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Profesores:
Claudia MEJÍAS ALONZO
Gonzalo SEVERIN FUSTER
VALPARAÍSO, 2016
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1 Conceptos fundamentales
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I. INTRODUCCIÓN. LOS ACTOS JURÍDICOS COMO HECHOS JURÍDICOS
Los derechos subjetivos pueden ser de diversas clases. Una primera gran
clasificación distingue entre derechos políticos y derechos privados o civiles. Entre
estos últimos encontramos, principalmente: i) los relativos a la personalidad, que
implican respeto del individuo en sí mismo y en cuanto miembro de la familia y del
Estado (que están consagrados y protegidos por la Constitución); ii) los derechos
patrimoniales o pecuniarios, que son, dicho simplemente, derechos sobre una cosa
(derechos reales; art. 577 CC) o derechos a exigir que otro haga algo en nuestro
favor (derechos personales o créditos; art. 578 CC); y iii) los derechos derivados de
las relaciones de familia, que son de naturaleza extra-patrimoniales, y que se
caracterizan por que implican deberes recíprocos (son derechos-deberes).
Hechos
Naturales
Jurídicos Involuntarios
Como hemos dicho, los actos jurídicos comprenden todos los actos humanos
realizados con la intención de producir consecuencias jurídicas. No existe una
definición legal de acto jurídico. Desde un punto de vista doctrinal, el acto jurídico
suele definirse como una manifestación de la voluntad realizada con la intención
de producir consecuencias jurídicas, las que pueden consistir en crear, constituir
modificar, transferir, transmitir o extinguir derechos y obligaciones.
Lo primero que conviene apuntar, es que el acto jurídico es definido como una
manifestación de voluntad (en singular, y no “voluntades”). Ello es así pues, para
que exista un acto jurídico, no es necesario que exista un acuerdo entre dos o más
personas. Los actos jurídicos, como veremos, pueden ser manifestación de una
sola voluntad, como ocurre, por ejemplo, con el testamento, o el reconocimiento
de un hijo. En tal caso, decimos que son actos jurídicos unilaterales. Los actos
jurídicos pueden, también, ser manifestación de un acuerdo de voluntades (la
voluntad, se denomina, en este caso, “consentimiento”); estos son los actos
jurídicos bilaterales.
Antes de comenzar. Es posible realizar numerosas clasificaciones de los actos jurídicos, atendiendo
a los diferentes criterios que a continuación se indicarán.
Por último, conviene tener presente que nuestro Código civil no regula de forma general el acto
jurídico, y por lo mismo, la teoría del acto jurídico se construye a partir de las normas dadas para un
particular tipo de acto jurídico: el contrato. Por ello, muchas de las clasificaciones que veremos
resultan de la generalización de dichas normas. Esto es lo que ocurre, particularmente, con los arts.
1439 a 1443 CC, que contienen diversas clasificaciones de los contratos; las que revisaremos también
en esta unidad.
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i. Acto de familia. Son actos de familia los que tienen directa relación con la
situación de un individuo dentro de la familia. La finalidad de estos actos no es
patrimonial, en el sentido de que el objeto del acto no es directamente avaluable
en dinero. Pero, ello no quiere decir que, una vez celebrado el acto, no se
produzcan algunas consecuencias patrimoniales, que son por tanto,
consecuenciales.
ii. Acto patrimonial. En general, son actos patrimoniales, los que tienen
como finalidad la modificación del patrimonio de una persona, siendo posible
avaluar el objeto del acto en dinero.
ii. Distintas reglas de capacidad. Otra diferencia entre los actos patrimoniales y
los de familia, se observa en las distintas reglas de capacidad. Y es que, no
teniendo los actos de familia una finalidad directamente pecuniaria, no se justifica
que los relativamente incapaces deban cumplir con formalidades habilitantes que
la ley les exige para celebrarlos (autorización de su representante legal), pues el
establecimiento de dichas formalidades tiene por finalidad, precisamente, la
protección del patrimonio. En principio, un joven de 16 años, por ejemplo, no
puede celebrar válidamente un contrato patrimonial, pero puede válidamente
casarse y reconocer hijos. En todo caso, lo que hemos dicho aquí, sobre capacidad,
requiere ser profundizado. Volveremos sobre ello más adelante.
ii. Acto entre vivos: Aquel que tiene pleno efecto en vida de los otorgantes, y
constituye la regla general.
En relación con esta clasificación, cabe destacar que existen ciertos actos jurídicos
en los que la muerte de una persona puede influir en sus efectos, como ocurre en
contrato de mandato, el de sociedad, o en general, cualquiera en que exista
especial consideración de la persona con la que se celebra, pero ello no permite
decir que se trata de actos “mortis causa”.
ii) Actos unilaterales no recepticios, son aquellos en los que la voluntad del
autor del acto no requiere dirigirse a una persona determinada que deba
conocerla. Son ejemplos de este tipo de actos, el testamento, el acto de
fundación, el reconocimiento de un hijo, el abandono de un bien, la ocupación
de un bien, o la renuncia de un derecho.
Es importante tener presente que esa única voluntad puede ser la voluntad de
“una persona”, pero puede también ser la voluntad de “una parte” (el concepto de
“parte” es más amplio, pues puede referirse a una o a varias personas, en la
medida que todas ellas expresan una misma y única voluntad, actuando, por así
decirlo, como si fueran uno).
En los casos en los que la parte o el autor del acto está formada por varias
personas, la doctrina distingue dos categorías de actos unilaterales: los
colectivos y los complejos.
ii) Acto complejo. En este tipo de actos, la voluntad de todas las personas que
conforman al “autor” del acto, se suman y se funden: todos los intervinientes
deben ponerse de acuerdo, y esta es la única voluntad que existe. En algunos
casos, quienes intervienen lo hacen en la misma calidad (por ejemplo, varias
personas son dueñas en común de un bien; para venderlo, deben estar todos de
acuerdo); en otros casos, quienes deben intervenir lo hacen en distintas
calidades (el acto se celebra por una persona, pero requiere contar con la
autorización de otra).
Una precisión: esto último no quiere decir que la parte que no estaba
originalmente obligada (en el ejemplo, el comodante) no pueda contraer, luego,
algunas obligaciones. En el ejemplo, si la cosa que se presta era defectuosa, y
ello no se comunicó al comodatario, y por esa razón éste sufrió daños, entonces
el comodante tendrá que indemnizar al comodatario. Pero, hay que recalcar
que, en tal caso, esas obligaciones sobrevenidas tienen su fuente en la ley, no
en el contrato, y en todo caso, no son obligaciones que se contraigan como
contrapartida de la obligación original. No existe interdependencia entre la
obligación original (restituir) y la de indemnizar (sobrevenida). La naturaleza del
contrato no cambia; sigue siendo unilateral. La doctrina denomina a estos
contratos como “sinalagmáticos (bilaterales) imperfectos”.
Por ahora, basta con una breve explicación. Pensemos, por ejemplo, en un
contrato de compraventa de un auto:
- La extinción fortuita del objeto debido por una de las partes (o la imposibilidad
sobrevenida de ejecución de la prestación debida) determina la extinción de la
obligación de la otra. Por ejemplo, si (A) debe entregar un auto que vendió a (B)
y el auto se destruye antes de la entrega, entonces la obligación de (B) de
pagar el precio, se extingue. Esto es lo que se conoce como “teoría de los
riesgos”. En nuestro Código, sin embargo, tratándose de cosas específicas, la
regla es la contraria [en el ejemplo, (B) tendría que pagar igualmente el precio,
soportando el riesgo].
2. Contratos gratuitos y contratos onerosos (art. 1440 CC)
i. Contrato principal: Aquel actos que puede subsistir por si mismos sin
necesidad de otro acto.
No debe confundirse el contrato accesorio con los actos dependientes. Los actos
dependientes son actos que, para existir, requieren de otro acto, pero a diferencia
de los accesorios, su finalidad no es garantizar el cumplimiento de una obligación
principal. Un ejemplo de este tipo de actos lo constituyen las capitulaciones
matrimoniales, que pueden celebrarse antes del matrimonio, pero que, para ser
eficaces (que produzcan efectos) requieren que el matrimonio se haya
efectivamente realizado.
ii. Contratos reales. En otros casos, se requiere que la cosa objeto del
contrato sea entregada para que el contrato se perfeccione. Esto es lo que ocurre
en los contratos de préstamo (comodato y mutuo) y de depósito. Así, por ejemplo,
no basta decir “te presto mi auto”; pues, para que exista contrato, debo entregar
el auto. La entrega del auto no es una obligación del contrato. Es la forma de
perfeccionar el contrato.
- Los elementos esenciales particulares, que son los necesarios para celebrar un
determinado tipo de acto. Por ejemplo, si lo que se quiere es celebrar una
compraventa, se requiere, además de los elementos esenciales generales, que
exista una COSA y un PRECIO. De faltar el precio, el acto ya no será una
compraventa, sino que degenera en otro distinto, que en este caso, podría ser
una donación (una parte se obliga a entregar una cosa, sin recibir nada a
cambio). Por tanto, es evidente que esta clase de elementos no serán objeto de
estudio en este curso; se estudiarán, con ocasión del estudio de cada acto
jurídico en particular.
1. Noción
Tal como hemos señalado, la teoría general del acto jurídico se obtiene a partir de
la generalización de la regulación que el Código civil hace de los contratos,
principalmente la contenida en el Libro IV [“De las obligaciones en general y de los
contratos”]. El Título II de dicho Libro se denomina “De los actos y declaraciones
de voluntad”, poniendo de relieve, entonces, que el elemento esencial de todo acto
jurídico, y no sólo de los contratos, es la voluntad (leer art. 1445 CC).
2. Requisitos
Que sea real, significa que la voluntad declarada es manifestación del querer
íntimo y efectivo del autor del acto o de las partes contratantes.
Otra situación que puede producirse en relación a este requisito es que exista
discordancia entre la voluntad real y la voluntad declarada. Esta situación
puede darse en forma consiente, por ejemplo, cuando el autor del acto, o bien una
de las partes, hace reserva mental, es decir, mantiene en secreto su voluntad real
o efectiva, aun cuando sabe que lo que declara no corresponde a su voluntad real.
Otra situación cercana es la falta de sinceridad en la declaración, que importa una
declaración de voluntad que tiene por objeto aparentar una voluntad inexistente,
o bien, distinta de la voluntad real, y que implica la existencia de simulación. Esta
situación lleva a preguntarse si frente al conflicto debe preferirse la voluntad
declarada o la voluntad real, surgiendo teorías que sustentan ambas posturas. A la
teoría clásica o subjetiva, que hace primar el querer interno sobre la voluntad
declarada, se le critica que favorece el engaño a terceros; a la teoría objetiva, que
prefiere la declaración, se le critica el no respetar el querer real de las partes.
Volveremos sobre ello, al estudiar la interpretación contractual, y la simulación en
los contratos.
Esto quiere decir que la voluntad manifestada, real y seria, no debe estar viciada.
Lo está si la voluntad ha sido obtenida por la fuerza, a través de engaños, o si
existe un error o ignorancia en relación con ciertos aspectos relevantes del acto
que se celebra. Por su importancia, trataremos en detalle este tema [Los vicios
de la voluntad] más adelante.
II. LA FORMACIÓN DEL CONSENTIMIENTO
1. ASPECTOS GENERALES
2.1. LA OFERTA
a. Conceptos y Requisitos
Para que la oferta tenga valor jurídico, es necesario que se cumplan ciertos
requisitos:
ii. Que sea completa, es decir, debe reunir todos los elementos del contrato
ofrecido, de manera que, para que el contrato que se ofrece celebrar quede
perfecto, baste la sola aceptación, o la entrega de la cosa, o bien el cumplimento
de la solemnidad (según si el contrato es consensual, real o solemne). Deben, en
consecuencia, indicarse al menos los elementos de la esencia del acto jurídico, no
siendo necesaria una referencia a los elementos de la naturaleza o accidentales.
2.2. LA ACEPTACIÓN
a. Conceptos y Requisitos
ii. Debe ser pura y simple, es decir, la oferta debe ser aceptada sin
proponer modificaciones. En caso que se propongan, esta aceptación se
considerará como una nueva oferta que se denomina contraoferta. Si el oferente
original acepta las modificaciones, pasa a ser aceptante y el que aceptó
condicionalmente pasa a ser oferente, respecto de las modificaciones (ver los
artículos 101 y 102 del Código de Comercio).
Pues bien, si la aceptación se hace fuera de dichos plazos, ella será ineficaz. El
oferente puede admitir una aceptación extemporánea, y ello importará una
ampliación tácita del plazo.
i. Los requisitos de validez del acto jurídico, pues ellos deben cumplirse en el
momento de formación del acto jurídico. Por ejemplo, uno de los casos de
objeto ilícito que señala la ley es la enajenación un objeto embargado (art.
1464 n° 3 CC), de manera que si se ha formado el consentimiento antes del
embargo, no habría objeto ilícito en dicho acto.
ii. La legislación aplicable al contrato (vea art. 22 Ley sobre efecto retroactivo
de las leyes)
iii. Para determinar hasta cuando rige la oferta y por ende, hasta cuando hay
derecho de retractación.
I. INTRODUCCIÓN
Hemos dicho que la voluntad es uno de los requisitos de existencia de todo acto
jurídico.
Sin embargo, para que el acto jurídico nazca y produzca sus efectos, no basta con
que exista manifestación de voluntad; se requiere, además, que dicha
manifestación sea libre y consciente. La voluntad no es libre, cuando ha sido
obtenida por la fuerza; y no es consiente, cuando ha existido una equivocación,
que constituye un “error”; error que, si ha sido provocado por otro, se denomina
“dolo”.
Nuestro Código civil denomina a esas situaciones (error, fuerza, dolo) “vicios del
consentimiento”. Y se refiere a ellos en los arts. 1451–1459 CC.
COMENTARIO: Pese a que el art. 1451 CC señala expresamente que “los vicios de
que puede adolecer el consentimiento, son error, fuerza y dolo”, es claro que
estos vicios pueden afectar también a los actos jurídicos unilaterales; y por ello,
dichas reglas se aplican en forma extensiva al acto jurídico en general. De ahí
que se pueda hablar de “vicios de la voluntad”. Por lo demás, la aplicación
extensiva de esas reglas a los actos jurídicos unilaterales se sostiene a partir del
texto de algunos artículos del Código civil (v. gr. 1453 CC; o 1454 CC).
Dichas normas constituyen las reglas generales sobre vicios de la voluntad. Pero,
no son las únicas reglas que contiene el Código civil sobre esta materia. Junto a
ellas, existen reglas especiales, que se encuentran diseminadas en el Código,
relativas a determinados actos jurídicos [por ejemplo, en materia de tradición (arts.
676–678 CC); o en materia de disposiciones testamentarias (art. 1057–1058 CC)].
Conviene tener presente desde ya (de ello trataremos más adelante), que la
existencia de un vicio de la voluntad no impide el nacimiento del acto, ni impide
que este produzca sus efectos. Lo que ocurre es que, como la voluntad está
viciada, el acto tiene un defecto en su origen, y puede ser declarado nulo.
A continuación, analizaremos cada uno de los vicios de la voluntad: error, fuerza y
dolo.
II. EL ERROR
1. CONCEPTO
Suele definirse el error como la falsa noción o concepto equivocado que se tiene de
una cosa, de un hecho, o de un principio jurídico. Es una falsa representación de la
realidad. La Corte Suprema ha dicho que el error es aquel estado intelectual en que
la idea de la realidad se ve oscurecida u oculta por una idea falsa, de modo que se
cree que lo falso es verdadero, o lo verdadero falso.
Caso 1. (B) entiende que la oferta de (A) es sobre la mula “Rayo”. En este
caso, existe un error, que recae sobre la identidad específica de la cosa
vendida. Dicho error es grave, y afecta a la voluntad.
Caso 2. (B) entiende que la oferta de (A) es sobre el caballo “Rayo” (por
tanto, no existe error sobre la identidad del caballo). Pero, al momento de
celebración del contrato, ninguno de ellos sabía que ese caballo estaba
muerto. En este caso, las partes ignoran el hecho de que el caballo murió.
Pero, en este caso, el acto jurídico no es anulable porque hay habido un
error: no es la voluntad el elemento que falta en el acto o que se ve afectado,
sino el objeto del acto (el objeto el caballo no existe).
Por otro lado, hay que tener presente que hay diversas clases de errores, y no
todos ellos afectan la validez del acto jurídico celebrado. Revisamos a
continuación, esas diversas clases de error.
Se refiere a este tipo de error, el art. 1452 CC, que señala expresamente que “el
error sobre un punto de derecho no vicia el consentimiento”. Esto quiere decir que
no es posible alegar la invalidez del acto jurídico, porque se ha celebrado sobre la
base de un desconocimiento o equivocación del derecho (por ejemplo, sobre cuáles
son las consecuencias jurídicas de ese acto).
¿Cuál es la razón de ello? Suele justificarse esta solución del Código civil, en la idea
de que nadie puede alegar el desconocimiento de la ley; pues, si se pudiera alegar,
entonces todo el mundo alegaría su desconocimiento, para no cumplirla (art. 8
CC).
ALGUNOS COMENTARIOS:
1. Nuestro código no sigue, en este punto, al Code civil français (que se refiere al
error en general, sin distinción; y que no tiene una norma similar a la del art. 8 CC).
La exclusión del error de derecho, sobre la base de la presunción de conocimiento de
la ley o ficción de conocimiento de la ley, tiene su fuente en una regla presenta en
Las Partidas (P. 1.1.20); que a su vez recoge una idea ampliamente admitida en el
Derecho romano (D.22.6.9).
Para que el error afecte a la validez del acto, se requiere que sea excusable, es
decir, que existían razones para equivocarse. El error no es excusable si sólo se
deba a la negligencia de quien lo sufre.
a) Los casos
ii. Cuando recae sobre la identidad de la cosa específica de que se trata, como
si en el contrato de venta el vendedor entendiese vender cierta cosa determinada,
y el comprador entendiese comprar otra.
Como se puede apreciar, se trata de un error muy grave, tanto, que puede decirse
que, más que hallarse viciado, el consentimiento no se ha llegado a formar. Desde
este punto de vista, la redacción del art. 1453 resulta criticable, en cuanto señala
que “el error de hecho vicia el consentimiento”.
b) La sanción
i. Para un sector de la doctrina (Luis Claro Solar) este tipo de error significa
que no hay voluntad o consentimiento, y por ende, el acto es sólo aparente (es
inexistente).
ii. Para otro sector de la doctrina (Arturo Alessandri), es claro que el error
esencial implica una ausencia total y absoluta del consentimiento, y que por ello, el
acto debería calificarse como jurídicamente inexistente; pero, como el Código Civil
no regula “la inexistencia”, la sanción es la nulidad absoluta del acto, por faltar
uno de los requisitos que la ley declara como esenciales para la validez del acto,
en atención a su naturaleza o especie (la voluntad).
iii. Para otros autores (Manuel Somarriva) la sanción para este tipo de error es
la nulidad relativa.
Ilustración: (A) quiere contratar a un famoso pintor (B) para que le pinte un
retrato. Pero, (A) contrata a (C), creyendo que era (B).
iv. Acerca de una calidad accidental de la cosa, pero elevada por las
partes a la categoría de esencial (art. 1454 inc. 2 CC): el error acerca de
cualquier otra calidad de la cosa no vicia el consentimiento de los que contratan,
sino cuando esa calidad es el principal motivo de una de ellas para contratar, y
este motivo ha sido conocido de la otra parte. Se advierte que en este caso la
calidad que hace sustancial a esta clase de error se determina subjetivamente.
Nuestro Código civil, dentro de la definición de las palabras de uso frecuente en las
leyes (Título preliminar, párrafo 5), nos ofrece una definición de dolo: “la intención
positiva de causar injuria a la persona o propiedad de otro” (art. 44 inc. 6 CC).
El “dolo” es la intención de dañar. Por tanto, en la medida que existe tal intención,
hay “dolo”, aun cuando el daño no se produzca efectivamente: “Dolo” y “daño” son
cosas distintas. Tradicionalmente, la doctrina y jurisprudencia ha colocado el
énfasis en la intención positiva de dañar. Más recientemente se ha postulado, y así
también lo han resuelto nuestros tribunales, que se configura el dolo si, atendidas
las circunstancias, el sujeto no ha podido menos que representarse las
consecuencias de su acto, la posibilidad de que el daño se produzca y con su
conducta las ha aceptado. Así por ejemplo si una persona conduce en estado de
ebriedad y a exceso de velocidad, su comportamiento sería doloso, con
independencia de que alegue que no tenía la intención de dañar a la persona o
propiedad de otro.
En el ámbito del Derecho civil, el dolo tiene diversas proyecciones.
i. Si esa voluntad de dañar se traduce en una acción concreta que causa daño a
un tercero, el “dolo” es un elemento que permite atribuir responsabilidad (deber de
indemnizar los daños causados) a quien ha actuado de esa forma (es un factor de
atribución). Conviene señalar que en sede de responsabilidad extracontractual no
interesa mucho diferenciar si se ha actuado con dolo (intención) o con culpa
(negligencia), pues la medida de la indemnización son los daños efectivamente
causados.
ii. Si esa voluntad de dañar se traduce en la decisión de dejar de cumplir con las
obligaciones que se han asumido por la celebración de un contrato (se daña a la
contraparte), entonces el dolo es un elemento de la responsabilidad civil
contractual, y quien así haya actuado, deberá indemnizar a su co-contratante
todos los perjuicios sufridos, tanto los previsibles como los imprevisibles (si no hay
dolo, solo responde de los previsibles; art. 1558). Por eso, se dice que el actuar con
dolo “agrava” la responsabilidad contractual (afirmación discutible; que será objeto
de estudio en otro curso).
iii. Si esa intención se traduce en un engaño para obtener que se celebre un acto
o contrato, o que se celebre en condiciones más ventajosas, la voluntad del
engañado está viciada por “dolo”.
a. Concepto
Como se puede apreciar, existe una estrecha relación entre el error y el dolo;
porque quien actúa con dolo engaña para que el otro se equivoque –provoca el
error; o se aprovecha del error en el que ya se hallaba. Pero, se trata de
elementos diferentes, cada uno con sus propios requisitos.
Aunque hemos dicho que el dolo es “la intención” de causar daño; el dolo supone,
como ya hemos indicado, la existencia de ciertas “maquinaciones” o “artificios”
que están destinados a engañar. No basta, por tanto, con la sola intención (fuero
interno). Esa intención debe proyectarse en un actuar determinado; o sea, en
ciertas conductas (elemento material u objetivo). Esas conductas pueden consistir
en presentar circunstancias falsas, que alteran la realidad; o bien pueden consistir
en silenciar las circunstancias verdaderas (reticencia, omisión de información
relevante). De ahí surge una clasificación del dolo, que distingue el “dolo positivo”
y el “dolo negativo”.
Ahora bien, hay que tener presente que no cualquier conducta realizado por una
persona, con la intención de inducir a otro o celebrar un acto jurídico, puede
considerarse “dolo”. Es común, por ejemplo, que quienes quieran celebrar un acto
jurídico exageren sobre la calidad del producto que ofrecen, de sus capacidades,
de la nobleza de sus materiales, etc. Todas estas aseveraciones, al ser comunes y
conocidas, pueden perfectamente no ser consideradas por aquél a quien van
dirigidas; y por lo tanto, no podríamos sostener que exista un vicio de la voluntad.
El dolo admite, como hemos podido ver, varias clasificaciones (dolo bueno y malo,
dolo positivo y negativo). Sin duda, de todas ellas la más importante es la que
distingue entre dolo principal y dolo incidental, porque se vincula estrechamente
con las consecuencias jurídicas del dolo.
Ilustración:
Caso 1 (dolo principal): (B) engaña a (A) en relación con las bondades de
un determinado bien (X). Si (A) no tenía pensado comprar ese bien (X), y lo
hace, debido al engaño de (B), hay dolo principal.
Caso 2 (dolo incidental): (B) engaña a (A) en relación con las bondades de
un determinado bien (X). SI (A) ya había decidido comprar ese bien (X), y lo
hace, pero pagando un precio superior, en atención a esas presuntas
bondades, hay dolo incidental.
Según dispone el art. 1458 inc. 1 CC, el dolo vicia el consentimiento, y permite
rescindir el acto, cuando se cumplen estos dos requisitos:
Lo primero que hay que apuntar es que este requisito lógicamente se aplica sólo a
los actos jurídicos bilaterales –contratos-. En los actos unilaterales el dolo
necesariamente será obra de un tercero (no existe contraparte). Basta, por tanto,
que el dolo sea determinante. En nuestro Código civil hay varias disposiciones que
admiten el dolo como vicio de la voluntad en actos jurídicos unilaterales.
Bien, que la ley exija, para los actos bilaterales, que el dolo sea “obra de parte”
quiere decir que en los actos jurídicos bilaterales (convenciones) no basta que una
de las partes haya sido víctima de dolo “principal”. Se requiere, además, que la
persona que ha actuado dolosamente para inducir a la celebración del acto haya
sido el co-contratante de la víctima.
Esta exigencia de que el dolo sea “obra de parte” ha de interpretarse con cierta
amplitud. Se cumple esta exigencia si el dolo se ha ejercido directamente por la
persona con la que se ha contratado; pero también se cumple esta exigencia si la
persona con la que se ha contratado ha participado del engaño.
La exigencia de que el dolo sea “obra de parte”, se justifica se dice porque si la
contraparte no ha sido partícipe del engaño, no se justifica privar al contrato de
efectos. Se protege a ese contratante de buena fe; no hay razón para privarle de
los beneficios del negocio que ha celebrado.
Esta acción de indemnización puede dirigirse contra los autores del dolo, por el
total de los daños causados, y también puede intentarse contra los que, sin ser
autores, se han aprovechado del dolo, hasta por el monto del beneficio que les ha
significado (art. 1458 inc.2 CC; y véase también el art. 2316 CC, que pese a su
ubicación, se considera una regla de aplicación general).
Entre los casos excepcionales en que se presume el dolo, podemos señalar, por
ejemplo, los arts. 706, 968 nº 5, y 1301 CC.
Por lo tanto, sea que se trate de un dolo principal o incidental, sea que se persiga
la nulidad del acto o una indemnización de daños, la regla en esta materia es que
quien alega la existencia del dolo deberá acreditarlo. Por tanto, el peso de la
prueba de que ha existido dolo al momento de la celebración del acto o contrato
corresponde a la víctima del dolo. Y para ello podrá valerse de todos los medios de
prueba establecidos en nuestra legislación.
e. ¿Es posible condonar el dolo?
El art. 1456 CC prescribe que “la condonación del dolo futuro no vale”. Pese a que
esta regla se sitúa a propósito de los vicios de la voluntad, es una regla general.
Esto quiere decir que el dolo no puede renunciarse o perdonarse de antemano.
La voluntad, además de ser consciente, debe ser manifestada en forma libre. Por
ello, si la declaración de voluntad ha sido arrancada por la fuerza, el acto no será
válido.
Lo primero que hay que apuntar, es que es evidente que el uso de la fuerza puede
llegar a suprimir del todo la voluntad. En tal caso, no puede decirse que exista
voluntad “viciada”; simplemente, no hay voluntad. Y en consecuencia, el acto no
existe, o bien es inexistente por falta de voluntad (en este caso, se denomina “vis
absoluta”).
Ilustración: (A), que quiere celebrar un contrato con (B), utiliza la fuerza para
drogar a (B) con una sustancia que permite controlar sus actos (burundanga).
Por esta vía, obtiene que (B) firme el contrato.
Los supuestos que nos interesa analizar aquí son aquellos en los que existe una
manifestación de voluntad por parte del autor del acto, o de una de las partes de la
convención, cuando esa manifestación de voluntad ha sido arrancada por la fuerza.
O sea, hay voluntad, pero no ha sido libre. La fuerza, en este caso, constituye un
vicio de la voluntad; y permite pedir la nulidad (relativa) del acto (en este caso, se
denomina “vis compulsiva”).
Esta clase de fuerza, siguiendo a Avelino León Hurtado, puede definirse como “el
constreñimiento ejercido sobre la voluntad de un individuo, mediante coacción
física o amenazas, que le producen un temor de tal magnitud, que le obliga a
consentir en el acto jurídico que no desea”.
Para que la fuerza vicie la voluntad, es necesario que la fuerza reúna las siguientes
características.
Ilustración:
Caso 1. (A) amenaza a (B) con que, si no celebra el acto, matará a su cónyuge.
Probado que la amenaza es real, ella se tiene por suficientemente grave. (B) no
tiene probar que es grave, porque se trata del cónyuge y porque la muerte es
un mal irreparable y grave.
Caso 2. (A) amenaza a (B) con que, si no celebra el acto, mandará muchos e-
mail insistentes, hasta colapsar la casilla de su cónyuge. La amenaza, como en
el caso anterior, consiste en causar un mal al cónyuge de (B); pero, este caso
no queda comprendido en la presunción de gravedad; porque el colapso de la
casilla electrónica no parece un mal irreparable y grave. (B) tendría que probar
la gravedad de la amenaza.
Como sostenía Pothier, la violencia que puede dar lugar a la rescisión del contrato
ha de ser injusta: las vías de Derecho no pueden pasar jamás por una violencia de
esta especie. Dicho de otro modo, el mal con el que se amenaza no debe consistir
en el legítimo ejercicio de un derecho.
Ilustración:
Caso 2: (A) celebró un contrato de promesa con (B), por el que se obligaba a
venderle un inmueble en $X (una suma relativamente baja), el día 1 de enero.
Llegado el día, (A) no quiere cumplir, porque se quedará sin un lugar para vivir,
y ahora se ha enterado que será padre de trillizos. (B) lo demanda, y el juez le
otorga un plazo a (A) para firmar el contrato prometido, bajo apercibimiento de
hacerlo el juez en su nombre. (A) firma el contrato. (A) no puede reclamar la
nulidad de este contrato, alegando que fue “forzado” a ello.
Suele explicarse este requisito señalando que se requiere que el acto se haya
celebrado debido al temor infundido; se requiere que la fuerza sea la causa por la
cual se celebró el acto. Pero, en realidad, lo que se requiere es que la fuerza se
haya ejercido para obtener la manifestación de voluntad. Por esta razón, no basta
para anular el acto jurídico el hecho de que una persona lo haya celebrado debido
al temor que le causó una fuerza grave e injusta; si esa fuerza no se ha ejercido
con la finalidad de obtener la celebración del acto (véase art. 1457 CC).
Ilustración. (A) es atacado por unos ladrones. Ofrece una cuantiosa suma de
dinero a alguien (B) para que le ayude. (B) le ayuda y (A) salva la vida. (A)
deberá cumplir la promesa de recompensar a (B).
Si bien en este caso, la fuerza ejercida contra (A) es la razón por la que se
celebró el contrato, la fuerza no estaba dirigida a obtener que se celebrara el
contrato con (B).
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Parte de la doctrina menciona otro requisito que requiere la fuerza, para que se vicie
el consentimiento: Que debe ser actual (otros autores simplemente incluyen esta
exigencia en la gravedad). Se entiende por “actual”, que la persona debe estar
atemorizada al momento de celebrar el acto jurídico, y por tanto, no habría fuerza si
en dicho momento no se está ejerciendo presión, sea por vías de hecho o bien por
amenazas; aun cuando la amenaza vaya a concretarse en el futuro, y no en el
presente.
Con esa interpretación del carácter “actual” de la fuerza, resulta que tratándose de
amenazas (que son la forma más común de fuerza), el requisito siempre se cumpliría,
pues, por definición, las amenazas consisten en el anuncio de una mal, que se
concretará en el futuro. Quizás por eso es que Pothier, aunque sin hablar
expresamente del carácter “actual” de la fuerza, explica que “es preciso que sea un
daño cuya amenaza vaya a realizarse al momento, en caso de no hacerse lo que se
propone”. Desde este punto de vista, la amenaza que consiste en un mal que se
concretaría en un futuro lejano, no cumpliría con este requisito (y no viciaría el
consentimiento).
____________________________________________________________________________________
3. El origen de la fuerza
El art. 1457 CC señala que “no es necesario que la fuerza la ejerza aquel que es
beneficiado por ella; basta que se haya empleado la fuerza por cualquier persona
con el objeto de obtener el consentimiento.
En todo caso, conviene apuntar que este aspecto ha sido discutido en la doctrina
nacional: hay quienes sostienen que, tratándose del vicio de fuerza, lo relevante es
que el contrato se haya celebrado por temor de sufrir un grave daño, sin importar
el origen de esa fuerza. Una ley especial, prevé expresamente que la fuerza como
vicio del consentimiento puede provenir de circunstancias externas, vea art. 8 de
la Ley de matrimonio civil.
ii. Pero, no es necesario que la fuerza la ejerza el que se aprovecha de
ella. Es indiferente si la fuerza es obra de parte o de terceros. La voluntad está
viciada por la sola presencia de esa fuerza, y por ello la víctima puede impetrar la
acción de nulidad, sin tener que probar que ella ha sido ejercida por su
contraparte.
Pero, existen buenas razones que justifican esta diferencia. Entre ellas, se dice
que es más difícil defenderse de la violencia que del dolo, pues la víctima de la
violencia no puede sustraerse de la presión, a diferencia de la víctima de dolo,
que con algo más de cuidado y diligencia, podría haber descubierto las
maquinaciones fraudulentas, conclusión que sin duda es discutible. Por otro
lado, se sostiene que es poco probable que la contraparte ejerza la fuerza
directamente, y que posiblemente recurriría a terceros, de manera que si la
voluntad sólo estuviese viciada cuando es obra de parte, en la práctica las
convenciones nunca podrían anularse por esta razón. Finalmente, se sostiene
también que el autor de la violencia será generalmente insolvente, de manera
que si sólo se protegiera a la víctima mediante la acción de indemnización de
perjuicios contra el culpable, la reparación sería ilusoria.
EX CURSUS:
DOS INSTITUCIONES DEL DERECHO CIVIL, QUE NO CONSTITUYEN VICIOS DE LA
VOLUNTAD:
EL ERROR “COMÚN” Y LA LESIÓN.
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Fuera de los tipos de error que ya hemos mencionado, existe, en Derecho, un error
que se denomina “común”.
Para que el error común constituya derecho, deben reunirse los siguientes
requisitos: i) ser compartido por un gran número de personas; ii) debe ser
excusable, o sea, debe ser justificable; iii) debe padecerse este error de buena fe
(la ley no ampara la mala fe). Por último, conviene señalar que, en la medida que
su aplicación supone una infracción deliberada del ordenamiento jurídico, se
entiende que la aplicación de este principio debe ser restrictiva: sólo para aquellos
casos en los que rechazarlo supondría una injusticia evidente.
II. LA LESIÓN
1. ¿Qué es la lesión?
ii) Que el valor de mercado es $250 millones, entonces es (B) quien sufre un
perjuicio económico (porque recibe 150 millones menos).
En tal caso, podría ser razonable sostener que, quien se ve perjudicado por ese
desequilibrio, pudiera tener derecho a obtener que se deje sin efecto ese acto,
precisamente, porque se trata de un acto conmutativo. Pero, resulta que admitir
sin más esta consecuencia no es razonable. Pues, junto con perseguir la justicia y
la equidad, el Derecho debe ofrecer seguridad jurídica, y sin duda no la habría si
cualquier acto o contrato pudiera dejarse sin efecto debido a que una de las partes
alega que no existió total correspondencia entre el precio del contrato y el precio
de mercado. Una acción destinada a dejar sin efecto el acto o contrato, por existir
lesión, sólo tendría que concederse en casos excepcionales, y siempre que la
desproporción sea de cierta envergadura (se habla de lesión “enorme”). Y es
precisamente así como lo recoge nuestro Código civil.
(B) recibió mucho menos, porque ignoraba o estaba equivocado acerca del
precio de mercado; y en tal caso, puede decirse que hay “error”; o bien,
(B) recibió mucho menos, porque estuvo dispuesto a venderlo así, debido a
que las circunstancias lo apremiaban (necesidad de dinero para pagar una
operación de urgencia); caso en el cual podríamos hablar de “fuerza”.
I. INTRODUCCIÓN
La capacidad puede definirse como la aptitud legal de las personas para adquirir
(ser titular de) derechos y obligaciones, y para ejercitarlos por sí mismas, sin el
ministerio o autorización de otra (art.1445 inc. final CC)
Tal como ocurre con los demás requisitos de los actos jurídicos (voluntad exenta de
vicios, objeto lícito, causa lícita), la capacidad debe estar presente al momento de
la celebración del acto o contrato. Esto quiere decir que el acto celebrado por una
persona capaz, no puede ser invalidado si, con posterioridad, dicha persona pasa a
ser incapaz.
Ilustración: (A) y (B) son mayores de edad, y están casados entre sí. Ninguno
de ellos es incapaz, ni absoluto ni relativo. En consecuencia, tanto (A) como (B)
pueden, por ejemplo, comprar bienes, sin necesidad de actuar representados ni
autorizados por otra persona.
Pero, pese a que ambos son capaces, (A) no puede celebrar un contrato de
compraventa con (B), porque el art. 1796 CC establece una prohibición
(incapacidad particular): “Es nulo el contrato de compraventa entre cónyuges
no separados judicialmente…”.
La ley declara incapaces absolutos a los impúberes, a los dementes, y a los sordos
o sordomudos que no pueden darse a entender claramente (art. 1447 inc. 1° CC).
El legislador entiende que estas personas carecen de voluntad, o no pueden
expresarla. Y por ello, sus actos son nulos (de nulidad absoluta); no producen ni
aún obligaciones naturales; y no pueden ser objeto de caución. Los incapaces
absolutos sólo pueden actuar en la vida jurídica a través de sus representantes
legales.
Son impúberes los varones menores de catorce años y las mujeres menores de
doce (art. 26 CC). El legislador, debido a su corta edad, entiende que ellos no
tienen suficiente discernimiento para poder celebrar actos y contratos.
Esta incapacidad es reiterada en otras disposiciones 1005 n.3, en la LMC art. 5 n.5.
2.2. Incapaces relativos
a. El menor adulto
Son menores adultos los varones mayores de catorce años y las mujeres mayores
de doce, que aún no cumplan 18 años.
Disipador es aquella persona que, por dilapidar sus bienes, demuestra una total
falta de prudencia en sus negocios. El art. 445 CC nos ofrece algunos ejemplos de
lo que es disipación. Como esa es la razón de su incapacidad, ella afecta o incide
únicamente en el aspecto patrimonial; un disipador interdicto puede casarse,
reconocer hijos, pueda testar, etc. Es también plenamente capaz en materia de
delitos y cuasidelitos (art. 2319 CC).
Es muy importante recalcar que, para que el disipador sea relativamente incapaz,
es necesario que sea declarado en interdicción. Es decir, se requiere que una
sentencia judicial lo prive de administrar y disponer de sus bienes (ver art. 453
CC). Por tanto, mientras no exista ese decreto, la persona es capaz, aun cuando
sea efectivamente dilapidador y ello pudiera probarse.
Esta clase de incapacidad presenta una serie de características entre las cuales
podemos mencionar las siguientes:
- Quien está afectado por una incapacidad particular está impedido en forma absoluta
de celebrar el acto;
- Son de derecho estricto, de manera que sólo pueden existir cuando el legislador las
establece y no pueden extenderse a otras situaciones, por muy semejantes que ellas
sean;
Luis Claro Solar las considera una especie de incapacidad relativa, cuya sanción es
la nulidad relativa. Como argumento, plantea que la expresión “prohibición” que
emplea el legislador, no está tomada en el sentido de un acto prohibido por la ley
en sí mismo, ya que de ser así adolecería de objeto ilícito y produciría la nulidad
absoluta del acto. La ley sólo declara que no puede ser ejecutado por ciertas
personas a pesar de la capacidad general de éstas.
Alessandri, señala que si bien estas incapacidades especiales sólo inhabilitan para
ejecutar ciertos actos, ello puede implicar, en algunos casos, una prohibición
absoluta de ejecutarlo, y por tanto, la contravención será sancionada con nulidad
absoluta, por existir objeto ilícito. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en el caso del
art. 1796 CC. Pero, en otros casos, la incapacidad particular puede implicar
únicamente la exigencia de cumplir con ciertos requisitos –norma imperativa-, de
modo que el acto no estaría prohibido. Esto es lo que ocurre en el caso del art.
412.1; 2144 CC. Si no se cumple con esta exigencia, para determinar la sanción
será necesario precisar si ésta estaba establecida para tutelar un interés general o
uno particular, en el primer caso, la sanción será la nulidad absoluta y, en el
segundo, una nulidad relativa. Esta solución es la que ha acogido
mayoritariamente la jurisprudencia.
6 La causa
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Antes de comenzar. El estudio de “la causa” como elemento del acto jurídico es difícil por
varias razones. Entre ellas, porque el Código civil se refiere tanto a la causa “de la obligación”
como a la causa “del acto”; y también porque la voz “causa” tiene diversas acepciones. Además,
resulta que la necesidad de que exista una “causa” ha sido un tema muy discutido en la doctrina
nacional: un sector de la doctrina defiende que se trata de un elemento esencial del acto e
independiente de los otros; mientras que otro sector de la doctrina ha sostenido que se trata
una noción artificial e inútil. En realidad, esa discusión sólo reproduce una discusión planteada
mucho antes en Francia (de ahí que transcribamos los artículos del Code civil).
El hecho de que el Código civil consagre “la causa” como un elemento del acto jurídico nos
obliga a estudiarla; pero, hay que tener claro que su importancia práctica, como vía de
anulación de contratos, es relativa. Y además, hay que tener presente que la exigencia de que
exista una “causa” en los negocios jurídicos tiende a desaparecer en las codificaciones más
modernas.
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Nuestro Código civil, como el Código civil francés, exige para todo acto jurídico,
además del “consentimiento” y del “objeto”, que exista una “causa” (art. 1445 y
1467 CC).
Art. 1467: “No puede haber obligación sin Art. 1131: “La obligación sin causa o la que
una causa real y lícita; pero no es necesario se funde en una causa falsa o ilícita no podrá
expresarla. La pura liberalidad o beneficencia tener efecto alguno.
es causa suficiente. Art. 1132. “El pacto será válido, aunque no
Se entiende por causa el motivo que induce se exprese la causa del mismo”
al acto o contrato; y por causa ilícita la Art. 1133. Será ilícita la causa, cuando esté
prohibida por ley, o contraria a las buenas prohibida por la ley y cuando sea contraria al
costumbres o al orden público. orden público o a las buenas costumbres
Así la promesa de dar algo en pago de una
deuda que no existe, carece de causa; y la
promesa de dar algo en recompensa de un
crimen o de un hecho inmoral, tiene una
causa ilícita”.
La idea de que todo acto o contrato requiere una “causa” es una idea que, como se
puede observar en el cuadro anterior, fue recogida en el Código civil francés (arts.
1108 y 1131-1133), que, en esta materia, influyó en el nuestro. Pero, se trata de
una idea que estaba presente en la doctrina francesa con anterioridad. En efecto,
el Code civil recogió, en este punto, la doctrina de DOMAT (1625-1696), seguida
también por POTHIER (1699-1762).
Esta otra acepción de “causa” se refiere al motivo que impulsa a cada una de las
partes a contratar. La causa motivo pertenece al fuero interno del individuo; por lo
general no se exterioriza. Es, por lo tanto, un elemento extrínseco al acto. Es un
elemento relativo y personal, de forma que es esencialmente variable, aun en
contratos idénticos.
c. Causa Final
Causa, en esta acepción, es el fin directo e inmediato que se proponen alcanzar las
partes al contraer una obligación. Pero, a diferencia de la causa “motivo”, no se
refiere a los fines personales (o subjetivos), y por tanto, la causa, entendida como
causa “final” no es variable, sino que depende de la naturaleza del acto o contrato
de que se trate. Dicho de otro modo, la causa es “el fin abstracto, inmediato,
rigurosamente idéntico en todos los actos jurídicos perteneciente a la misma
categoría, que persiguen el autor o autores de un acto jurídico determinado”
(Bonnecase). Este fin es inherente a la naturaleza del contrato, e impuesto por ella.
¿Cuál es ese fin, idéntico en todos los actos de una misma categoría? Para
explicarlo, se recurre a tres categorías contractuales:
ii. Contratos unilaterales. Los contratos unilaterales son aquellos en los que
sólo una parte se obliga, y la otra sólo contrae el derecho correlativo a exigir
(ejemplo: comodato, depósito, mutuo). En estos contratos, la causa de la
obligación contraída por la parte que está obligada es el hecho o la promesa de la
otra. En estos casos, no puede confundirse el objeto con la causa, como ocurre en
los bilaterales.
Para algunos, esto equivale a decir que la causa final, en estos contratos, es lo
mismo que la causa “motivo”. Para Coviello, la distinción entre causa final y
causa motivo existe siempre, no solo en los negocios onerosos, sino también en
los gratuitos. Estos últimos tienen su fin práctico (causa) que es el
enriquecimiento de otro sin compensación, pero ello puede obedecer a
múltiples motivos (caridad cristiana, solidaridad mundana, etc.)
Para la teoría causalista, la “causa” que exige el Código civil, como requisito del
acto jurídico, es la denominada causa “final”. Esta posición se basa en los
siguientes argumentos:
ii. Tampoco puede referirse a la causa como “motivo” (pese a que esa es la
definición legal de causa), porque esas motivaciones, subjetivas y personales,
son externas al acto, quedan en el fuero interno y comúnmente no se
conocerán. Además, no sería posible para el juez llegar a determinar cuáles han
sido las motivaciones personales. Por otro lado, los ejemplos de falta de causa y
de causa ilícita que el código señala en el Art. 1467 CC no son relativos a
motivos personales, sino que se refieren, más bien, a elementos intrínsecos del
acto.
b) El Código civil chileno tomó como modelo el Código civil francés y la obra de
Pothier, que entiende por causa la causa “final”.
ii. La causa (entendida como causa final) es una noción falsa. Esto,
si se considera que:
iii. En los contratos gratuitos, se afirma que la mera liberalidad es causa. Con
ello, se confunde la causa final con los motivos, siendo que los mismos
partidarios de la teoría de la causa plantean que no debe caerse en esta
confusión.
Ilustración: (A) promete a (B) dar algo (X), en pago de una deuda anterior que
en realidad no existe.
Que la causa sea “real” podría interpretarse también como una exigencia de
concordancia entre la causa (motivo) que efectivamente se ha tenido en vista a la
hora de contratar, y aquello que se ha declarado en el acto o contrato. Pero, hay
que tener presente que no es necesario expresar la causa (art. 1467 inc. 1 CC); por
tanto, la ley presume su existencia (y corresponde probar su inexistencia a quien
que alega ello).
Pero, en Casación, la Corte Suprema dio la razón a (A). La Corte entiende que
aquí el problema es determinar si la obligación de (A) tenía, o no, causa. Y
entiende que no la tenía, porque el negocio no se concretó. La abstracción del
cheque importa de cara a terceros; si quien cobra los cheques es la contraparte
del negocio base [en el ejemplo, (B)], entonces quien los giró [en el ejemplo (A)]
puede reclamar la falta de causa. La Corte sostiene que, en este caso, el título
“carece de una causa real y lícita que le haya dado origen, y por ende, de
fuerza ejecutiva respecto del ejecutado.
Por otro lado, conviene apuntar que el sólo hecho de que exista discordancia entre
los motivos reales y los declarados (cuando se declaran) no es suficiente para
anular el contrato; se requeriría que esa discordancia escondiera una falta absoluta
de causa, o que los motivos reales (los ocultos o disimulados) fueran ilícitos.
ii. La causa debe ser lícita. A diferencia de lo que ocurre en materia del
objeto del acto jurídico, el Código civil sí define “causa ilícita”: “la prohibida por la
ley, o contraria a las buenas costumbres y al orden público”. El mismo Código civil
nos ofrece un ejemplo: la promesa de dar algo en recompensa de un crimen o de
un hecho inmoral.
La sanción por falta de causa o por su ilicitud es la nulidad absoluta del acto. Ello
se desprende del art. 1682 CC “La nulidad producida por un objeto o causa ilícita
(...) son nulidades absolutas”. Para los autores que defienden la teoría de la
inexistencia, la falta de causa daría lugar a la inexistencia del acto.
Conviene apuntar, tal como se verá al tratar el objeto, que el hecho de que haya
existido causa ilícita tiene importancia en relación con los efectos de la nulidad una
vez declarada (véase art. 1468 CC). Sobre ello, volveremos más adelante, al tratar
los efectos de la nulidad.
CURSO DE DERECHO CIVIL I: ACTO JURÍDICO Y TEORÍA DEL CONTRATO
Claudia Mejías Alonzo – Gonzalo Severin Fuster
a) El objeto del acto jurídico, en la concepción tradicional, son sus efectos: los
derechos y obligaciones que el acto genera.
b) El objeto de la obligación, son las prestaciones que se deben las partes (dar,
hacer o no hacer algo).
c) El objeto de la prestación son las cosas o hechos específicos que se deben dar,
hacer o no hacer.
En este sencillo ejemplo, el objeto del acto jurídico se identifica con las
obligaciones y derechos que crea el contrato de compraventa. El objeto de la
obligación, son las obligaciones de dar que surgieron del contrato. El objeto de
la prestación de dar, en el caso de (A), es la casa; y en el caso de (B) es la suma
de dinero (el precio).
Nuestro Código civil, sin embargo, no hace este distingo; el objeto del acto jurídico
son las cosas que deben darse o entregarse o el hecho que debe ejecutarse o no
ejecutarse. El art.1461 CC identifica el objeto del acto jurídico con el objeto de la
prestación que las partes se deben. En otras disposiciones, en cambio, atribuye a
la palabra objeto un alcance distinto, vinculando el objeto con el contenido del acto
o contrato (v. gr. art. 1463 CC).
En todo caso, como no existe acto jurídico sin referencia a la obligación que
genera y no hay obligación que no signifique una prestación de cierta cosa o
hecho, la confusión no reviste mayor importancia, según la doctrina tradicional.
Sí vale la pena tener presente que la doctrina moderna coloca énfasis en la
noción de objeto ideal que tiene incidencia, principalmente, en materias de
CURSO DE DERECHO CIVIL I: ACTO JURÍDICO Y TEORÍA DEL CONTRATO
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Para analizar los requisitos del objeto, debemos distinguir según si este consiste en
una cosa que deba darse o entregarse o en un hecho que deba o no ejecutarse
(art. 1461 CC).
a. Que la cosa sea real. Ello significa que la cosa debe existir al momento de
la declaración de voluntad, o al menos, esperarse que exista (art. 1461 inc. 1 CC).
Tradicionalmente se ha entendido que esta regla importa distinguir:
ii. Si la cosa que es objeto del contrato ha existido, pero dejó de tener
existencia. En este caso el contrato carecería de objeto.
iii. Si la cosa objeto del contrato no existe pero se espera que exista. En este
evento estaremos ante acto jurídicos sobre cosas futuras, que en principio no
presentan problemas en cuanto a su objeto.
Ilustración 1. Si Pedro apuesta a Diego que en una hora logra correr desde la
ciudad de Santiago a Valparaíso, ese contrato carece de objeto porque recae
sobre un hecho físicamente imposible.
- Hechos prohibidos por las leyes. Sabemos que en Derecho privado prima el
principio de que puede hacerse todo aquello que no está expresamente prohibido.
Y es por ello que la mayoría de las leyes de Derecho privado son de carácter
dispositivo (ofrecen a las partes un régimen supletorio, que pueden modificar).
Pero, existen también leyes prohibitivas y leyes imperativas.
Las prohibitivas, como su nombre lo indica, prohíben del todo un acto. Dicho de
otro modo, contiene el mandato de no hacer algo y no lo permiten de modo
alguno. Su sanción, por regla general, es la nulidad absoluta de dicho acto (art. 10
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C.C.) a menos que la ley señale expresamente otra sanción (ej.: art. 745, 769 C.C.).
Los contratos prohibidos por la ley son nulos de nulidad absoluta, por objeto ilícito
(art. 1466 C.C.),
Junto con las limitaciones que establecen las leyes prohibitivas existen otras
impuestas por las leyes imperativas que son aquellas que imponen la ejecución de
un precepto para cumplir ciertos requisitos como necesarios al mantenimiento de
ciertas instituciones y del orden social o bien en interés particular, ej. 1801, 255.
La contravención a una ley imperativa equivale a la de la ley prohibitiva cuando
sus requisitos se han establecido por razones superiores de convivencia general,
ya que equivale a una prohibición de celebrar el acto en forma distinta de la
ordenada por la Ley.
ii. Las buenas costumbres. Nuestros tribunales han sostenido que “buenas
costumbres” son todos los hábitos que se conforman con las reglas morales en un
estado social determinado. Es un concepto jurídico indeterminado, es decir,
esencialmente relativo que varía de un país a otro y, aún en uno mismo, si se
consideran distintas épocas y lugares.
La licitud del objeto es un requisito de validez del mismo. El Código civil sanciona
con nulidad absoluta los casos de objeto ilícito. Estos casos son:
Es importante precisar que, conforme al inciso 2º del art. 1463 CC, son válidas
las convenciones entre el que debe una legítima y el legitimario, relativas a la
misma legítima o mejora, siempre que se sujete a las reglas del Título de las
asignaciones forzosas. Si nos remitimos al Libro III del Código civil, es posible
advertir ciertos pactos posibles, como por ejemplo con relación a la legítima,
que presuponen una convención con una persona que en vida del causante se
le reconoce el carácter de legitimario, y cuyos efectos están supeditados a que
tenga ese carácter a la muerte de éste. Así acontece con posibles contratos de
donaciones relativos a cuarta de mejoras o legítimas o contratos en que se
señala una o más especies para pagar a un legitimario la legítima que le
correspondería. Si usted desea saber quiénes son legitimarios y mejoreros,
revise el tenor de los artículos 1182 y 1195 del Código civil. En esta regulación
destaca, en la doctrina, una convención expresamente autorizada que se
refiere a la cuarta de mejora. Esta convención está prevista en el artículo 1204
CC.
i. El concepto de enajenación
entre vivos por el cual el titular del derecho lo transfiere a otro o constituye un
nuevo derecho real que viene a limitar o gravar el ya existente. En un sentido
restringido, enajenación es el acto de disposición entre vivos por el cual el titular
transfiere su derecho a otra persona. La doctrina y jurisprudencia mayoritaria
considera que la voz enajenación que emplea el artículo que estamos comentando
está tomada en su sentido amplio.
Esta precisión es importante, porque lo que adolece de objeto ilícito son las
enajenaciones de las cosas a que se refiere el artículo 1464 CC, no los contratos,
que puedan tener por objeto tales cosas.
Sin embargo, el caso del contrato de compraventa es más complejo. Sin dudar que
el contrato mismo no importa enajenación (no transfiere el dominio), debe
considerarse el tenor del art. 1810 CC (“pueden venderse todas las cosas
corporales o incorporales, cuya enajenación no esté prohibida por ley”).
- Para algunos, el contrato de compraventa que tiene por objeto alguna de las
cosas señaladas en el art. 1464 CC adolece de objeto ilícito, incluso antes de
haberse efectuado la tradición –que es la forma usual de dar cumplimiento con
las obligaciones del contrato- por estar ante un acto prohibido por las leyes (en
virtud del art. 1466 CC).
CURSO DE DERECHO CIVIL I: ACTO JURÍDICO Y TEORÍA DEL CONTRATO
Claudia Mejías Alonzo – Gonzalo Severin Fuster
- Para otros, el art. 1464 CC no es una norma prohibitiva en todos los casos
previstos. Sólo podrían considerarse como norma prohibitiva los casos previstos
en los números 1 y 2 del artículo 1464, mas no los enunciados en los números 3
y 4 porque el acto podría realizarse bajo ciertas circunstancias (se trataría, en
esos casos, de una norma imperativa).
Ya hemos hecho referencia a ellas al analizar el art. 1461 CC. Recordemos que nos
referimos a las cosas que no son susceptibles de dominio o posesión por los
particulares.
El embargo es una actuación judicial propia del juicio ejecutivo, que se sitúa dentro
del procedimiento de apremio1. Técnicamente se le entiende como la actuación
procesal que practica un ministro de fe, previa orden judicial, y que consiste en
tomar bienes del deudor, ponerlos en poder de un depositario para asegurar con
ellos el pago de una deuda. Desde que la cosa ha quedado embargada por decreto
judicial, el deudor queda privado de la facultad de enajenarla libremente, pues
para hacerlo necesita la autorización del juez que decretó el embargo o el
1
Procedimiento contencioso destinado a obtener forzadamente el cumplimiento de una obligación cuando
ella consta fehacientemente y el deudor no ha querido cumplir voluntariamente.
CURSO DE DERECHO CIVIL I: ACTO JURÍDICO Y TEORÍA DEL CONTRATO
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- Si el embargo recae sobre cosa mueble, la prohibición sólo produce efecto respecto
de los terceros que tengan conocimiento de ella al tiempo del contrato.
- Si el embargo recae sobre cosa inmueble, sólo produce efecto respecto de terceros
una vez que se ha efectuado la inscripción en el Registro de Interdicciones y
prohibiciones de no enajenar del Conservador de Bienes Raíces.
- Art. 1464 n° 4: especies cuya propiedad se litiga, sin permiso del juez que
conoce del litigio.
Finalmente, conviene tener presente que este número bien puede considerarse
redundante, ya que, concurriendo los requisitos de la prohibición legal, podría
quedar comprendido en el nº 3 del art. 1464 CC.
Bajo esta denominación genérica en doctrina se incluyen los casos previstos en los
arts. 1465 y 1466 CC
Comentario. Ya hemos hecho referencia a esta regla, al tratar el dolo. Por ello,
sólo diremos que la regla relativa a la condonación del dolo futuro que
contempla el art. 1465 CC es más amplia que su sola aplicación al pacto de no
pedir más en razón de una cuenta aprobada.
los beneficios económicos que reporta y los beneficios sociales a que pueden dar
lugar, como por ejemplo, el financiamiento de instituciones universitarias,
hospitales, etc. Ejemplo de ello es la Lotería de Concepción (ley especial), y lo
mismo acontece con los casinos e hipódromos.
iv. Finalmente el art. 1466 menciona todo contrato prohibido por las
leyes.
Ver, por ejemplo, los arts. 1797, 1798, 2397.2 CC. En doctrina se considera
que esta es una norma de clausura del objeto ilícito.
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Conviene tener presente, sin embargo, que no todas las formalidades constituyen
requisitos de existencia y validez de los actos jurídicos. El legislador exige el
cumplimiento de ciertas formas con diversas finalidades; y ello permite agrupar las
formalidades en diferentes categorías.
ii. El estudio de las formalidades se vincula directamente con uno de los principios
de la contratación, que estudiaremos más adelante: el principio del consensualismo,
que es una manifestación o proyección particular del principio de la autonomía de la
voluntad en la fase de celebración del contrato. Según ese principio, basta el
acuerdo de voluntades para que el contrato nazca; pero, ese principio o regla
general encuentra algunas excepciones (precisamente, los contratos reales y los
solemnes, en los que, si no media la solemnidad o la entrega, el contrato no nace); y
reconoce también algunas atenuaciones (los contratos consensuales formales; en
los que el acto nace, pero no será eficaz).
a. Noción
Son requisitos externos de los actos jurídicos, exigidos por la ley en atención a la
naturaleza del acto o contrato, y no en atención del estado o calidad de las partes
que lo celebran.
existe o es inexistente (es sólo una apariencia de acto). Sin embargo, existen
buenas razones para entender que el acto no sería jurídicamente “inexistente”,
sino que adolecería que sería existente pero con un vicio de nulidad absoluta. En
la siguiente lección estudiaremos precisamente, de la llamada “teoría de la
inexistencia”, y de la nulidad de los actos.
b. Ejemplos de solemnidades
a. Formalidades habilitantes
Son requisitos externos que la Ley exige para la celebración de ciertos actos
jurídicos, con la finalidad de proteger los intereses de los incapaces y de ciertas
personas que, no obstante son plenamente capaces, se encuentran privadas, o
impedidas de la administración de todo o parte de sus bienes. El cumplimiento de
la formalidad habilitante es un requisito de validez del acto; la sanción a su
omisión es la nulidad relativa del acto.
b. Formalidades de publicidad
Se trata de ciertos requisitos externos que exige la Ley para dar noticia o divulgar
a terceros el hecho de la celebración de un acto o contrato. Su omisión no afecta la
validez del acto; es decir, no implica un vicio que permita pedir la nulidad. Pero, en
la medida que ese acto puede afectar los intereses de terceros, la omisión de la
formalidad exigida podría significar que el acto celebrado, aun siendo válido, sea
ineficaz respecto de esos terceros o, dicho de otro modo, que a esos terceros el
acto les sea inoponible. Sobre ello trataremos más adelante.
ii. Conviene tener presente que la inoponibilidad del acto es una sanción de
ineficacia relativa del acto (respecto de terceros) que puede tener otras
causas, no sólo la omisión de formalidades de publicidad.
Hay varias formas por las que es posible dar noticia de la celebración de un acto.
En algunos casos, la ley exige que se practique una inscripción, o la sub-
inscripción, del acto, en un registro público (por ejemplo, el reconocimiento de
un hijo, cuando no conste en la inscripción de nacimiento, será sub-inscrito al
margen; art. 187 CC); en otros casos, se exige que se avise o comunique
directamente al tercero que se verá afectado por el acto, mediante, por ejemplo,
una notificación o una carta o aviso (por ejemplo, en la cesión de un crédito, art.
1902 CC); en otros casos, en fin, se requiere que se dé aviso a través de
publicaciones, en diarios o periódicos (por ejemplo, para dar aviso de la
expiración del mandato, art. 2173 CC).
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c. Formalidades de prueba
Son requisitos exigidos por la Ley, que deben ser cumplidos al momento de la
celebración del acto o contrato, y cuya finalidad es la de pre-constituir una
eventual prueba en juicio. Por lo mismo, su omisión acarrea algunas consecuencias
para las partes, en relación con la forma y el contenido de la prueba que ellas
podrán rendir en juicio, ya sea en relación con la existencia del acto mismo, ya sea
sobre alguna de las cláusulas o términos del mismo.
Como hemos tenido ocasión de estudiar a lo largo de este curso, la voluntad juega
un rol muy importante en la celebración de los actos y contratos, especialmente,
en aquellos de contenido patrimonial. Sin embargo, la voluntad no juega un rol
relevante en relación con la posibilidad de decidir si cumplen o no los requisitos
externos exigidos por la ley, o cuáles serán las consecuencias que la omisión
acarrea. Así, las partes no pueden convertir en consensual un contrato que es
solemne. Las solemnidades son requisitos exigidos por la Ley para el valor de los
actos, y por tanto, al legislador le interesa que se cumplan esas formas, con
independencia de cuál sea el deseo o interés de las partes sobre el particular. Lo
mismo cabe decir en relación con las otras formalidades, siendo las consecuencias
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de su inobservancia las que la ley establece, sin que ellas puedan ser modificadas
por las partes.
Pero, las partes pueden querer celebrar el acto cumpliendo con ciertas formas que
la ley no exige para ese acto. Ello, lógicamente, no supone problema, y nos
situamos dentro del ámbito de libertad que la Ley les reconoce. Aquí se trata de
incluir una forma porque ello es conveniente, no porque sea necesario. Por
ejemplo, las partes pueden celebrar por escrito un contrato pese a que el valor de
la obligación es tan bajo que la escrituración no sea necesaria (se compra algo que
vale menos de 2 UTM, pero se quiere que conste por escrito, para facilitar la
prueba en caso de incumplimiento). También puede ocurrir que las partes quieran
celebrar por escritura pública un determinado contrato que no requiere esa forma,
por ejemplo, para poder exigir ejecutivamente el cumplimiento de la prestación, en
caso de incumplimiento (la escritura pública es un título ejecutivo).
En este ámbito hallamos, por ejemplo, el supuesto que regula el art. 1802 CC. El
supuesto es el de las partes que celebran un contrato de compraventa consensual,
acordando que el contrato no se reputará perfecto mientras no se otorgue una
escritura pública o privada. Ello implicaría que las partes han acordado el
cumplimiento de una “solemnidad convencional”. Conviene, sin embargo, evitar
esa denominación, pues ella conduce a confusión: las solemnidades sólo las
establece la Ley, y son de derecho estricto. La Ley reconoce validez a ese acuerdo,
pero determina el efecto: mientras no se otorgue la escritura, cualquiera de las
partes puede retractarse sin responsabilidad posterior.
a. Discusión e importancia
II. LA NULIDAD
1. Concepto y características
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ii. Vinculado con el punto anterior, cabe destacar las reglas que regulan la
nulidad son de orden público, de modo que los particulares tampoco pueden
modificar el régimen de la nulidad, los plazos para pedirla, etc. Por esta misma
razón, la acción para pedir la nulidad es irrenunciable.
iii. La nulidad debe ser declarada por una sentencia judicial, y los efectos de
la nulidad se producen una vez firme esa sentencia. Es importante recordar los
requisitos de existencia y validez del acto jurídico deben concurrir al momento de
la celebración del acto, de modo que, a la hora de determinar de si existe o no
causa para declarar la nulidad, debe mirarse el tiempo de celebración del
acto. Por otro lado, conviene destacar que, mientras no se declare
judicialmente la nulidad, el acto produce sus efectos; existe una presunción
de validez de los actos jurídicos. Por ello, un acto que tiene un vicio de
nulidad, es un acto “anulable”, y sólo una vez que se pronuncie la nulidad, será
“nulo”. Finalmente, una vez declarada la nulidad, ella produce efecto
retroactivo: se trata de volver al estado anterior al de la celebración del
acto (sobre ello volveremos más adelante).
2. Clases de nulidad
La doctrina y jurisprudencia han planteado que cabe aplicar la nulidad parcial en todos
aquellos casos en los que el vicio afecta a alguna parte o cláusula del acto jurídico que
tenga cierta independencia dentro del mismo, de modo que las restantes partes del acto
puedan subsistir sin la cláusula nula.
i. Las causales
Las causales de la nulidad absoluta son: objeto ilícito; causa ilícita, omisión de la
solemnidad exigida por la ley; y el hecho de haberse celebrado el actos por un
absolutamente incapaz.
Generalmente, serán las propias partes las más interesadas; pero, hay que
tener presente que no podrá alegarla la parte que conocía o debía conocer el
vicio que invalidaba el acto. Se ha entendido que la exigencia de
“conocer” el vicio, supone un conocimiento efectivo; no es suficiente para negar
el derecho a pedir la nulidad el conocimiento presunto de la ley (arts. 7 y 8 CC).
Por otro lado, se entiende que una persona debe conocer el vicio, en la medida
que, en el caso particular, existen suficientes circunstancias o elementos como
para poder conocer el vicio (por ejemplo, una prohibición inscrita en un registro
pública, puede ser conocida).
i. Las causales
La nulidad relativa sólo puede alegarse por quienes en su favor lo han establecido
las leyes, incluyendo a sus herederos y cesionarios. Así, por ejemplo, sólo puede
pedir nulidad relativa por fuerza quien la ha sufrido; o por dolo, quien ha sido
engañado. A los herederos, la ley los reputa continuadores jurídicos de la persona
del causante y le suceden en todos sus derechos transmisibles. Por su parte, los
cesionarios son aquellas personas a quien el contratante transfiere sus derechos
por acto entre vivos y que pasan a ocupar su lugar jurídico respecto de ese
derecho cedido.
iii. Saneamiento del vicio y posibilidad e ratificación del acto por las
partes
La nulidad relativa se sanea por el transcurso del tiempo de cuatro años. Este
plazo se cuenta desde la celebración de acto, en los casos de error y dolo; y en los
casos de fuerza y de incapacidad, desde que ha cesado esa circunstancia. Y se
suspende en favor de los herederos menos de edad (art. 1692 CC).
Actividad sugerida: Los alumnos, tras leer las normas del Código civil sobre la
nulidad, deberán realizar un paralelo entre la nulidad absoluta y la nulidad relativa, que
considere los criterios: i) causales; ii) quiénes pueden alegarla (legitimados activos); iii)
posibilidad del juez de declararla de oficio; iv) posibilidad de sanearse por ratificación de
las partes; v) posibilidad de sanearse por el transcurso del tiempo.
Si no concurren los requisitos legales para que el acto querido por las partes
pueda generar válidamente los efectos deseados por ellas, es posible que, en vez
de la nulidad, lo que opere sea la conversión del acto. Esto ocurrirá en la medida
que concurran los requisitos de otro acto, y siempre que pueda establecerse que
esa ha sido la voluntad de las partes.
Como se ha dicho, la nulidad produce sus efectos desde que ha sido declarada
por sentencia judicial. La nulidad declarada opera retroactivamente, se busca
volver al estado anterior al de la celebración del acto nulo.
i) Algunos consideran que el poseedor de buena fe, no está obligado a devolver los frutos
que obtuvo mientras estuvo de buena fe. Otros dicen que no es una excepción a esto, sino
una norma establecida para cualquier juicio reivindicatorio.
ii) Cuando se ha dado algo en virtud de un acto que tiene objeto o causa ilícita, si se ha
celebrado o ejecutado a sabiendas (arts. 1687 y 1468);
iii) En el caso de un contrato nulo, por celebrarse con un incapaz, el contratante del
incapaz no podrá pedir la restitución de lo pagado en virtud del contrato, salvo que
pruebe que el incapaz se hizo más rico. Se entiendo que ello es así, si las cosas pagadas o
adquiridas por medio de ellas le eran necesarias al incapaz, o no siendo necesarias,
subsistan y se quieran retener (art. 1688 CC).
Ilustración. (A) vende su casa a (B). El contrato se ejecuta. (B) vende y entrega la casa a
(C). Después, el contrato celebrado entre (A) y (B) se anula. (A) puede demandar a (C)
para que le restituya la casa.
La razón: la nulidad opera con efecto retroactivo: se entiende que (A) siempre ha sido el
dueño; por tanto, (B) no ha podido transferir derecho alguno a (C).
Sin embargo, hay casos en que, pese a haberse declarado la nulidad del acto, el
dueño no poseedor no tiene acción reivindicatoria en contra del tercero poseedor.
Esto es lo que ocurre: i) si hubiera operado la prescripción adquisitiva del derecho
en favor del tercero: la razón es que, en tal caso, el tercero se ha hecho dueño de
la cosa, y quien la reclama (la parte beneficiada por la nulidad) ha dejado de serlo
(la prescripción adquisitiva será estudiada en el curso de Derecho civil 2); ii) si se
rescinde la compraventa debido a la manifiesta desproporción de las
prestaciones, la restitución a la que están obligadas las partes exige que,
previamente, se sanee la propiedad de gravámenes que se hubieran constituido
(art. 1895 CC), y por ello se entiende que no existe derecho de dirigirse contra
los terceros (aquellos en cuyo beneficio están constituidos esos gravámenes); iii)
si se declara la nulidad del decreto que declara la muerte presunta permite al
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muerto presunto recuperar sus bienes, pero los bienes que existen y en el estado
en que estén (art. 94 CC); entre otros.
i. La suspensión
ii. La resolución
iii. Rescisión
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Se utiliza, por ejemplo, para referirse a la nulidad relativa (y en ese sentido, ha sido
objeto de estudio en este curso).
Pero, también se utiliza la voz “rescisión” para referirse a supuestos en los cuales
el acto válidamente celebrado no producirá sus efectos, ya sea en forma absoluta
o relativa. Uno de estos casos es la rescisión del contrato de compraventa, por
existir una desproporción enorme en la equivalencia de las prestaciones (la
rescisión por lesión enorme; que será objeto de estudio en el curso de Derecho civil
V, de los contratos en particular).
Por último, conviene destacar que, en el art. 94 CC, el legislador civil también
utiliza la expresión “rescisión”, para referirse a un supuesto de ineficacia de un
decreto (no de un acto jurídico): el decreto que concede la posesión efectiva de los
bienes del muerto presunto puede “rescindirse” si aparece el presunto muerto.
iv. Resciliación
Tratándose de actos jurídicos bilaterales (convenciones), las partes que los han
celebrado pueden, de común acuerdo, dejarlos “sin efecto”. Ello, en
reconocimiento del principio de la autonomía de la voluntad.
Sin embargo, hay que tener presente que no todos los actos jurídicos pueden ser
dejados sin efecto por la sola voluntad de las partes. Un ejemplo de esto es el
matrimonio, pues el divorcio, en el caso del denominado “divorcio de común
acuerdo” requiere una sentencia judicial.
En el caso de los contratos, por regla general no cabe que una sola de las partes
pueda dejar sin efecto el acto jurídico; pero existen casos en los que se admite ello,
y en los que está plenamente justificado que una parte pueda, unilateralmente,
poner término al contrato por esta vía. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en el
caso del mandato, que puede ser “revocado” por el mandante (quien ha hecho el
encargo); encargo al que el mandatario (a quien se ha hecho el encargo) puede
“renunciar”.
Según los casos, la ley puede exigir, o no, expresión de causa. Por ejemplo, en el
caso del mandato, no se exige expresión de causa; pues la idea que está detrás es
que, por ser el mandato un contrato de confianza, pueden las partes,
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unilateralmente, ponerle término. En otros casos, si bien es posible que una parte
le ponga término a la relación jurídica, se requiere que exista una causa que así lo
justifique, como ocurre, por ejemplo, con el despido en el contrato de trabajo. En
otros casos, la justificación del derecho a ponerle término al contrato deriva de la
propia naturaleza del contrato, y del acuerdo específico de las partes sobre la
duración del contrato. Así, por ejemplo, el contrato de arrendamiento supone, por
definición, la cesión temporal de una cosa, y por tanto, si no se ha fijado plazo
definido de duración, pueden las partes ponerle término dando aviso a la otra
(desahucio).
vi. Inoponibilidad
La inoponibilidad es una sanción legal que consiste en que los derechos nacidos de
la celebración de una acto, de su declaración de nulidad o de la ocurrencia de
alguna otra causal de ineficacia, no se puede hacer valer respecto de terceros.
Para estos terceros, el acto es “inoponible”. Las expresiones “inoponible” y
“oponible” no son frecuentes en las leyes (en el Código civil, sólo aparecen en los
artículos 1749; 1337 n.10 inc. 3; 225 y 246); pero existe inoponibilidad en todos
aquellos supuestos en los que se señala que el acto “no perjudicará a terceros”, o
que “no afectará terceros”, o que “no producirá efecto respecto de terceros”.
Así, son inoponibles a terceros, por ejemplo, los actos celebrados sin cumplir con
las formalidades de publicidad exigidas; los actos que constan en documentos que
carecen de fecha cierta; los actos celebrados por un deudor cuyos negocios están
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en mal estado, cuando esos actos los ha realizado en fraude de sus acreedores;
etc.
Pero, conviene tener presente que la expresión “terminar” muchas veces se utiliza
en un sentido genérico, como sinónima de “extinción” y de “expiración” del
contrato. Con estas expresiones, se suele hacer referencia genérica a las distintas
causas de ineficacia, incluyendo las intrínsecas y las extrínsecas.