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DERECHO
ADMINISTRATIVO
BASES FUNDAMENTALES
TOMO II
El principio de juridicidad
1
1. El principio general
1
Ya que habla de los “órganos del Estado”, sin excluir a ninguno; y en la función constituyente también actúan y
participan “órganos del Estado”, de allí que también se encuentran incluidos en cuanto decimos; no se olvide que
“donde la ley no distingue (y se trata nada menos que de la “ley fundamental”) no le es lícito al intérprete distinguir”.
Sobre la responsabilidad del Estado por la actividad constituyente véase en Revista de Derecho Público N° 33/34 (1988) el
trabajo del Prof. Marienhoff Responsabilidad del Estado por su actividad legislativa, 147 – 162, quien la acepta asimismo en el
ordenamiento argentino)
2
O aun “convenido”, si se trata de su actividad contractual en que se haya violado dicho artículo 7°.
2
referencia ella sino a gobierno responsable, y responsable ante la propia
comunidad que rige?
Sí, configurar un Estado como república no es otra cosa que instituir un
régimen de gobierno jurídicamente institucionalizado, donde todos los sujetos –
gobernantes y gobernados – son responsables, esto es, responden en el Derecho
y dan cuenta de sus actos y conductas, donde todo agraviado o lesionado por
sus hechos o actos puede pedirle cuenta y llevarlos a los tribunales para que
éstos declaren la adecuación o inadecuación de ellos frente al Derecho y
resarzan los daños o perjuicios que ilícitamente han provocado; en otros
términos, un régimen donde no hay sujetos fuera del Derecho, todos se
encuentran a él sujetos, sean públicos o privados, naturales o jurídicos, aun el
mismo Estado, y cualquiera de sus órganos.
Muy bien lo confirma ello el artículo 19 N° 2 al disponer que “La
Constitución asegura a todas las personas:
La igualdad ante la ley. En Chile no hay persona ni grupo privilegiados…”, y
su inciso 2° “Ni la ley ni autoridad podrán establecer diferencias arbitrarias” (Nota 6:
Cursivas nuestras).
Por su parte, el artículo 5° inciso 2° dispone que “El ejercicio de la
soberanía reconoce como limitación el respecto de los derechos esenciales que
emanan de la naturaleza humana”, esto es, el poder público, la potestas o
imperium de los órganos públicos, es decir, de los órganos del Estado, tiene
como límite en su actuación el respeto de los dichos derechos esenciales, que la
propia Constitución se encarga de precisar y delimitar (artículo 19°) y de
amparar y garantizar por las acciones procesales correspondientes (artículos 20,
21 y otros), sin perjuicio de las demás garantías legales que el ordenamiento
secundario (leyes) arbitre al efecto.
Y es que – finalmente y causa eficiente de todo lo anterior – 3 el Estado y
todos sus órganos, funciones, actividades y medios, “está al servicio de la
persona humana y su finalidad es promover el bien común, para lo cual debe
contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y cada uno de
los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y
material posible, con pleno respeto de los derechos y garantías que esta
Constitución establece”. Tal es el encabezamiento del inciso 4° del artículo 1°
de la Constitución, precepto que contiene los principios básicos de la
ordenación social en que se asienta la nación 4.
3
órganos ha cometido un daño en el ejercicio de su actividad, y habiendo
incurrido en infracción de normas o preceptos constitucionales, o en infracción
de disposiciones dictadas conforme a ellas, resulta indispensable indagar si la
propia Constitución ha arbitrado un régimen específico, o varios, que concreten
este principio general inconcuso, claro y preciso que hemos referido en el
párrafo precedente.
Respecto de la responsabilidad del Estado por el llamado error judicial y
en materia penal, el constituyente ha estimado del caso arbitrar un régimen
jurídico específico (artículo 19 N° 7 letra i) y particular, que obviamente no
excluye el régimen general respecto de los daños que la actividad jurisdiccional
produzca al realizarse, incluido el ocasionado por el denominado “error
judicial”, si se estimare éste menos eficaz 5.
Pero, respecto de todo el resto – esto es, daños producidos por los órganos
del Estado (en las condiciones referidas en los citados artículos 6° y 7°),
cualesquiera sean estos órganos – existen dos normas bien precisas y muy bien
construidas: ellas son los números 24 y 20 del artículo 19 de la Constitución.
Estas dos disposiciones – una (N° 24) ya en la Constitución de 1833 (artículo 12
N° 5), la otra (N° 20) ya en la Constitución de 1925, reforma de la del 33
(artículo 10 N° 9) – sientan las bases que presidan todo régimen jurídico
concreto que la Constitución de 1980 ha establecido respecto de la
responsabilidad del Estado.
La primera de ellas – artículo 19 N° 24 – es bien conocida, pero, a pesar
de ello, merece transcribirse en sus incisos aquí pertinentes, para mejor
seguimiento del análisis:
(Inciso 1°) “La constitución asegura a todas las personas: 24. El derecho de
propiedad en sus diversas especies sobre toda clase de bienes corporales o incorporales.
(Inciso 2°) Sólo la ley puede establecer el modo de adquirir la propiedad, de usar,
gozar y disponer de ella y las limitaciones y obligaciones que deriven de su función
social. Esta comprende cuanto exijan los intereses generales de la Nación, la seguridad
nacional, la utilidad y la salubridad públicas y la conservación del patrimonio
ambiental.
(Inciso 3°) Nadie puede, en caso alguno, ser privado de su propiedad, del bien
sobre que recae o de alguno de los atributos o facultades esenciales del dominio, sino en
virtud de ley general o especial que autorice la expropiación por causa de utilidad
pública o de interés nacional, calificada por el legislador. El expropiado podrá reclamar
de la legalidad del acto expropiatorio ante los tribunales ordinarios y tendrá siempre
derecho a indemnización por el daño patrimonial efectivamente causado, la que se fijará
de común acuerdo o en sentencia dictada conforme a derecho por dichos tribunales.
(Inciso 4°) A falta de acuerdo, la indemnización deberá ser pagada en dinero
efectivo al contado”.
5
Este régimen es complementario por un autoacordado de la Corte Suprema de fecha 11 – 8 1983; ha recibido frecuente
aplicación últimamente: vid en Gaceta Jurídica de los casos Stephens Freire (10-1-84), en N° 43, 38 – 40; Álvarez Marín y
otros (31-7-84), en N° 50, 50 – 55; Paredes Quezada (6-8-84) en ídem, 55 – 57; Montero Montenegro, y Monsalve Ortiz (ambos
de 11-10-84) en N° 52, 36 – 39 y 39 – 44, respectivamente; Millaquipay Santibáñez (2-11-84) y Granadino Cielock (5-11-84),
ambos en N° 53, 26 – 27 y 27 – 29, respectivamente, y Alfaro Motles (20-12-84) en N° 54, 57 – 60. Sobre la compatibilidad
de este régimen específico con el régimen general, vid. nuestro Responsabilidad del Estado por la actividad jurisdiccional, en
Revista Chilena de Derecho, vol. 10 (1983) N° 1, 45 – 58, ahora en este tomo II, 311 – 327
4
1) Que sólo mediando la expropiación de un bien 6, y cumplidos los
requisitos y condiciones que la propia Constitución establece al efecto 7, podrá
éste ser sustraído del dominio de su dueño 8, y
2) Que sólo la ley – es decir materia de reserva legal – puede establecer
“las limitaciones y obligaciones” que deriven de la función social de la
propiedad, “función social” que la misma Constitución se encarga de precisar
en sus contornos9, ley que en caso alguno podrá afectar el derecho de propiedad
en su esencia, ni imponerle condiciones, tributos o requisitos que impidan su
libre ejercicio 10.
Si se advierte, sólo en los casos previstos en la propia Constitución
Política y mediando los condicionamientos y requisitos que ella preve y precisa,
es posible que alguien se vea privado de lo suyo: toda otra causal que no sea de
las que el constituyente ha previsto y formulado, no se encuentra cubierta con
la preceptiva constitucional y, por ende, infringe su texto, y deviene
inconstitucional, contraria a sus disposiciones. Y no se olvide que todo acto en
contravención a ella genera las responsabilidades y sanciones que la ley señala.
Ahora bien, todo daño, cualquiera sea el órgano del Estado que lo haya
producido, ocasionado, provocado, y cualquiera sea la naturaleza del daño,
significa o es un detrimento de la esfera jurídica de un sujeto, sea éste natural o
jurídico; es decir un menoscabo de lo que le pertenece, una lesión en lo suyo, y
veíamos que la Constitución establece – y como una de las bases fundamentales
del ordenamiento constitucional – el que “nadie puede, en caso alguno ser
privado de su propiedad, del bien sobre que recae o de alguno de los atributos
o facultades esenciales del dominio” sino en los casos que ella misma dispone y
en la forma, condiciones y requisitos que el efecto determina.
Un daño producido, pues, por la actividad de los órganos del Estado –
cualquiera sea – y que no esté cubierto por la preceptiva constitucional, esto es
porque no es de los casos en que la Constitución se coloca, genera
responsabilidad – por significar una infracción a la Constitución – y, en
consecuencia, debe ser indemnizado total e integralmente, a fin de restituir a la
víctima en la situación que se encontraba antes de sufrir ese daño antijurídico,
daño que no estaba jurídicamente obligada a soportar.
Y el daño debe repararse – en la medida ciertamente que sea antijurídico,
no encontrándose la víctima en la obligación jurídica de soportarlo, desde que
no ha sido puesto a su carga por el Derecho – porque significa una igualdad que
se rompe, un equilibrio que se perturba, un desajuste en el orden existente que
es necesario restablecer, equilibrar, ajustar, a fin de que se haga justicia en las
relaciones de las personas que viven en comunidad, pues que es injusticia en las
relaciones sociales no habrá nunca paz (pax opus iustitia).
6
y de un bien que sea susceptible de expropiación, que no todos lo son..
7
Incisos 3°, 4° y 5° del N° 24 del artículo 19.
8
La Constitución ha precisado que puede ser 1) un bien, o 2) un atributo esencial, o 3) una facultad esencial del
dominio; recuérdese que los atributos suelen ser descritos como absoluto, exclusivo y perpetuo, y las facultades
enunciadas como uso, goce y disposición.
9
Comprende “cuanto exijan los intereses generales de la Nación, la seguridad nacional, la utilidad y la salubridad
públicas y la conservación del patrimonio ambiental” (artículo 19, N° 24 inciso 2º). Algunos términos son precisos de
contenido, siendo otros verdaderos “conceptos jurídicos indeterminados”, pero sean unos sean otros, siempre es el juez
– y juez ordinario, al menos en el ordenamiento vigente – el último intérprete de su contenido y alcance (para una
aproximación a la noción de “concepto jurídico indeterminado” véase E. García de Enterría, El control de los poderes
discrecionales, en Revista de Derecho Público N° 17 (1975) 81 – 96; y más ampliamente F. Sainz Moreno, Conceptos
jurídicos, interpretación y discrecionalidad administrativa. Civitas, Madrid, 1976, espec. 191 ss.
10
Es la norma fundamental del artículo 19 Nº 26, de la garantía de la “esencia de los derechos”; de vulnerar tal ley esta
disposición, deviene inconstitucional y podrá ser atacada por la acción de inconstitucionalidad (artículo 80), llamada
recurso de inaplicabilidad.
5
Y es que el Derecho – que mira a concretar en la realidad lo justo jurídico
– no es sino una justa repartición de bienes (res exteriores: beneficios y cargas)
que pueden ser repartidos o atribuidos o intercambiados entre los miembros de
una comunidad, y según una armónica relación de igualdad (de
equivalencia/conmutación, o de proporción/ distribución 11).
Y refuerza esta idea – viniendo a completar el régimen jurídico que la
Constitución a dispuesto, en cuanto prevé toda posible situación de daño,
supuesto que hubiere podido alguno escapar de la previsión del número 24
referido – Nº 20 del artículo 19, segundo de los preceptos antes aludidos:
Veíamos hace un instante que el daño sufrido por una víctima comporta
para ella un desequilibrio en su situación jurídica, un desajuste, un “minus”,
lesión, detrimento, menoscabo, daño que siendo antijurídico implica una
desigualdad en las relaciones jurídicas en que ella se encuentra. Y ello es tanto
más notorio y notable cuando el autor del daño es el Estado, a través de alguno
de sus órganos, pues la propia Constitución ha dispuesto “la igualdad ante la
ley” (artículo 19 Nº 2 inciso 1º) e impone de manera imperativa el que “ni la ley
ni autoridad alguna podrán establecer diferencias arbitrarias”, precepto que se
concreta más específicamente en el Nº 20 trascrito al prescribir “la igual
repartición de las cargas públicas” (inciso 1º).
Un daño impuesto a uno o algunos sujetos 12 , implica una carga desigual,
es ello obvio, y al ser desigual una infracción de este Nº 20 del artículo 19 de la
Constitución y, por tanto genera responsabilidad para su autor, es decir, en este
caso el Estado, cualquiera sea el órgano o la función (artículos 6º y 7º).
Es decir, todo daño antijurídico – producido por un órgano del Estado –
priva de lo suyo a la víctima que lo sufre y comporta para ella una carga, que
implica desigualdad en su repartición, ya que sólo ella lo soporta y, por ende,
debe ser restituida en aquello en que fue privada, lesionada, menoscabada,
íntegra y cabalmente, a fin de volver a la situación en que se encontraba antes
de sufrir el daño, daño que no estaba obligada jurídicamente a soportar. 13 .
11
Es la idea clásica del ius (romano), es decir, el Derecho como lo justo que ya venía de Aristóteles y será desarrollado
ampliamente por la escolástica medieval, en especial Santo Tomás de Aquino; este clásico nos recuerda que lo propio de
la justicia es ordenar o regir al hombre en las cosas relativa a otro, e implica cierta igualdad, como su propio nombre lo
evidencia:: en el lenguaje vulgar se dice que las cosas se igualan, que se “ajustan”, y la igualdad se establece
precisamente en relación a otro, pues que lo recto en el acto de justicia se constituye en atención a otro sujeto; en
nuestras obras se llama justo lo que según una igualdad corresponde a otra, v. gr.; La remuneración debida por un
servicio prestado. El nombre de justo se da a aquello que realizando la rectitud de la justicia es el término del acto de
ésta, de allí que de un modo especial se determine por si mismo el objeto de la justicia, y que es llamado lo justo ( ius), tal
el Derecho; por ello es que se dice que el derecho es el objeto de la justicia. Y agrega el Aquinatense (ob. Cit. 2 – 2. 57.1)
que Derecho originariamente no es otra cosa que la misma cosa justa (ipsa res iusta), lo justo, lo debido a otro según una
armónica relación de igualdad (de equivalencia, o de proporción, según el caso) en el intercambio de bienes o en el
reparto o distribución de beneficios o cargas. De allí que el daño antijurídico llama necesariamente a la reparación, a la
restitución, al resarcimiento; y es que “todo lo que origina un daño a alguien le quita o le sustrae aquello en que le
daña, ya que se llama daño precisamente porque uno tiene menos de lo que debe tener”, y en consecuencia “el hombre
está obligado a la restitución de aquello en que perjudicó a otro” (ob. Cit; 2 – 2.64.4 resp.); la reparación, que no es sino
una restitución, viene a ser “el poner de nuevo a uno en posesión de lo suyo”, restitución que se ordena principalmente
“a remediar el daño sufrido por aquel a quien se le ha quitado injustamente algo” (ob. Cit 2 – 2.62..6 ad 3), y que es un
acto de justicia (ídem, 2-2.64.8)..
12
E incluso a toda la comunidad si es el caso, pues el que sea “mal de muchos” no exonera al Estado del deber jurídico
de reparar; en este caso la reparación deberá alcanzar igualmente respecto de cada uno de los miembros de la
comunidad que hayan sufrido efectivamente un daño antijurídico
13
Es el caso en que tanto Lapostol y Comunidad Galletué conviene en que el Estado debe indemnizar a las víctimas por
daños producidos por la autoridad administrativa (Lapostol, Corte Suprema 8.1.1930, en Revista de Derecho y
6
3. Tribunal Competente
4. El derecho aplicable
Jurisprudencia Tomo 27 (1930), II., 1ª, 744 – 748, especialmente concid. 7º del fallo de la Corte de Apelaciones de
Santiago (confirmado) de 9.11.1923, y consid. 7º del de la Corte Suprema; Comunidad Galletué, Corte Suprema, 7.8.84, en
ídem, T. 81 (1984) 2.5, 181 – 189, ahora en este tomo II, 430 – 434.
14
para la actividad administrativa hemos citado algunos casos en nuestro Responsabilidad Administrativa Municipal, en
RDJ, Tomo 78, (1981), 39 – 48, Espec. 46 – 47, notas 25 a 34; en este tomo II, 328 – 345
15
La Corte Suprema estimó que el artículo 87 le habría sustraído la competencia para conocer de las acciones de la
nulidad de los actos administrativos – no obstante que los tribunales administrativos que allí se preveían nunca fueron
creados como orden general de tribunales -, pero jamás (a nuestro conocimiento) admitió que le habría sustraído el
conocimiento de la acción ordinaria de indemnización de perjuicios en contra del Estado por los daños cometidos en su
actividad administrativa. Incluso en Becker (Corte Suprema, 13.1.1965, en RDJ, t..62 (1965) II, I, 6 – 13) sostuvo que este
artículo 87 era una de las bases que el constituyente de 1925 había establecido para aceptar la responsabilidad del
Estado administrador (vid. Considerando 3º in fine.)..
16
aunque no lo dice la norma, hay que entenderlo que es el daño y para pedir su reparación, porque de otro modo no se
entiende la frase final, que precisamente, dice que esa acción es “sin perjuicio de la responsabilidad que pudiera afectar
al funcionario que hubiere causado el daño”
17
Para la responsabilidad del Estado juez por el error judicial la Constitución ha dispuesto – como ya hemos dicho – un
régimen jurídico especial y un procedimiento que ha sido complementado por la Corte Suprema por medio de un Auto
Acordado (vid. Nota 9 precedente). La legislación segundaria (leyes) contempla casos especiales de los cuales el más
importante por su aplicación práctica y por su configuración es el regulado en la ley orgánica de municipalidades (Nº
18.695 y reformas Art. 123.)..
7
específica de esas actividades, v. gr., legislativa o administrativa, o judicial o
contralora, o constituyente. En otros términos, una ley general a la manera de
una ley de administración comunal, de procedimientos expropiatorios, del
tránsito, etc. Ello no sucede en nuestro país, donde este tipo de regulación legal
general no existe en el ámbito de la responsabilidad del Estado, ni contractual
ni no contractual.
2) Una ley especial o bien disposiciones específicas de una ley especial,
que regule la responsabilidad del Estado en alguna específica actividad, como
ocurre entre nosotros, v. gr., con la referente a los daños producidos por las
municipalidades, cuya ley orgánica (18.695, de 1988), contiene una disposición
específica (artículo 123) dedicada a regular esta materia y el procedimiento
judicial para su persecución para el caso en que se solicite juntamente la
nulidad del acto reclamado o la dictación del acto omitido.
3) Que no existe una ley general ni ley especial que regule la materia,
como ocurre, v. gr., entre nosotros, en que salvo disposiciones específicas de
alguna ley orgánica de algún servicio público o de una actividad (como la
municipal recién referida), no hay disposiciones legislativas que rijan esta
materia.
Ante de seguir, no cabe olvidar que nos referimos a ley, producto del
órgano legislativo, pues en nuestro caso si existen disposiciones
constitucionales que contemplan un régimen al respecto.
En las condiciones antedichas, debe precisarse que esta tripartición que
hemos hecho gira sobre la base de una regulación jurídica específica para la
responsabilidad constitucional de los órganos del Estado, y regulación de
derecho público18.
En tal evento, por tanto, en que no existe en nuestro ordenamiento ni ley
general reguladora de la responsabilidad del Estado ni ley especial respecto a
alguna de sus actividades, v. gr., legislativa, administrativa, judicial, etc.,
¿quedaría, acaso, sin aplicación la formación fundamental de la Constitución
(artículos 6º y 7º) y, por ende, también incumplida o letra muerta, v. gr., en sus
disposiciones de principios, como el artículo 19 en sus Nº 24 y 20? ¿Podría ser
sensato el afirmar que como el artículo 6º inciso final y el artículo 7º inciso final
indicados remiten a “la responsabilidades y sanciones” que la “ley” señale o
determine, al no existir esta quedaría, en los casos concretos que se produzcan,
la víctima indefensa, y se establecería así la irresponsabilidad consecuencial del
productor del daño, aquí el Estado, por la actividad de cualquiera de sus
órganos?
El más elemental sentido común y la más que elemental justicia nos
dicen que tal postulado es de una insensatez aberrante: el hecho de no existir
18
Hago la salvedad – importantísima para nuestro asunto – porque alguien podría ya estar pensado que falta en esta
tripartición la alusión a la legislación general civil (Título XXXV del libro IV del Código Civil, artículos 2314 ss), pero
creemos – como lo hemos ya mostrado en otras ocasiones (la responsabilidad del Estado administrador, un principio general
del derecho chileno, en este tomo II, pp. 280 – 292 y, en especial en La responsabilidad pública, en este mismo tomo pp. 244 –
280 – que hacer aplicables esas disposiciones implica un error técnico evidente y, lo que es peor aún, un falseamiento
del problema mismo de la responsabilidad del Estado, que no gira sobre la idea de sancionar a un culpable (como
ocurre con la legislación civil),, sino sobre la idea de restituir a una víctima en la situación anterior en que se encontraba
de sufrir el daño antijurídico, y que no estaba jurídicamente obligada a soportar.
No se nos escapa que la jurisprudencia, a partir de 1935, y contrariamente a lo que ocurría como regla general en la
jurisprudencia bajo la Constitución de 1833, se embarcó en la aplicación del Código Civil para aceptar la indemnización
de perjuicios por los daños producidos por el Estado por los que llama “actos de gestión”, pero cabe recordar que en
1965 (Becker cit., considerando 7º) la propia Corte Suprema establece que la dicotomía actos de gestión/actos de
autoridad no tiene asidero alguno en nuestro Derecho: ello no obstó sin embargo, para que aplicara el código civil
(artículo 2320 y 2329) a fin de ordenar las indemnizaciones por los daños producidos por la actividad antijurídica de los
órganos administrativos del Estado.
Si se atiende a Galletué (1984) y a Hexagón (1987),, ello a cambiado ahora, pues se aplica directamente la constitución.
8
disposiciones legislativa – si tal es el caso – no implica que no haya norma
aplicable, por que así existe en tal evento precisos preceptos constitucionales,
que cubren el espectro total de situaciones en que un órgano del Estado,
habiendo dañado a una víctima, debe reparar los perjuicios producidos por su
actividad (sea de comisión, sea de omisión). Y no debe olvidarse que esas
disposiciones de la Constitución Política no sólo tienen el rango primordial de
base de sustentación de todo el ordenamiento jurídico de una nación, sino
además, y por ello mismo, tienen operatividad propia y pueden y deben ser
aplicadas directamente por el juez al decidir una acción indemnizatoria
interpuesta en contra del Estado o alguno de sus órganos19.
Y tales normas no son otras que aquellas que ya referíamos en el
parágrafo 2 precedente, a saber, el artículo 19 en sus números 24 y 20,
directamente aplicables y precisamente operativas, y que permiten al juez que
conoce de una pretensión indemnizatoria dirigida en contra del Estado, hacer
justicia en el caso concreto, haciendo realidad el principio general que el
constituyente ha consagrado en los artículos 6ª y 7ª de la Constitución, de la
responsabilidad de los órganos del Estado en la medida que su actividad
produzca daños antijurídicos.
Conclusiones.
2. Esa responsabilidad del Estado por los daños que cometa alcanza a
cualquiera que se la actividad que desarrolla en el ejercicio de sus diversas
funciones, sin perjuicio de la responsabilidad particular que pudiere alcanzar al
funcionario específico que haya producido el daño.
9
que como principio general el constituyente ha consagrado para todos los
órganos del Estado que actúen de modo antijurídico.
6. Todo otro daño producido por los órganos del Estado, en cualquiera
de sus actividades y que no se encuentre cubierto por esas causales de
justificación que el constituyente ha precisamente previsto, y en las condiciones
y con lo requisitos que ha determinado, debe ser indemnizado, pues la víctima
que en tal caso lo sufre no está jurídicamente obligada a soportarlo, desde que
no ha sido puesto a su carga por el ordenamiento.
10
que ocasionan daño a una víctima que no está jurídicamente obligada a
soportar, presenta unas características muy específicas que merecen ser
señaladas ya que también la jurisprudencia las ha reconocido ampliamente.
Si quisiéramos hacer un apretado resumen de ellas diríamos lo siguiente.
11
desigualdad ante el Derecho y una discriminación arbitraria que está prohibida
a la autoridad estatal hacer (art. 19 Nº 2).
12
e) puesto que tal responsabilidad viene exigida por la justicia, es una
responsabilidad integral, en cuanto debe repararse todo el daño producido
injustamente en la víctima. Esto significa que la indemnización deberá
comprender no solo el daño patrimonialmente producido por el Estado, sino
también el daño extrapatrimonial que ha originado, llámese daño moral, precio
del dolor, detrimento en la afectividad, menoscabo de la honra o dignidad, o
simplemente alteración en las condiciones normales de vida20.
Y es que la responsabilidad persigue - al modo de la nulidad de los actos
antijurídicos – el restituir a la víctima del daño, en lo posible, al mismo estado
en que se encontraba al momento anterior a la comisión de ese daño, como si
este – hipotéticamente – no hubiere existido. Digo “en lo posible”porque casos
hay, como ocurre en los daños que implican, v. gr., la muerte de una persona, o
la mutilación de un miembro (pierna, brazo, mano, etc.), o la invalidez
consecuencial, en que tal restitución no será posible y, por lo tanto, la
indemnización no asumirá una naturaleza restitutoria, sino que ella revestirá
caracteres reparatorios, como sucede normalmente con el llamado daño moral.
20
Aún cuando no se haya expresado - por estar aquí refiriéndonos a las características de la responsabilidad del Estado
-, valga recordar que supuesto de ella, y así establecido en la propia Constitución, es la existencia de un hecho, acto u
omisión antijurídico de un órgano del Estado en el ejercicio de sus funciones. No se olvide que la Constitución, tanto en
su artículo 6º inciso 3º como en su artículo 7º inciso 3º, señala que la responsabilidad del Estado surge, nace o se origina
en la medida en que haya una “infracción” a lo dispuesto en la primera de las disposiciones constitucionales referida,
infracción que “generará” dicha responsabilidad, o una “contravención” a lo estatuido por la segunda de ellas, la cual
“originará” esa consecuencia aludida. Se requiere, pues, para que nazca esta responsabilidad del Estado de la
existencia de un actuar o un omitir antijurídico, contrario a derecho, tal como lo exige la propia constitución.
13