Sei sulla pagina 1di 126

HAFIZ (MOHAMMED SCHEMSU-D-DIN)

GACELES

Presentación y traducción de
Rafael Cansinos-Asséns

EDITORA NACIONAL/LIBROS DE POESÍA-7


Madrid, 1983
© De la traducción: Herederos de Rafael Cansinos
© De la presente edición: Editora Nacional

Torregalindo, 10. Madrid-16


Depósito legal; M. 37.549-1983
ISBN: 84-276-0645-1
Compuesto en S. A. F.
Talisio, 9. Madrid-27
Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Polígono Igarsa
Paracuellos del Jarama (Madrid)
Printed in Spain
ÍNDICE

Introducción por Rafael Cansinos-Asséns


POESÍA SUFÍ
Índice de primeros versos
NOTA A LA TRADUCCIÓN

La traducción de los Gaceles de Hafiz fue realizada por Rafael


Cansinos-Asséns en 1955 y pertenece, así como la Introducción, a
una amplia Antología de poetas persas inédita. La traducción, que
es directa, está hecha en verso libre en base a que, como señala su
autor, la sujeción a la estructura de la gacela, demasiado
alambicada, implicaría un apartamiento de la idea, a parte del
hecho de que «no está bien definida en la retórica persa ni la
longitud ni la técnica formal de la gacela, pues, según unos
autores, debe constar de trece versos y, según otros, de menos o
de más, y la misma disparidad existe en cuanto al detalle de que
cada pensamiento aparezca expresado individualmente en un solo
dístico. Lo único que parece fundamental en el gacel es que sus
dos primeros versos sean consonantes entre sí y luego también
todos los pares; o que los dos versos primeros terminen con la
misma palabra y esta se repita al final de todos los pares y que,
además, en el último dístico, llamado real -schahi-bait- , el poeta
se nombre a sí mismo.»
Señalaremos aquí también que la traducción no pretende ser
erudita, sino literaria, que aspira a reproducir la belleza y emoción
del texto original por los medios más adecuados que nuestro
idioma ofrece. (N. del E.)
INTRODUCCIÓN

Mohammed Schemsu-d-Din (el Loado, Sol de la Fe) apodado


el Hafiz o guardador por su buena memoria, ya que era uno de
esos creyentes que saben recitar todo el Korán de coro, nace en
Schirás, ciudad famosa por sus rosas y su vino, en el siglo XIV.
Hafiz, considerado por sus contemporáneos el schah de los
poetas, lo es, cuando menos, en ese dominio de la poesía amatoria
y anacreóntica en que se mueve su genio. No hay quien, como él,
haya cantado en Persia, y fuera de Persia, el amor, el vino y la
rosa. Hafiz es un sibarita místico, valga la paradoja. Su
epicureísmo está impregnado de misticismo sufi, y, en el fondo,
no es epicureísmo en el sentido vulgar de la palabra, sino en el
que le daba el propio Epicuro, al designar con ella el ideal de una
vida sencilla, natural, sin excesos ni ambiciones, que puede ser, y
debe serio, la del hombre simplemente virtuoso que no aspire al
heroísmo de la santidad. Hafiz no es ningún sensual refinado, sus
gustos son sencillos; para ser feliz, bástale un sitio en un jardín
florido de rosas, jacintos y tulipanes, en el que pueda escuchar los
trinos de los ruiseñores, que lo animan a él también a cantar y
paladear una copa de vino de Schirás, servida por una linda joven
que haya mojado antes en ella sus labios; que tal era Hafiz de
sencillo y de horacianamente moderado en sus aspiraciones, lo
prueba el hecho, comprobado por sus biógrafos, de que vivió
siempre como un pobre dervisch en su ciudad natal, sin pretender
sacar partido de la admiración que le profesaban príncipes y
sultanes, ni querer aceptar ningún puesto honroso y lucrativo en
sus cortes. Sólo una vez pidió algo Hafiz a los poderosos de la
tierra y no para sí mismo, sino para sus coterráneos, pues, según
refiere Devlet-schah en sus Vidas de poetas, cuando el terrible
Timur-lenk se acercaba a Schirás, con intención de arrasarla, el
poeta adelantóse a su encuentro, para rogarle que no lo hiciese, y,
con su palabra, apoyada por su prestigio, desarmó al feroz
guerrero, que no sólo accedió a su súplica, sino que lo despidió
cargado de valiosos presentes. El amor a su ciudad ya sus
paisanos fue lo único bastante, poderoso a mover en son de
súplica la lengua de Hafiz. Amaba éste tanto a su Schirás, esa
ciudad cuya belleza ponderan todos los viajeros, desde Tavernier
y Chardin hasta Pierre Loti, y el lindo paisaje que la rodea, que
nunca sintió el impulso de moverse de ella por la curiosidad de
ver otros países, y en ella vivió hasta su muerte, y allí tiene su
tumba en las orillas de ese río Ruknabad ya la sombra de los
rosales de ese valle del Mosella, que tantas veces menciona en sus
versos. El localismo, el amor a la patria chica, es uno de los
rasgos característicos de ese poeta, por otra parte tan universal. Su
figura hay que evocarla sobre ese fondo de paisaje schisaresco
como la de Petrarca sobre el valle de Vaucluse. Pero desde allí su
genio universal irradia en todas direcciones y baña de luz, de
amor y de poesía todas las regiones de la tierra, y todas las épocas
de la Historia.
Hafiz, ese Anacreonte persa, con rasgos de Ovidio y perfiles de
Horacio, en cierto modo del Dante enamorado de Beatriz, es uno
de los más grandes poetas de todos los tiempos y una de las almas
más bellas, puras y delicadas que ha producido la humanidad. La
sensualidad de sus cantos no puede ser óbice para este juicio,
pues, aparte de que no sabemos hasta qué punto pueden tomarse
al pie de la letra sus escarceos báquicos y eróticos, su verso es
siempre limpio y decente, sin que imponga cortes a la censura; su
embriaguez no es la borrachera del hombre vulgar, sino más bien
el miedo por el que un alma selecta, llena de amor a la vida, sale
de su ataraxia, y se pone en comunicación fervorosa con la
naturaleza y su creador divino. Para el místico persa -dice
Darmesteter- el vino es el símbolo de la embriaguez divina. Puede
decirse, pues, que el vino de Hafiz es de una calidad eucarística.
Hafiz, al revés de Omar Jayyám, no ahoga en su copa la
blasfemia, sino que enciende en ella su oración. No hay impiedad
de intención en el hecho de que Hafiz celebre a Dios en la taberna
o en el jardín, en vez de hacerlo en la mezquita, ya que Dios está
en todas partes y en todas partes lo ve él. ¿No alaban a Dios los
ruiseñores del jardín, cuando parecen cantar para la rosa y la
luna? Pues lo mismo pasa con Hafiz. Hay en él, desde luego,
como en todos los su fíes, cierto desprecio a los formulismos
religiosos, a los ritos y prescripciones impuestos por la iglesia
oficial islámica, a esas prácticas devotas que fácilmente
degeneran en un automatismo rutinario; así como también, esa
versión característica de todos los místicos a la fría letra del
dogma y el precepto que forman la religión limitada e
intransigente del fariseo y el beato. Los su fíes -y esto los hizo
siempre sospechosos a los representantes del culto oficial-
aspiraban a unirse directamente con Dios, saltando esos trámites
de culto exterior, y oran, en ese sentido, algo librepensadores con
respecto a la ortodoxia, aunque sin caer en la impiedad que entre
nosotros supone esa rúbrica. Estaban, simplemente, en pugna con
la teocracia oficial, y tenían a gala mostrar en su conducta un
desenfado y despreocupación, y hasta efectuar cierta licencia,
como contraste al puritanismo exterior, a la hipocresía de
sacerdotes y beatos. En Hafiz se marca claramente esa pugna, en
los sarcasmos con que reacciona frente a las censuras de que tanto
él como sus compañeros de doctrina, eran objeto por parte del
fariseísmo islámico, y que, en el fondo, son los mismos que Jesús
en el Evangelio lanza contra el fariseísmo judaico de su época.
Hafiz, con la copa en la mano, a la vista de todos, se cree más
cerca de Dios, que no esos hipócritas que se emborrachan en
secreto y fingen un ascetismo que contradice su nariz enrojecida
de borrachos. Él no se recata para beber ni para ceñir el talle de
las bellas, pero sabe que no hace bien, y al menos, no trata de
engañar a nadie ni granjearse, con su hipocresía, título de santo;
prescinde de la opinión de las gentes, se remite al juicio de Dios y
espera que Dios, que es misericordioso, tendrá piedad de él y le
perdonará sus pecadillos, que no pasan de veniales, pues, aunque
haga mal con eso, no le hace mal a nadie y esto es lo principal.
Hafiz, ebrio, se confiesa de su borrachera, reconoce su flaqueza
humana, se declara un borrachín, pero un borrachín inofensivo, al
que Dios perdonará por eso. Es la misma esperanza que, siglos
después, expresará el Marmeladov de Dostoyevski, hablando con
Raskolnikov en aquella taberna de Petersburgo. Detalle, por
cierto, que hace pensar en la misteriosa irradiación de esas
doctrinas asiáticas en el fondo teológico de la ortodoxia rusa,
interpretada por el alma del pueblo. Marmeladov, el borracho, es,
en efecto, un inocente, comparado con su interlocutor, ese
Raskolnikov que no bebe, pero que va a cometer un doble
asesinato.
Pues lo mismo que él, Hafiz se siente, en su embriaguez, un
pobre hombre, inofensivo, al que Dios no tomará en cuenta su
flaqueza, en atención al amor que les tiene a Él ya sus creaciones,
ya que el vino y la belleza son obra suya. Hafiz espera que la
misericordia de Dios pueda más que su justicia; idea que está de
acuerdo con la mística erótica de los sufíes, que ven en Dios,
sobre todo, el sumo amor y, por la escala del amor, aspiran a
unirse a él, al Amigo, como suelen llamarlo. Eso hace que la
embriaguez de Hafiz no sea trágica, como la de Ornar Jayyárn, no
tenga el tono de un desafío ni se manifieste en desplantes verbales
que rozan la blasfemia; la embriaguez de Hafiz es alegre, jovial y
afectuosa, como reflejo de un temperamento sano, amable y de la
armonía espiritual de un hombre que tiene la conciencia tranquila.
Hafiz, al revés que Ornar, saca del mismo espectáculo de la vida
efímera e ilusoria y, al parecer, sin objeto una conclusión
optimista, que lo hace como el Demócrito de ese Heráclito persa.
Si Ornar se indigna ante la idea de que lo hayan sacado de la nada
para volverlo en seguida a la nada otra vez, Hafiz celebra y
agradece que Dios lo haya sacado de la nada y lo haya puesto,
aunque fuera un momento, en un mundo donde hay tantas cosas
tan bellas como el vino, la rosa, el ruiseñor y la mujer. Su alma
sencilla, desdeñosa del oro y el dominio, se contenta con esos
lujos naturales, y un jardín en primavera le basta para sentirse
plenamente feliz y entonar su canto melodioso como una acción
de gracias. De ahí la unción religiosa de su desenfadada
anacreóntica. Dios está siempre presente en la imaginación de
Hafiz, como, por una parte, también en la de Ornar Jayyárn. Es
éste, por cierto, un matiz importante que distingue esta
anacreóntica persa de la griega (de la que algunos la suponen
remedo) y también de esos cantos horacianos que celebran los
goces de la vida y exhortan a cortar el fruto en sazón. El carpe
diem horaciano es un hedonismo estricto, existencialista, como
decimos hoy; no tiene trasfondo de Dios ni de eternidad, en tanto
que la anacreóntica persa está toda impregnada de un sentido
trascendente. El poeta no se acoge a los placeres terrenos porque
crea que no existan los ultraterrenos, sino porque piensa que
también aquellos están incluidos en el programa de felicidad
integral que Dios ofrece al hombre, y no son de desdeñar ni
condenar. La copa de vino que el lindo saki le escancia en su
jardín terrenal es sólo un anticipo de la que han de ministrar las
huríes del Paraíso. Es, en cierto modo, una rectificación amable
del severo credo ortodoxo, una interpretación optimista del
destino del hombre, y una negación práctica del rigorismo
ascético; pero no paganismo. El sufí Hafiz viene a decirnos que
Dios ha creado las cosas bellas y buenas del mundo para que
gocemos de ellas, que se puede ser santo o, por lo menos, hombre
bueno aunque se beba vino, sobre todo si es tan sabroso y
perfumado como el de Schirás y que, en el fondo, toda la moral se
reduce a amar a Dios y no hacer daño al prójimo, lo que equivale
a amarlo también.
Hafiz ama a todo el mundo, menos a los hipócritas y fariseos.
Para todos los demás su alma respira amor, benevolencia. Dios no
hay que decir como lo ama, ya que es el creador de todas las cosas
de la tierra que lo hacen feliz. No importa que a veces el amor a
las criaturas lo lleve a extremos casi idolátricos, pues lo mismo en
su embriaguez de amor que en la de vino, Hafiz no olvida nunca a
Dios, ve a Dios en sus obras y esto, en la alta teología de sufismo
que él profesa, es lo esencial. Hafiz, es cierto, pone en el amor a
la mujer querida unos matices de rendimiento y entrega que rayan
en adoración; póstrase ante ella, la frente en el polvo, como el
creyente ante Dios al hacer la zalá, se eclipsa, se desvanece en su
presencia, su solo recuerdo lo sume en el éxtasis y en su amor se
pierde, se disuelve, se aniquila como en un nirvana último, de
beatitud perfecta. Hafiz extrema hasta lo insuperable la proverbial
galantería de los pueblos arios, ese sentimiento de
superestimación a la mujer que, por contraste con la misoginia
más o menos patente de las razas míticas, caracterizó siempre a
esa civilización aria, entre cuyas creaciones se cuentan el
platonismo griego y los libros de caballerías, en que el culto a la
dama es vicarial del culto a la madona. Hafiz es el prototipo del
amador platónico, para el que todo el goce del amor está en amar,
y no pide nada en cambio de ese amor, ningún signo material,
pues le basta con el ideal de belleza y perfección de todos
sentidos, que vincula en su amada, ya se llame Suleima o Sulamit.
Hafiz idealiza el amor, le confiere categoría sobrehumana, y se
abrasa en su llama pura como la mariposa mística en el amor de
Dios. Es un ruiseñor que se extenúa y muere cantando a la rosa
que no lo escucha, y no por ello es menos feliz. La Amada llega
aparentemente a hacerle olvidar al Amigo, a Dios. Pero en el
fondo no es así; pues ese amor extremado a la mujer, no es, si
bien se mira, sino la transferencia a un objeto visible, del amor del
poeta, por naturaleza sensual, a ese Dios invisible que en esa
creación suya se manifiesta. Amor humano tan requintado y
sublime, no puede florecer sino sobre un fondo místico de
creencia en Dios y la inmortalidad de las almas. La amada de
Hafiz, como la Beatriz de Dante y la Laura petrarquesca no son
sino ideas corporeizadas. Por lo demás, no sabemos lo bastante de
la biografía del poeta para poderle atribuir realidad a esos amores,
mejor dicho, a ese amor y no considerarlo, al igual que su
embriaguez, como un tópico literario. Todo poeta, como todo
caballero, necesita una dama que, en su caso, es la Musa.
Sea como fuere, la vida de Hafiz debió de ser tan pura que
llegaron a tenerle en concepto de santo y, después de su muerte,
hicieron de su tumba lugar de romería y, de sus libros, oráculos
que consultaban antes de tomar una decisión, igual que los
romanos, los libros de Virgilio, abriéndolos a la ventura. Los
persas tuvieron sus sortes hafizianae como los romanos sus sortes
virgilianae. No cabe pensar mayor honor para un poeta.
POESÍA SUFÍ
I

Ufánanse los necios y alardean


llenos de orgullo y altivez, de una
insulsa libertad, tediosa y yerma.
Orgulloso yo estoy por el contrario,
de ser de una tirana encantadora,
el más sumiso y venturoso esclavo.

II

Para hacer la zalá me arrodillé


y al cielo alcé los ojos; pero sólo
de tus ojos las cejas pude ver.
Esos dos arco-iris diminutos
el gran arco del cielo me ocultaban,
y eclipsaban su azul. Quedé confuso;
mas después, sonriendo, volví a erguirme;
y «esta sea mi zalá», con unción dije.

III

¡La piedra de los sabios trae, copero!


La copa que en si encierra el universo.
¡Venga vino! Que quiero yo mi alma
de soberbia y rencor, dejar lavada.
¡Venga vino! que quiero hacer pedazos
esa red del absurdo clerical,
que trata de envolvemos en sus lazos.
¡Venga vino! Que quiero ver postrado
todo ese mundo bello, ante mis plantas
y en la tierra mandar cual soberano.
¡Venga vino! Que el cielo subir quiero;
y ver de la otra vida los misterios.
¡Vino, vino, copero! ¡Tráeme el vaso
que encierra cuanto existe de valioso
en este mundo vano!
IV

Cuando de tu belleza, amada mía,


por todo el cielo un rayo se corrió,
incendiándolo en áureos resplandores,
una nueva deidad surgió: el amor.
Y el nuevo dios su antorcha llameante
paseó por el cielo, mas al ver
que los ángeles no se conmovían,
con rabia bajó de él.
Y descendió a la tierra; y en el fondo
del pecho de los hombres fuerte hundió
su antorcha, y en seguida surgió un fuego
¡que aún sigue ardiendo inextinguible, atroz!

Pensáis que es harto breve nuestra vida;


que el placer es fugaz; ¡oS engañáis!
Yo puedo convenceros en seguida.
Cuando mi amada suelta su cabello
y mi mano recorre la infinita
escala de sus rizos largos, suaves,
en peregrinación lenta, exquisita...
¿qué por hacer me queda en este mundo,
después de esa delicia?
La vida se me hace interminable,
tan vulgar y aburrida,
que os diga la verdad, por puro tedio
yo me la quitaría.
VI

El bulbul en el tiempo de las rosas1


da lecciones de amor, con dulces trinos
y escúchalo Hafiz, la mente absorta.
Y escribe en versos su opinión; que es ésta:
¡Vino en el rosal, en compañía
de una amada de boca riente, fresca!
Vino y amor ¡Tesoro incomparable!
¿qué seria nuestra tierra sin vosotros,
sino un desierto yermo, intolerable?
Al cielo se lo pido con fervor;
Que Alá nunca me libre de estos lazos,
que ellos llaman pecados. ¡Vino, Amor!
De la casta del cedro es mi adorada;
Hacedme un ataúd
de madera de cedro; ningún otro
tendría tanta virtud.
Pues, reposando en él, mi pobre cuerpo
se podría imaginar
que en brazos reposaba de esa novia
como el cedro de altiva; ¡Y aún gozar!

VII

¡Que sea la luz! -exclamó Alá


en la noche del caos; Y surgió al punto
la luz maravillosa de tus ojos,
encendidos de amor, Y alumbró el mundo.

VIII
1
«El bulbul en el tiempo de las rosas...» El bulbul o ruiseñor persa no es
exactamente el mismo que conocemos en Europa. Según los viajeros es un
pájaro de plumaje gris y de cabeza negra, con unas plumas blancas en el
remate de la cola. Es también más pequeño que nuestro ruiseñor. Los
poetas suponen que canta en penlevi, la antigua lengua persa.
Quise arrojar una piedra
Para espantar al amor;
pero también de la piedra,
un fuego de amor brotó.

IX

Los devotos se acercan reverentes


a los santones; y está bien;
pero más lo merece, del amante
el corazón sufrido y fiel.
¡Pues en verdad, más que los santos
todos, santo es él!

IX

¡Fuera preocupaciones, mis amigos!


¡Vamos a la taberna, donde fulge
en copa de cristal el rojo vino!
¡Ved cómo el cielo centellea en los vasos!
Dejad en paz los pensamientos hondos,
que perturban e inquietan nuestros ánimos.
¡Arriba, arriba! Aprended, amigos,
a conocer el mundo; de la vida
¡el saber más profundo está en el vino!
Llevaos el vaso lleno a vuestros labios;
¡que así penetraréis de la existencia
en el profundo y misterioso arcano!
¡Lejos los pensamientos que resbalan!
El zumo de la vid es lo profundo.
¡Venga el vino en la copa bien colmada!

XI
Quisiera ser un lago transparente,
y que fueras tú el sol que en él se mira.
Quisiera ser un manantial fluyente
y que tú, flor, me dieras tu sonrisa.
Quisiera ser espina y que tú fueras
la rosa que con ella se guardase.
Quisiera ser un grano diminuto
de trigo en medio de la arena;
y que tú fueses ese pajarito
que viene y se lo lleva.

XII

Ven a mi tumba con semblante alegre,


una copa en la mano,
y una canción en la risueña boca,
e invítame a beber, como reclamo.
Verás que aprisa el bebedor antiguo
de la tierra se alza, a la luz sale,
y bebe de la copa que le brindas,
alegre e insaciable.
Y a tu alegre canción le forma coro,
y se pone a bailar, entusiasmado...
sobre su propia tumba... la macabra
danza de los borrachos.

XIII

Todo está predestinado,


Por la gran bondad de Alá,
¿qué puedo, pues, hacer yo,
contra la fatalidad?
Predestinado nací
Para el vino y la taberna;
¿Cómo podría resistir
ni conseguiría la enmienda?
Igual que el pájaro ama
Al árbol, y al bosque el corzo,
yo amo el vino y la taberna,
Por el sino poderoso.
Todo está predestinado,
por la gran bondad de Alá;
¿qué puedo, pues, hacer yo,
contra la fatalidad?

XIV

Largo tiempo corrí tras de la necia


sabiduría y la virtud insulsa;
hasta que, al fin, llegué a cansarme
de mi juventud triste y ridícula.
Entonces tú llegaste y me dijiste:
-Ven ¡Yo soy la locura y la alegría!
¡Coge pecados de mi boca rosada,
y de mis tetitas erguidas!
Yo te escuché encantado e hice todo
lo que tus dulces labios me mandaban;
y al punto me curé de aquella murria,
que consumía mi juventud lozana.

XV

De mi sepulcro un día brotarán tulipanes


rojos como la llama, que cubrirán la losa;
no te asombres al verlos, mi bella bien amada;
piensa un poco y comprende que es natural la cosa;
pues el que en vida ardió en fuego tan voraz
por tu amor, que ya muerto exhale todavía
de su cuerpo esas llamas, no es de maravillar.

XVI
Con hábitos de mul-lahs2
haría yo una gran hoguera,
en sacrificio a los buenos
espíritus de esta tierra.
Porque innumerables son,
las inquietudes y penas
con que tratan de amargamos
estos pocos días alegres
de nuestra breve existencia.
Nunca con la beatería,
lograrás la paz del alma.
Coge, pues, entre tus brazos
a alguna linda muchacha
y besa sus rojos labios,
y verás cómo se acaban
esos escrúpulos necios
con que la vida te amargas.
Haz lo que hago yo, que soy
según dicen, ¡un idólatra!

XVII

¡Coronad mis pecados


de alabanzas amigos!
Quien como Hafiz, sabe
Pecar, va derechito
Del bondadoso Alá
Al alchenna florido,
de sus culpas absuelto,
2
«Con hábitos de mul-lahs...» Los mul-lahs son los sacerdotes islámicos,
los fariseos del formulismo ortodoxo, a los que Hafiz, como todos los
sufíes, miraban con desprecio desde el punto de vista de su alta moral,
desligada de ritos exteriores. A ese desprecio correspondían los mul-lahs
con su desdén y el odio de su fanatismo, desacreditando a los sufíes en el
concepto de las masas y tildándolos de librepensadores, panteístas, ateos,
etc. No hay que extrañar, pues, las sátiras de Hafiz.
y es de los preferidos.

XVIII

De todos los tesoros de este mundo


Los más preciados son:
Un instrumento de sonoras cuerdas,
Una copa de vino embriagador,
La danza de una almea de piernas ágiles,
De una bella la plena donación…
y después el silencio, sí, un silencio
profundo, absorbedor...

XIX

-¿Dónde está mi creencia? -me preguntas.


-La perdí por mi mal.
-¿Y tu virtud? -insistes. -¿Mi virtud?
También la perdí ya.
Pero lo más hermoso aún lo conservo:
embriagarse y amar,
amar, amar...

XX

Amante de la rosa, el ruiseñor


sin cesar se lamenta dulcemente...
sin que ella preste oído a su canción.
Desdeñosa, le clava sus espinas
más agudas en pleno corazón,
hasta que, al fin, herido mortalmente
desplómase por tierra el trovador.
Pero, aun caldo, el pobre alza sus ojos
y a la bella cruel así le grita:
-Injusta eres conmigo; no soy bello,
y de sobra lo sé, rosa divina.
Pero mi alma, que también desprecias,
es una flor contigo comparable,
que te iguala en belleza y aun te gana
en bondad y fervor y amor constante.
Así, con voz muy débil, lastimera,
murmuró el ruiseñor,
a la rosa altanera y, en seguida,
cerró el pobre los ojos, y expiró.

XXI

¡Dadme acá el vaso! Vedle cómo eclipsa,


lo mismo que hace el sol con las estrellas,
de la razón la pálida llamita.
¡Venga acá el vaso! Las plegarias todas
del breviario quiero yo olvidar,
y del Korán las suras portentosas.
¡Dadme acá el vaso! La canción resuene
con poderoso acento ya las altas
esferas danzarinas suba leve.
Soy el dueño del mundo. ¡Todo es mío!
¿Quién conmigo se atreve?

XXII

Del mundo el poder supremo;


en ningún trono se asienta;
en tu semblante florece,
¡Oh mi bella!
No es el sol el que ilumina,
el día con su luz de oro;
ese fulgor sólo mana
de tus ojos.
En tus manecitas lindas,
tienes la vida y la muerte;
caprichosa, las repartes,
según quieres.
Si te enojas, no hay medida
para el mal que tú provocas;
y si te da por ser buena...
Alá no te lo reprocha.
Tienen por misión los ángeles
anotar el mal que hicieres...
Pero de escribir se olvidan;
que es mucho lo que te quieren.

XXIII

Enfermo estoy, lo sé... pero ¡dejadme!


El médico mejor no lograría
curarme.
No hay remedio posible contra estas
heridas tan profundas que mi pecho
laceran.
Sólo podría curarme una persona;
la que me puso enfermo con su dulce
ponzoña.
¡Que ella me amase y, en el punto mismo,
veríais cómo sanaba, amigos míos!

XXIV

Elévase la luna e ilumina


esta noche de mayo, esplendorosa;
cual naranja de oro se columpia
en la fronda.
Envíale su fragancia la azucena;
el ruiseñor sus cánticos más bellos;
pero ella, inconmovible, su camino
prosigue por el cielo.
Tú, amada, eres la luna y el perfume
de la azucena que de mi pecho emana;
y el ruiseñor que canta, son mis labios
que la nostalgia de mi amor declaran.
De primavera en las fragantes noches,
te imploran sin cesar; pero tú, altiva,
lo mismo que la luna, en la frialdad
del relente te alejas, ¡siempre fría!

XXV

Divina es la alegría. ¡No la censures'


Seco su corazón el censor tiene.
Los mul-lahs la combaten; pero ellos
nunca supieron apreciar los bienes.
Es la alegría la que te eleva al cielo,
no el ayuno y el rezo agotadores.
Ella sólo te hermana con la tierra,
¡Y hace que con Alá vibres acorde!

XXVI

La copa rebosante es lo que amo.


la cordura me inspira odio mortal;
¡Yo canto, ebrio de amor, a las hermosas
mujeres del Al-Fars!3
Evito con cuidado las huesudas
manos de los santones que lastiman;
Y busco con afán de las muchachas
las aterciopeladas manecitas.
A los sabihondos eruditos huyo,4
y su saber libresco;
3
«.../ ¡Yo canto, ebrio de amor, a las hermosas! mujeres del Al-Fars!...»
Al-Fars o Farsistán es la ciudad de la Persia en que se halla enclavada la
ciudad de Schirás, cuna de Hafiz.
4
«A los sabihondos eruditos huyo,...» y dijo Rubén Darío: «De las
epidemias y de las academias, ¡líbranos, Señor!»
yo prefiero leer en el florido
libro que Primavera escribe, ameno.
Me cargan los prudentes y sensatos,
que todo a regla lo someten; yo
prefiero andar a tumbos por la vida,
sin poner en tortura mi razón.

XXVII

El plantel de mi jardín
es una buena lección,
por su sabio ordenamiento,
para todo bebedor.
Esos rojos tulipanes,
que en él puedes admirar,
jamás de su boca apartan
el vaso que hace olvidar.
Yo por modelo los tomo;
y aprovecho la lección,
que el plantel de mi jardín
da a todo buen bebedor.

XXVIII

¡No me riñáis! Decís que ya soy viejo


para tanta locura como hago.
Mas no tenéis razón, amigos míos,
estáis equivocados.
Viejo era yo de joven, pues me daba
por ser como los viejos, serio y grave;
en tanto que hoy derrocho una alegría
juvenil, que en el cuerpo no me cabe.
Divina juventud, esta que ahora
en mis últimos años me reanima...
¡Mocitos! Que mi pelo no os engañe...
¡Tomadme en vuestras filas!
XXIX

Hipócritas de suyo son los mul-lahs;


al verlos en el templo, tan pacatos,
cualquiera pensaría que de los propios
ángeles son hermanos.
En público declaman, iracundos,
contra el menor pecado, aun venial...
pero dentro, ,en el fondo de sus pechos
podridos, huelen mal.
Lo que incesantemente hacemos todos,
sin ocultarnos, ellos
en secreto lo hacen, más feamente...
¡Cuánta basura guardan en sus pechos!

XXX

El mul-lah con furor me recrimina


mi vida, y mis pecados;
con tremendos castigos me amenaza;
mas yo no le hago caso...
Pues Alá sea loado, la más bella
criatura de este mundo me besó
al separarme de ella, y aún me dura
de ese beso divino la impresión...

XXXI

Te lo ruego, mi amada, sonríeme


un poco, y haz llegar
un poco de frescura hasta mi pecho,
pues del todo, si no, se abrasará.
Y así un tanto aliviado podré luego,
soportar el dolor
de ese suplicio que sufrir me hace
esta loca pasión.

XXXII

Loado, Alá, seas, porque el día y la noche


creaste maravillosos, por igual;
el día, en las mejillas de mi amada;
la noche, en su rizada cabellera
que una fragancia exhala, nocturnal.

XXXIII

Un átomo de polvo soy ahora,


en el camino de mi amada. Yo,
que antaño era un león fiero y altivo,
soy hoy un ruiseñor,
que, oculto en la enramada, humildemente
modula la plegaria de su amor.

XXXIV

Es el pecado una mujer ubérrima;


la virtud es un árido esqueleto.
-Yo opto por el pecado... ¡bésame!
¡Y tú, virtud, aléjate corriendo!

XXXV

Si la razón supiera qué infinito


placer es estar loco,
de amor por una bella que nos ama,
y olvidar en sus brazos todo, todo...
no hay duda... estoy seguro... el más sensato,
querría volverse loco.

XXXVI

Os placéis en juntar nota con nota,


para formar así la melodía;
y en unir flor con flor para formar
del ramo la cromática armonía.
Y, sin embargo, cuando así se unen
dos corazones, lo tomáis a risa;
¡no veis que eso es mil veces más hermoso,
que unir notas y flores... qué miopía!
¿Quién merece desprecio? ¿Quién elogio?
Varían las opiniones.
Por la virtud pronúncianse no pocos;
y son unos bribones.
No es noble todo lo que luce y brilla,
ni indigno todo aquello que se oculta...
¿La línea que separa el bien del mal
conoces por ventura?
En el fondo, si bien recapacitas,
verás que todo es uno en esta vida.

XXXVIII

Tus cejas abovedadas,


son kioscos paradisíacos,5
en que tus ojos habitan
como ángeles encantados.
Y esos ángeles irradian
la luz que el mundo ilumina;
y que es la que ellos trajeron
de su morada divina.
5
«Tus cejas abovedadas, / son kioskos paradisiacos,...» El poeta se
refiere a los kioskos o pabellones del Paraíso koránico, que sirven de
morada a las huríes ya los ángeles.
XXXIX

Cuando por vez primera te encontraron mis ojos,6


sentí yo algo de espanto, y hasta lo más secreto
de mi ser conmovióme tu celestial belleza.
Pero a mi alma, no obstante, asaltóle un recuerdo,
como si ya de antiguo te hubiera conocido;
cual si en ella encerrada, siempre, desde lo eterno,
contigo te llevara y, de pronto, tomando
carne y sangre, ante ella te mostraras con cuerpo.

XL

¡Qué magnifica noche! ¡Cuán alegre


sonríe en nuestra báquica tertulia!
¿No oís lo que nos dicen los laúdes
con su incitante música?
Abrid la puerta a la alegría. Sed sabios
sacudid esos lazos que os sujetan,
y reíd despreocupados, felizmente
presos en las fragantes cabelleras.
A aquel de entre nosotros que no ame,
por muerto lo tendremos, aunque aliente;
a sermón de sepulcro triste, odioso,
nos sonará todo decir prudente.
Bebed. ¡Y rodead con vuestros brazos
las caderas de plata de las mozas!
¡Eso es vivir! Y lo demás son cuentos.
¡El viejo Hafiz sabe de esas cosas!

6
«Cuando por vez primera te encontraron mis ojos,...» En este gacel se
percibe un eco de la teoría platónica de las almas gemelas que, al
encontrarse en la vida, tienen la reminiscencia de haberse ya conocido en
existencias anteriores. El sufismo persa estaba impregnado de
neoplatonismo alejandrino.
XLI

El verdadero sabio se coloca


por encima del mundo, sin esfuerzo.
Él sabe que en el mundo todo es vano
y todo es un engaño manifiesto.
Pero yo, pobre loco, no podría
desprenderme por más que lo intentara,
aunque fuere el espacio de un papelito,
de esa red prodigiosa en que me envuelven
de mi amada gentil, los lindos rizos.

XLII

En el reino de Amor hay mil rarezas,


que asombrarnos no deben, compañeros.
La razón y la lógica conviértense
en un caos, al entrar en ese reino.
Al austero, ese caos lo desconcierta;
comprenderlo no puede;
pero al enamorado, ¡cuán armónico
ese caos le parece!

XLIII

Si por acaso mis versos


os parecen desmañados,
pensad que yo, al escribirlos,
estaba todo borracho.
Pero si admiráis las bellas
imágenes de mis cantos,
pensad que yo, al escribirlos,
estaba todo borracho.
También sin estar bebido,
rimé, pero versos malos
me salieron, por no estar,
al escribirlos, borracho.
¡Y así juré no escribir
nada, aunque me sobren ánimos
e inspiración, sin estar
completamente borracho!

XLIV

¡Tabernero! en la mañana
al sol el fulgente vaso
como una antorcha levanta.
Y al sol dile: -¡Oh luz suprema,
en el vaso de Hafiz,
torna brillo y esplendor,
que en eso te gana a ti!

XLV

¡Déjame que en tus rizos andulee!


Voy buscando mi alma, pobrecita,
que en esa bella noche de tus rizos
y en sus hondas, revueltas galerías,
embriagada de amor, se me ha perdido,
y encontrarla no logro, amada mía.

XLVI

Con tus palabras piensas ofenderme.


Mas te equivocas, alma mía, pues esas
amargas frases que me dices salen
de unos labios tan dulces, que me suenan
como arrullos de amor en mis oídos,
y de dicha me llenan.
XLVII

Tuyo seré mientras mis pulsos latan.


Y cuando muera al fin, y en el sepulcro7
sea un puñado de polvo, en esa forma
del sepulcro saldré, cual tolvanera,
¡para besar la orla de tu manto,
mi amada sempiterna!

XLVIII

Jamás de acuerdo estamos, vida mía.


Las pruebas de mi amor, tú las desdeñas.
Y yo de tus desdenes, no hago caso.
Mis finezas te enojan y me increpas
con airadas palabras. y yo, en cambio,
escucho tus insultos, cual si fueren
ternezas del amor más requintado.

XLIX

Las perlas de mi alma sólo tienen


un objeto, amor mío;
el que yo las desgrane y las esparza
ante tus piececitos.

7
«Y cuando muera al fin, y en el sepulcro...» Compárense estos versos de
Rafiz con estos otros de Reine, en su Lyrisohes Intermezzo: «Mein süsses
Lieb, wenn du im Grab /Im dunklen Grab wirdst liegen /Dann will ich
steigen zu dir hinab /Und will mich an dich schmiegen...» («Cuando un día
en la oscura tumba yazgas, / hasta ti yo bajaré / y a ti me uniré, mi
amada...»).
A censurarme no tenéis derecho.
Yo de todo pecado libre estoy.
Pues soy tan sólo como Alá me ha hecho.
Porque al formarme el Hacedor de arcilla,
no la mojó con agua, cual la vuestra,
sino del mosto con la sangre rica.
Y al secarse después mi barro, ¿cómo
le habría de remojar con agua insulsa
de la fuente vulgar y no con mosto?
De vino ha menester. Tan sólo digno
es el vino de ella, que en sus venas
tiene desde el principio, en vez de sangre,
¡vino de pura cepa!

LI

No me inspiran pavor los que amenazan


enarbolando el sable; ni tampoco
aquellos que nos miran fanfarrones
con ojos que reflejan fiero encono.
A mi sólo me asusta una rosada
boquita, un rizo negro
sobre un cuello albeante y unos ojos
bajo unas cejas negras como ellos.
Ante esos enemigos, ¡Yo me rindo!
Y emprendería la fuga,
si no fuere tan dulce ser vencido
por su belleza pulcra.
¡Con qué placer no sorbo yo el veneno
de tus labios, mi amada; con qué gusto
no me dejo abrasar en esas llamas
que despiden tus ojos tan adustos!
Y ¡con qué afán me envuelvo en esos rizos
que sobre el blanco cuello se columpian.
y al mío me los enrosco, con el ansia
de expirar preso en ellos... oh delicia!
LII

Tus grandes ojos de almendra,


son como huríes del Edén;
tus mejillas, rosaledas
del alchenna y tus rizados
cabellos, un laberinto
del que no sale, el que entra.
El aliento de tu boca
es como un aura de amor
del más allá, sanadora.
Las colinas de tu pecho
son dos planteles de lirios.8
Tus piececitos semejan
dos silfos que gravitasen
por sobre nuestras cabezas.
¡Y tu alma singular
es un verso que en azul
del cielo escribiera Alá!

LIII

¿Y mi alma? ¿Qué es mi pobre


alma, toda destrozada?
La leña del sacrificio
que a la hoguera del amor
es echada.
Una hoguera que, fragante,
arde y se eleva a los cielos,
feliz en honor del rey
de este mundo, el Amor bello.

8
«Las colinas de tu pecho / son dos planteles de lirios...» El poeta
compara los pechos de su amada con colinas plantadas de lirios y surcadas
por arroyuelos azules (las venas que se insinúan en la blancura de la piel).
LIV

¡Necios que no creéis en el amor!


¡Venid a mi sepulcro, cuando muera,
y el nombre murmurad de mi adorada!
Y oiréis, presa de espanto, inmensa queja
alzarse todavía de lo profundo
de mi tumba agitada.

LV

Se puso el sol, se puso la alegría;


el clérigo venció; se hizo noche sombría.
El oriente nos niega ya su brisa suave;
el aire huele mal, mi pecho apenas late.
El ruiseñor, callado, se esconde en la enramada;
deshojándose las rosas... toda dicha es pasada.
Echaron al amor; el odio es quien domina;
y es un gran cementerio nuestra tierra divina.
Devastan el país los cuervos agoreros.
La hipocresía ha vencido. La noche nos ha devuelto.

LVI

Tú me sorbes la sangre, de tal modo


que sin vida me dejas;
y a todos mis dolores y tormentos
insensible te muestras.
Yo, en cambio, a Alá le pido que mi sangre
te sirva a ti de mágico remedio
que sustente tu vida cual la leche
que la madre da al hijo, sonriendo.

LVII
Soy blanda cera en tus manos;
me moldeas a tu capricho.
De defenderme no trato.
De sufrir no soy amigo;
pero me gusta azotarme
con la fusta de tus rizos.

LVIII

Despreciable eres del todo


cuando sin belleza pecas,
a impulsos de una vulgar
y burda concupiscencia.
Pero cuando en el pecado
pones belleza y finura,
tu pecado es algo grande
y Alá en su cuenta lo apunta.

LIX

Dinos, Hafiz, por favor.


¿Quiénes son tus compañeros
de rito y de devoción?
-Son el ruiseñor, la brisa
del oriente, son las rosas
y el narciso refulgente.
-¡Hay que ver, qué gente esa!
Gente que perfuma y canta…
Pero que en la vida reza.
Eso basta a demostrar, que eres un vicioso, un poeta
Cual los de antes del Islam.

LX

No critiquéis al prójimo; benévolos


inclinaos al perdón;
todos pecamos; no hay que ser severos
ni usar tanto rigor.
Si todos conociéramos las vidas
de los otros, de fijo
se acabaría el orgullo, y la clemencia
ocuparía su sitio.

LXI

Ved al monje, al asceta venerado;


él es la virtud misma; sin sombra de pecado.
El más severo juez encontrar no podría
en él la menor cosa que mereciese critica.
Pero ¡aguardad un poco!... Que Suleima, al pasar,
fije en él su mirada seductora, fatal,
y veréis cómo el pobre empieza a dar traspiés
e igual que un poetilla versos a componer.

LXII

Si amigo nuestro a ser aspiras,


tendrás que someter a la censura
esos tristes libracos que meditas.
En la mañana, fresca del rocío,
se reunirá el jurado, respetable,
de rosas, tulipanes y jacintos.
El céfiro oriental, la argéntea fuente,
que quedo canta, y el bulbul, sultán
indiscutido del vergel riente.
Yo, Hafiz, de lector haré. Y los pasos
que al jurado parezcan hartos místicos
y llenos de virtud, con vino claro
transparente y fragante rociaremos,
para quitarles toda su aspereza
y potables así los volveremos.
Y luego que eso hagamos, a conciencia,
será cuando podremos dispensarte
el honor de engrosar nuestra academia.

LXIII

A llamar a la puerta del alchenna


no te atrevas, Hafiz;
no te abrirán; pecaste demasiado
tú para entrar allí.
No eres digno en verdad de que te admitan
en la morada del eterno gozo;
cerradas hallarás siempre sus puertas
con sus siete cerrojos.
¡Está bien!... No entraré; seria locura;
me quedaré en la puerta;
rasguearé en mi laúd, y las huríes,
al escuchar sus sones, saldrán fuera.
Y seguirán mi canto sonrientes
y así, sin que lo noten,
bajarán a esta tierra, donde canta
el ruiseñor y donde el vino corre.
Todas me seguirán, embelesadas,
y así resultará
que el jardín del Edén a nuestra tierra
habré yo trasladado sin pensar.
Y el viejo cielo, desolado y triste,
al mirar hacia abajo,
envidiará nuestros divinos goces,
de un insufrible tedio bostezando.

LXIV

Yo sólo soy una pobre lamparilla de aceite;


cuya turbia llamita se hace notar apenas.
Tú eres de la mañana la claridad enorme
que todo lo ilumina y de esplendor lo llena.
Mi pobre lucecilla se eclipsa ante su brillo.
Pero yo no me quejo; me eclipsada yo mismo.
Tú eres de una belleza suprema, inexpresable.
¿Dónde morir mejor que en tu esplendor radiante?

LXV

Yo ya dejé de ser. Me consumí


en el fuego voraz de mi pasión.
Mis livianas cenizas revolaron
por el aire con vaga indecisión
y luego fueron, como humilde ofrenda,
a caer a tus pies. No las avientes,
que en ellas late aún mi corazón.

LXVI

No seas conmigo demasiado tierna...


el orgullo pudiera trastornarme
y hacer que me engriera y se entibiara
este amor que te tengo, incomparable.
Permíteme tan sólo que yo el polvo
que tu adorable piececito huella
ponga sobre mi frente, como una
corona regia.

LXVII

¿Quieres que yo vea cumplido


mi anhelo de lanzar una
miradita al paraíso?
Pues manda al viento de oriente
que te levante el velillo
que tu rostro oculto tiene.
LXVIII

El céfiro de oriente, presumido,


piensa que el alma es de toda cosa.
Qué equivocado está. De tus cabellos
la fragancia le dice así, con sorna:
-Del universo el alma ¿qué has de ser?
Yo soy el alma, pues si no existiera,
bien pronto podrías ver,
cómo este mundo todo se hacía trizas,
y una tétrica noche, tenebrosa,
al caos ya ti también os envolvía.

LXIX

¡Qué dolor! Mi rosario


se me rompió y deshizo,9
al estrechar con ansia
tu incitante palmito.
¿Cómo rezar ahora?
¿Y recoger mi mente,
cuando un fuego de amor,
trastornado me tiene?
Nadie como yo nunca
ardió en tan voraz fuego,
desde que amor existe
y hace valer su imperio.
Una chispa tan sólo
de ese fuego es el sol;
y todo lo demás
arde en mi corazón.
9
«¡Qué dolor! Mi rosario / se me rompió y deshizo,...» Sabido es que los
musulmanes tienen también rosarios, cuyas cuentas, por lo general de
ámbar, se entretienen en repasar maquinalmente en una ostentación de
piedad.
LXX

¡Desgraciado de mil ¿Quién de mi amada,


noticias podrá darme?
El céfiro oriental, en mis oídos
a murmurar llegó cierto mensaje;
mas tan aprisa hablaba y de tal modo,
que entenderlo no pude... y me lo explico.
Igual que a mi, lo puso borrachito.

LXXI

El huracán de cuajo
los árboles arranca
con soplo sobrehumano.
Pero a mi -oh maravilla-
lo que de la existencia
vulgar y cotidiana,
me ha sublimado a un reino
de ventura colmada,
ha sido el suave aliento,
perfumado, amoroso,
de una dulce boquita...
de tu boca, mi amada,
deliciosa, divina...

LXXII

El fuego de mi aliento lastimero


funde y derrite piedras y metales...
que tal es el poder de mi amor fiero...
Dime tú, por favor: ¿de qué materia
formó naturaleza el raro espejo
de tu alma peregrina, amada bella?
El fuego de mi aliento no lo empaña,
y aunque le toque, sigue reflejando
tu imagen que sonríe cual si nada.

LXXIII

¿Por qué mi corazón palpita loco?


¡Ah! es que el viejo Hafiz amando sigue
con la misma pasión que cuando mozo.
¿Por qué los ojos de Suleima miran
tan zalameros y con tal descoco?
Es que el viejo Hafiz es tan amado,
como cuando era mozo.
-¡Pero Hafiz, lo cierto es que eres viejo!
¡Y la muerte te ronda! Piensa un poco.
-¡Bobada! El corazón de Hafiz hoy
sigue siendo el de un mozo.
Por más que las campanas funerales,
sienta cercanas ya, yo no me apoco,
sigo pulsando mi laúd y beso
a mi amada, lo mismo que de mozo.

LXXIV

Desde que a la salvación


de la Iglesia renuncié;
la salvación verdadera
encontré.
La sabiduría en los sabios
vanamente yo busqué;
y en el trato de los locos
la encontré.
También la busqué en los libros
y tampoco allí la hallé;
y en cambio la hallé en las flores
del vergel.
¡A mí mismo, en realidad,
encontrarme no logré,
hasta que en tu amor inmenso,
me perdí, para mi bien!

LXXV

Cuando mi sensualidad
reprocharme osáis, miopes,
yo os maldigo, pues os falta
el sentido más profundo
de todos, críticos torpes.

LXXVI

¡Bailad todos! ¡Divina es la danza!


Hay quien baila con sólo las medias.
Hay quien baila con sólo el chapín.
Y hay quien baila desnudo... que sean
mi saludo y mi aplauso mejores,
para aquellas que danzan desnudas,
las más bellas y osadas almeas.

LXXVII

De todo puritanismo
y de toda hipocresía
sin duelo me he desprendido.
La buena fama que antaño
conseguí, cual una nada
lejos de mi he arrojado.
Mi grave cabeza blanca
a tus pies humildemente
en el polvo he doblegado.
Ambición y estudio, unidos
con la virtud y el pudor,
todo me lo he sacudido.
¡Y en tus celestiales ojos
he anegado, para siempre,
mi alma en feliz abandono!

LXXVIII

Oh estrella, la más clara del cielo de lo bello,


ven, despliega tu hechizo y anega en tu océano
de luz a esos pobretes fanfarrones y necios,
que alardean de poder resistir a tu encanto.
Hazles perder el seso y que a su costa aprendan
que no hay fuerza más grande en todo el universo,
que la de la Belleza, que todo lo domina,
y de un soplo, jugando, todo lo que ellos llaman
fuerte, derrumba y postra y virtud y prudencia
destruye con su sola presencia soberana.
Ven y arranca del pecho corrompido a esos falsos
puritanos la vana dignidad que se arrogan,
y haz que reviente y se disuelva en nada
de su vano saber la frágil pompa.
Todos ellos, al punto, pese a su orgullo necio,
a tus pies los verás arrastrarse a porfía,
mendigando la gracia de una sola mirada
de tus ojos divinos, que a los hombres fascinan.

LXXIX

Del alto firmamento desprendióse una estrella


y en el tráfago vino a caer de nuestra tierra.
De los prados miró a las flores, y asombrada
quedó de la belleza que todo respiraba.
Oyó luego en la tarde la esquila del rebaño
y alegróse de ver aquel plácido cuadro.
Vio después galopar un corcel arrogante
y holgóse de que hubiera tan nobles animales.
Vio también las viviendas de los hombres, los árboles,
y todo parecióle hermoso, digno y grande.
De suerte que acabó por olvidar el cielo
y, cual astro caído, quedóse aquí contento.

LXXX

Su cáliz al cielo alza


el tulipán; es que pide
vino fragante en vez de agua.
La brisa de oriente agita
de las rosas el corpiño,
es que ver su pecho ansía.
Así entre estos libertinos
no progresa mi virtud;
ellos me llevan al vicio.
Lo bello y lo puro, amigos,
cultivad siempre... y que sea
también puro vuestro vino.
Y cuando yo me haya muerto,
no me enterréis en la tierra,
aguanosa y sin consuelo...
sino en alguna bodega
que huela a mosto... y metedme
dentro de una cuba llena.

LXXXI

Perdido tengo el juicio


por una linda moza,
y no soy el primero
a quien pasa tal cosa;
pues más de un santo hubo
que ante una cara hermosa,
dejó de ser un santo.
Belleza es poderosa
a postrar el orgullo
y las virtudes todas,
a sus pies, sin esfuerzo...
Y una mirada sola
de unos ojos profundos
basta a hacer que la tierra
se estremezca y dé tumbos.

LXXXII

Si alguna vez me siento


de pesar agobiado,
y el tedio de este mundo
me deprime los ánimos,
no me deis medicinas
cataplasmas ni emplastos,
sino un vaso de vino
jovialmente brindado
y de un cantar alegre
al laúd, acompañado.
Y si eso no sirviese
para aliviar mi estado,
entonces dame, amada,
un beso de tus labios.
Y si tampoco eso
diera buen resultado...
entonces ya cogedme
y, metido en la caja,
llevad me al camposanto.

LXXXIII

Tú gustas de sentarte ante los libros;


yo ante el frasco de vino.
Y así te has hecho un sabio, mientras yo
hundíme en el abismo del error.
Tú gustas de moverte con decoro
sin pasar de la raya; yo prefiero
como un león audaz, correrlo todo.
Tú gustas de ir juntando con esfuerzo
un día y otro tus acciones buenas;
yo culpas y pecados voy reuniendo.
Tú esgrimes con placer la cimitarra
combatiendo al infiel. Y yo desgrano
de mis versos las perlas y esmeraldas.
Tú elevas tu almo espíritu hacia el cielo
como nube de humo, en línea recta;
yo, cual hilo de agua, aquí serpeo.
En fin, para acabar; tú eres honrado
y bueno; mas tu humor amargo tienes;
en tanto que yo en mieles mi alma empapo.

LXXXIV

La lealtad de mis amores


imaginar tú no puedes.
No sabes cómo rechazo
placer que de ti no viene.
Por más mal que hablen de mí,
es el amor que te tengo,
de una pureza sin fin.
¿Pensarás que estoy de broma?
Pues no; que por ti mi alma
les gana en lo serio a todas.

LXXXV

Te regalo mi alma... pero ¿cómo?


Si ha tiempo que ya es tuya.
Si lo fue desde siempre... mi alma, mía
no fue nunca.
Sin alma creóme Alá, pues en ti puso
la que a mí destinaba.
De suerte que una sola y misma cosa
son tu alma y mi alma.

LXXXVI

Quien tiene que vivir en país ajeno


pronto se siente como caña seca
que a su capricho zarandean los vientos.
Y aunque Alá le depare un techo amigo
que con su sombra protector, lo guarde,
siempre, al pensar en su lejana patria,
el llanto empañará sus ojos graves...

LXXXVII

¿Cómo será que tu fragante pelo


en rizos tan fantásticos se enrosca?
¿Cómo será que el sueño, mientras duermes,
con embeleso tal besa tu boca?
Rosas no llevas en el cuerpo; ¿cómo
huele tu cuerpo a rosas?

LXXXVIII

Nunca mi amada fue a la escuela;


y los palotes no aprendió;
ni a recitar cual papagayo,
de carrerilla la lección.
Me consta que maestro nunca tuvo,
que todo su saber es intuición...
y sin embargo, ella es doctora
que a todos los doctores los venció.

LXXXIX

Yo, Hafiz el poeta, no soy ningún beato;


mi corazón os muestro en mi embriaguez;
apenas paró en la sombría mezquita,
y en la taberna encuentro mi placer.
No es sólo el vino quien en mi alma impera,
que también el amor es un tirano,
para mi corazón sensible y tierno,
y reina sobre él cual soberano.
Unos ojos hermosos, unos labios
del color del rubí, son lo bastante
para que al punto en mi prenda una hoguera,
en la que todos mis sentidos arden.
Si ante el altar me postro reverente,
sólo la imagen de mi amada veo,
y por barrer el suelo de su alcoba
una escoba me haría con los cabellos
de las huríes del propio Paraíso.
Decidme: ¿alguna vez hubo un amante
que tal amor sintiera por su dama
y le rindiese tales homenajes?

XC

Tus lindos rizos el seso


por igual hacen perder
al pagano y al creyente;
que tan grande es su poder.
Las débiles almitas, dando tumbos
van a caer en esos precipicios
adorables que muestran tus mejillas;
mas las fuertes también hacen lo mismo.
Tus ojos, que obra son de negra magia,
atraen a ellos con certero imán,
al águila soberbia que las nubes
remonta con su vuelo libre, audaz.
Y el pobre ruiseñor que a esas alturas
su vuelo remontar, no puede, tierno,
en tus redes se agita y dulces cantos
modula, felizmente prisionero.
Por ti también, Hafiz suele olvidar
las preces matinales y nocturnas;
y por ti se va su alma a condenar.

XCI

Llegó la primavera. Y el jacinto,


el tulipán, con otras flores bellas,
de todos los macizos del jardín,
levantan sonriendo sus cabezas.
Tan sólo faltas tú. La tierra oscura
aún te guarda en su seno, codiciosa.
Pero yo verteré llanto de nube
primaveral, ligera, vaporosa,
y haré que de la hondura surjas tú,
para que del jardín seas la señora.

XCII

Del libro del Saber una sentencia


os quiero hoy recitar:
en ella se compendia lo que debe
hacer un alma noble. Así, escuchad:
-¡Sé como el cartucho de oro!
Al que te desgarre el pecho,
codiciando tu tesoro,
báñalo en áureas monedas,
y déjalo satisfecho.
Sé como el árbol, que a quien
su ramaje le apedrea,
da generoso su fruta,
sin sentirse de la ofensa.
A la concha proponte por modelo;
y, como ella, a aquel que te destroce
regálale al morir, las raras perlas
del perdón y el amor, sin un reproche.

XCIII

Esa fuente, de todas las más santa,


llamada Selsebil, que en el alchenna
con su música arrulla los oídos
de los justos, es sólo una modesta
imitación, amada mía, del timbre
de tu voz prodigiosa, noble, excelsa,
con la cual comparada, el más perfecto
acorde de una orquesta,
es una insonancia intolerable,
que en vez de recrear, causa molestia.

XCIV

De buena gana me haría


una escala con tu pelo,
para, de estrella en estrella,
remontarme hasta los cielos,
ya los girantes planetas,
de tu belleza divina
anunciar el Evangelio.

XCV
Mi jardín lleno de rosas en flor
es la predilecta mansión del ruiseñor.
A cortar una rosa tan sólo no me atrevo,
que el corazón me parte; el ruiseñor lo entona,
dolido de que toquen a sus queridas rosas.
Tanto las ama el pobre, con tal ansia
su fuerte aroma aspira que, embriagado,
cae, al fin, de la rama, como muerto,
lo mismo que un borracho.

XCVI

La juventud escurrióse
de mis manos;
ya no soy aquel alegre
mocito despreocupado.
Aún no tengo blanco el pelo;
aún las mujeres me miran;
pero ya me ha abandonado
la alegría.
De mis rizos la guirnalda
de rosas se desprendió;
mi rostro se ha puesto serio;
¿cómo no?
Hoy esas fragantes rosas
ciñen frentes juveniles;
y otros cuerpos más esbeltos
y gentiles.
La juventud escurrióse
de mis manos;
yo no soy ya aquel alegre
mocito despreocupado.

XCVII
Mi pena ahogar yo quiero
en vasos tintineantes
del noble vino de Schirás repletos.
La guerra al ruiseñor
le voy a declarar,
por sus cantos insípidos de amor.
La traición aquí priva
en este mundo amargo;
lealtad en pecho de mujer no habita.
Ahogaré, pues, mi pena,
en copas tintineantes,
del noble vino de Schirás repletas.
Y mataré al ruiseñor
de una pedrada certera;
para que no cante más...
¡como si el mundo estuviera
lleno de felicidad!

XCVIII

¡Borracho estás, Hafiz!


Mira como te sigue
tu sombra dando tumbos,
y haciendo gestos raros,
cual si del manicomio
hubiérase escapado.
Oh, ¡Y qué sombra tan turbia,
en esta luna clara!
Ya se estira arrogante,
ya se encoge asustada,
tropieza y se ladea
y resbala... ¡oh qué sombra
en verdad tan grotesca!
y que luna también,
burlona e indiscreta.
A Suleima yo crédito
no quise nunca darle,
cuando ella me juraba,
a fin de engañarme,
que estaba yo borracho,
y era vergüenza grande.
Pero ahora creerlo debo;
soy un borracho indigno,
soy todo un miserable,
cuya grotesca sombra
con su fulgor subraya
la luna inexorable.

XCIX

En la noche destrenzada
de los rizos de Suleima,
una guirnalda prendí,
con flores de almendro hecha.
En mi jardín nos sentamos,
a la orilla de la fuente,
y yo levanté la copa,
llena de vino fulgente.
Leve bisbiseo de amor
el agua dejaba oír;
y en la fronda, el ruiseñor.
A las mezquitas corred,
a pedirle gracia a Alá;
y en los bazares y zocos
y almonedas, trapichead.
Pero a mi no pretendáis
arrastrarme con vosotros
a ese mundo que estimáis.
Mi mundo está todo él,
¡entre los mórbidos brazos,
de mi Suleima adorada!

C
Como una novia fragante,
ardiente cual mi pasión,
así brillas en la copa,
dulce vino embriagador.
Como a novia te amaré;
y cual mi pasión profunda,
te correrás por mi sangre,
hasta mi misma médula.
Y entonces balbuceando,
yo trazaré raros versos,
tan sólo a ti dedicados,
y en los que, agradecido,
expresaré la ventura
que a ti siempre te he debido.

CI

Como el gran mago Samir,10


que de Moisés en los tiempos,
dominaba de los hombres
en las almas y en los cuerpos,
así tú también, querida,
de Alá por alto decreto,
eres señora absoluta
de mi alma y de mi cuerpo.
Y así, tan sólo te pido
no abuses de tu poder,
ya que hago lo que mandas,
y pudiera suceder
que me mandases un día
0
1
«Como el gran mago Samir,...» Alude el poeta al paso del Korán, azora
II, «La vaca», en que se atribuye a un mago, allí designado con el nombre
de As-Samiriyu, la creación del becerro de oro que adoraron los israelitas
en el desierto, en ausencia de Moisés. As-Samiriyu quiere decir
literalmente «el samaritano». Se trata de un personaje que la Biblia no
menciona, y que los eruditos no han logrado identificar.
tomar venganza cruel
del clero que me escarnece,
como tú sabes muy bien,
matando una docenita
de mul-lahs... y lo hacia, a fe...
y con muchísimo gusto,
¡eso se deja entender!

CII

De tu pecho los montes de azucenas,


son el más bello sueño
de este Hafiz, que sueña cual poeta.
Por una noche descansar tan sólo
en esos montecillos alunados,
diera Hafiz su parte de la gloria,
sin pararse a pensarlo.
Más aún: a su copa, a su querida
copa por siempre -¡Y ya es decir!- dejara;
por dormir una noche solamente
en esos montecillos de tu pecho,
florecidos de lirios bien olientes.

CIII

Sobre Schirás se ciernen sombrías nubes;


en las callejas zumba el huracán;
el polvo, como un velo todo envuelve;
casas y hombres, nada se ve ya.
¡A la taberna, puesta la taberna,
corramos a pedir a la jovial
morena tabernera, el dulce vino
que los secos gaznates nos remoje
y del polvo asfixiante deje limpios!
La tormenta está encima, compañeros.
Choquemos nuestros vasos y la alegre
canción báquica lancemos con tal brío
que apague los fragores de los truenos,
y sus ecos imponentes que nos hieran los oídos.

CIV

Tus caderas, Sulamit, son dos cojines


de seda sonrosada, y sobre ellos
la noche entera sueño horas felices.
Tus labios son un rojo manantial
que del alchenna mana, y en el que
no me canso, en la noche de abrevar.
Dos colinas son tus pechos
de los jardines de Edén,
por las que yo me paseo.
Tus ojos son dos arcanos;
yo paso la noche entera
tratando de descifrarlos.
Tus cabellos, Sulamit,
son una noche de amor,
en que quisiera morir.

CV

Esta noche en medio de la sangre dormiré;


fuera del lecho, en que la paz reside, dormiré;
Si lo dudas, envíame tu fantasma y él podrá ver
cómo sin ti, esta noche, dormiré.

CVI

Como el ciprés esbelto, un amorcillo,


con un rostro de luna esplendorosa,
se miraba al espejo. Yo acerquéme
y, cual regalo, le ofrecí una toca.
Y él, sonriendo, me dijo: -¿Así pretendes
mis favores lograr, cabeza loca?

CVII

Espera cuanto quieras el cambio de los tiempos,


y teme cuanto puedas del girar de los cielos.
Dices que el color negro es de todos el último;
¿por qué mi negro pelo ahora blanco se ha vuelto?

CVIII

Orilla de la fuente sentarse en primavera,


con un vaso de vino y olvidar las tristezas,
es lo que hacer debemos; diez días como diez rosas
componen nuestra vida; ¿a qué las caras serias?

CIX

Sus botellas, las rosas han agotado ya;


pero el narciso viene las suyas a escanciar;
oh, feliz el borracho que, cual leve burbuja
de vino, en la taberna se siente gravitar.

CX

Todo el poder del mundo de humillación no salva;11


ni el dolor de la vida ningún encanto salva;
Siete mil años de placer y goce
siete días de pesar sólo no salvan.

1
1
«Todo el poder del mundo de humillación no salva;...» En esta estrofa
-y en otras de más adelante- que es una rubaya o cuarteta, emplea Hafiz el
primor retórico de terminar los versos asonantados en una misma palabra.
CXI

Nuestra separación, amada, como la sal ha sido,


que encona las heridas sobre que se ha vertido:
¡Cómo me dolía antaño no verte un solo día!
Y ahora ¡cuántos transcurren sin que yo te haya visto!

CXII

La amistad es corriente se trueque en malquerencia;


la lealtad, en traición; dice vulgar sentencia.
La noche está preñada del destino del hombre.
Pero si ella no ve ¿de quién preñada queda?

CXIII

El torrente llevóse los restos de la vida;


de la vida en las fauces colmóse la medida;
Medita bien, amigo; porque ya el cargador
del tiempo, con su fardo emprende la partida.

CXIV

De los rizos de mi amiga me quise yo colgar,


diciendo: -Ya el amor conmigo va a acabar;
Pero ella aconsejóme: -¡Cuélgate de mis labios,
del goce de la vida, no de su largo mal!

CXV

Los ojos que a los magos de Bebel dan lecciones,


no perderán, jamás, sus negras seducciones;
y esa oreja que ostenta de lo bello el zarcillo,
de Hafiz el poema ornará de fulgores.

CXVI

Ante el enemigo alza la Cimbria del corazón;


y con los amigos alza la espuma del buen licor;
de una digna amada suelta de su pecho el casto broche
y ante la indigna, tu manto recoge con precaución.

CXVII

Cuando de sus vestidos se desprende


esa luna sin par, resplandeciente,
su corazón se ve tan diáfano en su pecho
cual el guijo en el fondo del agua transparente.

CXVIII

Con tal de pasar contigo toda una noche, mi amada,


la existencia dejar luego a mí nada me importara;
pues en tus labios la fuente de la vida habría encontrado
y ya al correr de los días impasible contemplara.

CXIX

Lejos de ti, mi amor, más que cirio yo lloro;


más que el frasco que vierte su rojo vino de oro;
como la copa soy, de corazón estrecho,
y sangre llorar me hace el laúd con su sollozo.

CXX
Ten húmeda tu boca, de la boca del vaso;
la vida nos escancia de lo dulce y lo amargo;
de la amada en la boca libamos el acíbar;
en la boca del vaso, las mieles aspiramos.

CXXI

Del enemigo siempre sólo obtuve pesar;


y de tu amor también saqué sólo pesar;
y al través de la vida tuve por compañero,
amigo y confidente del pesar, al pesar.

CXXII

¿Por qué fermentar quieres cual vino en el tonel?


¿y luchas sin descanso con pena en tropel?
De tus labios verdosos nunca apartes el vino;
que beber junto al verde, es el mayor placer.

CXXIII

El capullo de rosa ante ti se avergüenza;


y el fragante narciso no huele en tu presencia;
¿cómo podría la rosa contigo compararse,
si su luz de la luna toma, y de ti ella?
CXXIV

Oh vida, ten cuidado con mi constante ¡ay!


que a abrasarte no llegue mi encandecido ¡ay!
Ten cuidado con este mi nocturno llorar
y con mi matutino, y madruguero ¡ay!

CXXV
¡Tuya seré -me dijiste-; suspende, pues, tus ayes!
La paz del corazón haz que lograr, amable.
¿La paz del corazón?.. Pero ¿cómo encontrarla?
Mi corazón es uno y miles son mis males.

CXXVI

Por sencillez, candor y leal respeto


y también por orgullo cuando el fuego
en mi amor enciendes, me reprimo;
y luego, al desearte, no te encuentro.

CXXVII

Si el tiempo hostil volviera a saludarme


como amigo, o la muerte me fuera favorable...
Ya que la juventud las riendas me quitó,
¡que al menos la vejez, el estribo afianzase!

CXXVIII

¡Qué lindo ese lunar en tu mejilla!


-exclamé. Y ella dijo, resentida;
-No hay tal lunar, sino que a ti, sin duda,
un punto negro empaña la pupila.
CXXIX

El narciso y la rosa, cuando pasas


a su lado, mi amor, pierden la calma;
por ver tu cara, aquél ojos se vuelve;
por ser vista de ti la rosa, cara.

CXXX
Toda la noche riego con lágrimas por ti;
y la mañana siembro de suspiros por ti.
Pero ¿qué sabes tú de lágrimas y suspiros?
La noche y la mañana ríen siempre por ti.

CXXXI

¿Cómo podría estar lejos la risa de tu boca?


Yo estar lejos de ti no puedo ni una hora.
Tú, como el cielo, llenas el horizonte todo;
y doquiera te encuentro en la tierra redonda.

CXXXII

Tu sonrisa, tan dulce en nuestra despedida,


fue como sal que encona una sangrante herida.
¡La vida se acabó para mi, al separamos,
con la última palabra que proferiste, amiga!

CXXXIII

Todo en el universo se renueva,


al día sigue la noche y viceversa.
¿Cuándo a esta aurora gris de mis cabellos
la noche seguirá, profunda, negra?
CXXXIV

Cuando la primavera esparce sus tropeles floridos,


de blanco se salpican los vegetales rizos;
toda flor es presagio de alguna primavera;
¿por qué, pues, asustarte de tus blancos pelitos?

CXXXV
Ve en la noche al jardín, junto a la fuente,
donde ya el loto bajo el agua duerme.
¡Y levántate el velo! Creerá el loto
que ha amanecido, y se erguirá por verte.

CXXXVI

Mírame con tus ojos sin velillo,


al sol, sin una nube, del estío,
enciéndeme la sangre y dame luego,
el vaso en que tu labio haya bebido.

CXXXVII

En la copa del vino, la sed muere;


la saciedad, a Amor causa la muerte.
Si de tu sol hubieras de alejarte
¿cómo podría su sombra encandecerte?

CXXXVIII

Oh tú, que bebes del fragante vino.


¡Del corazón con sangre va fundido!
¡El Señor sea loado! ¡El hombre goza
a costa del dolor que otro ha sufrido!
CXXXIX

¡No te asombre mi manto recamado de oro!


Del corazón que arde, su luz oculta el lloro.
El cirio se consume, en tanto que te alumbra;
Y así el poeta te canta y muere poco a poco.

CXL
Son tus ojos la fuente oscura y encantada,
en que el sol va a ponerse en la tarde dorada;
tus labios que sonríen son el venero,
de donde todas las delicias manan.

CXLI

¡Oh perla, que del mar de la belleza,


subiste hasta nosotros! ¿No lamentas
tu concha haber dejado? ¿En qué leal
corazón descansar podrás sin pena?

CXLII

¿Por qué si tu dulzura me es vedada,


al menos tu amargura no me es dada?
Si la muerte vivir por ti me niega
¿por qué morir por ti me rehúsa, airada?

CXLIII

Tu imagen adorada siempre llevo en mi pecho;


en él ya otra no cabe. Estoy exangüe; pero
mi sangre se ha cambiado en una dulce espuma
de amor fuerte, veraz, firme y eterno.
CXLIV

Lo mismo que la avispa de la rosa en el seno.


Lo mismo que el mosquito en el azucarero;
así estoy yo en los lazos de tu amor que subyuga.
Y no sé si quejarme o alegrarme yo debo.

CXLV
Quien busca curación, no es digno de la herida;
La herida debe amarse, aunque nos mortifica.
El médico de amor así a Hafiz le dijo:
-No merece sabor alma que no es sufrida.

CXLVI

Del perfume de tus trenzas la violeta está celosa;


ante la flor de tu risa caen las hojas de la rosa.
¡Oh rosa, cuya fragancia embriaga mi corazón,
no dejes morir de amores a este tu fiel ruiseñor!
El sino quiso tu nombre escribir sobre mi frente;
el polvo de tus umbrales es mi paraíso esplendente.
En tu carita de rosa, se cifran todos mis bienes;
el amor es un mendigo harapiento; pero, a veces,
logra impensados tesoros; confiado vive al azar,
pide limosna, y, de pronto, encuéntrase hecho un sultán.
De mi frente la embriaguez no se irá hasta que en el polvo
que tu huellas con tus plantas, hunda yo mi humilde rostro.
Tu belleza, amada mía, es un haz de miles de flores,
y estos gaceles, los trinos que entonan tus ruiseñores.

CXLVII

Que el frescor de tu belleza se acreciente de día en día


que el color del tulipán se refleje en tu mejilla;
que la visión de tu amor, refulgente como un astro,
en mi mente resplandezca con pureza diamantina.
que del mundo las beldades te sirvan como azafatas;
que los cipreses, al ver tu esbelto talle, se inclinen;
que los ojos que se nieguen a reflejar tu hermosura,
manen sangre, en vez de llanto, y por siempre estén ya tristes.
Que tu mirada hechicera posea todos los encantos
y rinda los corazones de aquellos a quienes fleche;
y que quien tu dulce magia desdeñoso, desafíe,
pierda la calma y el sueño y el sosiego para siempre.
Y que esa tu boca amada, que Hafiz rendido adora,
no reciba ni dé besos a quien no se los merece.

CLVIII

Quien enamorado evoca tu aterciopelado rostro,


cautivo queda por siempre en un circulo encantado.
En el Día del Juicio, cuando a la vida renazca,
se verán las cicatrices de mi corazón llagado.
Porque llevo en cada fibra de mi cuerpo una señal
de alguna herida causada por amoroso pesar.
Los anillos seductores de tus rizados cabellos
sean para mi la almohada en que repose mis sueños.
Ven a mi, corazón mío, con premura, que el mañana
es un secreto que ignoran los sabios de mayor fama.
No dejes que por más tiempo, mi alma, frágil barquichuela,
bogue sin lastre de amor, por el mar de la tristeza.
De mis pestañas hoy cuelga una lágrima indecisa;
mañana será un torrente que, hinchado, se precipita.
Nunca a Hafiz con amor mirar quisiste, bien mío.
Oh, la soberbia cruel el emblema es del narciso.

CXLIX

¡Ciudad de los amores! Ciudad maravillosa,


morada de la gracia.
El amor desde ella, oh amantes, su selam
os envía con un gesto que cautiva las almas.
Jamás unas muchachas tan esbeltas y lindas,
como las que la habitan, logramos contemplar;
ni presa tan amable se ofreció al cazador,
ni nuestro suelo hollaron seres de tal beldad.
A los ángeles puros semejan. Sus vestidos
no mancha nunca el polvo de nuestra pobre tierra.
¿Por qué tú, amada mía, sin escuchar mis ruegos,
mi corazón herido de tu presencia ahuyentas?
¡Con qué ilusión un beso de tu boca esperaba!
Si la vendimia es buena y el momento propicio,
¿por qué no hemos ahora de levantar la copa
y libar nuestro vino?
Tú mi brazo detienes y me dices: -Espera.
Pero yo te respondo: -¿Quién puede asegurar
que estaremos unidos en otra primavera?
En el jardín la rosa y el tulipán reunidos
por el amor ahora se muestran; y en la rama
el ruiseñor entona sus deliciosos trinos.
Todos son hoy felices y cada cual eleva
en honor de la amada su copa rebosante.
¿Por qué tan sólo yo me quedo con mi pena?
¡Oh terrible misterio! ¡Oh torturante enigma!
Pero al fin ya comprendo; enredé mis cabellos
en las rizadas trenzas de encantadora niña,
y ya seré su esclavo por siempre, sin remedio.
¡La ciudad del amor es un sitio fatal,
por la que es peligroso, amigos míos, pasar!

CL

Por la magia de tus ojos hechiceros, oh mi amada,


por ese vello suave que decora tu mejilla;
por el aliento que exhalas de tu boca de rubíes;
por tu natural fragancia a primavera bendita;
por el polvo del camino que huella tu planta leve
y que por ti esclarecido al agua clara da envidia;
por tu pasito ligero, como vuelo de perdiz;
por tu mirar aún más dulce que el de la gacela tímida;
por tu gracia incomparable y por tu risa aromada;
y por tus trenzas que huelen como la nocturna brisa;
por tus pupilas de ónice bajo el blancor de tu cofia;
y las perlas que relucen en tu boca pequeñita;
por las rosas de tu cara, rosal del intelecto;
por este jardín hermoso en que te sueño, divina;
jura Hafiz dar sus bienes juntamente con su alma,
por una mirada tuya, en amores encendida.

CLI

Dulce es de la palabra amorosa el recuerdo;


los ecos de aquellos sones bajo la bóveda aún siento.
Pero el rubí de mi copa ya es una carga en mi mano;
y el vino sabroso y dulce me sabe a un brebaje amargo.
¿Voy a estar siempre borracho de tu belleza divina?
¡Oh, salva a mi corazón de esta embriaguez infinita!
De celos muere el narciso cuando se mira en tus ojos;
sus pétalos se han secado, y rodarán por el polvo.
La luna y el sol, de asombro a ver tu hermosura llenos,
en las puertas y paredes dibujan tu talle esbelto.
Con tus rizados cabellos jugó un día mi corazón;
y, al quererse desprender, en ellos preso quedó.

CLII

Prisionero se ha de ver el genio de la alegría,


si pasar frente a mi casa tan solamente te dignas.
Cuando a tus labios, por siempre, les consagré yo mi alma,
en mi paladar sentía frescor de agua dulce y clara.
El polvo que hay en tu calle vale más que los monarcas;
no es de extrañar que no quieras responder a mis miradas.
Mas te ruego que siquiera no te quites de la puerta,
cuando yo paso y te miro, aunque no me des respuesta.
No te acobardes, Hafiz, prueba fortuna; que acaso
caiga al fin sobre tu nombre de la suerte el loco dado,
venga en tu copa a mirarse la luna de la esperanza
y todo el jardín envuelva con su reflejo de plata.
Cuando Hafiz canta el polvo en que hundes el leve pie,
fragancia de vivas rosas exhala el vivo vergel.

CLIII
¡Oh luna de mi amor! Poder mirarte extático
es mucho más que ser un gran sultán asiático.
¿Por qué tan desdeñosa le niegas tu mirada
a tanto enamorado que por ti no halla calma?
Te fuiste, amada mía, se fue mi corazón;
¿por qué de contemplarte nunca me canso yo?
Oh céfiro errabundo, que caprichoso vuelas;
no juegues, atrevido, con sus rizadas trenzas.
Un mundo Hafiz diera, por uno solamente
de esos finos cabellos que diademan tu frente.

CLIV

¡Oh dulce brisa fragante! Acaricia sus cabellos


y luego trae hasta mi el perfume de su pelo.
Y, acariciándola, dile muy bajito: -Ten piedad
de aquel que por ti se muere y te espera sin cesar.

CLV

Compré tu alma, y como precio te di el pobre corazón;


¿por qué luego de la ausencia imponerme el cruel dolor?
Muchas veces me olvidaste; tiempo es ya
que cumplas tus promesas y no me hagas sufrir más.
Pero si al fin no podéis, ojos míos, nunca lograr
que os sonrían ¡su bella imagen por lo menos reflejad!

CLVI

Schirás ¡que el cielo te guarde! Pues lo mereces, a fe;


en todo el mundo no hay ciudad tan gentil y bella
como tú, ni que se adorne de tal gracia y esplendor.
La brisa que sopla entre Yaferabad y Mosel-la,12
te acaricia y de fragancia de ámbar gris se impregna toda.
al contacto con tu cuerpo es como una primavera.
Cuando llegáis a Schirás, oh, del amor peregrinos,
si amor y besos y paz buscáis con ansia sincera,
amor y besos y paz en Schirás encontraréis.
Oh, brisa, tráeme el perfume de aquella linda gacela
que como el vino emborracha, y hazme olvidar de ese modo
el horrible mal de ausencia.
Oh, amigos; si, por antojo, pidiera toda la sangre,
de mi pobre corazón, dádsela luego a mi bella.
Si el suplicio de la ausencia te hace padecer así
cuando la vuelvas a ver
¡la alegría te matará sin duda, pobre Hafiz!

CLVII

Fue un instante tan sólo y luego huiste aprisa;


lo que la brisa dijo se alejó con la brisa.
Para engañar tus males, oye un consejo amigo:
al dolor viejo embriaga copa de añejo vino.
Esa lluvia que revive en mies agostada;
haz, pues, porque sus gotas vivifiquen tu alma.
Con qué facilidad me dejaste, mi luna,
mas ya me resigné, no siento pena alguna.
No hay quien pueda parar el viento, aunque nos ciegue.
Si la adversa fortuna tu signo cambiar quiere
prosigue tu camino, sin preguntar por qué,
ni hablar del cómo y cuándo, cual un esclavo fiel.
Oh, amada, te engañó quien dijo que Hafiz
2
1
«Chirás ¡que el cielo te guarde! Pues lo mereces, a fe; / [...] La brisa
que sopla entre Yaferaba y Mosel-la,...» Schirás, como ya sabemos, es
una ciudad del Farsistán, cuna del poeta Hafiz. Está situada en el valle de
su nombre y rodeada de colinas. El Mosel-la era en tiempos de Hafiz un'
bosque delicioso, en el que, después de su muerte, construyó Mohammed
Miami, preceptor del sultán Baver, una capilla y un monumento
consagrados a su memoria. El Yaferabad era otro bosque como el Mosel-la.
aún te ama y suspira y padece por ti.

CLVIII

La ladrona de mi alma, dijo: -Idos -y al momento


amor y fe me dejaron, y desde entonces no han vuelto.
La antorcha que por las noches ilumina tu hermosura
consumirse en tu servicio considera una ventura.
Por acariciar el vello de tus sedeñas mejillas,
la brisa deja las rosas y la cara te abanica.
Pasaste, y me emborraché de júbilo y de pesar;
y a verte bajó del cielo la cohorte angelical.
El ciprés avergonzado, secó sus hojas, y siente
de tu esbeltez, desde entonces, una envidia que no cede.
En tanto Hafiz escribe esta su triste canción,
como pájaro en la red da saltos su corazón.

CLXIX

Un sabio vino una noche a visitarme a mi casa;


-Te revelaré el secreto del que el vino nos escancia.
-me dijo. y luego añadió: -No tomes en serio nada;
que la gente sobre el blando se complace en echar cargas.
Acto seguido me dio una copa, de tal traza,
que es fiel trasunto del cielo, y hace que de puro alegre
Sohra se entregue a la danza.
Y el sabio me siguió hablando: -No te afanes por saber
ciertas cosas de la vida, y recoge mis palabras
más preciosas que las perlas que el buzo de la mar saca.
Igual que este vaso tomas, esta vida has de tomar,
y siempre has de sonreír, aunque sangres de pesar.
No gimas como el laúd, tu herida del mundo oculta,
hasta el día que la muerte con su velo te recubra.
Por inquirir la verdad, no te esfuerces; será vano;
que las palabras del cielo, son para el hombre un arcano.
En la casa del amor, dejarás la vanidad;
sencillo en el responder, ingenuo en el contestar.
Saki, escáncianos más vino; Alá comprende y perdona
las locuras de mi vida.
Alá piadoso, apiadable, en su infinita bondad
nuestros pecados olvida.

CLX

¿Qué importa que en tu jardín robe un manojo de rosas


y tu lámpara, oh amor, no deslumbre esplendorosa?
¿Qué importa si para huir de mi ardiente soledad
a la sombra de un ciprés me he tendido? ¿qué más da?
Si el vino de mis desdichas fue la causa, y el saber
de mi casa juntamente se ha marchado con la fe,
¿qué importa? Busque el favor de los reyes el hipócrita.
Si de las bellas imágenes mi alma es esclava ¿qué importa?
Entre el vino y tu belleza, yo mi vida he repartido.
¿Qué importa que concentrar mi mente no haya podido?
Dios perdona mi embriaguez y mi amor. Hafiz lo sabe.
Él es la suma Bondad. Así ¿por qué preocuparse?

CLXI

Creyente, no condenes al fuego del infierno


al bebedor; su culpa confiese cada cual;
los bebedores vamos de noche a la taberna;
de lo que hayan sembrado, todos cosecharán.
No hagas que desespere; ya nos juzgará el cielo;
quién fue malo y quién bueno entonces se sabrá.
Austeros o indulgentes, todos amar ansiamos,
todos tu altar buscamos en aljama o kahal,
oh Amor perdió por ello el padre Adán.
En el Edén delicias eternas, junto a ríos
de gustosa frescura te prometes gozar;
pero tus ilusiones seductoras, no sabes
que en el fondo tal vez puedan comparar,
con la sombra de un sauce que en el agua se mira
y que sólo el incauto toma por realidad.
No confíes en tus obras, creyente, pues ignoras
si pesó tu pecado en la balanza Alá.

CLXII

Aún no perdí la esperanza -de ella vivo- de tus besos;


en la noche perfumada de tu negra cabellera
mi corazón para siempre se ha quedado prisionero.
Si perdiera la esperanza ¿qué fuera entonces de mí?
Amorosa balbuciste una vez: -¡Hafiz, Hafiz!
E insensatamente dichoso aquel día me sentí.
Dibuja el sol en el muro tu contorno encantador;
en tu cara se refleja y espejea el áureo sol,
y de tus destellos llena la terraza el resplandor.
Tus labios son mis coperos; porque mi alma es forastera
en el país de los sabios más profundos del amor;
Tu me dijiste: -Amor mío, para que dichoso seas,
darme por entero debes tu vida y tu corazón.
Pero en cierne se quedaron las uvas de nuestra viña;
yo te di mi vida entera; mas no logré paz ni dicha.

CLXIII

Señor, el sacrificio penoso de la ausencia


evita a los mortales, yo padezco por ella
y sé cuán dolorosa es su tortura inmensa.
Extranjero en mi patria, cual pobre vagabundo,
mis amores arrastro por los países del mundo.
En medio de la gente estoy sólo; no sé
en busca de consuelo adónde marcharé.
¿Quién será el confidente de este mi amor cruel?
¿En esta soledad quién tomaré por juez?
¿Por qué tendré yo esta pena? Es que nací condenado
a ser siempre un miserable en ese reino encantado del amor;
en mi corazón impresos llevo funestos estigmas
y por eso mis sollozos responden todas las noches
al trino del ruiseñor.

CLXIV

De Saba volvió la brisa


matinal con las noticias
que allí pudo recoger;
¡Oh corazón mío, albricias!
Pájaros madrugadores,
melodiosos ruiseñores,
repetid vuestro cantar;
vuestra canción misteriosa,
que las rosas,
son más sabias y profundas que el propio rey Solimán.
Vuestros cantos son más bellos que los salmos de David.
En las gotas de rocío,
el tulipán halla vino
y con él colma su cáliz,
para ahogar de sus amores los pesares y suplicios.
¿Qué hombre sabio hay que comprenda
y hable el divino lenguaje
de la cándida azucena;
e inquieta de dónde viene
su amada que habla con ella
y la entiende?
Para un lejano viaje, la caravana partía;
lloré; pues mi amada bella
también con ella se iba.
Las voces oía lejanas del camellero implacable;
¡Oh días de ausencia crueles!
Sólo dejé de llorar,
al oír los cascabeles
que la alegría del regreso hacía tintinear.
Oh, y que grande me sentí; qué inmensa fue mi alegría.
¡Loado sea Alá! Yo desdeño
la fortuna y la riqueza
cuando me brindas tu boca con gesto de amor sincero
de nuevo tras de la ausencia.
Yo sé ablandar con mis cantos,
tu alma dura cual la peña.
A la puerta del pecado,
llamaste, Hafiz, mas fuiste
perdonado; y ahora ya,
con un mensaje de paz
vuelve amor a tu alma triste.

CLXV

De mi amada roza, oh brisa, con tus alas la mansión


y susúrrame al oído los recuerdos de mi amor.
En albricias de las nuevas que me traigas,
te daré de las flores de mi huerto la fragancia.
Al pájaro mañanero, no le niegues tus favores;
oh rosa; el mismo camino recorren mis ilusiones.
Lo mismo que mis gaceles, en tus ojos desdeñosos
buscan un poco de amor... ¿por qué no aplacas tu enojo?
Oh mi Eva y mi paraíso, te conocí en la fiesta,
cuando niña todavía, la luna nueva semejabas.
Ahora que eres luna llena, mujer cuajada y hermosa,
dame el fulgor de tus ojos para mi vida azarosa.
Tu recuerdo solamente acompaña al poeta errante;
no le niegues a mi alma provisión para el viaje.
Un beso en la fuente viva de tu boca de rubí.
Sonríe ¡Cuando tú sonríes, canta el mundo para mi!
CLXVI

Un sólo beso en sus labios, que ella misma me brindó;


un sólo beso en sus labios ¡oh, cuán dulce! y se alejó.
Nuestra unión que era la alegría, luego en pena se trocó;
pues retenerla no pude y se alejó.
Me murmuraba palabras de intensa ternura: -¡Oh,
me tendrás siempre en tus brazos. -y enseguida se alejo.
-Quien me ame no ha de tener voluntad propia -me dijo.
Como una reina orgullosa caminaba; iba pisando
la hierba y el césped cuando... se alejó.
Hafiz, recuerdos y llanto la tarde te aporta. No
me pude despedir de mi amada y... se alejó.

CLXVII

Trájome un mensajero, así Alá lo bendiga,


un talismán preciado, de amor una misiva.
Del país de mi adorada regresaba el correo;
presente inestimable hízole a mi deseo.
Yo, por aquel mensaje con nuevas de mi amada,
diera en albricias toda mi vida, cuerpo y alma.
Y sentí de ser pobre una vergüenza tal,
que el oro de mi amor creílo vil metal.
Alabemos a Alá, el piadoso, el apiadable,
pues por su ayuda, el sino, renunciando a su enojo,
juntó nuestros amores, nuestras almas en una.
¿Qué me importan los astros, las fases de la luna,
si mi amada en sí misma compendia el universo
y sus leyes de amor le dicta al mundo entero?
En el umbral de tu puerta, en la arena arrodillado,
la frente postrada en tierra, el corazón inflamado
en tu amor, habré de estar sin moverme hasta que vea
que tú, por fin, apiadada, vienes a abrirme la puerta.
Vendrás a mí con los brazos abiertos, con dulces ojos
me mirarás y en tu pecho, yo caeré todo dichoso.
¿Qué podrán sus enemigos contra Hafiz? Nada, nada;
porque es más pura que todos los ángeles su adorada.

CLVIII

Llegó la primavera con sus cestos de rosas;


contempla sus mejillas y ahuyenta de tu pecho
la tristeza amorosa.
Llegó el viento del sur, templado, acariciante;
la rosa embelesada respira su almo aliento;
y su capullo rompe con emoción tremante.
La rosa y primavera la soledad llenaron
del pobre corazón;
el agua cantarina de la fuente diáfana
la ciencia de la vida me dijo en su canción.
De ellas quedé cautivo, mi antigua fe perdí,
volví a ser un pagano, dejé de ser muslim.
El ruiseñor entonaba
un nuevo canto de amor
a la rosa, antes de luto,
hoy vestida de verdor.
Hafiz admira la brisa que con su amorosa mano
de la rosa unió las trenzas con los rizos del jacinto;
ambos sus ramas inclinan, sobre el rostro perfumado
del oloroso jazmín, tan diminuto y tan lindo.

CLXIX

Ayer de madrugada, quise beber un poco


y el vino de tus labios cayó en mi corazón;
tu imagen evoqué con el alma embriagada;
pero al abrir los ojos, me encontré sólo yo.
Soñé que te besaba en tus divinos ojos;
tus quejas oí, gecela,
pero al posar mis labios en tus párpados leves,
chocaron con el arco de sus rizadas cejas.
Escánciame vino, saki, que en el camino de amor
¿qué amante, mientras camina,
no es falaz y engañador?
Adivino de los sueños, díctame un augurio fausto;
que la otra noche soñé que entre mis brazos tenía
el lucero de mi amor,
ya! despertar me encontré con que el sueño era verdad,
y no engañosa ilusión.
CLXX

Se puede alegrar al mundo sin detener la realeza;


se pueden leer muchos libros, sin tener inteligencia.
Puede vivirse gozando de los hombres los honores
sin tener prerrogativa de sultanes y señores.
El amor es muy sutil, taimado y engañador;
hay quien vive en la taberna y nunca se emborrachó.
De mis ojos la alegría, son tus ojos de lucero;
yo sé el valor de mis joyas, porque soy un buen joyero.
Perdí el alma por los besos de tu boca de rubí;
que no es licito el amor entre el mortal y la hurí.
Reina del mundo es mi amada por su belleza real;
ojalá y en sus juicios observe siempre equidad.
El creyente, cuando jura, siempre cumple su promesa;
y si así no lo hace peca.
No hagas alma de mi alma lo mismo que los infieles;
¡Y que haga vibrar tus nervios el ritmo de mis gaceles!

CLXXI

De nuevo el alma el vino me robó traicionero,


bendito seas mil veces, rojo vino que pones
cual tú, rojo mi rostro, cuando la copa bebo.
El alma me has conquistado otra vez con tus caricias.
Benditas las manos sean, que cumplieron la vendimia.
Ojalá nunca resbalen ni tropiecen esos pies
que pisaron el racimo que hoy vino en la cuba es.
Escribió el Sino en mi frente la palabra Amor en letras
que nada podrá borrar y perdurarán eternas.
No me niegues con razones sabihondas lo que afirmo;
un sabio como Aristótil igual muere que un mendigo.
No derroches, pues, tu vida; nadie el futuro conoce;
cuando salgas de este mundo, se olvidará hasta tu nombre.
Dirán: -Se ha muerto -y en paz. y acaso ni aun eso digan.
Con encogerse de hombros, te darán la despedida.
Y pues la cosa es así,
en la copa del Destino solamente se emborrachan de Unidad,
aquellos que, cual Hafiz,
gustan el vino sabroso, sin cesar.

CLXXII

¡EI dinero del sufí


no es todo de buena ley!
Cosas dignas de la hoguera
hay en él.
Va a rezar por las mañanas
afectando diligencia;
ya la noche, desalado,
va a embriagarse a la taberna.
No os engañe la apariencia;
es un tramposo;
con una piedra de toque, fácilmente se descubre
su dolo.
Sigue la vereda fácil y los caminos trillados;
¿cómo encontrará la senda que a la amada le conduzca,
si del amor la alegría, es patrimonio exclusivo
del que busca la aventura?
¿A qué quejarse y dolerse de que la gente sea vil?
El buen bebedor discreto bebe y calla, cual Hafiz.

CLXXIII

La buena amistad es rara;


la inconstancia es lo normal;
sólo por condescendencia,
estrechamos ciertas manos
que no debíamos tocar.
En este vasto dolor
del mundo son los mejores
los que más sufren y llevan
con paciencia sus dolores.
Componga, pues, el poeta
cantos claros como el sol,
que un torrente de alegría
le lleven al corazón.
Mas no espere que el avaro,
lo recompense siquiera,
por el don de melodía
con una espiguilla huera.
-Paciencia ten -dijo el sabio.
Seguir debes su consejo,
Hafiz, y por más perdido
que te veas y más enfermo,
sigue camino adelante,
alta la frente, sin miedo.

CLXXIV

La brisa matinal resucita mi infancia


con su aroma; el recuerdo que de tan lejos viene,
será para mi un bálsamo con su dulce fragancia.
De la rosa encarnada, el esplendor real
no admires; que la brisa sus hojas le arrebata;
bebamos en memoria de Hatim-Tai y su estirpe
y ahoguemos toda pena en la colmada taza.
De púrpura matiza a las rosas el vino
y diluye su alma en mareante delirio.
Amiga, en la terraza pon cojines de seda;
semejante a un esclavo, tiende el ciprés la alfombra
de su sombra azulada, hospitalaria y fresca.
Ya la flauta en la mano los músicos aguardan:
admira la armonía de sus sones acordes,
llena, saki, mi copa de tu vino fragante
hasta que al fin rebose.
¿Oyes, de arpas y liras, laúdes y caramillos
el encanto acordado a latría seductora?
Ya tu nombre y tu canto, Hafiz, no tengas duda,
de Egipto y de la China las fronteras remotas
pasaron creyentes e infieles por igual
admiran el encanto de tu musa sin par.

CLXXV

Un extranjero soy que vino hasta tu puerta.


Acógeme cortés, pues soy un peregrino.
Delante de tu puerta en el polvo me postro,
y la visión espero de tu rostro divino.
¡Casa de la esperanza! Dame, amor, la limosna
de tu cara risueña, que avanza hacia la mía.
No temas a la noche, que ya nos ronda el día.
Si sólo servir puedo de polvo de tu alfombra,
sobre mi triste polvo proyéctese tu sombra.
Antigua historia es ésta de tus males de amor,
Hafiz, e inmortal es tu canto encantador.

CLXXVI

De amargura un alarde mi corazón herido


podría hacer; mas me callo, resignado, y me voy.
¡Selám! ¡Que Alá te guarde! Mas te diré una cosa;
una cosa tan sólo: -Joya de tal valor
eres, que aun a los justos que del alchenna gozan,
envidia podrías dar, pese a su perfección.
Y si acaso dudares ser verdad lo que digo,
ponme a prueba y verás cómo no te he mentido.
-Dos besos voy a darte; que el amor me embriaga
-dijiste, seductora; mas sólo fue un engaño.
No me diste ni un beso... aún estoy esperando.

CLXXVII
En la quima del ciprés,
en una noche de luna,
el ruiseñor cantó así,
para aquellos que entendemos
el divino pehleví:
-Ven, el rosal se incendia cual la zarza
de Musa aquella vez;
de la Unidad divina en él la esencia
podrás tú comprender.
En el jardín la pléyade de mis hermanos canta;
y el dueño bebe, oyendo su arrullante canción;
feliz es el mendigo que a la intemperie duerme
en tanto desvelado se agita el gran señor.
Su copa en este mundo dejó el pobre Chemschid;
nunca ambiciones bienes que han de quedarse aquí.
Bien habló el labrador que le dijo a su hijo:
-oh, niña de mis ojos, ojalá siempre sea
lo que siembres, aquello que luego coger quieras.
Oh ¡quizá a mi copero, se le fue algo la mano,
porque tengo el turbante un poco ladeado!

CLXXVIII

Cuando despunta la aurora, desde las salas secretas


del Alcázar prodigioso, en el aire mañanero
la luz de oriental antorcha, con sus rayos penetrantes
cual saetas afiladas llena todo el universo.
Cuando el cielo su diáfano y terso espejo levanta,
en el que el universo todo sus mil aspectos refleja;
cuando en las salas cerradas del Alcázar encantado
-donde el Chemschid de los cielos tiene su morada regia-
entre místicas salmodias tejen el velo sagrado,
Sohra su canto incorpora al canto de las esferas.
Dice entonces el laúd inspirado: -¿quién podrá
ahora negar el amor? -y dice la copa llena:
-¿quién será osado a negar la embriaguez que brinda el mosto?
Coge la copa en tu mano mientras giran los planetas,
y canta del buen amor las debidas alabanzas
en armónicas estrofas bien medidas y halagüeñas,
imagen de eterna gloria, pupila de la esperanza
alma del mundo y compendio de sabiduría suprema.
Ante tantas maravillas,
Hafiz como humilde esclavo, postra en tierra la rodilla.

CLXXIX

Al despuntar de la aurora, a la rosa el ruiseñor,


le dijo: -No te des tono, ni te hagas la remilgada.
No eres tú la única flor que en nuestro jardín florece,
hay muchas igual que tú, de lindas y de aromadas.
Y la rosa, sonriendo, le dijo a su vez: -No pienses,
descarado, que tus duras palabras en mí hacen mella
ni me ofenden.
Mas si, cual dices, me amases, de seguro
de seguro que conmigo no emplearas
ese lenguaje tan rudo.

CLXXX

Quien de la taberna el polvo con su frente no barrió,


nunca aspirará en su vida la fragancia del amor.
Cuando la brisa de Yam con el jardín oreaba,13
acariciante, al jacinto, yo exclamé: -Tú copa eterna,
que la vida adivinaba, oh Chemschid, ya se perdió.
Pero una voz misteriosa me dijo: -No busques más
esa copa inútilmente, porque el Sino la escondió.
El lenguaje del amor no es para lenguas humanas;
basta, Hafiz, de preguntas necias y respuestas vanas.

3
1
«Cuando la brisa de Yam con el jardín oreaba,...» La brisa de Yam
orea...
CLXXXI

Escánciame pronto, saki, una copa de lo añejo;


en dolor se ha transformado el amor que creí eterno.
De mi amada los cabellos besaba al pasar, la brisa;
y su perfume hasta mi como un bálsamo traía.
No temas manchar la alfombra, al escanciarme, copero.
que ya es hora que me vaya, con mi espíritu abrumado
de la vida bajo el peso.
¿No podrá nunca, Hafiz,
un momento de amor puro gozar tranquilo y feliz?
Los que penas no sufrieron de nuestro dolor ¿qué saben?
Ellos de noches serenas disfrutan con sus beldades;
mientras que nosotros vamos caminando entre tinieblas,
solos y en lucha constante con la imponente tormenta.

CLXXXII

Bajé al jardín al despuntar la aurora,


para cortar la rosa que acababa de abrir;
cantaba el ruiseñor, como yo enamorado;
sus melodiosas quejas llenaban el jardín.
De música y dolor estaba el vergel lleno,
yo sentía una profunda y tierna compasión,
al escuchar los trinos apenados y bellos
de aquel pobre cantor.
Con un junquillo airoso la rosa se ha ennoviado;
y el ruiseñor le reprocha su desvío con amargura;
y así dice el pobrecillo: -Ya se sabe que las rosas
siempre hieren con su espina, al que quiere hacerlas suyas.

CLXXXIII
Se acabaron los ayunos, ¡oh creyentes!14
Ya podéis beber tranquilos
por la noche, por la tarde y la mañana,
sin tener que desojaros, atisbando si la aurora
ya reluce en la ventana.
De principio, pues, la fiesta. Que nuestros alegres ojos
se bañen en el torrente bullidor del vino rojo.
Es la hora del bebedor. ¿Por qué censurar a aquellos
que gustan de la bebida, si el vino la vida alegra,
lo mismo que los amores, y es, más que el amor, sincero?
Yo prefiero un bebedor que tenga pura su alma,
a un hipócrita que finge con su compungida cara.
No me engañan los hipócritas ni los mentidos ascetas;
yo bebo tranquilamente, sin cuidarme del pecado;
Alá, que todo lo sabe, penetra en las entretelas
de nuestro ser, y perdona, generoso y apiadado.
¡El pecado no te inquiete, pecador!
¿Que mortal hay que no tenga
mácula en su corazón?

CLXXXIV

Déjame ver tu cara y olvidaré mi pena;


dile al viento que lleve lo que ya recogí;
todo mi ser está de tu perfume lleno;
mis pesares se van cuando vienes a mi.
Prométeme mirarme cuando me esté muriendo,
y la hora de mi muerte me será tan gustosa,
que moriré sonriendo.
La frente inclino hasta el polvo
que tú pisas, reverente.
Hafiz piensa en tus encantos
4
1
«Se acabaron los ayunos, ¡oh creyentes!...» El poeta celebra la
terminación del ayuno que impone el Ramadán. En ese mes, el creyente
ayuna hasta la puesta de sol, en que puede sentarse ya a la mesa y
entregarse a sus placeres, hasta que despunta la aurora y puede distinguirse
a la luz que entra por la ventana un hilo blanco de otro negro.
y luego calla, arribado.

CLXXXV

El vino y los placeres, ¿qué son, sino alegrías


fugaces, pasajeras?
No extrañes los azares de la suerte,
lo mismo que la luna cambia ella.
En la taberna, amigos, con respeto
la copa levantad;
con polvo está ella hecha de los cráneos
de Behrám, de Chemschid y Kaikobad.
¿Dónde está Feridún? ¿Y Jusrav, dónde?15
¿Adónde llevó el viento, de Chemschid
el trono prodigioso? Venga vino,
que me quiero arruinar. Puede que así,
en mis propias ruinas, un tesoro
acierte a descubrir.
El tulipán es sabio; pues previendo
que la Suerte es voltaria,

5
1
«... / de Behrám, de Chemschid y Kaikobad. / ¿Dónde está Feridún?
¿Y Jusrav, dónde?..» Kaikobad fue el primer rey de la dinastía kaiena o de
los kai. Sucedió en el trono a Núder, último monarca de la dinastía de los
Pischdadián, que murió a manos del rey turanio Afrasyab, el cual usurpó el
trono de los persas. Los nobles eligieron entonces como jefe a Kobad, que
se comprometió a expulsar al usurpador y librar a la patria del yugo
turanio. Así lo hizo Kobad y, aclamado monarca por los nobles, se sentó en
el trono y tomó el sobrenombre de Kai (grande) que llevaron luego todos
los monarcas de su dinastía. Feridún, Feridón, Afridún o Fredún, fue el
séptimo rey de la dinastía de los Pischdadián. Su elevación al trono fue el
resultado de la revolución, promovida por un herrero llamado Gaveh contra
el tirano Zoak, que le había matado dos hijos. Cuenta la tradición que el
diablo habíasele aparecido a Zoak en figura de juglar y besádolo en los
hombros, de los que le brotaron dos serpientes, que habían de ser
alimentadas con las cabezas de los jóvenes más hermosos del país. Gaveh,
indignado, se levantó contra Zoak y buscando a Feridún, le rogó se pusiese
al frente de las tropas sublevadas. Hízolo así Feridún y, llevando como
bandera el mandil de cuero de Gaveh, venció y dio muerte al tirano.
cuando ama, tiene siempre erguido el cáliz,
cual bebedor que nunca su sed sacia.
Si como él yo no porfío y demando, es simplemente
porque las brisas amigas de Ruknabad y Mosel-la,
partir a la vida errante, como seria mi deseo,
con su imperio no me dejan;
Hafiz, nunca alces tu copa, sin que te acompañe el músico,
y con sus notas te encante;
que en los dedos del arpista,
la alegría florece amable.

CLXXXVI

¿Quién sabrá contar la historia


de corazones que sangran?
¿De Chemschid, el adivino
quién podrá encontrar la taza?
¿Quién podría hablar de secretos,
de nigromantes y magos,
sino el sabio que se sienta
junto a un tonel de lo rancio?
Ante el zumo de la vid,
el narciso nada es;
todo su encanto se eclipsa;
nadie se acuerda de él.
Mi laúd harto ha gemido;
hora es de hacerlo callar;
para que cese su llanto,
¡Su última cuerda arrancad!

CLXXXVII

Nuestro prior anoche,16

6
1
«Nuestro prior anoche,...» Este verso hace suponer que Hafiz formaba
parte de algunos de los muchos conventos de derviches sufíes, como había
dejando el monasterio,
a la casa del vino,
se dirigió corriendo.
Oh y qué techo nos queda
aún que seguir, hermanos,
si el superior se entrega
a tales arrebatos.
¿Cómo adelantaremos
en la virtud, nosotros
y a la Meca la cara
volveremos devotos,
cuando la suya vuelva
nuestro maestro, tan loco
adonde bulle el vino
y en él cifra su gozo?
Vayamos allá luego,
pues somos sus novicios,
y encendamos el pecho
en la llama del vino.
Puede que gozar sea
nuestro dulce destino,
y que así desde siempre
en el Libro esté escrito.
La brisa con sus juegos
alborotó sus trenzas,17
y mis ojos al punto
cubrió de densa niebla.
Nunca otro premio puede
de ti lograr, mi bella,
que el estar suspendido
de tus negras guedejas.
La paz por un momento
en mi pecho anidó.
Pero el aire lascivo
entonces en Persia.
17
«La brisa con sus juegos / alborotó sus trenzas,...» Los orientales, al
decir de los viajeros, consideran de mal augurio que el aire descomponga
sus cabellos.
tu pelo desató,
y la paz en seguida
dejó mi corazón.
Si pudiera la mente
humana comprender,
el placer que yo siento
tu pelo suelto, al ver,
el sabio más austero,
perdiera su saber,
y en tan dulces cadenas,
dejárase prender.
La clave de la gracia
nos reveló tu labio;
mi pecho la inspiraba
gozoso y encantado;
mi lira desde entonces
con sones acordados,
sólo respira gracias
y al amor da su canto.
Mis nocturnos suspiros
tu corazón no ablandan;
y el mío se consume
siempre en su propia llama.
Como dardos, al cielo
derechas van tus quejas,
Hafiz, pero no logras
conmoverlo con ellas.
Calla, pues, y no lances
al cielo tales flechas,
que contra ti se vuelven
y tus males aumentan.

CLXXXVIII

Escánciame el vino, saki, y que su llama


el círculo de amigos ilumine;
y tú, músico, canta, ya que el sino
está de nuestra parte y nos sonríe.
En el fondo del cáliz retratado
del gracioso mancebo el rostro vimos;
¡desdichados de aquellos que no saben
cuán dulce es nuestro vino!
Cómo embellece la embriaguez los ojos
de mi dulce tirano.18
No es maravilla, pues, que a la bebida
me entregue yo como sumiso esclavo.
Al pino y al ciprés les causa envidia
su airoso esbelto talle,19
que ya se yergue recto, ya flexible
gusta de columpiarse.
Si el corazón que ama nunca muere,
ni se extingue su fuego;
no hay duda que en libro de la vida
mi nombre escrito está desde lo eterno.
Dudo que el día que el sepulcro lance
fuera su oscura presa, preferido
sea el negro pan del penitente asceta
al risueño, bullente, rojo vino.
Oh brisa leve, si el vergel fragante
cruzas de mis amigos, al que adoro,
con dulzura acaricia y mi saludo
transmítele en susurro misterioso.
Dile que no me olvide, que no borre
8
1
«Cómo embellece la embriaguez los ojos / de mi dulce tirano...»
Insinuación de ese amor homosexual atribuido de antiguo a los bebedores.
Más adelante, veremos a Hafiz requebrar al copero con piropos dignos de
una muchacha linda. Anacreonte hace lo mismo en muchos de sus cantos,
dirigiéndose a Batilo. Hay quienes opinan, sin embargo, que, en el caso de
los musulmanes, se trata de un eufemismo impuesto por el rígido decoro
del Islam, que no permitiría esas libertades con personas de otro sexo.
Estos dos versos pueden compararse con estos otros de Catulo, que
expresan la misma idea: «Et dulcis pueri ebrios ocellos / illo purpureo ore
suaviata.»
19
«Al pino y al ciprés les causa envidia I su airoso esbelto talle,...» En el
mismo sentido dijo Virgilio «Egloga VII», ver. 68): «Fraxinus in silvis
cedat tibi, pinus in hortis.»
mi imagen de su pecho;
que ya vendrá ese día en que hasta el nombre
de todos borre el tiempo.
Ese celeste mar, por donde boga
como un bajel de plata, la alta luna,
de Hachi-Kovamu lo ha enriquecido20
la liberal fortuna.
Vierte, Hafiz, de tus llorosos ojos
las perlas refulgentes;
quizá de cebo sirvan, que a esa ave
atraiga hasta tus redes.

CLXXXIX

A mi grácil cervatillo,
dile, céfiro, te ruego,
que tras él corro los montes
y los valles sin aliento.
¿Cómo es posible se olvide
de que, por todo sustento,
tiene sólo esa dulzura
que irradian sus ojos bellos?
Oh rosa, tan engreída
con tu hermosura te has puesto,
que a tu amante, el ruiseñor,
le muestras tanto desprecio
¿Por qué en esos lindos rostros,
brillantes como luceros
nunca he de advertir señales
del amoroso desvelo?
No veo en ti lugar alguno;
de belleza eres compendio;
sólo de amor y constancia
0
2
«.../ como un bajel de plata, la alta luna, / de Hachi-Kovamu lo ha
enriquecido...» Hachi Kovamu-d-Din fue visir de Hazamu-l-Kani y de su
hijo Scheij Avis, sultanes de Persia, contemporáneos de Hafiz y famosos
por su mecenismo.
en ti señales no veo.
Con tejida red, al ave
lista atrapar es su sueño;
al sabio no se le caza
sino con los nobles gestos.
No extrañéis que Sohra baga
bailar al propio Mesías;
ya que le marca el compás,
de Hafiz la melodía.

CXC

Las virtudes aquí habitan;


y en mi pecho, las pasiones.
Dos caminos contrapuestos;
¿y cómo han de unirse? ¿dónde?
La embriaguez y la templanza
nunca se vieron acordes;
ni en alegres caramillos
himnos santos ¿cuándo? ¿dónde?
El triste claustro aborrezco;
y el burdo sayal del monje;
¿Dónde están las alifaras?
Y el alegre vino ¿dónde?
Se fue el tiempo delicioso
de mis felices amores.
¿Dónde quedaron los mimos?
¿Las dulces querellas, dónde?
Mis rivales tras la luz
de mi amado a porfía corren;
mas su mecha está apagada;
y la antorcha del sol ¿dónde?
Es alheña de mis ojos
el polvo que en tu umbral cogen;
donde tú estás, estoy yo.
Si te mudas dime ¿adónde?
Su barbilla no la mires,
alma mía, que te expones
a caer en ese hoyuelo.
Tan ligero vas ¿adónde?
Ni constancia ni paciencia
pidáis a Hafiz. ¡Son nones!
¿Dónde hay constancia y paciencia?
Y un sueño tranquilo ¿dónde?

CXCI

Un músico esta noche


regalaba mi oído,
en su flauta tañendo
mil melodiosos trinos.
Y era talla impresión
que en mí hacían sus tonadas,
que de amor en mi pecho
despertaban nostalgias.
Un copero, de frente
como diciembre, cándida,
y con rizos cual soles,
a mi lado se hallaba.
Y al verme enajenado
vertió con abundancia
vino de mi copa. Y yo,
ante acción tan galana,
clamé: -Gracias, copero,
tú me alivias la carga
de mi triste existencia,
cuando colmas mi taza.
Líbrete Alá del fiero
pesar de la inconstancia,
y en esta y la otra vida
dicha te dé colmada.
Hafiz, cuando está alegre
se ríe de las tiaras;
Kaus y Kis y la Persia21
a él no le importan nada.

CXCII

Rosa que el lindo rostro


de mi amor no refleja,
nada vale, nada.
Radiante primavera
sin el purpúreo vino
no agrada.
Bosquecillo intrincado,
jardín amplio y frondoso,
si el ruiseñor no canta,
con trino melodioso,
no agrada.
Ciprés que mece el aire,
flor que en la brisa ondea,
sin esa linda cara
que un tulipán semeja
no agradan.
Labio que miel destila,
mejillas cual la rosa,
que fragancias exhala,
sin el ardiente beso
no agradan.
Vinos de noble cepa,
vergeles aromados
por deliciosas plantas,
si mi amor no está en ellos
no agradan.
Encantos y primores
de arte y naturaleza,

1
2
«Hafiz, cuando está alegre / se ríe de las tiaras; / Kaus y Kis y la
Persia...» Kaus y Kis fueron dos poderosos monarcas de la antigua Persia.
La tiara era en ese país el símbolo del poder real.
pinturas magistrales
si sus vivos colores
no llegan a realzarlas,
no agradan.
¿Qué es tu vida, Hafiz?
Moneda despreciada,22
que sólo cuando al pueblo
se le arroja en las fiestas,
agrada.

CXCIII

Sufrí de amor la angustia


y el pesar de la ausencia,
que es un mortal veneno;
mas por quién fue, no inquieras.
Vagué por esos mundos,
y al fin hallé una bella
mocita seductora;
pero quién es, no inquieras.
De mis ojos los ríos
bañan sus dulces huellas;
mas de mi amargo llanto
la causa, no inquieras.
De su boca palabras
anoche oí, confidencias
eran de amor, mas cuáles,
amigo, no inquieras.
¿Insistes y porfías
y en saberlo te empeñas?
Pues besé un labio ardiente;
pero cuál, no inquieras.
En mi cabaña ahora,

2
2
«Moneda despreciada,...» Se trata de una moneda persa de escaso valor,
llamada Nisav, que era costumbre arrojar al pueblo como Pelón en las
grandes fiestas y regocijos públicos.
nuevamente sin ella,
cruel tortura padezco,
pero cuál, no inquieras.
¡Ay! Hafiz, ha llegado
el amor en la senda
a un punto que te ruego,
te ruego no inquieras.

CXCIV

Tus formas sin excepción son un dechado;


sitio en que tú te encuentras,
conviértese en seguida en lugar encantado.
Mi corazón se llena de un gozo inexpresable
en virtud de tu trato tan dulce y agradable.
Es tu temple tan blando y suave cual las hojas
de la rosa que reina en el vergel fragante
y eres como el ciprés del paraíso eterno,
por todos los conceptos agradable.
Tu desdén, tus caprichos me seducen,
me cautivan tu bozo y tus lunares;
tus ojos y tus cejas que reflujen;
y tu talle gentil, ¡cuán agradable!
Al mirarte, el vergel de mis ideas
florécese de adornos y de imágenes;
y el corazón, como tu trenza, exhala
un aroma a jazmines, agradable.
Es imposible, en la amorosa senda,
evitar el torrente de los ayes;
pero a mí tu cariño me da fuerzas
y me lo hace dulce y agradable.
Muerte me dan tus refulgentes ojos;
pero ese amargo trance,
una sonrisa de tus labios basta
a hacérmelo agradable.
Aunque buscarte en la hondo del desierto,
empresa fuera peligrosa y grave,
por la ilusión de hallarte, para el pobre
Hafiz, seria agradable.

CXCV

Nada habrá que arrancar pueda


de mi alma tu imagen grata;
jamás del ciprés airoso
la imagen será borrada.
De mi corazón sediento,
la suerte loca, voltaria,
no podrá hacer que la miel
de tu labio sea borrada.
En tu negra cabellera
preso está desde la infancia
mi corazón; mientras viva
no será esa unión borrada.
Podrá el sino despojarme
de todo; pero la llama
de esta pasión que me inspiras,
nunca podrá ser borrada.
De mi alma en lo más profundo,
tu imagen está grabada;
y aunque me corten el cuello,
jamás podrá ser borrada.
Si en amores se excedió,
disculpa tiene mi alma;
enferma está de una fiebre
que quisiera ver borrada.
Quien tema, como Hafiz,
sufrir zozobras amargas,
de su corazón la idea
del amor tenga borrada.

CXCVI
¡Escánciame, saki, el vino!
Dame la copa colmada;
que el amor, de aire tan dulce,
me tiene el alma llagada.
Una gota solamente
del almizcle de su pelo,
cuánta sangre les arranca
a los que en él se perdieron.
Mancha de vino el tapiz
si al Peri-Mugan le agrada,23
nadie mejor que el viajero
sabe de ruta y posada.
¿Cómo podré estar tranquilo
entre mocito y muchacha,
si pronto la campanilla
me dirá: -¡Da pie y en marcha!
Por mar encrespado voy
a una noche desolada,
cuando ya la paz debiera
buscar en amena playa.
Mi locura a risa mueve;
la gente befas me gasta24
y en la mesa dejo ver
que mi mente bien no anda.
Si el corazón paz te pide,
y en verdad quieres hallarla,
únete con lo que adoras
y al mundo vuelve la espalda.
3
2
«Mancha de vino del tapiz / si al Peri-Mugan le agrada,...» Peri-
Mugan significa, a la letra, mago sabio. Es epíteto que se aplicaba a los
directores espirituales de los guebros o adoradores del fuego y también, con
intención irónica, a los dueños de tabernas. El tapiz a que se refiere el poeta
es el tapiz o alfombrilla sobre el que se arrodilla el creyente para hacer la
oración, y que debe estar siempre absolutamente limpio.
24
«Mi locura a risa mueve; / la gente befas me gasta...» El conde de
Noroña recuerda muy a propósito, comentando este paso, los versos de
Horacio -oda XI de los Epodos-: «eu me per urbem, non pudet tanti mali /
fabula quanta fui...».
CXCVII

Pronto, copero, vino;


que ya las rosas brotan;
nuestros votos rompamos
sobre lechos de rosas.
Dejemos el jardín,
con algazara loca,
como los ruiseñores
a los nidos de rosas.
En su seno bebamos
apurando las copas,
que el placer luego acude
a la voz de las rosas.
De rosas brilla el huerto,
y pues pronto se agostan,
busca un amigo, el vino
y el alcázar de rosas.
Hafiz, las rosas amas
como el bulbul y adoras
hasta el polvo que huella
el guarda de las rosas.

CXCVIII

Llegó la rosa, amigos,


de jugar es la hora;
hasta los graves viejos
se entregan a la broma.
No hay nadie que esté triste;
pero ¡cómo huye el tiempo!
bebamos, pues, aprisa,
aunque el tapiz manchemos.
Es un placer la brisa;
aspirarla da gozo;
mas yo prefiero el vino
junto a algún guapo mozo.
Venga el laúd; contraria
es al bueno la suerte;
para olvidar las penas
el vino es lo más fuerte.
¡Cuál refulge la rosal
Agua y vino, que ansío
este fuego de amor
ahogar en ese río.
Eres un ruiseñor,
Hafiz, ¿cómo podrías,
estarte silencioso
ante la rosa linda?

CXCIX

Músico, con voz dulce


modula un aire nuevo;
para alegrarnos, pide
un vino fresco, fresco.
Evita las miradas,
haz de tu amor un juego;
y un beso a cada vuelta
róbale fresco, fresco.
Del festín es el brindis
el mejor condimento;
para alargar la vida,
venga uno fresco, fresco.
Joven de pies de plata,25
echador hechicero,
un vaso dame y otro,
bebamos fresco, fresco.
Oh brisa, cuando vayas

5
2
«Joven de pies de plata,...» En persa, Simi-Sak. El conde de Noroña
traduce argentípedo. Es el mismo epíteto que Homero aplica a Tetis.
de mi hurí al aposento,
murmura de Hafiz
el canto fresco, fresco.

CC

Copero, dame pronto


la copa rebosante;
un vaso y luego otro
y otro de vino trae.
De los males de amor
bálsamo saludable
del viejo decaído
la panacea, trae.
El rojo sol es vino,
la blanca luna, cáliz,
bajo su luna de plata
el sol ardiente trae.
Ese liquido fuego
con abundancia esparce;
ese fuego que es
igual que el agua, trae.
Y pues la rosa bella
se deshoja a la tarde,
un vino que semeje
agua de rosas trae.
Ya que no oigo el murmullo
del ruiseñor amante;26
para animar la fiesta
copas y copas trae.
Para evitar que el sino
nos hiera con pesares;
la flauta y el laúd,

6
2
«Ya que no oigo el murmullo / del ruiseñor amante;...» Hafiz hace
aquí un juego de palabras: «Gulgul-i bulbul» («el golgoteo del bulbul»; esta
voz tiene el doble significado de ruiseñor y de botella).
de cuando en cuando trae.
Si sólo en sueños gozo
sus abrazos suaves;
esa dulce bebida
que sueño infunde, trae.
¿Qué hacer, si estoy borracho?
Para que luego acabe
de perder el juicio,
una ancha copa trae.
Y otra y otra y mil más,
a Hafiz al instante,
esté o no permitido,
bello copero, trae.

CCI

Vuelve la rosa al jardín,


ornada de nuevas gracias;
como a reina, la violeta
humildemente la acata.
A los alegres acordes
del adufe y la guitarra,
bebamos el dulce vino
y besemos en los cuellos
a las airosas muchachas.
De Zerdust el sacro rito
se practique en la enramada;
de Nemrod el fuego alegre27
al tulipán lo socarra.
Toma la copa de manos
del joven que, cual la plata,
la cara tiene brillante
y del Mesías el aliento
por su fresca boca exhala.

7
2
«De Zerdust el sacro rito /... de Nemrod el fuego alegre...» Zerdust o
Zerduscht: Zoroastro. Nemrod es el famoso cazador de la Biblia.
Toma la copa y olvida
esas historias nefandas
de Aâd y Tsamud, de tales28
horrores el oído aparta.
Con las rosas y los lirios,
es el mundo una morada
de delicias; ¿por qué el tiempo
al contemplar su hermosura,
encantado no se para?
Cuando ligera la rosa
por el éter se encarama,
como el propio Solimán
en su alfombrilla encantada,
el pájaro mañanero
como el mismo David canta.
No dejes pasar el tiempo
de las rosas sin amada,
ni amigo ni dulce música,
que el tiempo bello y florido,
en un momento se pasa.
Copa de bullente vino
en tu mano el aire lanza
y brinda por Emedu-d-Din,29
este Asaf cuyos consejos
Solimán mismo tomara.
En tanto que él nos gobierne,
alegre esté nuestra alma;
y el mundo cubra cual sombra
bienhechora su alta fama.
Venga vino, vengan copas,
que Hafiz nunca se cansa
8
2
«... / esas historia nefandas / de Aâd y Tsamud, de tales...» Aâd y
Tsamud eran dos tribus árabes idólatras, que Dios castigó, según refiere el
Korán, exterminándolas.
29
«..., y brinda por Emedu-d-Din,...» Emedu-d-Din Mahmud fue un visir
de Persia que dejó fama de hombre recto y verdaderamente virtuoso. El
poeta lo compara con Azef, el gran visir de Salomón, con cuyo nombre
encabeza David algunos de sus salmos.
de pedírselo a los cielos,
y de ser oído no pierde
jamás, jamás la esperanza.

CCII

Si el guapo mozo de Schirás quisiese


amarme cual yo a él, con fe sincera,
por el negro lunar de su mejilla,
Samarcanda y Bojara juntas diera.30
Llena la copa, saki, hasta colmarla;
que allá en el paraíso no hallarás
la sombra del Mosel-la, deliciosa
ni el verdor de los campos de esmeralda
que riega sonriendo el Ruknabad.
Con sus lascivos fuegos esos lulos,31
que andan alborotando la ciudad,
la paz del corazón hanme robado

0
3
«... / por el negro lunar de su mejilla, / Samarcanda y Bojara juntas
diera...» Samarcanda (Samarkand) era la capital de la Tartaria Usbeca,
corte del famoso Timur-lenk o Tamorlán. Bojara, célebre, entre otras cosas,
por haber nacido en ella el gran Avicena o Ibn-Siná, era una ciudad a orillas
del Oxo o Chihón, río que divide la Tartaria de la Persia. El poeta, en el
exceso de su entusiasmo, dice que daría esas dos ciudades por el negro
lunar de su Batilo. y cuentan las crónicas que, habiendo llegado a noticia de
Tamorlán esos versos de Hafiz, llamó al poeta y le reprendió severamente
por ellos: -¿Cómo te has atrevido -le increpó- a decir eso? ¿Es qué puede
fijarse como precio de un lunar esas dos ciudades que yo he embellecido
con los despojos de todo el mundo?
A lo que Hafiz, según unos, contestó:
-¡Ah, señor! A esa prodigalidad mía debo la desnudez en que hoy me veo.
-Según otros autores, Hafiz le dijo al tirano:
-¡Oh, señor! ¿Es qué los regalos de Hafiz pueden empobrecer a Timur? Sea
como fuere, la donosa salida del poeta hízole gracia a Timur-lenk, que le
colmó de agasajos.
31
«Con sus lascivos fuegos esos lulos...» Los lulos eran unos habitantes de
Persia, así apodados porque, para expresar su alegría, lanzaban gritos de
lulu, lulo. Eran famosos por su guapura y su carácter voluptuoso y travieso.
como los turcos el jani-yegma.32
Para lucir mi amigo su belleza,
de adobo no precisaba;
mostrar le basta su gentil figura
que a todos los cautiva.
Trata sólo de amor en tus poesías,
de vino y canto; osado, no pretendas
averiguar del sino los misterios;
que es vana en ese punto toda ciencia.
No hay duda para mí; si un día Suleika
de mi Yúsuf mirara el rostro bello,
al punto locamente enamorada
rompiera del pudor el frágil velo.
Oh joven delicioso, presta oídos
a mis consejos sabios;
del anciano el consejo provechoso
escuchar debe el joven con agrado.
Que hablaste mal de mí, dicen. ¡Mentira!
De mí bien has hablado.
Que no paso a creer que salgan hieles
de tus melosos labios.
Tus versos como perlas del oriente
engarza, oh Hafiz;
entona el canto con tu boca de oro,
¡Y derramen las pléyades su lumbre
fulgente sobre ti!

CCIII

Torna la juventud y se engalana

2
3
«... / como los turcos el jani-yegma...» Frase turca que literalmente
designa despojo de la mesa. Alude a la costumbre turca de colocar, en días
señalados, unos platos de arroz cocido en los patios de los palacios, que los
soldados se disputaban compitiendo en rapidez y brutalidad, como si se
tratase del botín del enemigo. La institución de esa costumbre tenía por
objeto, según dicen, mantener en la tropa el instinto del saqueo.
de flores el vergel.33
El ruiseñor anuncia con sus trinos
que la divina rosa ya abrió en él.
Brisa, si por el prado que renace
a nueva vida vuelas,
a la rosa, al ciprés ya la albahaca,
un saludo mío lleva.
Si mi lindo copero se dignase
una fineza igual tener conmigo,
el umbral de su casa yo barriera
con mis cejas, de fijo.
Esos que al vernos retozar borrachos,
se burlan de nosotros, siempre ahora
también su religión con prisa insana
sumergen en la copa.
Huye de la Fortuna ya sus puertas
no implores el sustento;
es engañosa, a todos los invita
y los degüella luego.
Si al fin para morada han de bastarnos
dos puñados de tierra solamente;
¿a qué ese afán de levantar palacios,
que lleguen hasta el cielo, hombres dementes?
La luna de Kanaán reina en Egipto34
y de fulgor toda su tierra baña;
sal ya de tu mazmorra; el trono es tuyo,
el reino ya te aguarda.
No sé yo qué descubro de agorero,
en tu guedeja ungida de abelmosco;
que está toda revuelta, alborotada,
y el céfiro la agita rencoroso.
Sobre tu frente, de lunar blancura,
apoya el arco como el ámbar puro,
3
3
«Torna la juventud y se engalana / de flores el vergel...» Estos versos
recuerdan aquellos del pastor fido de Guarini: «O primavera, gioventú del
anno... / bella madre de fiori...».
34
«La luna de Kanaán reina en Egipto...» Luna cananea. Epíteto que los
poetas orientales aplican al patriarca José (Yúsuf).
y sobre un tierno corazón dispara,
que no lo ha menester, pues es ya tuyo.
Bebe, Hafiz, los placeres
disfruta y goza sin miedo;
mas no adulteres, hipócrita,
del libro los santos versos.

CCIV

Ven, sufi, contempla el vaso


que es espejo cristalino,
donde verse puede el dulce
semblante del rojo vino.
Privilegio del borracho
es descorrer del Destino
el velo, don que al asceta
no le ha sido concedido.
Vano es pretender al Enka,35
en la red mirar prendido;
pues sólo cogerá viento
quien lo hiciere, eso es sabido.
Goza tú del bien presente,
no seas como el padre Adán,
que por ansia de saber,
perdió el alchenna sin par.
Bebe una copa que otra
de este mundo el festín;
y retírate discreto,
antes de verle su fin.
Pasó la juventud; sólo una rosa
te queda por cortar;
córtala, pues, ya que se mustie triste
no des lugar.

5
3
«Vano es pretender al Enka,...» El Enca es un pájaro de la mitología
irania que algunos identifican con el Fénix, y suponen que anidaba en el
monte Kaf (el Cáucaso).
Ama Hafiz la copa; ¡oh cefirillo!
busca corriendo a Chami;36
y en tanto bebe, dile que lo quiero
para que se solace.

CCV

Del pecho el corazón


doliente se me escapa;
vosotros, los discretos,
haced que no se sepa en las aljamas.
La tempestad furiosa
hizo que mi barquilla zozobrara;
pero la tierra le dará refugio
y ver el rostro de su linda amada.
Diez días de dicha, la Fortuna a nadie
nunca le dio; que su favor es viento;
sobre el futuro no te hagas ilusiones;
y goza los placeres del momento.
En la fresca enramada,
donde la vid en un abrazo estrecho
se hermana con la rosa, al ruiseñor
oíle pedir cantando un vino fresco.
La que llamó el Profeta,
madre de los perversos,37
mas que beso de virgen a mis labios
es dulce, lo confieso.
Espejo de Sikander donde leo
la escritura del sino38
6
3
«Ama Hafiz la copa; ¡oh cefirillo! / busca corriendo a Chamí;...» El
poeta hace aquí un retruécano, jugando con la palabra chamí, que puede
significar copa y era también el nombre de un amigo suyo así llamado.
37
«La que llamó el Profeta / madre de los perversos,...» Se refiere a la
vid.
38
«Espejo de Sikander donde leo / la escritura del sino...» Espejo mágico
atribuido por la leyenda a Alejandro Magno (Sikander) y acerca del cual
dice Sudi, un comentador turco de Hafiz: «Pretenden que Dara (Darío) en
el vino es; consúltale y verás
de Dara el lamentable fin escrito.
Si miseria te oprime; los cuidados
anega tú en el vino;
que otro Karún podrás llegar a ser,39
aunque no quiera el sino ser tu amigo.
Si feliz quieres ser en este mundo
y en el otro, aprende esta sentencia:
trata bien al amigo, y al contrario
con prudente cautela.
En casa de la virtud
asiento a mí me niega
el sino; si te enoja verme ebrio
anda y al sino enmienda.
¡Oh, tú, que el sultán eres
de todas las bellezas de la tierra!40
muéstrate compasivo con el mísero
que tu favor anhela.
Los jóvenes hermosos, seductores
son cuando hablan en persa;
y al placer nos incita su lenguaje,
de lánguida cadencia.
Corre copero, y lleva esta noticia
a los sufíes austeros.
lucha con Sikander por la posesión del reino, servíase de un espejo
maravilloso que le revelaba todos los planes y ardides de su enemigo, por
lo que frustraba siempre todas sus insidias. Hasta que hubo de saberlo
Sikander y, reuniendo en consulta a los sabios y filósofos que lo
acompañaban en sus expediciones, requirió su ayuda, y ellos le fabricaron
un espejo mágico que, puesto en lo alto de una gran columna, le permitía
ver cuanto pasaba en los siete climas del mundo». Base para la leyenda fue
el famoso Faro de Alejandría, construido por Alejandro.
39
«... / que otro Karún podrás llegar a ser,...» Karún es el nombre que los
árabes dan a Creso, el rey de Lidia, famoso por sus riquezas y desgraciado
por su fin, cuya historia se cuenta fantaseada en el Korán, como
advertencia a los que, confiados en sus tesoros, prescinden de la ayuda de
Alá. La historia de Creso (Kroisos) refiérela por extenso Herodoto.
40
«¡Oh, tú, que el sultán eres / de todas las bellezas de la tierra!...» Este
elogio, según el mencionado Sudi, va dirigido a Kavanu-d-Din Hasán.
No seas en tus amores inconstante;
pues arderás en celos,
como seroja, por el bello joven
que irradia de sus ojos voraz fuego.
No es culpa de Hafiz que esté su manto
manchado por el vino;
disculpa te merezca su locura,
oh superior purísimo.

CCVI

Sale la aurora, tocada


con albanega de rosas.
Para el brindis matutino,
al punto dame la copa.
Del tulipán en el rostro
su frescor el rocío vierte;
oh compañeros amables,
venid; que el vaso se llene.
Por todo el jardín se esparce
un ambiente que enajena;
bebed el sabroso vino
libre de importuna mezcla.
Su trono de zabarchada
la rosa eleva en el aire;
venga el licor que refulge
con brillo centelleante.
Aún en la sala, encerrados
siguen esos dormilones;
abre, portero, las puertas
y salgan los remolones.
En este bello tiempo
sería una cosa rara,
que el templo de los brindis,
desierto se encontrara.
Oh tú que de amor sufres,
lleva al labio tu copa;
y vosotros, oh sabios,
en esta dulce hora,
con Hafiz libad besos,
más que el vino gustosos,
de angelical copero.

CCVII

Cuando por el oriente de la copa,


refulgente se eleva el sol del vino,
en el jardín del rostro del copero,
florecen tulipanes a porrillo.
La brisa perfumada con la esencia
que la taberna exhala, los jacintos
de su oscuro cabello esparce en torno
de su pecho, de rosas mil florido.
Cuando nos separó la triste noche,
fueron tantos los ayes y suspiros,
que para describirlos, no bastaran
mil cálamos de escribas expeditos.
Con la misma paciencia que Noh
vio del cielo volcarse los abismos,
debemos aguardar también nosotros,
nuestros ardientes votos ver cumplidos.
La esperanza que guardas en tu pecho
ha menester de ayudas y de auxilios;
sin ellos no hay empresa que se logre,
que nada somos por nosotros mismos.
No haga mella en tu alma la avaricia
no te trastorne la fortuna el juicio;
para vivir, el hombre de muy poco
ha menester, y el logro es muy sencillo.
Oh que la brisa de tu tumba cree,
el aroma te lleva de sus rizos;
y nueva vida animará tu polvo
y nuevamente vibrarán tus ritmos.
CCVIII

Ven, que ya siento el aire


que tu rostro acaricia;
y en mi pecho la huella
que deja tu mejilla.
Modelo de las gracias
de las huríes divinas,
son las que tú nos muestras
en tu linda mejilla.
A tus trenzas su almizcle
roba la cabra china;
toma el agua de rosas
su olor de tu mejilla.
Ante tu talle airoso
los cipreses se inclinan;
la rosa, avergonzada,
se abaja a tu mejilla.
El jazmín palidece,
si tu blancura admira;
vierte el argován sangre41
al mirar tu mejilla.
Ruboroso en las ondas
el mar se precipita;
la luna se embelsa,
mirando tu mejilla.
Los versos de Hafiz
agua inmortal destilan,
y el corazón le sangra
cuando ve tu mejilla.
De amor dulces retozos,
juvenil alegría,
vino cual rubí ardiente,
1
4
«... / vierte del argován sangre...» El argovan es el también llamado
arbolo de Judas, que da unas flores color púrpura. La leyenda asegura que
de un árbol de esa especie se ahorcó Judas, desesperado por haber vendido
a su Maestro, y que de su sangre tomaron las flores su color encendido.
y amistad pura, íntima,
con jóvenes que apuran
la copa diamantina.
Saki de boca dulce
como la miel, que entona
cantos que el alma hechizan.
Amigo que la copa
eleva en los convites,
con gracia seductora.
Mocita blanca y pura,
cual las aguas eternas,42
que con su esbelto talle
las almas enajena
y cuyo fulgor vence
al de la luna llena.
Un vergel semejante
al propio paraíso,
con planteles de rosas,
violetas y jacintos.
Compañeros amables,
que derrochan ingenio,
en las fiestas y saben
guardar bien un secreto.
Mosto rojo, potente,
pero de sabor grato;
en copas transparentes
escanciando con garbo;
y hacer boca con rojos
y doncelliles labios.
Miradas de mocitas
más agudas que espadas;
refulgentes cabellos
de vírgenes intactas;
hábilmente extendidos
2
4
«Mocita blanca y pura, / cual las aguas eternas...» Las aguas eternas
pueden ser las de los ríos maravillosos que riegan los vergeles del Paraíso
koránico; o también las de esa fuente de eterna juventud que las leyendas
persas sitúan en el monte Kal (Cáucaso).
como redes de caza.
Dejar correr las horas,
en charla grata, amena,
de Hafiz escuchando
las sonoras cuartetas
o las sabias lecciones
de Hach Kován que presta
luz y consuelo al mundo
con su acendrada ciencia.
Estos son los placeres
que el nombre justifican;
quien no se place en ellos
su mal gusto acredita,
y muestra ser un cuerpo,
que alma no vivifica.

CCIX

¡Igual que mi mocito,


hueles, aura traviesa!
Sin duda le has robado
esa fragancia densa.
¿Cómo fuiste atrevida
para obrar tal despojo?
¿Rivalizar pretendes
con él? Intento loco.
Su blanca cara, oh rosa,
eclipsar no pretendas.
Tú estás llena de espinas,
y ella es suave y es tersa.
Con su bozo que apunta,
no luches, albahaca.
Tú luego te marchitas,
el tiempo a él no le daña.
Ante sus ojos bellos,
te esfumas, ¡oh narciso!
Sus ojos son ardientes;
tú eres lánguido, frío.
Oh ciprés, si gallardo
en el jardín pareces,
es porque de mi mozo
el tallo airoso tienes.
¡Alma mía! Si aún te fuera
elegir dado, dime;
¿qué cosa elegirías
sino este amor sublime?
Si estar ausente un día
no puedes, de Hafiz;
¿por qué amante a sus brazos,
no vienes luego, di?

CCX

Ese ídolo, esplendente, de joyas constelado,


y cuyo corazón es del mármol más duro,
toda la paz del alma por siempre me ha robado,
con su cándida frente, con su mirar flechero,
con su fulgor de luna, dominadora y plena,
y el candor de las ropas, que le ciñen el cuerpo.
Arde toda mi alma en violenta pasión;
como vasija al fuego hierve, y bulle y fermenta
mi pobre corazón.
¡Oh si ceñir su cuerpo yo pudiera
cual lo hace su vestido! ¡Ser la túnica
interior, y así unido estar a ella!
En la fosa mis huesos hechos polvo
yacerán algún día; pero su amor
viviendo seguirá tan poderoso.
Sus pechos prominentes, su garganta
de paloma el juicio me robaron;
sin fe, sin religión quedó mi alma.
Ya para ti, Hafiz, tan sólo existe
su boca de rubí; si no te besa
en un sopor se abisma tu alma, triste.

CCXI

Ya de rosas tempranas
corono mis guedejas;
ya levanto la copa
y, al lado de mi bella,
me río de los sultanes
y de su pompa necia.

CCXII

Quita de aquí esa antorcha,


que su luz no hace falta;
pues la luna esta noche
es la faz de mi amada.
Lejos de aquí los finos
aromas siríacos;
las trenzas de mi amiga
todo lo han perfumado.
El dulzor no ponderes
del azúcar la boca
de mi amada, destila
una miel que rebosa.
El vino, a otros vedado,
nos está permitido;
y estando tú presente,
aún nos sabrá más rico.
Mas si tú me desdeñas
y la espalda me vuelves,
por llorar a mis anchas
huiré yo de la gente.
No quieras de la fama
ansia hacerme sentir;
que sus huecos reclamos
mella no hacen en mí.
A mí sólo me agradan
la música y el canto;
y ver que en tomo mío
corre ligero el vaso.
Ya sé que tengo nota
de loco y libertino;
mas dime si hay alguno
que de mí sea distinto.
y compondré en su honor
al punto un panegírico.
Mas te ruego una cosa:
no cuentes, por favor,
mis inocentes juegos
a nuestro superior,
aunque no sea tampoco
de templanza un dechado,
pues más de una vez noto
que está un poco borracho.
Hafiz, el crudo invierno
cortó nuestros placeres;
mas ya volvió la rosa,
y el vino otra vez vuelve.

CCXIII

Ven aprisa, copero,


que el vaso cristalino
del tulipán rebosa
de fresco, dulce vino.
Sonríe a la primavera,
desarruga tu ceño
y deja de rumiar
tus tristes pensamientos.
Olvida los agravios,
desdenes y desaires,
y la ambición arroja
de tu pecho al instante;
repasa las historias
y verás cómo el Kaisar
perdió, al fin, su diadema
y el gran Ki con, su fama
en la nada se hundió.43
Sacude tu apaña;
¿no ves cómo se alegra
de la mañana el ave
y en el jardín florido
loca revolotea?
Anda y goza el momento
presente, que ya está
rondándote la frente
el gran sueño eternal.
¡Oh, con qué gracia y garbo,
linda planta, te meces,
cuando de primavera
dulce risa te mueve!
¡Que nunca del ceñudo
invierno el soplo frío
seque ese tierno tallo,
tan gentil y tan fino!
¿Quién en la suerte fía,
ni en su risa falaz?
Ni un instante descansa
su rueda en su girar.
Quien en ella confía,
caro paga su error;
que es inquieta y voluble
al conceder su amor.
Mañana en el alchenna,
las huríes esplendentes,
3
4
«... / y el gran Ki con su fama / en la nada se hundió...» El gran Ki es
Ki Josru, el Ciro de la Biblia, según unos y, según otros, el tercer monarca
de la dinastía de los Kai, que derrotó al rey de los turanios Afrasyab,
invasor de la Persia, en las montañas de la Media, 550 años antes de cristo.
nos brindarán la linfa
del Kautzer transparente;
pero gocemos hoy
el vino que en la tierra
nos escancia una linda
y amable muchachuela.
Esta dulce mañana
nos recuerda la otra
de nuestra juventud,
que se fue presurosa.
Gocemos, pues, a prisa,
su encanto; tráenos vino,
copero, y que él ahuyente
todo pesar antiguo.
No admires de la rosa
la galana belleza,
ni su color celebres
con colmada lisonja;
que pronto el implacable
viento su veste rasga,
ya nuestros pies sus pétalos,
haciendo befa, lanza.
Con el licor más dulce
por Hatin Tai brindemos,
que singular tesoro
es este vino nuevo.
Y nunca el libro abramos
en que escritos están
los nombres de esos seres
llenos de mezquindad.
Este vino, que vierte
su color de rubí
cual la flor encendida
del argován gentil,
su esplendor en el rostro
de mi amado refleja,
y el corazón le agita
y su ritmo acelera.
Ya su concierto inician
los pájaros alegres
que entre las flores al vuelo
remontan indolentes;
y el arpa su armonía
une en feliz acorde,
con la música grata
de la flauta y las voces.
Tráeme el sofá; el ciprés
baja ante ti la frente,
cual la inclina el esclavo
ante el señor; la leve
caña ciñe el primor
de su vistoso manto
con verde cinturón.
Hafiz, tu bello canto
trastorna los sentidos,
pues de todos los otros
sobrepuja el hechizo;
desde Rum, luz del mundo,
y desde Ri, tu fama44
hasta Mizr y Katai
se extiende soberana.

4
4
«... / y desde Ri, tu fama...» Ri es una ciudad de Persia, famosa por
haber sido cuna de muchos ilustres personajes; está situada en el extremo
norte del Irak pérsico o Kubistán, en lo que antes se llamó la Partia o
territorio de los partos.
ÍNDICE DE PRIMEROS VERSOS

A censurarme no tenéis derecho


A mi grácil cervatillo
A llamar a la puerta del alchenna
Al despuntar de la aurora, a la rosa el ruiseñor
Amante de la rosa, el ruiseñor
Ante el enemigo alza la fimbria del corazón
Aún no perdí la esperanza -de ella vivo- de tus besos
Ayer de madrugada, quise beber un poco

¡Bailad todos! ¡Divina es la danza!


Bajé al jardín al despuntar la aurora
¡Borracho estás, Hafiz!

¡Ciudad de los amores! Ciudad maravillosa


Como el ciprés esbelto, un amorcillo
Como el gran mago Samir
¿Cómo podría estar lejos la risa de tu boca?
¿Cómo será que tu fragante pelo?
Como una novia fragante
Compré tu alma, y como precio te di el pobre corazón
Con hábitos de mul-lahs
Con tal de pasar contigo toda una noche, mi amada
Con tus palabras piensas ofenderme
Copero, dame pronto
¡Coronad mis pecados
Creyente, no condenes al fuego del infierno
Cuando de sus vestidos se desprende
Cuando de tu belleza, amada mía
Cuando despunta la aurora, desde las salas secretas
Cuando la primavera esparce sus tropeles floridos
Cuando mi sensualidad
Cuando por el oriente de la copa
Cuando por primera vez te encontraron mis ojos
¡Dadme acá el vaso! Vedle cómo eclipsa
De amargura un alarde mi corazón herido
De buena gana me haría
De los rizos de mi amiga me quise yo colgar
De mi amada roza, oh brisa, con tus alas la mansión
De mi sepulcro un día brotarán tulipanes
De nuevo el alma el vino me robó traicionero
De Saba volvió la brisa
De todo puritanismo
De todos los tesoros de este mundo
De tu pecho los montes de azucenas
¡Déjame que en tus rizos andulee.
Déjame ver tu cara y olvidaré mi pena
Del alto firmamento desprendióse una estrella
Del enemigo siempre sólo obtuve pesar
Del libro del Saber una sentencia
Del mundo el poder supremo
Del pecho el corazón
Del perfume de tus trenzas la violeta está celosa
Desde que a la salvación
¡Desgraciado de mí! ¿Quién de mi amada
Despreciable eres del todo
Dinos, Hafiz, por favor
Divina es la alegría. ¡No la censures!
-¿Dónde esta mi creencia. -me preguntas
Dulce es la palabra amorosa el recuerdo

El bulbul en el tiempo de las rosas


El capullo de rosa ante ti se vergüenza
El céfiro de oriente, presumido
¡El dinero del sufi
El fuego de mi aliento lastimero
El huracán de cuajo
El mul-lah con furor me recrimina
El narciso y la rosa, cuando pasas
El plantel de mi jardín
El torrente llevóse los restos de la vida
El verdadero sabio se coloca
El vino y los placeres, ¿qué son, sino alegrías.
Elévase la luna e ilumina
En el reino de amor hay mil rarezas
En la copa del vino, la sed muere
En la noche destrenzada
En la quima del ciprés
Enfermo estoy, lo sé... pero ¡dejadme!
Es el pecado un mujer ubérrima
Esa fuente, de todas la más santa
Escánciame el vino, saki, y que su llama
Escánciame pronto, saki, una copa de lo añejo
¡Escánciame, saki, el vino!
Ese ídolo, esplendente, de joyas constelado
Espera cuanto quieras el cambio de los tiempos
Esta noche en medio de la sangre dormiré

Fue un instante tan sólo y luego huiste aprisa


¡Fuera preocupaciones, mis amigos.

Hipócritas de suyo son los mul-lahs

¡Igual que mi mocito


Jamás de acuerdo estamos, vida mía.

La amistad es corriente se trueque en malquerencia


La brisa matinal resucita mi infancia
La buena amistad es rara
La copa rebosante es lo que amo
La juventud escurrióse
La ladrona de mi alma, dijo: -Idos -y al momento
La lealtad de mis amores
¡La piedra de los sabios trae, copero!
Largo tiempo corrí tras de la necia
Las perlas de mi alma sólo tienen
Las virtudes aquí habitan
Lejos de ti, mi amor, más que cirio yo lloro
Lo mismo que la avispa de la rosa en el seno
Loado, Alá, seas, porque el día y la noche
Los devotos se acercan reverentes
Los ojos que a los magos de Bebel dan lecciones

Llegó la primavera con sus cestos de rosas


Llegó la primavera. Y el jacinto
Llegó la rosa, amigos

Mi jardín lleno de rosas en flor


Mi pena ahogar yo quiero
Mírame con tus ojos sin velillo
Músico, con voz dulce
Nada habrá que arrancar pueda
¡Necios que no creéis en e amor.
No critiquéis al prójimo; benévolos
No me inspiran pavor los que amenazan
¡No me riñáis! Decís que ya soy viejo
No seas conmigo demasiado tierna
¡No te asombre mi manto recamado de oro!
Nuestra separación, amada, como la sal ha sido
Nuestro prior anoche
Nunca mi amada fue a la escuela
¡Oh dulce brisa fragante! Acaricia sus cabellos
¡Oh estrella, la más clara del cielo de lo bello
¡Oh luna de mi amor! Poder mirarte estático
¡Oh perla, que del mar de la belleza
Oh tú, que bebes del fragante vino
Oh vida, ten cuidado con mi constante ¡ay!
Orilla de la fuente sentarse en primavera
Os placéis en juntar nota con nota

Para hacer la zalá me arrodillé


Pensáis que es harto breve nuestra vida
Perdido tengo el juicio
Por la magia de tus ojos hechiceros, oh mi amada.
¿Por qué fermentar quieres cual vino en el tonel?
¿Por que mi corazón palpita loco.
¿Por qué si tu dulzura me es vedada
Por sencillez, candor y leal respeto
Prisionero se ha de ver el genio de la alegría
Pronto, copero, vino

¡Qué dolor! Mi rosario


Que el frescor de tu belleza se acreciente de día en día
¿Que importa que en tu jardín robe un manojo de rosas.
¡Qué lindo ese lunar en tu mejilla!
¡Qué magnífica noche! ¡Cuán alegre
¡Qué sea la luz! -exclamó Alá
Quien busca curación, no es digno de la herida
¿Quién de la taberna el polvo con su frente no barrió
Quien enamorado evoca tu aterciopelado rostro
¿Quién merece desprecio. ¿Quién elogio?
¿Quién sabrá contar la historia
Quien tiene que vivir en país ajeno
¿Quieres que yo vea cumplido
Quise arrojar una piedra
Quisiera ser un lago transparente
Quita de aquí esa antorcha
Rosa que el lindo rostro

Sale la aurora, tocada


Schirás ¡qué el cielo te guarde! Pues lo merece, a fe
Se acabaron los ayunos, ¡oh creyentes!
Se puede alegrar al mundo sin detener la realeza
Se puso el sol, se puso la alegría
Señor, el sacrificio penoso de la ausencia
Si alguna vez me siento
Si amigo nuestro a ser aspiras
Si el guapo mozo de Schirás quisiese
Si el tiempo hostil volviera a saludarme
Si la razón supiera qué infinito
Si por acaso mis versos
Sobre Schirás se ciernen sombrías nubes
Son tus ojos la fuente oscura y encantada
Soy blanda cera en tus manos
Su cáliz al cielo alza
Sufrí de amor la angustia
Sus botellas, las rosas han agotado ya

¡Tabernero! en la mañana
Te lo ruego, mi amada, sonríeme
Te regalo mi alma... pero ¿cómo?
Ten húmeda tu boca, de la boca del vaso
Toda la noche riego con lágrimas por ti
Todo el poder del mundo de humillación no salva.
Todo en el universo se renueva
Todo está predestinado
Torna la juventud y se engalana
Trájome un mensajero, así Alá lo bendiga
Tú gustas de sentarte ante los libros
Tu imagen adorada siempre llevo en mi pecho
Tú me sorbes la sangre, de tal modo
Tu sonrisa, tan dulce en nuestra despedida
Tus caderas, Sulamit, son dos cojines
Tus cejas abovedadas
Tus formas sin excepción son un dechado
Tus grandes ojos de almendra
Tus lindos rizos el seso
Tuya seré -me dijiste-; suspende, pues, tus ayes.
Tuyo seré mientras mis pulsos latan

Ufánanse los necios y alardean


Un átomo de polvo soy ahora
Un extranjero soy que vino hasta tu puerta
Un músico esta noche
Un sabio vino una noche a visitarme á mi casa
Un sólo beso en tus labios, que ella misma me brindó

Ve en la noche al jardín, junto a la fuente


Ved al monje, al asceta venerado
Ven a mi tumba con semblante alegre
Ve aprisa, copero
Ven, que ya siento el aire
Ven, sufi, contempla el vaso
Vuelve la rosa al jardín

¿Y mi alma? ¿Qué es mi pobre


Ya de rosas tempranas
Yo, Hafiz el poeta, no soy ningún beato
Yo sólo soy una pobre lamparilla de aceite
Yo ya dejé de ser. Me consumí

Potrebbero piacerti anche