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Esta noche, decidí detenerme para observar mi espejo, y me hundí en el reflejo de mi pasado.

Un
bello recuerdo. Cruzaba la calle, era temporada estival, el sol abrazaba más de lo necesario. Yo le
era indiferente, quería saciar mis deseos. Mis prioridades de niñez. Iba con mi mejor amigo y mi
hermano. Mi hermano llevaba el balón. Comenzamos a chutear, mi amigo se gano al arco.
Siempre nos reíamos en la cancha, algo tenía aquel lugar, que se imponía en nuestras bocas la risa
y la alegría florecía sin dañar a nadie. De pronto, cuando se estaba exiliando el sol. A la cancha
llego un obrero con su pequeño hijo, el niño no tenía más de dos años.

- Buenos tardes – Dijo el maestro.


- Buenos tardes – Respondimos los tres.

Seguimos continuando el chute. De pronto el maestro se acerco a nosotros para decirnos si


podíamos jugar con su hijo. Yo le dije de inmediato que sí. Pero ni mi amigo ni mi hermano querían
jugar con él, porque era muy pequeño. Termine por convencerlo y comenzamos a jugar. Yo era el
mayor de los tres, abandoné el juego para ir a conversar con el maestro que estaba sentado.

– ¿De dónde es maestro?


– De por acá cerca ¿y tú?
– De al frente. ¿Viene del trabajo?
– Si. Aproveche de traer al niño. Porque ya no paso ni tiempo con él
– Eso es lo malo del trabajo, te quita cualquier tiempo. Yo también traigo a mi hermano,
antes mi padre me llevaba al parque, pero ahora está viejo y no viene, así que trato de
trasmitirle a mi hermano lo mismo que me dieron a mí.
– Qué bueno, mi otro hijo, no le gusta a mi niño.
– ¿Se tienen mala?

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