia de mecanismos efectivos de fiscalización y con un Poder Judicial
clientelizado. Que Venezuela ocupaba la posición 117 dentro de los niveles
representados por 132 países en la calidad de condiciones educativas, según
un estudio de Naciones Unidas de 1996. Y que en materia de “seguridad”,
desde ese año al 2002, la tasa de secuestros se había elevado en 300 %,
ocupando la quinta posición entre los países más violentos del mundo, no
obstante poseer “la segunda fuerza policial per cápita en el mundo por sus
dimensiones.

Tal situación podría explicar las intenciones políticas radicales que adoptó
inicialmente el MBR-200, en la medida que se presentaba como una “orga-
nización abocada a estimular las diversas formas autónomas de expresión
de la sociedad, con el fin de hacer crecer las luchas populares”, por medio
de la reestructuración democrática de base de todos los movimientos y
organizaciones sociales, lo que autorizaría a considerarla como ‘organiza-
ción populista radical” y no como “revolucionaria”.

Los distintos sectores sociales que se movilizaron en el nuevo escenario


político, en condiciones de vacío de conducción social por ausencia de una
clase política dirigente, se articularon en las condiciones ideológicas que
les proporcionaba su propia experiencia histórica. La creencia colectiva
de que el nuevo liderazgo era adecuado para iniciar una reconstrucción
democrática, la transformación de su poder en autoridad, lo dotó de una
legitimidad que permitió articular formaciones ideológico-conceptuales y
realidades sociales heterogéneas de manera políticamente convincente. A
ello contribuyó el que los caracteres ideológicos del movimiento militar
que había impulsado al comandante Chávez no estuvieran plenamente
desarrollados.

El examen del levantamiento urbano de 1989 como el del movimiento


militar de 1992 revelan, a través de las argumentaciones de sus actores
que, menos que propósitos “revolucionarios” en su crítica económica y
política, estaba presente en ellos un claro ethos conservador de los funda-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

mentos del orden histórico nacional56. Una ‘pretensión’ revolucionaria no


determina el contenido como tal de un discurso, de un programa político
o de un proceso social. Por ello, las hipótesis que han intentado explicar el
desarrollo opositor al nuevo Gobierno como una reacción contrarrevolu-
cionaria a un proceso revolucionario poco ortodoxo, pero en marcha (Har-
neker, 2003), o que constituirían reacciones necesarias a una conducción
estratégica gobiernista de confrontación por polarización como medida
adecuada para mantener cohesionado el campo de fuerzas gubernamen-
tal, como lo sostenían todos los opositores, comparten un terreno común.

Ambas suponen que existe un proceso revolucionario en desarrollo, es


decir, ambas hipótesis adoptan el punto de vista del gobierno, aunque
políticamente se sitúen en campos opuestos: la primera, en defensa del
gobierno, y la segunda como crítica a él. El campo de la retórica política
venezolana siempre ha sido fértil en palabras, de ahí que en su historia
política el término “revolución” esté completamente desgastado 57. En rea-
lidad, toda “revolución” es despliegue de historicidad de masas sobre un
fondo de necesidad social que constriñe a la acción colectiva, a la trans-
formación de toda una estructura institucional, desde la económica hasta
la cultural. En tanto no es irrupción inorgánica de una voluntad colectiva
de transformación, comporta una “dirección” capaz de tomar decisiones
estratégicas en función de un fin definido como “revolucionario”, en
donde la relación medios/objetivos comporta una racionalidad con efectos
sociales afines a la finalidad propuesta. Esto es posible en tanto que, en
algún momento, existan ‘élites’ capaces de una elaboración política que
aspire a encauzar prácticamente el movimiento colectivo.

Desde este ángulo es dudoso que a partir del 2001, más allá de las trans-
formaciones institucionales y políticas iniciales –Asamblea Constituyente y
la Constitución de 1999- resultado del impulso de una movilización popu-
lista, haya estado presente una nueva élite revolucionaria real. El efecto
de la crisis hacia 1998 fue la desintegración de la clase dirigente histórica.
Antes que a la formación de una élite revolucionaria, se tendió a constituir
una nueva clase dirigente. El poder de las élites políticas vinculadas orgá-

56
“Parece difícil concebir propósitos ‘revolucionarios’, en términos sociológico históri-
cos, a los dos movimientos de protesta, … Un ethos conservador parece claro, en tanto
las argumentaciones de fondo del 27-F y del 4-F no alcanzaban a abarcar los cimientos del
régimen económico”. En: Torres Sánchez, J. 1997: 54.
57
Puede compartirse, por tanto, la opinión de Gustavo Tarre Briceño cuando señaló:
“Si en algún país se ha abusado de ese concepto, es en Venezuela: la Revolución Azul, la
Federal, la Liberal Restauradora, la de Octubre”, Ver: El Nacional, 11 de marzo de 2003,
edición digital.

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nicamente a la vieja clase dirigente desapareció al desintegrarse una de


sus bases de sustentación, los partidos políticos, aunque las organizaciones
corporativo-gremiales siguieron conservando su capacidad de convocato-
ria. De tales procesos de descomposición surgieron nuevas entidades polí-
ticas y nuevos liderazgos, pero difícilmente podría decirse que en ellos se
haya constituido uno o varios núcleos de liderazgo con mínimos de cohe-
sión, voluntad y capacidad teórico-política, redes de poder de sustentación
articuladas en torno a un “programa revolucionario”.

El discurso chavista de esa etapa era de tipo populista y apelaba a los anta-
gonismos, apostando a una polarización moral, ideológica y política que
permitiera aglutinar en torno a sí el descontento general hacia la institu-
cionalidad en crisis (Parker, 2000). Por tanto, el tránsito desde un “popu-
lismo de partidos” a un “liderazgo populista” que intentó rápidamente
constituirse en movimiento organizado, se dio en una coyuntura en la que
actores y movimientos sociales no evidenciaban pretensiones revoluciona-
rias, sino anhelos de reformas profundas.

La Constitución de 1999 fue el resultado de una movilización populista, en


tanto un liderazgo personal fue capaz de aglutinar distintos sectores socia-
les en torno a un objetivo de institucionalización política. En ella fueron
recogidas demandas popular-democráticas por una ciudadanía activa,
como señaló un observador: un logro propio de los estados modernos libe-
rales: la ciudadanía participativa y protagónica (...) la idea de participación
y protagonismo tiene que ver con un concepto novedoso de soberanía, dis-
tinto de aquél que dice que reside en manos del pueblo. Y por ello, según
éste, el texto jurídico intentaba promover nuevas formas de relaciones
económicas que permitieran la suficiencia económica popular.

Pero el nuevo texto constitucional se convertía al mismo tiempo en una


matriz de legitimación democrática, es decir, concitaba el consentimiento
al orden político sobre una base distinta a la de una legitimación que impli-
caba la aceptación de la autoridad de un líder. Así, pronto fue perceptible
la ambigüedad práctica que generaba un lenguaje radical, con constantes
apelaciones a la “revolución”, y las reformulaciones tecno-burocráticas,
“desarrollistas”, de la gestión del aparato civil y económico estatal. Por ello
parece ajustada la apreciación de que al año y medio “el gobierno parecía
haber consolidado un marco institucional propicio para la implementación
de su programa, contando todavía con un nivel de apoyo popular poco
común en la historia política venezolana”. No obstante, “a pesar de haber
desplazado a la élite política tradicional y mantenido a raya el peligro de
un descalabro económico, todavía no se vislumbraban medidas que afec-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

taran seriamente los intereses de las clases privilegiadas, que apuntaran a


mejorar sustancialmente las condiciones de los sectores empobrecidos o
que iniciaran los cambios estructurales prometidos por la Revolución Boli-
variana” (Parker, S/F).

Pero, más importante aún, se hizo presente la naturaleza dual del régimen
de legitimación en que descansa finalmente el “populismo” como situación
histórica en la que se han expresado políticamente las clases subalternas en
América latina. Es esa ambigüedad típica lo que explica por qué el nuevo
Gobierno fue perdiendo apoyo popular, de sectores medios y empresa-
riales. En el año 2000, el enfrentamiento del Gobierno y del MVR con los
sindicatos, debilitó aún más al MVR, reforzando la percepción de que lo
que buscaba era menos la democratización de los sindicatos, que su subor-
dinación al gobierno. Ello facilitaría la incorporación de nuevas dirigencias
sindicales a la estrategia política de oposición al Gobierno, reforzándose
esta última a lo largo del 2001 por nuevos errores de manejo de las relacio-
nes con la cúpula empresarial. En noviembre de 2001 se aprobaron 49 leyes
de reforma económica sin propiciar debates públicos con los sectores a los
que se dirigían: Así, y sin que se vislumbrara una recuperación significativa
de la influencia de los partidos de oposición, se produjeron las condiciones
para que una alianza entre las organizaciones copulares sindicales y empre-
sariales se transformaran en eje de una ofensiva política de oposición.

Parece correcta en términos de este análisis, por tanto, la apreciación


general de que el éxito de la movilización política desarrollada a partir de
la victoria electoral de 1998 llevó a las fuerzas de Gobierno a sobre-estimar
la fuerza real que se había conquistado a través de su amplio dominio de
las instituciones públicas nacionales. Pero el análisis sugiere también que
detrás de esta apreciación había una subestimación del desgaste del apoyo
social a lo largo de dos años de aplicación de un programa económico de
desarrollo que, no obstante el limitado crecimiento del año 2000, no logró
desempeños macroeconómicos satisfactorios para su sostenimiento en el
mediano plazo, sin siquiera hacerse presente intento alguno de reformas
económicas estructurales. Y una subestimación del impacto democratiza-
dor y, por tanto, de activación de demandas democráticas suscitada por
la nueva institucionalidad. En los hechos, si los cambios se dieron bajo la
condición de una movilización populista dirigida por un líder carismático,
el mismo tipo de liderazgo tendió a erosionar sus bases sociales58.
58
Esto fue percibido y conceptualizado por un observador en los siguientes términos:
“¿Hacia dónde vamos? Es la pregunta que más inquieta a la mayoría de los venezolanos.
La respuesta simple que afirma la inexistencia de algún rumbo, es decir, que estamos a
la deriva, a la merced de improvisaciones, es la que más abunda”, Sosa, Arturo, S. J., “La
lucha por un poder cosificado”, SIC, nº 638, sept-oct., 2001.

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Con todo, si lo anterior significa que en alguna medida la movilización


populista fue perdiendo su capacidad aglutinadora a partir del 2000, gene-
rándose los consiguientes problemas de gobernabilidad, lo fue más por la
naturaleza de la movilización que por el estilo de liderazgo. En efecto, por
una parte, una movilización populista confronta siempre el problema de
conciliar la tendencia de un liderazgo personal a fortalecerse como tal,
frente a la tendencia a la institucionalización que constriñe necesaria-
mente el ejercicio personalista del poder, lo que no genera la estabilidad
política necesaria para un crecimiento económico sostenido. Pero, por otra
parte, la continuidad de un régimen populista requiere de compromisos
estables distintos de aquéllos posibles de establecer en el marco de una
movilización policlasista cuyo objetivo es electoral. En el espectro de una
política “populista radical”, es decir, de procesos que en último término
remiten a interpelaciones que redefinen las demandas popular-democrá-
ticas orientando la práctica social con un objetivo de ruptura de un orden
político, es posible estructurar bloques de fuerza capaces de lograr estruc-
turaciones institucionales. Pero la estabilidad de éstas, en el supuesto de
que tales reorganizaciones lo sean en profundidad, sólo puede conse-
guirse en el largo plazo con reformas económicas que le sirvan de susten-
tación. Lo cual requiere de alianzas sociales entre distintas clases, grupos
y actores que puedan generar compromisos, garantías de estabilidad en
la estructura de poder del Estado 59. Fue notorio a lo largo del 2000 y del
2001 que, en la perspectiva de una dinámica “populista radical”, no hubo
una política de compromisos para fortalecer las posiciones gobiernistas en
el campo sindical y empresarial. El agotamiento populista y la ausencia de
una nueva dirección estratégica adecuada a las nuevas condiciones generó
un movimiento de protesta de las clases medias y altas, en el que la ausen-
cia de perspectivas políticas propias de las primeras permitió subordinarlas
al proyecto político de las segundas.

Por eso, la fase desarrollada entre diciembre de 2001 y diciembre de 2003


presenció el avance de las fuerzas orientadas precisamente a la restau-
ración, en las que un segmento de ellas era portador de un proyecto de
refundación histórica, en la línea programática del “consenso de Was-
hington”. El nuevo gobierno se había limitado a ‘gestionar’ el proceso
político dentro de la nueva institucionalidad, a partir de la implantación
de una política económica cuya aplicabilidad, si hubiera supuesto reformas
estructurales, habría requerido “dirigir” el proceso político a partir de un
59
Una “política revolucionaria” requiere de una política de compromisos tendente a la
creación de un bloque al interior de las clases subalternas capaz de disputar exitosamente
el poder a un antagonista sistémico. Distinguimos una política “radical” de una “revolu-
cionaria”.

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“programa” donde se definiera su alcance. El carácter políticamente empí-


rico y defensivo del accionar gobiernista creó las condiciones para que la
polarización se desarrollara y la Oposición construyera nuevas situaciones
políticas favorables a sus pretensiones. Esto quiere decir que la refunda-
ción del Movimiento Revolucionario Bolivariano y la decisión de organizar
los “círculos bolivarianos” planteado públicamente el 7 de mayo del 2001,
es decir, el intento de iniciar una movilización popular democrática fuera
de los marcos populistas con una dirección política central, no logró cris-
talizar, aún cuando introdujo elementos nuevos en la dinámica de masas
cuyos resultados serían aprovechados en la crisis política de abril de 2002.

No fue el desarrollo de un “proceso revolucionario”, por tanto, el que


suscitó la reacción opositora. Fue la disolución de una lógica populista
carente de sustentación económica de ésta, por el inicio de un nuevo ciclo
recesivo a fines de ese año, lo que generó un vacío político que ocupó una
movilización social de protesta con objetivos generales restauradores. De
hecho, sin un proyecto político de envergadura nacional integradora –no
se puede confundir un “proyecto” político con una “política” de puesta en
práctica de la Constitución de 1999 ni con la aplicación del Plan de Desa-
rrollo Económico y Social de la Nación para el 2001-2007- la erosión de los
fundamentos populistas retrotraía prácticamente a las fuerzas políticas de
Gobierno al papel de gestoras de un proceso que sólo en teoría –en con-
diciones ceteris paribus- habría podido conducir hacia la efectiva vigencia
de la Constitución bolivariana y cumplimiento del Plan de Desarrollo, toda
vez que la preocupación por lo económico pasara a un primer plano. Las
bases sociales de apoyo electoral se fueron diferenciando rápidamente y,
con ello, la movilización populista fue perdiendo su perfil articulador al
reducirse los contingentes de sectores medios y populares.

La lógica social contradictoria populista permite explicar el conflicto


interno dentro del bloque gobernante. Desde el mismo momento en que
Chávez había asumido la presidencia, su Ministro del Interior se había
convertido en el operador clave para la configuración de las alianzas que
permitían la gobernabilidad y en el líder de la facción moderada, contra-
puesta a los emerrevistas inclinados hacia una radicalización. Ese conflicto
llegó a su punto crítico a fines de 2001, cuando los moderados intentaron
detener la huelga del 10 de diciembre haciendo concesiones a la Oposi-
ción y Chávez, al pedir la renuncia de Luis Miquilena, inclinó el balance
de fuerzas hacia los radicales (Ellner, 2003). El giro político interno en las
fuerzas de gobierno respondió así a la decisión de enfrentar la ofensiva
sindical y empresarial que se había iniciado con el Paro nacional del 10 de
diciembre de 2001.

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La disolución del espacio social para una movilización populista, con un


liderazgo que exacerbaba las tensiones sociales producidas, generó un
“movimiento de protesta” anti-gubernamental. La ausencia de una pers-
pectiva política post populista nacional integradora se expresó en la falta
de enlaces orgánicos hacia los grupos medios y en la no organización de
masas, así como tampoco se había completado la transformación moderni-
zadora del Estado60.

Así, sobre la base del descontento real de sectores sociales variados, los
mismos actores de la “cuarta república” reorganizados, impulsaron un
movimiento de masas que culminó en el golpe militar de abril del 2002.
Se producía la protesta masiva de sectores medios y altos con capas de la
pequeña y mediana burguesía, en una movilización urbana que apenas
había logrado ocultar un movimiento conspirativo en búsqueda de una
ruptura institucional a través de la intervención militar ya desde 1999.

La descomposición del nuevo populismo, con su legado de debilidad en las


transformaciones institucionales del Estado, y la ausencia de una estrategia
económica que redefiniera la relación entre la alta burocracia petrolera y
la burguesía industrial, en ausencia de una política nacional integradora
que impulsara el proyecto de cambio sobre nuevas bases democrático-
populares, explica el resurgimiento opositor. La hipótesis del oficialismo
que descartaba la existencia de una crisis de gobernabilidad y que atribuía
el surgimiento opositor a la mera acción de los medios de comunicación y/o
a influencias externas dejaban de lado hechos importantes.

Así, en el interior de una dinámica similar en muchas experiencias histó-


ricas latinoamericanas, se pretendió cerrar el ciclo populista venezolano
con un ‘golpe de estado’, el que efectivamente se dio, pero que fracasó al
retomar el Gobierno el control político. En general, parece claro que son
los aspectos de contenido de la política económica gubernamental los que
explican la lógica social que subyace al golpe de estado del 11 de abril de
2002 (Ellner, 2003). Pero en esta hipótesis caben dudas de que el conte-
nido en sí de las 49 “leyes habilitantes” aprobadas en noviembre de 2001
concitara la oposición frontal, en último término armada, de los grupos
económicos. La opción de ruptura institucional parece haber estado pre-
sente de manera activa inmediatamente después de la aprobación de la
Constitución de 1999.

60
Al parecer sólo hubo una rearticulación clientelar que seguía siendo la base de su
ineficacia y de la desconfianza general respecto de los resultados de su actividad.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Más aún, el contenido de la leyes aprobadas a fines de 2001 no contienen


ningún cambio esencial expreso en los regímenes de propiedad jurídica ni
siquiera en aquéllas referidas al ámbito agrario, constituyendo más bien una
legislación modernizadora que acentúa el papel del Estado como inductor
e interventor económico Fueron expresivas al respecto las consideraciones
de un ex alto magistrado de la antigua Corte Suprema de Justicia, quien al
ser promulgada la Ley de Tierras, centró su crítica en los vacíos legales que
generaban inseguridad jurídica en los inversionistas y en los propietarios
de tierras. Ello estimularía la discrecionalidad de los funcionarios dentro
de un modelo económico estatal intervencionista. Sin embargo, reconocía
que lo positivo de la ley era que contemplaba la jurisdicción agraria de los
jueces a los que “les corresponderá conocer si realmente el funcionario
que acordó las medidas de incautación violó lo que llaman los límites de la
discrecionalidad y corregir ese abuso suspendiendo la medida”. Por lo que
“Habrá una congestión judicial y los tribunales no se darán abasto para
atender los innumerables reclamos por la arbitrariedad de los organismos
agrarios en materia de incautación de tierras incultas u ociosas”. El artí-
culo 25 permitiría a estos últimos “declarar fraudulentos todos los títulos,
de manera unilateral y por vía administrativa” 61.

Si cerca del 80% de la tierra en Venezuela es propiedad del Estado y en


buena parte de la superficie agrícola los títulos son de precaria legalidad,
se puede comprender la oposición de algunos sectores agrarios a la nueva
ley. Por ello, sin que se cuestionara la función de los entes estatales res-
ponsables de recuperar tierras agrícolas públicas ocupadas ilegalmente,
la crítica jurídica a la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario se dirigió a res-
guardar la capacidad de respuesta legal de los propietarios y poseedores
afectados. Dando lugar al surgimiento del expediente de la Cartas Agrarias
duramente cuestionadas por los grandes productores agrícolas posterior-
mente62.

El contenido económico crucial por su papel definitorio de los límites del


proceso de acumulación era la relación jurídica establecida entre el Estado
y la actividad petrolera. La Ley Orgánica de Hidrocarburos de 2001 como
la Ley Orgánica de Hidrocarburos Gaseosos de 1999 “establecen las bases

61
El Nacional, 25 de noviembre de 2001, entrevista a Román Duque Corredor.
62
Ello ocurrió por medio de la declaración de inconstitucionalidad por el Tribunal
Supremo de Justicia, de los artículos 89 y 90. Esto equivalía a congelar las expropiaciones
por medio de juicios que, en la experiencia venezolana, pueden prolongarse indefinida-
mente. Las expropiaciones en sí tampoco son medidas ‘revolucionarias’. Debe recordarse
que Estados Unidos impulso la expropiación de toda propiedad superior a 200 hectáreas
en Puerto Rico en la primera mitad del siglo XX, por ejemplo.

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legales de una reforma petrolera comparable en sus ambiciones y propó-


sitos a la de 1943, con la ley de Medina que unificó el régimen concesiona-
rio, o a la de 1975, con la Ley de Nacionalización” (Lander, 2002). En todo
caso, su carácter para el sector petrolero “parece ser más de reforma y
continuidad que de cambio radical”, aunque el gobierno venezolano con
esta reforma intenta contener tendencias no sólo nacionales, sino también
internacionales, contrarias al interés nacional como país exportador de
petróleo.

No parece caber duda, por tanto, de que fueron estos aspectos específicos
de la política económica del nuevo gobierno los que sirvieron de eje aglu-
tinador a los intereses internacionales y nacionales que jugaron un papel
importante en la búsqueda de salidas políticas no constitucionales, como
ha sido puesto de relieve por varios autores. Tampoco parecen convincen-
tes algunas caracterizaciones sobre su naturaleza revolucionaria. Pero, si
bien en torno a la alta burocracia petrolera estatal, segmento importante
de la clase dirigente, se articuló esa confluencia de intereses, queda claro
que el papel de ésta fue secundario en relación con el jugado en el “golpe
de Estado” del 11 de abril de 2002, por los estratos empresariales y sindica-
les que habían formado parte de la clase dirigente desplazada a partir de
1998.

En el breve período que alcanzaron a detentar el control del poder, las


nuevas autoridades no ofrecieron garantías para una configuración inte-
gradora nacional. La ausencia de un esquema político de ese tipo rompe
el consenso básico que permite hablar de “sistema político”, en la medida
en que la interacción entre los actores protagónicos ya no permite un flujo
de intercambios comunicativos portadores de una comunidad valórica. Un
“golpe de Estado”, por definición, no puede crearlo. El contragolpe por
el cual el presidente destituido fue repuesto, en cambio, permitió hacer
emerger a los únicos actores capaces de servir de ejes de integración, los
sectores populares y las Fuerza Armadas constitucionalistas, con lo cual la
derrota política sufrida por las fuerzas gubernamentales pudo ser neutra-
lizada, aunque ello no anulase el carácter mismo de la situación. El 11 de
abril marcó el punto de agotamiento de una movilización y de una política
populista en el proceso social. El contragolpe, en cambio, reveló la existen-
cia de un tipo de movilización popular democrática que había permane-
cido en el fondo histórico y que, en realidad, explica por su naturaleza las
posibilidades de radicalidad del proceso de cambios.

El hecho de que la nueva situación no cambiara la correlación de fuerzas ni


la orientación estratégica de las organizaciones gubernamentales explica

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por qué la Oposición pudo continuar su actividad política confrontacional


acentuando la crisis de gobernabilidad que reducía la iniciativa política y
la capacidad de gestión del Gobierno. El Paro del 10 de diciembre del 2001
había marcado un hito en el desarrollo del “movimiento social de pro-
testa” antigubernamental, en tanto pudo ser el punto de partida público
asociado a un proceso conspirativo que pudo desarrollarse libremente. Sin
embargo, el 2 de diciembre del 2002 al iniciarse el cuarto “paro cívico”, la
Oposición cambió el carácter de la confrontación: al fracaso del ciclo social
de protesta creador de condiciones para un “golpe de Estado”, ahora le
sucedía una modalidad de movilización de objetivo insurreccional, en el
cual masas civiles secundadas por generalizados pronunciamientos y accio-
nes militares pedirían en la calle la “renuncia o elecciones”.

La intervención militar del 11 de abril fue concebida y desarrollada como la


culminación de un movimiento masivo de protesta, cuya función era crear
las condiciones que la justificaran. El paro cívico, en cambio, fue concebido
y desarrollado como una huelga general resultado de protestas masivas,
que generaría una parálisis económica nacional y una crisis social de tal
magnitud que obligaría a intervenir a las Fuerzas Armadas como institu-
ción por vía de un pronunciamiento final poniendo fin a la crisis política.
La estrategia, fundada en la movilización de los dos actores sociales fun-
damentales, masas urbanas y militares, añadía un tercero: la burocracia
petrolera, hasta ese momento de discreta actuación política.

Forma de dinámica social compleja, de hecho en ella se combinaron la


“huelga general” nacional, la protesta de calle en su forma de “marchas”,
protesta de “piquetes” o pequeños grupos, con la utilización sistemática
del “terror” –que buscaba el sometimiento de masas por violencia sim-
bólica- a través de la acción coordinada de los “medios de comunicación
de masas”, la violencia de “acciones directas” selectivas con la finalidad
de amedrentar personas o paralizar el tráfico vial –los ‘trancazos’- y accio-
nes pre-insurreccionales como las de sabotaje a instalaciones vitales con
“liberación” de territorio del “Estado enemigo” 63. Todo ello unido a la
63
Fue el sentido de la ocupación de la Plaza Altamira tomada por los militares y civiles
de la Oposición. El sostenimiento de ese ‘terrirorio liberado’ no implicó sólo acciones
‘simbólicas’: comportó considerable financiamiento y manejo de recursos humanos, es
decir, grupos de vigilancia, de defensa, de gestión. Junto a la organización paramilitar
de ‘anillos de seguridad’ en las urbanizaciones adyacentes. La descomposición política de
estos organismos se reveló con el asesinato de dos soldados y los atentados terroristas a la
legación de España y Colombia, posteriores a la finalización del Paro, ordenados por tres
coroneles y un general. El Nacional, 17 de mayo de 2003. Posteriormente, a su principal
líder el general Medina Gómez, Estados Unidos le negó la visa de entrada por conside-
rarlo implicado en acciones terroristas. Ver Quinto Día, Nº 346, 20-27 de junio de 2003.

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búsqueda activa, abierta y encubierta, para generar la desobediencia o la


adhesión de las Fuerzas Armadas.

Pero si el éxito de un “golpe militar” radica en la capacidad técnica y polí-


tica para neutralizar focos de oposición armada y de masas, respectiva-
mente, la intervención militar exitosa de apoyo a una movilización cívica
radica en la amplitud y sostenibilidad del movimiento de masas, y en la
capacidad militar para involucrarse en su dinámica. Respecto de la primera
condición, de hecho el punto de partida del Paro del 2 de diciembre tuvo
problemas. Una semana antes de su inicio un examen periodístico indicaba
la renuencia a su aceptación por las cámaras y gremios empresariales y
representantes laborales64. Por ello la evaluación de un analista influyente
de la oposición a seis días de iniciado el Paro, parece realista: “El lunes 02-
12-02, el paro se inició con bastantes bríos. Para el martes, la emoción y la
participación habían disminuido algo. La industria petrolera no se había
parado…Visto esto, me entró un alto nivel de preocupación al pensar que,
con algún esfuerzo, el paro duraría máximo hasta el miércoles…El ataque
gobiernista a la concentración de estos últimos trabajadores habría parali-
zado la industria petrolera en reacción a esta “torpeza”.

Sin embargo, ésta habría sido una maniobra deliberada del Gobierno para
sacar provecho de un paro que se agotaba, demostrando con esa decisión
de ponerle fin, que no era él mismo el que saboteaba el proceso de nego-
ciación con la oposición iniciado antes del 2 de diciembre. Obviamente,
el supuesto de que la paralización de la industria petrolera hubiera sido
consecuencia ya de una torpeza o ya de una estratagema del gobierno, no
encuentra evidencia alguna en la cual sustentarse. Aunque confirma que el
paro en el área no petrolera había sido un fracaso desde su inicio, como lo
señaló el Gobierno, y que el eje del conflicto descansó básicamente sobre
la capacidad de paralizar los suministros de gasolina para el mercado
interno y la extracción y exportación del petróleo, como se confirmó por el
desarrollo posterior de los acontecimientos.

Retrospectivamente, entonces, habría sido correcta la apreciación del


presidente de PDVSA al señalar el fracaso del paro cívico, cuando en la
cuarta semana de diciembre anunció la normalización de los suministros
de gasolina y gas en los próximos siete días y el restablecimiento parcial

64
Estimaban inapropiados la fecha de convocatoria, la indefinición de su duración, la
ineficacia de la paralización como instrumento y el abuso de su utilización. Era dudoso
el apoyo de la totalidad del sector agropecuario y de la gran empresa, y negativo el de
la pequeña y mediana industria de Oriente, Sur-occidente y Zulia. F. Zambrano E., I..,
Torrico., Quinto Día, Nº 318, 29 nov-6 dic, 2002.

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de los envíos de crudo al exterior (Pabón, 2003). En la misma semana


observadores externos señalaron irónicamente, a su vez, que “la huelga
contra Hugo Chávez, que hoy cumple 26 días, no paralizó Venezuela, pese
a cerrar escuelas, bloquear vuelos nacionales, restringir el servicio banca-
rio o asestar un duro golpe al vital abasto de cerveza” (El paìs, 2002). En
la primera semana de enero no sólo se había retomado el control de la
empresa, sino que se iniciaba una reestructuración organizativa total con
el despido de 1.200 empleados (El país, 2003). El 26 de enero el presidente
de PDVSA anunciaba el “triunfo”, pues se había “pasado largamente de
1 millón de barriles” diarios de producción desde los 150.000 a que había
caído.

Respecto de la segunda condición, la política del Gobierno con posteriori-


dad al “golpe de Estado” en su relación con las Fuerzas Armadas, arrojaba
como resultados al inicio del paro, una situación en la que de 20 guarni-
ciones del interior del país sólo ocho le eran incondicionales, aunque la
mayoría apoyaba la aplicación de los preceptos constitucionales, favore-
ciera o no al Gobierno, figurando entre las guarniciones “constitucionalis-
tas” la de Aragua, de decisiva actuación en el “contragolpe” del 13 de abril
(Quinto Día, 2002). El Gobierno parecía tener el control total del sector
militar y de los Altos Mandos, aún cuando en éstos era precaria la presen-
cia de representantes activos del Ejército.

Esta imagen inicial no pareció corroborarse posteriormente. Hasta el día


cinco de la primera semana del Paro sólo se ofreció la noticia de la baja de
21 militares “disidentes” del Ejército y de 15 oficiales de la Guardia Nacional
(El Universal, 2002). No obstante, ese mismo día el Presidente, en una alo-
cución desde Miraflores, denunció las presiones que se ejercían sobre los
militares para que se alzaran en armas y el general Baduel, a cargo de la
guarnición de Aragua, anunciaba que en vista del desarrollo de un movi-
miento de caracteres similares a los del 11 de abril actuaría “activa o pasiva-
mente” según las circunstancias (El Universal, 2002). Evidentemente hacia
esa fecha, como se señaló en un semanario “El Gobierno espera algo”,
añadiéndose que el foco conflictivo era la Guardia Nacional de la cual se
esperaban sinergias hacia el resto de la Fuerza Armada Nacional (FAN), en
orden a obligar al Gobierno a una salida negociada a la crisis. Esto habría
obligado a aquél a movilizar contingentes de apoyo en hombres y tanques
hacia Caracas, destituyéndose de paso al Jefe del Estado Mayor Conjunto,
once generales incluidos altos oficiales de la Armada, Aviación y Guardia
Nacional (Quinto Día, 2002).

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A todas luces, la segunda semana del Paro fue decisiva en términos del
enfrentamiento en el interior de las FAN: el lunes nueve ésta aparecía con
acuartelamiento de máximo grado, tipo A. Mientras el martes la Oposi-
ción marchó frente a la base aérea de La Carlota, el jueves lo hacía frente
a la sede de la OEA y el sábado siete marchas convergían hacia el distri-
buidor capitalino de Altamira, simultáneamente en el mismo día viernes,
el gobierno norteamericano pedía adelanto de elecciones (el día anterior
había evacuado de su embajada el personal no indispensable), la Coordi-
nadora Democrática se reunía con diplomáticos y la Corte Interamericana
de Derechos Humanos planteaba la posibilidad de aplicar la Carta Demo-
crática. La OEA rechazaba suscribir la propuesta del representante del
Gobierno venezolano tendente a declararlo como víctima de una conspira-
ción. Los días 10 y 12, coroneles y tenientes de la Guardia Nacional desaca-
taban órdenes y pedían el rescate de la institucionalidad.

Sin duda, el contexto internacional y nacional presionaban a las FAN. Al


parecer un sector de la alta oficialidad del Ejército era partidario de una
salida electoral, aún cuando se declaraban constitucionalistas, pero en
el Alto Mando de la Guardia Nacional varios oficiales habían propuesto
enviar un documento en ese sentido al Presidente. Una carta atribuida a
uno de los líderes del golpe militar del 24 de febrero de 1992, Francisco
Arias Cárdenas, dirigida a Hugo Chávez pidiéndole la aceptación de una
salida electoral, permite apreciar que buena parte de esas informaciones
reflejaban una situación real cuando señalaba que: “Creo que están ocu-
rriendo cosas que precipitan todos los acontecimiento en Venezuela. Claro
que existe un plan de sectores opuestos” (Quinto Día, 2003).

El día doce de diciembre, sin embargo, el Ministro de Educación fue más


explícito al declarar que el Gobierno estaba en antecedentes de que el día
diez “era el día del golpe”, lo que recibió confirmación oficial cuatro días
después, cuando el Gobierno señaló la existencia de un plan desestabiliza-
dor para la segunda semana de Paro y llamó a sus partidarios a la defensa
de “su petróleo y la Constitución Nacional en la calle” (El Universal, 2003)

Es bastante verosímil, por tanto, la información aparecida a fines de esa


tercera semana en un documento confidencial, de fecha 10 de diciembre,
en el que Inteligencia Militar alertaba sobre la existencia de un plan con
acciones violentas selectivas y de masas, con un alto costo probable en
muertos, a ser ejecutado por una organización política de la Coordinadora
y “oficiales que estudian en las escuelas de armas y servicios, o unidades de
reserva” (Quinto Día, 2003).

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

En todo caso, el problema remitía a una confrontación interna entre las


distintas tendencias de opinión frente a la crisis. Según una información
general, la mayoría de la oficialidad del Ejército no aceptaba violaciones
de la Constitución Nacional, y en una entrevista a un periódico español el
General Baduel era taxativo en su apoyo a la Constitución y a las posiciones
de Gobierno65. La correlación finalmente favorable a este último se reflejó
en las declaraciones del 17 de diciembre del Comandante General del
Ejército, Julio García Montoya, en las cuales fijó las posiciones institucio-
nales ante la huelga petrolera con la disposición a “impedir que prospere
la apuesta por el colapso económico y social de la Nación” (El Universal,
2002). Al día siguiente se daba de baja a cinco capitanes y un subteniente
del Ejército por acciones contrarias s los reglamentos El día 19 el Coman-
dante General de Aviación, Angel Valecillos, declaraba el apego de su ins-
titución al orden legal en un mensaje televisivo y el día 20, el Comandante
General de la Guardia Nacional en un mensaje institucional, sólo convo-
caba a la reflexión de la familia venezolana, justificando la intervención en
el conflicto. Al finalizar la tercera semana del Paro, por tanto, se habían
cerrado las brechas entre los Altos Mandos de las FAN y el Gobierno. La
decisión de los primeros de intervenir con operaciones militares de manera
conjunta con representantes civiles de comunidades organizadas, en una
hipótesis de caos, estaba ligada estrechamente a las decisiones anteriores
y fueron de dominio público ya el 21 de diciembre.

No estaba equivocado, por tanto, un observador cuando en la tercera


semana señalaba: “El paro nacional entra en su fase agónica, por ahora no
se lograron los objetivos planteados. Su verdadera razón de ser se alineaba
en la llamada agenda oculta, conformada por la huelga petrolera, la para-
lización del sistema Metro de Caracas y un pronunciamiento militar que
nunca llegó” (Quinto Día, 2002).El 30 de diciembre marcó, probablemente,
el cierre simbólico de la fase de realineación de fuerzas internas en la FAN
con dos hechos: la Gaceta Oficial publicaba el nombramiento del General
García Carneiro pieza fundamental en el sector considerado chavista,
como Comandante General del Ejército, y el general más antiguo de la
Guardia Nacional, Carlos Alfonso Martínez era detenido por el Gobierno.
En el recuento de un columnista citando un “informe confidencial”, en la
primera semana del nuevo año habrían sido despedidos de PDVSA un total
de 300 altos ejecutivos, entre ellos toda la nómina mayor. El Gobierno con-

65
J. Pabón, ibidem. Otro articulista generalmente bien informado, M. Salazar, daba
cuenta de una encuesta realizada a 132 oficiales superiores y subalternos de la Guardia
Nacional concluyendo que sólo el 12 % apoyaría a la Oposición en caso de ruptura insti-
tucional. Y de una reunión de generales del Alto Mando en la que se habría rechazado la
posibilidad de ‘otra Panamá’ en un escenario de intervención extranjera.

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trolaba el 66% de los mandos militares en todo el país (de éstos sólo el 6%
estaba dispuesto a defender al Presidente), aún cuando en la población
civil sólo contaba con el apoyo del 41%.

La nueva fase del Paro ahora se iba a caracterizar por una renovada
presión de masas en las calles, por el inicio de un Paro bancario y por el
abierto llamado al Ejército a la desobediencia al Gobierno. Si desde el 3
al 31 de diciembre del 2002 hubo 44 heridos de bala y tres muertos, del
3 al 20 de enero del 2003 hubo 74 heridos de bala, tres muertos y de las
cinco “marchas” contabilizadas, en dos realizadas en Caracas, la primera,
“la gran batalla” como la tituló la misma oposición, se saldaba con dos
muertos y 80 heridos. Según un observador internacional la oposición
venezolana al presidente Chávez pedía “abiertamente” la desobediencia
a las FAN por medio de la televisión, se habían ofrecido centenares de
miles de dólares a la alta oficialidad y en editorial del vespertino ‘Tal Cual’
se compartían “los planteamientos de la jefatura de la oposición, donde
figuran personas que promueven activamente la subversión palaciega”. En
una fase agónica del paro, agotadas las bases sociales de sustentación en
la economía petrolera y no petrolera, resueltas las vacilaciones de apoyo
de las FAN al Gobierno y sin estrategia de salida clara, la oposición optaba
por un enfrentamiento callejero a todas luces sin destino. En la segunda
semana del Paro, las apreciaciones del único dirigente de la oposición que
señaló la necesidad de su suspensión para no sufrir una derrota, ya que no
se tenía una dirección única en el movimiento y no se sabía hacia dónde se
orientaba al ser los únicos actores reales enfrentados los medios de comu-
nicación y Hugo Chávez, se revelaron finalmente lúcidas. Irónicamente, la
única apreciación racional de la oposición pasó inadvertida

El problema, sin embargo, es por qué el paro continuó, si ya en la primera


semana de enero para la alta burguesía industrial era claro que estaba
agotado y debía suspenderse, en la medida en que por efecto de la para-
lización económica, las pérdidas alcanzaban más de 6.000 millones de
dólares, según cálculos de una agencia norteamericana Es probable que la
situación entre las fuerzas opositoras se acercara al cuadro trazado por un
observador internacional que apuntaba hacia el esfuerzo de conciliación
que realizaban sectores de “importantes empresarios” entre “agremiados
partidarios de levantar la huelga a cambio de acentuar la presión callejera
y quiénes, declarándose arruinados, la empujan hasta sus últimas conse-
cuencias”. Esto querría decir que la presión de masas y los enfrentamientos
callejeros, con sus consiguientes costos en muertos y heridos, no estaban
cuestionados en sí. Las opiniones de dos economistas pudieron reflejar
las posiciones de las fuerzas en conflicto dentro de la oposición cuando a

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

mediados de enero Miguel Rodríguez, ex ministro en el último gobierno


de Carlos Andrés Pérez, declaró que el Paro tenía efectos catastróficos en
la economía y que “esta estrategia de un paro indefinido es una cosa abso-
lutamente equivocada y que más bien le puede terminar haciendo el juego
al Gobierno en sus intenciones más perversas”.

En cambio, Emeterio Gómez, economista neoliberal ortodoxo de la opo-


sición, en la misma fecha declaraba la necesidad de echar manos “de
todos los recursos disponibles” frente a “un régimen que está dispuesto
a matar”, criticando fuertemente los intentos conciliatorios de Teodoro
Petkoff, Claudio Fermín y Eduardo Fernández, figuras influyentes de distin-
tos sectores de la oposición. Esta última opción sería la que predominaría
y fue formulada en términos claros: Cuando las dos opciones (continuar en
el paro o regresar al trabajo) ya no lo son porque una de ellas (el regreso),
de hecho ya no existe, el paro cívico continuará,… porque continuar la
protesta es su única opción real… Como atrás lo que hay es desolador, no
nos queda otra opción que seguir adelante.

No obstante, a juicio de un observador, al parecer partidario de la Opo-


sición, hacia esa misma fecha existían síntomas de agotamiento en los
apoyos de masas: “Las marchas son eficaces sin duda. Basta con fijarse en
la movilización lograda por la oposición en los últimos doce meses. Pero la
actual sensación de poca efectividad que se está presentando se debe al
carácter mágico que se les ha dado. No debe ser así”. Pero “Yo creo que
se ha abusado. La participación es importante pero no se puede tener a
la gente permanentemente en la calle, porque genera agotamiento, que
se observa en la disminución del caudal humano”. Una semana después,
la situación había cambiado sustancialmente pues no sólo la Conferencia
Episcopal había hecho un llamamiento a suspender la huelga, sino que
sus líderes en PDVSA habían admitido la recuperación de la capacidad de
producción de la industria con lo cual, y pese a que los principales líderes
empresariales y sindicales manifestaron el interés en radicalizarla el mismo
secretario de la CTV tuvo que aceptar su suspensión a partir del tres de
febrero, aún cuando el presidente de Gente del Petróleo aseguró que la
continuarían los trabajadores del petróleo.

Con todo, una explicación del agotamiento del ciclo de protesta por defi-
ciencias de estrategia y dirección deja de lado el papel jugado por uno
de los dos actores visibles de la oposición, los medios de comunicación de
masas y las instituciones gremiales (CTV) y empresariales (Fedecámaras).
No cabe duda de que el papel de los primeros fue fundamental en la con-
tinuidad de las tareas de agitación y propaganda, aparte del rol jugado

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en la dirección misma del Paro. Sin duda que las técnicas de “propaganda
de guerra” empleadas, íntimamente ligadas al enfoque de “guerra psico-
lógica” (El Universal, 2002), fueron efectivas en mantener una dinámica
social de masas en acciones callejeras. En un sondeo periodístico de 52
personas al azar, en dos marchas y una concentración, revelaron que en la
segunda semana de enero, la mayoría todavía creía posible la renuncia de
Chávez, habían participado frecuentemente en las movilizaciones y éstas
habían sido las primeras experiencias de lucha callejera. Es dudoso que
personas carentes de experiencia de participación en ese tipo de eventos
mantuvieran la adhesión a consignas durante un tiempo prolongado sin el
apoyo de reforzadores de comportamiento.

El coste psicosocial de esas técnicas de comunicación empleadas fue


también considerable, como fue señalado por especialistas. Uno de ellos
denunció “una campaña de terror psicológico, particularmente pre-
ocupante, hasta el punto de que se ha creado una situación de pánico
colectivo… es una estrategia muy bien diseñada y que ha tenido éxito,
porque hay gente paranoica, que se siente amenazada”. Pero el cuadro de
alteraciones psiquiátricas advertidas no sólo revelaba “pánico”, sino que
también “depresión colectiva”, “ansiedad”, y “estrés agudo”. Según este
mismo entrevistado, tal situación era anterior y sólo se había agravado
a partir del Paro Cívico “porque nadie pensó que iba a durar dos meses”
(Hernández, 2003).

Parece difícil, por tanto, desligar estos efectos del uso sistemático de la “vio-
lencia simbólica” ejercida por la televisión para generar “terror”, estado
intersubjetivo dentro del cual se pueden agrupar las alteraciones psiquiá-
tricas individuales mencionadas y que pueden ser generadas también por
“acciones de terror”, en donde tales efectos se consiguen por hechos de
“violencia espectacular” en orden a obtener sumisión, como en situaciones
posteriores a “golpes de Estado”. En el caso del uso político indiscriminado
de la violencia simbólica, tal situación de “terror” explicaría los estados de
“paranoia” colectiva en las urbanizaciones de clase media de Caracas que
culminaron en la última semana de febrero con verdaderas movilizaciones
comunitarias de defensa y preparación para una invasión armada.

Parece evidente que el agotamiento del movimiento de protesta fue una


derrota política considerable para la oposición, si se lo evalúa en términos
de sus objetivos. De hecho, la oposición no logró generar una rebelión
militar, no se produjeron alzamientos populares como consecuencia de
la semiparálisis económica, la exigencia de que el Gobierno aceptara un
compromiso para llamar a un referéndum consultivo fue considerada

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

inconstitucional por el Tribunal Supremo de Justicia y, finalmente, tuvo


que aceptar el planteamiento del Gobierno –formulado antes del Paro
mismo- de que una solución constitucional al conflicto era el convocar a un
Referéndum Revocatorio.

Pero, con todos los efectos reales que esta situación tuvo para los actores,
no es menos cierto que tales resultados deben ser sopesados en el com-
plejo cuadro de fuerzas y significados sociales en que ellos interactúan.
Probablemente las observaciones más penetrantes, pertinentes para este
análisis, fueron formuladas por un comentarista: “lo menos que puedo
pensar es que, efectivamente, existe un numerosísimo grupo de venezo-
lanos cuya voluntad política se ha colocado, de modo decidido, en franco
rechazo de las élites tradicionales…tiene convicciones profundas que ni
siquiera la adversidad económica, la ineptitud oficial y la prédica mediática
han logrado derribar…y que el paro, en lugar de debilitarlas, ha fortale-
cido sus convicciones”. Aunque la alternativa en que formuló su reflexión
remite a una hipótesis de derrota política como consecuencia de errores
de la oposición: “o el gobierno de Chávez es más sólido y consistente de lo
que creíamos…o la dirigencia opositora es más ineficiente e inexperta de
lo que algunos habíamos pensado y su sector democrático sigue pagando
con elevados intereses el error histórico de no haberse distanciado del
sector golpista”. sus conclusiones apuntan a dos percepciones relevantes:
“ambas dirigencias han sufrido el efecto de la subestimación del otro” y
“Nunca antes la sociedad estuvo tan movilizada como ahora, pero nunca
antes el país estuvo tan paralizado como hoy” (Hernández, 2003). La
primera, ligada a un problema de apreciación de actores dentro de un
imaginario político y, la segunda, que sugiere un característico balance
social de fuerzas, encuentran confirmación en algunos datos que permiten
indagar sobre significados sociales más profundos.

En un estudio de marzo de 2003 los resultados de una encuesta de opinión


señalaron que el apoyo a Chávez era de un 34%, con un rechazo de 42% y
un promedio de 22% que no se identificaba con ninguno de los dos polos.
Se trataba de una encuesta sobre mil personas de 27 centros poblados
de las diez áreas metropolitanas más grandes. Los estudios realizados en
enero y febrero indicaban un fortalecimiento de la gestión presidencial,
regresando los datos de marzo a los niveles manifestados a fines del año
anterior. A la constancia de la polarización antes y después del paro, se
unía la existencia de un 25,6% de chavistas duros –contra un 74,4% de
aquéllos que manifestaban desagrado, que se encontraban presentes
en los estratos socioeconómicos media media, media baja, popular alta,
popular baja, y marginal. Los mayores porcentajes se encontraban en

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los sectores populares y no en los considerados marginal. Pero si bien la


mayoría rechazaba el modo de hacer política, también “La mayoría tiende
a inhibirse del debate público e incluso son potenciales abstencionistas” (El
Nacional, 2003) 66.

Las limitaciones de este tipo de datos para un análisis histórico sociológico


son evidentes, aunque permiten hipótesis para una tematización de mayor
alcance: las dimensiones democráticas y nacionales no parecen ser hasta
ahora preocupaciones fundamentales para los distintos actores implicados
en el proceso de cambio desatado a partir de 1998. El primer aspecto parece
ser un resultado paradojal del “régimen democrático” instaurado a partir
de 1958, conceptualizable como debilidad de una cultura democrática
que se expresa en peculiares convicciones y procedimientos. Dentro de un
pragmatismo político histórico, el debate en torno a la “democracia” o al
“autoritarismo” parece ser puramente instrumental y explica bien por qué
algunos actores sociales apelaron a la irrupción violenta de los militares
en el proceso social, paradójicamente en defensa de valores democráticos
y civiles. Y por qué estos mismos valores aparecen para otros constante-
mente como límites de acción, más que como posibilidades de desarrollo.
La mantenida polarización estadística durante el año 2002 indica que no
hubo un rechazo al golpe de “Estado reflejado estadísticamente.

Pero la reconstitución democrática con posterioridad al paro cívico tampoco


parece reflejar una voluntad de afirmación colectiva ‘nacional’ frente a un
evento que puso a prueba el fundamento material de la ‘soberanía’ de la
nación. Es probable que un ex militar y presidente de la Asamblea Nacional
apuntara adecuadamente hacia el sentido que tuvo el desenlace de la lucha
interna de las FAN en la tercera semana del paro cuando señaló: “Ellos (la
Oposición) quieren destruir la industria petrolera y los militares dicen que
no lo van a permitir porque eso nos pertenece a todos y es parte de nuestra
soberanía. La FAN es garante del orden interno y aquí se está violentando
ese orden”. Tal afirmación probablemente cierta, señala tanto la forta-
leza de ese sentido “nacional”, como pone en evidencia su debilidad, los
estrechos límites que presenta la “nación” en el imaginario político de un
extenso sector de la antigua clase dirigente devenida en Oposición.

66
El Nacional, 30 de marzo de 2003. Realizada por A. Keller y Asociados, es sorprendente
como estos datos desautorizan la apreciación consolidada de que Chávez sólo tiene bases
sociales mayoritarias en los marginales. Pero también permiten advertir que un fuerte
movimiento crítico al Gobierno, se diferencia de la oposición política representada en la
Coordinadora Democrática.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Sólo esta última peculiaridad puede explicar que la magnitud del costo
económico del paro cívico haya sido justificada por algunos economistas,
sin recibir crítica alguna, con argumentaciones que, al comparar las pérdi-
das reales presentes con los efectos de situaciones futuras extraídas de los
contenidos de una propaganda de guerra, en la cual valores culturales y la
asunción en el presente de un pasado común compartido estaban ausen-
tes, realmente desafían la lógica económica67.

Es probable que tales apreciaciones puedan explicarse en término de


situaciones más amplias. En este trabajo se ha sostenido la hipótesis de
la tardía conformación de clases “nacionales” en la historia venezolana y
de la debilidad hegemónico-cultural de éstas. Asimismo, que tales rasgos
pueden asociarse con el persistente comportamiento de gestoras de inte-
reses externos de las élites económicas y sociales a lo largo del siglo XIX y
XX. En otros términos, las clases dominantes han tenido una débil capaci-
dad para generar “nación”, lo cual puede explicarse a partir de las bases
autoritarias de un Estado nacional tardíamente construido, cuya clase diri-
gente civil tuvo que apelar ya al populismo y a la gestión rentística, ya al
dirigismo coactivo de sus estratos militares, como mecanismos integrativos
del sistema social.

Sólo con base en tales hipótesis pueden explicarse comportamientos de


masa carentes de identificación nacional durante el transcurso del Paro,
tales como la apelación a banderas estadounidenses o llamados a la inter-
vención norteamericana en el país, los que ponen de relieve la existencia
de patrones culturales cosmopolitas muy profundos en los sectores medios
y altos.

Disuelta la movilización populista en que se transformara la alianza poli-


clasista electoral de 1998 y erosionada su legitimidad, como se puso en
evidencia desde el 10 de diciembre de 2001, el Gobierno sólo pudo basarse
en una “legitimidad democrática” respaldada por apoyos populares y de
sectores medios dentro de los marcos constitucionales que han servido

67
Es el caso de Emeterio Gómez cuando evaluó los costos contables del Paro con los
costos de oportunidad de la “destrucción radical de la sociedad venezolana”, es decir,
los costos del “totalitarismo comunista”, El Universal, 12 de enero de 2003. En este caso,
la teoria microeconómica de los costos de oportunidad es aplicada sin más al ámbito
macroeconómico, utilizando variables no económicas. Lo más importante, sin embargo,
es que se aceptan los costos del Paro como necesarios. Posteriormente todos los econo-
mistas de Oposición culparían al Gobierno de los efectos económicos del Paro. El efecto
sobre el PIB de 2003 no se ha estimado, pero el PIB trimestral del 2003 respecto al primer
trimestre del 2002 cayó en 29%.

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de eje ideológico a las Fuerzas Armadas. Fue precisamente ese respaldo


democrático y popular –distinto de un respaldo populista- el que propor-
cionó al Gobierno capacidad de convocatoria de carácter nacional, para
retomar el control de la industria petrolera y hacer fracasar el Paro Cívico.
Los problemas de gobernabilidad, por tanto, no tuvieron sustento en una
sola y abstracta “crisis de legitimidad” (Sosa, 2002) Consciente del agota-
miento de la “legitimidad populista” la oposición, en la práctica intentó
erosionar esa “legitimidad democrática” desde el interior del escenario
político, restando apoyos de sectores medios intelectuales y neutralizando
sectores populares mediante la continuidad de la campaña mediática. Y,
desde el exterior, por medio de una presión internacional que no logró
tener éxito.

Cuatro

En síntesis, la tercera crisis histórica de la sociedad venezolana se proyecta


sin resolver en el siglo XXI, planteando problemas de ‘desarrollo nacional’
que, a lo largo del siglo pasado, las dos crisis anteriores sólo enfrentaron
parcialmente. No obstante, el curso y la vía por la cual se intenta encontrar
salidas a esta crisis orgánica ponen en un primer plano reflexivo tanto
los procesos históricos que condujeron al Paro Cívico, como los proyectos
de transformación de la organización social y del modo de distribución y
producción de riqueza, presentes en los actores líderes del proceso político
desatado desde 1998.

Visto en perspectiva, la fundación de un Estado centralizado a comienzos


del siglo XX generó un Estado ‘nacional’ sólo en el sentido específico de
proyectar un poder burocrático efectivo en un territorio, por medio de la
reconstrucción de un sistema de dominación excluyente con una estructura
de poder autoritaria. Esa situación histórica condicionó la resolución de la
crisis de acumulación al tránsito de una economía agraria exportadora no
moderna a un capitalismo minero exportador, con lo que se hizo posible el
inicio de estructuración de una economía nacional en torno a un mercado
interno incipiente.

Por consiguiente, el “Estado-nacional” no se constituyó como “Estado-


nación”, dado que la existencia de un orden de coacción legítimo y
centralizado sobre poblaciones unificadas en un territorio reconocido
jurídicamente a nivel internacional, si bien define un ámbito “nacional”
de dominación y coexistencia –un “Estado nacional”- no construye, a su
vez, un espacio imaginario como modo de identificación, ni un espacio
social como modalidad integrada de convivencia. Un “Estado-nación” se

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

constituye a través de un proceso histórico más complejo que el que resulta


del éxito de la imposición por la fuerza de una forma de dominación. De
hecho, en el desarrollo histórico de Occidente en cambio, el proceso de
construcción “nacional” fue en parte resultado de la acción estatal, pero
en sus dimensiones sustantivas la “nación” fue resultado de transformacio-
nes económicas más que de acciones políticas. En este sentido, el “desarro-
llo nacional” o conformación de “Estado-nación”, estuvo estrechamente
asociado a los procesos de cambio y construcción de un orden capitalista
competitivo promovido por los procesos de industrialización. Modernidad
y nación fueron procesos históricos mutuamente implicados. En Venezuela
la formación de una economía de “enclave” moderna con una estructura
política autocrática postergó el desarrollo y convergencia de tales proce-
sos.

La segunda crisis, dio curso a la modernización e integración de la eco-


nomía al crearse las bases e iniciarse un proceso de industrialización que
amplió considerablemente el mercado interior. La democratización del
régimen político, condición para su desenvolvimiento en el largo plazo,
no alteró las bases autoritarias, no modernas, del Estado, lo que necesa-
riamente restringió el proceso de incorporación económica y social de las
clases subalternas, antes excluidas políticamente, bloqueándose el proceso
mismo de democratización. Pero, más importante aún fue la disociación
de la capacidad productiva interna del desarrollo del sector exportador,
pues al perder la modernidad sus bases endógenas en la consolidación de
un capital productivo interno y desarrollándose en el ámbito restringido
de un capital orientado exclusivamente al mercado internacional, Moder-
nidad y nación tendieron a disociarse. A ello se uniría la ruptura de esa
ecuación “nación=modernidad” en la economía internacional, en tanto su
segundo miembro, desde fines del siglo XIX, reveló la tendencia a sobre-
pasar los marcos “nacionales”, y desde la década del setenta del siglo XX
tendió a subordinar el primero a través de la “globalización”. Las transfor-
maciones capitalistas en el desarrollo nacional’ tampoco condujeron a la
construcción de un Estado-nación.

En otros términos, el curso de ambas crisis no resolvió el problema de con-


solidar la “nación”, es decir, el logro de un nivel integrador de experiencias
sociales que posibilitara márgenes políticos de negociación entre las clases
y entre los actores del cambio, generando un tejido cultural favorable para
el avance de los procesos de aprendizaje de masas en una dirección demo-
crático emancipadora. Proceso que quedó obstaculizado por un bloque
social político de poder en el cual lo decisivo fue la debilidad hegemónica
de su burguesía industrial. La existencia de clases dominantes con un débil

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sentido histórico nacional integrador desataría procesos de cambio cultu-


ral con efectos políticos conflictivos de gran alcance, cuando en el curso de
la tercera crisis discurrieran los patrones de una “cultura de consumo” sin
que simultáneamente surgieran los fundamentos estables de una “socie-
dad de mercado”.

Parece claro que la transición del orden neo-colonial a un orden burgués


capitalista industrial fue extremadamente prolongada, pues si aquél
encuentra un punto de quiebre económico a partir del surgimiento del
enclave petrolero exportador, durante la primera guerra mundial, es sólo
durante la segunda guerra mundial que se hacen presentes los elementos
claves de un nuevo orden económico competitivo. Las formas autocráticas
de poder cedieron paso a los lineamientos formales de un ordenamiento
político basado en valores liberales, aunque bajo la forma concreta de una
variante nacional-populista, a partir de la década de los sesenta.

Así, esta forma histórica de dominación surgió tardíamente dentro del


contexto latinoamericano, pero lo que es más importante, sobre un fondo
histórico de ausencia de un sistema de clases productivas nacionales. La
inexistencia de un orden oligárquico terrateniente nacional elevó a un
primer plano el papel político y gestor a las burocracias civiles y militares,
convirtiéndose éstas en actores dotados de una amplia capacidad de actua-
ción.

El control del flujo rentístico petrolero y la alianza de esta clase dirigente


con los factores de poder internacionales claves en la economía noratlán-
tica dieron un carácter heterónomo a la nueva clase que, económicamente,
se convirtió en el eje de gravitación del proceso de acumulación. No debe
olvidarse que el excedente petrolero tiene un rol económico fundamen-
tal en la acumulación interna de capital y en la articulación de ésta a un
proceso de valorización internacional. La dominación burguesa asociada
a las condiciones históricas de surgimiento de los procesos capitalistas de
transformación productiva reveló tempranamente indicios de debilidad
estructural.

La dependencia del segmento empresarial de los estratos burocráticos


estatales y políticos, ya sea por el carácter y la magnitud de la inversión
pública, volumen del crédito a disposición del sector privado y mecanismos
de acceso, ventajas arancelarias, políticas públicas de precios y salarios,
estaría siempre presente en el curso del proceso de industrialización sus-
titutiva. El proceso de formación del capital privado, la continuidad de su
acumulación, no podían generar los recursos en moneda extranjera básicos

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

para su reproducción técnica, con lo cual eran los mecanismos concretos


controlados por la burocracia política estatal los que mediaban el acceso
de la burguesía industrial a la renta petrolera. La corrupción se convirtió
así en un mecanismo de articulación interburguesa que facilitaba la reso-
lución de conflictos y los ‘partidos’ proporcionaron el espacio social para su
funcionamiento.

Serán las grandes empresas extranjeras y estatales las que posterior-


mente comandarán la construcción y desarrollo de un capital productivo
moderno68, aunque al depender el ciclo de negocios de la actividad polí-
tica, se generó un contexto favorable para nuevas capas empresariales
menos ligadas al peculado que inicialmente marcó la génesis burguesa.
En general, a la vocación rentista no moderna del hacendado cafetalero o
del dueño de hato le sucederá un empresariado orientado al lucro de corto
plazo en la coyuntura del ciclo de oportunidades abierto por el gobierno
de turno. Se trata de la vocación rentista moderna en una economía depen-
diente del ingreso petrolero donde el ethos depredador sustituye constan-
temente a la ascesis puritana del viejo espíritu capitalista, toda vez que las
políticas económicas del Estado muestran incoherencia o debilidad.

La forma de dominación burguesa se presentó, por tanto, condicionada


por el curso de las transformaciones capitalistas y por el carácter del
Estado, en el cual burocracia y tecnocracia revelarán una autonomía
relativa. En la debilidad hegemónica de la clase dominante, con su doble
aspecto de incapacidad de persuasión cultural y debilidad económica, y en
la relativa autonomía de las capas burocráticas estatales, las bases sociales
más amplias de constitución de la clase dirigente, se definirán los nexos
variables de intereses capaces de sostener las formas democráticas y el
espacio social que contendría la ‘legitimidad democrática’.

Si para fines de análisis se abstrae la mediación del Estado de la articu-


lación entre formas de dominación y transformaciones capitalistas, se
advierte que estas últimas fueron el resultado de una actividad petrolero
exportadora vinculada a una división internacional del trabajo que supone
una definida estructura de poder, lo que plantea límites a las transforma-
ciones del capitalismo nacional. Ello significa que la dominación burguesa
plantea un problema de “poder” en el cual se subsumen las posibilidades

68
En 1978, el valor de la producción de la empresas transnacionales era el 64,3 % del
valor total del sector industrial y 33,6 % el de las empresas nacionales. Por ‘empresas
transnacionales’ se entendía aquéllas en que el capital extranjero participaba con más del
20 % del capital social. Proyecto CENDES-CONICIT, 1983, “La industrialización contempo-
ránea en Venezuela”.

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de acción, de opciones políticas por tanto, implicadas tanto en la acción


burguesa como en las clases subalternas o populares, en un contexto his-
tórico donde las estructuras de ese poder nacional y sus condicionantes
económicos se “subordinan” a un “centro hegemónico” internacional
(Faletto, 1979)69, tanto económico como político.

El “desarrollo nacional” venezolano supuso nexos estructurales entre


actores que se amplían en un sistema mundial, donde burocracias estatales
y burguesías económicas son partes de una red compleja que articula múl-
tiples procesos de valorización de capital y donde otro de los actores, no
el menos importante, lo constituyen las clases subalternas. Aquí, la debi-
lidad económica burguesa es, simultáneamente, debilidad del proceso de
construcción de los sectores obreros, lo que tiene como resultante la escasa
capacidad de diferenciación de éstos en términos de subcultura de clases
y en capacidad para impulsar sus propias demandas. La relación histórica
entre cultura de clase y cultura popular es tal que la identidad popular pasó
a ser prioritaria. Es este aspecto el que situará el problema de la debilidad
hegemónica en el terreno de su dependencia de formas de consentimiento
no burguesas, de su dependencia de una ‘legitimidad populista’ resultado
específico de las formas de procesamiento de las demandas populares.

Por tanto, el “populismo” se plantea teóricamente dentro del problema


más general de la debilidad hegemónica de clases nacionales y en la
situación específica en que se procesan políticamente demandas de las
clases populares70. Por ello, es interpelación de tales demandas, es decir,
su transformación en exigencias canalizables dentro del orden político las

69
Faletto, Enzo, “La dependencia y lo nacional-popular”, Nueva Sociedad, 40, en-feb
1979. Esta situación histórica peculiar a la evolución latinoamericana constituyó un “ele-
mento explicativo” de la dinámica social, en un sentido amplio para un amplio sector
de pensamiento social en las décadas del 60 y 70. La conversión del concepto empírico
en categoría teórica, explicativa, fue característica, lo que permitió hablar generalizada-
mente de ‘teoría de la dependencia’. Aquéllos que criticaron este uso indebido, como
Fernando Henrique Cardozo, terminaron por abandonar el concepto y sus implicaciones
críticas. Entretanto, el hecho de la hegemonía internacional de los ‘centros’ sigue siendo
un dato empírico que ha relegado el problema del ‘desarrollo autónomo’ al museo de
las antigüedades.
70
Esto significa que no se considera como ‘situación’ histórica asociada a una determi-
nada etapa del desarrollo capitalista latinoamericano y se lo sitúa en el marco variable de
los intereses y relaciones concretas de poder, desvinculándolo de su consideración como
un ‘régimen’ político. Comparar ‘regímen populista’ con ‘regímen neo-populistas’ no
tiene sentido teórico y son aceptables las críticas a este último concepto de Vilas, Carlos
M., “¿Populismos reciclados o neoliberalismo a secas? El mito del ‘neopopulismo’ latino-
americano”, Rev. Venez. de Econ. y Ciencias Sociales, 2003, vol. 9, nº 3, (mayo-agosto), pp.
13-37.

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que, manteniendo su carácter antagónico potencial a los usufructuarios


de ese orden, se adaptan a la continuidad de éste. Esas interpelaciones,
provenientes de un orden en crisis, constituyen discursivamente un sujeto-
pueblo dentro de los marcos en que esa discursividad es definida por una
cultura popular. Su eficacia en la redefinición de las demandas populares
se expresa en la ampliación de las bases de consentimiento, por la intro-
ducción de una nueva forma de legitimidad que se incorpora sin eliminar
aquélla que sostiene originariamente a tal orden. Surge, por ende, una
doble legitimidad.

De acuerdo con una formulación que ha teorizado esa doble legitimidad,


en el “populismo” la legitimidad democrática coexiste con una legitimidad
populista, bajo un tipo de régimen que en teoría se basaría en el recono-
cimiento del principio y del mecanismo de representación política, ape-
lando por “exceso” a una fuente de legitimidad adicional, la del pueblo
soberano. En ambos casos se acepta que el pueblo es el origen último de
la autoridad pero, excediendo la legitimación “democrática”, el populismo
apelaría a una legitimación procedente del “pueblo” mismo. Yendo más
allá de lo procedimental, se apuntaría a que el régimen político expresa lo
popular como realidad sustancial, lo que sugiere la existencia de algo más
que un régimen de legitimidad: una situación histórica tal, que la histori-
cidad de las ‘clases’ populares se ha expresado como movimiento social en
búsqueda de una nueva identidad admisible en el marco del orden polí-
tico.

Pero si bien esta hipótesis parece fértil para explicar la situación venezo-
lana, el supuesto teórico de que tales procesos comportan un sujeto histó-
rico popular cuya identidad como “ciudadano” es ya conocida por el orden
político no parece tener asidero. El condicionamiento de la aceptación del
orden por las clases subalternas, que se establece en el populismo para
afirmar una identidad popular devenida del curso histórico y que es, final-
mente, negada por la concesión de una “ciudadanía” abstracta, conlleva
la pretensión de ir más allá de una “ciudadanía” formal. Lo que obliga a
la revisión teórica: la legitimidad populista en el caso venezolano no se ha
presentado como un “exceso” respecto de la legitimidad democrática.

No ha sido el intento de ir más allá de ésta, bajo condición de una “norma-


lidad” supuesta en la hipótesis teórica. La legitimidad populista se presenta
en una historia venezolana caracterizada por la existencia de un déficit
democrático, cuyo surgimiento ocurre a fines de la década del cincuenta
tras el colapso de la dictadura militar. Y, a la vez, por la existencia de una
‘anormalidad’ de las pretensiones y de las prácticas democráticas las que

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fueron, precisamente, distorsionadas a través de mecanismos clientelares


por el régimen político posterior a la década del sesenta71. En realidad, el
proceso político venezolano presenta a lo largo del siglo XX un déficit
democrático y una permanente debilidad ideológica en sus pretensiones
de validez.

Como se ha visto, el surgimiento de exigencias democráticas fue posible


en los años cuarenta a partir de movilizaciones populares urbanas donde
los sectores obreros jugaron un papel importante. A fines de los cincuenta,
tales demandas populares fueron redefinidas en términos “populistas”
para obtener apoyos que permitieran fundamentar pretensiones democrá-
ticas sobre bases sociales más amplias. Por ello, no sorprende que fuera una
nueva realidad popular, producto de una crisis de legitimidad democrática
a fines de los noventa, la que impulsara la coalición de fuerzas sociales que
respaldaron a una nueva dirigencia política, a partir de 1999, en sucesivos
procesos electorales exitosos, en un corto período de un modo insólito
en la historia política venezolana. Claramente, las demandas populares
han impulsado en Venezuela el proceso de democratización, siendo el
“populismo” una forma de respuesta específica, por lo que la legitimidad
populista no sólo no ha excluido la legitimidad democrática sino que ha
coexistido históricamente con ella. En otros términos, esa no ‘ciudadanía’
como hecho histórico es lo que ha impulsado la construcción de formas
democráticas. Estos aspectos teóricos son los que explican porqué durante
el Paro Cívico la voluntad de afirmación democrática no partió de los “ciu-
dadanos” aglutinados como “sociedad civil”, opuestos al Gobierno y a las
“turbas”, sino que precisamente de estas últimas.

Pero cabe también una revisión de la hipótesis teórica señalada, lo que


obliga a una revisión histórica: la exigencia de una “participación” popular
real en la dinámica social es históricamente una “demanda popular” en
América Latina. La demanda de participación político social popular no es
un sustrato que defina o agote al populismo. Debe recordarse que la crítica
neo-liberal al “populismo” histórico en América Latina identificó siempre
‘populismo’ con aceptación de “demandas populares”. A partir de lo cual
podían desecharse por espúreas tales demandas al exceder los límites de

71
Obviamente, populismo no es clientelismo. Este último, como concepto antropológico
remite a relaciones sociales de cooperación recíproca, con elementos secundarios de coer-
ción, entre actores de status desigual, que intercambian bienes y servicios de naturaleza
diversa, de acuerdo a la discusión todavía válida de Kay, Cristóbal, “Transformaciones
de las relaciones de dominación y dependencia entre terratenientes y campesinos en el
período post-colonial en Chile”, Revista de Historia de Chile, año 2, nº 6, Londres, 1982.
Estructuralmente distintos, el clientelismo es precede históricamente al populismo.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

aceptabilidad del orden político y económico. La atención de tales exce-


dentes de demandas aparecían para el orden político simplemente como
demagogia. Pero, el que demandas populares hayan sido el sustrato de la
ideología y de los movimientos populistas, y que éstos en su transforma-
ción en regímenes políticos populistas hayan fracasado en impulsar formas
políticas democráticas más avanzadas, no cuestiona dichas demandas
populares como expresión de historicidad, de voluntad de transformación,
ni tampoco las responsabiliza por esos resultados. Más aún, esto significa
que tales demandas por participación han sido democráticas y no popu-
listas en sí. Las demandas popular-democráticas han sido históricamente
fundamentales en el desarrollo político venezolano y las interpelaciones
populistas en este sentido han jugado un rol de nexo para la introducción
de un tipo específico de ‘democracia’, aunque con ello no se haya resuelto
el problema histórico de la crisis estructural de legitimidad democrática.

Es por eso que, específicamente en el contexto venezolano, el populismo


como experiencia histórica remite más bien a un fenómeno de interpre-
tación y movilización política de demandas populares en condiciones de
ausencia de tejido y prácticas democráticas, en presencia de un orden
burgués en construcción –en la década de los cuarenta- o ya de un orde-
namiento democrático en crisis. La interpelación de demandas populares
permitió movilizar masas frente a una dictadura militar en los cincuenta.
Y, en la forma de movilización populista, tales demandas democrático-
populares, redefinidas en términos populistas, sirvieron para consolidar un
ordenamiento institucional burgués.

Esto plantea el problema de la transformación de tales demandas en popu-


lismo dentro del orden político, es decir, en la disociación entre legitimi-
dad populista y legitimidad democrática. Es aquí donde se hace presente
el papel jugado por la clase dirigente civil y militar, a partir de cuya acción
pueden hacerse funcionales tanto el consenso fáctico que prescinde de la
aceptación jurídica de un determinado ordenamiento, como la validez jurí-
dica que prescinde de su aceptación fáctica. El populismo venezolano, en
los dos momentos históricos en que ha emergido como fenómeno político,
lo ha hecho a partir de escisiones en el interior de la clase dirigente, como
se advierte en el examen de las últimas dos crisis. No fue una experiencia
histórica de presentación de interpelaciones popular-democráticas” como
discurso antagónico a la ideología dominante, desplegando, por tanto,
la polaridad ‘pueblo/bloque en el poder’ (Laclau, 1978) Teóricamente, la
ideología populista no comienza allí donde los elementos popular-demo-
cráticos se presentan como opción antagónica a la ideología del bloque
dominante. Si tales interpelaciones son siempre potencialmente antagó-

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nicas –en tanto se acepta la hipótesis de un conflicto estructural pueblo/


bloque en el poder- el populismo comienza allí donde el bloque interpela
el sujeto-pueblo accediendo a esas demandas, pero neutralizando sus con-
tenidos antagónicos para todo el bloque. Los elementos popular-demo-
cráticos se presentan como ideología populista, como opción antagónica
a la ideología del bloque en el poder, para garantizar la continuidad del
bloque. Cuando esa oposición, en su antagonismo, comporta la disolución
de éste, tal ideología y practica dejan de ser populistas para convertirse en
revolucionarias. La lucha democrático-popular se convierte en lucha revo-
lucionaria y, por consiguiente, no es concebible la existencia de un popu-
lismo revolucionario72. Es una relación de fuerzas sociales y la redefinición
de las demandas populares en un ámbito ideológico lo que explica el orto
y ocaso populista. Por eso, en el desarrollo histórico venezolano han sido
las condiciones sociales en que se han desenvuelto tales demandas, las que
explican el ‘populismo’ como comportamiento de masas y como discurso
ideológico.

Por tanto, el desarrollo tardío y la debilidad económica y hegemónica


del orden de dominación burgués ha requerido de la aceptación política
y social de las clases subalternas, insertadas en el orden social en condi-
ciones de “sumisión” no moderna hasta mediados del siglo XX, aunque
el desarrollo obrero urbano introdujera profundos elementos de cambio
en su capacidad de resistencia (Brito Figueroa, 1974). La consolidación del
dominio burgués exigió formas de articulación específicas de las clases
subalternas para las que el populismo propuso la fórmula más exitosa,
en tanto permitió a éstas nuevas formas de inserción política y social en
el marco de un régimen político que admitió formas democráticas, impli-
cando simultáneamente impulsar el proceso de construcción nacional.
Desde este ángulo convendría examinar el problema de los vínculos entre
lo popular y la nación más como un problema de opciones para la acción
política popular, que como una cuestión histórico fáctica, lo cual que
requiere de una explicación teórica. Para los fines de este análisis sólo cabe
establecer que el curso de la tercera crisis ha puesto en evidencia que, pre-
cisamente, han sido las movilizaciones populares las que han definido un
sentido nacional de acción.

72
La no consideración de una dialéctica ‘interpelación’/‘demanda popular’ lleva a este
autor a plantear que “El populismo comienza en el punto en que los elementos popular-
democráticos se presentan como opción antagónica frente a la ideología del bloque
dominante. Nótese que esto no significa que el populismo sea siempre revolucionario”
(subrayado en el original). Ibidem, pág. 202. Parece clara la implicación en el texto del
carácter finalmente revolucionario de la ideología populista. Igualmente se desecha la
posibilidad teórica de un ‘populismo de clases dominadas’, en nuestra perspectiva crítica.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

El problema de transformación de las demandas popular-democráticas es


también un problema de límites dentro de los cuales opera la lógica social
del populismo. Al respecto, bajo condiciones de la hipótesis de una doble
legitimidad, es concebible una inestabilidad propia a movimientos de este
tipo, cuyas convicciones están construidas en la intersección de principios
políticos formalmente distintos, lo que exige precisamente su transforma-
ción: o la conjunción democrático-popular o una inestabilidad que, histó-
ricamente se ha cerrado generalmente por medio de golpes militares de
los oponentes.

Desde este ángulo no hay proyecto populista, en tanto propuesta política


coherente, ya que la diversidad social que expresa remite a una formula-
ción político práctica de transición que no puede articularse congruente-
mente. Y si no admite proyecto sus proposiciones no pueden articularse
en términos de un discurso revolucionario. Su lógica ambigua no logra
determinar lo específico de las oposiciones que se le enfrentan. Por eso, ni
imperialismo, en el lenguaje del siglo XX, ni oligarquía, ni revolución pasan
a ser definidos teórica y políticamente73. Se advierten así las deficiencias de
la teoría sociológica para la comprensión de este populismo, en tanto ella
se construyó a partir de supuestos históricos que no encuentran correlatos
en el devenir venezolano. La diferenciación entre ‘interpelación’ democrá-
tico-popular devenida populista y demanda popular democrática reconoce
una historia popular de la que surgen las pretensiones a acceder a empleo
urbano, a ampliación de las posibilidades de consumo y de participación
política dentro de los marcos institucionales.

No menos importante es también la comprensión de que el comportamiento


social plebeyo no puede ser caracterizado como no discursivo, supuesto de
la teoría que afirma el populismo como un ejercicio de construcción de un
sujeto-pueblo, cuya identidad surge al considerarse al Otro como fin, con lo
cual su lógica social pasa a definirse por el culto a la personalidad del líder y el
comportamiento festivo de las masas que lo apoyan. Obviando el problema
de que la identidad popular es, en América Latina, resultado de procesos
históricos complejos que antecedieron al fenómeno populista, suponer una
diferenciación entre sujeto ilustrado y sujeto popular, como actores discursi-
vos y no discursivos respectivamente, desconoce el hecho antropológico de
que la ‘palabra’ y la ‘eficacia de la palabra’ para la construcción social en esta

73
El radicalismo verbal de la ‘clase dirigente’ venezolana probablemente remite al hecho
que el dominio burgués no se construyó a partir de una ruptura revolucionaria nacional,
sino que a partir de conflictos entre clases y fracciones de ellas en su interior.

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teoría –cuya no vigencia caracterizaría a un sujeto no discursivo- tiene más


importancia en la ‘cultura popular’ que en la cultura ilustrada 74.

A su vez, la vinculación con el líder carismático supuesta en la relación


populista así definida, subsume procesos distintos: en el fenómeno del
liderazgo el vínculo psicológico de identificación entre masa/líder –situa-
ción que claramente se dio en el liderazgo de Juan Vicente Gómez cuando
éste se presentaba para sus seguidores, particularmente militares, como un
padre bajo la designación de Benemérito- y la relación político-ideológica
populista en la que el líder juega roles socialmente más complejos. La iden-
tidad entre ambos procesos probablemente pasa por la asunción de que
las masas o los sectores populares revelarían un comportamiento cruda-
mente consumista. El líder sólo conserva su rol en la medida en que como
padre cumple su papel de proveedor, de lo que derivaría la tendencia a la
consideración de una conducta económica de corto plazo tanto en el líder
como en sus seguidores. El examen actual de la historia de las clases subal-
ternas revela que un comportamiento social puramente emocional y con-
sumista no da cuenta de la acción histórica popular75. Si el sujeto-pueblo
no se constituye sólo en presencia del líder, su liderazgo no se valida tan
solo en la comunidad afectiva con sus seguidores.

Por tanto, el curso de la tercera crisis pone de relieve, la confluencia de


la debilidad hegemónica con la debilidad económica de la dominación
burguesa, en el curso de un desarrollo nacional en el cual la fortaleza de
los procesos de transformación capitalista presentes en la segunda crisis
–la posibilidad de transformar la renta petrolera en capital productivo– se
han convertido en debilidad, en condiciones históricas en que las bases
técnicas de la acumulación de capital son afectadas por una revolución
tecnológica mundial sin precedentes y en que la renta petrolera tiende a
disminuir. La continuidad de tales transformaciones capitalistas y la conso-

74
En el ámbito de la ‘cultura popular’ venezolana el valor social dado a la ‘palabra
empeñada’ si bien perdió vigencia a lo largo del siglo XX, mantiene el carácter ‘sagrado’
de la palabra en la ‘oración’ a la cual se dota de eficacia simbólica en los rituales del ‘rezo’,
ampliamente difundidos en Venezuela y parte de Colombia. Ver: Alruiz de T., María,
“Rezos y rezanderos en el Táchira”, BATT, 103, Caracas, 1992.
75
Los ‘pobres’ no se han constituido como ‘clase’ sólo a partir de la salarización, sino
que han revelado “correlativa capacidad para construir tejidos económicos, sociales y cul-
turales alternativos a los del sistema dominante” y ello permitió movimientos sociales de
protagonismo “fácilmente politizable en una línea de oposición, cambio, o insurrección”,
Salazar, Gabriel, “Empresariado popular e industrialización: la guerrilla de los mercaderes
(Chile, 1830-1885)”, Proposiciones, 20, Ediciones Sur, Santiago, 1991. Aunque no existe
investigación a partir de estos enfoques en Venezuela, observaciones dispersas indicarían
similar vocación ‘productivista’ popular.

300

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

lidación nacional plantean ahora el problema del cambio de los supuestos


con los que se dio tal continuidad.

Cumplido ya el proceso de integración horizontal de los intereses de las


clases burguesas, a nivel de un mercado interno nacional y en términos
de una común condición social76, la resolución de la tercera crisis exigiría
una integración vertical, económica y cultural de las clases populares, con
una redefinición de la autonomía de las burocracias civiles y militares y,
por tanto, de la naturaleza y funciones del Estado. Simultáneamente, se
plantea la exigencia de negociar o aceptar la imposición de los intereses
de una burguesía financiera industrial, nacional y transnacional, en una
‘comunidad’ nacional en trance de consolidación. La apertura a esta nueva
situación histórica plantea un problema de integración nacional, no un
problema de clase o de crisis del poder burgués -por más que en éste no
exista un movimiento consistentemente sostenido en dirección a consoli-
dar un ordenamiento democrático- puesto que los segmentos jacobinos
de derecha apoyaron un golpe militar y las clases medias radicales que
impulsan el actual proceso de cambio en una alianza social con sectores
populares, no logran todavía imponer reformas económicas y sociales que
consoliden los objetivos de la Constitución de 1999 dentro de marcos socia-
les avanzados, es decir, post-populistas.

Por la índole de sus significados tales procesos conforman menos que una
revolución nacional un proceso de refundación nacional, en la medida
en que tales tareas, ligadas a realineamientos en la estructura de clases,
ponen también en un primer plano conflictos propios a la reconstrucción
de una nueva clase dirigente venezolana. Ésta se estructuró en estratos
civiles y militares básicos en la construcción del Estado, en el curso del siglo
XX, de tal modo que el cierre de la primera crisis fue posible por la confor-
mación de un estrato militar nacional. El estrato civil se articulará nacio-
nalmente sólo bajo el régimen democrático posterior a 1958. El desarrollo
social posterior hasta la década de los ochenta será posible por la unidad

76
Estrictamente no hay una ‘clase terrateniente’ sino burguesías agrarias de diferente
inclinación productiva, de las cuales un segmento revela sólo vocación especulativa en
tanto se dedica, por ejemplo, a ‘engordar’ terrenos. Asimismo, al interior de la burguesía
financiero-industrial algunos segmentos revelarían un ethos especulativo-depredador, lo
que autorizaría a pensar en una actuación ‘oligárquica’. A esto probablemente apunta
la observación de Domingo A. Rangel cuando señala que: “El problema hoy para la bur-
guesía es que no hay en Venezuela fuerzas, instituciones o cimientos políticos o sociales
para asentar un régimen estable en la derecha”. Por ello “se vio obligada a apelar a Carlos
Ortega y Carlos Fernández”. Es decir, a representantes de la vieja clase dirigente. Ver
Quinto Día, Nº 341, 16-23 de mayo de 2003.

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de ambos estratos, aunque a partir de la década de los ochenta tendió a


autonomizarse el segmento burocrático petrolero como parte del curso
de desenvolvimiento de la tercera crisis, en la que la alta burguesía finan-
ciero industrial buscó redefinir el papel del Estado para facilitar su acceso
al excedente petrolero. Pero si en la primera y segunda crisis el proceso de
construcción nacional había sido posible por la alianza populista entre los
estratos civiles de la clase dirigente y las clases populares, en la tercera, la
continuidad del orden político sólo ha sido posible por la redefinición de
los vínculos entre el estrato militar y las clases subalternas.

La debilidad hegemónica de la burguesía nacional y el papel fundamental


de la clase dirigente en la administración del Estado y en la dinámica de la
acumulación, indicarían que los procesos de refundación nacional avanzan
hacia una nueva forma de Estado y un nuevo régimen de acumulación, a
partir de un orden político que a lo largo del siglo XX no logró integrar
socialmente a las clases subalternas, ni constituir una clase burguesa sobre
la base de un desarrollo productivo interno independiente de la actuación
económica estatal. Las clases populares han estado articuladas clientelísti-
camente al Estado y las clases burguesas parasitariamente. Así, un proceso
refundacional como el actualmente en curso parece poner en primer plano
los problemas de reconstitución de una clase productiva nacional, ya sea
sobre la base de mantener accesos privilegiados al segmento decisivo del
proceso de acumulación, la industria petrolera, ya sea sobre la base de su
control nacional. El carácter ‘oligárquico’ del funcionamiento de algunos
sectores del capital remitiría a un intento político de ampliación por vías
no productivas, a través del control directo de los mecanismos de genera-
ción y distribución del excedente petrolero. Así se pondría en un primer
plano, como cuestión de reafirmación nacional, los problemas de control
de su acción depredadora interna77.

Desde esta perspectiva, parecería claro que los procesos sociales y de


cambio institucional-políticos desatados son los mas importantes ocurri-
dos durante el siglo XX. Y que, desde 1998 hasta el paro cívico, ningún
actor político ha podido desentenderse de las exigencias refundacionales
planteadas en los niveles del Estado, de la nación y de la acumulación.

77
Esa fracción de capital de orientación a-nacional, es decir, que concentra el poder
económico y político con finalidades privadas independientes de los de la nación a través
de privilegios legales y extralegales, parece distinta al capital transnacional y a la élite
de la burocracia petrolera desarrollada dentro de los marcos de una cultura corporativa
transnacional. Dentro de la conjunción de intereses de tales sectores, una ‘oligarquía’, los
sectores transnacionales financiero industriales parecen haber tenido una participación
contradictoria y poco visible.

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

Estrictamente, condiciones democrático-participativas como las supuestas


en la Constitución de 1999, sólo son posibles de alcanzar a través de pro-
cesos cuyas exigencias y tareas se desprenden de condiciones creadas por
el propio curso histórico venezolano. En ese sentido, el actual gobierno
sólo ha demostrado en la práctica la necesidad de desarrollar tales tareas
y ha creado condiciones institucionales jurídicas para iniciarlas, dentro de
un tiempo histórico en que se han desarrollado un ciclo o movimiento de
protesta colectivo, un golpe y contragolpe militar que culminaron en un
intento de insurrección urbana 78. En todo caso, el desenlace del paro cívico
cerró un ciclo político y económico en el cual la clase dirigente desplazada
a partir de 1998 colapsó sin posibilidades de retorno, y se agotaron las
posibilidades funcionales del populismo retomando el Estado el control
político de una fracción clave del excedente económico.

El problema central que enfrentaría ahora la sociedad venezolana sería


así, una cuestión de integración nacional en una economía capitalista
bajo exigencias de diferenciación productiva interna y de cambios en su
estructura exportadora, para una crecimiento sostenible en el largo plazo
en una economía internacional en transformación, en las condiciones
que se crean en un sistema mundial que, a mediados de la década de los
noventa entró en una fase A, de expansión, de una onda larga Kondra-
tieff de acumulación y que desde los setenta tiene en curso un proceso
de globalización (Martins, 2000). Pero el problema de consolidación de
un orden nacional es, teóricamente, de construcción de un espacio social
y cultural de entendimiento que posibilite la articulación de las clases en
una totalidad capaz de proyectarse hacia una forma de Estado, es decir, de
hegemonía, u obtención de un consenso activo de los dominados por una
dirección política capaz de establecer un orden moral e intelectual afín a
los nuevos valores. Presupone, por una parte, compromisos de equilibrio o
de coexistencia entre dirigentes y dirigidos a través de una acción histórica
creativa de los primeros que, si en lo fundamental descansa en un hecho
económico de predominio, también comporta una cultura, una forma de
persuasión ético-política (Gramsci, 1962). Por otra parte, comporta procesos
de cooptación, de socialización, de educación, todos los cuales contribuyen
a la disolución de estructuras culturales internas, las que por su arcaísmo
se constituyen en obstáculos para la redefinición de procesos de identi-

78
Esto no significa desconocer la magnitud de las transformaciones sociales operadas,
las cuales parecen apuntar a cambios en la capacidad de auto-representación de muchos
sectores de las clases subalternas y de actuación organizada en función de sus intereses.
Lo que tiene enorme significado para construir una institucionalidad social más amplia.
En las clases medias urbanas de oposición las movilizaciones han constituido ejercicios
colectivos de organización ciudadana.

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dad colectivos capaces de admitir la dinámica del cambio social continuo.


Se advierte así que la incapacidad para construir nación como resultado
de esa debilidad hegemónica burguesa y de su debilidad económica, es
también incapacidad endógena de ese segmento social para reproducirse y
ampliarse en el marco de las transformaciones capitalistas internacionales,
aunque ello no impidió el fortalecimiento y ampliación de una economía
estatal como base de sustentación de un orden capitalista interno.

La hegemonía, como construcción de un orden social sobre la base de


valores compartidos en un modo de vida y pensamiento, o consenso, es
en parte resultado de una acción persuasiva e involucra la aceptación de
valores democráticos para dirimir los conflictos y organizar la convivencia.
Sin embargo, la hegemonía dentro de un horizonte civilizacional burgués,
como “formación de una voluntad nacional popular”, incluye también
contradictoriamente la coacción directa, la corrupción y aún el terror,
como mecanismos históricos de imposición. Las formas políticas democráti-
cas, por tanto, si han sido necesarias por su espectro valórico para admitir
el consenso no por ello han sido indispensables históricamente para la
modernidad.

Si lo característico en el decurso venezolano del siglo XX ha sido la existen-


cia de esta pluralidad de formas de dominación, la magnitud de la corrup-
ción ha sido el punto central de la debilidad hegemónica. En este aspecto,
las formas de esta dominación burguesa encuentran sus vínculos históricos
en los rasgos concretos de la transformación capitalista. Al ser la circulación
interna del excedente petrolero mediatizada por el Estado la clave de la
acumulación de capital, éste condicionó la formación de capital para inver-
sión: ya generando condiciones para la inversión privada -aprovechadas
por el comercio importador y la especulación urbana- ya directamente, vía
fondos públicos (Rangel, 1977). Y, aunque no se dispone de información
completa sobre el origen y desarrollo social de estas capas empresariales,
como ya se ha señalado, no fue este el contexto histórico inicial capaz de
de generar una bourgoise conquerant de grandes hombres de negocios o
de capitanes de industria, sino el más modesto donde la innovación tec-
nológica audaz se reemplazó por el talento importador, y la capacidad
organizativa para impulsar proyectos imaginativos por la habilidad para
combinar mano de obra barata, gerencia y tecnologías importadas, con
gestores políticos para acceder al crédito estatal.

La argumentación anterior permite sostener la hipótesis de que no ha sido


el desarrollo estatal petrolero el que ha frenado la acumulación de capital
productivo privado, sino que han sido las condiciones históricas de cons-

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

titución nacional de las clases dominantes y la configuración de sus clases


dirigentes. La debilidad hegemónica del orden burgués venezolano ha
sido un resultado de la debilidad de las transformaciones capitalistas y ello
ha tenido como consecuencia las dificultades de asociación entre capita-
lismo y democracia, entre Estado y nación y entre nación y sociedad civil, o
configuración esta última que articula a los que participan en condiciones
dominantes dentro de un orden social competitivo.

Desde esta perspectiva es posible comprender los procesos que culmina-


ron parcialmente en el Paro Cívico como un conflicto entre tendencias con-
tradictorias en curso, que aspiraron a resolver ese problema central a partir
de visiones e intereses distintos, aún cuando en la superficie se presentaran
bajo la dialéctica del pensamiento concreto: chavistas versus antichavistas.
Situando el análisis en las formas de dominación, podría considerarse que
tales tendencias se orientaban, y podrían seguir orientándose todavía,
primero, al fortalecimiento de los componentes despóticos históricos,
privilegiando el consenso burgués sobre un consenso nacional, con los
consiguientes efectos autoritarios y de exclusión social. Un proceso refun-
dacional dentro de esta vía implicaría tendencias a la disociación entre
capitalismo y democracia, entre sociedad civil y nación, con lo cual aumen-
tarían las tensiones entre Estado y nación con los consiguientes efectos de
resistencia institucional a las demandas igualitarias y participacionistas
democrático-populares. Y segundo, al fortalecimiento de los componentes
democráticos también históricos. Sobre la base de un capitalismo democrá-
tico y la preeminencia de un consenso nacional sobre un consenso particu-
larista burgués, podría darse curso al fortalecimiento de procesos nacional
populares de inclusión social y de reintegración de la sociedad civil en un
orden nacional.

Parecería claro que desde el ángulo de las transformaciones capitalistas


las orientaciones señaladas son admisibles históricamente, en tanto sea
posible distinguir formas históricas de capitalismos autoritarios y demo-
cráticos. En la medida en que las transformaciones capitalistas no admiten
teóricamente la inexistencia de relaciones con el Estado, puesto que no
es concebible una configuración económica basada en el capital sin una
estructura de orden no económico que la haga factible –las denominadas
economías de mercado sólo son abstracciones ideológicas- parece claro
que las dichas orientaciones puedan referirse en ese aspecto a las distintas
prioridades asignadas al Estado y al mercado dentro del orden económico
capitalista.

305

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Una opción despótica, basada predominantemente en un orden que pri-


vilegie el mercado sobre el orden social, un capitalismo salvaje, parece
tener pocas probabilidades de conseguir un nivel de integración nacional
viable en las condiciones históricas generadas por la tercera crisis. Tampoco
parece concebible una opción democrática basada en un predominio eco-
nómico del Estado que prescinda del desarrollo del capital privado, por la
debilidad del desarrollo burocrático estatal, históricamente paralelo a la
debilidad del desarrollo productivo del capital privado79.

La posibilidad de un proceso de transformación que potencie la acumula-


ción bajo una forma de capitalismo de Estado, sobre la base de una movi-
lización social democrático-popular, sólo ha surgido de manera imprecisa
como producto del agotamiento de un modelo de relación de poder entre
clase dirigente con élites económicas internas y externas –expresión de esa
tercera crisis histórica- y una crisis latinoamericana que, en el contexto de
una economía mundial en transformación, presencia el desgaste de una
estrategia política continental a partir del Consenso de Washington. Tran-
sita, por tanto, en el filo de la navaja de una pugna mundial de fuerzas por
el control de los recursos petroleros y un proyecto en curso de consolida-
ción hegemónica mundial de Estado Unidos.

Desde este ángulo conviene apuntar que la persistencia de las ilusiones


de progreso, ilusiones de armonía y de revolución dentro del imaginario
social venezolano, parece estar vinculada a la creencia en un desarrollo
nacional autónomo más deseable que real. Desplegada tal creencia en la
autonomía desde el marco de “una ideología central del sistema-mundo
capitalista desde fines del siglo XVIII”, no abandona el supuesto de la
modernidad: la posibilidad del progreso como resultado de la acción racio-
nal de los Estados-nación en el interior de cada sociedad “a través de un
control conciente, soberano y libre de su destino histórico” (Grosfoguel,

79
Esto dice relación con la incapacidad del tejido institucional para asimilar la raciona-
lidad técnica. La élite empresarial petrolera –que se autoconsideraba de origen merito-
crático y la más eficiente de la administración nacional- funcionó hasta el Paro Cívico con
un exceso de personal de tal magnitud que aún el despido del 45 % del personal total
permitió recuperar la capacidad operativa de las empresas en un mínimo de tiempo. Ese
personal, sin embargo, estaba técnicamente capacitado y era eficiente. Admitir que ese
porcentaje en la restante administración pública –exceptuando las burocracias militares y
universitarias en una hipótesis optimista- esté capacitado y tenga los niveles de eficiencia
del sector petrolero es claramente una hipótesis demasiado optimista. El ejemplo pone
de relieve que la incapacidad para asimilar racionalidad técnica es también carencia de
racionalidad política de largo plazo, en tanto se desaprovechan cuadros científicos y téc-
nicos. El problema es el deficiente control político de la burocracia estatal históricamente
realizado por medio de mecanismos clientelísticos, no modernos.

306

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

2003). Esta “ilusión de un desarrollo autónomo nacional”, sin embargo, ha


coexistido con una histórica subordinación económica a distintos centros
hegemónicos internacionales. No parece posible, por tanto, desechar del
análisis tal ilusión puesto que es intersubjetivamente real. En verdad, ella
remite a la autoconcesión de márgenes de libertad por los actores sociales,
como condiciones mismas de una acción histórica en constante proceso
de transformación. Tal posibilidad de libertad frente a los condicionantes
históricos subyace a la noción gubernamental de revolución. No se está
aquí en presencia de proyecto, sino de ideología capaz de proporcionar
capacidad de movilización y de recuperación de una identidad anclada en
la ideología nacional de fundación republicana. Y que apela a esa legitimi-
dad histórica movilizando al pueblo, la gente, en un intento de reafirmar
la nación, la patria, y de refundar el Estado sobre la base de una real parti-
cipación popular. Un proceso refundacional con una ideología de preten-
siones revolucionarias, por tanto.

Si es dudoso caracterizar el chavismo como proyecto revolucionario desde


esta óptica interpretativa, no es menos cierto que dentro de una socie-
dad que a lo largo del siglo XX no pudo construir un Estado integrado y
eficaz como maquinaria administrativa, ni un ámbito de nación con una
articulación capaz de dar mínimos de unificación a una cultura popular
y a una cultura ilustrada, ni un proceso de acumulación distinto al de la
mera exportación de crudo petrolero, toda intención –ya no proyecto- de
dar eficacia a centros de poder endógeno para dar forma real a nación,
Estado y acumulación nacional era y sigue siendo disruptiva en grado
sumo para la continuidad de fuerzas económicas sin bases ni pretensiones
históricas nacionales, revolucionaria por tanto dentro de este contexto
histórico ideológico específico. Cualquier intención de controlar el sector
petrolero con objetivos de desarrollo nacional tiene efectos sustantivos
sobre la viabilidad de grupos e intereses nacionales e internacionales en
una economía virtualmente monoproductora, donde la empresa petro-
lera hasta diciembre del 2002 era un enclave política y organizativamente
independiente del Estado venezolano. Más todavía cuando esa intención,
ideológicamente revolucionaria, subyace ahora al control político real que
el Gobierno tiene de esa industria después del Paro Cívico.

Se advierten, finalmente, los límites y posibilidades de este populismo. En


la perspectiva que se desprende de las hipótesis históricas y sociológicas
expuestas, la experiencia populista del chavismo luce agotada. Carente de
capacidad articuladora de intereses sociales más allá del núcleo social que
lo apoya –segmentos populares urbanos y agrarios heterogéneos, elemen-
tos de pequeña y mediana burguesía junto a estratos burocráticos civiles

307

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Jaime Torres Sánchez

y militares, reducidas fracciones de clase media- perdió su capacidad social


movilizadora más vasta, estrechando las capacidades de un liderazgo caris-
mático. Tal situación es anterior al paro cívico y encuentra su confirmación
precisamente a partir del examen de declaraciones del Jefe de Estado. Si
un movimiento populista es movilización de sectores populares a partir de
una radicalización de sectores medios, como se ha sostenido teóricamente,
el arco que describe su agotamiento está conceptualizado claramente por
aquél. A mediados de 2002 señaló que “El gobierno arrancó más bien con
una gran apertura, no fue un gobierno que llegó cerrándose”. No obs-
tante reconoció que “Desde entonces venimos haciendo esfuerzos por
aglutinar a esos sectores [clases medias], pero no hemos sido muy exitosos
y necesitamos serlo” (Harnecker, 2003). Esto indica que como movimiento
integrador el chavismo no ha logrado cumplir su objetivo, pese a que se
declaró que “La reivindicación de la esencia de la nación… es un logro
revolucionario… Aquí se recuperó el “nosotros somos”, porque había un
individualismo aterrador, una frialdad colectiva.

En la existencia de un liderazgo carismático ha radicado precisamente el


punto de entronque histórico entre el chavismo y los populismos latinoa-
mericanos de la primera mitad del siglo XX, compartiendo con ellos un
discurso antiliberal ahora renovado, aunque dentro de una tradición polí-
tica venezolana básicamente pragmática. Su percepción de una actuación
como jefe sin estado mayor, justificada porque “estamos en una dinámica
arrolladora y todo esto genera dificultades propias, rotación de personas.
Algunos me critican, lo sé, por los cambios permanentes que hago, pero
es que a veces tenemos que avanzar por ensayo y error” (Harnecker, 2003)
pone de relieve un estilo de dirección en donde el personalismo, la impro-
visación y el corto plazo han sido rasgos permanentes de las direcciones
políticas y no políticas venezolanas. Con todo, si como liderazgo carismá-
tico nacional ha sido éste, tal vez, el más importante que hayan producido
las tres crisis y, dentro de ellas, con caracteres únicos, no menos cierto es
que se presenta como un resultado también de un pragmatismo carac-
terístico en la historia de la clase dirigente venezolana. La recepción del
marxismo por la temprana socialdemocracia de la década de los cuarenta,
a partir del positivismo intelectual gomecista, y su posterior derivación a
un cosmopolitismo intelectual afín a la globalización cultural, tiene como
sustento dentro de la cultura ilustrada un pensamiento social pragmático
de fuerte influencia norteamericana en sus sectores medios. Aquí, la reduc-
ción del pensamiento a hábitos de acción conlleva el supuesto de que el
conocimiento es puramente fenoménico, teniendo la conciencia sólo un
rol pasivo en las formas del conocer. Desde este ángulo, la perspectiva de
abandonar el modelo de un capitalismo salvaje, no parece ser un cálculo

308

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Venezuela: Horizonte democrático en el siglo XXI

intelectual político elaborado, sino que parece más bien vinculado a una
apreciación nacionalista práctica. Una opción de organización económica
del tipo resultante de la aplicación ortodoxa de las reformas estructurales
propiciadas por el Fondo Monetario Internacional en las últimas décadas
del siglo XX, convertirían a Venezuela en un protectorado económico de
transnacionales petroleras sólo viable en condiciones de una autocracia
política.

Pero que el populismo chavista esté agotado como forma de movilización


no significa que esté agotado políticamente, ya como Gobierno ya como
movimiento político proyectado al futuro. A diferencia de los populismos
clásicos, el ‘chavismo’ tiene un componente de movilización popular que
converge con un radicalismo militar que no es tan sólo el resultado de
un liderazgo carismático, como se ha visto, sino que de las condiciones
de desarrollo de la tercera crisis. En condiciones ideológicas post populis-
tas, un movimiento populista admitiría su transformación en movimiento
popular-democrático –de hecho esa es la tendencia perceptible de manera
muy incipiente e inorgánica dentro del tejido social en la situación post
paro cívico- lo que puede implicar inclusive la coexistencia de esos dos tipos
de movilización de masas. Pero el tránsito hacia un movimiento de masas
revolucionario no es concebible dentro de una lógica de transformación
populista, y tampoco puede comprenderse como proceso simple de evo-
lución de un movimiento popular. La complejidad de ese curso vincula a
una voluntad de poder los niveles de aprendizaje de masas, organización
política de los segmentos dirigentes, capacidad intelectual de éstos para
comprender y prever situaciones actuales y posibles, condiciones externas
dentro de las cuales se desarrollan los procesos nacionales. Los caminos de
la historia, como los de la ciencia, no son una ‘vía real’: no son para tránsi-
tos fáciles.

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LOS AUTORES

Alexis Romero Salazar


Sociólogo venezolano con maestría (Universidad del Zulia) y doctorado
en Sociología del Desarrollo (CENDES, Universidad Central de Venezuela).
Profesor titular e investigador del Instituto de Criminología de la Universi-
dad del Zulia en Maracaibo, Director de la línea de investigación sobre vio-
lencia y coordinador del programa asociativo UCV/LACSO/LUZ “Violencia
urbana y justicia penal en Venezuela” y del programa “Las respuestas de
la población a la violencia delictiva”. Autor de los libros: “El Nuevo Rostro
del Autoritarismo”, “Los Rigores de la Urgencia” y “La Sociología Venezo-
lana Hoy”. Edita con María Cristina Para Espacio Abierto, Cuaderno Vene-
zolano de Sociología; es miembro del Consejo Académico y Editorial de
Insumisos Latinoamericanos y asesor de varias revistas nacionales e inter-
nacionales. Secretario ejecutivo de la Asociación Venezolana de Sociología
(AVS); Presidente de la Sociedad Zuliana de Sociología (SZS); Investigador
acreditado -con el número 65- en el PPI, nivel IV.
romeros@cantv.net

Álvaro Márquez-Fernández
Profesor Titular de la Escuela de Filosofía de la Universidad del Zulia,
Maracaibo) Venezuela. D.E.A y Doctor en Filosofía (Universidad de París I.
Panthéon-Sorbonne), Diplomado en Filosofía para Niñ@s (España). Inves-
tigador responsable del proyecto “Red internacional de investigación y
documentación sobre Filosofía Iberoamericana y del Caribe”, Línea de
investigación: Filosofía intercultural latinoamericana, Pragmática comuni-
cativa, Teoría Crítica, Filosofía para niñ@s. Director de la revista Utopía y
Praxis Latinoamericana. Co-editor del Portal Brasileiro de Filosofia e Filoso-
fia da Educação (Brasil), Profesor e investigador de la Maestría en Gerencia
Pública y Doctorado en Ciencias Sociales (UCV-LUZ) y Maestría en Filosofía
y Doctorado en Ciencias Humanas (LUZ), Asesor de varias revista nacio-
nales e internacionales. Investigador acreditado por el PPI. Ha publicado
numerosos artículos en revista nacionales e internacionales, de reciente
data son: “Globalização neoliberal e filosofía intercultural”, en Antonio
Sidekum (ed): Etica como filosofia e Teologia Primeira (Brasil); “Entre los
sujetos históricos y el espacio público. Un escenario para las alternativas
antihegemónicas de la ciudadanía popular”, en Jorge Lora Cam y Robin-
son Salazar (eds): Sujetos y alternativas contrahegemónicas en el espacio
andino amazónico (México); “Golpe na Venezuela”, en Política&Ciencias

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Sociais. (Dossier especial “Amérique Latine: Modernité et Projet Antihé-
gémonique”), Utopía y Praxis Latinoamericana; “Diagnosis y prognosis de
la crisis política venezolana”, en Juan Romero (ed): Venezuela: crisis de la
democracia (LUZ).
amarquezfernandez@cantv.net

Carmen Vallarino-Bracho
DEA en Sociología, Université de Caen-Basse Normandie, Francia. Can-
didata a Doctora en Sociología, Université de Caen-Basse Normandie,
Francia. Directora del Laboratorio de Investigaciones Transdisciplinarias
del Espacio Público. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales.Universidad
del Zulia, Maracaibo, Venezuela.Responsable del Programa de Investiga-
ción Análisis del Espacio Público Venezolano. Investigadora Responsable
del Proyecto Sistemas Simbólicos e Instituciones Religiosas en el Espacio
Público Venezolano, Condes, Universidad del Zulia. Investigadora Respon-
sable del Proyecto: Diversidad Religiosa, Laicidad y Formación de Ciudada-
nía en la Venezuela. FONACIT, Caracas. Profesora Titular de la Universidad
del Zulia. Miembro de la Asociación Francesa de Ciencias de la Religión,
AFSR; de la Sociedad Internacional de Sociologia de la Religión, ISSR; de
la Asociación Americana de Sociología de la Religión, AASR., de la Asocia-
ción de Cientistas Sociales de la Religión del Cono Sur. Títulos recientes:
Transdisciplinariedad y Pertinencia en el Proceso de Investigación. Utopía
y Praxis. Diciembre 2002. Ciudadanía y Representación en el pensamiento
Político de Hannah Arendt. Cuestiones Políticas. 2002.
bravall@cantv.net

Daniel Hellinger
Profesor de Ciencia Política en Webster University, en St. Louis, Missouri,
Estados Unidos de Norteamerica. Autor de “Venezuela: Tarnished Demo-
cracy” (Westview 1991) y coordinador de “La política venezolana en la
época de Chávez” (Nueva Sociedad, 1993), además de otros artículos sobre
la política Norteamericana y de América del Sur. Actualmente está reali-
zando investigaciones sobre la política cuprifera de Chile desde la naciona-
lización de la gran minería en 1971.
hellindc@webster.edu

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Eduardo Andrés Sandoval Forero
Antropólogo, Maestro en Estudios Latinoamericanos y Doctor en Socio-
logía. Investigador de la Universidad Autónoma del Estado de México y
miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Algunas publicaciones
recientes: La Ley de las costumbres en los indígenas mazahuas (2001);
Población y cultura en la etnorregión Mazahua (jañtjo) (1998); Migración e
identidad (1994); Familia indígena y unidad doméstica (1995); y Cuando los
muertos regresan (3ra. Edición, 2000). Director de la revista Convergencia.
Director-fundador de la Red Latinoamericana y del Caribe de Revistas Cien-
tíficas en Ciencias Sociales.
esandovl@uaemex.mx

Yrayma Camejo
Socióloga, profesora titular, Doctora en Ciencias Políticas, profesora del
Departamento de Estudios Latinoamericanos en la Escuela de Sociología
de la Universidad Central de Venezuela, Caracas. Línea de investigación
actual: Estado, participación y democracia en Venezuela. Entre sus publi-
caciones recientes: “Análisis del personalismo político de Juan Manuel de
Rosas. “Criterios historiográficos”, en Rosas; Artigas y Francia, tres miradas
historiográficas al personalismo en el Río de la Plata (2002) y “El proceso
constituyente de 1946-47 en Venezuela” en Revista Venezolana de Ciencias
Económicas y Sociales (1999).
yraymacamejo@cantv.net

Jaime Torres Sánchez


Licenciatura en Sociología, (Chile, 1968). Centro de Estudios Socioeconó-
micos, Especialización en Sociología del Desarrollo, (1973). Universidad de
Sevilla, Doctor en Historia (1998), CSIC, Diputación Provincial de Sevilla,
Premio Nuestra América 2000. Docente e Investigador de la Universidad
de los Andes, San Cristóbal, Venezuela, desde1976. Libros: “Ricos y pobres
en el Táchira. La distribución de la riqueza en 1870”, BATT, 141, Venezuela,
1997.”Haciendas y posesiones de la Compañía de Jesús en Venezuela. El
Colegio de Caracas en el siglo XVIII”, CSIC, Sevilla, España, 2001. Artículos
recientes:. “Régimen alimenticio y nutrición en algunos hatos del Alto
Apure (Venezuela). Un estudio cuantitativo (1909-1910)” Anuario de Estu-
dios Americanos, tomo L, VIII, 1, 2000, España.”Intersubjetividad, iden-
tidad local y autoritarismo familiar andino”,(coautor), Revista AVEPSO,,
vol. XXI, Nº2, 2000, Venezuela.”Terrorismo, acción terrorista y sentido
común”,(coautor), Revista AVEPSO, vol. XXV, Nº1-2, 2002.
jantor1@cantv.net

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Juan Eduardo Romero
Egresado de la Universidad del Zulia, Venezuela, como Licenciado en Edu-
cación área Historia, estudios de postgrado en la Maestría en Historia de
Venezuela. Candidato a Doctor en Ciencia Política (LUZ). Coordinador del
proyecto Espacio Público, participación y militarismo en Venezuela (1998-
2002), financiado por el Condes-LUZ y adscrito al Laboratorio de Investiga-
ciones Transdisciplinarias del Espacio Público (LITEP) de LUZ, en Maracaibo.
Profesor agregado. Invitado por la Universidad Complutense de Madrid.
Autónoma de Madrid, Santiago de Compostela (España), Universidad del
Rosario (Argentina), Universidad de La Habana (Cuba) y Universidad Nacio-
nal Autónoma de México (UNAM). Autor de las Obras Historia del Muni-
cipio Baralt (1996), La Constituyente, 90 días y cinco días (1999), Co-autor
Poder y Mentalidad en España e Iberoamérica (2000,2002). Ha publicado
en diversas revistas nacionales e internacionales sobre temas de política e
historia contemporánea de Venezuela.
romero_juane@cantv.net

Margarita López Maya


Historiadora, Doctora en Ciencias Sociales. Profesora titular del Centro de
Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela, Caracas. En
los años recientes se ha dedicado al estudio del proceso político de fin de
siglo en Venezuela, en especial la protesta popular y los actores políticos
emergentes. Entre sus publicaciones recientes: “Refounding the Republic:
The Political Project of Chavismo” (Nacia, vol. XXXIII, no. 6, mayo-junio de
2000,) y “Elecciones de 2000 en Venezuela. Implantación de una nueva
hegemonía” (Anuario Social y Político de América Latina y el Caribe, no. 4,
2001). Directora de la Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales.
malopez@reacciun.ve

Miguel Tinker Salas


B.A., M.A., Ph. D., University of California, San Diego, Estados Unidos de
Norteamérica. Profesor Asociado de Claremont College, Pomona, Cali-
fornia, en las áreas de Historia y estudios latinoamericanos y chicanos..
Coordinador del Programa de Estudios Latinoamericanos. Areas de interés:
Venezuela contemporánea: petróleo, política y cultura; Ciudades fronte-
rizas mexicanas y Chicanos y Latinos en USA. Línea de investigación: La
presencia de los Estados Unidos en Venezuela Publicaciones recientes:
Under the Shadow of the Eagles, The Border and the Transformation of
Sonora During the Porfiriato (University of California Press, 1997). Vene-
zuelans, west Indians, and Asians. The politics of race in Venezuelan Oil

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mington: Scholarly Reasources. “Relaciones de poder y raza en los campos
petroleros venezolanos, 1920-1940,” Asuntos CIED, Caracas Año 5 N. 10
Noviembre, 2001.
mrt04747@pomona.edu

Orlando Villalobos
Periodista y Profesor asociado de la Escuela de Comunicación Social de la
Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela. Magíster en Ciencias de la
Comunicación. Autor de los libros: Política y Gerencia de la Comunicación
Social en la Universidad del Zulia (2000) y Fabulario, Crónicas de la Urgen-
cia (1993). Autor del artículo “El concepto de verdad en Hannah Arendt.
Una lectura desde la óptica de la comunicación”, en la revista Utopía y
Praxis Latinoamericana, 2002, No. 16), y coautor de los artículos “Integra-
ción simbólica. El impacto de la comunicación en la creación del tejido
social de Maracaibo”, en la revista Reflexión Política, de la Universidad de
Bucaramanga, (2003, No. 9) y “El desafío de la comunicación social en las
universidades”, en la revista Opción, (1999, No. 27) . Se ha desempeñado
como editor de información del diario La Columna (1991-1994) y director de
redacción fundador del diario La Verdad (1998-1999). Ha sido columnista
en los diarios El Correo del Caroní, El Vigilante, La Columna y La Verdad.
Fue coordinador de Fabla, boletín literario de las Actividades de Autode-
sarrollo de LUZ.
ovillalobos@cantv.net

Robinson Salazar Pérez


Doctor en Ciencias Políticas y Sociales; Investigador en la Universidad Autó-
noma de Sinaloa, México. Autor de los libros: “Convergencias democráticas
en América Latina”, 1996; “Diálogos por la paz en América Latina” (1998)
y coordinador de “Comportamiento de la sociedad civil latinoamericana”,
2002; con Jorge Lora Cam:” Sujetos y alternativas Contrahegemónicas
en el espacio andino-amazónico” (2002) y con Eduardo Sandoval Forero
“Lectura crítica del Plan Puebla Panamá”, 2003. Ha publicado 40 artículos
sobre actores, violencia y Paramilitarismo en revistas especializadas Espiral,
Convergencia, Reflexión Política, Theorethikos, Crisol y Societatis.
robinsson@mzt.megared.net.mx

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Carmen Beatriz Fernández
Es Urbanista (USB) con maestría en Administración de Empresas (IESA) y
maestría en Campañas Electorales (Universidad de Florida). Desde 1997
dirige DataStrategia y coordina el portal e-lecciones.net. Con experti-
cia profesional concentrada en actividades vinculadas a mediciones de
opinión pública, campañas políticas y nuevas tecnologías, ha sido jefe de
campaña a niveles local y regional, así como consultora en nuevas tecno-
logías y estrategia general a nivel presidencial. Es profesora invitada en
postgrados de la UCAB, el IESA y la Universidad Complutense de Madrid.
Articulista de los diarios El Nacional y 2001.
cb@datastrategia.com

Aliria Coromoto Vilera Guerrero


Venezolana. Lic. En Educación. 1982). Magíster en Educación. Mención:
Docencia Universitaria- Summa Cum Lauden (UPEL-Barquisimeto, 1993).
Doctorado en Ciencias Sociales-Summa Cum Lauden (UCV, 2002. Investiga-
dora en la Universidad de los Andes-Táchira, de 1990 hasta la fecha. Publi-
caciones de Textos y Artículos Científicos en las áreas de Ciencias Sociales,
Ciencias de la Educación y Orientación Profesional. Investigadora Invitada
en Universidades Nacionales.
acvg11@cantv.net

Miguel Angel Campos


Sociólogo con maestría en Literatura Latinoamericana. Profesor en la
Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia. Participa en el
proyecto de investigación: “Integración Social y Violencia”, financiado por
el Consejo Científico y Humanístico de la Universidad del Zulia. Fue director
del Instituto de Investigaciones Literaria de LUZ. Ha publicado los siguien-
tes libros: “La Imaginación Atrofiada” (Monteavila), “Las Novedades del
Petróleo” (Fundarte) y “La Ciudad Velada” (Universidad Cecilio Acosta).
Ganador de varios premios de ensayo de carácter internacional.

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