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El brujo postergado con instrumentos mágicos.

Revisaron los libros y en eso


estaban cuando entraron dos hombres con una carta para el
Jorge Luis Borges (argentino)
deán, escrita por el obispo, su tío, en la que le hacía saber
(Versión de Jorge Luis Borges de “De lo que contesçió a un
que estaba muy enfermo y que, si quería encontrarlo vivo,
deán de Sanctiago con don Illán”, incluido en el Libro de no demorase. Al deán lo contrariaron mucho estas nuevas, lo
Patronio, del infante don Juan Manuel). uno por la dolencia de su tío, lo otro por tener que
interrumpir los estudios. Optó por escribir una disculpa y la
En Santiago había un deán que tenía codicia de mandó al obispo. A los tres días llegaron unos hombres de
aprender el arte de la magia. Oyó decir que don Illán de luto con otras cartas para el deán, en la que se leía que el
Toledo la sabía más que ninguno, y fue a Toledo a buscarlo. obispo había fallecido, que estaban eligiendo sucesor, y que
esperaban por la gracia de Dios que lo elegirían a él. Decían
El día que llegó enderezó a la casa de don Illán y lo también que no se molestara en venir, puesto que parecía
encontró leyendo en una habitación apartada. Éste lo recibió mucho mejor que lo eligieran en su ausencia.
con bondad y le dijo que postergara el motivo de su visita
hasta después de comer. Le señaló un alojamiento muy A los diez días vinieron dos escuderos muy bien
fresco y le dijo que lo alegraba mucho su venida. Después de vestidos, que se arrojaron a sus pies y besaron sus manos, y
comer, el deán le refirió la razón de aquella visita y le rogó lo saludaron obispo. Cuando don Illán vio estas cosas, se
que le enseñara la ciencia mágica. Don Illán le dijo que dirigió con mucha alegría al nuevo prelado y le dijo que
adivinaba que era deán, hombre de buena posición y buen agradecía al Señor que tan buenas nuevas llegaran a su casa.
porvenir, y que temía ser olvidado luego por él. El deán le Luego le pidió el decanazgo vacante para uno de sus hijos.
prometió y aseguró que nunca olvidaría aquella merced, y El obispo le hizo saber que había reservado el decanazgo
que estaría siempre a sus órdenes. Ya arreglado el asunto, para su propio hermano, pero había determinado
explicó don Illán que las artes mágicas no se podían favorecerlo y que partiesen juntos para Santiago.
aprender sino en sitio apartado, y tomándolo por la mano, lo
llevó a una pieza contigua, en cuyo piso había una gran Fueron para Santiago los tres, donde los recibieron
argolla de fierro. Antes le dijo a la sirvienta que tuviese con honores. A los seis meses recibió el obispo mandaderos
perdices para la cena, pero que no las pusiera a asar hasta del Papa que le ofrecía el arzobispado de Tolosa, dejando en
que la mandaran. Levantaron la argolla entre los dos y sus manos el nombramiento de sucesor. Cuando don Illán
descendieron por una escalera de piedra bien labrada, hasta supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese título
que al deán le pareció que habían bajado tanto que el lecho para su hijo. El arzobispo le hizo saber que había reservado
del Tajo estaba sobre ellos. Al pie de la escalera había una el obispado para su propio tío, hermano de su padre, pero
celda y luego una biblioteca y luego una especie de gabinete

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que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos de las perdices y lo acompañó hasta la calle, donde le deseó
para Tolosa. Don Illán no tuvo más remedio que asentir. feliz viaje y lo despidió con gran cortesía.

Fueron para Tolosa los tres, donde los recibieron con


honores y misas. A los dos años, recibió el arzobispo
mandaderos del Papa que le ofrecía el capelo de Cardenal,
dejando en sus manos el nombramiento de sucesor. Cuando
don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió
ese título para su hijo. El Cardenal le hizo saber que había
reservado el arzobispado para su propio tío, hermano de su
madre, pero que había determinado favorecerlo y que
partiesen juntos para Roma. Don Illán no tuvo más remedio
que asentir. Fueron para Roma los tres, donde los recibieron
con honores y misas y procesiones. A los cuatro años murió
el Papa y nuestro Cardenal fue elegido para el papado por
todos los demás. Cuando don Illán supo esto, besó los pies
de Su Santidad, le recordó la antigua promesa y le pidió el
cardenalato para su hijo. El Papa lo amenazó con la cárcel,
diciéndole que bien sabía él que no era más que un brujo y
que en Toledo había sido profesor de artes mágicas. El
miserable don Illán dijo que iba a volver a España y le pidió
algo para comer durante el camino. El Papa no accedió.
Entonces don Illán (cuyo rostro se había remozado de un
modo extraño), dijo con una voz sin temblor:
-Pues tendré que comerme las perdices que para esta
noche encargué.
La sirvienta se presentó y don Illán le dijo que las
asara. A estas palabras, el Papa se halló en la celda
subterránea en Toledo, solamente deán de Santiago, y tan
avergonzado de su ingratitud que no atinaba a disculparse.
Don Illán dijo que bastaba con esa prueba, le negó su parte
La intrusa

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Jorge Luis Borges según los entendidos, es mucho. Fueron troperos, cuarteadores,
cuatreros y alguna vez tahúres. Tenían fama de avaros, salvo
Dicen (lo cual es improbable) que la historia fue referida por cuando la bebida y el juego los volvían generosos. De sus deudos
Eduardo, el menor de los Nelson, en el velorio de Cristian, el nada se sabe ni de dónde vinieron. Eran dueños de una carreta y
mayor, que falleció de muerte natural, hacia mil ochocientos una yunta de bueyes.
noventa y tantos, en el partido de Morán. Lo cierto es que alguien
la oyó de alguien, en el decurso de esa larga noche perdida, entre Físicamente diferían del compadraje que dio su apodo forajido a la
mate y mate, y la repitió a Santiago Dabove, por quien la supe. Costa Brava. Esto, y lo que ignoramos, ayuda a comprender lo
Años después, volvieron a contármela en Turdera, donde había unidos que fueron. Mal quistarse con uno era contar con dos
acontecido. La segunda versión, algo más prolija, confirmaba en enemigos.
suma la de Santiago, con las pequeñas variaciones y divergencias
que son del caso. La escribo ahora porque en ella se cifra, si no me Los Nilsen eran calaveras, pero sus episodios amorosos habían
engaño, un breve y trágico cristal de la índole de los orilleros sido hasta entonces de zaguán o de casa mala. No faltaron, pues,
antiguos. Lo haré con probidad, pero ya preveo que cederé a la comentarios cuando Cristian llevó a vivir con Juliana Burgos. Es
tentación literaria de acentuar o agregar algún pormenor. verdad que ganaba así una sirvienta, pero no es menos cierto que la
colmó de horrendas baratijas y que la lucía en las fiestas. En las
En Turdera los llamaban los Nilsen. El párroco me dijo que su pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban
predecesor recordaba, no sin sorpresa, haber visto en la casa de esa prohibidos y donde se bailaba, todavía, con mucha luz. Juliana era
gente una gastada Biblia de tapas negras, con caracteres góticos; en de tez morena y de ojos rasgados, bastaba que alguien la mirara
las últimas páginas entrevió nombres y fechas manuscritas. Era el para que se sonriera. En un barrio modesto, donde el trabajo y el
único libro que había en la casa. La azarosa crónica de los Nilsen, descuido gastan a las mujeres, no era mal parecida.
perdida como todo se perderá. El caserón, que ya no existe, era de
ladrillo sin revocar; desde el zaguán se divisaban un patio de Eduardo los acompañaba al principio. Después emprendió un viaje
baldosa colorada y otro de tierra. Pocos, por lo demás, entraron a Arrecifes por no sé qué negocio; a su vuelta llevó a la casa una
ahí; los Nilsen defendían su soledad. En las habitaciones muchacha, que había levantado por el camino, y a los pocos días la
desmanteladas durmieron en catres; sus lujos eran el caballo, el echó. Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el almacén y no
apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sábados y se daba con nadie. Estaba enamorado de la mujer de Cristian. El
el alcohol pendenciero. Sé que eran altos, de melena rojiza. barrio, que tal vez lo supo antes que él, previó con alevosa alegría
Dinamarca o Irlanda, de las que nunca oirían hablar, andaban por la rivalidad latente de los hermanos.
la sangre de esos dos criollos. El barrio los temía a los Colorados;
no es imposible que debieran alguna muerte. Hombro a hombro Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio el oscuro de
pelearon una vez a la policía. Se dice que el menor tuvo un Cristian atado al palenque. En el patio, el mayor estaba
altercado con Juan Iberra, en el que no llevó la peor parte, lo cual, esperándolo con sus mejores pilchas. La mujer iba y venía con el

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mate en la mano. Cristian le dijo a Eduardo: -Yo me voy a una tenía, sin olvidar el rosario de vidrio y la crucecita que le había
farra en lo de Farías. Ahí la tenés a la Juliana; si la querés, usala. dejado su madre. Sin explicarle nada la subieron a la carreta y
emprendieron un silencioso y tedioso viaje. Había llovido; los
El tono era entre mandón y cordial. Eduardo se quedó un tiempo caminos estaban muy pesados y serían las cinco de la mañana
mirándolo; no sabía qué hacer, Cristian se levantó, se despidió de cuando llegaron a Morón. Ahí la vendieron a la patrona del
Eduardo, no de Juliana, que era una cosa, montó a caballo y se fue prostíbulo. El trato ya estaba hecho; Cristian cobró la suma y la
al trote, sin apuro. dividió después con el otro.

Desde aquella noche la compartieron. Nadie sabrá los pormenores En Turdera, los Nilsen, perdidos hasta entonces en la maraña (que
de esa sórdida unión, que ultrajaba las decencias del arrabal. El también era una rutina) de aquel monstruoso amor, quisieron
arreglo anduvo bien por unas semanas, pero no podía durar. Entre reanudar su antigua vida de hombres entre hombres. Volvieron a
ellos, los hermanos no pronunciaban el nombre de Juliana, ni las trucadas, al reñidero, a las juergas casuales. Acaso, alguna vez,
siquiera para llamarla, pero buscaban, y encontraban, razones para se creyeron salvados, pero solían incurrir, cada cual por su lado, en
no estar de acuerdo. Discutían la venta de unos cueros, pero lo que injustificadas o harto justificadas ausencias. Poco antes de fin de
discutían era otra cosa. Cristian solía alzar la voz y Eduardo año el menor dijo que tenía que hacer en la Capital. Cristian se fue
callaba. Sin saberlo, estaban celándose. En el duro suburbio, un a Morón; en el palenque de la casa que sabemos reconoció al overo
hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, de Eduardo. Entró; adentro estaba el otro, esperando turno. Parece
más allá del deseo y la posesión, pero los dos estaban enamorados. que Cristian le dijo: -De seguir así, los vamos a cansar a los pingos.
Esto, de algún modo, los humillaba. Más vale que la tengamos a mano.

Una tarde, en la plaza de Lomas, Eduardo se cruzó con Juan Iberra, Habló con la patrona, sacó unas monedas del tirador y se la
que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Fue llevaron. La Juliana iba con Cristian; Eduardo espoleó al overo
entonces, creo, que Eduardo lo injirió. Nadie, delante de él, iba a para no verlos.
hacer burla de Cristian.
Volvieron a lo que ya se ha dicho. La infame solución había
La mujer atendía a los dos con sumisión bestial; pero no podía fracasado; los dos habían cedido a la tentación de hacer trampa.
ocultar alguna preferencia por el menor, que no había rechazado la Caín andaba por ahí, pero el cariño entre los Nilsen era muy grande
participación, pero que no la había dispuesto. -Quién sabe qué rigores y qué peligros habían compartido!- y
prefirieron desahogar su exasperación con ajenos. Con un
Un día, le mandaron a la Juliana que sacara dos sillas al primer desconocido, con los perros, con la Juliana, que había traído la
patio y que no apareciera por ahí, porque tenían que hablar. Ella discordia.
esperaba un diálogo largo y se acostó a dormir la siesta, pero al
rato la recordaron. Le hicieron llenar una bolsa con todo lo que

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El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Un La Autopista del sur
domingo (los domingos la gente suele recogerse temprano) Julio Cortázar
Eduardo, que volvía del almacén, vio que Cristian uncía los (argentino- francés)
bueyes. Cristian le dijo: -Vení; tenemos que dejar unos cueros en lo Gli automobilisti accaldati sembrano nom avere storia… Come
del Pardo; ya los cargué, aprovechemos la fresca. El comercio del realtà, un ingorgo automobilistico impressiona ma non ci dice gran
Pardo quedaba, creo, más al Sur; tomaron por el Camino de las che.
Tropas; después, por un desvío. El campo iba agrandándose con la Arrigo Benedetti “L’Espresso”, Roma.
noche. Orillaron un pajonal; Cristian tiró el cigarro que había
encendido y dijo sin apuro: -A trabajar, hermano. Después nos Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la
ayudarán los caranchos. Hoy la maté. Que se quede aquí con sus cuenta del tiempo, aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya
pilchas. Ya no hará más perjuicios. Se abrazaron, casi llorando. lo mismo. Cualquiera podía mirar su reloj pero era como si ese
Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la tiempo atado a la muñeca derecha o el bip bip de la radio midieran
obligación de olvidarla. otra cosa, fuera el tiempo de los que no han hecho la estupidez de
querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de tarde
y, apenas salidos de Fontainbleau, han tenido que ponerse al paso,
detenerse, seis filas a cada lado (ya se sabe que los domingos la
autopista está íntegramente reservada a los que regresan a la
capital), poner en marcha el motor, avanzar tres metros, detenerse,
charlar con las dos monjas del 2HP a la derecha, con la muchacha
del Dauphine a la izquierda, mirar por retrovisor al hombre pálido
que conduce un Caravelle, envidiar irónicamente la felicidad
avícola del matrimonio del Peugeot 203 (detrás del Dauphine de la
muchacha) que juega con su niñita y hace bromas y come queso, o
sufrir de a ratos los desbordes exasperados de los dos jovencitos
del Simca que precede al Peugeot 404, y hasta bajarse en los altos
y explorar sin alejarse mucho (porque nunca se sabe en qué
momento los autos de más adelante reanudarán la marcha y habrá
que correr para que los de atrás no inicien la guerra de las bocinas
y los insultos), y así llegar a la altura de un Taunus delante del
Dauphine de la muchacha que mira a cada momento la hora, y
cambiar unas frases descorazonadas o burlonas con los hombres
que viajan con el niño rubio cuya inmensa diversión en esas
precisas circunstancias consiste en hacer correr libremente su

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autito de juguete sobre los asientos y el reborde posterior del Milly-la-Fôret antes de las ocho, pues llevaban una cesta de
Taunus, o atreverse y avanzar todavía un poco más, puesto que no hortalizas para la cocinera. Al matrimonio del Peugeot 203 le
parece que los autos de adelante vayan a reanudar la marcha, y importaba sobre todo no perder los juegos televisados de las nueve
contemplar con alguna lástima al matrimonio de ancianos en el ID y media; la muchacha del Dauphine le había dicho al ingeniero que
Citroën que parece una gigantesca bañadera violeta donde le daba lo mismo llegar más tarde a París pero que se quejaba por
sobrenadan los dos viejitos, él descansando los antebrazos en el principio, porque le parecía un atropello someter a millares de
volante con un aire de paciente fatiga, ella mordisqueando una personas a un régimen de caravana de camellos. En esas últimas
manzana con más aplicación que ganas. horas (debían ser casi las cinco pero el calor los hostigaba
insoportablemente) habían avanzado unos cincuenta metros a
A la cuarta vez de encontrarse con todo eso, de hacer todo eso, el juicio del ingeniero, aunque uno de los hombres del Taunus que se
ingeniero había decidido no salir más de su coche, a la espera de había acercado a charlar llevando de la mano al niño con su autito,
que la policía disolviese de alguna manera el embotellamiento. El mostró irónicamente la copa de un plátano solitario y la muchacha
calor de agosto se sumaba a ese tiempo a ras de neumáticos para del Dauphine recordó que ese plátano (si no era un castaño) había
que la inmovilidad fuese cada vez más enervante. Todo era olor a estado en la misma línea que su auto durante tanto tiempo que ya
gasolina, gritos destemplados de los jovencitos del Simca, brillo ni valía la pena mirar el reloj pulsera para perderse en cálculos
del sol rebotando en los cristales y en los bordes cromados, y para inútiles.
colmo sensación contradictoria del encierro en plena selva de
máquinas pensadas para correr. El 404 del ingeniero ocupa el No atardecía nunca, la vibración del sol sobre la pista y las
segundo lugar de la pista de la derecha contando desde la franja carrocerías dilataba el vértigo hasta la náusea. Los anteojos negros,
divisoria de las dos pistas, con lo cual tenía otros cuatro autos a su los pañuelos con agua de colonia en la cabeza, los recursos
derecha y siete a su izquierda, aunque de hecho sólo pudiera ver improvisados para protegerse, para evitar un reflejo chirriante o las
distintamente los ocho coches que lo rodeaban y sus ocupantes que bocanadas de los caños de escape a cada avance, se organizaban y
ya había detallado hasta cansarse. Había charlado con todos, salvo perfeccionaban, eran objeto de comunicación y comentario. El
con los muchachos del Simca que caían antipáticos; entre trecho y ingeniero bajó otra vez para estirar las piernas, cambió unas
trecho se había discutido la situación en sus menores detalles, y la palabras con la pareja de aire campesino del Ariane que precedía al
impresión general era que hasta Corbeil-Essones se avanzaría al 2HP de las monjas. Detrás del 2HP había un Volkswagen con un
paso o poco menos, pero que entre Corbeil y Juvisy el ritmo iría soldado y una muchacha que parecían recién casados. La tercera
acelerándose una vez que los helicópteros y los motociclistas fila hacia el exterior dejaba de interesarle porque hubiera tenido
lograran quebrar lo peor del embotellamiento. A nadie le cabía que alejarse peligrosamente del 404; veía colores, formas,
duda de que algún accidente muy grave debía haberse producido Mercedes Benz, ID, 4R, Lancia, Skoda, Morris Minor, el catálogo
en la zona, única explicación de una lentitud tan increíble. Y con completo. A la izquierda, sobre la pista opuesta, se tendía otra
eso el gobierno, el calor, los impuestos, la vialidad, un tópico tras maleza inalcanzable de Renault, Anglia, Peugeot, Porsche, Volvo;
otro, tres metros, otro lugar común, cinco metros, una frase era tan monótono que al final, después de charlar con los dos
sentenciosa o una maldición contenida.
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hombres del Taunus y de intentar sin éxito un cambio de insultante de pasar una vez más de la primera al punto muerto,
impresiones con el solitario conductor del Caravelle, no quedaba freno de pie, freno de mano, stop, y así otra vez y otra vez y otra.
nada mejor que volver al 404 y reanudar la misma conversación
sobre la hora, las distancias y el cine con la muchacha del En algún momento, harto de inacción, el ingeniero se había
Dauphine. decidido a aprovechar un alto especialmente interminable para
recorrer las filas de la izquierda, y dejando a su espalda el
A veces llegaba un extranjero, alguien que se deslizaba entre los Dauphine había encontrado un DKW, otro 2HP, un Fiat 600, y se
autos viniendo desde el otro lado de la pista o desde la filas había detenido junto a un De Soto para cambiar impresiones con el
exteriores de la derecha, y que traía alguna noticia probablemente azorado turista de Washington que no entendía casi el francés pero
falsa repetida de auto en auto a lo largo de calientes kilómetros. El que tenía que estar a las ocho en la Place de l’Opéra sin falta you
extranjero saboreaba el éxito de sus novedades, los golpes de las understand, my wife will be awfully anxious, damn it, y se hablaba
portezuelas cuando los pasajeros se precipitaban para comentar lo un poco de todo cuando un hombre con aire de viajante de
sucedido, pero al cabo de un rato se oía alguna bocina o el comercio salió del DKW para contarles que alguien había llegado
arranque de un motor, y el extranjero salía corriendo, se lo veía un rato antes con la noticia de que un Piper Club se había
zigzaguear entre los autos para reintegrase al suyo y no quedar estrellado en plena autopista, varios muertos. Al americano el Piper
expuesto a la justa cólera de los demás. A lo largo de la tarde se Club lo tenía profundamente sin cuidado, y también al ingeniero
había sabido así del choque de un Floride contra un 2HP cerca de que oyó un coro de bocinas y se apresuró a regresar al 404,
Corbeil, tres muertos y un niño herido, el doble choque de un Fiat transmitiendo de paso las novedades a los dos hombres del Taunus
1500 contra un furgón Renault que había aplastado un Austin lleno y al matrimonio del 203. Reservó una explicación más detallada
de turistas ingleses, el vuelco de un autocar de Orly colmado de para la muchacha del Dauphine mientras los coches avanzaban
pasajeros procedentes del avión de Copenhague. El ingeniero lentamente unos pocos metros (ahora el Dauphine estaba
estaba seguro de que todo o casi todo era falso, aunque algo grave ligeramente retrasado con relación al 404, y más tarde sería al
debía haber ocurrido cerca de Corbeil e incluso en las revés, pero de hecho las doce filas se movían prácticamente en
proximidades de París para que la circulación se hubiera paralizado bloque, como si un gendarme invisible en el fondo de la autopista
hasta ese punto. Los campesinos del Ariane, que tenían una granja ordenara el avance simultáneo sin que nadie pudiese obtener
del lado de Montereau y conocían bien la región, contaban con otro ventajas). Piper Club, señorita, es un pequeño avión de paseo. Ah.
domingo en que el tránsito había estado detenido durante cinco Y la mala idea de estrellarse en plena autopista un domingo de
horas, pero ese tiempo empezaba a parecer casi nimio ahora que el tarde. Esas cosas. Si por lo menos hiciera menos calor en los
sol, acostándose hacia la izquierda de la ruta, volcaba en cada auto condenados autos, si esos árboles de la derecha quedaran por fin a
una última avalancha de jalea anaranjada que hacía hervir los la espalda, si la última cifra del cuentakilómetros acabara de caer
metales y ofuscaba la vista, sin que jamás una copa de árbol en su agujerito negro en vez de seguir suspendida por la cola,
desapareciera del todo a la espalda, sin que otra sombra apenas interminablemente.
entrevista a la distancia se acercara como para poder sentir de
verdad que la columna se estaba moviendo aunque fuera apenas,
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En algún momento (suavemente empezaba a anochecer, el sentía náuseas) y pidió permiso para dividirlo con la muchacha del
horizonte de techos de automóviles se teñía de lila) una gran Dauphine, que aceptó y comió golosamente el sándwich y la
mariposa blanca se posó en el parabrisas del Dauphine, y la tableta de chocolate que le había pasado el viajante del DKW, su
muchacha y el ingeniero admiraron sus alas en la breve y perfecta vecino de la izquierda. Mucha gente había salido de los autos
suspensión de su reposo; la vieron alejarse con una exasperada recalentados, porque otra vez llevaban horas sin avanzar; se
nostalgia, sobrevolar el Taunus, el ID violeta de los ancianos, ir empezaba a sentir sed, ya agotadas las botellas de limonada, la
hacia el Fiat 600 ya invisible desde el 404, regresar hacia el Simca coca-cola y hasta los vinos de a bordo. La primera en quejarse fue
donde una mano cazadora trató inútilmente de atraparla, aletear la niña del 203, y el soldado y el ingeniero abandonaron los autos
amablemente sobre el Ariane de los campesinos que parecían estar junto con el padre de la niña para buscar agua. Delante del Simca,
comiendo alguna cosa, y perderse después hacia la derecha. Al donde la radio parecía suficiente alimento, el ingeniero encontró un
anochecer la columna hizo un primer avance importante, de casi Beaulieu ocupado por una mujer madura de ojos inquietos. No, no
cuarenta metros; cuando el ingeniero miró distraídamente el tenía agua pero podía darle unos caramelos para la niña. El
cuentakilómetros, la mitad del 6 había desaparecido y un asomo matrimonio del ID se consultó un momento antes de que la anciana
del 7 empezaba a descolgarse de lo alto. Casi todo el mundo metiera las manos en un bolso y sacara una pequeña lata de jugo de
escuchaba sus radios, los del Simca la habían puesto a todo trapo y frutas. El ingeniero agradeció y quiso saber si tenían hambre y si
coreaban un twist con sacudidas que hacían vibrar la carrocería; las podía serles útil; el viejo movió negativamente la cabeza, pero la
monjas pasaban las cuentas de sus rosarios, el niño del Taunus se mujer pareció asentir sin palabras. Más tarde la muchacha del
había dormido con la cara pegada a un cristal, sin soltar el auto de Dauphine y el ingeniero exploraron juntos las filas de la izquierda,
juguete. En algún momento (ya era noche cerrada) llegaron sin alejarse demasiado; volvieron con algunos bizcochos y los
extranjeros con más noticias, tan contradictorias como las otras ya llevaron a la anciana del ID, con el tiempo justo para regresar
olvidadas, No había sido un Piper Club sino un planeador piloteado corriendo a sus autos bajo una lluvia de bocinas.
por la hija de un general. Era exacto que un furgón Renault había
aplastado un Austin, pero no en Juvisy sino casi en las puertas de Aparte de esas mínimas salidas, era tan poco lo que podía hacerse
París; uno de los extranjeros explicó al matrimonio del 203 que el que las horas acababan por superponerse, por ser siempre la misma
macadam de la autopista había cedido a la altura de Igny y que en el recuerdo; en algún momento el ingeniero pensó en tachar ese
cinco autos habían volcado al meter las ruedas delanteras en la día en su agenda y contuvo una risotada, pero más adelante,
grieta. La idea de una catástrofe natural se propagó hasta el cuando empezaron los cálculos contradictorios de las monjas, los
ingeniero, que se encogió de hombros sin hacer comentarios. Más hombres del Taunus y la muchacha del Dauphine, se vio que
tarde, pensando en esas primeras horas de oscuridad en que habían hubiera convenido llevar mejor la cuenta. Los diarios locales
respirado un poco más libremente, recordó que en algún momento habían suspendido las emisiones, y sólo el viajante del DKW tenía
había sacado el brazo por la ventanilla para tamborilear en la un aparato de ondas cortas que se empeñaba en transmitir noticias
carrocería del Dauphine y despertar a la muchacha que se había bursátiles. Hacia las tres de la madrugada pareció llegarse a un
dormido reclinada sobre el volante, sin preocuparse de un nuevo acuerdo tácito para descansar, y hasta el amanecer la columna no
avance. Quizá ya era medianoche cuando una de las monjas le
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se movió. Los muchachos del Simca sacaron unas camas era tan dudosa como las de la víspera, y que el extranjero había
neumáticas y se tendieron al lado del auto; el ingeniero bajó el aprovechado la alegría del grupo para pedir y obtener una naranja
respaldo de los asientos delanteros del 404 y ofreció las cuchetas a que le dio el matrimonio del Ariane. Más tarde llegó otro
las monjas, que rehusaron; antes de acostarse un rato, el ingeniero extranjero con la misma treta, pero nadie quiso darle nada. El calor
pensó en la muchacha del Dauphine, muy quieta contra el volante, empezaba a subir y la gente prefería quedarse en los autos a la
y como sin darle importancia le propuso que cambiaran de autos espera de que se concretaran las buenas noticias. A mediodía la
hasta el amanecer; ella se negó, alegando que podía dormir muy niña del 203 empezó a llorar otra vez, y la muchacha del Dauphine
bien de cualquier manera. Durante un rato se oyó llorar al niño del fue a jugar con ella y se hizo amiga del matrimonio. Los del 203 no
Taunus, acostado en el asiento trasero donde debía tener demasiado tenían suerte; a su derecha estaba el hombre silencioso del
calor. Las monjas rezaban todavía cuando el ingeniero se dejó caer Caravelle, ajeno a todo lo que ocurría en torno, y a su izquierda
en la cucheta y se fue quedando dormido, pero su sueño seguía tenían que aguantar la verbosa indignación del conductor de un
demasiado cerca de la vigilia y acabó por despertarse sudoroso e Floride, para quien el embotellamiento era una afrenta
inquieto, sin comprender en un primer momento dónde estaba; exclusivamente personal. Cuando la niña volvió a quejarse de sed,
enderezándose, empezó a percibir los confusos movimientos del al ingeniero se le ocurrió ir a hablar con los campesinos del Ariane,
exterior, un deslizarse de sombras entre los autos, y vio un bulto seguro de que en ese auto había cantidad de provisiones. Para su
que se alejaba hacia el borde de la autopista; adivinó las razones, y sorpresa los campesinos se mostraron muy amables; comprendían
más tarde también él salió del auto sin hacer ruido y fue a aliviarse que en una situación semejante era necesario ayudarse, y pensaban
al borde de la ruta; no había setos ni árboles, solamente el campo que si alguien se encargaba de dirigir el grupo (la mujer hacía un
negro y sin estrellas, algo que parecía un muro abstracto limitando gesto circular con la mano, abarcando la docena de autos que los
la cinta blanca del macadam con su río inmóvil de vehículos, Casi rodeaba) no se pasarían apreturas hasta llegar a Paría. Al ingeniero
tropezó con el campesino del Ariane, que balbuceó una frase lo molestaba la idea de erigirse en organizador, y prefirió llamar a
ininteligible; al olor de la gasolina, persistente en la autopista los hombres del Taunus para conferenciar con ellos y con el
recalentada, se sumaba ahora la presencia más ácida del hombre, y matrimonio del Ariane. Un rato después consultaron sucesivamente
el ingeniero volvió lo antes posible a su auto. La chica del a todos los del grupo. El joven soldado del Volkswagen estuvo
Dauphine dormía apoyada sobre el volante, un mechón de pelo inmediatamente de acuerdo, y el matrimonio del 203 ofreció las
contra los ojos; antes de subir al 404, el ingeniero se divirtió pocas provisiones que les quedaban (la muchacha del Dauphine
explorando en la sombra su perfil, adivinando la curva de los había conseguido un vaso de granadina con agua para la niña, que
labios que soplaban suavemente. Del otro lado, el hombre del reía y jugaba). Uno de los hombres del Taunus, que había ido a
DKW miraba también dormir a la muchacha, fumando en silencio. consultar a los muchachos del Simca, obtuvo un asentimiento
burlón; el hombre pálido del Caravelle se encogió de hombros y
Por la mañana se avanzó muy poco pero lo bastante como para dijo que le daba lo mismo, que hicieran lo que les pareciese mejor.
darles la esperanza de que esa tarde se abriría la ruta hacia París. A Los ancianos del ID y la señora del Beaulieu se mostraron
las nueve llegó un extranjero con buenas noticias: habían rellenado visiblemente contentos, como si se sintieran más protegidos. Los
las grietas y pronto se podría circular normalmente. Los
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pilotos del Floride y del DKW no hicieron observaciones, y el escuchó lo sucedido, se acercó al muchacho de la botella y le dio
americano del De Soto los miró asombrado y dijo algo sobre la un par de bofetadas. El muchacho gritó y protestó, lloriqueando,
voluntad de Dios. Al ingeniero le resultó fácil proponer que uno de mientras el otro rezongaba sin atreverse a intervenir. El ingeniero
los ocupantes del Taunus, en que tenía una confianza instintiva, se le quitó la botella y se la alcanzó a Taunus. Empezaban a sonar
encargará de coordinar las actividades. A nadie le faltaría de comer bocinas y cada cual regresó a su auto, por lo demás inútilmente
por el momento, pero era necesario conseguir agua; el jefe, al que puesto que la columna avanzó apenas cinco metros.
los muchachos del Simca llamaban Taunus a secas para divertirse,
pidió al ingeniero, al soldado y a uno de los muchachos que A la hora de la siesta, bajo un sol todavía más duro que la víspera,
exploraran la zona circundante de la autopista y ofrecieran una de las monjas se quitó la toca y su compañera le mojó las
alimentos a cambio de bebidas. Taunus, que evidentemente sabía sienes con agua de colonia. Las mujeres improvisaban de a poco
mandar, había calculado que deberían cubrirse las necesidades de sus actividades samaritanas, yendo de un auto a otro, ocupándose
un día y medio como máximo, poniéndose en la posición menos de los niños para que los hombres estuvieran más libres: nadie se
optimista. En el 2HP de las monjas y en el Ariane de los quejaba pero el buen humor era forzado, se basaba siempre en los
campesinos había provisiones suficientes para ese tiempo, y si los mismos juegos de palabras, en un escepticismo de buen tono. Para
exploradores volvían con agua el problema quedaría resuelto. Pero el ingeniero y la muchacha del Dauphine, sentirse sudorosos y
solamente el soldado regresó con una cantimplora llena, cuyo sucios era la vejación más grande; lo enternecía casi la rotunda
dueño exigía en cambio comida para dos personas. El ingeniero no indiferencia del matrimonio de campesinos al olor que les brotaba
encontró a nadie que pudiera ofrecer agua, pero el viaje le sirvió de las axilas cada vez que venían a charlar con ellos o a repetir
para advertir que más allá de su grupo se estaban constituyendo alguna noticia de último momento. Hacia el atardecer el ingeniero
otras células con problemas semejantes; en un momento dado el miró casualmente por el retrovisor y encontró como siempre la
ocupante de un Alfa Romeo se negó a hablar con él del asunto, y le cara pálida y de rasgos tensos del hombre del Caravelle, que al
dijo que se dirigiera al representante de su grupo, cinco autos atrás igual que el gordo piloto del Floride se había mantenido ajeno a
en la misma fila. Más tarde vieron volver al muchacho del Simca todas las actividades. Le pareció que sus facciones se habían
que no había podido conseguir agua, pero Taunus calculó que ya afilado todavía más, y se preguntó si no estaría enfermo. Pero
tenían bastante para los dos niños, la anciana del ID y el resto de después, cuando al ir a charlar con el soldado y su mujer tuvo
las mujeres. El ingeniero le estaba contando a la muchacha del ocasión de mirarlo desde más cerca, se dijo que ese hombre no
Dauphine su circuito por la periferia (era la una de la tarde, y el sol estaba enfermo; era otra cosa, una separación, por darle algún
los acorralaba en los autos) cuando ella lo interrumpió con un gesto nombre. El soldado del Volkswagen le contó más tarde que a su
y le señaló el Simca. En dos saltos el ingeniero llegó hasta el auto y mujer le daba miedo ese hombre silencioso que no se apartaba
sujetó por el codo a uno de los muchachos, que se repantigaba en jamás del volante y que parecía dormir despierto. Nacían hipótesis,
su asiento para beber a grandes tragos de la cantimplora que había se creaba un folklore para luchar contra la inacción. Los niños del
traído escondida en la chaqueta. A su gesto iracundo, el ingeniero Taunus y el 203 se habían hecho amigos y se habían peleado y
respondió aumentando la presión en el brazo; el otro muchacho luego se habían reconciliado; sus padres se visitaban, y la
bajó del auto y se tiró sobre el ingeniero, que dio dos pasos atrás y
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muchacha del Dauphine iba cada tanto a ver cómo se sentían la el ingeniero creyó oír gritos a la distancia y vio un resplandor
anciana del ID y la señora del Beaulieu. Cuando al atardecer indistinto; el jefe de otro grupo vino a decirles que treinta autos
soplaron bruscamente unas ráfagas tormentosas y el sol se perdió más adelante había habido un principio de incendio en un Estafette,
entre las nubes que se alzaban al oeste, la gente se alegró pensando provocado por alguien que había querido hervir clandestinamente
que iba a refrescar. Cayeron algunas gotas, coincidiendo con un unas legumbres. Taunus bromeó sobre lo sucedido mientras iba de
avance extraordinario de casi cien metros; a lo lejos brilló un auto en auto para ver cómo habían pasado todos la noche, pero a
relámpago y el calor subió todavía más. Había tanta electricidad en nadie se le escapó lo que quería decir. Esa mañana la columna
la atmósfera que Taunus, con un instinto que el ingeniero admiró empezó a moverse muy temprano y hubo que correr y agitarse para
sin comentarios, dejó al grupo en paz hasta la noche, como si recuperar los colchones y las mantas, pero como en todas partes
temiera los efectos del cansancio y el calor. A las ocho las mujeres debía estar sucediendo lo mismo nadie se impacientaba ni hacía
se encargaron de distribuir las provisiones; se había decidido que el sonar las bocinas. A mediodía habían avanzado más de cincuenta
Ariane de los campesinos sería el almacén general, y que el 2HP de metros, y empezaba a divisarse la sombra de un bosque a la
las monjas serviría de depósito suplementario. Taunus había ido en derecha de la ruta. Se envidiaba la suerte de los que en ese
persona a hablar con los jefes de los cuatro o cinco grupos vecinos; momento podían ir hasta la banquina y aprovechar la frescura de la
después, con ayuda del soldado y el hombre del 203, llevó una sombra; quizá había un arroyo, o un grifo de agua potable. La
cantidad de alimentos a los grupos, regresando con más agua y un muchacha del Dauphine cerró los ojos y pensó en una ducha
poco de vino. Se decidió que los muchachos del Simca cederían cayéndole por el cuello y la espalda, corriéndole por las piernas; el
sus colchones neumáticos a la anciana del ID y a la señora del ingeniero, que la miraba de reojo, vio dos lágrimas que le
Beaulieu; la muchacha del Dauphine les llevó dos mantas resbalaban por las mejillas.
escocesas y el ingeniero ofreció su coche, que llamaba
burlonamente el wagon-lit, a quienes lo necesitaran. Para su Taunus, que acababa de adelantarse hasta el ID, vino a buscar a las
sorpresa, la muchacha del Dauphine aceptó el ofrecimiento y esa mujeres más jóvenes para que atendieran a la anciana que no se
noche compartió las cuchetas del 404 con una de las monjas; la sentía bien. El jefe del tercer grupo a retaguardia contaba con un
otra fue a dormir al 203 junto a la niña y su madre, mientras el médico entre sus hombres, y el soldado corrió a buscarlo. Al
marido pasaba la noche sobre el macadam, envuelto en una ingeniero, que había seguido con irónica benevolencia los
frazada. El ingeniero no tenía sueño y jugó a los dados con Taunus esfuerzos de los muchachitos del Simca para hacerse perdonar su
y su amigo; en algún momento se les agregó el campesino del travesura, entendió que era el momento de darles su oportunidad.
Ariane y hablaron de política bebiendo unos tragos del aguardiente Con los elementos de una tienda de campaña los muchachos
que el campesino había entregado a Taunus esa mañana. La noche cubrieron la ventanilla del 404, y el wagon-lit se transformó en
no fue mala; había refrescado y brillaban algunas estrellas entre las ambulancia para que la anciana descansara en una oscuridad
nubes. relativa. Su marido se tendió a su lado, teniéndole la mano, y los
dejaron solos con el médico. Después las monjas se ocuparon de la
Hacia el amanecer los ganó el sueño, esa necesidad de estar a anciana, que se sentía mejor, y el ingeniero pasó la tarde como
cubierto que nacía con la grisalla del alba. Mientras Taunus dormía
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pudo, visitando otros autos y descansando en el de Taunus cuando fijaron en la antena del auto. Hacía ya rato que la gente prefería
el sol castigaba demasiado; sólo tres veces le tocó correr hasta su salir lo menos posible de sus coches; la temperatura seguía bajando
auto, donde los viejitos parecían dormir, para hacerlo avanzar junto y a mediodía empezaron los chaparrones y se vieron relámpagos a
con la columna hasta el alto siguiente. Los ganó la noche sin que la distancia. La mujer del campesino se apresuró a recoger agua
hubiesen llegado a la altura del bosque. con un embudo y una jarra de plástico, para especial regocijo de
los muchachos del Simca. Mirando todo eso, inclinado sobre el
Hacia las dos de la madrugada bajó la temperatura, y los que tenían volante donde había un libro abierto que no le interesaba
mantas se alegraron de poder envolverse en ellas. Como la demasiado, el ingeniero se preguntó por qué los expedicionarios
columna no se movería hasta el alba (era algo que se sentía en el tardaban tanto en regresar; más tarde Taunus lo llamó
aire, que venía desde el horizonte de autos inmóviles en la noche) discretamente a su auto y cuando estuvieron dentro le dijo que
el ingeniero y Taunus se sentaron a fumar y a charlar con el habían fracasado. El amigo de Taunus dio detalles: las granjas
campesino del Ariane y el soldado. Los cálculos de Taunus no estaban abandonadas o la gente se negaba a venderles nada,
correspondían ya a la realidad, y lo dijo francamente; por la aduciendo las reglamentaciones sobre ventas a particulares y
mañana habría que hacer algo para conseguir más provisiones y sospechando que podían ser inspectores que se valían de las
bebidas. El soldado fue a buscar a los jefes de los grupos vecinos, circunstancias para ponerlos a prueba. A pesar de todo habían
que tampoco dormían, y se discutió el problema en voz baja para podido traer una pequeña cantidad de agua y algunas provisiones,
no despertar a las mujeres. Los jefes habían hablado con los quizá robadas por el soldado que sonreía sin entrar en detalles.
responsables de los grupos más alejados, en un radio de ochenta o Desde luego ya no se podía pasar mucho tiempo sin que cesara el
cien automóviles, y tenían la seguridad de que la situación era embotellamiento, pero los alimentos de que se disponía no eran los
análoga en todas partes. El campesino conocía bien la región y más adecuados para los dos niños y la anciana. El médico, que
propuso que dos o tres hombres de cada grupo saliera al alba para vino hacia las cuatro y media para ver a la enferma, hizo un gesto
comprar provisiones en las granjas cercanas, mientras Taunus se de exasperación y cansancio y dijo a Taunus que en su grupo y en
ocupaba de designar pilotos para los autos que quedaran sin dueño todos los grupos vecinos pasaba lo mismo. Por la radio se había
durante la expedición. La idea era buena y no resultó difícil reunir hablado de una operación de emergencia para despejar la autopista,
dinero entre los asistentes; se decidió que el campesino, el soldado pero aparte de un helicóptero que apareció brevemente al
y el amigo de Taunus irían juntos y llevarían todas las bolsas, redes anochecer no se vieron otros aprestos. De todas maneras hacía cada
y cantimploras disponibles. Los jefes de los otros grupos volvieron vez menos calor, y la gente parecía esperar la llegada de la noche
a sus unidades para organizar expediciones similares, y al para taparse con las mantas y abolir en el sueño algunas horas más
amanecer se explicó la situación a las mujeres y se hizo lo de espera. Desde su auto el ingeniero escuchaba la charla de la
necesario para que la columna pudiera seguir avanzando. La muchacha del Dauphine con el viajante del DKW, que le contaba
muchacha del Dauphine le dijo al ingeniero que la anciana ya cuentos y la hacía reír sin ganas. Lo sorprendió ver a la señora del
estaba mejor y que insistía en volver a su ID; a las ocho llegó el Beaulieu que casi nunca abandonaba su auto, y bajó para saber si
médico, que no vio inconvenientes en que el matrimonio regresara necesitaba alguna cosa, pero la señora buscaba solamente las
a su auto. De todos modos, Taunus decidió que el 404 quedaría
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últimas noticias y se puso a hablar con las monjas. Un hastío sin consejo de guerra, y el médico estuvo de acuerdo con su propuesta.
nombre pesaba sobre ellos al anochecer; se esperaba más del sueño Dejar el cadáver al borde de la autopista significaba someter a los
que de las noticias siempre contradictorias o desmentidas. El que venían más atrás a una sorpresa por lo menos penosa: llevarlo
amigo de Taunus llegó discretamente a buscar al ingeniero, al más lejos, en pleno campo, podía provocar la violenta repulsa de
soldado y al hombre del 203. Taunus les anunció que el tripulante los lugareños, que la noche anterior habían amenazado y golpeado
del Floride acababa de desertar; uno de los muchachos del Simca a un muchacho de otro grupo que buscaba de comer. El campesino
había visto el coche vacío, y después de un rato se había puesto a del Ariane y el viajante del DKW tenían lo necesario para cerrar
buscar a su dueño para matar el tedio. Nadie conocía mucho al herméticamente el portaequipaje del Caravelle. Cuando empezaban
hombre gordo del Floride, que tanto había protestado el primer día su trabajo se les agregó la muchacha del Dauphine, que se colgó
aunque después acabara de quedarse tan callado como el piloto del temblando del brazo del ingeniero. Él le explicó en voz baja lo que
Caravelle. Cuando a las cinco de la mañana no quedó la menor acababa de ocurrir y la devolvió a su auto, ya más tranquila.
duda de que Floride, como se divertían en llamarlo los chicos del Taunus y sus hombres habían metido el cuerpo en el
Simca, había desertado llevándose un valija de mano y portaequipajes, y el viajante trabajó con scotch tape y tubos de cola
abandonando otra llena de camisas y ropa interior, Taunus decidió líquida a la luz de la linterna del soldado. Como la mujer del 203
que uno de los muchachos se haría cargo del auto abandonado para sabía conducir, Taunus resolvió que su marido se haría cargo del
no inmovilizar la columna. A todos los había fastidiado vagamente Caravelle que quedaba a la derecha del 203; así, por la mañana, la
esa deserción en la oscuridad, y se preguntaban hasta dónde habría niña del 203 descubrió que su papá tenía otro auto, y jugó horas y
podido llegar Floride en su fuga a través de los campos. Por lo horas a pasar de uno a otro y a instalar parte de sus juguetes en el
demás parecía ser la noche de las grandes decisiones: tendido en su Caravelle.
cucheta del 404, al ingeniero le pareció oír un quejido, pero pensó
que el soldado y su mujer serían responsables de algo que, después Por primera vez el frío se hacía sentir en pleno día, y nadie pensaba
de todo, resultaba comprensible en plena noche y en esas en quitarse las chaquetas. La muchacha del Dauphine y las monjas
circunstancias. Después lo pensó mejor y levantó la lona que hicieron el inventario de los abrigos disponibles en el grupo. Había
cubría la ventanilla trasera; a la luz de unas pocas estrellas vio a un unos pocos pulóveres que aparecían por casualidad en los autos o
metro y medio el eterno parabrisas del Caravelle y detrás, como en alguna valija, mantas, alguna gabardina o abrigo ligero. Otra
pegada al vidrio y un poco ladeada, la cara convulsa del hombre. vez volvía a faltar el agua, y Taunus envió a tres de sus hombres,
Sin hacer ruido salió por el lado izquierdo para no despertar a la entre ellos el ingeniero, para que trataran de establecer contacto
monjas, y se acercó al Caravelle. Después buscó a Taunus, y el con los lugareños. Sin que pudiera saberse por qué, la resistencia
soldado corrió a prevenir al médico. Desde luego el hombre se exterior era total; bastaba salir del límite de la autopista para que
había suicidado tomando algún veneno; las líneas a lápiz en la desde cualquier sitio llovieran piedras. En plena noche alguien tiró
agenda bastaban, y la carta dirigida a una tal Ivette, alguien que lo una guadaña que golpeó el techo del DKW y cayó al lado del
había abandonado en Vierzon. Por suerte la costumbre de dormir Dauphine. El viajante se puso muy pálido y no se movió de su
en los autos estaba bien establecida (las noches eran ya tan frías auto, pero el americano del De Soto (que no formaba parte del
que a nadie se le hubiera ocurrido quedarse fuera) y a pocos les
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grupo de Taunus pero que todos apreciaban por su buen humor y ambulancia, con sus ventanillas tapadas por las lomas de la rienda.
sus risotadas) vino a la carrera y después de revolear la guadaña la En algún momento el ingeniero bajó los dos parasoles y colgó de
devolvió campo afuera con todas sus fuerzas, maldiciendo a gritos. ellos su camisa y un pulóver para aislar completamente el auto.
Sin embargo, Taunus no creía que conviniera ahondar la hostilidad; Hacia el amanecer ella le dijo al oído que antes de empezar a llorar
quizás fuese todavía posible hacer una salida en busca de agua. había creído ver a lo lejos, sobre la derecha, las luces de una
ciudad.
Ya nadie llevaba la cuenta de lo que se había avanzado ese día o Quizá fuera una ciudad pero las nieblas de la mañana no dejaban
esos días; la muchacha del Dauphine creía que entre ochenta y ver ni a veinte metros. Curiosamente ese día la columna avanzó
doscientos metros; el ingeniero era menos optimista pero se bastante más, quizás doscientos o trescientos metros. Coincidió
divertía en prolongar y complicar los cálculos con su vecina, con nuevos anuncios de la radio (que casi nadie escuchaba, salvo
interesado de a ratos en quitarle la compañía del viajante del DKW Taunus que se sentía obligado a mantenerse al corriente); los
que le hacía la corte a su manera profesional. Esa misma tarde el locutores hablaban enfáticamente de medidas de excepción que
muchacho encargado del Floride corrió a avisar a Taunus que un liberarían la autopista, y se hacían referencias al agotador trabajo
Ford Mercury ofrecía agua a buen precio. Taunus se negó, pero al de las cuadrillas camineras y de las fuerzas policiales.
anochecer una de las monjas le pidió al ingeniero un sorbo de agua Bruscamente, una de las monjas deliró. Mientras su compañera la
para la anciana del ID que sufría sin quejarse, siempre tomada de la contemplaba aterrada y la muchacha del Dauphine le humedecía
mano de su marido y atendida alternativamente por las monjas y la las sienes con un resto de perfume, la monja hablo de Armagedón,
muchacha del Dauphine. Quedaba medio litro de agua, y las del noveno día, de la cadena de cinabrio. El médico vino mucho
mujeres lo destinaron a la anciana y a la señora del Beaulieu. Esa después, abriéndose paso entre la nieve que caía desde el mediodía
misma noche Taunus pagó de su bolsillo dos litros de agua; el Ford y amurallaba poco a poco los autos. Deploró la carencia de una
Mercury prometió conseguir más para el día siguiente, al doble del inyección calmante y aconsejó que llevaran a la monja a un auto
precio. Era difícil reunirse para discutir, porque hacía tanto frío que con buena calefacción. Taunus la instaló en su coche, y el niño
nadie abandonaba los autos como no fuera por un motivo pasó al Caravelle donde también estaba su amiguita del 203;
imperioso. Las baterías empezaban a descargarse y no se podía jugaban con sus autos y se divertían mucho porque eran los únicos
hacer funcionar todo el tiempo la calefacción; Taunus decidió que que no pasaban hambre. Todo ese día y los siguientes nevó casi de
los dos coches mejor equipados se reservarían llegado el caso para continuo, y cuando la columna avanzaba unos metros había que
los enfermos. Envueltos en mantas (los muchachos del Simca despejar con medios improvisados las masas de nieve amontonadas
habían arrancado el tapizado de su auto para fabricarse chalecos y entre los autos.
gorros, y otros empezaron a imitarlos), cada uno trataba de abrir lo
menos posible las portezuelas para conservar el calor. En alguna de A nadie se le hubiera ocurrido asombrarse por la forma en que se
esas noches heladas el ingeniero oyó llorar ahogadamente a la obtenían las provisiones y el agua. Lo único que podía hacer
muchacha del Dauphine. Sin hacer ruido, abrió poco a poco la Taunus era administrar los fondos comunes y tratar de sacar el
portezuela y tanteó en la sombra hasta rozar una mejilla mojada. mejor partido posible de algunos trueques. El Ford Mercury y un
Casi sin resonancia la chica se dejó atraer al 404; el ingeniero la
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Porsche venían cada noche a traficar con las vituallas; Taunus y el
ingeniero se encargaban de distribuirlas de acuerdo con el estado Pero el frío empezó a ceder, y después de un período de lluvias y
físico de cada uno. Increíblemente la anciana del ID sobrevivía, vientos que enervaron los ánimos y aumentaron las dificultades de
perdida en un sopor que las mujeres se cuidaban de disipar. La aprovisionamiento, siguieron días frescos y soleados en que ya era
señora del Beaulieu que unos días antes había sufrido de náuseas y posible salir de los autos, visitarse, reanudar relaciones con los
vahídos, se había repuesto con el frío y era de las que más ayudaba grupos de vecinos. Los jefes habían discutido la situación, y
a la monja a cuidar a su compañera, siempre débil y un poco finalmente se logró hacer la paz con el grupo de más adelante. De
extraviada. La mujer del soldado y del 203 se encargaban de los la brusca desaparición del Ford Mercury se habló mucho tiempo
dos niños; el viajante del DKW, quizá para consolarse de que la sin que nadie supiera lo que había podido ocurrirle, pero Porsche
ocupante del Dauphine hubiera preferido al ingeniero, pasaba horas siguió viniendo y controlando el mercado negro. Nunca faltaban
contándoles cuentos a los niños. En la noche los grupos ingresaban del todo el agua o las conservas, aunque los fondos del grupo
en otra vida sigilosa y privada; las portezuelas se abrían disminuían y Taunus y el ingeniero se preguntaban qué ocurriría el
silenciosamente para dejar entrar o salir alguna silueta aterida; día en que no hubiera más dinero para Porsche. Se habló de un
nadie miraba a los demás, los ojos tan ciegos como la sombra golpe de mano, de hacerlo prisionero y exigirle que revelara la
misma. Bajo mantas sucias, con manos de uñas crecidas, oliendo a fuente de los suministros, pero en esos días la columna había
encierro y a ropa sin cambiar, algo de felicidad duraba aquí y allá. avanzado un buen trecho y los jefes prefirieron seguir esperando y
La muchacha del Dauphine no se había equivocado: a lo lejos evitar el riesgo de echarlo todo a perder por una decisión violenta.
brillaba una ciudad, y poco y a poco se irían acercando. Por las Al ingeniero, que había acabado por ceder a una indiferencia casi
tardes el chico del Simca se trepaba al techo de su coche, vigía agradable, lo sobresaltó por un momento el tímido anuncio de la
incorregible envuelto en pedazos de tapizado y estopa verde. muchacha del Dauphine, pero después comprendió que no se podía
Cansado de explorar el horizonte inútil, miraba por milésima vez hacer nada para evitarlo y la idea de tener un hijo de ella acabó por
los autos que lo rodeaban; con alguna envidia descubría a parecerle tan natural como el reparto nocturno de las provisiones o
Dauphine en el auto del 404, una mano acariciando un cuello, el los viajes furtivos hasta el borde de la autopista. Tampoco la
final de un beso. Por pura broma, ahora que había reconquistado la muerte de la anciana del ID podía sorprender a nadie. Hubo que
amistad del 404, les gritaba que la columna iba a moverse; trabajar otra vez en plena noche, acompañar y consolar al marido
entonces Dauphine tenía que abandonar al 404 y entrar en su auto, que no se resignaba a entender. Entre dos de los grupos de
pero al rato volvía a pasarse en buscar de calor, y al muchacho del vanguardia estalló una pelea y Taunus tuvo que oficiar de árbitro y
Simca le hubiera gustado tanto poder traer a su coche a alguna resolver precariamente la diferencia. Todo sucedía en cualquier
chica de otro grupo, pero no era ni para pensarlo con ese frío y esa momento, sin horarios previsibles; lo más importante empezó
hambre, sin contar que el grupo de más adelante estaba en franco cuando ya nadie lo esperaba, y al menos responsable le tocó darse
tren de hostilidad con el de Taunus por una historia de un tubo de cuenta el primero. Trepado en el techo del Simca, el alegre vigía
leche condensada, y salvo las transacciones oficiales con Ford tuvo la impresión de que el horizonte había cambiado (era el
Mercury y con Porsche no había relación posible con los otros atardecer, un sol amarillento deslizaba su luz rasante y mezquina) y
grupos. Entonces el muchacho del Simca suspiraba descontento y
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que algo inconcebible estaba ocurriendo a quinientos metros, a entre la espuma y la lavanda y los cepillos antes de empezar a
trescientos, a doscientos cincuenta. Se lo gritó al 404 y el 404 le pensar en lo que iban a hacer, en el hijo y los problemas y el
dijo algo Dauphine que se pasó rápidamente a su auto cuando ya futuro, y todo eso siempre que no se detuvieran, que la columna
Taunus, el soldado y el campesino venían corriendo y desde el continuara aunque todavía no se pudiese subir a la tercera
techo del Simca el muchacho señalaba hacia adelante y repetía velocidad, seguir así en segunda, pero seguir. Con los paragolpes
interminablemente el anuncio como si quisiera convencerse de que rozando el Simca, el 404 se echó atrás en el asiento, sintió
lo que estaba viendo era verdad; entonces oyeron la conmoción, aumentar la velocidad, sintió que podía acelerar sin peligro de irse
algo como un pesado pero incontenible movimiento migratorio que contra el Simca, y que el Simca aceleraba sin peligro de chocar
despertaba de un interminable sopor y ensayaba sus fuerzas. contra el Beaulieu, y que detrás venía el Caravelle y que todos
Taunus les ordenó a gritos que volvieran a sus coches; el Beaulieu, aceleraban más y más, y que ya se podía pasar a tercera sin que el
el ID, el Fiat 600 y el De Soto arrancaron con un mismo impulso. motor penara, y la palanca calzó increíblemente en la tercera y la
Ahora el 2HP, el Taunus, el Simca y el Ariane empezaban a marcha se hizo suave y se aceleró todavía más, y el 404 miró
moverse, y el muchacho del Simca, orgulloso de algo que era como enternecido y deslumbrado a su izquierda buscando los ojos de
su triunfo, se volvía hacia el 404 y agitaba el brazo mientras el 404, Dauphine. Era natural que con tanta aceleración las filas ya no se
el Dauphine, el 2HP de las monjas y el DKW se ponían a su vez en mantuvieran paralelas. Dauphine se había adelantado casi un metro
marcha. Pero todo estaba en saber cuánto iba a durar eso; el 404 se y el 404 le veía la nuca y apenas el perfil, justamente cuando ella
lo preguntó casi por rutina mientras se mantenía a la par de se volvía para mirarlo y hacía un gesto de sorpresa al ver que el
Dauphine y le sonreía para darle ánimo. Detrás, el Volkswagen, el 404 se retrasaba todavía más. Tranquilizándola con una sonrisa el
Caravelle, el 203 y el Floride arrancaban, a su vez lentamente, un 404 aceleró bruscamente, pero casi en seguida tuvo que frenar
trecho en primera velocidad, después la segunda, porque estaba a punto de rozar el Simca; le tocó secamente la
interminablemente la segunda pero ya sin desembragar como bocina y el muchacho del Simca lo miró por el retrovisor y le hizo
tantas veces, con el pie firme en el acelerador, esperando poder un gesto de impotencia, mostrándole con la mano izquierda el
pasar a tercera. Estirando el brazo izquierdo el 404 buscó la mano Beaulieu pegado a su auto. El Dauphine iba tres metros más
de Dauphine, rozó apenas la punta de sus dedos, vio en su cara una adelante, a la altura del Simca, y la niña del 203, al nivel del 404,
sonrisa de incrédula esperanza y pensó que iban a llegar a París y agitaba los brazos y le mostraba su muñeca. Una mancha roja a la
que se bañarían, que irían juntos a cualquier lado, a su casa o a la derecha desconcertó al 404; en vez del 2HP de las monjas o del
de ella a bañarse, a comer, a bañarse interminablemente y a comer Volkswagen del soldado vio un Crevrolet desconocido, y casi en
y beber, y que después habría muebles, habría un dormitorio con seguida el Chevrolet se adelantó seguido por un Lancia y por un
muebles y un cuarto de baño con espuma de jabón para afeitarse de Renault 8. A su izquierda se le apareaba un ID que empezaba a
verdad, y retretes, comida y retretes y sábanas, París era un retrete sacarle ventaja metro a metro, pero antes de que fuera sustituido
y dos sábanas y el agua caliente por el pecho y las piernas, y una por un 403, el 404 alcanzó a distinguir todavía en la delantera el
tijera de uñas, y vino blanco, beberían vino blanco antes de besarse 203 que ocultaba ya a Dauphine. El grupo se dislocaba, ya no
y sentirse oler a lavanda y a colonia, antes de conocerse de verdad existía. Taunus debía de estar a más de veinte metros adelante,
a plena luz, entre sábanas limpias, y volver a bañarse por juego,
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seguido de Dauphine; al mismo tiempo la tercera fila de la abandonarse a la marcha, adaptarse mecánicamente a la velocidad
izquierda se atrasaba porque en vez del DKW del viajante, el 404 de los autos que lo rodeaban, no pensar. En el Volkswagen del
alcanzaba a ver la parte trasera de un viejo furgón negro, quizá un soldado debía de estar su chaqueta de cuero. Taunus tenía la novela
Citroën o un Peugeot. Los autos corrían en tercera, adelantándose o que él había leído en los primeros días. Un frasco de lavanda casi
perdiendo terreno según el ritmo de su fila, y a los lados de la vacío en el 2HP de las monjas. Y él tenía ahí, tocándolo a veces
autopista se veían huir los árboles, algunas casas entre las masas de con la mano derecha, el osito de felpa que Dauphine le había
niebla y el anochecer. Después fueron las luces rojas que todos regalado como mascota. Absurdamente se aferró a la idea de que a
encendían siguiendo el ejemplo de los que iban adelante, la noche las nueve y media se distribuirían los alimentos, habría que visitar
que se cerraba bruscamente. De cuando en cuando sonaban a los enfermos, examinar la situación con Taunus y el campesino
bocinas, las agujas de los velocímetros subían cada vez más, del Ariane; después sería la noche, sería Dauphine subiendo
algunas filas corrían a setenta kilómetros, otras a sesenta y cinco, sigilosamente a su auto, las estrellas o las nubes, la vida. Sí, tenía
algunas a sesenta. El 404 había esperado todavía que el avance y el que ser así, no era posible que eso hubiera terminado para siempre.
retroceso de las filas le permitiera alcanzar otra vez a Dauphine, Tal vez el soldado consiguiera una ración de agua, que había
pero cada minuto lo iba convenciendo de que era inútil, que el escaseado en las últimas horas; de todos modos se podía contar con
grupo se había disuelto irrevocablemente, que ya no volverían a Porsche, siempre que se le pagara el precio que pedía. Y en la
repetirse los encuentros rutinarios, los mínimos rituales, los antena de la radio flotaba locamente la bandera con la cruz roja, y
consejos de guerra en el auto de Taunus, las caricias de Dauphine se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían
en la paz de la madrugada, las risas de los niños jugando con sus poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por
autos, la imagen de la monja pasando las cuentas del rosario. qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie
Cuando se encendieron las luces de los frenos del Simca, el 404 sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente
redujo la marcha con un absurdo sentimiento de esperanza, y hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.
apenas puesto el freno de mano saltó del auto y corrió hacia
adelante. Fuera del Simca y el Beaulieu (más atrás estaría el
Caravelle, pero poco le importaba) no reconoció ningún auto; a
través de cristales diferentes lo miraban con sorpresa y quizá
escándalo otros rostros que no había visto nunca. Sonaban las
bocinas, y el 404 tuvo que volver a su auto; el chico del Simca le
hizo un gesto amistoso, como si comprendiera, y señaló
alentadoramente en dirección de París. La columna volvía a
ponerse en marcha, lentamente durante unos minutos y luego como Amor Ciego
si la autopista estuviera definitivamente libre. A la izquierda del
404 corría un Taunus, y por un segundo al 404 le pareció que el Rosa Montero (española)
grupo se recomponía, que todo entraba en el orden, que se podría
seguir adelante sin destruir nada. Pero era un Taunus verde, y en el
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Tengo cuarenta años, soy muy fea y estoy casada con un ciego. emocionante. Mientras que nadie se molesta en suponer un alma
hermosa en una mujer canija y cabezota con los ojos demasiado
Supongo que algunos se reirán al leer esto; no sé por qué, pero la separados. A veces esta certidumbre que acompaña mi fealdad
fealdad en la mujer suele despertar gran chirigota. A otros la frase escuece como una herida abierta: no es que no me vean, es que no
les parecerá incluso romántica: tal vez les traiga memorias de la me imaginan.
infancia, de cuando los cuentos nos hablaban de la hermosura
oculta de las almas. Y así, los sapos se convertían en príncipes al En cuanto a mi marido, sin duda se casó conmigo porque es ciego.
calor de nuestros besos, la Bella se enamoraba de la Bestia, el Pero no porque su defecto le hubiera enriquecido con una mayor
Patito Feo guardaba en su interior un deslumbrante cisne y hasta el sintonía espiritual, con una sensibilidad superior para amarme y
monstruo del doctor Frankenstein era apreciado en toda su dulce entenderme, sino porque su incapacidad le colocaba en desventaja
humanidad por el invidente que no se asustaba de su aspecto. La en el competitivo mercado conyugal. Él siempre supo que soy
ceguera, en fin, podía ser la llave hacia la auténtica belleza: sin ver, horrorosa, y eso siempre le resultó mortificante. Al principio no
Homero veía más que los demás mortales. Y yo, fea de nos llevábamos tan mal: es listo, es capaz (trabaja como directivo
solemnidad, horrorosa del todo, podría haber encontrado en mi de la ONCE) y cuando nos casamos, hace ya siete años, incluso fue
marido ciego al hombre sustancial capaz de adorar mis virtudes dulce en ocasiones. Pero estaba convencido de haber tenido que
profundas. cargar con una fea notoria por el simple hecho de ser invidente, y
ese pensamiento se le pudrió dentro y le llenó de furia y de rencor.
Pues bien, todo eso es pura filfa. En primer lugar, si eres tan fea Yo también sabía que había cargado con un ciego porque soy
como yo lo soy, fea hasta el frenesí, hasta lo admirable, hasta el medio monstrua, pero la situación nunca me sacó de quicio como a
punto de interrumpir las conversaciones de los bares cuando entro él, no sé bien por qué. Tal vez sea cosa de mi sexo, del tradicional
(tengo dos Ojitos como dos botones a ambos lados de una vasta masoquismo femenino que nos hace aguantar lo inaguantable bajo
cabezota; el pelo color rata, tan escaso que deja entrever la línea el espejismo de un final feliz; o tal vez sea que él, en la opacidad
gris del cráneo; la boca sin labios, diminuta, con unos dientecillos de su mirada, dejó desbocar su imaginación y me creyó aún más
afilados de tiburón pequeño, y la nariz aplastada, como de púgil), horrenda de lo que en realidad soy, la Fealdad Suprema, la Fealdad
nadie deposita nunca en ti, eso puedo jurarlo, el deseo y la Absoluta e Insufrible retumbando de una manera ensordecedora en
voluntad de creer que tu interior es bello. De modo que en realidad la oscuridad de su cerebro.
nadie te ama nunca, porque el amor es justamente eso: un espasmo
de nuestra imaginación por el cual creemos reconocer en el otro al A decir verdad, con el tiempo yo me había ido acostumbrando o
príncipe azul o la princesa rosa. Escogemos al prójimo como quien quizá resignando a lo que soy. Me tengo por una mujer inteligente,
escoge una percha, y sobre ella colgamos el invento de nuestros culta, profesionalmente competente. Soy abogada y miembro
sueños. Y da la maldita casualidad de que la gente siempre tiende a asociado en una compañía de seguros. Sé lo que mis compañeros
buscar perchas bonitas. Da la cochina casualidad de que a las niñas dicen de mí a mis espaldas, las burlas, las bromas, los apodos:
lindas, por muy necias que sean, siempre se les intuye un interior señora Quitahipos, la Ogra Mayor... Pero he tenido una carrera

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meteórica: que se fastidien. Empecé en el mundo de las pólizas sapo. Y él, en quien imaginé todo tipo de virtudes, se fue revelando
desde abajo, como vendedora a domicilio. Con mi cara, nadie se como un ser violento y amargado.
atrevía a cerrarme la puerta en las narices: unos por conmiseración,
como quien se reprime de maltratar al jorobado o al paralítico; y No tengo espejos en mi casa. Mi marido no los necesita y yo los
otros por fascinación, atrapados en la morbosa contemplación de odio. Sí hay espejos, claro, en los servicios del despacho; y
un rostro tan difícil. Estos últimos eran mis mejores clientes; yo normalmente me lavo las manos con la cabeza gacha. He
hablaba y hablaba mientras ellos me escrutaban mesmerizados, aprendido a mirarme sin verme en los cristales de las ventanas, en
absortos en mis ojos pitarrosos (produzco más legañas que el los escaparates de las tiendas, en los retrovisores de los coches, en
ciudadano medio), y al final siempre firmaban el contrato sin los ojos de los demás. Vivimos en una sociedad llena de reflejos: a
discutir: la pura culpa que los corroía, culpa de mirarme y de poco que te descuidas, en cualquier esquina te asalta tu propia
disfrutarlo. Como si se hubieran permitido un placer prohibido, imagen. En estas circunstancias, yo hice lo posible por olvidarme
como si la fealdad fuera algo obsceno. 0 sea que el ser así me de mí. No me las apañaba del todo mal. Tenía un buen trabajo,
ayudó de algún modo en mi carrera. buenos amigos, libros que leer, películas que ver. En cuanto a mi
marido, nos odiábamos tranquilamente. La vida transcurría así,
Además de las virtudes ya mencionadas, tengo una comprensible fría, lenta y tenaz como un río de mercurio. Sólo a veces, en algún
mala leche que, bien manejada, pasa por ser un sentido del humor atardecer particularmente hermoso, se me llenaba la garganta de
agudo y negro. De manera que suelo caer bien a la gente y tengo una congoja insoportable, del dolor de todas las palabras nunca
amigos. Siempre los tuve. Buenos amigos que me contaban, con dichas, de toda la belleza nunca compartida, de todo el deseo de
los ojos en blanco, cuánto amaban a la tonta de turno sólo porque amor nunca puesto en práctica. Entonces mi mente se decía: jamás,
era mona. Pero este comportamiento lamentable es consustancial a jamás, jamás. Y en cada jamás me quería morir. Pero luego esas
los humanos: a decir verdad, incluso yo misma lo he practicado. Yo turbaciones agudas se pasaban, de la misma manera que se pasa un
también he sentido temblar mi corazón ante un rostro hermoso, ataque de tos, uno de esos ataques furiosos que te ponen al borde
unas espaldas anchas, unas breves caderas. Y lo que más me de la asfixia, para desaparecer instantes después sin dejar más
fastidia no es que los hombres guapos me parezcan físicamente recuerdo que una carraspera y una furtiva lágrima. Además, sé bien
atractivos (esto sería una simple constatación objetiva), sino que al que incluso a los guapos les entran ganas de morirse algunas veces.
instante creo intuir en ellos los más delicados valores morales y
psíquicos. El que un abdomen musculoso o unos labios sensuales Hace unos cuantos meses, sin embargo, empecé a sentir una rara
te hagan deducir inmediatamente que su propietario es un ser inquietud. Era como si me encontrara en la antesala del dentista, y
delicado, caballeroso, generoso, tierno, valiente e inteligente, me me hubiera llegado el turno, y estuviera esperando a que en
resulta uno de los más grandes y estúpidos enigmas de la creación. cualquier momento se abriera la fatídica puerta y apareciera la
Mi marido tiene un abdomen de atleta, unos buenos labios. Pero enfermera diciendo: "Pase usted" (el símil viene al caso porque me
me besó con ellos y no me convertí en princesa, no dejé de ser sangran las encías y mis dientecillos de tiburón pequeño siempre
me han planteado muchos problemas). Le hablé un día a Tomás de

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esta tribulación y esta congoja, y él dictaminó: "Ésa es la crisis de de su boca y a los dos pelillos que asomaban por la borda de la
los cuarenta". Tal vez fuera eso, tal vez no. El caso es que a camisa cuando se aflojaba la corbata y a sus sólidas nalgas y al
menudo me ponía a llorar por las noches sin ton ni son, y empecé a antebrazo musculoso que un día toqué inadvertidamente y a su olor
pensar que tenía que separarme de mi marido. No sólo me sentía de hombre y a sus ojeras y a sus orejas y a la anchura de sus
fea, sino enferma. muñecas e incluso a la ternura de su calva incipiente (como verán,
me fijaba en él); era sensible a sus encantos, digo, pero nunca se
Tomás era el auditor. Venía de Barcelona, tenía treinta y seis años, me ocurrió la desmesura de creerle a mi alcance. Los feos feísimos
era bajito y atractivo y, para colmo, se acababa de divorciar. Su somos como aquellos pobres que pueden admirar la belleza de un
llegada revolucionó la oficina: era el más joven, el más guapo. Mi Rolls Royce aun a sabiendas de que nunca se van a subir en un
linda secretaria (que se llama Linda) perdió enseguida las automóvil semejante. Los feos feísimos somos como los mendigos
entendederas por él. Empezó a quedarse en blanco durante horas, de Dickens, que aplastaban las narices en las ventanas de las casas
contemplando la esquina de la habitación con fijeza de autista. Se felices para atisbar el fulgor de la vida ajena. Ya sé que me estoy
le caían los papeles, traspapelaba los contratos y dejaba las frases a poniendo melodramática: antes no me permitía jamás la
medio musitar. Cuando Tomás aparecía por mi despacho, sus autoconmiseración y ahora desbordo. Debo de haberme perdonado.
mejillas enrojecían violentamente y no atinaba a decir ni una 0 quizá sea lo de la crisis de los cuarenta.
palabra. Pero se ponía en pie y recorría atolondradamente la
habitación de acá para allá, mostrando su palmito y meneando las El caso es que un día Linda me pidió por favor por favor por favor
bonitas caderas, la muy perra (toda bella, por muy tonta o tímida que la ayudara. Quería que yo le diera mi opinión sobre el señor
que sea, posee una formidable intuición de su belleza, una Vidaurra (o sea, sobre Tomás); porque como yo era tan buena
habilidad innata para lucirse). Yo asistía al espectáculo con psicóloga y tan sabia, y como Vidaurra venía tan a menudo a mi
curiosidad y cierto inevitable desagrado. No había dejado de despacho... No necesité pedirle que se explicara: me bastó con
advertir que Tomás venía mucho a vernos; primero con excusas poner una discreta cara de atención para que Linda volcase su
relativas a su trabajo, después ya abiertamente, como si tan sólo corazón sobre la plaza pública. Ah, estaba muy enamoriscada de
quisiera charlar un ratito conmigo. A mí no me engañaba, por Tomás, y pensaba que a él le sucedía algo parecido; pero el hombre
supuesto: estaba convencida de que Linda y él acabarían debía de ser muy indeciso o muy tímido y no había manera de que
enroscados, desplomados el uno en el otro por la inevitable fuerza la cosa funcionara. Y qué cómo veía yo la situación y qué le
de gravedad de la guapeza. aconsejaba...

Y eso me fastidiaba un poco, he de reconocerlo. Lo cual era un Tal vez piensen ustedes que ésta es una conversación insólita entre
sentimiento absurdo, porque nunca aspiré a nada con Tomás. Sí, una secretaria y su jefa (recuerden que yo tengo que ganarme
era sensible a sus dientes blancos y a sus ojos azules maliciosos y a amigos de otro modo: y un método muy eficaz es saber escuchar),
los cortos rizos que se le amontonaban sobre el recio cogote y a sus pero aún les va a parecer más rara mi respuesta. Porque le dije que
manos esbeltas de dedos largos y al lunar en la comisura izquierda sí, que estaba claro que a Tomás le gustaba; que lo que tenía que

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hacer era escribirle una carta de amor, una carta bonita; y que, que la pobre Linda tiene la mentalidad de una cría, es una inocente,
como sabía que ella no se las apañaba bien con lo literario, estaba una panoli, no toda una mujer, como tú eres.
dispuesta a redactarle la carta yo misma. ¿Que cómo se me ocurrió
tal barbaridad? Pues no sé, ya he dicho que soy leída y culta e Me quedé sin aliento: ¿mi carta una niñería? Enrojecí: cómo no me
incluso sensible bajo mi cabezota. Y pensé en el Cyrano y en había imaginado que esto iba a pasar, cómo no me había dado
probar a enamorar a un hombre con mis palabras. Quién sabe, cuenta antes, medio monstrua de mí, tan poco vivida en ese
quizá después de todo pudiera paladear siquiera un bocado de la registro, tan poco amante, tan poco amada, virginal aún de corazón.
gloria romántica. Quizá al cabo de los años Linda le dijera que fui La carta me había delatado, había desvelado mi inmadurez y mi
yo. Así que me pasé dos días escribiendo tres folios hermosos; y ridícula tragedia: porque el dolor de amor suele resultar ridículo
luego Linda los copió con su letra y se los dio. ante los ojos de los demás.

Eso fue un jueves. El viernes Tomás no vino, y el sábado por la Pero no. Tomás no sabía que fui yo, Tomás no me creía capaz de
tarde me llamó a mi casa: perdona que te moleste en fin de semana, una puerilidad de tal calibre, Tomás me había puesto una mano
ayer estuve enfermo, tengo que hacerte una consulta urgente de sobre el muslo y sonreía. Repito: Tomás me había puesto una mano
trabajo, me gustaría ir a verte. Era a principios de verano y mi sobre el muslo.
marido estaba escuchando música sentado en la terraza. Ese día no
nos hablábamos, no recuerdo ya por qué; le fui a decir que venía Y sonreía, mirándome a los ojos como nunca soñé con ser mirada.
un compañero del trabajo y no se dignó contestarme. Yo tengo una Su mano era seca, tibia, suave. La mantenía abierta, con la palma
voz bonita; tengo una voz rica y redonda, digna de otra garganta y hacia abajo, su carne sobre mi carne toda quieta. O más bien su
otro cuello. Pero cuando me enfadaba con mi marido, cuando nos carne sobre mis medias de farmacia contra las varices (aunque eran
esforzábamos en odiarnos todo el día, el tono se me ponía pitudo y unas medias bastante bonitas, pese a todo). Entonces Tomás lanzó
desagradable. Hasta eso me arrebataba por entonces el ciego: me una Ojeada al balcón: allí, al otro lado del cristal, pero apenas a
robaba mí voz, mi único tesoro. cuatro metros de distancia, estaba mi marido de frente hacia
nosotros, contemplándonos fijamente con sus ojos vacíos. Sin dejar
Así que cuando llegó Tomás yo no hacía más que carraspear. Nos de mirarle, Tomás arrastró suavemente su mano hacia arriba: la
sentamos en el sofá de la sala, saqué café y pastas, hablamos de un punta de sus dedos se metió por debajo del ruedo de mi falda. Yo
par de naderías. Al cabo me dijo que Linda le había mandado una era una tierra inexplorada de carne sensible. Me sorprendió
carta muy especial y que no sabía qué hacer, que me pedía consejo. descubrir el ignorado protagonismo de mi inglés, la furia de mi
Yo me esponjé de orgullo, descrucé las piernas, tosí un poco, me abdomen, la extrema voracidad de mi cintura. Por no hablar de
limpié una legaña disimuladamente con la punta de la servilleta. esas suaves cavernas en donde todas las mujeres somos iguales
¿Una carta muy especial?, repetí con rico paladeo. Sí, dijo él, una (allí yo no era fea).
carta de amor, algo muy embarazoso, una niñería, si vieras la pobre
qué cosas decía, tan adolescentes, tan cursis, tan idiotas; pero es

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Hicimos el amor en el sofá, en silencio, sorbiendo los jadeos entre rayana en lo feroz, y luego, ya en la puerta, Tomás acarició mis
dientes. Sé bien que gran parte de su excitación residía en la insípidas mejillas y dijo que me echaría de menos. Y yo sé que es
presencia de mi marido, en sus ojos que nos veían sin ver, en el verdad. Así que derramé unas cuantas lágrimas y alguna que otra
peligro y la perversidad de la situación. Todas las demás veces, legaña mientras le veía bajar las escaleras, más por entusiasmo
porque hubo muchas otras, Tomás siempre buscó que cayera sobre melodramático ante la escena que por un dolor auténtico ante su
nosotros esa mirada ciega; y cuando me ensartaba se volvía hacia pérdida. Porque sé bien que la belleza es forzosamente efímera, y
él, hacia mi marido, y le contemplaba con cara de loco (el placer es que teníamos que acabar antes o después con nuestra relación para
así, te pone una expresión exorbitada). De modo que en sus brazos que se mantuviera siempre hermosa. Aparte de que se acercaba el
yo pasé en un santiamén de ser casi una virgen a ser otoño y después vendría el invierno y mi marido ya no podría
considerablemente depravada. A gozar de la morbosa paradoja de seguir saliendo a la terraza: y siempre sospeché que, sin su mirada,
un mirón que no mira. Tomás no me vería.

Pero a decir verdad lo que a mí más me encendía no era la Tal vez piensen que soy una criatura patética, lo cual no me
presencia de mi marido, sino la de mi amante. La palabra amante importa lo más mínimo: es un prejuicio de ignorantes al que ya
viene de amar, es el sujeto de la acción, aquel que ama y que desea; estoy acostumbrada. Tal vez crean que mi historia de amor con
y lo asombroso, lo soberbio, lo inconcebible, es que al fin era yo el Tomás no fue hermosa, sino sórdida y siniestra. Pero yo no veo
objeto de ese verbo extranjero, de esa palabra ajena en mi ninguna diferencia entre nuestra pasión y la de los demás. ¿Qué
existencia. Yo era la amada y la deseada, yo la reina de esos Tomás necesitaba para amarme la presencia fantasmal de mi
instantes de obcecación y gloria, yo la dueña, durante la eternidad marido? Desde luego; pero ¿no acarrean también los demás sus
de unos minutos, de los dientes blancos de Tomás y de sus Ojos propios y secretos fantasmas a la cama? ¿Con quién nos acostamos
azules maliciosos y de los cortos rizos que se le amontonaban todos nosotros cuando nos acostamos con nuestra pareja? Admito,
sobre el recio cogote y de sus manos esbeltas de dedos largos y del por lo tanto, que Tomás me imagino; pero lo mismo hizo Romeo al
lunar en la comisura izquierda de su boca y de los dos pelillos que imaginar a su Julieta. Nunca podré agradecerle lo bastante a Tomás
asomaban por la borda de la camisa cuando se aflojaba la corbata que se tomara el trabajo de inventarme.
(cuando yo se la arrancaba) y de sus sólidas nalgas y del antebrazo
musculoso y de su olor de hombre y de sus ojeras y sus orejas y la Desde esta historia clandestina, mi vida conyugal marcha mucho
anchura de sus muñecas e incluso de la ternura de su calva mejor. Supongo que mi marido intuyó algo: mientras vino Tomás
incipiente. Todo mío. siguió saliendo cada tarde a la terraza, aunque el verano avanzaba
y en el balcón hacía un calor achicharrante; y allí permanecía,
Pasaron las semanas y nosotros nos seguimos amando día tras día congestionado y sudoroso, mientras mi amante y yo nos
mientras mi marido escuchaba su concierto vespertino en la devorábamos. Ahora mi marido está moreno y guapo de ese sol
terraza. Al fin Tomás terminó su auditoría y tuvo que regresar a implacable del balcón; y me trata con deferencia, con interés, con
Barcelona. Nos despedimos una tarde con una intensidad carnal coquetería, como si el deseo del otro (seguro que lo sabe, seguro

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que lo supo) hubiera encendido su propio deseo y el
convencimiento de que yo valgo algo, y de que, por lo tanto, Nadie sabía más detalles, pero le decían la Italiana, tal vez por la
también lo vale él. Y como se siente valioso y piensa que vale la increíble cantidad de tallarines que compraba en el consorcio San
pena quererme, yo he empezado a apreciar mí propia valía y por lo Francisco, que era el único que traía los paquetes envueltos en
tanto a valorarlo a él. No sé si me siguen: es un juego de espejos. celofán. O tal vez le decían así por esa manera de caminar, tan
Pero me parece que he desatado un viejo nudo. distinta a todos, con los pies dueños de la vereda, como mascando
la calle, esparciendo las caderas a diestro y siniestro, con una
Ahora sigo siendo igual de medio monstrua, pero tengo recuerdos, alegría de fruta madura en el tope del azúcar. La mayoría de las
memorias de la belleza que me amansan. Además, ya no se me mujeres, de boca fruncida y tejido receloso, movían la cabeza al
crispa el tono casi nunca, de modo que puedo alardear de mi buena verla pasar con la cartera balanceándose como barco henchido y se
voz: el mejor atributo para que mi ciego me disfrute. ¿Quién habló contaban historias maravillosas sobre la Italiana, pero con unos
de perversión? Cuando me encontraba reflejada en los Ojos de nombres tan antiguos que nosotros no entendíamos nada: que había
Tomás, cuando me veía construida en su deseo, yo era por sido la no sé qué de un musolini. Y que había llegado a Chile en el
completo inocente. Porque uno siempre es inocente cuando ama, avión correo, metida en la bolsa de los telegramas.
siempre regresa a la misma edad emocional, al umbral de la eterna
adolescencia. Pura y hermosa fui porque deseé y me desearon. El —No, pues, no le pongan tampoco —decían los hombres,
amor es una mentira, pero funciona. acodados tras el bar—. La Italiana está bastante bien, pero no es
para morirse.

No sé cómo se las arreglaba la Italiana para parecer que siempre


estaba disfrutando de la vida y que, a veces, la vida estaba
disfrutando de ella: metida en una gran presión llena de fuerza,
dentro de un inmenso racimo latiendo alegre, con el pulso de la
vida.

—No es conventillera —corregían las comadres.

Y no era. La Italiana se hallaba a gusto en el medio de la gente, eso


era todo.
EN LA VEREDA
Cuento en "Gato Por Liebre" Caos Ediciones 1998. Incluso en medio de los paseos alrededor de la plaza, los domingos
por la tarde, cuando cada uno se afanaba por sentarse con lo mejor
Ana María del Río (chilena) que tenía y caminar derramando el perfil más correcto, largando el

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sedal con el anzuelo, buscando remedio contra la arrebatada arena
de la soledad. —Pero esa mujer debiera tener alas en los tobillos para alcanzar
todo lo que tiene que hacer y parece, en cambio, que echara raíces
La Italiana tarareaba, porque la Italiana era la única que sabía en todas partes —dijo alguien de los hombres, mirándola conversar
tararear y marcar el compás con las uñas, y además porque tenía con todos a la vez.
una de las tiendas más fascinantes que conocimos jamás,
rebosando de cajitas color concho de vino con Santiago de Era cierto que la Italiana andaba bien pegada a las cosas de esta
Compostela en la tapa, sin número ni clasificación alguna. Las tierra: los céntimos que le sobraban los iba amontonando en una
cajitas se encaramaban solas, unas arriba de otras en los estantes gran alcancía en forma de buzón, situada en el lugar de la caja
construidos para sacos harineros, y cuando a la Italiana le pedían registradora de la paquetería; repartía el diario en una bicicleta
algo, desde botones hasta medias del cinco, ella comenzaba la vieja en la mañana, vendía números de lotería, llevaba y traía
búsqueda, subida arriba de una escalera de podar enredaderas, almuerzos servidos, escribía cartas a los viejos de la Fundación,
tratando de adivinar cuál sería la caja correspondiente, palpando mostraba las bicicletas y los caballos que estaban para la venta,
bajo las tapas con sus bellas manos olor a risa y a agitación cálida. recibía recados, vendía huevos, inventaba pecados para las niñas
Los clientes no sabríamos jamás que cada cosa que sacaba la aturrulladas con lo de los malos pensamientos, que venían a
Italiana era un milagro de adivinación en cualquier cajita, sobre confesarse por primera vez, buscaba empleos a quien quisiera de
todo en los días nublados, en que la luz de afuera se negaba en veras trabajar y no tuviera miedo a transpirarse las cejas... Al mes
redondo a entrar en la casa de adobe grueso con el alero de lluvia de llegada, la Italiana había penetrado en el pueblo como una
goteando hermetismo. lanza, alcanzando la humedad de tierra temblorosa con que
estábamos hechos.
La Italiana devoraba cada momento, incluso aquel en la
madrugada, cuando la mitad de los habitantes debían levantarse, Cuando recién apareció en la pisadera del bus, con sus tres maletas
medio dormidos, a ordeñar sus vacas, que esperaban heladas de escandalosas de brocato rojo atronando en la plaza bajo la mirada
oscuridad junto a las ventanas, porque si no, la leche se les pudría y boquiabierta del General Bernardo 0'Higgins subido en su pedestal
el queso salía amargo, lo cual era lo peor que podía acontecer en un junto al temblor de las varillas de fierro de la pérgola, las mujeres
pueblo quesero. La Italiana partía tirando las almohadas contra la del pueblo, soplando sobre sus teteras, le echaron una sola mirada
pared, cantando una tarantela inverosímil que despertaba al valle y y la hicieron caer en el hoyo de las "sueltas", ni portaligas trae,
balanceando un tacho de aluminio, mojándose las piernas en el debe ser otra de las queridas de ese turco asqueroso del almacén,
duro y empecinado pasto de las madrugadas, donde cada brizna dijeron.
largaba un enconado chorro de garúa conservada durante la noche.
Y se pusieron a barrer furiosas, levantando el polvo de su asombro
Nadie podía entender cómo la Italiana estaba metida en tantas y admiración porque el peinado y el vestido de la Italiana merecían
cosas a la vez. verse y contarse: sus ondas rubio oscuro, perezosas, saliendo casi

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de los mismos ojos, todo merecía verse en ella, junto con sus gris. En los hornos de tierra se cocían a fuego lento los minúsculos
caderas gloriosas, por las que los hombres se salieron de las mesas rencores. De esas cosas que nunca se podía hablar a nadie, de esas
del almuerzo y la partida de dominó quedó inconclusa esa tarde, cosas que a la Italiana le importaban más que los hilos y los
porque todos se dedicaron a apostar sobre su edad y la botones o la fiesta de Cuasimodo.
continuación de sus muslos. La Italiana traía una flor de género en
el nacimiento de sus pechos: una decidida hortensia azul, plena Las mujeres se demoraban en ese descanso que no habían soñado
como ella misma. jamás.

En seguida de llegar, casi antes de saludar a nadie y contraviniendo La primera explosión —porque el nombre de la Italiana iría
todas las profecías que brotaron de las escobas al mirarla —ésta no asociado siempre a sucesos volcánicos— fue cuando Manuel, jefe
aguanta una semana aquí: quiere guerra, se le nota en las pestañas de la quesería, el que trasladaba las piedras del cuajo a mano, en
—, la Italiana armó su negocio trapeando el suelo con lavaza y una erupción de furia, con la voz que se le oía a dos pueblos, llegó
aserruchando ella misma. El letrero de la entrada lo pintó, sacando un día al negocio de la Italiana, indignado, a buscar a su mujer, la
un poco la lengua mientras escribía "Paquetería El Vesubio". señora Piedad, que andaba con el pañuelo de cabeza de las
catástrofes y tiritaba de sólo oírlo caminar.
Todo parecía sobrar y ser fresco cerca de la Italiana. Se abrió su
negocio ese día domingo, y a pesar de las alertas que mandó la La señora Piedad era tan nerviosa que tartamudeaba en un pestañeo
hermana del señor cura, cuidado con los que trabajan en domingo, eterno. Pero la Italiana la había oído hablar por dentro de su
las mujeres fueron llegando con una curiosidad de narices cansancio sin esquinas; la señora Piedad manipulaba todos los
distraídas. Se quedaron todas hipnotizadas por la anchísima palillos del mostrador y le enredó todos los tamaños en su terrible
presencia de la Italiana, que las besaba en ambas mejillas y parecía miedo de ver a su marido a la puerta.
conocerlas a cada una con antiguos lazos familiares: se sabía el
nombre de los cardúmenes de hijos y al día les iba siguiendo las Entonces la Italiana mostró quién era y cuáles las cosas que le
muelas cariadas, las espinillas, las primeras reglas, las notas en importaban. Salió tienda afuera, dejando el chal tirado en el suelo,
matemáticas, las peleas, los pantalones largos. Las mujeres y enfrentó a Manuel con las palabras tan fuertes, los ladridos tan
abandonaron las palabras afiladas y las escobas detrás de la puerta hoscos y los zapatos tan levantadores de polvo como él.
y se acercaron en las tardes a la paquetería: permanecían allí un
rato, sentadas en sillas de paja, sin siquiera hablar; se hacía menos El pueblo se llenó de tierra ardiente. La Italiana gritaba moviendo
dura esa masa inmensa que amasaban a través de los días las manos, que él fuera sabiendo que su mujer no era su sirvienta,
interminables e iguales. La Italiana ofrecía al caer la tarde un ni aunque ella misma creyera que lo era, y que estaba bueno que
refresco de guinda tan maravilloso que hacía salir lágrimas. Desde fuera aprendiendo a prender el fuego de su cocina sólito y que para
su tienda, las mujeres veían elevarse el humo de sus propios acercarse a su mujer por lo menos se lavara los pies y que
hogares, a veces tan desgarrados que parecían gritos de auxilio en aprendiera a dar las gracias por las camisas lavadas y planchadas,

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que no eran lo mismo que el sol que sale en las mañanas,
invariables, y que fuera teniendo cuidado con los golpes y los *
gritos, le habló a gritos de los tribunales de Santiago, que protegían
en contra de los abusos, y le dio todas las direcciones de Centros La Italiana comenzó a recibir visita de mujeres en las mañanas,
de Protección a la señora Piedad, pero ésta no anotó ninguna, cuando el trabajo rugía en las casas y los hornos quedaban
temblando como hoja, porque era la primera vez que en su familia gritando. Pero la pena y los sufrimientos escondidos bajo las camas
se le hablaba así al hombre. eran muy fuertes también. La Italiana sabía entender todas las
cosas, hasta las imposibles de explicar sin sollozos.
El Manuel se fue preocupado sacándose la mugre de las uñas con
un palito y pensando que algo especial había ocurrido en el pueblo Por eso fue que a nadie le extraño cuando apareció un día la
con esa paquetería "El Vesubio": muy a su pesar, descubrió una Almendrita, la hija de la señora Piedad, que iba en camino de ser
admiración por la Italiana que no había sentido en los días de su una segunda señora Piedad, con el mismo pañuelo de cabeza y los
vida por ninguna mujer y se dio cuenta de que era algo más que huesitos en los codos, como teclas descompuestas.
bultos carnosos, nocturnos, de olor ácido y resignado: a cada
segundo volvía a ver a la Italiana gritándole, y al fuego que salía de Traía los ojos brillantes —por primera vez parecieron dos
entre sus labios rojos. verdaderas almendras amarillas—y venía
a hablarle a la Italiana —porque en la casa no se podía hablar de
Esa noche no le hizo nada a su mujer y comió en silencio a pesar eso— de un hombre, del hombre más maravilloso del mundo que
de que los vecinos le habían recomendado que usara la tranca. había conocido y que la había mirado por primera vez en el galpón
donde se empaquetaba la uva.
—Quedó tonto el Manuel con la Italiana esa—dijeron los hombres
en el mesón tras los vasos morados—. Y más encima, le sublevó a Almendrita pasó la tarde entera en la paquetería de la Italiana,
la mujer. sentada sobre el mostrador, derramando una elocuencia que nadie
le conocía, hablando del momento en que él, con el sombrero en la
Pero todos hablaban con una secreta envidia de la entrevista, mano, como en las fotos, la abrazó y le había pedido la amistad. La
imaginándose en el fondo de sus vasos que habrían dicho ellos a señora Piedad se paraba cada dos minutos para hacer callar a su
esa mujercita calentona, como le habrían puesto los puntos en las hija, shh, cállate, iba a cascarla, esas cosas era una cochinada
íes, y alguna otra cosa le habrían puesto también, se rieron, si decirlas. Pero las otras la detuvieron: en "El Vesubio" se hablaba de
estaba como para rajarla con la uña. cosas que no se podían decir en ninguna otra parte. Entonces, la
Italiana, en medio de su tienda, con las cortinas volando de un
Y el coronel de Carabineros, resumiendo, dijo que cuando la viento escandaloso, lleno de humedad prometedora, con las
gallina nueva se subía al palo del gallo, había dos posibilidades: o mujeres moviéndose, eligiendo hilos, dedales, tapacosturas, dijo
dejarla, o...

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algo extraño, que hizo enredarse de pronto a todos los hilos de miraba boquiabierto sin entender muy bien quién iba a poner el
bordar: chancho para el futuro casamiento.

—Mándemelo para acá. Almendrita, a su joven —dijo—. Dígale El muchacho cortejó pacientemente a Almendrita, esperando que
que venga a verme. Yo se lo voy a entregar suave como la piel de terminara de amasar el pan y de lavar a sus once hermanos,
ante, listo para hacerla feliz. esperándola en sus cambios de humor, cuando la Almendrita
amanecía con mil guarenes en el cuerpo y los soltaba por la lengua,
—¿Qué? —dijo Almendrita—. ¿Quiere que...? o cuando le dolían los huesos en el agua congelada de los
inviernos.
—Como los cueros nuevos, para curtirlo —explicó la Italiana
poniéndose todas sus pulseras en la mano derecha. Y nos miró a Le construyó la casa más linda que hubo soñado mujer alguna,
todas. Fue tan clara su mirada, tan sin temblor la hortensia de su desde que se inventó la madera tinglada: con una pieza de estar
pecho, que todas le creímos de sopetón. sola, encortinada de verde, para escuchar a la perfección el canto
de las cigarras de la siesta...El novio de Almendrita se convirtió en
Las entrevistas de la Italiana con el novio de Almendrita se un modelo inaudito de amor incondicional y en un traidor al
llevaron a cabo esa misma semana, porque si de algo estaba gremio de la fortaleza y golpear sobre el mantel exigiendo cosas.
convencida la señora Piedad era de la buena intención y de la Los hombres hablaron hasta la saciedad y se llegó a la conclusión
fuerza granate y terrícola de esa mujer. de que después de haber pasado por las manos de la Italiana, el
Medina chico había quedado suave como cuero de ante, tal como
Por esos días se vio, sigiloso, al novio de Almendrita, con los ojos ella había dicho.
encandilados como los búhos, cruzar los potreros para ir a
encontrarse donde fuera con la Italiana, que lo esperaba sentada —Huevón, digan, más mejor —dijeron los hombres, masticando su
como una pantera serena en los bancos de la estación o se dirigía rencor. Ya no contarían más con él para los partidos con siete
hacia él en medio de su enloquecedor caminar desde una alameda chuicas, en el bajo del estero, los sábados.
poblada por el viento. Almendrita, entretanto, dormía tranquila,
esperando. Lo que se vio también fue que Almendrita era tan feliz que se le
olvidó cómo se llamaba, creció sus buenos centímetros y comenzó
Adonde fueron la Italiana y el novio de Almendrita, qué hicieron o a estar segura definitivamente del color que le gustaba y de la
cómo pasaron el tiempo, es cosa que no se sabe, pero lo que sí se música que prefería y a darse gustos personales, como el de
supo fue que un mes después, el muchacho golpeó la puerta de la comerse un melón chorreándose entera en plena plaza,
Almendrita con la mirada desconocida del amor para siempre y en acompañada de todos los pelusas que lavaban camiones en el
un estado de gran solemnidad pidió su mano a su suegro, que lo estacionamiento del peaje.

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—Definitivamente huevón —dijo el ferretero—. tenía que ordeñar cuatro vacas fieles y líquidas en las madrugadas.
Las miradas de las muchachas recién casadas se subían al
Mire que venir a decir que la cabrita esa es la más linda del mundo campanario y sus redondos hombros llenos de felicidad repletaron
entero... Y todos recordaron entonces los ojos de fuego de la el pueblo de un verano continuo que cubrió de hojas púrpura las
Italiana, prendidos como luciérnagas de los árboles. avenidas. El tiempo se detuvo en las copas de los árboles y la
muerte no se aparecía por el pueblo. Ni siquiera en el Hogar de
Una mañana, la hija adolescente de la Delmira, la viuda más acida Ancianos Misia Ubelinda González se había muerto nadie y estaba
del valle, apareció en la paquetería con un muchacho de la mano, repleto a perpetuidad. Los bancos de la plaza estaban llenos de
avergonzado y los ojos suaves como duraznos. gente contenta y esto le dio a la hermana del señor cura el miedo
más cerval de que después las desgracias se fueran a desatar todas
—Para que me lo arregle a éste también, Italiana, si puede, por juntas.
favor—dijo.
La Italiana había derramado su fuerza y su simpatía por todo el
Primero fueron las risas de las mujeres, y la cachetada de la pueblo. Era venerada como un día feriado y había una cola de
Delmira a su hija, esta chiquilla está más loca que una cabra, pero jóvenes que circulaban continuamente a su lado llevándole los
después la Italiana anunció que cerraría temprano y salió con el paquetes de las compras o barriéndole la entrada, aunque ella
muchacho del brazo, al cine del pueblo de al lado. Desaparecieron insistía en levantarse a las cinco de la mañana para dar de comer a
durante siete días, al cabo de los cuales, en la micro intercomunal, canarios y perros huérfanos y a don Mañungo, ex chofer que había
se vio llegar al muchacho derecho a la casa de la muchacha y sido despedido del servicio del fundo porque se negaba a pasar por
temblándole la voz como a un hombre la llevó a la duna, detrás de los puentes y metía el auto por el lecho de los ríos a pesar de las
la fábrica de cemento donde se fabricaba la cal y los hijos furiosas protestas de sus ocupantes, que terminaban empapados en
naturales, pero él hizo sentarse a su novia y le recitó un horrible cada excursión a la capital. La Italiana estaba en todo.
poema de amor lleno de vocales conmovedoras que hizo llorar a
todo el pueblo, incluso hasta a la hermana del señor cura, que creía Pero los hombres se juntaban apretando sus vasos con la mano y
que todos los pobres eran borrachos de nacimiento. pensando que era necesario que alguien con la cabeza bien puesta
solucionara el problema de la mina ésta que hacía girar como
A partir de esa vez, la Italiana tuvo la tienda llena de muchachas trompo a los muchachos y los dejaba convertidos en huevones a la
parpadeando, atropellándose por entrar, y de mujeres maduras, vela, mirando a sus esposas como tontos.
avergonzadas de querer hablar con ella también.
—¿No les dará algo en el licor? En ese caso se podría denunciarla
La Italiana resistió los embates de las lenguas retorcidas. No —dijo el farmacéutico, que todo lo arreglaba con pastillas más,
recibía pago alguno por este trabajo de curtiembre y de pastillas menos. Pero no. La Italiana no se iba por el lado del licor.
domesticación. Su gallinero aumentaba con visos de industria y ya

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—Hay que elevar el informe correspondiente a la municipalidad.
Al fin y al cabo, éste ya se transformó en un asunto comunal —dijo El horror se abrió como una sandía. Uno de ellos entró en la
el coronel de Carabineros, con el bigote latiéndole. Que lo dejaran, paquetería "El Vesubio" y salió con la Italiana empuñada como un
vociferó, encontrarse con esa famosa Italiana en un recinto cerrado, choclo, por el pelo. Ella miraba con fiereza llena de silencio. Las
a ver si no la dejaba meando dos tonos más bajo y le quitaba para moscas se detuvieron, espantadas.
siempre esa manía de mirar de frente y de ponerse chúcara.
La empujaron camión adentro y entraron todos. Los ruidos de ese
Pero en silencio, todos entibiaban sus vasos pensando en que les camión invadieron como una marea insoportable los oídos de
habría gustado irse con ella en esas adentro. Todos se agarraron la cabeza a dos manos para no oír, para
expediciones que hacía a veces con los muchachos, y el vino se les no saber, para no seguir sabiendo y quedar, por lo menos, en la
volvía un cognac de nostalgia. duda de las cosas que no se quiere creer.

* Pero de pronto, ante los ojos de los que no creíamos que era para
tanto, se abrió la puerta del camión y de entre un ruido de roturas
Un día en la mañana, como si lo hubieran llamado, llegó el camión salió lo que quedaba de la Italiana.
verde.
Fue caminando por el pueblo desgarrándose cada vez más,
Atronaba un parlante. deshaciéndose, quedando jirones de ella entre las barandas de la
tarde y las manillas de cada uno de nosotros.
Que no se movieran de sus casas.
Y entró, apenas, en lo que había sido la paquetería ''El Vesubio".
El destacamento que bajó estaba formado por hombres que el Cuando el carnicero y el farmacéutico y el coronel y el dueño de la
pueblo no había visto jamás. Se lanzaron por los tejados de las quesería y el telegrafista y todos los otros llegaron, sólo quedaba
casas disparando hacia los vidrios y postes y ruedas de los autos y en el suelo una de esas manchas leves de sudor y tristeza
los camiones. Y gritando como descosidos. Irían todos a no sé penetrante que no se borraría jamás.
dónde, gritaban. Venían con la cara pintada de negro. Pisaron todos Fueron llegando de a poco todos los hombres que ella había
los tallos tiernos de esa primavera, petrificaron el polvo de las enseñado a amar, los que había dejado suaves como cuero de ante.
veredas y los perros vagos. Las mujeres esa vez se tragaron el llanto como baúles y fueron los
hombres los que lloraron.
La Italiana también se acercó a mirarlos.
Y nos sentamos a su vereda, como cuando uno no se quiere ir del
Pero ellos no venían a perder el tiempo. Entraban en las casas de a teatro en que una película le ha gustado mucho, mucho. Tosimos a
golpes, haciendo estallar ventanas, estatuitas, diarios de vida.

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duras penas el recuerdo y empezamos, como antes, a subsistir no estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa
más. de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como
polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y
mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando
Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le
costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo
del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un
hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a
pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo
impedían sus enormes alas.
Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda,
su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la
llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído
con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le
quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y
muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de
bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza. Sus alas
de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban
encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, y con
tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron muy pronto
del asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se
atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto
incomprensible pero con una buena voz de navegante. Fue así
como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron
con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave
extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que
Un señor muy viejo con unas alas enormes lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la
Gabriel García Márquez (colombiano) muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.
- Es un ángel –les dijo-. Seguro que venía por el niño, pero el
Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia.
casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían
al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina
calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes

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fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón días en latín. El párroco tuvo la primera sospecha de impostura al
para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía saludar a sus
la cocina, armado con un garrote de alguacil, y antes de acostarse ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado
lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés de las
gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores
Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza
niño despertó sin fiebre y con deseos de comer. Entonces se miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles.
sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con Entonces abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a
agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte los curiosos contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el
en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces, demonio tenía la mala costumbre de recurrir a artificios de
encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con carnaval para confundir a los incautos. Argumentó que si las alas
el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre
huecos de las alambradas, como si no fuera una criatura un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para
sobrenatural sino un animal de circo. reconocer a los ángeles. Sin embargo, prometió escribir una carta a
El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la su obispo, para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo
desproporción de la noticia. A esa hora ya habían acudido curiosos que el veredicto final viniera de los tribunales más altos.
menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel
conjeturas sobre el porvenir del cautivo. Los más simples pensaban cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas
que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la
áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto
para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer
que fuera conservado como semental para implantar en la tierra basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y
una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.
Universo. Pero el padre Gonzaga, antes de ser cura, había sido Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante
leñador macizo. Asomado a las alambradas repasó un instante su con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por
catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus
de cerca de aquel varón de lástima que más parecía una enorme alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca
gallina decrépita entre las gallinas absortas. Estaba echado en un de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre
rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y
fruta y las sobras de desayunos que le habían tirado los ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía
madrugadores. Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas si dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un
levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas
cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los buenos que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En

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medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de
Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba
de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo
fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de
el otro lado del horizonte. un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas
El ángel era el único que no participaba de su propio cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos,
acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las
prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite tribulaciones del párroco.
y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las
principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste
acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus
específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada
sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de
y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al
nada más que papillas de berenjena. Su única virtud sobrenatural revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era
parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza
cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de
que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores
para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa
tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque
entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno
abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el
llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento
Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran
los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad
remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin
pánico que no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba
que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le
entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del
que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos,
de un cataclismo en reposo. y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de
El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en
con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien

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parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la naturales en aquel organismo completamente humano, que no
reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó podía entender por qué no las tenían también los otros hombres.
de aniquilarla. Fue así como el padre Gonzaga se curó para Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y la
siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan lluvia habían desbaratado el gallinero. El ángel andaba
solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los arrastrándose por acá y por allá como un moribundo sin dueño. Lo
cangrejos caminaban por los dormitorios. sacaban a escobazos de un dormitorio y un momento después lo
Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mismo
recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí
y jardines, y con sardineles muy altos para que no se metieran los mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de
cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de
que no se metieran los ángeles. Pelayo estableció además un ángeles. Apenas si podía comer, sus ojos de anticuario se le habían
criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para siempre vuelto tan turbios que andaba tropezando con los horcones, y ya no
a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas. Pelayo
satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de le echó encima una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en
los que usaban las señoras más codiciadas en los domingos de el cobertizo, y sólo entonces advirtieron que pasaba la noche con
aquellos tiempos. El gallinero fue lo único que no mereció calenturas delirantes en trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una
atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron las de las pocas veces en que se alarmaron, porque pensaban que se
lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle | iba a morir, y ni siquiera la vecina sabia había podido decirles qué
1qx-ñpvpñ0 honor al ángel, sino por conjurar la pestilencia de se hacía con los ángeles muertos.
muladar que ya andaba como un fantasma por todas partes y estaba Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que
volviendo vieja la casa nueva. Al principio, cuando el niño pareció mejor con los primeros soles. Se quedó inmóvil muchos
aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera cerca del días en el rincón más apartado del patio, donde nadie lo viera, y a
gallinero. Pero luego se fueron olvidando del temor y principios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas
acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los plumas grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien
dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas parecían un nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer
alambradas podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos la razón de estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que
displicente con él que con el resto de los mortales, pero soportaba nadie los notara, y de que nadie oyera las canciones de navegantes
las infamias más ingeniosas con una mansedumbre de perro sin que a veces cantaba bajo las estrellas. Una mañana, Elisenda estaba
ilusiones. Ambos contrajeron la varicela al mismo tiempo. El cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento
médico que atendió al niño no resistió la tentación de auscultar al que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó
ángel, y encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del
riñones, que no le pareció posible que estuviera vivo. Lo que más vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en
le asombró, sin embargo, fue la lógica de sus alas. Resultaban tan las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con

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aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no
encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio (Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier
modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y
cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de
ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero
estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle,
mar. echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde
hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo
a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron
una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad
en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero
el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus
estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos,
columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión
de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más
leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de
desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban
eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera
sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No
obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos
sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en
nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de
influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se
reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el
brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto
Horacio Quiroga Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia
(1879-1937) rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello.

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Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a
menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se
y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
una palabra. acariciándola temblando.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide,
siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los
con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. ojos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de
todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a
vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia
enseguida. yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y
anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia siguieron al comedor.
no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo —Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—.
el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno Es un caso serio... poco hay que hacer...
silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. —¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó
Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. bruscamente sobre la mesa.
Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado
obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante
dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía
mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección. lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la
flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos
joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más.
la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni
se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares
gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor. avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de y trepaban dificultosamente por la colcha.
mirar la alfombra. Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas
alarido de horror. en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se
—¡Soy yo, Alicia, soy yo! oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor
ahogado de los eternos pasos de Jordán.

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Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es
cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón. raro hallarlos en los almohadones de pluma.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón
hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez.
Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había
dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un
rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se
quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué,
Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con
él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de
un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito
de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas
a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo
lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una
bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le
pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había
aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las
sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido
sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la
succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había
vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual,
llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La

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¿Qué hay, Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la
lengua de las mariposas". El maestro aguardaba desde hacía tiempo
que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública.
Tanto nos hablaba de cómo se agrandaban las cosas menudas e
invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de
verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de
poderosas lentes. "La lengua de la mariposa es una trompa
enroscada como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la
desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cando lleváis el dedo
humedecido a un tarro de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la
boca como si la yema fuera la punta de la lengua? Pues así es la
lengua de la mariposa".Y entonces todos teníamos envidia de las
mariposas. Qué maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes
de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de
jarabe. Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres
no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo
quería a mi maestro. Cuando era un "picarito", la escuela era una
amenaza terrible. Una palabra que cimbraba en el aire como una
vara de mimbre. "¡Ya verás cuando vayas a la escuela!" Dos de mis
tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de
quintos a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba
con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había
historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio.
Aparecían a los dos o tres días, ateridos y sin habla, como
desertores de la Barranco del Lobo. Yo iba para seis años y me
llamaban todos Gorrión. Otros niños de mi edad ya trabajaban.
Pero mi padre era sastre y no tenía tierras ni ganado. Prefería
verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así
pasaba gran parte del día correteando por la Alameda, y fue
Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el
“La lengua de las mariposas” Manuel Rivas apodo. "Pareces un gorrión". Creo que nunca corrí tanto como

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aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco de todos los niños, como jauría de perros a la caza de un zorro.
y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la Pero cuando llegué a la altura del palco de la música y miré cara
mirada puesta en la cima del mont me saldrían alas y podría llegar atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba solo con mi
a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica. miedo, empapado de sudor y de meos. El palco estaba vacío. Nadie
"¡Ya verás cuando vayas a la escuela!" Mi padre contaba como un parecía reparar en mí, pero yo tenía la sensación de que toda la
tormento, como si le arrancara las amígdalas con la mano, la villa estaba disimulando, que docenas de ojos censuradores
manera en que el maestro les arrancaba la jeada del habla para que acechaban en las ventanas, y que las lenguas murmuradoras no
no dijeran ajua nin jato ni jracias. "Todas las mañanas teníamos tardarían en llevarle la noticia a mis padres. Las piernas decidieron
que decir la frase 'Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta por mí. Caminaron hacia al Sinaí con una determinación
llena de trigo'. ¡Muchos palos llevábamos por culpa de desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta A Coruña y
Juadalagara!" Si de verdad quería meterme miedo, lo consiguió. La embarcaría de polisón en uno de esos navíos que llevan a Buenos
noche de la víspera no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el Aires. Desde la cima del Sinaí no se veía el mar sino otro monte
reloj de la pared en la sala con la angustia de un condenado. El día más grande todavía, con peñascos recortados como torres de una
llegó con una claridad de mandil de carnicero. No mentiría si le fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y
dijera a mis padres que estaba enfermo. El miedo, como un ratón, nostalgia lo que tuve que hacer aquel día. Yo sólo, en la cima,
me roía por dentro. Y me meé. No me meé en la cama sino en la sentado en silla de piedra, bajo las estrellas, mientras en el valle se
escuela. Lo recuerdo muy bien. Pasaron tantos años y todavía movían como luciérnagas los que con candil andaban en mi
siento una humedad cálida y vergonzosa escurriendo por las búsqueda. Mi nombre cruzaba la noche cabalgando sobre los
piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio escondido con aullidos de los perros. No estaba sorprendido. Era como si
la esperanza de que nadie se percatara de mi existencia, hasta atravesara la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando
poder salir y echar a volar por la Alameda. "A ver, usted, ¡póngase llegó donde mi la sombra regia de Cordeiro. Me envolvió con su
de pie!" El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto chaquetón y me abrazó en su pecho. "Tranquilo Gorrión, ya pasó
que la orden iba para mí. Aquel maestro feo como un bicho me todo." Dormí como un santo aquella noche, pegadito a mamá.
señalaba con la regla. Era pequeña, de madera, pero a mí me Nadie me reprendió. Mi padre se había quedado en la cocina,
pareció la lanza de Abd el-Krim. "¿Cuál es su nombre?" "Gorrión." fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule, las
Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me batieran con colillas amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como
latas en las orejas. "¿Gorrión?" No recordaba nada. Ni mi nombre. pasara cuando había muerto la abuela. Tenía la sensación de que mi
Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi madre no me había soltado de la mano en toda la noche. Así me
cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en llevó, agarrado como quien lleva un serón en mi vuelta a la
la memoria. Miré cara al ventanal, buscando con angustia los escuela. Y en esta ocasión, con corazón sereno, pude fijarme por
árboles de la alameda. Y fue entonces cuando me meé. Cuando se vez primera en el maestro. Tenía la cara de un sapo. El sapo
dieron cuenta los otros rapaces, las carcajadas aumentaron y sonreía. Me pellizcó la mejilla con cariño. "¡Me gusta ese nombre,
resonaban como trallazos. Huí. Eché a correr como un loquito con Gorrión!". Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero
alas. Corría, corría como solo se corre en sueños y viene tras de
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lo más increíble fue cuando, en el medio de un silencio absoluto, lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de
me llevó de la mano cara a su mesa y me sentó en su silla. Y un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que
permaneció de pie, agarró un libro y dijo: "Tenemos un nuevo mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas
compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un tengan lengua?" "Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que
aplauso". Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?" "Mucho. Y no
pero sólo noté una humedad en los ojos. "Bien, y ahora, vamos a pega. El maestro no pega". No, el maestro don Gregorio no
comenzar con un poema. ¿A quién le toca? ¿Romualdo? Ven, pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo.
Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta". A Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, " parecen
Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las carneros", y hacía que se dieran la mano. Luego, los sentaba en el
piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas. mismo pupitre. Así fue como hice mi mejor amigo, Dombodán,
Una tarde parda y fría... "Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que grande, bondadoso y torpe. Había otro rapaz, Eladio, que tenía un
vas "¿Rezaste?", preguntó mamá, mientras pasaba la plancha por la lunar en la mejilla, en el que golpearía con gusto, pero nunca lo
ropa que papá cosiera durante el día. En la cocina, la olla de la hice por miedo a que el maestro me mandara darle la mano y que
cena despedía un aroma amargo de nabiza. "Pues si", dije yo no me cambiara junto a Dombodán. El modo que tenía don Gregorio
muy seguro. "Una cosa que hablaba de Caín y Abel". "Eso está de mostrar un gran enfado era el silencio. "Si ustedes no se callan,
bien", dijo mamá. "Non se por qué dicen que ese nuevo maestro es tendré que callar yo". Y iba cara al ventanal, con la mirada ausente,
un ateo". "¿Qué es un ateo?" "Alguien que dice que Dios no perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, desasosegante,
existe". Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con como si nos dejara abandonados en un extraño país. Sentí pronto
energía por las arrugas de un pantalón. "¿Papá es un ateo?" Mamá que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque
posó la plancha y me miró fijo. "¿Cómo va a ser papá un ateo? todo lo que tocaba era un cuento atrapante. El cuento podía
¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada?" Yo había escuchado comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el
muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos Amazonas y el sístole y diástole del corazón. Todo se enhebraba,
los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían todo tenía sentido. La hierba, la oveja, la lana, mi frío. Cuando el
esa cosa tremenda contra Dios. Decían dos cosas: Cajo en Dios, maestro se dirigía al mapamundi, nos quedábamos atentos como si
cajo en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de se iluminara la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los
verdad en Dios. "¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?" "¡Por indios cuando escucharon por vez primera el relincho de los
supuesto!" El hervor hacía bailar la tapa de la olla. De aquella boca caballos y el estampido del arcabuz. Íbamos a lomo de los
mutante salían vaharadas de vapor e gargajos de espuma y berza. elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, camino
Una abeja revoloteaba en el techo alrededor de la lámpara eléctrica de Roma. Luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio contra
que colgaba de un cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada como las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras. Hacíamos hoces
cada vez que tenía que planchar. Su cara se tensaba cuando y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribimos cancioneros
marcaba la raya de las perneras. Pero ahora hablaba en un tono de amor en Provenza y en el mar de Vigo. Construimos el Pórtico
suave y algo triste, como si se refiriera a un desvalido. "El da Gloria. Plantamos las patatas que vinieron de América. Y a
Demonio era un ángel, pero se hizo malo". La abeja batió contra la
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América emigramos cuando vino la peste de la patata. "Las patatas que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como
vinieron de América", le dije a mi madre en el almuerzo, cuando enemigos de la Iglesia. Procuraban no discutir cuando yo estaba
dejó el plato delante mío. "¡Que iban a venir de América! Siempre delante, pero muchas veces los sorprendía. "¿Qué tienes tu contra
hubo patatas", sentenció ella. "No. Antes se comían castañas. Y Azaña? Esa es cosa del cura, que te anda calentando la cabeza".
también vino de América el maíz". Era la primera vez que tenía "Yo a misa voy a rezar", decía mi madre. "Tu, si, pero el cura no".
clara la sensación de que, gracias al maestro, sabía cosas Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar
importantes de nuestro mundo que ellos, los padres, desconocían. mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le
Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el gustaría "tomarle las medidas para un traje". El maestro miró
maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el alrededor con desconcierto. "Es mi oficio", dijo mi padre con una
submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche sonrisa. "Respeto muchos los oficios", dijo por fin el maestro. Don
con azúcar y cultivaban hongos. Había un pájaro en Australia que Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año y lo llevaba
pintaba de colores su nido con una especie de óleo que fabricaba también aquel día de julio de 1936 cuando se cruzó conmigo en la
con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba alameda, camino del ayuntamiento. "¿Qué hay, Gorrión? A ver si
tilonorrinco. El macho ponía una orquídea en el nuevo nido para este año podemos verles por fin la lengua a las mariposas". Algo
atraer a la hembra. Tal era mi interés que me convertí en el extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa, pero
suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el no se movía. Los que miraban para la derecha, viraban cara a la
mejor discípulo. Había sábados y feriados que pasaba por mi casa izquierda. Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, estaba
y íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del rio, las sentado en un banco, cerca del palco de la música. Yo nunca viera
gándaras (*), el bosque, y subíamos al monte Sinaí. Cada viaje de sentado en un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano
esos era para mi como una ruta del descubrimiento. Volvíamos de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era
siempre con un tesoro. Una mantis. Una libélula. Un escornabois que venía una tormenta. Sentí el estruendo de una moto solitaria.
(*). Y una mariposa distinta cada vez, aunque yo solo recuerde el Era un guarda con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó
nombre de una es la que el maestro llamó Iris, y que brillaba delante del ayuntamiento y miró cara a los hombres que
hermosísima posada en el barro o en el estiércol. De regreso, conversaban inquietos en el porche. Gritó: "¡Arriba España!" Y
cantábamos por las corredoiras como dos viejos compañeros. Los arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de estallidos.
lunes, en la escuela, el maestro decía: "Y ahora vamos a hablar de Las madres comenzaron a llamar por los niños. En la casa, parecía
los bichos de Gorrión". Para mis padres, esas atenciones del haber muerto otra vez la abuela. Mi padre amontonaba colillas en
maestro eran una honra. Aquellos días de excursión, mi madre el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido, como
preparaba la merienda para los dos. "No hacía falta, señora, yo ya abrir el grifo del agua y lavar los platos limpios y guardar los
voy comido", insistía don Gregorio. Pero a la vuelta, decía: sucios. Llamaron a la puerta y mis padres miraron el picaporte con
"Gracias, señora, exquisita la merienda". "Estoy segura de que pasa desasosiego. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en la casa de
necesidades", decía mi madre por la noche. "Los maestros no Suárez, el indiano. "¿Saben lo que está pasando? En la Coruña los
ganan lo que tienen que ganar", sentenciaba, con sentida militares declararon el estado de guerra. Están disparando contra el
solemnidad, mi padre. "Ellos son las luces de la República". "¡La
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Gobierno Civil". "¡Santo cielo!", se persignó mi madre. "Y aquí", gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por
continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyeran, "Se dice otros guardas, salieron los detenidos, iban atados de manos y pies,
que el alcalde llamó al capitán de carabineros pero que este mandó en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía
decir que estaba enfermo.” Al día siguiente no me dejaron salir a la todos aquellos rostros. El alcalde, el de los sindicatos, el
calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de
parecían sombras encogidas, como si de pronto cayera el invierno la orquesta Sol y Vida, el cantero q quien llamaban Hércules, padre
y el viento arrastrara a los gorriones de la Alameda como hojas de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado y feo como un
secas. Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. sapo, el maestro. Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados
Mamá salió para ir a la misa y volvió pálida y triste, como si se que resonaron en la Alameda como petardos. Poco a poco, de la
hiciera vieja en media hora. "Están pasando cosas terribles, multitud fue saliendo un ruge-ruge que acabó imitando aquellos
Ramón", oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él apodos. "¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!" "Grita tú también,
había envejecido. Peor todavía. Parecía que había perdido toda Ramón, por lo que más quieras, ¡grita!". Mi madre llevaba
voluntad. Se arrellanó en un sillón y no se movía. No hablaba. No agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza
quería comer. "Hay que quemar las cosas que te comprometan, para que no desfalleciera. "¡Que vean que gritas, Ramón, que vean
Ramón. Los periódicos, los libros. Todo." Fue mi madre la que que gritas!" Y entonces oí como mi padre decía "¡Traidores" con
tomó la iniciativa aquellos días. Una mañana hizo que mi padre se un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, "¡Criminales!
arreglara bien y lo llevó con ella a la misa. Cuando volvieron, me ¡Rojos!" Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los
dijo: "Ven, Moncho, vas a venir con nosotros a la alameda". Me soldados, con la mirada enfurecida cara al maestro. "¡Asesino!
trajo la ropa de fiesta y, mientras me ayudaba a anudar la corbata, ¡Anarquista! ¡Comeniños!" Ahora mamá trataba de retenerlo y le
me dijo en voz muy grave:"Recuerda esto, Moncho. Papá no era tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí.
republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal "¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre¡ Nunca le había escuchado llamar
de los curas. Y otra cosa muy importante, Moncho. Papá no le eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol. "Su madre
regaló un traje al maestro". "Si que lo regaló". "No, Moncho. No lo no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso". Pero ahora se
regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regalo!" Había mucha gente en la volvía cara a mi enloquecido y me empujaba con la mirada, los
Alameda, toda con ropa de domingo. Bajaran también algunos ojos llenos de lágrimas y sangre. "¡Grítale tú también, Monchiño,
grupos de las aldeas, mujeres enlutadas, paisanos viejos de chaleco grítale tu también!" Cuando los camiones arrancaron cargados de
y sombrero, niños con aire asustado, precedidos por algunos presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás lanzando piedras.
hombres con camisa azul y pistola en el cinto. Dos filas de Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle
soldados abrían un corredor desde la escalinata del ayuntamiento traidor y criminal. Pero el convoi era ya una nube de polvo a lo
hasta unos camiones con remolque entoldado, como los que se lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo
usaban para transportar el ganado en la feria grande. Pero en la fui capaz de murmurar con rabia: "¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!"
alameda no había el alboroto de las ferias sino un silencio grave, de
Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera parecían
reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en
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