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Un testimonio vibrante y verdadero

Por El Presidente Gordon B. Hinckley

En nuestras congregaciones muchas veces cantamos uno de nuestros himnos favoritos, “Un ángel del
Señor”, cuya letra fue escrita por Parley P. Pratt hace más de un siglo y medio1 y que representa su
declaración de la aparición milagrosa de un libro extraordinario. En septiembre de este año hará exactamente
ciento setenta y seis años que se hizo por primera vez la composición tipográfica del libro y se imprimió en
Palmyra, estado de Nueva York.

Es inspirador enterarse de la forma en que Parley P. Pratt llegó a saber del libro sobre el cual escribió la letra
de ese himno. En agosto de 1830, siendo predicador, se encontraba viajando desde Ohio con destino a la
parte este del estado de Nueva York. En Newark [estado de Nueva Jersey], junto al canal de Erie,
desembarcó y caminó dieciséis kilómetros por el campo hasta que se encontró con un diácono bautista,
apellidado Hamlin, que le habló “de un libro, un libro extraño, ¡UN LIBRO MUY EXTRAÑO!… El tal libro, dijo,
supuestamente había sido escrito originalmente en planchas de oro o de bronce por una rama de las tribus de
Israel, y descubierto y traducido por un joven cerca de Palmyra, en el estado de Nueva York, con la ayuda de
visiones o del ministerio de ángeles. Le pregunté cómo o dónde podía conseguirse el libro y me prometió
dejarme hojearlo en su casa al otro día… A la mañana siguiente, fui a su casa, donde mis ojos contemplaron
por primera vez el ‘LIBRO DE MORMÓN’, ese libro de libros… que, en las manos de Dios, fue el medio
principal que dirigió todo el curso de mi vida futura.

“Lo abrí ansiosamente y leí la portada. Después leí el testimonio de varios testigos de la manera en que fue
hallado y traducido. A continuación, comencé a leer el contenido desde la primera página. Leí todo el día; me
parecía una molestia comer, pues no sentía deseos de alimentarme; y cuando llegó la noche, me resultaba
una molestia acostarme, pues prefería seguir leyendo en lugar de dormir.

“A medida que leía, el Espíritu del Señor vino sobre mí, y supe y comprendí que el libro era la verdad con la
misma claridad con que un hombre comprende y sabe que existe”2.

Parley Pratt tenía entonces veintitrés años. La lectura del Libro de Mormón tuvo un efecto tan profundo en él
que al poco tiempo se bautizó en la Iglesia y llegó a ser uno de sus defensores más eficaces y vigorosos.
Durante su ministerio viajó de costa a costa a través de lo que es ahora Estados Unidos, así como también a
Canadá y a Inglaterra; trabajó en las islas del Pacífico y fue el primer misionero Santo de los Últimos Días que
puso pie en América del Sur. En 1857, mientras cumplía una misión en el estado de Arkansas, un asaltante lo
mató de un tiro en la espalda. Fue enterrado en una zona rural, cerca de una población llamada Alma, y en
ese tranquilo sitio se levanta actualmente un gran bloque de granito pulido que marca el lugar de su tumba.
Grabada en él está la letra de otro de sus himnos grandes y proféticos, la que indica su visión de la obra en la
cual se hallaba embarcado:
Ya rompe el alba de la verdad
y en Sión se deja ver,
tras noche de oscuridad,
el día glorioso amanecer.
De ante la divina luz
huyen las sombras del error.
La gloria del gran Rey Jesús
ya resplandece con su fulgor3.

La experiencia de Parley P. Pratt con el Libro de Mormón no fue un caso único. Al ponerse en circulación los
ejemplares de la primera edición, los cientos de hombres y mujeres fuertes que los leyeron se sintieron tan
profundamente impresionados que renunciaron a todas sus posesiones, y en años subsecuentes no pocos de
ellos dieron incluso su vida por el testimonio que llevaban en el corazón de la verdad de este extraordinario
libro.

Hoy, un siglo y tres cuartos después de su primera publicación, el Libro de Mormón se lee más que en
cualquier otra época de su historia. Mientras que en aquella primera edición hubo cinco mil ejemplares, ahora
se distribuyen cinco millones por año, y el libro o selecciones de éste están disponibles en ciento seis idiomas.

Su atractivo es tan imperecedero como la verdad, tan universal como la humanidad. Es el único libro que
contiene en sus páginas la promesa de que el lector puede saber con certeza, por poder divino, que es la
verdad.

Su origen es milagroso; y cuando se relata por primera vez ese origen a alguien que no lo conozca, es casi
increíble. Pero el libro está aquí y es posible palparlo, tenerlo en la mano y leerlo. Nadie puede negar su
existencia. Todo esfuerzo por explicar su origen, aparte del relato de José Smith, ha demostrado no tener
base. Es un registro de la antigua América. Es una Escritura del Nuevo Mundo tan ciertamente como la Biblia
lo es del Viejo. Cada uno de estos ejemplares de Escritura habla del otro; cada uno lleva en sí el espíritu de
inspiración, el poder de convencer y de convertir. Unidos, son dos testigos, uno junto al otro, de que Jesús es
el Cristo, el Hijo resucitado y viviente del Dios viviente.

La narrativa del Libro de Mormón es una crónica de naciones desaparecidas hace largo tiempo. Pero en sus
descripciones de los problemas de la sociedad actual, está tan al día como el periódico matutino y es mucho
más concluyente, inspirado e inspirador con respecto a la solución de esos problemas.

No conozco ningún otro escrito que establezca con tanta claridad las trágicas consecuencias que sufren las
sociedades que siguen cursos contrarios a los mandamientos de Dios. Sus páginas cuentan la historia de dos
civilizaciones distintas que florecieron en el hemisferio occidental; cada una tuvo sus comienzos como una
nación pequeña cuyo pueblo andaba con amor y respeto hacia el Señor. Pero junto con la prosperidad
aparecieron males que se fueron acrecentando; la gente sucumbió a las artimañas de líderes ambiciosos y
astutos que oprimieron al pueblo con pesados impuestos, que lo adormecieron con promesas vacías, y que
aprobaron y hasta alentaron una vida ligera y licenciosa. Esos malvados conspiradores condujeron a la gente
a guerras terribles que dieron como resultado la muerte de millones de personas y la extinción final y total de
dos grandes civilizaciones en dos épocas diferentes.

Ningún otro testamento escrito ilustra tan claramente el hecho de que cuando el hombre y la nación andan
con amor y respeto a Dios y obedecen Sus mandamientos, prosperan y progresan; pero que cuando no le
prestan atención ni escuchan Su palabra, sobreviene una corrupción que, a menos que se detenga con la
rectitud, conduce a la decadencia y a la muerte. El Libro de Mormón es una afirmación de este proverbio del
Antiguo Testamento: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones”
(Proverbios 14:34).

El Dios del cielo habló a esos pueblos de las Américas por boca de los profetas diciéndoles dónde se hallaba
la verdadera seguridad: “He aquí, ésta es una tierra escogida, y cualquier nación que la posea se verá libre de
la esclavitud, y del cautiverio, y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios de la
tierra, que es Jesucristo…” (Éter 2:12).

Aunque el Libro de Mormón habla potentemente sobre los temas que afectan a nuestra sociedad moderna, el
peso grandioso y conmovedor de su mensaje consiste en un testimonio vibrante y verdadero de que Jesús es
el Cristo, el Mesías prometido, el que recorrió los polvorientos caminos de Palestina sanando enfermos y
enseñando las doctrinas de salvación; el que murió en la cruz del Calvario; el que salió del sepulcro al tercer
día, apareciendo a muchas personas. Antes de Su ascensión final, Él visitó al pueblo de este hemisferio
occidental, del cual había dicho previamente: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas
también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Juan 10:16).

Durante siglos la Biblia estuvo sola como testimonio escrito de la divinidad de Jesús de Nazaret. Ahora, a su
lado hay un segundo testigo potente que ha salido a luz “para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el
Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones” (Portada del Libro de Mormón).

Como lo mencioné anteriormente, a esta misma altura del año, hace exactamente ciento setenta y seis años,
se preparaba la composición tipográfica para el Libro de Mormón, que había sido traducido “por el don y el
poder de Dios” (Portada del Libro de Mormón), y se imprimía éste en una pequeña imprenta de Palmyra,
estado de Nueva York. Su publicación precedió a la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de
los Últimos Días, que tuvo lugar el 6 de abril de 1830 y fue precursora de ésta.

El año pasado estudiamos el Libro de Mormón en la Escuela Dominical; no obstante, exhorto a los miembros
de la Iglesia en todo el mundo y a nuestros amigos de todas partes a leerlo o releerlo. Si leen poco más de un
capítulo y medio por día, terminarán de leerlo antes de fin de año. Casi al fin de sus 239 capítulos,
encontrarán un desafío escrito por el profeta Moroni antes de dar por terminado su registro hace cerca de
dieciséis siglos. Él dice:

“Y os exhorto a que recordéis estas cosas; pues se acerca rápidamente el día en que sabréis que no miento,
porque me veréis ante el tribunal de Dios; y el Señor Dios os dirá: ¿No os declaré mis palabras, que fueron
escritas por este hombre, como uno que clamaba de entre los muertos, sí, como uno que hablaba desde el
polvo?…

“Y Dios os mostrará que lo que he escrito es verdadero” (Moroni 10:27, 29).

Sin reservas les prometo que, si cada uno de ustedes sigue ese sencillo programa, sin tener en cuenta
cuántas veces hayan leído antes el Libro de Mormón, recibirán personalmente y en su hogar una porción
mayor del Espíritu del Señor, se fortalecerá su resolución de obedecer los mandamientos de Dios y tendrán
un testimonio más fuerte de la realidad viviente del Hijo de Dios.

El Libro de Mormón: La clave de nuestra religión


Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Ezra Taft Benson

“¿No hay algo profundo en nuestro corazón que añora acercarse más a Dios?… Si es así, el Libro de Mormón
nos ayudará a lograrlo más que ningún otro libro”.

De la vida de Ezra Taft BensonEl 5 de enero de 1986, el presidente Ezra Taft Benson presidió una
conferencia de estaca en Annandale, Virginia, la cual fue su primera conferencia de estaca en calidad de
presidente de la Iglesia. Los Santos de los Últimos Días allí presentes estaban “visiblemente conmovidos” al
escucharlo hablar. En su sermón, “dio testimonio del poder del Libro de Mormón para cambiar vidas y
conducir a las personas a Cristo”. Promulgó el “animoso desafío [de] estudiar ese libro de Escrituras”1.

El mensaje no era nuevo en el ministerio del presidente Benson. Como miembro del Quórum de los Doce
Apóstoles, a menudo había instado a los Santos de los Últimos Días a estudiar el Libro de Mormón y a seguir
sus enseñanzas2. Pero en calidad de presidente de la Iglesia, fue inspirado a enfatizar incluso más el
mensaje. Él dijo: “El Señor inspiró a Su siervo Lorenzo Snow para que hiciese renovado hincapié en el
principio del diezmo a fin de redimir a la Iglesia de la esclavitud económica… Ahora, en nuestra época, el
Señor ha revelado la necesidad de hacer renovado hincapié en el Libro de Mormón”3. El presidente Benson
testificaba del Libro de Mormón a dondequiera que iba: en reuniones misionales, en conferencias regionales y
de estaca, en conferencias generales y en reuniones con las Autoridades Generales4.
En su primer discurso en una conferencia general como presidente de la Iglesia, el presidente Benson
compartió una de las razones que motivaba la urgencia de ese mensaje. “A menos que leamos el Libro de
Mormón y prestemos oídos a sus enseñanzas”, advirtió, “el Señor ha declarado en la sección 84 de Doctrina y
Convenios que toda la Iglesia está bajo condenación: ‘Y esta condenación pesa sobre los hijos de Sión, sí,
todos ellos’ [D. y C. 84:56]. El Señor continúa: ‘…y permanecerán bajo esta condenación hasta que se
arrepientan y recuerden el nuevo convenio, a saber, el Libro de Mormón y los mandamientos anteriores que
les he dado, no sólo de hablar, sino de obrar de acuerdo con lo que he escrito’ [D. y C. 84:57]”5.

Las siguientes citas, todas las cuales provienen de sermones que el presidente Benson pronunció como
presidente de la Iglesia, nos dan una muestra de sus advertencias y promesas en relación con el Libro de
Mormón:

“Ahora no sólo debemos hablar más sobre el Libro de Mormón sino que tenemos que hacer más con él. ¿Por
qué? El Señor responde: ‘…a fin de que den frutos dignos para el reino de su Padre; de lo contrario, queda
por derramarse un azote y juicio sobre los hijos de Sión’ [D. y C. 84:58]. ¡Ya hemos sentido ese azote y juicio!

“…El Libro de Mormón no ha sido, ni es hoy en día, la base de nuestro estudio personal, de lo que
enseñamos a nuestra familia, de nuestra predicación, ni de la obra misional. De esto tenemos que
arrepentirnos”6.

“…no hemos estado utilizando el Libro de Mormón como hemos debido hacerlo. Nuestros hogares no cuentan
con la fortaleza suficiente si no lo utilizamos para acercar a nuestros hijos a Cristo. Nuestras familias pueden
verse debilitadas por las opiniones y las enseñanzas mundanas si no sabemos utilizar el libro para poner en
evidencia las falsedades y combatirlas… A nuestros misioneros les falta eficacia si no [enseñan] con el Libro
de Mormón. Los conversos que lleguen a la Iglesia por motivos sociales, éticos, culturales o educacionales no
sobrevivirán a los calores del día si no han echado raíces en la plenitud del Evangelio que contiene el Libro de
Mormón. Nuestras clases de la Iglesia nunca se llenan tanto del Espíritu si no levantamos el libro como un
estandarte”7.

“Los bendigo con una mayor comprensión del Libro de Mormón. Les prometo que desde este momento, si
diariamente leemos de sus páginas y vivimos sus preceptos, Dios derramará sobre cada hijo de Sión y sobre
la Iglesia bendiciones como las que jamás hemos visto; y suplicaremos al Señor que empiece a levantar la
condenación, el azote y el juicio. De esto testifico solemnemente”8.

“No sé cabalmente por qué Dios me ha preservado la vida hasta esta edad, pero esto sí sé: que al presente Él
me ha revelado la absoluta necesidad de impulsar el Libro de Mormón ahora y de un modo maravilloso.
Todos ustedes deben ayudar en esta tarea y en esta bendición que Dios ha depositado sobre toda la Iglesia,
sí, sobre todos los hijos de Sión.

“Moisés nunca entró en la tierra prometida. José Smith nunca vio la redención de Sión. Algunos tal vez no
vivamos para ver el día en que el Libro de Mormón inunde la tierra y el Señor quite Su condenación.
(Véase D. y C. 84:54–58.) Pero, Dios mediante, pienso dedicar el resto de mis días a esta magnífica tarea”9.

El profeta José Smith dijo que el Libro de Mormón es “la [piedra] clave de nuestra religión”.

Enseñanzas de Ezra Taft Benson

1El Libro de Mormón es la piedra clave de nuestra religión.


¿Cuán importante es el Libro de Mormón? José Smith lo llamó “la [piedra] clave de nuestra religión”
(Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 67). “Si quitamos el Libro de Mormón y las
revelaciones”, dijo él, “¿dónde queda nuestra religión? No tenemos ninguna” (Enseñanzas de los Presidentes
de la Iglesia: José Smith, pág. 206)10.

Una piedra clave es la piedra central o angular de un arco; sostiene a todas las demás piedras en su lugar, y
si se quita, el arco se derrumba

…Al igual que el arco se derrumba si se le quita la piedra clave, así también toda la Iglesia permanece o cae
en base a la veracidad del Libro de Mormón. Los enemigos de la Iglesia entienden esto claramente, y ésa es
la razón por la que luchan tan arduamente para tratar de desacreditar el Libro de Mormón, porque si pueden
hacerlo, también descalificarían al profeta José Smith, por eso nuestra afirmación de que poseemos las llaves
del sacerdocio, la revelación y la Iglesia restaurada. Asimismo, si el Libro de Mormón es verdadero —y
millones ya han testificado que han recibido la confirmación del Espíritu de que en realidad es verdadero—
entonces uno debe aceptar las afirmaciones de la Restauración y todo lo que la acompaña11.

Quizás no haya nada que testifique más claramente de la importancia de este libro de Escrituras que lo que el
Señor mismo ha dicho sobre él.

Por Su propia boca ha dado testimonio de que (1) es verdadero (D. y C. 17:6), (2) contiene la verdad y Sus
palabras (D. y C. 19:26), (3) se tradujo por el poder de lo alto (D. y C. 20:8), (4) contiene la plenitud del
evangelio de Jesucristo (D. y C. 20:9; 42:12), (5) fue dado por inspiración y confirmado por el ministerio de
ángeles (D. y C. 20:10), (6) da evidencia de que las santas Escrituras son verdaderas (D. y C. 20:11), y
(7) aquellos que lo reciban con fe recibirán la vida eterna (D. y C. 20:14)12.

2El Libro de Mormón testifica de Jesucristo y nos acerca más a Dios.

La misión principal del Libro de Mormón, según queda asentado en su portada, es “para convencer al judío y
al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones”.

Aquel que sinceramente esté buscando la verdad puede obtener el testimonio de que Jesús es el Cristo, si
medita con espíritu de oración en las palabras inspiradas del Libro de Mormón13.

¿Recordamos el nuevo convenio, a saber, el Libro de Mormón? En la Biblia tenemos el Antiguo y el Nuevo
Testamento. La palabra testamento es el equivalente de una palabra griega que se puede traducir
como convenio. ¿Es esto lo que quiso decir el Señor cuando llamó al Libro de Mormón el “nuevo convenio”?
Realmente es otro testamento o testigo de Jesús; ésa es una de las razones por las que recientemente
hemos agregado las palabras “Otro Testamento de Jesucristo” al título del Libro de Mormón…

El Libro de Mormón es la piedra clave de nuestro testimonio de Jesucristo, quien a la vez es la piedra angular
de todo lo que hacemos. Con poder y claridad testifica de Su realidad. A diferencia de la Biblia, que pasó por
generaciones de copistas, traductores y religiosos corruptos que manipularon indebidamente el texto, el Libro
de Mormón vino de escritor a lector en un solo paso inspirado de traducción; por lo tanto, su testimonio del
Maestro es claro, puro y lleno de poder. Pero hace más aún. Gran parte del mundo cristiano actual rechaza la
divinidad del Salvador, pone en tela de juicio Su nacimiento milagroso, Su vida perfecta y la realidad de Su
gloriosa resurrección. El Libro de Mormón enseña en términos claros e inequívocos la autenticidad de tales
hechos. También proporciona la explicación más completa de la doctrina de la Expiación. En verdad, este
libro divinamente inspirado es una piedra clave al dar testimonio al mundo de que Jesús es el Cristo14.

En el Libro de Mormón, el testimonio de Jesucristo es “claro, puro y lleno de poder”.


El profeta José Smith… dijo: “Declaré a los hermanos que el Libro de Mormón era el más correcto de todos
los libros sobre la tierra, y la [piedra] clave de nuestra religión; y que un hombre se acercaría más a Dios al
seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro” (Introducción del Libro de Mormón). …¿No hay algo
profundo en nuestro corazón que añora acercarse más a Dios, ser más como Él en nuestra vida diaria, sentir
Su presencia constantemente? Si es así, el Libro de Mormón nos ayudará a lograrlo más que ningún otro
libro…

Nuestro amado hermano, el presidente Marion G. Romney… quien sabe por sí mismo del poder que contiene
este libro, testificó sobre las bendiciones que pueden llegar a la vida de aquellos que lean y estudien el Libro
de Mormón. Él dijo:

“Tengo la certeza de que si en el hogar los padres leen el Libro de Mormón en forma regular y con oración,
tanto solos como con sus hijos, el espíritu de ese gran libro reinará en nuestro hogar así como en los que
moren allí. El espíritu de reverencia aumentará; el respeto y la consideración mutuos crecerán. El espíritu de
contención se alejará. Los padres aconsejarán a sus hijos con más amor y sabiduría. Los hijos serán más
receptivos y sumisos al consejo de sus padres. Aumentará la rectitud. La fe, la esperanza y la caridad —el
amor puro de Cristo— abundarán en nuestro hogar y en nuestra vida, trayendo consigo paz, gozo y felicidad”
(véase Liahona, julio de 1980, pág. 109).

Esas promesas —el aumento del amor y la armonía en el hogar, un mayor respeto entre padres e hijos,
mayor espiritualidad y rectitud— no son promesas vanas, sino es exactamente lo que el profeta José Smith
quiso decir cuando declaró que el Libro de Mormón nos ayudará a acercarnos más a Dios15.

3El Libro de Mormón enseña doctrina verdadera, contradice las doctrinas falsas y pone al descubierto
a los enemigos de Cristo.

El Señor mismo ha declarado que el Libro de Mormón contiene “la plenitud del evangelio de Jesucristo” (D. y
C. 20:9). Eso no quiere decir que contenga todas las enseñanzas, ni toda la doctrina que se haya revelado.
Más bien, quiere decir que en el Libro de Mormón encontraremos la plenitud de las doctrinas necesarias para
nuestra salvación; y se enseñan de manera clara y sencilla a fin de que aun los niños puedan aprender los
senderos de la salvación y la exaltación. El Libro de Mormón ofrece muchas cosas que ensanchan nuestro
conocimiento de las doctrinas de salvación; sin él, mucho de lo que se enseña en otras Escrituras no sería tan
claro y precioso16.

En lo que respecta a la predicación del Evangelio, el Libro de Mormón contiene la explicación más clara, más
concisa y más completa. No hay ningún otro registro con el que se le pueda comparar. ¿En qué registro se
obtiene una comprensión tan completa de la naturaleza de la Caída, la naturaleza de las muertes física y
espiritual, la doctrina de la Expiación, la doctrina de la justicia y la misericordia en relación a la Expiación, y los
principios y ordenanzas del Evangelio? El Libro de Mormón contiene la explicación más completa de esas
doctrinas fundamentales17.

El Libro de Mormón… verifica y aclara lo que dice la Biblia. Quita tropezaderos y restablece muchas cosas
claras y preciosas. Testificamos que cuando se usan juntos, la Biblia y el Libro de Mormón contradicen las
doctrinas falsas, ponen fin a las contenciones y establecen la paz. (Véase 2 Nefi 3:12)18.

Deberíamos… conocer el Libro de Mormón mejor que cualquier otro libro. No solamente deberíamos conocer
la historia y los relatos inspiradores que contiene, sino también comprender sus enseñanzas. Si realmente
cumplimos nuestro deber y abordamos el Libro de Mormón doctrinalmente, podemos poner al descubierto los
errores y encontrar las verdades que nos servirán para combatir muchas de las actuales teorías y filosofías
falsas de los hombres.
He observado en la Iglesia la diferencia de discernimiento, entendimiento, convicción y espíritu que hay entre
los que conocen y aman el Libro de Mormón y los que no. Ese libro es un gran cernedor19.

El Libro de Mormón pone al descubierto a los enemigos de Cristo; contradice las doctrinas falsas y pone fin a
las contenciones (Véase 2 Nefi 3:12). Fortalece a los humildes seguidores de Cristo contra los designios
malignos, las artimañas y las doctrinas del diablo en nuestra época. La clase de apóstatas que se describe en
el Libro de Mormón es muy parecida al tipo de apóstatas que se manifiestan actualmente. Dios, con Su
presciencia infinita, inspiró la formación del Libro de Mormón de manera que nosotros pudiéramos ver el error
y supiéramos combatir los falsos conceptos educativos, políticos, religiosos y filosóficos de nuestra época 20.

4Doctrina y Convenios es el eslabón entre el Libro de Mormón y la obra continua de la Restauración.

Quisiera hablarles en particular del Libro de Mormón y de Doctrina y Convenios. Estos dos grandiosos libros
de Escrituras de los últimos días están unidos como revelaciones del Dios de Israel con el propósito de
congregar y preparar a Su pueblo para la segunda venida del Señor…

El Señor le dijo al profeta José Smith: “… esta generación recibirá mi palabra por medio de ti” (D. y C. 5:10).
El Libro de Mormón y Doctrina y Convenios son parte del cumplimiento de esa promesa; juntas, estas dos
grandes obras de Escritura traen enormes bendiciones a esta generación…

Cada una de estas grandiosas Escrituras de los últimos días da testimonio elocuente y poderoso del Señor
Jesucristo. Casi todas las páginas de Doctrina y Convenios y del Libro de Mormón nos enseñan en cuanto al
Maestro —Su sacrificio expiatorio y el gran amor que tiene por Sus hijos— y nos enseñan cómo debemos vivir
para poder volver con Él y con nuestro Padre Celestial.

Cada uno de estos grandes libros de Escrituras de los últimos días contiene el conocimiento y el poder para
ayudarnos a vivir una vida mejor en una época en la que abundan la iniquidad y el mal. Aquellos que se
dediquen a estudiar con esmero y con espíritu de oración las páginas de estos libros encontrarán consuelo,
consejos, guía y la apacible capacidad para mejorar sus vidas21.

Doctrina y Convenios es el eslabón entre el Libro de Mormón y la obra continua de la Restauración a través
del profeta José Smith y sus sucesores.

En Doctrina y Convenios aprendemos acerca de la obra en el templo, las familias eternas, los grados de
gloria, la organización de la Iglesia y muchas otras grandes verdades de la Restauración…

El Libro de Mormón es la “piedra angular” de nuestra religión, y Doctrina y Convenios es la “piedra de


coronamiento”, con revelación moderna constante. El Señor ha puesto Su sello de aprobación tanto en la
piedra angular como en la de coronamiento22.

Doctrina y Convenios es un magnífico libro de Escrituras que se dio directamente a nuestra generación.
Contiene la voluntad del Señor en cuanto a nosotros en estos últimos días que preceden a la segunda venida
de Cristo. Contiene muchas verdades y doctrinas que no se encuentran revelados en su totalidad en otras
Escrituras. Al igual que el Libro de Mormón, fortalecerá a los que estudien el contenido de sus páginas con
dedicación y espíritu de oración.

Nosotros, los santos del Altísimo, ¿valoramos la palabra que Él ha preservado para nosotros a un precio tan
alto? ¿Utilizamos estos libros de revelaciones de los últimos días para mejorar nuestra vida y resistir los
poderes del maligno? Ése es el propósito con el cual se nos dieron. ¿Cómo no vamos a estar condenados
ante el Señor si los tratamos a la ligera, permitiendo que no hagan nada sino acumular polvo en nuestros
estantes?
Mis queridos hermanos y hermanas, les doy mi solemne testimonio de que estos libros contienen la
disposición y la voluntad del Señor para nosotros en estos días de pruebas y tribulación. Junto con la Biblia,
nos testifican del Señor y de Su obra. Estos libros contienen la voz del Señor dirigida a nosotros en esta
época. Es mi deseo que recurramos a ellos con íntegro propósito de corazón y que los utilicemos de la
manera que el Señor quiere que lo hagamos23.

Sostengamos a los profetas


Por el élder Russell M. Nelson
Del Quórum de los Doce Apóstoles

Al sostener a los profetas hacemos un compromiso personal de que nos esforzaremos al máximo por
defender sus prioridades proféticas.

Presidente Eyring, le agradecemos su mensaje edificante e instructivo. Mis queridos hermanos y hermanas,
les damos las gracias por su fe y devoción. Ayer se nos invitó a cada uno de nosotros a sostener a Thomas S.
Monson como el profeta del Señor y Presidente de la Iglesia del Señor; y con frecuencia cantamos: “Te
damos, Señor, nuestras gracias que mandas… profetas”1. ¿Entendemos en realidad lo que eso significa?
Imaginen el privilegio que el Señor nos ha dado de sostener a Su profeta, cuyos consejos serán puros,
francos, que no provendrán de ninguna aspiración personal, y que ¡serán totalmente ciertos!

¿Cómo sostenemos verdaderamente a un profeta? Mucho antes de que fuera Presidente de la Iglesia, el
presidente Joseph F. Smith explicó: “Los santos que… [sostienen] a las autoridades de la Iglesia tienen sobre
sí el importante deber de hacerlo no sólo levantando la mano, la mera formalidad, sino en acción y en
verdad”2.

Recuerdo bien la “acción” más singular que he tenido que realizar al sostener a un profeta. Como médico y
cardiocirujano, tuve la responsabilidad de efectuar una cirugía de corazón abierto al presidente Spencer W.
Kimball en 1972, cuando él era Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles. Necesitaba una
operación sumamente delicada, pero yo no tenía ninguna experiencia en ese tipo de intervención en un
paciente de 77 años de edad con problemas cardíacos. No recomendé la operación y así lo informé al
presidente Kimball y a la Primera Presidencia; sin embargo, con fe, el presidente Kimball decidió tener la
operación, sólo porque así lo aconsejó la Primera Presidencia. ¡Eso demuestra cómo sostenía a sus líderes!
¡Y su decisión me hizo temblar!

Gracias al Señor, la operación fue un éxito. Cuando el corazón del presidente Kimball volvió a latir, ¡lo hizo
con mucho vigor! ¡En ese preciso momento, recibí el claro testimonio del Espíritu de que ese hombre un día
llegaría a ser Presidente de la Iglesia!3.

Ustedes saben lo que ocurrió. Sólo veinte meses después, el presidente Kimball llegó a ser el Presidente de
la Iglesia, y durante muchos años proporcionó un liderazgo enérgico y valiente.

Desde entonces hemos sostenido a los presidentes Ezra Taft Benson, Howard W. Hunter, Gordon B. Hinckley
y ahora a Thomas S. Monson como Presidentes de la Iglesia: ¡profetas en todo el sentido de la palabra!

Mis queridos hermanos y hermanas, si la Restauración logró algo, fue acabar con el antiguo mito de que Dios
había dejado de hablar a Sus hijos. Nada se aleja más de la verdad. Ha habido un profeta a la cabeza de la
Iglesia de Dios en todas las dispensaciones, desde Adán hasta el día de hoy4. Los profetas testifican de
Jesucristo, de Su divinidad y de Su misión y ministerio terrenales5. Honramos al profeta José Smith como el
Profeta de esta última dispensación, y honramos a cada uno de los hombres que lo han sucedido como
Presidente de la Iglesia.
Cuando sostenemos a profetas y a otros líderes6, invocamos la ley de común acuerdo, porque el Señor dijo:
“…a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado
por alguien que tenga autoridad, y sepa la iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado
por las autoridades de la iglesia”7.

Como miembros de la Iglesia del Señor, eso nos da confianza y fe a medida que nos esforzamos por guardar
el mandato de las Escrituras de hacer caso a la voz del Señor8, según se reciba mediante la voz de Sus
siervos, los profetas9. Todos los líderes de la Iglesia del Señor son llamados mediante la debida autoridad, y
en ese respecto, ningún profeta o ningún otro líder de esta Iglesia se ha dado a sí mismo o a sí misma un
llamamiento. Jamás se ha elegido a un profeta; el Señor lo dejó claro cuando dijo: “No me elegisteis vosotros
a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto”10. Ni yo ni ustedes “votamos” por los líderes de la
Iglesia, a ningún nivel, aunque sí tenemos el privilegio de sostenerlos.

Los caminos del Señor son diferentes a los del hombre. En los caminos del hombre se excluyen a las
personas de una oficina o negocio cuando envejecen o llegan a tener alguna discapacidad; sin embargo, los
caminos del hombre no son ni nunca serán los del Señor. Al sostener a los profetas hacemos un compromiso
personal de que nos esforzaremos al máximo por defender sus prioridades proféticas. Nuestro sostenimiento
es una señal parecida a un juramento de que reconocemos que su llamamiento como profeta es legítimo y de
carácter vinculante para nosotros.

Veintiséis años antes de que llegara a ser Presidente de la Iglesia, el entonces élder George Albert Smith dijo:
“La obligación que contraemos al alzar la mano… es sumamente sagrada. No significa que seguiremos
adelante callados, dispuestos a que el profeta del Señor dirija esta obra, significa…que lo apoyaremos, que
oraremos por él, que defenderemos su buen nombre y que nos esforzaremos por actuar de acuerdo con las
instrucciones que el Señor le indique”11.

¡El Señor viviente dirige Su Iglesia viviente!12. El Señor le revela a Su profeta Su voluntad para con la Iglesia.
Ayer, después de que se nos invitó a sostener a Thomas S. Monson como Presidente de la Iglesia, también
tuvimos el privilegio de sostenerlo a él, a los consejeros de la Primera Presidencia, y a los miembros del
Quórum de los Doce Apóstoles como profetas, videntes y reveladores. ¡Piensen en ello! ¡Sostenemos a
quince hombres como profetas de Dios! Ellos poseen todas las llaves del sacerdocio que jamás se hayan
conferido al hombre en esta dispensación.

El llamamiento de quince hombres al santo apostolado nos proporciona gran protección como miembros de la
Iglesia. ¿Por qué? Porque las decisiones de esos líderes deben ser unánimes13. ¿Se pueden imaginar la
forma en la que el Espíritu debe inspirar a quince hombres a fin de que logren la unanimidad? Esos quince
hombres tienen diferente formación académica y profesional, con diferentes opiniones sobre muchas cosas,
¡créanmelo! Esos quince hombres —profetas, videntes y reveladores— ¡saben cuál es la voluntad del Señor
cuando se logra la unanimidad! Están comprometidos a asegurarse de que verdaderamente se haga la
voluntad del Señor. El Padrenuestro proporciona a cada uno de esos quince hombre el modelo al orar: “Sea
hecha tu voluntad en la tierra así como en el cielo”14.

El apóstol que tiene más antigüedad en el oficio de Apóstol es el que preside15. Ese sistema de antigüedad
por lo general trae a hombres mayores al oficio de Presidente de la Iglesia16, ya que eso proporciona
continuidad, madurez, experiencia y extensa preparación, de acuerdo con la guía del Señor.

El Señor mismo organizó la Iglesia de hoy en día; Él ha establecido un extraordinario sistema de gobierno que
proporciona continuidad y respaldo. El sistema proporciona liderazgo profético a pesar de que con la edad
avanzada surjan enfermedades y discapacidades inevitables17. Hay suficientes medidas de contrapeso y
protección a fin de que nadie pueda llevar a la Iglesia por mal camino. Constantemente se instruye a los
líderes de más antigüedad a fin que algún día estén listos para sentarse en los consejos superiores. Ellos
aprenden a dar oído a la voz del Señor mediante los susurros del Espíritu.

Cuando fue Primer Consejero del presidente Ezra Taft Benson, quien se acercaba al fin de su vida terrenal, el
presidente Gordon B. Hinckley explicó:

“Los principios y procedimientos que el Señor ha establecido para el gobierno de su Iglesia han previsto lo
necesario para esos casos. Es importante que, cuando el Presidente esté enfermo o incapacitado, no haya
dudas ni inquietudes en cuanto al gobierno de la Iglesia y al ejercicio de los dones proféticos, incluso el
derecho a la inspiración y la revelación para administrar los asuntos y los programas de la Iglesia.

“La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, que han sido llamados y ordenados para poseer
las llaves del sacerdocio, tienen la autoridad y la responsabilidad de gobernar la Iglesia, de administrar sus
ordenanzas, de exponer la doctrina y de establecer y mantener sus prácticas.

El presidente Hinckley continuó:

“Cuando el Presidente está enfermo o incapacitado para cumplir todas las funciones de su llamamiento, sus
dos consejeros forman el Quórum de la Primera Presidencia y llevan a cabo diariamente los deberes de la
Presidencia…

“Pero todo asunto importante de normas, procedimientos, programas o doctrina se considera


concienzudamente y con oración en las reuniones de la Primera Presidencia y los Doce”18.

El año pasado, cuando el presidente Monson marcó el cumplimiento de cinco años de servicio como
Presidente de la Iglesia, reflexionó en sus cincuenta años de servicio apostólico e hizo esta declaración: “Con
el tiempo, la edad nos afecta a todos. Sin embargo, unimos nuestra voz a la del rey Benjamín, quien dijo:
‘…soy como vosotros, sujeto a toda clase de enfermedades de cuerpo y mente; sin embargo, he sido
elegido… y ungido por mi padre… y su incomparable poder me ha guardado y preservado, para serviros con
todo el poder, mente y fuerza que el Señor me ha concedido’ (Mosíah 2:11)”.

El presidente Monson prosiguió: “A pesar de cualquier problema de salud que nos pueda aquejar, a pesar de
cualquier debilidad de cuerpo o mente, servimos de la mejor manera posible. Les aseguro que la Iglesia está
en buenas manos. El sistema establecido para el Consejo de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce
[Apóstoles] nos asegura que siempre estará en buenas manos y que, pase lo que pase, no hay necesidad de
preocuparse ni de temer. Nuestro Salvador Jesucristo, a quien seguimos, a quien adoramos y a quien
servimos, siempre está a la cabeza”19.

Presidente Monson, ¡le damos las gracias por esas verdades! Y le damos las gracias por su vida de servicio
ejemplar y devoto. Creo que hablo en nombre de los miembros de la Iglesia de todo el mundo en una
expresión unida y sincera de gratitud por usted. ¡Le rendimos honor! ¡Lo amamos! ¡Lo sostenemos, no sólo
levantando la mano, sino con todo nuestro corazón y esfuerzos consagrados! ¡Humilde y fervientemente
“Pedimos hoy por ti, Profeta fiel”!20. En el nombre de Jesucristo. Amén.

La obediencia a los profetas


Claudio R. M. Costa
De la Presidencia de los Setenta

¡Qué gran bendición es tener profetas en nuestros días!

Yo soy converso a la Iglesia. Estoy tan agradecido de que Dios respondió mi oración y me dio el conocimiento
y un testimonio fuerte de que José Smith es un profeta de Dios.
Antes de tomar la decisión de bautizarme en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,
estudié fragmentos de la historia de José Smith. Oré después de leer detenidamente cada párrafo. Si desean
hacer esto ustedes mismos, podría tomarles unas catorce horas.

Después de que leí, medité y oré, el Señor me otorgó la confirmación de que José Smith era Su profeta. Yo
les testifico que José Smith es un profeta y, por haber recibido esa respuesta del Señor, sé que todos sus
sucesores son profetas también. ¡Qué gran bendición es tener profetas en nuestros días!

¿Por qué es importante tener profetas vivientes para guiar la verdadera Iglesia de Jesucristo y a sus
miembros?

En la Guía para las Escrituras encontramos la definición de la palabra profeta: “Persona llamada por Dios
para que hable en Su nombre. En calidad de mensajero de Dios, el profeta recibe mandamientos, profecías y
revelaciones de Él” (“Profeta” scriptures.lds.org; véase también Guía para el estudio de las Escrituras,
“Profeta”, págs. 170--171).

Es una gran bendición recibir la palabra, los mandamientos y la guía del Señor en estos días difíciles de la
tierra. El profeta puede ser inspirado para ver el futuro en beneficio de la humanidad.

Se nos ha dicho: “Porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”
(Amós 3:7). De este pasaje aprendemos que el Señor revelará a Sus profetas absolutamente todo lo que Él
crea necesario comunicarnos. Él nos revelará Su voluntad y nos instruirá por medio de Sus profetas.

El Señor nos ha prometidoque si creemos en Sus santos profetas, tendremos vida eterna (véase D. y C.
20:26). En el sexto artículo de fe declaramos que creemos en los profetas. Creer significa tener fe y confianza
en ellos, y seguir y hacer lo que los profetas nos pidan que hagamos.

En 1980, cuando el presidente Ezra Taft Benson servía como presidente del Quórum de los Doce Apóstoles,
dio un poderoso mensaje acerca de la obediencia a los profetas en un devocional de la Universidad Brigham
Young, en el Centro Marriott. Su gran discurso, que se tituló: “Catorce razones para seguir al profeta”,
conmovió mi corazón, y me hizo sentir bien de haber tomado la decisión de seguir a los profetas por el resto
de mi vida cuando acepté el bautismo en la verdadera Iglesia del Señor.

Me gustaría compartir con ustedes algunos de los principios que el presidente Benson enseñó:

“Primero: El profeta es el único hombre que habla por el Señor en todo” (véase Liahona, junio de 1981, págs.
1--7).

En nuestros días, el profeta de Dios nos ha dicho que guardemos los mandamientos, que amemos a nuestros
semejantes, que prestemos servicio, que cuidemos a la nueva generación, que rescatemos a los inactivos o
menos activos, que hagamos muchas cosas que llamamos prioridades proféticas. Debemos entender que
esas prioridades son las prioridades de Dios y que el profeta es Su voz al comunicarlas a toda la Iglesia y al
mundo.

Se nos aconseja dar “oído a todas sus palabras y mandamientos” (D. y C.21:4). También aprendemos:

“Recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.

“Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor
dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la
gloria de su nombre” (D. y C. 21:5–6).
Segundo principio: “El profeta viviente es más vital para nosotros que los libros canónicos” (véase “Catorce
razones”, pág. 2).

El profeta viviente recibe revelaciones específicas para nosotros. Puedo recordar muchas veces, cuando he
estado presente para oír a uno de los siervos del Señor hablar sobre algo específico acerca de una ciudad o
un país. Recuerdo por lo menos a tres de los profetas videntes y reveladores vivientes hablar en cuanto a mi
país, Brasil. Uno de esos siervos dijo que Brasil sería una gran economía en el mundo y que estaría libre de
inflación. En ese momento, teníamos una inflación de dos dígitos todos los meses. Para muchas personas fue
difícil creer lo que el profeta dijo, pero yo lo creí. Brasil ha tenido un 5 por ciento de inflación anual ya por
varios años consecutivos y se ha convertido en la novena potencia económica del mundo. ¡El país marcha
muy bien!

Tercer principio: “Un profeta viviente es más importante para nosotros que un profeta muerto” (véase “Catorce
razones”, págs. 2--3).

De las Escrituras, aprendemos una gran lección sobre ello. En la época de Noé, era más fácil para la gente
creer en los profetas muertos, pero les fue difícil creer en Noé. Sabemos que debido a su incredulidad, no
sobrevivieron al Diluvio (véase Génesis 6–7).

Cuarto principio: “Un profeta nunca guiará a la Iglesia por un camino equivocado”(véase “Catorce razones”,
pág. 3).

De nuevo aprendemos de los profetas vivientes. El presidente Wilford Woodruff declaró: “El Señor jamás
permitirá que os desvíe yo ni ningún otro hombre que funcione como Presidente de esta Iglesia. No es parte
del programa. No existe en la mente de Dios. Si yo intentara tal cosa, el Señor me quitaría de mi lugar, y así lo
hará con cualquier hombre que intente desviar a los hijos de los hombres de los oráculos de Dios y de su
deber” (Declaración Oficial 1).

Quinto principio: “No se requiere que el profeta tenga capacitación terrenal en particular ni credencial alguna
para hablar sobre cualquier tema o actuar sobre cualquier asunto en cualquier momento” (véase “Catorce
razones”, pág. 3).

El Señor llamó a un joven, a José Smith, para restaurar Su Iglesia. ¿Piensan ustedes que el joven José Smith
era un doctor en teología o en ciencia? Sabemos que él era un joven humilde y sin instrucción académica,
pero él fue elegido por el Señor y recibió de Él todo lo necesario para honrar y magnificar el llamamiento de
un profeta de la Restauración.

El presidente Benson siguió:

“Sexto: El profeta no tiene porqué decir ‘Así dice el Señor’ para darnos una Escritura …

“Séptimo: El profeta nos dice lo que tenemos que saber, y no siempre lo que queremos oír”(véase “Catorce
razones”, págs. 3--5).

Y entonces el presidente Benson citó de 1 Nefi 16:1, 3:

“Y aconteció que después que yo, Nefi, hube terminado de hablar a mis hermanos, he aquí, ellos me dijeron:
Tú nos has declarado cosas duras, más de lo que podemos aguantar…

“Ahora bien, mis hermanos, si vosotros fuerais justos y desearais escuchar la verdad y prestarle atención, a
fin de andar rectamente delante de Dios, no murmuraríais por causa de la verdad, ni diríais: Tú hablas cosas
duras en contra de nosotros”.
Octavo principio: “Lo que dice el profeta no está limitado por el razonamiento de los hombres…

“…¿Parece razonable curar la lepra diciéndole a un leproso que se bañe siete veces en un río en particular?
Sin embargo, eso es precisamente lo que el profeta Eliseo le dijo a un leproso y éste fue sanado” (véase 2
Reyes 5; véase “Catorce razones”, pág. 5).

Y el presidente Benson continuó dando otros principios acerca de la obediencia al profeta. Voy a leer los
últimos seis e invitarles a que, en la próxima noche de hogar, encuentren estos principios en las palabras y
enseñanzas denuestros profetas videntes y reveladores vivientes durante esta conferencia general.

“Noveno: El profeta puede recibir revelaciones sobre cualquier asunto: temporal o espiritual…

“Décimo: El profeta puede participar en asuntos cívicos…

“Undécimo: Los dos grupos que tienen la dificultad más grande para seguir al profeta son los orgullosos que
poseen mucho conocimiento y los orgullosos que son ricos…

“Duodécimo: El profeta no necesariamente será popular con el mundo o lo mundano…

“Décimotercero: El profeta y sus consejeros constituyen la Primera Presidencia; el quórum más elevado de la
Iglesia…

“Decimocuarto: Sigan al profeta y a la Presidencia —al profeta viviente y a la Primera Presidencia —y serán
bendecidos; rechácenlos y sufrirán” (véase “Catorce razones”, pág. 8).

Tenemos el privilegio de tener las palabras de nuestros profetas, videntes y reveladores vivientes durante
esta maravillosa conferencia general. Ellos hablarán la voluntad del Señor para nosotros, Su pueblo; nos
transmitirán la palabra de Dios y Su consejo para nosotros. Pongan atención y sigan sus instrucciones y
sugerencias, y yo les testifico que sus vidas serán bendecidas completamente.

Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor. Thomas S. Monson es el profeta viviente de Dios, y la
Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles son profetas, videntes y reveladores. En el nombre
de Jesucristo. Amén.

Vivir de acuerdo con las palabras de los profetas


Por Carol F. McConkie
Primera Consejera de la Presidencia General de las Mujeres Jóvenes

Para estar en armonía con los propósitos divinos del cielo, sostenemos al profeta y escogemos vivir de
acuerdo con sus palabras.

Nuestro Padre Celestial ama a todos Sus hijos y desea que ellos sepan y comprendan Su plan de felicidad.
Por lo tanto, llama a profetas, quienes han sido ordenados con poder y autoridad para actuar en el nombre de
Dios para la salvación de Sus hijos. Son mensajeros de rectitud, testigos de Jesucristo y del infinito poder de
Su expiación. Ellos tienen las llaves del Reino de Dios en la Tierra y autorizan que se efectúen las ordenanzas
salvadoras.

En la Iglesia verdadera del Señor, “nunca hay más de una persona a la vez sobre la tierra a quien se
confieren este poder y las llaves de este sacerdocio”1. Sostenemos al presidente Thomas S. Monson como
nuestro profeta, vidente y revelador. Él revela la palabra del Señor para guiar y dirigir a toda la Iglesia. Como
explicó el presidente J. Reuben Clark, hijo: “Sólo el presidente de la Iglesia… tiene el derecho a recibir
revelaciones para la Iglesia”2.
Concerniente al profeta viviente, el Señor manda a los de Su Iglesia:

“Daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba, andando delante de mí con
toda santidad;

“porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.

“Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros”3.

Para estar en armonía con los propósitos divinos del cielo, sostenemos al profeta y elegimos vivir de acuerdo
con sus palabras.

También sostenemos a los consejeros del presidente Monson y al Quórum de los Doce Apóstoles como
profetas, videntes y reveladores. “Ellos tienen el derecho, el poder y la autoridad para declarar la disposición y
la voluntad [del Señor]… sujetos al …Presidente de la Iglesia”4. Ellos hablan en el nombre de Cristo;
profetizan en el nombre de Cristo y hacen todas las cosas en el nombre de Jesucristo. En sus palabras oímos
la voz del Señor y sentimos el amor del Salvador. “Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu
Santo será Escritura… y el poder de Dios para salvación”5. El Señor mismo ha dicho: “…sea por mi
propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo”6.

Estamos agradecidos por una Iglesia “[edificada] sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”7. La casa del Señor es una casa de orden, y nunca debemos
ser engañados y mirar a otro lado en busca de respuestas para nuestras dudas o inquietudes sobre qué voz
debemos seguir. No tenemos que ser “llevados por doquiera de todo viento de doctrina”8. Dios revela Su
palabra por medio de Sus siervos ordenados “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio,
para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del
Hijo de Dios”9. Cuando elegimos vivir de acuerdo con las palabras de los profetas, estamos en el camino del
convenio que lleva a la perfección eterna.

De una madre sola tratando de sobrevivir una época de hambruna, aprendemos lo que significa sostener al
profeta. El Señor instruyó a Elías el profeta a que fuera a Sarepta, donde encontraría a una mujer viuda a
quien Dios había mandado que lo sustentara. Al acercarse a la ciudad, Elías el profeta la vio recogiendo leña.
La llamó, “Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso para que beba”10.

“Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan
en tu mano.

“Y ella respondió: Vive Jehová, Dios tuyo, que no tengo pan cocido; solamente un puñado de harina tengo en
la tinaja y un poco de aceite en una vasija; y he aquí que ahora recogía dos leños para entrar y prepararlo
para mí y para mi hijo, para que lo comamos y nos muramos”.

Y Elías le dijo: No tengas temor; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primerode ello una pequeña torta
cocida y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo”11.

Imaginen por un momento la dificultad de lo que el profeta le estaba pidiendo que hiciera a una madre
hambrienta. Ciertamente, Dios mismo podría haber proveído alimento para Su fiel siervo. Pero, actuando en
el nombre del Señor, Elías el profeta hace lo que se le manda, lo cual era pedir a una amada hija de Dios que
sacrificara lo que tenía para el sustento del profeta.

Pero Elías el profeta también prometió una bendición por su obediencia: “Porque así ha dicho Jehová, Dios de
Israel: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá”12. El Señor dio a la viuda la
oportunidad de elegir creer y obedecer las palabras del profeta.
En un mundo amenazado por el hambre de rectitud y la hambruna espiritual, se nos ha mandado que
sostengamos al profeta. Al obedecer, sostener y declarar la palabra profética, testificamos que tenemos la fe
para someternos a la voluntad, la sabiduría y los tiempos del Señor.

Hacemos caso a la palabra profética aun cuando pueda parecer inaceptable, inconveniente y difícil. De
acuerdo con las normas del mundo, seguir al profeta puede ser poco popular, políticamente incorrecto o
socialmente inaceptable. Pero seguir al profeta es siempre lo correcto. “Como son más altos los cielos que la
tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros
pensamientos”13. “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia”14.

El Señor honra y favorece a quienes prestan atención a la guía del profeta. Para la viuda de Sarepta el haber
obedecido a Elías salvó su vida y básicamente la de su hijo. Como prometió el profeta: “y comieron él, y ella y
su casa durante muchos días…conforme a la palabra que Jehová había dicho por medio de Elías”15.

El Señor “alimentará a los que confían en Él”16. Las palabras de los profetas son como maná para nuestra
alma. Cuando las aceptamos, somos bendecidos, protegidos y preservados tanto temporal como
espiritualmente. Cuando nos deleitamos en sus palabras, aprendemos cómo venir a Cristo y vivir.

El élder Bruce R. McConkie escribió que por medio de los profetas “el Señor revela las verdades de
salvación… la salvación que es en Cristo; y determina … el curso que lleva a la vida eterna … En toda época
el Señor da a su pueblo la dirección que necesita en el momento en que están en riesgo y peligro.
Seguramente en los días por venir habrá momentos cuando nada, sino la sabiduría de Dios, que viene del
cielo y que fluye de labios proféticos, podrá salvar a Su pueblo”17.

Para mí, las palabras de los profetas que me enseñó mi maestra de Laureles me dio una clara visión de cómo
debe ser la relación en el convenio del matrimonio. Las palabras de los profetas me dieron la fe y la
esperanza de que yo podría prepararme y tener un hogar feliz. El estudio constante de las enseñanzas de los
profetas, tanto antiguos como modernos, me sostuvieron durante los años difíciles, y en ocasiones
exhaustivos, al criar, enseñar y nutrir a siete hijos. Las palabras de los profetas en las Escrituras y las que
enseñan desde este púlpito, son palabras de consuelo, amor, fortaleza y buen ánimo que se aplican a todos.

Cuando escuchamos las palabras de los profetas, edificamos nuestros hogares y nuestra vida sobre un
fundamento seguro, “la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios … para que cuando el
diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa
tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros… [a] miseria y angustia sin fin”18.

Podemos elegir. Podríamos ignorarlas, tomarlas a la ligera o rebelarnos contra las palabras de Cristo
pronunciadas por Sus siervos ordenados; pero el Salvador enseñó que quienes hacen eso serán
desarraigados de entre Su pueblo del convenio19.

Al leer con espíritu de oración y estudiar la sagrada palabra profética con fe en Cristo, con verdadera
intención, el Espíritu Santo revelará la verdad a nuestra mente y corazón. Que podamos abrir nuestros oídos
para escuchar, nuestros corazones para entender y nuestra mente para que los misterios de Dios sean
desplegados ante nuestra vista20.

Testifico que José Smith fue y es el profeta llamado por Dios para restaurar el evangelio de Jesucristo y Su
sacerdocio en la Tierra. Testifico que el presidente Monson es un profeta verdadero de Dios que nos guía en
estos días. Es mi ruego que elijamos apoyar a los profetas y vivir de acuerdo con sus palabras hasta que
lleguemos a ser unidos en la fe, purificados en Cristo y llenos del conocimiento del Hijo de Dios. En el sagrado
nombre de Jesucristo. Amén.

CAPÍTULO 1
Nuestra necesidad de profetas vivientes
Manual del alumno para el curso Enseñanzas de los profetas vivientes
Introducción

Desde los días de Adán, una manera en la que el Señor ha comunicado Su voluntad a Sus hijos ha sido por
medio de profetas (véase Amós 3:7). Los profetas nos enseñan la voluntad de Dios y revelan Su carácter
divino; son predicadores de rectitud, denuncian el pecado y, cuando son inspirados a hacerlo, predicen
eventos futuros. Más importante aun, los profetas testifican de Jesucristo. El Señor prometió que si “[damos]
oído” a las palabras del profeta, “las puertas del infierno no prevalecerán contra [nosotros]; sí, y Dios el Señor
dispersará los poderes de las tinieblas de ante [nosotros], y hará sacudir los cielos para [nuestro] bien y para
la gloria de su nombre” (D. y C. 21:4, 6). Al tener profetas para guiarnos, podemos estar seguros de la
voluntad de Dios concerniente a nosotros; podemos estar seguros de que cuando seguimos el consejo de los
profetas vivientes, navegaremos mejor a través de los tiempos difíciles en los que vivimos.

Comentarios

1.1El Señor revela Su voluntad a los profetas vivientes hoy así como lo hizo en el pasado

El presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que desde Adán hasta el
Presidente de la Iglesia actual, los profetas han sido una parte importante del plan del Señor:

“La primera dispensación [del Evangelio] tuvo lugar en la época de Adán. Posteriormente, vinieron las
dispensaciones de Enoc, Noé, Abraham, Moisés y otras [véase la Guía para el Estudio de las
Escrituras, “Dispensaciones”]. Cada profeta tuvo el encargo divino de enseñar acerca de la divinidad y
de la doctrina del Señor Jesucristo. En cada dispensación, esas enseñanzas tuvieron por objeto ayudar a
las personas, pero la desobediencia de estas tuvo como resultado la apostasía…

“Así vemos que era necesaria una restauración total. Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo llamaron al profeta
José Smith a ser el profeta de esta dispensación. Todos los poderes divinos de las dispensaciones anteriores
debían restaurarse por conducto de él” (“El recogimiento del Israel disperso”, Liahona, noviembre de 2006,
págs. 79–80; énfasis agregado).

La dispensación final del Evangelio empezó con el llamado de un profeta: José Smith. Al igual que en las
dispensaciones pasadas, la voluntad de Dios se da a conocer a Sus hijos mediante el proceso de la
revelación.

El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, habló sobre la necesidad de la


revelación constante:

“Mucha de la revelación que se ha recibido, tanto en esta época como en el pasado, ha sido doctrinal. Parte
de ella ha sido acerca de cómo dirigir la Iglesia y cómo solucionar problemas, y muy pocas han sido
espectaculares. El presidente John Taylor dijo: ‘La revelación que recibió Adán no daba instrucciones a Noé
para construir el arca, ni la revelación que recibió Noé mandaba a Lot que abandonase Sodoma, ni ninguna
de ellas hablaba de que los hijos de Israel salieran de Egipto. Cada uno de ellos recibió revelaciones
individuales’ (Millennial Star, 1 de noviembre de 1847, pág. 323)”; (véase “La revelación
continua”, Liahona, agosto de 1996, pág. 5; énfasis agregado).

El presidente Hugh B. Brown (1883–1975), de la Primera Presidencia, describió una conversación que tuvo
con un miembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido y exjuez de la Corte Suprema de Inglaterra,
que no era miembro de la Iglesia, acerca de la necesidad de profetas vivientes y de la revelación que ellos
reciben:
“[Dije:] ‘… le afirmo, de la manera más solemne, que en los tiempos de la Biblia era costumbre que Dios
hablara a los hombres’.

“[Él respondió:] ‘Creo que lo admitiré, pero eso llegó a su fin poco después del primer siglo de la era cristiana’.

“‘¿Por qué piensa que llegó a su fin?’.

“‘No lo sé’.

“‘¿Piensa que Dios no ha vuelto a hablar desde entonces?’.

“‘Estoy seguro que no’.

“‘Si se me permite, voy a sugerir algunas posibles razones [por las cuales no ha hablado]: Quizá Dios ya no
hable a los hombres porque no puede hacerlo; ya ha perdido Su poder para hacerlo’.

“Él respondió: ‘Desde luego que suponer eso equivaldría a blasfemar’.

“‘Bueno, en ese caso, si no acepta esa razón, entonces quizá ya no hable a los hombres porque ya no nos
ama. Ya no se interesa por los asuntos de los hombres’.

“‘No’, dijo, ‘Dios ama a todos los hombres, y no hace acepción de personas’.

“‘En ese caso… la única respuesta posible, según lo veo yo, es que ya no lo necesitamos. Hemos logrado
avances tan rápidos en la ciencia, somos tan cultos y educados, que ya no necesitamos a Dios’.

“Entonces él respondió con una voz temblorosa, mientras pensaba en la guerra inminente [la Segunda Guerra
Mundial]: ‘Señor Brown, nunca ha habido un momento en la historia del mundo en que se haya
necesitado la voz de Dios de manera tan crítica como ahora. Quizá pueda decirme usted por qué no
habla’.

“Mi respuesta fue la siguiente: ‘Sí habla; Él ha hablado, pero los hombres necesitan tener fe para oírlo’.

“Procedimos, entonces, a preparar lo que llamaré ‘el perfil de un Profeta’…

“[El juez permaneció] sentado y escuchó con mucha atención; después formuló ciertas preguntas muy agudas
y perspicaces, y al final dijo: ‘Señor Brown, me pregunto si su gente se da cuenta de la trascendencia de su
mensaje. ¿Y usted?’. A lo que añadió: ‘Si lo que me ha dicho es verdad, se trata del mensaje más grandioso
que ha llegado a la tierra desde que los ángeles anunciaron el nacimiento de Cristo’” (véase “El perfil de un
profeta”, Liahona, junio de 2006, págs. 13, 15; énfasis agregado).

1.2Los problemas de hoy se resuelven con soluciones divinas

El profeta José Smith (1805-1844) enseñó que necesitamos dirección divina continua “adaptada a las
circunstancias” de la gente de esta dispensación (en History of the Church, tomo V, pág. 135). También
enseñó que “nos encontramos en una situación completamente diferente de la de cualquier otro pueblo que
haya existido sobre esta tierra” y, por tanto, necesitamos revelación y dirección exclusivas (en History of the
Church, tomo II, pág.52; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág.
206). “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará
muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” (Artículos de Fe 1:9).
En una revelación dada en 1883 por medio del presidente John Taylor (1808–1887), el Señor prometió que
continuaría bendiciendo a la Iglesia con revelaciones:

“… y os revelaré, de vez en cuando, mediante los canales que he señalado, todo lo que fuere necesario para
el desarrollo futuro y la perfección de mi Iglesia, para el ajuste y el despliegue de mi reino, y para la
edificación y el establecimiento de mi Sion” (en James R. Clark, comp., Messages of the First Presidency of
The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1965, tomo II, pág. 354).

El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, recordó a los Santos que la
revelación dicta la constancia y el cambio en la Iglesia:

“En el futuro habrá cambios tal como los hubo en el pasado. El que las autoridades de la Iglesia [el Profeta y
los Apóstoles] efectúen cambios o los resistan dependerá totalmente de las instrucciones que reciban por
medio de los canales de la revelación, los cuales fueron establecidos desde el principio.

“Las doctrinas permanecerán inamovibles, eternas; la organización, los programas y los procedimientos se
alterarán según lo indique Aquel cuya Iglesia esta es” (“La revelación en un mundo
inconstante”, Liahona,enero de 1990, pág. 16).

El presidente John Taylor (1808–1887) habló de la necesidad de la revelación en el presente como parte de
la verdadera religión del Señor:

“Creemos que es necesario que haya comunicación entre el hombre y Dios; que el hombre debe recibir
revelación de Él y que, si no se encuentra bajo la influencia de la inspiración del Espíritu Santo, no puede
saber nada referente a las cosas de Dios… ¿Quién ha oído alguna vez de la religión verdadera sin
comunicación con Dios? Para mí, eso es lo más absurdo que la mente humana podría concebir. No me
extraña que, al rechazar la gente en general el principio de la revelación actual, reinen el escepticismo y la
infidelidad en grado tan alarmante. No me extraña que tantos hombres traten la religión con desprecio y la
consideren como algo que no es digno de la atención de seres inteligentes, puesto que la religión sin
revelación es una burla y una farsa…

“El principio de la revelación actual, entonces, constituye el fundamento mismo de nuestra religión”
(“Discourse by Elder John Taylor,” Deseret News, 4 de marzo de 1874, pág. 68, énfasis agregado; véase
también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor, 2002, págs. 175, 177, énfasis agregado).

1.3La revelación es constante en esta dispensación

El profeta José Smith reveló la intención y la voluntad de Dios a los santos.

El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) testificó que la revelación fluye constantemente en nuestra
dispensación:

“Yo afirmo, con la más profunda humildad, pero también con el poder y la fuerza del ardiente testimonio que
hay en mi alma, que desde el Profeta de la Restauración hasta el de nuestros días, la línea de comunicación
permanece ininterrumpida, la autoridad es continua y la luz sigue iluminándonos. La voz del Señor es una
incesante melodía y un atronador llamado” (“La palabra del Señor a Sus profetas”,Liahona, octubre de 1977,
pág. 65; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. 265).

El presidente George Q. Cannon (1827–1901), de la Primera Presidencia, enseñó:

“Esta Iglesia, desde el día de su organización hasta el presente, jamás ha tenido ni una hora, sí, podría
decir, ni un momento, sin revelación, sin tener a un hombre entre nosotros que nos pueda decir, como
pueblo, la intención y la voluntad de Dios; que nos pueda señalar lo que debemos hacer, que nos pueda
enseñar las doctrinas de Cristo, que nos pueda señalar lo que es falso e incorrecto, y que pueda darnos la
instrucción y el consejo necesarios en todos los asuntos dentro de los límites de nuestra experiencia y a los
que necesitamos prestar atención. Este siempre ha sido el caso” (“Discourse by President George Q.
Cannon”, Deseret News, 21 de enero de 1885, pág. 3, énfasis agregado).

1.4La Iglesia del Señor está edificada sobre el fundamento de profetas y apóstoles

El Cuórum de los Doce Apóstoles en 2009

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) testificó:

“Esta es la Iglesia restaurada de Jesucristo. Nosotros somos Santos de los Últimos Días. Testificamos que los
cielos se han abierto, que se ha partido el velo, que Dios ha hablado y que Jesucristo se ha manifestado a Sí
mismo, a lo que siguió el otorgamiento de la autoridad divina.

“Jesucristo es la piedra angular de esta obra, y está edificada sobre un ‘fundamento de… apóstoles y
profetas’ (Efesios 2:20)” (“El maravilloso fundamento de nuestra fe”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 81).

El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó por qué es necesario en estos días el
fundamento de apóstoles y profetas:

“[El] fundamento apostólico y profético de la Iglesia era bendecir en todo momento, pero especialmente en
momentos de adversidad o peligro, cuando quizás nos sintamos como niños, confusos y desorientados, tal
vez un poco temerosos; momentos en que la mano engañosa del hombre o la malicia del diablo intentan
inquietar o desviar… En los tiempos del Nuevo Testamento, en los tiempos del Libro de Mormón y en estos
tiempos, esos oficiales son las piedras fundamentales de la Iglesia verdadera, colocadas alrededor de la
piedra del ángulo, ‘la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios’ [Helamán 5:12], y
fortalecidos por ella” (véase “Profetas, Videntes y Reveladores”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 7).

1.5Los miembros de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles son profetas, videntes
y reveladores

El presidente Harold B. Lee (1899-1973) enseñó lo que significa el que sostengamos a la Primera
Presidencia y al Cuórum de los Doce Apóstoles como profetas, videntes y reveladores:

“Todos los miembros de la Primera Presidencia y de los Doce son regularmente sostenidos como
‘profetas, videntes y reveladores’… Eso significa que cualquiera de los apóstoles, escogido y ordenado de
esa forma, podría presidir la Iglesia si fuese ‘escogido por el cuerpo nombrado [que, según ha sido
interpretado, significa todo el Cuórum de los Doce] y ordenado a ese oficio, y sostenido por la confianza, fe y
oraciones de la Iglesia’ —para citar una revelación sobre este tema—, con una condición, la cual es que sea
el miembro más antiguo, es decir, el Presidente de ese cuerpo (véase D. y C. 107:22)” (véase Enseñanzas de
los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, 2001, pág. 89–90, énfasis agregado).

El presidente J. Reuben Clark Jr., 1871–1961, de la Primera Presidencia, explicó:

“A algunas de las Autoridades Generales [los Apóstoles] se les ha asignado un llamamiento especial; poseen
un don especial; se los sostiene como profetas, videntes y reveladores, lo cual les confiere una dotación
espiritual especial en lo que se refiere a impartir enseñanzas a los de este pueblo. Ellos tienen el derecho, el
poder y la autoridad de manifestar la intención y la voluntad de Dios a Su pueblo, sujetos al poder y a la
autoridad totales del Presidente de la Iglesia” (véase Liahona, septiembre de 2001, pág. 35, énfasis
agregado).
1.6¿Qué son los profetas, videntes, y reveladores?

1.6.1Profeta

Un profeta es “una persona llamada por Dios para que hable en Su nombre. En calidad de mensajero de Dios,
el profeta recibe mandamientos, profecías y revelaciones de Él. La responsabilidad del profeta consiste en
hacer conocer a la humanidad la voluntad y la verdadera naturaleza de Dios, y demostrar el significado que
tienen Sus tratos con ellos. El profeta denuncia el pecado y predice sus consecuencias; es predicador de
rectitud. En algunas ocasiones, puede recibir inspiración para predecir el futuro en beneficio del ser
humano; no obstante, su responsabilidad primordial es la de dar testimonio de Cristo. El Presidente de
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el profeta de Dios sobre la tierra en la
actualidad. A los miembros de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles se los sostiene
como profetas, videntes y reveladores” (véase Guía para el estudio de las
Escrituras, “Profeta”, scriptures.lds.org; énfasis agregado).

1.6.2Vidente

Como vidente, Isaías vio el futuro.

Un vidente es “una persona autorizada por Dios para ver con los ojos espirituales las cosas que Dios ha
escondido del mundo (Moisés 6:35-38); es un revelador y un profeta (Mosíah 8:13–16). En el Libro de
Mormón, Ammón enseñó que solo un vidente podía usar los intérpretes especiales, o sea, el Urim y el Tumim
(Mosíah 8:13; 28:16). Un vidente conoce el pasado, el presente y el futuro. En los tiempos antiguos, a los
profetas a menudo se los llamaba videntes (1 Samuel 9:9; 2 Samuel 24:11).

“José Smith es el gran vidente de los últimos días (D. y C. 21:1; 135:3). Además, a la Primera Presidencia y al
Consejo de los Doce se los sostiene como profetas, videntes y reveladores” (véase Guía para el Estudio de
las Escrituras, “Vidente”, scriptures.lds.org; énfasis agregado).

El élder John A. Widtsoe (1872–1952), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó:

“Un vidente es alguien que ve con ojos espirituales y percibe el significado de lo que a otros les parece
incomprensible; por tanto, es un intérprete y aclara la verdad eterna… En resumen, es uno que ve, que anda
en la luz del Señor con los ojos abiertos [véase Mosíah 8:15–17]” (Evidences and Reconciliations, editado por
G. Homer Durham, 1960, pág. 258).

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) describió a uno de sus consejeros como alguien que
poseía el don de la videncia:

“El presidente Harold B. Lee es un pilar de verdad y justicia, un verdadero vidente que posee gran fortaleza,
percepción y sabiduría espiritual, y cuyo conocimiento y comprensión de la Iglesia y sus necesidades no
tienen par” (Liahona, octubre de 1970, pág. 1).

1.6.3 Revelador

Como reveladores, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles dan a conocer la voluntad del
Señor para la Iglesia y para la humanidad en general. Revelan Su voluntad en asuntos tanto espirituales
como temporales, aunque para el Señor todas las cosas son espirituales (véase D. y C. 29:34). Ellos
enseñan la doctrina, dirigen los cuórumes del sacerdocio, guían a las organizaciones auxiliares, supervisan la
construcción de centros de reuniones y templos, y hacen todo lo que sea necesario para que ruede “el
evangelio hasta los extremos de [la tierra], como la piedra cortada del monte, no con mano, ha de rodar, hasta
que llene toda la tierra” (D. y C. 65:2).
El élder John A. Widtsoe (1872–1952) enseñó:

“Un revelador da a conocer, con la ayuda del Señor, algo que no se conocía anteriormente. Puede ser una
verdad nueva o una verdad olvidada, o la aplicación nueva u olvidada de una verdad conocida para necesidad
del hombre” (Evidences and Reconciliations, pág. 258).

1.7Los profetas nos ayudan a fortalecer la fe en Jesucristo

El escuchar y seguir las palabras de los profetas vivientes fortalece nuestra fe en Jesucristo (véase Romanos
10:17). El profeta José Smith (1805–1844) enseñó: “La fe viene por oír la palabra de Dios, mediante el
testimonio de los siervos de Dios; ese testimonio siempre viene acompañado del espíritu de profecía y
revelación [véase Apocalipsis 19:10]” (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág.
409; énfasis agregado). Los profetas declaran la palabra de Dios por el espíritu de profecía para que los que
escuchan puedan ejercer fe en Jesucristo.

Porque Él ama a sus hijos, y “sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra” (D. y
C. 1:17), el Padre Celestial proveyó una solución: Él restauró la plenitud del evangelio de Jesucristo por medio
del profeta José Smith. De ese modo, el Señor preparó el camino “para que… la fe aumente en la tierra” (D. y
C. 1:21). Él prometió: “aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será
cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38). Cuando escuchamos
la palabra del Señor mediante las enseñanzas de los profetas y vemos su cumplimiento, nuestra fe crece. La
fe nos trae paz, esperanza y regocijo, aun en un mundo atormentado por la duda, la maldad y las
calamidades.

1.8Los profetas enseñan para nuestro beneficio

A quienes estén tentados a resistir los consejos y advertencias de los profetas, el presidente Gordon B.
Hinckley (1910–2008) aseguró:

“Pido a todos que entiendan que nuestros ruegos no son motivados por deseos egoístas; ruego que
entiendan que nuestras advertencias no carecen de peso y razón; ruego que entiendan que no se llega a la
decisión de hablar de ciertos asuntos sin [deliberación, análisis y oración]; ruego que entiendan que nuestra
única ambición es ayudar a cada uno [de ustedes] con sus problemas, sus dificultades, su familia y su vida…

“No tenemos [ningún] deseo egoísta… sino el deseo de que nuestros hermanos sean felices, que en su hogar
se encuentren la paz y el amor, que sean bendecidos por el poder del Todopoderoso en todas las actividades
que emprendan con rectitud” (véase “La Iglesia sigue su curso establecido”, Liahona, enero de 1993, pág. 66).

1.9Encontramos seguridad al conocer y aplicar las enseñanzas de los profetas vivientes

Dentro del Centro de Conferencias durante una conferencia general de la Iglesia

Los peligros temporales y espirituales que enfrenta el mundo hoy en día son evidencia de lo mucho que
necesitamos la guía profética. El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia,
describió cómo podemos mantenernos a salvo de esos peligros:

“Se nos ha prometido que el Presidente de la Iglesia, como revelador de esta, recibirá guía para todos
nosotros. Estaremos seguros si obedecemos lo que él dice y seguimos su consejo” (“La revelación
continua”, Liahona, agosto de 1996, pág. 6; énfasis agregado).

El élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dio un ejemplo de cómo una enseñanza
profética protegió a fieles miembros de la Iglesia del peligro:
“Los profetas son inspirados a darnos prioridades proféticas para protegernos de los peligros. Como
ejemplo, el presidente Heber J. Grant, profeta entre 1918 y 1945, recibió inspiración para recalcar la
obediencia a la Palabra de Sabiduría [véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Heber J.
Grant, 2003, págs. 203-213], el principio con promesa que el Señor reveló al profeta José [véase D. y C. 89].
Él recalcó la importancia de no fumar ni tomar bebidas alcohólicas y pidió a los obispos que repasaran estos
principios en las entrevistas para la recomendación para el templo.

“En esa época, la sociedad aceptaba el fumar como una conducta adecuada y glamorosa. La profesión
médica aceptaba el fumar sin preocupación ya que los estudios científicos que vincularían el humo del
cigarrillo con varios tipos de cáncer aparecerían en un futuro distante. El presidente Grant aconsejó con gran
vigor, y llegamos a ser conocidos como un pueblo que se abstiene de beber y fumar…

“La obediencia a la Palabra de Sabiduría dio a nuestros miembros, sobre todo a los jóvenes, una vacuna
preventiva contra el uso de las drogas, los problemas de salud y los peligros morales resultantes”
(véase “Demos oído a las palabras del profeta”, Liahona, mayo de 2008, pág. 48; énfasis agregado).

El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, advirtió que, debido a que encontramos
seguridad al seguir las palabras del profeta viviente, debemos evitar los obstáculos que han causado que
algunos no prestasen atención a las palabras del profeta:

“No es cosa insignificante, mis hermanos y hermanas, el tener un profeta de Dios entre nosotros… Cuando
escuchamos el consejo del Señor expresado por medio de las palabras del Presidente de la Iglesia, nuestra
respuesta debe ser positiva y pronta. La historia ha demostrado que hay seguridad, paz, prosperidad y
felicidad cuando respondemos al consejo profético tal como lo hizo Nefi de la antigüedad: “Iré y haré lo que el
Señor ha mandado” (1 Nefi 3:7).

“Sabemos en cuanto a la experiencia de Naamán, quien sufría de lepra y que finalmente se puso en contacto
con el profeta Eliseo y se le dijo: ‘Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará y serás
limpio’ (2 Reyes 5:10).

“Al principio, Naamán no deseaba seguir el consejo de Eliseo. No pudo entender lo que se le había pedido
hacer: Lavarse siete veces en el río Jordán. En otras palabras, su orgullo y porfía evitaban que recibiera la
bendición del Señor a través de Su profeta. Afortunadamente, al final bajó y ‘se sumergió siete veces en el
Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó
limpio’ (2 Reyes 5:14).

“Qué humilde debe haberse sentido Naamán al darse cuenta de que estaba a punto de dejar que su orgullo y
su poco deseo de escuchar el consejo del profeta le impidieran recibir tan gran bendición de limpieza. Y
cuánta humildad debe ocasionarnos el contemplar cuántos de nosotros podríamos privarnos de las grandes y
prometidas bendiciones porque no escuchamos y luego no hacemos las cosas relativamente simples que
nuestro profeta nos dice que hagamos hoy día…

“Hoy día les hago una promesa; es simple, pero es verdadera: Si escuchan al profeta viviente y a los
apóstoles, y obedecen nuestro consejo, no se [desviarán] por mal camino” (véase “Recibiréis su
palabra”, Liahona, julio de 2001, págs. 80–81; énfasis agregado).

El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, nos recordó que las bendiciones vienen cuando
actuamos de acuerdo con las respuestas inspiradas que nos da el profeta:

“Tenemos un profeta viviente sobre la faz de la tierra… Él conoce nuestros retos y temores; él tiene las
respuestas inspiradas…
“Los profetas nos hablan en el nombre del Señor y con toda sencillez. El Libro de Mormón lo ratifica de este
modo: ‘Porque el Señor Dios ilumina el entendimiento; pues él habla a los hombres de acuerdo con el idioma
de ellos, para que entiendan’ (2 Nefi 31:3).

“Tenemos la responsabilidad no solo de escuchar, sino de actuar de acuerdo con Su palabra, a fin de
que podamos obtener las bendiciones de las ordenanzas y convenios del Evangelio restaurado. Él dijo: ‘Yo, el
Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa
tenéis’ (D. y C. 82:10).

“Tal vez haya ocasiones en las que nos sintamos abrumados, heridos o al borde del desánimo [al hacer un]
gran esfuerzo por ser miembros perfectos de la Iglesia. Pero tengan la seguridad de que sí hay bálsamo en
Galaad. Demos oídos a los profetas de nuestros días mientras nos ayudan a fijar nuestra atención en las
cosas que son fundamentales en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” (véase “La Iglesia
mundial es bendecida por la voz de los profetas”,Liahona, noviembre de 2002, pág. 12; énfasis agregado).

1.10Una de nuestras mayores necesidades es la de escuchar y obedecer a los profetas

El presidente Harold B. Lee (1899–1973) explicó el valor de dar oído al consejo del profeta, aun cuando
nuestras propias opiniones difieran de ese consejo:

“La única seguridad que tenemos los miembros de esta Iglesia es hacer exactamente lo que el Señor dijo a la
Iglesia el día en que esta fue organizada. Debemos aprender a prestar oídos y obedecer las palabras y los
mandamientos que el Señor dará por conducto de Su profeta: ‘… según los reciba, andando delante de mí
con toda santidad… con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca’ (D. y C. 21:4–5). Habrá
algunas cosas que requieran paciencia y fe. Es posible que no les guste lo que dicen las Autoridades de la
Iglesia. Puede que contradiga sus opiniones políticas o sociales; puede que interfiera con su vida social; pero
si escuchan esas cosas como si viniesen de la propia boca del Señor, con paciencia y fe, la promesa es que
‘las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las
tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre’ (D. y C.
21:6)” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, pág. 92).

El élder Robert D. Hales, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos aseguró que estaremos libres de
“innecesario dolor” si seguimos el consejo profético:

“Si siguiéramos el consejo de los profetas, tendríamos una vida terrenal libre de innecesario dolor y de
autodestrucción. Eso no quiere decir que no tendremos problemas, porque igual los tendremos; no quiere
decir que no seremos probados, porque lo seremos, pues eso es parte del propósito de esta vida. Pero si
escuchamos el consejo de nuestro Profeta, tendremos más fortaleza y podremos sobrellevar las pruebas de
esta etapa mortal; tendremos, además, esperanza y gozo. Todas las palabras de consejo de los profetas de
todas las generaciones se nos han dado para fortalecernos y ponernos en condiciones de fortalecer a los
demás” (véase “Escuchemos y obedezcamos la voz del Profeta”, Liahona, julio de 1995, págs. 18–19; véanse
también Mosíah 2:41; D.y C. 59:23).

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