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Poder y suplicio:
las tramas del desarrollo
2 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo
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Rosario Aquím Chávez

Poder y suplicio:
las tramas del desarrollo

CIDDEBENI
4 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

Diseño de tapa: Solange Castro


soleycastro@gmail.com

© Rosario Aquím Chávez, 2006.


© De la presente edición: CIDDEBENI / Plural editores, 2006.

D.L.: 4-1-1118-06
ISBN: 99954-1-012-5

Producción
Plural editores
c. Rosendo Gutiérrez N° 595 esquina Av. Ecuador
Tel. 2411018 / Casilla 5097 / La Paz-Bolivia
Email: plural@acelerate.com

Impreso en Bolivia
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Índice

Presentación ......................................................................... 7
Prólogo ................................................................................. 17

I. La violencia de la globalización ................................ 21


El nuevo orden mundial ............................................. 31

II. Reflexiones en torno al desarrollo ............................. 35


Desarrollo local ............................................................ 43
Estructura demográfica, desarrollo social y pobreza . 47
Sujetos sociales y desarrollo ....................................... 51

III. Foucault y los diagramas de poder ........................... 55


El diagrama del suplicio ............................................. 56
El diagrama del castigo .............................................. 60
El diagrama disciplinario ........................................... 64
El arte de las distribuciones ................................ 66
El control de la actividad ..................................... 67
La composición de fuerzas .................................. 68
El diagrama del biopoder y la biotecnología ........... 71

IV. El diagrama del desarrollo ......................................... 77


El saber del desarrollo: descripción y enunciación. 78
6 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

Descripción: las instituciones y sus reglas:


La triada ciencia-Estado-mercado ...................... 78
Enunciación: los discursos del desarrollo ......... 84

El poder en el desarrollo: la capacidad de afectar


y de ser afectado .......................................................... 89
Participación como alternativa ........................... 89
Ecología y medio ambiente en la agenda ......... 90
Género, el control de la sexualidad ................... 99
Equidad como ética .............................................. 108

Subjetividad: la constitución del sujeto necesitado .. 111

Bibliografía ......................................................................... 119


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Presentación

Este libro actualiza el debate de la rebeldía, el gran debate


sobre la posibilidad de pensar el mundo de otra manera a la
que la Razón occidental nos ha acostumbrado.
Su autora plantea un recorrido epistemológico a las cate-
gorías y conceptos que rigen ese pensamiento de la mano de
connotados autores, irónicamente occidentales (sin soslayar el
sentido lato de ironía) e irónicamente antioccidentales.
En una suerte de repaso metodológico histórico-político,
el libro nos va llevando sistemáticamente a la posición más
crítica respecto del concepto de desarrollo, ilustra los
diagramas de poder establecidos por Michel Foucault y abun-
da en otros diagramas que complementan el trazo que dejan
los tentáculos del Poder mundial.
Su mérito no reside tanto en que establece una nueva teo-
ría y una novísima posición de pensamiento, sino en que or-
dena las corrientes más connotadas de ese pensamiento y con
ellas elabora una crítica sistematizada al desarrollo como
imposición y condena de parte de los organismos financie-
ros que hoy gobiernan el mundo.
Contrapone y hace dialogar diferentes corrientes de pen-
samiento y establece conceptualizaciones para comprender el
proceso de globalización y neoliberalismo que pretende suje-
tar a todos al yugo de un solo orden mundial haciendo tabla
8 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

raza de las contradicciones internas, de las diferencias e


individuaciones.
Un neoliberalismo canallesco, que mientras enajenaba las
grandes riquezas naturales de los países subdesarrollados en-
tre ellos el nuestro a manos de las transnacionales, imponía
todo un discurso de la dependencia mediante pobres conce-
siones de participación en el ámbito de lo menudo.
Fue en aquellos años en que el Estado –el “papá Estado”
que algunos defenestran– abandonó a sus hijos, a los más dé-
biles, para que los devorara el capitalismo salvaje transnacional;
en aquellos años se propició la irrupción de todo un ejército
de individuos y de instituciones ávidos por generar “proyec-
tos de desarrollo” para “luchar contra la pobreza”.
En medio de muy honrosas excepciones, abundaron los que
se lanzaron a medrar en provecho propio –consiguiendo, cuan-
do no jugosos sueldos, importantes réditos políticos, cargos gu-
bernamentales y en instituciones internacionales– con la pobre-
za. En laboratorios de “desarrollo local” los conejillos de indias
fueron mujeres, niños, ancianos, hombres desempleados, ham-
brientos, enfermos, analfabetos, desarraigados, inocentes.
Aparecieron, pues, los nuevos especialistas en desarrollo
queriendo suplantar al desnaturalizado padre Estado para so-
correr a los marginados del sistema: prácticamente el 90% de
la población boliviana.
Sintomático es lo que hizo el neoliberalismo, como bien se-
ñalaba el periodista Andrés Soliz Rada, hoy ministro de Hidro-
carburos: las grandes riquezas se traspasaron al manejo invisi-
ble de las transnacionales, las pequeñas riquezas pasaron a
manos de los municipios, para que asumieran el discurso de la
participación pero en pequeñas cosas y siempre con limitacio-
nes, con leyes y normas incomprensibles supervigilando que la
gente simple no preguntara por lo fundamental.
Una vez más, mediante el hábil juego ideológico de la par-
ticipación “para el desarrollo”, se puso como ilusión una de-
mocracia participativa. De ese modo, la pobreza se volvió un
Presentación 9

fenómeno aislado, una enfermedad, una consecuencia de un


mal comportamiento con respecto al “desarrollo”.
Pero los furibundos “desarrollistas” no son nuevos ni mu-
cho menos. Aquí vale la pena recordar las palabras pronun-
ciadas en 1963 por quien fue el primer presidente del Banco
Interamericano de Desarrollo, Felipe Herrera:* “no debemos
olvidar que a pesar de todo el progreso obtenido por nuestro
hemisferio en el proceso de aculturación, es un esfuerzo por
integrar grandes contingentes de pueblos marginales a la vida civi-
lizada. Latinoamérica todavía tiene una tasa de analfabetismo
del 40%; esto quiere decir que el 40% de la población todavía
no ha sido integrado en la escala de ideas y valores que influ-
yen en las tendencias de la opinión pública de los sectores más
avanzados culturalmente” (los resaltados son nuestros).
Con el vertiginoso avance de la tecnología en Occidente,
pero también con la depauperación del medio ambiente, las
condiciones de vida infrahumanas en que viven cientos de
millones de seres humanos, la proliferación de conflictos béli-
cos y la irrupción más o menos equitativa de otros saberes sub-
alternos en la mesa de discusión, la modernización como con-
cepto hegemónico de condiciones de vida ideales para el ser
humano se está erosionando paulatinamente; y el desarrollo a
secas, su pariente conceptual, también.
¿Qué se puede contraponer a ese discurso? En una óptica
más inclusiva, bien podría afianzarse aquel concepto de mo-
dernidad que ya los poetas de principios del sigo XX afirma-
ran como pluralidad, como tradición polémica y dialéctica,
como pasión crítica.** Las disquisiciones sobre el desarrollo que
hace en ese sentido el poeta mexicano Octavio Paz nos sirven
aquí para hacer hincapié en la posibilidad de hablar desde otro
espacio. No se olvide que modernidad es un concepto occi-

* Healy, Benito Kevin: Experiencias de desarrollo de base en Bolivia y el


apoyo de la FIA, versión en castellano, en preparación.
** Paz, Octavio: Los hijos del limo, Barcelona, Seix Barral, 3ª edición, 1983.
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dental, puesto que es Occidente el que se identifica con el tiem-


po en un sentido lineal, de avance. De este modo, es la civili-
zación occidental la que impone, en función al tiempo como
ideal y parámetro de medición de los cambios, su concepto de
desarrollo y empieza a maquinar como término burocrático
aquello del subdesarrollo para etiquetar a sociedades y civili-
zaciones a las que avasallará por medio de la conquista y de la
colonización. Así, la civilización occidental condena a esas otras
civilizaciones subalternas al desarrollo, a su desarrollo; es de-
cir, al atraso de éstas en relación con el desarrollo del cual aqué-
lla es portadora.
En este punto, Octavio Paz considera un error gravísimo
creer que los cambios de sociedades y de culturas son linea-
les, progresivos y que pueden medirse con el modelo único
de la civilización occidental. Considera que el desarrollo sí
se justifica cuando se habla de la tecnología y de sus conse-
cuencias sociales. Pero, alerta, que la tecnología puede ser
equívoca y peligrosa.
Los hombres, que son los que generan esas tecnologías,
amparados en esa conceptualización del desarrollo occiden-
tal como única ruta, olvidan a menudo que las
domesticaciones de muchos alimentos, de agriculturas hoy
consideradas obsoletas son base fundamental para las mo-
dernas tecnologías alimenticias y llevaron miles de años de
trabajo a pueblos no occidentales, lo mismo que el desarrollo
de la palabra escrita, por ejemplo. Ese olvido histórico de los
créditos que merecen las otras civilizaciones en el desarrollo
actual de la ciencia y la tecnología a menudo pretende hacer
creer que sólo Occidente es responsable de los grandes des-
cubrimientos científicos, ahora asumidos como acontecimien-
tos más espectaculares que los descubrimientos antiguos (y
menos rodeados de parafernalia: el descubrimiento del fue-
go o de la agricultura, por ejemplo).
Si bien la tecnología proporciona a muchos (unos cuantos,
en realidad, si consideramos a toda la población del planeta)
Presentación 11

mejores condiciones de vida y ayuda a acumular y descubrir


mayores conocimientos científicos, hay que considerar tam-
bién con cuidado que con su vertiginoso avance hasta parece-
ría que quiere pasar por encima de ciertas leyes objetivas des-
cubiertas por las ciencias naturales y la biología, vencer y hasta
suprimir ciertas condiciones humanas: a las comunidades no
inmersas en la vida occidental (muchísimas en el mundo, en
Bolivia más de la mitad de su población). De allí que, en su
aspecto perverso, la tecnología también margina.
Por eso, los sucesos “profundos de transformación” que a
menudo señalan los informes desarrollistas con relación a una
época vertiginosa deben ser asumidos desde una parcialidad.
Los descubrimientos tecnológicos pueden ser muy grandes, fun-
damentales, pero no son para todos ni incluyen a todos, y eso
merced a las barreras económicas cada vez más infranqueables.
Es por eso que este libro no tiene finalidad mayor –ni me-
nor– que provocar al debate, inducir a la reflexión y al cues-
tionamiento sobre el concepto y la práctica usual del desarrollo
(con honrosas excepciones) en un momento histórico en que mer-
ced a la fuerza de los movimientos sociales en Latinoamérica, y
particularmente en Bolivia, se está poniendo en cuestionamiento
el modo “políticamente correcto” de interactuar y de “desarro-
llarse” según el acostumbrado modo oficial de ver la historia y
sus cambios: según la óptica occidental.
Y, lo hace precisamente, mediante un repaso bibliográfico
como ya dijimos a autores europeos y norteamericanos, la re-
flexión teórica occidental que ocupa la primera parte del libro
sirve para poner en revisión varios conceptos que se refieren
al quehacer del desarrollo.
De lo que se trata es de plantear una autocrítica a los se-
guidores del modelo de desarrollo según la visión de los po-
derosos del mundo, es decir de las potencias occidentales.
Para ello, se ha recurrido al uso metafórico de los dia-
gramas de poder propuestos por Michel Foucault, para
diseccionar, entre otras cosas, la ideología de la necesidad que
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ha fabricado pensamientos oficiales oportunamente dóciles en


los países empobrecidos por el capitalismo; dependientes y
atrasados por obra del gran capital, pero culpabilizados y en-
vilecidos por éste.
Algunos lectores podrían descalificar este rumbo como “ra-
dical”. Pero si se habla de radicalismo, podríamos decir que
Bolivia está empezando a superar con paso decidido algo más
de veinte años de neoliberalismo, precisamente, radical.
Lo que se ha venido en llamar “cooperación internacional”
es sometida aquí al análisis y a la crítica. Sin reverencias y sin
eufemismos se desnuda una práctica, secular ya, que ha hecho
del Progreso su dios y de la planificación su guía; esa suerte de
vértigo fáustico que no conoce descanso ni fin y que no duda en
sacrificar en sus altares de sacrílego pragmatismo las utopías,
las perezas, las morosidades de una vida que transcurre en el
presente. Todo lo traga y lo consume. El tiempo es medida de
avance hacia una realización siempre futura, no ya el lugar don-
de el ser humano descansa. Y de tal modo se expresan las cosas
en ese mundo de sendas unívocas y de rectas linealidades his-
tóricas, que se patentiza aquello de que los organismos de co-
operación nos quitan el reloj para darnos la hora.
Se ha impuesto, con esto, el sentido del orden frente al caos,
se ha impuesto la armonía contra la polifonía. Habla una sola
voz y todas le hacen coro: “los países del Tercer Mundo están
obligados a aceptar las imposiciones de los organismos interna-
cionales, que son los que definen las políticas de financiamiento,
las políticas económicas y comerciales en un mundo bajo su do-
minio y jurisdicción exclusiva”. Y he aquí que el vértigo del avan-
ce y la carrera sin descanso que un día instauró Fausto frente a
un horrorizado Mefistófeles, demonio más humano y trágico
que el sujeto que lo desafiaba, parece irse sosegando. ¿Se ha lle-
gado al fin; es decir, al abismo? Tal parece que el monstruo
desarrollista empuja y empuja hacia el vacío. El mundo es la
“aldea global” con vasallos sumisos y un señor feudal oteando
el horizonte desde su castillo: es el Imperio vasto y ya infecun-
Presentación 13

do. ¿No es posible otro mundo? ¿No habrán otros mundos gi-
rando en otras órbitas, siguiendo otras rutas? Sobre todos estos
mundos quiere el poderoso Leviatán imponerse. Divide y sub-
divide, fracciona y simplifica, divide y gobierna. De allí surge el
desarrollo local, como subyunción al poder y la filosofía que lo
maneja todo. Sí, parece que la calma ha llegado. El fin de la his-
toria se avizora con el Poder mundializado: las ovejas pacen tran-
quilas en los prados del Señor.
Pero esas ovejas tienen sus peculiaridades; son pobres, ne-
cesitan “salir de la pobreza”; son necesitadas, necesitan de un
dador, de un cooperante, de un “ayudador”. El rebaño tiene
que ser controlado, no ha de desbordar los límites de los
pastizales, no los ha de devorar del todo. “…La superpoblación
es un obstáculo para el logro de los objetivos del desarrollo: el
crecimiento explosivo de las poblaciones amenaza a los países
subdesarrollados con hambruna, enfermedades y desórdenes
sociales violentos, antes desconocidos; de ahí que el único
medio deseable para reajustar los objetivos amenazados sea el
control de las poblaciones”. Y allí emerge, como receta, como
disciplinamiento ideal, la doctrina de la planificación, para
hacer creer que el cambio social puede ser manipulado y diri-
gido, producido a voluntad. Por detrás, el pastor conduce a
las ovejas descarriadas, las lleva por la senda de la domina-
ción y el control social: “de lo que se trata es del manejo de la
pobreza y de problemas sociales como la salud, la educación,
la higiene, el desempleo, etc. Las formas de planificación so-
cial han producido sujetos gobernables, dependientes de los
profesionales, no sólo para satisfacer sus necesidades sino para
ordenarse en realidades (ciudades, sistemas de salud, de edu-
cación, de economía, etc.) que pueden ser gobernadas por el
Estado, mediante la planificación”. Las ovejas no podrán ya
vivir sin amo que les señale los prados donde pacer; se han
habituado al control, se han habituado a su condición de do-
minadas, a su condición de homo miserabilis. En esta estructura
se implanta y se endiosa el desarrollo y sus alrededores. Pero
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hay, por doquier, creciendo una semilla que amarga los estó-
magos de los dominados y no los deja dormir; esta semilla les
devuelve el sentido de la justicia, la conciencia de la libertad.
El poder se expresa en el suplicio, en el castigo, en el desarro-
llo impuesto; el poder se expresa en crear individuos culpa-
bles, el poder gestiona escenarios y actores que desempeñan a
cabalidad sus papeles. Tal su terrible consigna. En un gráfico
capítulo –que se constituye como leit motiv del libro– se des-
cribe los escenarios en que históricamente se sitúan los
diagramas de poder desarrollados por Michel Foucault: el su-
plicio, el castigo y la disciplina; y a continuación se introduce
en el diagrama de poder del desarrollo, de escenario más am-
pliado y quizás más horroroso que los anteriores pues se pro-
longa hacia el sometimiento subliminal del cuerpo, hacia el
sometimiento de la naturaleza. “Detrás de la utopía del cam-
bio, del discurso del desarrollo, hay un adiestramiento minu-
cioso y concreto de las fuerzas útiles”.
Surge el discurso como demiurgo de una nueva categoría
de sujeto: del hombre necesitado, protagonista de la escasez.
El discurso instaura la necesidad, impone la ideología del su-
jeto en busca de desarrollo como utopía para satisfacer sus
“necesidades básicas insatisfechas”. Crea un buscador de te-
soros según un libreto diseñado en ultramar: un sujeto depen-
diente, con una “dependencia material de bienes y servicios
foráneos, dependencia que hasta ese momento no había sido
tomada en cuenta por las culturas”. El sujeto, ya dependiente,
corre por el camino en pos de un anzuelo, que es también como
un yugo invisible que no mata ni impone cadenas: “ayuda”.
Pero no es una ayuda solidaria y libre; al contrario, de
tan soberbia e impositiva, se trata de una ayuda interesada,
dominadora. La ayuda es una imposición. Primero es el hom-
bre (y la mujer, perdónesenos lo genérico) subsumido, em-
pobrecido, endeudado. Luego viene la condonación, el per-
dón. Pero nada inocente: se perdona para dictar luego los
procedimientos, los caminos que ese sujeto, inmaduro, sub-
Presentación 15

desarrollado, ha de seguir para alcanzar, si acaso esto es po-


sible, su emancipación.
Vuelve la primigenia contradicción: libertad contra domi-
nación. Libertad de varios mundos, de varias existencias y tiem-
pos contra la univocidad del desarrollo, único, recto, lineal.
Libertad de los cuerpos, libertad de la naturaleza. Pero la con-
tradicción se actualiza una y otra vez: lucha de los cuerpos,
lucha de los seres humanos, lucha de la naturaleza contra la
tecnología que la quiere aprisionar, lucha de clases.
Este libro ayuda a reflexionar sobre esos temas
Aquí valdría la pena parafrasear ciertos conceptos claves
del libro. Para imponer el concepto unívoco de desarrollo, para
imponer el progreso como condena, el Poder mundial,
globalizado, despliega “todo un trabajo de difusión elaborado
estratégicamente, en el que han participado intelectuales, re-
porteros y empresarios” para tornar indiscutible, gracias a su
retórica apabullante, esa vía de dominación. “De lo que se tra-
ta es de convencer a través de una repetición incansable, y por
todos los medios, de la misma cantaleta que adquiere diferen-
tes tonalidades, pero que en todos los casos dice lo mismo: la
ineludible convergencia de las economías nacionales en los
rumbos diseñados por el neoliberalismo. Ésta es la realidad, a
esto se reduce el estado de cosas del mundo, a este aconteci-
miento premonitorio se llama globalización”.
Este libro trata de explicar los motivos y las tácticas del
modo de obrar del desarrollo. A lo largo de sus cuatro capítu-
los propone las tramas que ha tejido el poder para imponerse
como ley y como culto socioeconómico su saber paticular.
Y es que la forma en que opera el poder, las tácticas usa-
das para subyugar y dominar, si bien tienen sus sutilezas, siem-
pre son objeto de cuestionamiento. Siempre habrá que pregun-
tarse por qué y para qué y desde qué punto de vista se actúa
para “desarrollar” y quién lo hace.
En todo caso, esta reflexión no sólo es para condenar las
actitudes dóciles de quienes desde el “subdesarrollo” hicieron
16 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

de corifeos a los “desarrolladores” sino para que las institu-


ciones e individuos comprometidos con los pobres, con los
dominados, con los débiles podamos reflexionar sobre los rum-
bos de nuestras acciones. Las honrosas excepciones a las que
nos hemos referido arriba deben entrar a jugar, hoy más que
nunca, del lado de los débiles y por ahora pequeños. Para ellos
y para todos quienes siempre hemos tenido fe en el futuro va
este libro.

Soledad Domínguez
Sucre, Mayo 2006
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Prólogo

Cuando comencé a conversar con Rosario Aquim hace casi


10 años, casi de inmediato compartimos nuestras respectivas
inquietudes. Podíamos conversar entonces sobre la sexualidad
y el matrimonio, y también sobre las falacias de una política
económica que prometía el paraíso sumergiéndonos a todos
en la más aguda vorágine del despojo, la incertidumbre y el
saqueo. Podíamos charlar del sufrimiento que entraña el cur-
so vital y de la solidaridad que es necesaria siempre para en-
cararlo. Reconozco ahora esas mismas preocupaciones, ahora
más pulidas, sin la forma intimista que recubrían las largas
conversaciones con Rosario todavía presentes vívidamente en
mi memoria, quizá con un grado mayor de reflexión sobre cada
aspecto, revestidas bajo la forma de libro.
En este sentido, el trabajo que el/la lector/a tiene en las ma-
nos es, básicamente, un mapa de las búsquedas a las que Rosa-
rio Aquim consagra su vida y, de manera encriptada, es tam-
bién una cartografía de los desgarramientos que la atraviesan.
Intentar entender críticamente el significado de las llama-
das “políticas de desarrollo”, proponiendo categorías tan fér-
tiles y tan aventuradas como la de homo miserabilis, o utili-
zando los foucaultianos “diagramas del suplicio y la disciplina”
en la versión boliviana de Raúl Prada, al mismo tiempo que
18 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

trabaja en una agencia de financiamiento, exhiben a Rosario


como un espíritu inquieto y vital, como alguien que no queda
satisfecha con la superficialidad ramplona del discurso
autojustificante que se construye desde el poder. Casi desde
cualquier poder.
Y es que Rosario es así: una persona enérgica, con una agu-
da inteligencia y un enorme sentido práctico. Un espíritu lúci-
do. No acepta por lo mismo incoherencias y vanalidades. Bus-
ca, piensa y ahora... comparte. Eso hay en estas páginas, ideas
críticas a veces muy bien hilvanadas en medio de disquisiciones
variadas que, sin embargo, se presentan como lo que son: un
mapa de las preocupaciones de Rosario. Es, asimismo, una
exhibición de todas las herramientas teóricas que Rosario ha
pacientemente acumulado para intentar entender lo que suce-
de con nosotros a partir, sobre todo, de lo que otros hacen que
ocurra para todos con sus imposiciones y sus normatividades
ajenas. Y es, por lo mismo, un mapa inconcluso. No llega a
ningún lugar determinado.
Nada más revela un caminar, devela una voluntad de trán-
sito, dibuja una trayectoria. No es un ensayo que se presente
de manera canónica sosteniendo una hipótesis a demostrar y
ofreciendo argumentos que la sostengan… Rosario mira con
profundidad los términos que vehiculizan los razonamientos
que no la satisfacen, los analiza, los critica... En ocasiones di-
vaga… Divaga como uno de esos veleros a la deriva que una
no sabe si buscan puerto seguro, o nuevas corrientes submari-
nas que los impulsen a más emocionantes travesías. Y en la
divagación se exhibe a sí misma, pese a que simultáneamente
se oculta en un juego de espejos recurrente.
De este abanico insólito de ideas entrelazadas, argumen-
tadas con precisión a pequeña escala, pero que en conjunto
todavía constituyen lo que para mi se asemeja más a un mo-
saico árabe con sus distintos colores y sus extravagantes for-
mas inaprensibles, una encuentra múltiples segmentos que se
quedan resonando en la mente por su fuerza y claridad. Es el
Prólogo 19

caso de sus reflexiones sobre cómo se construye y opera el con-


cepto de “estabilidad” y su derivado, la “estabilización”, o su
crítica a la idea de pobreza “como medida abstracta del
subconsumo”. En cada página una conversa con las preocu-
paciones de un intelecto audaz e irreverente. Y en esa conver-
sación, quizá sin darse cuenta, una misma se enriquece y se ve
empujada a tomar posición.
En fin, conversar con Rosario Aquim siempre ha sido algo
muy agradable. Hoy, estas páginas, son una oportunidad de ha-
cerlo de otro modo y, por supuesto, con muchas más personas.

Raquel Gutiérrez.
México, abril de 2006
20 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo
21

I. La violencia de la globalización

El propósito de este capítulo es esbozar algunas conside-


raciones sobre la globalización y su influencia violenta en la
desintegración de la creencia en el desarrollo. En principio, se
tratará de de responder a la pregunta: ¿qué es la globalización?
Una primera respuesta es que la globalización es un pro-
ceso que se inicia a fines del siglo XX, como colofón de la con-
quista de las Américas, de la colonización y del neocolonialismo
en los países del llamado Tercer Mundo. Una segunda respues-
ta es que la globalización significa la trasnacionalización de la
economía, caracterizada por la desregulación del mercado, el
achicamiento del Estado, la privatización de las empresas pú-
blicas, la reducción del déficit fiscal y otras medidas que com-
ponen el ajuste estructural.
Se dice que, con la globalización, la economía capitalista
se ha universalizado y que las economías nacionales han pa-
sado a ser parcialidades de una economía mundial que tiende
a ser unitaria. Esta tesis resume la configuración del nuevo
orden mundial –del que hablaremos más adelante– que sobre-
vino al finalizar la guerra fría entre el mundo capitalista
liderado por Estados Unidos y el mundo socialista liderado
por la Unión Soviética. Las potencias capitalistas, eventuales
vencedoras de aquella contienda no declarada, establecieron
22 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

un ordenamiento jurídico, político y económico cuyos ejes pa-


san por Europa, Norteamérica y los países capitalistas desa-
rrollados del Asia.
La globalización, en este sentido, supone la mundialización
(si vale la redundancia) de un mundo en constante integración,
conlleva procesos irreversibles de homogeneización y de
aculturación generalizada en aras de una cultura del consumo,
en la que el mercado pasa a regular no sólo la economía, sino
también las relaciones sociales. En este nuevo mercado llamado
mundo, todo deviene en mercancía. Sin embargo, la globaliza-
ción no deja de tener contradicciones, pues genera la emergen-
cia de opositores locales, que tratan de conservar su identidad
ante el avasallamiento mundializante. Esta resistencia se ve re-
forzada al final del siglo XX por una creciente pérdida de fe en
el progreso, en el desarrollo.
Para comprender mejor los procesos inherentes a la
globalización incorporemos dos categorías conocidas en la crí-
tica de la economía política: la subsunción formal y la
subsunción real del proceso de trabajo al capital. La subsunción
formal comprende la subordinación del trabajo al capital sin
que se haya dado una modificación en las condiciones objeti-
vas de producción y en la condición subjetiva del trabajo. Se
produce con los medios tradicionales, manteniendo la propie-
dad sobre los instrumentos de trabajo; es decir, la fuerza de
trabajo separada de los medios de producción. De este modo
se articulan a la economía capitalista formas tradicionales de
producción, ocasionando la absorción de su plusproducto, de
su tiempo social de trabajo, por parte del gran capital.
La acumulación ampliada de capital se desarrolla a escala
mundial, con gran concentración económica, y se ve acompa-
ñada, paradójicamente, de una desacumulación local. La
subsunción real comprende, por su parte, el cambio radical de
las condiciones objetivas de producción y de la condición sub-
jetiva del trabajo. En esta situación, es característica la forma-
ción de una fuerza de trabajo separada de los medios de pro-
La violencia de la globalización 23

ducción; es decir, la formación de un sujeto puro de trabajo.


Ambas categorías, la subsunción formal y la subsunción real,
pueden explicar las contradicciones inherentes a la globalización.
De este modo, la globalización se mantiene gracias al de-
sarrollo tecnológico que modela las economías nacionales en-
trelazándolas con la economía global. Sin embargo, es posi-
ble pensar que hay un elemento que desordena el esquema
de la globalización; este elemento es la cultura, mejor dicho,
la diferencia cultural. Las distintas naciones responden con
soluciones a los problemas, desde sus costumbres, sus tradi-
ciones, el mayor o menor grado de socialización, de indivi-
dualización, haciendo prevalecer sus valores. Esta función
diferencial de la cultura se hace más significativa, precisa-
mente, en las sociedades contemporáneas, supuestamente
envueltas en el proceso de globalización. Por ejemplo, entre
Estados Unidos y Japón hay diferencias sustantivas en lo que
respecta a la organización de la producción, a los valores, a
las tradiciones, a las motivaciones incertas en la producción.
Lo mismo se puede decir, si comparamos Francia con Ale-
mania: Francia continúa por medios modernos su pasado cen-
tralista, en tanto que Alemania opta, después de la tragedia de
la guerra y el drama del primer periodo de la posguerra, por
una gestión económica y política de carácter más bien descen-
tralizado. Inglaterra tiene sus propias contradicciones, a pesar
de sus analogías con la economía norteamericana; los Tigres
del Asia tienen más bien una participación abierta, planifica-
da e interesada del Estado en la promoción tecnológica, el in-
centivo económico y la notable mejora de la educación. Este
panorama muestra la riqueza de la variedad, a pesar de estar
atravesado por el uso instrumental de medidas neoliberales y
expresado por un discurso neoliberal.
La cultura aparece aquí como mediadora en el gran juego
de las representaciones, como textura, como un conjunto de
tejidos en los que está inserto el ser humano, no sólo porque
estas tramas han sido creadas por él, sino porque, en cierta
24 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

forma, cobran una relativa autonomía y terminan convirtién-


dose en condicionantes de comportamientos y conductas. “La
cultura es un ámbito complejo de narratividades. Narrar es
construir tramas, es figurar, configurar y refigurar; es, en otras
palabras, actualizar un mito en diferentes condiciones, circuns-
tancias, ámbitos y momentos mediante la utilización de dis-
tintos medios, que pueden ser gestuales, semiológicos o de otro
orden pragmático”, dice Raúl Prada al respecto.1
En este sentido, es posible intuir con Fukuyama que el
secreto de las redes de asociaciones que se expanden en Ale-
mania y Japón, que explican el alto nivel de cooperación y
creatividad en la producción y en la organización económi-
ca, descansa en la confianza.2 La clave de una economía pu-
jante ya no remite al individualismo y al egoísmo, sino a la
comunidad y a la solidaridad. Pero, ¿confianza en qué? En
los otros, en los demás, en los subalternos, en los excluidos,
en las asociaciones, en los grupos, en la comunidad, en las
miradas desde la “herida abierta” de la frontera.
Para Niklas Luhmann, que en 1973, publica un libro tam-
bién titulado Confianza, la confianza es un hecho social bási-
co.3 “Cada día ponemos nuestra confianza en la naturaleza del
mundo, que de hecho es evidente por sí misma, y en la natu-
raleza humana”, dice.4 Desde este punto de vista, la confianza

1 Raúl Prada Alcoreza: “Crítica de la economía política del desarro-


llo”, (artículo preparado para un informe de la IAF), La Paz, 2002.
2 Fukuyama (en Confianza. Las virtudes sociales y la capacidad de generar pros-
peridad, Madrid, Atlántida, 1996, pág. 51) dice: “una sociedad con alto
nivel de confianza puede estructurar sus organizaciones sobre la base
de modelos que incluyan mayor flexibilidad y orientación hacia el tra-
bajo en equipo y posean criterios de mayor delegación de responsabi-
lidad hacia los niveles más bajos de la organización. Por el contrario,
las sociedades con bajo nivel de confianza entre sus miembros tienen
que limitar la acción y aislar a sus trabajadores, mediante una serie de
reglas burocráticas”.
3 Ibid., pág. 5.
4 Ibid., pág. 5.
La violencia de la globalización 25

es un rasgo natural del mundo,5 es el punto de partida para la


derivación de reglas de conducta. La confianza debe ser enfo-
cada según la relación compleja entre sistema y entorno.6 La
confianza se encuentra en un ámbito influenciado tanto por la
personalidad como por el sistema social. Tener confianza, se-
gún Luhmann, es anticipar el futuro, es comportarse como si
el futuro fuera cierto.7 La confianza es una forma de reducir la
complejidad de la temporalidad; se trata de la confianza en el
presente ante posibles futuros alternativos. La confianza es una
actitud ante la incertidumbre. Para Fukuyama, la confianza es
una actitud cultural.8 Las dos definiciones de confianza no son
tan diferentes, en la medida que interpretemos la cultura como
un sistema autopoiético, es decir, capaz de autocreatividad y
de reducción de complejidad. Desde esta perspectiva, pode-
mos decir que la cultura, al ser un sistema simbólico y de
valores, productor de alegorías, tropos, mitos, metáforas,
metonimias, toponimias, gramas, expresiones, sentidos, es el
acontecimiento social primordial, pues define la clausura ope-

5 Luhmann -Confianza, Madrid, Anthropos, 1996 (trad. del inglés por Ama-
da Flores, corregida y cotejada con el original alemán por Darío
Rodríguez Mansilla, págs. 5 y 6-, dice: “parte integral de los límites den-
tro de los cuales vivimos nuestras vidas cotidianas, aunque no es un
componente intencional (y por lo tanto, variable) de la experiencia”.
6 Luhmann, op. cit., pág. 7: “Desde esta perspectiva, los problemas,
como también las soluciones, no adquieren su significado de alguna
supuesta propiedad esencial e invariable, sino de las posiciones par-
ticulares en un marco de posibilidades alternativas; la naturaleza de
esta o aquella identidad se define por medio de las condiciones bajo
las cuales podría remplazarse por otra”.
7 Luhmann, op. cit., pág. 15: “uno podría decir que a través de la con-
fianza, el tiempo se invalida o al menos se invalidan las diferencias del
tiempo”.
8 Fukuyama, op. cit., pág. 56: “las religiones o los sistemas éticos tradi-
cionales (por ejemplo, el confucianismo) constituyen las principales
fuentes institucionalizadas del comportamiento determinado
culturalmente”.
26 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

racional fundamental del sistema social: es la matriz arqueo-


lógica de la comunicación. La cultura hace posible la interpe-
netración y la interpretación entre el sistema y su entorno. De
ahí que designe de determinadas maneras las interacciones
subjetivas. Subalterno, marginado, colonizado, informal, po-
bre... Son algunas de las designaciones que se utilizan para
visibilizar a los sujetos en estas culturas, en un mundo global
en el que las relaciones de dominación en términos de clase,
casta, género, raza y lengua se consolidan en la pérdida de la
iniciativa histórica (agencia) del subalterno;9 en su imposibili-
dad de lograr su autonomía, su libertad. Sin embargo, la pre-
sencia de esta subjetividad es la que crea, al mismo tiempo, las
condiciones de posibilidad para la multiplicación de movi-
mientos sociales y la rearticulación de la sociedad civil. La im-
portancia de la presencia de los “otros”, de los pobres como
sujetos de su propia historia radica en que se constituyen en
un peligro para la “democracia” y el orden establecidos. En
estos espacios de quiebre, de dilución de las fronteras y de
mundialización del conocimiento mediante el despliegue tec-
nológico que nos plantea la globalización, queda claro que el
nuevo proyecto de occidentalización con relación a estos
“otros” ya no es la cristianización o la “misión civilizadora”,
sino el desarrollo.
¿Y qué es el desarrollo? Es una estrategia de la econo-
mía política neoliberal globalizada. Una utopía de explota-
ción ilimitada. ¿Qué es el liberalismo o qué es el neoliberalis-
mo? Podemos hablar de distintas concepciones de
liberalismo, identificadas con etapas históricas. De un libe-
ralismo individualista, desarrollado durante el siglo XVIII.
De un liberalismo estatalista –por más contradictorio que
parezca ahora el concepto– correspondiente al siglo XIX, y
de un neoliberalismo, cuyos orígenes datan de la década de
los años treinta, y cuyos fundadores fueron Hayek y Walrras.

9 Gyan Prakash: Los estudios de la subalternidad como crítica poscolonial.


La violencia de la globalización 27

El neoliberalismo, recobra fuerza política y cierta hegemo-


nía mundial durante la década de los noventa del siglo XX.
Estas grandes divisiones del liberalismo esconden, sin em-
bargo, matices, particularidades y diferencias importantes.
En el primer caso, por ejemplo, se distingue doctrinas que
configuran una perspectiva propia de la concepción del libe-
ralismo, de sus consecuencias y alcances en relación con el
Estado y la sociedad civil; que ponen en juego un particular
concepto de la libertad. Entre estas corrientes doctrinarias li-
berales destaca el iusnaturalismo, que quizás caracteriza con
más vehemencia la interpretación liberal de la época. Es qui-
zás esta interpretación la que recogen como herencia, teóri-
cos contractualistas contemporáneos como Rawls y ultrain-
dividualistas como Nozick.10 Esta corriente quizás se plantea
con mayor nitidez como horizonte histórico del llamado
neoliberalismo.
Por su lado, el contractualismo, que nace en el siglo XVIII,
reaparece durante el siglo XX. El contractualismo entiende al
Estado y a la sociedad como productos de una convención
libre entre individuos.
Otra de las doctrinas liberales es el liberalismo económico,
que apuesta todo a la economía negándose a aceptar la inter-
vención del Estado. En ese liberalismo económico del siglo XVIII
podemos encontrar otro antecedente, próximo y análogo en sus
proposiciones, al neoliberalismo de fines del siglo XX. Pese a
estas distinciones entre las principales corrientes liberales
decimonónicas, es posible encontrar ciertos ejes comunes que
atraviesan sus discursos: la negación del papel esencial del Es-
tado, su restricción a mero regulador dentro de los límites defi-
nidos por la distribución de poderes, la coincidencia entre lo
público y lo privado; esto no sólo quiere decir que el interés

10 Véase J. Rawls: A theory of justice, Cambridge, The Belknap Press of


Harvard University Press, 1971. También R. Nozick: Anarchy, State
and utopia, Nueva York, Basic Books, 1974.
28 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

público coincide con el privado sino que el interés del indivi-


duo coincide con el de la sociedad.
Se puede decir que con Jean Jacques Rousseau comienza
la inversión de la concepción política fundamentada en la li-
bertad que se le atribuye al individualismo; esta crítica al indi-
vidualismo se puede resumir en la siguiente apreciación natu-
ralista de Rousseau: “lo que el hombre pierde por el contrato
social es su libertad natural y el derecho ilimitado a todo lo
que le tienta y que puede obtener; lo que gana es la libertad
civil y la propiedad de todo lo que posee”.11
Esta argumentación establece la preponderancia del Es-
tado como garante de la libertad. Dicho de otro modo: es en
la comunidad política donde se realiza la libertad. Una ar-
gumentación semejante es desarrollada por Hegel en su Fi-
losofía del derecho (1821). Esta perspectiva de la filosofía po-
lítica rompe con la coincidencia entre el interés privado y el
interés público. Entre la esfera de lo privado y la esfera de
lo público se daría una disimetría jerarquizada en beneficio
de lo público. Esta relevancia del Estado en la filosofía polí-
tica del siglo XIX puede, dificultosamente, ser catalogada
como parte de las tradiciones liberales, en la medida en que
circunscribimos al liberalismo en el contorno interpretativo
filosófico fundamentado en la defensa de las libertades in-
dividuales y en las consecuencias epistemológicas que par-
ten de la premisa dada de la preexistencia del individualis-
mo. ¿Dónde se encuentran los límites entre individualismo
y estatismo? Para Michel Foucault, la individualización es
el proceso reverso de la estatalización, la otra cara de la mis-
ma medalla.12
Stuart Mill es alguien a quien se puede considerar liberal
pues pertenece a la tradición de cierto culto a la libertad, pen-
sada ésta como un valor en sí mismo. Sin embargo, Stuart Mill

11 Jean Jacques Rousseau: El contrato social, Siglo XXI, 2000.


12 Véase Michel Foucault: Genealogía del racismo, La Plata, 1996.
La violencia de la globalización 29

otorga a la acción estatal el dominio que el liberalismo decimo-


nónico reservaba exclusivamente a la iniciativa del individuo.
El individuo es el producto social de un largo proceso his-
tórico, particularizado en el llamado mundo occidental. En este
sentido, se puede ligar a estos procesos de individuación cier-
to conjunto de políticas encaminadas a realizar estrategias
predefinidas o implícitas. Son políticas que articulan la moral
a la economía y la economía a la administración de la ciudad o
de la nación. El liberalismo del siglo XIX descubre la sociedad,
habiendo ya descubierto el mercado, el comercio y la riqueza
en el siglo XVIII; esta sociedad que se descubre no sólo es una
evidencia ineludible de la manifestación de los acontecimien-
tos sociales que se expresan en las revoluciones, sino es una
lectura de las consecuencias sociales que desata un trastroca-
miento en la historia de la economía, cuando ésta se convierte
en economía política con el desplazamiento al ámbito de la
producción desde las esferas de la distribución y el consumo.
El trabajo emerge como una empiria que permite la construc-
ción de la economía política, pero también como una positi-
vidad que en su movilidad, dispersión y diferenciación cons-
tituye a las clases sociales.
El neoliberalismo no es ninguna excepción en esta intrin-
cada complicidad entre economía y política, es quizás más vi-
sible el caso debido a sus connotaciones mundiales en los jue-
gos de poder por la hegemonía mundial. Esto se evidencia
cuando esta doctrina económica muestra la fuerza de su vali-
dación en la conformación de un sentido común recreado por
los medios de comunicación de masas. Sin embargo, son los
intelectuales, debido a la jerarquía que crea el capital simbóli-
co y al distanciamiento aparente que surge de esta jerarquiza-
ción, los principales agentes de la validación del discurso
neoliberal. Analistas, ensayistas, columnistas y entrevistados
son los arquitectos; funcionarios, promotores, políticos son los
contratistas; y los comunicadores, los teledifusores, los
radialistas, los periodistas son los albañiles de este sentido co-
30 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

mún. La fuerza del sentido común y su circulación es lo que


crea la ilusión de verdad del discurso y de las políticas de este
nuevo liberalismo económico del fin del milenio.
Desde otro ángulo, Pierre Bourdieu dice que la mundializa-
ción es un mito que hay que desmontar mediante una eficaz
crítica que logre develar el campo social que lo hace posible. Si
esta idea se ha convertido en un tópico generalmente acepta-
do es porque existe todo un trabajo de difusión e inculcación
simbólica elaborado estratégicamente en el que participan los
simples ciudadanos, de manera pasiva, y, sobre todo, cierto
número de intelectuales, periodistas, reporteros y empresarios
de modo activo.13 Este trabajo de convencimiento persigue im-
poner como indiscutible una percepción neoliberal, enmasca-
rando con argumentos aparentemente novedosos derivados de
la racionalización económica los prejuicios más recónditos del
pensamiento conservador y autoritario. De lo que se trata es de
convencer mediante la repetición incansable, y por todos los
medios, de la ineludible convergencia de las economías nacio-
nales en los rumbos diseñados por el neoliberalismo.
A esto se reduce el estado de cosas del mundo, a este acon-
tecimiento premonitorio se llama globalización. Las tesis que
acompañan este mito pueden sintetizarse del siguiente modo:

– El crecimiento económico es el fin último de las prácticas


humanas. En este sentido la economía debe apuntar a la
mayor productividad y competitividad posible.
– Lo anterior se sustenta en una suerte de teleología económi-
ca, cuyas fuerzas se dirigen inevitablemente a un desenlace
esperado: la globalización.
– En este sentido se presupone como posible una ontología eco-
nómica: todo se reduce a la racionalidad económica, que a su

13 Intervención de Pierre Bourdieu efectuada en la Confederación General


de Trabajadores Griegos (CGTG), reunida en Atenas en octubre de 1996.
Esta intervención fue publicada en Contrafuegos, Barcelona, Anagrama,
1999.
La violencia de la globalización 31

vez se reduce a la ley de los grandes números del mercado y


a una práctica basada en el interés individual y en la compe-
tencia darwiniana.

En otras palabras, los prejuicios del empresario perfecto se


han convertido en los valores del sentido común de la gente. Por
lo menos, ésta es la pretensión de todo el despliegue mediático.
Este discurso reduccionista, que considera motivante esta-
blecer los impulsos vitales de la historia de la humanidad en el
individualismo radical y en la competencia perfecta, se presenta
como liberador. En este sentido, se usan palabras como ‘flexibili-
zación’, ‘desregulación’, ‘adaptabilidad’, que tratan de mostrar el
carácter fluido, móvil y volátil del capitalismo tardío. Sin embar-
go, este discurso entra en contradicción con los resultados efecti-
vos de las políticas de ajuste estructural, de privatización y de
liberalización del mercado. La precariedad en las periferias de
las ciudades ha venido aumentando de modo sostenido, la situa-
ción social de las clases trabajadoras se ha vuelto incierta, las con-
quistas sociales de la humanidad se encuentran en suspenso, en-
tre ellas el derecho al trabajo, a la salud y a la educación, así como
la libertad de ser libre también se halla profundamente cuestio-
nada por los engranajes del nuevo orden mundial. Estos índices
sociales son ocultados por el discurso u opacados, paradójicamen-
te, por los indicadores del desarrollo humano que difunde la co-
operación internacional. Por otra parte, los márgenes de maniobra-
bilidad y de opciones de la gente se han estrechado tanto que su
hábitat se ha convertido en una cárcel. La autoridad del nuevo
orden mundial es la de un Estado policial.

El nuevo orden mundial

El nuevo orden mundial se caracteriza no sólo por la des-


aparición de la polarización entre el capitalismo y el socialis-
mo, sino por la conformación de nuevos bloques económicos
32 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

basados en la concurrencia y monopolio de los grandes ejes


articuladores del comercio mundial. El bloque asiático, el blo-
que europeo y el bloque estadounidense configuran su geoeco-
nomía y su geopolítica como irradiación comercial de su com-
plejo científico, tecnológico, industrial y comunicacional. Dos
tendencias, aparentemente opuestas, se complementan: la cen-
trífuga, que tiene que ver con la concentración de capitales y
con la concentración tecnológica, industrial y comunicacional;
y la centrípeta, que tiene que ver con la expansión del comer-
cio en todo el mundo conquistado.
En este sentido, la pertinencia del análisis sobre el nuevo
orden mundial y la Organización Mundial de Comercio (OMC)
se torna vital. El nuevo orden mundial, lejos de favorecer a la
periferia del capitalismo, a los llamados países del Tercer Mun-
do, los ha perjudicado.
Los países llamados del Tercer Mundo están obligados a
aceptar las imposiciones de los organismos internacionales, que
son los que definen las políticas de financiamiento, las políti-
cas económicas y comerciales en un mundo bajo su dominio y
jurisdicción exclusiva. Los tibios y frágiles intentos de confor-
mar nuevos bloques económicos para enfrentar en mejores con-
diciones la violencia de la globalización de este nuevo orden
mundial no encuentran ni eco ni fuerza como para constituir-
se en una alternativa tanto en las negociaciones como en las
relaciones de intercambio. El MERCOSUR y el Pacto Andino son
claros ejemplos de esta inconsistencia en Sudamérica.
Desde esa perspectiva, el nuevo orden mundial no es otra
cosa que la generalización, extensión e intensificación de las for-
mas de dominación de las potencias capitalistas, en una etapa
que ya no es de imperialismo, sino de Imperio globalizado,
desterritorializado, articulador de todos los fragmentos territo-
riales, sociales y culturales. El concepto de Imperio que desa-
rrollan Michael Hardt y Antonio Negri supone un capitalismo
mucho más avanzado que el de su fase imperialista (monopolio,
capitalismo de Estado, exportación del capital financiero y do-
La violencia de la globalización 33

minación ultramarina afincada en una violencia excluyente y


racial).14 En la etapa del Imperio, el capitalismo ya ha copado
todos los niveles, distintos pisos ecológicos, existenciales, socia-
les y culturales, ha atravesado todas las fronteras, ha barrido
con los Estados-Naciones, que son entidades ya anacrónicas ante
el fabuloso desarrollo de las fuerzas productivas, fuertemente
ligadas a una revolución tecnológica y científica.
En estas condiciones, la inserción del modo de producción
capitalista produce una gran precarización en las condiciones
de vida de la población sometida a esta transición. La subsun-
ción real del trabajo al capital implica una transformación de
las condiciones materiales de trabajo, de las condiciones obje-
tivas de producción, transformando radicalmente las fuerzas
productivas, de tal modo que éstas cristalizan instrumental-
mente las relaciones capitalistas de producción. Se trata de la
maquinaria propiamente capitalista.
Se dice que la formación de plusvalía absoluta está directa-
mente vinculada al método de la subsunción formal y que la
formación de la plusvalía relativa está estrechamente vinculada
a la subsunción real. Lo cierto es que el capitalismo nunca ha
dejado de combinar ambos procedimientos de absorción de
plusvalía. A este proceso se lo llama “capitalismo salvaje”. Es la
etapa en que se produce la acumulación originaria de capital,
caracterizada por una violencia mayúscula en los distintos ám-
bitos de las formas sociales tradicionales. La violencia se encar-
ga de destruir las antiguas relaciones de producción, de expro-
piar tierras, de la coerción y del empuje de un grueso de la
población rural a las ciudades para que venda su fuerza de tra-
bajo. Esta violencia inicial tiene que ver con la escisión de la
fuerza productiva de los medios de producción; tiene que ver
con el nacimiento de la fuerza de trabajo propiamente dicha.
Tal es la demanda de mano de obra, que se llega a ocupar en las

14 Michael Hardt y Antonio Negri: Imperio, Harvard University Press,


2001.
34 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

manufacturas a casi toda la familia, el padre, la madre y los


hijos. Esta violencia fundadora del modo de producción del
capital se extiende, con la colonización europea, a todos los
territorios conquistados.
La violencia de la acumulación originaria de capital ad-
quiere proporciones mundiales; tanto en Europa, en América,
en África como en Asia, ocasiona la precarización de las con-
diciones de vida. Sólo que en las colonias adquiere una inten-
sidad descabellada y contradictoria. La burguesía que había
enarbolado las consignas de libertad, igualdad y fraternidad,
que había proclamado los derechos del hombre, esclaviza a
las poblaciones nativas y ocasiona, incluso, su genocidio. Con
esto, la precarización llega a destruir las condiciones de vida.
Cuando se habla del retorno a las formas despavoridas del
capitalismo salvaje no sólo se lo hace metafóricamente, sino se
descubre analogías sorprendentes. La globalización, el nuevo
orden mundial, la formación de los bloques, el ajuste estructu-
ral, la privatización, la flexibilización laboral, que son formas
dúctiles de este capitalismo tardío, han inducido en el mundo
a una nueva generalización de la precarización.
En Bolivia, como en otros países de América Latina, la
precarización se caracteriza no sólo por el empobrecimiento
de la gente, sino por la desocupación y el desempleo ocultos
en el subempleo de un enorme sector informal.
El modo de producción capitalista no necesariamente tie-
ne que producir pobreza y miseria, aunque sí, necesariamen-
te, crea desigualdades. Sin embargo, las formas del capitalis-
mo salvaje, inicial y tardío, que recurren a la subsunción formal
y a la formación de plusvalía relativa, desatan irreversiblemen-
te las formas morbosas de precariedad humana. Esta
recurrencia del capitalismo a sus métodos salvajes resulta per-
versa porque pervierte sus propias relaciones de producción;
y al poner en peligro las condiciones de vida, pone también en
peligro su propia reproducción. Esta incoherencia de la lógica
de la acumulación de capital nos muestra sus desajustes es-
tructurales y sus límites ineludibles.
35

II. Reflexiones en torno


al desarrollo

Después de haber esbozado algunas consideraciones ge-


nerales sobre la violencia del nuevo orden mundial y su signi-
ficado en el proceso de globalización, concentrémonos en al-
gunas reflexiones que tienen que ver con lo que hemos llamado
aquí “desarrollo”.
Desde hace más de sesenta años, “desarrollo” fue la ilu-
sión que entusiasmó a la sociedad moderna; y todos los países
de América Latina se dejaron seducir por la magia de este sa-
ber. Instituciones públicas y privadas, organizaciones, intelec-
tuales, profesionales, técnicos, promotores y organizaciones
de base; todos ellos se enlistaron en esta aventura. Pero esta
aventura no era inocente, tejía una red de poder cuyo objetivo
era la homogeneización y la occidentalización cultural.
Los siglos XIX y XX estuvieron signados por el desarrollo.
Entendido éste como la evolución desatada por la revolución
industrial, restringió el desarrollo a una lectura económica. El
secreto de esta restricción se encuentra en el origen y consoli-
dación de la sociedad capitalista. En este sentido, el proceso
histórico nos muestra un trastrocamiento profundo de las cos-
tumbres, de las tradiciones, de los valores sociales; a tal punto
que el estereotipo del hombre moderno marca la distancia irre-
conciliable entre la modernidad y las grandes sociedades de
36 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

la antigüedad; tal distancia se acentúa aun más si compara-


mos la modernidad con las sociedades arcaicas. Las socie-
dades feudales, coloniales y en transición, arraigadas en las
economías precapitalistas, también quedaron alejadas del
torbellino desatado por la revolución industrial.
Sin embargo, este ritmo no ha cambiado en la actualidad;
al contrario, se ha acelerado mucho más. Actualmente, se ha-
bla de una “tercera ola”, la relativa a la revolución tecnológica
y científica, heredera de la revolución verde y de la revolución
industrial. La velocidad de los cambios en hábitos y costum-
bres hace referencia a una etapa de posmodernidad. Por más
discutible que pueda ser este término, por más objeciones que
puedan ponerse a la aplicación interpretativa de los fenóme-
nos sociales del inmediato presente, la palabra ‘posmoder-
nidad’ apunta al fin de la modernidad. Este fin puede corrobo-
rarse en los síntomas de una sociedad desvanecida en su propia
febrilidad: pérdida de valores, hedonismo, certeza del vacío,
estática a la que se llega por la velocidad de los ritmos y la
virtualización de las relaciones. Estas características están ín-
timamente relacionadas con posicionamientos negativos en
relación con los logros de la modernidad: desechamiento de
todo parámetro de progreso, crítica a los efectos de la conta-
minación desatada por la revolución industrial, desvanecimien-
to de sus normas, dudas sobre las virtudes de la tecnología. La
modernidad se habría vuelto tradicional en comparación con
el actual estado de versatilidad de la praxis social.
El desarrollo se instala así sobre los fantasmas de un mun-
do subdesarrollado. Es un concepto empírico, aplicado a
posteriori, elaborado por la experiencia, que interpreta y que se
aplica a la experiencia histórica; no hay un desarrollo en sí. Se
trata de la interpretación de una experiencia vivida socialmen-
te, que sintetiza la multiplicidad de representaciones de esta
experiencia en un concepto construido. El concepto ‘desarro-
llo’, al ser un concepto empírico, está sometido a la experien-
cia; en tanto, no hay una experiencia única sino experiencias
Reflexiones en torno al desarrollo 37

múltiples. Durante el siglo XIX se lo asume desde una pers-


pectiva histórica cuando la economía lo incorpora a sus mo-
delos. El desarrollo es el resultado del crecimiento económico
y del acrecentamiento de la riqueza; su síntesis da sentido a
dispersas actividades económicas, descubre que todas ellas tie-
nen un fin en un tiempo futuro mejor que el actual. La lectura
de la experiencia social, de la dinámica económica, desde la
perspectiva del desarrollo, es optimista; avizora un futuro óp-
timo que da sentido al presente.
Del concepto de desarrollo se han derivado conceptos más
específicos, más vinculados a experiencias particulares. Esta
derivación conceptual no solamente se debe a esfuerzos de
interpretación de aspectos específicos de la realidad, sino a las
propias características del concepto de desarrollo, que tiende
a generalizar las consecuencias de la revolución industrial.
Dada la marcada diferencia del crecimiento económico entre
países industrializados y países que se incorporaron tardía-
mente al proceso de industrialización, se buscó expresar esta
diferencia distinguiendo variantes en el desarrollo, dependien-
do de la acumulación del excedente. Esta diferenciación es dada
por el concepto de ‘subdesarrollo’, que caracteriza a los países
pobres, con precaria industrialización y complejos problemas
estructurales.
Es posible hablar entonces de un subdesarrollo y de un
superdesarrollo; de un espacio múltiple, ambiguo, como esce-
nario del subdesarrollo, y otro espacio más homogéneo, más
definido, como modelo del desarrollo. Podríamos decir que el
intervalo se mueve entre un lugar indeterminado y otro deter-
minado. La crítica a las debilidades del subdesarrollo –por la
vaga representación de su referente: países atrasados, comple-
jos y abigarrados– derivó en la calificación de “países en vías
de desarrollo”; este calificativo alude a su incorporación tar-
día a la industrialización y a su heterogénea composición; es
decir, a la ausencia de armonía en su desarrollo nacional. Ni el
concepto ‘subdesarrollo’ ni la expresión ‘vías de desarrollo’
38 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

lograron resolver el problema fundamental: por qué hay dife-


rencias que terminan convirtiéndose en obstáculos para el pro-
pio desarrollo; es decir, por qué los efectos del desarrollo ter-
minan siendo negativos.
Nicola Abbagnano plantea que desarrollo quiere decir
“movimiento hacia algo mejor”15 y que “su significado opti-
mista es propio de la filosofía del siglo XIX y está estrechamen-
te ligado con el concepto de progreso”.16 El desarrollo, enton-
ces, es un movimiento progresivo, ascendente. Entonces, ¿qué
es el subdesarrollo?, ¿un desarrollo incipiente?, ¿un movimien-
to que está por debajo del desarrollo? El subdesarrollo del
submundo. Con esto, el subdesarrollo es la cara opuesta del
desarrollo, el lado oscuro de la iluminación, del progreso. Desa-
rrollo y subdesarrollo formarían parte de una dialéctica perver-
sa; el costo del desarrollo es precisamente el subdesarrollo, el
costo de la riqueza de los países industrializados es la pobreza
de los países en vías de desarrollo. ¿Cómo es que se da esta dia-
léctica? Es algo que los partidarios del desarrollo no logran elu-
cidar, tampoco los ideólogos de la teoría del desastre.
La hipótesis neomalthusiana establece que el mundo se
dirige al desastre debido a la explosión demográfica: la mayor
parte de la responsabilidad del geométrico crecimiento demo-
gráfico se encuentra en los llamados países del Tercer Mundo.
En otras palabras: la responsabilidad del subdesarrollo se en-
cuentra en los “países en vías de desarrollo”; ellos cargan con
el subdesarrollo y la responsabilidad del desastre.
Los liberales sostienen que las características propias del
subdesarrollo son los obstáculos para el desarrollo; el subde-
sarrollo es una traba para el desarrollo. Los “países en vías de
desarrollo” están condenados a no progresar o, por lo menos,
a no hacerlo al ritmo de los países desarrollados. En esto se

15 Nicola Abbagnano: Diccionario de filosofía, México, Fondo de Cultura


Económica, 1995, pág. 306.
16 Ibid.
Reflexiones en torno al desarrollo 39

hacen explícitas las contradicciones del discurso desarrollista:


¿cómo es que un concepto generalizador, homogeneizador, que
presupone la fuerza redentora de la Ilustración, no logra ge-
neralizarse, no logra la homogeneidad, y se pierde en un labe-
rinto de consecuencias negativas?, ¿cómo es que el concepto,
desnudado en su aplicación empírica, muestra sus terribles li-
mitaciones?, ¿qué clase de concepto es el concepto de desarro-
llo, que no logra sintetizar las múltiples representaciones que
brinda la experiencia?
La teoría de la dependencia, de inspiración marxista, esta-
blece que las contradicciones del desarrollo se basan en la dialé-
ctica de la dependencia entre centro y periferia; todo centro ge-
nera una periferia dependiente. El desarrollo de los “países en
vías de desarrollo” es dependiente; se trata de un desarrollo
periférico bajo las condiciones impuestas por el centro. De al-
guna manera, la estructura de la división mundial del trabajo
determina el papel de los “países en vías de desarrollo”,
limitándolos a cumplir con la exportación de materias primas
o, en su caso, a ser dadores de mano de obra barata. Sus esfuer-
zos industrialistas son vanos o terminan circunscritos al men-
guado mercado interno. La contradicción entre desarrollo y sub-
desarrollo es, en realidad, un conflicto fundamental entre países
desarrollados y países en vías de desarrollo. Incluso algunos
autores han expresado este conflicto en términos de una lucha
de clases a escala mundial. Samir Amin explica el subdesarrollo
en el contexto de la acumulación a escala mundial, basándose
en la tesis de Gunder Frank, que dice que en “el Tercer Mundo
se trata del desarrollo del subdesarrollo”.17
Estas tesis asumen el desarrollo como algo en sí, como un
proceso en sí, inmanente a la historia, por lo menos en lo que
respecta al modo de producción capitalista. Es posible que la
forma del concepto de desarrollo adquiera una riqueza mayor

17 Véase Samir Amin: La acumulación a escala mundial. Crítica de la teoría


del subdesarrollo, México, Siglo XXI, 1981.
40 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

en el uso teórico marxista, sobre todo si tenemos en cuenta


que el concepto de desarrollo, al exponerse dialécticamente,
exige la síntesis de las contradicciones.
Cuando se habla de desarrollo, habría que preguntarse:
¿de qué se habla?, ¿desarrollo de qué?, ¿qué es lo que se desa-
rrolla?, ¿el ser humano?, ¿la sociedad?, ¿la economía?, ¿qué
clase de economía?, ¿la capitalista? Suponiendo que desarro-
llo significa movimiento hacia algo mejor, es muy difícil res-
ponder que lo que se ha desarrollado es el ser humano; pue-
den haber cambiado sus condiciones históricas, pero la
satisfacción plena de sus deseos, necesidades, demandas y es-
peranzas está lejos de ser alcanzada. La pregunta ¿qué es el
hombre? ha quedado sin respuesta.
Ahora bien, la sociedad humana ha cambiado notoriamen-
te; no sólo se puede afirmar esto ateniéndonos a la variedad
de las formas sociales, sino también a la transformación expe-
rimentada en sus estructuras, relaciones, instituciones. Se pue-
de hablar de la historia de las formaciones sociales o de las
historias de la formación social. En este contexto también po-
demos deducir la transformación del ámbito económico inhe-
rente a la sociedad; distinguir, por ejemplo, que cuando habla-
mos de desarrollo económico estamos tomando como referente
al modo de producción capitalista, que de manera exaltada ha
puesto sobre el tapete la cuestión del desarrollo. Pero que el
ser humano se comprenda como ser histórico no se ha logra-
do. El ser humano se encuentra como en la tragedia griega,
inmerso en un destino que no controla, pero al que desafía.
¿Qué significado tiene el desarrollo si todo cambia a su
alrededor, exceptuando el ser humano como tal? Se trata, en
todo caso, de un desarrollo externo al ser humano, de un de-
sarrollo de su entorno por efecto de sus propias acciones, de
un desarrollo material. La clave para entender este desarrollo
material es la tecnología. La erección del homo sapiens, el desa-
rrollo de la mano, el aumento de su capacidad cerebral y el
uso de la lengua para usos comunicativos son acontecimien-
Reflexiones en torno al desarrollo 41

tos que en conjunto desencadenaron la fundamental disposi-


ción creativa del ser humano, disposición que se expresa en
dos productos constitutivos de su ser: la tecnología y el len-
guaje. Ambos tienen su historia, que va desde los primeros
instrumentos encontrados, los primeros rudimentos del len-
guaje, hasta la manipulación de la energía nuclear, la comple-
jidad abierta de los lenguajes.
Estas creaciones y estos medios creativos, a su vez, termi-
naron desencadenando las poderosas fuerzas de la naturaleza
y las potentes fuerzas interiores del ser humano. Con ayuda de
estos medios, el ser humano constituye un mundo del que for-
ma parte. Si de hablar de desarrollo se trata, habría que hacerlo
en función de estas fuerzas desatadas, que se realizan en un
mundo que adquiere su propia dinámica. No se trata del desa-
rrollo del mundo sino del desarrollo de estas fuerzas creativas
en el mundo. Los marxistas hablan del desarrollo de las fuerzas
productivas, pero no se trata sólo del desarrollo de estas fuer-
zas productivas en el sentido económico, sino de un desarrollo
creativo en todo el sentido de la palabra, un desarrollo produc-
tor de múltiples facetas, un desarrollo del imaginario colectivo,
abierto a múltiples significaciones, interpretaciones y formas
estéticas. Este desarrollo no puede encapsularse en las limita-
ciones del restringido concepto de desarrollo económico. Que-
da por discutir si es posible hablar de desarrollo para expresar
el desenvolvimiento de esta voluntad creativa. Por lo pronto,
centrémonos en evaluar las contradicciones que encierra un con-
cepto de desarrollo anclado en el referente económico.
La economía, ciencia de la producción, la distribución y el
consumo, disciplina científica que estudia la escasez, las nece-
sidades y los recursos, modelo teórico del equilibrio, no pue-
de resumir la plenitud del ser humano a su escueta tesis de
que el “hombre es esencialmente egoísta”.18 Los esfuerzos de

18 Tesis neoliberal, pero que expresa el supuesto filosófico inherente a


toda la economía burguesa.
42 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

esta ciencia por normar el comportamiento de una sociedad


de la que cree tener la verdad se han estrellado con la verdad
de la historia, que puede definirse como el horizonte de los
efectos desencadenados por la acción humana. Ésta es la ra-
zón por la que el tema del desarrollo se vuelve su talón de
Aquiles. ¿Cómo explicar su propia dinámica económica, la que
genera efectos y contradicciones no controladas, en una so-
ciedad que se supone perfecta?
Después de la segunda guerra mundial, el desarrollo cobra
la dimensión de un problema; ya no es posible eludir la manifes-
tación de los distintos ritmos del crecimiento económico, la ma-
nifestación de las características peculiares que adquiere el desa-
rrollo en cada región, en cada nación, en los distintos continentes.
Sobre todo, no se puede cerrar los ojos ante la compleja realidad
de los países del Tercer Mundo, donde muchas colonias
emergieron luchando por su independencia en Asia y África.
Aunque en América Latina la mayoría de las naciones consiguió
su independencia en el siglo XIX, con excepción de Cuba, hay que
tener en cuenta que la configuración del Tercer Mundo, como re-
gión característica del mundo contemporáneo, emerge de la ex-
plosión de los movimientos de liberación. La independencia de
la India (1947) y la Revolución China (1949) marcan hitos en un
conjunto de acontecimientos políticos que terminan desfiguran-
do la geografía colonial de la preguerra; surge un nuevo mapa, el
mundo reconoce la heterogeneidad, pero también la compleja si-
tuación del desarrollo desigual y combinado. El costo del desa-
rrollo se muestra de manera patética. En estas condiciones no es
posible mantener el optimismo del progreso. Sin embargo, los
Estados apuestan por el desarrollo nacional, basado en la confor-
mación del mercado nacional, en la industrialización que apunta
a la sustitución de importaciones. Esta estrategia desarrollista se
expresa, a su modo, en los discursos del populismo nacional.
Las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX
fueron el gran escenario de la experiencia desarrollista; les suce-
dió una década de escepticismo respecto de los alcances del de-
Reflexiones en torno al desarrollo 43

sarrollo. En la década de los ochenta se cuestionan los progra-


mas de desarrollo; se abre una interrogante y se genera un va-
cío en cuanto a propuestas alternativas en política económica.
En este marco se da la ofensiva neoliberal, que desecha los pro-
yectos desarrollistas de corte nacionalista, proponiendo más bien
la incorporación plena de las economías nacionales al nuevo
orden mundial en el contexto de la globalización. Se retorna a la
idea de la división del trabajo a escala mundial, donde cada na-
ción debe acomodarse a las funciones preestablecidas por el
mercado mundial; esta trasnacionalización de la economía vie-
ne acompañada por políticas de ajuste estructural que implican
el achicamiento del Estado, el equilibrio macroeconómico y la
reducción del déficit fiscal que reducen las responsabilidades
del Estado. Por otra parte, esta reorganización de la economía a
imagen y semejanza de las tesis neoliberales viene acompañada
por la transferencia neta de las empresas públicas a la esfera
privada, preponderantemente transnacional, mediante una
amplia política de privatizaciones. El esquema del desarrollo es
sustituido por el esquema del equilibrio.

Desarrollo local

El concepto de desarrollo local pretende resolver todos los


problemas inherentes al concepto de desarrollo que acabamos
de ver: el desarrollo local busca escapar a las consecuencias
diferenciales del desarrollo desigual y combinado del capita-
lismo periférico centrando su estrategia en las fuerzas locales,
en una redistribución local del excedente generado localmen-
te; busca acompañar esta estrategia localista con la participa-
ción abierta de la población, en la toma de decisiones propias,
en la autogestión.
El desarrollo local se concibe entonces, como un desarro-
llo participativo que pretende resolver el carácter centralizado
que adquiere la gestión del desarrollo; es decir, el carácter buro-
44 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

crático y jerarquizado de esta gestión. Por otra parte, el desarro-


llo local busca salir de los límites de una acepción economicista
del concepto, asociándose a conceptos relativos al desarrollo
humano. Sin embargo, lo más significativo del concepto de de-
sarrollo local es su objetivo de autogenerar potencialidades pro-
pias aprovechando sus propios recursos. El desarrollo debe ser
local y no perderse en el contexto general, debe ser un desarro-
llo localizable, cuyos efectos sean controlables.
Pero, pese a todas las buenas intenciones del concepto de
desarrollo local, no dejan de surgir preguntas en torno a su pre-
tensión de escapar a las paradojas del desarrollo en general. Las
primeras preguntas: ¿es posible hablar de desarrollo local?, ¿no
es éste un contrasentido?, ¿puede el desarrollo ser local siendo
un concepto generalizador, que tiende a comprometer y englo-
bar todo?, ¿cómo puede haber un desarrollo local, si el desarro-
llo supone, por lo menos, condiciones adecuadas en el ámbito
nacional? Por otra parte, ¿lo local es pensable desde la perspec-
tiva del desarrollo o, por el contrario, lo local es precisamente
una instancia que resiste al desarrollo, por lo menos en el senti-
do que el capitalismo ha develado? La creación de las grandes
metrópolis industriales supone, más bien, la integración de di-
versos localismos mediante el proceso migratorio. Otra pregunta:
¿si a pesar de todo nos mantenemos en las connotaciones del
concepto de desarrollo, no es más adecuado pensar el desarro-
llo local como efecto del desarrollo nacional? Finalmente: ¿qué
es lo local?, ¿cuáles son sus delimitaciones?, ¿son las comunida-
des, las micro regiones u otras composiciones territoriales dibu-
jadas por la cultura? Estos tres problemas: contrasentido del
concepto de desarrollo local, dependencia del desarrollo local y
delimitaciones de lo local, serán analizados a continuación.
Anteriormente nos hemos referido a una contradicción in-
herente al uso de la conjunción de dos términos opuestos, ‘de-
sarrollo’ y ‘local’; partimos de la consideración del desarrollo
como generalizador. El desarrollo compromete al mundo, so-
bre todo en la versión moderna del concepto. Ahora bien, si el
Reflexiones en torno al desarrollo 45

desarrollo genera sus propias contradicciones, expresadas en el


análisis dependentista que alude a la tesis del desarrollo del
subdesarrollo, se puede decir que esto se debe a la dialéctica
propia del desarrollo y no a un contrasentido del concepto. Pero,
cuando hablamos de desarrollo local, la dimensión general, el
horizonte del mundo, se pierde. Al respecto debemos hacernos
una pregunta: ¿puede ser lo local el horizonte del desarrollo? En
lo local se pueden comprobar las contradicciones que genera el
desarrollo; lo local es la geografía singular de los efectos del desa-
rrollo, donde se manifiestan sus consecuencias empíricas.
El desarrollo local, entendido como la mejora de las con-
diciones de vida locales, es dependiente del desarrollo nacio-
nal, pero fundamentalmente del contexto mundial, bien sea
que circunscribamos este contexto al mercado mundial o lo
expresemos como la dinámica de los procesos de industriali-
zación y revolución tecnológico-científica desatados e irradia-
dos en todo el orbe. Ninguna geografía, concentración o dis-
persión social escapa al proceso de mundialización. Sin
embargo, esta modernización produce efectos negativos en la
mayoría de las localidades del mundo. Podemos citar algunos
síntomas: despoblamiento o superpoblamiento relativos, depen-
diendo del caso; desempleo, desocupación o, en el mejor de los
casos, subocupación; empobrecimiento, pauperización, discri-
minación, analfabetismo, desarreglos en la salud, hambre, des-
igualdades y desventajas industriales y económicas, contami-
nación del ambiente, desequilibrios ecológicos. Todos estos
síntomas terminan alimentándose entre sí y producen un círcu-
lo vicioso al que llamaremos círculo del subdesarrollo.
Pero lo local no es necesariamente el lugar del subdesa-
rrollo; puede ocurrir lo contrario. Tampoco lo local se opone al
desarrollo. Se trata de conceptos que aluden a dos dimensio-
nes distintas; el desarrollo se remite a lo general, en tanto que
lo local delimita una experiencia singular.
Los dependentistas, al diferenciar la jerarquía entre centro
y periferia del capitalismo, establecían, al mismo tiempo, la
46 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

dependencia de la periferia respecto del centro, dado que el


centro, por su posición y disposición espontánea en el desa-
rrollo, genera dependencia en la periferia, por su posición y
su disposición receptiva. En el caso del desarrollo en lo local,
hablamos de esta dependencia como algo similar a lo que ocu-
rre entre centro y periferia en la teoría dependentista. Aunque
el desarrollo en lo local es dependiente del desarrollo a escala
mundial, esta dependencia tiene una connotación distinta a la
dependencia del centro con respecto a la periferia capitalista;
la dependencia del desarrollo en lo local se refiere a la subor-
dinación de lo local respecto a lo mundial. En términos filosó-
ficos, podríamos decir que se trata de la subordinación de lo
empírico a lo trascendental, de la experiencia singular de la
vida cotidiana al esquema trascendental del desarrollo, que
sintetiza la experiencia del tiempo en la modernidad. En otras
palabras, podríamos hablar de la subordinación de las reali-
dades empíricas a la virtualidad de la modernidad donde “todo
lo sólido se desvanece en el aire”.19 No podemos olvidar que
el desarrollo es un concepto que sintetiza y comprende la mul-
tiplicidad de representaciones empíricas dadas en la intuición
de un tiempo contemporáneo.
De lo anterior deducimos que el desarrollo local, ya sea
entendido como desarrollo en lo local o como mejora de las
condiciones de vida local, es dependiente del desarrollo en su
sentido trascendental, que para fines interpretativos viene a
ser el desarrollo como acontecimiento mundial, como devenir
de la modernidad. En cuanto a la segunda acepción del desa-
rrollo local, como mejora de las condiciones de vida local, se
puede decir que bajo las condiciones de interrelación, interde-
pendencia e integración que supone el acontecimiento en cues-
tión, incluso el solo mejoramiento de las condiciones de vida

19 Es el mismo título del ensayo de Marshall Berman: Todo lo sólido se


disuelve en el aire, México, 1994, que a su vez es una frase de Karl
Marx para caracterizar la dinámica impetuosa del capitalismo.
Reflexiones en torno al desarrollo 47

local depende de lo que ocurra con el mejoramiento de las con-


diciones históricas del desarrollo. En este sentido, también se
comprueba la dependencia del desarrollo local respecto del
desarrollo a escala mundial.
El concepto de lo local, aunque hace referencia a lo singu-
lar, al lugar específico, no deja de ser una abstracción. Para
esto habría que referirse a una localidad concreta, a una
microrregión específica o a una administración política deter-
minada. Pero tampoco esto le da a lo local un sentido estable;
acabamos de especificarlo con distintas denominaciones: lo-
calidad, microrregión, administración política. Estas especifi-
caciones nos muestran la amplitud de significaciones que pue-
de adquirir el término de lo local. En este sentido, cuando se
habla de desarrollo local, la connotación no puede referirse a
todos los localismos, a no ser que todos estos localismos ten-
gan algo en común, aparte de ser puntos singulares. Precisa-
mente la singularidad de estos localismos los hace diferentes.
Si es así, si se trata de una mejora de las condiciones de vida,
este desarrollo local no puede dejar de ser un acontecimiento
singular; el desarrollo de las localidades empíricas no puede
sino ser variado y diferente en cada caso. Las estrategias de
desarrollo deben partir de sus propias particularidades; ha-
blando con propiedad, de sus propias condiciones iniciales.
La indeterminación del concepto local adquiere una determi-
nación propia cuando es sustituido por un lugar empírico;
cuando hacemos referencia al desarrollo de una población con-
creta, de un lugar específico; pero, cuando lo hacemos descu-
brimos que aludimos a distintos perfiles de desarrollo, depen-
diendo de la problemática concreta.

Estructura demográfica, desarrollo social y pobreza

Es pertinente establecer, en este punto, una reflexión teó-


rica sobre la interrelación de tres conceptos de la realidad so-
48 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

cial: una poblacional, otra económica y, la tercera, de orden


social.
Los conceptos de referencia son ‘estructura demográfica’,
‘desarrollo’ y ‘pobreza’. El concepto de ‘estructura demográfi-
ca’ se refiere a la composición de la población según determi-
nada distribución demográfica, como edad, sexo, estado civil,
o según otras características poblacionales, como grado de ins-
trucción, actividad económica, lengua, cultura, clase.
El concepto de ‘desarrollo’, aunque usado y reducido co-
múnmente a una definición económica, como lo hemos visto
anteriormente, es un concepto que se abre a campos alternati-
vos de desenvolvimiento económico, social, político, cultural,
biológico. Podemos decir que este concepto tiene como supues-
to epistemológico la perspectiva evolutiva; el concepto se re-
mite a la transformación de las condiciones en las que operan
las relaciones sociales, orientando este cambio hacia un fin su-
perior. El concepto mismo encierra su teleología, es concebido
desde un etnocentrismo. Por razones operativas ajustaremos esta
“densidad” conceptual a una composición convencional. Cuan-
do hablemos de desarrollo nos remitiremos, en primera instan-
cia, a su versión económica (transformación de las condiciones
económicas del crecimiento), derivando posteriormente sus re-
percusiones a los procesos sociales, políticos y culturales.
El concepto de ‘pobreza’ define la carencia de bienes de
un conjunto poblacional, carencia ligada a la falta de accesibi-
lidad a determinados servicios, a escasos ingresos, a malas con-
diciones de vida. Este concepto se enfoca desde una perspecti-
va urbana, desde una perspectiva determinada por los logros
de las sociedades industriales. Este concepto asume una posi-
ción etnocentrista: visualiza la pobreza desde la lectura del
bienestar de la civilización occidental. No hace una considera-
ción crítica; asume la pobreza como algo dado, como algo que
hay que atender independientemente de las relaciones que la
producen. En este punto, abordaremos la situación de la po-
breza en su vinculación con la estructura demográfica y con el
Reflexiones en torno al desarrollo 49

desarrollo. No se trata solamente de describir la pobreza se-


gún la medida de los indicadores, sino de explicarla en el con-
texto de una interrelación problemática de procesos.
El desarrollo –entendido como adecuación de la población
a un medio históricamente determinado y como transforma-
ción del medio y las condiciones sociales iniciales de acuerdo
a expectativas ideológicas compartidas– deriva en un costo
social, que en el ámbito de las relaciones capitalistas resulta
ser la pobreza.
¿Cuáles son las condiciones históricas para que se dé un
desarrollo pleno, es decir, un desarrollo armónico entre el cam-
bio económico, las variaciones sociales, las modificaciones po-
líticas y las repercusiones culturales? El desarrollo económico
ha sido interpretado como la incorporación de tecnología avan-
zada en el mejoramiento de las condiciones de productividad.
Se supone que esta eficacia tecnológica redunda positivamen-
te en el crecimiento económico. Pero, paradójicamente, se ha
observado que este desarrollo económico no implica necesa-
riamente el mejoramiento de las condiciones de vida de la po-
blación, sino, por el contrario, genera más bien un empeora-
miento paulatino de la situación social de una mayoría
poblacional. ¿Éste es el costo del desarrollo económico?
Se puede decir que si bien la incorporación tecnológica
incide, en sus primeras fases, positivamente en el desarrollo
económico, este desarrollo se detiene, se rezaga en determina-
do momento y afecta negativamente a la población cuando no
marcha paralelamente con el desarrollo social. La estructura
demográfica puede hacer de contrapeso al desarrollo econó-
mico en la medida en que éste no atienda la distribución de
las múltiples demandas de la población. Una población joven,
por ejemplo, puede acumular sus insatisfacciones, sus caren-
cias, su falta de formación, y actualizarlas en la edad de traba-
jo. El conjunto de demandas a atender en este periodo ya no
será solamente de la población de dependientes (población
económicamente no activa), sino incluso de la población eco-
50 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

nómicamente activa que ingresa en condiciones desfavorables


a una estructura económica deformada. Desde esta perspecti-
va, el desarrollo social no puede ser considerado una variable
del desarrollo económico, sino que se comporta como su con-
dición necesaria a mediano y largo plazo.
El desarrollo social, que, en un sentido estricto, puede ser
expresado como una situación de vida sin pobres, implica la
transformación de las condiciones iniciales de un orden social
dado. Pero esto significa también modificar la estructura de
esas relaciones dadas. En la medida en que una composición
de relaciones se mantenga y permanezca una jerarquía social,
no se puede hablar de un desarrollo social, puesto que no hay
transformación de sus condiciones. La modificación cuantita-
tiva de esas condiciones, relativa a la variación de los
indicadores sociales, no puede ser considerada como una se-
ñal de desarrollo social. En todo caso, las variaciones sociales
reflejadas por los indicadores hablan tan sólo de un crecimiento
social. Pero todo crecimiento social se detiene si no produce
desarrollo social. Por otro lado, la falta de desarrollo social
puede incidir negativamente en las condiciones sociales. Esto
quiere decir que a pesar de una visión global que considera la
evolución de las sociedades según su incorporación tecnoló-
gica y la “modernización” de sus costumbres, tal avance pue-
de nítidamente mostrar una involución de las condiciones so-
ciales concretas.
Un ejemplo de ello son indicadores sociodemográficos ta-
les como la tasa de mortalidad infantil y la tasa de analfabetis-
mo. En dieciséis años transcurridos entre los censos de 1975 y
de 2001, se ha calculado una disminución del 50,3% en las ta-
sas de mortalidad infantil en Bolivia; también en este lapso se
ha obtenido una disminución del 45,7% en las tasas de analfa-
betismo. ¿Estas variaciones cuantitativas indicarán un positi-
vo desarrollo social?
Sin dejar de tener en cuenta los probables errores en las
fuentes y el cálculo de las tasas, concentrémonos en las falsas
Reflexiones en torno al desarrollo 51

apariencias de una variación cuantitativa. La mortalidad in-


fantil puede haber disminuido por la incorporación efectiva
de medicamentos para atacar las enfermedades prevalentes;
esta acción puede darse sin que las condiciones sociales cam-
bien sustancialmente. Más niños campesinos y urbanos pue-
den haber asistido a la escuela, los programas de alfabetiza-
ción pueden haber abarcado a una parte de la población adulta,
pero esto no quiere decir que se haya superado el analfabetis-
mo funcional que se origina en la mala calidad de la educa-
ción. En otras palabras, los pobres no dejan de ser pobres a
pesar de que mueran menos; tampoco dejan de ser pobres aun-
que aprendan a leer si no tienen oportunidad de practicar
funcionalmente este conocimiento.
Algo parecido pasa cuando se juega con las tasas de des-
empleo. Las tasas de desempleo pueden haber disminuido,
puede haber aumentado la población económicamente activa;
sin embargo, estas variaciones pueden haber incidido en un
creciente subempleo. La incorporación al mercado –no habla-
mos del mercado de trabajo– no significa que el trabajador por
cuenta propia, la vendedora o el desempleado dejen de ser
pobres. Estas modificaciones cuantitativas pueden, más bien,
indicar un aumento de la pobreza.

Sujetos sociales y desarrollo

De acuerdo con la reflexión anterior, podemos decir que


los sujetos sociales de hoy se desenvuelven en una realidad de
articulaciones abiertas y dinámicas, en un flujo permanente
de relaciones posibles cuyo objetivo último es la construcción
de una historicidad social diferente. Esta construcción es asu-
mida de manera mediática por las instituciones, quienes se
comprometen a proyectar y consolidar un proyecto de vida
para los sujetos sociales a los cuales dicen representar. Este
proyecto de vida debe canalizarse a través de un proceso de
52 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

desarrollo humano, entendido como la constante ampliación


de la subjetividad como fuerza moldeadora de la sociedad,
sobrepuesta a lógicas de poder y diferenciación.
En este contexto, la resolución de los problemas estructu-
rales y el mejoramiento del sistema de necesidades de los su-
jetos (vivienda, alimentación, servicios, etc.), entendido como
el “conjunto de praxis sociales mediante las cuales se constru-
ye la vida social de la comunidad”,20 pasa por la presencia de
sujetos sociales capaces de significarlos de un determinado
modo. Ese modo de significación va a depender de los valo-
res, las prácticas y los usos que ese sujeto haga de los recursos
de que dispone; esto supone la identificación de las redes so-
ciales que están configurando estos contextos particulares de
significación, tanto de los problemas estructurales como de los
sistemas de necesidades. Al respecto dice Bahro:

Si bien es verdad que no tiene sentido satisfacer las necesidades no


materiales en una situación de pauperismo de la población, tampo-
co lo tiene restringirse a las necesidades básicas partiendo del pre-
supuesto de que lo demás llega por sí solo como producto fatal de
haberse resuelto exitosamente el problema de aquéllas. Debemos
tener claro que la vida del hombre se despliega en campos cada vez
más amplios y ricos en nuevas esperanzas, lo que contribuye a que
el “ser” del hombre conlleve una constante ampliación de sus hori-
zontes de vida.
[…] En consecuencia, el desarrollo de la sociedad consiste no sola-
mente en generar nuevas y mejores condiciones de vida y repro-
ducción del hombre, sino, además, en mayores aperturas que faci-
liten que lo social pueda enriquecerse de la subjetividad individual
y social. Por ello, el desarrollo no puede consistir exclusivamente
en niveles de vida, sino en capacidad de vida; no sólo en acceso a
una mayor cantidad de satisfactores de la más variada diversidad,
sino en creación de satisfactores de conformidad con una lógica de
ensanchamiento de la subjetividad que exprese la potencialidad del

20 Hugo Zemelman: Problemas antropológicos y utópicos del conocimiento,


México, El Colegio de México, 1996, pág. 21.
Reflexiones en torno al desarrollo 53

sujeto individual, en vez de restringirse a la lógica de la reproduc-


ción material.21

Como lo demuestran los análisis de Bahro, el desafío está


en lograr una organización que liquide “aquellas condiciones
que, en vez de hombres libres, engendran individuos subal-
ternos, una especie de hormigas pensantes”;22 lo cual es pro-
ducto de que toda “relación de poder” produce subalternidad,
“que es un verdadero sistema de subalternidad” que termina
por generar “un sistema de irresponsabilidad organizada”.23
El desarrollo no sólo ha de consistir en el logro de determina-
das metas, sino en la capacidad de definir opciones de vida;
aunque ello no signifique negar que en la determinación de
opciones incide la lógica de las estructuras sociales, en tanto
determinadas por el poder y sus requerimientos de manteni-
miento y consolidación.
El desarrollo humano consiste en la constante ampliación
de la subjetividad como fuerza modeladora de la sociedad. Para
poder armonizarlo con el desarrollo social exige que se pueda
organizar a la sociedad sobre la base de relaciones sociales que
no impliquen dominación económica ni política, a pesar de que
sabemos que en toda sociedad ha sido la división del trabajo la
que ha servido de fundamento para estructurar la dominación.
En sociedades sometidas a relaciones de dominación como
la nuestra, las potencialidades de los sujetos sociales están ago-
tadas, ya que hacen hincapié en la dimensión política unilate-
ral en vez de rescatar y estimular, en el sujeto transformador
de la realidad, la capacidad integrada para forjar proyectos de
vida en los que la política devenga en historia hecha concien-
cia y presente. El desarrollo social contradice el desarrollo del

21 Zemelman, op. cit., págs. 57 y 59.


22 Rudolf Bahro: Por un comunismo democrático, Barcelona, Fontamara,
1981, pág. 33.
23 Ibid., pág. 34.
54 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

sujeto, cuando la división del trabajo involucra relaciones de


dominación, pues en ese contexto el trabajo deja de ser una
expresión de las potencias del ser humano para reducirse a
una función mediante cuyo cumplimiento se materializa la
inserción del individuo en la sociedad.
La sociedad, por el contrario, debe ser vista como el ámbito
de despliegue de las prácticas sociales. Se refiere a la capacidad
de iniciativa de los distintos grupos para expresarse en múlti-
ples tipos de prácticas de acuerdo con su contenido y grado de
organización; mediante esas prácticas contribuyen a asegurar
su reproducción social e ideológica, así como a determinar rela-
ciones de dominación o equilibrio con los otros grupos sociales.
Es por ello que cuando se habla de desarrollo, tanto en su
acepción general como en su concepción local, se está hablan-
do de la necesidad de crear una utopía para los sujetos socia-
les en los que se busca apoyo; es decir, pensar en la exigencia
de una necesidad de futuro es obligar a las organizaciones a
desarrollar la capacidad de imaginarse un futuro cuya cons-
trucción en el corto plazo sea posible. El rescate del ser huma-
no como sujeto actuante y protagonista sólo es posible cuando
está inmerso en el curso general de los acontecimientos.
55

III. Foucault y los diagramas


de poder

Hasta aquí hemos visto, por un lado, la presencia acrecen-


tada y visible de la pobreza como consecuencia de la violencia
del proceso globalizador; que se expresa en la miseria y
marginación de la gran mayoría de la población mundial, so-
bre todo en los países del Tercer Mundo, y además conlleva el
desequilibrio ecológico y la explosión demográfica. Por otro
lado, hemos visto la necesidad de crecimiento económico que
tienen los países industrializados y sus efectos nefastos en el
círculo vicioso del “desarrollo del subdesarrollo y del subde-
sarrollo del desarrollo”.
Hemos hablado de un desarrollo injusto, basado en la des-
igual distribución de la riqueza en el sistema económico mun-
dial, de un desarrollo cuya empresa fue mal concebida desde
el principio, de un desarrollo que ha cambiado la faz de la tie-
rra de manera diabólica, de un desarrollo cuya promesa de
redención ha sido una mentira y un fracaso. Sin embargo, des-
de hace más de cincuenta años, el desarrollo es la ilusión que
entusiasma a la sociedad moderna y su magia ha seducido a
casi todos los países de América Latina.
¿Cómo se dieron las relaciones de saber-poder en el con-
texto del discurso del desarrollo?, ¿cuál es el diagrama de po-
der que subyace a estas relaciones de fuerza?, ¿cuáles son es-
56 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

tas fuerzas y estas resistencias que se encuentran en tensión?


He aquí algunos de los problemas que se busca resolver en este
capítulo.
Por medio de los diagramas elaborados por Michel
Foucault, intentaremos entender los escenarios en que surgen
las relaciones de poder para esbozar en el siguiente capítulo lo
que llamaremos el diagrama de poder del desarrollo.

El diagrama del suplicio

En este diagrama el blanco central de la represión penal,


el objeto de poder, diseñado por Foucault, es el cuerpo suplicia-
do, descuartizado, amputado, marcado; expuesto vivo o muer-
to como ofrenda de un ritual teatral, de un espectáculo: la som-
bría fiesta punitiva. En esta representación teatralizada, el
castigo es visible, público, cotidiano, su fatalidad transita por
todos los rincones de la sociedad. Es un castigo-espectáculo
que lleva consigo el horror de la violencia. Castigo y violencia
se hacen carne en el cuerpo del condenado. El verdugo es el
responsable de cargar con la violencia legal de la acción sobre
el cuerpo del condenado; tocarlo, herirlo, imprimir sufrimien-
to y dolor físicos sobre el cuerpo mismo. El castigo es el arte
de las sensaciones insoportables. El verdugo, un anatomista
del sufrimiento. La muerte se multiplica, se difiere en el tiem-
po, se prolonga agónicamente por interrupciones sucesivas y
calculadas minuciosamente. El condenado se lleva, impresa en
el cuerpo, la marca de su delito. La violencia y el sufrimiento
de “mil muertes” impuestas por el suplicio, por esta técnica
del sufrimiento. Al respecto dice Foucault:

Una pena, para ser un suplicio [...], ha de producir cierta cantidad


de sufrimiento que se puede, ya que no medir con exactitud, al
menos apreciar, comparar y jerarquizar. La muerte es un suplicio
en la medida en que no es simplemente privación del derecho a
vivir, sino que es la ocasión y el término de una gradación calcula-
Foucault y los diagramas de poder 57

da de sufrimiento [...]. La muerte-suplicio es un arte de retener la


vida en el dolor, subdividiéndola, en “mil muertes” y obteniendo
con ella, antes de que cese la existencia, “la más exquisita agonía”.24

El suplicio es arte cuantitativo del dolor sometido a reglas;


existe un código jurídico del dolor; un saber-físico-penal cuya
función es “purgar” el delito. Dice Foucault que “el suplicio
penal [...] es una producción diferenciada de sufrimientos, un
ritual organizado para la marcación de las víctimas y la mani-
festación del poder que castiga [...]”.25
El enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el verdugo en el
suplicio se consuma con la pulverización del condenado, con
su destrucción, su fragmentación física. Ha triunfado la ley del
terror, y su triunfo debe ser observado por todos. Quien que-
branta la ley atenta contra la persona del rey y es éste, o quien
recibe su fuerza delegada (el verdugo), quien se apodera del
cuerpo del condenado para mostrarlo marcado, vencido, roto.
El terror hace ver a todos la presencia desenfrenada del sobe-
rano sobre el cuerpo del criminal. La ceremonia del suplicio
pone de manifiesto la relación de fuerzas que da su poder a la
ley; y la ejecución pública es una manifestación de esa fuerza.
La ejecución pública tiene dos caras: una de victoria y otra de
lucha. El verdugo es quien despliega la fuerza, la violencia que
pretende dominar a la violencia del crimen. Sin embargo, en
esta relación, el verdugo comparte con su adversario su infa-
mia. El soberano, quien pide, decide y hace ejecutar los casti-
gos de manera directa o indirecta por medio de la ley, es al-
canzado por el crimen.
El patíbulo es el escenario de este gran teatro de la muer-
te, donde la justicia del rey hace alarde de la desmesura de su
poder. En esta representación cotidiana, todos los actores se

24 Michel Foucault: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Argentina,


Siglo XXI Editores, 2002, (traducción de Aurelio Garzón del Cami-
no), pág. 39.
25 Ibid., pág. 40.
58 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

hacen visibles: el rey por medio del verdugo, el condenado y


el pueblo. El pueblo es un espectador, su papel es ambiguo; el
pueblo reivindica su derecho a comprobar los suplicios, y la
persona a quien se aplican tiene derecho a tomar parte en ellos.
El pueblo debe a la venganza del rey una especie de servidum-
bre de patíbulo. Lo que se busca con este montaje de la tortura
es la confesión de la verdad del crimen; el criminal que confie-
sa se convierte en verdad viva, en un testimonio, en un docu-
mento probatorio de una instrucción escrita y secreta. Por me-
dio de su confesión, el acusado se convierte en productor de
una verdad penal, se compromete respecto del procedimien-
to, firma la veracidad de la información, legitima la acusación.
Esta confesión se logra por dos medios: el juramento y la tor-
tura. Hay que exorcizar el crimen del cuerpo del condenado y
exhibir al pueblo el resultado: la verdad del soberano. El po-
der del soberano se enriquece por el sufrimiento del condena-
do, necesita de un costo de muerte y de terror para hacerse
visible y demostrar su existencia. El poder del soberano persi-
gue al cuerpo más allá de todo sufrimiento posible.
Para demarcar el lugar de unos y de otros, el rey debe de-
mostrar que es capaz de decidir sobre la vida y sobre la muer-
te; esta demostración la logra en la desarticulación del cuerpo
del condenado. Detrás de esta violencia, se hace visible todo
un saber anatómico del cuerpo sin el cual no sería posible la
fuerza del suplicio. Con el tormento, primero, y con la ejecu-
ción, después, el cuerpo del condenado ha producido y repro-
ducido la verdad del crimen; ha sintetizado la realidad de los
hechos y la verdad de la instrucción, de los actos del procedi-
miento y del discurso del criminal, del crimen y del castigo.
Foucault y los diagramas de poder 59
60 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

El diagrama del castigo

Cuando la ceremonia penal del suplicio se hace sospechosa


de mantener parentesco con el delito –como dice Foucault: “de
igualarlo, si no de sobrepasarlo en salvajismo, de habituar a los
espectadores a una ferocidad de la que se les quería apartar, de
mostrarles la frecuencia de los delitos, de emparejar al verdugo
con un criminal y a los jueces con unos asesinos, de invertir en
el postrer momento los papeles, de hacer del supliciado un ob-
jeto de compasión o de admiración”–26, en ese instante este ri-
tual de la muerte y sus castigos deja de ser teatro, el espectáculo
desaparece y se perfila un nuevo diagrama de poder.

La formación de una nueva estrategia para el ejercicio del poder de


castigar. Y la “reforma” propiamente dicha, tal como se formula en
las teorías del derecho o tal como se esquematiza en los proyectos,
es la prolongación política o filosófica de esta estrategia, con sus
objetivos primeros: hacer del castigo y la represión de los ilegalismos
una función regular, coextensiva a la sociedad; no castigar menos,
sino castigar mejor; castigar con una severidad atenuada quizá, pero
para castigar con más universalidad y necesidad; introducir el po-
der de castigar más profundamente en el cuerpo social.27

El castigo se oculta de la mirada cotidiana, del proceso


penal, para formar parte de la conciencia abstracta. En el inte-
rior del criminal hay una “humanidad” que respetar, corregir
y transformar. La condena es la nueva marca del delincuente.
El cuerpo no se toca. El cuerpo es un instrumento, un interme-
diario en el castigo del alma. El castigo debe actuar en profun-
didad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad, las dis-
posiciones del alma. Se interviene físicamente sobre el cuerpo
encerrándolo o haciéndolo trabajar en una prisión, para pri-
var al individuo de una libertad que él considera un derecho y

26 Ibid., pág. 16.


27 Ibid., pág. 86.
Foucault y los diagramas de poder 61

un bien. El objeto principal de la pena es la pérdida de un bien


o de un derecho. Se establece una penalidad de lo no corporal.
El cuerpo queda prendido en un sistema de coacción y de pri-
vación, de obligaciones y de prohibiciones. El castigo se con-
vierte en una economía de los derechos suspendidos.
Los delincuentes son siluetas, sombras, voces sin rostro,
entidades impalpables; son estas sombras detrás de los ele-
mentos de la causa las efectivamente juzgadas y castigadas.
Importa ahora conocer al delincuente, las apreciaciones en tor-
no a él, las relaciones con su pasado y su delito, sus proyeccio-
nes futuras; es importante calificar al individuo, controlarlo,
neutralizar su estado peligroso, modificar sus disposiciones
delictuosas, obtener un cambio. De lo que se trata es de juzgar
el alma del delincuente, someterla al ámbito de los objetos sus-
ceptibles de un conocimiento científico, a fin de determinar no
ya la infracción, sino lo que fue, es, y puede ser el delincuente.
El objeto-crimen: la calidad, el carácter, la sustancia de que está
hecha la infracción ha cambiado. De los delitos de sangre se
pasa a los delitos de propiedad; la proliferación de los
ilegalismos menores se vuelve intolerable, precisamente por-
que atenta contra el régimen de propiedad. Se busca una nue-
va organización del delito y nuevas formas de castigo. De lo
que se trata es de generar una estrategia que permita aumen-
tar los efectos del castigo, disminuyendo los costos políticos.
Cambiar el objeto del castigo de manera que se oriente hacia
la prevención del delito en quienes aún no lo han cometido.
Los técnicos (vigilantes, médicos, capellanes, siquiatras,
sicólogos y educadores) son ahora los encargados de garanti-
zar el funcionamiento de este nuevo mecanismo de disuasión
del delito mediante la ley. La ley es la encargada de adminis-
trar estos ilegalismos; nada escapa a la ley. Es esta misma ley
la que garantiza el bienestar, el no sufrimiento del delincuen-
te. De lo que se trata es de “quitar la existencia evitando sentir
el daño, privar de todos los derechos sin hacer sufrir, imponer
penas liberadas de dolor”.28 Es la lógica de la penalidad incor-
62 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

poral; de la misma muerte para todos: la muerte en el instante,


instantánea, de un solo golpe. No existe enfrentamiento físico.
“Casi sin tocar el cuerpo, la guillotina suprime la vida, del mis-
mo modo que la prisión quita la libertad o una multa descuenta
bienes”.29 El condenado no tiene ya que ser visto, el cuerpo se
disimula, se impone la era de la sobriedad punitiva. La prisión,
el patíbulo y el lugar de la ejecución permanecen ocultos, un
extraño secreto se teje entre la justicia y su sentencia.
Todo un conjunto de juicios apreciativos, diagnósticos,
pronósticos normativos referentes al individuo aparecen en el
armazón del juicio penal; lo que se busca con la afirmación de
culpabilidad es otra verdad: una verdad científico-jurídica. El
juicio de culpabilidad conlleva una apreciación de normali-
dad y una prescripción técnica para una normalización posi-
ble. El juez, juzga otra cosa distinta que los delitos; además, no
es el único que juzga. En torno al juicio principal se han multi-
plicado justicias y jueces paralelos, el poder legal de castigar
se ha dividido. “La operación penal entera se ha cargado de
elementos y de personajes extrajurídicos. [...] Un saber, unas
técnicas, unos discursos ‘científicos’ se forman y se entrelazan
con la práctica del poder de castigar”.30
La infracción opone un individuo, un traidor, un enemigo
común al cuerpo social entero, para castigarlo. La sociedad ente-
ra tiene el derecho de defenderse de él: “el daño que hace un cri-
men al cuerpo social es el desorden que introduce en él, el escán-
dalo que suscita, el ejemplo que da, la incitación a repetirlo si no
ha sido castigado, la posibilidad de generalización que lleva en
sí. Para ser útil, el castigo debe tener como objetivo las conse-
cuencias del delito, entendidas como la serie de desórdenes que
es capaz de iniciar”.31 Castigar es el arte de prever los efectos.

28 Ibid., pág. 19.


29 Ibid., pág. 21.
30 Ibid., pág. 29.
31 Ibid., pág. 97.
Foucault y los diagramas de poder 63
64 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

El diagrama disciplinario

Entre los siglos XVI y XIX se desarrolló una nueva tecnolo-


gía de vigilancia y castigo, más benigna, para reemplazar a los
patíbulos; se trata de una tecnología que no castiga los cuerpos:
busca corregir el alma. Esta nueva tecnología es un verdadero
conjunto de procedimientos para dividir en zonas, controlar,
medir, encauzar a los individuos y hacerlos cada vez más dóci-
les y útiles. En los hospitales, el ejército, las escuelas, los cole-
gios o los talleres se impone la disciplina: vigilancia, ejercicios,
maniobras, calificaciones, rangos y lugares, clasificaciones, exá-
menes, registros; es la nueva manera para someter los cuerpos,
dominar las multiplicidades humanas y manipular sus fuerzas.
“La disciplina es una anatomía política del detalle”.32 La
disciplina constituye al hombre-máquina, sobre dos registros:
el anátomo-metafísico, que busca conocer el funcionamiento
y la explicación del cuerpo, y el técnico-político, que trata de
controlar y corregir esas funciones, buscando la sumisión y la
utilización. Cuerpo útil, cuerpo inteligible; cuerpo analizable,
cuerpo manipulable. Y en medio de esta dicotomía, sirviendo
de engranaje, el concepto de “docilidad”. “Es dócil un cuerpo
que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede
ser transformado y perfeccionado”.33 En esta nueva técnica de
poder que impone al cuerpo coacciones, interdicciones, obli-
gaciones, también hay una escala de control: no se trabaja el
cuerpo en masa, sino en sus partes infinitesimales, en el ámbito
de una mecánica del movimiento, del gesto, de las actitudes, de
la rapidez del cuerpo activo. El objeto de este control es la eco-
nomía, la eficacia de estos movimientos, su organización inter-
na; lo que importa es la ceremonia del ejercicio. Se llama disci-
plina a esta modalidad que pone en juego el tiempo, el espacio
y los movimientos, velando por la actividad ininterrumpida y

32 Ibid., pág. 143.


33 Ibid., pág. 140.
Foucault y los diagramas de poder 65

constante del cuerpo, más que por sus resultados, a “estos mé-
todos que permiten el control minucioso de las operaciones del
cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y
les imponen una relación de docilidad-utilidad”.34

El momento histórico de las disciplinas es el momento en que nace


un arte del cuerpo humano, que no tiende únicamente al aumento
de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino
a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace
más obediente cuanto más útil, y al revés. Fórmase entonces una po-
lítica de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo,
una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus
comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de po-
der que lo explora, lo desarticula y lo recompone. [...] La disciplina
fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos “dóciles”. La dis-
ciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de
utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de
obediencia). En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una par-
te, hace de ese poder una “aptitud”, una “capacidad” que trata de
aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello
podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta.35

Para el hombre disciplinado, ningún detalle es indiferen-


te; hay una mística de lo cotidiano, de lo pequeño: la minucia
de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones,
la sujeción a control de las menores partículas de la vida y del
cuerpo; se trata de tecnologías sociales complejas en busca de
la serialización del cuerpo, de su flexibilización; el cuerpo como
objeto de la escala de control, el cuerpo como parte de una
cadena de cuadros móviles productivos sujetos a las fuerzas
del poder, docilizados, domesticados. La disciplina busca la
individualización.
Pero la realización plena de toda esta maquinaria de po-
der no es posible sin un arsenal técnico, sin un corpus de pro-
cedimientos, sin un saber.

34 Ibid., pág. 141.


35 Ibid., pág. 142.
66 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

El arte de las distribuciones

La disciplina distribuye a los individuos en el espacio por


medio de varias técnicas:

– La clausura, lugar específico, distinto a los demás y cerrado


sobre sí mismo. La clausura, no como un encierro permanen-
te, sino como un espacio de permanencia temporal, flexible.
– La localización elemental o la división en zonas, para ubicar a
cada individuo en su lugar, y en cada lugar a un individuo, a
fin de vigilar su conducta, apreciarla, sancionarla, medir sus
cualidades y sus méritos en cada instante. La disciplina or-
ganiza un espacio analítico, para conocer, dominar y utilizar
a los hombres. De lo que se trata es de crear celdas, comparti-
mentos ideales de soledad para cada individuo. La discipli-
na es, en el fondo, celular.
– Los emplazamientos funcionales fijan lugares determinados para
responder a la necesidad de creación del espacio útil. Se bus-
ca distribuir a los individuos en un espacio en el que sea po-
sible aislarlos y localizarlos; pero también articular esta dis-
tribución sobre un aparato de producción cuyas exigencias
se tienen que satisfacer.
– La intercambiabilidad de los elementos; los individuos se de-
finen por el lugar que ocupan en una serie y por la distan-
cia que separa a unos de otros. La unidad no se logra en el
territorio (unidad de dominación) ni en el lugar (unidad
de residencia), sino en el rango. El rango es “el lugar que
se ocupa en una clasificación, el punto donde se cruzan
una línea y una columna, el intervalo en una serie de in-
tervalos que se pueden recorrer unos después de otros. La
disciplina, arte del rango y técnica para la transformación
de las combinaciones, individualiza los cuerpos por una
localización que no los implanta, pero los distribuye y los
hace circular en un sistema de relaciones”.36 Al organizar

36 Ibid., pág. 149.


Foucault y los diagramas de poder 67

las ‘celdas’, los ‘lugares’ y los ‘rangos’, la disciplina fabri-


ca espacios complejos: arquitectónicos, funcionales y jerár-
quicos, cuya función es la fijación y la circulación de los
cuerpos; recorta segmentos individuales e instaura rela-
ciones operatorias; marca lugares e indica valores; garan-
tiza la obediencia, pero también una mejor economía del
tiempo y de los gestos. La disciplina constituye ‘cuadros
vivos’ que transforman las multitudes confusas en multi-
plicidades ordenadas. Se trata de organizar lo múltiple, de
procurarse un instrumento para recorrerlo y dominarlo;
se trata de imponerle un orden. El cuadro es, a la vez, una
técnica de poder y un procedimiento de saber.

El control de la actividad

– El empleo del tiempo se manifiesta por medio de tres procedi-


mientos: establecer ritmos, obligar a ocupaciones determina-
das y regular los ciclos de repetición. Hay que constituir un
tiempo íntegramente útil, suprimiendo todo cuanto pueda
turbar o distraer.
– La elaboración temporal del acto, creación de un ‘programa’ del
propio acto, para controlar su desarrollo y sus fases. Articu-
lación de una trama de los gestos y de los comportamientos.
– El establecimiento de correlación del cuerpo y del gesto, para lograr
una mayor eficacia y rapidez. Nada debe permanecer ocioso o
inútil. “Un cuerpo disciplinado es el apoyo de un gesto eficaz”.37
– La articulación cuerpo-objeto; la disciplina establece un engra-
naje que posibilita las relaciones del cuerpo con el objeto, cons-
tituyendo un complejo: cuerpo-objeto, cuerpo-instrumento,
cuerpo-máquina.
– La utilización exhaustiva; la disciplina procura un uso siempre
creciente del tiempo. Se trata de extraer del tiempo cada vez
más instantes disponibles y, de cada instante, cada vez más
fuerzas útiles. Hay que intensificar el uso del menor instante,

37 Ibid., pág. 156.


68 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

como si el tiempo en su fraccionamiento fuera inagotable. El


cuerpo sometido a estas nuevas técnicas de poder es un cuer-
po del ejercicio, un cuerpo manipulado por la autoridad, un
cuerpo del encauzamiento útil; este cuerpo dócil es un orga-
nismo. El poder disciplinario tiene como correlato una indivi-
dualidad no sólo analítica y celular, sino natural y orgánica.
– La organización de las génesis.

Las disciplinas, que analizan el espacio, que descompo-


nen y recomponen las actividades, son también aparatos para
sumar y capitalizar el tiempo; esto lo logran por medio de cua-
tro procedimientos:

– Dividir la duración en segmentos, sucesivos o paralelos (des-


componer el tiempo en trámites separados y ajustados).
– Organizar estos trámites de acuerdo con un esquema analítico.
– Fijarles un término a los segmentos temporales con una prue-
ba, cuya función es indicar si el sujeto ha alcanzado el nivel
estipulado, garantizar la conformidad de su aprendizaje y
diferenciar las dotes de cada individuo.
– Disponer series de series; prescribir a cada una, según su ni-
vel, su antigüedad o su grado, de manera que cada individuo
se encuentre incluido en una serie temporal, que define
específicamente su nivel o su rango. “La disposición en serie
de las actividades sucesivas permite toda una fiscalización de
la duración por el poder. […] El poder se articula directamen-
te sobre el tiempo: asegura su control y garantiza su uso”.38

La composición de fuerzas

La disciplina tiene como exigencia construir una máquina


capaz de articular de manera concertada todas las piezas que
la componen a fin de lograr el máximo efecto. La disciplina no
es ya simplemente un arte de distribuir cuerpos, de extraer de

38 Ibid., pág. 164.


Foucault y los diagramas de poder 69

ellos y de acumular tiempo, sino un arte de componer unas


fuerzas para obtener un aparato eficaz.
Hay una reducción funcional del cuerpo: cuerpo-segmen-
to, a fin de que se pueda colocar, mover articular sobre otros.
El cuerpo es una pieza de una máquina multisegmentaria.
Estas piezas (las diversas series cronológicas) deben com-
binarse para formar un tiempo compuesto.
Esta combinación medida de las fuerzas requiere un siste-
ma específico de mando. Disponer los cuerpos en un mundo
de señales; señales cuya función es atraer de golpe la mirada,
volver la atención.
En resumen, se puede decir que la disciplina fabrica con los
cuerpos que controla una individualidad que se caracteriza por
ser: celular (por el juego de la distribución espacial), orgánica
(por el cifrado de las actividades), genética (por la acumulación
del tiempo) y combinatoria (por la composición de fuerzas). Para
ello, utiliza cuatro grandes técnicas: construye cuadros, prescri-
be maniobras, impone ejercicios y dispone tácticas.
Por otro lado, la disciplina busca la internalización, por la
vía del buen encauce de la conducta. El éxito de este poder
disciplinario se debe al uso de instrumentos simples: la vigi-
lancia jerárquica, la sanción normalizadora y la combinación
de ambas en un procedimiento: el examen.
La vigilancia jerárquica establece un conjunto de ejercicios
que ponen en juego la mirada; es un complejo aparato de ob-
servación para hacer visible el objeto de la vigilancia.
Por medio de la sanción normalizadora, la disciplina esta-
blece una infrapenalidad que lleva consigo una manera parti-
cular de castigar: la sanción reglamentaria de los reglamentos.
En este sistema de infrapenalidad, el castigo debe ser correcti-
vo; debe formar parte de un sistema doble: gratificación-san-
ción. La aplicación del castigo debe ser jerarquizada, según los
rangos o grados.
El examen combina las técnicas de la jerarquía que vigila
y las de la sanción que normaliza; correlaciona saber y poder
70 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

dentro de un mecanismo particular: invierte la economía de la


visibilidad en el ejercicio del poder y hace entrar la individua-
lidad en un campo documental del saber. Rodeado de estas
técnicas documentales, el examen hace de cada individuo un
caso. El examen es el que “combinando estas técnicas, garanti-
za las grandes funciones disciplinarias de distribución y clasi-
ficación, de extracción máxima de las fuerzas y del tiempo, de
acumulación genética continua, de composición óptima de las
actitudes. Por lo tanto, de fabricación de la individualidad ce-
lular, orgánica, genética y combinatoria”.39 Con el examen se
ritualiza esas disciplinas en las que la modalidad de poder se
asienta sobre la diferenciación individual.

39 Ibid., pág. 198.


Foucault y los diagramas de poder 71

El diagrama del biopoder y de la biotecnología

El poder, como ya hemos visto, es una relación de fuerzas;


configura en su dimensión macro un campo de fuerzas en el que
se constituyen, se localizan y distribuyen las instituciones, enten-
didas como agenciamientos concretos de poder. En la dimensión
micro, el ámbito de las relaciones de fuerza atraviesa los cuerpos,
definiendo zonas de tensión y líneas de intensidad, induciendo
comportamientos en función de estrategias inmanentes.
El diagrama de poder en el medioevo fue el del suplicio, tal
como lo hemos mencionado anteriormente. El diagrama del
suplicio fue sustituido por el diagrama del castigo. El diagrama
del castigo fue un diagrama en transición entre el diagrama del
suplicio, que corresponde al medioevo, y el diagrama de la dis-
ciplina, que corresponde a la modernidad propiamente dicha.
En una etapa avanzada de la modernidad –llamada por
unos posmodernidad y por otros sobremodernidad, y, de modo
más específico, capitalismo tardío o de organización–, se hace
presente otra forma de poder que gestiona la vida, que se in-
troduce y manipula el bios social, animal y vegetal; una forma
de poder cuya tecnología sofisticada es la ingeniería celular.
Este poder ya no se ejerce sobre el cuerpo humano sino sobre
toda forma de vida, manipulando sus fundamentos, orígenes,
programas genéticos, información microbiológica. A eso se
denomina diagrama del biopoder.
No es de ninguna manera casual que en la etapa del capi-
talismo tardío, vulgarmente llamado globalización, se desa-
rrolle una biotecnología, se trace una perspectiva que lea el
mapa del mundo según la biodiversidad y se trate de valori-
zar el capital según la dominación de la vida en todas sus for-
mas, porque el biopoder es el diagrama que corresponde a la
era de la globalización. Así como podemos distinguir la dife-
rencia de los modos de producción en la historia económica y
social, diferencia que puede tener un tipo de secuencia en el
contexto mundial y otro tipo de secuencia en el contexto re-
72 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

gional, nacional y local, así como se pueden dar distintas com-


binaciones, podemos también distinguir un comportamiento
diferencial en lo que respecta a la estructuración de los
diagramas de fuerza, es decir a las cartografías del poder.
El diagrama de poder disciplinario es complementario al
modo de producción capitalista en su etapa de concurrencia y
en los periodos iniciales de la formación de los monopolios.
Este diagrama induce comportamientos adecuados a la produc-
ción, domestica los cuerpos en función de una máquina abs-
tracta que se apropia del tiempo de trabajo no pagado. El diagra-
ma de poder de los disciplinamientos amolda los cuerpos, sus
fragmentos constitutivos, sus espacio-tiempos, sus dinámicas a
los procesos de serialización y ductilidad que requiere el modo
de producción capitalista, tal como lo hemos visto en el punto
anterior. Durante el propio desarrollo del capitalismo, en una
etapa vinculada a la consolidación, expansión y despliegue de
su proceso de globalización, el modo de producción sufre trans-
formaciones estructurales relativas a las repercusiones del de-
sarrollo tecnológico en las formas de organización.
Este capitalismo de organización desata la conformación
de un diagrama de poder que gestiona la vida (biotecnología).
El poder ya no sólo induce a determinados comportamientos
en los cuerpos aptos para las estrategias políticas sino que in-
terviene en su estructura molecular. Las repercusiones de este
diagrama de fuerzas no tienen precedentes. La instrumenta-
lización y manipulación de la ingeniería celular convierte a los
seres humanos en autómatas, en modernos esclavos, incapa-
ces de controlar no sólo sus condiciones de producción sino
sus condiciones biológicas.
Las nuevas biotecnologías, los recursos genéticos (plan-
tas y animales alimenticios, plantas medicinales, plantas pro-
ductoras de fibra, plantas tintóreas, plantas aromáticas, etc.)
y los conocimientos sobre ellos son el “oro del siglo XXI” y de
él se tratan de apropiar las culturas dominantes. Sólo median-
te el discurso de la “revalorización” de los conocimientos de
Foucault y los diagramas de poder 73

las culturas (indígenas, campesinas o étnicas), programas aca-


démicos y otro tipo de “ayudas”, los organismos internacio-
nales consiguieron recolectar biodiversidad cultivada y “sil-
vestre” y plasma animal y humano para lograr ingentes
ganancias financieras.
En este sentido, por ejemplo, el límite en la agricultura es
la “revolución verde” que se generó en la década de los sesen-
ta en Estados Unidos y posteriormente se implementó en
Latinoamérica y el resto del mundo sin el consentimiento de
los pueblos. La “revolución verde” consiste en la utilización
masiva de semillas híbridas y seleccionadas genéticamente, el
uso de plaguicidas sintéticos (insecticidas, herbicidas,
bactericidas, nematicidas, etc.), el uso de agroquímicos (ferti-
lizantes) y una notable inversión de capital en la agroindustria.
Después de veinte años de aplicación “revolucionaria” los re-
sultados son nefastos para los pequeños agricultores: conta-
minación de las aguas superficiales y subterráneas por el uso
de fertilizantes y plaguicidas, salinización de los suelos y llu-
vias ácidas. Todos estos elementos ponen en duda el paradig-
ma de la “revolución verde”, sus resultados a favor de la hu-
manidad son altamente cuestionables.
Sin embargo, en los últimos años, la ciencia puesta al ser-
vicio de las industrias agroquímicas y productoras de semillas
“mejoradas” dio un giro y lanzó un nuevo paradigma: la
biotecnología, que se basa, principalmente, en la ingeniería
genética, la cual se ocupa, a su vez, de la manipulación de los
organismos vivos.
En el entendido de que nos movemos en la órbita de este
nuevo diagrama de poder, debemos evitar caer en la superfi-
cial consideración de que ese poder trata de proteger la
biodiversidad, la ecología, el mundo de la contaminación, y
que las actitudes de los organismos internacionales y sus in-
termediarios nacionales responden a móviles filantrópicos.
Debemos tomar conciencia de los sofisticados nuevos proce-
dimientos, de las nuevas tecnologías, entre ellas la ingeniería
74 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

celular, que se desprenden del nuevo diagrama de poder de-


sarrollado en la era del capitalismo tardío.
Tampoco debe sorprendernos que los mecanismos legales
deriven en nuevos monopolios, en nuevas formas de latifundio
bajo control del capital financiero; monopolios y latifundios que
entran en contradicción con los desposeídos de la tierra, con las
clases explotadas y subalternizadas. Estas contradicciones son
nuevas en tanto se dan en el nuevo contexto del orden mun-
dial, y son viejas, en tanto son figuras historicistas de los anta-
gonismos derivados de la lucha de clases.
El diagrama del biopoder contiene, como eje operativo, la
instrumentalización biotecnológica; este diagrama se expande
apropiándose de territorios, nichos ecológicos, regiones
ecológicas ricas en biodiversidad, por lo tanto, ricas en infor-
mación genética. Manipulan los cuerpos en sus zonas micros-
cópicas. Gestan la vida para apropiarse de sus potencialidades.
La biotecnología llega a los países “subdesarrollados”
mediante el mercado y bajo el contexto de la globalización. Es
impuesta por organismos internacionales interesados en
viabilizar los productos genéticamente modificados, los
transgénicos, los fertilizantes, los pesticidas y, quizás, en el fu-
turo los animales clonados. La biotecnología no sólo implica
una nueva tecnología de punta sino el trastrocamiento pro-
fundo de la relación entre tecnología y sociedad. Si durante la
modernidad, la tecnología transformó a la sociedad llevándo-
la a sus causes cambiantes y móviles, donde “todo lo sólido se
desvanece en el aire”, ahora la sociedad se halla por entero al
servicio de la tecnología. La tecnología es la realización mis-
ma de la metafísica occidental.
Se puede decir que el diagrama del biopoder, que tiene
como eje instrumental a la biotecnología, se desarrolla de una
manera indirecta, pero altamente destructiva en los países don-
de opera. Las formas capitalistas de producción dadas duran-
te la modernidad destruían las formas comunitarias y condu-
cían a la proletarización. Actualmente, la forma biotecnológica
Foucault y los diagramas de poder 75

del capitalismo tardío no solamente destruye las formas co-


munitarias de producción sino incluso destruye sus formas
subjetivas de memoria y de identidad colectiva, barriendo con
las formaciones históricas de los saberes concretos de la gente.
El abismal olvido es ahora una posibilidad real. Con el vacia-
miento completo de la subjetividad, de las identidades colec-
tivas, es imaginable la pérdida absoluta de libertad.
76 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo
77

IV. El diagrama del desarrollo

Este capítulo, como ya lo he mencionado anteriormente,


pretende mostrar de manera descriptiva cómo se articula el
diagrama del desarrollo. Para ello, es importante partir de las
tres dimensiones que tiene el ser, según Foucaultl, y que es
posible agruparlas en una triple interrogación, a la manera
deleuziana:40 ¿qué sé?, ¿qué puedo?, ¿qué soy?
¿Qué sé?, ¿qué es el saber? Esta pregunta está relacionada
con el ver y el decir; con las cosas y las palabras; el problema
de las formas de visibilidad y las formas de legibilidad; la des-
cripción y la enunciación.
¿Qué puedo?, ¿qué es el poder? Se refiere a las relaciones
de fuerza, a la capacidad de ser afectado o de afectar. Entre
saber y poder está la institución, como una bisagra, que arti-
cula las relaciones de fuerza con las formas: las formas de visi-
bilidad, que son los aparatos institucionales, y las formas de
enunciabilidad, que son sus reglas. La institución es el lugar
donde el ejercicio del poder es condición de posibilidad de un
saber y donde el ejercicio del saber se convierte en instrumen-
to de poder.

40 Guilles Deleuze (en: Foucault, Buenos Aires, Paidós Studio, traduci-


do por José Vásquez Pérez, 1987) divide las dimensiones del ser en
Foucault en tres, parodiando las preguntas kantianas.
78 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

¿Qué soy?, ¿qué es uno mismo? Es la pregunta por la subje-


tividad, es el tercer dominio derivado del saber y del poder, con-
dición de posibilidad, por tanto, del pensar y del resistir. Es la
forma resultante de una fuerza que se afecta a sí misma; me-
diante ella, el afuera se constituye en un adentro coextensivo.
En el diagrama del desarrollo es posible encontrar estas di-
mensiones: una institucionalidad encarnada en las institucio-
nes de cooperación y sus extensiones que se rigen por reglas y
tribunales específicos; una correlación de fuerzas en el ejercicio
del poder, condición de posibilidad de la imposición del saber
sobre el desarrollo. Y, como resultado de esta relación saber-po-
der, una subjetividad particular: el sujeto necesitado. Vamos a
analizar con mayor detalle cada una de estas dimensiones.

El saber del desarrollo: descripción y enunciación

Descripción: las instituciones y sus reglas, la triada ciencia-


Estado-mercado

Un primer cuerpo de instituciones, que se relacionan de


forma congénita y que hacen posible el desarrollo, es el relati-
vo al triángulo ciencia-Estado-mercado. La ciencia, y, median-
te ella, el conocimiento científico, es el gran mito instaurado
por sobre todas las emociones, las castas, la comunidad, la re-
ligión y el lenguaje. Es el instrumento transnacional de la trans-
formación, no sólo está sobre el interés de todos, sino es exigi-
ble a todos. La ciencia ha prometido, mediante la historia,
transformar al mundo en un paraíso materialista y poner fin a
la pobreza y a la opresión. Esta promesa fue creída porque la
ciencia siempre fue considerada por todos como condición
previa de una visión del mundo, nueva e incontaminada por
percepciones ignorantes y esclavizantes. Sin embargo, la pro-
mesa no podría cumplirse nunca: la ciencia, como aliada del
poder colonial, siempre estuvo al servicio de los intereses de
El diagrama del desarrollo 79

la cultura occidental. La ciencia funcional sólo pudo extender


su hegemonía por intimidación, propaganda, catecismo y fuer-
za política, usurpando el derecho de los “otros” a los domi-
nios del conocimiento y de la producción. La única manera de
imponerse era concentrando y arbitrando todas las epistemes
aparentando hacerlo de un modo impersonal y objetivo. Un
sacerdocio científico, fundado en supuestos compartidos, con
pretensiones de validez y verdad, fue el encargado de cumplir
el encargo; por otro lado, el desarrollo, último socio de la cien-
cia moderna en el ejercicio de su hegemonía política. Antes de
esta alianza, la ciencia se había relacionado con la ilustración
y los reclamos milenaristas; antes de asociarse con el racismo,
el sexismo, el imperialismo y el colonialismo.
El desarrollo siempre había buscado la racionalidad, bri-
llantez y eficiencia de la ciencia moderna (la fábrica es el
símbolo concreto del progreso y de los nuevos procesos
desarrollados por la ciencia). El atraso debía sustituirse por el
desarrollo, forma mejor de organizar al hombre y a la natura-
leza basada en las intuiciones de la ciencia actual. La ciencia
hizo posible el desarrollo. Su relación congénita se remonta a
la revolución industrial, que establece por primera vez la rela-
ción entre ciencia e industria. De hecho, la definición termodi-
námica de “eficiencia”, que se convirtió en el criterio para el
desarrollo, condenó a la naturaleza y al hombre no occidenta-
les en no desarrollados o subdesarrollados, porque “la mane-
ra de ser de la naturaleza es lenta, pacífica, no dañina, no ex-
plosiva, no destructiva, tanto para otros como para sí misma”,41
mientras que el “criterio de eficiencia estipula que la pérdida
de energía disponible en una conversión se hace menor a me-
dida que la temperatura a la cual la conversión es efectuada es
más alta respecto a la del ambiente. En consecuencia, las tempe-

41 Wolfgang Sachs: Diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento


como poder, PRATEC (Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas),
1996, pág. 37.
80 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

raturas altas son de alto valor y de alto valor son de la misma


manera los recursos como el petróleo, el carbón, etc., que pue-
den posibilitar la obtención de dichas temperaturas”.42 Como
el hombre y la naturaleza procesan los recursos a temperatura
ambiente, según el desarrollo, su esfuerzo no contribuye al creci-
miento económico ni a la producción; por tanto, no tienen valor.
El llamado Tercer Mundo estaba enamorado del encanto
y de la promesa asociada con la ciencia moderna. Desarrollo y
ciencia eran sinónimos. El espíritu científico era la condición
sine qua non del progreso material, tal como lo expresó
Jawaharlal Nehru, primer ministro de la India libre: es la cien-
cia y sólo la ciencia la que “podía resolver los problemas del
hambre y la pobreza, de la insalubridad y del analfabetismo,
de la superstición y de la costumbre y tradición incapacitantes,
de los vastos recursos desperdiciados, de un país rico habita-
do por gente hambrienta”.43
Sin embargo, la ciencia no estaba sola; otra institución
emergía paralelamente como garante del progreso: el Estado.
Bajo la influencia del concepto del Estado asociado con la na-
ción, aquél se constituía en árbitro secular e imparcial entre
diferentes clases, grupos étnicos e intereses. Cada Estado-Na-
ción se veía a sí mismo como el repositorio de valores cultura-
les equiparables con el concepto territorial de nacionalidad. El
Estado, en estos tiempos modernos, es un instrumento dispo-
nible para asegurar el progreso y la igualdad dentro del siste-
ma, por medio del monopolio de la violencia y del cuidado
del “otro”. Para ello despliega su poder coactivo, en adición a
su función de control y de conducción. Con el Estado, se homo-
geneiza cultural e ideológicamente el país. El Estado no en-
tiende ni acepta el derecho de la gente a no ser desarrollada.
Su proyecto es justamente el de rehacer a los pueblos a ima-
gen y semejanza del progreso como forma avanzada de ser

42 Ibid., pág. 36.


43 Ibid., pág. 40.
El diagrama del desarrollo 81

humano. En nombre de este compromiso con el desarrollo, el


Estado socava los derechos naturales del hombre. De esta ma-
nera, ciencia y Estado se convierten en potencias universa-
lizantes del desarrollo, dejando tras de sí la pérdida de la di-
versidad, la desaparición del “otro” y la homogeneización de
los deseos y de los sueños.
El desarrollo se convierte, así, en el proceso en nombre del
cual el Estado moviliza recursos, interna y externamente, bajo
el lema de la seguridad nacional. De este modo, se articula
una ideología del Estado moderno fundada en los conceptos
de seguridad nacional, racionalidad científica y secularización
social. Casi el total del poder coercitivo del Estado moderno
proviene de la megaciencia y de la megatecnología. Desarro-
llar el Estado hoy quiere decir equiparlo con el mayor poder
coercitivo como resultado de la ayuda de la ciencia y la tecno-
logía modernas.
En la medida en que el Estado emerge como garante del
progreso y viabilizador del desarrollo, el objetivo del gobier-
no deviene en el manejo eficiente y la disciplina de la pobla-
ción, para asegurar así su bienestar y su buen orden. Pobla-
ción, en este contexto, es el objeto abierto a la administración y
al control humanos; significa la explosión, la presión de gente
no educada del Tercer Mundo que empuja a los seres más allá
de sus fronteras; la amenaza de la superpoblación. Paradójica-
mente, esta superpoblación que hay que controlar es un resul-
tado del desarrollo. El término población, referido a la capaci-
dad de contabilizar la acción generativa de personas reales,
arraigadas, de carne y hueso, se convirtió, así, en una herra-
mienta para la exterminación verbal de los pueblos. El térmi-
no población reduce a las personas a “entidades inanimadas
que pueden ser administradas como clases, sin carácter, que
se reproducen, contaminan, producen o consumen y que, por
el bien común, demandan control”.44

44 Ibid., pág. 239.


82 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

Las poblaciones son las beneficiarias del desarrollo eco-


nómico, técnico o cultural por el que son afectadas, pero del
cual, como sujetos, permanecen distintas. Por su parte, la
superpoblación es un obstáculo para el logro de los objetivos
del desarrollo: el crecimiento explosivo de las poblaciones
amenaza a los países subdesarrollados con hambruna, enfer-
medades y desórdenes sociales violentos, antes desconocidos;
de ahí que el único medio deseable para reajustar los objetivos
amenazados sea el control de las poblaciones.
Con el fin de asegurar este control, el Estado produjo un
cuerpo de leyes y reglamentos que permiten regular la vida
social. Esta forma de disciplina no fue natural, sino que requi-
rió de operaciones ideológicas y coercitivas, entre las que po-
demos nombrar a la planificación. La planificación presupone
creer que el cambio social puede ser manipulado y dirigido,
producido a voluntad. Es un proceso orientado hacia la domi-
nación y el control social. De lo que se trata es del manejo de la
pobreza y de problemas sociales como la salud, la educación,
la higiene, el desempleo, etc. Las formas de planificación so-
cial han producido sujetos gobernables, dependientes de los
profesionales, no sólo para satisfacer sus necesidades sino para
ordenarse en realidades (ciudades, sistemas de salud, de edu-
cación, de economía, etc.) que pueden ser gobernadas por el
Estado, mediante la planificación.
La planificación requiere inevitablemente de la normaliza-
ción y la estandarización de la realidad, que a su vez implica la
extinción de la diferencia y la diversidad para producir el tipo
deseado de cambio social. En individuos, sociedades, economías
normalizadas, reguladas y ordenadas es donde el planificador
puede realizar sus ensayos. La planificación busca la superación
o erradicación de las tradiciones, obstáculos e irracionalidades; la
modificación general de las estructuras humanas y sociales exis-
tentes y su reemplazo por nuevas estructuras racionales.
En esta búsqueda de reemplazo de las estructuras socia-
les, aparece el mercado como un dispositivo técnico de base
El diagrama del desarrollo 83

para la asignación de bienes y servicios y como única manera


posible de regular la sociedad. Para el Estado moderno, el
mercado es el principio rector que guía la acción tanto indivi-
dual como colectiva. El mercado es el gran regulador de las
relaciones sociales, es un modo de socialización detrás del cual
se oculta la destrucción de otros y diversos modos de socialidad
que podrían ser hoy requisitos para una organización social
equitativa. El mercado apunta a la construcción de una socie-
dad ideal de intercambios utilitarios entre individuos y gru-
pos que buscan su propio interés. Una sociedad donde la vida
humana se reduce al universo de las cosas. El Estado crea,
mantiene y regula mercados para el crecimiento económico.
El mercado es considerado como el único medio que permite
promover el desarrollo; existe la creencia de que mediante el
crecimiento económico como tal (sin ninguna redistribución)
se puede acabar con la pobreza. Desarrollo significa hoy la inte-
gración de los mercados nacionales e internacionales como ya
hemos visto, esta integración es la condición mínima para que
una región o país sea considerado “desarrollado”. El desarrollo
por medio del mercado es un proceso selectivo: sólo las áreas
que prometen crecimiento económico son consideradas.
Sin embargo, el concepto de desarrollo entendido como
crecimiento económico (es decir, incremento del ingreso por
persona en las áreas económicamente subdesarrolladas) está
siempre acompañado de crecientes desigualdades. Estas des-
igualdades en la distribución del ingreso están relacionadas
con las grandes diferenciales salariales, diferenciales que se-
gún el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) reflejan des-
igualdades en la cantidad y calidad de la educación, de los
salarios, del empleo formal e informal, así como en los ingre-
sos rurales y urbanos. Estas desigualdades ahondan las bre-
chas sociales generando procesos de marginalidad y exclusión
en los grupos humanos más pobres. Por otro lado, la desigual-
dad contribuye a los altos índices de pobreza, provocando ten-
siones sociales, desequilibrios económicos e indiferencia polí-
84 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

tica, factores que amenazan la seguridad socioeconómica de


los países. Según el BID, cinco son las tendencias del desarro-
llo que inciden sobre la desigualdad: la acumulación de capi-
tal, la urbanización, la formalización de la fuerza laboral, la
educación y la transición demográfica. Estas cinco tendencias
están íntimamente interrelacionadas e interactúan reforzándose
mutuamente; el análisis del BID concluye que en Latinoamérica
se observa un exceso de desigualdad que sobresale en todas
las regiones.45

Enunciación: los discursos del desarrollo

Desarrollo fue pues la proclama que lanzaron los países


del Sur al liberarse de la subordinación colonial a que estaban
sometidos. El concepto fue construido inmediatamente des-
pués de la segunda guerra mundial, ante el colapso de las po-
tencias coloniales europeas: desde entonces las relaciones Nor-
te-Sur han sido vistas con esta lente. El desarrollo se ha
constituido en el marco de referencia de esa mezcla de genero-
sidad, soborno y opresión que caracteriza a las relaciones de
los países ricos con los países pobres.
Si tuviésemos que definir el momento histórico en que el
concepto surge, diríamos que comenzó el 20 de enero de 1949,
con el discurso de investidura de Harry S. Truman como presi-
dente de Estados Unidos. En ese discurso, Truman declaró por
primera vez al hemisferio sur como “área subdesarrollada”.
Aunque el desarrollo como categoría en sí misma no guar-
da contenido específico alguno, tiene, sin embargo, una fun-
ción muy clara: permite santificar cualquier tipo de interven-
ción en los países en nombre de un objetivo superior que crea
bases comunes para la interacción de fuerzas tanto de derecha
como de izquierda, de intelectuales como de empíricos, de

45 BID: Enfrentando la desigualdad en América Latina, 1998-1999, Washing-


ton, BID, 1999.
El diagrama del desarrollo 85

elites como de movimientos de base. Esta categoría tiene la


virtud de alinear bajo sus propósitos múltiples una pluralidad
de voluntades dispuestas a olvidar sus conflictos sectarios co-
tidianos, ideológicos, políticos, de clase, etc., y responder a las
exigencias del habitus pragmático del desarrollo.
Este habitus se construye acuñando una serie de conceptos
clave de naturaleza etnocéntrica y hasta violenta. Este mapa
discursivo pretende mostrar cómo cada concepto filtra la percep-
ción, resaltando ciertos aspectos de la realidad y excluyendo otros;
cómo estos sesgos se enraízan en actitudes civilizatorias parti-
culares adoptadas a lo largo de la historia, sobre todo europea.
En tanto mapa histórico-político, pretenden mostrar la distri-
bución de fuerzas y de dispositivos, de eventos e instituciones
que se interrelacionan y dan sentido al imaginario colectivo
involucrado en este acontecimiento llamado “desarrollo”.
Los enunciados son creadores de palabras y de objetos, y
comprenden las funciones de sujeto, objeto y concepto. De
ahí que necesidad, ayuda, nivel de vida e igualdad sean con-
ceptos que suponen la existencia enunciativa de un sujeto ne-
cesitado en el seno mismo de las poblaciones beneficiarias
del desarrollo.
La necesidad es un complejo sistema de incontables y
reforzantes obstáculos al desarrollo. Es un hábito social adqui-
rido en el siglo XX (hábito de necesitar). El término ‘necesidad’
permite hacer que la pobreza deje de ser un destino para con-
vertirse en un concepto operacional. En el ámbito del desarro-
llo, las necesidades definen la condición humana; son el fun-
damento de las certezas sociales comunes. Son la condición
normal del homo miserabilis. El desarrollo ritualiza el fin de las
necesidades. Para el desarrollo, las necesidades ligadas a la
pobreza son la condición de la cual parte el progreso. La po-
breza se ha convertido en un umbral económico. La pobreza,
desde este punto de vista, deviene medida de la carencia per-
sonal, artículos “necesitados” y, aun más, “servicios necesita-
dos”. Define como pobres a aquellos a quienes les falta lo que
86 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

el dinero puede comprar para hacerlos “completamente hu-


manos”. La pobreza, entonces, deviene una medida abstracta
de subconsumo. El hombre no se define por lo que es, lo que
enfrenta, lo que puede, lo que sueña, ni siquiera por el mito
moderno de que puede producirse a sí mismo a partir de la es-
casez, sino por la medida de lo que le falta y, en consecuencia,
necesita. El hombre común deviene, entonces, en hombre nece-
sitado, en sujeto de la necesidad, en sujeto necesitado. Se con-
vierte en un adicto a las necesidades, sufre de necesidad, vive la
necesidad como una intolerable desviación de la normalidad;
es anormal, es víctima. Deviene víctima de la necesidad por la
vía de un diagnóstico de la cooperación: “yo decido cuándo tú
estás necesitado”.
Pero es importante saber cuál es el grado de necesidad del
sujeto necesitado; para ello se crean medidas técnicas de nece-
sidades específicas, incorpóreas, que puedan expresarse en tér-
minos monetarios; tal el caso de la categoría ‘nivel de vida’,
que hace referencia al bienestar material y que se mide por la
cantidad de bienes y servicios que pueden adquirirse con el
ingreso nacional promedio. El nivel de vida deriva de la ex-
plotación mejorada de los recursos naturales mediante la uti-
lización de la ciencia y la tecnología en forma de equipamiento
industrial. El componente básico del nivel de vida es el sala-
rio. Igualar este nivel en todo el planeta fue el ideal ansiado
siempre por el desarrollo. Esta noción de nivel de vida lleva
en sí misma la demanda de igualitarismo y al mismo tiempo
un espacio de competencia. La base para evaluar la necesidad
tanto fisiológica como sicológica es, por tanto, la utilidad. El
utilitarismo es la condición para el logro de la maximización y
la igualación de los niveles de vida. De este modo, la reduc-
ción de las múltiples dimensiones de la vida a lo que es
cuantificable halla su modo más puro de expresión en el dine-
ro y su lugar de realización en la economía de mercado.
El prejuicio de la igualdad aparece como articulador de
las relaciones concretas de inequidad que trae consigo el de-
El diagrama del desarrollo 87

sarrollo. La esencia de la igualdad como justicia del desarrollo


económico fue expresada en la Declaración de las Naciones
Unidas sobre el Establecimiento de un Nuevo Orden Econó-
mico Internacional (NOEI), en mayo de 1974. En dicha declara-
ción se anunció que el NOEI “corregirá las desigualdades y en-
derezará las injusticias existentes, haciendo posible eliminar
la creciente brecha entre los países desarrollados y los países
en vías de desarrollo y asegurar un desarrollo económico en
continua aceleración”.46 Tres ideas animan esta concepción: la
idea de desigualdad como injusticia con relación a la diferen-
cia de riqueza entre países; la idea de que la igualdad econó-
mica puede ser alcanzada mediante la aceleración continua del
desarrollo económico y de que el desarrollo puede conducir a
la igualdad económica internacional; la esperanza del NOEI es
que “las disparidades prevalecientes en el mundo puedan ser
eliminadas y la prosperidad asegurada para todos”.47
Tal como la igualdad de oportunidad, la igualdad en el
desarrollo mundial presupone que todos los países juegan el
mismo juego; por tanto, que todos son jugadores y, por tanto,
que deben tener incorporada esta homogeneización en la cul-
tura y en la personalidad de cada pueblo. Sin esa homoge-
neización inicial, el desarrollo, entendido como crecimiento,
era incompatible con la equidad. Sin embargo, ahora, gracias
a las teorías del crecimiento endógeno y de la economía políti-
ca endógena, la relación entre crecimiento y equidad vuelve al
centro del debate: “el argumento central es que una mala dis-
tribución del ingreso puede debilitar los ritmos de acumula-
ción del capital físico y humano o afectar el crecimiento de la
productividad, que son las fuentes del crecimiento económi-
co”.48 La educación, las limitaciones de los mercados de capi-

46 Declaración sobre el Establecimiento de un Nuevo Orden Económi-


co Internacional, resolución de la Asamblea General de Naciones Uni-
das 3201 (S-VI), preámbulo.
47 Ibid.
48 BID, op. cit., pág. 24.
88 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

tales y los mecanismos político-económicos que condicionan


las políticas públicas son algunos de los canales que perpe-
túan la mala distribución del ingreso, ahondando la relación
entre desigualdad y crecimiento.
Sin embargo, la promesa de igualdad en los niveles de vida
por medio de una equitativa distribución del ingreso sigue en
el aire. El sujeto necesitado no puede liberarse de su condición
de miseria. Necesita ayuda. Pero esta ayuda no es incondicio-
nal, no es un acto de misericordia que se interesa por el tipo de
persona, su situación, su estado de daño; es una ayuda calcu-
lada, en función del cálculo de la ventaja propia. La ayuda es
un instrumento mediante el cual se impone a otros la obliga-
ción de la buena conducta, es una manera de disciplinar. La
asistencia tiene como fin superar algún tipo de déficit diag-
nosticado desde afuera, según un patrón externo de normali-
dad. Quien desea ayuda, se somete voluntariamente al cuida-
doso escrutinio de quien lo ayuda. Ahora la ayuda ya no es un
acto espontáneo, piadoso; es una estrategia que se ha institucio-
nalizado y profesionalizado. La ayuda se ha convertido en ins-
trumento del ejercicio del poder. El déficit que pretende supe-
rar la ayuda es el atraso. Quiere compensar el “retraso de la
razón” en todo el mundo. Ayudar es “la movilización de la
voluntad de romper con el pasado”. El concepto de ayuda sólo
puede ser entendido en el horizonte de la modernidad: “la idea
de progreso de la modernidad es, en parte, una rebelión con-
tra el estado humillante de la humanidad de sometimiento a
la muerte, una declaración de guerra contra la inseguridad
fundamental de la existencia humana que parece estar dirigi-
da por el azar o por un destino caprichoso”.49
Pero el desarrollo no sólo plantea la interrelación de estos
dos cuerpos institucionales y conceptuales, está también arti-
culado por correlaciones de fuerzas que provocan crisis y
reelaboraciones discursivo-ideológicas. En estos casi sesenta

49 Wolfgang Sachs, op. cit., pág. 17.


El diagrama del desarrollo 89

años de práctica desarrollista, se puede visualizar al menos


cuatro crisis. La primera se observa con la aparición en escena
del término ‘participación’. La segunda, con la incorporación
de la categoría ‘medio ambiente’, la tercera estuvo marcada
por la aparición de la ‘perspectiva de género’ y la cuarta con la
discusión en torno al tema de la ‘equidad’.

El poder en el desarrollo: la capacidad de afectar y de


ser afectado

Vamos a analizar con detenimiento las cuatro crisis que


han afectado el discurso y la práctica del desarrollo y que han
estado marcadas por relaciones de fuerza.

Participación como alternativa

El término ‘participación popular’ se acuña bajo el supues-


to de que los fracasos y la crisis del desarrollo se debían a la
falta de participación. Para los teóricos de la interacción-ac-
ción participativa, el objetivo de la participación es lograr po-
der. El concepto de participación popular fue propuesto como
un elemento clave en la creación de un desarrollo alternativo
centrado en el hombre; por eso debía cumplir al menos cuatro
funciones: cognitiva, social, instrumental y política. En térmi-
nos cognitivos, la participación debía regenerar el discurso y
las prácticas del desarrollo sobre la base de un sistema de co-
nocimiento diferente que represente la propia herencia cultu-
ral del pueblo, en particular la tekne producida en el ámbito
local; en el ámbito social, fue el lema publicitario que resucitó
el discurso del desarrollo; en el ámbito instrumental permitió
suministrar a los actores “reempoderados” nuevas respuestas
ante los fracasos e incorporó a los beneficiarios en su propio
proceso de transformación; en el ámbito político, brindó al
desarrollo una nueva fuente de legitimación dando poder a
90 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

los marginados. En este contexto, surge la noción del ‘agente


de cambio’, como sustituto del profesional experto contratado
por un proyecto. En cuanto a las ONGs, se pensó que siendo
instituciones no gubernamentales, podrían evitar los errores
de los proyectos implementados burocráticamente por las
agencias gubernamentales. Sin embargo, poco duró el entu-
siasmo; la participación terminó convirtiéndose en otra forma
de intervención y de violencia, en el sentido que, sobre la base
de este mito, se expropió a poblaciones enteras sus posibilida-
des de relacionarse y actuar juntas en función de sus propios
intereses.

Ecología o medio ambiente en la agenda

El concepto de ‘ecología o medio ambiente’ es ambivalente


en sí mismo. Al respecto, la pregunta por la vida, la respuesta
sobre “la trama de la vida” ha sido el gran reto que Fritjof Capra
se ha propuesto desarrollar en su libro La trama de la vida para
proponer una nueva comprensión sobre la vida, que se pre-
tende inauguradora de un nuevo paradigma que supone una
ruptura con el pensamiento analítico y fragmentador funda-
do en la concepción del mundo mecanicista (paradigma carte-
siano-newtoniano): el enfoque sistémico o ecológico; paradig-
ma que a partir de la ecología profunda, se postula como
espiritual y ético.
En este nuevo enfoque, Capra se propone entregar una sín-
tesis, “el esbozo de una emergente teoría de los sistemas vivos
capaz de ofrecer una visión unificada de mente, materia y
vida”.50 Esta nueva comprensión de la vida es extensiva a to-
dos los sistemas vivientes: organismos, sistemas sociales y
ecosistemas. Estos sistemas vivientes presentan problemas que
no pueden ser considerados aisladamente, sino en interco-
nexión e interdependencia. Uno de esos problemas es la crisis

50 Fritjof Capra: La trama de la vida, pág. 20.


El diagrama del desarrollo 91

de percepción que enfrenta la humanidad; crisis que, según


Capra, sólo puede ser solucionada por un cambio radical de
visión, de pensamiento, de valores. Desde la perspectiva sisté-
mica, estas soluciones tienen que ser sostenibles.
‘Sostenible’ es la palabra mágica del movimiento ecológico:
“una sociedad ecológica es aquella capaz de satisfacer sus ne-
cesidades sin disminuir las oportunidades de generaciones
futuras”.51 En este concepto se basa y se empalma el concepto
de medio ambiente; concepto que en sus orígenes llamaba a
reflexión a las políticas de desarrollo, ahora se anuncia como
un nuevo frenesí de la era del desarrollo. Y es que el concepto
de desarrollo depende en mucho de cómo se sientan las nacio-
nes ricas: primero fue el descubrimiento de las necesidades
básicas y la ignorancia; luego, la lucha doméstica contra la
pobreza y la inequidad; ahora, el desarrollo vuelca su preocu-
pación sobre la ecología y el medio ambiente.
La Conferencia de Estocolmo, realizada en 1972 por Na-
ciones Unidas, cuyo tema fue el medio ambiente, se constitu-
yó en el espacio que posibilitó la llegada a la agenda interna-
cional de tal noción. Suecia fue el primer país en manifestar su
preocupación por la lluvia ácida, la contaminación en el mar
Báltico y la cantidad de pesticidas detectados en peces y aves.
Por primera vez en la historia, los países “desarrollados” se
daban cuenta de que los desechos industriales viajan sin pasa-
porte y violando la soberanía. Descubrieron que no eran uni-
dades aisladas y clausuradas en sí mismas, sino que eran vulne-
rables a las acciones de otros. Los problemas que se presentaban
eran cuestiones globales, interconectadas e interdependientes.
De este modo, Estocolmo sirvió de antesala a una serie de gran-
des reuniones de Naciones Unidas durante los años setenta:
reuniones sobre población, alimentación, asentamientos huma-
nos, agua, desertización, ciencia y tecnología, energía renova-
ble, etc.; reuniones cuyo propósito era precisamente alterar la

51 Lester Rown, citado en Diccionario del desarrollo, pág. 26.


92 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

percepción de posguerra: un espacio global abierto donde las


naciones podían individualmente maximizar su crecimiento
económico. La Conferencia de Estocolmo de 1972 introdujo el
concepto de medio ambiente en la agenda. Estocolmo, al alertar
sobre la interconexión del entorno, motivó una nueva visión: la
visión de un sistema mundial interrelacionado e interdepen-
diente que opera bajo muchas restricciones comunes.
¿Y qué se entendía por sistema?: “las propiedades esen-
ciales de un organismo o sistema viviente son propiedades del
todo que ninguna de las partes posee. Emergen de las interac-
ciones y relaciones entre las partes. Estas propiedades son des-
truidas cuando el sistema es diseccionado, ya sea física o teó-
ricamente, en elementos aislados”.52 El todo no es la mera suma
de sus partes. A esta visión sistemática aporta Ernest Haeckel
dos conceptos fundamentales: comunidad y red. Para Haeckel,
la ecología es “la ciencia de las relaciones entre el organismo y
el mundo exterior que le rodea”.53 Sistema, para el mundo del
desarrollo, era, entonces, toda forma organizada que respon-
día mediante sus propias operaciones a los desafíos que im-
plicaba su entorno: comunidades en redes de autoayuda, ha-
ciendo frente al deterioro del medio ambiente.
Niklas Luhmann alude a la diferencia misma como cons-
titutiva del sistema: el sistema es la diferencia respecto del en-
torno. El sistema es una operación de clausura, operación que
conforma sus propias estructuras, las cuales pueden derivar
en subsistemas. El sistema es la puesta en juego de la opera-
ción de diferenciación.
El sistema comienza a constituirse por diferenciación con
el entorno, es la reducción de la complejidad misma que im-
plica el entorno. Entendemos como entorno esa parte del mun-
do que no comprende al sistema. El sistema no puede darse
independientemente del entorno, se origina en él, se clausura

52 Ibid., pág. 48.


53 Ibid., pág. 52.
El diagrama del desarrollo 93

y se abre, se alimenta de él. En el entorno encuentran los siste-


mas sociales la información requerida y no requerida. El en-
torno viene a ser el “ambiente” del sistema. Las operaciones
del sistema son posibles sólo en el sistema mismo. A este reti-
ro respecto del entorno se llama autopoiesis. El límite del siste-
ma no es una frontera cerrada, puesto que el sistema requiere
de su entorno. “Cada sistema necesita de toda una serie de
presupuestos de entorno: para un sistema social, por ejemplo,
la disponibilidad de sistemas síquicos capaces de participar
en la comunicación, además de un entorno físico que le per-
mita una temperatura ambiental de una determinada gama
de variación, una fuerza de gravedad adecuada, etc., y otras
muchas condiciones”.54
El límite, entonces, no aísla al sistema sino que lo conecta
a un entorno; esta conexión se hace por medio de la diferencia
entre el sistema y el entorno. El concepto de diferencia es la
base para comprender la teoría general de sistemas. No pue-
den existir sistemas, sus interrelaciones, sus procesos de adap-
tación, adecuación y equilibrio, la complejidad de su organi-
zación y, sobre todo, la evolución de los sistemas y el entorno
sin esta distinción. Desde esta perspectiva, hablamos de una
interdependencia entre sistema y entorno. El entorno es la exte-
rioridad del sistema. El entorno está constituido por las opera-
ciones puestas en marcha por el sistema. El entorno es una atri-
bución propia al sistema de referencia; se trata de una estrategia
interna del sistema para abordar su propia complejidad. “El
entorno no está, como el sistema, demarcado por límites, sino
por horizontes que no pueden ser nunca trascendidos en cuan-
to se expanden con el crecimiento de la complejidad del siste-
ma: el horizonte se retira en la medida que nos acercamos a
él”.55 En cierto sentido, el entorno es procesado a partir del

54 Giancarlo Corsi, Elena Esposito y Claudio Baraldi: Glosario sobre la


teoría social de Niklas Luhmann, Madrid, Anthropos, 1996, pág. 148.
55 Ibid., pág. 149.
94 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

sistema; forma parte de la perspectiva del sistema. Por otra


parte, la relación con el entorno se abre y se complejiza en la
misma medida que la organización del sistema se diferencia y
se hace más compleja.
Sistema y entorno se dan al mismo tiempo; el sistema tie-
ne un operador, pone en juego una operación que lo constitu-
ye. En cambio, en el entorno se da una gama de posibilidades
que sólo se actualizan para el sistema mediante sus operacio-
nes. “La distinción sistema/entorno estabiliza, en efecto, un
desnivel de complejidad que obliga al sistema a efectuar cons-
tantes selecciones y le impone la contingencia de cada opera-
ción: el entorno presenta siempre más posibilidades de las que
el sistema puede actualizar”.56 El entorno es siempre más com-
plejo que el sistema; en la medida que el sistema se propone
controlar a su entorno, concurre una transformación del en-
torno, el cual está constituido por otros sistemas que reaccio-
nan ante las respuestas del sistema de referencia, convirtiendo
al entorno en más complejo. De este modo, la diferencia entre
sistema y entorno se enriquece.
A riesgo de ser redundantes con la palabra, ahondemos
más en el significado de sistema. Entre un sistema y su entor-
no tiene lugar el acoplamiento estructural; en realidad, se da
entre el sistema de referencia y otro sistema que se encuentra
en su entorno. Cuando dos sistemas complejos se acoplan, uno
presta su complejidad a otro para ser interpretado, pero nin-
guno tiene la capacidad de reproducir en sí mismo la comple-
jidad del otro; es decir, ninguno de los sistemas tendría la va-
riedad requerida para integrar la complejidad del otro. El
concepto de complejidad se hace aun más problemático con la
intervención del observador, debido a que éste puede estable-
cer distintos planos del sistema mediante la observación. De
este modo, los sistemas pueden soportar varias descripciones
sobre sí mismos, llegando con esto a una hipercomplejidad.

56 Ibid., pág. 149.


El diagrama del desarrollo 95

Al configurar el observador una perspectiva del sistema, un


observador de segundo orden incorpora a su perspectiva la
observación del primer observador, dando lugar a una dife-
renciación de la diferenciación, a una observación de la obser-
vación, con lo que se muestra la puesta en operación del siste-
ma de referencia y salta a la luz la incertidumbre: la misma
observación modifica al sistema. Se entiende que esta obser-
vación la realiza un sistema: sólo un sistema puede observar.
El sistema se constituye por la clausura operacional, pero es
constitutivo de la observación. El carácter de esta observación
va a depender del sistema del que se trate. Luhmann distin-
gue sistemas orgánicos, sistemas síquicos y sistemas sociales.
Capra nos habla de un paradigma social que no sólo per-
mite comprender la vida sino también vivirla. “En los años
treinta, la mayoría de los criterios clave del pensamiento
sistémico habían sido ya formulados por los biólogos orga-
nicistas, los sicólogos de la Gestalt y los ecólogos. En todos
estos campos, el estudio de los sistemas vivos –organismos,
partes de organismos y comunidades de organismos– había
conducido a los científicos a la misma manera de pensar en
términos de conectividad, relaciones y contexto”.57 Asimismo,
investigadores de distintas disciplinas, como física, biología,
sicología, cibernética y ecología, habían desarrollado, de for-
ma complementaria, conceptos como homeostasis, entropía,
retroalimentación, redundancia, sistemas abiertos, estructuras
disipativas, etc.
Sin embargo, en la teoría general de sistemas es menester
distinguir tres ámbitos: en un primer ámbito, se comprende el
concepto de sistema en general aplicable a todo; en un segun-
do ámbito, se debe distinguir la especificidad de los sistemas
en cuestión, como máquinas, organismos, sistemas sociales y
sistemas síquicos; en un tercer ámbito, es necesario distinguir
los diferentes tipos de sistemas sociales, como los relativos a

57 Ibid., pág. 56.


96 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

las interacciones, los relativos a las organizaciones y los relati-


vos a las sociedades propiamente dichas.
El aparato cognoscitivo que posibilitó el cambio en
Estocolmo, sin duda, fue este marco conceptual de la teoría de
los ecosistemas, mismo que permitió interpretar este mundo que
parecía perderse en la selva sin fin de la industrialización. Los
científicos del enfoque sistémico sostenían que el mundo era un
espacio cerrado, finito, limitado; por tanto, pensar aplicar en él
un crecimiento infinito es un autoengaño. Si el espacio global es
considerado como un sistema, su estabilidad descansa en el equi-
librio de sus componentes: población, tecnología, recursos (ali-
mentos) y medio ambiente. El progreso desmedido, por tanto,
provocaría un trastorno, un desequilibrio inevitable entre el cre-
cimiento poblacional apoyado en la tecnología, por un lado, y
los recursos y el medio ambiente, por el otro.
Toda esta visión –el conjunto de representaciones vincula-
das a ella, los discursos legitimadores, la teoría del medio am-
biente con pose de cientificidad– tiene que ver con el supuesto
del equilibrio. Pero, ¿puede haber equilibrio en un mundo en
crecimiento, en desarrollo? ¿Puede hablarse de equilibrio cuan-
do estamos ante un mundo dinámico? De lo que se trata, más
bien, es de un mundo dinámico en constante desequilibrio, no
sólo en el ámbito de sus factores, sino también de las relacio-
nes, de las estructuras, de la organización, así como del siste-
ma social, de su entorno. Estamos ante un desarrollo de la com-
plejidad, tanto de la complejidad organizada (sistema) como
de la complejidad no organizada (entorno).
El supuesto del equilibrio corresponde al paradigma me-
cánico de una modernidad que encontró su metáfora en la
máquina. Ante una creciente complejidad entre sistema y en-
torno –entendiendo que hablamos del sistema social y su en-
torno (sistemas síquicos, sistemas orgánicos), entendiendo que
el medio ambiente es un subsistema del sistema social–, no es
factible el equilibrio. Lo que es perceptible es la reducción de
la complejidad por medio de las operaciones propias del siste-
El diagrama del desarrollo 97

ma, por medio de las selecciones de alternativas que efectúa el


sistema. Entonces estamos ante un sistema que no sólo orga-
niza sus propias estructuras, sino que crea los propios elemen-
tos constitutivos del sistema, estamos ante un sistema
autopoiético. Este sistema no puede pensarse según la metá-
fora técnica de la máquina, extremadamente dependiente e
inmodificable hasta su pleno desgaste; los sistemas autopoié-
ticos han sido pensados según la metáfora biológica, donde
los sistemas orgánicos son autocreativos.
Este enfoque global de los ecosistemas encaja perfectamen-
te con las percepciones de la elite internacional del desarrollo;
acrecienta su poder y su posición de ventaja en las cumbres de
las organizaciones internacionales, propone a la sociedad glo-
bal como unidad de análisis y denuncia el crecimiento po-
blacional del Tercer Mundo como el meollo del problema. El
modelo elimina los conflictos de recursos de cualquier contex-
to particular local o político. Se monta un escenario de estrate-
gias globales que crean la ilusión de la efectividad; se maneja
series de datos agregados que dan la sensación de claridad; se
manipula cifras sobre el ideal del crecimiento; y a los que se
sienten dueños de la dirección del mundo se les lanza un nue-
vo entretenimiento: lograr la estabilidad.
“Estabilidad” significaba consolidar el matrimonio entre
el ansia de desarrollo y la preocupación por el medio ambien-
te. Este matrimonio se vio legalizado por el informe Brund-
tland,58 que demandaba “un eficiente manejo de los recursos
naturales” como parte del paquete del desarrollo: “en el pasa-
do, nos hemos preocupado por el impacto del crecimiento eco-
nómico sobre el medio ambiente. Ahora estamos forzados a
preocuparnos por los impactos de la presión ecológica –la de-
gradación de las tierras, de los regímenes de agua, de la at-
mósfera y de los bosques– sobre nuestras perspectivas econó-
micas”, concluye el informe Brundtland.

58 Véase Wolfgang Sachs, op. cit., pág. 118.


98 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

Los pobres del mundo, que hasta ese momento habían


permanecido fuera de la mira del enfoque sistémico (porque
la pobreza no estaba relacionada con la degradación medio-
ambiental atribuida al hombre industrial), pronto fueron iden-
tificados como agentes de destrucción; se transformaron en
objeto de campañas de “concienciación ambiental”. La vícti-
ma había sido identificada y la acusación consensuada: la nue-
va alianza entre desarrollo y medio ambiente había sido con-
sumada. El “desarrollo” emerge, así, rejuvenecido de este
nuevo enlace y empieza una nueva vida. Como dice el infor-
me Brundtland: “la pobreza reduce la capacidad de las perso-
nas para usar los recursos de una manera ‘sostenible’; intensi-
fica la presión sobre el medio ambiente”.
Una condición necesaria, pero no suficiente, para la elimi-
nación de la pobreza absoluta es una elevación relativamente
rápida de los ingresos per cápita del Tercer Mundo. La fórmu-
la de esta nueva unión es que “no hay desarrollo sin sustenta-
bilidad, no hay sustentabilidad sin desarrollo”. El informe
Brundtland incorporaba la preocupación por el medio ambien-
te en el concepto de desarrollo creando el “desarrollo susten-
table” como techo conceptual para la violación y la curación
del medio ambiente. Se sugiere más crecimiento, pero no para
la felicidad de las mayorías, sino para contener el desastre
ambiental para las generaciones futuras; de esta manera, se
crea un nuevo pretexto, una nueva área de intervención; la
naturaleza se transforma en un dominio de la política.
Y todo esto posibilitado por la ecología en tanto modela-
ción computacional y acción política, disciplina científica y
abarcadora visión del mundo. El concepto de ecosistema dio
al movimiento ecologista dimensión espiritual y credibilidad
científica al mismo tiempo, permitiéndole migrar de los labo-
ratorios de biología de las universidades hacia la conciencia
de cada ser humano. Se ha convertido en una cosmovisión, y
como tal porta la promesa de reunificar lo fragmentado, de
curar lo desgarrado, de cuidar del “todo”.
El diagrama del desarrollo 99

La ciencia de la ecología ha despertado el deseo de la inte-


gridad. El puente conceptual que conectó a la biología con la
sociedad fue la noción de ‘ecosistema’, un concepto universal
que permite entender el orden del mundo. Sin embargo, la teo-
ría de los ecosistemas, basada en la cibernética, no ha roto con
la tradición occidental de incrementar el control sobre la natu-
raleza. Busca controlar el (auto) control. Al final, esta teoría de
sistemas no escapa al fantasma de la metáfora de la máquina;
una máquina autorregulante capaz de ajustar su operación a
condiciones cambiantes siguiendo reglas preestablecidas. Cual-
quiera sea el objeto que se observa, la atención se enfoca en los
mecanismos reguladores mediante los cuales el sistema en
cuestión responde a cambios en su medio ambiente. Una vez
identificado, el camino está abierto para condicionar estos
mecanismos de modo que alteren la capacidad de respuesta
del sistema. Hoy, la capacidad de respuesta del sistema ha sido
forzada al máximo bajo las presiones del hombre moderno.
Mirar a la naturaleza como sistema autorregulante implica la
intención de medir la capacidad de sobrecarga de la naturale-
za o el objetivo de ajustar sus mecanismos de realimentación
mediante la intervención humana. Ambas estrategias equiva-
len a dominar a la naturaleza y manipular su venganza.
La “supervivencia del planeta” se ha convertido en la nue-
va justificación de las intervenciones estatales en las vidas de
los pueblos en todo el mundo. Este poder del Estado y su de-
recho sobre los ciudadanos goza, una vez más, de la bendi-
ción de la ciencia y el desarrollo.

Género, el control de la sexualidad

El problema de género está centrado, sobre todo, en el con-


trol de la sexualidad. En La voluntad de saber, Foucault trata de
descubrir las estrategias de poder que subyacen a la voluntad
de saber que sobre el sexo despliega la burguesía del siglo XVIII.
En estas relaciones de poder, la sexualidad es un elemento ins-
100 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

trumental que sirve de apoyo a múltiples estrategias. El siglo


XIX distingue cuatro grandes conjuntos estratégicos que se des-
pliegan, a propósito del sexo, los dispositivos de saber-pro-
ductividad y los de poder-eficacia: sexualización del niño,
histerización de la mujer, especificación de los perversos y re-
gulación de las poblaciones.
Estas estrategias se cristalizan en una institución concreta: la
familia, en tanto factor capital de sexualización. La familia asegu-
ra la producción de una sexualidad que no es homogénea: “trans-
porta la ley y la dimensión de lo jurídico hasta el dispositivo de
sexualidad; y transporta la economía del placer y la intensidad
de las sensaciones hasta el régimen de la alianza”.59 La familia se
convierte, así, en el lugar obligatorio de los afectos, de los senti-
mientos y del amor. El gran articulador de estos espacios de po-
der es el cuerpo de la mujer, saturado de sexualidad, capaz de
establecer una relación entre el cuerpo social, la familia y los ni-
ños. Garantiza con su fecundidad, con su funcionalidad y con su
responsabilidad biológico-moral esta triple relación social.
Emerge desde ya la mujer histérica-objeto, vaciada de iden-
tidad, enraizada desde siempre en el problema de la subjetivi-
dad, buscando su identidad, el centro de sí, en tanto sujeto; su
identidad, en tanto conjunto de referencias de sí en el mundo,
cuya génesis es su experiencia vivida; por tanto, heterogénea,
distinta, particular y única. La familia construye un tipo de
identidad social femenina en torno a la mujer, define al sujeto-
mujer en relación con otros sujetos-hombres según criterios de
semejanza, pero fundamentalmente de diferencias; según prin-
cipios de inclusión, pero sobre todo de exclusión. La identi-
dad femenina es el resultado de varias dimensiones de su ser
sujeto, dentro de las cuales su identidad de género se ubica en
el centro. El sujeto femenino se constituye múltiple y diverso.

59 Michel Foucault: Historia de la sexualidad. La voluntad de saber, 23ª edi-


ción, España, Siglo XXI Editores, 1996 (traducción de Ulises Guiñazú),
pág. 132.
El diagrama del desarrollo 101

Nombrar la semejanza y la diferencia, lo común y lo que


distingue es el propósito del discurso del poder. Así, los géne-
ros y las familias ordenan a los individuos, o, de otro modo, la
multiplicidad de las individualidades permite su descripción
y, a través de esta designación, la clasificación de las especies.
Dos metodologías son complementarias y simultáneas en esta
época: la construcción de un sistema combinatorio y el méto-
do exhaustivo de la descripción. Pero ambas metodologías for-
man parte de la misma episteme clásica: una forma de pensa-
miento que ordena sucesiones, clasifica, enumera, mide
tamaños. Un juego de identidades y diferencias se encuentra
en el mismo espacio: el espacio taxonómico.
Allí, la identidad femenina se resuelve como identidad
carenciada. Asignada socialmente. En estas relaciones de po-
der, la semejanza y la diferencia se vuelven fronteras que ex-
presan las formas de exclusión que vuelven despreciables a
las mujeres. La familia y la verdad sobre el sexo matan en la
mujer la posibilidad de construir su autoidentidad, de desa-
rrollar su vivir, de hacer una síntesis entre su experiencia vivi-
da y su identidad asignada. Le niegan la posibilidad de optar
por una identidad, le niegan la posibilidad de elegir.
En ese contexto, ser mujer es poseer una identidad aparen-
te, destinada a los otros, significada por los otros, y poseer una
identidad virtual para sí misma. Estas formas de identidad ge-
neran subjetividades femeninas predestinadas al otro. La mujer
se vuelve una abstracción, un ser carenciado, necesitado de los
otros; su centro de deseo es ser otro: hombre, madre, otra mujer.
Estos deseos de lo otro se ligan con su necesidad de vínculo; la
mujer es un ser que necesita estar vinculado-sexualizado.
Con estas estrategias, de lo que se trata es de producir la
sexualidad en tanto dispositivo histórico: la sexualidad como
una gran red, donde la estimulación de los cuerpos, la intensi-
ficación de los placeres, la incitación al discurso, la formación
de conocimientos, el refuerzo de los controles y las resisten-
cias se encadenan unos con otros según grandes estrategias de
102 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

saber y de poder. Son estas relaciones de sexo las que han po-
sibilitado en todas las sociedades los dispositivos de alianza
(sistemas de matrimonio, de fijación y de desarrollo del pa-
rentesco, de transmisión de nombres y de bienes), con sus
mecanismos coercitivos y sus demandas de saber. Sin embar-
go, este dispositivo de alianza perdió su importancia hacia el
siglo XVIII y las sociedades occidentales modernas inventaron
un nuevo dispositivo, que se le superpone sin excluirlo: el dis-
positivo de la sexualidad.
Entre el dispositivo de la alianza y el dispositivo de la
sexualidad existen marcadas diferencias: el dispositivo de
alianza se crea en torno a reglas que definen lo lícito y lo ilíci-
to, reglas cuya pertinencia encuentra sentido en el lazo que se
establece entre dos personas; de ahí que su objetivo sea repro-
ducir estas relaciones y mantener la ley que las rige. El dispo-
sitivo de alianza se vincula a la economía mediante la circula-
ción de la riqueza y su función es mantener el cuerpo social;
por eso se vincula al derecho y se orienta hacia la reproduc-
ción. Por su parte, el dispositivo de sexualidad funciona se-
gún técnicas móviles y coyunturales de poder, permite la ex-
tensión del dominio y de las formas de control; su pertinencia
radica en las sensaciones del cuerpo, en la calidad de los pla-
ceres y en la naturaleza de las impresiones. Este dispositivo
de sexualidad se vincula a la economía según múltiples me-
diaciones; la más importante es la del cuerpo, en tanto pro-
ductor y consumidor. La función del dispositivo de sexuali-
dad se orienta a penetrar, a intensificar los cuerpos y a controlar
las poblaciones; tiende a la valoración del cuerpo como objeto
de saber y como elemento en las relaciones de poder.
La sexualidad, en este sentido, nace de una técnica de po-
der que en el origen estuvo centrada en la alianza. Técnica cuyo
núcleo formador se asienta en prácticas como la penitencia,
primero, el examen de conciencia, después, y finalmente la
dirección espiritual. En estas prácticas, el sexo comparece, en
tanto soporte de relaciones, comercio permitido o prohibido y
El diagrama del desarrollo 103

como problemática de la “carne”, sexo-sensación, sexo-placer,


sexo-consentimiento interior. Se lo declara culpable, se lo con-
dena al encierro y al silencio. Su cárcel, la alcoba; su castigo, la
reproducción; su carcelero, la familia. La familia asume la res-
ponsabilidad de hacer cumplir la norma, de detentar la ver-
dad y de hablar del sexo. El sexo se convierte en un secreto,
desaparece. El puritanismo moderno e hipócrita de la burgue-
sía le impone su triple condena de prohibición, inexistencia y
mutismo.
Esta represión creciente, modo fundamental de relación
entre poder, saber y sexualidad, cruza tres largos siglos de his-
toria. De ahí que una historia de la sexualidad suponga dos
rupturas: la que se da durante el siglo XVII (época de grandes
prohibiciones, legitimación de la pareja matrimonial, impera-
tivo de decencia, evitación del cuerpo, pudores en el lenguaje,
etc.), y otra en el siglo XX: época de tolerancia relativa.
La época de la represión del sexo (siglos XVII al XX) coinci-
de con el desarrollo del capitalismo, con la época en que se
explotaba sistemáticamente la fuerza de trabajo; de ahí que su
represión tan rigurosa se deba, por un lado, a que no es com-
patible con una dedicación al trabajo, general e intensiva, y,
por otro, al “énfasis de un discurso destinado a decir la ver-
dad sobre el sexo, a modificar su economía en lo real, a sub-
vertir la ley que lo rige, a cambiar su porvenir”.60
Foucault descubre una sociedad que desde hace más de
un siglo se fustiga por su hipocresía, denunciando los pode-
res que ejerce y prometiendo liberarse de las leyes que la han
hecho funcionar. Descubre detrás de esta sociedad el flujo, el
“hecho” discursivo, la “puesta en discurso” del sexo, y la vo-
luntad, la intención estratégica que los mueve y los sostiene.
Descubre las formas, los canales, los discursos por medio de
los cuales el poder logra controlar el placer cotidiano: devela
las “técnicas polimorfas del poder” determinando con esas

60 Ibid., pág. 15.


104 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

producciones discursivas y esos efectos de poder una verdad


sobre el sexo y una voluntad de saber que le sirve de soporte e
instrumento.
Se crea todo un artefacto de producción discursiva sobre el
sexo, no ya reducido a la moral sexual, sino a un discurso racio-
nal que analiza, contabiliza, clasifica y especifica; un discurso
que busca burlar y superar precisamente ese moralismo y esa
hipocresía social. El sexo pasa a tener una utilidad; es un bien
público que hay que reglamentar y administrar. ¿Y cuál será el
ámbito de poder público, de gestión del sexo? La población.
En el centro de este problema económico y político del si-
glo XVIII, el sexo describe el diagrama de poder que hereda-
mos hasta nuestros días: “hay que analizar la tasa de natali-
dad, la edad del matrimonio, los nacimientos legítimos e
ilegítimos, la precocidad y la frecuencia de las relaciones sexua-
les, la manera de tornarlas fecundas o estériles, el efecto del
celibato o de las prohibiciones, la incidencia de las prácticas
anticonceptivas”.61
La “población” se preocupa, desde esas épocas, por el con-
trol del cuerpo de la mujer mediante la natalidad; y aparece
en nuestro siglo XX teñida de múltiples connotaciones: evoca
imágenes de explosión en países pobres, de presión de las gen-
tes más allá de sus fronteras y de procreación irresponsable;
anarquía en el uso del sexo, censura ineficaz de los mecanis-
mos de control de la natalidad, la contracepción y el aborto;
impulso a la implantación del condón, las espirales, la píldora
o la esterilización, mecanismos de poder anclados en el mane-
jo supliciado del cuerpo femenino; en el amoldamiento de la
subjetividad de la mujer, y, con esa intencionalidad criminal,
la “población” como herramienta de exterminio discursivo de
los pueblos.
La “población”, en tanto objeto de control y de adminis-
tración humana, sufre un proceso transformador que sólo se

61 Ibid., pág. 35.


El diagrama del desarrollo 105

puede visualizar en la historia. Esta conversión del individuo


concreto de carne y hueso en el abstracto “población” es atra-
vesada por un discurso político de poder que ha ido modifi-
cándose en el tiempo: el discurso del desarrollo. En este dis-
curso, el término ‘población’ no se refiere a una realidad de
seres concretos, de personas, sino a entidades inanimadas que
pueden ser administradas como clase, entidades vaciadas de
su capacidad de reproducir, contaminar, producir o consumir.
Las matemáticas y, dentro de ellas, la estadística fueron las
encargadas de operar esta transición en la era del desarrollo y
la teoría de sistemas.
No es exactamente un corte abrupto el que se produjo con
el paso del imaginario de las evocaciones en torno al sentido
concreto del término ‘población’ al ámbito de las representa-
ciones discursivas abstractas del mismo término; se trata, sin
embargo, de otro campo de posibilidades, de distintas episte-
mes; es decir, de distintos modos de construir el sentido, en
épocas distintas. Hasta el siglo XVI, las palabras eran semejan-
tes al mundo, el lenguaje formaba parte de la naturaleza, con-
tenía propiedades y éstas se interrelacionaban secretamente con
las substancias que componían el universo. A partir del siglo
XVII, este sistema de signos se disuelve; esta relación triangu-
lar entre significante, significado y coyuntura desaparece o se
esconde para ser trabajada por una disposición de signos en-
tendida como binaria, a través del enlace entre significante y
significado. De la hermenéutica hemos pasado a la represen-
tación. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Josetxo Beriain habla de la
disolución de la conciencia colectiva y del paso a la constela-
ción de las representaciones colectivas; Durkheim se refiere a
la pérdida de sentido y de unidad lograda en las sociedades
arcaicas, heredadas por las sociedades tradicionales y bloquea-
das en los márgenes de una sociedad profana, escindida en la
polisemia y en el politeísmo de sus ciencias y sus recreaciones.
Foucault encuentra una arqueología en la historia de los
saberes, con lo que tenemos una densa estratificación del ma-
106 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

nejo de las configuraciones y las conexiones expresivas, así


como de las modalidades ontológicas de las cosas. Desde esta
perspectiva arqueológica, no se habría perdido del todo las
vinculaciones sutiles entre una episteme y otra, sino que las
conexiones se hacen ambiguas.
William Petty, influenciado por Hobbes, fue quien conci-
bió la idea de cuantificar a la sociedad: “en lugar de usar sola-
mente palabras comparativas y superlativas, y argumentos
intelectuales, he seguido el camino [...] de expresarme en tér-
minos de número, peso y medida”.62 Lo que trataba de mos-
trar era que la riqueza y el poder del Estado dependen del
número y carácter de sus sujetos. En esta transición se creó un
nuevo lenguaje, con el fin de observar a la gente en contextos
cuantitativos; en la estadística, el término población perdió su
conexión con la gente de carne y hueso, refiriendo desde en-
tonces a una comunidad reproductiva cuyos individuos se
encuentran y se emparejan con una probabilidad definida, lo
mismo pueden ser mosquitos que seres humanos. Y sin em-
bargo, “emparejarse” sigue siendo el meollo de este constructo.
La sociedad ha comprendido que su vida depende del uso
que hacen sus ciudadanos del sexo. Se analiza a la población
con fines de regulación. Se teje toda una red de observación
sobre el sexo para asegurar la población, reproducir la fuerza
de trabajo y mantener las relaciones sociales. Tres códigos se
encargan de regir esas prácticas sexuales: el derecho canóni-
go, la pastoral cristiana y la ley civil; códigos que fijan las fron-
teras entre lo lícito y lo ilícito del foco de coacciones llamado
matrimonio. El matrimonio estaba saturado de reglas, reco-
mendaciones y prescripciones; sin embargo, poco importa aquí
el nivel de represión; lo que hay que visibilizar es la forma de
poder que se ejerce. De lo que se trata es de algo más que la

62 Citado en M. J. Cullen: El movimiento estadístico a principios de la era


victoriana en Gran Bretaña: los fundamentos de la investigación social em-
pírica, 1975, pág. 2.
El diagrama del desarrollo 107

intención de prohibir: se trata de penetrar el cuerpo, de espe-


cificar al individuo, de sensualizar el poder en beneficio del
placer, crear en definitiva una “red de placeres-poderes arti-
culados en puntos múltiples y con relaciones trasformables”.63
El poder en la sociedad burguesa del siglo XIX es perverso,
opera por desmultiplicación de las sexualidades singulares. Las
perversiones que se implantan son “un efecto-instrumento: mer-
ced al aislamiento, la intensificación y la consolidación de las
sexualidades periféricas, las relaciones del poder con el sexo y el
placer se ramifican, se multiplican, miden el cuerpo y penetran
en las conductas. Y con esa avanzada de los poderes se fija sexua-
lidades diseminadas, prendidas a una edad, a un lugar, a un gus-
to, a un tipo de prácticas”.64 El discurso sobre el sexo, después de
tres siglos, ha sido multiplicado. Esta dispersión, sin embargo, es
evasión; equivale a esquivar, evitar la verdad del sexo. Esta eva-
sión se consiguió por medio de las ciencias: la biología de la re-
producción y la medicina del sexo; estas ciencias colocaron a la
muerte como fin de los placeres: del individuo, de las generacio-
nes, de las especies. Las ciencias construyeron en torno al sexo un
inmenso aparato destinado a producir la verdad. La historia reco-
noce dos procedimientos para producir la verdad del sexo: el arte
erótico, donde la verdad es extraída del placer, y una scentia sexualis,
cuyo procedimiento de obtención de la verdad es la confesión.
La ciencia legitima al sexo como “razón de todo”, al pun-
to de volverlo referente de la pregunta existencial acerca del
ser de la humanidad: sexo-historia, sexo-significación, sexo-
discurso. Las tecnologías del sexo sostienen la red de relacio-
nes de poder que atraviesa a instituciones, estratos sociales e
identidades individuales. Estas relaciones de fuerza del po-
der-saber se articulan en el discurso, y es este discurso el en-
cargado de perpetuar en el tiempo los dispositivos de control
y de supresión de la libertad.

63 Michel Foucault, op. cit., pág. 60.


64 Ibid., pág. 63.
108 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

Equidad como ética

Finalmente, aparece el discurso sobre la equidad como éti-


ca, que parte del supuesto de que el espacio del desarrollo se
ha construido considerando a las culturas como entes ence-
rrados en territorios nacionales. Sin embargo, en la actualidad,
se sabe que la transnacionalización del capital y su desarraigo
nacional, así como las migraciones motivadas por la transnacio-
nalización económica, fracturan cada vez más la idea de que
las culturas son entidades coherentes localizables en unidades
geográficas concretas. Así, las transnacionales van creando un
mundo global que opera de arriba hacia abajo, más que desde
un centro a la periferia. En esta rearticulación global, la cues-
tión de la otredad pierde relevancia y comienza a ser despla-
zada por estructuras económicas globales y políticas transes-
tatales que hacen más visible la subalternidad que la otredad;
subalternidad marcada por intereses materiales comprometi-
dos que apuntan a un tipo de distribución económica injusta,
a prioridades ideológicas y políticas mal intencionadas y, fun-
damentalmente, a relaciones de dominación e inequidad.
En este sentido, se hace necesario empezar por lo opuesto:
la ‘equidad’. Este término no es nuevo, heredero de la noción
de igualdad; más bien tiene una larga historia, en la que des-
aparece como sinónimo de igualdad. La noción más antigua
del término ‘igualdad’ como ‘equidad’ se asocia con la noción
primitiva de justicia como venganza: “ojo por ojo, diente por
diente”, “haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti”. En
este sentido, el término ‘igualdad’, de alguna manera, se refie-
re a estar bajo un mismo conjunto de reglas o gozar de la mis-
ma consideración en una disputa. Sin embargo, y pese a su
herencia histórica, equidad no quiere decir lo mismo que igual-
dad, aunque sean de algún modo conceptos similares. La ana-
logía está en la relación de identidad que plantean: la identi-
dad de la igualdad es topológica, en tanto que la identidad
que connota la equidad es más bien abierta. No se trata de una
El diagrama del desarrollo 109

significación repetitiva sino más bien cambiante, abierta a la di-


ferencia. La equidad supone la equivalencia. En matemáticas,
equivalencia no es lo mismo que igualdad. La equivalencia se
refiere a las condiciones homólogas, a valoraciones análogas, a
situaciones comparables que pueden tener recorridos parale-
los. En el mismo sentido, podemos decir que la equidad se re-
fiere a condiciones éticas, existenciales, sociales e históricas equi-
valentes. Se trata de reconocer la diferencia, entendiendo que
esta diferencia requiere condiciones homólogas de partida. Es-
tas condiciones no pueden suponer una jerarquía preestablecida,
mucho menos determinantes socioeconómicas discriminatorias.
La equidad se presenta como un concepto ético, que supone
equivalentes condiciones existenciales de posibilidad en un con-
texto socio histórico y cultural asumido críticamente.
La equidad puede ser evaluada de un modo concreto cuan-
do concebimos las condiciones sociohistóricas de posibilidad
de una forma más operativa. Encaminándonos a esta opción
podemos recurrir a la sociología de Pierre Bourdieu. El autor
de La distinción propone la comprensión de un conjunto de dis-
ponibilidades sociales, caracterizadas como capitales, que ubi-
can al individuo y a los grupos no sólo en el estrato social co-
rrespondiente sino en el conjunto de estrategias sociales que
orientan prácticas en un campo de redes microsociales, políti-
cas y culturales. Bourdieu no sólo habla de capital económico,
sino también de capital social, capital político, capital cultural
y capital simbólico. El capital social es relativo a la herencia de
clase, el capital político se refiere al usufructo que se hace de
una disposición de poder, el capital cultural se refiere al baga-
je educativo que puede ser manipulado en función de los inte-
reses concurrentes y el capital simbólico adquiere un carácter
significativo en el imaginario colectivo. Todos los capitales son
transferibles, conmutables y convertibles; el capital social pue-
de transformarse en capital económico y viceversa. Lo mismo
ocurre con los otros capitales. Desde esta perspectiva, la equi-
dad puede ser evaluada de acuerdo a la disponibilidad de ca-
110 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

pitales que manejan los individuos y los grupos sociales. En


este sentido, la equidad no sólo tiene una connotación ética y
cultural sino también sociológica al formar parte de las condi-
ciones y determinantes de la reproducción social. Es esta con-
notación sociológica del concepto de equidad la que hace eco
en la práctica del desarrollo. Allí, la equidad debe formar par-
te de la construcción de un sentido práctico en la vida cotidia-
na de los diferentes actores que se relacionan articuladamen-
te, mediatizados por sus agencias históricas particulares.
Hablar de equidad es, entonces, una prioridad que supo-
ne construir una mirada y asumir un posicionamiento crítico,
diferente, desde el espacio de la globalización, desde el cora-
zón mismo del neoliberalismo, desde la plataforma de la epis-
temología del mercado y principalmente desde la práctica del
desarrollo. Hablar de equidad es asumir un compromiso ético
con la humanidad y con la historia. Es reconocer al otro, al
pobre, al subalterno desde sus diferencias culturales; porque
son el único lugar desde donde las distintas naciones pueden
responden a los problemas, por mediación de las costumbres,
las tradiciones, el mayor o menor grado de socialización, el
mayor o menor grado de individualización, haciendo preva-
lecer sus valores; es desde allí que se pueden establecer víncu-
los de confianza que permitan iniciativas históricas sin discri-
minados ni excluidos.
La práctica de la equidad para los desarrollistas, tiene que
constituirse en el sujeto social, en una razón suficiente en la que
se pueda confiar. Confianza, entendida como anticipación del fu-
turo, comportarse como si el futuro fuera cierto.65 La confianza
como apuesta por el presente ante alternativos posibles futuros.
En este panorama se debaten actualmente los distintos
enfoques del saber discursivo sobre el desarrollo y las relacio-

65 Bourdieu, op. cit, pág. 15: “Uno podría decir que a través de la con-
fianza, el tiempo se invalida o al menos se invalidan las diferencias
del tiempo”.
El diagrama del desarrollo 111

nes de fuerzas que tratan de imponerse como visiones ideoló-


gicas. Sin embargo, pese a los altibajos de su crisis y al perma-
nente revisionismo de sus estrategias y marcos conceptuales
en sus más de cincuenta años de práctica, no logra un estado
de dignidad para los miles de sujetos que fueron víctimas de
sus experiencias y de sus sueños. Porque este circuito saber-
poder-subjetividad crea la necesidad como círculo vicioso, ya
que la creación de nuevas necesidades compromete a la pro-
ducción constante de medios indispensables de satisfacción,
que a su vez se vuelven necesarios; y para satisfacer estas ne-
cesidades se requieren nuevos medios que produzcan los me-
dios primarios de satisfacción. De este modo, el horizonte de
necesidades se desplaza constantemente, debido a la produc-
ción permanente de nuevas necesidades. Este enriquecimien-
to del horizonte de necesidades convierte al ser humano en un
ser insatisfecho. La equidad, también esconde en su posibili-
dad su propia contradicción: la inequidad.
Participación, medio ambiente, género y equidad han sido,
pues, los discursos que le han permitido al desarrollo la supe-
ración de sus crisis y la articulación de una nueva estrategia
retórica de reelaboración discursiva, a través de la cual se ha
logrado el reciclaje de sus tácticas en terreno y la reorientación
de sus flujos monetarios.

Subjetividad: la constitución del sujeto necesitado

Vivimos en una sociedad no ya del espectáculo, no ya de


la vigilancia y del control, sino del simulacro, de la virtuali-
dad de la realidad, de las fuerzas y del poder. Detrás de la
utopía del cambio, del discurso del “desarrollo”, hay un adies-
tramiento minucioso y concreto de las fuerzas útiles. Los flu-
jos, las tecnologías de la comunicación son los soportes de esta
nueva acumulación y concentración de saber cuyo juego
discursivo define también nuevos anclajes del poder. El “suje-
112 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

to necesitado” se halla fabricado, producido de acuerdo con


otras tácticas de las fuerzas y de los cuerpos dentro de esta
compleja maquinaria. Forma parte de la máquina transna-
cional, transdisciplinaria, virtual del simulacro; está domina-
do por sus efectos de poder que prolonga y recrea él mismo.
En esta economía capitalista en crecimiento, es este nuevo tipo
de poder el que se pone en acción por medio de los regímenes
políticos, de los aparatos y de las instituciones.
El discurso del desarrollo, que en los últimos cincuenta
años se ha constituido en el paradigma del cambio y de la trans-
formación, es el saber que se cuela tras las actuales redes de
dominio y de poder de la cooperación internacional. Este sa-
ber que se empieza a constituir, como ya lo hemos menciona-
do, en 1949, al declarar Harry Truman, en su discurso de in-
vestidura como presidente de Estados Unidos, “área
subdesarrollada” al hemisferio sur. Ese día, el discurso occi-
dental convierte a dos mil millones de personas en “subdesa-
rrollados”; ese día el hombre común deja de ser homo sapiens y
se transforma en homo miserabilis; en hombre necesitado, en
protagonista de la escasez. Lo primero que instaura este dis-
curso son hábitos de necesitar, que se imponen en la mente
del hombre necesitado mediante la categoría de las “necesida-
des básicas”. Las necesidades se han convertido en el funda-
mento universal de las certezas sociales, en la definición por
excelencia de la condición humana. Esta necesidad no es otra
cosa que la creación de una dependencia material de bienes y
servicios foráneos, dependencia que hasta ese momento no
había sido tomada en cuenta por las culturas.
Mediante el proceso evolución-progreso-crecimiento-de-
sarrollo, Occidente impone la “necesidad” como un hábito so-
cial y al hombre adicto a las necesidades como el nuevo sujeto
del siglo XX. El diagrama de poder del desarrollo opera sobre
la constitución de un sujeto necesitado, al que le es inventada
su condición de necesidad. Pero, crear una “necesidad”, un
“sufrimiento de necesidad” en el sujeto no es suficiente. Hay
El diagrama del desarrollo 113

que crear el aparato que permita mantener este sufrimiento


bajo la promesa de satisfacerlo. El discurso del desarrollo apa-
rece como esta promesa, como la garantía que permitirá rom-
per con la adicción de la necesidad. Se genera en el sujeto ne-
cesitado una expectativa: sus necesidades serán definidas y
satisfechas utilizando los nuevos poderes de la ciencia, la tec-
nología y la política. Estas expectativas brotan precisamente
de las necesidades fomentadas por la promesa del desarrollo.
Las expectativas implican la operación de sistemas imperso-
nales que serán los encargados de entregar salud, nutrición,
producción, medio ambiente, etc. mediante el financiamiento
de proyectos. Entre el poder de Occidente, que decide quién
necesita el desarrollo, y los grupos necesitados, que “desean”
ese apoyo, se presenta siempre un intermediario local. Cuan-
do el intermediario no cumple, estos deseos se transforman
en reclamos; esta insatisfacción prolonga el sufrimiento de ne-
cesidad del sujeto en el tiempo.
Pero la promesa permanece. De lo que se trata, ahora, es
de acuñar un nuevo concepto que la haga posible: la “ayuda
económica”. La ayuda es un instrumento elegante del ejerci-
cio del poder. “El poder es verdaderamente elegante cuando,
cautivados por la ilusión de la libertad, aquellos sometidos a
él niegan tercamente su existencia”.66 Este tipo de poder ele-
gante no golpea, no mata, no impone cadenas: ayuda. Pero
esta “ayuda” no es incondicional, inocente; es calculadora, es
obligatoria, tiene como fin superar algún tipo de déficit diag-
nosticado desde afuera. Por medio de la ayuda como movili-
zación de la voluntad para romper con el pasado se impone al
sujeto necesitado la obligación de la buena conducta, de la dis-
ciplina. El necesitado se somete voluntariamente al cuidado-
so escrutinio y control de quien lo ayuda; este escrutinio es el
de la compasión. Escrutinio y control están institucionalizados
y profesionalizados. La ayuda se muestra como un gesto pú-

66 Wolfgang Sachs, citado en Diccionario del desarrollo, pág. 8.


114 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

blico de don, cuyos beneficios son el económico-material y el


político-legitimizante. La ayuda es ofrecida por razones de se-
guridad nacional de quien ayuda, para mantener su propia
prosperidad a costa de la mendicidad de los demás. La ayuda
esconde tras de sí relaciones de superioridad e inferioridad; la
vergüenza de quien recibe y la arrogancia de quien dona. Esta
vergüenza que circunda a la ayuda externa proviene del he-
cho de que es ayuda “para el desarrollo”; la ayuda no es ayu-
da en caso de necesidad, sino para la superación de un déficit.

La persona que sufre necesidad, la vivencia como una intolerable


desviación de la normalidad. El que la sufre es el único que decide
cuándo la desviación ha alcanzado tal grado que se justifica un gri-
to de auxilio. La vida normal es tanto la norma de la experiencia de
la necesidad como también de la magnitud de la ayuda requerida.
Se supone que la ayuda permite a la víctima volver a aproximarse a
la normalidad. En breve, quien sufre necesidad, no importa cuán
miserable sea, es el dueño de su necesidad. La ayuda es un acto de
restauración. La persona necesitada, por otro lado, no es el amo de
su indigencia. Ésta es, más o menos, el resultado de una compara-
ción con una normalidad foránea, que es efectivamente declarada
obligatoria. Uno se convierte en necesitado por cuenta de un diag-
nóstico: “yo decido cuánto tú estás necesitado”. La ayuda destina-
da a una persona necesitada es una intervención transformadora.67

Un déficit de civilización debe ser remediado; un desarro-


llo histórico incorrecto, corregido, y un ritmo excesivamente
lento, acelerado. La cooperación internacional considera a sus
contrapartes del Tercer Mundo como globalmente necesitadas,
retrasadas de acuerdo a normas válidas de normalidad y suje-
tas a un proceso esencial de nivelación.
Pero el concepto de ayuda es también utópico, está rela-
cionado con la esperanza de redención final, con la idea de
mejoramiento que nunca llega. Hay que crear la ilusión del
cambio, de la transformación, hay que medir el impacto de la

67 Íbid., pág. 25.


El diagrama del desarrollo 115

ayuda, hay que crear categorías que permitan visualizar el


desarrollo: hay que planificar y evaluar. Planificación y eva-
luación son procesos de dominación y control social. Ambos
conceptos encarnan la creencia de que el cambio social puede
ser manipulado y dirigido, producido a voluntad.
La planificación, inevitablemente, requiere la normaliza-
ción y la estandarización de la realidad, lo que a su vez impli-
ca la injusticia y la extinción de la diferencia y de la diversi-
dad. Una vez normalizados, regulados y ordenados, los
individuos, las sociedades y las economías pueden ser some-
tidos a la mirada científica de la ingeniería social del planifica-
dor, quien opera sobre estos cuerpos sociales intentando pro-
ducir el tipo deseado de cambio social. En estos ensayos de
manipulación del cambio social lo que se busca son regulari-
dades económicas, culturales y sociales que permitan otorgar
consistencia al mundo real. La planificación involucra la su-
peración o erradicación de las tradiciones, obstáculos e
irracionalidades de las estructuras humanas y sociales exis-
tentes y su reemplazo por nuevas estructuras racionales. De lo
que se trata es de eliminar la diversidad, la presencia del “otro”,
e imponer peligrosamente una monocultura: la occidental,
mutilando la capacidad de la humanidad para enfrentar un
futuro paulatinamente diferente con respuestas creativas.
La evaluación se acerca al sujeto necesitado para reducir-
lo a un caso, a un conjunto de hipótesis y de supuestos, a un
discurso metodológico, a un esquema congelado de
interrelaciones de variables e indicadores que darán cuenta de
su formas de vida, de sus sueños, de sus aspiraciones, como si
fueran partes de un constructo ficticio del intelecto, y no de una
realidad compleja, cambiante y eternamente en movimiento. El
sujeto necesitado se vuelve un dato, para que sea un insumo
más para almacenarse en una base de datos electrónica.
El desarrollo es, pues, un simulacro de “juegos de lengua-
je” sujeto a reglas precisas que arrastran todavía los resabios
de un diagrama disciplinario estricto. Juego en el que los juga-
116 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

dores ocupan puestos específicos, jerárquicamente definidos.


El contexto en el que se desarrolla este juego es transnacional;
está más allá de la frontera conocida y legitimada como pro-
pia. Los jugadores se dividen en grupos: reales y virtuales. Los
virtuales son quienes inician la jugada, ésos están en Estados
Unidos o Europa. Desde allí, mediante la tecnología del
internet, del fax, del correo electrónico, realizan sus movidas.
Allí actúan con un directorio invisible, elegido por los dueños
de la economía, un presidente, más o menos visible, y un cuer-
po de vicepresidentes, oficiales de programas, representantes
de países y asistentes completamente visibles en su propia área
de influencia. Del otro lado del océano: los árbitros y el otro
equipo de jugadores. Entre los primeros, las organizaciones
no gubernamentales, las fundaciones locales, las empresas con-
sultoras, encargadas de controlar las reglas del juego en su as-
pecto programático, en tanto cumplimiento de actividades y
logro de resultados, y en su aspecto económico, en tanto uso
de los recursos o fondos de la donación. Y el otro equipo, una
cadena de ONGs y organizaciones de base, promotores y agen-
tes del desarrollo, intermediarios cuyo papel es garantizar la
virtualidad del sueño del cambio con relación al sujeto-objeto
concreto del juego: el grupo indígena, la comunidad campesi-
na, en el cuerpo de cada uno de los individuos particulariza-
dos e individualizados, nombrados, para su mejor control. El
objetivo del juego: mantener la expectativa del indígena, del
pobre de que por medio de su proyecto algún día podrá ser
un sujeto digno, un constructor de su propio destino, libre al
fin de las cadenas de la pobreza y la necesidad.
Y, detrás de este simulacro, el dinero, los recursos de la
donación, como hilos invisibles que movilizan la parafernalia
de esta gran simulación. La intermediación –ilusionada con
estar a salvo del proceso de dominación y control, de este apa-
rato, de esta máquina transnacional, transdisciplinaria y vir-
tual del simulacro– se siente satisfecha, convencida de que está
aportando a resolver las condiciones de vida del sujeto nece-
El diagrama del desarrollo 117

sitado; cuando en el fondo es la marioneta que pende de los invi-


sibles hilos del dinero. La gran representación de estas marione-
tas conscientes tiene como trama las múltiples estrategias del de-
sarrollo local y la inversión social. Es sobre estos temas que se
trata de persuadir, de seducir. El supuesto es que todos los acto-
res de la sociedad, sin importar su condición social, política o cul-
tural, estarán dispuestos a establecer alianzas contractuales, a ser
socios estratégicos, a aportar para hacer realidad la utopía de la
igualdad en la semejanza, no en la diferencia. En el simulacro
sobrevive la esperanza de que con la participación de todos será
posible la derrota de la pobreza y con ello la liberación del sufri-
miento del sujeto necesitado, sujetado a la necesidad.
En este diagrama ya no es importante la arquitectura
ostentatoria y visible de las instituciones. De lo que se trata,
más bien, es de ocultar el lujo y la comodidad tras la falsa pos-
tura de la sencillez y la solidaridad; la ganancia de esta pro-
ducción de control sofisticado, simulado, no se derrocha en
las fachadas de las instituciones, se guarda en las cuentas ban-
carias porque la etiqueta “sin fines de lucro” no permite este
tipo de demostraciones. Tampoco es necesario el encierro. En
esta relación de fuerzas, el sujeto necesitado se considera li-
bre, está libre en su hábitat: en su comunidad, con sus llamas
y ovejas; en su selva, con sus ríos, sus árboles y sus animales
salvajes; en su chacra, con sus cultivos de subsistencia; y, sin
embargo, condicionado a permanecer allí para siempre. Vo-
luntariamente obligado a buscarse un porvenir en esa su con-
dición de necesidad, administrando de mejor manera su mi-
seria, so pena de ser olvidado por la benevolencia de la
cooperación, so pena de atentar contra la libertad y la comodi-
dad de los otros, so pena de perderse en los “vicios y la mala
vida” de la ciudad. Una maldición recae sobre todos aquellos
que se van. Por eso, hay que controlar la movilidad de los cuer-
pos, mantenerlos ocupados, creyendo en realidad que están
construyendo por sí mismos su futuro. No es otro el papel para
el que son pagados los profesionales de la intermediación.
118 Poder y suplicio: las tramas del desarrollo

Pero lo más importante de este diagrama es su producto


final: la creación de un rebaño de sujetos necesitados, orgullo-
sos de ser los gestores de su propio sometimiento y depen-
dencia, entrenados en campo para reproducir eficientemente
las técnicas de la dominación en cualquier contexto; capaces
de prolongar sin remordimiento y sin compasión, al infinito,
el sufrimiento de necesidad del homo miserabilis en aras del gran
sueño: la muerte del atraso, de la tradición, de la diferencia,
de la sin razón.
119

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