personas analfabetas, de las cuales dos terceras partes son mujeres. En México, el porcentaje nacional de analfabetismo es de 6.31 para hombres y 8.89 para mujeres, pero en Chiapas, Guerrero y Oaxaca es superior al 20 por ciento, lo cual coincide con niveles de pobreza y marginación graves. Son muchas las mujeres de todas las edades que no van a la escuela y son ellas las que siguen formando esa mayoría analfabeta. A pesar de las políticas gubernamentales de combate al analfabetismo, los porcentajes han permanecido casi estáticos a lo largo de la década reciente, por lo que del total de la población analfabeta en el país, más del 60 por ciento son mujeres, y de ellas las indígenas y campesinas son las más afectadas. Los números son apenas un indicio de las brechas que separan a las mujeres, principalmente las indígenas y rurales, de condiciones sociales y económicas satisfactorias. Una de estas brechas es la falta de acceso pleno y real a la educación. Las mujeres no sólo no tienen acceso a la educación, sino que existe una población mayor de 15 años de edad que no sabe leer ni escribir. Eso significa que, además de que las mujeres desde niñas tienen menores oportunidades educativas, cuando adultas esa brecha de desigualdad las convierte en analfabetas. Si la educación es un derecho todavía negado en igualdad de condiciones a numerosas mujeres desde niñas, lo es aún más la alfabetización y educación básica para mujeres adultas, puesto que se pone en juego una serie de valoraciones sobre la edad, las obligaciones prioritarias de las mujeres como madres y esposas y la sobrevivencia económica, entre otras, antes de la posibilidad de que toda mujer adulta analfabeta en español pueda ejercer el derecho a leer su realidad y acceder a la cultura escrita, como mecanismos esenciales para favorecer otras oportunidades de desarrollo personal, social y laboral. Desde los gobiernos, se habla del analfabetismo como una situación a “erradicar”, vista como una cuestión circunstancial. Se ha considerado como un todo que afecta a cierto número de personas, pero no se han tomado en cuenta las condiciones específicas de género, étnica, social y económica que influyen en el acceso a oportunidades educativas para las mujeres indígenas y rurales. La alfabetización es un derecho, el derecho a decir la propia palabra. Todas las personas somos “analfabetas” respecto de algún código, es decir nadie sabe todo, ni nadie sabe nada. Las personas no eligen ignorar los códigos, sino que han sido excluidas de los lugares donde podrían aprenderlos, por la sistemática intención de negar a las oprimidas tanto el derecho a decir su propia palabra, como a conocer las palabras y las historias acumuladas por la humanidad. Los procesos de alfabetización con mujeres indígenas y rurales adultas entrañan dificultades, no sólo debido a la falta de métodos de lectoescritura pertinentes a las expectativas de las mujeres, sino a la carencia de metodologías educativas que retomen y evidencien sus realidades y experiencias. Una tarea permanente que tenemos como educadoras populares, en nuestra experiencia concreta de intervención e investigación educativa, ha sido realizada en dos escenarios y contextos diferentes (en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, con mujeres indígenas migrantes empleadas del hogar, y en Oaxaca, con promotoras alfabetizadoras indígenas y afrodescendientes) y ha consistido en reflexionar sobre la incidencia de métodos alfabetizadores que partan de los contextos propios de las mujeres, tanto para cuestionar la realidad y otorgar herramientas para la vida, como para asegurar un camino educativo desafiante y apropiado a sus propias necesidades. En ambas experiencias se ha aplicado un proceso de alfabetización, entendido no sólo como una transmisión mecánica de símbolos básicos para la lectoescritura, sino como la generación de códigos colectivos para el aprendizaje, basados en la propia experiencia. Éste engloba tanto el trabajo instrumental alfabetizador como temáticas que parten de las necesidades y problemáticas de las mujeres alfabetizandas. Es decir, implica la facilitación de un proceso educativo que cuenta con contenidos temáticos y pedagógicos interdependientes, y constituye un ejercicio de derechos de las mujeres a partir de la problematización de sus realidades, por medio de las cuales se alfabetizan.