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DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA.

SEMINARIO: FILOSOFÍA DEL LENGUAJE.


PROFESOR: NELSON JAIR CUCHUMBÉ
ESTUDIANTE: OSCAR ALBERTO QUINTERO OCAMPO.
CÓD: 1703033.

Apuntes biográficos sobre Hans Blumenberg tomados del libro: La modernidad y sus metáforas
(1996, p. 11). Franz Josef Wetz.

“Blumenberg es uno de los filósofos más destacados y enjundiosos de la posguerra en


Alemania. Nació en 1920 en Lübeck, donde también asistió a la escuela. Sus primeros estudios los
cursó en universidades filosófico-teológicas de Padeborn y Francfort del Meno. Tras algunas
interrupciones motivadas por la segunda guerra mundial acabó sus estudios de filosofía, filología
germánica y lenguas clásicas en la universidad de Hamburgo. Se doctoró en 1947 en Kiel con un
trabajo titulado Aportaciones al problema de la originariedad de la ontología escolástico-medieval.
Con su ensayo La distancia ontológica, una investigación sobre la crisis de la fenomenología de
Husserl, obtuvo también en Kiel, en 1950, la habilitación para ocupar cátedra. Blumenberg fue
nombrado en 1958 profesor extraordinario de filosofía en Hamburgo. En 1960 pasó como profesor
ordinario a la universidad de Gießen. Posteriormente fue llamado a ocupar una cátedra en Bochum,
en 1965, y en Münster, en 1970, donde permaneció hasta su jubilación en 1985. A partir de entonces
vivió –naturalmente- bastante retirado de Altenberge (Münster), donde falleció el 28 de marzo de
1996. Blumenberg obtuvo dos premios importantes: el Premio Kuno Fischer de la Universidad de
Heidelberg, en 1974, y el Premio Sigmund Freud para prosa científica de la Academia Alemana de
Lengua y Literatura de Darmstadt, en 1980.
Una vez iniciados en la lectura de Blumenberg, no es posible encontrar una sistematicidad a
lo largo de su obra. No es fácil tampoco hallar con claridad las tesis principales que arroja en cada
uno de sus libros, de ahí que el lector se vea casi exigido a leer cada una de sus letras para poder llegar
a la profundidad de su pensamiento. Algunas de sus obras más destacadas son: Paradigmas para una
metaforología, Trabajo sobre el mito, La legitimidad de la edad moderna, La génesis del mundo
copernicano, Teoría del Mundo de la Vida, Naufragio con espectador, Tiempo de la vida y tiempo
del mundo, entre otras.

RELATORÍA: Una aproximación antropológica a la actualidad de la retórica. (págs. 115 –


142). Las realidades en que vivimos. Hans Blumenberg. 1999.

En la presente reseña se intentará dar cuenta de algunos de los aspectos más relevantes
del capítulo denominado: Una aproximación antropológica a la actualidad de la retórica,
contenido en el libro Las realidades en que vivimos del filósofo alemán Hans Blumenberg.
Tal capítulo aparecería primero publicado en italiano a modo de ensayo en el año 1981.
Posteriormente sería traducido al alemán, e incluido en el libro citado. En castellano sería
una de las primeras obras de Blumenberg que se publicaron (1999).
El texto inicia con una descripción por parte del autor de los intentos de respuesta que
la antropología filosófica ha dado a la pregunta qué es el hombre. Para Blumenberg tales
respuestas se encuentran en un escenario dicotómico, antepuesto. A saber: “el hombre es un
ser pobre o un ser rico” (Blumenberg, 1999, p.115). La variación en los fundamentos de
respuesta a la pregunta inicial pone de relieve la antítesis de las concepciones que frente a la
pregunta por el hombre ha construido la antropología y la filosofía, ubicando al ser humano
en uno de los dos extremos, bien sea como ser limitado, carencial, “expulsado del paraíso a
un corpúsculo de tierra sin significado”, o como “el contemplador del universo desde el
centro del mundo” (Blumenberg, 1999, p.115).
Blumenberg sostiene que la retórica, en la tradición filosófica occidental, también ha
sido objeto de una escisión antagónica respecto de su significado. Por un lado se aduce que
la retórica tiene que ver con la “posesión de la verdad”, y por otro, se señala su imposibilidad
de alcanzarla. De la antítesis planteada en relación con las concepciones opuestas sobre la
antropología y la retórica respecto de la pregunta por el hombre, Blumenberg concluye que
éstas pueden ser coordinadas entre sí de la siguiente manera:

“El hombre en cuanto ser rico dispone del patrimonio de verdad que posee gracias a los medios
operativos del ornatus retórico. El hombre en cuanto ser pobre precisa de la retórica como de
un arte de apariencias que hace que se las arregle en su posición de carencia de la verdad”
(Blumenberg, 1999, p.116).

El filosofó de Lübeck se da a la tarea de rastrear el origen de la escisión mencionada,


encontrando en Cicerón y Platón los primeros antagonismos sobre el asunto tratado. Cicerón,
en su concepción sobre la retórica, asegura que ésta tiene la posibilidad de “poseer la verdad”
además de tener una función embellecedora en la comunicación de esa misma verdad. El
orador romano establece así una relación entre las formas expresivas y comprensibles del
lenguaje y la “cosa” que se mienta. Desde otra perspectiva, Platón emprendió una lucha
contra los sofistas, dirigiendo en contra de aquellos los primeros planteamientos conducentes
a desvirtuar la pragmática de la retórica y su imposibilidad de dar cuenta de la “cosa misma”,
y en favor de una relación semántica objetiva del lenguaje. Hay en Platón una filosofía de los
“fines absolutos” en la que la evidencia se corresponde con lo “bueno”, dejando sin lugar a
la retórica. Blumenberg advierte que la minusvaloración que se ha hecho de la antropología
aplicada a la retórica desde la antigüedad, se corresponde con los postulados de la metafísica
de la época cuyo planteamiento central radica en que “las ideas forman un cosmos que el
mundo aparente reproduce”. (Blumenberg, 1999, p.118). El ser humano se contempla allí
como punto de intersección, como una composición, y en cuanto tal, problemático. El asunto
reside en que la tradición metafísica dio preeminencia a uno de esos elementos constitutivos
del hombre sobre otros, dándole el carácter de sustancial. De ahí que, acorde a lo planteado
por nuestro autor, la metafísica no haya podido decir nada sobre el ser humano y esto se debe
a la proscripción que se hizo de la retórica.

“Pues la retórica parte de aquello, y sólo de aquello en lo que el hombre es algo único, y no,
ciertamente, por ser el lenguaje su marca específica, sino porque el lenguaje aflora en la retórica
como función de una perplejidad específicamente humana” (Blumenberg, 1999, p.118).

La concepción sustancial del ser humano, propia de la metafísica tradicional,


encuentra sus límites en un renovado “escepticismo” al principio de la Edad Moderna. El
escepticismo reavivará a la antropología haciendo notar la imposibilidad de alcanzar
“verdades eternas”, y en su lugar, ubicará al hombre del lado de sus “seguridades más
próximas”, quitándole el disfraz del “espíritu puro”. Tal escepticismo no pudo alcanzar todo
su rendimiento antropológico en cuanto que no supo dar cuenta de esas “seguridades
próximas” del ser humano, en contraste con la búsqueda de una fundamentación absoluta.
Así lo dejó ver Descartes en sus planteamientos sobre la superación de lo que él denominó
una moral par provisión (moral provisional), que conduciría finalmente a una morale
définitive (moral definitiva) que vendría como resultado de un conocimiento teórico
completo (Blumenberg, 1999, p.118). A juicio de Blumenberg, Descartes asumió lo
provisional como una “pausa” en el camino hacia una verdad y moral definitiva. Esto impide
a la teoría del “método” considerar la situación actual y concreta del hombre, y su capacidad
de arreglárselas, en lo provisional, acudiendo a la retórica. Esto no significa que la retórica
sea un “medio”, un paso previo en la búsqueda de la cima del conocimiento. Contrario a ello,
en la moral par provisión estaría anclada la posibilidad del ser humano de orientarse en un
mundo que le resulta incierto.
Blumenberg considera que es factible rastrear hasta los griegos un dualismo entre
filosofía y retórica. La filosofía se hizo cargo de la búsqueda de “verdades intemporales”, en
tanto que la retórica, en su carácter más pragmático, se ocupó del consensus que sería el
producto de la persuasión. El filósofo de Lübeck intenta llamar la atención en este punto
aduciendo que la filosofía griega, devenida en teoría del método en la modernidad, necesitó
también del consensus para legitimar y prolongar en el tiempo su intención de certeza
definitiva. La historia de la ciencia se ha valido de la verificación como forma de
asentimiento que conlleva a la confirmación de los resultados obtenidos. Así, “la publicación
de toda teoría implica una llamada a seguir las vías de la confirmación que se indican para
lograr el placet de la objetividad” (Blumenberg, 1999, p.122). Ya Thomas Kuhn lo había
hecho explícito en su Estructura de las revoluciones científicas en la que introdujo el
concepto de “paradigma”, al que podría dársele el rótulo de consensus en tanto que los
resultados del proceso científico pueden ser “estabilizados”, en parte, mediante la retórica en
los textos y centros académicos. Esto le ha dado a la ciencia la facultad de otorgarle a sus
resultados el carácter ilimitado de la provisionalidad. Cosa que no ocurre con la retórica ya
que ésta está sujeta a la “compulsión a la acción” constitutiva del ser carencial humano. La
compulsión a la acción es determinante de la situación retórica en tanto que, a través del
consensus, logra transformar una reacción de tipo físico en sólo retórica. Blumenberg lo deja
claro en el siguiente apotegma: “sustituir prestaciones físicas por prestaciones verbales
constituye un radical antropológico” (Blumenberg, 1999, p.122).
En diálogo con el filósofo prusiano Ernst Cassirer y su Filosofía de las formas
simbólicas, en la que se describe al ser humano como un animal symbolicum capaz de
sustituir una “impresión”, en principio extraña e inaccesible, en algo de lo se puede dar cuenta
a través de los sentidos, Blumenberg advierte que esta teoría no explica por qué el ser humano
acude a las “formas simbólicas”. Para nuestro autor esto tiene que ver con los postulados de
la antropología del hombre “rico”, en la que se considera que la producción de “formas
simbólicas” se van sucediendo una a una, logrando transformar en “expresión” aquello que
se mostraba como extraño a los sentidos. Aquí Blumenberg parece recurrir a la metáfora de
la existencia humana -desde la concepción de hombre “rico”- como una cebolla que se va
conformando “capa tras capa”: las “formas simbólicas” van conformando la “concha
cultural”, su nicho simbólico. La “existencia pelada”, señala Blumenberg, no tiene nada que
ver con la existencia fáctica. Es deber de una antropología “filosófica” abordar el tema de la
existencia física lejos de las atribuciones esenciales atribuidas al hombre. Así, “el primer
enunciado de la antropología sería éste: no es tan obvio que el ser humano pueda existir”
(Blumenberg, 1999, p.124).
Llegados a este punto, en lo referente a las concepciones antropológicas del hombre
como un ser “rico” o “pobre,” puede decirse, sin temor a ningún equívoco, que Blumenberg
se ubica del lado de la carencia como constitutiva de lo humano. Esto se justifica en la
formulación de una pregunta que resulta fundamental para comprender lo que el filósofo
entiende debe ser la tarea de la antropología filosófica, a saber: “¿cómo ese ser, pese a su
falta de disposición biológica, es capaz de existir?” A esta cuestión Blumenberg responderá
de manera sucinta y contundente: “no entablando relaciones inmediatas con esa realidad. La
relación del hombre con la realidad es indirecta, complicada, aplazada, selectiva y, ante todo,
“metafórica” (Blumenberg, 1999, p.125). El animal symbolicum es capaz de reemplazar la
realidad que ante él se presenta como “mortífera”1, apartando la mirada de lo que no puede
asir, poniéndola en lo que le es familiar. De este modo, Blumenberg le confiere un carácter
funcional a la retórica. Ésta no es sólo un medio o un sustituto que emerge ante la falta de
evidencia. Su función yace en la posibilidad de entablar una relación con la realidad que le
permite orientarse en el mundo. “La retórica es la alternativa a una evidencia que no se puede,
o aún no se puede, tener, al menos aquí y ahora” (Blumenberg, 1999, p.122). El ser humano
se rehúsa a quedar inmovilizado ante el terror que le produce lo extraño. Su compulsión a la
acción le lleva incluso a actuar sin evidencias. Este actuar sin evidencias no constituye un
actuar irracional, sino aun actuar retórico.
La única racionalidad a la mano que tiene el hombre para comprender el mundo se
fundamenta en “el principio de razón insuficiente (principium rationis insufficientis)”. Este
principio “es el axioma de toda retórica y el correlato de la antropología de un ser al que le
falta algo esencial” (Blumenberg, 1999, p.133). En el caso de que existiera una razón
suficiente que diera cuenta de la “cosa misma”, no habría posibilidad para la retórica. El
principio de razón insuficiente no debe ser entendido como mera ausencia de razones, o de
incluso renunciar a ellas. Su fundamentación se da de “una forma difusa y no metódicamente
reglamentada”. La retórica (mitos y metáforas) no debe ser juzgada desde lo validado como
racional, “en el ámbito fundamentador de la praxis vital lo insuficiente puede ser más racional
que insistir en proceder de una manera científica” (Blumenberg, 1999, p.133).
Es en la Modernidad donde más batallas se han librado en contra de la retórica,
haciendo una reivindicación del realismo, la naturaleza y la aparente seriedad de la ciencia y
de lo humano. Para la ciencia moderna la retórica es un ornamento superfluo que desvía la

1
Vale la pena ampliar en este punto la concepción de Blumenberg sobre la realidad, y su relación distante con
el ser humano. En palabras del filósofo español Luis Durán Guerra “lo que Blumenberg llama el absolutismo
de la realidad está determinado por el carácter prepotente de lo real, a su soberana indiferencia para con
nosotros, indiferencia que hemos de distanciar si es que queremos autoafirmarnos en la existencia y
sobrevivir. La función pragmática de la metáfora absoluta no es otra que la de propiciar el distanciamiento del
absolutismo de la realidad” (2010, p. 108).
atención de las cosas esenciales. Su lema ha sido “res non verba”, hay que dejar tanto rodeo
y dirigirse a la realidad, a las “cosas mismas”. La naturaleza es aquello que hay que develar,
descubrir, por encima de toda apariencia carente de verificación. Ya Hobbes recomendaba el
uso de la “verdadera” razón, contra toda retórica que no fuera “la expresión clara y elegante
de los pensamientos y conceptos”. Puede advertirse en este planteamiento una contraposición
entre retórica (metáfora) y concepto, concediendo a este último una relación directa con las
cosas. El mismo Kant, en la Crítica de la facultad del juicio, acusó a la retórica “de servirse
de las debilidades humanas para sus propósitos”. Estos planteamientos son heredados de los
griegos cuya concepción del hombre es representada en armonía y semejanza con el mundo.
Frente a tales sentencias, Blumenberg afirma que en la mediación (metafórica) que el hombre
construye con la realidad, “el concepto (es también) un medio artificial que no tiene nada en
común con aquella naturaleza de las cosas” (Blumenberg, 1999, p.139). Al decir de nuestro
autor “la retórica es un “arte” por ser todo un compendio de dificultades que surgen en la
relación con la realidad, realidad que en nuestra tradición era entendida de antemano,
primordialmente, como naturaleza” (Blumenberg, 1999, p.140).
Blumenberg deja claro que lo que el denomina “destreza retórica” del hombre, en
tanto que habilidad para mediatizar con una realidad indiferente e inabarcable, no es
precisamente un talento suyo. Tal habilidad es más un “certificado de pobreza” (Blumenberg,
1999, p.137), una forma de racionalidad que le permite enfrentarse a la realidad desde la
provisionalidad de la razón.
En las líneas finales del capítulo Una aproximación antropológica a la a la
actualidad de la retórica, el filósofo de Lübeck, en referencia a la tarea última de la
antropología filosófica, asegura que ésta

“No tiene otro tema que una “naturaleza humana” que nunca ha sido ni será “naturaleza”. El
hecho de que se presente con disfraces metafóricos –como animal o como máquina, como una
estratificación de sedimentos o como una corriente de conciencia, diferente de Dios o en
competencia con él- no justifica las expectativas de que, al final de tantas confesiones y tanta
casuística, la tendremos sin máscara ante nosotros. El ser humano se comprende a sí mismo
yendo más allá de sí mismo, sólo a través de lo que él no es. No es su situación lo primero en
él potencialmente metafórico, sino ya su propia constitución” (Blumenberg, 1999, p.141-142)

En tanto que el hombre no establece relaciones directas con la realidad, éste se da a


la creación de un mundo irreal, el mundo humanizado de la cultura, que se corresponde con
el mundo de sombras de la caverna platónica. La retórica de Blumenberg se presenta así
como una despotenciación de la realidad, quitándole su carácter de amenazante. Esta
despotenciación no debe ser entendida como una reducción de la realidad a postulados
científicos, sino, precisamente, pensarla en su condición de irreductibilidad a la ciencia.

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