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Carles Muro
Y no los podríamos encontrar en ningún otro lugar, por lo menos, por dos moti-
vos: bien porque nunca fueron construidos (como el Palacio de los Soviets de Le
Corbusier o la propuesta para el Chicago Tribune de Adolf Loos), o bien porque,
habiéndolo sido, fueron luego alterados, mutilados o destruidos (como la biblio-
teca de Viipuri, de Alvar Aalto, o el edificio Larkin de Frank Lloyd Wright).
Tal vez, uno de los rasgos que con más fuerza ha venido distinguiendo a la
arquitectura a lo largo de la historia sea su voluntad de permanencia, de durabi-
lidad. Los pabellones, en tanto que construcciones pensadas para desaparecer,
Así, también los pabellones han dejado tan sólo algunas trazas, huellas, en unos
pocos lugares. Pero también han dejado sus huellas, algo más, numerosas en el
tiempo.
II
El reproche era merecido: en cualquier otro lugar seguiría siendo, ante todo, él
mismo.
Así sucede con tantos pabellones itinerantes, con el Teatro del Mondo de Aldo
Rossi o con el altar de campo del buen soldado Schwejk. No es casual que la
imaginación de Aalto se dirija hacia un mueble —el altar que es montado y
desmontado constantemente en la novela de Hasek— al proyectar un pabellón
desmontable para representar a Finlandia en la Bienal de Venecia.
III
Este paseo podría ser mucho más largo y la constelación de pabellones visitados
mucho más extensa. Pero bastan estos pocos ejemplos para ver cuánto estas
construcciones cuestionan algunos de los atributos que han sido tradicional-
mente asociados a la arquitectura.
ARQUITECTURAS FUGACES 41