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Escribir tiene, por lo menos, dos funciones: la manual o caligráfica, esto es, la
habilidad motriz para plasmar con algún instrumento –por ejemplo, lápiz, pluma
o la computadora– las representaciones gráficas de las palabras e ideas que
deseamos comunicar y, por el otro, la función comunicativa, la expresión de las
ideas, la elección y organización de las palabras para ser entendido por el
interlocutor. Sin embargo, según la manera como tradicionalmente se enseña a
leer y a escribir en la escuela, tal pareciera que lo más importante es que los
alumnos tengan “bonita letra”. El contenido de lo que escriban no importa,
siempre y cuando los trazos sean firmes, ordenados y de buena “calidad”.
Esto no quiere decir que no sea deseable que los alumnos, o cualquier
persona, tengan buena caligrafía, debemos motivarlos hacia la limpieza y
claridad en sus producciones, pero sin que ello repercuta en la parte creativa
de la escritura. El problema de la enseñanza tradicional, cargada de pre-
ejercicios “para soltar la mano”, y más adelante de ejercicios para “aprender las
letras”, es que hace tedioso y cansado un proceso que debería ser gozoso y
ágil.