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por vez primera de la actitud de egotismo, cuando no de desquiciado exhibicionismo,

característica de los artistas del siglo XX. Convencidos de que formaban una élite intelectual, una
verdadera casta, los artistas románticos se convirtieron en iconoclastas por naturaleza, y su
pensamiento radicalmente individualista

problemática socialmente en manos de los románticos, en una actitud tal de inseguridad


que se llegó a negar toda realidad fuera del propio «yo» o de las impresiones que «lo otro» —el
mundo exterior— produjeran en el sujeto: la consecuencia última de tal pensamiento fue un
subjet con su propia situación en suelo patrio; la denominación de «emigrado» se hizo usual en
todos los países europeos —e incluso en Norteamérica, como en Hispanoamérica la de
«proscrito»—, puesto que raro fue el autor que no intentase superar, mediante la fuga a otras
latitudes, su propia condición: mientras que los escritores nórdicos abandonaban su patria para
incorporarse a formas de vida mediterráneas, los meridionales huían al norte de Europa para
ponerse en contacto con fórmulas de convivencia social más avanzadas. En el caso de autores
ingleses y alemanes, los cuales no se trasladaban a ciudades meridionales impelidos por razones
políticas, sino simplemente anímicas, esta fuga hacia otras formas de civilización respondía a su
necesidad de expresar de algún modo su rechazo de cualquier forma de vida establecida.ivismo tan
extremo que, con los autores románticos, podemos hablar pero, sobre todo, plena de conflictos
espirituales: la absoluta desconfianza en todo, unida a la segura función social que los jóvenes
autores creen desempeñar, empujarán finalmente a sucesivas generaciones románticas a posturas
tradicionalistas y conservadoras a partir de lo que había sido el liberalismo burgués de sus
antecesores; en este sentido, los románticos nos pueden parecer en ocasiones ilustrados rezagados
que no hubieran llegado a tiempo a la primera revolución burguesa —la Revolución Francesa será
para muchos de ellos el ideal incumplido— y que, por el contrario, debieron asistir y sufrir la
Restauración monárquica: pensemos que, si la burguesía había ganado la primera batalla en el
asedio al poder, casi inmediatamente su misma facción conservadora hubo de invalidar política
y económicamente algunos de sus logros, por lo que, a partir del XIX, asistiremos a la progresiva
conformación de la fracción intelectual como conciencia crítica de su propia clase —la cual no
parece estar dispuesta a dejar participar a tal sector crítico en las tareas de gobierno—.

A principios del siglo XIX, la revuelta conservadora, unida a la extracción noble de


todavía buena parte de los autores románticos, se tradujo en la recuperación del prestigio perdido
por parte de la clase aristocrática y, sobre todo, en la filiación de las nuevas generaciones
románticas a determinadas formas de burguesismo; en algunos países especialmente El concepto de
«individuo» que surgía de las necesidades expresivas del Romanticismo concuerda, a grandes
rasgos, con el nuestro actual, y desde este siglo XIX se basa en formas de pensamiento claramente
deudoras de la ideología burguesa: la persona, el hombre-individuo que será sujeto y objeto del arte
contemporáneo, es en realidad una imagen del burgués prototípico de la nueva sociedad; si su
figura surgió problemáticamente en el XVIII como resultado del enfrentamiento desarrollados —es
el caso de Alemania, Inglaterra y Francia—, tal burguesismo va a dar lugar a la aparición de
nuevas formas de producción artística como medio de expresión de una progresivamente mayor
conciencia de la función de intelectual en el seno de una sociedad conflictiva: de modo incipiente
y confuso durante este período romántico, asistiremos a los primeros enfrentamientos entre el
artista y la sociedad burguesa —resultado, a su vez, de la condición de «artista libre»
característica del XVIII— o, a veces, al enfrentamiento entre sectores de intelectuales, cuya
consecuencia más inmediata será la aparición del Realismo decimonónico no ya como técnica
literaria, sino como medio para expresar una decidida toma de postura ideológica del artista
frente a su sociedad. Por lo que se refiere a los autores románticos, el recelo frente a un sistema
político a cuya formación —o, al menos, a su configuración ideológica— ellos mismos han
contribuido, se traduce en la absoluta desconfianza para con una patria y una sociedad por las
que no se sienten comprendidos; es sintomático, en este sentido, el hecho de que pocos fueran los
románticos conformes

La más característica de las formas de fuga del mundo se propagó con rapidez a otras
clases sociales —preferentemente a la burguesía—, en la consideración de que el nuevo lenguaje
literario, a pesar de estar basado naturalmente en las peculiaridades de cada autor, creaba la
posibilidad de una comunidad universal afirmada en la sensibilidad con la que ya estaba
familiarizada la burguesía desde el sig

de las clases medias con el autoritarismo absolutista, Romanticismo, el individuo configurará


una forma de ser segura de sí misma, en

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