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R. E.

BRENNAN

PSICOLOGIA
GENERAL
Prólogo de

FR. M. UBEDA PURKISS, O. P.


P r o fe s o r d e la E sa q ela de P s ic o lo g ía de Ir
Un iv e rsid a d de M adrid
D ireotor det C o le g io M a yor “ ¿ Q U I N A S "
Ciudad U n iversitaria de Madrid

EDICIONES MORATA
P a n d a oián d e J A V IE R M O R A T A , E d itor, bu 19»

MADRID (4 )
TITULO ORIGINAL DE LA OBItA

G E N E R A L PSYCHOLOGY
A Stu dy o f Man b a s e d on St. T hom as A qu in as
© Copjfriffth 1962 (Revised edition) in
the United States o f Amtriea by
TEE MACMILLAN COMPANY.
(Second Printing}
AJ1 rig h ts rea erv ed -n o part o f this b o o k m ay b e re-
p ro d u c e d in any form w ith ou t p e rm issio n in w riting
from th e p u b lish er, e x c e p t b y a re v ie w e r w ho
-wishes tu q u ote b r ie f p a ssa g e s in co n n e ctio n wjtb
a r e v ie w w ritten ‘f o r in olu slon In m agazine o r
n ew sp a p er.
First edition, Copyright 1937 bp
Tit* Macmillan Company.

E S P R O P I E D A D
D erechos R eservad os
de la v e r s ió n e s p a ñ o la
E D IC IO N E S M ORATA
Segunda edición, revisada
R e i m p r e s i ó n 1965
R e g is tr o n ú m ero 960-52
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O Thoma, laus et gloria
Praedicatorum Ordinis,
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J O S E P H C ELESTIN E T A Y L O R , O . P., S. T. L . R ., Ph. D .
B E N J A M IN U R B A N F A Y , O . P ., M . A -, Ph. L.

IMPRIMi potest:
T E R E N C E ST E P H E N M cD E R M O T T , O . P., S . T. Lr. LL. D .
Provincial

MIH1L OBSTAT:
J O H N M . A . F E A R N S , S . T. D .
Gewor L ib ro m m

IM P R IM A T U R :
* F R A N C IS C A R D IN A L S P E L L M A N .
Arxobiipo dr Jfotr Fori

u í í ostial e Im prim atur decla ra n oficia lm en te q u e tía Ubro o fo lle to se


B aila k b r e de e r r o r e s m ora les o d octrin a les. (E llo d o im p lica q u e estén d e
a c u e id o eoa el con ten id o , ias o p in io n e s o las a firm a cion es e xp resa d a s Dor
e l au tor.) F 1
INTRODUCCION A LA VERSION
CASTELLANA
POR

MANUEL UBEDA PURKISS, O, P.


P r o fe s o r de la E scu ela de P a le o lo g ía de la U n iversid a d d e M adrid
D ire c to r d el C oleg io M a y or “ A Q U IN A S ’ V C iud ad U n iversitaria (Aladrití;

El estudio de los procesos psíquicos en sus estructuras, mecanismos y


comportamientos, es objeto hoy de numerosos trabajos de carácter experi­
mental, inductivo y estadístico. Bajo este punto de vista, las abras de psico­
logía, inspiradas en el pensamiento de S a n i o T o m ás , son a menudo fruto de
una inducción no pocas veces insuficiente y una experiencia rudimenta­
ria, forzosamente limitada a la mera observación de datos groseros y con una
documentación a todas luces elemental.
Por otra parte, la ciencia actual, y en primer lugar la Psicología, que ha
llegado a una increíble depuración y especialización técnica, siente cada día
con mayor urgencia la necesidad de retornar a la unidad del hombre, im­
pulsada por una visión más dinámica de su realidad integral.
La psicología escolástica se preocupó de estudiar los fenómenos psíquicos
desde el punto de vista de su causalidad formal. Busca definiciones esencia­
les y procura encajar sus explicaciones dentro de la dinámica de los princi­
pios del ser en general y del ser móvil en particular (tránsito de la potencia
al acto). El substratum fisiológico u orgánico es reconocido, pero acerca de él
no se hace sino afirmaciones vagas.
La psicología experimental en sus distintas ramas ha avanzado> por él
contrario, en la línea de la causas material y eficiente, y, siguiendo el método
hipotético-deductivo, trata de alcanzar la máxima posibilidad de predicción,
de formular hipótesis con viabilidad experimental o técnica y de obtener
datos susceptibles de ser manipulados por la metodología estadística. Esta
orientación, ademást negó licitud científica, o simplemente otorgó un valor
histórico, a los postulados fundamentales propios de la psicología racional,
desarrollados por el pensamiento tradicional escolástico.
La escolástica, que nunca negó legitimidad al estudio experimental de
la mayoría de los problemas que trata la psicología, rara vez les prestó
la debida atención, y a menudo se preocupó más de la refutación de las
“ metafísicas" implicadas en las formulaciones teoréticas de los experimen-
talistas, que de intentar una verdadera integración de sus halla,zgos con
los principios de verdadera vigencia psicológica.
Esta tarea de integración es la que se propuso el P . B r e n n a n en la presen­
te obra, dedicada a estudiantes que por primera vez toman contacto con las
disciplinas psicológicas. A través de sus capítulos va discurriendo con cla­
ridad de conceptos sobre los problemas fundamentales de la psicología,
armonizando las ideas claves del pensamiento tomista con la interpreta­
ción que, de los fenómenos psíquicos, ofrecen las obras fundamentales de
la psicología experimental. El carácter escolar de la obra de B r e n n a n hace
que la orientación crítica y la investigación más profunda sobre problemas
BREN N AN , 1
2 Introducción

psicológicos fundamentales, que debe abordar todo intento de verdadera


integración, hayan tenido que quedar subordinados a la sencillez y claridad
pedagógicas. Por esto, y dada la escasez de publicaciones de esta índole al
alcance de los estudiantes de habla española, nos ha parecido que, en ser-
vicio a ellos, y teniendo también en cuenta la fecha ya avanzada desde
que se escribió el original de esta obra, la actualización en un breve resu­
men introductorio, de algún problema de los que plantean hoy las obras de
psicología experimental, y su análisis desde el punto de vista de lo que
podríamos llamar pensamiento psicológico tomista al día, podrá servirles
de ejemplo y orientación para ulteriores y más profundos estudios.

La revolución cartesiana escindió totalmente él mundo del espíritu del


de la materia, haciendo que toda psicología quedara reducida alternativa­
mente por unos u otros a metafísica idealista, a biología, o, más exacta­
mente, a fisiología del sistema nervioso o, en sus interpretaciones teoréti­
cas, a meros sistemas o " modelos" mecanicistas.
Esta última orientación fue la que dominó los tratados de psicología
experimental de inspiración behaviorista y, en buena parte también, algu­
nas interpretaciones de la psicología guestaltista. Gran parte de las obras
de psicología experimental hasta hace años, estaban inspiradas en el plan­
teamiento o interpretación que, de los fenómenos psíquicos, hacia el beha-
viorismo. En la actualidad el pensamiento psicológico se va abriendo cami­
no hacia interpretaciones más amplias, en las cuales el objeto de la
psicología trata de abarcar la integridad del hombre en su doble realidad
psíquica y somática.
La psicología significaba antiguamente, afirman los autores contem­
poráneos, tratado de la mente (no dirán del alma), pero hoy, continúan
diciendo, con visión estrictamente científica, constituye la ciencia de la
conducta, o, si se quiere, el estudio de la actividad observable de los suje­
tos. Es decir, que si la definición original de psicología se explícita en todo
su contenido, alcanzará no sólo al estudio de la mente en sí misma consi­
derada, sino en todas sus actividades que, tomadas conjuntamente, reciben
hoy la denominación de conducta.
En una primera y general mirada, nada habría que oponer a esta afir­
mación, salvo aclarar que la psicología “ antigua”, a menos que se desconoz­
ca su verdadero sentido, hecho harto frecuente en los autores modernos, si
bien tenia por objeto primordial el estudio del alma, incluía también el de
sus facultades o funciones, tanto superiores o intelectuales como senso­
riales, y en su doble vertiente cognoscitívo-tendencial, responsables en
último análisis, de los fenómenos de conducta. Pero, además, cuando se
analiza el valor que en el contexto de los autores modernos tiene el término
" mental” o "mente”, fácilmente se comprueba que ha sido reducido a mera
actividad del sistema nervioso, despojado de todo contenido psíquico.
El término "behavíoristícs” (denominación más actuat y menos radical
que la ya clásica de "behavíorism,')i se escribe hoy, se refiere al conoci­
miento de estos dos aspectos mente-conducta, objeto de la psicología; por­
que para alcanzar un conocimiento de la actividad de los sujetos (conduc­
ta) se requiere un conocimiento de lo que pasa por su mente, o más propia­
mente dicho, de las actividades correspondientes del sistema nervioso. Es
U. Ubeda Purkiss 3

decir, que según esta interpretación, común hoy entre los psicólogos, ¡os
llamados procesos mentales son identificados con la actividad más com­
pleja del sistema nervioso, con lo cual en la ecuación psiquissoma (cuerpo-
alma) la actividad psíquica queda reducida a los términos de un proceso
meramente nervioso. Hasta aquí condujo el dualismo cartesiano al pensa­
miento psicológico contemporáneo.
Consecuentes con esta interpretación, los grandes capítulos de la psi­
cología han sido despojados de su verdadero valor psíquico y reducidos a
mera reacción neuro-hormonal provocada por un estimulo simple o por una
situación estimulante compleja, sin que contenido subjetivo alguno, es de­
cir, de valor psíquico, intervenga en la respuesta.
El avance conseguido en estos últimos años por la psicología fisioló­
gica, obligó al behaviorismo a rectificar sus postulados más radicales y
admitir que entre el estimulo (S), recibido por los órganos sensoriales, y la
respuesta (R), ejecutada por los sistemas motor o visceral, existe un proce­
so llamado "central", “ autónomo”, "intrínseco” o, más recientemente, "in­
termediario”, del cual son responsables las estructuras más complejas del
sistema nervioso central. En virtud de este proceso, toda respuesta a una
situación-estimulante compleja tiene un carácter opcional, es decir, que
en ella interviene un factor llamado de "plasticidad” del sistema nervioso,
en virtud del cual la respuesta escapa en algún sentido a la determinación
tiránica y rígida que, según la interpretación mecanicista del behaviorismo,
imponía el estímulo.
La psicología conciencista actual ha sentido también la necesidad de
superar sus postulados más radicales, afirmando que el hombre no es pura
conciencia, y que, por tanto, no agota su realidad psíquica en la pura
intencionalidad; su conducta se revela como intencionalidad inserta en un
mundo de objetivaciones.
Así la psicología actual desde estas dos perspectivas, y desde otras a las
que se podría hacer alusión, pone de relieve el equívoco fundamental que se
encubría bajo la aparente simplicidad del dualismo cartesiano, al divorciar
los dos componentes que constituyen esa realidad psicofisiológica que es el
hombre; conciencia y cuerpo, psiquis y soma.
Si se recurre a los datos proporcionados por la experimentación animal,
tan cultivada actualmente, también la interpretación estrictamente meca­
nicista del behaviorismo radical se ha visto superada al comprobarse que
la cortesa cerebral, en la mayor parte de su actividad funcional, no operar
como se pretendía, a manera de una central que recibe "llamadas" de estí­
mulos y automáticamente funciona con respuestas preestablecidas, sino que
la cortesa cerebral en su actividad es "equipotencial”, es decir, que cada
zona puede funcionalmente sustituir a otras, haciéndose responsable de las
actividades de éstas. Es decir, que la corteza cerebral, que representa la
parte más diferenciada, o por así decir, más perfecta del sistema nervioso,
se adapta funcionalmente y en todo momento a las situaciones estimu­
lantes, que solicitan su actividad mediadora de una respuesta, tanto como
a circunstancias subjetivas.
Estas dos cualidades del sistema nervioso—equípot'encialidad y plasti­
cidad—son las que garantizan el carácter opcional, autónomo o indetermi­
4 Introducción

nado del conjunto de respuestas que, debidamente coordinadas, constitu­


yen los fenómenos de expresión de la conducta. —
La psicología actual se orienta, pues, por nuevos cauces; desde una
revisión de la posición concieneista, desde un behaviorismo renovado, y
desde las adquisiciones puramente experimentales de la psicología fisioló­
gica, la psicología se define hoy como ciencia de la conducta, entendida ésta,
no como mera actividad somática fneuro-hormonal principalmente), ni como
puro acto de conciencia, sino como actividad subjetlvada.
Estas nuevas tendencias no evitan que desde el campo de la pura expe­
rimentación, muchos autores sigan planteando, y hasta intentado resolver,
problemas psicológicos que, en su contenido, así como en 2a metodología
que le es adecuada, trascienden por completo los limites, síevipre reducidos,
de la técnica experimental.

Son muchas las obras de psicología experimental en las que el proble­


ma fundamental de la naturaleza de las relaciones del alma con el cuerpo
se plantea en los siguientes o similares términos:

“ El propósito de nuestra obra es cubrir todo el campo de la psi­


cología fisiológica: las reacciones de una célula nerviosa aislada o de
la fibra muscular; el tiempo de reacción de las articulaciones existen­
tes entre las células nerviosas (sinapsís); los niveles del sistema
nervioso; las reacciones plásticas del sistema nervioso en relación con
los fenómenos de aprendizaje; las reacciones de la corteza cerebral;
y, finalmente, las relaciones entre el cerebro y la mente.”
Y a continuación:
"He aquí algunas de las cuestiones fundamentales que nos plan­
teamos: Qué tipo de seres somos nosotros. Si estamos realmente
compuestos de dos “ substancias", espíritu y materia. Procesos que
intervienen en los fenómenos de percepción y volición. Cómo se re­
lacionan los estados de conciencia con las actividades cerebrales.
Cómo se relaciona esa entidad denominada el “yo” con esa cosa que
llamamos "cuerpo” .*
« D e sc a r t e s fracasó en su intento de dar respuesta a estos proble­
mas, porque su ciencia, demasiado primitiva, desacreditó a su sistema
dualísta-interaccionista. Los importantes avances conseguidos con
la técnica electrónica hacen posible que intentemos responder a estas
cuestiones, al menos en alguno de sus aspectos. Para este propósito
el dualismo cartesiano se hace válido como hipótesis de trabajo,
puesto que lo que se intenta obtener es un conocimiento científico
más profundo acerca de la naturaleza del hombre." *.

La lectura detenida de esta extensa cita dará al estudiante una idea de


cómo la ausencia de conocimientos epistemológicos, la ignorancia de lo que
a la elaboración científica aporta la lógica y la falta de ideas claras sobre
lo que es la estructura de la ciencia, lleva a tantos autores a mezclar, sin
discriminación alguna, cuestiones que pertenecen ya a la pura técnica
* Eccles, j. C.: The Neurophysiological Basis of Mind, 1952, Introduc­
ción.
M. Ubeda Purkiss 5

experimental, ya a las especulaciones de la ciencia filosófica y de la psico­


logía racional, campos Que exigen hábitos mentales y métodos científicos
bien diversos.

Al estudiar los mecanismos de la conducta, la primera cuestión que se


plantea la psicología es conocer cómo influyen en ella los procesos sensoria­
les y en qué medida son capaces de dirigirla y controlarla. Se sabe que su
influencia y control lo ejerce por medio del sistema nervioso, que, en esen­
cia constituye una sistema transmisor. El sistema nervioso, en su actividad
más elemental (movimiento reflejo), se comporta como simple “ línea” de
comunicación entre un estimulo (interno o externo) que, actuando sobre
los órganos de los sentidos, da origen a una actividad (neuro-sensorial),
que a través de las estructuras más complejas del cerebro, pone en función
actividades de respuesta a cargo de músculos y glándulas. Esta simple
acción transmisora puede complicarse con un determinado número de fac­
tores, dando lugar a mecanismos de respuesta mucho más complejos. El
análisis de estos procesos sensoriales lleva al psicólogo a plantearse qué
relación existe entre la complejidad de los mecanismos sensoriales y los
diversos niveles de conducta.
Esta inquisición, que a primera vista parecería fácil, encuentra serías
dificultades. Los hallazgos experimentales de las últimas décadas han con­
tribuido poderosamente al esclarecimiento del papel mediador que el sis­
tema nervioso juega en los procesos psíquicos; pero se está aún muy lejos
de poseer un conocimiento satisfactorio de la relación que existe entre
procesos neuro-hormonales y actividades sensoriales. Merced a las técnicas
experimentales, escribe A d r iá n , s e pueden seguir los impulsos nerviosos
desde los órganos receptores sensoriales hasta el cerebro, y desde éste a los
órganos ejecutores. Pero cuando se intenta descubrir los mecanismos últi­
mos de las funciones cerebrales en virtud de las cuales tieTie lugar la “ tra­
ducción” de las actividades propias de un estímulo sensorial a r e s p u e s t a s
s ig n if ic a t iv a s d e u n a c o n d u t a , "comienzan a surgir curiosas e intangibles
dificultades que las técnicas no llegan a alcanzar"'. Sobre estas “ curiosas
e intangibles dificultades” , la opinión de los psicólogos contemporáneos se
encuentra dividida: algunos creen que el desarrollo progresivo de las téc­
nicas electrónicas o similares pondrán con el tiempo en manos del cientí­
fico los instrumentos adecuados para descubrir hasta sus últimas conse­
cuencias los secretos de los fenómenos psico-somáticos; otros, más juiciosos
en el enfoque de estas cuestiones, afirman que el conocimiento último de
estos fenómenos, es decir, el llegar a alcanzar la n a t u r a le z a de ¡o s mismos,
es problema que, trascendiendo los límites del científico experimentalista,
compete a la filosofía de la naturaleza.
Y es que en este problema, como en casi todos los que se plantea la
psicología, subyace la eterna cuestión de la constitución del hombre en su
doble realidad corporal y anímica o psico-somática, como se enuncia hoy,
cuestión que compete a la psicología racional o, si se quiere, a la antropolo­
gía, ramas de la filosofía de la naturaleza que entienden en el estudio de las
r a z o n e s ú lt im a s de los fenómenos psíquicos que definen la conducta del
hombre.
6 Introducción

En él estudio de los d in a m is m o s s e n s o r ia le s en sus formas más comple­


tas, por ejemplo en los p r o c e s o s d e p e r c e p c ió n , la psicología experimental
implica, sin solución de continuidad, p r o c e s o s que pertenecen a niveles psí­
quicos diversos: el sensorial u orgánico y el intelectivo, estrictamente racio­
nal. Cierto que la realidad observable ofrece todos estos procesos confun­
didos y como expresión de la totalidad integral y unitaria que es el hombre.
Función propia de la ciencia es analizar esa realidad en su diversidad
fenomenológica, para mejor comprender cada uno de los componentes que
la integran, pero sin confundir funciones o procesos que pertenecen a nive­
les distintos. Después, y bajo los principios de la psicología racional, debe
reestructurar el resultado de dichos análisis en la totalidad integral con
que se ofrecen en la realidad.
Pero la psicología experimental desestimó el valor científico y hasta
negó licitud a los principios de la psicología racional, sin ayuda de los
cuales se hace difícil esa reestructuración de los fenómenos analizados en
la totalidad integrada del sujeto.
Lo cierto es que cuanto más a fondo se estudian estos principios, tal y
como fueron concebidos y formulados en las obras de S a n to T o m á s , y a la
vista de los estudios e interpretaciones de la psicología experimental actual,
más se llega al convencimiento de que entre ambos, y por estar situados
en un distinto nivel de conocimiento científico, lejos de existir contradic­
ción, se da una armonía que resplandece tanto más cuanto mayor y más
profunda es la comprensión de estos respectivos puntos de vista.
Una de las grandes dificultades que se presentan para realizar una
verdadera i n t e g r a c i ó n entre los principios psicológicos formulados por S anto
T o m á s , y ¡a s interpretaciones de la psicología experimental actual, está en
que precisamente por situarse en niveles distintos de conocimiento cientí­
fico no se pueden, como casi todos los autores intentan, establecer yuxta­
posiciones o paralelismos entre los términos y conceptos psicológicos utili­
zados por ambos puntos de vista. Las categorías psíquicas en ambos extre­
mos no son paralelas y es preciso “inventar” una terminología nueva que,
conservando el sentido verdadero de los conceptos, acerque entre si a los
que son a fin e s , por referirse a una misma realidad psíquica. Este ha de ser
el primer paso para poder alcanzar ulteriores entendimientos.
Un ejemplo: la psicología actual es eminentemente dinámica; al analizar
un fenómeno lo hace en función del p r o c e s o , es decir, del contexto de facto­
res o funciones en que se da dicho fenómeno. Esto es muy claro en cualquier
capitulo de la psicología. Así, se habla de los p r o c e s o s perceptivos, de la
motivación o del aprendizaje. Pues bien: cuanto más a fondo se estudia la
exposición que S an to T om ás hace de las teorías o interpretaciones que en
su sistema doctrinal corresponden a estos p r o c e s o s , s a lv a d a s las diferencias
que acabamos de s e ñ a la r , más se llega al convencimiento de que u n p r i n c i ­
p i o d e d in a m is m o i n t e g r a d o r d e d iv e r s a s f u n c i o n e s preside toda la concep­
ción formulada por S a n t o T om ás sobre estas cuestiones. Esto es a s í porque,
como ya se dijo, la psicología actual estudia los fenómenos psíquicos desde
el punto de vista de su causa material, es decir, analizándolos en sus detalles
morfológicos, estructurales o funcionales, mientras que la psicología d e s a r r o ­
ll a d a por S an to T om ás estudia la realidad psíquica desde el punto de vista
de Za causa formal, e s decir, de las r a z o n e s ú lt im a s , del p o r q u é, de la n a t u ­
M. Ubeda Purkiss 7

raleza, de todos los mecanismos que constituyen la “ materialidad teñóme-


nológica” de la realidad psíquica. Pero es precisamente en el conocimiento
de la formalidad que se encierra en todo fenómeno, donde verdaderamente
encontramos su contenido psíquico. Por esta razón las interpretaciones y
los conceptos de la psicología actual están tantas veces desprovistos de
contenido psicológico verdadero. Se trata, podríamos decir, de una psico­
logía extrínseca, esto es, planteada y vista desde los factores que determinan
la realidad psíquica, pero no desde esa realidad misma.
El tema de las bases orgánicas, y más concretamente nerviosas, de la
conciencia ha sido recientemente abordado en diversas reuniones científi­
cas y ■publicaciones colectivas.
En todas ellas se aprecia que la realidad experimental a la que se refie­
ren los distintos autores es radicalmente diversa y que el concepto de
conciencia tiene para cada uno significados totalmente distintos. Baste con
recoger algunas definiciones:
Conciencia es:

“El estado de excitabilidad general del organismo" (H e s s ).

“La integración misma, la relación de una parte funcionante con


otra” (S . C obb ).

“Es una integración experimentada o vivenciada” ( F ess a b d ).

“La existencia de algo llamado conciencia es una venerable hipó­


tesis; no un dato directamente observable, sino una inferencia de
otros hechos" (H ebb ).

“La conciencia de algo implica y depende de la habilidad de dife­


renciar el mundo del Yo, del mundo del no Yo” ( K übie ).

A partir de esta disparidad de conceptos, los experimentálístas intentan


responsabilizar a una determinada estructura del sistema nervioso central
de ser el substratum mediador de funciones tan diversamente concebidas.
De aquí podemos deducir: primero, que cuando distintos autores emplean
el término de conciencia están refiriéndose a funciones o realidades com­
pletamente diversas. Segundo, si esto es así, ¿cómo se puede afirmar que
funciones o realidades tan dispares puedan tener como substratum orgáni­
co la misma estructura o la misma base funcional en el sistema nervioso?
Se incurre en estas contradicciones por aplicar el término de conciencia en
un sentido univoco, tanto a la conciencia inferior o experiencia sensorial,
como a la superior o experiencia de la propia realidad subjetivo-personai.
A la vista de estas definiciones podemos observar también cómo se
confunden, como si se tratara de una sola y única realidad, la conciencia
sensorial, es decir, la experiencia que el sujeto tiene de “ haber sentido" algo,
con la conciencia de orden superior, en virtud de la cual el sujeto se expe­
rimenta o vivencia como un ser cerrad o sobre sí mismo, capaz de volver
sobre sus actos, y abierto a la realidad circundante; es decir, la experiencia
de ser un “yo” .
La psicología de S an t o T om As estudia con profundidad el concepto aná­
8 Introducción

logo de la conciencia. A la concieticia sensorial llega, mediante un minucioso


análisis de los elementos funcionales (pie integran el proceso de la síntesis
perceptiva.
Acerca del proceso perceptivo, la psicología actual se esfuerza por descu­
brir la naturaleza de la síntesis perceptiva. Reduciendo este problema a
términos neuronales, investiga acerca de la interrelación de los complicados
circuitos cerebrales, y en el conocimiento de estos procesos intenta encon­
trar respuesta satisfactoria a este problema. Hoy por hoy, todo lo que sabe­
mos es que la actividad de los órganos de los sentidos se proyecta sobre unas
determinadas zonas de la corteza cerebral y que allí, en una red de compli­
cados circuitos neuronales, con funciones integradoras más complejas todar-
vía, tiene lugar el proceso que denominamos intermediario, de carácter
psicofisiològico, en virtud del cual el sujeto percibe la unidad del objeto,
que en su realidad física está constituido por una serie de cualidades sensi­
bles (forma, color, peso, olor, etc.).
S an to T om ás estudia el proceso perceptivo, pero naturalmente no desde el
punto de vista de las estructuras y funciones nerviosas que intervienen en él,
sino desde su formalidad y realidad psíquica sensorial, en la cual intervie­
nen determinados órganos (causa material).
Esta primera y rudimentaria experiencia del orden subjetivo, que es la
síntesis perceptiva, corresponde al llamado “ sensus communis” , que es
concebido como proceso de integración objetivo-subjetivo-sensorial prima­
rio. Por definición competen a este proceso dos funciones:

Primera. Función de integración objetiva, en virtud de la cual las


diversas cualidades se7 isib les, r e c ib id a s independientemente por ios
distintos sentidos externos, son experimentadas y distinguidas por el
sujeto como diferentes unas de otras, y son, además, reconocidas por
él en una primera síntesis perceptivo-objetíva, como pertenecientes a
una única realidad física: el objetivo-estímulo.

Segunda. Función de integración subjetiva primaria. La síntesis


comparativa-abstractiva de las diversas cualidades sensibles es posible
porque la actividad de los diversos sentidos es resumida o integrada
por una función superior—la del sensus communis—en virtud de la
cual la actividad de los distintos sentidos es referida a la unidad del
sujeto sentiente: las diversas inmutaciones sensoriales que me llegan
a través de mis diversos órganos de los sentidos me afectan y las
percibo incorporadas o integradas en la unidad viviente, o vital, de mi
propio ser sentiente.

Por la síntesis sensorial o integración primaria que realiza el sensus com­


munis, la actividad sensorial original se perfecciona, se inmaterializa (con­
cepto característico de la psicología de S an to T o m á s ), al hacerse consciente
y revelar, por una parte, la dualidad implícita en la unidad acto-objeto, y,
por otra, evidencia también la unidad del sujeto que percibe y reconoce la
pluralidad de cualidades sensibles en la síntesis perceptiva del objeto total.
Es decir, que, en último análisis, la unidad del objeto (diverso en cuanto
a sus cualidades sensibles como cosa o realidad física) es reconocido en vir­
M. Ubeda Purkiss 9

tud de la función integradora perceptiva que supone la experiencia subje­


tiva de la unidad vital de un sujeto sentiente. Y es en esta síntesis, encuen­
tro o asimilación subjetivo-objetiva en donde está, para la psicología de
S a n t o T ocias , la razón última del proceso perceptivo-sensorial.
Claro £stá que siendo la actividad sensorial común al hombre y a los ani­
males, cabe preguntarse si la experiencia sensorial, tal y como la hemos
descrito, es aplicable también al animal. La cuestión es importante, porque
una de las objeciones más serias que puede y debe hacerse a la psicología
experimental, sobre todo a la de antecedentes behavioristas, es la de aplicar,
sin solución de continuidad, las conclusiones experimentales obtenidas en
animales, al ser humano.
La filosofía natural (y aquí del valor orientador de sus principios para
la ciencia experimental pura) afirma, que la naturalesa animal es de diversa
especie que la naturaleza humana, y que todas las funciones, por inferiores
que sean, se realizan participando de la naturalesa a la cual pertenecen. Es
decir, que la sensación que experimenta un animal no puede identificarse
con la sensación, fenómeno humano. Esta última participa de la superior
dignidad ontològica, racional, de la naturaleza humana. Y es precisamente
en la capacidad rudimentaria reflexiva o de “ subjetivación" de las cualida­
des sensibles donde se distinguen radicalmente la sensación humana y la
del animal. Aquélla, en virtud de la dignidad superior de la naturaleza racio­
nal, refleja o participa¡ bien que rudimentariamente, de la posibilidad que
tienen las facultades intelectuales de volver sobre sus propios actos, es decir,
de ser reflexivas.

El estudio de las funciones y actividades dei sistema nervioso central rea­


lizado en estos últimos años ha proporcionado datos de indudable valor,
relativos al conocimiento de lo que la psicologia escolástica denomina la
causa material de los procesos sensoriales.
Estos hallazgos revelan que la inmutación provocada por el estímulo
sigue a lo largo del sistema nervioso un doble recorrido. Uno ràpido, y en
virtud del cual el estímulo sensorial, " traducido” en forma de corriente de
impulsos nerviosos, llega hasta la corteza del cerebro y alli " proyecta” una
imagen que representa una réplica del objeto estimulante. Es decir, que la
forma de un objeto que, por ejemplo, se toca, es reproducida en la corteza
que denominamos táctil o somestésica, con dimensiones proporcionadas con
las de la realidad física de dicho objeto.
Igualmente la “figura que vemos’' tiene su correspondiente réplica en la
corteza visual: bien que en este caso, como en el de la audición, la corres­
pondencia proporcional entre el estímulo y su representación en la corteza
sensorial, visual y auditiva, se establezca según el factor temporal, esto es,
en términos de una determinada frecuencia.
Además de esta proyección estrictamente objetiva, se da otra, más lenta
que la anterior, es decir, que la primera le precede en unas décimas de mili-
segundo que, siguiendo vías nerviosas diferentes, alcanza estructuras del
sistema nervioso central que están en la vecindad de los centros vegetativos
o neuro-hormonales que regulan el ritmo vital del sujeto. Y, naturalmente,
ambas estructuras se relacionan funcionalmente de tal manera que la acti-
10 Introducción

vidad provocada por el estimulo sensorial, a través de estas vías, se integra


en la actividad que regula el ritmo vital del sujeto.
Finalmente, ambas actividades, la objetivante y la vital, se integran y
relacionan entre si en los dinamismos de integración última proye d ivo-
representativa y vegetativo-vital que se dan en la corteza cerebral como
estructura superior del sistema nervioso que actúa como substratum media­
dor en el proceso psico-fisiológico de síntesis subjetivo-objetiva.

Los análisis que acabamos de hacer no suponen más que un simple inten­
to de acercamiento entre los puntos de vista de la psicología de S an to T omás
y él estado actual de los conocimientos experimentales acerca del proceso
sensorial. Como se ve, este acercamiento no sólo es posible, sino fructífero,
pues con él ambos puntas de vista se enriquecen y completan mutuamente.
Ello exige un conocimiento crítico, y no de tal o cual dato o conclusión
experimental, más o menos provisional e insuficientemente verificada, sino
de la marcha general de la ciencia experimental en sus conclusiones adecua­
damente valoradas en su contexto experimental y en su interpretación
hipotético-deductiva. También exige una indagación de los principios de la
psicología de S an to T om á s , no limitándose al análisis textual de fórmulas
repetidas una y otra vez por sus comentaristas, o a consideraciones exegéti­
cas de valor puramente histórico de los textos de S an to T omás
En materia psicológica, y sobre todo en lo que se refiere a la psicología
de funciones orgánicas o sensoriales, la interpretación última de la doctrina
de S a n t o T om ás exige, si quiere ser científicamente fecunda, un conocimien­
to de primera mano de la ciencia experimental de nuestros días.

M. ü. P., o. p.
CONTENIDO

Págs.

Introducción a la versión española............................................................ 9


Prefacio a la edición revisada................................................................... 21
Prólogo a ¡a primera edición, por El Dr. Rudolf Alleus ................... 25
Gratitud ........................................................................................................ 35
1. Primera edición, 35.—2. Segunda edición, 36.

I n troducción ............................................................. .................................. 37

Capitulo 1.—LA PSICOLOGIA DE TOMAS DE AQUINO....................... 37


1. Los Caminos de la Sabiduría, 37.—2. Puntos de partida, 38.—
3. La Psicología de Santo Tomás, 40.—I. Método, 40.—n . Intros­
pección, 42.—HI. Contenido, 44.—4. Aquino y Aristóteles, 46.—
5. Aquino y la Psicología moderna, 48.
Bibliografía al Capítulo I ..................................................................... 50

•Capitulo 2.—CONCEPTO DE PSICOLOGIA GENERAL............ 51


1. Discusión terminológica, 51.—2. El Estudio del Hombre en cuan­
to hombre, 51.—3. El significado tomista de Ciencia, 52.—4. El
significado moderno de Ciencia, 54.—5. Psicología científica y
Psicología filosófica, 57.— 6. Noción de Psicología general, 59.—
7. El valor de la Psicología filosófica, 60.—8. El valor de la Psico­
logía científica, 81.
Bibliografia al Capítulo I I .................................................................. 63

Libro primero: VIDA VEGETATIVA

Sección I .— L a c i e n c i a d e l o r g a n is m o

Capítulo 3.—EL CONCEPTO DE VIDA ORGANICA................................ 67


1. Biología del organismo, 67.—2. Estructura de la célula, 68.—
I. Citoplasma, 68.—II, Núcleo, 69.—III, Composición química de
la célula, 70.—IV. El Cuerpo Humano, 71.—3. Funciones de la cé­
lula, 72.—I. Metabolismo, 72,—II. Crecimiento y Desarrollo, 72.
12 Contenido

Págs.

III. R e p r o d u c c i ó n , 72. — IV. M o v im ie n t o s d e a d a p ta c ió n , 73.—


V. C o m p o r t a m i e n t o v e g e t a t i v o del h o m b r e , 75.
Bibliografía al Capitulo 111 ................................................................. 76

Sección II.—F il o s o f ía de l a v id a o r g á n ic a

Capítulo 4 .—TEORIA DE LA MATERIA Y DE LA FORMA ........ ........ 77


1 Naturaleza de los cuerpos físicos, 77.—2. Noción de cambio acci­
dental y cambio sustancial, 77.—3. Implicaciones filosóficas del
cambio sustancial, 78.—4. Términos de la teoría de la materia y la
forma, 79.-^5. Valor de la teoría de la materia y la forma, 81.
Bibliografía al Capitulo IV ............................ .................................. 82

Capítulo 5.—NATURALEZA DE LA VIDA ORGANICA ........................ 85


1. Concepto filosófico de vida, 83.—2. Teorías mecanicistas de la
vida, 84.—I. Mecanicismo absoluto. 84.—II. Evolución emergen­
te, 85.—III. Mecanicismo teísta, 86.—3. Valoración de las teorías
mecanicistas, 86. — I. Mecanicismo absoluto, 86. — n . Evolución
emergente, 86.—III. Mecanicismo teísta, 88.—4. Teorías vitalicias
de la Vida, 88.—I. Teorías de la emergencia vital, 88.—II. Teoría
de la entelequia o del agente formativo de Dreesch, 89.—m . Teo­
ría aristotélica del principio vital, 90.—5. Valoración de las teorías
vítalistas, 91.—I. Teorías de la energía vital, 91.—II. Teoría de la
entelequia o del agente formativo de Driesch, 91.—III. Teoría
aristotélica del principio vital, 92.—A. Unidad biológica, 92.—
B. Finalidad intrínseca de las funciones vitales, 93.—C. Flexibilidad
de las propiedades vitales, 93.—D. Ley de la conservación, 94.—
6. Naturaleza del principio vital, 95.—I. Acto primero, 95.—II. Or­
ganismo natural y organizado, 95.—III. Organismo potencialmen­
te vivo, 96,
Bibliografía al Capítulo V ................................................................... 98

Capítulo 6.—ORIGEN Y DESTINO DE LA VIDA ORGANICA............. 99


1. Origen de la vida en la tierra, 99.—2. Teorías de la emergencia
absoluta, 100.—I. Formas de emergencia absoluta, 100.—II. Va­
loración, 101.—3. Teoría de la creación, 103,—I. Dios como origen
directo de la vida, 103.—II. Valoración, 103.—4. Teoría de la emer­
gencia restringida, 105.—I. Dios como origen indirecto de la
vida, 104.—II. Valoración, 104.—5. El origen de la vida orgánica
en el momento actual, 106.—6. La Causa final de la vida orgáni­
ca, 107.
Bibliografía al Capítulo VI ...................................... 108

Libro segundo: V ID A S E N S IT IV A

Sección I.—L a c ie n c ia de l a vida s e n s it iv a

Capítulo 7.—EL PROBLEMA DE LA CONCIENCIA ................................. 111


1. Significado de la conciencia, 111.—2. Escuelas Psicológicas, 113.
3. Estructuralísmo, 114.—4. Funcionalismo, 115,—5. Psicología Hór-
mica, 116.—6. Befiaviorismo o conductismo, 117.—7. Psicología
Contenido 13

Pág s.

agestáltica», o de la forma, 118.—8. Escuela psicoanalittca, 119.—


9. Comentario sobre las escuelas, 120.—10. Psicología tradicio­
nal, 121.
Bibliografía al Capítulo V I I ................................................................ 123

Capitulo 8.—LA BASE ORGANICA DE LA CONCIENCIA...................... 125


Parte I.— E structura del s is t e m a n e r v io so ... ... ...................................... 125
1. La Neurona, 125.—2. El Sistema nervioso cerebroespinal, 126.
3. El sistema nervioso autónomo, 128.
Parte II.—F u n cio n e s del s is t e m a n e r v i o s o ............. ........................ 129
1. Concepto de reflejo, 129.—2. Características del reflejo, 130.—
3. Reflejos simples, 130.—4. El reflejo condicionado, 131.
Bibliografía al Capítulo V l l l ................................................................ 133

Capítulo 9.—LA SENSACION...................................................................... 135


1. Concepto de sensación, 135.—2. Análisis de la sensación, 137.—
3. Cualidad de la sensación, 138.—4. Intensidad de la sensación,
139.—5. Duración de la sensación, 140.—6. El objeto en la con­
ciencia, 140.
Bibliografía al Capítulo I X ................................................................. 141

Capitulo 10.—SOMESTESIA ............. ........................ ............................. 14S


1. La Piel, 143.—2. Sensaciones táctiles o de presión, 144.—3. Sen­
saciones ¿olorosas, 145.—4. Sensaciones térmicas, 146.—5. Sensa­
ciones de movimiento, 147.—A, Músculos, 147.—B. Tendones, 147.
C. Articulaciones, 148.—6. Sensaciones de equilibrio, 148.—A. Equi­
librio estático, 148.—B. Equilibrio dinámico, 149.—7. Sensaciones
orgánicas, 150.—I. Necesidades corporales, 150.—II. Satisfacciones
corporales, 151.—III. Fatiga corporal, 172.—IV. Sensaciones que
acompañan a la enfermedad, 152.—V. Bienestar corporal, 153.
Bibliografía al Capítulo X .................................................................. 154

Capítulo 11.—LOS SENTIDOS QUIMICOS .............................................. 155


Parte primera.— E l O l f a t o ................................................................... 155
1. Organismos receptores, 155.—2. Estimulación, 156.—3. Cualidad,
156.—4. Umbral, 157.—5. Adaptación, 157.
Parte II.— E l G u s t o ............................................................................... 158
1. Organos receptores, 158.—2. Estimulación, 159.—3. Cualidad, 159.
4. Umbral, 160.—-5. Adaptación, 160.—6. Comparación entre el gus­
to y el olfato, 161.
Bibliografía al Capítulo X I ................................................................. 162

Capítulo 12.—LA AUDICION........................... . ... .................................. 163


1. Estimulo, 163.—2. Estructura del oido, 164.—I. Oído externo,
164.—n . Oido medio, 164.—III. Oído interno, 165.—3. Estimula­
ción, 166.—4. Sensaciones auditivas, 168.—I. Sonidos musicales,
168.—5. Teorías sobre la audición, 170.—I. Teoría de la resonancia,
170.—II. Teoría telefónica, 171.—III. Teoría de la descarga, 171.—
IV. Teoría de la configuración tonal, 172.
Bibliografía al Capítulo X I I ...................................... ....................... 172

Capítulo 13.—LA VISION............................................................................ 173


1. Estímulo, 173.—2. Estructura del ojo, 173.—3. Estimulación, 175.
14 Contenido

Págs.

4 Las maravillas de la visión del ojo, 176.—5. ScnsciciOiics visuales


cromáticas 176.—I. Matiz, 176.—n . Saturación, 177.—III. Bri­
llo 177 _0 Sensaciones acromáticas, 178.—7. Peculiaridades de
la 'respuesta visual. 179.—I. Adaptación a la luz y a la oscuridad,
179 _2i imagen consecutiva, 179.—III. Contraste cromático,
18q'__rv Ceguera cromática, 180.—8. Teoría de la duplicidad, 181.
9 Teoría de la visión cromàtica, 182.—I. Teoria de Y o u n g - H el -
m holtz , 182.—II. Teoria de H e r in g , 183.—HI. Teoria de Ladd-Fhan-
ot.tw, 183.—10. Resumen, 184.

Bibliografìa al Capitulo X I I I ............................................................... 185

Capítulo 14—SENTIDO COMUN Y PERCEPCION ................................. 187


1. Los sentidos internos, 187—2. Concento de sentido común, 188.
3. Los Objetos del sentido común, 188.—4. Naturaleza psicosomátí-
tica del sentido común, 189.—I. Elemento psíquico, 189.—II. El
elemento somático, 190.—5. Características espaciales de la Per­
cepción, 191.—I. Extensión en superficie, 191.—II. Forma, 192.—
n i. Solidez, 192.—IV. Distancia, 193.—V. Tamaño, 194.—VI. Mo­
vimiento, 194.—fi. Características temporales de la percepción, 195.
I. Duración, 196.—II. Ritmo, 197.—7. El sentido común y la teoría
<gestálticav, 198.—8. Particularidades de la percepción, 199.—I. Am­
bigüedades, 199.—n . Ilusiones, 201.—9. Fuentes de la ilusión, 202.—
10. Ilusión e Ilación, 204.—11. El papel de la percepción en el co­
nocimiento, 205.
Bibliografía al Capítulo X I V ............................................................... 206

Capitulo 15.—IMAGINACION .................................................................... 207


1. Concepto, 207.—2. Naturaleza psicosomàtica de la imaginación,
207.—I. Elemento psíquico, 207.—II. Elemento somático, 208.—
3. Diferenciación entre imagen y percepción, 209.—4. El efecto
motor de la imágenes, 210.—5. Tipos de imágenes, 210.—I. Imáge­
nes sensoriales, 210.—II. Imágenes eidéticas, 211.—III. Imágenes
alucinatorias, 212.—IV. Imágenes hípnagóglcas, 212.—6. Los sue­
ños, 212.—I. Estimulo, 213.—II. Interpretación, 213.—7. Imagina­
ción reproductora y creadora, 214.—8. Fapel de la imaginación en
la vida mental, 215.
Bibliografía al Capítulo XV ................................................ ............. 216

Capítulo XVL^-MEMORIA.......................................................................... 217


I, Concepto de memoria, 217.—2. Naturaleza psicosomática de la
memoria, 217.—I. Elemento psíquico, 217.—II. Elemento somáti­
co, 218.—3. Memoria y Reminiscencia, 219.— 4. Leyes de la asocia­
ción, 219.—5. El Aprendizaje, 220.—I. Curvas del aprendizaje, 220.
II. Materia del aprendizaje, 221.—III. Sujeto del aprendizaje, 222.
IV. Proceso del aprendizaje, 224.—6. Retención, 226.—I. Curva de
retención, 226.—II. Inhibición retroactiva, 227.—III. Cambios de
ambiente, 228.—7. <Testsv de asociación, 229.—8. Papel de la me­
moria en la vida mental, 230.—9. Reglas para cultivar la memo­
ria, 230.
Bibliografía al Capítulo X V I ............................................................... 231

Capitulo 17.—SENTIDO ESTIMATIVO E INSTINTO............................. 233


1, El Sentido estimativo, 233.—I. El sentido estimativo en el ani­
mal, 233.—n . El sentido estimativo en el hombre, 234.-2. Concep-
Contenido 15

Págs.

to del instinto, 234.—3. Naturaleza psicosomàtica del instinto, 235.


I. Elemento psíquico, 235.—II. Elemento somático, 236.—4. Carácter
finalista de los instintos, 23G.—5. Clasificación de los instintos, 237.
6. Desarrollo y modificación de los instintos, 238.—I. Desarrollo,
238.—II. Modificación, 239.—7. Teorías sobre el instinto, 240.—8. Va­
loración, 241.—I. Teoria del control reflejo, 241,—II. Teoría del
control intelectual, 241.—III, Teoria del control sensitivo, 242,—
9. Papel del instinto en el hombre, 243.—10. El sentido cogitativo
y la vida mental, 243.
Bibliografía al Capítulo X V I I .............................................................. .. 244

Capítulo 18,—VIDA EMOCIONAL Y CONDUCTA EXTERNA ............. ..245


Parte Primera.—Los A p e t it o s s e n s ib l e s ......................................... 245
1. Concepto de apetito, 245,—2. Tipos de apetito sensible, 245.—
3. Los actos del apetito sensible, 246.—I. Sentimiento, 247.—
H. Emoción, 248.—A, Causa eficiente, 248.—B. Causa formal, 249.—
C, Causa material, 249.—D. Causa final, 249.—4. Clasificación de
las emociones según Santo Tomás, 249,—5. Estudios experimen­
tales, 250.—I. Estímulos favorables y desfavorables, 250.—II. Pre­
sencia y ausencia de estímulo, 252.—in . La dificultad del estí­
mulo, 252.—IV. Inclinación y aversión, 253.—V, Factores de
tranquilidad y emergencia, 253.—6. Teorías sobre la emoción,
254.—I. Teoría de D a r w t n , 254.—II. Teoría de J a m e s - L a n g e , 254,—
III. Teoría talámica, 254.—IV, Otras teorías, 255.—V. Comentario
final sobre las teorías, 256.— 7. Control de las emociones, 257.
Parte II.—E l m o v im ie n t o local ....................... . ............................. 258
1. Significado de conducta externa, 258.—2. La conducta animal,
258.—3. La conducta humana, 259,
Bibliografía al Capitulo XVIII ......................................................... 260

Sección II.— F i l o s o f í a de l a vida s e n s i t i v a

Capítulo 19.—NATURALEZA DE LA VIDA SENSITIVA ........................ 261


1, Distinción entre la planta y el animal, 261,—2. El principio de
la vida sensitiva, 262.—I. Conocimiento, 252.—II. Orexis, 262.—
III. Comportamiento externo, 263.—3. El animal, compuesto de
alma y cuerpo, 264.—4. Unidad psicosomàtica del animal, 264.
Bibliografia al Capitulo X IX ............................................................. 265

Capítulo 20.—ORIGEN Y DESTINO DE LA VIDA ANIMAL................... 267


Parte primera.— C o n sid e ra c io n e s p r e l im in a r e s ............................ 267
' 1. Limites de la teorización científica, 267.—2. Dos principios filo­
sóficos, 267.—I. El principio de continuidad, 267.—n . El principio
de la proporción causal, 268.-3. Evolución y especie, 268-—I. La
especie en la ciencia, 269.—n . La especie en la filosofía, 269.
Parte II.—La evolución de l a s e s p e c i e s ............................................. 270
I. El hecho probable de la evolución. 270.—I. Paleontologia, 270.—
II. Genética, 270.—III. Factores activos de la naturaleza, 272.—
IV. Estudios comparativos, 272.—V. Conclusión, 274.—2. Teorías
de la evolución, 274.—I, Teoria de Darwin, 274.—II Teoría de La-
marck, 275,—III. Teoría de Buffon-Hilaire, 276.—IV. Teoría vita­
lista, 276.—3. La evolución del cuerpo humano, 277.—I. Anatomía,
277.—n . Embriología y fisiología, 278.—m . Organos rudimenta-
16 Contenido

Págs.

ríos 278—IV Paleontología, 279— a) Hombre de Kanam, 279.—


bj Hombre de Foxhall, 2 7 9 c> Pithecanthropus erectus (hom­
bre-mono erecto), 279.^-d) Sinanthropus Pekinensis (Chino de
Pekín) 279.—e) Hombre auroral de Piltdown, 280.—/; Hombre de
Rhodesia 280 —g) Hombre de Heidelberg, 280.—h) Hombres nean-
derthaloldes, 280.— Hombre de Cro-Magnon, 280—V. Conclu­
sión, 281.
Parte III.—E l o r ig e n de la vida a n im a l ........................................ 281
1 En sus comienzos, 281—I. Teoría de la emergencia absoluta,
281 __ii. Teoría de la creación, 282.—III. Teoría de la emergencia
restringida, 282.-2. En el presente, 283.
Parte IV.—E l d e s t in o de la v id a a n im a l ........................................ 2&4
Bibliografía al Capítulo X X .............................................................. 285

Libro tercero: VIDA INTELECTUAL

Sección I.— La c ie n c ia de l a v id a i n t e l e c t u a l

Capítulo 21.—LA MENTE HUMANA ........................................................ 28fl


1. Gama de las facultades humanas, 289.—2. Métodos de estudio,
289.—3. Concepto de inteligencia, 290.—4. Principios de la inte­
ligencia, 291.
Bibliografía al Capítulo X X I ............................................................. 293

Capitulo 22.—EL PROCESO CONCEPTUAL............................................. 295


1. Significado del término «concepto», 295.—2. El proceso concep­
tual, 297.—3. papel del fantasma en el conocimiento intelectual,
299.—4. Estudios experimentales, 300.
Bibliografía al Capítulo X X I I ............................................................. 302

Capitulo 23.—EL PROCESO DEL JUICIO ................................................ 303


1. Carácter discursivo del intelecto, 303.—2. Concepto de juicio,
303.—3. Proceso del juicio, 304.—Distinción entre conocimiento
sensitivo y conocimiento intelectual, 306.—5. Estudios experimen­
tales, 307.
Bibliografía al Capítulo XXIII ........................................................ 308

Capítulo 24.—EL PROCESO INFERENCIAL............................................. 309


1. Concepto de inferencia, 309.—2. El proceso inferencíal, 309.—
3. El proceso inferencial en la ciencia y la filosofía, 310.—4. Es­
tudios experimentales, 311.—5. La memoria como función del in­
telecto, 311.
Bibliografía al Capítulo XXIV ......................................................... 312

Capitulo 25.—MOTIVACION....................................................................... 313


1. Orexis intelectual, 313.—2. El motivo intelectual, 313.—3. Con­
diciones de la motivación, 314.—4. Estudios experimentales, 315.
Bibliografía al Capítulo XXV .......................................................... 310
Contenido 17

Págs.

•Capítulo 26.—VOLICION............. ............................................................. 317


I. Concepto de volición, 317,—2. Formas de volición, 317.—3. Ca­
racterísticas generales de la volición, 349.—4. Rasgos particulares
de ¡a elección, 319.—5. Tendencias determinantes de la voluntad,
320.—6. Estudios experimentales, 322.—I. El acto voluntario, 322,—
II. Medición de la fuerza de voluntad, 323.
Bibliografia al Capitulo XXVI ......................................................... 324

Capitulo 27.—LA ATENCION .................................................................... 325


1, Concepto de atención, 325.—2. Abstracción, 325.—3. Clases de
atención, 326.—4, Cualidades de la atención, 327.—I. Amplitud,
327.—II. Intensidad, 328.—III. Fluctuación, 328.—5. Fenómenos
relacionados con el proceso de la atención, 329.—I. Fenómenos de
precedencia, 330.—II, Fenómenos concomitantes, 331,—III, Fenó­
menos consecutivos, 331.—6. Teoría sobre la atención, 331.
Bibliografía al Capitulo XXVII ......................................................... 333

Capítulo 28.—ASOCIACION Y PENSAMIENTO CREADOR.................. 335


1. La asociación y el acto volimtario, 335.—2. Actividad libre de
las imágenes e ideas, 335.—3. Actividad controlada de las imáge­
nes, 336,—4, El pensamiento creador, 377.
Bibliografía al Capítulo X X V I II .......................................................... 339

Capítulo 29,—LA ACCION EN EL HOMBRE ........................................ 341


I. Concepto de conducta humana, 341.—2. Amplitud de la con­
ducta humana, 341.—3. Derivación de la conducta de la volición,
342.—4, Papel de la imaginación en la conducta controlada, 344.—
5. Conductas especiales, 347.—I. Reacciones de defensa, 344.—
II. Reacciones sustitutivas, 345,—III. Solución de conflictos, 345.
Bibliografía al Capitulo X X IX ......................................................... 346

Capitulo 30.—HABITO ................................................................................ 347


1. Concepto de hábito, 347.—I. Permanencia, 347.—II. Desarrollo
por la inteligencia y la voluntad, 348.—III. Rapidez, facilidad y
placer en la acción, 349.—2. Bases del hábito, 349.—3. Tipos de
hábito, 350.—4. Evolución del hábito, 350.—5. Refuerzo y debili­
tamiento del hábito, 352,—6. Teorías sobre el hábito, 353.—I. In­
terpretación behaviorista, 353.—II. Interpretación pslcoanalítica,
354.—III. Interpretación hórmica, 354.—7. Control de los hábitos,
354.—I. Cultivo de hábitos deseables, 354.—II. Eliminación de
hábitos indeseables, 355.—8. Función del hábito en la vida men­
tal, 356,
Bibliografía al Capítulo X X X ............................................................. 357

Capitulo 31.—EL YO ................................................................................... 359


1. Concepto del yo, 359.—2. Distiriciones del Ego, 359.—I, Yo psi­
cológico, 359.—II. Yo moral, 360.—III. Yo ontològico, 360.—3. Ex­
periencia del yo, 361.—I. Observación simple, 361.—II. Observación
científica, 362.—4. Naturaleza sustancial del Ego absoluto, 363.—
5. Introspección del yo, 363.—I. Sección transversal, 363,—II. Sec­
ción longitudinal, 364.—6. Cambios fenoménicos del Ego, 365,—
I. Cambios parciales, 365.—II, Cambios totales, 365.
Bibliografía al Capitulo X X X I ......................................................... 366
B rennan, 2
18 Contenido

Púgs.

367
1, Concepto de carácter, 367.-2, Elementos del carácter, 367.—
I Ambiente 367.—n . Herencia, 368.—III. Acción, 368.—IV. Reco­
nocimiento de valares, 369,—V. Hábitos, 369.—VI. Resumen, 370.—
3 Desarrollo genético del carácter, 371—I. La voluntad del poder,
371.__n . El sentimiento de inferioridad, 372.—III. Educación, 372.
IV, La Voluntad de comunidad, 372.—4. Maduración del carácter
y formación de la virtud, 373.—5. Tipos de carácter, 374.—
I. Juwg, 374.— II. K r e t s c h m e r , 374.—III, J a e n s c h , 375.—IV. H e x -
m an s, 376.— V . S p r a n g e r , 377.— 6. Carácter e ideales, 377.
Bibliografía al Capitulo X XX II ........................................................ 373

capitulo 33.—LAS FACULTADES ................................................... ........ 379


1. Acceso al problema, 379.—2. Análisis del objeto, 379.—3. Aná­
lisis del acto, 380.—4. Análisis de la facultad, 381.—I. Nivel ve­
getativo, 382,—II. Nivel sensitiva, 382.—III, Nivel intelectual, 383.
5. La Teoría de Aquino y la investigación moderna, 383.— I. Facul­
tades vegetativas, 383.—II. Facultades sensitivas, 384.—A) Facul­
tades cognoscitivas, 384.—B) Facultades apetitivas, 385.—C) Fa­
cultades motoras, 386.—III. Facultades intelectuales, 386.^6. La
psicología factorial y las facultades, 387.—7. Tests y medicio­
nes, 388.—8. Diferencias individuales, 389.
Biliografia al Capítulo X XXIII ......................................................... 390

Sección II.—F il o s o f ía de la vid a in t e l e c t u a l

Capítulo 34.—NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO INTELECTUAL ... 391


1. Diversas escuelas, 391.—I. Sensualismo, 391.—II, Intelectualls-
mo, 392,—III. Realismo, 393.—2, Discusión entre las formas hu­
mana y animal de conocimiento, 395.—I. Lenguaje, 395.—II. Cul­
tura, 395.—HI. Moral, 396.—IV. Arte y estética, 396.—V. Reli­
gión, 397.—3. El principio de inmanencia, 398.
Bibliografía al Capitulo X X X I V ................................ ....................... 399

Capítulo 35.—NATURALEZA DE LA VOLICION .................................. 401


1. Diversas escuelas, 401.—2. Teorías del determinismo extremado,
401.—I. Determinismo físico, 401.—II. Determinismo biológico, 402.
m . Determinismo psicológico, 404.—3. Teorías del indeterminismo
extremado, 405.—4. Teoría del indeterminismo moderado, 405.—
I. Naturaleza de nuestro concepto del bien, 406.—II. Naturaleza
de nuestro método discursivo, 407.—III. Creencias y costumbres del
hombre, 408.—5, Libertad y estudios inductivos, 409.
Bibliografía al Capitulo XXXV ......................................................... 409

Capítulo 36.—NATURALEZA, ORIGEN Y DESTINO DEL ALMA HU­


MANA ................................................................................................. 411
I. Atributos del alma humana. 411.—I. Inmaterialidad, 411,—
II. Sustancialidad, 412.—m . Simplicidad, 413.—2. Naturaleza del
alma humana, 414.—3, Relaciones entre el cuerpo y él alma, 414.—
I. Monismo, 415.—II. Dualismo extremado, 415.—III. Dualismo
moderado, 416.—4. Pruebas de la unión sustancial, 416—I. Forma
sustancial, 416.—II. Sensaciones y Emociones, 417.—III. Interac­
ción de facultades, 417.—IV. Unidad del yo, 418.—V. Repugnancia
al sufrimiento y a la muerte, 418.—5. Origen del alma humana,
418.—I. Evolución emergente, 419.—IL Teorías de origen paterno
Contenido 19

Págs.

del alma, 419-—III. Emanación, 4X9.—IV. Creación, 420.—6. Tiem­


po de origen, 420.—I. Preexistencia, 420.—II. Transmigración, 421,
III. Teoria de las formas sucesivas, 421.—IV. Teoría de la forma
única, 422.—7. Destino del alma humana, 423.—I. Extinción, 423.—
II. Supervivencia impersonal, 423.—Ut. Supervivencia personal,
423.—Prueba ontològica, 424.—Prueba psicológica, 424.—Prueba
moral, 425.—8. Destino del cuerpo humano, 425.
Bibliografia al Capítulo X X X V I ........................................................ 426
Fuentes de la Psicología de Santo Tomás ............................................. 427
I n d ic e a l f a b é t ic o ....................................................................... ............................................. 435
PREFACIO A LA EDICION REVISADA

Actualm ente todo el m undo tiene conciencia del vasto desarrollo


que ha alcanzado la ciencia, y de los problemas que esto ha creado.
Su extensión y su com plejidad se han h ech o abrumadoras. En el des­
pertar de dicho desarrollo surge, además, la trascendental tarea de
relacionar e integrar su extenso caudal de datos y teorías.
Esto, que es cierto en general, refiriéndose a la ciencia, lo es tam ­
bién para la Psicología. Las investigaciones e Interpretaciones psico­
lógicas, prescindiendo de su m ayor o m enor valor, se han disem inado
tan am pliam ente, que es fá cil encontrarlas en cualquier sitio. Por
consiguiente, tanto al estudiante que solicite una breve preparación
psicológica com o al que desee profundizar en este cam po, o sim ple­
mente al lector de periódicos y revistas, le es difícil escapar a su
influencia. Pero, aunque la psicología cien tífica pretenda ayudar a
una persona a entenderse a sí m ism a y a entender a los demás, sin
embargo, sus efectos suelen ser a veces, m ás contraproducentes que
esclarecedores. El estudiante de psicología individual suele tener que
enfrentarse con una muy grande cantidad de inform ación sobre m a­
terias altam ente especializadas y com plicados cam pos de investiga­
ción, al m ismo tiem po que ignora el m odo de sintetizar estos co n o ci­
mientos y de llegar a un con cepto com prensible y fu ncional de la
totalidad del hom bre. Necesita, por esto, no sólo la inform ación, sino
tam bién integración, de m odo que le sea posible referir los hechos y
las teorías a un esquema coordinado y adecuado de la persona humana.
Y necesita, adem ás, con ocer cóm o se relaciona la ciencia de la psico­
logía con otras ciencias, con la realidad totalf y con el últim o sentido
y finalidad de la existencia humana, tanto en el tiem po com o en la
eternidad. Sólo así se halla en condiciones para valorizar el con ju n to
de datos psicológicos (vulgares) y cien tíficos con los que se encuentra,
no sólo en las aulas, sino en todas partes.
Esta integración y orientación, tan indispensables para la P sicolo­
gía m oderna y, sin em bargo, ausentes con tanta frecuencia de los
textos de Psicología general, h a sido el m óvil esencial de la obra del
padre B rennan, S u libro es una continuación de los resultados de
gran parte de las investigaciones m odernas con un punto de vista
finalista del ser hum ano, cosa que raram ente encontram os en los
estudios psicológicos. No es sorprendente, pues, que su texto haya
resultado tan efectivo a través del tiem po y que haya sido reeditado
tantas veces. Después de quince años de ser utilizado en num erosos
colegios superiores y universidades, este texto ha sido nuevam ente
22 Prefacio

revisado. El padre B rennan presenta esta revisión desde la riqueza de


perspectiva, dada por largos años en la enseñanza y por las sugeren­
cias de los profesores que han hecho uso de él durante años, y, com o
podrá observar el lector si com para el texto revisado con el original,
logrando una penetración m ayor aún en los fundam entos radicales
de la naturaleza hum ana. Esta obra revisada tendrá seguramente
m ayor difusión aún que la anterior.
Con el fin de provéerse de los m edios necesarios para la integra­
ción y orientación últim a del vasto desarrollo de la psicología m o­
derna, el padre B r e n n a n acude a los escritos de S a n t o T o m á s d e A q u i -
ito. No lo hace, sin em bargo, con intención meramente histórica, sino
com o ló haría un psicólogo m oderno am pliam ente fam iliarizado con
los puntos de vista actuales que encontrase aún en el pensamiento
vivo del D octor Angélico el m edio más com pleto y adecuado para la
integración y orientación de la ciencia, aun la de más alcance y
actualidad. Las ideas de S a n t o T o m á s son im portantes para el psicó­
logo y para todo pensador m oderno, no porque haya vivido y escrito
en el pasado, sino porque sus ideas, penetrando en las relaciones
últim as e inm ediatas de la realidad, continúan siendo consideradas
com o el retrato más com pleto y extenso del hom bre mismo y de su
sentido final. Así com o la m uñeca, sin haber visto los dedos parece
inútil, así tam bién a prim era vista, los principios filosóficos y los
conceptos teológicos n o parecen tener gran significación de tipo prác­
tico para las ciencias em píricas y en particular para la Psicología;
pero así com o los dedos mismos con sus miles de term inaciones ner­
viosas y sus com plejas relaciones anatóm icas serían prácticam ente
inútiles para el hom bre sin la coordin ación aportada por la m uñeca
y el antebrazo, igualm ente el com plejo desarrollo de las distintas
ramas de la psicología ganan en firm eza e integridad cuando es refe­
rido a la filosofía y a los principios teológicos tomistas.
La Psicología m oderna está volviendo a una visión personalista,
dando creciente énfasis a los aspectos psicosom áticos de la naturaleza
hum ana. Esta es tam bién la esencia de la psicología tomista. Por esta
razón, este punto de vista filosófico, básico de S a n t o T o m á s , provee
de un sólido cam po de acción y un m arco de referencia para la inter­
pretación de los resultados de los análisis de laboratorio y de los des­
cubrim ientos de la psicología clínica. Así. el carácter esencialmente
dinám ico del punto de vista tom ista nos proporciona los principios
que luego serán ilustrados y aclarados a través de los resultados de la
investigación científica.
Pero puesto que la psicología considerada com o un estudio del
hom bre en sí m ismo se orienta, naturalm ente, hacia la ética o fin a ­
lidad de los actos hum anos, y hacia la teología definidora de la m eta
y causa fin al del hom bre, el psicólogo cristiano no puede prescindir
com pletam ente de Dios com o ser sobrenatural; por esto dice S a n t o
T om ás:
«Todas las consideraciones de la razón hum ana dirigidas a orde­
nar las verdades de la ciencia tienen com o fin el conocim iento de la
ciencia divina (que e s la teología).» (Exposición del Libro de B o e c io
Ch. A. Curran 23

sobre ia Trinidad: lección 6, artículo I, respuesta a la tercera parte.)


He aquí el principio básico integrador del tomismo. S a n t o T o m á s ,
habría estado de acuerdo en que el hom bre es el tem a que debería
estudiar la hum anidad, pero habría aclarado posteriorm ente que el
fin último de este estudio debería ser Dios.
«La filosofía— dice Santo Tomás (y es seguro que incluye a la p si­
cología, considerada com o filosofía de la naturaleza hum ana)— sólo
es sabiduría en cuanto esté supeditada a la sabiduría divina... Sepa­
rada de Dios se convierte en una simpleza.» (Com entario a los Corin­
tios, I, capítulo 15, lección 5.)
A la luz de estas citas podem os afirm ar que si S anto T omás viviese
hoy, aún seguiría pensando a la vista de toda la ciencia m oderna que
una ciencia de la naturaleza del hom bre que no estuviese subordinada
a la verdadera filosofía, sería una simpleza.
La integración final sólo es posible si la ciencia del hombre se
dirige hacia una filosofía verdadera de la naturaleza hum ana que
esté orientada asimismo hacia el verdadero conocim iento de Dios.
El padre B r e n n a n ha expresado el credo del tom ism o m oderno así:
«Si somos verdaderos tomistas, debem os pensar y hablar en fu nción
de los problem as de nuestra época y vibrar con ellos.» (Essays in
Thomism, editado p or R o b e r t E. B r e n n a n , O. P „ Nueva Y ork: Sheed &
Ward 1942, p. 20; ed. española, Morata, Madrid, 1963) (*).
Este texto revisado de Psicología G eneral es una dem ostración de
la obra de un tom ista que vibra con su época y, al mism o tiempo,
ofrece al estudiante una visión del hom bre, com o criatura, cuyo últi­
m o destino es alcanzar a Dios.
C harles A . C u r r a n .

Seminario de St. Charles.


Columbia, Ohio.

(*) Ediciones Morata, Madrid - 4, tiene publicadas, además, las siguien­


tes obras del R. P. B r e n n a n , O. P.: Psicología General, Historia de la Psico­
logía, Psicología tomista, El maravilloso ser del hombre y Ensayos sobre el
tomismo.
PROLOGO A LA PRIMERA EDICION
POR EL DOCTOR

RUDOLF ALLERS, Viena

No es tarea fácil hacer la introducción de un tex to de este tipo*


especialm ente en un publico con el que me encu en tro poco fam iliari­
zado. Sin em bargo, estoy deseoso de asumir este riesgo, en la certeza
de que algunos valiosos rasgos del libro del d octor B r e n n a n deben ser
señalados de antem ano, y, además, porque el espíritu que anima al
tex to en tero es el que yo desearía encontrar en toda la psicología. Hay
dos cosas de las que estoy con ven cid o: La prim era es que la psicología
sólo puede esperar un progreso esencial si se arraiga en estratos filo­
sóficos; la segunda, quet en tre todas las corrientes filosóficas, la que
ha elegido el d octor B r e n n a n , com o fundam ento de sus teorías, es,
con mucho, la más adecuada para una auténtica ciencia de la n atu­
raleza humana. Ambas aseveraciones pueden dar lugar a exten sa dis­
cusión, pero lo realm en te im portante es que sean captadas por el estu ­
diante antes de que com ien ce a trabajar en este libro.

La Psicología fu e la últim a de las ciencias naturales que se separó


de la Filosofía. D e hech o, hasta la prim era mitad del siglo X IX , prác­
ticam ente toda contribución al cam po de la Psicología fu e de carácter
filosófico, y aún hoy se conservan huellas de esta antigua unión.
G u s t a v T h e o d o r F e c h n e r y W i l h e m W u k d t , considerados com o los
fundadores de la Psicología m oderna, fu eron ambos com peten tes filó­
sofos, y W i l l i a m J a m e s era, por lo m enos, tan buen filósofo com o
psicólogo. Sin em bargo, desde que la Psicología se instituyó com o una
ciencia apartet hace aproxim adam ente un siglo, la tendencia general
se ha inclinado hacia la separación de las dos disciplinas. La verdad
es que la filosofía misma, especialm ente las ideas de H e g e l y de
S c h e l l i n g , en Alemania, fu eron causantes del descrédito hacia la es­
peculación que surgió en tre los cien tíficos, para quienes sólo los
hechos contaban. A ctualm ente, oím os hablar bastante más de filoso­
fía que hace treinta años, y n uevam ente parece ganar terren o la idea
de que la especulación filosófica no es del todo inútil, aun para la
ciencia empírica.
La Psicología es un tipo de ciencia m uy característico. Su peculia­
ridad no ha sido quizá su ficien tem en te reconocida. Es d iferente de
cualquier otra ciencia que trate de hech os reales, d iferente de la
26 Prólogo

biología y de la física, de la sociología y de la historia. .Esta d iferen­


cia, sin em bargo, n o es la que debería desprenderse del tem a tratado.
La Física, por ejem p lo, se diferencia de la historia en que cada una
trata de u n aspecto distinto de la realidad. Pero todas las ciencias,
a excep ción de la Psicología, tien en que ver únicam ente con los hechos
que estudian, siéndoles posible perm anecer dentro de sus propios
límites. El físico aplica sus m étodos de estudio a los objetos físicos, y
allí term ina su labor. Si desease desarrollar una filosofía de la física,
cesaría autom áticam ente de ser un físico y se convertiría en un filó­
sofo. Esto mismo puede aplicarse al historiador, al biólogo y al soció­
logo; pero, repetim os, el caso de la Psicología es diferente. La Psico­
logía es la ciencia de la experiencia interior y así seguirá siendo, a
pesar de que los behavioristas o los psicólogos objetivistas no estén
de acuerdo con esto , ¿No le es posible al conductista hablar de con ­
ducta, sólo porque con oce de antem ano, por la introspección, el sig­
nificado de este térm in o? Y, cierta m en te, el psicólogo objetivista no
podría darle sentido a su ciencia si no hubiese una psicología su bje­
tiva para oponerla a suya. Pero la experiencia interior es siem pre
experien cia de algo que con mucha frecu en cia no es fen óm en o m ental
en absoluto, sino un o b jeto, una res ad extra, com o decían los pensa­
dores m edievales. Las relaciones de estos objetos en tre sí y las leyes
que los gobiernan, determ inan el tipo y la sucesión de la experiencia
m ental a que nos vem os som etidos. El h ech o de que el color naranja
ocupe un lugar interm edio en tre el rojo y el amarillot no se debe a
ningún principio psicológico, sino a la estructura especial del mundo
de los colores. La evidencia y la necesidad asociadas a cualquier silogis­
m o al modus Darii— todos los hom bres son m ortales; Cayo es un hom ­
bre, luego Cayo es mortal—, no es el resultado de ninguna posible pecu­
liaridad de la m en te humana, sino de las leyes que rigen el mundo de la
lógica. La convicción general de que perseguir objtivos buenos es p re­
ferib le a perseguirlos malos— prescindiendo del modo com o definimos
e l bien y el mal— n o es un m ero h echo de la vida m ental, sino la con se­
cu en cia de que el bien esté dotado de un valor superior al mal. Por lo
m enos, un psicólogo cien tífico no puede objeta r que esto sea sólo apa­
riencia, y que, en realidad, eso que denom inam os color no existe, o que
la lógica es sim plem ente un producto de los procesos m entales, o que
ios valores sean sólo experiencias puram ente subjetivas. No le es posible
objetar esto, puesto que el color es experim entado com o algo distinto
e independíente de la m ente, y porque las leyes de la lógica son
experim entadas com o p erten ecien tes a un mundo objetivo de verda­
des, y porque los valores se experim entan com o un aspecto peculiar
de la realidad.
Además de lo que la Filosofía pueda opinar, la Psicología, com o
ciencia, tien e que considerar que el h echo de nuestra experiencia está
con certeza determ inado por leyes no m entales. Pero la experiencia
del color naranja com o una transición en tre el rojo y el amarillo,
■es, sin embargo, un fen óm en o m ental, y lo mismo ocurre con la su ce­

i
Rudolf Allers 27

sión de premisas que form an el silogismo, y también con el con oci­


m iento del bien preferido al del mal, que es igual que decir que la
psicología cien tífica, al estudiar su o b jeto particular, que son los
datos de la experiencia, no puede escapar a la necesidad de tom ar en
cu en ta tam bién a los datos objetivos y no psicológicos. De hecho, el
p
‘ sicólogo que se limita deliberadam ente a estudiar sólo los estados
m entales, cesa de serlo.
A otras ciencias les es necesario hacer abstracción de sus relacio­
nes en tre el o b jeto propio de su ciencia y otros aspectos del mundo.
El físico, por ejem plo, no está interesado en saber si los hechos que él
observa y analiza son reales o aparentes. Para él, la corriente alterna
será igualm ente corrien te alterna, tan to si es producida por un dis­
positivo eléctrico, com o por una contracción muscular. Es posible, de
todos modos, que haya dificultad para decidir si ciertos tem as, com o
la geom etría abstracta o la multiplicidad, p erten ecen al cam po de
la física o de la filosofía ; en tre estas dos form as del saber existe, no
obstante, una marcada diferencia. Pero m ientras el hecho físico sería,
por así decir, unilateral, el m ental, en cam bio, tendría un carácter
bilateral. Originado dentro del terren o de la m ente, p erten ece ta m ­
bién de algún modo a los dominios de la realidad extram ental.
Esta postura única de la Psicología, dentro de los sistem as cien ­
tíficos, puede ser descrita de otro modo, puesto que los problem as de
que trata y la m en te que los trata p erten ecen al mismo tipo de entes,
o para explicarlo de modo distinto, el carácter objetivo que poseen
otras ciencias carece de base, hasta cierto punto, en Psicología. Pues,
aun bajo las condiciones experim entales más adecuadas, cuando el
observador y el su jeto observado son dos personas distintas, los resul­
tados de la observación sólo se hacen significativos cuando los referi­
mos a la propia experiencia del investigador. Además, la Psicología
m anifiesta una diversidad de relaciones con otras ciencias que la
hace única. N ecesita la ayuda de la Fisiología para ampliar sus co n o '
cim ientos sobre los órganos de los sentidos. Una parte de la Psico­
logía posee un carácter esen cialm en te fisiológico, lo que no quiere
decir, en m odo alguno, que la Psicología se haya convertido en una
rama de la Fisiología. Cuando su estudio se dirige hacia fenóm enos
com o el amor, las inclinaciones, el juicio moral, la escala de valores,
las convicciones, etc., la ciencia de la psicología necesita recurrir a
la ética o a la lógica. Y, sin em bargo, los problemas de la ética y de
la lógica se consideran generalm ente com o p erten ecien tes a la filo ­
sofía. La psicología cien tífica se encuentra, pues, en una postura límite
rozando los campos de la biología y la filosofía. Pero este h ech o no es
una prueba absoluta de que la Psicología no pueda existir sin el re ­
curso de la filosofía. Podem os argüir que los puntos en los que el
psicólogo n ecesita apelar al filósofo, si bien de gran im portancia, son
sólo unos pocos. La postura de la Psicología en tre la filosofía y la
biología es sim plem ente la consecuencia de la posición asignada al
o b jeto que debe estudiar el psicólogo. El hom bre es, a la vez, un orga-
28 Prólogo

nism o viviente y un ser dotado de un sentido moral, de una conciencia


y de sentim ientos de responsabilidad. AitTiQ'iie se o.ji7vic lo contvciTio,
la m en te hum ana se sabe distinta al cuerpo al que está ligada. El
problem a psicofísico es un tem a fundam ental que no puede ser igno­
rado. Sin em bargo, ni la Biologíat ni la Psicología, entendida sim ple­
m en te com o ciencia de los fen óm en os m entales, lo han resuelto.
Aun para acercarse a él se requiere un punto de vista más allá de la
Biología y de la Psicología, que n o se encuentra más que en el cam po
de la Filosofía. Esto se repite en el caso del problem a del Ubre albe­
drío. Los determ inistas sostien en que la libertad del hom bre es una
ilusión, y que su actividad se halla restringida por los mismos prin­
cipios causales que operan en el nivel de la m ateria inerte.
No es mi propósito discutir en este m om ento si el con cepto de la
causalidad física ha perdido su significación debido a la imposibilidad
Ae calcular la sum a total de fa cto res que obran en el microcosmos.
Este argum ento cuasi filosófico, planteado por algunos físicos de m en ­
talidad m etafísica, m e da la im presión de ser carente de base. Si el
libre albedrío es una ilusión, el origen de esta ilusión debe ser expli­
cado, y ningún filósofo de la escuela determ inista nos ha dado aún
la respuestat ni tam poco las teorías de la física moderna, por ejem p lo,
el principio de Hetsembeeg, han contribuido ni un ápice al estableci­
m iento del Ubre albedrío. Nuestra incapacidad para hacer medidas
exactas no es una prueba de la invalides de las leyes de la causalidad.
Y aun si fu ese posible descubrir los principios de la libertad en el
nivel de las dim ensiones infraatóm icas, no solam ente no se ganaría
nada con dicha teoría, sino que surgiría en ton ces un problem a aún
más sutil qu$ com plicaría el asunto. Pues dicha explicación postularía
la existencia de la libertad en ese nivel, pero la negaría en el caso
de los acontecim ientos físicos corrientes, gobernados por leyes esta­
dísticas. Tendría, además, que explicarnos esta teoría por qué desapa­
rece la libertad en el mundo material de dim ensiones macroscópicas
y se hace otra vez m anifiesta en el hom bre.
Se ha dicho con exactitud que el su jeto y el ob jeto de la inves­
tigación filosófica sonr en cierto m odo, una misma cosa. El hom bre
form a parte de esa misma realidad que trata de com prender, y cuya
estructura desea averiguar. No se n ecesita más que revisar los proble­
mas de la epistem ología para darse cuenta de la certeza de esta a fir­
mación. ¿Y no es éste tam bién el caso de la Psicología, a la que no
le es posible com prender su o b jeto y su tarea, o com prenderse a sí
misma, si ignora la base esencialm ente filosófica sobre la que esté
asentada?
A ctualm ente creo que vam os dando un m ayor relieve a la intim i­
dad existen te en tre la Filosofía y la Psicología científica, pero estam os
aún lejos de admitir su verdadera im portancia. Nada puede hacer co n ­
tribuir más a la exten sión de este con cep to fundam ental, de cuya
aceptación depende en gran parte el destino de la Psicología, que una
obra com o la presente, prueba palpable de cóm o la ciencia de la Psico-
cología puede beneficiarse de norm as filosóficas firm es.
Rudolf Allers 29

n
El postulado de que la Psicología debe estar basada en la Filosofía
está ganando terren o en tre los intelectuales de m ayor reputación. El
p rofesor G e m e l l i 1 presta especial aten ción al hecho de que algunos
de los psicólogos de más vigencia mundial están em pezando a recon o­
cer cada vez con más frecu en cia la necesidad de poner en correla­
ción los resultados de sus investigaciones con algunos principios
filosóficos, y de construir sus teorías sobre fundam entos filosóficos.
El profesor K a r l B ü h l e r , de la Universidad de Viena, es tam bién par­
tidario de esta actitud. Pero aunque esta necesidad fu ese am pliam ente
reconocida por la m ayoría de los investigadores, queda el problem a
de elegir la filosofía adecuada. Existen varios sistem as filosóficos,
cada uno profesando sus propios puntos de vista y hablando su p ro­
pio lenguaje y siendo, además, la m ayoría de las veces, opuestos unos
a otros. La confusión de lenguas en la torre de Babel difícilm ente
sobrepasaría a la ex isten te en la filosofía moderna. Los adeptos a
K a n t , H e g e l , T o m á s d e A q u i n o o W h it e h e a d , pueden estar realm ente
em pleando idénticos térm inos, pero sus ideas son absolutam ente dis-
tintas. No es de extrañar en ton ces que el psicólogo experim en te asom ­
bro cuando se le diga que su ciencia tien e necesidad de una filosofía
y que debe hacer una selección en tre los num erosos sistemas de a c­
tualidad.
¿Existe algún criterio que lo pueda guiar en su elección ? Creo que
sí, lo mismo que creo que aplicándolo no necesita apoyarse en con ­
ceptos ajenos a su especialidad. El m étodo es simple. Consiste en p re­
guntarse: ¿qué sistem a filosófico m e garantiza el m áximo de ayuda;
cuál, en tre todos, m e o frece las m ejores y más sim ples explicaciones
psicológicas? Vemos p erfecta m en te, por ejem plot que el m aterialism o
no es adecuado. Afirm ar que los fen óm en os m entales no son más que
m anifestaciones de intrincados procesos cerebrales no nos sirve de
gran cosa. Porque pron to nos cercioram os de que la pretensión del
m aterialista de no alejarse de la realidad es el resultado del engaño
a que se som ete a sí mismo. Lo mismo sucede con la filosofía del
idealismo trascendental. ¿Puede la discusión de las categorías m eta fí­
sicas, o del juicio a priori, o del nuom eno y el fen óm en o ser de algún
provecho para el psicólogo? Personalm ente, lo dudo. Después de dis­
cernir este asunto, vem os que muy pocos sistemas filosóficos se han
introducido lo su ficien te en la realidad para que sean de utilidad a
la ciencia. Y en tre estos pocos hay uno precisam ente que sobresale
con claridad definida, porque está más cercano que ningún otro a la
vida y a l a realidad diarias. Es la filosofía desarrollada por el genio de
S a n t o T o m á s d e A q u i n o , partiendo de una larga tradición griega y
cristiana. A continuación explicaré las razones que ten go para sos­
ten er que éste es el único sistem a al cual es posible adherirse de un
modo seguro. Pero antes de ir sobre ese punto me gustaría contestar

1 Comunicación leída en Roma, en el Congreso Internacional de Filo­


sofía Tomista, 1936.
30 Prólogo

a la objeción que probablem ente se me fiará en contra de mi reco­


m endación. La escolástica, se me dirá, tien e solam ente interés com o
algo antiguo. T o m á s d e A q u in o era indudablem ente un genio, pero p er­
ten eció a una época totalm en te ignorante de la ciencia moderna.
Sus conocim ientos sobre física, astronom ía y biología eran suma­
m en te ingenuos. D esconocía prácticam ente la ley de la gravedad, la
división celular o los procesos químicos. Estaba m ucho m enos in for­
mado que cualquier estudiante corriente de hoy. ¿Cóm o es posible,
pues, que nos p reste ayuda en nuestra tarea tan alejado com o está
de nuestra época? R esponderé, antes que nada, que el intelectual del
m edieval poseía un conocim iento m ucho más profundo de las cien ­
cias naturales de lo que generalm ente se cree. Nú tenem os más que
echar una mirada sobre la exten sa obra de A l b e r t o M a g n o para darnos
cuenta de ello. En segundo lugar, T o m á s d e A q u i n o era, de profesión ,
filósofo, no cien tífico, y es su filosofía y no su ciencia lo que vamos
a considerar. Com o filósofo, se dedicó a descubrir las leyes que orde­
nan las entidades visibles e invisibles del mundo, y a determ inar el
lugar relativo que ocupan los diversos niveles del ser en la «echelle
d ’étre» total. Para precisar la posición de la m ateria in erte en dicho
esquem a de la realidad no es absolutam ente necesario conocer las
leyes de la gravedad o las relaciones en tre la luz y la electricidad.
Si este con ocim ien to tuviese que ser necesario, enton ces no podría
existir la filosofía. La labor de la ciencia se continúa indefinidam ente
y la cantidad de inform ación de que disponem os en la actualidad no
es más que un pequeño fragm en to de la que se acumulará dentro
de unos siglos. La física m oderna está, eso sí, m ucho más cercana a
su m eta que en los tiem pos de N e w t o n , o aun de M a x w e l l , pero no
deja el físico de recon ocer, sin em bargo, que está lejos de poseer un
com pleto con trol de sil materia. La ciencia es, verdaderam ente, tal
com o K a n t la definió, una tarea infinita. Y, sin em bargo, para con o­
cer la naturaleza esencial del mundo de los objetos con que trata el
físico, sólo es necesario con ocer un breve y simple núm ero de hechos,
com o la transform ación del agua en vapor por ebullición, la caida
de los objetos más pesados que el airer la producción de ondas ondu­
latorias cuando se arroja una piedra al agua, etc. Además, el hecho
de que las plantas sean estructuras vivas diferenciadas de los ani­
males nos perm ite asignarles una posición dentro del orden de los
seres. No es necesario ningún com plicado experim en to para reconocer
que la vida sensitiva posee un desarrollo superior al de la simple
vida vegetativa. Aunque existiesen las form as de vida interm edias,
posibilidad con la que A r i s t ó t e l e s estuvo familiarizado, no por eso
dejaría de ser cierto que la planta más altam en te diferenciada p er­
ten ecería a un orden inferior, en la escala de los seres, que el animal
m enos diferenciado. La fam osa frase de L inneo: «Natura non fa cit
saltus», fu e pronunciada por un hom bre de ciencia, no por un filósofo.
La idea de aplicar el principio de continuidad, no solam ente al m o­
vim iento y a los procesos, sino tam bién a las estructuras, no se le
ocurrió al pensador medieval. Su cerebro refinado se vio en la im po­
sibilidad de percibir alguna relación esencial en tre el hom bre y el
Rudolf Allers 31

animal. Y aunque existiera alguna igualdad de tipo anatóm ico en tre


el cuerpo humano y el cuerpo de los demás seres, nunca tuvo la
duda de que el hom bre se hallaba colocado en un lugar m ucho más
alto, dentro de la escala de los seres vivientes, que el animal más
diferenciado. El que se niegue a aceptar esta jerarquía de la natura­
leza, escribió A n s e l m d e C a n t e r b u r y , no m erece que se le considere
com o un ser humano. La teoría evolucionistaI que supone una tran­
sición de tipo continuo en tre el animal y el hom bre, ignora una serie
com pleta de hechos históricos. Debería negar que el hom bre tien e
historia, pu esto que el animal carece de ella.
La tradición y la cultura humanas deben asimismo ser descontadas.
No puede ningún observador con scien te cuya m en te no haya sido
ofuscada por esas enseñanzas, s e r ciego al hecho de que los fen ó ­
menos m entales p erten ecen a un nivel de la realidad m uy distinto a
cualquier otro. Ahora b ien : la ciencia de la Psicología sólo puede en ­
contrar la ayuda que n ecesita en una filosofía que reconozca la d ife­
rencia esencial que existe en tre los distintos niveles del ser viviente
y , más particularm ente, la diferencia en tre los fenóm enos m entales
y otros tipos de realidad; y hasta donde conozco, no hay otra filosofía
fuera de la escolástica que tenga conciencia de los hechos ya m en­
cionados, y el sistem a de S a n t o T o m á s e s el más con sisten te de todos.
Otro problem a de tipo psicológico relacionado con la filosofía es
el de la relación que hay en tre la m en te y la m ateria. La solución
m onista es imposible, com o he dicho, dado que se basa en la suposi­
ción im posible de que los fen óm en os m entales y corporales son idén­
ticos. El dualismo platónico es igualm ente inaceptable, ya que no nos
proporciona ninguna hipótesis para h acer com prensible la interacción
de cuerpo y alma. La única teoría plausible que con ozco e s la creada
por A r i s t ó t e l e s y adoptada por S a n t o T o m á s . Me llevaría demasiado
lejos in ten ta r explicar cóm o la m ente, considerada com o la form a
sustancial del cuerpo, dando al hom bre su real unidad psicofisica,
perm ite la in terpretación más satisfactoria de los hechos experim en ­
tales. Esta idea es sim plem ente una aplicación particular de la más
amplia teoría de la m ateria y la form a, que tiene tan alto significado
para la psicología científica.
Tóm ese, por ejem plo, el com plicado problem a del instinto y su
relación con la voluntad. Aunque d iferentes una de otrat estas dos
tendencias están indudablem ente conectadas de algún modo.
El psicoanálisis enseña que los fen óm en os volitivos son reacciones
instintivas transform adas. Otra escuela de ciencia m ental sostiene
que el poder de la voluntad es sim plem ente un impulso de tipo ani­
mal inhibido. Pero ninguna de estas explicaciones es adecuada, por
la razón de que n o en cajan en nuestra propia experiencia de las cosas.
Si, sin em bargo, consideram os que los planos superiores de la vida
m ental utilizan las fuerzas que surgen de los planos más inferiores,
y que los niveles inferiores sirven a los propósitos de los superiores,
del mismo modo que la m ateria prima está determ inada por su form a
sustancial, la relación que se obtiene en tre el impulso y la voluntad
humanas se haría más inteligible.
32 Prólogo

P ero el núcleo de la filosofía tom ista es su principio dualista de


a cto y potencia.
¿Cuántos psicólogos se han dado cuen ta que el con cepto de dis­
p o sició n de capacidad, de posibilidades latentes que se m anifiestan
bajo ciertas condiciones, proviene de la antigua idea de «potentia» ?
Todos los intrincados problem as relacionados con la influencia de
la constitución y el medio am biente en la form ación del carácter se
harían m ucho más claros si se les aplicara la enseñanza básica de
acto y potencia. La poten cia llega a ser acto si se le añade un nuevo
fa cto r que la transform a. H e explicado en otra ocasión que, en mi
opinión, la reducción de todo rasgo caracterológico a influencias h ere ­
ditarias es n o m enos parcial y , por lo tanto, no m enos equivocada
que el h ech o de considerar a los factores am bientales com o om nipo­
ten tes ‘¿ .
Me gustaría term inar la enum eración de los principios filosóficos
fundam entales con una breve discusión sobre lo que S a n t o T o m á s
llama el principio de analogía. Hablando de un m odo general, analogía
significa un tipo de igualdad que coexiste con la desigualdad. T o m á s
d e A q u in o utiliza esta idea repetidas veces al analizar la naturaleza
de los atributos de Dios. Así la sem ejanza existen te en tre el Creador
y Su creación nunca puede llegar a ser tan grande que sobrepase a
su diferencia. Las relaciones de analogía, sin em bargo, no sólo se
utilizan en teología, sino que existen tam bién en los demás estratos
de las criaturas vivientes. La idea de la causalidad nos proporciona
un ex celen te ejem plo de su amplia aplicación. Las relaciones causales
en tre los cuerpos inanimados no son seguram ente las mismas que
regulan los m ovim ientos coordinados de un organismo viviente. Otra
vez encontram os que las leyes que determ inan las funciones orgá­
nicas son distintas de las que controlan los m otivos y las operaciones
de la m en te humana. El con cep to de analogía nos ofrece distintos
tipos de causalidad, parecidos en tre sí, pero fundam entalm ente dis­
tintos. El problem a de las enferm edades m entales, uno de los más
difíciles de definir, se puede facilitar considerándolo desde el punto
de vista de su analogía con la enferm edad corporal, y lo mismo p o­
dem os decir en relación con los problemas de las enferm edades de
tipo moral o social.
En Alem ania, al m enos, la Psicología ha sido muy influidat creo,
p o r el lem a de “ ¡V uelta a la realidad!” , de E d m u n d H u s s e r l , y ¿dónde
puede encontrar el estudiante un “ sistem a tan im pregnado de sen ti­
do com ún” , para citar al profesor M a r t í n S . G i i -l e t , O , P . , com o en la
filosofía de T o m á s d e A q u i n o ? La ciencia insiste en que los fenóm enos
deben ser considerados en sí mismos, sin prejuicios sobre su im portan­
cia o su inutilidad. Si hay por cierto algún sistem a que dé a las cosas
su propio valor y que con tin ú e la prim ada dada a la experiencia
inm ediata a la realidad, es la filosofía de S a n t o T o m á s d e A q u i n o , y
esto y firm em en te convencido que la m ayor familiaridad con sus en -

1 The Psychology of Character, de Rudolf Allers. Trad, por Strau ss.


Shsed & Ward, 1934, pp. 34-40.
Rudolf Allers 33

señ a m o s contribuirá a restaurar puntos de vista más sanos no sólo


e n la ciencia, sino tam bién en el mundo de la vida práctica. Una gran
parte de la infelicidad que aqueja a la humanidad moderna se debe al
hech o de que los filósofos han perdido con ta cto con la realidad. Una
filosofía que tenga sentido com ún es el único rem edio para esta situa­
ción. La influencia ejercid a por el psicólogo en particular) hace que
sea de una gran im portancia el que su pensam iento sea recto y ade­
cuado. Sus ideas—para bien o para mal— se infiltran diariam ente en
los campos de las ciencias aplicadas, de la pedagogía, la psicoterapia
y la sociología. Es por esto que creo que la obra del doctor Brennan no
es sólo una im portante contribución a la ciencia, sino tam bién un
paso más hacia la rehabilitación de la m ente y de la humanidad.
Lo mismo al estudiante que al lector en generalt pues¡ recom iendo
este libro, igual que el antiguo autor romano recom ienda el suyo con
un entusiasta "jL eg e feliciter!".
R udolf A llers, M. D.

Universidad de Viena, 1936.


Universidad de Georgetown, 1952.

N ota .— Esta es una versión ligeramente modificada del prólogo original,


hecha con el permiso del Dr. A l l e e s .— El Autor.
BRENNAN, 3
GRATITUD

1. P r im e r a e d ic ió n .

Por la escritura del m anuscrito y la ayuda prestada en su plan­


team iento final, deseo expresar mi gratitud a ios profesores R u d o l f
A l l e r s , de la Universidad de V iena; P . E . B a r b a d o , O. P., de la A ca­
demia pon tificia de Ciencia, R om a; C h a r l e s J. C a l l a n , O. P., y J o h n
M c H u g h , O. P.t editores de “ The H om iletic and Pastoral Reviem” ; E d -
w a r d Or. F i t z e r a l d , O. P .; J o h n E , R a ü t h , O. S- B , y F u l t o n J . S h e e n . de
la Universidad Católica de A m érica; J o h a n st e s L i n d w o r s k y , S. J., de
la Universidad Alem ana de Praga; D a n i e l J. O ’ N e i l , del Colegio de la
Providencia; G e r a l d B . P h e l a n , P residente del St, M ichael’ s Institute
o f M edieval Studies, T oron to; R . P . P h i l l i p s , ex m iem bro del Seminario
de St, John, W onersh, In glaterra; W a l t e b B . P i l l s b u r y , de la Univer­
sidad de M ichigan; E d w a r d S . R o b i n s o n , de la Universidad de Yole, y
A l f r e d B . S a y l o h , ex m iem bro del Dominican Studium, W ashing­
ton, D. C.
D eseo agradecer la cooperación que m e prestaron en la revisión*
de algunos trozos del m anuscrito los profesores W a l t e r B . C a n n o n ,
de la Universidad de H arvard; A l e x i s C a r r e l , del In stitu to R oek e-
feller; H ü m b e r t K a n e , O. P., del Dominican Studium, Chicago; G r e -
g o r y J. S c h r a m m , O. B. S., e x m iem bro de la Universidad Católica de
Peking, y P a u l I . Y a k o v l e v , del State Hospital for Epileptics, Palmer
Mass.
Por la reproducción de las ilustraciones y algunos grabados origí­
nales estoy en deuda con el profesor F r a n k A . B i b e r s t e i n , de la Uni­
versidad Católica de A m érica, y por la cubierta y la mayor pa rte de
los dibujos del texto, con el profesor J a m e s E . M c D o n a l d , del Providen-
ce College.
Finalm ente doy mis más sinceras gracias a los m iem bros del T h o-
m istic In stitu te o f Providence College que m e ayudaron en la lectura
de las pruebas y en la elaboración del índice.
1937. EL AUTOR.
36 Gratitud

2. S egunda e d ic ió n .

Desde que fu e escrito lo anterior, más de quince años atrás, algu­


nos de mis lectores académ icos o críticos fian fallecido; otros se han
trasladado a nuevas esferas de actividad. Para todos ellos, mi mas
cálidos sentim ientos de gratitud.
D urante los tres lustros de existencia que ha tenido la Psicología
General la he enseñado a cien tos de estudiantes. He aprendido de
ellos, a cambio, la frescura y juven tu d de sus ideas, y sus dudas y
confusiones han sido para mi un estím ulo. Sólo el m aestro sabe cuán­
ta riqueza y originalidad yace dormida en la m ente juvenil. Los juicios
críticos del libro han sido tam bién fu en te de inform aciónt ayudando
al autor a “ salirse de su propia perspectiva” , com o diría W u n d t , y ver
su obra con frialdad objetiva. C onfío haber obtenido provecho de sus
am istosos juicios.
Deseo, sin em bargo, agradecer principalm ente la ayuda recibida
de los profesores que han leído o utilizado este libro desde su apari­
ción en 1937, Me es im posible citar todos sus nom brest pero quisiera
m encionar ios siguientes a causa de su prolongado interés por mi obra,
sus instructivos con sejos y por su indulgencia hacia mis errores: M o r -
t i m e r A d l e r , de la Universidad de C hicago; C h a r l e s A . C u r r a n , del
St. Charles College Sem inary, Columbia, Ohio; C h a r l e s D e k o n i n c k ,
de la Universidad de Laval; W a l t e r F a r r e l , O. P., ex m iem bro del Do­
m inican Studium, C hicago; B e n j a m í n U . F a y , O. P., del Dominican
Studium Som erset, Ohio; C h a r l e s A . H a r t , de la Universidad Católica
de A m érica; N o e l M a i l l o u x , O. P., m i com pañero en la Universidad
de M ontreal; J a c q u e s M a r i t a i n , de la Universidad de P rin cen ton ; A n ­
t ó n C . P e g i s , P residente del St. M ichael’s Institute o f Mediaeval Stu-
dies, Toronto, y J o s e p h C . T a y l o r , O. P., del Dom inican Studium, So­
m erset, Ohio.
A las hermanas del.St. Mary o f th e Springs Academ y and College,
Columbus, Ohio, que cedieron tan gen erosam ente su tiem po para leer
las pruebas de la segunda edición, mi más sincero agradecim iento.
Agradezco, por último, a la D. Van Nostrand Com panyt Inc., a la
MacMillan Com pany y John W iley and Sons, Inc., por su perm iso para
utilizar el m aterial ilustrativo de algunas de sus publicaciones.

1952. EL AUTOR.
I N T R O D U C C I O N

CAPITULO I

LA PSICOLOGIA DE TOMAS DE AQU1NO

1. LOS CAMINOS DE LA SABIDURIA.— Existen dos m odos de


acercarse a la Filosofía. Uno es estudiar un sistema i ya existente,
profundizar en él lo más posible y verificar continuam ente los hechos
de m odo que se pueda probar la veracidad del sistema. El otro es estu­
diar prim ero los hechos, analizarlos en sus com ponentes, ajustarlos
a otros hechos e ir luego en busca de algún principio por m edio del
cual puedan ser interpretados.
El prim er m étodo es el más fácil y el más cóm odo de los dos. Pero
su inconveniente reside precisam ente en su facilidad. Los hechos de
la experiencia se asom an tím idam ente por los rincones de nuestra
conciencia, pero nos damos escasa cuenta de su presencia. De todos
modos existe el peligro de descuidar su verdadero significado o de dar
por sentado que conocem os todo lo referente a ellos. Con dicha m en­
talidad casi no queda lugar para la duda o la incertidum bre. El pensar
no nos causa penas ni trabajos; y si nos surge alguna idea con tradic­
toria, ésta nace en una insensible media luz. Es tarea del sistema
que ésta no nos produzca dolor alguno. Si seguimos este cam ino,
podrem os llegar a ser unos buenos estudiantes de Filosofía, pero no
es posible garantizar que lleguemos a ser buenos filósofos.
El segundo cam ino ha sido seguido sólo por unos pocos. De los que
se aventuran por él, algunos desesperan y eventualm ente abandonan
su tarea, Pero algunos al pasar esta prueba logran una madurez que
los capacita para tener sus propios puntos de vista; y éstos, sean
sus ideas falsas o verdaderas, son por lo menos pensadores y filósofos

1 Se llama sistema en Filosofía a un conjunto metódico de ideas o prin­


cipios. No tiene por qué ser necesariamente cierto, pero posee una coheren­
cia y una disposición lógica que le hace aparecer como un todo integral.
Como haré ver más adelante, el sistema filosófico de S a n t o T om ás es real­
mente un totum organicum y su psicología es una parte de su sistema que
comparte también la verdad y la armoniosa belleza del conjunto. Podemos
comparar, con toda propiedad, esta filosofía a un organismo, es decir, a
un conjunto de partes, unificado por un principio vital que le permite
asimilar nuevas ideas, crecer y adaptarse a las variaciones de tiempo y
de lugar. En resumen, vivo y vitalmente consciente de los nuevos descu­
brimientos y hechos que poseen un sentido para su desarrollo. Con el fin de
obtener una información sobre la posición del sistema filosófico tomista
entre los pensadores cristianos, véase S. R a m ír e z , O . P., «The Authority of
St. Thomas», The Tomist. Ene. 1951, pp. 1-109.
38 Psicología de Santo Tomás

de verdad. Sus dudas son propias, y su sabiduría es la reacción vital


de su mente a los problem as del m undo que los rodea.
S a n t o T o m á s d e A q u i n o pertenece a este últim o grupo 2. Parte de
la realidad, en lo que se iguala al m ejor de nuestros hombres de cien ­
cia modernos. Su asidero a la realidad es poderoso y firme. El gigan­
tesco puño que quebró la mesa del rey Luis es un símbolo exacto de
nna inteligencia que libró siempre una lucha sin tregua contra el
error. T o m á s d e A q u i n o com ete a veces equivocaciones; pero, cuando lo
hace, su debilidad no está precisam ente en su poder de extraer in fe ­
rencias verdaderas, sino en las lim itaciones que ejercía la ciencia de
su época sobre la observación de la naturaleza.
Los instrum entos eran escasos, y el hom bre debía depender exclu­
sivamente de la agudeza de sus sentidos. La cantidad de hechos de
la que se podría extraer conocim ientos científicos era relativamente
pequeña, y tengo entendido que S a n t o T o m á s se dio perfecta cuenta
de esto. Al com entar algunas de las opiniones de los astrónom os de
su tiempo, dice así:
«Sus teorías aparentem ente explican los hechos. De esto no se d e­
duce, sin em bargo, que las explicaciones sean necesariamente verda­
deras, puesto que es posible que otra razón aún desconocida para el
hom bre pueda darse de los m ovim ientos de los cuerpos celestes» 3.
La actitud del científico no ha variado después de setecientos años,
y sigue siendo la m ism a que sostenía S a n t o T o m á s . Asi lo prueban
estas palabras de E d d i n g t o n : «La prueba es el ídolo ante el que se
tortura el m atem ático puro. E n física nos contentam os con sacrificar­
nos ante el altar m enor de lo plausible... En la ciencia abrigamos a
veces convicciones sobre la solución de un problema que no podemos,
sin em bargo, justificar» 4. No era otra la actitud de A r i s t ó t e l e s , el
maestro de los pensadores de la antigüedad, acerca de este punto.
Después de com entar algunos de los raros hábitos de las abejas, resu­
me sus descubrim ientos con esta cautelosa advertencia: «Estos h e­
chos, no obstante, no han sido aún lo suficientem ente observados. Si
llegan a serlo, debem os dar crédito a la observación con predom inio
sobre la teoría, si deseamos un verdadero adelanto del conocim iento.
Sólo podem os considerar com o verdadera la teoría cuando coincida
con la observación de los hechos» 5.

2. PUNTOS DE PARTIDA.— A lo que quiero dar im portancia aquí

2 S a n t o T o m á s de A quino nació a fines de 1224 o a comienzos de 1225.


Ingresó en la Orden dominicana en 1244, tuvo de maestro a A lberto el
M agno en Paris y en Colonia y comenzó su profesorado en la Universidad
de Paris en 1252, donde continuó sus lecciones hasta 1259, La mayor parte
de la década siguiente la pasó en Italia. Su segunda estancia en Paris,
desde 1269 hasta 1272, marca el periodo de su más alta producción literaria.
Murió a los cuarenta y nueve años, en 1274.
1 In Aristotelis. De Cáelo. Libro II. Lección 17. Véase también E. B. T., q. 6.
a. 1.
1 E d d in g to n , A. S.: The Nature of tfie Physical World. N. Y. MacMillan,
1928, p. 337.
•' On the Generation of Animáis, L. III, c, 10.
Punios de partida 39

no es precisam ente a los errores que tuvo T o m á s d e A q ü i n o , ya que la


ciencia de su época buscaba aún a tientas los secretos de la natura­
leza, M e gustaría en cam bio llam ar la atención sobre algo más sig­
nificativo que el mero hecho de haber com etido algún error. M e refiero
a su reverencia incondicional por el hecho. A r i s t ó t e l e s la tenía en un
alto grado, y sabemos que su m entalidad y su interés por la expe­
riencia hicieron fuerte im presión en S a n t o T o m á s . Pero el hom bre que
tuvo más influencia en los m om entos de su aprendizaje fue A l b e r t o
M a g n o fi. Este hom bre es ahora un hito en la historia de la ciencia
moderna. Fue un verdadero iniciador; un maestro del m étodo in d u c­
tivo, un genio del detalle y, sin embargo, el m ejor intelectual de su
tiempo. Fue A l b e r t o quien d ijo : «La aspiración de la ciencia natural
no es simplemente aceptar las afirm aciones de los demás, sino estu­
diar las leyes que actúan en la naturaleza» ", y hablando de sus inves­
tigaciones en Botánica, una de sus materias preferidas: «El experi­
m ento es la única guía posible en tales estudios» s,
T o m á s de A q u in o fue el discípulo más sobresaliente de A l b e r t o
M a g n o . No es que hiciese ninguna contribución especial a la ciencia,
ya que desde ese punto de vista su genio fue sobrepasado am pliam en­
te por el de su maestro. Pero aprendió de él el valor de los hechos, y
se mantuvo en la convicción de que el dato más pequeño y trivial con ­
duce m uchas veces a la más elevada verdad.
El proceso desarrollado por su m ente fue más bien lógico que b io­
lógico, basado en su interés por la Filosofía, más que en la ciencia. Sin
embargo, esto no es óbice para que el Aquinatense creyese que las cosas
debían empezarse desde el principio 9. Así, fue sobre esta perspectiva
de com pleto con tacto con la realidad creado para él por una de las
em inencias de la ciencia de su época, que S a n t o T o m á s empezó a cons­
truir la estructura de su filosofía. No podem os ofrecer ejem plo m ejor
de la influencia de la ciencia de un hom bre en la filosofía de otro que
en el m étodo seguido por S a n t o T o m á s en la argum entación,
r - Era un detalle característico en su actitud de filósofo el estar siem ­
pre deseoso de aceptar el punto de vista del adversario si con esto se
beneficiaba el argum ento. Tal vez el nom bre más adecuado para esto
fuese el de duda m etódica, una actitud análoga a la del científico
_cuando supone que sus teorías son solamente probables.
A r i s t ó t e l e s había h ech o hincapié en que nuestra entrada en la
sabiduría debería hacerse a través de la puerta de la duda m etódica,

6 A l b e r t o M a g n o nació en 1206 y entró en la Orden dominicana en


1223. Enseñó en Paris y en Colonia entre los años 1245 y 1254; llegó a obispo
de Ratisbona en 1260; renunció a esta dignidad dos años más tarde y
reemprendió su magisterio, en el que continuó hasta que tuvo que retirarse
por su avanzada edad. Murió en 1280. Lo mismo que S a n t o T om á s, fue un
gran escritor, S a n A l b e r t o es venerado como el patrón de los hombres de
ciencia, asi como Santo T om á s es considerado como el patrón de los filósofos
y los teólogos.
7 Mineralia, L, II, t. 2, c. 1.
* Parva Naturalia, De Vegetabilibus. L. VI, t. 1, c. 1,
" C h e ste rton , G K .: St. Thomas Aquinas. N. Y. Sheed & Ward, 1933,
P. 99.
1
40 Psicología de Santo Tomás

com o un juez justo que no se atreve a juzgar antes de haber conocido


todos los aspectos de un p ro b le m a 10. Al explicar este pasaje, Aouino
dice así: una persona se encuentra, atada^y desea verse libre, lo
prim era que h ace _e.s estudiar cuídadosam ente-sus. ligaduras para de­
term inar qué clase de nudo la m antiene sujeta. Del mism o m o ji o ^ i
deseamos llegar" a las raíces de un problem a, debem os pesar^primeto
todas las dificultades qlie le rodean y tratar de.eneontrar sus causas --.
Intentar acercarse a una“ verdad sin haber exam inado los pros y
los contras es com o el caso de un hom bre que sale de viaje sin saber
a dónde va... Si consigue alcanzar su m eta es sólo por casualidad o por
buena suerte... Así puede uno ir en busca de la verdad y no saber
cuándo la ha logrado...
Si realm ente deseamos llegar a la solución del problem a investigar
cuidadosam ente toda evidencia presentada por el contrarío» n .

3. LA PSICOLOGIA DE SANTO TOMAS.— No escribió el Aquinaten-


se ningún texto de Psicología. El hecho es que su interés por la natura­
leza hum ana era sólo parte de un desenvolvim iento histórico de mayor
m agnitud, debido principalm ente a su interés por Dios. Pero su in te­
rés por la creación y por las misteriosas leyes de la existencia era tan
intenso que el estudio del hom bre se le hizo indispensable. Esto no
quiere decir que no se hubiese preocupado de la Psicología si no llega
a estar relacionada con la Teología. Al contrario, hubiese adm itido al
m om ento que el estudio propio de la hum anidad es el hom bre, aña­
diendo a continuación que su estudio adecuado es Dios. Así, «todas
las consideraciones de la razón hum ana en sus esfuerzos para ordenar
las vérdades de la ciencia tienen com o fin últim o el conocim iento
de la ciencia divina (es decir, la teología)» 12. En la práctica se atuvo
al principio de que un m ejor conocim iento de nosotros mismos nos
lleva siempre a un m ejor conocim iento de Dios, y que ambas form as
de sabiduría se ordenan en últim a instancia a la visión de la Esencia
Divina.
Por consiguiente, de una gran cantidad de escritos sobre la natu­
raleza del hom bre vamos a intentar presentar las enseñanzas de A qutno
de m odo que tengam os una visión total de sus ideas sobre Psicología.
Podemos aún dar el nom bre de sistema a estas enseñanzas, un térm i­
no muy em pleado por los m odernos, siempre que no olvidemos que
entendem os el sistema de S a n t o T o m á s com o algo siempre vivo y
abierto a toda clase de ideas; que es capaz de asimilar lo que es útil
a su organism o, que está estructurado com o un todo viviente y que
com o algo que ha resistido el paso de los siglos tiene aún m ucho que
ofrecer al psicólogo m oderno en busca de un m arco adecuado para
el fruto de sus investigaciones.
I. M é t o d o .— La prim era preocupación que debe tener un estudian­
te de Psicología, aquí com o en cualquier otro caso, es conocer el m é­

lfl Metaphysica, L. III, c. 1.


11 In .¿risioíeiis Metaphysica, 1. m , L. 1.
11 E. B. T.: q. 6, a. 1, respuesta a la tercera parte.

Il
Método 41

todo de la m ateria particular que va a estudiar 13. Ahora bien, una


ley básica de la m etodología es ir desde el hecho, lo que captam os
por medio de la experiencia inm ediata, al principio que yace tras él.
Partimos de lo conocido y avanzamos gradualmente hacia lo menos
conocido. Este es el único m étodo razonable de estudio. Como a con ­
seja S a n t o T o m á s al estudiante Juan: « S i te lanzas de improviso al
mar, estás perdido. Pero si entras prim ero en un arroyo que desem ­
boca en un río y vas luego por el río hasta llegar al mar, no hay
ninguna razón para creer que no puedas m antenerte a flote» O,
para emplear otra im agen, com enzam os un viaje partiendo desde el
primer escalón, que es el hecho, y lo continuam os subiendo paso a
paso la escalera que nos lleva a los conocim ientos generales. T ene­
mos por meta la síntesis y nuestra llegada se anuncia con la apari­
ción de una ley o principio últim o que explica los hechos de los
que partim os, al m ismo tiem po que nos proporciona la clave del sig­
nificado de otros hechos todavía desconocidos para nosotros. nna_
ven qnp ijnmlnemosJiLÍ£y_jLprincipiQ1-podem os utilizarla.rom o punto

acabo de decir se puede aplicar igualmente a la ciencia y a la filo­


sofía, Pero lo ilustraré en relación con esta última. La división del ser
en acto y potencia surgió com o consecuencia de los estudios que hizo
A r i s t ó t e l e s sobre los cam bios del m undo físico. Una vez que captó
con claridad la idea, le fue posible utilizarla en materias ajenas a los
cambios físicos. R epetim os entonces que el m étodo analítico repre­
senta un ascenso gradual en la escala de los conocim ientos generali­
zados, m ientras que el m étodo sintético actúa en dirección contraria
una vez que la ley o principio ha sido proclam ado verdadero. La cien ­
cia se apoya con firmeza en el prim er m étodo. La Filosofía, por su
naturaleza, encuentra más útil el segundo.
De todos modos, visto que ambos son útiles el uno al otro, hay un
constante intercam bio entre los dos.
Partiendo de los hechos que son de com ún conocim iento, A q u in o
construye su ciencia de la naturaleza humana. Su sistema psicológico
es filosófico en su m ayor parte, ya que su genio se inclina más hacia
la síntesis que hacia el análisis. Podríam os decir que posee dos aspec­
tos: uno, «m aterial», que trata principalm ente de los hechos que
llegarían más adelante a pertenecer al cam po del investigador cien ­
tífico; el otro, «form al», ocupado fundam entalm ente del sentido final
que atribuimos a estos hechos y, por lo tanto, que concierne más
al filósofo. Y a causa de que el m ism o A q u in o dio una gran im portan­
cia al sentido últim o, podem os decir con propiedad que la esencia de
su Psicología es filosófica. Otro m odo de describirla sería decir que
la Psicología de S a n t o T o m á s es un feliz equilibrio entre el con oci­

13 «Se debe conocer el método de una ciencia dada antes de estudiarla.»


(E. B. T,, q. 6, a. 1, ob. a la segunda parte, r. 3.)
1J Epístola ad Joannem de Modo Studendi. Ver también A r is t ó t e l e s ,.
Physics. L. I, c. 1.
15 G ar r ig o u - L a g k a n g e , R., O. P .: De Methodo Sancti Thomae. Roma-
Schola Typographica. Pío X, 1938, pp. 19 ss.
4'¿ Psicología de Santo Tomás

m iento de lo contingente y el conocim iento de lo necesario en la


naturaleza hum ana, esto es, entre los lados observados por la expe­
riencia y las conclusiones finales que se siguen a ellos.
n . I n t r o s p e c c i ó n ,-—Lo que hem os dicho hasta aquí se refiere al
m étodo en general. Es el m odo de trabajar que tiene nuestra mente
sobre cualquier ram a del saber: empezamos por lo obvio e inmediato,
com o lo que vemos, oím os o sentimos, y continuam os con las reali­
dades más ocultas y hondas, no por eso m enos verdaderas, como
la existencia de una psych e o alma que dé cuenta de nuestra experien­
cia vital. Pero para el Aquinatense y la mayoría de los psicólogos m o­
dernos, hay otro m étodo que puede utilizarse solam ente en Psicología.
Carece de valor para el físico que estudia la estructura de la materia
y para el astrónom o cuyo interés se centra en los m ovim ientos de
los astros. Pero es sum am ente útil para el que se dedique al estudio
de la naturaleza hum ana. Lo llam am os introspección u observación
de nuestro propio interior, Y la razón de su particularidad reside en
que es el único caso en que sujeto y objeto de estudio coinciden.
Podemos, por asi decir, sin m overnos de casa, aprender lo esencial
de la naturaleza hum ana, observándonos en el espejo del ser, para
saber qué tipo de persona somos. En con ju n to no deberíam os, pues,
tener grandes dificultades en esta rama del conocim iento, va que
siempre podem os apelar a nuestra experiencia' 'péTsoñalT o~ a lo que
sugedlTen nuestro Tfitefló r cuarrdó~aueremos cerciorarnos de lo aue
experim entan los demás. . .
S anto T omás fue, por supuesto, un introspeccionísta. Cuando se
refiere al uso de este m étodo de exploración del yo, dice: «Los objetos
que pertenecen por esencia al alma son conocidos por m edio de un
cierto tipo de conocim iento que es la experiencia interior; del mismo
m odo que un hom bre por sus actos es consciente del origen de ellos.
Así, nos dam os cuenta que tenem os deseos por el acto de desear,
de que estam os vivos porque somos conscientes de las m anifestacio­
nes vitales» 16. Para el Aquinatense, la introspección es el m edio más
seguro de acceso a los datos de la Psicología. No emplearla hubiese sido
com o arrojar el m artillo y la sierra cuando nos disponíam os a construir
un edificio; o rehusar encender una luz cuando no vemos lo suficiente
para realizar nuestro trabajo.
En lo que respecta a nuestro T o m á s d e A q g i n o , pues, la introspección
es la herram ienta básica para extraer los datos de la experiencia,
en la creencia de que sobre estos hechos se funda nuestro con oci­
m iento de la naturaleza hum ana. Si buscase fuera datos adicionales,
sería principalm ente con el fin de com pararlos con los que le p ro­
porcionó la introspección. Y hay que decir que la m ayoría de sus
errores proceden precisam ente del estudio de materias que no se pue­
den verificar por m edio de la introspección. Vale la pena llamar la
atención sobre este punto desde el m om ento en que gran parte de las
controversias en la Psicología m oderna se centran en la discusión
del valor del m étodo introspectivo. ¿Es éste un m étodo lícito de
obtener inform ación ? La respuesta depende, claro está, del uso que
10 S. T., p. I-II, q. 112, a. 5, r. a obj. 1.
Introspección 43

le demos, o del cuidado y la precisión con que lo apliquemos. Cuando


es utilizado com o cualquier otro instrum ento fidedigno, puede con ­
vertirse en la más rica fuente de conocim iento. Esta es la opinión de
O s w a l d K ü l p e , que dice: «El experim ento no puede desplazar a la
introspección en Psicología, del m ismo m odo que no puede desplazar a
la observación en Física. Sólo debe ser un suplemento del m étodo
introspectivo que llene los huecos que quedan cuando se utiliza la
introspección, y que sirva para verificar sus hallazgos y hacerla, en
general, más digna de confianza» *7. Podemos añadir que ha sido
K ü l p e el prim ero de los psicólogos m odernos que se ha acreditado
por hacer un estudio científico del m étodo en Psicología.
En unas manos hábiles, la introspección es un m étodo que permite
al observador ir en busca de los detalles de su propia experiencia
com o provisto de una lupa. Toda la reacción consciente es cuidado­
samente percibida y deshecha, si es necesario, en períodos fraccion a­
dos. Las mismas tareas se hacen una y otra vez con el fin de corregir
y am pliar el inform e. Algunas veces se le pide al sujeto que fije su
atención en algo particular, pero más a menudo se le deja actuar
libremente, sin prevenirle sobre lo que debería observar.
¿Qué tenemos nosotros que decir de la introspección de S a n t o
T o m á s ? Si nos basam os en los inform es que ha dejado, debió de h a ­
berla em pleado m etódicam ente. Sin duda alguna; hubo ocasiones en
que quedó perplejo. Pero a un hom bre de su constancia e inventiva
el trabajo que le producía explorar los misterios de la conciencia
no era más que un estím ulo para su curiosidad.
No es difícil imaginarse su método. Primero iba produciendo la
percepción, la im agen, el sentim iento, el ju icio o el proceso m ental
requerido. Luego revisaba inm ediatam ente los detalles de su expe­
riencia para poder describir exactam ente cóm o la había hecho. Es
la tarea que todos los grandes introspeccíonistas se han impuesto,
desde A r i s t ó t e l e s hasta K ü l p e , y los psicólogos modernos. Cuando las
circunstancias de tiem po y de lugar varían, nunca se puede asegurar
lo que se va a observar, o de si está examinando el mismo tipo de
datos repetidam ente. Además, siempre existe el peligro de refinar las
propias experiencias hasta el punto de que se hagan irreales. Esto
es lo que sucede si abusamos de la llam ada actitud de laboratorio,
donde la experiencia com ún o ingenua se descarta a favor de la expe­
riencia corregida. Para ser un buen introspeccionista se debe ser con s­
ciente; luego consciente de ser consciente; luego lo suficientemente
hábil para describir todo lo que sucede estando consciente.
Lo que hizo probablem ente S a n t o T o m á s , lo mismo que el intros­
peccionista m oderno, fue ejecutar varias veces una misma tarea.
Algunos rasgos com unes de todas estas experiencias sucesivas irían
apareciendo gradualm ente con m ayor relieve, pudiendo entonces ais­
larse y repetirse con más exactitud. Todavía continúa siendo cierto
para el experto actual en introspección, tal com o lo descubrió S a n t o

17 K ü lp e , O .: Outlines of Psychology. T r a d , p o r E. B . T it c h e n e r . n . Y .
M a c m i lla n , 1895, p . 10,
44 Psicología de Santo Tomás

T omás, que el contenido total de una experiencia dada difícilm ente


podía ser captado en toda su riqueza de detalles. La ley de la lim ita­
ción de la energía m ental se opone a esto.
Como F r a n c i s A v e l i n g d ic e : «Sólo tenemos conciencia de un m odo
absoluto de una parte infinitesimal de lo que captan nuestros sentidos
externos en un m om ento dado. La extensión de nuestra conciencia
está igualmente lim itada cualquiera que sea el tipo de experiencia.
Se necesita un gran núm ero de observaciones, por consiguiente, para
desentrañar los fenóm enos que ocurren en el más simple proceso
m ental» 1S. Sin embargo, com o quiera que investigase la validez esen­
cial del m étodo de A q u i n o se muestra una y otra vez p or el gran
acuerdo existente entre el relato de sus datos introspectivos y los
inform es dados por los psicólogos modernos.
III. C o n t e n i d o .— El sistema ideal en Psicología sería el que pudie­
se representar todo lo que sabemos acerca del hom bre en un todo
consistente y unificado. D icho sistema abarcaría todos los datos de
la experiencia humana, asi com o las leyes o principios que hacen
com prensibles esos datos. Podem os afirmar, de paso, que no puede
existir ni existirá un sistema psicológico perfecto mientras la natu­
raleza hum ana siga teniendo secretos para nosotros. Como cualquier
otra aventura del conocim iento hum ano, la Psicología debe tener su
correspondiente parte de errores, com plicaciones y de m alentendidosf
aun entre hom bres bien intencionados.
Probablem ente sea ésta la m ejor razón para dejar en claro desde
un principio lo que considero com o el núcleo de la psicología tomista.
Para llegar a él es necesario sobrepasar los límites de nuestro con o­
cim iento del hom bre y entrar en el terreno más am plio de nuestro
conocim iento del ser, puesto que lo que es cierto sobre el ser en
general debe tam bién serlo para el hum ano en particular.
Ahora bien, a la más ligera ojeada que demos a las páginas de la
filosofía de S a n t o T o m á s percibim os que el principio fundam ental que
une entre sí a todos los conocim ientos es la doctrina del acto y la
potencia. Brevemente, viene a ser esto: que una cosa que se halla en
estado de potencia debe continuar en ese estado hasta ser m ovida por
otra en estado de acto. Es posible, pues, que el agua fría se torne
caliente. Pero el agua fría no puede de ningún m odo calentarse a no
ser que actúe sobre ella algo ya caliente. Lo mismo podem os decir en
cuanto al m ovim iento. La doctrina n o descansa, sin embargo, en la
noción de cóm o actúa una cosa. Tam bién nos dice qué es una cosa:
basándose en el principio que la operación de una cosa sigue el p ro­
pio curso de su ser y es un cam ino o una pista para averiguar la
naturaleza de su ser. Por consiguiente, se desprende que todo ser se
divide en potencia y acto. Así, todo lo que pertenezca al m undo de
la realidad puede considerarse com o potencia, com o acto o com o una
com binación de ambos. Aqui hem os tocado suelo firme en la filosofía

1S A v e l in g , F .: Emotion, Conation and Will. Feelings and Emotions. E d .


por c. Murchison. Worcester Clark University Press. 1928, p. 52. Ver también
S p e a r m a n , C.: The Abilities of Man. N. Y. Macmillan, 1927, pp. 98 ss.
Contenido 45

d e A q u i n o : el principio d e la existencia real, ya sea en form a de acto


o de potencia. Veamos cóm o adapta esto a sus enseñanzas psico­
lógicas.
Hallamos prim ero su doctrina de la unidad del com puesto hu m a­
no. El alma del hom bre es el acto o form a sustancial de su cuerpo
y su form a única. El cuerpo del hom bre, por otra parte, en su aspecto
básico de materia prima, es pura y simple potencia. La unión de su
alm a con la m ateria prim a convierte de inm ediato esta materia »en
un cuerpo, un cuerpo viviente y un cuerpo humano. A esto nos referi­
mos cuando decim os que el hombre está com puesto de cuerpo y alma.
Nuevamente, las potencias de la mente y la voluntad son distintas
a las del alma misma. Desde el m om ento en que son perfecciones del
alma, su relación con ésta es la misma que la que existe entre el acto
y la potencia, Pero las potencias mismas son perfeccionadas por la
acción. Luego el pensam iento es a la mente, y la elección a la voluntad,
lo que el acto a la potencia. Y lo m ism o sucede con el resto de nuestras
potencias.
Finalm ente, las potencias entran en acción por m edio de los o b je ­
tos. Vemos cuando la luz nos hiere la vísta. Oímos cuando el sonido
llega al oído. Y conocem os el m undo de la realidad porque de algún
m odo este m undo queda impreso en la mente. De todo esto se deduce
no solamente que las potencias por m edio de las cuales conocem os
son distintas de los objetos, sino tam bién que son esencialm ente pasi­
vas en relación con ellos. El conocim iento, en resumen, debe venir
del exterior, y la m ente perm anece en estado de potencia hasta el
m om ento en que se ve im pulsada a actuar por su objeto, es decir,
por algo lanzado hacia ella desde fuera. ¡Qué falso es, pues, decir que
ella crea a su objeto, cuando la verdad es que es el objeto el que
hace posible la existencia de los pensam ientos!
La misma nota de potencia es detectable en la voluntad que, au n ­
que capaz de determ inarse en el m om ento de la elección, es, sin em ­
bargo, naturalm ente pasiva respecto a su motivo. Además, com o el
resto de las criaturas, está sujeto a la influencia de Dios, que la
crea y actúa sobre ella de acuerdo con su naturaleza: llevándola hacia
la meta que El desea, sin interferir en lo más m ínim o su lib erta d 19.

13 Uno de los problemas que ofrece más dificultades en la psicología


tomista es la relación que existe entre la voluntad humana y la divina.
Esto es, en realidad, un problema teológico. Sin embargo, ya que siempre
lo tenemos presente al estudiar el acto voluntario, me dirijo al texto clásico
(S. T ., pp. I-II, q. lo, a, 4) para ver lo que nos dice S an t o T o m á s : «Como
dice D io n y s h is (en su Tratado Sobre los nombres divinos, TV), no entra en
el plan de la divina Providencia destruir la naturaleza de las cosas, sino
más bien conservarlas intactas. Es por esto que El actúa sobre las cosas
siempre de acuerdo con las condiciones de cada ser. Hace esto tan sabia­
mente que, bajo la influencia de su acción divina, los efectos fluyen nece­
sariamente de causas necesarias; mientras que los efectos de los agentes
libres se producen libremente. Ahora bien, puesto que la voluntad humana
es un agente activo y no está, determinado por una cosa, sino que se rela­
ciona de un modo indiferente con muchas, Dios debe actuar sobre ella de tal
manera que no la determina necesariamente. Asi, pues, el acto voluntario.
46 Psicología de Santo Tomás

Otras conclusiones que no fueran las m encionadas harían peligrar la


totalidad del sistema de S a n t o T o m á s . Todas ellas tienen, pues, su
origen en la doctrina de la potencia y el acto.

4. AQUINO Y ARISTOTELES.— La estructura total de la filosofía


tom ista se basa en A r i s t ó t e l e s , A qu isto ha sido el prim ero en recono­
cer su deuda con el sabio de Estagíra. Si A l b e r t o lo educó en el m étodo
analítico, A r i s t ó t e l e s le enseñó el poder de la síntesis y abrió su mente
a las im presionantes alturas de la m etafísica, le dio una visión que
abarcaba desde las profundidades del cosmos hasta el trono de Dios,
que es la vida misma, la razón misma y el mismo ser, excelente y
eterno 20. Es digno de m ención el h echo de que, lo mismo para el más
grande de los peripatéticos com o para el m ayor de los escolásticos,
la necesidad de la síntesis fue originada por el contacto con m enta­
lidades con inclinación científica. Lo mismo que S t o T o m á s , A r i s t ó ­
t e l e s creció en un am biente favorable al espíritu de la observación
exacta.
La Historia nos cuenta cóm o la M edicina era una tradición en
su fam ilia. Una atm ósfera así puede provocar, ciertam ente, una
reacción positiva en un filósofo que se esté form ando. Prim ero aguza
su interés por el descubrim iento de hechos, luego le estimula a esta­
blecer un cierto tipo de orden en sus descubrim ientos y, por último,
le suministra el incentivo necesario para form ar un sistema por medio
del cual los numerosos datos aislados puedan reunirse en un con­
ju n to arm onioso y se les pueda dar su sentido final. Este contacto
constante con la realidad, característica de toda la filosofía de A r i s ­
t ó t e l e s , está descrito m ejor que nadie por él mismo. Sus palabras
nos parecen un pasaje autobiográfico: «Los que vivan en prolongada
com unión con la Naturaleza y sus fenóm enos tendrán cada vez más
capacidad para construir principios que se presten a un desarrollo
amplio y coherente y que sean la base de sus teorías. Los que, en
cam bio, se entreguen a la abstracción y abandonen la observación
de los hechos, sólo estarán deseosos de asentar dogmas a propósito
de sus escasas observaciones» 21.

lejos de ser forzado, permanece libre, siendo la única excepción cuando es


movido por su propia naturaleza.»
Debemos explicar que «la voluntad es movida por su propia naturaleza»
cuando se inclina hacia el bien. En presencia de dicho objeto que agotó
nuestra concepción de la bondad, no le es posible a la voluntad sino desear­
la. Refiriéndose a los puntos anteriores, al responder a la objeción primera
de este articulo, S an to T om ás dice que la voluntad de Dios comprende no
sólo el acto, sino también el modo como se hace una cosa, abarcando de
una vez tanto la sustancia como el modo de acción de cada criatura. Sola­
mente así es respetada su propia Naturaleza infinita, al respetar la natu­
raleza finita de todas las cosas que El ha creado. Por eso lo más loable para
El es el hecho de no actuar sobre los hombres libres, y el de no permitirse
intervenir en sus propias decisiones, puesto que la libertad es una cualidad
que les pertenece en cuanto seres racionales. Ver también: D. P. D., q. 3,
a. 7, y obj. 12 y 13.
50 Metavhysica, L. XII, c. 7.
31 De generatione et corrupfíone, L. I, c. 2.
Aquino y Aristóteles 47

Pero A q u i n o aprendió con A r i s t ó t e l e s algo más que un m étodo.


El contenido de su filosofía misma (y esto es particularm ente cierto
para su doctrina de la naturaleza humana) es tam bién aristotélico
en el fohdo. Hay, por cierto, quien dice que no hizo casi nada más
que m anejar el pensam iento de A r i s t ó t e l e s , pero quien haya dicho
esto es que desconoce la m agnitud de la m ente de A q u in o tanto com o
la hondura y originalidad de sus escritos.
Con el suficiente discernim iento, se verá que la verdadera razón
que tuvo para aceptar el punto de vista aristotélico no fue ni la
autoridad ni la tradición que representaba, sino el hecho intrínseco
de su veracidad.
Uno se podría tam bién preguntar si la tradición y la autoridad
de A r i s t ó t e l e s era reconocida tan am pliam ente en los tiem pos de
A q u i n o , y la evidencia nos responde que no fue así, por lo que, vista la
gran extensión que tom ó la vuelta a A r i s t ó t e l e s después de la síntesis
tomista, no podem os m enos que reconocer todo lo que A r i s t ó t e l e s le
debe a S a n t o T o m á s 22.
Pero lo que se discute es algo más vital. El panadero, por ejem plo,
nos suministra el pan. Lo ingerim os, lo asimilamos y pasa a form ar
parte de nuestro organismo. Del m ismo modo, A r i s t ó t e l e s alim entó
la mente de A q u i n o , Ahora bien: el pan, y n o el panadero, es lo que
interesa al cuerpo. Del mismo m odo, la verdad, y no A r i s t ó t e l e s ,
era lo que le interesaba a A q u i n o . Y así, cuando las doctrinas del Esta-
girita le parecían correctas, las aprobaba únicam ente porque corres­
pondían a la realidad. Es el mismo m otivo que tiene para estudiar
filosofía, «No para aprender lo que otros han pensado, sino para
llegar a la verdad de las cosas» 23. Aceptar la verdad que le ofrecía
A r i s t ó t e l e s , no por ser A r i s t ó t e l e s , sino por ser verdad, fue el más
alto m otivo de su rendición intelectual.
Sin em bargo, durante el proceso de la nutrición algunos productos
son rechazados y considerados de desecho. Así, al digerir el pensa­
miento aristotélico en con tró S a n t o T o m á s algunos hechos no asim i­
lables. Sólo la verdad es alim ento adecuado para la mente. Nada más

12 Sería una grave falta creer que a S an to T om ás le hubiese bastado con


«bautizar a A r is t ó t e l e s », como se dice. La verdad es que le dio nueva vida
y organización a todo el sistema aristotélico: Re valorizó de principio a fin
la antigua filosofía pagana y la unificó bajo un solo principio. A r is t ó t e l e s
llegó a la cumbre de su estudio de la realidad en su visión de Dios como el
Acto Primero, infinitamente puro, radiante, vivo, bondadoso y eterno; y
puesto que este Acto es carente de limitaciones, debe incluir la perfección
de una existencia infinita. A r is t ó t e l e s es, pues, el más grande de los exis-
tencialistas paganos.
La concepción del ser de S an to T o m á s , y especialmente del ser infinito
del Acto Primero, es la misma en esencia que la aristotélica; es, sin embar­
go, una aclaración de las doctrinas de este último, y nos presenta un análi­
sis más satisfactorio de los atributos divinos y desarrolla de un modo posi­
tivo la noción de una providencia infinita que se ejerce sobre cada una de
las criaturas a las que Dios ha dado el ser. Esto es un existencíalismo de
los mejores y posiblemente S anto T om ás sea el mayor de los ezistencialistas.
Ver M a r it a in , J .: Existence and the Existent. Trad. por L. G a l a n t ie r e y
G, B. P h e l an , N. Y. Pantheon., 1948, c. 5.
33 In Aristotelis De Cáelo, L. I, lee, 22.
48 Psicología de Santo Tomás

le jo s de la intención de A q u in o que considerar su sumisión a A r i s t ó t e -


uss com o un refugio contra el error. Una de las pocas veces en que se
muestra im paciente con sus críticos es en su ensayo Sobre la Unidad
del In telecto. Un com entarista de A r i s t ó t e l e s , S i g e r i o d e B r a b a n t e ,
había hecho la observación de que quizá el significado atribuido por
A q u in o a un texto de A r i s t ó t e l e s era equivocado, a lo que éste le repli­
có, sin ambages, que lo que se discutía no era lo que A r i s t ó t e l e s había
pensado o enseñado, sino lo verdadero. ¡Si sus opositores podían p ro ­
bar que la interpretación que ellos hacían de A r i s t ó t e l e s era la ver­
dadera, tanto peor para A r i s t ó t e l e s ! 24,
El h ech o es que S a n t o T o m á s extrajo los materiales para su ñlosofía
de todas las fuentes posibles— griegas, árabes, paganas o cristianas— ,
y así logró un todo orgánico, en el que conocim ientos de diverso tipo
m antenían su unidad al ser recogidos por un principio único.
Este principio, es claro, había sido creado por el propio A q u in o a
través de largas m editaciones, siendo consciente totalm ente de sus
im plicaciones. No le im portaba que lo considerasen terco si era en
honor a la verdad. De cualquier m odo, no hay posibilidad de duda
acerca de su originalidad. Com o parte de su gran sistema filosófico,
su psicología es una réplica fiel de sus opiniones y experiencias, y se
puede dem ostrar, sin lugar a dudas, que se esforzó constantem ente
en referir siempre a la realidad sus observaciones sobre la naturaleza
del hom bre 25.

5. AQUINO Y LA PSICOLOGIA MODERNA— ¿Tiene la doctrina de


S anto T om ás algún valor para los psicólogos m odernos? Podemos afir­
m ar que sí, sin lugar a dudas. Existe, sin em bargo, el inconveniente
de que muy pocos de los psicólogos de hoy conocen la psicología
tom ista y n o han saboreado aún los frutos de su estudio. Pero el
interés por ella es creciente, y la corriente de investigación, que se
dirige hacia una visión total y personalista de la naturaleza del hom ­
bre, observada con bastante frecuencia en la actualidad, es posible que
signifique que el psicólogo m oderno se está, por fin, sintiendo atraído
por la integridad de esta tendencia. Ahora bien: la psicología de
A q u in o se caracteriza precisam ente por poseer una visión de conjunto
y personalista del ser humano. Cuando el hom bre de ciencia se dé

14 D. U. I., c. 7.
Esta explosión tan poco corriente a ia que me refiero aparece al final
de su tratado. Es digno de citarse por el profundo deseo de verdad que
muestra en ella. «Si alguno, engreído de falsa sabiduría, desea discutir lo
que he escrito, que no hable por las calles a las gentes ni a los niños sin
experiencia, que no distinguen lo verdadero de lo falso. Que se atreva, en
cambio, a escribir contra lo que yo he escrito. Encontrará, entonces dispues­
tos a oponerse contra sus falsas doctrinas y a aconsejar su ignorancia, no
sólo a mí, sino a todos los amantes de la sabiduría.»
25 M a r it a in , J.: The Degrees oj Knowledge. Trad. por B. W al l y M. R.
A h a m so n . N. Y. Scribners, 1938, pp. XIV-XV.
B arbado , E., O. P,: Introduzione alla Psichologia Sperimentale. Roma.
Facoltà Filosofica dell’sAngelicum». 1930, c. 9,
L atte y , C., s. J. Editor. St. Thomas Aquinas. Cambridge. Eng. Heffer,
1925, cc. 3 y 4.
Aquino y la Psicología moderna 49

cuenta de esto, cosa que tarde o tem prano tendrá que suceder, debería
reconocer entonces totalm ente lo que W undt sólo adivinó: que la
doctrina de A ristóteles y A quino es el único sistema capaz de encua­
drar todo el producto de su labor se.
Pero A quino tenía sus propias ideas sobre la naturaleza humana,
de gran valor para un investigador responsable. Al establecer el signi­
ficado de mente, voluntad, sentido, instinto, conducta externa y demás
problemas de la Psicología, su m odo de explicar los actos y las p oten ­
cias del hom bre debe ser tom ado en cuenta conjuntam ente con las
demás afirm aciones teóricas de la Psicología 27. No podem os prom eter
que tendrá respuesta para todos los problemas, puesto que hay temas
que ni siquiera discutió. Al mismo tiem po debemos recordar que era
un hom bre de su época. Mas lo que escribió tiene un contenido que
no puede descuidarse. El hacerlo sería tomar lo medieval por lo m o­
derno. Por eso atacar su lenguaje, o ignorar el fondo que tras él se
oculta, o darle una interpretación distinta a la que les corresponde,
sería tam bién ser injusto con la intención de S anto T omás 2m.
Uno de los sucesos agradables de ver en la Psicología m oderna es
la reaparición de cuando en cuando de ideas y puntos de vista que
pertenecen definitivam ente a la tradición aristotélica y tomista. Para
variar la conocida im agen, esto es lo mismo que poner el vino viejo en
nuevos odres. La vuelta al pasado, en ese caso, no amengua el valor
de los que han redescubierto la verdad y la han puesto al servicio
del hom bre m oderno.
Por el contrario, esta postura tiene varias ventajas. Por un lado,
puede ser interpretada com o signo de nuevo interés por un cuerpo de
doctrina que vale la pena volver a considerar, debido a su valor com o
guía en la investigación. Por otro, nos suministra un m edio para dis­
tinguir lo verdadero de lo falso en las teorías modernas. Además, hace
volver al filósofo a sus textos con el fin de cotejar sus descubrim ientos
en el laboratorio y en la clínica con la doctrina aristotélica y tom ista y
ver si la com pletan, arrojan más luz sobre ella o la ilustran. Finalm en­

26 Wundt, W.: Grundzüge der physiologischen Psychologie. Leipzig. En-


gelmann, 4.a edición, 1893, L, II, c. 23,
Digo que W undt sólo adivinó esto porque su posición respecto al hombre
y especialmente a la relación cuerpo y alma dista mucho de la de A r ist ó t e l e s
y S an t o T o m á s . E s así como estuvo en lo cierto al afirmar que los resultados
de sus experimentos solamente podían comprenderse dentro de la tradi­
ción aristotélica, pero lo que no supo fue interpretar correctamente esta
tradición.
17 S p e a r m a n , C .: The Nature of Intelligence and the Principies of Cognt-
tion, London. Macmillan, 2.a edición, 1927, p. 22.
16 G il s o n , E.: The Philosophy of St. Thomas Aquinas. Trad. por E. Bui.-
lough . St. Louis, Herder, 1937, p. 260.
La advertencia hecha por G il s o n de que S an to T om ás perteneció al si­
glo x m es correcta. Sin embargo, podemos cometer la equivocación de con­
siderar al Doctor Angélico sólo como un producto de su época, olvidando el
hecho de que las verdades que expuso trascienden a los períodos históricos
como tales. Su filosofía se ha llamado por eso perenne. Su valor excede el
momento histórico en que fue concebida. No es una pieza de museo, sino
un pensamiento lleno de vitalidad capaz de influir en el de los hombres
de todas las épocas.
BRENNAÍÍ, 4
50 Psicoloffia de Santo Tomás

te, nos da esperanzas de que algún día lo m ejor del pensamiento anti­
guo, medieval y m oderno se sintetice logrando darnos una idea más
total del hom bre en sus actos, en sus potencias y en su com pleja na­
turaleza corpóreo-espiritual.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO I

Brennan, R. E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941, ca­
pitulo 1. Ed. esp., Morata, Madrid, 1960.
C h este rto n , G. K . : St. Thomas Aquinas. New York. Sheed & Ward, 1933.
D ’ A rc ?, M. C., S. J.: Thomas Aquinas. London, Benn, 1930.
G i l s o n , E .: The philosophy of St. Thomas Aquinas. Trad, por E. B ullough .
St. Louis, Herder, 1937.
G rab Ma n n , M.: Thomas Aquinas. Trad, por V. Michel. O. S. B. New York,
Longmans, Green, 1928.
M a r it a i n , J. : St Thomas Aquinas, Angel of the Schools, Trad, por J. A. S c a n -
l a n . New York, Sheed & Ward, 1938.
Mure, G. R. G. : Aristotle. New York, Oxford University Press, 1932.
CAPITULO II

CONCEPTO DE PSICOLOGIA GENERAL

1. DISCUSION TERMINOLOGICA.— La Psicología, en su sig n ifi­


cado original, es el estudio del alma, pero en la realidad es algo más
que esto, puesto que tam bién estudia a la cosa que tiene alma.
Ahora bien, cuando pensam os en las cosas que tienen alma inm e­
diatam ente nos im aginam os tres clases de criaturas: las plantas, los
anim ales y los hom bres. Puede que existan otras en otro lugar del
universo, pero n o sabemos nada acerca de ellas. De cualquier m odo,
ya que la Psicología trata de los seres que poseen un alma, abarca
todas las m anifestaciones vitales del m undo, tanto las más com o las
menos diferenciadas. Concretam ente, sin embargo, la Psicología es el
estudio del hombre. ¿Quiere decir esto que abandonam os las form as
de vida de las plantas y los anim ales cuando centram os nuestro in te­
rés en el hom bre? No, puesto que el hom bre es la suma de todas las
potencias y las perfecciones de estas form as inferiores, además de
poseer otras potencias y otras perfecciones que son sólo propias de él.
Como el resto de las cosas del universo, el hom bre m anifiesta sus
potencias y sus perfecciones al actuar. Nos sería difícil con ocer su
interior si no estudiásemos su conducta. Esto estaba claro para S a n t o
T o m á s , que d ijo que debem os com enzar a estudiar los actos del hom bre
y continuar con sus potencias antes de que lleguemos, por fin, a com ­
prender su naturaleza. El suponía, con m ucha razón, que las p oten ­
cias de una cosa son una parcela de su naturaleza, puesto que son
propiedades que provienen de ella i, A r i s t ó t e l e s era tam bién de la
misma opin ión ; que la naturaleza humana, com o cualquier otra, es
el principio tanto de sus propiedades com o de sus operaciones 2.

2- EL ESTUDIO DEL HOMBRE EN CUANTO HOMBRE. — S a n t o


T om ás estaría de acuerdo, probablem ente, en que el sujeto adecuado
de la Psicología es el hom bre, e insistiría, además, en que era ésta la
idea fundam ental de la Psicología de A r i s t ó t e l e s . Pero mientras A r i s ­
t ó t e l e s tom aba con tacto con la m ateria de estudio, haciendo r e fe -

1 S. T., p. I, a. 77, a. 3, sed contra, Ver también C. D. A., L. H, 1, 6. Aquí


siguiendo a A r is t ó t e l e s , dice que los actos se conocen estudian­
S a n to T o m á s ,
do los objetos; las potencias, estudiando sus actos y el alma o el cuerpo
poseedor de un alma, estudiando sus potencias. No es necesario añadir que
cualquiera que siga este método debe producir una psicología objetiva en el
mejor sentido de la palabra.
2 De anima, L. II, c. 4. Metaphysica, L. V, e. 4.
52 Concepìo de Psicologia generai

rencia explícita al alma, S a n t o T o m á s desvía su punto de vista al h om ­


bre mismo. A la larga viene a ser la misma cosa, puesto que el alma
del hom bre es la razón misma de su ser. Pero considero que el cam bio
de perspectiva efectuado por A q u i n o , su énfasis en el hom bre en cu an ­
to hom bre es de m ayor alcance y proporciona una base filosófica
m ejor y una guia más segura para las corrientes psicológicas de hoy.
Explicándolo en térm inos históricos, lo que hicieron los pensadores
medievales fue hacer la filosofía antigua más com prensible y, por lo
tanto, más útil para el hom bre moderno.
Además, si S a n t o T o m á s hubiese elegido un nombre para estudio
del hombre, creo que hubiese preferido el térm ino de Antropología
al de Psicología, En realidad, ninguna de estas palabras aparece en
sus escritos, ni nos interesa m ucho esto tam poco, siempre que no
olvidem os que el tema principal de la Psicología tom ista es el hombre
en cuanto hom bre, que el alm a es sim plem ente una parte del hom ­
bre, esencial para su naturaleza, pero, sin embargo, sólo una parte de
é l; que el cuerpo es la otra parte esencial y que el hom bre se m ani­
fiesta a través de las potencias o propiedades que le perm iten actuar.
Ahora bien: existen dos m odos de considerar al hom bre, psicoló­
gicam ente hablando. El prim ero es el cientifico, utilizado por la m ayo­
ría de los psicólogos modernos. El segundo, el filosófico, que es el pre­
ferido por S a n t o T o m á s , Esta separación neta de las dos form as de
conocim iento es una de las adquisiciones del pensam iento moderno.
D igo m oderno porque no hubiese sido posible su existencia de no exis­
tir los m étodos e instrum entos m odernos de la investigación. Pero
existía, sin em bargo, en em brión en la mente de hombres com o R o g e r
B a c o n y A l b e r t o M a g n o , personas las más adecuadas para haber pre­
visto este desarrollo. Por su im portancia en las divisiones de nues­
tro texto, examinarem os esto con más detalle,

3. EL SIGNIFICADO TOMISTA DE CIENCIA.— Según S a n t o T o ­


m ás, algunos conocim ientos se buscan simplemente por el afán de
saber; a éstos los llam amos especulativos. Otros se adquieren con el
fin de actuar, y éstos son los prácticos. Los que nos interesan aquí son
los conocim ientos de tipo especulativo. Podem os dividirlos con un
criterio d o b le : si representan diferentes perfecciones de la mente o si
describen áreas distintas de la realidad explorables por la mente.
En e l prim er caso es en la excelencia de la mente y su m ayor
conocim iento de las causas en lo que se hace hincapié; en el segundo,
la excelencia del objeto, la m ayor abstracción de materias, es lo p rin ­
cipal.
Desde el punto de vista de su propia perfección, hay tres con oci­
m ientos especulativos que perfeccionan la mente hum ana: la com ­
prensión o hábito de tener prim eros principios de pensam iento; la
ciencia, que es un conocim iento cierto, que posee la certeza de la
prueba y que extrae sus conclusiones de principios, ya sean m ediata
o inm ediatam ente evidentes y que lleva sus investigaciones a las
causas últimas de las cosas en un determ inado orden de entes, y la
«sabiduría», que tam bién se basa en la prueba y que no encuentra
Significado tomista 53

reposo hasta alcanzar las razones últimas de las cosas en todos los
órdenes del ser. Vemos, en consecuencia, com o dice S a n t o T o m á s , que
la ciencia es decisiva en un género u otro de objetos cognoscibles,
m ientras la sabiduría es decisiva desde todos los ángulos, puesto que
solam ente ella es esencial en todo género de conocim ientos 3.
Desde la perspectiva de la excelencia del objeto o de su grado de
abstracción de la materia, hay tam bién tres form as de conocim iento
que puede utilizar la m ente: la física, que considera las cosas que
dependen de la m ateria y que no pueden ser pensadas com o carentes
de materia, por ejem plo, el hom bre m ismo, cuyo cuerpo es parte de
su esencia y cuya defin ición debe incluir la noción de m ateria; las
m atem áticas, que consideran las cosas que dependen de la materia
para su existencia, pero que pueden ser pensadas com o inm ateriales;
por ejem plo, una curva, que es posible definir sin referirse al objeto
material que es cu rvo; la m etafísica, que centra su interés en objetos
no dependientes de la materia, ya sea porque nunca los encontram os
materialm ente, com o, por ejem plo, Dios, o porque pueden concebirse
inm aterialm ente, com o, por ejem plo, el acto y la potencia de los seres 4.
La física, pues, para S a n t o T o m á s es una form a de conocim iento filo ­
sófico. Es la filosofía de la naturaleza. Por naturaleza en este caso se
entiende el m undo del ser que se mueve a través del tiem po y del
espacio y está dotado de propiedades y accidentes que pueden ser
percibidos por los sentidos. Abarca el cosmos de un m odo general, y al
hom bre en particular, por ser el rey de las criaturas del universo.
Asi tenemos los térm inos m odernos de Cosmología y Psicología
para definir lo que A q u in o llam aba física. Y puesto que este tipo de
conocim iento se basa en la dem ostración y no abandona su búsqueda
hasta encontrar las causas finales de las criaturas del universo en el
orden especial en que se encuentran— su esencia, su origen, su desti­
no— , se la puede llam ar verdaderam ente ciencia.
Las m atem áticas también, en el sistema de S a n t o T o m á s , son una
form a de filosofía. Es el más exacto de nuestros conocim ientos filo ­
sóficos. Tiene que ver con la cantidad y con las cosas que se relacio­
nan con la cantidad. Además, a causa de su exactitud y de la firmeza
con que prueba sus conclusiones, puede llamársele ciencia con el
máximo derecho.
La M etafísica es la más alta y noble form a de conocim iento filo ­
sófico, tratando com o trata del ser en su dom inio más abstracto y en
el grado más apartado de la materia. Aquí de nuevo se introducen
nuevos términos para indicar los diferentes accesos de la m ente a la
realidad. Así, el estudio del ser com o tal ser es llam ado Ontología,

3 S. T .t p p . I - n , q. 57, a. 2,
1 La disertación clásica de los grados de abstracción se encuentra en
la «Exposición del libro de B oecio sobre la Trinidad», de S an t o T o m á s , E. B. T.,
q q . 5 y 6. A quino estudia aquí en detalle el origen de la división de la filosofía
que he dado en el texto, asi como los métodos de investigación propios de
cada división. He hecho uso constante de estos dos aspectos al formular las
relaciones que existen entre la ciencia moderna y la filosofía del Doctor
Angélico.
54 Concepto de Psicología general

que trata del ser en su aspecto más general. De un m odo más especial
tam bién ineluye el ser de la verdad, que es la Epistemología, y el ser
de Dios, que es la Teología, Resulta, pues, obvio que la M etafísica, que
es la búsqueda de las causas más altas en todo género de objetos
cognoscibles, es la verdadera sabiduría; el tipo de conocim iento que
S a n t o T o m á s llama la ciencia de las ciencias. En consecuencia, se
deduce que las ciencias son muchas, ya que exploran distintos tipos
de realidad. La sabiduría es una sola, sin embargo, ya que lo considera
todo desde el punto de vista total del ser: descendiendo hasta la
m ateria inerte del cosmos, ascendiendo a través de las criaturas
vivientes hasta llegar al ser de los seres, la causa prim era y el rey del
universo; extendiendo su poder desde un extremo a otro y ordenán­
dolo todo.

i. EL SIGNIFICADO MODERNO DE CIENCIA.— ¿No es posible,


acaso, tener otra form a de conocim iento que confirm e la verdad de
sus leyes por m edio de pruebas y que, sin em bargo, no llegue hasta la
naturaleza o la esencia de las cosas? Los hom bres que trabajan en el
laboratorio dicen que sí, y señalan la Física (en su acepción moderna),
la Química, la B iología y aun la Psicología com o ejem plos de lo que
entienden por cien cia; cuando lo que se investiga no es la naturaleza
de las cosas en sí, sino las funciones y las estructuras que nos revelan
esta naturaleza, así com o las leyes constantes que la gobiernan. ¿Lo
estudió S a n t o T o m á s esto mismo en su cam ino hacia el conocim iento
filosófico de la naturaleza? La respuesta es sí y no. S a n t o T o m á s se
interesaba en el com portam iento y la estructura de la m ateria y del
hombre, principalm ente, porque este conocim iento le proporcionaba
la clave para llegar a con ocer su esencia y su naturaleza. Como filó­
sofo estaba obligado a ir más allá de las apariencias de las cosas. Pero
su in form ación sobre estas apariencias o fenóm enos no fue recogida
con los m étodos de la ciencia m oderna.
Además, cuando term inó de dedicarse a estas materias le interesó
más conocerlas y definirlas en su naturaleza o en su relación con la
naturaleza que considerarlas sólo en cuanto fenóm enos.
De cualquier m odo, los conocim ientos que adquirió A q u in o sobre
los actos y las propiedades de las cosas no fueron ni controlados ni de
tipo experimental, sino meras experiencias, y, com o recalcarem os en
seguida, no fueron estos conocim ientos afinados con el instrumental
de gran perfección inventado más adelante, sino que fueron el resul­
tado de lo que pudo observar puramente con sus sentidos. S a n t o
Tomás dependió, pues, solam ente de la integridad de sus sentidos y de
los datos de la experiencia corriente, puesto que es eso lo que necesita
la filosofía para establecer sus más altas verdades. Si fuera de otro
modo, no hubiera podido existir un verdadero conocim iento filosófico
del hom bre y su universo hasta que no hubiesen sido inventados los
instrum entos y los m étodos experim entales, lo que es evidentemente
falso, puesto que lo que A r i s t ó t e l e s y A q u i n o conocieron sobre la
naturaleza de los objetos del universo ha sido confirm ado, una y otra
vez, tanto por las observaciones de los filósofos posteriores com o por
Significado de Ciencia 55

las observaciones de los hom bres de ciencia. Para establecer con más
claridad las diferencias llam arem os a la ciencia del conocim iento
filosófico simplemente Filosofía} y al conocim iento de tipo experim en­
tal, Ciencia.
El contraste aquí aparece entre la filosofía de la naturaleza de
A q u in o y la ciencia de la naturaleza de los m odernos 5.
La prim era diferencia que observamos es en sus fines. Asi, la
ciencia se interesa por lo periférico. Rodea a su objeto, por asi decir,
observando cuidadosam ente sus actos y considerándolo desde el punto
de vista de su conducta y estructuración. Esto conduce a un con oci­
m iento de sus accidentes y de las leyes estables que controlan sus
operaciones. La Filosofía tiene un fin de tipo central. Se interesa pol­
la esencia o sustancia de su objeto, o, m ejor por las causas subyacen­
tes a esa esencia. En resumen, tanto la ciencia com o la Filosofía de la
naturaleza tienen el mismo objeto material, es decir, a las dos les
atañe lo mismo, que es precisam ente un ser capaz de moverse a través
del espacio y del tiem po y de hacer im presión en los sentidos. Pero
mientras la ciencia se queda, diríamos, en la superficie de su objeto, la
Filosofía se sumerge en el interior de éste para apoderarse de su
corazón mismo. Podem os expresar esto de otro m odo: diciendo que el
interés prim ordial de la ciencia está en la causa que precede in m e­
diatam ente a cualquier efecto dado, y que es la razón próxim a de su
existencia, m ientras la Filosofía está dispuesta a descubrir la última
en una serie de causas naturales o la razón final de cualquier efecto
dado. Resumiendo, aunque filosofía y ciencia tengan el m ism o objeto
material, se distinguen en cuanto a su objeto fo r m a l6.
La segunda diferencia está en el m étodo, que, com o hace notar
S a n t o T o m á s , debería estar en correspondencia con la materia inves­
tigada y el fin que se pretende Ahora bien: lo que persigue la ciencia
es un conocim iento preciso y detallado de los fenóm enos, ya que sus
leyes se funden en gran parte en dicho conocim iento. La ciencia debe

s Maritain: The Degrees of Knowledge. Trad. por W all y Adamson. N. Y.


Scribners, 1938, c. 1. Al establecer un contraste entre la ciencia y la filosofía,
no debemos olvidar que la filosofía es también una ciencia. La filosofía es,
sin embargo, un tipo de sabiduría más perfecta que la llamada ciencia
moderna. La razón es muy simple: la ciencia, en su sentido filosófico, es
un conocimiento cierto, adquirido por medio de la demostración de princi­
pios, ya sean mediata o inmediatamente evidentes, y en su sentido positivo
o científico es sólo un conocimiento probable derivado de principios sólo
plausiblemente ciertos, tal como Eddington recalcó en el primer capítulo de
nuestro libro.
* Vemos este ejemplo de la diferencia que existe entre los objetos forma­
les y materiales del conocimiento: Supongamos varias personas interesadas
en un mismo terreno. Una ve en él la posibilidad de instalar una granja,
otra un jardín, la tercera piensa en una mina. Esto se debe a que la primera
la ve como agricultor, la segunda como horticultor y la tercera como mine­
ralogista. Así sucede también con el científico y el filósofo, que hacen del
hombre el objeto de su investigación. Los dos tratan con la misma cosa,
materialmente hablando, pero cada uno tiene su propio punto de vista y
su propia finalidad. Formalmente son, pues, distintos sus respectivos tipos de
conocimiento.
7 B. B. T. Lee. 2, entre qq. 4 j 5.
56 Concepto de Psicología general

descubrir lo más posible el m odo com o el objeto se constituye, parte


por parte y el m odo com o actúa. Para procurarse dicha inform ación
ha ideado el m étodo experim ental o de laboratorio, es decir, ha insta­
lado el escenario para sus investigaciones. Al hacerlo puede así uti­
lizar los instrumentos que ha creado para añadir facultades a sus
sentidos. Más aún: puede preparar las condiciones exactas bajo las
cuales desarrolla sus observaciones, de tal m odo que le sea posible
repetirlas las veces que considere necesarias y com probar el resultado
de sus predicciones. La Filosofía, por el contrario, no hace nada de
esto, puesto que le basta con los datos que le proporciona la simple
observación para construir una ciencia de la causas finales.
Puede confiar en la inform ación de sus sentidos, ya que éstos son
las fuentes básicas de inform ación en la econom ía del conocim iento
hum ano 8.
La tercera diferencia es una consecuencia de la segunda. La cien ­
cia, con el adelanto de sus instrum entos, tiene un determ inado alcance
de la realidad que no le es dispensado a la Filosofía. Existe la misma
diferencia que entre mirar un objeto determ inado a simple vista que
cantarlo en todos sus detalles por m edio de la lente de un m icroscopio.
En am bos casos se com ienza con la experiencia que resulta de la
relación entre los órganos de los sentidos con los objetos capaces de
ser percibidos. Pero lo que tiene de com ún la experiencia del filósofo,
puesto que es la misma que la del resto de los hombres, se hace espe­
cializada en el cien tífico cuando aplica los instrum entos de labora­
torio a la m ateria de su estudio. Veamos ahora estas mismas d ife ­
rencias en el terreno de la Psicología 9.

5 Como punto de partida para la especulación filosófica, basta con la


simple observación; pero con ello no queremos decir que el método filosófi­
co se limite a esto. No hay nada que prohíba al filósofo comenzar su búsque­
da partiendo de los datos proporcionados por el científico. Además, el méto­
do filosófico debe ser capaz de conducir la mente desde la observación Inicial
hasta un conocimiento de la naturaleza o principio que esté más allá del
hecho observable. La complejidad del método filosófico aparece ya en la
Física de A r is t ó t e l e s , donde éste indica el camino que debe seguir la in­
vestigación.
9 La distinción formal entre ciencia y filosofía es mantenida por J acques
M a r it a in (Degrees of Knowledge, pp. 58-63) y M o r t im e r A dler (What Man
Has MacLe of Man. N. Y. Longmans, Green, 1937, pp. 131-39). Según este
punto de vista, los dos tipos de conocimiento se consideran operativos en
el mismo plano de pensamiento, que es el primer grado de abstracción. En
este plano, el objeto es considerado sin sus notas individuales, es decir, sin
las características que lo identifican como una cosa singular, en resumen,
considerado simplemente como sujeto a los cambios físicos. Por otra parte,
hay tomistas como R e g in a l d G ar r ig o u - L a g r a n g e , O. P., y S a n t ia g o R a m í ­
r e z , O . P., que insisten en que no hay distinción formal entre la ciencia y la
filosofía. Según ellos, es el mismo tipo de conocimiento el que capta la sus­
tancia y las accidentes de una cosa. La sustancia, de hecho, se nos mani­
fiesta sólo a través de los accidentes. Luego para tratar de captar más fina­
mente la noción de sustancia debemos utilizar todos los medios posibles que
nos hagan comprender sus propiedades y su modo de actuar, es decir, el
razonamiento inductivo y el deductivo, la observación directa y la efectuada
por medio de instrumentos refinados, etc., manteniéndonos todo el tiempo
en el primer grado de abstracción, y así, dentro de la misma categoría de
Psicología científica 57

.5: PSICOLOGIA CIENTIFICA Y PSICOLOGIA FILOSOFICA.—La,


Psicología, considerada com o una form a de conocim iento filosófico,
es tan antigua com o A r i s t ó t e l e s . Como una rama de la ciencia, es tan
m oderna com o W u n d t . Ambas form as de conocim iento tienen el mismo
objeto material, que es el hombre. Ambas lo estudian com o una cria­
tura estructurada m aterialm ente y sujeta por las mismas leyes de
tiem po, espacio y m ovim iento que actúan sobre el resto de las cosas
materiales. Se diferencian, sin embargo, en sus m étodos y en sus fines.
Así, el fin de la ciencia del hom bre es com prender a éste en sus
propiedades y accidentes, y el de la Filosofía del hom bre captar el
sentido del ser hum ano en su esencia o en sus causas de origen. El
m étodo de la prim era es la experim entación, en la que utilizamos
instrum entos para aum entar la esfera de las experiencias proporcio­
nadas por los sen tidos; el de la segunda es la simple observación, con
la que se obtiene el conocim iento sin la ayuda de instrum entos y sin
las ventajas de ninguna experiencia especial más allá de lo que nos
revelan corrientem ente los sentidos. Ya hem os dicho esto con ante­
rioridad, pero creem os necesario repetirlo aquí, ya que conduce a una
serie de observaciones que han de ser tenidas en cuenta al aproxi­
m arnos al estudio de la Psicología.
En el principio de nuestro libro dijim os que el m étodo científico
es fundam entalm ente analítico, y el de la Filosofía, sintético. Corrien­
temente nos referim os hoy a ellos em pleando los térm inos de m étodo
inductivo para la ciencia y deductivo para la Filosofía. No hay discu­
sión a propósito de esta distinción, puesto que es verdadera, en tér­
m inos generales. Al m ismo tiem po debe ser recordado que el científico
utiliza el m étodo deductivo al idear sus leyes generales e igualmente
el filósofo emplea la inducción cuando parte de los hechos observa­
bles. Este últim o puede aún utilizar los descubrimientos de la ciencia
com o m aterial del que extraer sus deducciones filosóficas. Por otra
parte, el científico no está lim itado a los datos experimentales al
construir su ciencia. El tam bién puede—y lo hace a menudo—utilizar
la observación común. Esto cuenta especialmente para la Psicología,
donde es necesario beneficiarse de la introspección con el fin de co m ­
pletar nuestro conocim iento del hombre. S a n t o T o m á s , com o veremos
en los próxim os capítulos, hace a menudo observaciones que coinciden
exactam ente con las de los científicos modernos.
Tenem os luego el problem a de las relaciones de la Psicología cien ­
tífica con la Psicología filosófica, según la excelencia de los p rin ci­
pios de cada una. Veamos lo que dice S a n t o T o m á s . Según sus ense­
ñanzas, un cuerpo ideológico está subordinado a otro cuando este
último es capar de darnos la razón última de las cosas de las que
trata el prim ero 10, De acuerdo con esto, la Psicología cien tífica estaría

conocimientos. Desde este punto de vista, la Psicología sería la unión de la


especulación filosófica y la investigación científica en una sola doctrina,
que sería el estudio del hombre. Para un informe claro de la postura uni-
íicadora de ciencia y filosofía, ver A. F e r n á n d e z A l o n s o , O. P., Scientiae et
Philosophia secundum S. Albertum Magnum. Angelicum. 1936, pp. 24-59.
10 E. B. T., q, 5, a. 1, r. a. obj. 5.
5i Concepto de Psicología general

regida por la Psicología filosófica, puesto que es la Filosofía del hom ­


bre, en últim a instancia, la que nos proporciona las razones de por qué
el hom bre es lo que es y actúa com o actúa.
Además, puesto que la ciencia persigue una meta distinta a la de la
Filosofía, no pertenece al mismo tipo de conocim iento que la anterior.
¿Cuál es la causa de esto? Porque, aunque coincida el tema de su
estudio, tienen diferentes objetos form ales. Así tenemos que el objeto
form al de la Psicología cien tífica es el hombre en sus accidentes, pro­
piedades y leyes que regulan su conducta, mientras que el de Psicología
filosófica es el hom bre en su naturaleza y en las leyes que ordenan
su ser. Si se dijese que la Filosofía tam bién estudia las propiedades y
los accidentes, la respuesta ya ha sido dada: en la Psicología cien tífi­
ca, el conocim iento de los accidentes y propiedades del hombre es la
meta hacia la que tiende; en la Psicología filosófica, este tipo de
conocim iento es sim plem ente un m edio para alcanzar su meta, que
es el conocim iento de la naturaleza humana. De todos modos, está
claro que ciencia y filosofía están relacionadas, puesto que el hombre
es el objeto material de ambas form as de conocim iento. También
queda claro que la una está subordinada a la otra, ya que un con oci­
m iento de las razones próximas está ordenado a una conocim iento
de las razones finales cuando ambos tratan de la misma materia, que
aquí es el hom bre 11.
A causa de esta subordinación se deducen ciertas ideas de capital
im portancia para una recta com prensión del cam po de la psicología.
Asi tenem os que no es de la incum bencia del psicólogo científico, en
cuanto científico, el estudio de las causas finales de la naturaleza
del hombre. Y, puesto que el alma es realmente la razón básica del

11 El siguiente esquema es un resumen de los principales puntos que


hemos subrayado en nuestro libro referentes al conocimiento en Psicología:

CIENCIA FILOSOFÍA
Objeto material
Hombre oh f.uauto sor sensible —> H om b re

Objeto formal ........ Accidente o propiedades Sustancia o naturaleza o


o aspectos fenomenoló- aspectos ontológicos.
gicos.
Leyes operativas o causas Leyes del ser o causas fi­
próximas. nales.

Método .................... Experimental y clínico. Experiencia.

Como indica nuestro esquema, ambas, ciencia y filosofía del hombre,


tienen el mismo objeto material, que es el hombre en cuanto ser sensible.
Podemos explicar esto de otro modo, diciendo que tienen idéntico asunto,
ya que es sobre el mismo y determinado ser, el hombre, sobre el que inves­
tiga tanto el científico como el filósofo.
Para obtener una idea más completa sobre el objeto material como sujeto
o materia de estudio, ver M a r it a in , J . : Existence and the Existent. Trad. por
G al a n d ie r e & G . B. P h elan . N. Y. Pantheon, 1948, p. 14
Psico£o£?¿a general 53

ser del hombre, no le corresponde al científico, com o tal, el estudio


del alma. De hecho, le es posible escribir todo un tratado de Psicología
sin m encionar el alma. P or otra parte, no está dentro de sus derechos
contradecir las adquisiciones de la psicología filosófica cuando éstas
ya han sido establecidas com o verdades por medio de una dem ostra­
ción. No debe nunca olvidarse que la ciencia del hombre está bajo el
control de una form a superior de conocim iento, que es la filosofía
del hombre.
Luego el psicólogo científico debía de interesarse por que ninguna
de sus deducciones a propósito de la conducta, las propiedades o los
accidentes del hom bre estén en contradicción con las inferencias ya
establecidas por la psicología filo s ó fic a 12. Si, por ejem plo, hay una
prueba filosófica del alma hum ana, no puede deducir de sus investi­
gaciones científicas que el hom bre carece de alma, o si la psicología
filosófica puede dem ostrar la libertad hum ana y la naturaleza espi­
ritual del alma, él n o puede deducir de sus descubrim ientos que el
hom bre es meram ente un anim al muy diferenciado y un esclavo de
sus instintos. En resumen, su ciencia está subordinada a la filosofía
y debe ser conducida por los principios de ésta, de tal m odo que am ­
bas. ciencia y filosofía del hombre, puedan com plem entarse y unirse
para darnos una visión total de é s te 13.

6. NOCION DE PSICOLOGIA GENERAL.—R ecordando lo que h e­


mos dicho sobre las dos vías de conocim iento del hom bre, podem os
ahora definir la Psicología, de un m odo general, com o tel estudio del
hom bre en sus actos, propiedades y esencia». Hay tres puntos de
especial interés en esta definición de tipo descriptivo.
En prim er lugar, la Psicología es un estudio del hombre. Hemos
dicho ya que, etim ológicam ente, la Psicología es la ciencia del alm a;

13 Quisiera señalar aquí que lo que la ciencia moderna llama propiedad


puede o no ser esencial a la cosa de la que es inhe rente. Le corresponde al
filósofo, precisamente como filósofo, decidir si determinado atributo o ca­
rácter es simplemente un accidente y, por lo tanto, no esencial, o una
propiedad en el sentido estricto del término, y, por lo tanto, esencial. Más
adelante, cuando el filósofo llega al conocimiento de la naturaleza de una
cosa, ha alcanzado la realidad ontològica, que es la fuente y la razón básica
de las propiedades. Así, la naturaleza del hombre, al ser intelectual, es la
causa de que éste posea la potencia o propiedad del intelecto.
18 Todo lo que he dicho sobre la Psicología como ciencia es verdadero
de un modo técnico. Pero si puede o no ser estrictamente científico en la
práctica, eso es discutible. Es cierto que la conducta del hombre, como cria­
tura dotada de libertad, no puede someterse a una predicción rigida. La
parte material de su naturaleza es el único elemento de su estructura que
se puede medir cuantitativamente. Aun en este caso, por ser un cuerpo
dotado de alma, no se rinde tan fácilmente a las condiciones experimen­
tales como la materia inanimada.
Más aún, a causa de que sus propiedades espirituales (mente y voluntad)
no son materiales por naturaleza, no son tan dóciles a las técnicas de labo­
ratorio como las potencias de tipo mixto (sentidos), que dependen del cuerpo
y del alma para sus operaciones. Luego, por una especie de paradoja, ten­
dríamos que cuanto más se acercase la Psicología a la ciencia, tanto menos
auténtica se haria, y estaría entonces regida por conceptos de tipo fisico
y fisiológico.
€O Concepto de Psicología general

pero, desde los tiem pos de S a n t o T o m á s , el centro del interés se ha tras­


ladado desde el alma del hom bre al hom bre com o ser poseedor de alma.
Este cam bio fue posible porque el hom bre es fundam entalm ente h om ­
bre por poseer un alm a humana. O, para explicarlo a la inversa, no
puede ser un hombre o un ser hum ano a n o ser que posea un alma h u ­
mana. Podem os dar por sentado, ya que posee un alma, puesto que
ambas, ciencia y filosofía psicológicas, suponen la existencia de su
materia de estudio, que es el hombre, o un ser com puesto de un cuerpo
y un alma humanas.
En segundo lugar, nuestra definición abarca el terreno de la llam a-
mada Psicología general.
Por ésta entendem os la Psicología estudiada desde ambos puntos
de vista, científico y filosófiico. Los aspectos científicos de nuestra
m ateria aparecen en el estudio del hom bre en sus actos y propieda­
des, puesto que éstos, al mismo tiem po que las leyes que surgen com o
consecuencia de ellos, son la meta hacia la que tiende el saber cien ­
tífico. Su aspecto filosófico es expuesto en el estudio del hom bre en su
esencia, ya que un conocim iento de su esencia es el fin que persigue
la filosofía del hombre. Se sobreentiende, además, que este saber
incluye causas que trascienden la esencia humana, pero que están, sin
em bargo, intim am ente conectadas con ellas. Estas son: la causa que
explica el origen del hom bre y la causa que da razón de su fin o des­
tino.
En tercer lugar, al volver sobre las huellas del sentido de los actos
y las propiedades del hombre, la Psicología general no se mantiene ni
en el nivel de las experiencias corrientes ni en el de las especializa­
das, sino que busca determ inar la naturaleza o la esencia del hom ­
bre en función de la cual los datos de am bos tipos de observación
deben encontrar su sentido final. Es necesario recordar, una vez más,
pues, que tanto la filosofía com o la ciencia del hom bre tienen su
punto de partida en la experiencia. Sin ese contacto con la realidad,
la prim era podría ser justam ente acusada de ser un conocim iento
ilusorio, lo que es francam ente falso, especialmente en el caso de la
. filosofía tomista 14,

7. EL VALOR DE LA PSICOLOGIA FILOSOFICA.— Como una fo r ­


ma de conocim iento filosófico, la Psicología ocupa un puesto ventajoso,
que S a n t o T o m á s no tardó en reconocer.
En prim er lugar, com o una parte de la filosofía de la naturaleza,
estudia la más im portante de las criaturas del universo: el hombre.
Pues el hom bre es, tal com o diría A q u i n o , un m icrocosm os, todo un

11 La exposición de la Psicología general que he dado se puede resumir


así: el estudio del hombre (genus) posee dos tipos de conocimiento: el pri­
mero, de los actos y las propiedades del hombre (primera species: la ciencia
del hombre): el segundo, de la esencia del hombre (segunda species: la
filosofía del hombre). El género aquí es el mismo, puesto que el objeto mate­
rial o la materia con la que trata la Psicología es el hombre. El género es
compartido por dos especies de conocimiento que resultan de dos clases de
diferencias últimas: el objeto formal de la ciencia, originando una; el de la
Filosofía, la otra.
Psicología científica 61

universo en miniatura. Conociéndole se llega a conocer m ejor tanto


la naturaleza de los anim ales com o la de las plantas, ya que está
dotado de las mismas propiedades que dan a estas form as in ferio­
res de vida su perfección en cuanto organismos vivientes. Su cuerpo,
tam bién com o cuerpo, tiene masa y peso, color y extensión, y todas
las demás prpiedades m ateriales; asi, pues, al discernir lo que hay
de corpóreo en su naturaleza, podem os aprender m ucho acerca de la
naturaleza de la materia.
Luego la Psicología tiene valor com o una introducción a la M eta­
física, que es la ciencia de las causas finales en todos los órdenes del
ser. ¿Por qué es esto? Porque la Psicología estudia el nacim iento de
la idea, y nos dice exactam ente cóm o, partiendo de los niveles más
Inferiores de la conciencia, podem os rem ontam os, paso a paso, hasta
un conocim iento de las más altas razones de las cosas. En otras pala­
bras: para com prender absolutamente el concepto de causa debemos
captar la obra de la m ente tal com o va progresando desde las per­
cepciones de los sentidos, a través de las imágenes, hasta los con cep ­
tos; ensanchando sus horizontes m entales hasta llegar a la Razón de
las razones, que es tam bién la Causa de las causas.
Además, la Psicología establece la base sobre la que se construye
toda la estructura de la m oral natural del hombre. Con el fin de
probar esta aserción basta apuntar a la doctrina del libre albedrío,
unida inseparablem ente al problem a de la responsabilidad del h om ­
bre. Así, pues, es inútil hablar de norm as de conducta o de la justicia
del prem io y del castigo, a no ser que el hom bre sea libre. Pero S a n t o
T o m á s ve la relación existente entre la Psicología y la Etica de un
modo más concreto. Se dirige hacia la discusión de las potencias del
hombre, particularm ente al estudio de la perfección de esas p oten ­
cias, llam adas hábitos. Ahora bien: la virtud, que es la esencia de la
vida moral del hom bre, no es casi otra cosa que un hábito, esto es, un
m odo adquirido de con du cta que contribuye a su bienestar total y lo
mantiene en la ruta hacia la felicidad final
Por últim o, aunque no lo m enciona, S a n t o T o m á s seguramente
estaría de acuerdo en cuanto al valor que la Psicología tiene para el
arte, la otra form a de saber práctico que siempre se coloca en con ­
traste con la Etica. Pues el arte tam bién es un hábito, en cuya form a­
ción están com prom etidos los sentidos y el intelecto, y para cuyo ejer­
cicio se requiere el conocim iento de las pasiones y la influencia
reguladora de la voluntad. Todas éstas, sin necesidad de decirlo, son
materias que debe estudiar en detalle el filósofo de la naturaleza
humana.

8. EL VALOR DE LA PSICOLOGIA CIENTIFICA.— Hablando en


general, la ciencia del hom bre tiene el mismo valor para las otras
ram as de la ciencia que la filosofía del hom bre para el resto del saber
filosófico.
Así, pues, la Psicología científica es el cim iento de todas las demás

15 C. D. A. L. I, lee. 1.
62 Concepto de Psicología general

ciencias, hasta el punto que estudia las leyes en las que se basan todos
nuestros procesos mentales, y enjuicia los m ejores m étodos de estudio.
Nuevamente sus espléndidas experiencias en la form ación de hábi­
tos, sus investigaciones sobre la fisiología de las pasiones, sus análisis
sobre las facultades hum anas y sobre los rasgos de carácter, tienen
seguramente significación para la Etica; del mismo m odo que el
conocim iento cien tífico de las facultades y la conducta exterior del
hombre, si las entendem os correctam ente, son capaces de darnos nue­
vas perspectivas sobre determ inadas áreas de la ciencia ética, en la
que el hom bre es estudiado com o ser político y social, necesitado de
un program a adecuado de educación que- desarrolle al máximo sus
posibilidades y le haga alcanzar la felicidad que le corresponde.
Además, sus descubrim ientos en el cam po de la percepción y de la
form ación de im ágen es^ don d e tonos y colores, figura y fondo, y los
elem entos de la experiencia estética son estudiados con minucioso
cuidado— puede ser de gran servicio a las bellas artes; del mismo
m odo que el interés cien tífico en los impulsos naturales del hom bre:
el juego, la curiosidad, la capacidad de im itación, su abertura a las
sugerencias— lo m ism o que su enfoque en los factores de la persona­
lidad hum ana— , se puede aplicar a las artes prácticas y aun a la
industria y a los negocios.
Finalm ente, la cieiícia de la Psicología revela una gran riqueza de
nuevos e interesantes datos útiles al filósofo en su búsqueda de las
tesis fundam entales sobre la naturaleza humana. Y aun en estos casos,
donde los datos no son nuevos, suministran a m enudo ejem plos q u e .
ilustran las verdades filosóficas. Por últim o, los descubrimientos de
laboratorio proveen al filósofo de puntos de vista de mayor hondura
en relación con m uchos hechos y principios que hasta el m om ento
sólo había conocido de m odo su p e rficia l1G.

14 No estaría de más, antes de cerrar este capítulo, decir unas palabras


sotare la división de la Psicología en racional y empírica. Esta es una de las
mayores confusiones que se le infligen al estudiante, que generalmente cree
que esta división es equivalente a la de la psicología en científica y filo­
sófica. Esto es un error. Por empírico entendemos una forma de conoci­
miento que proviene de los sentidos con la ayuda o no de instrumentos.
Por racional entendemos, por otra parte, lo que es conocido por medio de la
razón, un dato empírico, por lo tanto, es el producto de los sentidos, mien­
tras un dato racional es el resultado de una reflexión. Desde este punto de
vista, resulta claro que la Psicología científica es racional tanto como empí­
rica. ya que reflexiona sobre sus datos, y que la Psicología fiosófica es
empírica tanto como racional, ya que parte de la experiencia de los sentidos.
La división en Psicología empírica y racional nos viene de C h r is t ia n v o n
W o lff . Entre otros desórdenes causados por este filósofo, estaba su costum­
bre de considerar a la Psicología como parte de la Metafísica, contra todas
las tradiciones aristotélicas y tomistas.
S a n t o T o m ás considera a la psicología como una parte de la filosofia de
la naturaleza. Es cierto que admitía que el alma, como una sustancia sepa­
rada, es objeto de la metafísica, lo mismo que el conocimiento de Dios,
los ángeles y todos los seres inmateriales es también metafísica. Pero no
es así como lo estudiamos en Psicología. Por el contrario, como un objeto del
conocimiento psicológico, como un objeto del conocimiento psicológico, el
alma se considera siempre como una forma unida a la materia, en resumen,
como la forma del hombre. La única ventaja que le veo a esta división
Bibliografía 63

BIBLIOG-RAFIA AL CAPITULO II
A dler , M. J.: What Man Has Made of Man. New York, Longmans, Green.
1937, pp. 124-203.
B an d a s , R. G .: Contemporary Philosophy and Thomistic Principles. Mil­
waukee, Bruce, 1932, Cap. 2.
M a r it a in , J.: The Degrees of Knowledge. Trad, por B. W al l y M. R. A d a m s o n .
New York, Scribners, 1938, Caps 1. y 3.
M e r c ie r , D.: The Origins of Contemporary Psychology. Trad, por W. H. Mit­
chell . London, Wash bourne, 1918, Cap. 3.
Woodworth, R. S., y Marquis, D. G.: Psychology. New York. Holt 5.* ed., 1949,
Cap. 1.

de la Psicología en racional y empírica es una consecuencia de su mismo


error. Del mismo modo que una herejía ayuda a esclarecer las verdades de
la íe, este falso modo de considerar el estudio del hombre hace que sea
necesario darle importancia, primero, al modo de analizar el alma en Psico­
logía, como una forma de la materia (aunque en el caso del hombre, capaz
de existir sin la materia); segundo, al lugar que tiene la Psicología dentro
del conocimiento filosófico, que está dentro de la Física de A r is t ó t e l e s , es
decir, de la Filosofía de la Naturaleza. Ver Adler, m. J.: What Man Has Made
of Man. N. Y. Longmans, Green, 1937, pp. 196-99, B r e n n a n , R., O. P.: The
Mansions of Thomistic Philosophy. The Thomist. Abril 1939, pp. 62-79.
LIBRO PRIMERO

VI DA V E G E T A T I V A
SECCION I .-L A CIENCIA DEL ORGANISMO

CAPITULO IU

E l CONCEPTO DE LA VIDA ORGANICA

1. BIOLOGIA DEL ORGANISMO.— Comenzaremos con la vida en


su nivel inferior, el tipo de existencia que el hom bre com parte con la
planta. El h ech o de que sea ésta una vida m enos diferenciada no
indica, en absoluto, que sea simple o carente de interés. P or el con ­
trario, si el hom bre no hubiese poseído en su naturaleza las cualidades
de la vida vegetativa, no le hubiese sido posible vivir. Cuando hacem os
uso, pues, de la palabra vida, de un m odo indiscrim inado nos referi­
mos a la m anifestación de estas propiedades básicas, sin las cuales no
existirían en la tierra criaturas vivientes. A esto se refería A r i s t ó t e l e s
al decir; «Para el ser viviente, vivir es s e n J.
Para una persona corriente, vida significa m ovim iento, especial­
mente el tipo de m ovim iento cuya causa perm anece oculta. Esta
prueba es, por supuesto, dem asiado tosca y simple, pero, sin embargo,
no es del todo equivocada. Sabemos que el relám pago que va de una
nube a otra o el viento que mueve las ramas de un árbol no tienen
vida, porque estam os m ejor inform ados que nuestros antepasados
sobre la naturaleza de estas cosas. Pero ¿quién de nosotros no ha
palpado un insecto para com probar si se mueve y está realmente vivo?
Aun las cosas que sabemos que no tienen vida, a veces se las describe
com o vivientes de un m odo sim bólico, porque, com o dice S a n t o T o m á s ,
parecen moverse por sí mismas. Por ejem plo, hablam os de aguas con
vida cuando fluyen y n o cuando están estancadas, o de la m ovilidad
del azogue, que parece que se mueve por sí m ism o 2.
El científico tiene una visión más concreta de este asunto. Para él,
la vida es un modo de organización, y puesto que hablam os aquí de
vida orgánica y vegetativa, es éste el tipo particular de organización
que encontram os en todo protoplasm a, m anifestándose a través de
ciertas propiedades vitales, que son; el crecim iento, la reproducción
y la capacidad de efectuar m ovim ientos con el fin de adaptarse. Para
considerar a un ob jeto com o vivo en el sentido biológico, pues, debe
exhibir estas características en un grado de m ayor o m enor organ i­
zación.
De hecho, la organización es la clave del concepto de vida del bió­
logo. Tal com o él lo ve, la vida de un organism o está en estrecha rela­
ción con la disposición particular de las estructuras y funciones que

1 De anima. L. II, c. 4.
a C. G. L. I, c. 97.
68 Vida orgánica

le capacitan para absorber el alim ento, desarrollarse, alcanzar la m a­


durez y luego dar origen a otro ejem plar análogo, todo esto dentro
de una m aravillosa adaptación al am biente que le rodea. Para lograr
estos objetivos se supone que existen en su proptoplasm a estas dos
cosas: primero, una disposición adecuada de sus partes u órganos;
segundo, el acoplam iento de estas partes en una función simple y uni­
taria. C on el fin de darnos una idea más exacta de lo que es esta vida
orgánica, vamos a seleccionar una célula tipica y ver cóm o está hecha
y su m odo de acción.

2. ESTRUCTURA DE LA CELULA.— El cuerpo hum ano está hecho


de billones de com partim ientos, llam ados células. Una ameba, en
cam bio, consta de una sola célula. Sin embargo, la ameba tiene todo
lo indispensable para su existencia, y vive en su propio plano de
un m odo tan perfecto com o el hombre. Respira, aunque carece de
pulm ón. Digiere su alim ento sin poseer un estóm ago. Responde a los
estímulos, aunque no tiene un sistema nervioso. Carece de una dispo­
sición elaborada de m úsculos y tejidos, aunque posee partes especia­
lizadas que son verdaderos órganos capaces de llevar a cabo ciertos
actos y de asegurar su reproducción.
Lo que deseo poner en relieve es que podem os concretarnos a la
investigación de una sola célula y hallar, sin embargo, en ella las
características esenciales de la vida vegetativa del hombre.
La base física de la vida es el protoplasm a. Es una masa gelatino­
sa parecida a la clara de huevo. Es la sustancia celular, y está rodea­
da, ya por una pared o por una membrana. Consta de dos partes
principales: citoplasm a y núcleo.

I. C i t o p l a s m a .—Lo prim ero que se observa en la sustancia c ito -


plasm ática de la célula es una red o retículo que le da el aspecto de
una esponja, por lo que a veces se le llam a espongioplasma. Dentro
de ella existen varios huecos con ocidos por el nombre de vacuolas y
pueden ser de varios tipos: vacuolas aéreas que suministran el oxige­
no a la célula; vacuolas flúidas; vacuolas nutritivas, que captan los
elem entos nutritivos que la célula es capaz de absorber; vacuolas
excretoras, que pueden contraerse repentinam ente y expulsar su
contenido. Tam bién existen, esparcidos por el retículo, unos peque­
ños cuerpos llam ados plastídios. Se cree que actúan de centros que
irradian energía necesaria para el trabajo celular. Cuando contienen
sustancias colorantes, le dan a la célula una tonalidad especial.
Los condriosom as son estructuras filamentosas que aparecen con
bastante constancia en varios tipos de células. Los cuerpos de G o lg i
son un sistema de bastoncillos que rodean al núcleo. Estos, igual que
los condriosom as, tienen com o fu n ción el crecim iento y el desarrollo
de la célula. Otro órgano im portante cercano al núcleo es la cen tros­
fera o centro de atracción, en cuyo interior existe un pequeño cuerpo
llam ado centrosom a. Ambos están relacionados con las funciones
reproductivas, y donde faltan, com o en las células nerviosas de los
adultos, no tiene lugar la división celular. El térm ino plasmosom a está.
Estructura eie la célula 69

E sp o n g io f

Condrios
Vacuola

Nucleolo*

Plastidic

Hinchazoi
producici
plasmosoD

Fio. 1. — Una célula tipica.

reservado para ciertas sustancias invisibles para el científico, pero


cuya existencia se presume debido a los abultam ientos que los de­
sechos de su m etabolism o producen en el cuerpo celular. Finalm ente,
las sustancias paraplasmáticas, que no form an parte de la célula,
pero que se hallan en la cercanía de sus límites, tales com o partícu ­
las de calcio, glóbulos grasos, m aterial que no ha podido ser digerido
y subproductos de la nutrición de los que no ha podido liberarse la
célula.
EL Núcleo.— En el interior de la célula hay otro cuerpo con aspec­
to de célula, m ucho más pequeño, llam ado núcleo, que tiene tam bién
envoltura y un retículo. Después que una célula ha sido tratada quí­
m icam ente, vemos que una parte de este retículo se tiñe y la otra no.
A la prim era la llam am os crom atina, y a la segunda, linina. El con te­
nido total del núcleo es llam ado nucleoplasma. Un célula puede care­
cer de un núcleo de form a diferenciada, en cuyo caso encontram os a
la sustancia nuclear esparcida en form a de gránulos por todo el cuer­
po de la célula.
Con frecuencia encontram os en el interior del núcleo una estruc­
tura más pequeña llam ada nucléolo. No se sabe exactam ente cuál es
su com etido, pero, com o desaparece al dividirse la célula, se supone
que sirve para alm acenar reservas m etabólicas para el proceso repro­
ductivo, Cuando la célula está en reposo, es decir, cuando no se está
realizando la reproducción, la crom atina aparece en form a de g rá­
nulos dispersos en form a de cordones a través del retículo de linina.
Pero a m edida que se va efectuando la división celular, estos gránu-
70 Vida orgánica

los se colocan form ando un filamento denom inado espirema, que


tiene el aspecto de un trozo de collar con sus correspondientes cuen­
tas. Las partículas que com ponen el filam ento se llam an cromosomas.
Existe un núm ero definido para cada especie viviente, por ejem plo,
cuarenta y och o en el caso del hombre.
Cada crom osom a es realm ente un paquete de genes, partículas
tan dim inutas que no son visibles ni aun con el m icroscopio *. Estas
últimas son, probablem ente, los elem entos más im portantes de todo
el protoplasm a, a causa de su papel en la transmisión de los carac-
res hereditarios.
En algunos lugares del núcleo, donde se entrecruzan los filamentos
de crom atina, Se form an a veces nudos llam ados cariosomas, que no
deben ser confundidos con los nucléolos. Finalm ente, observamos la
presencia de pequeñas perforaciones en la m embrana nuclear que
establecen una relación directa entre el núcleo y el citoplasm a, de
m odo que la sustancia celular pueda ser considerada com o un todo
físico co n tin u o 3.

m . C o m p o s i c i ó n q u í m ic a d e l a c é l u l a .— Es imposible distinguir la
m ateria viva de la que no lo es basándose sólo en sus com ponentes
químicos, ya que un análisis del protoplasm a nos revela elementos tan
com unes com o el carbono, oxigeno, hidrógeno, azufre, nitrógeno, fós­
foro, etc., cuyo peso total es el mismo antes que después de haber
cesado la vida. Hay, sin em bargo, una clara diferencia en la form a
com o están com binados estos elementos. De hecho la com plejidad de
la materia viviente es tanta que nos vem os en la imposibilidad de
crear una fórm ula que exprese adecuadam ente su estructura química.
Las m oléculas que la com ponen son enorm em ente grandes y com plica­
das si se com paran con las de la m ateria no viviente.
Descom poner quím icam ente una célula im plica destruirla. Los re­
sultados obtenidos por dichos análisis, pues, sólo se aceptan de un
m odo restringido, puesto que el paso de la vida a la muerte causa una
serie de cam bios estructurales en form a de descom posiciones y recom ­
binaciones. De donde se deduce que los com ponentes encontrados en
la m ateria inanim ada nos ofrecen, a lo más, sólo una idea parcial de
la com posición de la materia viviente. Indirectam ente llegamos a la
conclusión que los cuerpos vivientes tienden a m antener m arcada­
mente su integridad. Sólo son permeables a las sustancias exteriores
de un m odo selectivo, es decir, adm iten el alim ento, el agua y el aire
sólo en cuanto son necesarios para las necesidades vitales de su orga­
nismo.
Los com ponentes del cuerpo viviente son tanto orgánicos com o ln -

* Hoy se sabe que los genes son macromoléculas de ácido desoxlrribonu-


deinico, cuyas diferencias de estructura tendrían análogo papel que las per­
foraciones (en número y disposición diversa) que se hacen en las tarjetas
de las grandes máquinas calculadoras y electrónicas: dichas tarjetas, como
los genes, contienen así en forma potencial órdenes de trabajo para series
muy prolongadas de actos. (N. del T.)
3 C arre l , A.: Man The Unknown. London. Hamilton, 1935, c. 3. Eulen-
burg-Wiener Fearfully and Wonderfully Made. N, Y. Macmillan, 1939, c. I.
Estructura de la célula 71

orgánicos. Entre las sustancias inorgánicas, el agua es la más abun­


dante y representa cerca de un 80 por 100 del contenido total. Las
sales están tam bién presentes en variadas form as. El oxigeno y el
anhídrido carbónico se encuentran en solución. Las sustancias orgá­
nicas de la célula están representadas por tres clases de com puestos
quím icos: azúcares y grasas, que sum inistran energía m ediante la
oxidación y sirven tam bién de m aterial constructivo; y las proteínas,
que son los más com plejos de todos los tipos de materiales nutritivos
utilizados por el organismo.
Si estudiam os la célula desde el punto de vista químico, hallam os
un com puesto esencialm ente inestable que sólo se m antiene mediante
recom binaciones que suponen un gasto continuo de energía. Esta ener­
gía es recibida de un m odo potencial con las materias alim enticias
que asimila y que libera en form a de energía m ecánica, calor, fe n ó ­
menos m agnéticos, etc. La labilidad del organism o viviente se dem ues­
tra por la facilidad con que los más ligeros cam bios producidos en
su medio lo destruyen y reducen su contenido material a una mezcla
irreversible y desorganizada de su stan cias4.
IV. E l c u e r p o h u m a n o ,— El cuerpo hum ano es un con ju n to de in ­
numerables células que han crecido y se han desarrollado a partir
de un solo huevo fecundado. Consta de tejidos y órganos, bañados en
líquidos apropiados, protegidos por m em branas y sostenidos por los
huesos. Estos últim os proporcionan puntos de inserción a los m úscu­
los y arm azón y resguardo a los órganos vitales. El cerebro, con su
valiosa corteza, es la parte más delicada del cuerpo hum ano, y está
resguardado por el cráneo. La médula espinal, protegida por las vér­
tebras, y los nervios, que recorren el cuerpo, están envueltos en
cubiertas. El corazón y los pulm ones están colocados dentro de una
fuerte Jaula ósea, las visceras se alojan en una gran cavidad debajo
de los pum ones y com prenden: el estóm ago, el intestino, el hígado,
los riñones, el bazo, el páncreas y las glándulas sexuales.
Toda esta disposición de tejidos y órganos entretejidos en arm o­
niosos sistemas, están contenidos potencialm ente, com o la flor en la
semilla, en la célula única con que com ienza el hom bre su existencia
en la tierra. Así, al llegar al nacim iento, posee una serie de aparatos
fisiológicos de increíble com plicación. Para llevar a cabo sus a ctivi­
dades nutritivas y ayudarle a alcanzar la madurez, posee los sistemas
digestivo, circulatorio, respiratorio y excretorio. Para protegerle, so­
portarle y hacerle posible el m ovim iento, posee el sistema locom otor.
Para asegurar las correlaciones en el tiem po y en el espacio n ece­
sarias a un cuerpo tan delicadam ente equilibrado y tan lábil, posee
el sistema nervioso. Y para term inar de asombrarnos, todos estos
órganos y sistemas tan finam ente acondicionados han sido llevados
a una perfección relativa y entrelazados en una unidad biológica aun
antes de su nacim iento.

4 H o p k in s , F . Q . : Some Chemical Aspects of Life. Science. Sept. 1933, pá­


ginas 219-31.
72 Vida orgánica

3. FUNCIONES DE LA CELULA.— La célula no es solamente la


unidad anatóm ica del protoplasm a, sino también una fuente de acti­
vidad vital. Puede captar energía del exterior y m ediante el ejercicio
de una capacidad inherente a ella es capaz de utilizar esta energía
de un m odo peculiar.
Se nutre, crece, se reproduce y se adapta a las circunstancias ca m ­
biantes de la vida.
I. M e t a b o l i s m o .— La célula posee la capacidad de incorporar la
m ateria y la energía de su alrededor y utilizarla para sus actividades
vitales. Este proceso es conocido con el nombre de metabolismo.
Consta de dos ciclos. El prim ero es el anabólico, durante el cual las
partículas energéticas son ingeridas, elaboradas y finalmente conver­
tidas en sustancia celular. El segundo es el catabòlico, en el que parte
de la m ateria del protoplasm a celular es consum ido al irse desinte­
grando las com plejas m oléculas orgánicas en com puestos de m enor
energía. La liberación de la energía potencial del alim ento se lleva a
cabo m ediante la oxidación o aplicación de oxígeno al protoplasm a
vivo, de un m odo parecido a com o se liberan las energías alm acenadas
en un pedazo de carbón al ser quemado. La totalidad de este proceso
m etabòlico es posible debido a la extrema labilidad de la com posición
' quím ica de la célula.

II. C r e c i m i e n t o y d e s a r r o l l o .—Por crecim iento se entiende el au­


m ento de tam año, y es la consecuencia directa de la fase constructiva
del m etabolism o. Es un fenóm eno vital debido a que, tal com o la
función anabólica, es esencialm ente intususceptivo.
Esto significa que las nuevas partículas de materia que se depositan
en la sustancia viva de la célula se transform an en protoplasm a y no
son, pues, adiciones m eram ente m ecánicas. Cuando el organism o es
joven, la fase anabólica es m ayor que la catabolica, y hay, en c o n -'
secuencia, un aum ento de masa. En el organism o maduro se establece
un equilibrio relativo entre las dos fases y se estabiliza la masa.
En la vejez, el catabolism o va sobrepasando al anabolismo, de
m odo que hay un consum o gradual de masa física y una dism inución
de la actividad quím ica del organismo. La muerte natural, en su
aspecto fisiológico, no es realm ente m ás que el descenso de los p ro­
cesos m etabólicos más allá del punto en que los productos de desecho
pueden eliminarse y el intercam bio necesario de energía con el m undo
físico puede ser efectuado.
El desarrollo está estrecham ente relacionado con el crecim iento.
Involucra no solam ente cam bios de tipo cuantitativo o aum ento de
tamaño, sino tam bién los procesos concernientes a la obtención de una
estructura orgánica definida. Podem os imaginárnoslo, brevemente,
com o crecim iento más especialización. Lo que esto significa lo enten­
derem os m ejor al hablar de la reproducción del ser humano.
m . R e p r o d u c c ió n .— La reproducción incluye toda la secuencia de
hechos por m edio de los cuales surgen nuevos seres vivientes y es
asegurada la continuidad de la especie. El organismo, en cuanto in -
Funciones de la célula 73

dividuo, está sujeto a la vejez y a la muerte, y si la especie tiene que


ser abastecida, nuevos individuos deben ser producidos de la materia
suministrada por el organism o paterno. Se dice muy a m enudo que
las funciones más im portantes del protoplasm a se centran en las
actividades nutritivas y reproductivas.
De esto no se deduce que dichas funciones sean rigurosam ente cir­
cunscritas, sino que indica sim plem ente la dirección de las fuerzas
vitales hacia estos dos fines particulares: la preservación del in d i­
viduo y la continuidad de la especie. Los procesos reproductivos p u e­
den ser agám icos o gámicos.
r~ La reproducción agámica se presenta en cuatro form as fundam en-
* tales. La gem ación, en la que las células se m ultiplican en ciertas
i partes del organism o produciendo brotes o yemas que dan origen a
I nuevos individuos; la esporulación, que es la form ación de pequeñas
| masas nucleadas de protoplasm a llamadas esporas; la amitosis. en
| la que una célula se divide en dos por la simple fragm entación de su
[ citoplasm a y su núcleo, y la mitosis, que es el m étodo em pleado por
í la naturaleza para form ar el cuerpo hum ano a partir de la célula
única que resulta de la concepción. A la mitosis se la llam a tam bién
división celular indirecta, porque se necesita una preparación previa
de la sustancia crom ática y una actividad especial en el área de la
centrosfera de la célula madre antes de que la célula se divida en dos.
En el preciso m om ento de la división, el espirema o cordón de cuen-
[i tas crom áticas se parte a lo largo, dando lugar a dos grupos bien
definidos de m itades de crom osom as. Al mismo tiem po, se apodera
de toda la célula un m ovim iento convulsivo que lanza su contenido en
' todas direcciones y se separa en dos partes. Lo que tenem os ahora,
en realidad, son dos nuevas células, existiendo gracias a la Inm olación
que hace de sí misma la célula original. Este drama se repite cientos
de veces hasta tener, por fin, un cuerpo hum ano com pleto y bien
conform ado, preparado para nacer y vivir su propia vida indepen­
d i e n t e del seno m aterno.
Los modos gám icos de reproducción presuponen el desarrollo de
unidades vitales especiales llam adas gam etos o células germinales,
tales com o el esperm atozoide y el óvulo, en el hom bre y en los an i­
males, y el polen y el óvulo, en las plantas en flor 5. Aunque la p a r-
tenogénesis o nacim iento virginal es un fenóm eno conocido en la
naturaleza, los gametos, por regla general, se unen en parejas para
dar origen a un organism o unicelular llam ado cigoto, que a su vez
se divide m ediante el proceso de la mitosis que acabam os de descri­
bir. Las células se unen unas con otras y continúan creciendo y divi­
diéndose hasta especializarse gradualm ente en órganos y sistemas j
dar lugar a un cuerpo com pleto, capaz de existir por si mismo.
IV . M —La adaptación es el ajuste estruc-
o v im ie n t o de a d a p t a c ió n .

5 Aun en la partenogénesis o nacimiento virginal, en el aue se producen


hembras de huevos no fecundados, a veces se pueden engendrar machos, j
entonces la reproducción bisexual es recapitulada. La partenogénesis, por lo
tanto, es simplemente una modificación del método común de generación
mediante la unión del espermio y el óvulo.
74 Vida orgánica

tural y fu n cion al del protoplasm a al m edio que lo rodea. Tanto si se


posee o no un sistema nervioso, hay una tendencia natural en todo
organism o a reaccionar vitalm ente frente a los estímulos exteriores.
Estas reacciones son conocidas com o tropism os, y su presencia es
ana prueba del poder selectivo que posee la m ateria viviente de equi­
parse lo m ejor posible para la existencia en las condiciones am bien­
tales. Hay algo de instintivo en el m odo que tiene una semilla al ger­
m inar de hundir sus raíces en el suelo y enviar su tallo hacia lo
alto, no im porta en qué posición se la plante. Esta misma clase de
inteligencia se observa en las plantas que dirigen sus hojas hacia la
luz, o sus raíces en la dirección del agua. Estos m ovim ientos son
todos tropismos, y su propósito es hacer al organism o vivir lo m ejor
posible.
El protoplasm a se adapta a su m edio de varios modos. Es irritable.
Se excita aun por los más ligeros estímulos. A veces la intensidad
de la respuesta es desproporcionada a la del estímulo aplicado. M e­
diante cam bios en su form a o en el m ovim iento es capaz de respon­
der de un m odo efectivo a lo que la situación externa o interna le
demande.
Además, el protoplasm a posee un notable poder de conservar su
integridad. Com o cualquier otro cuerpo material, está sujeto al des­
gaste y a las lesiones. Para poder vivir necesita consum ir continua­
m ente sus energías vitales y estar siempre dispuesto a reparar cual­
quier daño accidental que surja. Esta m ejoría se efectúa por medio
de un fenóm eno llam ado reparación.
De este m odo, las heridas se curan al cabo de cierto tiem po y las
células gastadas son reemplazadas por otras nuevas.
Pero aún más asombrosa, desde el punto de vista biológico, ea la
regeneración, en la que trozos enteros que se habían destruido son
reemplazados del todo, y un órgano se reconstruye a partir de un fra g ­
m ento de tejido, o en la que un cuerpo viviente total es com pletado
partiendo de lo que fue solam ente una parte de él, con la única co n ­
dición de que la parte que luego dará origen a un organism o com ­
pleto contenga algo de m ateria nuclear. La regeneración se ha obser­
vado en plantas y anim ales inferiores, pero su poder es lim itado en
los organism os más diferenciados. Esto es debido a la mayor espe-
cialización de órganos y estructuras que existe en los animales supe­
riores, así com o a la am plitud de la división del trabajo fisiológico,
especialm ente el del metabolismo.
Como un rasgo final de la adaptación tenem os la inestabilidad de
la estructura química del protoplasm a, que perm ite una fácil sepa­
ración de sus partes con la consiguiente liberación de energía. Esto
a su vez, prepara el cam ino para nuevas actividades anabólicas, al
tiem po que el nuevo m aterial es introducido en el cuerpo o que se
form en recom binaciones a partir de los subproductos de la oxidación.
Es interesante el contraste que ofrecen a veces estas reacciones quí­
micas. Así vemos que la planta en su nutrición absorbe anhídrido
Funciones de la célula 7S

carbónico y libera oxigeno, m ientras en el anim al se Invierte este


proceso.
V. C o m p o r t a m i e n t o v e g e t a t i v o d e l h o m b r e .— Hay tres clases de m a­
teriales que abastecen al hom bre en sus necesidades de tipo vegeta­
tivo : el alim ento que ingiere, el aire que respira y los fluidos secreta­
dos por sus glándulas internas. El aire le sum inistra el oxigeno n ece­
sario para la com bustión de los tejidos y para liberar la energía n ece­
saria en el esfuerzo físico. El alim ento, sobre el que actúan los jugos
digestivos al pasar a lo largo del tracto digestivo, que se absorbe a
través de las paredes intestinales y es transportado p or todo el orga­
nismo por la corriente sanguínea, en la cual vierten tam bién las g lá n ­
dulas de secreción interna su contenido. Estas secreciones no sólo
tienen valor nutritivo, sino que poseen también una influencia esti­
mulante sobre las funciones vitales. Pero la corriente sanguínea sólo
ha h ech o parte de su trabajo al llevar el alim ento y el oxígeno hasta
los tejidos necesitados. Debe tam bién contribuir a la elim inación
del m aterial de desecho que queda del m etabolismo, llevar el anhí­
drido carbónico a los pulm ones y otras sustancias de desecho al
riñón. La m ayoría de las sustancias fecales que elim inam os no son
en realidad subproductos del m etaolism o, pues no han estado fo r ­
mando parte del cuerpo anteriorm ente.
El crecim iento del hom bre depende de su actividad nutritiva. En
el estadio unicelular por el que pasa m om entáneam ente n o hay n in ­
gún signo que nos haga adivinar su desarrollo ulterior. Sin embargo,
y com o dijim os anteriorm ente, este desarrollo existe en él de un
modo latente. Después del nacim iento, y mientras es joven, las fu er­
zas constructivas de su organism o son más manifiestas que las des­
tructivas, y com o consecuencia, aum enta de tam año y de peso. En
la edad m edia de la vida, estas dos fases m etabólicas están equili­
bradas relativam ente, pero en la vejez empiezan a m anifestarse los
signos de la decadencia, el catabolism o supera al anabolism o y el
hombre muere finalm ente cuando ya no puede oponerse a las leyes
de la disolución a las que esté sujeto su organismo. M ucho antes de
su muerte, sin em bargo, ya en el m om ento de la plenitud de su vida,
puede reproducirse y así contribuir a la conservación de su especie.
De un m odo explícito, la reproducción del ser hum ano significa ia
unión del esperm atozoide y el óvulo y la fusión de sus núcleos para
form ar una sola célula. Esto im plica que tanto el padre com o la
madre se reproducen en su descendencia y ésta com parte dos líneas
hereditarias distintas. En su aspecto esencial, pues, la generación
es un acto puram ente vegetativo. Pero se convierte en un asunto
de gran interés debido a la suma de sensación y sentim iento, de p en ­
samiento y de am or idealizado con la que es capaz de rodearse. Tal
es así, que puede dar un nuevo giro a toda una vida, dar origen a
nuevas norm as de perfección y sacrificio y aun intervenir en su sal­
vación final 6.

* B h e n n a n , R. E„ O. P.: Thomistic Psychologv. N. Y. MacmUlan, 1&41. pá­


ginas 85-99. Ed. esp., Morata, Madrid, 1960.
76 Vida orgànica

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO III

C a r r e l , A.: Man the Unknown. London, Hamilton, 1935, Cap. 3.


K ahn , F.: Man in Structure Function, Trad, por G. R o s e n . New York,Knopf,
1943, Vol. I, Caps. 1 y 2.
M avor , J. W.: General Biology. New York, Macmillan, 3.n ed., 1947, caps, 2 y 4.
V u i E s , C. A.: Biology: The Human Approach. Philadelphia, Saunders, 1950,
Caps. 3 y 4.
SECCION II.— FILOSOFIA DE LA VIDA ORGANICA

CAPITULO IV

TEORIA DE LA MATERIA Y DE LA FORMA

1. NATURALEZA DE LOS CUERPOS FISICOS.—Para S a n t o To­


m ás, la explicación de la naturaleza de los cuerpos fisicos se basa en
la doctrina de la m ateria y la ferina de A r i s t ó t e l e s . No supone m a­
y or diferencia el que estos cuerpos sean o no vivos, pues am bos se
incluyen dentro de los am plios lím ites de su filosofía.
Según A r i s t ó t e l e s , todas las sustancias materiales, desde el m ine­
ral hasta el hombre, constan de dos principios origin ales: uno, m ate­
rial y pasivo; otro, form al y activo. Estos dos principios se com ple­
m entan, ya que son incom pletos. Uno es necesario al otro, y solam ente
cuando ambos se hallan íntim am ente unidos se realiza la perfección
del ser corpóreo, ya sea viviente o inanim ado. Veamos cóm o esta
concepción de la m ateria y la form a que explica la esencia de todas
las criaturas del universo tom ó form a en la mente de A r i s t ó t e l e s 1 .

2. NOCION DE CAMBIO ACCIDENTAL Y CAMBIO SUSTANCIAL.


Las cosas cam bian continuam ente de aspecto. Estos cam bios, sin em ­
bargo, son m eram ente accidentales, ya que aunque producen diferen­
cias en el objeto, n o afectan a su naturaleza o esencia. Podríam os
decir que son, en general, cam bios superficiales. La m ayoría de ellos
afectan sólo a los sentidos.
A r i s t ó t e l e s distingue tres tipos de cam bio accidental. El prim ero es
el m ovim iento local, que se percibe claram ente cuando los cuerpos se
desplazan de un punto a otro. El segundo es el cambio cualitativo,
por ejem plo, la variación de colores en la naturaleza. El tercero es

1 Sería interesante recordar aquí ciertos conceptos íntimamente conec­


tados con la teoría aristotélica de la materia y la forma. Resumámoslos:
sustancia, lo que puede existir por sí mismo; accidente, lo que necesita un
sujeto para manifestarse; naturaleza, el principio sobre el que actúa una
sustancia; propiedad, el principio o fuerza inmediata por medio de la cual
actúa la naturaleza; esencia, lo que corresponde a la estricta definición de
una cosa. La esencia de las criaturas materiales está compuesta por la
materia y la forma, es decir, la materia prima y la forma sustancial. Nótese,
además, que la sustancia de una cosa es su ser mismo, mientras sus acciden­
tes son solamente seres del ser. Más aún, todas las potencias o propiedades
de una sustancia son accidentes, aunque no todos los accidentes son poten­
cias o propiedades. Finalmente, la forma se identifica a veces con la esencia,
en cuyo caso significa la forma total o la esencia total y no la forma parcial,
que es sólo una parte de la esencia (la otra parte seria la materia). Ver On
Being and Essence, c. 1 y 2.
TS Materia y forma

el crecim iento o la reducción m aterial de las cosas, o cambio cuanti­


tativo. Todos estos distintos tipos de cam bio tienen un factor común,
que es su incapacidad para cam biar la naturaleza interna de la cosa.
Una naranja, por ejem plo, puede ser transportada localm ente, puede
pasar de verde a amarilla, de am arga a dulce; puede aumentar su
tam año a m edida que madura. Sin em bargo, sigue siendo la misma
al pasar por todos estos cam bios que se suceden en el tiem po y que
no m odifican la naturaleza de la fruta, que sigue siendo una naranja.
El cam bio sustancial es, sin em bargo, muy diferente. Tratamos
aqui con un acontecim iento que penetra en el núcleo mismo de la
cosa y la transform a en algo enteram ente nuevo. En este caso pode­
m os decir que la cosa ya no es lo que era, sino algo distinto. Se
ha m odificado su naturaleza. Así, si la naranja que sostenemos en
las m anos se transform ase repentinam ente en un organism o viviente,
consideraríam os este cam bio com o algo drástico. Sin embargo, es esto
precisam ente lo que sucede, de hecho, cada vez que es ingerida y
transform ada en protoplasm a. He aquí un ejem plo de lo que es el
cam bio su stan cial2, el cual nos impulsa a exam inarlo con mayor
detención.

3. IMPLICACIONES FILOSOFICAS DEL CAMBIO SUSTANCIAL.


Cuando la n aranja se convierte en tejid o vivo, algo debe conser­
varse a través del cam bio, pues el fin de los procesos digestivos es
nutrir y proporcionar energía al cuerpo. Este substrato perm anente
se llam a m ateria prima en la filosofía aristotélica. Pero tam bién es
cierto que hay algo que se pierde en el cam bio, puesto que la naranja
com o tal desaparece, y lo que queda de ella, su substrato material,
adquiere inm ediatam ente algo nuevo. Lo que ha perdido la naranja,
según A r i s t ó t e l e s , es su form a sustancial, y lo que adquiere su subs­
trato m aterial es la form a sustancial del organismo. Es posible, pues,
m ediante una simple inferencia, indicar las partes fundam entales de
que consta una naranja. Estas son : la materia prima, que es un
principio indeterm inado, pero determ inable, que suministra la base
que hace posible la transform ación de la naranja en protoplasm a; y
la form a sustancial, el principio determ inante responsable de que la
naranja sea ella misma y no otra cosa.
Cada uno de estos constituyentes básicos, sin embargo, es sustan­
cial en su naturaleza, aunque ninguno sea por sí mismo una sus­
tancia com pleta. Para alcanzar la plenitud, la m ateria prim a debe
hallarse unida a la form a sustancial. Cada uno de estos principios
es aún así real, aunque su realidad sea alcanzada por un proceso
deductivo. Sim plem ente, el h echo de que la n aranja es capaz de ali­
m entar al organism o debería ser una prueba evidente de la realidad
de la m ateria prim a, es decir, de un substrato perm anente que hace
posible la transform ación de la sustancia. Por otro lado, es igualmente

* E n e l le n g u a j e d e A qüino , e l c a m b i o l o c a l se lla m a latió o l o c o m o c i ó n ;


el c u a li t a t iv o , alteratio o a l t e r a c i ó n ; el c u a n t i t a t i v o , augmentatio y diminu-
tio, c r e c i m i e n t o y d is m in u c ió n , y e l c a m b i o s u s t a n c ia l, generatio y corruptio,
o g e n e r a c ió n y c o r r u p c ió n .
Términos de la teorìa 79

«ìerto que este substrato m aterial pierde algo real al desaparecer la


naranja, así com o gana algo real en la transform ación m etabòlica.
Además, cuando, durante la transform ación, la form a material de
la n aranja desaparece, su substrato tom a inm ediatam ente una nueva
form a, la de protoplasm a. Así en ningún m om ento el substrato m ate­
rial se halla carente de form a o la m ateria prim a carece de principio
determinante.
Pero se halla unido a una sola form a a un tiem po. Esta unión con
la form a es necesaria, porque es solam ente parte de la sustancia
de cualquier criatura corpórea. Está claro que no existe media sus­
tancia, ni m edio ser, n i tam poco algo así com o una c osi naranja 3.

4. TERMINOS DE LA TEORIA DE LA MATERIA Y LA FORMA —


Partiendo de observaciones sobre el cam bio sustancial del tipo de las
que acabam os de hacer, nos es posible com prender cóm o pudo A r i s ­
t ó t e l e s bosquejar su vasta teoría de la materia y la form a que expli­
case la naturaleza o la esencia de todos los cuerpos físicos. Vamos a
revisar otra vez los puntos principales de su doctrin a: todas las
criaturas del universo que poseen un cuerpo están com puestas de
materia y form a. Por m ateria entendem os la materia prim a o el
substrato m aterial subyacente a todas las cosas. P or form a enten­
dem os la form a sustancial o el principio que hace de una cosa lo
que realm ente es. Cada uno de estos factores últimos es no sólo
sustancial, sino real. Cada uno es opuesto al otro por naturaleza. A
causa de esta oposición es posible separarlos en el pensam iento, aun­
que n o en la realidad. No existe la materia, sino la form a, y con la
sola excepción del alm a hum ana después de la muerte, tal com o luego
veremos, no existe tam poco la form a carente de materia.
La m ateria prim a en sí misma no tiene carácter. Carece de fisono­
mía, es indefinida, carente de calidad y de cantidad. Lo que la define,
le da carácter y la hace una cosa particular es la form a sustancial.
Por consiguiente, excepto su predisposición a unirse con una u otra
clase de form a, n o existen diferencias dentro de la m ateria prima.
Es básicam ente la m ism a dondequiera que se la encuentre; en los
elementos, en las plantas, en los anim ales o en el hom bre. Todas
estas cosas, pues, difieren unas de otras en esencia, sólo porque su
materia prim a está unida a una form a sustancial de esencia dis­
tinta 4.
3 Aunque es verdad que una cosa o es o no es, es también cierto que una
cosa puede estar convirtiéndose en otra. El agua, por ejemplo, puede gra­
dualmente transformarse en vino. El movimiento supone una serie de gene­
raciones y corrupciones. Pero, en cualquier momento, no existe la materia
carente de forma, es decir, cuando una cosa no es nada. Porque en el pre­
ciso instante en que la materia pierde una forma, adquiere otra. De hecho,
la aparición de una forma nueva es la razón de la desaparición de la forma
anterior, según el dicho aristotélico: la generación de una eosa supone la
corrupción de otra. Nótese, sin embargo, que es la cosa total (no la materia
o la forma en particular) la meta de la generación y la corrupción,
4 La materia hace posible que el mismo tipo de forma sustancial se mul­
tiplique en muchos individuos; por ejemplo, que haya muchos hombres con
e l mismo tipo de alma racional. Para S a n t o T om ás , las causas del proceso de
SO Materia y forma

Podem os llegar a la conclusión, por lo que hem os dicho, que el


concepto aristotélico de m ateria prim a no es el mismo que lo que
entendem os vulgarm ente por materia. Cuando en el lenguaje corrien­
te decim os que una determ inada m ateria difiere de otra, nos refe
r imos a lo que A r i s t ó t e l e s llam a m ateria segunda, es decir, el objeto
que percibim os con nuestros sentidos hecho de m ateria prima y form a
sustancial, con todas sus propiedades naturales, dotado de cualida­
des sensibles, cuantitativo y considerado com o un individuo separado
de los otros. Decimos, por ejem plo, que una molécula de oxigeno, un
roble, un pájaro o un hom bre es una clase de m ateria segunda, ya
que cada uno de estos casos es una com binación proporcionada de
m ateria prim a y form a sustancial con las consiguientes propiedades
que derivan de su naturaleza, de m odo que le es posible exhibirse
a los sentidos en toda su concreta realidad.
Vemos, además, que, así com o la m ateria prim a se distingue de
la m ateria segunda, así la form a sustancial se diferencia de la form a
accidental. En la teoría aristotélica, la form a sustancial es parte de
la esencia de un ente corpóreo. Hace existir a ese ser. La form a a cci­
dental, por otra parte, le es dada a un ser ya existente. O si aún
deseam os llam arlo un ser, sería el ser de un ser. Según sus funciones
respectivas, la form a sustancial constituye, m ientras que la form a
accidental solam ente m odifica lo que se haya constituido, dándole,
p or ejem plo, su color, form a y peso particulares. La materia prim a
puede ser cualquier cosa, según la form a que se le imprima. Tendría
todas las posibilidades, pero no sería nada concreto.
Solam ente se hace algo al adquirir form a. Precisam ente por esta
razón, A h i s t ó t e l e s llam a a la form a sustancial de un objeto su per­
fección primera, ya que explica el hecho de que una cosa sea, y de
que sea algo particular, que se puede distinguir por su naturaleza
de otras especies de cosas. Esto nos lleva a la más im portante de las
antítesis aristotélicas, la existente entre potencia y acto, ya que la
m ateria prima considerada m etafísicam ente cae dentro del concepto
general de potencia, m ientras que la form a sustancial se reduce a
acto. Para repetir esto en otras palabras, la m ateria es todo en cuanto
potencia y nada en cuanto acto. Lo que la actualiza creando una
determ inada form a es la llam ada form a prim era o su stan cial5.

Individualización son materia quantitate sign ata, la materia señalada por


la cantidad.
5 Se desprende de lo que hemos dicho en el texto que el punto de vista de
A r i s t ó t e l e s sobre los cuerpos físicos era de naturaleza filosófica. Comprende
la noción de sustancia (materia prima y forma primera unidas dando ori­
gen a algo que puede existir por sí mismo) y accidentes (formas segundas,
que necesitan siempre un sujeto en el que manifestarse). Se interesa por un
conocimiento de la naturaleza interna de los objetos materiales. El punto
de vista científico de los cuerpos físicos, por otra parte, como todo lo incluido
en los fines de la ciencia moderna, no va más allá de un conocimiento de las
propiedades, estructura y conducta de la materia. Por esto, el científico
habla de la materia como si estuviese compuesta de un sistema de partículas
diminutas tprotones, electrones, etc.) combinadas en diversas formas y en­
riquecidas por una enorme reserva de energías que utiliza del modo que su
Valor de la teoría 81

Estos son, en bosquejo, los rasgos esenciales de la teoría de la


m ateria y la form a, a la que S a n t o T o m á s tuvo tal aprecio que la
recogió sin reserva alguna y aplicó, especialmente en su aspecto
m etafísico de acto y potencia, a todos sus escritos. Su im portancia
para la psicología se hará más evidente cuando veamos cóm o la
utilizó A q u i n o para resolver algunas discusiones sobre la naturaleza
del hombre.

5. VALOR DE LA TEORIA DE LA MATERIA Y LA FORMA.— Desde


la época de A r i s t ó t e l e s hasta la nuestra, la teoría de la materia y la
form a h a reclam ado su puesto en los circuios filosóficos y ha llegado
a ser am pliam ente considerada, por las razones que veremos a con ­
tinuación.
Prim eram ente, está basada en la experiencia, empezando por el
dato de que una sustancia se transform a en otra. Explica, además,
por qué todos los cuerpos físicos tienen algo de com ún, al mismo
tiem po que poseen sus propiedades particulares. Debemos señalar,
sin embargo, que ni la m ateria prim a ni la form a sustancial son
perceptibles por los sentidos. Representan contrastes que exceden los
límites de nuestra capacidad sensorial. Debemos con fiar en criterios
de tipo intelectual si queremos estimar el valor de la doctrina aris­
totélica. No es una explicación científica, sino filosófica de la natu­
raleza de los objetos materiales, una interpretación de los datos de
observación basada en los principios originales subyacentes a estos
datos. Está además basada en conceptos que llegan al fondo mismo
de la naturaleza física, ya que proclam a los principios filosóficos
últim os del acto y la potencia.
A lo largo de toda la psicología vemos la necesidad que ésta tiene
de un ificación y no puede ser perjudicial el probar esta espléndida
concepción de la naturaleza, aplicándola com o instrum ento para la
valoración de los descubrim ientos científicos. Aunque de gran exten­
sión, no pone límites al ob jeto con el que trata. Explica igualm ente la
constitución de todos los grados de los seres del cosmos, desde el m i­
neral hasta el hom bre, y es precisam ente en la unidad biológica
hum ana en la que estas proposiciones tienen más fuerza. Pero, a
cualesquiera que las apliquemos, lo más im portante es hacer hincapié
en los dos principios esenciales de que está compuesta la materia, ya
sea anim ada o inanim ada: la m ateria prima, que es lo prim ero que
está sujeto a cam bio, y la form a sustancial, el acto prim ero o la
prim era perfección de la m ateria 6.

sistema se lo permite. Pero no se aventura a opinar sobre la esencia de la


materia, excepto para decir que la desconoce.
8 Para la teoría aristotélica de la materia y la forma, ver: Physics, L. I-
VIII; On the Heavens, L. Ü I-IV; De Generatione et Corruptione, L. I-II;
Meta-physics, L. V-X. Para las teorías tomistas, ver: Commentary on Aris­
totle’s Physics, L. I-II. Trad, por R. A. K ocotjrek. St, Paul. Minn, North Cen­
tral publishing Co.. edición revisada, 1951.
On Being and Essence. Trad, por A. M auher , C. S. B. Toronto. Pontifical
Institute of Mediaeval Studies, 1949. C. 1, 2, 5, 6.
On the Principles of Nature. Trad, por R. A. Kocodree, St. Paul, Minn.
brennan, 6
82 Materia y forma

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO IV

Aquino, S. Tomás: Against the Gentiles. Lib. II, Cap. 30.


__Sum of Theology. Parte I, Cuestión 66.
A r is t ó t e l e s : Physics. Lib. II, Caps. 1-4.
M e r c i e r , D.: A Manual of Modern Scholastic Philosophy, Trad, por T. L. y
S. A.’ P a r k e r . St. Louis, Herder, 2.n ed., 1919, Vol. I, pp. 73-82.
P h il l ip s , R. P .: Modern Thomistie Philosophy, London, Bums Oates & Wash-
bourne, 1934, Vol. I, Cap. 3, Ed. esp., Morata, Madrid, 1964.

North Central Publishing C., edición revisada, 1951. Este libro y el anterior.
Commentary on Aristotle’s Physics, se han publicado juntos balo el título de
An Introduction to the Philosophy of Nature
D. S. C„ a. 1.
CAPITULO V

NATURALEZA DE LA VIDA ORGANICA

1. CONCEPTO FILOSOFICO BE VIDA .—Preguntad al filósofo qué


entiende por vida orgánica y os extrañaréis de su respuesta hasta da­
ros cuenta de que lo que dice no sólo es aplicable a la vida vegetativa,
sino a toda clase de vida. Tom em os a S a n t o T o m á s com o un ejem plo
de esta últim a actitud. Debe hacerse notar, para empezar, que su
punto de vista com pleto se desarrolla a partir de sus observaciones
personales sobre los hechos de la vida orgánica. Tales hechos, com o
él señala, están en relación con el organism o precisam ente com o
organ ism o: su nacim iento, producido por la potencia generadora; su
existencia, asegurada por la nutrición, y su desarrollo, por el creci­
miento.
Pero, m ientras las fuerzas del crecim iento y la nutrición tienen
relación con el organism o mismo, la facultad de reproducirse ha sido
dada por la naturaleza con el fin de crear otro organism o, y por esto
es la más noble y perfecta de nuestras propiedades vegetativas y 1¿l
más cercana a las propiedades de la vida anim al *. Esta últim a obser­
vación nos indica cóm o A q u i n o ve el sentido final de las cosas, ya
que ilustra un principio que utiliza constantem ente en sus escritos
psicológicos. «Lo más alto de una naturaleza in ferior se acerca a lo
más b ajo de una naturaleza superior» 2.
Elevándose desde los datos observables hasta una con cepción filo­
sófica de la vida, A q u in o señala la im portancia de tres rasgos de los
actos vitales: nutrición, crecim iento y reproducción. Prim ero hay
form as de m ovim iento, es decir, de cam bio desde la condición de
potencia en la que el organism o sólo posee la capacidad de actuar,
a la condición de acto, por m edio de la cual lleva a cabo las tareas
que la vida le impone. Segundo, todos los actos vitales provienen del
organismo mismo. Esto es perfectam ente claro si nos hacem os cargo
de que el cuerpo viviente posee una capacidad innata para alim entar­
se, crecer y reproducirse. Estas propiedades son signos de la espon­
taneidad de la vida. Por últim o, todos los actos vitales tienen la
propiedad de perfeccion ar el agente del que proceden. De cualquier
modo, es éste su prim er efecto, porque es sólo después que el orga­
nismo se ha asegurado y hecho uso, por asi decir, de los objetos que
le son necesarios, que puede traspasar su energía a otros cuerpos.
Es principalm ente a través de esta últim a cualidad, que él llam a

1 S. T., p. I, p. 78, a. 2, C. D. A., L. II, lee. 7-9.


J C. G„ L. II, c. 91.
84 Vida orgànica

inm anencia, com o distingue A qdino a las form as de m ovim iento


anim adas o inanimadas. «La vida es, pues, cualquier clase de m ovi­
m iento que sea espontáneo e inm anente» 3.
Aunque adoptem os cualquier actitud filosófica para explicar la
naturaleza del organism o, hay ciertos hechos aceptados por la gene­
ralidad, que debe tener en cuenta el filósofo. Estos datos constituyen
los llam ados datos prim arios de la vida orgánica y son: la unidad
biológica del organism o; la finalidad intrínseca de sus procesos; la
flexibilidad de sus propiedades, y la coordinación de su energía vi­
viente en el sistema cerrado de la m ecánica del universo.
Las interpretaciones que se han hecho de la vida se suelen agru­
par en dos, según le den un sentido m ecanicista o vitalista al com ­
portam iento del organismo.

2. TEORIAS MECANICISTAS DE LA VIDA.*—Aunque se diferen­


cien en su form a o en su exposición, las teorías m ecanicistas tienen
varios puntos en com ún 4. Todas están de acuerdo en que los fe n ó ­
m enos vitales son solam ente energía de tipo m aterial, ya sea física,
quím ica, electrom agnética, etc. Además concuerdan en que el postu­
lado o principio vital que explica la organización de la vida es injus­
tificable por ser innecesario. Sin em bargo, existen entre ellas algunas
diferencias que hacen que debam os estudiar estas teorías por sepa­
rado. Hay tres tipos im portantes de m ecanicismo.
I. M e c a n i c i s m o a b s o l u t o .—El m ecanicism o absoluto ve la tota­
lidad del m undo físico, tanto el anim ado com o el inanim ado, com o
el resultado de la mutua in teracción de las fuerzas de la materia.
Viene a decirnos que todos los procesos de la naturaleza, sin excep­
ción, están determ inados m ecánicam ente y que pueden explicarse
m ediante leyes físicas o químicas. Según esto, la vida orgánica es
sim plem ente el resultado de una energía perteneciente a la materia,
es decir, de una tendencia que surge de las raíces mismas de su ser
y que le pertenece por si misma.
F é l ix le D ante c, C harles D a r w in , T hom as H u x l e y , E r n s t H aeckel
y la m ayoría de los biólogos evolucionistas de finales del siglo X IX

5 C. G., L. IV, c. 11.


S. T „ p . I, q. 18, a. 2 ; q. 78, a. 1 y 2.
D. V., q. 4, a. 8.
1 Debido a que el protoplasma es un sistema organizado, se le considera
comúnmente como si fuese una máquina. El ojo, el oido y la totalidad del
cuerpo humano son descritos corrientemente como mecanismos más o
menos delicados. No hay disputa sobre este punto siempre que compren­
damos lo que se pretende con dichas comparaciones. La máquina es un
sistema organizado. Sus partes están tan coordinadas que su conjunto como
causa se adapta a la consecución de fines determinados, sus efectos. Esta
concepción puede aplicarse tanto al universo como a una ameba, pero con
una diferencia, por cierto. El universo físico es un sistema puramente me­
cánico, que opera según las leyes de una finalidad externa. La ameba, en
cambio, representa una organización especial de la materia controlada en
sus funciones por las leyes de la finalidad interna. Esto mismo rige para
el cuerpo humano, que es mucho más complejo que el de una ameba. Ver
Carrel, a.: Man the Unknow. London Hamilton, 1935, p. 106.
Teorías mecanicistas 85

pertenecen a esta actitud extremista. Entre los exponentes actuales


de este m aterialism o m onista total, J o h n B. S. H a l d a n e es quizá el
más notorio 5.
n . E v o l u c ió n e m e r g e n t e .— Esta es una form a más m oderada de
m ecanicism o, que se aferra a la idea de que la vida es una actividad
vital típica y que requiere para ser descrita térm inos que trascienden
los ingenuos conceptos del m ecanicism o absoluto. Esta actitud está
representada por C . L l o y d M o r g a n , el prim ero en asociarse a esta
teoría de la evolución em ergente.
M o r g a n establece una diferencia entre los acontecim ientos que él
llama resultantes, que pueden ser totalm ente conocidos al conocer
sus com ponentes, y los em ergen tes, que son imposibles de predecir
aun cuando conozcam os los factores de que están compuestos. Estos
factores pueden hallarse en la m ateria inanimada, pero son carac­
terísticos de la vida, que es una em ergencia de com puestos químicos
com plejos. La m ente hum ana queda tam bién incluida en este proceso,
ya que apareció cuando algunos de estos m odos impredecibles de re­
lación se organizaron altam ente, perm itiendo al hom bre el pensa­
miento '■>.
La teoría de la evolución em ergente ha tenido m uchos seguidores
y m arca un nuevo pu n to de partida para otras interesantes teorías,
todas ellas m uy parecidas. A s í tenem os el élan vital de H e n r i B e r g s o n .
la matriz espacio-tiem po de S a m u e l A l e x a n d e r , el principio de acción
total de J a n S m u t s , la con cepción de A l f r e d W h it e h e a d del universo
com o un totum organicum , del cual es un ejem plar el organism o
viviente, y m uchas otras maneras veladas de expresar la misma idea
em ergentista7. Además, si exam inamos detalladam ente cada teoría,
veremos que los lím ites entre la materia en cuanto vida y la materia
fuera de la vida han desaparecido prácticam ente. No existe una dife­
rencia real entre la em ergencia en el reino físico y la em ergencia de
los reinos biológico y mental. Y aunque los teóricos niegan la ade­
cuación de leyes puram ente físicas o químicas para explicar los fe n ó ­
menos vitales, se oponen, sin embargo, a cualquier form a de vitalismo
que rehúse aceptar la teoría de la em ergencia de la vida a partir de
las fuerzas de la m a te ria 8.

5 Le Dantec, F .: The Nature and Origin of Life. Trad, por S. Dewey, Lon­
don. Hodder and Stoughton, 1907.—Darwin, C.: The Origin of Species, The
Descend of Man. N. Y. Cerl and Klopfer. The Modern Library Series.—
Hüxley, T. H.: Darwiniana. London. Macmillan, 1907.—Haeckel, E,: The
Riddle af the Universe. Trad, por J. McCabe. London. Watts, 1889.—Halda­
ne, j. B. S.: The Causes of Evolution. London. Longmans, Green, 2.“ edi­
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“ M o r g a n , C. Lloyd: Life, Mind and Spirit. London. Williams and Nor-
gate, 1926.
T B e r g s o n , H.: Creative Evolution. Trad, por A. M itc h e l l . N. Y. Holt,
1911.—A l e x a n d e r , s.: Space, Time and Deity. London. Macmillan, 1920, dos
volúmenes,—S m u t s , J, C.: Holism and Evolution. N. Y. Macmillan, 1926,—
W hitehead , A. N.: Process and Reality. N, Y. Macmillan, 192&.
a M c D oug all , W . : Modem Materialism and Emergent Evolution. N . Y .
Van Nostrand, 1929.
86 Vida orgánica

H I. M e c a n i c i s m o r e te T A .— El m ecanicism o teísta sostiene que la


m ateria ha recibido su poder para producir efectos vitales de una
fuente externa, es decir, de un Creador. Este poder se ha transm itido
luego de un organism o a otro. Si fuese así, la materia viviente no
necesitaría ningún principio o fuerza propia que fuese la responsable
de sus propiedades particulares, ya que ha recibido de la Causa P ri­
m era la capacidad que le perm ite vivir. U lrich A, Hauber ha defendido
recientem ente teorías parecidas a ésta 9-

3. VALORACION DE LAS TEORIAS MECANICISTAS. I. M eca­


— Uno de los principales obstáculos que existen para
n ic is m o a b so l u t o .
la aceptación de cualquier teoría del tipo m ecanicista es el de la
fin alidad intrínseca de todas las funciones biológicas. Aunque estu­
viésem os de acuerdo con la opinión de que la vida orgánica podía
ser expresada m ediante leyes generales de la materia, hay, sin em­
bargo, una diferencia entre la m ateria anim ada y la inanim ada que
n o está explicada. No es a causa de la naturaleza especial de su energía
física, ni de la com plejidad de su estructura quím ica por lo que la
m ateria viva sobresale de un m odo tan notorio sobre el resto del
universo material, sino más bien porque emplea toda su energía para
realizar su fin intrínseco, que es la preservación total de su organis­
mo. Aun el más simple análisis de la vida celular nos revela que no
existe ninguna fu n ción que sea independiente del sistema total del
organism o. Es el m odo inm anente com o estas funciones son referi­
das a su punto de partida o su orientación hacia el organism o mismo
lo que constituye la verdadera diferencia entre la materia viva y la
materia fuera de la vida. Decir que la materia al estar viva posee una
capacidad innata de adaptación significa, en efeeto, que es capaz de
nutrirse a sí misma, crecer, desarrollarse y reproducirse, y también
que todos estos fines particulares persiguen otro más amplio perte­
neciente al organism o com o totalidad. En cambio, en la materia fuera
de la vida no existe evidencia de una finalidad interna de este tipo.
II. Evolución emergente.—O tra debilidad del m ecanicism o, espe­
cialm ente en su form a m oderada, la llam ada evolución emergente, es
su incom patibilidad con la n oción filosófica de causalidad. Cada efecto
debe tener una causa que lo provoque, y n o debe ser desproporcionado
a ella. No puede, p or ejem plo, sobrepasar a su causa, así com o una
piedra no puede ser mayor que la roca de la cual proviene. Vamos a
suponer ahora que fuese verdad lo dicho por D esiré M ercier : «L os
cam bios químicos del organism o viviente son de la m isma naturaleza
que los que acontecen en el laboratorio, y las propiedades físicas de
los cuerpos vivos son idénticas a las desplegadas por los cuerpos
Inorgánicos» De todos m odos persiste el h ech o de la inm anencia
• I I a u b e r , ü . A.; The Mechanistic Conception of Life. New S c h o la t ic is m .
Julio, 1933, pp. 187“200.
10 M ercber , D. A.: Manual of MocLern Scholastic Philosovhy, Trad. por
T. L. y S. A. P arker . St. Louis Herder. 1919. Vol. I, p. 169. S an t o T omás
(S. T., p. I, p. 78, a. 2, r. to obj. 1) viene a decir algo parecido cuando señala
que las potencias vitales son llamadas naturales, porque producen efectos
Valoración 87

o finalidad intrínseca, que no se explica lo suficiente por m edio de


transform aciones físicas o químicas. Decir que la vida es una em er­
gencia proveniente de la m ateria Inorgánica, o que la colocación
especial de la m ateria inanim ada hace necesaria la aparición de la
vida, im plican que un tipo de organización estructural y funcion al
superior es capaz de surgir de otro inferior a él. Puesto que se niega
la existencia de un principio vital, sólo podem os explicar dicha em er­
gencia m ediante la energía inherente a la materia.
Las fuerzas de la materia, sin em bargo, tienden constantem ente
hacia el exterior, ya que su disposición natural es producir efectos
fuera de la m ateria de la que proceden. Cuando el sodio, por ej,, se
une con el cloro para form ar sal, el foco energético obra fuera y en
dirección al nuevo com puesto que surge com o producto de su unión.
Las funciones de tipo vital, por el contrario, se dirigen de un modo
uniform e hacia el interior. S a n t o T o m á s expresa esto muy escueta­
mente al d e cir: «La acción puede ser de dos tip o s: una dirigida hacia
algo exterior, com o el acto de cortar o de calentar; la otra, que
perm anece en su agente, com o com prender, sentir y querer. Se d ife ­
rencian en que la prim era no es una perfección del agente que a c­
túa, sino de la cosa sobre la que actúa, m ientras la segunda es una
perfección del agente mismo» n . Así, en el ejem plo anterior, los
movimientos del sodio y del cloro sólo son transeúntes, com o diría
A q u in o , puesto que tienden hacia algo que está más allá de cada
elem ento en particular, mientras que el acto por m edio del cual un
organismo vivo asimila su alim ento es inmanente.
Ahora bien : la teoría de la em ergencia es incapaz de establecer
esta diferencia entre el m ovim iento transeúnte y el inm anente.
Atribuyendo a la materia el poder de pasar por sí misma de una
finalidad extrínseca a una intrínseca, viola la ley de la causalidad,
ya que supone un efecto que excede los poderes conocidos de la
materia. Tam bién porque predice, sin garantía, la em ergencia de un
tipo de existencia más diferenciado, com o es la vida, de otro menos
diferenciado, com o es la materia. Si hubiese razones para predecir
esto, seria diferente. Pero la evolución emergente no estipula ningún
agente dador de vida, ya sea dentro o fuera del organism o, que expli­
que el h echo de que esté vivo. Al mismo tiem po que invoca las leyes
de la naturaleza para explicar la em ergencia de la vida a través de
las posibilidades innatas de la materia, desecha com pletam ente las
otras leyes naturales que gobiernan la constancia de la relación entre
la causa y el efecto *2.

parecidos a los de la materia inerte. Asi, las potencias vitales emplean


realmente las energías físicas y químicas de la naturaleza como instrumen­
tos para la adquisición de sus respuestas vitales,
11 S. T„ p. I, q. 18, a. 3, r. a obj. 1.
12 Algunos científicos, por ejemplo, J. N eedham (The Sceptical Bíologist.
N, Y. Norton, 1930) y E. B. W il s o n (The Cell in Heredity and Environment.
N. Y. Macmillan, 3.a edición, 1934), proponen el mecanicismo simplemente
como una ficción, procediendo en sus estudios como si la teoría fuese cierta.
Se supone que esto se aviene mejor con el espíritu de la Investigación cien­
tífica moderna. Pero ¿no es también abandonar el problema real de la vida?
SS Vida orgánica

III. M e c a n i c i s m o t e í s t a .— En cuanto posible explicación de la vida


orgánica no tenemos querella contra la teoría del m ecanicismo teista.
Negar que pueda ser así sería lim itar el poder que posee Dios de p ro­
ducir resultados que están dentro del m argen de Su acción e influen­
cia, Pero contem plando el problem a desde otro ángulo, ¿es verdade­
ramente una actitud cien tífica referir la explicación de la vida de
un agente exterior cuando podría encontrarse una causa más inm e­
diata de ésta en el organism o mismo? Tenem os que, según la teoría
teísta, la m ateria viviente se diferencia de la no viviente únicam ente
por el h ech o de que Dios m ism o actúa en lugar del principio vital y
produce los efectos típicos de la m ateria viviente.
En otras palabras, si la interpretación m ecanicista está fuera de
lugar, no existe otra alternativa para el m ecanicism o teísta excepto
el asumir una participación interna de la Causa Primera en el ejer­
cicio de las funciones biológicas. No admite, recordém oslo, la pre­
sencia de un principio vital del organism o mismo. Antes de aceptar
dicha opinión debem os estudiar detenidam ente las teorías vitalistas.

i. TEORIAS VITALISTAS DE LA VIDA.— Las teorías vitalistas


han tenido siempre m uchos seguidores. Aunque varían grandem ente
entre sí en el m odo de interpretar las causas de la vida, todas están
de acuerdo en estos puntos: primero, que una explicación puramente
m ecánica de los fenóm enos vitales es inadecuada; segundo, que debe
de haber algún principio de acción o fuerza biòtica distinta de las
energías fisicoquím icas del organism o que explique la unidad fu n cio­
nal y estructural de la m ateria viva.
La necesidad de adm itir este nuevo elem ento surge del hecho de
que las propiedades de la vida no pueden ser com prendidas dentro
del m arco de un sistema puram ente m ecánico. En sus esfuerzos por
encontrar este factor, los vitalistas han adoptado distintos puntos de
vista 13.
I. T e o r ía s de la e n e r g ía — Todas las teorías de la energía
v it a l .

Además, si el investigador se dedica solamente a los aspectos Químicos y físi­


cos de la vida, ¿no perdería con ello la visión de la unidad del organismo?
Por otra parte, los que manifiestan desagrado por esta ficción no dan
necesariamente una explicación vitalista de la vida. J. B. S. H ald a n e , por
ejemplo (op. cit., c. 5), incluye las propiedades del protoplasma dentro de
los limites de un sistema físico-quimico, describiendo dichas propiedades
como materiales en vez de mecánicas. Asi, aunque rechaza la ficción meto­
dológica, es Igualmente vehemente al negar la postura vitalista. (La con­
troversia entre H a l d a n e y A b n o l d L u n n sobre los méritos del mecanicismo
frente al vitalismo se encuentra en la obra de este último: Science and the
Supernatural. N. Y. Sheed and Ward, 1935). M a r it a in alude a una perspec­
tiva más moderna cuando dice: «Los biólogos están empezando a darse
cuenta de que aun cuando se le conceda mayor espacio al análisis fisico-
químico y energético de los fenómenos vitales, la biología sólo puede pro­
gresar de verdad rompiendo expresamente con la teoría mecanicista.» Ver
M a r it a in , J.: The Degrees of Knowledge, Trad. por B. W all y A d a m so n . N. Y.
Scribners, 1938, p. 240.
13 W h e e l e r , L. R.: Vitalism. Its History and Validíty. London, Witherby,
1939.
Teorías vitalistas 89

vital, com o su nombre lo indica, m antienen la idea de que una deter­


m inada energía viva o fuerza biótica actúe en el organismo. Todas
ellas, tam bién se oponen a la con cepción m ecanicista de la vida.
Uno de los principales representantes de esta postura es E u g e n io
R i g n a n o . La materia viva, según R i g n a n o , es capaz de alm acenar
cantidades de un determ inado tipo de energía que recibe del m edio
ambiente.
Esta energía vital es separada en form as cualitativam ente d ife­
rentes, según las necesidades del organismo. En el estado em brionario
de la vida, las células del germen constituyen un centro de dina­
mismo desde donde determ inadas cantidades de energía biótica son
irradiadas sobre otras células, y así sucesivamente, siguiendo el curso
del desarrollo. Además, lo m ismo si tratamos con un organism o unice­
lular que con uno pluricelular, hay un constante intercam bio de
energías entre éste y su ambiente.
Este m ism o con cepto fu n cion al de vida lo hallam os en la horm é,
de C o n s t a n t i n v o n M o n a k o w , una fuerza vital del protoplasm a dotada
del poder de representarse el futuro al mismo tiem po que de resum ir
el pasado; tam bién en la actividad hórmica, de C h a r l e s M c D o u g a l l ,
que explica la vida com o una m anifestación de tipo energético con
un fin determ inado; en la libido, de C a r l J u n g , que es la suma de los
impulsos vitales; en la energía biótica, de B e n j a m í n M o o r e ; en el bion
químico, de H e n r y O s b o r n , y en la teoría bergsoniana del élan vital.
El concepto de B e r g s o n , sin embargo, com o apuntam os anteriorm en­
te, se puede interpretar más adecuadam ente com o una form a de evo­
lución emergente, ya que, vitalista por su nombre, aplica, sin embargo,
el concepto central de un «impulso a vivir» a toda la materia I4.
n . T e o r ía de l a e n t e l e q d ia o del a g e n te f o r m a t iv o de D r i e s c h .—
Una de las teorías más conocidas entre los biólogos es la de H a n s
D r i e s c h , que considera que la vida es debida a un agente form ativo
del organismo. Para describir este agente utiliza el térm ino de e n te -
lequia, que es el usado por A r i s t ó t e l e s para designar la form a sus­
tancial: la perfección básica de las criaturas materiales que les da
el ser, y con la cual la m ateria prim a tiende a unirse.
Después de estudiar detenidam ente ciertas form as de vida, por
ejemplo, el am phioxus y el erizo de m art D r i e s c h se percató de que
al dividir al em brión en varios fragm entos cada uno de ellos daba
lugar a un organism o com pleto. Vem os así que a partir de células que
debían constituir sólo una parte del animal, se originaban animales

“ R ig n a n o , E,: The Nature of Life. Trad, por N. M a l l in s o n . N. Y, Har-


court. Brace, 1930. M o n a k o w , C. v o n , y M ourgue , R .: Introduction Biologique
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96 Vida orgánica

com pletos. Utilizó entonces esto com o prueba de la existencia de un


poder flexible del organism o capaz de dirigir sus procesos vitales por
un cam ino u otro, y de adaptar las energías de tipo físico o químico
a sus propios fines. La entelequia sería, pues, una especie de vigilante
de todos los procesos vitales del organism o, cuya finalidad es dirigirlos
hacia la perfecta realización del cuerpo. Para indicar las líneas direc­
trices que siguen el crecim iento y desarrollo, emplea otro térm ino
aristotélico, el psicoide, que en griego quiere decir algo sem eja n te a
un alm a. Puesto que existen varias líneas directrices, debe haber varios
psicoides en el organism o. Fundam entalm ente, sin em bargo, es la idea
de entelequia com o agente encargado de las energías vitales del orga­
nismo lo más im portante en la teoría sostenida p or D r i e s c h 15.
III. T e o r ía a r i s t o t é l i c a d e l p r i n c i p i o v i t a l .— La más antigua de
las teorías vitalistas es la de A r i s t ó t e l e s , que, com o ya hem os dicho,
es el creador del térm ino entelequia. Hemos explicado ya su teoría
de la m ateria y la forma. La entelequia form a parte de este concepto,
ya que se identifica con la noción aristotélica de form a sustancial:
lo que hace a una cosa ser lo que es, y en el cuerpo viviente, lo que
origina la unidad biológica entrelazando sus com ponentes físicos y
arm onizando sus funciones para alcanzar un todo unificado. El orga­
nismo, pues, tiene dos com ponentes: la m ateria prim a o substrato
material y la form a sustancial o entelequia. Como es un cuerpo vivien­
te, llam am os a esta entelequia principio vital para indicar de dónde
proviene la vida. Así, pues, si bien es cierto que todo principio vital es
«n a entelequia, no lo es que toda entelequia sea un principio vital.
El principio vital es antes que nada entitativo, es decir, algo que le
da al organism o su capacidad de ser. Es una parte de la esencia de la
«osa viviente, siendo la otra la m ateria prima. Sin embargo, se d ife­
rencia de la m ateria del m ismo m odo que la form a sustancial se d ife ­
rencia a su vez del substrato sobre el que se asienta. Pero el principio
vital es tam bién un principio operativo, que se cum ple por m edio de
la posesión de determ inadas fuerzas que en el nivel vegetativo se
utilizan para la nutrición, desarrollo y reproducción del org an ism o16
Las ideas aristotélicas sobre la naturaleza y la función del principio
vital contenido en la vida orgánica fueron recogidas por S a n t o T o m á s
e incorporadas a su interpretación de la conducta del organismo. Asi,
en contra de lo sostenido por los mecanicistas, nos dice: «Ser un
principio vital o una cosa viva no depende de la materia en sí, porque

,s D rie s c h , H.: The Science and Phllosophy of the Organism. London.


Black, 2.» edición, 1929,
14 De Anima, L. II, c. 1-4.
Puesto que la palabra entelequia contiene la noción de telos o fin, puede
definirse como aquello hacia el cual la materia tiende como meta. De hecho,
la sed que tiene la materia de forma es inagotable, puesto que nunca se la
encuentra sí no es unida a la forma. Poseer una forma viviente, sin embar­
go, es una meta mucho más perfecta que el hallarse unido a una forma
no viviente. A r is t ó t e l e s dice que el alma no e s solamente la causa formal
del cuerpo vivo, sino también su causa final. Puede aún llamársela causa
eficiente, puesto que permite al organismo actuar en virtud de sus propie­
dades vitales.
Teorías vttalistas 91

en ese caso toda la m ateria estaría viva.» Com batiendo a los que
hablan de energía vital, pero que no obstante no quieren adm itir un
principio vital o alma, nos dice : «Aunque un órgano sea un principio
de vida, com o el corazón es el principio del m ovim iento vital en el
anim al, sin em bargo, nada m aterial, ni los órganos ni la energía des­
plegada por ellos puede ser el principio vital.» Y finalm ente, coin ci­
diendo con A r i s t ó t e l e s : «Por l o tanto, el alma, que es el principio
prim ero de la vida, no es un cuerpo, sino el acto (es decir, el acto
primero o form a sustancial) de un cuerpo» 11.

5. VALORACION DE LAS TEORIAS VITALISTAS.— I . T e o r í a s d e


l a e n e r g í a v i t a l . — Existen
ciertas dificultades relacionadas con todas
las teorías sustentadoras del principio de la energía vital o de la
fuerza biòtica. Prim eram ente, si las reacciones vitales son considera­
das com o efectos y no com o causas de la vida, entonces se puede ar­
güir que las diversas form as de energía que aparecen en el organism o
no son autónom as, sino que dependen para su recepción y liberación
de otro principio que n o es precisam ente la energía, pero que con tro­
la la cantidad y la disposición de la energía física y la química en
relación con el organismo.
Además, el crecim iento y el desarrollo del organism o hasta alcan­
zar la m adurez nos hace suponer sin lugar a dudas que existe en los
■cuerpos vivos algún tipo de fuerzas que no son puram ente m ecánicas.
Pero aún tendríam os que explicar por qué están estas fuerzas
unificadas y dirigidas hacia la form ación de un organism o com pleto
com o único fin. Finalm ente, debe existir alguna razón que explique
por qué las fuerzas m ateriales del universo se han convertido en
fuerzas vitales. D ecir que un organism o está vivo porque funciona de
un m odo vital es eludir el problem a y no ser capaz de dar una razón
última de la cualidad vital de estos actos.
II. T e o r ía de la e n t e l e q u ia o del a g e n t e f o r m a t iv o de D reessch—
La teoría de D r i e s c h , com o el clásico trabajo de H a n s S p e m a n n sobre
em brion es18, se funda en una evidencia que es concluyente contra
las pretensiones m ecanicistas. Pero dudo m ucho de que tuviese una
noción filosófica exacta de la entelequia aristotélica. No hay nada
de mal en decir que existe en el organism o algo que «actúa de un
m odo teleológico y total» 19, y llam ar entelequia a este agente form a­
tivo o directivo. Ese no es, sin em bargo, el sentido esencial de esta
término para A r i s t ó t e l e s . Para repetir lo que hem os dicho : A r i s t ó t e ­
l e s entiende por entelequia una causa o principio prim ordialm ente
entitativo y secundariam ente operativo. En resumen, el organism o
debe existir antes de actuar y la entelequia es la razón básica de su
«xistencia.

” S. T., p. I, q. 75, a, 1.
18 S p e m a n n , H .: Embryological Development and Induction. New Haven,
Yale University Press, 1938.
19 D riesch , T.: The Breakdown of Materialism. The Great Design. Edi­
tado por Mason. N. Y. Macmillan, 1934, p. 288.
92 Vida orgánica

Además, referirse a los psicoides com o agentes vitales es un claro


malentendido. Esta afirm ación está en franco desacuerdo con la m a­
ravillosa unidad biológica desplegada por el organismo. Para poner
de acuerdo a varios agentes vitales—cada uno siguiendo su propia
línea energética— con la conducta coordinada del organismo debemos
pensar con A r i s t ó t e l e s que dichos agentes son solam ente fuentes in­
mediatas de vida; que son, en resumen, meras potencias del cuerpo
vivo que le perm iten utilizar sus energías físicas y químicas en distinto
sentido, según sus necesidades, pero siempre sin perder de vista la
perfección total de su ser com o organismo. Visto así, el psicoide no es
más que una propiedad de la entelequia. Esta idea concuerda con lo
dicho por S a n t o T o m á s , de q u e : «no todo principio vital es un alma» 20
sino únicam ente aquel principio que sea la form a sustancial del o r­
ganismo.
Así tenem os que, si el agente form ativo de D riesch fuese también
considerado com o un principio inform ador, podría ser com patible con
el concepto aristotélico de entelequia, siempre que lo entendiésemos
com o el acto prim ero o la form a sustancial del organismo.
m . T e o r ía a r i s t o t é l i c a d e l p r i n c i p i o v i t a l ,:—La explicación más
satisfactoria que se ha dado hasta hoy de la vida orgánica está co n ­
tenida en la teoría de la m ateria y la form a de A r i s t ó t e l e s . Com en­
zando por el h ech o de la organización biológica, ella explica la unidad
del cuerpo vivo, lo mismo que la arm onía de sus actos, por m edio de
la presencia de un alm a o principio vital diferente del cuerpo y al
m ismo tiem po unido a él por una unión sustancial y dotado de
potencias que perm iten al organism o nutrirse, crecer y reproducirse.
La teoría aristotélica se basa en los siguientes puntos:
A. Unidad biológica.—A pesar de las diferencias que hay entre sus
partes u órganos, el cuerpo vivo se conduce de un m odo tan arm o­
nioso com o ningún otro cuerpo de la naturaleza. Se mueve, responde
a los estímulos, respira, se alim enta, ejecuta com plicadas reacciones
químicas, aum enta de tam año y se reproduce. El fin de todas estas
actividades es, prim ero, el organism o mismo, no algo fuera de él, y
segundo, la totalidad del organism o, y no alguna de sus partes. Una
unidad de propósito com o ésta no puede ser el resultado de una mera
agregación de partículas materiales com o las moléculas, los átomos,
los protones, los electrones, etc. Más bien nos demuestra palp able­

go S. T„ p. I, q. 75, a. 1.
Aun una función tan simple como la respiración muestra la gran coordi­
nación que logra el cuerpo vivo. Así vemos que en el easo del hombre no
se trata solamente de Inhalar oxigeno y exhalar anhídrido carbónico, sino
también de armonizar todos los procesos entre si y con otras actividades
fisiológicas. Tal como nos dice un gran científico que ha dedicado largos
años de labor a la Investigación de esta función: una descripción mera­
mente física y quimica de la actividad respiratoria del organismo no puede
darnos idea del equilibrio, armonía y el desarrollo de extensas áreas de
coordinación que supone el acto de respirar. Ver I I ald a n e , J. S.: Respiration.
New Haven. Yale üniversity Press, prefacio a la 2.a edición, 1935 (no con­
fundir J. S. H a l b a n e con J. B. S. H ald a n e , al que nos hemos referido ante­
riormente).
Teorías vitalistas 93

m ente la existencia de un cierto tipo de unidad, de carácter biológico,


creada y m antenida frente a un enorme núm ero de fuerzas que actúan
sobre el protoplasm a. Una constancia de organización tal com o ésta
debe tener indudablem ente alguna causa que la produzca 21.
B. Finalidad intrínseca de las funciones vitales.— Cuando d eci­
m os que la nutrición y el crecim iento son actos vitales, n o pretendem os
que todos los procesos físicos y quím icos que intervienen en el m eta­
bolism o sean funciones vitales. Es obvio que las transform aciones por
las que pasa el alim ento hasta la incorporación de sus partículas
materiales al protoplasm a representan form as transitorias de ener­
gía. Son meras etapas que preparan el cam ino para la asimilación.
Así vemos que es la transform ación del alim ento en tejido vivo y
la form ación interior de nuevas células y tejidos lo que hace que
el crecim iento y la nutrición sean unas form as únicas de actividad.
La com paración con el crecim iento de un cristal nos servirà para
aclarar esto. Cuando un cristal aum enta de tam año lo hace sim ple­
mente por m edio de la aposición de capas de cristal partiendo de un
núcleo y extendiéndose gradualmente hacia afuera. La intususcepción
de alim ento, en cam bio, es la transform ación de la materia carente de
vida en otra totalm ente diferente que está viva. Además, el cristal, al
formarse, libera energía, m ientras que el organism o alm acena energía
a m edida que crece. Por últim o, es imposible concebir que el cristal
tenga otro tipo de unidad estructural que no sea accidental, m ientras
el organism o nos proporciona suficientes pruebas de que la suya es
sustancial. Ya sea que lo observemos directam ente o por m edio del
microscopio, los elem entos del cuerpo viviente nunca aparecen in co­
nexos, ni nos dan nunca la im presión de haber sido unidos acciden­
talm ente 22.
C. Flexibilidad de las propiedades vitales.— Uno de los rasgos más
sorprendentes del organism o es su capacidad para restaurar sus p a r­
tes dañadas.
Si un área protoplasm atica es herida, todo el organism o reacciona
ante esto. El curso norm al del m etabolism o se m odifica, ya que las
energías vitales se unen en un esfuerzo com ún por curar la parte
lesionada. Otros fenóm enos regenerativos, basados en la evidencia
experimental, nos revelan la flexibilidad de la vida orgánica en con ­
traste con la rigidez de la máquina y el carácter único de las reac­

21 Después de un cuidadoso examen de las más importantes investiga­


ciones del campo de la fisiología, McDoügall deduce que ninguna función
orgánica puede ser explicada basándose solamente en principios físico-
químicos; que en cada proceso vital se manifiesta un «poder de selección,
de regulación, de restitución o de síntesis» que impide que se le explique de
un modo puramente mecánico. M arjtatn lleva sus observaciones hasta las
raices del problema cuando señala que aun cuando el organismo trabaja
mediante energías físico-quim icas, también da pruebas de poseer un prin­
cipio de inmanencia que utiliza estas fuerzas mecánicas de un modo muy
superior a la dinámica de los cuerpos inanimados. Ver McDoügall, W.:
Body and. Mind. N. Y. Macmillan, 1611, p. 235,
M a r it a t n . J.: The Degrees of Knowledge, pp. 236-37.
E2 D riesch , H .: The Science and Philosophy of the Organism, p p . 8 5 -1 0 9 .
94 Vida orgánica

ciones químicas y físicas que siempre se verifican en un m ism o


sentido. De sus estudios sobre la regeneración, D r ie s c h dedujo la exis­
tencia de un arm onioso sistem a equipotencial del organismo. Así, en
los estadios em brionarios más tem pranos del erizo de mar cada célula
posee la capacidad de llevar a cabo cualquier función, ya que la que
está efectuando depende simplem ente de la posición que ocupa
dentro del sistema del organism o.
Pero nos preguntam os, ¿qué es lo que hace que estas potencialida­
des se lleguen a efectuar? O, com o diría S a n t o T o m á s , ¿qué es lo que
reduce la potencia a acto? No puede ser nada que venga del exterior,
puesto que fuerzas externas com o la luz, la gravedad y otras no tienen
efecto sobre la ontogénesis. Ni puede deberse a procesos químicos
provenientes del organism o, puesto que, com o D r i e s c h s e ñ a ló 23, sólo el
equilibrio o una nueva disposición geom étrica surge de la desintegra­
ción química. Algún fa ctor no m ecánico, presente en el organismo,
debe ser la causa, prim eram ente, del orden existente en sus poten­
cialidades y tam bién de la dirección que tom en éstas al actualizarse.
Los com entarios de A r i s t ó t e l e s sobre el crecim iento y la adquisición
de un tam año adecuado pueden aplicarse en este caso a los procesos
regenera ti vos. Así, en el caso de los cuerpos vivos o «totalidades
organizadas naturalm ente, hay un poder lim itador que determ ina
su tam año y crecim iento. Más aún, dicha fuerza controladora es una
m anifestación del alm a (del organismo) y pertenece más a la form a
que a la m ateria» 24,
D. L ey de la con servación .—La ley de la conservación presenta
una dificultad que todos los vitalistas deben arrostrar. Expresa la
Idea de que la energía total de un sistema material dado, aunque
capaz de ser transform ado, no aum enta ni disminuye por la acción
de ninguna de las partes del sistema. Pero si el principio vital es la
fuente de form as especiales de energía, ¿cóm o puede dicha energía
ajustarse a esta ley? La respuesta no es difícil de encontrar si h acien ­
do justicia a A r i s t ó t e l e s intentam os captar su concepto de principio
vital.
Prim eram ente observam os que el quantum de trabajo efectuado
por el organism o es precisam ente igual a la cantidad de energía
material proveniente del exterior. Esta misma idea puede expresarse
diciendo que toda la energía que se incorpora al organism o en form a

25 De anima, L. II, c. 4. Ver también C. D. A., L. II, lee. 8.


M c D ougall señala el vasto cuerpo de información recogido por los fisió­
logos modernos sobre la estructura de la célula y los complejos procesos que
se suceden en el huevo feendado a medida que crece, se divide y se desarro­
lla. «Pero sobre las fuerzas que están obrando y sobre la potencia que guia
a estas fuerzas en la construcción del organismo lo ignoramos todo.» Ver
M c D o dgall , W.: The World of Life. N. Y. M o f f a t , Yard, 1911, pp. 318-19.
El problema de la vida, debemos señalar, no es enteramente algo cien­
tífico ni podemos tampoco esperar que el hombre de ciencia nos dé la res­
puesta a problemas de Índole más bien filosófica. Por cierto, la concepción
aristotélica del alma como factor último del desarrollo del organismo no
solamente es esclarecedora, sino que también complementa en un nivel filo­
sófico todos los conocimientos que han sido adquiridos por el científico.
** De Anima, L II, d. 1, Ver también C. D. A., L. I, lee. 1.
Principio vital 9»

de alim ento, agua, aire, etc., eventualm ente es devuelta al m undo de


la m ateria inerte.
A continuación, vem os que el papel asignado al principio vital es
simplemente el de regular el intercam bio de energías desde lo no
viviente, es decir, desde una condición de existencia de finalidad ex­
trínseca a una condición de existencia de finalidad intrínseca. De este
modo, el principio vital es capaz al m ism o tiem po de dar origen al
m ovim iento y m antenerlo dentro de una finalidad interna, cuando,
por ejem plo, impele al organism o a la busca de alim ento y distribuye
la energía según las necesidades del organism o viviente. Pero su p ro­
pósito es siempre el de dirigir y no el de crear las fuerzas físicas y
químicas que utiliza.
Por último, debem os recordar que de cualquier m odo que explique­
mos su acción sobre las energías del organism o, el principio vital no
es un agente extraño al cuerpo o algo unido a éste de un m odo
accidental. (Esto fue lo sostenido por P l a t ó n .) Ni es m ucho menos
algo que esté fuera o por encim a del orden natural. Por el contrario,
es tan propio del organism o que sin él no sería posible la existencia
de la planta, del anim al o del hombre.

6. NATURALEZA DEL PRINCIPIO VITAL.— A r i s t ó t e l e s define el


principio vital co m o : «el acto prim ero de un organism o natural, org a ­
nizado y potencialm ente vivo» 25. En esta definición aparecen tres
conceptos, todos ellos necesarios para la com prensión de sus ense­
ñanzas.
L A c t o p r i m e r o .— El acto prim ero de un cuerpo físico es su form a
sustancial. Que el principio vital es la form a sustancial del organism o
puede inferirse desde varios ángulos: primero, porque es la fuente
de todas las propiedades y funciones características del organism o
vivo, que lo separan claram ente de los cuerpos inanim ados; segundo,
porque al desaparecer, varía totalm ente la naturaleza del organismo,
cesa su actividad vital y su contenido es devuelto al m undo de la
materia inerte 20; tercero, porque el principio vital es aquel por medio
del cual el organism o está vivo— el acto prim ero o perfección primera
por medio de la cual vive y ejecuta todas sus operaciones vitales— . De
hecho, esta perfección prim era es tan extensa que por ella, o por su
unión con la m ateria prim a 27, el organism o es a la vez una sustancia,
un cuerpo y un organism o vivo, todo en uno. Para distinguirlo de las
form as sustanciales de los cuerpos inanim ados, a la form a sustancial
del cuerpo se la llam a psique o alma.
II. O r g a n i s m o n a t u r a l y o r g a n iz j l d o .— El cuerpo sobre el que se
manifiesta el principio vital es a la vez natural y organizado. Es na­
tural porque, aunque com puesto de varios elementos, no es una colec­
ción puram ente artificial de partículas materiales, sino algo unido

as S. T„ p. I, q. 76, a. 1.
a* S. T., p. I, q. 76, a. 4, r. a obj. 1.
" Joad, C. E. M.: Guide to Modem Thought. N. Y. Stokes, 1933, pp. 114-15.
36 Vida orgánica

intim am ente y que aparece com o un todo consistente. Resumiendo,


es algo verdaderam ente natural y no el producto de un arte o de
un acto m ecánico.
Además—en cierto sentido, pues el organism o es un todo— , está
organizado o com puesto de partes que, aunque diferentes en cuanto
a estructura y función, se unen arm ónicam ente y bajo un único pro­
pósito, que es el bien del organism o total. Como ha dicho C y r i l J o a d ,
es algo más que la simple suma de sus partes, que sería la unidad de
m áquina. Debe ser más bien considerado com o superior a sus partes,
«surgido de la unión de ellas, pero no redueible a ellas* 2S.
n i . O r g a n i s m o ' p o t e n c i a l m e n t e v i v o .— En la definición aristotélica,
el cuerpo es considerado com o potencialm ente vivo, ya que, hasta que
sea inform ado por un principio vital, está solam ente vivo en poten­
cia. Vemos, pues, que el alma, com o una form a sustancial, se une a
la materia prim a para originar un cu erpo; pero, com o es una form a
sustancial viviente o un agente vital, tam bién da lugar a un cuerpo
viviente. Cuando A r i s t ó t e l e s nos dice entonces que es el acto de un
cuerpo que está potencialm ente vivo, se refiere al acto de la m ate­
ria dispuesto para la vida por su organización especial. La materia de
una piedra, por ejem plo, carece de esta disposición. No está organizada
de tal m odo que dé lugar a actos propios de la vida. Carece de la
disposición natural, por parte de su sistema material, a nutrirse, cre­
cer y reproducirse, por lo que no está viva en potencia 29. Solamente
un organism o que posea dicha disposición, debido a su estructura, es
capaz de convertirse en un cuerpo vivo m ediante la unión con el
principio vital.
Hemos llegado ya a la diferencia fundam ental que existe entre los
cuerpos anim ados y los inanim ados. Utilizando com o clave el axioma
de A r i s t ó t e l e s de que el acto de una cosa es una consecuencia de su
naturaleza, podem os establecer una com paración entre la materia
viviente y la materia no viviente.
En prim er lugar, en las transform aciones químicas de los cuerpos
inanim ados, por ejem plo, en la conversión del hidrógeno y el oxige­
n o en agua, la m ateria prim a es constante y lo que varía es la form a
sustancial, puesto que el hidrógeno y el oxígeno com o tales desapa-
cen, surgiendo en su lugar la form a del agua. En las transform acio­
nes vitales, en cam bio, por ejem plo, en la conversión del alimento
en tejido vivo, la m ateria prim a es lo que varía, ya que está cons­
tantem ente entrando y saliendo del organism o, y el alma o form a
sustancial es lo que perm anece co n sta n te 30.
Además, tanto los órganos com o sus actos tienen en el cuerpo vivo
una unidad de propósito ausente en un sistema puramente m ecánico.
Podem os desarmar totalm ente un m ecanism o y estudiar en detalle

28 G re d t , J ., O. S . B.: Elementa Phtlosophiae. Freiburg. Herder, 1932.


Vol. I, pp. 331-32.
29 O ’T oole g . B. ; The Case Against Evolution. N, Y. Macmillan, 1925,
p. 175.
J o a d : Op. cit., pp. 113-14.

■f mi
Principio vital 97

todas sus piezas, ver cóm o engranan unas con otras y luego volver a
ponerlas en su lugar. El organism o no se presta a esto. No es im po­
sible im aginar cóm o un reloj, desajustado, pudiera él mismo reaju s­
tarse. o, roto, repararse. M ucho menos nos podem os im aginar que
una de sus partes produjese otro nuevo reloj. Y, sin embargo, la m a­
teria viviente es capaz de hacer todo esto por sí misma.
Por último, la diferencia más im portante entre las funciones v ita ­
les y las no vitales se basa en el estudio de su respectiva finalidad.
En el prim er caso es intrínseca, puesto que la energía de la materia
viviente se dirige hacia el interior, hacia el autocontrol y la p erfec­
ción propia. En el caso de la segunda es totalm ente extrínseca. L le­
gamos aquí a las raíces mismas de la diferencia entre las form as de
la energía anim adas e inanim adas, diferencia que, com o dice G. B a r r y
O’T o o le : «No consiste en poseer o no una entelequia, ni tam poco en
la naturaleza particular de las energías desplegadas en la ejecución
de las funciones vitales, sino solam ente en la orientación de estas
fuerzas hacia una finalidad interior» 31.
A esto se refiere A quino cuando nos dice que mientras los cuerpos
carentes de vida son capaces, por m edio de su energía natural, de
preservarse, aum entar de tam año y, por m edio de com binaciones
químicas dar origen a otros cuerpos no vivos, el cuerpo viviente e je ­
cuta esto m ismo «de un m odo más acabado», es decir, p or m edio de
actos inm anentes que tienen su propia perfección com o finalidad in ­
mediata. Así, se conserva vivo m ediante la nutrición, aum enta de
tam año m ediante el crecim iento y produce otros cuerpos vivos com o
él por m edio de la generación
Resum iendo todos los puntos de que hem os hablado sobre la d ife­
rencia que existe entre los cuerpos vivos y los inanim ados, veamos
nuevamente lo que nos dice S a n t o T o m á s :
«La acción de un principio vital es superior a la de una naturaleza
inanimada p or partida doble: prim ero, en su m odo de actuar, y se­
gundo, en los efectos que produce.
«Sobre su m odo de actuar... cada operación de un principio vital
debe surgir de una causa intrínseca, puesto que este tipo de acción
es viviente, y una cosa viviente es la que se mueve por sí misma.
«En cuanto a sus defectos, fijém onos prim ero en que no toda ope­
ración de un principio vital es superior al de una naturaleza carente
de vida. Así, vem os que la existencia y todas las cosas que le son
necesarias debem os suponerlas tam bién com o existentes, tanto en los

Sl O ’T oole , p. 176. Ver también S. T ., p. I, q, 78, a. 1. Aquí S an t o T om ás


dice que, aunque las operaciones vegetativas son las más inferiores en la
escala vital {debido a su íntima dependencia de la materia y los órganos
materiales), sin embargo son superiores a las operaciones de naturaleza
material, porque estas últimas «son causadas por un principio extrínseco,
mientras que las operaciones vegetativas proceden de un principio intrín­
seco ».
Así, desearía observar, Interpretando lo dicho por O ’T oole , que las cosas
pueden tener una finalidad operativa Intrínseca sólo cuando poseen un
principio operativo intrínseco.
42 S. T„ p. X, q. 73, a. 2. r. a. obj. 1.
b r e n n m í, 7
98 Vida orgánica

cuerpos vivos com o en los carentes de vida. La existencia, sin em bar­


go, en los cuerpos inanim ados es conferida por un agente extrínseco.
En los cuerpos vivos, por el contrario, lo es por agente intrínseco. A ho­
ra bien: los actos hacia los que se dirigen las potencias del alma vege­
tativa pertenecen a esta segunda clase. Así, tenemos que la potencia
reproductiva tiene com o fin crear el organism o; la potencia de cre­
cim iento, desarrollarlo; la nutritiva, m antenerlo vivo. En los cuer­
pos carentes de vida, en cam bio, estos efectos son originados por un
agente enteram ente extrín seco” 33.
En este pasaje de A quino vem os todos los elementos de su concepto
filosófico de vida, recogidos de sus estudios sobre ésta en su nivel
m ás inferior. Para concluir, la conducta de un organism o es una fo r ­
ma de actividad, que surge de un principio capaz de suscitar en sí
la acción, y que procede de una dirección determinada, m ovida por
una finalidad intrínseca. Así, la vida, fundam entalm ente, puede defi­
nirse com o una form a de actividad espontánea e inmanente.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO V
A quino , S. Tomás: Against the Gentiles. Libro IV, cap. 11.
= Sum of Theology. Parte I, cuestión 78, artículo 2.
B a n d a s , R. G ,: Contemporary philosophy and Thomistic principles. Milwau­
kee, Bruce, 1932, cap. 5.
D rie s c h , H .: «The Breakdown of Materialism», The Great Design. Editado
por F. Mason, New York, Macmillan, 1934, pp. 281-303.
J oad , C, E. M.: Guide to Modem Thought. New York, Stokes, 1933, caps, 5-6.
M a r it a in , J.: The Degrees of Knowledge. Trad, por B. W a l l y M. R. A d a m so n .
New York, Scribners, 1938, pp. 235-44.
M c D ou g all , W.: Modem Materialism and Emergent Evolution. New York,
Van Nostrand, 1929, cap. 1 y Apéndice, nota 1.
W in d l e , B. C. A.: The Church and Science. St. Louis, Herder, 3."- edición,
1924, caps. 25-29.

53 D. A., a. 13 (las letras en bastardilla son mías).


CAPITULO VI

ORIGEN Y DESTINO DE LA VIDA ORGANICA

1. ORIGEN DE LA VIDA EN LA TIERRA.— Todas las corrientes


de la investigación m oderna se inclinan hacia la opinión de que la
vida sobre la tierra proviene de otra sustancia ya viviente. La ley de
la biogenésis ha tenido una historia interesante. En su form a más
general dice que «toda cosa viviente proviene de otra cosa viviente».
F h a n c e s c o R e d i la expresó asi hace ya trescientos años. Un siglo des­
pués se reafirm ó esto nuevam ente basándose en la evidencia presen­
tada por L á z a r o S p a l l a n z a n i . P or últim o, Louis P a s t e u r solucionó el
problem a, de una vez por todas, m ediante una serie de experim entos
efectuados entre los años 1860 y 1876. No existe duda alguna, hasta el
mom ento, acerca de que la vida proviene siempre de algo ya vivo. La
ley de la biogénesis, sin em bargo, no excluye la posibilidad de que la
vida provenga de la m ateria inerte. Dice simplem ente que ningún
caso de dicha posibilidad ha caído aún dentro de la esfera de la
ciencia.
Mientras el concepto de biogénesis se iba convirtiendo en ley, la
idea de la célula, considerada com o la unidad estructural del p roto-
plasma, era proclam ada por M a t t h i a s S c h l e id e n y T h e o d o r S c h w a n n .
La fórm ula original de R e d i se concretó posteriorm ente con R u d o l f
V i r c h o w en «toda célula proviene de otra célu la »; conclusión que pro­
puso en el año 1855, y con W a l t e r F l e m m i n g en «todo núcleo proviene
de otro n úcleo», dicha en el año 1882.
Después de estudiar más detenidam ente el núcleo se siguió espe­
cificando, y así, T e o d o r o B o v e r i llegó a decir que «todo crom osom a
proviene de otro crom osom a». Esto sucedía en el año 1903. Final­
mente se llegó al estudio del gen y parece ser que la frase propuesta
por R ic h a r d A l t m a n n «todo granulo proviene de otro granulo» está
empezando, al cabo de cincuenta años, a encontrarse apoyada por los
hechos
Por otra parte, los hom bres de ciencia están de acuerdo en que
hubo un período en la historia de la tierra en que la vida no era p o ­
sible, pues faltaba el ambiente adecuado. Y todas las teorías que
explican el orden de nuestro planeta son concluyentes en el punto
de que dicho am biente no existía en las primeras etapas de su fo r ­
m ación. Está tam bién claro que la prim era form a de vida que apa­
reció sobre la tierra fue la vegetativa, ¿Cómo empezó, pues? Aunque

1 Genetics in the 20th Century. Editado por L. C. Dunn, N. Y. Macmillan,


1951.
160 Vida orgánica

se han propuesto un gran núm ero de soluciones al problem a, es p o­


sible agruparlas dentro de tres tipos principales: teorías de la emer­
gencia absoluta, de la creación y de la em ergencia restringida.
Toda esta discusión es sólo filosófica, ya que carecem os de pruebas
directas sobre las prim eras form as de vida que fueron probablem ente,
com o hem os dicho, simples organism os vegetativos. Sin embargo, no
debem os olvidar algunas evidencias que poseen una conexión in di­
recta con el problema. Así, pues, n o hay aparentem ente ningún ca ­
m ino fuera de la ley biogenética, hasta donde puede juzgarse por las
observaciones modernas, aunque esto no im plica que la materia viva
no haya podido derivarse en su com ienzo de materiales inorgánicos.
Con todo, su aplicación universal a los orígenes de la vida en tiempos
presentes nos haría precavidos contra cualquier teoría que no estu­
viese de acuerdo con el contenido general de la le y 2.

2. TEORIAS DE LA EMERGENCIA ABSOLUTA.— Por estas teorías


entendem os las explicaciones que hacen derivar la vida de la materia
por m edio de fuerzas que pertenecen a la materia misma. Este es el
punto de vista de los que sostienen, por ejem plo, que los primeros
organism os surgieron com o un efecto de la evolución activa del uni­
verso; que la m ateria em ergió a la vida por m edio de potencias total­
m ente insólitas en la esfera de actividad del sistema m aterial del
universo, y que las leyes naturales de la física y la qtfímica son su­
ficien tes para explicar el origen de la vida 3.
I. F orm as — Algunos científicos, tales com o
o s e m e r g e n c ia a b s o l u t a ,
H erbert S pencer y sus continuadores, sostienen que las condiciones
am bientales de los prim eros periodos de la tierra fueron más fa v o­
rables a la vida. Otros, com o E r n s t H a e c k e l , niegan que sea p osib le
refutar la conversión de la m ateria en vida, ya que entonces no que­
daría otra alternativa que asumir, excepto la de la Causa Primera, que
n o están dispuestos a aceptar.
Otro grupo, en el que se incluyen T h o m a s H ü x l e y , E u w i n S. G o o ­
d r i c h y J o h n B . S . H a l d a n e , aceptan la abiogénesis, o aparición de la
vida proveniente de la m ateria inanim ada, com o la única explicación
plausible para los que rechazan la idea de un agente que actúe fuera
de la materia.
Otros, basándose en la teoría de la evolución em ergente de C. L l o í d
M o r g a n , explican el origen de la vida com o el resultado de cierta
configuración quím ica surgida de un accidente afortunado de la na­
turaleza. Esta es la posición m antenida recientem ente por A l e k s a n d h
I . O parest . Por últim o, existen otras teorías, com o las de A u g u s t W e i s -

3 P h il l ip s , R . P .: Modern Thomistíc Philosophy. London, Bums Oates


& Wastiboume, 1934, vol. I, pp. 322-27. Ed. esp. Morata, Madrid, 1964.
1 El problema del origen de la vida orgánica está íntimamente rela­
cionado con el de su naturaleza. Es por esto que los que sostienen que
proviene de la materia, lógicamente tienen un concepto materialista de su
naturaleza, del mismo modo que los que lo explican por medio de leyes
físicas o químicas tienen obligadamente un punto de vista mecanicista de
la emergencia de la vida.
Teorías de la emerge7icía 101

y Benjamín M oore, que hacen derivar los prim eros organismos


jia n n
de unidades que se hallan fuera del cam po de observación a causa
de su pequeñísim o tam año y cuyo nacim iento a partir de la materia
no viviente estaría fuera de la esfera de actividad del cien tífico4.
II. V a l o r a c i ó n . — La prim era critica que podem os hacer a cual­
quier teoria de em ergencia absoluta, se funda en nuestro con oci­
m iento de las propiedades naturales de la materia. Los hom bres de
ciencia adm iten una constancia en las leyes que controlan los fe n ó ­
menos materiales. El quím ico, por ejem plo, nos inform a de que una
molécula de sal com ún está com puesta por un átom o de sodio y otro
de cloro. Esta com binación es constante respecto a la sal. Lo mism o
puede decirse de todas las síntesis de tipo químico. Las afinidades
esenciales de los elem entos no varían. Esto es más simple aún cuando
consideram os a la m ateria com o tal, y no a ningún tipo determ inado
de ella. Los electrones son todos sem ejantes, los protones tam bién lo
son entre si. Todas las cosas materiales, com o señala R o b e r t A i t k e n ,
«de la tierra, del sol, de los astros en nuestro propio sistema solar y
en el m illón de sistemas independientes, está hecho de las mismas
unidades fundam entales» e.
Si esto es cierto, entonces el científico que desee penetrar en la
rem ota historia de la tierra cuando surgió la vida por prim era vez,
no tiene más que proyectar al pasado los m étodos actuales de la na­
turaleza. Porque, o las leyes de la naturaleza son inmutables, o no lo
son. Si no lo son, entonces no hay posibilidad alguna de averiguar el
origen de la vida. Si son inm utables, entonces nuestra explicación de
los com ienzos de la vida debe corresponder a nuestros conocim ientos
actuales sobre la naturaleza. Pero la materia, tal com o la conocem os
hoy, no origina vida de un m odo activo. ¿Justifica esto el que presu­
mamos que nunca lo ha hecho?
Por otra parte, si la finalidad interna es algo característico de to­
das las funciones vitales, ¿cóm o llegó la materia a adquirir esta per­
fección ? Es cierto que actualm ente n o la posee. D ecir que surgió por

* S p e n c e r , H .: Principies of Biology. N. Y. Appleton. Edición revisada y


aumentada, 1900. 2 volúmenes. H aeckel , E.: The History of Creation. Tra­
ducida por E. R. L a n k a s t e r , N. Y. Appleton, 187S, vol. I, pp. 348-49.
H u x le y , T.: Damtniana. N. Y. Appleton, 1896, pp. 108-09.
G o o d r ic h , E. S .: Living Organisms. An Account of Thein. Origin and
Evolution. Oxford. Clarendon Press, 1924, p. 27.
Haldane, J. B. S.: The Causes of Evolution. London. Longmans Green,
2.a edición, 1935.
Morgan, C, Lloyd: Life Mind and Spirit. London. Williams and Norgate,
1926.
O p a r i n , A. I.: The Origin of Life. Trad, por S. M o r g u iis . N. Y, Macmillan,
1938.
Weismann, A.: Essays Upon Heredity and Kindred Biological Problems.
Trad, por P olton Schonland y Shipley Oxford. Clarendon Press. 2* edición,
1801, vol. I, p. 34.
Moore, B . : The Origin and Nature of Life. N. Y. Holt Home University
Library Series, p. 189.
* Aitken, R. G.: «Behold the Starts!». The Great Design. Editado por
F. Mason. N. Y. Macmillan, 1934, p. 33.
102 Vida orgánica

casualidad no es una explicación científica. Igualm ente (alsa es la


afirm ación de que debió suceder, puesto que no existía nada fuera
de la materia, porque puede probarse que la Causa Primera ha exis­
tido siempre. Además, el suponer condiciones ambientales sobre algo
que desconocem os es, sim plem ente, evadirse del problema.
Dichas condiciones, en todo caso, difícilm ente podrían haber sido
algo m ás que los aspectos físico-quím icos de la superficie terrestre.
Cualquiera, pues, que sostenga que la m ateria fue el principio activo
de la vida vegetativa debe reconocer que un efecto puede ser superior
a su causa. Es inútil apoyarse en el ejem plo de la n utrición: que la
em ergencia de las sustancias inorgánicas en tejido vivo es algo que
sucede todos los días. Este proceso es enteram ente pasivo por lo que
se refiere a las partículas alim enticias. Depende enteram ente del h e­
ch o de que el organism o está ya vivo. Y nuestro problem a se refiere
al origen de la vida.
T am poco soluciona el problem a el referim os a las unidades in vi­
sibles de las que proviene la vida de la célula, ya que esto solamente
nos hace retroceder hasta el punto en que la discusión se hace es­
téril, La célula es considerada aún com o la unidad más simple de
la vida orgánica independiente. Aun cuando es posible que ciertos
elem entos más allá de la esfera de la visión m icroscópica, com o el
gen, sean capaces de perpetuarse, su reproducción siempre se lleva
a cabo dentro del cuerpo de la célula. No se ha descubierto aún nin­
gún organism o que no contenga por lo menos estos dos com ponentes
esenciales de gran com plejidad: la sustancia crom ática y el cito ­
plasma.
Más aún, todo organism o, aun el más inferior, es capaz de nu­
trirse y propagarse.
La com plejidad de los órganos y de las funciones hace casi im ­
posible la tarea de establecer un paralelo entre la materia viviente y
la inanim ada. Vemos así que el estudio de las mezclas físicas y los
com puestos quím icos nos muestra una tendencia constante en la m a­
teria fuera de la vida h acia un equilibrio de todas sus fuerzas, lo
mismo que una disposición hom ogénea de todas sus partes. La m a­
teria viva, por el contrario, está siempre construyendo y destruyendo
sus com ponentes. Su unidad biológica es notable precisam ente por la
extensión de sus partes y fu n cio n es0. Aunque concediésem os que las
energías m ateriales del universo pudiesen realm ente originar sustan­
cias altam ente com plejas, com o las que se encuentran en el cuerpo
vivo, se necesita de todos m odos un agente directivo capaz de trans­
form ar estos com puestos en patrones organizados que pudieran ser

* C a n n o n señala que la palabra equilibrio se usa de un modo más ade­


cuado ai referirnos a los sistemas más simples y cerrados de fuerzas pura­
mente físicas y químicas en las que Intervienen energías conocidas. Los pro­
cesos fisiológicos, en cambio, aunque equilibrados, son muy complejos, y el
equilibrio que alcanzan es típico de los cuerpos vivientes. Es por esto que
sugiere el término de homeostasis para definir dicho equilibrio. Ver C a n -
n o n , W. B.: The Wisdom of the Body. N. Y. Norton, 1932, p. 24.
Teoría de la creación 103

utilizados com o instrum entos para la nutricióni crecim iento y repro­


ducción 7.

3. TEORIA DE LA CREACION. I, Dios c o m o o r i g e n d i r e c t o n*


i a vida .— Lacreación es definida por S a n t o T o m á s com o la producción
del ser total de una cosa a partir de la nada s. si aplicam os esto a
las primeras form as de vida sobre la tierra, se referiría al origen de
la sustancia total del organism o, es decir, su sustento material, que
es la m ateria prim a, y su form a sustancial, que es el alma o prin­
cipio vital. La creación, pues, difiere de la producción en el sentido
corriente de este últim o térm ino. O tal vez sería más adecuado decir
que la creación es una form a única de producción. Del químico, por
ejemplo, se dice que produce sal com binando cloro y sodio. Es obvio
que este proceso presupone la existencia de una materia prim a que
pasa de un estado a otro. Lo que en realidad hace el quím ico es que
la m ateria pierda una form a y adquiera otra. Esto significa que él
no crea en realidad la nueva form a, sino que contribuye a extraerla
del seno de la m ateria prim a donde ya existía en estado potencial.
La creación, en cam bio, no da nada por supuesto, absolutam ente nada,
excepto el agente creador. Los que sostienen este punto de vista crea-
cional deben m antener que el origen de la vida estuvo en la produc­
ción, tanto de la m ateria com o de la form a, o, lo que es igual, del
cuerpo y del alma. ¿Qué direm os de dicha teoría?
II. V a l o r a c i ó n .— No hay lugar a dudas de que algo así pudo haber
sucedido. Surge la objeción, sin em bargo, de que la creación de orga­
nismos prim itivos supondría, sin razón, la m ultiplicación de causas
materiales y así violaría la ley del mínimo. Esta ley dice que algo que
puede ser explicado por un pequeño núm ero de causas n o es presu­
mible que haya sido producido por muchas. O, dicho con las palabras
de A q u i n o : «Si el poder de la naturaleza es suficiente para la produ c­
ción de sus propios efectos, no existe razón alguna para invocar a la
Potencia Divina com o productora de estos mismos efectos» 9. Es asi

7 Wasmann, E. S. J . : Modem Bíology and the Theory of Evolutíon. Tra­


ducida por A. M. Buchanan. st. Louis. Herder, 2.a edición, 1923, c. 7. El proble­
ma total del origen de la vida se halla en un estado poco satisfactorio en lo
referente a la ciencia. Quizá L. J. Henderson esté en lo cierto al afirmar
(The Finess of Environment. N. Y. MacMillan, 1913, p. 310, al pie) que la ma­
yoría de los biólogos modernos siguen la idea de S p e n c e r al sostener la evolu­
ción gradual de la vida proveniente de la materia inerte. Y esto a pesar
de que los investigadores actuales se ven más que nunca imposibilitados de
comprobar dicha emergencia. Aparentemente, sin abordar el problema de un
modo concluyente, prefieren hacer suposiciones poco científicas antes que
dejar que continúe siendo un misterio. Pero continuará, al menos en rela­
ción con la ciencia, porque este problema es en realidad de índole filosófica.
8 S. T„ p. I, q. 45, a. 1.
9 C. L. III, c. 70. La única dificultad que veo en la teoría de la crea­
ción reside en la iey del menor esfuerzo. Es perfectamente posible el que esta
ley no se aplicase a la causalidad divina en el momento en que la vida
apareció sobre la tierra; en resumen, que Dios realmente hubiese creado
las primeras especies vivas. Me parece, sin embargo, que la ley del menor
esfuerzo está en desacuerdo con la teoría creacional, y por esto en la sec­
104 Vida orgánica

que ningún constructor se tom aría la molestia y el gasto de traer


un nuevo aporte de materiales si ya tenía a m ano todo lo necesario
para construir su edificio. Si juzgam os con este mismo criterio, segu­
ram ente hum ano y lim itado, nos es difícil com prender por qué una
Inteligencia Suprema tenía que crear un substrato material para la
vida, puesto que la m ateria ya existía.
Según las teorías aristotélicas que hem os seguido al explicar la
naturaleza de la vida, un cuerpo vivo difiere de uno carente de vida
no a causa de que su m ateria sea diferente, sino porque posee una
form a especial capaz de ciertos efectos imposibles para las form as
no vivientes. En resumen, bastaría con organizar adecuadam ente la
m ateria para convertirla en cuerpo de un organismo. La creación, en ­
tonces, seria muy im probable en el caso de los prim eros seres v iv o s 10.

4.TEORIA DE LA EMERGENCIA RESTRINGIDA. I. Dios c o m o


i n d i r e c t o d e l a v i d a .— Si la m ateria no viviente no ha podido
o r ig e n
por sí misma transform arse en m ateria viva, y si existen dudas ra­
zonables acerca de la creación pdebem os entonces buscar otra solución
para el problem a del origen de la vida. Podem os encontrar la respues­
ta, creo yo, en el postulado de una causa eficiente superior al universo
material y fuera de él capaz de hacer surgir la vida de las potencias
ocultas de la m ateria n o viviente. Cierta form a de em ergencia res­
tringida fue seguram ente la base de la aparición real de los primeros
organismos. S a n t o T o m á s no resolvió el problem a de este m odo, pero
creyó en la teoría de la generación espontánea. Según el D octor An­
gélico, tanto las plantas com o los animales, por su puesto inferior en
el orden vital, provenían de la m ateria inerte m ediante la acción de
los rayos solares y la influencia de otros cuerpos celestes. Sostuvo
además (y ésta es la parte crítica de su doctrina) que el poder de
producir vida de este m odo espontáneo le era dado a la materia por
el Creador 11. Se hallaba en un error, por supuesto, com o ahora sa­
bemos, al hacer provenir los cuerpos vivos de la sustancia orgánica
en descom posición. Sin em bargo, com o m uchas de sus equivocadas ex-
plicac’ ones, su opinión nos ayuda a solucionar el problem a al señalar
estos dos h ech os: prim ero, que la materia está de algún m odo rela­
cionada con la aparición de la vida en la tierra, y segundo, que la
Causa Prim era debe ser el agente responsable en última instancia, de
que la vida provenga de la materia.
n . V a l o r a c i ó n .— Es necesario hacer ver que nuestro problema a c­
tual no reside en el origen de la m ateria, aunque supone un cierto
ción siguiente he propuesto la teoría de la emergencia restringida como una
explicación más probable del origen de la vida orgánica. En realidad es
más perfecto crear que producir, tal como dice S an to T om ás (S. T., p. I, q. 45
a 1. r. a. obj, 2). pero el problema persiste: ¿por qué habría Dios de crear,
si podía hacer uso de leyes ya existentes en la naturaleza para que apare­
ciesen las primeras formas de vida vegetativa?
10 D. p. D., q. 3, a. 11, r. a obj. 12.
5. T„ p. I, q, 45, a. 8, r. a obj. 3; q. 71, a. 1, r. a obj. 1; q. 72, a 1. r. a obj. 5;
q. 105 a 1. r. a obj. 1.
11 S. T., p. I. q. 2. a 1.
Emergencia restringida 105

orden dentro de las leyes de la naturaleza. Así, la materia, que de


otro m odo hubiese sido incapaz de cum plir esta tarea, habría podido
ser gradualm ente preparada para recibir la vida, haciendo posible de
tal m odo la entrada del alm a o form a viva en ella. Detrás y dirigiendo
todo el proceso, pero sin form ar parte de la materia misma, debe
haber habido un agente responsable de esto, com o su Causa Primera.
No es nuestro propósito el dar aqui las razones de por qué este agente
ha existido siempre, por haberlo hecho ya S a n t o T o m á s por m edio de
solidísimas pruebas de tipo filosófico. Basta con decir que, em pezando
por las observaciones sobre el m ovim iento físico y los efectos de las
leyes naturales y continuando con la idea de la contingencia y fina­
lidad en el m undo de los hechos que nos rodean, llega por fin a la
noción de un suprem o ser inm utable, el único necesario, la sola in te­
ligencia capaz de planear y regir el universo; en una palabra, Dios 12.
Dada por sentada una causa de este tipo, la única dificultad que nos
queda es determ inar si la aparición de la vida orgánica es com patible
con el Poder Divino, por un lado, y con las posibilidades naturales
de la materia, por otro.
Primeram ente, en lo que se refiere al Poder Divino, cualquier efecto
dado cuyoa términos n o se excluyan mutuamente— com o el cuadrado
excluye el círculo—■, cae dentro de la esfera de Su actividad creadora.
Ahora bien; es obvio que m ateria y vida no se contradicen por na­
turaleza, puesto que la m ateria puede estar viva.
En segundo lugar, no existe ninguna dificultad inherente a la idea
de crear el alm a de una planta de las potencialidades de la m ateria,
porque un alma de este tipo es realm ente de naturaleza material.
Está totalm ente circunscrita por la m ateria en todas sus funciones, y
sin la materia no tendría existencia, puesto que su razón de existir es
ser la form a de un cuerpo. La em ergencia de un alma relativam ente
simple com o ésta de la m ateria no viviente no significa de ningún
modo una violación de la naturaleza.
Pero lo que interesa recalcar aquí es la necesidad de seguir las
huellas de esta em ergencia hasta la Causa Primera, puesto que la
materia com o tal n o posee la perfección de la vida. Así, Dios, en
nuestra teoría, hizo actuar a la naturaleza y produjo la vida usando
com o causas segundas a las que ya entraban en acción. Ciertamente
que El puede «producir efectos naturales sin el concurso de la na­
turaleza», com o dice Sjlnto Tomás, «pero prefiere actuar a través de
la naturaleza para conservar la arm onía de las cosas». Se cree que
Agustín tenía presente esta idea em ergentista cuando propuso su te o ­
ría de las razones sem in ales: que la materia inerte fue dotada de un
com ienzo por Dios de principios vitales latentes, llam ados de un m odo
figurado semillas, que dieron origen, al desarrollarse, a los organis­
mos vivientes, siguiendo un orden determ inado de acontecim ientos
naturales1:*.

14 D. P. D., q. 3, a 7, r, a obj. 16.


13 Esta giosa del De Generi ad Litteram, de A g u s t ín , es, por lo menos,
probable. Ver:
M c K eozg h , H. J.: The Meaning oí the Rationes Seminales m St. Agustín.
106 Vida orgánica

5. EL ORIGEN DE LA VIDA ORGANICA EN EL MOMENTO AC­


TUAL.— Hemos señalado varias veces el hecho de que cada organismo
es una unidad biológica, ¿cóm o, pues, se divide y reproduce? Para res­
ponder a esto recordem os ciertos puntos de la doctrina aristotélica.
Prim ero es el organism o total, com puesto de m ateria y form a, lo que
se reproduce. Cuando sostenemos que la materia prima y la form a
sustancial se unen para form ar un organism o com pleto, no existe
im plicación alguna de que la unidad así establecida sea indivisible.
Lo que está indiviso es, pues, capaz de división.
Ahora bien: en los m odos de reproducción típicos de la vida vege­
tativa, tales com o la m itosis y la gem ación, y aun en la generación
de ciertas especies de anim ales inferiores, tales com o los sapos, los
erizos de m ar y las lom brices de tierra, si partim os un ejem plar de
ellos en trozos, vemos que no existe nada que prevenga al organismo
de esta división, con tal que cada una de estas partes posea lo n e­
cesario para su continuidad vital. NI tam poco descubrimos nada en
la naturaleza del alm a que im pida el que pueda soportar esta división.
De hecho, el principio vital de los organismos inferiores es con­
siderado como potencialmente múltiple por A ristóteles, aunque, como
existe unido a un cuerpo, sea actualmente uno *4.
A lgo sim ilar a esto sucede en el caso de los cuerpos inanimados,
en los que su organización es uniform em ente igual, tanto para el
todo com o para cada una de sus partes. Una hogaza de pan, por
ejem plo, puede ser cortada en varios trozos. Cada trozo es tan pan
com o toda la hogaza. Ahora bien: en el organism o no sucede exacta­
mente lo mismo, ya que posee una sola form a, m ientras que la hogaza
W a s h in g t o n , D. G. C a t h o l i c ü n l v e r s i t y P r e s s , 1926. S a n t o T om á s c o m e n t a la
t e o r í a a g u s t ln l a n a e n s u t r a t a d o s o b r e la l a b o r d e lo s s e is d ía s d e l a c r e a ­
c i ó n (S . T ., p. I, q. 69, a. 2 ): « E n r e la c ió n c o n la p r o d u c c i ó n d e la s p la n t a s , la
e x p l i c a c i ó n q u e n o s d a A g u s t í n d if ie r e d e la d e o t r o s . A si, algunos c o m e n t a ­
r is t a s , b a s á n d o s e e n u n a le c t u r a s u p e r fic ia l d e l t e x t o ( d e l G é n e s is ), s o s t ie ­
n e n q u e lo s o r g a n is m o s v e g e t a t iv o s f u e r o n p r o d u c id o s en acto e l t e r c e r d ía
d e l a c r e a c i ó n .. ., e n t a n t o q u e A g u s t ín p ie n s a q u e e n a q u e l m o m e n t o f u e r o n
c r e a d o s en causa. L o q u e é l q u ie r e d e c i r e s q u e l a t i e r r a r e c ib ió e n t o n c e s e l
p o d e r p a r a p r o d u c ir lo s , y b a s a s u o p i n i ó n e n l a S a g r a d a E s c r it u r a .. . ; p o r lo
t a n t o , la s f o r m a s v e g e t a t iv a s d e l a v id a f u e r o n p r im e r a m e n t e c o n c e b id a s
e n e l s e n o d e la t i e r r a e n s u s c a u s a s g e r m in a le s a n t e s d e q u e s u r g ie s e n y
c u b r ie s e n l a s u p e r fic ie d e la t ie r r a . L a r a z ó n c o n fir m a e s t a i n t e r p r e t a c ió n .
A si, e n e s t o s p r im e r o s d ía s . D io s c r e ó t o d a s la s c o s a s e n su o r ig e n o c a u s a ,
y lu e g o d e s c a n s ó . P e r o trabajó hasta hoy, e s d e c ir , s u t r a b a j o c o n t in ú a , p o r
m e d io d e l g o b i e r n o q u e e je r c e s o b r e lo s p r o c e s o s r e p r o d u c t iv o s . A h o r a b ie n :
e l n a c i m i e n t o d e u n a p l a n t a e s u n t r a b a j o d e r e p r o d u c c i ó n , lu e g o n o fu e
p r o d u c i d o e n a c t o e l t e r c e r d ía , s in o e n s u s c a u s a s .» P a r a d e m o s t r a r q u e la
p o s t u r a d e A g u s t í n e s s o la m e n t e p r o b a b le , S a n t o T om á s a ñ a d e : « S e g ú n o t r o s
a u t o r e s , s in e m b a r g o , la c r e a c i ó n d e l a s e s p e c ie s p e r t e n e c e a l t r a b a j o d e lo s
s e is d ía s , m i e n t r a s q u e su r e p r o d u c c i ó n c a e d e n t r o d e l g o b ie r n o d e l u n i­
v e r s o .»
Parece ser que S an to T omás se inclinaba por la opinión de que las primeras
plantas fueron creadas por Dios en sus respetivas especies, Pero la inteli­
gencia del Doctor Angélico, que no vio contradicción alguna ni en la teoría
agustiniana de las causas seminales, ni, en la de la generación espontánea
de la vida a partir de la materia inerte, no hallaría tampoco contradicción
alguna en una teoría de emergencia restringida.
14 De Anima, L. n , c. 2. Ver también:
Causa final Í07

tiene tantas form as com o unidades físicas de pan. Pero el ejem plo
nos sirve para com prender por qué un organism o simple puede ser
dividido y transform ado en dos o más organismos. Es así que A q u : n o
dice: «Sus partes son sem ejantes y, por tanto, sem ejantes al orga­
nismo com o un todo. Además, su alma es im perfecta dentro de la
escala de almas y por esto no necesita de una gran diversidad de
órganos. Luego (después de haber ocurrido la división), el alm a puede
existir en cada una de sus partes» 15.
S a n t o T o m á s es más explícito que A r i s t ó t e l e s en este caso concreto
del problema de los orígenes de la vida, y sostiene que «toda alma
vegetativa es extraída de las potencialidades de la materia, lo mismo
que otras form as m ateriales» *6. En otro pasaje, sus Ideas sobre el
contraste existente entre las funciones de las plantas y de los an i­
males aparecen de un m odo más extenso. Así: «El cuerpo (de todo
organismo) tiene que estar internam ente proporcionado y tener dis­
tintos órganos para la ejeciición de sus variadas potencias, en tanto
que el alma es el acto de un cuerpo organizado de un m odo natural,
y puesto que ninguna parte del anim al (superior) posee esta d ife ­
renciación de órganos, ninguna parte puede ser identificada con la
totalidad del animal. En cam bio, el alma de los organism os menos
nobles por la naturaleza y que poseen menos potencias se halla m ate­
rializada en todo, el cuerpo y en cada una de sus partes de un m odo
uniform e. Por consiguiente, con la división del cuerpo en partes, un
alma separada se crea de cada una de estas partes, tal com o lo vemos
al partir lom brices y plantas. Antes de dividirse, sin embargo, no
podemos referirnos a una parte del organism o com o si fuese el todo,
excepto de un m odo potencial» n . De cualquier m odo, sin que inten­
temos establecer, finalmente, cóm o surgen las plantas y los animales
inferiores, podem os decir que, m ientras que antes que el acto repro­
ductivo haya sido llevado a cabo hay un solo organismo, después de
la reproducción tenem os dos o más organism os; y tam bién que, en
tanto que el alma es una cuando el organism o es uno, después de la
división hay tantas almas com o nuevos organismos.

6. LA CAUSA FINAL DE LA VIDA ORGANICA.— Para S a n t o T o ­


m ás,el cosm os es un lugar ordenado y la expresión de un plan muy
acabado de la m ente del Creador, Pero el orden im plica el que algu­
nas cosas sean más perfectas que otras y tam bién que la perfección
m enor exista para bien de la mayor. Si esto no fuera así, no podría
haber una escala del ser que se elevase desde la tierra al cíelo y fuese
creciendo en perfección a m edida que se aproximase a la de la Causa
Primera.
Ahora bien: en esta visión del universo descrita por A q u in o se su­
pone que la m ateria sirve a la vida, y la vida en sus form as menos
diferenciadas contribuye al bienestar de las más perfectas. Así, pues,

1S C. D. A., L. II, L, 4.
]í D. P. D., q. 3, a. 11.
11 In Pétri Lombard! Quatuor Libres Sententiarum, b. I, d. 8, q. 5, a. 3,
r. a obj. 2.
IOS Vida orgánica

la finalidad inm ediata del reino vegetal es suministrar el alim ento


para la nutrición del hom bre y del a n im a l1S. Aquí, el D octor Angélico
cita un texto de la Sagrada E scritura: «He aquí que te he dado todas
las yerbas..., y todos los árboles... para que sean tu alim ento» i».
Además de esta finalidad de tipo físico, la planta es también una
fuente de placer estético para el hombre. La riqueza y la variedad
de sus colores, forja d a por el paso de las estaciones, el milagro de su
nacim iento y de su crecim iento, el peso de sus frutos maduros que
coronan su labor reproductiva, todo esto ha sido hecho con la inten­
ción de producir reposo y alegría al corazón hum ano y de aum entar
su sentido de la belleza. ¡Cuánto perderían nuestras vidas si no exis­
tiese el verdor y las flores, con su perfum e, haciéndolas placenteras!
P ero esto no es todo. En los designios de la Providencia, las criaturas
del reino vegetal pueden considerarse com o un m edio de progreso en
la vida moral. Así com o el alim ento, su uso m oderado es tam bién un
o b jeto de la virtud de la templanza. La razón últim a de su existencia,
sin em bargo (que com parten con todas las demás criaturas), es la
gloria de su Hacedor. Y , a su m odo, m ostrar la bondad de Dios m e­
diante la m agia de su belleza y su capacidad de vivir, crecer y repro­
ducirse.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO VI

Aquí«o, S. Tomás: Sum of Theology. Parte I, cuestión 2, art. 3; cuestión 45,


art. 1.
D od so n , E. O.: A Textbook of Evolution. Philadelphia, Saunders, 1952, Cap. 7.
G oodrich , E. S.: Living Organism. An Account of their Origin and Evolution.
Oxford, Eng., Oxford University Press, 1924.
O 'T oole , G. B.: The Case Against Evolution. New York, Macmillan, 1925, Par­
te H, Cap, 1.
P h il l ip s , R. P .: Modern Thomistic Philosophy. London, Burns Oates & Wash-
bourne, Vol. I, 1934, Cap. 17. Ed. esp, Morata, Madrid, 1&64.
W a s m a n n , E., S. J.: Modern Biology and the Theory of Evolution. Traducción
por A. M. B tjchanan. St. Louis, Herder, 2.a ed., 1923, Cap, 7.
W n ro u e , B. C. A.: The Church and Modern Science. St, Louis, Herder, 3.' ed..
1923, Cap. 30,

,s C. G., L. HI. c. 81.


Génesis, c. 1, vv, 29-30.
LIBRO SEGUNDO

VIDA SENSITIVA
SECCION I .- L A CIENCIA DE LA VIDA SENSITIVA

CAPITULO VII

EL PROBLEM A DE LA CONCIENCIA

1. SIGNIFICADO DE LA CONCIENCIA.—La conciencia es el rasgo


más evidente que separa la vida sensitiva de la vegetativa. Nos da a
entender, en efecto, que dondequiera que la encontrem os, estam os
delante de algún organism o animal. La planta, en cam bio, no da se-
fiales de darse cuenta de sus actos.
La noción de conciencia es dificil de expresar. Sabemos lo que es
por nuestra propia experiencia, pero dar una definición satisfactoria
de ella es m ucho más difícil. Viene del vocablo latino com cire, qué a
su vez es abreviatura de cum alio scire, y según S a n t o T o m á s significa
«aplicación del conocim iento a algo». Continúa diciendo que cuando
se la considera sim plem ente com o un acto, es decir, solam ente en su
aspecto psicológico, es lo que llam am os ser consciente (consciousness).
Mas cuando se m ira desde el punto de vista moral, com o algo bueno
o malo, se la conoce por conciencia ( con scien ce) * l .
Además, puesto que la conciencia es un acto, es siempre atribuible
a una potencia en particular o a un grupo de potencias. Así, cuando
contem plo a un amigo, es m i potencia visual la que está actuando. Si
estoy estrechando su m ano, escuchando lo que me dice y reflexionando
sobre su consejo, entonces el oído, el tacto y la razón están también

(*) Este «ser consciente» (ser, verbo, y no sustantivo) se corresponde


con las ideas modernas sobre la «vivencia* y su aparición en los seres vivien­
tes. Entendemos la vivencia como un iluminarse la vida desde dentro para
que el resplandor, o vislumbre así producido, o sea de algún modo -captado
por el mismo ser en el que tal proceso se desarrolla; es como el percatarse
(aun de la forma más elemental y oscura) de algo que en aquel momento
afecta. En tal sentido, esto no sucede—no lo precisan—en las plantas, qüe
viven ligadas al suelo, del cual, o reciben lo que necesitan para vivir, o
mueren. Pero la «vivencia» surge, con la posibilidad de trasladarse de sitio,
en el animal. Dasde el más elemental (el gusano, que repta hacia el alimen­
to o la humedad que le conviene) hasta el hombre, con todas sus compli­
caciones. (Sobre este sentido, en mi opinión el más exacto y claro de la
«vivencia», véase L e r s c h : La estructura de la personalidad. Barcelona, 1959.)
En los párrafos que siguen observaremos lo asombrosamente modernas de
estas ideas (como otras muchas) en S a n t o T om á s. (N. del T.)
' D. V., q. 17 a. 1. Ver también S. T., p. I, q. 76, a. 13.
En lengua inglesa existen dos términos para designar lo que en latín
llamamos conscientia; éstos son consciousness, o ser consciente, y conscien­
ce, o conciencia. Mientras el ser consciente en su aspecto sensitivo es común
al animal tanto como al hombre, la conciencia es propia del hombre, ya que
es necesaria la razón para el juicio moral. Además. S anto T om ás considera la
conciencia tanto un acto como un hábito.
112 Problemas de la conciencia

en actividad. En resumen, no es posible la conciencia de un modo


abstracto. Es siempre la m anifestación de un cierto tipo de con oci­
m iento que proviene de un determ inado poder cognoscitivo.
Lo que interesa retener es que la conciencia im plica siempre un
sujeto que conoce, adem ás de un objeto conocido. Pero tam bién nos
da la idea de una form a determ inada de conocim iento, ya que siem­
pre se es consciente de algo. Además, este conocim iento del que h a ­
blam os está unido al del ser (o lo que está en lugar su y o )2, ya que
es de nuestros sentim ientos, percepciones, imágenes, pensamientos,
etcétera, de lo que nos percatam os. Para repetir: cuando estoy cons­
ciente es siempre de algo especial que me está sucediendo a mí, y no
puedo ser consciente de lo que le sucede a otro.
Sin em bargo, no som os conscientes de todo con el mismo grado
de claridad. Puedo estar escuchando una bella música y oír sólo vaga­
m ente sonar el reloj, o bien puedo estar siguiendo el curso del pen­
sam iento con tanta atención que sólo me doy cuenta vagam ente de
un dolor en m i cuerpo. Asi, decim os que la conciencia puede ser clara
o confusa, com pleta o atenuada. Tam bién decim os de ella que tiene
un fo co y una parte periférica, un presente y un pasado. P aradójica­
mente, llam amos a uno de sus niveles subconsciente o inconsciente.
Pero en ningún caso hacem os de este térm ino un uso que no suponga
estas dos cosas: prim era, una cierta form a de conocim iento; segunda,
la aplicación de este conocim iento a un objeto particular o a una
situación particular de nuestra vida. Este es, por lo menos, el punto
de vista de S a n t o T o m á s .
Ciertos rasgos que debem os recalcar aquí tienen relación con la
idea de conciencia com o un acontecim iento cognoscitivo. Así, se puede
considerar a la conciencia, ya com o un acto, ya com o un contenido.
La sensación, por ejem plo, puede ser el proceso sensorial o el resul­
tado del acto, y así tam bién el pensam iento puede ser el acto de pen­
sar o el fru to de dicha reflexión. Estos dos ejem plos aluden a otro
hecho sobre el que S a n t o T o m á s seguramente hubiese llam ado la aten­
ción : el de que hay una form a de conciencia puramente sensitiva y
com ún al hom bre y a los animales, y otra, intelectual y propia sólo
del hombre. Por esto, y para la claridad del texto, reservaré la palabra
«m ental» para los procesos Intelectuales humanos. En esto sigo a
S a n t o T o m á s , que dice que sólo las criaturas pensantes tienen «mente»
en el sentido estricto del térm ino, ya que por emente» él entiende un
alm a intelectual o una potencia in telectu a l3. M ientras que la vida

1 Digo «el ser (o lo que está en lugar suyo)», p o r q u e el animal, que no


es un ser o una persona, es también consciente de lo que acontece a su alre­
dedor. Me parece que posee cierto tipo de conocimiento de si mismo como
individuo, una cierta forma de conciencia moral de la relación concreta que
existe entre él y su ambiente. Esto sería un conocimiento de sí mismo sólo en
actu exercito, es decir, en el hecho mismo de ser afectado por los estímulo3
externos, y no in actu signato, que es genulnamente reflexivo y típico sólo
del hombre,
8 S. T ., p. I, q. 75, a. 2; q. 79, a. 1. r. a obj. 3, a. 10, S a n t o T omás (D. V.,
a. 10, a. 1, r, a obj. 2), deduce la palabra mente de medida (mens a mensura).
Esto interesa a nuestras reflexiones, puesto que sólo una mente puede ser
Escuelas psicológicas 113

consciente del animal no es más que sensitiva, la del hom bre es a


la vez sensitiva e intelectual.
Además, la conciencia es algo vital. Para utilizar un térm ino del
lenguaje nutritivo, es com o un proceso m etabòlico en el que las cosas
son colocadas dentro de la esfera de la actividad de las potencias
cognoscitivas y transform adas en objetos del conocim iento, dándoles
así, tal com o nos enseña S a n t o T o m á s , una nueva form a de existencia
que no poseen por derecho propio. La conciencia recibe lo que le da
el mundo, y luego r e a c c io n a 4. Aunque A r i s t ó t e l e s use el ejem plo del
sello y la cera para ilustrar esto», está lejos de ser toda la verdad,
porque las im presiones hechas en la cera son cosas sin vida, m ientras
que las im presiones hechas en la conciencia están vivas y vibrantes
de energía. En este últim o caso no se reduce a ser testigo pasivo de
lo que ocurre en relación con el agente consciente, sino una realiza­
ción activa de las potencias y los fines de ese agente ».
Finalm ente, aunque se nos m uestre en un gran núm ero de fu n cio­
nes según las potencias que la ejercen, la conciencia es la experiencia
de una persona solam ente, y tiende a asumir la unidad del sujeto al
cual pertenece. Este h echo n o debe ser olvidado, aunque con el fin de
estudiarla la descom pongam os en sus partes. Siempre existe el peligro
de deform ar una experiencia viva al intentar analizarla. Sólo estamos
dispuestos a considerarla viva y real cuando la vemos en su unidad y
totalidad 7.
2. ESCUELAS PSICOLOGICAS.— A causa de lo decisivo que es en
la vida del hom bre y del anim al, el problem a de la con ciencia nos
proporciona un punto de partida para discutir el punto de vista de
los psicólogos modernos. Y a acepten o rechacen éstos el h ech o de la
conciencia, tienen ante él una actitud definida; así, partiendo de esta
idea tenemos una escala para m edir los sistemas psicológicos. Lo que
ofrecem os, sin em bargo, es más el desenvolvim iento de la idea de
conciencia que una revisión com pleta de las escuelas psicológicas m o­
dernas.
Cuando, hará escasam ente unos setenta y cinco años, la psicología
la medida de la verdad y Za realidad. Así. mientras que la mente divina es
ciertamente esa medida, nuestras mentes son medidas a su vez por la ver­
dad y la realidad. En su acepción moderna, mente es una palabra engañosa
que se aplica tanto al hombre como al animal y, por lo tanto, tan vaga que
ya casi no significa nada real. Y, sin embargo, es una palabra lo suficiente­
mente buena para no perderla de nuestro vocabulario. Ver B h e n n a n , R. E.,
O. P.: Thomistic Psychology, N. Y. Macmillan, 1941, pp. 83-84. Ed. esp. Mo­
rata, I960.
4 D. V., q. 2, a. 2.
s De anima. L. II, c. 12.
6 El ejemplo dado en el texto señala la cualidad viviente del proceso cog­
noscitivo; el ejemplo de A r is t ó t e l e s , por el contrario, recalca la no supre­
sión de la forma que es recibida. La nutrición, en cuanto a acontecimiento
vital, es incomparablemente inferior al conocimiento. La primera destruye
la forma de lo que recibe; el segundo, la deja intacta. O, diciéndolo de otro
modo: la nutrición suprime su objeto, mientras que el proceso cognoscitivo
le permite permanecer en su alteridad. Como S a n t o T om ás diría: la función
nutritiva recibe las cosas subjetivamente; la cognoscitiva, objetivamente.
7 M ich e l , V. O S B.: Psychological Data. The Neto Scholasticism. Abril,
1929, pp. 185-88.
BRENNAN, 8
114 Problemas de la conciencia

se proclam ó com o una ciencia natural, la conciencia fue para el psicó­


logo de entonces lo más digno de estudio: sus fenóm enos, sus leyes,
sus condiciones, etc. Este punto de vista se abandonó en algunos
círculos. Había opiniones muy diversas sobre el tema, entrando inclu­
so en el debate elementos ajenos a la ciencia. Ahora, ya tranquilizados
los ánimos, la mayoría de los psicólogos persisten en la idea de que
la conciencia es un objeto de estudio científico. Debemos decir que
cada escuela ha contribuido a su estudio con su aportación particu­
lar sobre el tema, y tam bién que m uchos de los psicólogos actuales
prefieren escoger, según su criterio, lo m ejor de cada escuela antes
que ajustarse a una sola. Este es un punto de vista sintético, y es
un buen signo, ya que quiere decir que se acercan a una visión más
am plia del hom bre s, dentro de la que es más fácil que surja una
reconciliación y ayuda mutua entre la ciencia y la filosofía del hombre.
Para los que han seguido en detalle la dirección divergente que han
tom ado las escuelas psicológicas, la separación entre ellas no es tan
grave com o podría parecer en el prim er m om ento. Es así que un
hom bre puede no ser tan fan ático de un sistema que rehusé acep­
tar algo de otro. Los títulos de las secciones de este capítulo son más
bien, de tendencias en la interpretación de los datos psicológicos. Si
pensamoss que la ecuelas no modos distintos de interpretar los datos
psicológicos 9 creadas por los científicos, entonces los encabezamientos
siguientes pueden utilizarse para correlacionar estos m odos según la
relación existente entre unos y otros.

3. ESTRVCTURAL1SMO.— Para el químico, la materia está co m ­


puesta de m oléculas y átom os. Para el físico está hecha de protones y
electrones. Del mismo m odo, los defensores de la psicología estru ctu ­
ral se refieren a la conciencia en fu n ción de sus elementos. Estos son
las sensaciones, las im ágenes y los sentimientos, pero, particular­
m ente, las sensaciones. Según E d w a r d T i t c h e n e r , discípulo de W i l h e l m
W u n d t , la sensación es el resultado inm ediato de la acción de un
estím ulo sobre un órgano sensorial. Es, además, el único tipo de expe­
riencia de cuya sim plicidad podem os estar seguros. Pero T i t c h e n e r
a L a v is ió n d e l h o m b r e c o m o u n t o d o e s u n a h e r e n c ia q u e p r o v ie n e d i r e c ­
t a m e n t e d e A r is t ó t e l e s y S an to T om á s , e s d e c ir , d e lo q u e m e r e f e r ir é a lo
la r g o d e l t e x t o c o m o p s ic o l o g ía tradicional. D ir e m o s a lg o s o b r e e l o r ig e n d s
e s t a t r a d ic ió n . L a o b r a m a e s t r a d e A r is t ó t e l e s , on the Soul (Sobre el Alma),
f u e l a p r im e r a s is t e m a t iz a c i ó n d e l h o m b r e h e c h a p o r lo s a n t ig u o s . O tr o s
a n t e s q u e él, e s p e c ia lm e n t e D em ó crit o y P l a t ó n , se h a b í a n o c u p a d o d e a lg u ­
n o s p u n t o s d e v is t a v e r d a d e r o s p a r a p o d e r d a r le s c a b id a e n su s .s te m a .
T r a z ó su p la n d e l h o m b r e c o n m a n o fir m e , y c u a n d o lo h iz o e f e c t iv o , fu e
f u n d á n d o s e e n s u p r o p i a e x p e r ie n c i a . L a d is p o s i c ió n d e su p s ’ c o lo g í a , en
s u t o t a lid a d , n o h a v a r ia d o su f o r m a . S an to T om ás r e c o n o c i ó su v a lo r y d - d l -
c ó u n a g r a n e x t e n s ió n d e s u s e s c r it o s a la e x p a n s ió n d e la s id e a s d e A r - s t ó -
t e l e s . E n l a a c t u a lid a d , h u e lla s d e l a s d o c t r i n a s d e l E s t a g ir it a la s e n c o n ­
t r a m o s p r á c t i c a m e n t e e n c a s i t o d a s la s e s c u e la s p s ic o l ó g i c a s m o d e r n a s . V e r
B r e n n a n , R. E-, O . P . : Troubador of Truth. Essays in Thomism. E d i t a d o p o r
R. B r e n n a n , O. P., N. Y. Sheed a n d W a r d , 1942, p p . 18-19. Ed. e s p . M o r a -
t a , 1963.
5 L ev in e , A. J . : Current Psychologies. Cambridge, Mass. Art, Publishers,
1940, p . 11.
Funcionalismo 115

parece haberse quedado detenido en este punto.10. Hablar de la sensa­


ción com o el últim o átom o de la conciencia que corresponde a la más
simple unidad de estim ación fisiológica y afirmar que todas las demás
experiencias de nuestra conciencia provienen de esos átomos, puede
ser verdadero hasta sólo cierto punto. S a n t o T o m á s , por ejem plo, sos­
tiene que todo conocim iento empieza con la sensación, y que todo
deseo se basa en el conocim iento. Pero, com o él habría señalado, la
explicación atom ista de T i t c h e n e r puede ser difícilm ente una expli­
cación com pleta de lo que sucede cuando percibim os una cosa con
nuestros sentidos, y m ucho m enos cuando pensamos en ella con
nuestro intelecto. Es com o pulverizar la conciencia y no poder volver
a rehacerla más.
Recientem ente, la psicología estructural de T i t c h e n e r ha en con ­
trado un m edio de expresión en las obras de H a r r y P. W e l d y A l b e r t
C . R e í d 11. Es una rama de la psicología del contenido, de W u n d t 12, y
desciende en línea directa de las teorías asociacionistas de D a v i d H u m e ,
J a m es M i l l y A l e x a n d e r B a in .

4. FUNCIONALISMO.— Todos los psicólogos actuales se preocupan


de un m odo u otro de la función, ya que la naturaleza de su ciencia
les exige que observen los actos y las propiedades de una cosa con el
fin de descubrir las leyes que la rigen.
En este sentido, todos pueden ser llamados funcionalistas. Pero la
psicología funcional es el nom bre que dam os en particular al punto
de vista que considera a la conciencia com o una serie de actos o p ro ­
cesos más que com o una serie de contenidos. Esta ideología fue in i­
ciada en Alemania por C a r l S t ü m p f 13 y surgió de su interés p or la
música. Fue continuada en Am érica por hom bres com o J o h n D e w e y 14,
J a m e s R, A n g e l l , H a r v e y A. C a r r y G-l e n n D. H i g g i n s o n . Aquí se recalca
la utilidad de los fenóm enos conscientes para la adaptación del h om ­
bre y el anim al a su am biente, insistiendo tam bién en la fu n ción
de dichos fenóm enos cuando el organism o se enfrente con una situa­
ción problem ática. La psicología dinámica de R o b e r t S. W o o d w o r t h 15
puede ser considerada tam bién com o una rama del extenso árbol
del funcionalism o. Estudia los fenóm enos de la conciencia com o la
acción reversible de causas y efectos, centrando su interés en los
motivos subyacentes a dichas m anifestaciones.
La psicología del acto es una form a más reciente de este m odo
dinám ico de m anejar los hechos de la conciencia. Le fue dado un

10 T it c h n e r , E. B .: An Outline of Psychology. N. Y, Macmillan, 1923.


11 W eld , H. P.: Psychology as a Science. N . Y. Holt, 1928. R e id , A . C .:
Elements of Psychology. N. Y. Prentice Hall, 1938.
12 W un dt , W .: Outlines of Psychology. Trad, por C. H. J udd , N. Y. Ste­
eliert. 1897.
13 S t u m p f , C .: Tonspsycholcgie. Leipzig. Hirzel, vol. I, 1883; vol. II, 1890.
14 D 's w e y , J.: The Reflex Arc Concept in Psychology. Psychological Re­
view, 189G, 3, pp. 357-70. A n g e l l , J, R.: An Introduction to Psychology. N. Y.
H o lt, 1918. C a r r , H . A .: Psychology. N , Y. Longmans, Green, 1925. H i g g i n -
s o n , G, D.: Psychology. N. Y. Macmillan. 1936.

15 W o o d w o r t h , R, S.: Dynamic Psychology. N. Y. Holt, ed. rev,, 1929.


116 Problemas de la conciencia

puesto entre las escuelas m odernas debido a F r a n z B r e n t a n o , que


enseñó que todo h ech o consciente posee un aspecto Intencional, es
decir, una relación fundam ental con los objetos que lo ponen en
m ov im ien to1(:. Esta unión entre el sujeto cognoscente y el objeto
conocido es natural y fue señalada hace ya siglos atrás por A r i s t ó t e ­
l e s . es posible que B r e n t a n o tomase la idea de este autor, ya que fue
instruido en la tradición del Estagirita. La psicología factorial es otra
escuela relacionada con la fu n ción , pero centrando su interés en los
descubrim ientos de tipo estadístico que surgieron de una larga labor
experim ental. Su fundador y figura principal es C h a r l e s S p e a r m a n .
Tiene com o fin hallar las condiciones subyacentes a nuestros actos
conscientes. Los resultados nos revelan la existencia de facultades
tanto generales com o especiales. Un problem a posterior es descubrir
el núm ero, la relación y la organización de estas fa cu lta d es1’ . Lo
m ismo que B r e n t a n o , S p e a r m a n tam bién parece haber extraído sus
ideas de A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , especialmente en lo que se refiere
a la idea tradicional de las facultades.
Hay una nota com ún, al menos, en las escuelas que hem os n om ­
b ra d o: todas se interesan en particular por el aspecto operativo de
la conciencia. Al intentar describir sus actos, cada sistema procura
contribuir a la com prensión de los misterios de la conciencia. Al
m ism o tiem po, todos los psicólogos intentan im poner su propio sen­
tido y orden en los hechos que atraen su atención, pero tam bién suce­
de que es difícil hallar interpretaciones con las que todos estén de
acuerdo. Sin em bargo, la psicología funcional, en conjunto, ha apor­
tado estas dos ideas fundam entales: prim eram ente, nos ha propor­
cionado un conocim iento más p erfecto de las leyes en las que se
basa la adaptación en general, y del aprendizaje en particular, y en
segundo lugar nos h a señalado la intencionalidad fundam ental de
nuestra vida consciente.

5. PSICOLOGIA HORMICA.—-La simple m ención de la palabra


propósito, en relación con los datos de la conciencia, nos recuerda de
inm ediato la psicología hórm ica de W i l l i a m M c D o u g a l l . Esta idea de
intencionalidad n o es nueva, sino que aparece ya en A r i s t ó t e l e s y
S a n t o T o m á s . M c D o u g a l l h a h ech o girar a toda su escuela en torno
a esta idea. El psicólogo fu n cion al se refiere también a la intención,
pero para él es sum inistrada por la situación misma en la que el
organism o opera. M c D o u g a l l , en cam bio, sostiene que la conciencia
misma es su meta y en ello reside la diferencia. La cualidad o pro­
piedad hórm ica (del grigeo impulso a la acción) no es algo que adqui­
rim os a lo largo de la vida, sino que es innato y se manifiesta en un
gran núm ero de tendencias, siendo la principal el ser dom inante y
hacer valer sus derechos en un caso, o ser tím ido y sumiso en el
otro. A causa de estas dos direcciones en nuestra estructura, ten -

18 B r e n t a n o , F.: Psychologic vom empirischen Standpiunkte. Leipzig.


Meiner, vol. I, 1924; vol. II, 1925.
17 S p e a r m a n , C .: The Nature of “ Intelligence” and the Principles of Cog­
nition. London. Macmillan, 2‘ . ed., 1927.
Behaviorlsmo o conductismo 117

demos a exhibir rasgos ya de am o o de esclavo, según las situaciones.


Pero en los niveles más elevados de la conciencia som os libres, y la
función de la voluntad es llevar a cabo nuestras ideas y convertirlas
en ideales vivos. Así, aunque las disposiciones instintivas del hom bre
y el anim al tienen ambas un definido valor hórm ico, la voluntad y
la lucha del hom bre están cargadas de sentido. Además de hacerse
eco de m uchas ideas básicas de la psicología tradicional, debem os dar
gracias a M c D o u g a l l por m antener la idea de instinto’ en la m ente
de los psicólogos m odernos, en una época en que estaba en peligro de
ser desechada is.

6. BEHAVIORISMO O CONDUCTISMO.— Alejándose de la con ­


ciencia y renunciando, al m enos en apariencia, a todas sus adquisi­
ciones, la psicología behaviorista crea una nueva m odalidad dentro de
las escuelas modernas. Fue creada gracias a los esfuerzos que hizo
J o h n B . W a t s o n por estudiar al hom bre y a los anim ales desde un
punto de vista puram ente objetivo. Sólo los hechos observables deben
ser registrados p or el observador. Los niños se prestan muy fá cil­
mente a una labor de este tipo, y por esto W a t s o n se dedicó m ucho
tiem po á observar sus reacciones. La form a más simple de conducta
es el reflejo. A partir de él se puede construir todo lo demás. Si se le
condiciona, se resuelven todos los problem as que plantea la conducta
humana, aun los com plicados procesos del pensam iento y la volun­
tad 1B. La objeción principal al sistema de W a t s o n , por supuesto es
que ha descendido a un nivel fisiológico desde donde intenta dar
razones para todo lo que ocurre en los niveles superiores. Alguien ha
dicho que, al rechazar la conciencia, W atson «tanto lo quiso asar, que
lo quemó». Más cierto seria tal vez decir que lo que W a t s o n a rrojó
por la puerta principal está entrando ahora tím idam ente por la
puerta de servicio. Hombres com o W a lte r S. H toteh y K a el S. Lashlet,
también em pedernidos behavloristas, se han adelantado al fundador
de la escuela. Es así que estén dispuestos a hablar sobre los hechos
de la conciencia, aunque les dan otro otro nom bre 2<>. Después de un
periodo de calm a y otro de crítica, la idea behaviorista ha vuelto a
surgir con un nuevo grupo de investigadores, tales com o E d w a r d C.
Tolman, Clark L. H u ll y Burrhus F. Skotner 21,
La psicología de la respuesta tam bién está interesada en la co n ­
ducta. Igual que la escuela de Watson, se ja cta de una actitud o b ­
18 McDougall, W.: An Outline of Psychology. London. Methuen, 3.a edi­
ción, 1926.
10 Watson, 3. B.: Behaviorim. N. Y. Norton, ed. rev., 1930.
20 H u n te r , W, S.: Human Behavior. Chicago. University of Chicago Press,
1928. Lashley, K. S.: Brain Mechanisms and Intelligence. University of Chica­
go Press, 1929.
21 Tolman, E. C.: Purposive Behavior in Animáis and Men. N. Y. Centu-
ry, 1932. H u ll , C. L . : Principias of Behavior. N. Y. Appleton Century, 1943.
Bkinner, b. F .: The Behavior of Organisms. N. Y. Appleton Century, 1938.
22 Dunlap, K .: Elements of Psychology. St. Louis. Mosby, 1936. Lang-
feld, H. A.: A resvonse Interpretación of Consciousness. Psychological Re-
view, 1931 38, pp. 87-108. Thorndike, E. L.: Human Leaming. N. Y. Centu­
ry, 1931.
US Problemas de la conciencia

jetiva hacia las cosas. Aquí vemos los aspectos m otores de la conducta
muy subrayados. La conciencia es admitida de un m odo indirecto,
dependiendo su existencia y su im portancia de la obtención real de
las reacciones externas. Esto significa que le concede im portancia
sólo hasta el punto en que se exterioriza en form as de conducta. Los
principales seguidores de teorías de este tipo son: K n ig h t D u n l a p 22,
H e r b e r t S. L a n g f e l d y E d w a r d L. T h o r n d i k e ,
R econocem os a los behavioristas el m érito de haber impulsado el
conocim iento de los estados corporales que acom pañan a la co n ­
ciencia. Sin sus afanosas investigaciones, estaríamos aún sin saber
nada sobre m uchas cosas que ocurren en el interior de nuestra es­
tructura som ática cuando un estimulo se aplica al cuerpo. Han puesto
en claro tam bién que no se puede empezar la educación, tanto moral
com o física de un niño a una edad dem asiado temprana. Puede ser
que los adultos del futuro agradezcan más a los behavioristas sus
teorías que lo que hacen los del presente. Al mismo tiempo, no debe­
mos olvidar el h ech o de que toda la escuela behaviorista está en deu­
da con los originales descubrim ientos de V l a d i m i r M . B e k h t e r e v e
I v á n P. P a v l o v en el cam po de la reflexología 23.

7. PSICOLOGIA GESTALTICA, O DE LA FORMA.—Descontento


con la visión parcial de la experiencia de la que tanto W u n d t com o
sus discípulos estaban tan satisfechos, M a x W e r t h e im e r intentó dar
una idea más com pleta y viva de los hechos de la conciencia al con ­
siderarlos com o con ju n tos preceptivos. Esta idea de tener distintas
sensaciones unidas form an do un todo, se le había ocurrido ya a
A r i s t ó t e l e s . Pero W e r t h e im e r llegó a ella de una manera más con ­
trolada y científica, com o resultado de experimentos que estaba efec­
tuando sobre la Percepción del M ovim iento 24. Sus decubrim ientos fu e ­
ron recogidos por W o l g a n g K o h l e r , K u r t K o f f k a y K u r t L e w i n , con
los que se elaboró un nuevo sistema conocido com o la psicología de
la gestalt. Sus partidarios creen que se debe retornar en busca de d a­
tos a la experiencia pura, donde encontram os no meras agrupaciones
de partes, sino todos unificados 2ñ, no meras sensaciones, sino árboles,
nubes, puestas de sol y sinfonías. Es así que la experiencia consciente
se nos presenta com o algo organizado. Si le falta algún elemento,
tiende a añadirlo; si está incom pleta, tiende a completarse. M irando
un grupo de líneas, una m ancha de colores o una serie de objetos
parcialm ente relacionados entre sí, nos Inclinam os a verlos com o un
todo unificado. Esta es la experiencia que la psicología debe explicar,

33 B echterev , V. M.: General Principies of Human Reflexology. Trad, por


E. y W. MimpHY. N. Y. Intematicr.í’i Publishers, 1932. P avlov , L. P.: Condi-
ttoned Reflexes. Trad. por G . V. A n r e p . London. Oxford University Press,
1927.
21 W erth e im er , M .: Experimentelle Studien über das Sehen von Bewegung.
Zeítschrift für Psychologle, 1912, 61, pp. 161-265.
2S K B h le r , W.: Gestalt Psychology. N . Y. Liverigh. ed. rev., 1947. K o f f -
ka , K .: Principies of Gestalt Psychology. N, Y. Harcourt, Brace, 1935.
L e w i n , K. A.: Dynamie Theory of Personality. Trad. D. K. A d a n s y K. E. K e -
n e r . N. Y. McGraw-Hill, 1&35.
Escuela psicoanalitica 119

y el psicólogo gestaltxsta intenta hacerlo con su teoría de la c o n fi­


guración. Su escuela se opone a la idea de que las reacciones del
hombre y del anim al pueden ser explicadas en su totalidad por la
relación estím ulo-respuesta, y en este punto está en desacuerdo con
el behaviorista. Está tam bién dispuesto a defender la causa in tros-
peccionista, aun cuando sea simple y no se preocupe de las leyes.
Como todos los demás sistemas, la psicología de la gestalt ha sido
también criticada, y con justicia en m uchos casos, especialm ente
cuando generaliza sin garantía, desde el cam po de la física y de la
fisiología al de la experiencia consciente, y más allá, hasta el de
la personalidad hum ana y la sociedad, haciendo valer la m isma idea
en todos los casos. Sólo por lógica debería ser rechazado tal proced i­
miento, cuanto más vitalm ente. Sin embargo, las doctrinas de esta
escuela han h ech o im pacto en la psicología, haciendo que se revisen
algunas restricciones que se habrían hecho indebidam ente poderosas
en la ciencia del hombre. Además, su extenso program a de investi­
gación nos ha llevado a una visión más abierta y directa de la ex­
periencia.

8. ESCUELA PSICOANALITICA—Otro modo dinám ico de consi­


derar los hechos de la conciencia se basa en la psicología psicoanalí-
tica de Sigmünu F r e u d 26, El eam po total de la conciencia aparece
com o teniendo dos niveles o planos. El prim ero es el inconsciente,
constituido por fuerzas instintivas y recuerdos ancestrales, que se nos
presentan en form a muy difusa, com o si fuesen sombras. El segundo
es el plano con scien te, que posee elem entos tanto de la razón com o
de la voluntad. Si reunim os los instintos y todos sus oscuros im pul­
sos, tenem os el ello de F r e u d . Si hacem os lo mismo con los actos de
la razón, tendrem os una idea adecuada de lo que F r e u d llam a el ego
o yo, y si colocam os sobre esto la voluntad, tendrem os el súper ego
freudiano. Vemos que es difícil acoplar el lenguaje psicoanalítico a
los térm inos de la escuela tradicional. A s í , el instinto, o ello y su es­
fera de influencia es más extensa en F r e u d que en A r i s t ó t e l e s o en
A q u i n o . La razón o el ego, en cam bio, tiene un radio de acción m ucho
menor. La voluntad, o súper ego, no tiene prácticam ente equivalente
en la psicología tradicional. Su única función parece ser la de m an­
tener las tradicionales mores, o costumbres, dentro de las que hem os
nacido. Además, en la doctrina freudiana, tanto el ego com o el súper
ego, se originan en el ello. Esto hace que el inconsciente tenga un
papel im portantísim o, para bien o para mal, en la con form ación de
nuestra vida consciente. Prácticam ente, todos nuestros actos tienen
alguna relación con el inconsciente. Esto rige especialmente para las
represiones, esto es, experiencias que han sido repudiadas por la co n ­
ciencia y obligadas a perm anecer en las profundidades del subcons­
ciente, donde se atrincheran y se oponen vigorosam ente a todos los
esfuerzos que hacem os para hacerlas regresar a la experiencia actual.

28 F reud , S.: New Introductory Lectures on Psychoanalysis. N. Y. Nor­


ton, 1933.
IZO Problemas de la conciencia

Con el fin de hacerlas volver otra vez a la conciencia, F k e u d creó su


elaborado m étodo del psicoanálisis. Ha sido muy útil en el trata­
m iento de ciertos desórdenes nerviosos y mentales, y esto ya es su­
ficiente, descartando los errores e im perfecciones en su interpretación
del hom bre, para que reconozcam os su mérito. Entre los psicólogos
modernos, sin em bargo, hay m uchos que no quieren aceptar la psi­
cología fretidiana, sosteniendo que n o es una ciencia en sentido es­
tricto. D icen que puede ser em pírica, pero no es experimental. La
escuela de F r e u d les responde que la ciencia no term ina sólo en la téc­
nica experim ental, sino que tam bién el m étodo clínico o el del diván
son tam bién científicos.
A partir del m étodo psicoanalitico de F r e u d se h a form ado otra
serie de sistemas. Uno de ellos es la psicología de los tipos, de Carl
Juno 27, que agrupa a los individuos en introvertidos y extrovertidos.
Otra es la psicología individual, de A l f r e d A d i ,e r , construida sobre la
idea de que el sentim iento de inferioridad, físico o mental, es la fuerza
directiva más im portante en el desarrollo de la personalidad. Es n e­
cesario aclarar que este sentim iento de inferioridad, o inadecuación,
en el sistema adleriano, no es precisam ente un com plejo de inferio­
ridad, aunque puede transform arse en él si no se le trata correcta­
m e n te 28. Un tercer sistema h a surgido de la escuela de F r e u d , la
psicología de la voluntad, de O t t o R a n k . En ella la conciencia es con ­
siderada com o voluntad, en vez de ego y súper ego. De ella proviene
la energía psíquica necesaria para form ar el carácter del individuo y
perm itirle dirigir su curso entre la tracción de las fuerzas am bienta­
les, por un lado, y el ciego impulso de los instintos, por el o t r o 20.

9. COMENTARIO SOBRE LAS ESCUELAS.— Al empezar este capí­


tulo, llam am os la atención sobre el eclecticism o, que parece estar sur­
giendo entre los psicólogos m odernos. Probablem ente la señal más
clara de esta tendencia la encontrem os en que casi nunca oímos a
alguien que se llame a sí mismo estructuralista, behavíorista o ges-
taltista, aunque se continúe hablando bastante aún de los ismos, re­
presentados por esos nombres. Puede ser que los hombres de ciencia
se hayan cansado o sentido avergonzados de tener que etiquetar su
labor con un título estrecho, siendo asi que el estudio del hom bre
dem anda una perspectiva de más amplios h orizon tes30. A r i s t ó t e l e s

21 J u n g , G . : Psychological Types. T r a d . p o r H . G . B a s h e s . N , Y . H a r c o u t t ,
B r a c e , 1923.
38 A d ler , A .: The Practise and Theory of Individual Psychology. N. Y .
Harcourt, Brace, 2.“ edición, 1927.
13 B a n k , O .: Will Therapy. N. Y . K n o p f , 1936.
■*° L a o r i e n t a c i ó n g r a d u a l d e l a p s i c o l o g í a m o d e r n a h a c i a e l e s t u d io d e l
hombre como tal p u e d e v e r s e m u y b ie n e n l a t e n d e n c i a p e r s o n a lis t a d e v a ­
r ia s e s c u e la s , e s p e c ia lm e n t e lo s p s i c ó l o g o s d e la hormé, lo s a c t u a le s g e s t a l -
ti s t a s y l o s p s ic o a n a lis t a s . E s p e c i a lm e n t e d ig n a d e m e n c i ó n e s l a la b o r d e
M c D oug all , c u y a i n s i s t e n c i a e n l a i n t e n c i o n a l i d a d s u b y a c e n t e a la c o n ­
d u c t a h u m a n a h a s id o l a r e s p o n s a b le , s e g ú n m i o p in ió n , d e la s id e a s
p e r s o n a lis t a s q u e a p a r e c e n a h o r a e n lo s lib r o s . P e r o a d e m á s d e l a i n f l u e n -
o ia d e l a p s i c o l o g í a d e l a hormé, u n p u n t o d e v is t a m á s n u e v o e in t e g r a l
d e b í a d e p r o d u c ir s e , d e b i d o a l c r e c i m i e n t o a v a s a lla d o r d e l o s h e c h o s e x p e -
Psicologia tradicional 121

dijo que el alma hum ana es pos p a n ta 31: casi infinita en sus posibi­
lidades. Ahora bien : la naturaleza hum ana es el fruto de la unión
del alma y cuerpo y, p or tanto, ella es también inconm ensurable en
su altura y profundidad. Le conviene al estudiante, pues, al com en­
zar su estudio de la conciencia, conocer los distintos modos que exis­
ten de ver al hom bre. Las escuelas tienen todas sus defectos. Tal vez
diremos, con E d w i n B o r i n g 32, que, com o escuelas en sí, carecen de
importancia. Sin em bargo, han am pliado nuestra perspectiva del h om ­
bre, y lo que hay de bueno en ellas ha pasado a form ar parte de la
psicología, com o ciencia unificada. La ciencia verdadera, com o la filo­
sofía verdadera, sobrepasa a las escuelas, ¿por qué? Porque la verdad
es una e indivisible, y su descubrim iento y exposición no puede lim i­
tarse a la visión de una sola escuela. Esto nos conduciría a la parcia­
lidad; y ello es siempre peligroso en cualquier clase de conocim iento
humano 33.

10. PSICOLOGIA TRADICIONAL.— Un sistema filosófico, com o un


sistema científico, abarca todo el cam po de hechos y principios sobre
rimentales, tanto del laboratorio como de la clínica. Se requería un marco
de referencia mayor, y precisamente el personalismo lo porporcionaba. La
conexión del personalismo con el intencionalisrao es muy interesante, ya
Que implica que todas nuestras actividades psicológicas se dirigen hacia la
formación, desarrollo y complexión de la personalidad, que, a su vez, como
añadiría S a n t o T o m á s, se dirige al cumplimiento del destino del hombre en
cuanto persona. Lo que comprende ese destino es más bien materia del
filósofo ético; pero no puede ser otra cosa que la felicidad o unión última
del hombre con lo divino. Como ejemplo de la tendencia personalista en la
psicología actual, mencionaremos: A l l p o r t , G. W .: Personality: A Psycholo-
gical Intervretation. London. Constable. 1947. B o r i n g , E. G.; L a n g f e l d , H. A.,
y W e l d , H. P . , cuyos tres textos, Psychology, A Factual Textbook, Introduc-
tion to Psychology and Foundations of Psychology, editados en 1935, y a
los que nos hemos referido constantemente en nuestra General Psychology.
interesa darle el punto de vista personalista.
L e w i n , K, A.: Dynamic Theory of Personality, anotado anteriormente
en. las obras de los gestaltistas. S t e r n , W . : General Psychology from the
Fersonalistic Standpoint. Trad. por H. D. S foer l . N. Y. Macmlllan, 1938.
Para ver cómo las teorías behavioristas de autores como J. B, W a t s o n ,
C. L. H ull y E. C . T olm aw son adecuadas o no a las demandas del persona­
lismo, ver: Smith, F, V.: The Explanation of Human Behavior. London.
Constable, 1951.
31 De anima, L, m , c. 4.
32 B o r i n g , E. G . : The N ature of Psychology. Foundations of Psychology .
Editado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, p. 11.
3:1 Si una auténtica ciencia del hombre sobrepasara a una escuela o vi­
sión parcial cualquiera, con más razón aún una auténtica filosofía del hom­
bre debe estar empeñada en una concepción total del hombre. La inten­
ción de la filosofía es conocer las cosas en sus causas finales, y las mentes
de A rist ó t el e s y S a n t o T o m á s , según mi opinión, han sido las que se han
acercado más a esta visión unitaria de la realidad. Su finalidad, como filó­
sofos, era la sabiduría, y como psicólogos, la sabiduría o verdad última del
hombre. De jure, por lo tanto, la psicología tradicional busca el conoci­
miento de la verdad total del hombre, y en este sentido simplemente
sobrepasa a todas las escuelas o perspectivas parciales. De fado, por su­
puesto, hay muchas cosas que aún la psicología tradicional ignora, puesto
que la naturaleza humana es algo tan complejo que sólo la sabiduría de
Dios es capaz de conocerla en su totalidad.
122 Problemas de la conciencia

los que se funda. Da por sentado que este m aterial, entendido recta­
mente, debe servir de prueba a las leyes que lo convierten en un
sistema. Ahora bien : la psicología tradicional, por su declarado in ­
terés en las causas Anales, es finalista en su meta. Pero es norm a­
tiva, tanto com o filosófica, en el sentido de que proporciona los ins­
trum entos necesarios para la valoración del trabajo hecho por el psi­
cólogo científico. Com o un m odo de interpretar la naturaleza humana,
parte de A r i s t ó t e l e s , y a causa de que los puntos principales de su
doctrina no han sido nunca com batidos de un m odo serio, se la ha
llam ado con propiedad psicología perenne.
Admite, por supuesto, a la conciencia com o un hecho prim ario de
la vida. Pero no se lim ita su acción a los datos de los sentidos o a los
fenóm enos afectivos, y m ucho m enos a la órbita de la conducta ex­
terna. El pensam iento y la voluntad tam bién se incluyen en su pers­
pectiva, puesto que ellos son el alim ento que sustenta la vida mental.
Y com o son m anifestaciones que fluyen precisam ente de la natura­
leza hum ana, ellos sum inistran la base para todo lo que puede de­
cirse sobre los hábitos del hom bre y sobre su persona, su origen y su
fin. Además, el alma hum ana se considera com o esencialmente dis­
tinta a su cuerpo, aunque los dos se com binen para form ar un solo
ser. Debe quedar, pues, en claro que el dualism o que sostiene la es­
cuela tradicional no es el de P l a t ó n o D e s c a r t e s , sino el de A r i s t ó ­
t e l e s . Esta es la postura que huye de la idea de que el hom bre es
pura materia o pura mente, o una unión accidental entre estas dos.
Repitamos, para A r i s t ó t e l e s y luego para S a n t o T o m á s , la única
unión que nos perm iten los hechos de la experiencia es la sustancial,
en la que alm a y cuerpo, o m ateria y mente, se unen para form ar
esta criatura que es el hom bre. A causa de que es un m odo de apro­
xim ación a la naturaleza hum ana a través de sus causas fundam en­
tales, la psicología tradicional tiene una posición ventajosa, desde
donde inspecciona los frutos de la experim entación y de la investi­
gación ; una posición que le perm ite observar y dirigir la ósmosis
fin al de los descubrim ientos de la ciencia en el cuerpo de la filosofía.
Com o ya dijim os anteriorm ente, posee los instrum entos críticos para
exam inar los datos del laboratorio y de la clínica, y así puede dar a
estos datos una m ayor coherencia y un sentido más hondo que los
que le proporciona la ciencia. Al m ismo tiempo, debe ajustarse a los
descubrim ientos de la ciencia para tener seguridad, en relación con
los actos y las propiedades del hom bre. A propósito de esto, A r i s t ó ­
t e l e s y S a n t o T o m á s serían los prim eros en reconocer que su psicología
no tendría valor, a no ser que hiciese precisam ente eso, por la simple
razón de que no puede ser verdadera si no logra conform arse a los
conocim ientos dem ostrados por los investigadores34.

31 Psicologia tradicional: B r e n n a n , R. E., O. P.: Thomistic Psychology.


N. Y. Macmillan, 1941, Ed. esp, Morata. Madrid, 1960.
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Bibliografia 123

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CAPITULO VIH

LA BASE ORGANICA DE LA CONCIENCIA

Parte primera.— Estructura del sistema nervioso

1. LA NEURONA.— El sistema nervioso del hom bre es la parte


más delicada del cuerpo. Su tarea es doble: regular su vida vegeta­
tiva inconsciente, y sum inistrar la base orgánica de los actos cons­
cientes. La unidad del sistema nervioso es la neurona. Los antiguos
consideraban al hom bre com o un m icrocosm os, puesto que resume en
su naturaleza todas las propiedades más im portantes de la creación.
Del mismo m odo, la neurona puede considerarse com o un sistema
nervioso en m iniatura. Posee unas prolongaciones de entrada d en o­
minadas dendritas, a causa de su parecido con las ramas de un á r b o l;
luego un cuerpo celular, con su núcleo y demás contenidos vivientes,
y finalmente una larga prolongación de salida llam ada axón. La unión
entre dos neuronas es la sinopsis. Permite a la corriente nerviosa
pasar desde el axón de una célula a las dentritas de otra i.
A causa de los billones de neuronas que hay en el sistema n ervio­
so, se podría pensar que éstas son de pequeño tamaño. Es verdad sólo
en lo referente a su diám etro; pero sus axones pueden ser de varios
pies de longitud; por ejem plo, desde el cerebro hasta el fin de la
medula espinal, o desde ésta hasta los pies. Lo que llam amos corrien ­
temente nervios son en realidad m anojos de axones unidos entre si
por tejido conjuntivo, com o los cordones de un cable. Se ha calcu ­
lado que se pueden encontrar unos cuatro m illones de axones en la
estructura de un solo nervio.
La neurona tiene propiedades m uy interesantes. Primeramente, es
en extremo excitable; de hecho, el protoplasm a más excitable que exis­
te. Así, un estím ulo m uy pequeño puede hacerle moverse. Cuando la in ­
tensidad del estím ulo es capaz de poner en actividad la energía celu -

1 Se discute si la sinapsis es una unión realmente física entre las neuro­


nas o es sólo de tipo funcional. De cualquier modo, los hechos nos mues­
tran: primero, que el paso de una corriente nerviosa a través de una sinap­
sis lleva más tiempo que su conducción por una neurona, lo que indica que
actúa de amortiguador; segundo, que la sinapsis está más expuesta a las
sustancias venenosas que la neurona; en tercer lugar, que corrientemente
un impulso nervioso pasa por .la sinapsis solamente en una dirección:
hacia dentro, por el axón, y hacia afuera, por las dendritas, haciendo asi
la función sináptica comparable a la de las válvulas cardíacas; en cuarto
lugar, se previene que se extienda la degeneración de una neurona a las
que están vecinas a ella mediante la resistencia de la sinapsis.
126 Base orgánica de la conciencia

lar, la consideram os com o un umbral. Al aumentarla observamos una


m ayor respuesta por parte de la célula. Pero se llega finalmente a
un grado de intensidad, más allá del cual no se aprecia ninguna di­
feren cia en el m odo de reaccionar. En este caso hem os llegado a lo
que se conoce técnicam ente com o el punto de saturación. Además,
la neurona es capaz de conducir impulsos a través de todo el siste­
m a : desde las dendritas al cuerpo celular y de allí al axón. Como la
corriente va siempre en esa dirección, no hay m ovim iento de reflujo
en su actividad. Además, una vez que la corriente se ha puesto en
m archa m ediante la aplicación de un estímulo, excita a la célula ner­
viosa todo a lo largo de ella. P or últim o, la neurona puede conducir
impulsos a otra neurona. La transm isión se efectúa en la sinapsis.
Cada neurona, por lo tanto, es una unidad de conducción, y las vias
nerviosas están hechas de varias de estas unidades. Por m edio de esta
disposición los im pulsos siguen sus propias huellas. La verdadera na­
turaleza de la corriente nerviosa es, sin embargo, desconocida. Des­
pliega ciertas cualidades de tipo m agnético, pero su velocidad, de unos
cien m etros por segundo en el hom bre, no se puede com parar de nin­
gún m odo con la de la corriente eléctrica. Se cree que el impulso ner­
vioso se transm ite de m odo ondulante más que de continuo, para que
en los intervalos la célula pueda reparar lo que ha gastado en la
liberación de energía 2.
Existen dos grandes divisiones en el sistema nervioso del hombre,
en relación con sus necesidades com o anim al y com o planta: pri­
mero, el sistema nervioso cerebrospinal, que controla sus actos sen­
sibles, y el sistema nervioso autónom o o vegetativo, que regula sus
funciones vegetativas.

2. EL SISTEMA NERVIOSO CEREBROSPINAL.— El sistema ner­


vioso cerebrospinal posee un área central y otra periférica. La pri­
m era abarca el encéfalo, la medula oblonga y la medula espinal. La
segunda conecta este eje central con las áreas periféricas del cuerpo,
p or m edio de doce pares de nervios craneales y treinta y un pares
de nervios espinales, o raquídeos.
El cerebro, por supuesto, es la parte más im portante del sistema
nervioso para la vida consciente. Consta del cerebrum , o cerebro m a­
yor, y cerebellum , o cerebro m enor. La capa externa de materia gris
que se encuentra en ambas estructuras es el cortex, o corteza. Hasta
donde sabemos, solam ente el co rtex del cerebrum está asociado a
nuestros actos conscientes. No mide más de un octavo de pulgada de
grosor, pero está com puesto de billones de células dispuestas en un
m odelo muy bien delineado y unidas por fibras de asociación. Un
m apa del cerebro hum ano, que mostrase estas innumerables lineas
de com unicación, estaría más entrecruzado que un diagrama de to-

2 C a rm ich a e l, L.: The Response Mechanism. Psychology. A Factual Text­


book, Editado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1935. c. 2. Lickley,
J, D.: The nervous System. London. Longmans. Green. 2.a ed.. 1931. c 3.
M o r g a n . C. T . : The Response Mechanism. Foundations of Psychology. E ^ -
tado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1&48, c. 2.
S. N. cerebrospinal 127

dos los servicios telefónicos de Norteamérica. Esta es la materia, tan


finam ente trabajada y equilibrada, que actúa com o base orgánica de
la mente. Sin ella, no tendríam os ni sensaciones ni imágenes, y puesto
que éstas, según S a n t o T o m á s , son las precursoras del pensam iento,
sin ella n o podríam os adquirir hábitos de ciencia y de sabiduría.

Fig. 3.—Sección del sistema


Fia. 2.—Neurona tiplea. nervioso ceretnospinal

Es fá cil ver, pues, por qué los científicos han dedicado tanto tiem ­
po al estudio del cerebro. Hace unos cien años, o más, F i e r r e F l o u -
r e n s publicó algunos descubrim ientos suyos sobre esto y extrajo de
ellos dos conclusiones: la primera, que la corteza cerebral es capaz
de trabajar com o un todo para el bien del organismo, y la segunda,
que, dentro de esta esfera total de actividad, ciertas áreas de la co r­
teza se separan para ejecutar funciones distintas. Otros descubri­
mientos más recientes, com o los de Henhy H e a d y K a r l L a s h l e y ,
confirman lo sostenido por F l o u r e n s 3.
El resultado más interesante de todo este trabajo es, seguramente,
la asociación de nuestros actos conscientes con regiones específicas
de la corteza. El asignar una localización para uno u otro tipo de
experiencia, sin embargo, no es una labor de adivinanza. Por el co n ­
trario, es el fruto de una gran pericia en el trabajo; seccionar el
cerebro después de haber sido atacado por la enferm edad, extirpar
partes de la corteza de anim ales vivos, estimular áreas que h an que-

a F l o u r en s , M., J. P.: Recherches experimentales sur les propriétés et les


fonctions du système nerveux dans les animaux vertébrés. Paris. Acadcmie
dî Sei?ne3s, 1824.
T îeid , h , a n d H o lm e s , G., a r t í c u lo s en Brain, espacialmente 1911-12.
L\ sh i -e y . K. S.: Brain Mechanisms and Intelligence. Chicago. University
of Chicago Press, 1929.
128 Base orgánica de la conciencia

dado al descubierto por accidente, seguir la via de los nervios, hacer


estudios com parativos sobre el tam año cerebral en los distintos ani­
males. De todas estas fuentes la evidencia nos muestra ampliamente
que parte de los lóbulos occipitales sirven de base a la vista; que los
lóbulos tem porales están relacionados con la audición; que una parte
del lóbulo frontal, llam ada centro de B r o c a , es el área m otora del
len gu a je; que otra parte del m ism o lóbulo, llam ada centro de W e r ­
n i c k e , es el área auditiva del lenguaje, y que, finalmente, el lóbulo
parietal, por delante de la fisura de R o l a n d o , se relaciona con el
m ovim iento co rp o ra l4.

3. EL SISTEMA NERVIOSO AUTONOMO.— El sistema nervioso


autónom o tiene una regulación propia, com o su nombre indica. Sin
em bargo, se halla colocado a lo largo del eje central del sistema ce­
rebrospinal, con el que está estrecham ente conectado. Es una pre­
visión de las dem andas del cuerpo que nos hacen perder materia cons­
tantem ente. Debemos com er para poder vivir, por lo que tenem os que
ingerir alim ento, digerirlo y hacerlo pasar por las células de las que
se com ponen los tejidos y los órganos del cuerpo. Mientras se está
ejecutando esto, los pulm ones deben ser llenados de aire, el corazón
debe continuar latiendo, los productos de desecho deben eliminarse,
de m odo que podam os continuar viviendo, crecer, y luego en la ma­
durez, reproducirnos. La mayoría de las personas se olvidarían de
atender a sus necesidades físicas o, m ientras se ocupaban de una
cosa, abandonarían la otra. La madre naturaleza muy sabiamente,
pues, nos ha librado de esta ocupación y la ha puesto a cargo del sis­
tem a nervioso autóm ono: una disposición especial de ganglios o cen­
tros nerviosos con fibras que van a todas partes del cuerpo. El secreto
del sistema autónom o es su poder para regular la actividad natural
de los músculos y glándulas. El eorazón, por ejem plo, tiene una form a
de latir, pero tiene que variar la velocidad de los latidos en algunas
circunstancias. Esto mismo sucede con los demás órganos. Algunas
veces hay que apresurar su funcionam iento debido a las demandas
del m om ento, otras hay que hacerlo más lento. El sistema autónom o
hace siempre lo que es necesario en. cada situación—y está siempre
pendiente, diríamos, del bien de la totalidad del organism o— . Ade­
más ejecuta sus funciones sin que la conciencia se percate de ello,
siendo esto, aunque parezca extraño, más una ventaja que un in con ­
veniente. De todo esto debem os estar, pues, agradecidos: primero, por­
que nunca podríam os m anejar nuestras vidas vegetativas tan bien
com o el sistema nervioso autónom o, y segundo, porque sin esa carga

* Existe abundante literatura sobre la anatomía y la fisiología del cerebro.


Como obras recientes, citamos las siguientes: L a s l e t t , P. (editor): The Phy­
sical Basis of Mind. N. Y. Macmillan, 1950.
L in d w o r s e y , J. S. J .: Experimental Psychology. Trad, por H . R . de S il v a .
N, Y. Macmillan, 1931, pp. 210-15.
Morgan, C. T„ y Stellar, E.: Physiological Psychology. N. Y. McGraw-Hill,
3.» edición, 1950, c. 3.
P e n f ie l d , W. y R a s m u s s e n , T.: The Cerebral Cortex of Man. N. Y. M a c ­
m illa n , 1951.
Concepto de reflejo 129

en nuestra mente, podem os dedicar nuestras energías con más p ro ­


vecho a cultivar nuestras facultades superiores.
El sistema nervioso autónom o está situado a ambos lados del eje
central del cuerpo. Se extiende desde la base del cerebro hasta el
final de la colum na vertebral. Los nervios que salen de su parte su­
perior y de su parte inferior se llam an craneales y sacros, respectiva­
mente, y form an el sistem a parasim pático. Los que provienen de la
parte central son los toracolum bares y form an el sistem a sim pático.
Los órganos de m usculatura lisa y glándulas poseen nervios de am ­
bos sistemas, y puesto que la acción del sim pático es antagónica a la
del parasim pático, esto perm ite lograr efectos opuestos en la misma
glándula u órgano. Así, la corriente proveniente de un nervio acelera
la acción, y la del otro, la retrasa. Los efectos del sim pático son ge­
nerales y difusos. Com o C a n n o n señala, son com o la acción del pedal
sobre el piano, que libera todo el teclado y nos perm ite oír todas las
notas. La del parasim pático, en cam bio, es com parable al sonido de
las claves separadas, cuando no em pleam os el pedal®.

Parte II.— Funciones de! sistema nervioso

1. CONCEPTO DE REFLEJO.— Desde un punto de vista teórico,


la unidad de acción del sistema nervioso estaría form ada por dos
células nerviosas solam ente: una neurona aferente, que conduce el
impulso desde el estímulo, y otra neurona eferente, que lo lleva al
área m otora. En la práctica, sin embargo, las cosas n o son tan sim ­
ples, por lo m enos en el hom bre o en los animales superiores. Cada
célula aferente está unida con varias células eferentes, y a menudo,
con cierto núm ero de células de conexión que se hallan en la médula.
Es posible, sin em bargo, que una corriente nerviosa que com ienza
en el exterior, digam os en la superficie de la piel, siga su curso sin
llegar a la corteza cerebral. Esto sucede en el anim al espinal cuya
médula espinal se ha desconectado del cerebro. Así, cuando se le es­
timula m ediante una gota de ácido aplicada a un costado del cuerpo,
responde con un claro m ovim iento de rascarse. Esto es un reflejo
simple, y nos muestra cóm o m ovim ientos que corrientem ente son
conscientes pueden a veces se ejecutados sin el concurso de nuestra
conciencia.
W a l t e r H ü n t e r define el reflejo com o «un m odo de respuesta here­
dado, controlado por el sistema nervioso* fi. Esto im plica tres cosas:
primero, un estím ulo que es aplicado fuera del sistema nervioso cen ­
tral; segundo, un m ecanism o nervioso en el que se in cluye: a) un
receptor, cuya tarea es recoger el efecto producido por el estím ulo;
b) un m ediador perteneciente al sistema nervioso central y com puesto
por una célula aferente, célula de conexión y una célula eferente, y
c) un efector que incluye una fibra nerviosa y el músculo o glándula
s C n n o n , W . B.: The Wisdom. of the Body. N. Y . Norton, 1932, pp. 230-48.
6 H ü n te r , W . S . : Human Behavior. C h ic a g o . U n iv e r s it y o f C h ic a g o P r e s s ,
•edición r e v is a d a , 1928, p. 175.
BRENNAN, 9
130 Base orgánica de la conciencia

a la que se halla u n id a ; tercero, una respuesta que es la contestación


del sistema nervioso al estimulo. Todo este proceso, de principio a
fin, es innato e involuntario 7.

2 . CARACTERISTICAS DEL REFLEJO.— C h a r l e s S h e r r i n g t o n hizo


unos trabajos clásicos sobre el reflejo em pleando com o sujeto al ani­
mal espinal. Entre las cosas que descubrió, estaba el periodo refracta­
rio, durante el cual el reflejo no puede ser despertado a causa de que
la corriente nerviosa está bloqueada en las sinapsis y sólo puede
atravesarlas en intervalos rítm icos y regulares. Esto nos beneficia, ya
que los estímulos pequeños que constantem ente actúan sobre la su­
perficie del cuerpo son así detenidos y no pueden provocar respuestas
reflejas. Pero a veces sucede que dos o más estímulos débiles unen sus
fuerzas y dan origen al flujo nervioso. Este fenóm eno se conoce con
el nom bre de adición o sumación.
S h e r r i n g t o n descubrió tam bién el período de latericia, que trans­
curre entre la aplicación del estímulo y la aparición de la respuesta.
Sabemos lo rápida que es la corriente nerviosa. Conocemos también
la longitud del arco en que se mueve. Sin em bargo, el cálculo basado
en estos datos es siempre m enor que el tiem po que tarda en realidad
en aparecer la respuesta. ¿Cóm o podem os explicar esta diferencia?
Añadiendo el efecto am ortiguador de la sinapsis. Además, si vamos
aum entando gradualm ente la intensidad de un estímulo, los impulsos
ocupan nuevas vias motoras. Esta característica se conoce con el nom ­
bre de irradiación.
Por últim o, S h e r r i n g t o n se dio cuenta que los reflejos unas veces se
facilitan y otras se oponen los unos a los otros. En el caso del bloqueo,
sin em bargo, el efecto no siempre proviene de otros reflejos, porque la
corteza cerebral es tam bién capaz de frenar a los centros nerviosos
inferiores, Pero un buen ejem plo de inhibición que no tiene nada que
ver con el cerebro o con el control consciente, es el reflejo de privile­
gio de paso. Está en relación con la seguridad, por lo que los reflejos
protectores están por encim a de todos los demás. Así, volviendo al ani­
mal espinal de S h e r r i n g t o n , el reflejo postural siempre tiene prioridad
sobre el reflejo de rascam iento, si em pujam os al perro al mismo tiem ­
po que le hacem os cosquillas 8.

3. REFLEJOS SIMPLES.— La m anera más fácil de conocer las


funciones del sistema nervioso es estudiarlas en el plano vegetativo.
Veamos asi varios sistemas del organismo. Entre los más primitivos
reflejos del ser hum ano están los relacionados con el sistema circu­
latorio. Aunque el corazón se mueve por si mismo, su acción debe ser
arm onizada con las necesidades m ontáneas del cuerpo. Si estamos en
reposo, debe tener un cierto ritm o; si está b a jo los efectos de una

7C armichael, L.: The Response Mechanism. Introduction to Psychology.


Edit, por Boring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1939, pp. 223-29.
8 Sherrington, C. S.: The Integrative Action of the Nervous System.
New Haven. Yale University Press, 1906, pp. 45-65, 120-28; ver también
Hunter, W. S.: Op, cit., pp. 175-82.
Reflejo condicionado 131

o tiene un gasto m ayor de energía el organism o, entonces


e m o c ió n
el corazón debe acelerar sus m ovim ientos. Esto se lleva a cabo m e­
diante una serie de reflejos cardíacos. Del mism o m odo, el sistema
nervioso está a cargo de la regulación de la presión sanguínea con tra ­
yendo o relajando los vasos.
De gran im portancia son, también, los reflejos del sistem a respi­
ratorio. Aquí puede ser llevado a actuar todo el sistema, com o en el
caso de la respiración norm al, con sus fases de inspiración y de espi­
ración de aire; o solamente partes de él, com o en el caso del estor­
nudo, la risa, el llanto, la tos o el bostezo. Entre estas form as de
conducta, y los reflejos del sistem a digestivo, están el de olfatear
el alim ento y otras cosas olorosas, y el de chupar, que se produce al
poner en con tacto los labios o la lengua con un objeto firme.
En el sistem a digestivo hay un gran núm ero de actividades refle­
jas, tales com o la deglución y el vóm ito, la secreción de saliva, la
contracción rítm ica de las paredes del estóm ago y la abertura y
cierre de los esfínteres al paso del alim ento, la secreción de jugos
gástricos y el m ovim iento ondulante del intestino delgado, llam ado
peristalsis, que im pide que los alim entos se detengan. Esta misma
clase de m ovim iento aparece tam bién en el intestino grueso y ter­
mina con la defecación. Entre los principales reflejos del sistem a
excretorio están los m ovim ientos de la vejiga y del uréter en el a cto
de orinar. Por últim o, debem os señalar los reflejos del sistem a repro­
ductor, que com prenden una serie de actos que producen la tum es­
cencia de los órganos de la generación, así com o m ovim ientos rítm i­
cos de los vasos deferentes, de la vagina y otras partes del sistema,
con sus consiguientes descargas; añadiremos tam bién los m ovim ien­
tos naturales del parto, que hasta cierto punto son de naturaleza
refleja. Los actos que he m encionado n o agotan en m odo alguno la
lista de reflejos. Quizá para que tuviésemos una idea más aproxim ada
del trabajo que se ejecuta en el plano vegetativo tendríam os que aña­
dir que todos los m úsculos del cuerpo que no están b a jo el control
de la voluntad, además de todas nuestras glándulas, tales com o las
de la sudoración, el tiroides, las suprarrenales y demás, se hallan b a jo
el control de m ovim ientos re fle jo s9.

4. EL REFLEJO CONDICIONADO.—Los reflejos simples, com o los


que hem os estudiado, son un regalo de la naturaleza. No necesitam os
aprenderlos, ya que empiezan a actuar aun antes del nacim iento,
Pero los psicólogos m odernos, especialm ente los behavioristas, han
hablado m ucho acerca de otro tipo de reflejo que no es innato, sino
que necesita para su cum plim iento de una serie de condiciones- V eá -
moslo m ediante un ejem plo.
Supongam os que la piel es estim ulada con un trozo de hielo al
mismo tiem po que el olor del alim ento hace afluir la saliva a la
boca. Después que estas dos condiciones se presentan unidas rep etl-

9 Tholand, L. T.: The Principies of Psychophysiólogy. N, Y. Van Nostraud,


1932, vol. n i, pp. 322-42.
132 Base orgánica de la conciencia

das veces, vemos que el con tacto con el trozo de hielo produce sali­
vación, aun cuando el alim ento se halle ausente. Tenemos aquí dos
reflejos simples, uno que produce la contracción de los músculos, y otro
la secreción de una glándula, no existiendo entre ellos ninguna co­
nexión original. Pero al estim ular a am bos sim ultáneamente un núm e­
ro considerable de veces, se logra producir entre ellos una form a de
respuesta unitaria. P avlov fue el prim ero que hizo un cuidadoso
estudio de este fenóm eno y lo llam ó reflejo condicionado. Podemos
definirlo, de un m odo académ ico, com o «una respuesta adquirida pro-
producida originalm ente por un estímulo A, pero que ahora es pro­
ducida por otro estim ulo B, que se ha presentado varias veces en el
organism o con el estím ulo A ». Según P avlov, el condicionam iento supo­
ne la participación de la corteza cerebral, puesto que es solamente
en este nivel superior donde pueden form arse nuevas uniones sináp-
ticas entre los arcos de los reflejos simples. Es asi que al hacer este
experim ento con anim ales descerebrados no se produjo el con d icio­
nam iento 10.
El condicionam iento, sin em bargo, es tan antiguo com o el ser h u ­
m ano. Pavlov n o lo descubrió, sino que lo hizo objeto de investigación
con las técnicas precisas de laboratorio. Los niños están todos sujetos
a él, especialm ente en la form ación de hábitos de tipo fisiológico.
Pero tam bién penetra profundam ente hasta el origen de nuestra
conducta em ocional, El prim er relám pago que vim os o el primer
trueno que oím os cuando niños seguramente nos sobresaltó; y nadie
intentó luego m odificar nuestra im presión de que con ello corría peli­
gro nuestra vida. P or esta razón, hasta el dia de hoy, tenem os miedo
cuando sentim os que se aproxim a una tormenta.
Por otra parte, n o es difícil educar a un niño en el tipo correcto
de respuestas, siempre que nos ocupem os lo suficiente de los objetos
que lo afectan em oclonalm ente. En esta prim era etapa de la vida,
el niño es flexible y abierto a toda clase de entrenam iento, lo mismo
bueno qúe malo. El que sea capaz de adquirir malos hábitos y que
éstos puedan ser elim inados si los cogem os a tiem po, nos conduce a
un asunto de gran im portancia, que es el desacondicionam iento y su
valor para el bienestar del niño, que es tan grande com o el del con ­
dicionam iento. Este es un problem a de desaprender lo que no debi­
m os haber aprendido. Podem os aclarar esto con un ejem plo. Un niño
h a sido condicionado para que tem a a un pez que está dentro de
una pecera. Las palabras «que m uerde», «no lo toques» y demás, así
com o gestos de apartarse con la mano, han sido utilizados para
producir la respuesta em ocional. Para que desaparezca el miedo, co lo ­
cam os ahora la pecera, con su pez dentro, en la mesa donde com e
el niño, pero lo suficientem ente lejos com o para que éste se sienta
seguro. Luego, dia por dia, vam os dism inuyendo la distancia hasta
que, finalmente, la pecera puede estar muy próxim a al niño, sin

10 P avlov, I. P.: Lectures on Conditioned Reflexes. Trad. por W. H.


G antt. N. Y. International Publishers. Vol. I, 1928; vol. II, 1941.
G arret, H. E,: Great Experiments in Psychology. N. Y, Appleton Century,
edición revisada, 1941, c. 11.
Bibliografia 133

que ésta le produzca temor. Esto sucede porque ha sufrido un des­


acondicionam iento

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO V ili

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1949, pp. 524-33.

11 L e v in e , A, J.: Current Psychologies. Cambridge, Mass, Sci-Art, 1940,


pp. 31-33.
CAPITULO IX

LA SENSACION

1. CONCEPTO DE LA SENSACION.—Para poder ver un objeto, las


ondas luminosas deben chocar con la retina ocular. El estímulo libera
una corriente nerviosa que llega hasta un área central cortical pasan­
do a través de la vía óptica. El resultado ñnal del proceso es despertar
la actividad de la conciencia. Som os conscientes de la présencia, del
objeto, es decir, experim entam os una sensación visual.
Supongamos que contem plam os una luz verde. La prim era etapa
de la sensación es la acción del estím ulo sobre los conos de la retina.
Esta es la fase física del proceso. Es seguida por una especie de reac­
ción química de la sustancia visual del ojo. Esta es la fase fisiológica.
Por últim o, por m edio de una alquim ia viviente sobre la que no sabe­
mos prácticam ente nada, las corrientes nerviosas del cerebro originan
un estado que nos hace conscientes de la luz. Esta es la fase psicoló­
gica de la sensación; y m ientras que las otras fases eran sólo los
peldaños que nos llevaban a su producción, el hecho de darse cuenta
de la existencia de la luz es el hecho que tiene verdadera Importancia
para nosotros.
A causa de que en la sensación encontram os el principio de toda
la actividad m ental superior, S a n t o T o m á s le dedica especial interés.
Sus descubrim ientos por m edio de la introspección no han sido aún
mejorados, aun cuando la ciencia ha aportado una gran cantidad de
inform ación sobre el estím ulo y los procesos fisiológicos. Es así que yo
no veo m ejor que antes porque sepa que la luz es una energía de tipo
m agnético que viaja a una velocidad de miles de millas por segundo.
Ni toda la erudición fisiológica dei m undo nos aclara cóm o una c o ­
rriente nerviosa no consciente es transform ada en un hecho con s­
ciente. Resum iendo, pues, la sensación es esencialm ente un dato
psicológico, y hasta donde sea posible, debe ser descrita en térm inos
psicológicos.
Partiendo de esto, S a n t o T o m á s hace una distinción entre los ca m ­
bios puram ente físicos y los psicológicos. En el prim er caso, el objeto
que produce el cam bio es recibido, según su m odo natural de existen­
cia, en la cosa que cam bia: tal com o el calor del fuego penetra en el
agua y la calienta. En el segundo caso, el objeto que produce el
cam bio es recibido, según una form a nueva y psicofísica (a fa lta de
otro térm ino m ejor) de existir, en la cosa que se transform a. Ahora
bien: esto es lo que sucede cuando un estímulo actúa sobre uno de
los órganos de los sentidos. De hecho, si el cam bio no fuese de este
136 La sensación

tipo, no habría n i n g u n a razón para decir que las cosas sin vida no ex­
perim entan tam bién sensaciones. Además, el im pacto del estímulo
produce con ocim ien to; y aunque la conciencia de algo sea tan simple
y elem ental que no hallem os una definición adecuada para ella, el c o ­
n ocim iento subsiguiente a la estim ulación nos hace conscientes de
algún objeto. Por último^ puesto que la naturaleza nos ha proporcio­
nado diferentes tipos de órganos sensoriales con el propósito claro de
que recojam os im presiones de diferentes clases de estímulos, la sen­
sación es siempre una form a determ inada de experiencia, que surge
de un determ inado tipo de estímulo. Podem os resumir todo el pen ­
sam iento del D octor Angélico definiendo la sensación com o una op e­
ración vital, que sigue a la estim ulación de un órgano sensorial por
un o b jeto adecuado, y que term ina en conocim iento x.
Examinemos esta definición más detenidam ente. Primero, vemos
que la sensación es conocim iento. Este es el punto más im portante
de todos, porque el conocim iento es un suceso claram ente distinto
entre los m uchos que hem os estudiado sobre las cosas vivientes. Para
expresarlo de un m odo corriente, la sensación es nuestro m odo natural
de ob ten er inform ación, y lo que es más cierto aún, según Santo Tomás,
el órgano sensorial está de algún m odo im pregnado de la form a del
objeto que actúa sobre él. Es precisam ente esta form a la que al ser
recibida en los sentidos y producir un equivalente vivo de sí misma,
nos perm ite conocerla. Así, percibim os el color que vemos, el perfume
que olem os o el sonido que oím os, porque es una reproducción de
estas cualidades m ateriales en el interior de nuestra conciencia. Ade­
más, vemos que la sensación es una operación viviente. No es, pues,
la m era respuesta pasiva de un órgano a un estimulo, com o sucede­
ría en el ejem plo de A ristóteles de la cera que recibe la im presión
de un sello. Por supuesto que es difícil ilustrar un m ovim iento vivo
más que con otro m ovim iento vivo. Podríam os decir que lo mismo que
una ameba rodea una partícula de alim ento y la convierte en parte
de su propio sistema, así la potencia sensorial es despertada de su
estado natural de reposo por el estimulo, se une activam ente a él y
extrae de él una form a por m edio de la cual es capaz de conocer. Este
es el verdadero sentido del ejem plo puesto por Arisóteles, que nos
muestra cóm o una cosa puede imprimirse en otra, y al hacerlo, dejar
en ella su form a. Ahora bien; la sensación es el resultado de la res­
puesta vital de un órgano sensorial a la acción de un estímulo. No
es otra cosa que una actividad vital.
Pero la naturaleza del cam bio producido en el órgano sensorial pol­
la im presión de un estím ulo es aún muy oscura, y S anto T omás mismo
se siente perplejo ante ella. No es enteram ente física, puesto que no
pertenece al cuerpo solam ente, ni es tam poco enteram ente psíquica,
ya que no pertenece al alm a solamente. Es más bien la form a de
cam bio propia de un órgano m aterial cuya fuente de vida sea también
el origen de la conciencia. Por esto me refiero al cam bio com o a algo

1 S. T„ p. I, q. 78, a. 3.
D. V., q. 26, a. 3, r. a. obj. 4.
Análisis de la sensación 137

de tipo psicoíísico, ya que, com o A quino dice, no es ni totalm ente m ate­


rial, ni totalm ente inmaterial, igu al que el hombre mismo, com parte
la naturaleza tanto del cuerpo com o del alma.
Por últim o, vemos que el objeto que provoca la sensación es siem ­
pre el objeto propio del sentido excitado. Así, en el hom bre y los
animales superiores todos los sentidos no hacen el mismo tipo de
trabajo. Están especializados para sus respectivas tareas y uno no
puede llevar a cabo la labor del otro. El ojo, por ejem plo, está con s­
truido naturalm ente para la recepción de la luz, no para la del sonido.
Del mismo m odo, el resto de los sentidos poseen su propio cam po d e
acción, desde donde envian sus inform es al cuartel general. Un
objeto adecuado es, pues, el que p or su naturaleza propia despierta
una form a determ inada de sensación. Pero, tal com o dijim os hace
un m om ento, el órgano sensorial está h ech o de tal m anera que n or­
malmente no responde a la acción de un estímulo que no sea el que
le corresponde en propiedad.

2. ANALISIS DE LA SENSACION.—En la experiencia corriente, lo


que acontece en la conciencia es siempre un proceso unificado. Un
hecho se relaciona con otro del mismo m odo que una piedra se rela­
ciona con la piedra próxim a a ella en un edificio terminado. No hay
nada que quede sobrando o sin relación con la estructura total. Ni
hallamos tam poco brechas ni paredes desnudas. T odo es de una pieza,
por así decir, un proceso dando lugar a otro sin ninguna interrup­
ción ostensible. Esto supone que nuestras sensaciones no tienen exis­
tencia si se las separa del contenido total de la conciencia. O, para
decirlo más concretam ente, no existen cosas tales com o sensaciones
simples y sin relacionar. ¿Por qué? Porque com o sensaciones aisladas
carecerían de im portancia, ya que su razón de ser es preparar el ca ­
mino para las percepciones dentro de las que adquieren sentido y
tienen valor para la m ente. Como S a n t o T o m á s dice una y otra vez:
el conocim iento empieza en los sentidos; pero su perfección está m ás
allá de la mera sensación 2.
Aunque aceptando la im portancia de la sensación, debemos, sin
embargo, precavernos de dos tipos extremos de opinión: el prim ero,
de que la sensación es una form a perfecta de conocim iento, y aun la
única form a de conocim iento que el hom bre y el anim al son capaces
de adquirir, y el segundo, de que la sensación es sólo el preludio del
conocim iento, y un asunto puram ente fisiológico sin relación alguna
con la conciencia. Ambos puntos de vista están reñidos con la d o c­
trina de A quíno, com o puede deducirse de sus precisas afirm aciones
al respecto: prim ero, que ningún sentido está capacitado para la
com prensión de relaciones abstractas y el hom bre posee ciertam ente
esta form a de con ocim ien to; en segundo lugar, que los sentidos ex­
ternos no son sólo base de con tacto con el m undo exterior, sino tam ­
bién fuentes de experiencia, y con toda seguridad el anim al posee
esta form a de conocim iento 3,
a S. T„ p. I, q. 84, a. 6 .
s S anto T om ás a ñ r m a (S . T ,, p . I, q. 78, a, 3 ): « S e r c o n s c i e n t e d e l a n a -
138 La sensación

Más aún, com o nos revela la introspección, la sensación es la


form a más simple de conocim iento de que somos capaces; y desde
este punto de vista T it c h e n e h estaba en lo cierto al decir que es el
elem ento de la conciencia. No es posible reducirla a nada mediante
el análisis. P or debajo de ella en la escala de los seres vivos se halla
el plano vegetativo. Los tropism os de las plantas son a veces tan par­
ticulares que hasta podría parecem os que existia en ellas cierta fo r­
m a de conciencia. Pero, puesto que las plantas carecen de sistema
nervioso y, por lo tanto, de base para el conocim iento, no hay ninguna
razón para decir que son conscientes o capaces de tener sensaciones.
Ahora bien : además de la característica de ser conscientes, que es
un dato prim ario, ¿qué otras propiedades generales poseen las sen­
saciones? Se suele hablar de tres: calidad, intensidad y duración ■*,

3. CUALIDAD DE L a SENSACION.—La cualidad es el atributo


que define a la sensación, diferenciándola de las demás, com o, por
ejem plo, la experiencia de un color rojo, de un tono musical, de un
perfum e, de una superficie suave, etc. Este aspecto cualitativo es
debido, en parte, a la naturaleza del estímulo, y, en parte, a la estruc­
tura del órgano sensorial estimulado. Es así que distinguimos un color
de un sonido, prim eram ente, porque las ondas luminosas son física­
m ente diferentes de las ondas sonoras, y, en segundo lugar, porque
la estructura del o jo es distinta a la del oído, y además, cada uno
posee en el cerebro un centro nervioso distinto, en el cual termina.
Pero ¿no es cierto que la corriente nerviosa es siempre idéntica,
no im porta de dónde provenga, y qué vía siga? Y si esto es así, ¿por
qué la sensación de color es distinta a la de sonido o el olor es di­
ferente al tacto? Según la teoría de la energía nerviosa específica de
J o h a n n e s M ü l l e r , la causa principal es que la corriente nerviosa tiene
distintas estaciones term inales en el cerebro. Prácticam ente viene a
ser com o si considerásem os com o una unidad, diferente a otras, el
con ju n to de órganos sensoriales, vías, y centro nervioso, y adm itié­
semos que era capaz de producir sus propios efectos. Para explicar
esto con más claridad, veam os un ejem plo de la física, en el que
una misma corriente eléctrica puede hacer sonar un timbre, iluminar

turaleza de las cualidades sensibles no es tarea de los sentidos, sino del


intelecto.» El acento aquí está puesto en la palabra naturaleza. Luego, mien­
tras los sentidos son capaces de conocer las cualidades de los objetos sen­
soriales, no lo son así para captar la esencia de dichas cualidades. Reco­
nocen un color rojo, por ejemplo, pero no aprecian el significado del rojo
como tal. Aqeino continúa: «el sentido es una potencia pasiva que se mo­
difica naturalmente por la acción de un objeto externo sensible. Por lo
tanto, es la causa exterior de este cambio lo que es captado de inmediato
por el sentido». Esto quiere decir que nuestros sentidos se dan cuenta de
un modo directo del impacto de un estímulo exterior sobre ellos, de lo que
se deduce que en la sensación hay conciencia y, por lo tanto, conocimiento
en las potencias sensoriales externas.
* B oring, E. G.: Sensatíon. Introduction to Psychology. Editado por Be­
ring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1939. c. 16.
Smith Stevkns, S.: Sensation and Psychólogical Measurement. Foundation
of Psychology. Editado por la anterior, 1948, c. 11.
Intensidad, de la sensación 139

una lám para o dar calor por m edio de una estufa, dependiendo cada
caso del aparato a través del cual se hace pasar. Pero el estím ulo
también debe ser reconocido com o un factor especiñcador de la sen­
s a c i ó n , M ü l l e r cree que la clave del misterio se halla en los centros
corticales e insiste en que, si pudiésemos liberar las vías óptica y
auditiva de su presente relación anatóm ica con el cerebro, e inter­
cambiar sus centros respectivos, entonces veríamos el trueno y oiría­
mos el relámpago. De un m odo u otro, lo cierto es que el color tiene
un efecto sobre la con cien cia que n o es igual al del son ido; y lo m is­
mo sucede con el resto de las diferencias cualitativas de nuestras
sensaciones 5.

4. INTENSIDAD DE LA SENSACION.—La intensidad es el atri­


buto que sitúa a una determ inada experiencia sensorial en una e s­
cala que va de m ayor a m enor, o viceversa. Por m edio de ella somos
capaces de decir si una sensación es más fuerte o más débil, más
viva o más apagada que otra. Las diferencias, una vez más, se expli­
can, ya sea por la fuerza que ejerce el estímulo, o por las variaciones
en la cantidad de energía que se producen en las vías nerviosas. Es­
tos cam bios pueden ser debidos, a su vez, a la irradiación de los
impulsos por m uchas fibras nerviosas o a’ m uchos impulsos en la
misma fibra, o a am bas razones. Pero cualesquiera que sean las razo­
nes que demos, lo m ism o físicas que fisiológicas, la conciencia regis­
tra el hecho de la diferente intensidad de las sensaciones. La llam ada
ley de W e b e r - F e c h n e r es un intento de explicar la relación entre un
estímulo y los cam bios cuantitavos que le siguen en la sensación.
Afirma que «un aum ento relativam ente igual de estímulo produce un
aumento absolutam ente igual en la intensidad de la sensación». Por
ejem plo, si se introduce una bujía en una habitación oscura, nos d a­
mos cuenta de la intensidad de la sensación. Si introducim os una
segunda bujía, hay el doble de luz. Ahora bien; un aum ento rela­
tivamente igual al estím ulo significaría que cada vez que la estim u­
lación se intensificase habría doble cantidad de luz de la que había:
1, 2, 4, 8 , 16 bujías, y así sucesivamente. Pero m ientras el estím ulo
aumenta en progresión geom étrica, la intensidad de la sensación lo
hace en progresión aritm ética: 1, 2, 3, 4, 5 grados, y así sucesiva­
mente. La investigación reciente nos muestra que la ley de Webeh-
F echster es cierta de un m odo aproxim ado— excepto para los estím u­
los muy débiles o muy intensos— , en todos los cam pos sensoriales,
menos para el gusto y el olfato. Su significación psicológica vendría
a ser que nos es más fá cil percibir las diferencias de intensidad entre
una sensación y otra cuando el estím ulo es suave y que esta d ife ­
rencia de m atices desaparece si el estímulo se hace muy intenso.
Volviendo al ejem plo anterior: el aum ento percibido por la con cien ­

s Para una discusión sumarla de la teoría de la energía nerviosa espe­


cifica de J ohannes Müller, ver: De la V aissif.ee, J., S. J.: Elements of Ex­
perimental Psychology. Trad, por S. A. R aemers. St. Louis, Herder, 2.* edi­
ción, 1927, pp. 60-62. También: G arret, H. E.: Great Experiments in Psycho­
logy. N. Y. Appleton Century, edición revisada, 1941, c. 15.
140 La sensación

cia al aparecer la segunda bujía es muy notorio, pero la introducción,


de la bujía núm ero 17, cuando ya hay 16 dando luz, producirá un
efecto apenas perceptible para nosotros.

5. DURACION DE LA SENSACION.— La duración es el atributo


que da a la sensación su carácter temporal. Es la expresión del tiempo
que dura la sensación. No nos referim os aquí a la unión de una serie
de estímulos]'en un todo perceptivo, com o una serie de sonidos, p or
ejem plo, form an un con ju n to m elódico o can ción; ese tipo de expe­
riencia pertenece a una potencia más perfecta que los órganos sen­
soriales, com o verem os en las lecciones siguientes, A lo que nos refe­
rimos aquí, más bien, es solam ente a la continuidad de la sensación
que se debe al h ech o de que el estím ulo sigue haciendo im pacto so­
bre el órgano sensorial, sin interrupción. Podríam os considerar en
l a duraciónj com o hizo T i t c h e n e r , los térm inos de ascenso, equilibrio1
y descenso de los procesos nerviosos. Sin la acción persistente de d i­
chos procesos, la sensación desaparecería de la conciencia casi inm e­
diatam ente. TJn problem a de interés es el relacionado con los es­
tímulos sucesivos. Un estím ulo puede aparecer a intervalos, pero
cuando éstos se hacen muy pequeños, ya no pueden ser registrados
en la conciencia. Por ejem plo, la experim entación nos prueba que si
las ondas luminosas ch ocan contra la retina con una frecuencia m a­
yor de cin co por segundo, ya no pueden ser vistas separadamente,,
sino que producen una sensación visual ininterrumpida.

6. EL OBJETO EN LA CONCIENCIA.— Como ya hem os observado,


la serie de acontecim ientos que tienen lugar entre la aplicación de
estím ulo y la respuesta de la conciencia, es algo que ignoramos, Pero
probablem ente se nos haría más fá cil captar estos factores si los
im agináram os com o una serie de etapas que van desde el estímulo
a la con cien cia: prim ero, la acción del am biente o la actividad del
estímulo hasta ponerse en con tacto con el órgano sensorial, luego la
serie de cam bios que ocurren en el sistema nervioso cuando los im ­
pulsos producidos van desde su origen hasta el área cerebral corres­
pondiente, a continuación, la configuración de estos impulsos en la
corteza antes de aparecer en la conciencia, y finalmente, la sensa­
ción. Esto, sin em bargo, no nos hace penetrar el misterio que separa
al ^estímulo de la sensación, pero es todo lo que podem os decir 6.
Lo que tenem os que recordar, com o observa Santo T omás, es que
la sensación es una form a de conocim iento. Es debida al poder de
separar las form as de los objetos de su materia, o sea, de dejar
atrás a la materia, por así decir, y dar a la form a un nuevo ser p sico-
físico. El acento puesto en la form a y su separación de la materia,,
es muy im portante, ya que para Aquino es el secreto de todo el pro­
ceso cognoscitivo. Esto nos sugiere de inm ediato otro punto. El Doctor
Angélico nunca utiliza el térm ino estímulo al referirse al problema
de la sensación. Para él, es siempre un objeto. Y y o diría que la d i-

* A d r ia n , E. D. : The Basis of Sensation. N. Y. Norton, 1928, pp. 118-20.


Bibliografía 14.1

ferencia que hay entre estos dos térm inos es la misma que existe
entre el punto de vista m edieval y m oderno del conocim iento. Un
estímulo es, pues, un acicate para la acción fisiológica com o una es­
puela lo es para un caballo. Un ob jeto es un reto, un insulto que se
lanza a la cara de un hom bre. Un estímulo termina de actuar cuando
origina la corriente nerviosa. Un objeto no ha hecho su labor com o
objeto si no logra penetrar el interior de nuestra conciencia. El es­
tím ulo es el asistente del objeto, por m edio del cual le es posible
entrar en la vía que la naturaleza ha establecido com o entrada al
recinto del conocim iento. La página impresa que en foco en este m o ­
mento es el objeto de m i visión, pero llega hasta mis ojos y hasta mi
con cien cia sólo a través de la luz que es el estímulo de m i vista.
A q u in o agrupa nuestras sensaciones bajo cinco epígrafes en los
que cada uno trata de algún aspecto especial del universo en que v i­
vimos, Un grupo, que abarca una gran extensión de experiencias, las
referentes a nuestras sensaciones corporales, es el de la som estesia,
o tacto. Los otros están relacionados con los objetos que ingresan en
la conciencia por las rutas del olfato, el gusto, el oído y la vista. Nos
ocuparem os de cada grupo en el orden m encionado.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO IX

A d r ia n , E, D.: The Basis of Sensation. New York, Norton, 1928, Caps, 5-6.
A quino , S. T o m á s : Suma Teologica. P a r t e I, c u e s t ió n 78, a r t. 2.
A ristóteles: De anima. Libro II, Caps. 5-12.
B r e n n a n , R. E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941.
pp. 111-112, ed, esp., Morata, Madrid, 1960.
G arrett, H. E.: Great Experiments of Psychology. New York, Appleton-
Century, ed. rev., 1941, Cap, 15.
M äher , M., S. J. : Psychology. London, Longmans, Green, 9.* ed., 1926, Lib, I,
Cap. 4.
S t e v e n s , A . S .: Sensation and Psychological Measurement. Foundations of
Psychology. Editado por Boring, Langfeld y Weld, New York, Holt, 1948,
Cap. 11.
W arren, H. C., y Carmichael, L,: Elements of Human Psychology. Boston,
Hougthon Mifflin, ed. rev., 1930, pp. 145-48.
CAPITULO X

S O M E S T E S I A

1. LA PIEL.—Las sensaciones provenientes de nuestro cuerpo pue-


ser explicadas en térm inos de presión, dolor, y sensaciones térmicas,
consideradas aisladam ente o en conjunto. Las cualidades sensibles
de las que som os conscientes son las que S anto T omás incluía en el
término de tacto 1, un nom bre genérico del sentido por medio del cual
somos conscientes de la propiedad de nuestro cuerpo y otras cualida­
des del mismo.
La piel nos pone en con tacto inm ediato con las fuerzas m ateriales
de los objetos que nos rodean. Su cara externa está expuesta a la
acción de la luz, del viento, de la hum edad y sequedad, del calor
y del frío y a los variados efectos que un cuerpo ejerce sobre otro.
Su cara interna está en con tacto con los líquidos que bañan y pro­
tegen los órganos del cuerpo. La piel es húm eda, flexible y capaz de
resistir al uso. Su durabilidad es debida al m odo com o está cons­
truida, capa sobre ca pa: prim ero, la epidermis, que es resistente y
córnea; luego la derm is, o piel propiam ente dicha, que es suave, espon­
josa y flexible. Las células que com ponen estas dos capas están siem ­
pre m ultiplicándose.
En las ventanas nasales, la boca, el ano, la uretra y la vagina, la
piel se modifica para form ar las mucosas o m embranas que cubren
las superficies interiores del cuerpo. Por m edio de esta disposición
tenemos espacios en el interior del cuerpo que realmente pertenecen
al exterior de éste, del m ismo que lo que está contenido en estos espa­
cios, el alim ento, en el caso del estóm ago; el aire, en los pulm ones; la
orina, en la vejiga, y el feto, en el seno m aterno, están también,
estrictamente hablando, fuera del cuerpo. La piel es imperm eable a
los gases y al agua, y las mucosas de los pulm ones y del intestino
permiten el paso de éstas y otras sustancias nutritivas libremente.
Las áreas cubiertas por membranas interiores son enormes, por
ejemplo, si la m em brana que tapiza los alvéolos pulm onares fuese
desplegada, m ediría más de cuatrocientos m etros cuadrados. Las su­
perficies digestivas son igualm ente extensas. Por consiguiente, el cuer­
po hum ano presenta el aspecto de un universo cerrado, lim itado de
una parte por la piel y de otra por las mucosas. Por todo el organis­
mo, pero especialm ente en sus superficies externas, encontram os una
gran cantidad de pequeños receptores sensoriales que según su estruc-

1 S. T., p. I, q. 78, a. 3, r. a. obj. 3.


144 Somestesía

tura particular registran los cam bios de presión, dolor y temperatura


& los que está sujeto el cuerpo 2.

2. SENSACIONES TACTILES O DE PRESION.— Si pasamos len­


tam ente sobre la piel un pelo de grosor y longitud adecuados, obser­
vamos la existencia de una serie de puntos donde se percibe la sensa­
ción de con tacto o de presión ligeros. El estimulo necesario para este
tipo de experiencia es cualquier fuerza relativam ente pequeña que
sea capaz de deform ar la piel. Corrientem ente, basta con una pequeña
presión, pero una tracción actúa lo mismo. P or ejem plo, si damos un
ligero tirón a un cabello, se produce la m isma respuesta consciente
que si hubiésem os ejercido presión sobre la piel. Los órganos recepto­
res de estas sensaciones en las regiones pilosas del cuerpo son los
folículos pilosos. En otras regiones se cree que los corpúsculos de

F ig . 4.—Receptores táctiles: A. Folículo piloso.


B. Corpúsculo de Meissner.

M eissner actúan com o receptores, aunque puede haber tam bién otros.
La cualidad de las experiencias táctiles es difícil de describir. Si un
cabello se toca suavemente, o si rozamos con una pluma de ave una
superficie lisa, una débil sensación de cosquilleo aparece, difícil de
localizar. Si se actúa con una fuerza más intensa, hallam os entonces
puntos precisos donde se produce una cualidad de presión sólida.
Cualquier estím ulo interm edio entre estos dos, produce una sensación
de simple contacto, que es al m ism o tiem po distinta, pero débil.
La discrim inación táctil se mide por la distancia m ínim a que
puede haber entre dos puntos de presión en los que se produzcan
sensaciones distintas al ser estim ulados al mismo tiempo. Com pro­
badas de este m odo, E r n e s t W e b e r halló que las áreas más sensibles
del exterior del cuerpo son aquellas que usamos más frecuentem en­
te: las puntas de los dedos, la palm a de la mano, el borde de los labios
y el extremo de la lengua. En algunos tumores craneales y otras

2 C ar re l , A .: Man the Unlcnown. L o n d o n , H a m llt o n , 1935, p p . 64-6 9 .


Sensaciones dolorosos 145

alteraciones del sistema nervioso se pierde en gran parte o desapa­


rece del todo la discrim inación táctil 3.
A ristóteles pensaba que la delicadeza del tacto era un indicio de
in teligen cia4. Com entando esto, S anto T omás nos da dos razones de
esta conexión. Una es que el tacto es nuestro sentido más extenso, de
modo que el que lo tenga m uy refinado tam bién será proporcional-
mente m uy refinado él mismo, y la otra ranzón es que una buena
s e n s i b i l i d a d indica un cuerpo fisiológicam ente sano y bien constitui­
do, y esto estaría de acuerdo con nuestra afirm ación anterior de que
la pérdida de tacto es un síntom a de alteración del sistema n er­
vioso 5.

3. SENSACIONES DOLOROSAS. — Utilicemos ahora una punta


aguda, com o la de una aguja o un alfiler, y presionem os con ella
moderadamente la piel. En ciertas zonas se siente un dolor agudo, que
se diferencia de la sensación táctil en que tiende a provocar algún
tipo de respuesta m otora, especialm ente cuando estamos despreveni­
dos. El estímulo puede ser cualquier objeto capaz de penetrar a través
de la p ie l: una gota de ácido, el borde de un instrum ento afilado, etc.
El experimento nos revela que en el estímulo m ecánico la presión
precede generalm ente al dolor y se fusiona con él. Esto es debido a
la estructura de la piel, cuya capa externa debe ser deform ada antes
de que pueda ser perforada. Los receptores del dolor cutáneo son
term inaciones nerviosas libres situadas en la piel. Se encuentran en
número suficiente para corresponder a los puntos dolorosos que se
han descubierto en la superficie del cuerpo. Nadie ha sido todavía
capaz de dar el núm ero exacto de estos puntos, pero se cree que son
aproximadamente de tres a cuatro millones.
Este núm ero es significativo si lo com param os con el de los puntos
que corresponden a la presión, que es alrededor del m edio millón.
Nos demuestra, entre otras cosas, que la sensación dolorosa tiene un
valor biológico m ucho m ayor que la sensación táctil. La delicadeza
de la respuesta al estímulo doloroso es máxima en la córnea y en el
conducto auditivo externo. Esto se debe a que estos tejidos están
prácticam ente llenos de term inaciones nerviosas de este tipo. En ge­
neral, las sensaciones dolorosas son especialmente finas en las zonas
en que los grandes nervios y vasos sanguíneos m archan cerca de la
superficie de la piel. Nuestro lenguaje es particularm ente rico en la
descripción de la cualidad de las sensaciones dolorosas. La sensación
más leve de este tipo seria el picor, e iría aum entando en el pinchazo
hasta llegar a una clara sensación dolorosa. El paso de un tipo de
dolor a otro sería debido, en parte, a la intensidad de estímulo, y en
parte al lugar de su aplicación. Desde el punto de vista de la actitud
consciente, observamos que la sensación dolorosa puede ser tanto

3 W eb er , E. H .: üeber das Tastsinn, Archiv für Anatomie und Physiolo­


gie, 1835, pp. 152-59-. Ver también G eldard , F. A.: Somesthesis. Foundations
of Psychology. Editado por Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, p. 365.
* De anima, L II, c. 9.
’ C, D. A., I. II, lect. 19.
B R E N N A N , 10
146 Somestesía

agradable com o desagradable. Así vemos que la picazón de una herida


que está cicatrizando, el con tacto de una especia sobre la lengua, o el
dolor que aparece de pronto al m over un diente flojo, pueden ser
agradables para algunas personas. En cam bio, el dolor agudo produ­
cido por el aguijón de una abeja, o una quemadura en la piel son
muy difícilm ente considerados com o sensaciones placentera,s,

4. SENSACIONES TERMICAS.— Si se pasa sobre la superficie del


cuerpo una punta rom a de m etal cuya tem peratura sea unos pocos
grados inferior a la de la piel, ciertas zonas reaccionan con una sen­
sación de frío ; si las m arcam os cuidadosam ente, se repite en ellas la
misma sensación cada vez que son estimuladas. Si aum entam os la
tem peratura del instrum ento, aparecen otros puntos en los que se
produce una sensación de calor. Estas reacciones, sin embargo, no
dependen de ninguna tem peratura absoluta del estímulo, sino más
bien de la relación que hay entre la tem peratura del estímulo y la de
la piel. Así, si un ob jeto causa ia desaparición del calor, es sentido
com o frío, o por el contrarío, si aum enta la tem peratura de la piel, lo
sentim os com o si fuese caliente. Nuestros sentidos térmicos, com o los
táctiles y dolorosos, actúan corrientem ente bajo excitaciones de pe­
queña escala.
El estim ulo para esta clase de sensaciones es un cam bio en la
tem peratura de la piel. Con el fin de hallar un modo uniform e de
registrar la tem peratura, consideram os prim ero a la piel en su estado
de indiferencia a la tem peratura. En esta situación las cosas no se
sienten ni com o calientes ni com o frías. Este sería el cero fisiológico,
y varía de una parte a otra del cuerpo, y aun en la misma zona según
el m om ento. Supongam os que estam os en una habitación que está
a 22° centígrados. El cero fisiológico está próxim o a 37° centígrados
b a jo la lengua, a 35° centígrados en las partes cubiertas del cuerpo,
a 33° centígrados en las m anos y cara y a 26° centígrados en los lóbulos
de las orejas. Estas son cifras aproximadas, pero nos dan una idea de
cóm o varia el cero. Nos perm iten tam bién considerar la relatividad
de los estím ulos: los objetos p or encim a del cero fisiológico producen
sensaciones de calor, y los que están debajo, sensación de frío. Esto
es lo corriente, pero en algunos casos un estímulo con una tem pera­
tura superior al cero nos produce frío. Así, si tenemos nuestra espalda
vuelta hacia el fuego en un día de invierno, podem os sentir un esca­
lofrío a lo largo de la colum na vertebral, porque el calor nos ha
estim ulado de algún m odo los receptores del frío.
Los órganos receptores de la tem peratura nos son aún descono­
cidos, pero se deduce que deben ser term inaciones nerviosas libres de
la piel, a causa de su gran abundancia. Hay pocas variaciones, o nin­
guna, en la cualidad de nuestras sensaciones térm icas; unas y otras
guardan un gran parecido entre sí. Poseen, además, un elem ento dolo­
roso sobreañadido. Los puntos en los cuales se producen sensaciones
térm icas son m uy numerosos y están distribuidos por toda la super­
Sensaciones motoras 147

ficie del cuerpo; para el calor son aproximadamente unos 125,000, y


para el frío, unos 16.000e- 7.

5. SENSACIONES DE MOVIMIENTO.—Las partes del cuerpo rela­


cionadas con la conducta m otora han sido estudiadas muy detenida­
mente por los fisiólogos. Com prenden los músculos, los tendones y las
articulaciones, los cuales proporcionan todos los elem entos necesarios
para el m ovim iento de cualquier clase Que éste sea, desde el gesto de
levantar un dedo, a la más com plicada acrobacia. Los músculos y los
tendones proporcionan la energía necesaria, m ientras que las articu­
laciones actúan de palancas. T oda esta disposición, trabajando en una
gran arm onía, produce una serie de experiencias que llam amos cin es-
tésicas. Este térm ino es griego y significa sensibilidad al m ovim iento,
así com o somestesia es sensibilidad corporal.

A. Músculos.—-Cualquier fuerza capaz de producir la contracción


o la extensión de los músculos puede servir de estímulo para las sen­
saciones musculares, lo m ismo si juntam os los dedos al cerrar la
mano, que si los extendem os al abrirla. Los receptores de este tipo de
sensación que se hallan en todos los músculos voluntarios del cuerpo
son las term inaciones nerviosas libres, le« corpúsculos de F a c i n i y los
husos neurom usculares, que están alojados en el tejido conectivo. Las
respuestas son muy variadas, dependiendo del grado de intensidad de
la estim ulación. Con estímulos débiles, la sensación es de presión
sorda en los m ovim ientos pasivos, y viva si son activos. Con estímulos
de m ayor intensidad se siente un dolor sordo, que se convierte en
agudo si el estím ulo se intensifica o se prolonga.

B. Tendones.—Los tendones dan origen tam bién a sensaciones


cinestésicas, aunque es difícil producirlos independientem ente debido
a la irradiación. Esta sensación se describe más bien com o un esfuer­
zo que al aum entar la intensidad del estímulo da lugar a un dolor
sordo, prim ero, y luego, a un dolor agudo, siendo esta respuesta muy
parecida a la que se producía en el músculo. Cualquier cosa que ofrezca
resistencia a un tendón o que le produzca un m ovim iento de torsión,
actúa de estím ulo para este tipo de sensación. Pero se necesita más
fuerza y menos cam bio de form a que en el caso del músculo. Excepto
donde se unen a los músculos, los tendones están provistos de un

8 H ow ell, W. H. A.: Text-book of Physiology. Phila. Saunders, 12.a edi­


ción, 1933, p. 291.
7 Referencias a las sensaciones cutáneas: Dallenbach, K. M.: Somesthe-
sis. Psychology. A. Factual Text-book. Editado por Boring, Langfeld Weld.
N. Y. Wiley, 1935, pp. 154-73.
G eldard , F. A.: Op. cit., pp. 360-70.
N a fe , J. P.: The Pressure, Pain and Temperature Senses. A. Handbook of
General Experimental Psychology. Edited by C. Murchison. Worcester. Clark
University Press, 1934, pp. 1037-72.
T r o l a n d , L, T .: The Principles of Psychophysiology. N. Y. Van Nostrand,
1930; volumen II, pp. 296-328.
148 Somestesía

pequeño número de receptores, que son las term inaciones nerviosas


libres, los corpúsculos de Paceni y los husos tendinosos.

C. Articulaciones. — Las articulaciones constan de huesos, liga­


m entos, cartílagos y m embranas, unidos íntim am ente, de modo que,
en la práctica, es im posible estim ular estas zonas sin que se exciten
los músculos y los tendones. El estím ulo para las sensaciones articu­
lares es una fuerza que ejerza presión sobre las superficies articulares.
La cualidad de la sensación producida puede ser de presión suave
cuando usamos una articulación que no solem os m over con frecuen­
cia ; por ejem plo, la prim era articulación de los dedos de la mano, o
cualquiera de las de los pies, y puede ser tam bién dolorosa. Los recep­
tores son term inaciones nerviosas libres, o corpúsculos de P a c i n i . Antes
de term inar con el tem a de la cinestesia, debem os señalar que las
sensaciones de m olestia y dolor, tanto de los músculos com o de los
tendones y las articulaciones, pueden ser producidas por estímulos que
proceden del interior del organism o, tales com o toxinas u otro tipo,
de sustancias quím icas que se acum ulan en estas zonas 8.

6. SENSACIONES DE EQUILIBRIO.—Las sensaciones de equilibrio


tienen que ver con la totalidad del cuerpo.
En el reposo, experim entamos una sensación que podríam os llamar
estática, y cuando nos m ovem os, otra distinta a ésta, que llamaremos
dinám ica. En am bos casos som os capaces de resistir a la fuerza de
gravedad, que am enaza con hacerlos perder el equilibrio.
A. Equilibrio está tico.— La estructura que nos permite mantener
este equilibrio reside en el oído interno. Este consta de dos partes: la
sección coclear, que está relacionada con la audición, y la porción
vestibular, que interviene en el equilibrio. Los receptores para el
equilibrio estático se hallan en el epitelio que tapiza el sáculo y el
utrículo, llam ado la màcula. La m ácula está form ada por células en
form a de colum na que poseen unas vellosidades.
Esparcidas entre las vellosidades, se encuentran unas pequeñas
concreciones de carbonato càlcico, parecidas a granos de arena. Como
la fu n ción de la m ácula es perm itim os conocer cuándo se halla el
cuerpo en su posición vertical, que es la más frecuente, es im por­
tante que sea estim ulada adecuadam ente. El estímulo es proporcio­
nado de un m odo indirecto por la fuerza de la gravedad, que actúa
constantem ente, pero de una m anera directa, por el choque de las
partículas de carbonato càlcico sobre las vellosidades. El peso de estas
pledrecillas afecta a las vellosidades, de un m odo, cuando la cabeza
está recta, y de otro, cuando se halla inclinada fuera de la vertical.
Las term inaciones nerviosas que se hallan en la base de las vellosi­
dades, son estimuladas de un m odo diferente según la posición de la

* Rereferencias a las sensaciones de movimiento: D ailenbach, K. M,:


Op, cit., pp. 173-76.
Geldard, P, A. : Op. clt., pp. 370-72.
N afe , J. P. : Op. cit., pp. 1072-73.
T roland, l . T.: Op. cit., pp. 336-47.
Sensaciones de equilibrio 149

cabeza. Las corrientes nerviosas que se originan van a través de la


sección vestibular por m edio del nervio auditivo Hasta su centro en
el cerebro, y m ediante las sensaciones que se producen, somos capaces
de reconocer la posición que tiene nuestro cuerpo en reposo: erguida,
tumbada, reclinada, etc.

F i g . 5.—Laberintomembranoso del oído


interno. La sección vestibular compren­
de el utrículo, el sáculo y los canales
semicirculares.

B. Equilibrio dinám ico.—Para tener una idea clara del equilibrio


cuando el cuerpo está en m ovim iento continuarem os estudiando el
oído in tern o; partiendo del utrículo vem os tres canales sem icirculares
dispuestos de m odo que están situados entre si en ángulo recto. Cada
canal tiene en su extrem o una parte ensanchada llam ada ampolla por
su vaga sem ejanza a un jarro o frasco. En el interior de cada am polla
hay un revestim iento sem ejante al que existía en la mácula, pero que
en este caso denom inam os cresta. La corriente nerviosa es puesta en
acción por medio de la endolinfa, que es un líquido acuoso que circula
libremente a través de los pasajes m em branosos del oído interno, y
cuyo flu jo sigue los m ovim ientos de la cabeza. Como poseemos dos
oídos y dos grupos de canales sem icirculares, si aum enta la presión
en una am polla disminuye en la am polla que corresponde al otro
oído.
Para el equilibrio, cuando el cuerpo está en reposo, basta con la
fuerza de la gravedad ejerciendo su acción sobre las partículas ca l­
cáreas de la m ácula. Cuando el cuerpo está en m ovim iento, sin em bar­
go, es necesario que el flu jo de la endolinfa actúe sobre las term ina­
ciones nerviosas, colocadas en la base de las vellosidades de la cresta.
Se producen corrientes lo mismo que en la viácula, que van p or fibras
nerviosas que conectan con la sección vestibular del nervio auditivo.
Cuando llegan a los centros situados en el cerebro, entonces somos
conscientes del equilibrio, o de la falta de él, de nuestro cuerpo. Una
vez que hem os aprendido a cam inar o a correr, nuestras sensaciones
150 Somestesia

de equilibrio son algo tan corriente que ya no nos percatam os de ellas


siquiera. Pero si sacudim os fuertem ente la cabeza o hacem os girar
nuestro cuerpo p or un rato, percibim os de inm ediato la pérdida del
equilibrio. Este tipo de sensación puede persistir horas después que los
m ovim ientos corporales han cesado. Tratarem os de explicar esto m e­
diante un pequeño experim ento. Si colocam os unos trozos de corcho
sobre la superficie de un recipiente lleno de agua y lo hacem os girar,
las partículas de corch o continuarán girando después que hemos
dejado de m over el recipiente. Del mismo m odo, si movemos enérgi­
cam ente la cabeza de un lado a otro, de adelante atrás o de arriba
abajo, y si continuam os este m ovim iento por un rato, hay siempre un
m ovim iento de líquido en el canal sem icircular correspondiente, que
continúa aún después de que cese el m ovim iento de la cabeza. Por
tanto, m ientras continúa el m ovim iento de la endolinía, las term ina­
ciones nerviosas de la base de Las vellosidades siguen estimulándose.
Además de las sensaciones provenientes de la mácula y la cresta,
otros sentidos tam bién contribuyen a que nos demás cuenta de la
posición del cuerpo. La in form ación que nos viene de la vista, el tacto
y los músculos se añade a la originada en el oído interno. Los bailari­
nes de ballet, los equilibristas y los marineros, no podrían m antener el
equilibrio si dependiesen solam ente de las sensaciones producidas
por el m ovim iento de la endolinfa. En estos casos, la estim ulación de
las vellosidades de la cresta debe ser en algunas ocasiones muy vio­
lenta en com paración con los que experim entan las demás personas.
Esto nos prueba la gran capacidad que posee el hom bre de adaptarse
a nuevas condiciones®.

7. SENSACIONES ORGANICAS.— Nuestras experiencias orgánicas


provienen de la estim ulación de sentidos colocados en los órganos
internos del cuerpo. Los podem os agrupar b a jo estos cin co títulos:
necesidades, satisfacciones, fatiga, malestar y bienestar corporales.
Los tratarem os en el mismo orden que sigue Luigi Lüciani 10.
I. N e c e s i d a d e s c o r p o r a l e s .— Las necesidades corporales dan origen
a un cierto núm ero de sensaciones cuya característica principal es el
elem ento de urgencia que todas ellan poseen, s o n necesidades que
exigen una satisfacción más o m enos inmediata. Hay algunos casos
de m ayor urgencia que otros, pero, en general, actúan sobre la con ­
ciencia de un m odo muy intenso y persistente.

* Referencias a las sensaciones de equilibrio : Dallenbach, K. M. : Op. c it ,


pp. 176-84.
D usser de B erentte , J. G.: The Labyrinthine and, Postural Mechanism.
A. Handbook of General Experimental Psychology. Edited by C. Murchison.
Worcester. Clark University Press, 1934, p., 204-46.
G eldahd, F. A.: Op. cit., pp. 374-78.
Howell, W, H.: Op. cit., c. 21.
N afe , J. P.: Op. cit., pp. 1073-74.
T roland, L. T. : Op, cit., pp. 329-36.
1,1 Luciani, L. : Human Phisiology. Trad, por F. A. Wei.by. London Mac­
millan, 1917; vol. rV, pp. 57-125.
Sensaciones orgánicas 151

El ham bre es el impulso que tiene más fuerza, puesto que por m edio
de él se logra la supervivencia individual. Se experim enta com o una
sensación producida por la con tracción de las paredes del estóm ago,
y es sentida com o una corrosión, acom pañada de dolor sordo. Esto
es debido a la presencia de ciertas condiciones físicas y químicas, ya
que la actividad gástrica continúa aún durante la digestión del a li­
mento, El apetito es una necesidad de alim ento independiente de la
sensación dolorosa del hambre. Depende, principalm ente, de sensacio­
nes placenteras que hayam os tenido con anterioridad. Así, si el pan,
la carne y las legumbres son los principales objetos del hambre, el
postre sería el del apetito. Com o veremos más adelante, el térm ino
apetito posee otro significado para la psicología tradicional, más im ­
portante que la m era actitud hacia el alimento.
La sed se debe principalm ente a sensaciones de sequedad y calor
en la boca y en la garganta. Es el resultado directo de la dism inución
de la hum edad de los tejidos del organism o, especialm ente de los de
la faringe. Esta dism inución, del contenido de agua puede ser produ­
cida por varias causas, com o el ejercicio, el clim a caluroso, o la inges­
tión de ciertos alim entos, com o las especias, la sal, las habas y otros
que tienden a extraer agua del organismo. La sed, ya sea más o menos
intensa, es siempre percibida com o una tonalidad de displacer.
La experien cia erótica, considerada meram ente en cuanto sensa­
ción, es producida por la tum escencia gradual de los órganos sexuales
y por las descargas de glándulas provocadas por la excitación de la
zona genital. Cualitativam ente com prende una serie de sensaciones
idénticas a las que se originan al tocar, presionar o pellizcar la piel.
La dificultad de su análisis surge del hecho de que las sensaciones
eróticas se presentan unidas a las em ociones eróticas. Esto lo veremos
con más claridad en el capítulo siguiente, pero señalamos, sin em bar­
go, que la sensación es m ateria del conocim iento, mientras que la
em oción pertenece al cam po del deseo, u orexis.
La necesidad de orinar se relaciona con sensaciones producidas por
la presión existente en la vejiga, así com o la necesidad de d efecar está
asociada con la presión del intestino grueso. En las madres, la n ece­
sidad de am am antar es producida por la presión de la leche en el
interior de la glándula mamaria. La necesidad de aire produce disnea
especialm ente angustiosa para la conciencia. Son debidas más bien,
com o sabemos, a los trastornos funcionales del m ecanism o respira­
torio, que u la falta de oxígeno o exceso de anhídrido carbónico de
la sangre circulante. Por últim o, la necesidad de cam bio es otro c o n ­
ju n to de sensaciones difíciles de analizar que reciben el nom bre de
nervosismo. A veces se experim enta com o falta de algo, com o en el
caso de las necesidades orgánicas que aparecen en un m om ento en
que no pueden ser satisfechas. Pero en otros casos puede ser una
condición más o m enos perm anente debida al ocio forzado, o a una
serie de factores centrales del sistema nervioso.
n . Satisfacciones corporales.-—De todo lo que hem os dicho se
desprende que las necesidades orgánicas son estados corporales reía-
152 Soviestesia

d on a d os con la conservación de la salud, de la vida y de la capacidad


de adaptación al ambiente. Si las separamos en sus elementos cons­
titutivos, aparecen com o sensaciones de tacto, presión, temperatura,
dolor, etc. Al liberarse el organism o de las tensiones producidas por
dichas sensaciones, se produce otro tipo de experiencias.
El dolor de ham bre desaparece corrientem ente con la ingestión de
alim entos, y es reem plazado por una sensación de plenitud gástrica.
La sed se satisface por el con tacto del liquido con las mucosas secas
de la boca y la garganta y se acom paña de sensaciones de frescura
y humedad. El orgasm o sexual, considerado solam ente com o una sen­
sación orgánica, se debe a las contracciones musculares que se produ­
cen en los genitales, tanto m asculinos com o femeninos. Al producirse
aquél se experim enta una sensación de reposo y de liberación de la
tensión.
La satisfacción de deseo de vaciar la vejiga o de expulsar las heces
es percibida com o una sensación de liberación de la presión. Lo mismo
sucede cuando la madre vacía sus mamas. El aire fresco o la norm a­
lización de la respiración hace desaparecer la sensación de ahogo. Por
últim o, la satisfacción de los deseos corporales puede hacer desapare­
cer el nervosismo. En otros casos, sin embargo, es necesario tom ar
otras medidas, com o el reposo absoluto, cam bio de ocupación o de
ambiente, liberación de responsabilidades, un alejam iento del am bien­
te social, etc.
Antes de term inar quisiera m encionar algunas necesidades y satis­
facciones que no son naturales, sino provocadas. Por ejem plo, la
necesidad im periosa del alcoh ol que tiene el bebedor, o de nicotina
el fum ador. El deseo, en estos casos, puede llegar a hacerse tan
profundo que actúe com o una segunda naturaleza, y llegue a actuar
sobre la conciencia de un m odo tan insistente com o el ham bre o el
deseo sexual.
III. F a t i g a c o r p o r a l .—La fatiga surge después de haber efectuado
un trabajo determ inado y se experim enta de un m odo general en todo
el cuerpo, o bien localizada en una parte precisa. La fatiga muscular
suele estar localizada a un miembro. Cuando es intensa es percibida
com o un dolor. En su form a localizada puede ser debida a la destruc­
ción de tejid o a causa del esfuerzo, o a la acum ulación de sustancias
m etabólicas de desgaste en algunas zonas del cuerpo. Pero si la fatiga
es general, se debe a toxinas presentes en la sangre circulante. Estas
sustancias tóxicas actúan sobre las células corticales del cerebro pro­
duciendo una sensación de som nolencia. L u c i a n i incluye en el grupo
de la fatiga corporal a la sensación de la saciedad que se produce
después de realizado el acto sexual, o después de una com ida copiosa.
En relación con esto, es interesante señalar que la mente, al trabajar,
se conduce de un m odo muy distinto. Así, se ha visto mediante la ex­
perim entación que la actividad m ental no fatiga el intelecto y que
tam poco influye de un m odo notorio sobre el metabolismo.
IV. S ensaciones que acompañan a la enfermedad.—La mayoría de
las sensaciones que acom pañan a la enferm edad son dolorosas. Apa-
Sensaciones orgánicas 15$

recen cuando los tejidos y los órganos han sido dañados, heridos o
destruidos. En otros casos, el cuerpo o uno de sus miembros no fu n cio­
na norm alm ente, y es entonces cuando el dolor aparece com o la única
sensación de enferm edad. Nuestros órganos internos sufren este tipo
de sensaciones sólo con el estimulo adecuado. Asi, el intestino puede
ser cortado o quemado en una operación quirúrgica sin que se p ro­
duzca dolor; pero un trozo de carne sin digerir, o un fragm ento de
patata poco cocida, pueden producir un agudo cólico.
Otros ejem plos nos inform arán del dolor de los órganos internos.
El dolor muscular, por ejem plo, puede ser producido por la excesiva
torsión o flexión de los tejidos, por la concentración de sustancias
tóxicas, lesión de las células por exceso de trabajo, etc. El dolor de
muelas es debido a las caries dentales o a alguna anom alía de tipo
químíco o térm ico de los dientes, pero puede ser producido por el calor
o el frío extremos, o por cam bios poco frecuentes en la química del
diente. El dolor de cabeza se debe a la presión entre el encéfalo y el
cráneo. La sensación varía con la presión arterial y puede llegar a
producirnos la im presión de una banda de m etal que nos ciñe la
cabeza fuertem ente. El dolor de tipo cólico es producido por la disten­
sión del intestino que actúa sobre el peritoneo.
El dolor referido, o heterotópico, es aquel que localizam os en una
parte del cuerpo cuando el estímulo actúa en realidad sobre otra.
Generalmente se origina en un órgano interno y se siente en cualquier
lugar de la superficie del cuerpo; por ejem plo, un dolor debido al
corazón que es percibido en el hom bro. Existe otro tipo de m olestias
orgánicas que se suelen considerar com o dolores, pero que se acom ­
pañan, sin em bargo, de sensaciones sumamente desagradables, com o
la náusea, que puede ser debida a la presencia en el estóm ago de
alimentos de difícil digestión, o a lo m ovim ientos reflejos que se pro­
ducen para expulsar dichas sustancias. Basta algunas veces con que
nos im aginem os los alim entos que nos han puesto enferm os con an te­
rioridad, o con que recordem os hechos relacionados con la sensación
nauseosa, para que se produzca el vóm ito. Respecto al valor del ele­
mento im aginativo que entra en el m areo es difícil conocerlo con
exactitud, ya que en los barcos siempre hay un cierto balanceo, aun
en los días más tranquilos.
V. B ienestar corporal.— Etim ológicam ente, la palabra cenestesia
significa una percepción general de las sensaciones, lo m ism o agrada­
bles que desagradables, pero se utiliza corrientem ente en psicología al
hablar del con ju n to de experiencias orgánicas que nos inform an de
la salud del cuerpo. Com o la salud es sólo un medio, y puesto que no
pensamos en ella cuando la tenemos, las sensaciones de bienestar
están norm alm ente en el m argen de la conciencia y sólo se convierten
en el centro del interés si les prestam os atención. Su función es pro­
veernos de un fon d o sobre el que proyectar las sensaciones. Sólo en
algunos casos, por ejem plo, después de un partido de tenis seguido de
una ducha, la conciencia del bienestar físico alcanza un alto grado
de intensidad. Llamamos euforia a una sensación de m arcado bien es-
154 Somestesia

tar y energía, pero también se em plea este térm ino para describir un
estado anorm al de bienestar que carece de base fisiológica, en el que
lo natural sería sentirse e n fe r m o ]1.

BrBLIOGRAF'IA AL CAPITULO X
G eldard , F. A.: «Somesthesis», Foundations of Psychology. Edit. Boring,
Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 16.
K ahn, F.: Man in Structure & Function. Trad, por G. R osen, New York.
Knopf, 1943, Vol. II, Caps. 42 y 45.
M orgaw, C. T., y Stellar, E.: Physiological Psychology. New York, McGraw-
Hill, 2.a ed., 1950, Caps. 11-12.
T r o l a n d , L, T,: The Principles of Psychophysiology. New York, Van Nostrand,
1930. Vol. II, Caps. 17-18 y nota G.

!1 Referencias a las sensaciones orgánicas; Dallenbach, K. M.: Op. cit.,


pp. 184-86.
G eldard , F. A : Op. cit., pp. 372-74.
T rolan d , L. T . : Op. cit., pp. 365-60.
CAPITULO XI

LOS SENTIDOS QUIM ICOS

Parte primera.—El olfato


1. ORGANOS RECEPTORES.—Nuestras sensaciones olfativas son
producidas por m edio de las células olfativas, que se hallan coloca ­
das en la parte más alta de las fosas nasales. La zona ocupada por
ellas, de un color am arillo-pardusco, se distingue claram ente del resto
del epitelio que tapiza las fosas nasales. Cada célula posee un proceso
dentrítico que term ina en seis u otro filamentos finos y un largo axón,
que form a una de las fibras del nervio olfatorio. Las term inaciones
libre de las células están colocadas en dirección al estímulo y sus
filam entos flotan en la delgada capa acuosa que se encuentra en el
interior de la nariz. Las partes basales envían sus fibras prim ero al
bulbo olfatorio, donde se hallan todas reunidas, y de alli al centro del
olfa to en la corteza cerebral. P or esta breve descripción nos damos
«u en ta que los filam entos sensitivos de las células están en contacto
Inm ediato con el aire de los com partim ientos nasales o con las par­

F ig . 6.—Células olfativas. F ig . 7.—Prisma olfatorio


de Henning .

tículas olorosas que se alojan alli. Este es el único caso, entre los ó r ­
ganos de los sentidos en el que una vía nerviosa no interrum pida va
directam ente desde el estím ulo exterior al centro c o r tic a l1.

1 H o w e l l , W. H. A.: Text-book of Physiology. Fhila. Saunders. 12.1 e d i ­


ción, 1933, pp. 310-12.
156 Los sentidos Químicos

2. ESTIMULACION.— Las partículas olorosas que flotan en el am­


biente penetran en las fosas nasales y se ponen en contacto con las
células olfativas.
Estas partículas están en form a gaseosa o vaporizada, es decir,
existen com o m oléculas individuales esparcidas entre las moléculas
del aire. No sabemos con exactitud lo que les sucede, pero segura­
mente se disuelven en el líquido que baña a la m em brana mucosa, y
luego se establece alguna reacción de tipo quím ico en los filamentos
de las term inaciones n erviosa s2. Los líquidos no pueden actuar com o
estímulos adecuados a no ser que sean volátiles, y esto se prueba por
el hecho de que una sustancia tan olorosa com o el agua de rosas puede
llenar los com partim ientos nasales sin ser percibida.
Un cierto grado de hum edad en los extremidades de los filamentos
es necesario para que haya respuesta al estímulo, y si la parte alta del
epitelio nasal se seca, las sensaciones olfativas disminuyen m arcada­
mente. Durante la respiración norm al, el aire entra y sale por la parte
inferior de las fosas nasales, y n o som os conscientes de los olores. Si
deseamos oler, husmeamos, y, al hacerlo, hacem os penetrar el aire
a lo alto de las fosas nasales. Puesto que los filamentos de las células
sensoriales se hallan en relación con los vapores que se extienden,
suponem os que son estim ulados por las partículas olorosas.

3. CUALIDAD.— Aunque al referirnos a otras sensaciones hable­


m os de su tem peratura, color, si son dulces o amargas, etc., no existe
un lenguaje tan definido para hablar de las sensaciones olfativas.
Decimos, en cambio, que algo huele a canela, a incienso, o a pana­
dería, o a droguería, por ejem plo, según la calidad del objeto o del
grupo de objetos a que nos referim os.
El holandés H endrick Z waardemaker 3 dedicó casi toda su vida
al estudio de los olores; y su clasificación de éstos se encuentra en
la m ayoría de los libros de texto. La damos a continuación, con un
ejem plo que ilustre cada caso: etéreo, m anzana; arom ático, alcan for;
fragante, la hierba recién cortada; ambrosíaco, alm izcle; aliáceo, ce­
b olla; quemado, el hum o del tabaco y el café tostado; caprino, su-
doración ; repulsivo, beleño; nauseabundo, carne en putrefacción.
La otra gran autoridad en este tem a es H ans H enntng 4. En su
prisma olfatorio tenem os un m odo más simple de agrupar los olores.
Sugiere la idea de que existe una continuidad cualitativa en nuestras
sensaciones olfativas, Los seis vértices del prism a llevan los nombres
de: floral, frutal, especiado, resinoso, pútrido y quemado. Para al­
gunas personas, el olor del cedro es una com binación de olores de
flor, de fruto, de especias y de resina, y el olor a cebollas puede des­

2 Para un comentario de los posibles modos de la estimulación ver: T r o -


L. T.: The Principies of psychophysiology. N. Y. Van Nostrand, 1930;
la n d ,
vol. II, pp. 275-78.
3 Z w a a rd e m a k e r, H.: Die Physiologie des Geruchs. Leipzig. E n g e lm a n n .
1895.
— L’Odorat. Paris. Doin, 1925
* H e n n in g , H .: Der Geruch. L e i p z i g . Barth, 2.a e d i c i ó n , 1924.
Umbral olfativo 157

com ponerse en pútrido y quemado, con calidades florales y de especias


añadidas.
Es muy difícil que llegue a conseguirse una escala objetiva de
olores. Antiguam ente se decía que en materia de gusto no había ar­
gumentos de valor, y ahora que sabemos que el sabor depende tanto
del olfato com o del gusto, tam poco podem os pronunciarnos respecto
a este tema. Las m últiples relaciones del olfato se hallan com plica­
das por la presencia de sensaciones táctiles presentes en algunos
casos; el m entol, por ejem plo, tiene un olor fresco, el am oníaco un
<>lor picante, y la pim ienta uno ardiente, ya que estas sustancias son
capaces de excitar la sensibilidad cutánea que existe en la base de las
fosas nasales. Según algunos, de los 60.000 objetos que poseen olor,
sólo unos 50 provocan sensaciones olfativas puras.

4. UMBRAL.—La agudeza del olfato no es la misma para todos


los olores. Se ha m edido el umbral tom ando en cuenta la cantidad
-de sustancia olorosa existente en el aire inhalado. Uno de los m a­
teriales favoritos em pleados en esta clase de experimentos es el m er-
captano, ya que tiene un olor especialmente desagradable y el olfato
es muy sensible a él. Se ha hallado que una parte del m ercaptano
puede ser detectada en cincuenta billones de partes de aire. Este
ejem plo se hace más significativo al com probar que el espectroscopio
— el instrum ento más delicado que existe para el análisis en el labo­
ratorio— , es trescientas veces m enos sensible en el caso del sodio,
por ejem plo, que nuestro olfato. El hecho de que una sustancia olorosa
posea un umbral bajo nos puede hacer pensar que si la utilizamos
en grandes cantidades puede producir sensaciones muy intensas, pero
no siempre sucede asi. El té, las violetas y la vainilla, por ejem plo,
pueden olerse en cantidades muy pequeñas, pero la intensidad de la
sensación aum enta muy poco si aum entam os la cantidad.

5. ADAPTACION.— Después que hem os estimulado nuestro órga­


no olfatorio durante un cierto tiem po, va siendo cada vez más in ­
sensible a los estímulos que lo provocan. Por ejem plo, si colocam os
un fraseo de agua de colonia delante de la nariz, el olor se va gra­
dualm ente debilitando hasta que desaparece. La adaptación varía
según los cuerpos olorosos: para el agua de colonia, el tiem po es de
siete a doce m inutos; para el alcanfor, entre cin co y siete; para la
tintura de yodo, alrededor de cuatro minutos, y para el bálsamo, de
tres a cuatro minutos. La fatiga del órgano receptor desaparece al
variar la intensidad del olor o si lo retiram os durante un rato.
La capacidad de adaptación, en lo referente al olfato, es un factor
im portante en nuestra vida corriente. Algunas personas, por ejem plo,
tienen que trabajar en una atm ósfera desagradable para el olfato,
pero logran hacerlo gracias a esta capacidd de adaptación, una vez
que los prim eros m om entos desagradables pasan. M uchas veces, la
naturaleza desagradable de algunos olores es una señal biológica que
nos previene contra la sustancias que podrían ser dañinas para n os­
otros. En cam bio, los olores agradables se hallan asociados a objetos
158 Los sentidos químicos

que son beneficiosos para nosotros de un m odo u otro. Es así que el


uso más com ún que hacem os de nuestro olfato es indudablemente en
el m om ento de com er, donde el sabor contribuye a aum entar el ape­
tito y favorecer la secreción de jugos digestivos y con ello hacer la
digestión más saludablemente 6.

Paite II.—El g u sto

1. ORGANOS RECEPTORES.— Si nos m iramos la lengua con un


espejo, podem os observar que su parte superior está cubierta por un
gran núm ero de pequeñas protuberancias que tienen el aspecto de
granos pequeños. Por esta razón se les ha llam ado papilas. En ellas
se hallan los órganos receptores del gusto.
No se encuentran solam ente en la lengua, sin embargo, sino tam ­
bién en el epitelio m ucoso de la epiglotis, de la laringe y en parte
de la garganta.
El cloroform o n o tendría ese olor dulzón si algunas de las par­
tículas inhaladas no cayesen sobre el paladar blando y estimulasen
sensaciones gustativas.
Los órganos sensoriales que pro­
ducen experiencias gustativas son
las células gustativas. Se encuen-
1x * **) i--*

mí -( í:' Á
íú r m
'mfodo

o

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!

F i g . 8—Un bulbo gustatorio. F ig . 8.—Pirámide gustatorla


(Esquema.) de H e n jíin g .

s P f a f f m a n , C . : Taste and Smell. Foundations of Psychology. E d lt a d o por


Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, pp. 356-59.
Zigler, M. J.: Taste and Smell. Psychology A. Factual Tex-book. Edit, por
Boring, Langfeld, Weld. N, Y. Wiley, 1935, pp. 146-53.
Células gustatorias 159

íran en las papilas form an do grupos que tienen el aspecto de un


bulbo. En sus extremos libres tienen unos pequeños filamentos que
salen a la superficie de la lengua, a través del poro del bulbo, y se
ponen en con tacto con la saliva. En el extremo interno, cada célula
está rodeada por ramas terminales del nervio glosofaringeo, que con ­
duce los impulsos hasta el cerebro. La lengua posee tam bién fibras
del nervio lingual que está relacionado con la corteza, m ediante
el cual percibim os las cualidades de temperatura, presión y dolor de
los objetos que se encuentran en la boca e.

2. ESTIMULACION.— Antes de que el alim ento pueda actuar so­


bre las vellosidades de las células gustatorias, debe ser solubilizado.
Esto se consigue m ediante la m asticación y la salivación. Lo mism o
que en el caso del olfato, tam poco aquí somos capaces de explicar
cóm o se produce la estim ulación, pero se supone que es debida a una
determ inada reacción quím ica que se produce en las vellosidades de
las células sensorias al ser éstas bañadas por la saliva. Si secam os la
punta de la lengua con un trozo de papel secante y luego colocam os
en ella unos granos de azúcar, no sentimos el gusto dulce hasta que
los poros se vuelven a hum edecer otra vez. La dispersión molecular
que se produce al m ezclar el alim ento con la saliva produce un cam bio
en la estructura quím ica de los filamentos, que puede ser suficiente
para producir corrientes nerviosas que al llegar a su centro cerebral
correspondiente originen sensaciones gu stativas7.

3. CUALIDAD.— Corrientem ente se distinguen cuatro cualidades


primarias gustativas: ácido, salado, amargo y dulce. Se desconoce la
relación existente entre la experiencia de estas cualidades y La natu ­
raleza quím ica del estím ulo que las produce. Como ejem plos de las
sustancias que provocan estas sensaciones podem os m encionar: para
lo ácido, el ácido clorh ídrico; para lo salado, la sal de m esa; para el
sabor am argo, la quinina, y para el dulce, el azúcar de caña. Aunque
existen excepciones, podem os afirmar que, en general, las sensaciones
ácidas son provocadas por los ácidos, las saladas por las sales inorgá­
nicas, especialm ente el cloro, el brom o y el sodio; el sabor am argo
es producido por los alcaloides, y el dulce, por los hidratos de car­
bono. Henning 8 utilizó su pirám ide para ilustrar los cuatro gustos
primarios, colocando lo dulce, lo ácido y lo am argo en la base, y lo
salado en el vértice. Lo mismo que en el prism a olfatorio, sugiere
la idea de que hay m ezclas de estos gustos primarios.
Pero las diversas m aneras com o se com binan los gustos fu n d a­
mentales no nos proporcionan tantas experiencias distintas com o p o­
dría creerse. Lo que com em os se nos hace agradable no sólo p or su
sabor, sino tam bién por su aroma, su apariencia, su tacto y su grado
de temperatura. Con la nariz tapada, aun el m ejor vino sabe a vi­

* Howell, V. H.: Op. cit., pp. 305-07.


' T roland, L. T .: Op. cit., pp. 292-95.
* H e n n in g , H.: Die Qualltütenreihe des Oeschmacks, Zeitscrtft für Psi-
ehologie, 1£>16| 74, pfp. 203-19.
160 Los sentidos químicos

nagre, y el caldo de carne n o sabe m ejor que una solución salina débil.
Un vaso de lim onada helada en un día de verano resulta delicioso por
varias razones: com bina el sabor ácido, dulce y amargo muy agra­
dablem ente, tiene un grato aroma frutal y es suave y refrescante para
la lengua y la garganta.
Tenem os algunas pruebas de que existen cuatro órganos receptores
distintos correspondientes a los cuatro gustos primarios. Ignoram os si
todas las células de un bulbo gusta torio son iguales entre sí o no,
pero es posible que lo sean. Es tam bién probable que todos los bulbos
de una misma papila sean iguales. El h echo de que el gusto se halla
localizado nos llevaría a la misma conclusión. Así, gustamos lo dulce
m ás fácilm ente en la punta de la lengua, por lo que debe haber alli
m ás cantidad de bulbos gusta torios específicos para ese tipo de sen­
sación. Igualm ente, los bordes de la lengua son más sensibles a los
sabores de la lengua salados y ácidos, m ientras que la región posterior
percibe m ejor los am argos 9.

4. UMBRAL.— Los valores umbrales del gusto no son tan bajos


com o los del olfato. Esto se debe probablem ente a que es más fácil
para la naturaleza proteger contra un posible daño por medio del
o lfa to que por m edio del gusto, ya que es más cóm odo y rápido olfa ­
tear que gustar. Por esto la nariz es más sensible que la lengua.
M edimos los valores umbrales en gram os por 100 centím etros cú­
bicos de agua. Vemos así que las m ínimas cantidades capaces de pro­
vocar sensaciones precisas son: para el azúcar de caña, 0,5 gr.; para
la sal de mesa, 0,25 gr,; para el ácido clorhídrico, 0,007 gr., y para la
quinina, 0,00005 gr. Las sustancias amargas, que generalmente son
alcaloides, no son m uy necesarias al organism o y, de hecho, hasta
pueden ser perjudiciales. En cam bio, las sustancias dulces son ne­
cesarias para sum inistrar energía. La naturaleza muy sabiamente
hace que sea m ayor la sensibilidad a la sustancia que podría ser peli­
grosa

5. ADAPTACION.—La adaptación de la lengua a cualquier gusto


acostum bra ser bastante rápida. Suele tardar de uno a tres minutos,
pero se recupera tam bién con bastante facilidad. Además, la adap­
tación de una zona de la lengua a un determ inado gusto no im plica
la pérdida de la sensibilidad para otro sabor. No nos damos cuenta
de esto porque el sabor de nuestros alim entos suele variar en el curso
de la com ida y porque, fuera de los casos en que se com e demasiado
aprisa, generalm ente dejam os un lapso de tiem po entre cada bocado.
U na de las cosas más interesantes que hemos experim entado es el
•contraste de los sabores. Así, vemos que, con la misma cantidad de
azúcar, una taza de café antes de tom ar el postre tiene un sabor
m ucho más dulce que al finalizar la com ida completa. Y si una ciruela

0 Burton-Opitz, A.: A Text-book of Phisiology. Phila, Saunders, 1921, pá­


ginas 751-52.
10 T rolant >, L . T . : O p . c it ., p p . 284.
Gusto y olfato 161

nos sabe ácida sí la tom am os después de un pastel, nos sabe dulce, en


cam bio, si la com em os después de una toronja n .

6. COMPARACION ENTRE EL GUSTO Y EL OLFATO—Hemos


hablado ya de un m odo más o m enos casual de la relación entre el
gusto y el olfato, vam os ahora a com pararlos de un m odo ordenado.
Desde el punto de vista del estím ulo, la m ayoría de las sustancias
de cualidad puram ente gustativa no tienen aroma. Ejem plos de esto
son la sal, el azúcar y la quinina. Algunas sustancias tienen un gusto
parecido y las distinguim os solam ente por otras propiedades, com o
su olor, su tacto, su tem peratura, etc. La m anzana y la cebolla son
un buen m aterial para hacer una prueba. Dejem os la cebolla en re­
m ojo hasta que pierda totalm ente su olor y luego, si colocam os sobre
la lengua de una persona trozos de esta cebolla mezclados con otros
de manzana, con las narices tapadas, es imposible distinguir una de
otra, puesto que ambas tienen un sabor dulce. Otra diferencia se halla
en que las sustancias fáciles de gustar son solubles en agua, mientras
que las que se huelen se disuelven fácilm ente en aceite. De hecho, las
esencias de m enta, rosa y trem entina y otras sustancias típicam ente
arom áticas, son aceites.
Desde el punto de vista del umbral, gustamos sólo soluciones más
concentradas de una sustancia, pero podem os oler otras más diluidas.
Esto, sin em bargo, es relativo. Para establecer una com paración exac­
ta tendríam os que utilizar una sustancia que pudiese ser a la vez
olida y gustada. El alcohol corriente, llam ado espíritu de vino, satis­
face estas dos condiciones. Comprobamos el hecho sorprendente de
que necesitam os unas 24.000 veces más alcohol en solución para gus­
tarlo que para olerlo. Sin duda alguna, el olfato es superior al gusto.
Sin embargo, en el hom bre es un órgano muy tosco com parado con
el de los animales. El hom bre posee, en cam bio, su inteligencia para
protegerse, por lo que no debem os preocuparnos por su falta de des­
arrollo en este sentido.
Visto desde el ángulo de la reacción con scien te, los olores están
m ucho más íntim am ente ligados a la m em oria y a las em ociones que
los sabores. Esto es cierto, tanto para los recuerdos agradables com o
para los desagradables. Solemos asociar los estímulos del gusto con
la boca, puesto que los alim entos son para comerlos, pero en el caso
del olfato, aunque el estím ulo vaya a la nariz, no lo pensam os en
relación con ésta, sino, más bien, con el objeto del cual provienen
las partículas olorosas. A m ucha gente le horripilaría imaginarse que
todas las cosas desagradables que huele están directam ente en con ­
tacto con sus órganos olfatorios, siendo que esto es así precisamente.
Por últim o, desde el punto de vista de la supervivencia, el olfato
se pierde prim ero que el gusto con los años. Es por esto que la mayoría
de las personas ancianas se suelen quejar de que la com ida ya no
les sabe com o antes, pero esto sólo prueba lo que ya dijim os anterior-

u p f a f f m a n n , C.: Op. c i t „ pp. 353-56.


Zigler, M. J.: Op. c it., pp. 140-46.
B R E N N A N , 11
162 Los sentidos Químicos

m ente: que los llam ados placeres del gusto son en realidad placeres
del olfato, com o lo sabe el que padece un catarro nasal. En algunos
casos, el olfato puede desaparecer totalm ente 12.

BIBUOGRAFIA AL CAPITULO XI

K ahn, F.: Man in Structure & Function. Trad, por G. R o s e n . New York,
Knopf, 1943, Vol. n , Caps, 43-44.
M organ , C. T-, y S tellar , E.: Physiological Psychology. New York, McGraw-
Hill, 2,“ ed., 1950, Cap. 6.
P f a f f m a h , C .: «Taste and S m e ll» , Foundations of Psichology. Edit, por Bo­
ring, Langfeld and Weld, New York, Wiley, 1943, Cap. 15.

12 B la e e s le e , A, F.: A Dinner Demostratton of Threshold Differences in


Taste and Smell. Science. Mayo, 24, 1935, pp. 504-07.
P arker, G. H.: Smell and Taste. Encyclopaedia Brittanica, 14 ed., 1929,
vol. XX, p. 820.
CAPITULO XII

LA AUDICION

1. ESTIMULO.—La m ateria im presiona nuestros sentidos de muy


distintos m odos y aunque n o poseem os receptores para recoger todos
sus mensajes, somos, sin em bargo, capaces de reunir sobre ella un
con ju n to de inform aciones. Los receptores somestésicos registran sus
presiones y tracciones, además de sus cualidades térm icas y d oloro-
sas. La nariz y la lengua nos inform an de sus cualidades químicas. El
oído se ha construido para registrar sus m ovim ientos vibratorios y,
com o veremos en el capítulo siguien­
te, el ojo revela, al menos, algunos

T i \
de los secretos de su enería electro­
m agnética.
Para com prender cóm o el sentido
} \ de la audición es estimulado, tom e­
\ m os un ejem plo de la ílsiea. Cuando
se golpea un diapasón, el aire alre­
dedor suyo es puesto en movim iento.
/ La alteración producida por las osci­
laciones del diapasón se conoce por
sonido objetivo. El aire es m edio elás­
tico y, por esto, cualquier m ovim iento
\ de sus partículas se transmite a las
demás, y esto sucede hasta que el
diapasón se detiene. No olm os sus
í m ovim ientos finales porque no son
perceptibles por el oido. En el aire
A
r-
a*“v
seco, la velocidad del sonido es de
340 m etros p or segundo, que viene a
Fig. 10.—La oscilación pendular. ser algo más de 12 millas por m inu­
to. Un hom bre en un avión a propul­
sión puede ir más rápido, asi que si un trueno se produjera detrás
de su aparato, no lo oiria. Veam os otro ejem plo de la física para
aclarar algunos detalles.
Cuando ponem os en m ovim iento un péndulo, vem os que su disco
se balancea siguiendo un trayecto determinado. Supongam os que par­
te de un punto fijo A en nuestra figura. Se mueve desde A hasta B
y luego regresa otra vez a A. El arco así descrito es una vibración
com pleta. Si contam os el núm ero de movim ientos de vaivén efectu a­
dos durante un segundo, obtenem os la frecuencia de vibración, y si
164 Audición

m edim os la distancia que hay desde B (el punto de m ayor despla­


zam iento) hasta A (el punto de partida), obtenem os la am plitud de
vibración. Por supuesto, el péndulo oscila demasiado lentam ente para
ser oído, pero todos los hechos que hem os observado en él se pueden
aplicar ál diapasón. Vemos que el tono producido depende de la fre ­
cuencia de las vibraciones del diapasón, mientras que la intensidad
depende de la am plitud de las mismas. El tono perm anece igual, pero
la intensidad decrece gradualm ente a medida que la energía com u­
nicada por el golpe se va consum iendo i.

2. ESTRUCTURA DEL OIDO.—El oído consta de tres partes: el


oído extern o, que está en relación con el sonido que viene del exterior;
el oí cío medio, llam ado tam bién tím pano o tambor, y el oído interno,
que además de su fu n ción auditiva está relacionado tam bién con el
equilibrio, com o vim os en el capítulo anterior.
I. O íd o e x t e r n o .— El oído externo consta a su vez de dos partes:
el pabellón de la oreja y el con du cto auditivo externo. La oreja puede
ser grande o pequeña, redonda o picuda en su parte superior, saliente
o paralela a la región lateral de la cabeza. Su función no es muy
im portante, puesto que podem os pasam os sin ella con facilidad. El
con du cto auditivo extem o term ina en el tím pano. Varía su diámetro
al curvarse hacia el interior y contiene una secreción parecida a la
cera, que protege al oído de la entrada de cuerpos dañinos. Su aspecto
es parecido al de una trom peta o, más bien, al de un embudo. Aunque
es bastante firme, puede ser estirado o traccionado. Las orejas de los
perros son más útiles que las del hom bre, ya que pueden alzarse y
dirigirse hacia el lugar de donde proviene el sonido; en cambio, el
hom bre tiene que girar la cabeza.
II. O íd o m e d io .— El oído medio, o caja del tímpano, está separado
del oído externo por una m em brana de estructura delicada que se
pone fácilm ente en m ovim iento con las ondas sonoras y se detiene
con rapidez cuando cesa el m ovim iento de las ondas. Es ligeram ente
curva, y sus fibras están dispuestas de tal m odo que no están tensas
en ninguna dirección. De este m odo no vibra por sí misma, no cau ­
sando asi alteración alguna al sonido que pasa a través de ella. Los
m ovim ientos de la m em brana tim pánica se transm iten por m edio de
una cadena de hueseemos llamados martillo, yunque y estribo, por su
parecido con estos objetos. Si miram os a la figura correspondiente,
vemos que la base del estribo se apoya en otra m embrana que cubre
la ventana oval. Esta es la entrada al oído interno.
Puesto que hay m em branas en ambos extremos del oído medio,
com prendem os ahora por qué se le llam a a éste tambor. El oído medio
está h ech o de tal m odo que las ondas sonoras, al ir de un extremo
a otro a través de la cadena de huesecillos, se am plifican unas n o­
venta veces. El oído m edio posee tam bién un conducto llam ado trom -

' W eb er. E. G .: Audition. Introduction to Psychology. Edit, por Boring,


Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1939, pp. 561-65.
Estructura auditiva 165

pa de Eustaquio, que com unica con las fosas nasales. Suele estar
cerrado, pero se abre en el m om ento de la deglución. De este m odo,
el aire que hay en el interior del oído m edio es renovado y se m an­
tiene el equilibrio entre la presión del aire, por fuera y por dentro
de la m em brana tim pánica. Cuando se viaja a grandes alturas, se
rompe este equilibrio y aparece una sensación de presión en el tím ­
pano y, además, disminuye la audición.
m . Oído i n t e r n o .— El oído interno es el más im portante de los
tres, ya que en él se aloja el órgano receptor de la audición. Está
colocado en el hueso tem poral y com prende un sistema de canales

PQfTtO *estibufor

Óseos dentro de los que hallam os un sistema de membranas. El ves­


tíbulo y los canales sem icirculares del oído interno han sido ya es­
tudiados al hablar del equilibrio. Veamos ahora la cóclea o caracol,
que está relacionada con las sensaciones auditivas. Se la llama así
porque externam ente tiene el aspecto de la concha de un caracol.
Aunque consta de una serle de partes, el tam año total del caracol no
es m ayor que el de una habichuela.
Desde la base al vértice mide unos 5 m ilímetros, pero, a pesar de
su tam año, tiene una fu n ción m uy im portante, ya que aloja el órgano
milagroso que transform a las ondas sonoras en sensaciones sonoras y
musicales de gran com plejidad.
Las paredes del caracol se hallan enroscadas dando dos vueltas
y m edia alrededor de un eje central llam ado modiolus. Un dim inuto
entrepaño óseo, la lámina, espiral, da vueltas alrededor del eje, si­
guiendo un curso superior hacia el vértice del caracol, com o las es­
piras de un tornillo. Esta lám ina se proyecta lateralm ente dentro del
tubo coclear, pero sin alcanzar su pared interna, por lo que es com ­
166 Audición

pletada por la m em brana basilar. El interior de la cóclea queda así


dividido en dos cámaras, una superior y otra inferior. Al m irar el
dibu jo del texto, observamos que existe una segunda m em brana di­
visoria que ee dirige oblicuam ente desde la lám ina espiral hasta las
paredes cocleares, form ando así, con la m embrana basilar, un com ­
partim iento triangular, la cám ara media, que está llena de un líquido
claro llam ado endolinfa, que es idéntico al que encontram os en el
vestíbulo y los canales sem icirculares. Esta segunda m embrana divi­
soria es la m em brana de R e i s s n e h . Así com o en los canales semi­
circulares el papel de la endolinfa era el de excitar las term inaciones
nerviosas del sentido del equilibrio, en este caso su función es la de
excitar las term inaciones relacionadas con la sensación auditiva. Las
cám aras superior e inferior contienen tam bién un líquido, que se
llama aquí perilinfa, que es igual al líquido endolinfático, y que sólo
se diferencia de éiste por encontrarse en distinto lugar del tubo co­
clear. La com unicación entre la cám ara superior y la inferior y sus
líquidos correspondientes se efectúa m ediante una pequeña hendidura,
el helicotrem a, en el vértice del caracol. Hemos visto anteriormente
cóm o la ventana oval se cierra m ediante una membrana ajustada a
la base del estribo. Esta ventana se abre a la cám ara coclear superior.
D ebajo de ella está la ventana redonda, cubierta tam bién con una
m em brana floja y que es la vía de acceso a la cám ara inferior. En
el interior de la cám ara m edia, form ada por la m embrana basilar, la
m em brana de R e is s n e r y la pared interna de la cóclea, se halla el
órgano de Cohti, la parte más im portante del oído. Descansa sobre
la m em brana basilar, com o vemos en. el dibujo, y consta de un grupo
de células, con pequeños filamentos nerviosos. Son los receptores de
los estímulos auditivos. Estos filamentos se hallan recubiertos por
la m em brana tectorial y contienen las dendritas de las fibras nervio­
sas que van por un túnel en la lám ina espiral, avanzan luego a través
del eje del caracol y, finalm ente, se unen para form ar la rama coclear
del nervio a u ditivo2.

3. ESTIMULACION.—-Las ondas sonoras, penetrando a través del


con du cto auditivo externo ch ocan con la m em brana tim pánica y se
transm iten por m edio de la cadena de huesecillos del oído medio.
Cada vibración em puja la porción plana del estribo hacia dentro,
aum entando así la presión del líquido dentro de la cóclea. Una vez
que el flúldo de la cám ara superior se desplaza, sus m ovimientos son
transm itidos al fluido de la cám ara inferior, ya sea a través del h eli­
cotrem a o por presión hacia aba jo sobre el líquido de la cámara
interm edia, ya que tanto la m em brana basilar com o la de R e is n n e r
son fácilm ente presionables. La com unicación a través del helico­
trema sólo se produce cuando las vibraciones del cuerpo sonoro son
muy lentas. Para los sonidos corrientes de frecuencia relativamente
alta, los m ovim ientos de la perilinfa de la cám ara superior se trans-

1 G ra y, H.: Anatomy of the Human Body. Phila, Lea and Febiger, 22 edi­
ción, revisada por W. H. L e w is , 1930, pp. 1022-52.
Estimulación auditiva 167

miten a la cám ara iníerior a través del líquido de la cám ara media,
para com pletar los datos anteriores diremos que al hundirse hacia
dentro la m em brana de la ventana oval, se produce un abultam iento
hacia fuera de la m em brana de la ventana redonda. Esto es sim ple­
mente debido a una ley de la presión: si hundim os la superficie de
un balón de goma en un punto, se producirá un abultam iento en otra
zona de él.
Lo más im portante en toda esta explicación es la oscilación hacia
delante y hacia atrás de la m em brana basilar al ponerse en m ovi­
m iento el líquido de la cám ara intermedia, puesto que el órgano de
C o r t i es estim ulado de este m odo precisamente. Para llegar al área
de la estim ulación vemos que el cam ino no es tan directo com o en

Fig . 12.—Corte transversal del caracol.

el caso del olfato. Las vibraciones de la membrana basilar producidas


por la presión alternante de la endolinfa estimulan el órgano de
C o r t i . Las células receptoras son em pujadas prim ero en una direc­
ción, luego en otra, por la m em brana tectorial que las cubre. De este
modo, la corriente nerviosa se descarga en las fibras que conectan
las células receptoras con la ram a coclear del nervio auditivo. Y a en
esta via, los impulsos nerviosos llegan hasta la corteza cerebral, d on ­
de son transform ados en sensaciones 3.

3 M obgan, C. T., y Stellar, e ,: Physiological Psychology. N. Y. McGraw


HUI, 2.“ edición, 1950, pp. 200-08.
168 Audición

4. SENSACIONES AUDITIVAS— Las sensaciones auditivas pue­


den agruparse en dos tipos: sonidos musicales (sonidos propiam ente
dichos) y ruidos (sonidos no musicales).

I. S o n id o s m u s i c a l e s . — En prim er lugar, cada sonido posee un


tono, que depende de la frecuencia en que son emitidas las vibracio­
nes por el cuerpo sonoro. Las frecuencias audibles por el oído humano
abarcan desde 20 hasta 20.000 vibraciones por segundo. La mayoría
de la m úsica que escucham os, sin embargo, suele hallarse entre los
tonos com prendidos en las cuerdas del p ia n o: 32 vibraciones por se­
gundo para la nota más baja y 4.096 para la más alta. Aun para estos
estrechos límites, hay personas que no aprecian los tonos extremos.
En segundo lugar, vem os otra característica del sonido, la inten­
sidad, que depende de la am plitud de la onda emitida por el cuerpo
sonoro. Los cam bios de intensidad son fáciles de apreciar. Cuando la
cuerda de un violín se mueve con fuerza, vemos que la linea de defle­
xión es m ucho m ayor que cuando la tocam os con suavidad. El efecto
sobre nuestros oídos es un im pacto más poderoso de las ondas sono­
ras y la percepción de un m ayor volumen. Pero, sin embargo, si la
energía con que golpeam os las cuerdas de un piano se mantiene cons­
tante, los tonos no suenan igualm ente altos.
En tercer lugar, vemos que cada sonido tiene un tim bre propio.
Por eso es posible distinguir los sonidos que tienen el mismo tono. Por
ejem plo, el piano, el violín, la flauta, la trom peta y la voz humana,
pueden estar dando la m ism a nota, pero cada uno suena de un modo
distinto cualitativam ente. Para explicar este fenóm eno, volvam os a
la figura del texto. El Do más b a jo del piano vibra 32 veces por segun­
do. Si utilizam os ciertos m étodos de laboratorio, podemos variar los
m ovim ientos de la cuerda, dividiéndola en dos partes, de m odo que
cada una vibre el doble, en cuyo caso cada m itad sonará a 64 fre­
cuencias por segundo, o doblará el núm ero de la nota original. Esto
mismo puede hacerse con terceras, cuartas o quintas partes de
cuerda, hasta donde deseemos llegar, pero baste con decir que todos
los cuerpos que vibran efectúan estas divisiones por sí mismos, por
la ley natural de la armonía.
Volviendo ahora al ejem plo anterior, cuando se hace sonar el Do,
éste produce no una nota, sino varias, form adas d e : a) sonido fu n ­
dam ental de 32 vibraciones por segundo, que corresponde a las
vibraciones de la cuerda en total, y b) sonidos arm ónicos, que son la
respuesta a la vibración de la cuerda por partes. El timbre se debe
principalm ente a ellas. Toda clase de variantes en los sonidos arm ó­
nicos pueden ser producidos por el tipo de material, la edad y la es­
tructura del cuerpo que produce el sonido, el modo de usarlo, etc.
Otro punto de interés que puede extraerse de la figura, es la explica­
ción de las octavas. ¿Por qué producen la misma impresión sonora en
nuestra conciencia? Sim plem ente debido al hech o de que los sonidos
arm ónicos son idénticos.
Cuando dos tonos musicales se oyen juntos, pueden producirnos
la sensación de una experiencia única y agradable, o bien la de una
Sensaciones auditivas 169

mezcla de sensaciones, áspera y desigual. El prim er efecto es de


consonancia y el segundo de disonancia. La m ayor autoridad de los
tiempos m odernos en m ateria de audición lúe H e r m a n n Ludwig vo n
H e l m h o l t z 4. A él le debem os casi todo lo que se sabe sobre los sonidos
arm ónicos. Lo mismo que en el caso de las octavas, en el problem a

n atu ra!
F i g , 1 3 . —Producción
de los tonos par­
ciales y su correspondencia con las
octavas superiores,

de los sonidos arm oniosos y discordantes, el secreto de sus cualidades


peculiares yace en los sonidos arm ónicos, o, com o H e l m h o t z los llama,
supertonos parciales.
Vemos que cuando hay identificación de estos supertonos obtene­
mos una sensación de consonancia. En cam bio, cuando no se unen,
se produce la disonancia. Este fenóm eno sugirió a H e l m h o l t z la expli­
cación de la experiencia del latido. Esta es una sensación de pulsa­
ción de los sonidos que escucham os. Se percibe más fácilm ente cuan­
do un organista toca dos notas juntas entre las que sólo existe una
leve diferencia. Si sus sonidos arm ónicos se fusionan, hay un aum en­
t o ‘del volum en del sonido; pero si las notas van unas contra otras,
la fuerza total del estím ulo se apaga. Cuando las pulsaciones son muy
frecuentes producen el m ism o efecto desagradable sobre la con cien ­
cia que cualquier estím ulo discontinuo e irregular.
Nuestras sensaciones disonantes, sin embargo, n o dependen sola­
mente del desacuerdo de los sonidos, A veces no estamos seguros si

1 H elm h oltz , H . L, von: On the Sensations of Tone. Trad, por A. J. E l l i s .


N. Y. Longmans, Green, 4.Jl edición, 1912. cc. 1 y 10-13.
Como el traductor señala, el término de H elmohltz, Obertóne, es una
concentración de Oberpartialtone, que en inglés se traduce más correcta­
mente por sonidos armónicos parciales, que por sobretonos. Ver también:
W eber , E. G.: Op. cit., pp. 577-88.
170 Audición

una pieza m usical es consonante o disonante. Desde el punto de vista


psicológico, el estudio está muy relacionado con la apreciación de
tonos y sus com binaciones. Lo que al oír por prim era vez nos lia
parecido desagradable, puede, con el tiempo, llegar a sernos agrada­
bles. Si fuésem os a juzgar por lo sucedido en el pasado, muchas de
las cosas que actualm ente consideram os com o disonancias se esti­
m arán com o bellas probablem ente en el futuro. Con esto vemos que
el problem a es, al menos en parte, producto de una ecuación per­
sonal b.

5. TEORIAS SOBRE LA AUDICION.— Aunque la ciencia lleva in­


vestigando cerca de un siglo los problem as de la audición, no nos
h a logrado dar aún una explicación com pleta del m odo com o anali­
zam os los sonidos. Lo sorprendente es la gran cantidad y variedad de
tonos que podem os oír, por ejem plo, en una sinfonía. Aquí el oído no
sólo distingue un sonido de otros, y m uchos de ellos al mismo tiempo,
sino que es tam bién capaz de distinguir los sonidos arm ónicos y
reconocer con exactitud el instrum ento que produce cada sonido de­
term inado. ¿Cómo se efectúa esto? La respuesta sigue siendo un enig­
ma aun para un genio com o el de H e l m h o l t z . Sin embargo, su explica­
ción tal vez sea la m ejor que se haya dado hasta el m om ento actual.
I. T e o r í a d e la , r e s o n a n c i a .— Según H e l m h o l t z , el poder analítico
del oído se basa en el principio de la vibración sim pática. Asi, si se
canta el Do natural en un piano abierto, la cuerda que tiene la misma
frecuencia A se pone en m ovim iento, y además las cuerdas que c o ­
rresponden a los sonidos arm ónicos más prom inentes tam bién vibra­
rán. H e l m h o l t z propuso la idea de que el oído interno actúa del mismo
m odo cuando las ondas sonoras pasan a través del caracol. Buscando
un resonador que produjese estos efectos, naturalm ente, se fijó en la
m em brana basilar, puesto que sobre ella se halla el órgano de C o r t i .
Consta éste de unas 24.000 fibras y su estructura es parecida a las
cuerdas de un piano. Para que el parecido sea aún mayor, encontra­
m os tam bién diferencias en la longitud, la tensión y la masa de las
fibras, lo m ismo que en las cuerdas de un piano. Observando cuidado­
samente, apreciam os:
1.° Que unas fibras son tres veces más largas que otras.
2.<’ Que los cam bios en la tensión son suministrados por el liga­
m ento espiral que une la m embrana basilar a la pared interna del
ca racol; y
3.° Que el aum ento de la masa está relacionado con el aumento
en la carga que las fibras deben soportar a m edida que el nivel de
la vibración se aleja de la ventana oval, su punto de entrada en el
c a r a c o ls.
Se le ha objetado a esta teoría que n o existen fibras que tengan
menos de una quinta parte de la pulgada de largo, y que la proxim i­

15 M oore, H. T .: The Genetic Aspect of Consonance and Disonance. Psy­


chological Monographs. 1914, 17, 68 p.
‘ H e lm h o ltz . H . L. v o n : Op. c it., c. 6.
Teorías sobre la audición 171

dad que existe entre unas y otras va en contra de la suposición de


que actúen com o resonadores individuales. Estas dificultades son más
imaginarias que reales. Es difícil para nosotros im aginarnos un p ia­
no del tam año de la uña del pulgar o más pequeño aún, com o debe ser
la membrana basilar. Pero ¿por qué no? No se trata de dimensiones,
sino de proporciones, y si está bien construido, un resonador pequeño
puede ser tan perfecto com o uno grande. Además, ciertos hechos,
com o la fatiga tonal y la sordera tonal, se explican m ejor con la teo­
ría de H e l m h o l t z , Así, la desaparición de la capacidad de responder a
un sonido dado se podría explicar por la fatiga o la pérdida de ener­
gía de las fibras que responden al sonido de un m odo sim pático. La
incapacidad para oír ciertos tonos podría explicarse por la ausencia
de sus fibras correspondientes, o por la presencia de las llam adas islas
tonales de la m em brana basilar. En fin, la razón por la que separamos
unos sonidos de otros se debe a que tenem os un receptor especial para
registrar cada uno de ellos por separado. Este receptor, en su form a
más simple, es una fibra de la m embrana basilar con su con ju n to de
vellosidades que sobresalen del órgano de C o r t i . Este receptor es
puesto en m ovim iento sim páticam ente por una onda de la endolinfa
que corresponde a su frecuencia natural de vibración. Hay una dis­
posición graduada de estos receptores en el interior del caracol.
II. T e o r ía t e l e f ó n i c a .— Otra explicación de nuestro poder de dis­
crim inación auditiva es la teoría telefónica de W i l l i a m R u t h e r f o r d .
Sugiere éste la idea de que la m em brana basilar vibra com o un todo,
más que por partes. En este caso el caracol se considera simplemente
com o un instrum ento que transm ite mensajes al cerebro. No separa
los sonidos que oím os en la orquesta en sus diferentes tonos, sino que
los transm ite de un m odo integro hasta llegar a la corteza cerebral,
en donde se efectúa el análisis de los com ponentes del m ensaje auditi­
vo. En este caso las corrientes nerviosas originadas en el órgano de
C o r t i son fielm ente reproducidas en la conciencia, en donde son an a­
lizadas. Para la frecuencia e intensidad de las ondas sonoras hay un
equivalente exacto en la frecuencia e intensidad de las corrientes
nerviosas en los centros auditivos cerebrales. Esta teoría no carece
de interés 7„ pero se ha abandonado al saberse que la velocidad de los
impulsores nerviosos no es lo suficientemente rápida para explicar las
altas frecuencias de sonido que oímos.
III. T e o r ía d e l a d e s c a r g a .— Para intentar explicar la última difi­
cultad m encionada, h a surgido la teoría de la descarga, de E r n e s t
W e b e r y C h a r l e s B r a y . Fueron ideados unos experimentos muy in ge­
niosos para probar que las fibras nerviosas del órgano de C o r t i pue­
den ser excitadas de un m odo alterno. P or medio de la acción com ún
de varias fibras, una descarga de corrientes puede surgir y dirigirse
al cerebro. Igual que un tam bor que utiliza dos palos es capaz de
tocar un redoble con velocidad dos veces mayor que la que obten ­

7 R u th e r fo r d , W.: Tone Sensation. British Medical Journal, 1898, 2, pá­


ginas 353-58.
172 Audición

dría con uno solo de los palos. Pero esta teoría tam bién acepta la
idea de una distribución de las frecuencias a lo largo de la membrana,
basilar, y así conserva lo que considera m ejor, tanto la teoría de
H e l m h o l t z com o de la de R u t h e r f o r d

IV. T e o r ía d e l a c o n f i g u r a c ió n - t o n a l .—Las teorías anteriores han


intentado explicar el fenóm eno de la audición, pero no de probar sus-
aflrmaciones. Antes de term inar este capítulo, hablaremos de los
descubrim ientos de J u l i u s E w a l d , que trabajó con un m odelo de
caucho de la m em brana basilar. D edujo de sus experimentos que el
estím ulo sonoro produce ondas estacionarias idénticam ente espacia­
das entre sí en la m embrana basilar y que el núm ero de dichas ondas
varía con los diferentes sonidos. En fotografías tomadas del modelo
en m ovim iento se veían las ondas com o oscuros trazos transversales
de tam año m icroscópico con intervalos ñjos entre cada sonido. Esto
llevó a E w a l d a creer que la m em brana basilar vibra en conjunto ante
cualquier sonido, pero con distinta configuración para cada nota o
serie de notas. E l principal problem a de esta teoría reside en quer
para ser cierta, el m odelo y la m em brana basilar deberían tener fibras
de, proporcionalm ente, la misma longitud, tensión y masa, y que
deberían trabajar de m odo idéntico, cosa de la que el mismo E w a l d
no estaba totalm ente seguro. La teoría de la configuración del sonido
es com pletam ente opuesta a la idea de H e u h h o l t z de que la audición
se basa principalm ente en la resonancia de los elementos del oído
interno 9.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XII

K ah n , F .: Man in Structure & Function. Trad, por G. R o s e n . New York,.


Knopf, 1943, Vol. II, Cap. 45.
N e w m a n n , E. B.: «Hearing», Foundations of Psychology, Edit, por Boring,
Langfeld & Weld, New York, Wiley, 1948, Cap. 14.
T rolan d , L. T . : The principles of Psychophysiology, New York, Van Nostrand,.
1930, Vol. II, Cap, 15.
W oodworth, R. S. y Marquis, D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.1 cd..
1949, pâgs. 476-95.

5 W eber , E. G., y B r a t , C. W .: Present Posibüities for Auditory Theory-


Phichological Review. 1930-37, pp. 365-80.
9 E w a l d , J. R.: Zur Physiologie des Labyrinths VI Pflug. Arch, für die
gesamte Physiologie. 1899, 76, pp. 147-88.
CAPITULO XIII

LA VISION

1. ESTIMULO.— La luz es una form a de energía electrom agnética,


proviene de los astros y otros cuerpos luminosos, y su velocidad de
propagación es de 187.000 millas (300.000 kilómetros) por segundo. La
velocidad de todas las form as de energia electrom agnética: calor, luz,
electricidad, rayos X , rayos ultravioleta y rayos cósm icos, es la m is­
ma prácticam ente. Se diferencian unas de otras por su longitud de
onda. Ciertas longitudes de onda son capaces de atravesar la opaci­
dad natural de la retina y de producir corrientes nerviosas. Cuando
esto sucede, vemos. Para darnos una idea de la longitud de las ondas
luminosas, si la distancia entre los extrem os de la onda es de 760
milimicras, vemos el color rojo. Si es alrededor de 390 milimicras,
tenemos la sensación del violeta. Entre estos dos limites están todos
los demás colores perceptibles por el o jo hum ano. Cuando los vemos
juntos en el arco iris, nos produce una im presión de belleza de las
mayores que existen en la naturaleza. Volviendo a nuestras medidas,
observamos que las ondas rojas poseen aproxim adam ente el doble de
longitud que las violetas. Esto nos sugiere una com paración de los
colores del espectro con la octava, que se caracteriza tam bién por
el efecto de doblar. Esta com paración es beneficiosa, siempre que
recordemos que en un caso nos referim os a longitudes de ondas lum i­
nosas, y en el otro a ondas sonoras. En realidad es difícil imaginarse
algo tan pequeño com o una onda luminosa, pero quizás nos podam os
dar una ligera idea de su pequenez cuando sepamos que la longitud
del rojo más largo no es más que un m ilésim o del diám etro del punto
de esta letra i 1.

2. ESTRUCTURA DEL OJO— El o jo hum ano es un globo que tiene


un diám etro de una pulgada (2,5 cm.), con una proyección en la región
anterior que tiene el aspecto de un segm ento de globo más pequeño
colocado dentro del mayor. P or el dibu jo del testo, vem os que el o jo
tiene tres cubiertas o túnicas: la cubierta externa es la esclerótica,
que en su región anterior se m odifica para form ar la capa córnea,
que es transparente. La cubierta interm edia es la coroides, que se
caracteriza por su riqueza en vasos sanguíneos, y cuya función p rin ­

1 F cller, R. W.; B rownlee, R. B., y B aker, D. L.: Elementa of Physics.


N. Y. Allyn and Baeon, 1946, c. 24.
P urdtí, D. M .: Vision. Introduction to Psychology. Edit. por Boring, Lang-
íeld, Weld. N. Y. Wiley, 1939, pp. 531-33.
174 Visión

cipal se relaciona con el m etabolism o del globo ocular. Se adhiere a la


túnica externa en toda su extensión, excepto en la región anterior. Aquí
se refleja para form ar el iris, que tiene en el centro una abertura
llam ada pupila. Iris, recordém oslo, era la diosa del arco iris, y su
nom bre lo utilizam os para designar la parte coloreada del ojo. Posee

o +

unas pequeñas Abras musculares que regulan el tam año en la pupila,


los procesos ciliares. La cubierta interna es la retina. Consta de diez
capas, y la segunda de ellas, contando en la dirección en que penetra
la luz, posee un con ju n to de órganos llam ados bastones y conos, que
son los verdaderos receptores de los estímulos luminosos.
En la región central de la retina el tejido se adelgaza de manera
que hay una exposición más directa de los órganos visuales a la acción
de la luz. Esta zona se conoce con el nom bre de m ancha amarilla. Su
parte contrapuesta es el -punto ciego, donde las fibras del nervio ópti­
co se reúnen para abandonar la retina. Los conos y bastoncillos for­
m an un delicado m osaico en el que estos receptores se hallan orde­
nados con gran regularidad. Los conos, sin em bargo, están más
desarrollados y tienen un aspecto más robusto que los bastones, ya
que sus propiedades son superiores. En la m ancha amarilla no se
encuentran bastones, pero al irse alejando de ella com ienzan a su­
perarse en núm ero a los conos, hasta que estos últim os desaparecen.
Detrás de la pupila hay un cuerpo denso y elástico llam ado crista­
lino, que actúa com o una lente. Esta no es, sin embargo, la única que
existe en el sistema óptico. En realidad, tiene m enos que ver con la
Estímulos ópticos 175

refracción de la luz que la córnea, pero tiene el poder de ajustarse


o acom odarse más que ésta. Es convexa por ambas caras y separa
el interior del o jo en dos cám aras, la anterior, que lim ita con la
córnea y que contiene el hum or acuoso, y la posterior, que se extien­
de hasta la retina y contiene el hum or vitreo. Lo mismo que el agua y
el vidrio, de los que vienen sus nombres, ambos humores son m edios
de refracción. El efecto de la luz pasando a través de la córnea, el
cristalino y am bos humores, es llevar la imagen del objeto a la p an ­
talla retiniana. Esta im agen queda, por supuesto, invertida, pero com o
estamos acostum brados a esto desde siempre, la corteza cerebral se
encarga de interpretarla en su posición norm al 2.

3. ESTIMULACION.— El trabajo del o jo puede considerarse com o


una serie de m ovim ientos de adaptación hechos para responder al
im pacto de las ondas luminosas. Prim eram ente, vem os que el globo
ocular se aloja en su cavidad, la órbita, de tal m odo que puede ser
girado en diversas direcciones, aun sin m over para nada la cabeza.
Esto se lleva a cabo por m edio de seis fuertes músculos unidos a su
circunferencia.
En segundo lugar, el iris puede contraerse o relajarse haciendo asi
que varíe la cantidad de luz que entra en el o jo al variar el tam año
de la pupila. En algunos casos, el tam año de la pupila disminuye para
proteger al o jo del exceso de luz, o porque miramos un objeto cercano
que no necesita dem asiada luz. En caso contrario, la pupila aumenta
otra vez a su diám etro.
En tercer lugar, el cristalino posee la propiedad de variar su grosor,
de acuerdo con la distancia del objeto. Esto es la acom odación. Asi,
si m iram os algún objeto muy cercano, a unos seis m etros de distan­
cia, por ejem plo, el cristalino engrosa su parte anterior, pero si diri­
gimos nuestra vista a un objeto más lejano, el cristalino relaja su
tensión.
En cuarto lugar, y esto es lo más im portante de todo, la retina pue­
de adaptarse a la clase y cantidad de luz que cae sobre ella, y esta
adaptación persiste durante un lapso de tiempo. La naturaleza actúa
de un m odo protector, puesto que las fluctuaciones luminosas pueden
dañar la vista si la retina no se prepara adecuadam ente para ellas. La
luz sobre la retina es el estím ulo que produce la visión. Los conos y
los bastones son células nerviosas, y cuando las longitudes de ondas
luminosas los afectan generan corrientes que se dirigen, por m edio
de una serie de células interm ediarias, a las neuronas del nervio óp ti-
tico. Las fibras que provienen de estos conos y bastones se reúnen en
el punto ciego, donde form an el com ienzo de la via óptica. Una vez
que un estímulo ingresa en esta vía, nada le im pide llegar al centro
visual en el cerebro 3.

2 G r a y , H .: Anatomy of the Human Body. Lea and Feblger, Philadelphia,


22 edición, revisada, 1930, pp. 994-1013.
3 B urton O p i t z , A.: A Text-book of Physiology. Phila. Saunders, 1921,
c. 68-72.
176 Visión

4. LAS MARAVILLAS DE LA VISION.— Cuando intentam os esta­


blecer una jerarquía de im portancia en nuestras sensaciones, las
visuales generalm ente son las que ocupan el prim er lugar. Esto es
cierto no sólo a causa de su gran número, sino tam bién porque tienen
un signiñcado especial para la vida m ental superior. Consideramos
que la ceguera es una pérdida m ucho mayor que la sordera. Existe
un elem ento psicológico especial en relación con nuestras sensacio­
nes de luz y color. Es casi com o si fuesen capaces de com partir nues­
tro pensam iento. Cuando com prendem os algo solem os decir ya veo,
y la visión interior es un m odo de describir nuestra capacidad intui­
tiva. Además de esto, tenem os por costum bre transferir cualidades
visuales a nuestros sentim ientos; por ejem plo, cuando decimos que
son azules, o cuando hablam os de sentim ientos oscuros, o a otras
sensaciones (dolor claro u oscuro, color tonal, etc.).
El poder visual es, pues, distinto de los otros, y su riqueza de infor­
m ación para el intelecto supera grandem ente a la de los demás senti­
dos. Las sensaciones producidas por la luz, en sus múltiples formas,
son lo que podría llamarse un grado últim o del conocim iento senso­
rial. En esto quiero decir que no es posible describir este dato más
que por sí mismo. Podem os utilizar las categorías de la experiencia
visual para describir otras sensaciones, tal com o he señalado ante­
riorm ente, pero ¿qué térm inos utilizaríamos para expresar nuestras
reacciones conscientes al color? Esto es una simple indicación, ya que
a m edida que ascendem os en la conciencia, surgen problem as cada
vez más difíciles de solucionar. Volviendo a nuestro tema, las sensa­
ciones luminosas son de dos clases: las crom áticas, relacionadas con
el color, y las acrom áticas, cuyas ondas luminosas no son verdaderos
colores, aunque corrientem ente se las considere com o tales.

5. SENSACIONES VISUALES CROMATICAS.— Nuestras sensacio­


nes de color aparecen en la con ciencia com o una serie cualitativa,
que empieza en el rojo, pasa por el naranja y el amarillo hasta llegar
al verde y continúa en el azul y el violeta. Esta experiencia cromática
tiene características propias. En el caso de los sonidos, hablábamos
de tono, volum en y tim bre; al hablar de colores nos referim os a su
tinte o matiz, a su saturación y a su brillo o luminosidad A.
I. M atiz .— El tinte o matiz de un color está determ inado por su
longitud de onda. Si n o se halla m ezclado con otras ondas luminosas
en el m om ento en que cae sobre el ojo, tenemos una sensación de
color puro, ya sea éste rojo, verde, violeta, etc. Pero si dos o más lon­
gitudes de onda se hallan com binadas, la sensación que se produce
depende de la proporción en que se halle cada una. He aquí la dife-

* D im m ick, F, L.: Color, Foundations of Psychology. Edit, por Boring,


Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, c. 12,
T ro la n d , L. T.: The Principles of Psychophysiology. N. Y. Van Nostrand,
1930, vol. II, pp. 351-56.
W oodw oeth , R. S., y M arqtjis , D . G.: Psychology. N. Y. Holt, 5.a edici6n,
1949, pp. 444-51.
SeTisaciones cromáticas 177

reacia entre la vista y el oído. Así, cuando el Do y el Mi se tocan en el


piano al mismo tiem po, el oído no las oye com o un tono interm edio
entre ambas, sino separadam ente. Pero cuando el rojo y el am arillo
estimulan al o jo al m ismo tiempo, éste n o los ve com o rojo y amarillo
separadamente, sino com o naranja, que es un color interm edio. Así, si
consideramos al oído com o un órgano de análisis, debemos considerar
al o jo com o a un órgano de síntesis. Uno separa los estímulos que se
presentan unidos, y el otro los com bina para form ar algo nuevo.
Las leyes de las com binaciones de colores establecen lo que sucede
cuando varias clases de luz estimulan la vista. Así, para cada longitud
de onda hay otra que, m ezclada con ella, produce una sensación
incolora. Esta es la prim era ley, y el fenóm eno recibe el nombre de
com plem entación. Cuando las proporciones no se neutralizan entre
sí entonces se produce una sensación de matiz interm edio. Esta es
la segunda ley. La tercera y última, establece que cuando los colores
que se parecen se m ezclan, se obtienen resultados parecidos. Por
ejemplo, si el am arillo y el azul al mezclarse dan blanco, y lo mismo
el rojo y el verde, entonces al m ezclar los cuatro colores tam bién se
producirá una sensación de blanco.
II. S a t u r a c i ó n .— Quizá el m ejor m odo de explicar lo que se en ­
tiende por saturación es decir que un color es tanto más saturado
cuanto m enos cantidad de luz blanca esté mezclada con él. Es el color
puro, libre de toda clase de luz que pueda cam biar su aspecto. Como
generalmente vemos los colores b a jo una u otra clase de ilum inación,
nos es difícil darnos cuenta de su grado de saturación. U nicamente
podemos estar seguros de esto si los miramos uno por uno al espec­
troscopio. Entonces podem os ver el color que sea: rojo, verde, am arillo,
en su propia luz.
m . B r i l l o .— El brillo o lum inosidad del color es su proxim idad
natural con el blanco. Desde este punto de vista, el am arillo es más
brillante que el azul. Está relacionado con la longitud de onda ob jeti­
vamente y con la sensibilidad de la retina subjetivam ente. Como
algunas personas tienen una retina más sensible que otras, el matiz
exacto de am arillo que parezca más brillante puede variar. Lo que
llamamos «ecuación personal» en nuestra conducta, se origina a partir
de las diferencias de respuesta que se producen en el cam po visual
con el m ismo estímulo. Es tam bién interesante observar las diferen ­
cias del m ayor brillo, entre el amarillo y el verde, al dism inuir la luz.
Si estoy en mi biblioteca al llegar el crepúsculo, los libros con cubier­
tas de color am arillo se volverán grises antes que los de cubiertas
verdes. Esto sugiere la idea de que si el brillo se puede m edir en un
sentido p or su proxim idad con el blanco, tam bién se lo puede reco­
nocer en sentido opuesto según su alejam iento del gris o del negro.
El brillo se debe, por supuesto, a la energía de las ondas luminosas
que actúan sobre el ojo. Pero esto no es todo, ya que vimos que la
misma cantidad de energía producía diferentes grados de lum inosidad
según las distintas personas, ya que la ecuación personal tam bién
juega su papel.
BRENNAM, 12
178 Visión

6. SENSACIONES ACROMATICAS. —- Cuando nuestra experiencia


lum inosa está desprovista de matiz, la llam am os acrom ática. Las sen­
saciones de esta clase, com o las de color, se pueden colocar en una serie
continua que empieza en el blanco, pasa a través de varios matices
de gris y term ina en negro. En un extremo tenemos la ausencia de
color (puesto que la luz blanca es una com binación de todos los
colores, por lo que no se la puede designar por ninguno), y en el otro,
la ausencia de luz. El gris pertenece a la zona intermedia. Puede
considerarse desde dos puntos de vista, ya com o una m ezcla de blanco

blanco

negro
Fie. 15.—El cono de color. (Cortesía de D. Van
Nostrand, Company Inc.)

y negro, o más bien com o la aproxim ación del blanco al negro. El


único rasgo que caracteriza a estas sensaciones acrom áticas es el del
brillo. Depende objetivam ente de la cantidad de energía luminosa que
cae sobre la retina, pero, com o es un aspecto de la conciencia, puede
variar subjetivam ente,, com o hem os dicho ya. La visión acrom ática
es una anom alía de la retina que hace que los colores sean incoloros,
es decir, en tonos de gris. Puede ser heredada o adquirida.
La figura del texto nos muestra los atributos que hem os dado a
nuestras sensaciones visuales. Consta de dos conos que poseen una
base com ún. Un vértice es blanco y el otro negro. Los colores colocados
en el perím etro son los cuatro colores fundam entales. Una línea que
fuese desde cualquier punto del perím etro hacia el vértice del blanco
representaría el brillo de la serie crom ática. La línea que va de vértice
Respuesta visual 179

a vértice a través del centro de la figura representa el brillo de la


serie acrom ática. Finalm ente, la línea que va del centro de la base
hacia el perím etro indica la saturación del color. Llega al perím etro
sólo cuando el color es absolutam ente puro.

7. PECULIARIDADES DE LA RESPUESTA VISUAL.— Existen al­


gunos hechos de la experiencia visual que deben ser considerados
antes de discutir las teorías sobre la visión.

I. A d a p t a c i ó n a l a l u z y a l a o s c u r id a d .— Si pasamos de la luz del


dia a una habitación poco ilum inada experimentamos una descon­
certante sensación de ceguera. Después de unos minutos, sin em bargo,
la retina se acom oda a la luz, lo que significa que se hace progresi­
vamente sensible a los estímulos lum inosos débiles. La acom odación
com pleta tarda m edia hora en efectuarse. Podem os ahora ir, desde los
objetos más débilm ente ilum inados, aum entando la intensidad de la
luz hasta llegar a la brillante luz del mediodía. Pero si en vez de irlo
haciendo gradualmente, pasam os de un m odo brusco de la oscuridad
a la luz, notarem os el mism o efecto cegador que en el proceso inverso.
En éste, sin embargo, el tiem po de acom odación es más breve, basta
con unos momentos.
Otro hecho que nos es fam iliar es la incapacidad de la retina
adaptada a la oscuridad para percibir el color. A la luz de la luna las
cosas son más claras o más oscuras, pero nunca rojas, verdes o de
algún otro color. En relación con esto podem os tam bién m encionar
el hecho de que la parte central de la retina pierde gran parte de su
sensibilidad durante la noche, de m odo, que si el objeto que m iram os
es p oco lum inoso, com o una estrella lejana, lo vem os m ejor con el
rabillo del ojo.
II. L a i m a g e n c o n s e c u t i v a .— Lo que estoy viendo ahora puede h a ­
llarse condicionado por lo que haya m irado un m om ento antes. Este
es el significado de la im agen consecutiva, que es la sensación que
sigue com o un efecto residual de la sensación previa. Si la experiencia
actual invierte las cualidades de la precedente, la Imagen consecutiva
es negativa, tal com o el negro es blanco y el blanco es negro en la
placa del film . En cam bio, si las cualidades son las mismas, la im agen
es positiva 5.
El tiem po durante el cual esta im agen sigue actuando no depende
tanto de la duración del estím ulo com o de su intensidad. Así, podem os
mirar fijam en te y por largo tiem po la llama de una vela sin que se
produzca ningún efecto posterior de im portancia, pero una sim ple
mirada que dem os al sol puede producirnos efectos que nos dúren
horas. En este últim o caso la im agen no sólo persiste, sino que puede
aparecer en la con cien cia com o una sucesión de colores: em pezando

5 En el texto he mencionado solamente un modo de distinguir las imá­


genes positivas de las negativas. Para conocer otros, ver: Warhen, H. C.„
editor: Dictionary of Psychology. Boston, Houghton-Mifflin, 1934, después-
de donde dice: la «ante-imagen».
180 Visión

por el verde azulado brillante hasta hacerse azul del todo, volviendo
luego al n aran ja y al am arillo verdoso, y así sucesivamente.
Es extraordinario pensar cuántas cosas de las que estamos muy
acostum brados pueden explicarse com o imágenes consecutivas. La
cola de una cerilla que se hace girar en la oscuridad, o la línea lumi­
nosa que vem os en el cielo al pasar un meteoro, por ejem plo. El caso
m ás claro de todos es quizás la im agen en m ovim iento que aparece
en el cine cuando obtenem os la im presión de una sensación ininte­
rrum pida no porque veam os la partícula com o si estuviese en m ovi­
m iento, sino porque la sensación de una fotografía no ha desaparecido
aún cuando surge la siguiente.
III. C o n t r a s t e c r o m á t i c o .—Otro efecto bastante conocido de la
estim ulación de la retina es el contraste crom ático. Aparece cuando
dos colores son vistos ju n tos o en sucesión muy rápida. En el primer
caso, los dos colores que tienen que compararse se hallan colocados
en el m ism o plano. Los bordes tom an entonces un color intermedio, o
si son opuestos, tienden a com plem entarse. Un ejem plo es el cambio
de matiz que se produce en los polvos cuando éstos se extienden sobre
la piel. En el segundo caso, la im agen consecutiva de un color es
superpuesta en parte al fon do del otro. Así, si una persona perm anece
en una habitación roja brillante el tiem po suficiente para acomodarse
a la luz y luego pasa a otra am arilla brillante, ve las paredes no de
este color, sino color naranja. De hecho, el efecto es el mismo que si el
ro jo y el am arillo se hiciesen girar juntos en una rueda hasta que se
viese el color n a r a n ja 6.
IV. C e g u e r a c r o m á t i c a .— SI les asignamos la tarea de colocar ju n ­
tos, trocitos de telas de diferentes colores, hallam os que ciertos indi­
viduos colocan los grises al lado de los verdes, por lo que se supone
que no tienen noción del verde com o tal. Si continuam os la prueba, se
pueden revelar toda clase de alteraciones. Es corriente distinguir tres
clases de anom alías oculares en las que hallam os dificultad en la
iden tificación de colores. La prim era, que se encuentra en un cuatro
por ciento de los varones, es la ceguera al rojo y al verde. El que
padece este defecto n o percibe ni el color ro jo ni el verde, aunque si
es capaz de distinguir los am arillos, los azules y los tonos grises. El
segundo defecto es muy p oco corriente. Es la ceguera al amarillo y al
azul y para el que lo padezca sólo son apreciables los rojos, los verdes
y los grises. Finalm ente, en la ceguera crom ática total no existe n in ­
guna sensación de color, sólo blancos, grises y negros, tal com o en una
fotog rafía corriente
El h ech o de que una persona padezca ceguera crom ática no le
im pide saber dar los nom bres adecuados a los colores. De esta for­
m a puede aprender a asociar un tipo particular de sensación visual
con el color que no puede ver. Por ejem plo, puede asociar el tamaño,

* L i n d w o r s k y , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de


Silva. N. Y. Macmillan, 1931, pp. 36-39.
1 L in d w o h s k t , J .: Op. cit., pp. 43-44. D im j u c k , F . L . : Op. c it ., pp. 288-90.
Teoría de la duplicidad 1S1

la form a o la posición del ob jeto con su color. Por m edio de procedi­


mientos de este tipo, quizás es posible que alguien que padezca ceguera
al rojo y al verde consiga conducir un autom óvil sin que se descubra
su defecto. De cualquier m odo, la existencia de la ceguera crom ática
parece haber pasado inadvertida para el hom bre hasta hace p oco
tiempo. El quím ico inglés John D a lton 8 fue el prim ero que dio un
inform e cien tífico sobre este hecho, y esto fue a fines del siglo X VH I.

8. TEORIA DE LA DUPLICIDAD.— La teoría de la duplicidad esta­


blece que la experiencia visual se debe a dos clases de órganos que se
encuentran en la retina: los conos para la visión de día y las sensa­
ciones de color, y los bastones para la visión crepuscular y las sensa­
ciones de blanco, gris y negro. Aquí encontram os la base para esta­
blecer la diferencia entre las sensaciones crom áticas y las acrom á­
ticas. Esta teoría fu e propuesta por vez prim era por Johannes vow
Kriks en 1894, y ahora existen tal cantidad de datos que la apoyan,
que más bien puede considerársela com o una ley que com o una teoría.
Vemos que si las luces rojas y verdes inciden en la retina, hay
zonas centrales donde se ven correctam ente, y otras, más alejadas,
donde se pierde el color. Esto m ismo se repite al utilizar luces am ari­
llas y azules. En la periferia de la retina n o hay reacción alguna al
color. T odo esto está en relación con lo que dijim os anteriorm ente
de la distribución de los conos en el centro de la retina, los bastones
en los bordes y una m ezcla de am bos en la zona intermedia. M ientras
el am arillo es el color más brillante con la ilum inación diurna, el
verde lo es a la luz crepuscular. Esta curiosa experiencia que hem os
observado con anterioridad fue estudiada unos cien años atrás por el
checo J o h a n n e s P d r k i n j e y ha recibido su nombre. Es un efecto debido
a la púrpura retiniana, una sustancia química que es muy sensible
a la luz verde, pero no a la amarilla. La púrpura retiniana se encuen­
tro sólo en los bastones. El fenóm eno de P u h k i n j e , pues, es interpre­
tado com o un signo de la transición de nuestras sensaciones desde la
visión producida por conos a la originada por bastones, puesto que
ocurre en aquellas partes de la retina que poseen ambas clases de
receptores.
Además, investigando en la retina de los animales nocturnos, com o
los búhos y los m urciélagos, observamos que tienen muy pocos conos
en su vista, m ientras que otros animales que están activos sólo duran­
te el día, com o las serpientes y los lagartos, casi n o tienen bastones.
Los búhos y los m urciélagos, aunque n o posean conos, no por eso ven
peor de noche. Por el contrario, cuando el cielo está claro, pueden ver
también com o veríam os nosotros en un día nublado, aunque no p erci­
ben el color com o lo hacem os nosotros. Ser tan ciego com o un m ur­
ciélago se puede decir, pues, de alguien que no vea de día, pero no de
alguien que está ciego totalm ente.

* D a l t o n , J.: Extraordinary Facts Relating to the Vision of Coulov.ru.


Memoirs of the literary and Philosophical Society of Manchester. 1798, 5.
parte I, pp. 31-35.
1S2 Visión

Como últim a evidencia en favor de esta teoría nos referiremos a


la m arcada dism inución de La sensibilidad del área central de la
retina durante la noche. Una estrella brillante puede ser observada
si m iram os con esta área exactam ente, porque la estrella posee la
suficiente luz para form ar una im agen en la fóvea llena de conos.
Pero si al m irar una estrella más apagada no logram os verla, esto es
debido a que no posee luz suficiente para estimular los conos de la
fóvea. Tenem os entonces que torcer la cabeza y dejar que la imagen
caiga en el borde de la retina, donde hay bastones en abundancia.
Parece, pues, ser cierto lo dich o por V on K ries , que los conos son órga­
nos para la visión diurna, m ientras que los bastones se utilizan
cuando la ilum inación es m enos intensa, y puesto que sólo percibimos
los colores cuando el estím ulo lum inoso es intenso, com o sucede
durante el día, se supone con propiedad que los conos sean los órganos
de las sensaciones crom áticas y los bastones los de las acromáticas

9. TEORIA DE LA VISION CROMATICA.— El siguiente problema


es el de las diferencias que hacem os entre un color y otro. Esta es una
tarea difícil, y com o la de distinguir los sonidos por separado, está
llena de opiniones opuestas. Describirem os únicam ente las más im ­
portantes.
I. T e o r ía de Y o u n g - H e l m h o l t z .— Cuando H e l m h o l t z dio a conocer
su teoría de la visión en 1852, la atribuyó a T h o m a s Y o u n g , que había
trabajado en este mismo problem a unos cincuenta años antes. Sin
em bargo, posiblem ente no hubiese sido adm itida tan fácilm ente en
ios círculos cien tíficos si no hubiese sido por los brillantes descubri­
m ientos hechos por H e l m h o l t z en el cam po de la óptica.
La teoría de Y o u n g - H e l m h o l t t : es un punto de vista fisiológico del
problem a de la visión del color. Se fundó en la suposición de que
existen tres clases de elem entos nerviosos en la retina, cuya excitación
produce sensaciones de rojo, verde y violeta, respectivamnte. Todos
los otros colores surgen de la com binación de estos elementos. Así, si los
correspondientes al r o jo y al verde se estim ulan simultáneamente,
percibim os un color n aranja o amarillo. Si el verde y el violeta se
estim ulan al mismo tiempo, percibim os el azul o índigo. Si todos los
elem entos nerviosos se estim ulan a la vez, entonces la sensación que
obtenem os es blanca.
Además, aunque se excite un solo elem ento, hay siempre alguna
respuesta a los otros dos. Por esta razón los colores nunca son total­
mente puros y siempre tienen algo de brillo. El negro se explica sim­
plem ente por m edio de la ausencia de órganos que lo estimulan. Los
tres elem entos nerviosos de H e l m h o l t z y Y o u n g no han sido descu­
biertos, pero la teoría es igualm ente válida suponiendo que sean tres
clases de sustancias fotoquím icas que se encuentran en la retina las
que expliquen estos mismos fenóm enos I0.

* P urdy , D. M.: Op. cit., pp. 542-44.


D im m ic k , F. L.: Op. cit., pp. 294-95.
10 H e lm h o ltz , H. L . von: Treatise on Physiological Optics. Trad, por
Visión cromática 183

II. T e o r í a d e H e r i n g . — La teoría de E w a l d H e r i n g e s una expli­


cación psicológica de la visión crom ática. Su punto de partida es
n u e s t r a tendencia consciente a considerar una experiencia visual
com o opuesta a otra. Así, colocam os el rojo com o contrario del verde,
el azul opuesto al am arillo y el blanco al negro. Estos tres grupos de
sensaciones son debidos a tres sustancias fotoquím icas de la retina
que tienen una actividad opuesta al ponerse en contacto con la luz:
una catabòlica y la otra anabólica. Así vemos que las ondas rojas,
amarillas y blancas desintegran las sustancias, m ientras que las ver­
des, las azules y negras las construyen. Por ejem plo, una luz roja hace
im pacto sobre la sustancia quím ica del rojo y el verde. Esto produce
un proceso de desasim ilación y una sensación de color rojo. En el
momento siguiente la sustancia quím ica empieza su actividad asi­
milativa, lo que explica la aparición de la sensación del verde después
del rojo. Además, la longitud de onda no actúa solam ente sobre su
propia sustancia retiniana, sino tam bién sobre la del blanco y el negro.
Cuando todos los colores actúan sobre todas las sustancias visuales,
se anulan unos a otros, pero com o tam bién afectan a la sustancia del
blanco y del negro, se produce una sensación de gris.
Las zonas de color de la retina están determ inadas por la presen­
cia o la ausencia de elem entos fotoquím icos. Así, la zona más interna,
que es el centro de la retina, posee las tres; la zona media posee la
del am arillo-azul y la del blan co-n egro, y la más externa posee sola­
mente la del blanco-negro. La ceguera crom ática se explica por la
ausencia de los elem entos visuales m en cion ados11.
n i . T e o r ía d e L a d d - F r a n k l i n .—La teoría de L a d d - F r a n k u n parte
de un punto de vísta genético. Supone que nuestra actual sensibilidad
al color h a surgido de un prim itivo estado de visión acrom ática. Cuan­
do esta teoría fue propuesta, las ideas de D a r w i n estaban en pleno
auge. Siguiendo estas ideas evolucionistas, C r i s t i n e L a d d - F r a n k l i n
sugirió que la retina hum ana ha tenido una historia sem ejante a la
de la génesis total del cuerpo. Así, en los comienzos, la sustancia
visual era idéntica en conos y bastones. Sigue siendo la misma en
los bastones, órganos característicos de la zona externa de la retina,
donde produce sensaciones de gris. Pero en algunos conos se ha
diferenciado en dos partes, una de las cuales es afectada por las
ondas más largas del espectro, dándonos la sensación del amarillo,
mientras que la otra es estim ulada por ondas más cortas, produciendo
la sensación del azul. Estos son los órganos que hallam os en la zona
interm edia de la retina. Por últim o, están los conos en la zona más

j. p. c. Southall. Ithaca. N. Y. The Optical Soclety of America, 1924-25, tres


volúmenes.
Este tratado, además de Las Sensaciones Sonoras, mencionado en el ca­
pítulo anterior, representa una cantidad de investigación considerable para
un solo hombre. H elm h o ltz se dedicó al estudio de la audición y la visión,
efectuó Investigaciones de tipo experimental sobre ellas, Ideó nuevos méto­
dos de estudio y contribuyó con sus importantes teorías. Se dice que tenía
sus facultades auditivas y visuales altamente desarrolladas.
11 Hering, E.: Gnmdziige der Lehre vom Lichtsinn. Berlín. Sprlnger, 1920.
184 Visión

interna, donde la parte de la reacción al am arillo se ha vuelto a dife­


renciar, dando lugar a las sensaciones del rojo y el verde.
Cuando la sustancia visual se ha desintegrado com pletam ente por
la acción de la luz, nuestra experiencia es siempre de gris de o blanco.
Esto les puede suceder a los órganos sensoriales de cualquiera de las
zonas de la retina. Así, si ondas azules y am arillan estimulan los conos
de la zona interm edia sim ultáneam ente, obtenem os una sensación
desprovista de color, puesto que la sustancia retiniana se h a desinte­
grado totalm ente. Pero si ondas verdes y rojas caen sobre los conos
de la zona interior, el efecto es una sensación de amarillo, posible­
m ente porque la sustancia visual se descom pone sólo en la parte del
ro jo y del verde. Luego, para experim entar una sensación de blanco
o de gris en esta porción central, deben añadirse ondas azules a las
rojas y v erd es12.

10. RESUMEN,—Direm os algunas palabras sobre las teorías ex­


puestas antes de term inar el capítulo. Todas ellas tienen un rasgo
en com ú n : explican nuestra experiencia del color com o la función
de sustancias fotoquím icas de la retina. La acción de la luz, de diver­
sas longitudes de onda, tiene el efecto de liberar energía en esta 3
sustancias. Cuando una actividad de este tipo ocurre en los conos y es
de tal naturaleza que no produce com plem entación, entonces se pro­
duce una sensación crom ática. Aquí nos hallam os en terreno seguro.
Pero cuando pretendem os ir más allá y averiguar cóm o separamos uh
color de otro, el problem a se com plica grandem ente. H e l m h o l t z es qui­
zá el que h a propuesto las soluciones más adecuadas. El m érito de su
teoría es que empieza con hechos físicos— las leyes de las mezclas
del color—■; pero al abordar los problem as de la conciencia, su fuerza
se debilita en parte. Existe siempre una im agen de experiencia, que
no se explica con el conocim iento del estimulo y su m odo de actuar.
H e r i n g , en cam bio, empieza en los hechos de la conciencia y encuen­
tra las dificultades en el terreno de las leyes físicas. Su interés para
el psicólogo se centra en su natural acepción de la experiencia del
m undo del color. L a d d - F r a h k l i n no añade gran cosa a nuestra com ­
prensión del problem a del color, después de lo dicho por H e l m h o l t z
y H e r i n g . S u teoría no se beneficia m ayorm ente con la perspectiva
evolucionista, ya que no term ina de aclarar nuestra capacidad actual
para distinguir unos colores de otros. Las sustancias visuales, con sus
correspondientes divisiones y subdivisiones, pudieron haberse hallado
en el o jo hum ano desde sus com ienzos, y aunque se hubiesen desarro­
llado posteriorm ente, no por eso se diferencia esta teoría de las
sostenidas por H e l m h o l t z y H e r i n g , ya que ellos tam bién afirm an que
existen elem entos diferenciados en la retina que explican las diferen­
cias de nuestras sensaciones cromáticas.
Uno de los problem as que ofrece mayores dificultades es nuestra
percepción del negro, que puede ser considerado com o la oveja negra

12 L a d d -F r a n k lin C.: Color and Color Theories. N. Y. Harcourt, Bra­


ce, 1929.
Bibliografía 185

de los teóricos. Para H e l m h o l t z se debe a la ausencia absoluta d e


estímulo luminoso. ¿Significa esto que es un producto de la con cien ­
cia? Para H e r i n g es una consecuencia de la adaptación de la retina,
¿ebida a ciertos procesos que ocurren en el ojo. Para L a d d - F r a n k l i n
es simplemente la respuesta a un objeto que no refleja luz. El proble­
ma reside en que nuestra conciencia del negro es la consecuencia de
una experiencia positiva. Así, al mirar las palabras que estoy escri­
biendo en este m om ento, los signos negros contrastan con el papel
blanco. Del mismo m odo, cuando apago la lám para de mi habitación,
percibo perfectam ente la oscuridad en que ésta queda. Vem os que en
los dos casos soy tan consciente del color negro com o del blanco, y
que ambos poseen la característica de ser positivos, es decir, de tener
«cuerpo». Y si esto es así, la teoría de H e r i n g es probablem ente la que
esté más cerca de los hechos re a le s13.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XIII

D im m ic k , F. L. : «Color». Foundations of Psychology. Edit, por Boring, Langf-


feld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 12.
Garret, H. E.:. Great Experiments in Psychology. New York, Appleton-
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G r b e n d e h , H., S. J.: Experimental Psychology, Milwaukee, Bruce, 1932, ca­
pítulos 3 y 4.
K ahn , F.: Man in Structure & Function. Trad, por G. R o s e n , New York,
Knopf, 1943, Vol. II, Cap. 46.
T r o l a n d , L. T.: The principles of psychophysiology. New York, Van Nos­
trand, 1930, Vol. II, Cap. 14.
W oodworth , R . S., y M arq u is , D . G .: Psychology. N ew Y o r k , H o lt. 5.1 ed.*
1940, Cap. 14,

13 G ruender H . S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee. Bruce, 1932n


pp . 4 2 -4 3 ; 7 7 -8 1 .
CAPITULO XIV

SENTIDO COMUN Y PERCEPCION

1. LOS SENTIDOS INTERNOS,— No hace falta ser psicólogo para


reconocer que el conocim iento no se limita solamente a las sensacio­
nes. Lo que el o jo ve y el oído oye no es más que una fase del con oci­
miento por asi decir. Sí nos analizam os algo, podemos darnos cuenta
de que poseem os la capacidad de unificar nuestras sensaciones y con ­
vertirlas en tonos perceptivos, com o tam bién de form ar imágenes de
objetos ausentes que ya no im presionan nuestros sentidos, de recordar
hechos pasados, de con ocer sin experiencia previa y al m om ento lo
que es bueno y lo que es m alo para el organismo
Para explicar estas form as de conocim iento adicionales que a ca ­
bamos de describir, S a n t o T o m á s postula la existencia de cuatro sen­
tidos internos: el sentido com ún, la im aginación, la m em oria y la
capacidad de estim ación. Esto es una m era continuación de las d o c­
trinas de A r i s t ó t e l e s , aparte de algunas aclaraciones no encontradas
en este último. El que pudiese S a n t o T o m á s dar una explicación más
equilibrada y sistem ática de estos niveles superiores de la experiencia
sensorial fue debido, en no pequeña medida, a la labor de los com en­
taristas hebreos y árabes de A r i s t ó t e l e s . Este es particularm ente el
•caso de la capacidad de estim ación o potencia cogitativa.
Podemos preguntar por qué hem os escogido la cifra de cuatro para
los sentidos internos. La respuesta se debe en parte a la experiencia
y en parte a una consideración de los variados aspectos de los objetos
apreciados por los sentidos. Así, cuando observamos una actitud con s­
ciente hacia algo, es decir, cuando nos aproximamos a ello de un
modo diferente al que lo hacem os con otros objetos, cuando, además,
esta actitud consciente se relaciona con algún rasgo especial o «fo r­
malidad» del objeto, com o A q u in o afirm a, entonces nos hallamos
írente a una facultad especial. Volviendo a los descubrim ientos del
análisis personal, tenem os una im presión determ inada de las cosas al
ser éstas presen tes, otra cuando están ausentes, otra aún cuando son
pasadas y otra cuando son útiles, o cuando son dañinas. Ninguno de
estos aspectos es sim ilar a los demás, y puesto que podem os ser

1 En este capitulo, y a lo largo del texto, sólo utilizaré el término percep­


ción para el conocimiento de tipo sensorial. Se suele emplear, sin embargo,
en el sentido más amplio de comprensión, como, por ejemplo, en el pasaje
de la Biblia que dice: «percibo que eres un profeta». Existen varios términos
en nuestro idioma que describen los procesos del intelecto, mientras que
percepción es el único que corresponde con exactitud a los actos de los sen­
tidos internos, y especialmente al sentido común.
188 Sentido común y percepción

conscientes de todos ellos, debemos poseer los cuatro sentidos inter­


nos. Esta es la conclusión a la que llega S a n t o T o m á s , cuyo pensam ien­
to seguiremos en sus principales puntos a través de este texto 2.

2. CONCEPTO DE SENTIDO COMUN. — Debemos señalar, para


empezar, que el sentido al que nos referim os aquí no está relacionado
con el razonam iento o la form ación de juicios de tipo práctico, como
los im plicados, por ejem plo, en la expresión: «Es un hombre que tiene
un buen sentido com ún.» Por el contrario, el sentido com ún es exacta­
m ente lo que su nom bre denota: un sentido que tiene algo en com ún
con los demás sentidos. Concretam ente, recibe las impresiones de
todos los sentidos externos y es la raíz vital de donde proviene su
energía consciente. Podem os im aginárnoslo com o un receptáculo en
el cual se fuesen colocando los frutos de la sensación de m odo que
pudieran ser elaborados, refinados y convertidos en unidades de per­
cepción.
Para ver cóm o actúa, supongam os que frente a nosotros hay un
objeto. Su color estimula nuestra vista, su olor nos produce un efecto
agradable al llegar a nuestras fosas nasales; lo tocam os con la mano
y hallam os que algunas partes son suaves y lisas y otras son ásperas,
rugosas y punzantes. Tal vez se rom pa un fragm ento del objeto y nos
lo llevemos a la boca. Su sabor es am argo e insípido, Y de este modo
prosigue nuestro examen al ser estimulados uno tras otro nuestros
sentidos externos y se com unica a la mente algunas de las propie­
dades del objeto en cuestión. Por últim o, reunim os con naturalidad
toda esta inform ación y decim os sim plem ente que el objeto que exa­
minam os es una rosa. Un con ju n to de datos sensoriales se ha un ifi­
cado en una determ inada configuración, haciéndonos posible referir
varias cualidades distintas a un solo objeto. El instrum ento psicoló­
gico con el que llevamos a cabo esta experiencia es el llam ado sentido
com ún, que podem os definir com o la capacidad de percibir, de un
modo sensible, o b jetos que están estimulando en el m om ento presen te
al organ ism o3.

3. LOS OBJETOS DEL SENTIDO COMUN. — En el ejem plo que


acabam os de dar solam ente m encionam os las cualidades que actuaban
sobre los sentidos externos. Pero los objetos tienen tam bién otros

a S. T., p. I, q. 78, a. 4.
a D. P. A., c. 4. Aquí la teoria de A chino se halla resumida del siguiente
modo: «El sentido común es la potencia de la que se derivan todos los de­
más sentidos, a la cual dirigen éstos sus impresiones, y en la que son inte­
grados.» «Esto concuerda de un modo sustancial con lo que afirma A r i s ­
tó tele s fSobre el dormir y el despertar, c. 2). Todo sentido (externo) posee
algo propio y algo común; propio, como la visión es propia de la vista, la
audición del oído, etc., y común, ya que todos los sentidos externos se rela­
cionan con el sentido común por medio del cual la persona percibe que oye
o que ve, ya que no por medio de la vista en última instancia vemos ni
por medio del tacto o de la vista nos damos cuenta de que lo dulce es dis­
tinto que lo blanco. Esto se lleva a cabo por medio de una facultad que
posee un nexo común con todos los órganos sensoriales.»
Ver también: S. T., p. I, q. 78, a. 4, r. a. obj. 2.
Naturaleza psicosomàtica 189

atributos, com o su tam año, su form a, su solidez, la distancia existente


«ntre éstos y la vista, y el m ovim iento local, etc.; y estos aspectos
adicionales son objetos del sentido com ún. Los colores, los sonidos, los
olores, los sabores, y las cualidades táctiles son llam ados sensibles
propios. Están perfectam ente delim itados, ya Que, por ejem plo, el co ­
lor sólo estimula un receptor sensorial, la vista. Por esta razón, A r i s ­
t ó t e l e s y S a n t o T o m á s las llam an sensibles propios, ya que cada uno
posee un órgano, cuya sola tarea es la de registrar ese objeto en par­
ticular y ningún otro. El sentido común, en cam bio, no está tan deli­
mitado. Puede abarcar toda la in form ación de los sentidos externos
añadiendo su propio conocim iento de los rasgos espaciales y tem po­
rales de un ob jeto que no pueden ser captados por ningún sentido
externo. Como estas últimas cualidades son com unes a todo ob jeto
que exista en el espacio y en el tiempo, se conocen en la psicología
tradicional com o sensibles com u n es4.

é. NATURALEZA PSICOSOMATICA DEL SENTIDO COMUN.-—Uti­


lizamos aquí el térm ino psicosom ático en su sentido literal; esto quiere
decir que posee tanto elem entos del cuerpo com o del alma. Desde
esta perspectiva todo sentido es una potencia mixta o psicosom ática,
o, com o dice S a n t o T o m á s , todo sentido es una facultad del com pues­
to alm a-cuerpo. Veamos lo que esto significa para el proceso per­
ceptivo.
I. E l e m e n t o p s í q u i c o .—‘P rim eram ente vemos que la percepción im ­
plica un conocim iento de la sensación. Podem os expresar esto de otro
modo diciendo que, por m edio del sentido com ún, nos damos cuenta
de todo lo que sucede en los sentidos externos; por ejem plo, vemos
que vemos. Esto, com o nos dice S a n t o T o m á s , no podia ser efectuado
por un órgano sensorial «cuyo rango de conocim iento no va más allá
de la aprehensión de la form a sensible por la que es m odificado». Si
careciésem os de sentido com ún, los sentidos externos no tendrían
ningún valor para la mente. De ella reciben el supremo don de la
conciencia y el poder de percibir sus propios objetos. Además, si el
ojo percibe el color y el oído percibe el sonido, es debido solam ente
al hecho de que estos sentidos externos están en relación con un
sentido central que los capacita para percibir, ya que la percepción
pertenece realm ente a un sentido interno.
En segundo lugar, el sentido com ún nos permite distinguir unas
sensaciones de otras, ya que sería una gran desventaja si no fuese así.
Por esta razón( el sentido com ún pertenece a un nivel superior a los
sentidos externos, y puede así, por ejem plo, darse cuenta de que una
experiencia visual n o es igual a una auditiva o a otra proveniente
de cualquier otro sentido. Por m edio del sentido com ún tenem os con ­
ciencia de que la blancura es distinta a la dulzura o a la fragancia, y
así sucesivam ente. Está claro, pues, que la capacidad de discrim inar

1 A r is t ó t e l e s : De anima, L. III, ce. 1 y 2. C. D. A., L. III, lecciones 1 y 3.


Brennan. R. K, O. P.: Thomistic Psychology, N. Y. Macmillan, 1941, pá­
ginas 122-123; 1940-141. Edición española, Morata, Madrid, I960.
190 Sentido común y percepción

entre varias clases de sensaciones debe pertenecer a un nivel m ental


más elevado.
En tercer lugar, el sentido com ún es capaz de realizar una síntesis
de sensaciones. Nos hallam os aquí frente a un proceso unitario y di­
ferente de la sensación separada. Cuando la luz alcanza la retina,
som os capaces de v er; cuando el sonido llega al oído, oím os; pero la ex­
citación separada de varios órganos term inales no puede explicar cóm o
y por qué diferentes sensaciones son adscritas a un mismo objeto. Es
especialm ente en esta habilidad para realizar algo nuevo y sintético
donde halla A q d i k o la superioridad del sentido com ún sobre los de­
más sentidos. Al m ism o tiem po que reconoce las diferencias de color,
olor y sabor, y propiedades táctiles, es capaz de estructurarlas y darles
una form a u n ita ria 5. Finalm ente, una vez que la percepción se ha
llevado a cabo n o es necesario en futuros procesos perceptivos en los
que se trata del m ism o ob jeto repetir cada una de las sensaciones
individuales que entraron en el con junto de la experiencia individual.
A s í , si m iro h acia el Jardín, veo los prim eros narcisos de la temporada
alegrando la hierba con sus m anchas de vivo color. Estrictamente ha­
blando, las percibo sólo con la vista, pero com o he percibido anterior­
m ente sus otras cualidades, puedo com pletar mi conocim iento por
m edio de imágenes. Esto n o seria posible, por supuesto, si no hubiese
estado en anterioridad en relación con las cualidades mencionadas
por m edio de los órganos sensoriales.
n . E l e l e m e n t o s o m á t i c o .— Como una facu ltad perteneciente al
cuerpo además de al alma, el sentido com ún requiere el funciona­
m iento adecuado del sistema nervioso. P or ser un sentido de tipo
central requiere adem ás la integridad de los centros cerebrales en los
cuales los impulsos nerviosos provenientes de los sentidos externos
se transform an en procesos conscientes. Su base cortical fue clara­
m ente reconocida por S a n t o T o m á s . La capacidad del sentido común
para producir unidades de experiencia superiores, partiendo del ma­
terial sum inistrado por las sensaciones, requiere la integración corres­
pondiente de las funciones por parte del sistema nervioso. El sentido
com ún está lim itado solam ente por las restricciones propias de la
actividad c o r tic a l0.

s D. A., a. 13. En el pasaje al que nos referimos aquí, S an to T om á s señala


claramente las tres características del sentido común que hemos descrito
en el texto. En primer lugar, permite a su poseedor formar «algún juicio
sobre las cualidades sensibles» que recibe de los sentidos externos; en se­
gundo lugar, «distingue sus cualidades unas de otras», y en tercer lugar,
ejecuta su tarea por medio de su capacidad de síntesis, capacidad por me­
dio de la cual «todas las cualidades sensibles {provenientes de los sentidos
externos) se relacionan».
6 D . P. A., c. 4. La postura de S an t o T om ás es la siguiente: «La corteza
cerebral, donde se originan los nervios de los sentidos externos, es el ór­
gano del sentido común. De este modo, la respuesta de los sentidos depende
del sentido común. Sin embargo, el sentido común aprehende los objetos
solamente cuando éstos actúan sobre los órganos sensoriales, y si estos ór­
ganos no le proporcionasen la información necesaria no le sería posible el
conocimiento.»
características de la percepción 191

Si intentamos im aginarnos lo que sucede en el cerebro antes de


que la percepción se lleve a cabo, vemos que por lo m enos son ne­
cesarias tres condiciones para que ésta tenga lugar. Primera, debe
haber integridad de los centros corticales im plicados en las sensa­
ciones específicas. Segunda, tales centros deben estar separados es­
pacialmente. La teoría de la energía nerviosa específica, de la que se
habló en el capítulo referente a la sensación, supone que determ ina­
das áreas corticales tienen relación con sensaciones determinadas, y
la localización de estas áreas ha sido tarea del científico por más de
un siglo. Tercera, las áreas corticales diferenciales deben estar co ­
nectadas. Esto se realiza probablem ente por m edio de las vías de
asociación. Las condiciones que hem os establecido para el fu n cion a­
miento del sentido com ún tam bién son ciertas para los otros sentidos
internos com o la im aginación, la m em oria, etc., ya que ellos utilizan
la síntesis realizada por el sentido com ún com o la base para nuevas
actividades más elevadas de la conciencia.

5. CARACTERISTICAS ESPACIALES DE LA PERCEPCION.— La


Psicología m oderna ha dado una explicación m ucho más m inuciosa
de las cualidades sensibles com unes que la que podían darnos A r i s ­
t ó t e l e s o S a n t o T o m á s con sus conocim ientos científicos m ucho menos
desarrollados. Examinarem os prim ero aquellos aspectos de la percep­
ción relacionados con la con cien cia que tenemos de los cuerpos com o
localizados en el espacio tridimensional.
I. E x t e n s i ó n e n s ü í e r f i c i e .— ¡Nuestro conocim iento de la extensión
en superficie de los cuerpos está en relación principalm ente con el
tacto y la vista. La m anera más fá cil de estudiar cóm o se form a este
tipo de percepción es observar al niño y ver cóm o va m anifestando
un interés creciente por los objetos que le rodean.
Así, desde el punto de vista de la som estesia, la prim era experien­
cia de la extensión superficial parece empezar con una sensación de
tacto o de presión localizada en cualquier parte del cuerpo. Pero la
discrim inación de un área respecto, a otra im plica la tactación de dos
o más puntos sobre la piel. Supongam os que dejam os descansar la
mano derecha sobre la izquierda. En este caso notam os una doble
sensación táctil que puede ser descrita simplemente com o la im pre­
sión de una superficie en con tacto con la otra. Movemos entonces la
palma de la m ano a lo largo del brazo, un gesto muy corriente entre
los bebés. La superficie del brazo es explorada punto por punto. Cada
sensación táctil se presenta a la conciencia com o separada y coex-
tensiva, correspondiendo a la separación y extensión de la materia
fuera de los receptores cutáneos. La im presión de extensión en super­
ficie así provocada es reforzada y precisada por la conciencia del m o­
vimiento muscular con form e va la m ano de una zona a otra del cuerpo.
Desde el punto de vista de la visión, se ha supuesto que la per­
cepción de superficies extensas es un dato prim itivo de la experiencia
del nifi.0 recién nacido. Si se presentan al niño que abre por primera
vez los ojos dos bandas de color, éste las percibe inm ediatam ente
192 Sentido común y percepción

com o extensas. De otro m odo no podría haber conciencia de dónde


term ina un color y em pieza otro. Además, las personas ciegas de na­
cim iento que adquirieron posteriorm ente la vista nos iníorinan de
que su prim era reacción a los objetos visibles com prendía una ex­
periencia de superficies extensas o de colores planos, en dos dim en­
siones solamente, ya que la percepción de la profundidad constituye
un perfeccionam iento u lte rio r7.

II. F o r m a .— La percepción de las form as es tam bién un producto


de las sensaciones táctiles y visuales. En el caso del tacto, significa
que el objeto es tom ado en la m ano, palpado con los dedos o presio­
nado contra la piel. Se pueden añadir m ovim ientos a lo largo de la
superficie o alrededor de los bordes para com pletar la exploración.
En el caso de la visión la form a del objeto se precisa haciendo re­
correr la vista por los bordes de éste. Para obtener una visión
perfecta, podem os retroceder de m odo que podam os abarcar el objeto
en conjunto. La im presión de un objeto extenso, parte por parte, pro­
viene de sensaciones musculares del ojo, al hacer que éstas converjan
en un punto, y luego pasen a otro. De este m odo los límites super­
ficiales del ob jeto revelan su form a. Esta puede ser regular, com o una
figura geom étrica, o irregular, com o la m ayoría de los objetos que
hallam os en la naturaleza 8.
III.— S o u d e z .— Después de captar las dimensiones planas de un
objeto, el paso siguiente es la apreciación de su profundidad. Com­
prendem os fácilm ente cóm o el ta cto nos puede proporcionar este co­
nocim iento, puesto que el simple con tacto con un objeto nos revela
que éste es sólido. El caso de la visión es más com plicado y requiere
una exposición prelim inar de las diferencias entre los efectos mo­
noculares y binoculares en el uso de los ojos. Para tener clara visión1
de un objeto, su im agen debe caer sobre el centro de la retina. Esto
no significa que la im agen sea exactam ente la misma para ambos
ojos. De hecho, siempre vem os un poco más del lado derecho del
objeto con el o jo derecho y un poco más del izquierdo con el ojo
izquierdo, especialm ente cuando miram os un objeto cercano. Es esta
visualización del ob jeto con am bos ojos lo que le da el aspecto de
solidez. Lo que sucede en realidad es que los ejes visuales convergen
y se encuentran en un punto por detrás del objeto, de modo que
cuando las dos im ágenes procedentes de la retina se fusionan en la
conciencia, se obtiene una im presión de profundidad. Esto puede ve­
rificarse estudiando dos im ágenes idénticas en el estereoscopio (figu­
ra 16).

7 B r o w n , W .: «The perception of Spacial Relations». Psychology. A Fac­


tual Text-book. Edit, por Boring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1935, pá­
ginas 207-210. _
C ar r H. A.: Introduction to Space Perception. N. Y. Longmans Green,
1935, pp. 9-18. M aher , M ., S. J.: Psychology. N. Y. Longmans Green. 9.« edi­
ción, 1926, pp. 131-39.
8 B r o w n , W,: Op. cit, pp, 210-13; C a r r , H. A.: Op. cit., c. 11.
Características de la percepción 193

Con él podem os ver cóm o las Imágenes que se producen son p ro ­


yectadas hacia atrás en la línea visual y la convergencia de los ejes
se produce más allá de la visión ordinaria. Nuestra sensación de pro-

pxa. 16.—Estereoscopio. Dos espejos están


dispuestos en ángulo recto. Se montan
fotografías duplicadas, R. y L, de tal
manera que el ojo derecho solamente vea
la reflexión de R, mientras que el ojo
izquierdo ve tan sólo la reflexión de L.
Las imágenes retlnianas son mentalmen­
te proyectadas hacia atrás hasta el pun­
to F, donde se cruzan los ejes visuales.

fundidad es más m arcada y sorprendente cuando nos damos cuenta


que los cuadros son superficies planas s.
IV. D i s t a n c i a .— Las sensaciones musculares y táctiles nos dan por
lo menos un fundam ento para nuestras percepciones de distancia. El
brazo del niño se esfuerza por alcanzar los objetos, y si no lo logra,
puede moverse en su dirección. Pero m uy pronto abandona los m éto­
dos que dependen enteram ente de la visión para la estim ación de la
distancia. Si tenem os en cuenta lo que acabam os de exponer acerca
de la percepción tridim ensional, com prendem os con más facilidad el
modo general de calcular las distancias. Asi, cuando contem plam os
algo cercano, el esfuerzo m uscular com prendido en la convergencia
de los ejes visuales es m ucho m ayor que el efectuado al m irar un
objeto distante. Además de estas sensaciones cinestéticas, experim en­
tamos sim ultáneam ente una sensación m uscular que proviene de los
movimientos de acom odación del cristalino y las pupilas. Estas sen­
saciones son particularm ente intensas cuando el objeto está cerca. A
partir del contenido total de las reacciones musculares, aprendemos
gradualmente a apreciar la distancia.
Otro fa cto r que nos ayuda considerablem ente es la posición de los
objetos inm óviles en nuestra línea de visión. Cuando este fa ctor se
halla ausente, por ejem plo, cuando m iramos a través de una gran
masa de agua o hacia el firm am ento, es fácil com eter equivocaciones
en la apreciación de las distancias. Los ciegos congénitos que recupe­
ran más tarde la vista nos inform an de que al principio todos los
objetos les parecen próxim os a los ojos. Esto mismo le debe de su­
ceder al niño que alarga el brazo para alcanzar la luna o cualquier
otro objeto que despierte su in te ré s10.
Las sensaciones auditivas son tam bién una ayuda para la p erfec­

9 B r o w n , W .: Op. cit., pp. 222-28; C ar r , H. A.: Op. cit., c. 6 ; D im m ic k , F. L.:


Visual Space Perception. Foundations of Psychology. Edit. Boring, Lang-
leld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, pp. 298-304.
10 B r o w n : Op. cit., p. 216; C a r r : Op. cit., cc. 7-9.
BRENNAN, 13
194 Sentido común y percepción

ción de la distancia de los objetos sonoros. En prim er lugar, la in ­


tensidad del sonido nos ayuda a distinguir su proxim idad o lejanía.
La com plejidad tonal puede tam bién utilizarse, ya que cuanto más
cerca nos hallem os del lugar donde proviene el sonido, podem os cap­
tar m ejor sus sonidos arm ónicos. Un silbido nos parece débil en la
distancia porque oím os solam ente su tono fundam ental. En tercer
lugar, la fase es tam bién un ayuda, pero depende de la audición con
ambos oídos. Es de especial utilidad para localizar la dirección del
sonido. Así, si las ondas que oím os llegan a ambos oídos al mismo
tiem po y con la m ism a intensidad, sabemos que el cuerpo sonoro
está enfrente de nosotros. Pero si éste se encuentra a nuestra dere­
cha o a nuestra izquierda, entonces no sólo varía la intensidad y la
com plejidad tonal, sino tam bién la fase. Este últim o factor, sin em­
bargo, no es tan im portante com o los dos prim eros en la localización
de la fuente del so n id o 11.

V. T a m a ñ o .—La percepción del tam año de las cosas depende, en


cierta medida, de nuestro conocim iento de las distancias. Por esto lo
hem os colocado al final de la lista de los atributos espaciales. La per­
cepción del tam año se verifica corrientem ente por m edio del tacto.
Pero tal proceder nos restringe a un con tacto inm ediato con el ob­
jeto. La visión, en cam bio, nos evita esto. Su estim ación del tamaño
se basa a su vez en la am plitud del ángulo visual que es proyectado
por el objeto sobre la retina. Pero com o objetos de tamaños diferentes
pueden estar com prendidos en el mism o ángulo, es necesario tener
algún conocim iento prelim inar de su distancia antes de poder hacer
una apreciación correcta de sus dimensiones. El niño considera a la
luna m ayor que las estrellas porque la primera produce una imagen
m ayor sobre la retina. D esconoce todavía la relación entre el tamaño
y la distancia.
La convergencia de los ejes visuales y la sensación de esfuerzo
muscular subsiguiente desem peñan tam bién un papel en la elabora­
ción de las percepciones de tam año. Así, cuando miramos cuerpos que
tienen el m ism o ángulo visual juzgam os que ha de ser mayor aquel
que requiere m enor convergencia. Por ejem plo, un lápiz sostenido a la
distancia del brazo extendido, puede tener la misma longitud en la
retina que un árbol distante. Pero si fijam os la vista en cada uno de
ellos separadam ente, percibim os notables diferencias en el grado de
tensión muscular. Aquí, com o en la distancia, la intervención de varios
objetos y el m odo en que se hallan colocados tienen tam bién efecto
sobre la percepción del tam año. Cuando el sol y la luna están sobre
el horizonte nos parecen m ayores que cuando los vemos en lo a lto 12.

VI. M o v i m i e n t o .— El m ovim iento com o un rasgo espacial de los


cuerpos, significa el cam bio de lugar o de posición. Desde este punto

11 B r o w n : Op. cit,, pp. 236-38; C a r r ; O p . cit., cc. 4-5.


12 B r o w n : O p. cit, pp. 210-11, 213-15; C a r r : Op. cit,, c. 11; D im m ick, F . L .:
Op. c it, pp. 304-07.
Características temporales 195

de vista puede ser el ob jeto de varios sentidos: el ta cto, la cines tesia


y la visión. En la percepción del cam bio, cuando nuestros propios
cuerpos están en m ovim iento, utilizam os la inform ación de estos tres
sentidos. Pero si se trata de objetos que n o se relacionan directam ente
con nuestro cuerpo, la conciencia del m ovim iento es en gran parte
fu n ción de la vista. El factor que explica este tipo de conocim iento
es la unidad del cam po perceptivo. Está lleno de objetos y es un todo
continuo para todos los tam años que podam os ver, y no un m osaico
con huecos. El m ovim iento es sim plem ente un cam bio en este cuadro.
El fondo perm anece igual, pero algo varía de posición con respecto a
él. Observamos que hay más fon d o a la derecha del objeto que a la
izquierda. Después que h a sido m ovido, vemos más fon d o a la izquier­
da y m enos a la derecha. Y esto es cierto para m ovim ientos en cual­
quier dirección.
Hay, sin em bargo, un grado m ínim o de velocidad, por debajo del
cual el m ovim iento n o es percibido. Podem os com probar esto nosotros
mismos tratando de registrar los cam bios de la m anecilla de un reloj
pequeño. Lo que observamos en realidad no es el m ovim iento, sino
la posición de la m anecilla en diferentes puntos en los distintos m o­
mentos. Un h ech o bastante curioso es que el paso de objetos por las
superficies cutáneas del cuerpo, o a través de la retina, nO conduce
necesariam ente a la percepción de m ovim iento. Asi, puedo deslizar
mi m ano sobre la superficie de la mesa o dejar que mi vista explore
el paisaje sin que se produzca la im presión de que la mesa o el paisaje
se mueven. En cam bio, si el globo ocular es m ovido por una serie de
rápidos y leves toques, las cosas parecen moverse, aunque sabemos que
no lo hacen i3.

6. CARACTERISTICAS TEMPORALES DE LA PERCEPCION.— T o­


das las cosas materiales se hallan sujetas a las leyes del tiem po y del
espacio. Además, nuestro conocim iento de esas leyes com o generali­
zaciones de la experiencia es un producto intelectual, aunque esté
basado en datos provenientes de los sentidos. En lo que se reñere a
las percepciones del sentido com ún, somos conscientes sólo de la
duración de los hechos y de ciertos efectos rítm icos cuando dichos
acontecim ientos se agrupan de un m odo ordenado. Habría que seña­
lar que el m ovim iento posee tam bién aspectos tem porales por natu ­
raleza. Nuestra con cien cia del tiem po puede ser considerada com o
una serie de m ovim ientos en los que el instante presente cruza com o
un relám pago por el escenario de la conciencia y se dirige hacia el
pasado, m ientras el instante siguiente va a ocupar su lugar. El co n o ­
cim iento que tengo de este tipo de acción, sin em bargo, no es el m is­
mo que la percepción del m ovim iento por m edio del cual me d irijo
desde el estudio a la sala de clase. Este últim o es el llam ado m ovi­
m iento local. En resumen, el tiem po no va de un lugar a otro del

13 B e n t l e y , M, : The Field of Psychology. N, Y. Appleton, 1924, pp. 231-34;


Carr: Op. cit., c. 10; De Silva, H, R .: Perception of Movement. Psychology.
A Factual Text-book. Edit, por Boring, Langfeld, Weld, N. Y. Wiley, 1935,
pp. 260-73; Dimmick: Op. cit., pp. 307-11.
196 Sentido común y percepción

espacio. Es más bien la medida de los m ovim ientos de los cuerpos que
efectú an dichos cam bios lo c a le s 14.

I. D u r a c i ó n .—Existe una cualidad de duración en todas nuestras


sensaciones, es decir, tenem os con ciencia del aspecto tem poral de
ellas. Uno de los problem as de más interés para el psicólogo es el modo
com o varía el tiem po de una persona a otra o en la misma persona
según su edad y las circunstancias por las que pasa. Como S h a k e s p e a r e
dice, «el tiem po viaja por diversos lugares con diversas personas. Te
diré con quién el tiem po va al paso, con quién trota, con quién galopa
y con quién perm anece quieto» 15. Va al paso con el hombre rico que
no padece gota y vive alegrem ente porque no tiene dolores. Trota
con la doncella que espera el día de su m atrim onio; galopa con el
bandido que va a galeras, y perm anece quieto con los abogados en
vacaciones, que duerm en entre las sesiones del tribunal.
Entre los psicólogos modernos, W i l l i a m J a m e s nos ha proporcio­
nado una explicación bastante adecuada de las variaciones de nues­
tra actitud respecto al tiempo. Por ejem plo, si el día* está lleno de
una variedad de experiencias interesantes, parece ser de corta dura­
ción. Tam bién si nos hallam os muy concentrados en algo, no nos
dam os cuenta de que pasa el tiempo. En cam bio, si estamos esperando
co n im paciencia que algo suceda, o aguardamos un acontecim iento
de m ucho interés para nosotros, o si nos sucede algo desagradable,
por ejem plo, tenemos algún dolor, alguna molestia, o alguna restric­
ción de nuestra libertad, entonces la duración del tiem po parece pro­
longarse. Finalm ente, con el aum ento de los años disminuye nuestra
con cien cia de la duración. En nuestra infancia, las vacaciones de ve­
rano se nos hacían tan largas que nos alegrábamos casi de volver otra
vez al c o le g io 1G.
A l e x i s C a r r e l com para el tiem po con el fluir de un río por un
valle. En la aurora de la vida, cuando está exuberante de energía, el
hom bre corre alegrem ente a lo largo de la ribera y va más rápido que
la corriente, antojándosele ésta lenta. Hacia el m ediodía, su paso
pierde algo de brío y cam ina con la misma rapidez que la corriente.
Al llegar la noche, el hombre está triste y cansado. La corriente parece
aum entar en velocidad y ya no puede seguirla, y se va quedando atrás.
Entonces se detiene y descansa para siempre. El tiem po ya no existe
para é l 17.

i d El tiempo, según la doctrina de S an t o T om ás (S . t ., p. I, q, 10, a. 1), es


la clase de duración propia de las cosas mudables. Es la medida de los mo­
vimientos de las criaturas corpóreas, es decir, de las cosas que tienen pa­
sado, presente y futuro. P l a tó n consideraba el tiempo como la imagen en
movimiento de la eternidad. S a n A g u s t ín , como la expansión del alma por
su contacto con la materia. A r is t ó t e l e s y A quitío , como el número o medida
del movimiento secundum prius et posterius, es decir, según las partes pri­
meras y últimas de este movimiento.
15 S h a k e sp e a re : A s Y ou Like It. Acto III, escena 2.a
10 J a m e s , W.: Psychology. N. Y. Holt,1892, pp. 283-85.
17 C a r r e l , A.: Man the Vnknown. London. Hamilton, 1935, p. 185. Otros
textos que tratan con más amplitud los aspectos temporales de la percep-
Características temporales 197

IX. R itmo..—Cuando la duración aparece com o una sucesión regu­


lar de acontecim ientos, la llam am os ritmo. La naturaleza perceptiva
de nuestra apreciación del ritm o es atribuida al h ech o de que los
acontecim ientos que entran en su estructura son reunidos en la co n ­
ciencia. Así, un grupo de sensaciones despierta nuestro interés preci­
samente por el h ech o de hallarse reunido temporalm ente. El agru-
pam iento puede referirse a cosas vistas, com o los m ovim ientos de
una danza, o a cosas sentidas, com o las pulsaciones del corazón, o a
cosas oídas, com o el tictac de un reloj. Cada grupo de estímulos tiende
a ser percibido com o un conjunto, que se enlaza y com para con otros
conjuntos. El hecho fundam ental com ún a todas las form as de ritm o
es el encadenam iento de las im presiones mentales, y el sentido com ún
nos suministra el hilo con el cual los datos de los sentidos externos
son reunidos para form ar unidades de experiencia.
Los materiales más ricos de la percepción del ritm o nos vienen in ­
dudablemente del oido. Así, la rápida y fácil com prensión del lenguaje,
com o la fluencia en su uso, dependen principialm ente de la capacidad
de reconocer el orden de los sonidos sucesivos, de com binar las síla­
bas para la form ación de palabras y de distinguir unas partes del
lenguaje de otras. La unión de sílabas, por supuesto, se encuentra
solamente en idiom as que utilizan varios sonidos para expresar una
sola palabra. En el inglés, por ejem plo, utilizamos el acento para
ayudarnos a dar el valor adecuado a cada sílaba. En el francés se pone
el m ismo énfasis más o m enos en todas las sílabas. En el chino no
es necesaria la acentuación, puesto que cada sonido es una palabra
distinta y los cam bios se efectúan por m edio de la m odulación de la voz.
La apreciación de la melodía im plica una capacidad para elabo­
rar con ju n tos a base de tonos individuales, pero tam bién está rela­
cionada con la capacidad de apreciar la periodicidad de lo que escu­
chamos, o de captar la recurrencia regular de los sonidos después de
los intervalos y de calcular la longitud y la intensidad de las notas o
de extraer temas de un conjunto.

Finalm ente, el goce de la poesía es en gran parte un efecto de la


discrim inación auditiva donde la cadencia, la división rítmica, la pau­
sa y el efecto de la igualdad de las term inaciones, desem peñan un
papel im portante. Con un estudio más detenido podría com probarse
que los rasgos perceptivos del verso no se diferencian demasiado de
los de la melodía. Podríam os llegar a afirmar que la poesía es una
form a musical del lenguaje, tal com o la prosa es más bien una form a
no m u sica l1®.

ci6n son: N e w m a n n , E. B.: perception. Foundations of Psychology. Edit, por


Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1948, pp. 242-45; T in k e r , M, A.: Tem­
poral Perception. Psychology. A Factual Text-book. Edit, por Boring. N. Y,,
1935, pp. 246-56.
18 Miner, J. B.: «Motor, Visual and Applied Rhythms». Psychological
Review Monograph Studies, 1903, 5, niim. 21; Newmann: Op. cit., pp. 245-49;
Tinzee, M, A.: Op. cit., pp. 256-59.
198 Sentido común y percepción

7. EL SENTIDO COMUN Y LA TEORIA GESTALTICA.— Está claro,


aun para un observador casual, que la m oderna teoría de la gestalt
está relacionada con la teoría tradicional del sentido común. Asi, por
muy lejos que vayan sus premisas originales, la prim era y básica pro­
posición de los gestaltistas es que experim entam os el cosmos—sus co­
lores, sus sonidos, sus olores, form a, tam año, movim iento, etc.— como
conjuntos perceptivos. Con seguridad, esto es otro m odo de decir lo
que ya habían afirmado A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s siglos atrás: que
la tarea del sentido com ún es precisam ente la de unir las impresiones
de los sentidos externos y darles un sentido sintético que no son capa­
ces de obtener por sí mismas. Siempre existe algo de la em oción del
pionero en descubrir, por nuevos e inexplorados cam inos, lo que ya se
conocía en el pasado. Los gestaltistas han analizado el proceso per­
ceptivo de un m odo m ucho más sistem ático que el que les fue posible
a los hom bres antiguos y del m edievo. Veamos ahora cóm o la ciencia
aclara e ilustra un punto de vista de la psicología filosófica.
La experiencia nos hace conscientes de que los objetos se hallan
separados de su fondo, de que las cosas se distinguen por su forma,
aspecto y otras cualidades tangibles. Las melodías son algo más que
una serie de sonidos, y así, sucesivamente. Las características funda­
m entales de la gestalt s o n : primera, que el todo es mayor que la suma
de sus partes; segunda, que las partes del todo son intercambiables.
En su explicación de dichos fenóm enos los gestaltistas señalan que
en la naturaleza misma encontram os conjuntos análogos a los que
hallam os en la conciencia. Por ejem plo, si un lazo de seda es colocado
sobre una capa de agua jabonosa de m odo que ésta n o se rompa, y
si el área que abarca el lazo se cierra con un alfiler, la form a resul­
tante será siempre circular, prescindiendo de la form a original del
lazo. No tenem os que rem ontarnos tanto para hallar configuraciones
en la naturaleza. Un copo de nieve o la form a esférica de la gota de
agua nos sirven com o ejem plos de configuración natural. En todos
estos casos una unidad m aterial organizada ha sido originada por
fuerzas de tipo físico. Según los gestaltistas, los impulsos nerviosos
poseen esta m ism a tendencia a la configuración que las energías de
la naturaleza, y de esta estim ulación obtenem os configuraciones en
la conciencia. Existen varias razones para rechazar esta apreciación
puram ente m ecánica, pero todas ellas pueden resumirse en la simple
afirm ación de que todas las fuerzas físicas y fisiológicas del universo
no pueden explicar suficientem ente la percepción o cualquier otro
dato de tipo psicológico. Si pudiesen hacerlo, no tendríam os por qué
tener facultades para el registro de las propiedades del universo y el
sentido com ún n o tendría razón de ser si la conciencia dependiese
de la física o si los todos perceptivos pudiesen ser explicados en tér­
minos puram ente fisiológicos19.
Veamos nuevam ente lo que ha dicho A quino sobre nuestra capaci-

in LmbwoRSKY, J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R . de S ilva.


N. Y. Macmillan, 1931, 6." sección, c. 1; M oore, T. V-, O. S. B.: Gestalt Psy­
chology and Scholastic Phisolophy. The New Scholasticism. Enero 1934, pá­
ginas 46-80.
Particularidades de la percepción 199

dad para conocer las cosas com o conjuntos o configuraciones. Cual­


quiera que sea la naturaleza del estímulo o de la corriente nerviosa,
el hecho es que somos capaces de forja r patrones partiendo de los
datos de la experiencia. Debemos, pues, de tener una facultad para
realizar una tarea de este tipo, y ésta es el sentido común. Este es
a la vez selectivo y uniñcador. C itam os: «Todo sentido externo conoce
sus propios objetos distinguiendo unos de otros. El ojo, por ejem plo,
puede distinguir entre el blanco, el negro y el verde, pero ni el o jo ni
la lengua pueden distinguir entre lo blanco y lo dulce, porque si no
cada sentido tendría que con ocer ambas cualidades para darse cuenta
por qué son distintas. Luego la discrim inación de los diferentes tipos
de sensaciones que experim entam os debe ser labor del sentido com ún
para el que todo conocim iento proveniente de los sentidos externos
debe ser referido a una meta c o m ú n » zo.
Es obvio que las más elem entales G estalten se caracterizan por
estar organizadas. Una m ancha de color sobre un fondo blanco, un
círculo dentro de un cuadrado, un sonido en su con ju n to musical, son
captados cada uno por si mismos y al mismo tiem po en relación con
lo que los rodea. Cada grupo de estímulos representa una form a orga­
nizada de experiencia. Esto m ismo rige para más altas síntesis sen­
soriales. Cuando m iram os un cuadro o estudiamos la m elodía de una
nueva canción, cada parte del objeto en cuestión es percibida antes
de que se una con las demás para form ar un conjunto com pleto.
En resumen, los mismos hechos que han conducido al estudio de
la gestalt com o fenóm enos sintéticos, refuerzan la opinión de Aquino
de que la percepción es algo más que una fu nción de los sentidos
externos. El único m odo de explicarla es postulando una facultad
superior capaz de construir conjuntos mentales partiendo de las sen­
saciones.

8. PARTICULARIDADES DE LA PERCEPCION.— La percepción


presenta m uchos problem as que son de la experiencia diaria, y que
han originado una serie de controversias.
I. Ambigüedades.— Utilizando los mismos estímulos, es posible ob­
tener dos tipos diferentes de reacción mental. En las figuras adju n ­
tas, por ejem plo, notam os un m arcado cam bio en la percepción, si
miramos las figuras durante un cierto tiempo. Veamos prim ero la
figura de la escalera. A prim era vista tenemos la im presión de verla
desde arriba, pero si continuam os m irándola, p oco a poco, va varian­
do la percepción y entonces tenem os la impresión de verla desde
abajo. Después, nuestra percepción puede variar en un sentido o en
el otro indistintam ente. El vaso griego nos muestra cóm o pueden in ­
vertirse figura y fondo. En la prim era ojeada vemos la figura de un
vaso. Luego, si continuam os m irando al dibujo, la prim era impresión
desaparece y vemos dos perfiles, uno frente a otro. Del mismo modo,
en lugar de la estrella que se encuentra en el interior del hexágono,
vemos la figura de varios cubos. Esta figura asteroide tiene también

20 S. T„ p. I, q. 78, a. 4, r. a. obj. 2.
200 Sentido común y percepción

interés porque demuestra lo natural que es para nosotros ver objetos


tridim ensionales en todas las configuraciones que adm iten una visión,
de este tipo.

F i g , 17.— L a e s c a le r a a m b ig u a . F i g . 18,— E l v a s o g rie g o .

La figura de S a n t o r d nos demuestra una nueva característica, cuyo


valor perceptivo depende, en parte, de la ecuación personal. Observa­
m os de inm ediato que en el dibujo no aparece una serie continua de
líneas o de elem entos, sino que hay varias configuraciones potenciales,

F i g . 19.— L a e s t r e l la v a r ia b le . F i g . 20.— F ig u r a d e S anford

y aunque son m uchas las posibilidades, hay una m arcada tendencia


a agrupar los círculos de tal m odo que den lugar a configuraciones
con el m ismo núm ero de elementos.
R o b e r t W o o d w o r t h ha h ech o un estudio especial sobre los cambios
perceptivos y ha obtenido una lista de los factores que nos hacen
inclinarnos por un tipo determ inado de asociación más que por otros.
El prim er fa ctor es la proxim idad de ciertos elem entos entre sí. Tene­
mos una tendencia natural a agrupar los árboles que vemos en un
paisaje y form ar archipiélagos con las islas que se hallan esparcidas
por el océano. El segundo fa ctor es la similitud: si en una figura
Constancia de tamaño

No existe dificultad para apreciar que tanto los arcos de la derecha, que
se alejan en la perspectiva, com o los del fondo, son del m ismo tam año.
Mídase sobre el grabado la altura reproducida del orco más próximo y
podré observarse que aparece cuatro veces m ayor que el más alejado
{tamaños de perspectiva).

Figuras y fondos reversibles

Vaso griego y trébol

T
Adviértase que la parte vista com o figura
tiende a parecer com o ligeramente en re­
lieve respecto al fondo, aun cuando se
sepa que está impresa sobre la superfi­
cie de la página.
Particularidades de la percepción 20T

damos a algunos de los elem entos la misma form a o color, esto nos,
hace tender a agruparlos por su sem ejanza. El tercero es la continui­
dad, que puede ser hallada dentro de un conju nto inform e de ele­
mentos y que nos proporciona un criterio para su ordenación. Muchos
rompecabezas han sido construidos de este modo. Un cuarto factor
es la inclusividad, que proporciona una ventaja a unos elementos
sobre los otros, de m odo que los que no encajan dentro del esquema
preform ado, son sim plemente rechazados. El quinto factor es la fami­
liaridad, según el cual las cosas más conocidas tienen preferencia
sobre las menos frecuentes. Esto sucede, por ejem plo, cuando vemos
un perfil hum ano en una confusión de lineas o en una masa inform e
de nubes. El sexto fa cto r es la expectativa , que nos predispone de
antem ano a ver ciertos objetos en los estímulos presentados. Si se
nos dice, por ejem plo, que en el dibujo del rom pecabezas aparece la
figura de una bruja, nos es m ucho más fácil verla que si se nos ordena
simplemente observar lo que vemos. Un séptimo factor que W ood-
w orth no m enciona, pero que nos surgieren las leyes de la asociación
de A ristó te les, es el contraste, en el que el nexo de unión de los
elementos es precisam ente la diferencia que hallam os entre ellos. De
este m odo, una asociación frecuente es la del blanco y negro, o del
rojo y verde, o azul y am arillo, no porque se parezcan, sino precisa­
mente por ser distintos. El últim o fa ctor que m enciona W oodworth
es nuestra tendencia a la percepción de las cosas como un conjunto.
Este factor resume a los demás en cierto m odo, pero se le ha consi­
derado aisladam ente a causa de que proporciona una ventaja espe­
cial a las partes que se perciben com o elementos de un con ju n to
integrado 21. Para term inar, hem os de decir que esta lista de factores
no es exhaustiva en m odo alguno, ya que las posibilidades de asocia­
ción son extrem adam ente ricas. T am poco pretende explicar todas las
particularidades de la percepción, ya que cada hom bre percibe las
cosas de un cierto m odo y por unas razones personales, de m odo que
serla necesario establecer una ley para cada caso particular.
n. I lu sio it e s . .— La am bigüedad en la percepción significa que
existen dos m odos de ver una misma cosa y que am bos pueden ser
ciertos. La figura del vaso griego, por ejem plo, puede tam bién ser
interpretada com o dos caras vistas de perfil. La ilusión, en cam bio,
es un m odo único de interpretar los datos de los sentidos, pero de una
form a falsa. Podem os definirla com o un m odo equivocado de enjuiciar
ciertos elem entos sensoriales en determ inado terreno perceptivo. La
mayoría de los errores de este tipo provienen de sensaciones visuales.
Tenemos un ejem plo en el caso del som brero de copa. Juzgando
solamente por la apariencia, diríam os que la altura de su copa es
m ucho m ayor que el ancho de su ala. Esto se debe a que la parte
vertical del som brero se halla colocada en ángulo recto en el m edio
de la horizontal. Verem os esto claram ente si dibujam os dos trazos de

21 W ood w orth , R, S.: Psychology. N, Y. Holt, Edición revisada, 1929, pá­


ginas 331-92; C a rr, H. A.: Op. cit., pp, 277-83.
202 Sentido común y percepció?i

la misma longitud, uno horizontal y el otro en ángulo recto dividiendo


a este últim o en dos partes iguales.

altura, luortesia üe
D. Van Nostrand Co.,
Inc.) F tg. 23,—Ilusión de contraste.

La figura de los círculos demuestra cóm o la extensión interrum­


pida crea la ilusión de un área m enor que la extensión no interrum­
pida.
Aunque no lo parezca, la distancia entre los bordes exteriores de
los círculos de la derecha es la misma que la existente entre los
bordes internos de los círculos de la izquierda.
La figura siguiente es una ilusión de contraste. Las dos líneas
verticales son de igual longitud, pero su apariencia de igualdad des­
aparece si añadim os líneas trazadas desde el punto medio.
La escena de los pilares nos muestra cóm o líneas paralelas pueden
producir la ilusión de perspectiva. Los elem entos son los mismos que
ios de la figura anterior, pero ahora son utilizados para crear una
sensación de profundidad. En el m undo que nos rodea, aunque parezca
extraño, no solem os darnos cuenta de lo relacionado con la perspecti­
va, aunque ésta juegue tam bién su papel en la percepción. Así, si
vemos venir a un persona desde lejos en dirección nuestra, no nota­
mos que vaya aum entando de tam año a medida que se aproxima a
nosotros 22.

9. FUENTES DE LA ILUSION.— Puesto que las ilusiones son pro­


ducidas por un ju icio erróneo, tienen im plicaciones de más trascen­
dencia para la vida m ental que la simple ambigüedad. ¿Cóm o se expli­
ca n ? Hay tres fuentes de las que pueden originarse las ilusiones.
La primera y la más im portante es el estímulo. Los objetos mismos
pueden presentarse frente a los sentidos de un modo diferente a com o
son en realidad. El porqué aparecen así, por ejem plo, torcidos cuando
son derechos, o cortos cuando son largos, etc., constituye un tem a de

22 B r o w n , W .: Op. cít., pp. 230-34; Dimmick: Op. cit„ pp. 305-06; Luc-
khesch, M.: Visual Illusions. N. Y. Van Nostrand, 1922, c. 4-8; W oodw orth .
R. S. and M arquis. D, G. Psychology. N. Y. Holt. 5.a edición, 1949, pp. 429-35.
Particularidades de la percepción 203

discusión para los psicólogos desde hace tiempo. El hecho es que los
estímulos nos proporcionan datos falsos y nada podem os hacer en
contra de esto más que probar su error por m edio de las mediciones.
La segunda posible fuente de error proviene de los órganos de los
sentidos. La causa puede ser un trastorno de tipo funcional o un
defecto físico. Es fá cil com probar cóm o la sordera, los defectos de la
refracción ocular, el daltonism o o simplemente la fatiga o el nervo­
sismo, pueden ser causa de una percepción defectuosa. En estos casos

la mente n o es responsable de la interpretación de los datos falsos


que recibe.
El tercer fa ctor que influye en la producción de las ilusiones es el
estado m ental del su jeto que percibe. A veces no dejam os el tiem po
suficiente para que el estím ulo actúe sobre los sentidos adecuada­
mente, com o en el caso de la persona que com e con tanta prisa que
no tiene tiem po para saborear los alimentos. O bien podem os prestar
tanta atención a un determ inado objeto del cam po perceptivo que se
pierda su proporción con el resto de los demás. Puede tam bién existir
una m ezcla de imágenes inadecuadas con la im presión de los sentidos.
Es imposible, pues, predecir el in flu jo de la ecuación personal, cóm o
un determ inado estim ulo puede m odificarse según el ambiente, el
tem peram ento y las ideas del que lo recibe. Casi todo el m undo tiene
una actitud prefbrm ada a través de la que juzgan lo que le rodea.
Supongamos, por ejem plo, que antes de que un estím ulo actúe sobre
mí, tengo la im presión de que me hará actuar de un m odo determ i­
204 Sentido común y percepción

nado o me producirá un efecto determ inado, en cuyo caso cualquier


estím ulo que tenga la más ligera sem ejanza con lo que espero, será
capaz de producirm e ese efecto 2ft.

10. ILUSION E ILACION.— Para S anto T omás, el punto de mayor


interés en las ilusiones fu e el cóm o un error de los sentidos era capaz
de producir un error del intelecto. Sólo la m ente es capaz de juzgar
la validez o la falsedad de determ inados estímulos, pero Santo T omás
había observado que el sentido com ún es tam bién capaz de ejercer
una cierta clase de ju icio, puesto que discrim ina y sintetiza. La rela­
ción existente entre el sentido com ún y la m ente, sin embargo, no se
basa tan sólo en una m era sem ejanza de acción. El material con el
cual elaboram os todas nuestras ideas proviene de la percepción, por
lo que si ésta yerra es posible que nuestro pensam iento también
resulte erróneo a fin de cuentas. Examinemos esta posibilidad más
detalladam ente.
Vemos, primero, que es cierto que los sentidos externos nos pro­
porcionan a veces datos equivocados. Si, por ejem plo, veo algún objeto
gris cuando en realidad es verde, o siento un sabor dulce cuando es
am argo, ha habido un fallo en mis órganos receptores. Si veo movi­
m iento donde no lo hay o veo los objetos grandes cuando en realidad
son pequeños, el sentido com ún n o ha llevado a cabo su función
adecuadam ente. En este segundo caso Aquino afirm a que el error
puede ser debido a varias causas: ya sea a una debilidad de los senti­
dos externos de los que depende el sentido com ún para sus percep­
ciones, o a la fantasía que confunde lo irreal con lo real, o bien el
estím ulo que puede presentarse a los sentidos de un m odo poco co­
rriente. Como observa Santo T omás, no depende del sentido común
el que la luna se vea tan grande com o el sol, a lo que podem os añadir
que tam poco es un defecto de nuestra vista si un palo sumergido
parcialm ente en el agua parece que estuviese quebrado, o de nuestro
oído si un silbido suena más intensam ente al oírlo de cerca, ni del
tacto si al palpar un guisante con los dedos cruzados tenemos la
im presión de que son dos. Estos errores, com o podem os ver, no depen­
den en sí del sentido común.
Seguidam ente podem os hacernos esta pregunta: si los sentidos
pueden equivocarse, ¿cóm o podem os asegurar que la mente no se
equivoque tam poco? Santo T omás nos responde: en general, podemos
considerar a los sentidos com o testigos fiables de lo que sucede alre­
dedor nuestro, y aunque existe siempre alguno que otro error, éstos
se pueden considerar más bien com o la excepción que confirm a la
regla. La m ente puede adem ás hacerse cargo de estos errores. Negar
as Brennan, R. E.p O. P.: A Theory o} Abnormal Cognitive Processes ae-
cording to the principies of «S. T.» Tomas Aquinas. Wash. D. C. Catholic
University of America, 1925, pp. 35-37.
Como la ilusión es un dato de la percepción, se incluye, por consiguiente,
de un modo directo dentro de las propiedades sensibles comunes. Indirecta­
mente, sin embargo, puede considerarse como una cualidad sensible propia
cuando existe algún defecto del órgano receptor que registra a dicho sen­
sible.
Papel de la percepción 205

la validez esencial de los sentidos es negar toda la experiencia de la


humanidad. Más aún, es negar la posibilidad tanto de la ciencia com o
de la filosofía, ya que sus adquisiciones de orden superior están basa­
das en últim a instancia en los datos que nos proporcionan los senti­
dos. El realismo práctico de A quino considera a la sensación com o
una respuesta a los estímulos que actúan sobre el organism o y que
son conocidos tal com o afectan la conciencia. El valor de dicho con o­
cim iento es sólo relativo, y sólo se hace absoluto en el m om ento en que
la mente lo co n sid e ra 24.

11. EL PAPEL DE LA PERCEPCION EN EL CONOCIMIENTO.—


Resumiendo nuestras conclusiones sobre el sentido común, podem os
afirmar que la percepción es un proceso mediante el cual los datos
del conocim iento que han llegado a la m ente en form a de sensaciones
son reunidos y conform ados en experiencias completas. La percepción
amplía enorm em ente el cam po de nuestra conciencia. Por lo general,
los órganos sensoriales registran solam ente un aspecto del mundo
que nos rodea, a veces un simple detalle. La percepción es un proceso
mediante el cual unas partes son enlazadas con otras para form ar
un todo coordinado. Y lo interesante es que ese todo representa m ucho
más que la suma de sus partes. La percepción es la que proporciona
el factor adicional dando unidad, perspectiva y sentido a los datos
sensoriales.
Más aún, la percepción nos proporciona los datos necesarios para
pensar. Los sentidos y el intelecto trabajan uno al lado del otro para
el provecho m utuo del conocim iento hum ano. La naturaleza hum ana
está hecha de tal m odo que cuando se pone en contacto con algo
comprensible n o puede evitar el form ar una idea. ¿De dónde proviene
este impulso por conocer, o cóm o tiene conciencia del im pacto de la
realidad? A través del sentido com ún y sus productos de integración.
La percepción está hecha a la m edida para las funciones mentales,
por asi decir, y su presencia constituye com o un reto e incentivo para
nuestra capacidad de com prensión. De este m odo, añadiendo pene­
tración a los datos sensoriales, esto es, captando la naturaleza de lo
que nos presenta la percepción, nos es posible ampliar nuestro con o­
cim iento m u ch o más allá de lo m eram ente sensorial.
Por últim o, vem os que la percepción nos prepara para la acción.
Hemos nacido para vivir en sociedad y nuestros pensam ientos e ideas
serían estériles si no se convirtiesen en m otivos de conducta. La

84 S. T„ p. I, q. 16, a. 2; q. 17, a. 1-3; q. 85, a. 6.


El intelecto, cuya tarea es tratar lo universal, y cuyas funciones están
esencialmente libres de las contingencias del aquí y el ahora, está siempre
en una posición estratégica para supervisar los datos de los sentidos y para
corregir los errores de información que a veces surgen de los órganos sen­
soriales. Esto lo efectúa apelando a una experiencia mucho más amplia que
con la que están ocupados los sentidos, estableciendo comparaciones con
conocimientos previos que ayudan a interpretar la información actual de
los sentidos, haciéndose cargo de los defectos conocidos de los órganos re­
ceptores, y así sucesivamente. Ver también: M a r it a i n : The Degrees of Know-
iedye. Trad. por B, W all y M. R. Adamson, N. Y. Bcribners, 1938, pp. 142-44.
206 Sentido común y percepción

percepción se halla localizada entre la mente, por un lado, y el mundo


exterior, por otro, y su fu n ción es la de revelarnos el universo, ayu­
darnos a desarrollar nuestras facultades y disponernos a la acción.

BIBLIOGRAFIA. AL CAPITOLO XIV

A quino, St. T. : Suma Teologica. Parte I, q. 78, art. 4.


—. De Anima, art. 13.
A b i s t 6tet .e s : De anima. Libro II, Cap. 5 ; libro III, Caps. 1-2 .
C are , H. A.: An Introduction to Space Perception. New York, Longmans
Green, 1935.
L uckiesh, M .: Visual Illusions. New York, Van Nostrand, 1922, Caps. 4-6.
N e w m a n , E. B.: «Perception». Foundations of Psychology. Edit, por Boring,
Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 10.
P xllsbifry, W. B.: The Fundamentals of Psychology. New York, Macmillan
3.a ed„ 1934, Caps, 14-15.
Woodworth, R. S., y Marquis, D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.1 cd„
1949, Cap. 13.
CAPITULO XY

IMAGINACION

1. CONCEPTO.—La experiencia nos inform a de que somos capa­


ces de revivir conscientem ente lo que nos ha sucedido con anteriori­
dad. Asi, aunque el ob jeto no se halle presente en la actualidad, puedo,
sin embargo, im aginárm elo en la pantalla de mi conciencia. Todos
sabemos cóm o son los colores de una puesta del sol, o el sonido de
un violín, o la fragancia de una madreselva. Hemos aprendido por el
uso habitual cuál es la sensación del agua, qué efectos nos producen
la m archa o la carrera, cuál es el placer de una buena com ida. Aunque
estas cosas se encuentran en el m om ento presente lejos del alcance
de nuestros sentidos, som os capaces, sin embargo, de traerlas nueva­
mente al cam po de la con cien cia por el simple acto de imaginarlas.
El único requisito previo para la realización de este hecho m ental es
que es necesario haber percibido con anterioridad los objetos evocados.
La im aginación puede ser definida com o el poder para rep resen ­
tarse de un m odo con creto ob jetos que ya han sido percibidos con
anterioridad por los sentidos, pero que no se hallan actualm ente p r e­
sentes. Como observa S a n t o T o m á s , las m ejores cosas de la vida no
significarían tanto para nosotros si tuviesen que ser siempre expe­
rimentadas en el m om ento. Para liberarnos de esta necesidad y p er­
mitirnos com pletar nuestro conocim iento, la naturaleza nos ha pro­
porcionado el poder de evocar las cosas cuando éstas se hallan ausen­
tes. Esta es precisam ente la tarea de la im aginación. Pero no debemos
pensar que sóZo actúa cuando los objetos se hallan ausentes. El hecho
es que los m ism os estímulos que actúan dando origen a percepciones,
también dan origen a imágenes. Lo que puede ser evocado espontá­
neamente debe haber sido poseído con anterioridad, de m odo que
podemos considerar a la im aginación com o un alm acén de las form as
que hem os recibido de los sentidos

2. NATURALEZA PSICO-SOMATICA DE LA IMAGINACION.— Lo


mismo que el sentido com ún, la im aginación es una facultad tanto del
cuerpo com o del alma, y Santo Tomás confirm a esta opinión.
I. E l e m e n t o p s íq u ic o .— Es necesario que haya existido una im pre­
sión original sobre los órganos receptores y que ésta haya sido reco-

1 S. T., p. I, q. 78, a. 4; D. Á., a. 4, obj. 1 y a. 13; D, P. A., c. 4. B r e n n a w :


The Thomistic Concept of Imagination. New Scholasticism, Abril 1941, pá­
ginas 149-61.
208 Imaginación

gida por el
sentido com ún, antes de que pueda iniciarse el proceso
im aginativo. Luego debe existir la reten ción de los efectos de la sen­
sación y la percepción, en un nivel inconsciente, a esto se refiere
Aquino cuando com para la im aginación con un alm acén de impre­
siones provenientes de los sentidos externos.

P or últim o, debe haber una evocación con scien te de lo que se ha


experim entado previamente. Por regla general, sin embargo, no todos
los detalles de la im presión original son reproducidos, puesto que la
im agen tiende a ser m enos vivida que la percepción. En cambio, el
cuadro puede ser com pletado con otros rasgos que no provengan de
la experiencia original. Por esta razón, las imágenes son siempre
m enos definidas que las percepciones, ya que por m edio de un proceso
selectivo se han ido borrando ciertos rasgos acusados que poseían
originalm ente 2.

II. Elemento somático.— Desde el punto de vista orgánico, nuestro


con ocim ien to de lo que sucede en el sistema nervioso durante el proce­
so im aginativo no ha avanzado más allá de los principios generales
de A quino, en los que se afirm a que la im aginación es función de la
corteza cerebral 3. Se da por sentado en la actualidad que todos los
impulsos nerviosos relacionados con el proceso de la percepción que­
dan registrados en el cerebro. Siguiendo las líneas de la investigación
m oderna, distinguim os tres tipos de registros: trazados sensoriales,
que son cambios perm anentes de la sustancia cerebral producidos por
los impulsos que vienen de los órganos de los sentidos y de los cuales
extraen su form a; trazas m otoras, que nos proporcionan un sistema
excitador persistente capaz de reproducir la configuración original
de las descargas m otoras, y trazas sensom otoras, que unen los ele­
m entos de los dos anteriores registros. Se supone que estas tres clases
de requisito, separada o conjuntam ente, están relacionados con la
evocación de imágenes. Es difícil explicar fisiológicam ente estos pro­
cesos, pero parece ser que el impulso nervioso original se hace reapa­
recer otra vez en la corteza. Cada registro retiene aparentem ente su
propia integridad nerviosa a pesar de que las mismas vías nerviosas
y las mismas áreas corticales están im plicadas en el registro de varias
impresiones. Es, sin em bargo, muy poco probable que las corrientes
nerviosas que provocan una percepción sean repetidas en su forma
original cuando se evoca la im agen del objeto percibido 4.

* C. D. A., L. in , Lee. 5 y 6.
3 S an t o T om ás sólo conocía la anatomía del cerebro grosso modo como
un órgano terminal de los impulsos nerviosos. Desconocía la localización
de los centros corticales, tal como se conoce en la actualidad. El localiza,
por ejemplo, el centro de la imaginación en un área cortical «posterior al
órgano del sentido común, donde la sustancia nerviosa es menos húmeda».
Según esta teoría, el grado menor de humedad explica el poder retentivo de
esta zona. Ver: D. P. A., c. 4.
* T roland , l . T . : The Principies of Psychophysiology. N . Y. Van N o s tr a n d ,
1932, Vol. III, pp. 15-50.
hnagen y percepción 209

3. DIFERENCIACION ENTRE IMAGEN Y PERCEPCION.— Existen


-varios m odos de diferenciar la im agen de la percepción. En primer
lugar, son el producto de facultades diferentes, de lo que se deduce
que deben poseer rasgos tam bién diferentes. En segundo lugar, el
hecho de que una de ellas se relacione con objetos presentes y otra
con objetos ausentes, debería dar a cada una de ellas un matiz psi­
cológico distinto. Pero la actitud de la persona que las experimenta
juega tam bién un papel en su diferenciación, y sucede que, bajo
ciertas condiciones experim entales (descritas en páginas siguientes),
la imagen y la percepción pueden perder los rasgos que las identifican.
Corrientemente, sin em bargo, no es demasiado difícil el identificarlas.
La prim era diferencia es la de su intensidad. La imagen nunca
.alcanza en la conciencia el mismo grado de intensidad que la p er­
cepción, sino que es m ucho más pálida y débil. Esto es natural, puesto
que las im presiones que recibim os directam ente del estímulo exterior
son m ucho más intensas y vividas que las imágenes, las cuales sólo
se hallan condicionadas por el estím ulo de un m odo indirecto. Ade­
más, la viveza de la im agen depende en gran parte de la intensidad
de la atención que hayam os prestado a la im presión original y del
número de veces que la im presión se repite. La viveza de la percep­
ción, en cam bio, no está tan determ inada por estos factores.
La segunda diferencia se refiere a la estabilidad. Mientras m ira­
mos las lineas de la palm a de la m ano las percibim os claram ente; pero
si cerramos los ojos e intentam os representarnos las líneas en nuestra
im aginación, vemos que van apareciendo varias im ágenes distintas
de la palm a de la m ano, que cada vez se van acercando m enos en su
parecido a las originales. Por último, aparecen en la conciencia im á­
genes de otro tipo, y las de la palm a de la mano sólo reaparecen a
intervalos. Vem os que este caso es muy distinto al del sentido com ún,
en el que el im pacto continuado del estímulo sirve para que el c o n ­
ju n to perceptivo sea más sólido y durable.
La tercera diferencia se refiere a la integridad. Este es uno de los
rasgos más característicos de la percepción, del mismo m odo que su
ausencia es un atributo frecuente de la imagen. Los contenidos de
la percepción son claros y m inuciosos; los de la im agen, al contrario,
son difusos e irreales. Sin embargo, debe observarse que las descrip­
ciones de la im agen com o débil, inestable e incom pleta, no son abso­
lutas, sino sólo en relación con las cualidades de la percepción. Para
hacer una distinción más im parcial entre ellas seria necesario pesar
los aspectos objetivos y subjetivos de cada una. Para Abistóteles la
diferencia reside en que podem os im aginarnos las cosas siempre que
lo deseemos, m ientras que la percepción requiere necesariam ente la
presencia del ob jeto 5.

* A r i s t ó t e l e s : De anima, Libro III, c. 3; C. jD. A., L. III, lección 4-6;


C. G., L. II, c. 73.
D e la V aissier e , J„ S. J.: Elements of Experimental Psychology, trad. por
S, A. R aemers . St. Louls, Herder, 2.a edición, 1927, pp. 90-95.
L in d w o r s k y , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad. por H. R. de S il v a .
N. Y. Macmillan, 1931, pp. 132-35
BRENJÍAN, 14
210 Imaginación

4. EL EFECTO MOTOR DE LAS IMAGENES.— Si la vista del ali­


m ento nos hace la boca agua, la im agen es capaz tam bién de produ­
cir el m ism o efecto. Igualm ente los estímulos sexuales capaces de
provocar em ociones y m ovim ientos corporales pueden ser iniciados
por la simple representación de una situación erótica. Estos casos se
refieren a impulsos naturales del ser hum ano, y los efectos motores
provocados por dichas im ágenes son debidos a la puesta en marcha
de reflejos que siguen su curso, por más esfuerzos que hagam os para
controlarlos. Pero aun con los músculos sujetos a
control voluntario,
la influencia de las im ágenes en m ovim iento es muy característica!
Si nos im aginam os, por ejem plo, que vam os cam inando por el borde
de un edificio muy alto, al instante nuestro cuerpo se pone tenso y
tem bloroso de excitación, y una pesadilla produce efectos aún más
fuertes sobre nosotros.
Probablem ente el ejem plo más claro de cóm o nuestros cuerpos
se hallan configurados conscientem ente para el m ovim iento, por m e­
dio de imágenes, es bajar las escaleras en la oscuridad. Asi, vemos
que hay unos ciertos m ovim ientos para el descenso, y otros distintos
para andar a nivel; luego nos im aginam os que hem os llegado al suelo,
y nuestros músculos se relajan. ¡Qué sobresalto se siente entonces al
confirm ar que todavía nos falta un escalón para llegar al fin de la
escalera!
U no de los usos corrientes que hacem os de las imágenes motoras
es en el aprendizaje de ciertas habilidades. No hay nada más natural
que im aginarnos cóm o se hace una cosa antes de hacerla. Es muy
probable que la m ayoría de las form as de la conducta exterior em ­
pleen imágenes de este tipo para com pletar el hueco que existe entre
la teoría y la práctica. Además, vemos que en la form ación del há­
bito. por ejem plo, al aprender a ju gar tenis o golf, la tarea de las
imágenes m otoras n o queda reducida al com ienzo del proceso, sino
que continúan dando el em puje inicial cada vez que nos ejercitamos,
aun cuando ya no seamos conscientes de los m ovim ientos corporales
producidos 6.

5. TIPOS DE IMAGENES: I. I m á g e n e s s e n s o r ia l e s -— Cualquier


experiencia producida en los receptores sensoriales puede repetirse
en form a de imágenes. Desgraciadam ente, nuestro vocabulario es po­
bre en la descripción de los productos de la im aginación, ya que sólo-
tenem os términos tales com o im aginar y figurar, com o si sólo la vista
interviniese en este proceso. El h echo es que las imágenes pueden ser
producidas por cualquiera de los procesos perceptivos, ya sean del
tacto, del gusto, del oído o del olfato, adem ás de la vista. Sin embargo,
algunos de estos cam pos se hallan representados más adecuadamente
que otros, pero todos tienen valor para la mente. La investigación
ha confirm ado lo que ya sabíamos por la introspección, esto es, que
las im ágenes del tacto, del olfa to y de los m ovim ientos viscerales son

8 G ruendeh, H., S. J.: Eorperim-ental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932,


pp. 177-82.
Tipo de imágenes 211

escasas, mientras que las de la vista, el oído y los m ovim ientos v o ­


luntarios son numerosas. Más interesantes son las diferencias que
se producen a causa de la ecuación personal. Es así que algunas per­
sonas se im aginan con más facilidad las cosas vistas que las oídas.
Son buenos observadores y pueden recordar un rostro con más fa ci­
lidad que un nombre. Otros, en cam bio, recuerdan m ejor las cosas
oídas. Otros, especialm ente los que han sido privados de la vista y
el oído, tienen una sorprendente capacidad para utilizar las im áge­
nes cinestésicas i. De todos los cam pos sensoriales, el de la visión
es el que nos ofrece el m ejor m aterial para el estudio. La prueba
de las m anchas de tinta, por ejem plo, ha sido muy utilizada. Se p ro ­
yectan figuras de varias form as y tam años sobre una pantalla y se
pregunta al sujeto qué objetos o escenas le sugieren a la im agina­
ción. Han sido valoradas estadísticam ente las respuestas procedentes
de un am plio grupo de sujetos, y se utilizan ahora com o base para
el diagnóstico de las inclinaciones o los rasgos earacterológicos. Así,
por ejem plo, los que dan más respuestas de tipo crom àtico son tipos
em ocionales, los que dan respuestas de m ovim iento son im aginativos
y los que prefieren las respuestas de ordenación geom étrica o form al
son intelectuales. Este test ha probado tam bién su utilidad en el diag­
nóstico de tendencias psicológicas a n orm a les8 (*).
n. Imágenes eidéticas-— Cuando un producto de la im aginación
es tan claro y tan real que tom a el aspecto de una percepción, lo
llamamos im agen eidètica. En todos estos casos, sin embargo, el su­
jeto se da cuenta perfectam ente de que es una im agen y no una
percepción. Erich Jaeksch 9 fue el prim ero en hacer un estudio sis­
tem ático de estas imágenes. Se presentan más frecuentem ente en los
niños, cuyas im ágenes son tan vividas que parecen verdaderas per­
cepciones. Pero algunas veces las hallamos tam bién en los adultos,
en el tipo de hom bre que tiene ensueños, el que construye castillos
en el aire, la persona que prefiere la fantasía a la dura realidad.
En los niños, la im aginación eidètica representa una fase norm al
de su desarrollo y aunque es más acentuado en algunos de ellos, no
se la puede considerar com o algo anormal. Esto tiene m ucha im por­
tancia para los padres, que en algunos casos juzgan equivocadam ente
la conducta de sus hijos. El eidètico tiene la capacidad de im aginarse
las cosas con una sorprendente claridad y detalle. Puede precisar el
núm ero de botones de la chaqueta de un guardia, o de m anzanas
que hay en un árbol, o de bigotes que tiene un gato. Generalm ente

7 G a l t o n , F .: Inquiries into Human Faculty and its Development, Lon­


don. Macmillan, 1883, pp. 83-144.
8 B e c k , S. J.: The Rorschach Test Applied to a Feebleminded Group. Ar­
chives of Psychology, num. 136. N. Y. Columbia University, 1932.
(*) Se refiere aqui el autor al conocido test de R orschach. Pero preci­
samente la téGnica que indica, colectiva y proyectándose las láminas, ideada
por H arrower -E rikson , es de mucho menos valor psicológico que la indivi­
dual clásica de R orschach. (N. del T.)
9 Jaensch, E. R .: Eidetic Imagery and Typological Methods of Investiga­
tion. N. Y. Harcourt. Brace, 1&30.
212 Imaginación

estos porm enores no se encuentran relacionados con ningún núcleo


de hechos, y la facilidad con que el niño nos da la inform ación puede
hacer que le tom em os por un em bustero o un exagerado k>,
III. I m á g e n e s a l u c i n a t o r i a s . — El eidètico sabe que sus imágenes
n o son verdaderas percepciones, en cam bio la persona que padece
una alucinación no es capaz de hacer esta distinción. Sus imágenes
son tan vividas y reales, que el sujeto está convencido de su objetivi­
dad. P or eso se las suele considerar com o seudopercepciones, pero no
siempre son anormales. Nuestros sueños se hallan poblados de ellas.
Pueden tam bién ser inducidas por drogas o por el uso excesivo del
alcohol. Se consideran com o síntomas de anorm alidad m ental sólo
cuando se presentan en el estado de vigilia y en ausencia de estimu­
lantes patológicos. La alucinación, por supuesto, es distinta a la ilu­
sión. Esta últim a se debe a un ju icio erróneo de objetos actualmente
presentes para nuestros sentidos. La alucinación, en cambio, carece
de está base perceptiva. Por el contrario, supone la existencia real
de objetos que no se hallan presentes. Se puede ver u oír o sentir
cosas que no tienen existencia más real que el gato de Alicia en el
país de las maravillas. Los psicólogos se han interesado por saber si
una percepción puede alguna vez ser confundida con una imagen. En
las condiciones norm ales, esto no sucede, pero mediante m étodos ex­
perim entales especiales se observó que una persona podía confundir
la im agen de un objeto proyectada sobre una pantalla con el objeto
m ism o, ya que al efectuar el reemplazo ésta no se percató de ello n .
IV. I mágenes hipnagógicas.— La im agen hipnagógica se llama así
porque aparece en un estado interm edio entre el sueño y la vigilia.
Se la considera com o una transición desde el m undo real al soñado.
Puede aparecer bien en el com ienzo o al ñnal del sueño, pero para
la m ayoría de las personas, el prim ero es el periodo más rico en imá­
genes. Rostros, escenas y acontecim ientos que parecen reales desfilan
por la m ente algunas veces sin esfuerzo de la voluntad y otras a pesar
de ella. Con frecuencia son tan vividas que tienen todas las carac­
terísticas de una a lu cin a ció n I2.

6. LOS SUEÑOS.—‘L os hom bres siempre han concedido una sig­


nificación especial a los sueños y ha llegado a ser enorm e la cantidad
de explicaciones que se han acum ulado desde A ristóteles hasta nues­
tros días. Los sueños pueden ser estudiados desde dos ángulos: el
prim ero, su causa; el segundo, su significado.

10 A llport , G. W.: Eidetic Imagery. British Jotirnal oí Psychology, 1924,


15, pp. 99-120.
11 B ra.2, C. W. : Imagery, Psychology. A Factual Text-book. Editado por
Borine. N. Y.. 1935, p. 356; B ren n a n , R. E., O. P .: A Theory of Abnormal
Cognitive Processes, According to the Principies of St. Thomas Aquinas.
Wash. D. C. Catholic University of America, 192&, pp. 34-40; M oore, T. V.,
O. S. B . : Cognitive Psychology. Phila. Lippincott, 1939. pp. 277-312; P eres,
C. W. : «An Experimental Study of Imagination.» American Journal oí Psy­
chology, 1910, 21, pp. 422-52.
12 B bay , C. W.: Op. cit., p. 368.
Sueños 213

I. E s t í m u l o .— Una persona dorm ida se halla sujeta a gran varie­


dad de estímulos, entre ellos luces, sonidos, olores, presiones, etc. Se ha
visto que si tocam os la frente de una persona, por ejem plo, esto puede
ser causa de que la persona sueñe que la pica un insecto, que le duele
la cabeza o que le dan una bofetada. Si descubrimos el cuerpo y lo ex­
ponem os al frío, puede provocar en el sujeto sueños de hallarse esca­
lando una m ontaña, vadeando un río, o de estar desnudo. Una luz
repentina o el caer de un libro pueden provocar sueños de torm enta.
Además de estos estímulos externos, los sueños pueden ser producidos
por algunos estados orgánicos, com o calam bres musculares, mala di­
gestión o cólicos que suelen producir pesadillas. Lo reciente de un
estímulo está íntim am ente relacionado con el tipo de sueños que te­
nemos. Si nos fija m os bastante, observaremos que la m ayoría de
nuestros sueños proceden de sucesos que han ocurrido no m ucho
tiempo antes de dormirnos. Si, por ejem plo, hem os estado m irando
grabados en un libro, la im aginación se suele inspirar en ellos duran­
te nuestro sueño. Tam bién suele ser frecuente que cierta línea de
pensam iento pase del estado de vigilia al del sueño. Esto n o significa,
sin em bargo, que nuestros sueños no se relacionen con acontecim ien­
tos pasados, ya que algunas veces tratan de cosas tan lejanas que
aparentem ente las hem os olvidado del todo.
II. I n t e r p r e t a c i ó n .— M ientras la m ayoría de los hechos que acaba­
mos de m encionar son reconocidos por todos los psicólogos, no sucede
lo mismo al tratar de la interpretación de los sueños. En este terreno
sobresale en la actualidad S i g m u n d F r e u d , con su teoría de la realiza­
ción de los deseos. En sus aspectos generales, debe adm itirse que esta
teoría se apoya en la experiencia real de los hechos. Por ejem plo, un
niño a quien se le dio sólo un dulce, se levanta por la m añana co n ­
tando que soñó que se com ía una fuente entera de ellos. Algo parecido
nos sucede cuando en una fría m añana de invierno en que no desea­
mos salir de la cam a volvem os a adorm ecem os y soñam os que ya nos
hemos levantado y que estam os ya ocupados con nuestro trabajo.
Pero la explicación de F r e u d es m ucho más com plicada y llena de
matices. Com o señala, algunas de las características más corrientes de
los sueños son su aspecto grotesco y su distorsión, lo que representa
una m anera de velar deseos que en nuestra vida consciente nos pare­
cerían desagradables o vergonzosos. Rechazar el pensam iento de las
cosas prohibidas no elimina nuestro deseo de ellas. Por el contrario,
ellas continúan influyendo sobre nosotros de un m odo inconsciente y
form an el contenido latente de nuestros sueños, del mismo m odo que
su aspecto extravagante form a el contenido manifiesto. Durante el
sueño, las represiones dism inuyen y se consigue una satisfacción vica-
riante. Además, según F r e u d , toda represión representa un deseo
sexual y así la deform ación del sueño es un símbolo que representa
un deseo sexual reprimido.
A pesar del hecho de que el térm ino sexo es empleado por F r e u d en
el am plio sentido de im pulso anim al— deseo de alim ento, por ejem plo,
tanto com o deseo relacionado con la reproducción— , su teoría ha sido
214 Imaginación

severamente criticada sobre este punto particular. La mayoría de lo*


psicólogos sostienen la opinión de que cualquier deseo desagradable
puede ser reprimido. En resumen, el núcleo de la teoría freudiana ha
sido rechazado. Sin em bargo, hay acuerdo general en que los deseos
insatisfechos pueden ser, y generalm ente son, la causa de nuestros
sueños y, adem ás, que la naturaleza velada y deform ada de las imá­
genes de nuestros sueños puede ser debida a la intensidad de nues­
tras represiones 13.

7. IMAGINACION REPRODUCTORA Y CREADORA.— La distin­


ción que hacem os aquí entre las simples funciones reproductoras de
la im aginación y aquellas de carácter creador, proviene de A r i s t ó t e ­
les 14-
La im aginación reproductora se refiere a la representación de ob­
jetos y acontecim ientos de una form a no elaborada. Su tarea es
la de darnos una copia fiel de la experiencia sensorial. Si se nos invita
a evocar la apariencia de un huevo, un triángulo, una violeta, un
perro pastor, la sola m ención de los nom bres basta para que aparezcan
estas im ágenes en nuestra conciencia. No se necesita ningún esfuerzo
especial de construcción ni de control de la voluntad, ni de búsque­
da de nuevas disposiciones. La reproducción está presente en la im a­
ginación sim plem ente, igual que lo encontram os en la realidad. Supo­
nemos que este tipo de fenóm enos existe tanto en el hom bre com o en
los animales.
La im aginación creadora, por el contrario, es algo propio del hom ­
bre. No es una propiedad nueva, sino sim plem ente un nuevo uso dado
a la capacidad que el hom bre com parte con el animal. Pero en este
caso su ejercicio im plica una relación con la voluntad y la razón, ya
que requiere evidentem ente propósito y selección. Así, cuando ima­
ginam os un acontecim iento del futuro o algo que aún no existe o
algún lugar sobre el que hem os oído hablar o leído, pero que no
conocem os, hay im plicado algo más que la simple experiencia per­
ceptiva. Un fenóm eno de este tipo significa la existencia de una capa­
cidad de modificar, transform ar' y re com binar las imágenes de las
im presiones sensoriales previas. En fin, algo ha sido añadido a la
simple transcripción im aginativa de los hechos de la experiencia. Los
resultados pueden ser meros caprichos de la fantasía, com o las qui­

13 P reod , S.: The Interpretation of Dreams. Trad, por A. B r il l . N . Y.


Macmillan, edición revisada, 1923, c. 3.
D e S a n c t is S . and N eyhoz , V.: Experimental Investigations Concerning
the Depth of Sleep. Trad, por H. C. W a r r e n . Psychological Review, 1902,
9, pp. 254-82.
M oore , T . V ., O . S . B .: The Driving Forces of Human Nature and their
Adjustement, N. Y. Grune and Stratton, 1948, c. 5. Entre los breves tra­
tados de física que aparecen en: The Basic Works of Aristotele (editado
por R. McKeon. N. Y. Random House, 1941), el estudiante hallará una ver­
sión completa del tratado On Dreams (Sobre los sueños). El análisis que
hace A r is t ó t e l e s es muy interesante y está hecho con un admirable espíritu
científico.
1,1 De anima, L. in , final del c. 10 y comienzo del c. 11. Ver también
C. D A., L. m , lee. 16.
Imaginación y vida mental 215

meras o los grifos de los antiguos, o pueden representar conquistas


útiles para la cie n cia 15.

8. PAPEL DE LA IMAGINACION EN LA VIDA MENTAL.— Lo m is­


m o que la percepción, la im agen tiene para la mente un sentido do
síntesis y de conjunto. Esto es lógico, puesto que una es la represen ­
tación de la otra. Se diferencian solamente porque el objeto de la
percepción se halla siempre presente, mientras que el de la im agina­
ción esté ausente, y se reconoce precisam ente com o ausente. Vemos
que la facultad de realizar análisis y síntesis que existe en el sentido
com ún tam bién se observa en la im aginación. Pero en esta última, la
influencia de la razón es m ucho más notable, m anifestándose com o
una actividad de tipo creador. En sus escritos, S a n t o T o m á s prefiere
emplear la palabra griega phantasm a en vez del término latino imago
para describir el producto de la representación de la percepción. T o ­
das estas facultades— im aginación, mem oria y capacidad de estim a­
ción— están más próxim as a la m ente que el sentido com ún o cual­
quiera de los sentidos externos, y el D octor Angélico se refiere a sus
phantasm as com o ideas en potencia. Esta es la clave de su im por­
tancia para la econom ía del conocim iento, ya que ellas nos capacitan
para form ar conceptos abstractos. Sobre esto trataremos más ade­
lante.
La im aginación es un instrum ento muy útil para nosotros para
la solución de nuestros problemas. Veam os un ejem plo. Un cubo de
tres pulgadas, pintado en todas sus caras es dividido en cubos más
pequeños de una pulgada cada uno. ¿Cuántos cubos podríam os dibu­
ja r sobre tres caras? Y cuando encontrem os la solución, nos plantea­
remos la pregunta siguiente: ¿Cóm o solucionaríam os estos problemas
si no utilizásemos la im aginación para representarnos el material
presentado y todos los aspectos sensibles de las cosas?
Además, puesto que la im aginación es capaz de crear, desempeña
su papel en todos los casos en que la mente se halle ante situaciones
nuevas y difíciles. Por ejem plo, considerem os el papel que desempeña
en el trabajo del inventor. Prim eram ente éste traza un esquema de la
m eta que desea alcanzar. Luego desfilan por su mente toda clase de
imágenes, pero concentra su atención sobre aquellas que posiblem en­
te le sirvan para alcanzar su objetivo. Después de una fase de ensayos
y errores en busca de nuevas com binaciones, se llega finalm ente a
elegir una estructura particular que sea la que represente m ejor lo
que el inventor buscaba. Esta actividad im aginativa se halla presente
en todos los tipos de creación, ya sean de un artista, los de un escri­
tor, los de un científico o aun los de un filósofo que, com o S a n t o To­

15 La razón tiene la misma influencia sobre la memoria que sobre la ima­


ginación, como veremos en el capitulo siguiente. Ambas facultades en el
hombre tienen funciones noéticas tanto como sensitivas. De este modo, la
función creadora de la imaginación se combina con la función de remi­
niscencia de la memoria.
216 Imaginación

más nos dice, debe referirse siempre, aun. en los momentos de máxima,
abstracción, a las humildes funciones de la im a g in a ción 1B.

b ib l io g r a f i a a l CAPITOLO XV

A quino , St. T . : Stima teològica. Parte I, q. 78, art. 4.


— De anima, art. 13.
A r is t ó t e i .es : De anima. Libro III, Cap. 3.
B ra y , C. W.: Imagery. Psychology. A Factual Textbook. Editado por Boring,
Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1935, pp. 344-73.
G ruender , H. S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Brace, 1932, Cap. 9.
M aher , M„ S. J.: Psychology. New York, Longmans, Green, 9.a edición
1926, Cap. 8.
FxLLSBURY, W. B.: The Fundamentals of Psychology. New York, Macmillan
3." ed., 1934, Cap. 18.

11 S. T.( p. I, q, 84, a. 7 ; D. P. D., q. 3, a. 9, r. a. obj. 22. Aquí S a n t o


T omás observa que cuando se lesiona la corteza cerebral se suprime la com­
prensión. La razón es obvia. El intelecto necesita imágenes para poder pen­
sar, y la formación de imágenes se relaciona con las actividades corticales.
La conversión de la mente a los phantasmas se verifica en todas las formas
de conocimiento por medio del uso constante de ejemplos concretos, que
van ilustrando los puntos que se discuten. Ver también: B ray , C. W.: Op. cit.r
páginas 349-53.
CAPITULO XVI

MEMORIA

1. CONCEPTO DE MEMORIA.—Aunque la im aginación sea capaz


de evocar hechos del pasado, no los reconoce com o tales. Es distinto^
por ejem plo, im aginarse una n aranja que recordar la últim a naranja
que hemos com ido. En el prim er caso no interviene la historicidad
en nuestra imagen. En el segundo, lo que imaginam os está relaciona­
do esencialm ente con el pasado. Para S a n t o T o m á s , esta capacidad de
localizar las cosas en el tiem po es suficiente para que la considerem os
como una facultad distinta de las dem ás; de este m odo incluim os
a la m em oria en la lista de los sentidos internos. La definimos según
las doctrinas de A q u i n o , com o la facultad de evocar hechos del pasado
e identificarlos com o tales. Com partim os esta facultad con los anim a­
les. El h ech o de que reconozcam os las imágenes de la m emoria com o
localizadas en el pasado es una prueba, según S a n t o T o m á s , de que la
memoria es una poten cia relacionada con lo material y con los aspec­
tos tém por o-espaciales de las cosas, lo mismo que el resto de nues­
tros sentidos. En cam bio, la m ente no posee lim itaciones de este tipo,
ya que es capaz-de elevarse por encim a de las dimensiones del tiem po
y el espacio, i,

2. NATURALEZA PSICO-SOMATICA DE LA MEMORIA.— La m e­


moria, en el sentido estricto del térm ino, es decir, la facultad de
evocar el pasado com o tal, sólo puede pertenecer a una creatura co m ­
puesta por un com plejo-psico-som ático. Como veremos más adelante,
la mente tam bién posee la capacidad de evocar, pero esto no im plica
la existencia en el nivel intelectual de una facultad especializada para
el recuerdo. Com o la m em oria es una potencia mixta, tiene caracte­
rísticas tanto psíquicas com o somáticas.
I. E l e m e n t o p s í q u i c o .—Desde el punto de vista del conocim iento,
la memoria nos supone el m ismo esfuerzo que la im aginación. P rim e­
ramente es necesaria una im presión original en la que se requiere un
cierto esfuerzo para la fijación de la experiencia en la conciencia.
En lenguaje experim ental se le llam a la fase del aprendizaje. A c o n ­
tinuación viene la reten ción , en form a de imágenes, de lo ya perci­
bido. Estas im ágenes se alm acenan para un futuro uso. La tercera
lase es la de la restauración de los hechos pasados en el terreno

1 S T., p. I, q. 78, a. 4. D. V., q. 10, a. 2.


218 Memoria

actual de la conciencia. Hasta aqui todos los hechos concuerdan coa


los de la actividad im aginativa. La diferencia surge en la cuarta fase,
que es la de la capacidad de identificar lo que aparece en nuestra
con cien cia actual con alguna experiencia ocurrida con anterioridad,
o, lo que es lo mismo, localizar la im agen históricam ente 2.
En la actualidad se hace distinción entre el reconocim iento o iden­
tificación y el recuerdo. En el prim er caso tenem os la ayuda de un
estímulo, y en el segundo, no. Por ejem plo, nos puede resultar bas­
tante fácil identificar a T h o m a s J e f f e r s o p t en una serie de retratos
presidenciales y, sin em bargo, no poder recordar su aspecto sin la
ayuda de los retratos. Se han dado varias razones para explicar esta
diferencia. Es posible que el hecho que intentam os recordar sea muy
com plicado y lleno de detalles, o que haya sucedido hace largo tiem ­
po, o que no h a sido recordado con frecuencia, o que en el momento
de su fijación no hayam os puesto m ucho interés, o que se haya con­
fundido con otras impresiones. Todos estos factores dificultan el
recuerdo, pero no tienen la misma influencia negativa sobre la iden­
tificación s.
II. E l e m e n t o s o m á t i c o .— Se ha probado científicam ente que la me­
m oria depende de la actividad cerebral. Así, sin la ayuda de los des­
cubrim ientos acuales, S a n t o T o m á s supo reconocer esta relación. Hace
eiete siglos hizo notar ya que las lesiones de la corteza o estados de
estupor producidos por drogas podían ejercer efectos decisivos sobre
la im aginación y la mem oria y llegar a im posibilitar el recuerdo de
conocim ientos anteriores 4.
Aunque carecem os de in form ación directa sobre lo que sucede en
el cerebro durante las primeras etapas del aprendizaje, sabemos que
se produce el m ismo tipo de trazas que en el caso de la imaginación,
com o ya hemos visto en el capitulo anterior. Estas trazas no repre­
sentan sucesos externos, sino que son registros de la actividad de
ciertas zonas de la corteza. En realidad, tenem os tantos tipo? de m e­
m oria com o m aneras distintas de percibir las cosas, y cada tipo debe
estar asociado con una estructura particular de las células nerviosas
en el cerebro. La asignación de cada tipo de m em oria a un área
determ inada del cerebro se basa tam bién en estudios efectuados sobre
lesiones parciales o totales de estas zonas. Sin em bargo, en el caso de
hallarse lesionadas estas zonas, las funciones de la m emoria pueden
desarrollarse en otra parte de la corteza sin gran dificultad.
Lo que debemos señalar principalm ente es que la m em oria no es
una fu n ción puram ente biológica, com o sostuvieron los científicos
materialistas del siglo X IX , No basta con el conocim iento de las co­
rrientes nerviosas o de los potenciales cerebrales, por ejem plo, para
explicar el fenóm eno de l a evocación consciente. S h e r r i n g t o n , al refe­
rirse al paso de los estímulos nerviosos al nivel del conocim iento reco­

1 S. T„ p. I, q. 79, a. 6; D. A., a. 13.



’ Moohe, T. V., O. S. B.: Cognitive Psychology. Phlla. Lippincott, 1930,
página VI, c. 5.
4 S. T„ p. I, q. 94, a. 7; D. P. A., c, 4.
Leyes de asociación 2í9

noce que se produce un cam bio «totalm ente distinto a lo que se había
visto hasta ese m om ento, y totalm ente inexplicable para nosotros».
Lo que sucede— continúa— es que estamos demasiado acostum brados a
los m ilagros de la con cien cia para que nos sorprendan sus elementos
no biológicos. En vez de sentirnos m aravillados por la labor de los
sentidos, sólo nos sorprendemos ligeram en te5 Esto lo dice uno de
los más grandes filósofos de nuestro tiempo.
Por otra parte, n o debem os olvidar que ia m em oria depende bási­
camente del cerebro, prim ero desde un punto de vista estructural, a
través de la presencia de huellas o configuraciones corticales que
determ inan la naturaleza del registro de la memoria, y en segundo
lugar, funcionalm ente, a través de la repetición de la actividad
neuronal que acom paña a la impresión de dichos registros. Ambas
condiciones son absolutam ente necesarias para que sea posible la
restauración de cualquier hecho del pasado <\

3.MEMORIA Y REMINISCENCIA.— Siguiendo a A r i s t ó t e l e s , S a n ­


to distingue dos tipos de m em oria en el hombre. E l prim ero es
T om ás
la «evocación o simple recuerdo» que posee tanto el anim al com o el
hombre. La segunda es una adquisición estrictam ente humana, debi­
da al h ech o de ser guiada por la razón. Esta es la misma diferencia
que hallam os en el caso de los procesos imaginativos. Cuando la acti­
vidad de la m em oria es dirigida por la energía superior de la mente
y la voluntad, se la llam a rem iniscencia. A q u in o la com para con la
inferencia, transición lógica en la que se pasa de lo conocido a lo
desconocido. Por un proceso de este tipo, es posible llegar a aconte­
cim ientos olvidados, utilizando com o puntos de partida los contenidos
conscientes de la mente. H e r m a n w E b b i n g h a u s , autor de una obra clá ­
sica sobre la m emoria, ha seguido las enseñanzas de A r i s t ó t e l e s ,
haciendo una distinción entre las experiencias que son llam adas de
nuevo a la con cien cia espontánea y las que son evocadas deliberada­
mente por medio de procesos voluntarios y racionales ?.

4. LEYES DE LA ASOCIACION.— La m emoria no trabaja al azar,


com o veremos al estudiarla más detenidam ente. Aun en las form as
más espontáneas de evocación, existe alguna conexión entre las im á­
genes que regresan a la conciencia. Según S a n t o T o m á s , la razón
fundam ental de esta relación se basa en una tendencia natural de la
mente a reproducir las im ágenes sensoriales en el mismo orden en
que fueran registradas. Solem os percibir varios objetos en una expe­
riencia determ inada y cada objeto es registrado por su propio sen ­
tido. Nuestra reacción a la experiencia total se manifiesta en una serie

* S h e r r i n g t o n , C.: Introductory. The Physical Basis of Mind. Edit por


Laslett. N. Y. Macmillan, 1950, p. 3.
* M aher , M ., s. J.: Psychology. N. Y. Longmans. Green, 9.' ed., 1926, c. 9.
7 A r is t ó t e l e s : De Memoria et Reminiscentia, cc. 1 y 2 ; D. M . R., lec­
ción 8; S, .T., p. I, q. 78, a. 4.
E b b i n g h a u s , H.: Memory. Trad, por H. A. R t j g s r j C. E. B t t s s e n i u s . N. Y.
Columbia. University, 1913, pp. 1-2.
220 Memoria

de imágenes asociadas naturalm ente, de m odo que el retorno de una


imagen a ia conciencia arrastra consigo otras imágenes o aún todas
las demás.
Utilizando com o guía las norm as aristotélicas, A q u i n o observa que
el proceso del recuerdo avanza a lo largo de una serie temporal de
acontecim ientos, com enzando con aquellos más recientes y retroce­
diendo gradualm ente hasta los más remotos. Señala a continuación
las tres clases de relaciones que utiliza la conciencia para hacer revivir
las imágenes. Estas son las conocidas leyes de la asociación, de A r i s ­
t ó t e l e s . La prim era es la ley de la sem ejanza, que expresa el hecho
de qlie recordam os las cosas por el parecido que hallam os entre
ellas; así, S ó c r a t e s nos hace recordar a P l a t ó n , ya que am bos son
filósofos griegos. La ley siguiente es la ley del con traste, que establece
que hay una asociación que se produce precisam ente entre las cosas
opuestas. Por ejem plo, el nom bre de H éctor nos hace recordar el de
Aquiles, puesto que fueron grandes adversarios. La tercera es la ley
de la proximidad, según la cual la asociación se establece entre los
objetos que se hallan cerca unos de otros, ya sea temporal o espacial­
mente. Así, por ejem plo, un cum pleaños puede recordarnos la estación
de las lilas, la im agen de una cuidad puede sugerirnos la del río que
la atraviesa, o el recuerdo de un h ijo puede traernos a la memoria
la im agen de su padre. Podríam os quizás resumir estas tres leyes di­
tiendo que cuando se recuerda parte de una experiencia anterior, é&ta,
tiende a evocar las partes restantes 8.
La investigación m oderna ha confirm ado las observaciones de
A r i s t ó t e l e s y A q u i n o , y ha llam ado la atención además acerca de
uno o dos puntos que se hallaban sin desarrollar en sus escritos. Por
ejem plo, se ha com probado experim entaim ente que ciertos recuerdos
aparecen en la conciencia sin ninguna razón aparente que los jus­
tifique, Las ha llam ado asociaciones libres, pero com o son muy poco
frecuentes, sólo las podemos considerar com o las excepciones que
«onflrm an las reglas enunciadas por A r i s t ó t e l e s , Otro fenóm eno de
interés revelado m ediante experiencias de laboratorio es la tendencia
a la perseveración de la m emoria. Este hecho fue m encionado por
prim era vez por G e o r g M ü l l e r hace unos cincuenta años y puede
ser definido diciendo que una im agen que ha aparecido una vez en
la conciencia tiende a volver a ella nuevam ente con facilid ad 9. La
im portancia fundam ental de la perseveración se basa en su a p lica -
tión para el estudio y el aprendizaje, com o veremos más adelante.

5- EL APRENDIZAJE.—La m em oria nos ofrece un am plio campo'


de acción para la investigación. La m ayoría de los estudios se han
centrado sobre los temas del aprendizaje, la retención y la asociación.
I. C urvas del — Desde el punto de vista de la m e -
a p r e n d iz a j e .

* D. M. R., lect. 5,
9 M ö l l e r . G. E., y P il z e c k e r , A.: Experimentelle Beiträge zur Lehre von-
Gedächtniss. Zeitschrift für Psychologie, 1900, E r g b d . 1.
Aprendizaje 22í

m o r ía í0, en el aprendizaje lo que hacem os fundam entalm ente es ir


alm acenando impresiones en form a de imágenes. El investigador in ­
tenta averiguar cóm o progresam os en un cierto período de tiempo,
qué proporciones de m ateria son aprendidas en diferentes periodos
de tiem po y qué condiciones afectan la form a de la curva que re­
presenta el proceso íntegro. La curva del aprendizaje, com o vemos
en la figura correspondiente, puede seguir cualquiera de estas tres
direcciones. Primero, puede seguir
una aceleración negativa, en cuyo
caso el sujeto adquiere más m ate­
rial de conocim iento en la primera
parte del periodo de aprendizaje
que en el segundo. La aceleración
puede invertir su velocidad, ini­
ciándose de un m odo lento y au­
F i g . 25.—Curvas del aprendizaje,
m entando progresivam ente. Este es
(Cortesía de John Wiley and el caso de la aceleración positiva.
Sons, Inc.) Por último, la curva puede ser una
com binación de las anteriores, em ­
pezando con un im pulso positivo que va aum entando de velocidad a
medida que avanza, para luego empezar a declinar después de haber
alcanzado el punto de m áxim a eficiencia. Esta constituye quizá el
tipo de curva que se encuentra con más fre cu e n cia 11.
n . M a t e r i a d e l a p r e n d i z a j e .— Se ha observado que las materias
significativas, com o un pasaje de prosa o de poesía, son retenidas
por la m em oria más fácilm ente que las materias carentes de sentido,
com o las sílabas de E b b i n g h a ü s . La ventaja de las primeras sobre las
segundas reside en su valor asociativo, lo que significa que ya se
conocen parcialm ente antes de que com ience el periodo de aprendi­
zaje, pero estas últimas nos ofrecen la oportunidad de dem ostrar
m ejor la capacidad de nuestra m emoria. E l estudiante puede com ­
parar esto por sí mismo observando e l tiem po que tarde en aprender
los siguientes versos, e l prim ero de L o p e d e V e g a , en La D orotea, y el
segundo una muestra fie rim a carente de sentido construida por
■Ma r i a n o B r u l l ,

A mis soledades voy,


de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.

10 Digo aquí: «Desde el punto de vista de la memoria», porque en el


aprendizaje entran muchos otros factores además de la memoria. Desgra­
ciadamente en casi toda la literatura de la psicología moderna la palabra
•aprendizaje se limita al nivel de los sentidos, siendo que este tipo de cono­
cimiento es sólo el comienzo de la educación. Para S an t o T om ás el proceso
esencial del aprendizaje del hombre es la formación de hábitos mentales y
de voluntad, siendo la memoria un factor secundario en la perspectiva total
de la educación del ser humano.
J1 M c G eoch , J. A.: Learning. Psychology. A Factual Text-hook. Edlt. por
Soring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1935, pp. 306-09.
222 Memoria

Olivia oleo oloriíe


alalai cánfora sandra
milingítara girólora
zumbra ulalinüre calandra *.
n i . S u j e t o d e l a p r e n d i z a j e .— Todo buen m aestro conoce las di­
ferencias individuales que existen en la capacidad para el apren­
dizaje 12. Asi com o las estrellas son distintas unas de otras, lo mismo
les sucede a los individuos en lo que se refiere a las dotes naturales
y al m odo que tienen de utilizarlas.
Vemos, pues, que el prim er problem a reside en las diferencias
individuales. Este es un h ech o que n o es posible modificar y que es
preciso reconocer para evitarnos más de un dolor de cabeza. Dicho
en pocas palabras, significa que existen variaciones no sólo entre los
diferentes individuos, sino también en el mism o individuo en lo re­
ferente a distintas facultades, o en las distintas etapas del desarro-
eo. Así, por ejem plo, la capacidad para memorizar m ecánicamente
varía de un individuo a otro entre los m iem bros de un mismo curso.
Puede tam bién haber buena m em oria acom pañada de baja inteligen­
cia. Por últim o, la mem oria puede ser muy buena en la juventud y
perezosa con los años por la falta de ejercicio.
A continuación vem os que la edad es otro factor muy importante
de la m em oria. Las investigaciones no coinciden en absoluto con la
opinión popular de que la m em oria se va perdiendo de un m odo muy

' » - 1_____ i _ _ l ____J— J- — i-


0 ¡O 20 30 40 SO SO >0 80

Fig . 26.—Capacidad de aprendi­


zaje en relación con la edad.
acentuado con los años. Es posible que esta pérdida aparente se
explique en parte, com o acabam os de m encionar, por la falta de
ejercicio, pero las razones son más bien otras. En prim er lugar, los
adultos utilizan m ucho m enos la m em oria m ecánica que los niños,
por lo que se pierden las ventajas de su uso diario. Además, los adul­
tos tienen m ucho m enos interés que la gente joven en memorizar.
* He sustituido por esta poesía de L ope de V eg a la que el autor transcribe,
de S hakespeare («Maldición de la bruja», en M acieth), casi imposible de
traducir rimada. Y también los renglones poéticos sin sentido de P h ilip
B a l lar d , del original inglés, por otros análogos de una «jitanjáfora* (asi
llamadas por A l f o n s o R e s e s ), de M a r ia n o B rijll . (Véase en A l f o n s o R e y e s :
La experiencia literaria. Buenos Aires. Ed. Losada, 1942, p. 201.) (N. del T.)
13 B a l l a r d , P. B . : «Obllviscence and Reminiscence». British-Journal of
Psychology, 1 9 1 3 , 1, núm. 2 , p, 9. (Para B a l l a r d la palabra reminiscencia
significaría un incremento del aprendizaje no debido a la práctica. Para
A r i s t ó t e l e s , en cambio, supone una búsqueda activa de imágenes guiada
por la razón. Los dos significados no se oponen, sin embargo, ya que el
Incremento no debido a la práctica puede ser debido a una conexión de la
memoria con las facultades superiores.)
M c G eoch , J. A.: «Experimental Studies of Memory». Readings in General
Psychology. Edit. por Robinson, Chicago. University of Chicago Press, 2.* edi­
ción, 1929, p. 378-32.
Aprendizaje 223

Quizá también, una falta de confianza en la propia capacidad para


aprender tenga un efecto inhibidor sobre el esfuerzo útil. Todos estos
factores han sido exam inados cuidadosam ente por E d w a r d T h o r n d ik e
y sus colaboradores, y los resultados de sus tests, efectuados en p er­
sonas desde los cin co a los cuarenta y cinco años, aparecen en la
figura 26 *3.
El sexo ha sido tam bién m otivo de estudio en relación con la
capacidad para aprender. Aunque no se haya enunciado ninguna ley
general para expresar los resultados de la investigación, se han ob­
tenido las suficientes pruebas de que las diferencias entre el sexo
masculino y el fem enino eran pequeñas, si las había, y debidas más
bien a los distintos intereses de cada sexo. Un m uchacho, por ejem plo,
puede tener una m em oria m ejor para las ciencias, pero una niña le
puede aventajar en las artes. En cam bio, en el caso de que el m a­
terial em pleado no perm ita la intervención de las inclinaciones del
entretenim iento previo, com o, por ejem plo, em pleando las sílabas sin
sentido, no se observan diferencias dignas de m ención entre los dos
sexos, o cuando existen, aunque son ligeras y sin im portancia, son a
favor del sexo fe m e n in o 14.
Vemos además que a m edida que las personas maduran, suelen
dar 'preferencia a un tipo de sensaciones sobre las demás. A veces
esto se puede explicar com o un resultado de las diferentes dotes de
cada individuo. H e l m h o l t z , por ejem plo, era una persona con una
extraordinaria agudeza sensorial para el oído y la vista, y se interesó
desde muy tem prano por los terrenos donde sus facultades naturales
tuviesen aplicación. Por otra parte, la preferencia puede deberse al
ambiente o al entrenam iento. Los chinos son proverbialm ente con o­
cidos por su capacidad para memorizar, no porque tengan m ejor m e­
moria que los demás, sino porque han desarrollado el hábito de leer
en alta voz lo que están intentando aprender. R elacionado con esto,
aunque dependiente de otro sentido, es la costumbre de m over los
labios m ientras se estudia. Finalm ente, vemos que algunas personas
además de leer suelen escribir las materias que desean aprender. Pero,
prescindiendo de las dotes particulares, es evidente que la manera
de obtener m ayor fruto de nuestro estudio es utilizando tanto la vista,
como el oído o el sentido muscular.
Otro de los descubrim ientos de la investigación experim ental ha
sido el reconocim iento de hecho de que la m em oria no tien e relación
intrínseca con la inteligencia, es decir, que no podem os deducir el
nivel intelectual de una persona de su capacidad para memorizar.
Los investigadores están de acuerdo en su m ayoría en que una d e­
ducción de este tipo es imposible, ya que estamos tratando con dos
tipos diferentes de facultades. Indiscutiblem ente, señala C h a r l e s
S p e a r m a ít , es m ucho más fá cil mem orizar que captar el sentido de
las cosas. Y continúa diciendo que la m em oria es la responsable de

19 T horndike , E. L .; B r e g m a n , E. O . ; T il t o n , J. W ., y W oodyard , E .: Adult


Learning. N. Y . Macmillan, 1&28.
14 G aret , H . E .: Great Experiments in Psychology. N. Y. Appleton-Cen-
tury. Sdicf6n revisada, 1941, pp. 80-35.
224 Memoria

m uchos de nuestros errores, confundiendo las épocas de determ ina­


dos sucesos, los lugares, e t c .1S. En relación con esto, yo desearía
añadir que la m em oria no puede ni fue creada para resolver nues­
tros problemas. Su papel, com o insiste S a n t o T o m á s , es el de enrique­
cer nuestra experiencia por m edio de las imágenes, de suministrarnos
m aterial para el pensam iento y de ofrecernos ejem plos concretos de
lo que intentam os com prender de un m odo abstracto. Pero pedirle a
la memoria ideas es com o pretender que nuestro perro nos resuelva
los problem as de m atem áticas. Además es tener a la mente muy poco
en cuenta el hecho de recurrir a la m em oria cada vez que se nos
presenta un problem a de tipo racional, y, sin embargo, ¡cuántos de
nosotros recurrim os a la memoria cuando lo que se nos exige es una
cavilación honda y sincera sobre el problem a! Tal com o afirmamos
al com ienzo de este libro, cualquiera que se ejercite en el uso de la
memoria puede llegar a convertirse en un estudiante de Filosofía
o de Psicología de prim era categoría, pero solamente aquellos que
luchen con sus ideas y que lleguen a obtener conclusiones de tipo
personal sobre el hom bre y el universo, m erecerán ser llamados en
propiedad filósofos o psicólogos.
Finalm ente, la in ten ción de aprender puede jugar un importante
papel en la tarea del aprendizaje. Este factor se encuentra sólo en
el hombre, cuyos sentidos se hallan sujetos a un control superior. En
este caso interviene la voluntad instigando a la m emoria y refor­
zándola cuando vacila y prestándole impulso. La em oción a su vez
puede ser una ayuda para la m em oria, siempre que sean emociones
favorables a ella, tal com o las promesas de prem io o de castigo. Sin
em bargo, a veces nuestros sentim ientos son irracionales o dificultan
la actividad de la memoria, en cuyo caso son una desventaja para
el proceso del aprendizaje. La ansiedad, la excitación em ocional, el
miedo al castigo o a disgustar a la persona que se quiere o respeta
son causas que inhiben la libre actividad de la memoria i®.
IV . P r o c e s o d e l a p r e n d i z a j e .— Se han analizado experimental­
mente los m étodos y condiciones más adecuados para el estudio y se
han obtenido resultados muy interesantes.
En prim er lugar, se ha establecido que la práctica espaciada es
m ucho más eficaz que la distribución hecha al azar del tiem po des­
tinado al estudio. El tiem po óptim o de descanso es aproximadamente
proporcional al tiem po que se tarda en aprender una tarea. Han sido
propuestas varias explicaciones para este fenóm eno, pero quizás la
más plausible sea la de las tendencias perseverativas de la memoria,
que hem os m encionado anteriorm ente. Esto significa que la memoria
continúa funcionando m ucho después de haber cesado la tarea de
aprender. Por el contrario, la form ación de imágenes y sus retoques
definitivos se lleva a cabo, en gran parte, en un nivel inconsciente.

,iS S p e a r m a n ,C .: The Abilities of Man. N. Y , M a c m illa n , 1927, c . 16.


^ M c G e o o c h , J. a . : Reading in General Psychology , p p . 3 8 2 -8 9 ; Neu­
m a n n , E.: The Psychology of Learning. Trad, p o r J. W. B a ir d . N. Y. A p p le to n ,
1913. p p . 281 y s s .; M o o r e , T . V., O . S B .: Op. cit., p . VI c 8.
Aprendizaje 225

Esto explica el hecho de que m uchos de nuestros problem as los re­


solvamos después de haber dorm ido. Uno de los m ejores m om entos
para aprender es precisam ente el anterior al sueño. Así, el ensayar
una lección o un discurso la noche antes de la aparición en público
nos proporciona el doble de ventajas que si lo hiciésemos el mism o
día del acto.
En segundo lugar, vem os que el problem a de el todo fren te a la
parte ha sido tam bién ob je to de estudio por parte de los investiga­
dores, pero en este caso la evidencia no ha sido tan clara. Por ejem ­
plo, al aprender un poem a de m emoria, algunos estudiantes prefieren
ir línea por línea y obtienen m ejores resultados con este sistema.
Para otros es más fácil repetirlo en su totalidad. Si se trata de un
trozo breve, por ejem plo, de unas líneas, no im porta m ayorm ente
qué recurso utilicemos. La edad tam bién puede influir, ya que a
medida que nos hacem os adultos aumenta nuestra capacidad para
visualizar las cosas con más perspectiva. Existen algunas personas
con una capacidad de retención tan intensa que con una o dos lectu ­
ras son capaces de grabar en la m em oria un material muy extenso.
S a n t o T o m á s parece haber poseído esa dote, ya que con fesó en una
ocasión, hacia el final de su vida, que nunca olvidaba lo que había
estudiado. Pero era una persona que ejercitaba m ucho su memoria,
y ése es otro punto que tenem os que considerar al hablar del apren­
dizaje. En resumen, puesto que los gustos y las aptitudes son tan
diversos, no podem os afirmar en definitiva cuál es lo m ejor en lo
referente al problem a del todo fren te a las partes.
A continuación, vem os que se h a h ech o un estudio tam bién sobre
el problem a del recitado fren te al no recitado, y se ha observado que
el prim er m étodo aventaja al segundo. La razón es evidente. Así. si
un estudiante recita la lección para si mismo antes de darla en clase,
obtiene con ello tres ventajas. En prim er lugar, descubre de ante­
m ano las dificultades que presente su trabajo. En segundo lugar,
proporciona claridad y enfoque a sus ideas, y por último, le da a su
material la form a que deberá tener en su reproducción final. En la
experiencia así adquirida y m ediante una apreciación adecuada de
sus puntos fuertes y sus debilidades puede equilibrar sus esfuerzos
para lograr la maestría. Este es el secreto de un buen recitado, ave­
riguado por la investigación, pero conocido de siempre de m odo em ­
pírico, com o en el caso del refrán que dice que el m ejor m odo de saber
si un pastel es bueno es com erlo.
Finalm ente, tenem os el problem a del ritm o, o cadencia del len­
guaje hablado. Puede adoptarlo un m aterial de cualquier tipo, desde
los cuentos infantiles hasta los poem as épicos, com o la Eneida, la
Odisea o el Poem a del Cid. Aun las reglas más áridas de la lógica
han sido som etidas a este tratam iento con felices resultados para el
lógico novel. En todos los casos el ritmo proporciona una ventaja c o n ­
siderable cuando nos hallam os en la necesidad de memorizar, y su su­
presión puede ser desafortunada para la gente Joven. Tanto el ritm o
com o la rima se utilizan en la música, y uno de los m odos más fáciles
de averiguar su valor para la m em oria es tratar de recordar la letra
BRENNAN, 15
226 Memoria

de una canción sin su melodía correspondiente. Vemos, pues, que la


recurrencia seriada de intervalos, producida p or palabras o frases que
se pronuncian unidas, se graba fuertem ente en la memoria, de modo
que sin el contexto rítm ico en que la letra de la can ción fue aprendida,
resulta sumam ente difícil hacerlas regresar a la conciencia.
Del examen de los factores precedentes puede deducirse con se­
guridad que la adquisición de conocim ientos puede mejorarse m u­
cho perfeccionando nuestros hábitos de estudio, aunque la mayoría
de los psicólogos sostienen, com o J a m e s , que la memoria, com o cua­
lidad innata, no se modifica después de cierta edad. Pero empleando
un m étodo adecuado y una práctica constantes, un estudiante menos
dotado puede llegar a emplear m ejor su mem oria que otro más ca­
pacitado, pero que hace peor uso de ella. Incluso las realizaciones
sorprendentes de los denom inados expertos en memoria pueden ser
explicadas en gran parte por la preparación. Los resultados expe­
rimentales llevan a la conclusión de que la memoria puede conse­
guir progresos evidentes m ediante el em pleo de una técnica relativa­
m ente se n cilla 17.

6. RETENCION.— En lenguaje experim ental llam amos retención


a cualquier grado mensurable de persistencia de los materiales con­
fiados a la m emoria. Por contraste, aplicam os el térm ino de olvido
a cualquier fallo en la reaparición de estos materiales en condiciones
experimentales. El h ech o de que no podam os recordar todo lo que
hem os aprendido no siempre es desventajoso, puesto que es una dis­
posición de nuestra naturaleza. Por ejem plo, nos es muy útil el poder
olvidar los sucesos desagradables o trágicos de nuestra existencia.
El olvido es en realidad una expresión de la actividad selectiva
de la conciencia. Es una señal de que la mem oria, por la razón que
sea, no desea evocar un h ech o determ inado. Podem os explicarlo de
un m odo fisiológico diciendo que es una consecuencia del abandono
o la desaparición de determ inadas impresiones corticales, o en el
caso de que sea un fenóm eno tem poral, de la interferencia de los
procesos nerviosos concom itantes al acto de evocar. Pero esto es m e­
ramente dar una explicación en términos neurológicos, ya que en
realidad ignoram os casi por com pleto lo que sucede en las regiones
corticales cuando olvidamos. Me estoy refiriendo, es claro, a fallos
de la m em oria en circunstancias normales, y no a los efectos pro­
ducidos por lesiones, fatiga o uso de drogas. Examinaremos, pues, el
problem a desde el punto de vista psicológico y estableceremos los
factores m entales que intervienen en é l 1S.
I. C o r v a de r e t e n c i ó n .— La curva de retención representa un in ­
tento para expresar gráficamente lo que sucede cuando memoriza-

17 J a m e s , W . : Psychology. N . Y . Holt, 1892, p p . 296 y s i g s . ; M c G eoch : Rea­


dings in General Psychology, p p . 289-96.
18 M c G eo ch , J . A . : Psychology. A Factual Text-book, p . 301; P il l s b u -
r y , W . B .: The Essentials of Psychology. N . Y . M a c m i l l a n , e d i c i ó n r e v is a d a ,
1925, p p . 217-18.
Retención 227

mos, desde el m om ento en que ha term inado la fase de aprendizaje.


La form a clásica de esta curva la debem os a E b b i n c h a u s , y su validez
ha sido confirm ada por investigaciones ulteriores. Esta desciende rá­
pidamente durante las primeras veinticuatro horas que siguen al

Dias
F i g . 27.— C u r v a d e r e t e n c M n
d e EE3INGBAUS.

térm ino del período de aprendizaje, continúa descendiendo con más


lentitud en las segundas veinticuatro horas, para luego continuar
declinando de un m odo casi im perceptible. Según esta curva, la m a­
yor parte de lo que vam os a olvidar se olvida casi a continuación de
haberlo aprendido.
Una excepción parcial de la form a corriente de la curva se pre­
senta en la rem iniscencia, en cuyo caso la m em oria parece m ejorar
sin necesidad de ejercitarla. Pero la rem iniscencia, en la acepción
m oderna de la palabra, sólo es posible cuando aprende parcialm ente,
pues la maestría com pleta no dejaría lugar para que se produjese
m ejoría alguna. Hasta el m om ento actual desconocem os la causa de
la rem iniscencia 19.
n . I n h i b i c i ó n r e t r o a c t i v a .— El aprendizaje, com o una fase de la
m emoria, ocurre cuando las im ágenes se agrupan de un m odo ade­
cuado. Se ha com probado por m edio de la investigación que una aso­
ciación form ada en un período más tardío tiende a desintegrar las
asociaciones establecidas con anterioridad. Este efecto inhibidor de
un grupo de im ágenes sobre otro se ha llam ado inhibición retroactiva.
Conocem os tres razones por lo m enos que explican este fenóm eno.
En prim er lugar, si el m aterial es muy parecido puede producirse
una confusión. En el cuadro siguiente utilizamos com o ejem plo el
latín y el francés, ya que están ambas lenguas intim am ente relacio­
nadas. En cam bio, el latín y la lógica n o poseen ningún rasgo com ún
en particular.

18 B a l l a r d : Op. cit.; E b b in g h a t js : Op. cit.


228 Memoria

9,00 9,30 10,00


Estudio Estudio Recitado
Latín Francés Latín (a)
Latín Lógica Latín (b)
La diferencia entre (a) y ib) indica la Inhibición retroactiva pro­
ducida por la semejanza de las materias de estudio.

En segundo lugar, puede ser debida a la falta de espaciam iento


durante el periodo de aprendizaje. En los dos cuadros siguientes se
indica cóm o se logra la separación m ediante un período de descanso,
o, en el caso de no ser esto posible, colocando un material diferente
entre dos sem ejantes.

9,00 9,30 10,00


Estudio de latín Descanso Recitado de latín (a)
Estudio de latín Estudio de francés Recitado de latín (b)
La diferencia entre (a) y (b) indica cuánta inhibición retroactiva
se ha producido debido a la falta de espaciamiento.

9,00 9,30 10,00 10,30


Estudio Estudio Estudio Recitado
Latín Francés Lógica Latin (a)
Latin Lógica Francés Latín (b)
L,a diferencia entre (a) y (b) indica cómo el espacimiento produ­
cido mediante la interposición de materias distintas entre las seme­
jantes ha reducido la inhibición retroactiva.

En tercer lugar, la práctica inadecuada o un bajo nivel de apren­


dizaje es quizás la razón fundam ental para que se produzca la inhi­
bición retroactiva. Esto significa que cuando los datos que intenta­
m os retener han sido captados sólo superficialmente nos es mucho
m ás difícil retenerlos. Por consiguiente, la posibilidad de desaloja­
m iento es m ucho mayor. Es un h echo sabido que las lecciones mal
aprendidas se confunden unas con otras y que partes de una lec­
ción pueden bloquear el recuerdo de otras. Cuando pensamos en la
cantidad de im ágenes que necesitam os para aprender el hecho más
simple, debem os m aravillarnos no de nuestra tendencia a olvidar,
sino de que podam os recordar alguna cosa. Nos hallam os en lo cierto
al procu ram os todos los puntos de vista que la ciencia nos revela
para m ejorar nuestros hábitos de estu d io2«.
III. C a m b i o s d e a m b i e n t e .— El proceso de la memoria tiene dos
tipos de ambiente. El prim ero es exterior y abarca los lugares en que

20 M c G eo c h : Reading in General Psychology, pp. 339-403.


Tesis de asociación 229

estudiamos, por ejem plo, los libros que utilizamos, la atm ósfera crea­
da por el profesor por m edio de su mirada, su tono de voz, sus gestos,
su manera de explicar, etc. El segundo es interno e incluye cierto
estado de salud, de descanso y fatiga, la postura, el apetito, las sen­
saciones de extrañeza o fam iliaridad con el ambiente, etc.
Es así que durante todo el proceso del aprendizaje el estudiante
va form ando inconscientem ente poderosas asociaciones entre las im á­
genes que intenta retener y los elem entos de fon d o que acabam os
de m encionar. Tan cierto es esto que, si m odificam os algunos de estos
rasgos concom itantes, a veces puede llegar a hacerse im posible la
evocación. Un alum no, por ejem plo, puede experimentar una verda­
dera dificultad en recordar, si sus exámenes se efectúan fuera de su
clase. Y aun al profesor le sucede que recuerda con más facilidad
las cosas cuando trabaja en su ambiente habitual, en su estudio, por
ejem plo, y ante su escritorio y los libros que han llegado a form ar
parte de su personalidad. La influencia del am biente puede llegar a
ser tan fuerte que cam biarla o hacerla desaparecer puede interferir
en todos su sistema de conocim ientos. R ecuerdo el caso de un am e­
ricano que vivió varios años en China y llegó a aprender correcta­
mente el idioma. Al regresar a su patria su habilidad fue dism inu­
yendo con gran rapidez hasta que le fue imposible recordar los ca ­
racteres más simples, pero al volver nuevamente a China y al ponerse
en con tacto otra vez con el am biente en el que había aprendido la
lengua, recuperó su m aestría de m andarín en poquísim o tiempo. Tal
vez m uchos de nosotros podam os recordar hechos p a recid os21.

7. TESTS DE ASOCIACION.— Es posible determ inar los intere­


ses generales de un individuo y aun los rasgos de su carácter por
el m odo com o asocia sus imágenes. La investigación en este terreno
fue com enzada por F r a n g í s G a l t o n y desarrollada por W e l h e m W u n d t
haciendo hincapié en el aspecto cognoscitivo del problem a. Más ta r­
de, C a r l Jung efectuó una larga serie de estudios sobre la relación
de las em ociones y los sentim ientos en el proceso asociativo, siendo
el resultado de todas estas investigaciones standardizado en tests
que han pasado a form ar parte del equipo de todos los psicólogos
modernos. Veam os un ejem p lo: se le da a un sujeto una lista de pa­
labras pidiéndole que conteste a ellas lo más rápidam ente posible
con la prim era palabra que le venga a la mente. Se observa una gran
variedad de respuestas, que, sin embargo, es posible separar en su
mayoría en tres grupos: respuestas objetivas, que son consideradas
com o signos de una visión intelectual de la realidad; respuestas ver­
bales, que señalan una visión im aginativa, y respuestas de tipo em o ­
cional.
La respuesta puede ser retardada com o si el sujeto intentase evitar
una asociación desagradable u ocultar el curso natural de su im a­
ginación. En algunos casos, puede no responder en absoluto, h a ­
ciéndose necesario repetir la palabra estímulo varias veces. Además,

21 Carb, H. A.: Psychology. N. Y. Longmans Green, 1927, pp. 251-52.


230 Memoria

vemos que el sujeto puede dar respuestas distintas a la misma pala­


bra si la repetim os en otro t e s t 22. El valor de una técnica de este
tipo depende en gran parte de la precisión con que se lleve a cabo,
adem ás de la capacidad del investigador para interpretar las res­
puestas del sujeto. Aunque no es un m étodo infalible, el test basado
en la asociación es útil para averiguar las tendencias subconscientes

8. PAPEL DE LA MEMORIA EN LA VIDA MENTAL.— En la psi­


cología de S a n t o T o m á s , las im ágenes provenientes de la memoria
tienen el m ismo valor que las de la im aginación. Cada una repre­
senta el germ en de una idea, cada una es la representación de un
dato concreto de la experiencia basándose en el cual la mente pro­
duce sus abstracciones. Si careciésem os de estas imágenes, la com ­
prensión no seria posible, ya que se relacionan con la razón del mis­
m o m odo que los objetos sensibles se relacionan con los sentidos. De
Igual form a que no podríam os ver si n o hubiese luz, no existiría acti­
vidad verbal sin im ágenes que estimulasen el pensam iento. A q u in o da
una im portancia especial a e s t o 23.
Sin em bargo, el trabajo de la m em oria es m ucho más significativo
para la m ente que el de la Im aginación. En prim er lugar, es un tra­
b a jo m enos caprichoso y además está más en contacto con la rea­
lidad. Su tarea es recordar los sucesos pasados, no de un m odo ca­
prichoso, com o la im aginación, sino tal com o sucedieron en realidad.
Además, com o Aristóteles señaló hace ya veintitrés siglos, «la ex­
periencia se basa en el recuerdo» 2<(, y puesto que la ciencia, el arte
y el resto del conocim iento hum ano se basa en la mem oria, el papel
de ésta es realm ente único. Por esto A quiko se interesó en particular
en ejercitarla, no por lo que es en sí misma, ya que es un mero sen­
tido que participa de todas las cualidades materiales de éstos, sino
por su contribución a la vida mental.

9. REGLAS PARA CULTIVAR LA MEMORIA.— Las reglas de S a n t o


T om áspara el cultivo de la m em oria son extrem adam ente simples.
Son, sin embargo, el fru to de la sabiduría de un gran pensador, que
poseía además una extraordinaria capacidad de retentiva. Con el fin
de darles una orientación m oderna me he perm itido invertir ligera­
mente su orden.
En prim er lugar, debem os introducirnos en nuestro trabajo con
verdadera voluntad de aprender, o, com o dice, A q u i n o , «debemos es­
tar ansiosos y preocupados p or aprender». Cuanto más profunda­
mente nos im presione un objeto, más difícil es que lo olvidemos. El

22 Jüng, C. G-.: Studies in Word Association, trad, por M. D. Edek. N. Y.


Moffat, Yard, 1919. Es interesante comparar los agrupamíentos que se in­
dican aqui con los que se produjeron en el test de la marca de tinta (des­
crito en el capítulo anterior). La disposición geométrica indica una perso­
nalidad de tipo intelectual; el movimiento, un tipo imaginativo, y el color,
un tipo emocional.
33 C. D. A., L. m , lee. 12; S. T., p. I, q. 84, a. 7; O. S., a. 15.
21 Posterior Analytics, L .in , c. 19. Ver también Santo Tomás: In Aristo-
telis Posteriora Analytica, L. III, lee. 20.
Bibliografía 231

Doctor Angélico c i t a a C i c e r ó n , que dice; «la ansiedad por aprender


da firmeza a nuestras im ágenes».
En segundo lugar, debem os exam inar cuidadosam ente y luego dar
un cierto orden a lo que deseam os m emorizar. De este m odo, la razón,
que es la facultad ordenadora, interviene en el proceso, creando re­
laciones que estén más allá del poder de los simples sentidos.
A continuación, debem os buscar ejem plos claros de lo que d esea­
mos reten er. Las cosas m enos frecuentes son más útiles que las más
frecuentes com o ejem plos, ya que nos producen una im presión más
profunda. Esta es la causa, según S a n t o T o m á s , de que recordem os
con tanta exactitud sucesos de nuestra infancia, ya que entonces
todo era nuevo y extraño para nosotros.
Finalm ente, debem os repetir con frecu en cia lo que intentam os
retener, ya que la repetición es la base del aprendizaje. De todas las
reglas m encionadas, esta es la fundam ental, ya que el m étodo más
corto y seguro de aprender algo es traerlo las más veces posibles al
cam po de la c o n cie n cia 25.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XVI

A quxno , St. T.: Suma teologica. Parte I, q. 78, art. 4; Parte II-III, q. 49,
articulo 1.
A r is t ó t e l e s : De Memoria et reminiscentia (2 Caps.).
B ar tlett , F. C.: Remembering. London, Cambridge University Presa, 1932.
C a r e , H. A.; Psychology. New York, Longmans, Green, 1925, Caps. 10-11.
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Century, ed. rev., 1941, Caps. 9-10.
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H ovland , C. I.; «Learning». Foundations of Psychology. Ed, por Boring, Lang,
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Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1935, pàgs. 300-43.
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Parte IV.
P il l s b ü r x , W. B.: The Fundamentals of Psychology. New York, Macmillan,
3.1 ed., 1934, Cap. 16.
W oodw orth , R. S., y M a r q u is , D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.* ed.,
1949, Cap. 17.

” S. T., p. II-II, q. 49, a. 1, r. a, obj. 2.


CAPITULO XVII

SENTIDO E STIM A TIV O E IN STIN TO

1. EL SENTIDO ESTIMATIVO.—Además de todos los sentidos que


hemos m encionado poseem os otro sentido, necesario para la conser­
vación del individuo, cuyo ob jeto es reconocer lo que es útil y lo que
es nocivo para el organism o. Pero puesto que la razón en el hom bre
es capaz de cum plir esta finalidad, este sentido tiene m ucho más
interés para el animal.
I. El sentido estimativo en el animal.— El gran A ristóteles se
sorprendía tanto del im portante papel que desempeña este poder en
el animal, que lo denom inaba sim plem ente naturaleza; térm ino bas­
tante adecuado, ya que esta facultad es innata *. Para Santo T omás,
también en la posesión de esta facultad radica la diferencia entre
lo vivo y lo inerte. ¿Cóm o podríam os explicarla? Realm ente no hay
explicación para ella, salvo considerarla com o hace el D octor An­
gélico, com o un instrum ento psicológico necesario para su vida, su ­
ministrado por el Creador. De este m odo, la abeja construye su panal
y el pájaro su nido, con la maestría de un ingeniero, y el ciervo huye
del león y la oveja del lobo con el m ismo pánico con el que huim os n os­
otros de un loco, ya que basta una ojeada, un ruido o un olor, para
percibir la cercanía del peligro. Podem os preguntam os cóm o han a d ­
quirido los anim ales esta facultad, puesto que no les viene del apren­
dizaje, ni de la práctica, ni de la experiencia, ni tam poco lo aprenden
de sus progenitores. Sólo podem os responder a esto afirmando que-
es una facultad innata, que sólo necesita para m anifestarse el des­
arrollo corporal del animal. Es esto que Santo T omás considera com o
la facultad de estim ación del anim al y podem os definirla com o la
facultad, de percibir, sin ejercicio o experiencia previa, tanto las cosas
útiles com o las nocivas para el organ ism o2. Para dar una explicación
más com pleta de la doctrina de A qtjino debemos señalar, prim ero, que
el poder estimativo es un poder form ador de imágenes o. m ejor aún,
un poder capaz de hacer volver a la con cien cia imágenes que son in n a­
tas. El hecho de ser innatas hace que las separemos tanto de los p ro­
ductos de la m em oria com o de los de la im aginación. Pero existe tam ­
bién otro rasgo que distingue a estas im ágenes; así, según S anto
T omás, el sentido estim ativo se refiere a las cualidades insensibles de
los objetos, es decir, a sus aspectos utilitarios. Insensible no significa

1 Physica, L. II, c. 8.
s S. T„ p. I, q. 78, a. 4; D. A., a. 13; D. P. A., c. 4.
234 Sentido estimativo e instinto

en este caso que dicha cualidad no pueda ser percibida, sino que no
puede serlo por ningún sentido más que por el estimativo. El o jo del
eiervo, por ejem plo, puede ver al león, su oído puede percibir el rugido,
su nariz puede captar su olor, pero no existe nada de estas percep­
ciones provenientes de los sentidos externos que le señale el peligro.
Este es el papel de otro sentido, superior a los anteriores: el estim a­
tivo. Vemos que ni la im aginación ni la m em oria tienen que ver con
este proceso, aunque esta últim a puede conservar la experiencia de
situaciones anteriores de peligro. Cuando un gato ha sido cazado por
un perro, parece no olvidarlo, y cuando a un perro le castiga su amo
tam poco lo olvida con facilidad. Basándose en el hecho de que el
sentido estim ativo reconoce elem entos de la experiencia que ningún
otro sentido es capaz de captar, S a n t o T o m á s lo eleva a una categoría
superior. Más aún, dado su alto valor biológico, lo considera el sen­
tido más elevado del animal.
II. E l s e n t i d o e s t i m a t i v o e n e l h o m b r e .— En el hom bre, el sentido
estim ativo está relacionado tan íntim am ente con la m ente, que toma
de ella la com prensión y la facultad de em itir juicios. Por eso S a n t o
T o m á s lo denom ina sentido cogitativo. Esto no im plica necesariam en­
te que sea capaz de pensar o de penetrar en la naturaleza de su objeto,
ya que en ese caso la igualaríam os a la razón, y ningún sentido, por
muy p erfecto que sea, puede aspirar a esto. Sin embargo, trabaja de
un m odo parecido al de la com prensión. De hecho, aun en los mis­
m os anim ales la prudencia natural con la que efectúan sus actos ins­
tintivos es tan sorprendente que podem os llegar a confundirla con la
inteligencia. Con más razón, pues, hallam os en el poder estimativo
del hom bre ciertos rasgos de inteligencia. Llevando la com paración
establecida por A q u in o un poco más lejos: el animal reconoce lo útil
o lo nocivo por m edio de sus instinto natural. El hombre, en cambio,
conoce esto m ismo de un m odo más perfecto, haciendo que su inte­
ligencia asuma la situación biológica y perm itiendo que el sentido
estim ativo actúe com o si fuera una facultad inteligente. La tarea de
la m ente, por supuesto, es la de captar las relaciones abstractas que
existen entre los objetos, Al sentido estim ativo no le es dado hacer
esto, pero es capaz de captar las relaciones concretas de un modo
casi racional 3.

2. CONCEPTO DEL INSTINTO.— El concepto m oderno de instinto


eom prende los siguientes factores: prim ero, el conocim iento de lo
útil o-n o civ o de un o b je to ; segundo, la experiencia de una emoción
com o resultado de este conocim iento, y tercero, una conducta de tipo
m otor que varía según la naturaleza del conocim iento y de las emo­
cion es que la originan. El proceso se ha efectuado eslabón por esla­
bón, de un m odo concatenado, de m odo que si suprimimos el primer
eslabón, que es el conocim iento, el proceso se suspende. Esto significa
que, a n o ser que adm itam os la base estim ativa del instinto, no Iogra-

3 C. G., L. c. 66; S. T„ p. I, q. 83, a. 1; p. II-II, q. 95, a. 7; In Aristotelis


Physica, L. n , lee. 13.
Naturaleza del instinto 235

remos com prender su m odo de acción. Luego cuando S a n t o T o m á s


afirma que «el instinto es la causa de la conducta anim al» *, rem on­
ta la acción de éste hasta una cierta form a de conciencia del valor
biológico del estímulo. Su opinión en este punto concuerda en gene­
ral con la de M c D o u g a l l , que, más que ninguno de los psicólogos m o ­
dernos, lu chó por m antener el concepto de instinto dentro del cam po
de la psicología científica. Partiendo del sentido estim ativo y siguien­
do las ideas de M c D o u g a l l , podem os definir el instinto com o un con ­
junto innato de facultades de tipo animal que perm ite a su poseedor
recon ocer de inm ediato la utilidad o el peligro de ciertos objetos,
experim entar em ociones com o consecuencia de este conocim iento y
actuar o sentir la necesidad de actuar de un modo determ inado según
el valor biológico de los ob jetos percibidos s.
Lo más característico del instinto es que se relaciona siempre con
temas de gran valor para la supervivencia del animal. Como S a n t o
T o m á s señala: «Si el anim al actuase de acuerdo con lo que es agra­
dable o desagradable para sus sentidos, n o tendríam os p or qué atri­
buirle otra facu ltad que la de la percepción de estos sentidos externos.
Sin embargo, busca o evita ciertas cosas no precisam ente por su
tonalidad placentera o displacentera, sino por su utilidad o peligro­
sidad para el organism o. Así, por ejem plo, la oveja no huye del lobo
por su aspecto, sino porque éste es su enem igo natural, y el pájaro
no recoge pajas para su nido porque la parezcan bellas, sino porque son
útiles para construirlo» e. Vemos, pues, la posición estratégica que ocu ­
pa el sentido estim ativo dentro de la estructura total del instinto.

3. NATURALEZA PSICOSOMATICA DEL INSTINTO.— El instinto


es com ún al hom bre y a los animales. Como un con ju n to de potencias
abarca toda la vida sensitiva, dem ostrando cóm o el conocim iento, la
em oción y la conducta externa pueden servir de un m odo arm ónico a
los intereses del organism o. Cada elemento pertenece al com plejo
alm a-cuerpo, por lo que el instinto, com o un todo, es también de natu­
raleza psicosom ática.
I. Elemento psíquico.—Lo que el anim al sabe de antem ano, gra­
cias a su sentido estim ativo, el hom bre tiene que aprenderlo por
m edio del estudio y la investigación. El castor, por ejem plo, constru­
ye su presa com o si conociese los principios hidráulicos; una cierta
especie de avispa paraliza al insecto del que se alim enta, con tal des­
treza, que pensaríam os que posee un conocim iento a fon d o de la
anatomía de aquél. Otra especie de avispa se alim enta de una presa
que la sobrepasa varias veces en peso y tam año, arrastrándola des­
pués de muerta por el agua corriente, para evitar su peso. La araña
teje su red sobre el m odelo de una espiral logarítm ica. Estos no son
sino unos pocos entre los m iles de posibles ejem plos de la sabiduría del

* S. T„ p. II-II, q. 95, a. 7.
s M c D o u g a l l , W .: An Introduction to Social Psychology. Boston, Luce.
Edición revisada, 1926, p. 30.
* S. T., p. I, «. 78, a. 4.
236 Sentido estimativo e instinto

instinto del anim al, una form a de conocim iento independiente de la.
experiencia, pero que se halla presente en el anim al en las circuns­
tancias en que sea necesario.
El elem en to em ocional del instinto es una especie de garantía,
natural de que los propósitos del instinto serán realizados. No le ser­
viría de nada al cordero si su con ciencia del peligro, despertada por
la proxim idad del lobo, no le procurase una intensa em oción de te­
mor. Esto m ismo sucede en el caso del hambre, del deseo sexual o de
la necesidad de am paro y protección. Podríam os decir, con razón, que
toda actividad instintiva es im pulsada por una emoción. Al pájaro
puede no agradarle el lodo de donde extrae las pajas para su nido,,
pero el interés por construirlo y tener un lugar donde acom odar a
sus crías pesa más sobre él.
La conducta m otora com pleta la estructura de las tendencias ins­
tintivas. Por m edio de ella, el anim al es capaz de cum plir el pro­
pósito básico de su naturaleza, utilizando m odos distintos según la
con form ación de su aparato m otor: ya sea corriendo, arrastrándose,,
nadando, volando o m ediante cualquier otro tipo de movimientos.
De este m odo, el anim al da expresión externa a su conocim iento y a
la fuerza de sus em ociones, adaptando a cada instante su actuación
a las necesidades reales, ya sean m om entáneas o de previsión para el-,
fu tu r o 7.
II. E l k m e n t o s o m á t i c o .— En su aspecto orgánico, el instinto está
relacionado íntim am ente con el conocim iento y la m aduración del
sistema nervioso. Tanto el sentido estimativo, que es la fuente del
conocim iento, com o el apetito sensible que da lugar a la emoción,
com o la respuesta m otora, dependen del sistema nervioso de un modo
u otro. Desde el punto de vista fisiológico, pues, el instinto es incon­
cebible sin una base de tipo cortical, de igual m odo que desde el
punto de vista psicológico no es posible el pensam iento separado de
la conciencia. De hecho, si suprimimos estos dos factores— corteza
cerebral y con cien cia— es imposible establecer una distinción entre
instinto y reflejo. Como M c D o u g a l l sostiene, éste es uno de los fallos
de la escuela behaviorista, cuyos seguidores excluyen la conciencia
de su explicación del in stin to 8.

4. CARACTER FINALISTA DE LOS INSTINTOS— El problem a de


la teleología del instinto constituye uno de los más delicados temas-
de la ciencia m oderna. La m ayor parte de las dificultades que se pre­
sentan para la aceptación de esta idea son debidas a prejuicios o
falta de com prensión, a pesar de que el concepto de teleología es
claro y se presenta con frecuencia en el mundo que nos rodea. En su

7 M cD ougall , W.: p. cit., c. 2; O ’T oole , G . B.: The Case Against Evolu­


tion. N. Y. Macmillan, 1925, pp. 247-48; W a s m a n k , E. (S. J.); Comparative
Studies in the Psychology of Ants and of the Higher Animals. Trad, por
G um m ersbach . St. Louis Herder, 1905.
8 M c D o ugall , W., y W a t s o n , J. B.: The Battle of Behaviorism. N. Y. Nor­
ton, 1929.
Clasificación de los instintos 237

más simple expresión, significa que la naturaleza actúa siempre de


-un m odo inteligente. La conducta animal, por ejem plo, demuestra de
un m odo evidente una intencionalidad oculta tras ella. Esta es una de
las pruebas más claras de la existencia de un plan y de un Creador.
Con esto no afirmamos que el anim al conozca el fin de sus actos, sino
que sin él, el instinto resultaría ininteligible. Así, pues, com o sostiene
S a n t o T o m á s , la explicación final sólo se logra considerando al ins­
tinto com o un don del Creador,
A q u in o n o trata del instinto en detalle; no obstante, coincide con
la m ayoría de los investigadores cuando insiste en que la cualidad
más sorprendente de la conducta instintiva es la ignorancia del p ro­
pósito con que se realiza. Así, afirma que «los animales de una misma
especie siempre actúan del mismo m odo, impulsados por la natura­
leza, y no por el arte, en la ejecución de sus tareas. Así, vemos que
todas las golondrinas construyen su nido, y todas las arañas su tela,
siguiendo el m ismo m odelo» &. El anim al no piensa en lo que hace,
sino que sigue constantem ente una línea de conducta. Si se lanza
una flecha a un blanco, la flecha nos indica la existencia de un arque­
ro, y la dirección que ésta sigue, la existencia de una m ano que la
h a guiado. Pero ni la flecha ni el anim al conocen la razón de sus
actos, ni tam poco tiene m ayor interés que la conozcan, puesto que
la dirección de sus actos es única y ya van encam inados hacia ella. La
conducta del hom bre, en cam bio, es bastante diferente, ya que no
sólo es capaz de com prender la finalidad de sus actos, sino que tam ­
bién puede elegir el m odo de alcanzar esta finalidad.
Sigue siendo cierto, sin embargo, com o señala S a n t o T o m á s , que el
anim al actúa con «prudencia natural» en su búsqueda de lo útil, y
su huida de lo peligroso y esta sagacidad tan manifiesta es un claro
testim onio de la intencionalidad subjetiva de sus instintos y de la
presencia objetiva de una Inteligencia 10.

5. CLASIFICACION DE LOS INSTINTOS.— has clasiñcaciones de


los instintos suelen ser más o m enos arbitrarias y a los autores les es
muy difícil ponerse de acuerdo sobre este punto. Posiblemente el
criterio más lógico para la agrupación sea el de la finalidad a la que
sirve cada uno. Como M c D otjgall señala, cuanto más descendam os en
la escala de la conducta instintiva, m ayor es la tendencia de la m an i­
festación em ocional a hacerse de carácter inespecífico. Esto no signi­
fica que posean m enos fuerza; por el contrario, los instintos relacio­
nados con nuestras necesidades puramente vegetativas poseen un
carácter de urgencia muy extrem ado y una tonalidad afectiva muy
intensa. Pero su inespecificidad no nos permite darle otro nom bre que
el de la necesidad que tienden a satisfacer.
Los instintos más prim arios son el ham bre y la sexualidad. Están
relacionados con el organism o de un m odo muy directo y su finalidad
es perentoria, ya que, sin su existencia, peligrarían seriamente tanto

* C. G., 1, n i, C. 82.
!0 S. T., pp. I-II, 13, a. 2, r. a obj. 3; también q. 11, a. 2.
238 Sentido estimativo e instinto

el individuo com o la especie. Este h ech o hace que los situemos en


el núcleo, por así decir, de nuestra existencia física, y, quizás por tal
razón, sean tan com plejos desde un punto de vista emotivo. Podría­
m os afirmar que tienen igual significado afectivo para nosotros que
nuestra vida misma. En un nivel superior de la escala instintiva
aparecen otras necesidades relacionadas con la supervivencia y que
continúan siendo poco diferenciadas em ocionalm ente. Estas son, por
ejem plo, los impulsos relacionados con la selección y la preparación
del alim ento, la construcción de viviendas, la cría de la prole, la
invención de m edios adecuados de protección, la adaptación del orga­
nism o a los cam bios am bientales y la adaptación del individuo a la
vida en com unidad. Podríam os sim plificar la clasificación diciendo
que este segundo grupo de tendencias instintivas no es más que la
m anifestación de las necesidades básicas del ham bre y la sexualidad
en un plano más elaborado.
Si continuam os ascendiendo en la escala instintiva llegamos hasta
los instintos diferenciados em ocionalm ente. El problem a de que tra­
tan no es el de la supervivencia, sino el de la preparación del orga­
nismo para su defensa en las situaciones especiales de la vida. La
lista de ellos sería interm inable, por lo que seguiremos el criterio
de M cD ougall, m encionando sólo los más importantes. Estos son:
la fuga y la em oción de temor, la agresividad y la em oción de
ira, la repulsión y la em oción de disgusto, la curiosidad y la emoción
de adm iración, la auto-hum illación y la em oción de opresión, la auto-
afirm ación y la em oción de exaltación, el instinto paternal y la emo­
ción de ternura. Finalm ente hallam os en el plano más diferenciado
ciertas tendencias que tienen más relación con la vida m ental del
individuo que las demás, ya que pueden ser satisfechas de un modo
muy van ado y con m ultiplicidad de objetos. Así, por ejem plo, posee­
m os una tendencia innata al Juego y al recreo, a la im itación, a la
sugestión y a la simpatía. El niño suele im itar la m ím ica del adulto
y tam bién su m odo de hablar, del mismo m odo que se entretiene con
todo lo que le ponem os a m ano. La sugestión y la simpatía juegan
un papel muy im portante en el desarrollo de su mente y de su volun­
tad. Sin em bargo, los adultos tam poco nos hallam os completamente
libres de estas tendencias instintivas y su persistencia a lo largo de
nuestra vida es una prueba de lo que d ijo el poeta: que los hombres
no son más que niños un p oco cre cid o s11.

6. DESARROLLO Y MODIFICACION DE LOS INSTINTOS


I. D e s a r r o l l o .— M ientras algunos de nuestros instintos se presentan
desde el instante del nacim iento, otros, sin embargo, deben esperar
el desarrollo del organism o para m anifestarse; incluso los instintos
más precoces en su aparición requieren ser ensayados repetidas veces
antes de alcanzar su desarrollo com pleto. Uno de los estudios expe­

11 McDougall, W.: An Introduction to Social Psychology, c. 3 y


sup. c. 4,
— An Outline of Psychology. London, Methuen, 3.* ed., 1926, c. 5.
Modificación de los instintos 239

rimentales más interesantes que se han efectuado sobre este tema es


el instinto del picoteo en el pollo joven. Antes de salir del cascarón,
el polluelo realiza una serie de m ovim ientos con la cabeza parecidos
a los del picoteo. Durante uno de estos m ovim ientos, que com prende
la totalidad del cuerpo, la cáscara se rompe y el polluelo sale fuera
de ella. Dedica sus prim eros esfuerzos al aprendizaje de su alim enta­
ción. Al com ienzo no acierta a dar el picotazo sobre la partícula ali­
m enticia elegida, o bien puede lograrlo, pero luego no consigue rete­
nerla en el pico. Unicam ente al cabo de varios días picotea adecúa-
mente y se alim enta com o un ave adulta. Si a algunos de estos polluelos
se les alim enta artificialmente, sin perm itirles picotear durante un
cierto tiem po, aprenderán a picotear con la misma habilidad que los
polluelos alim entados norm alm ente y que habían iniciado con ante­
rioridad el aprendizaje. Por m edio de observaciones de este tipo se
hace evidente que tanto la m aduración com o la práctica desempeñan
un papel im portante en la perfección del funcionam iento de los ins­
tintos 12.
II. M odificación.— En su aspecto cognoscitivo podem os hablar de
una m odificación del instinto. Así, la percepción de un objeto que ori­
ginariam ente provocó m iedo instintivo puede ser m odificada de m odo
que llega a desaparecer todo el im pulso a huir. Este caso está dem os­
trado en la dom esticación de anim ales salvajes. Por otra parte, pode­
mos invertir el proceso, de m odo que una percepción o una im agen
que no provocó ninguna em oción de prim era instancia puede llegar
a hacerlo eventualm ente. Por ejem plo, las aves de una isla desierta
por lo general no m uestran tem or ante el hom bre, pero después que
su aparición ha sido asociada repetidas veces a atentados contra su
vida, la vista del hom bre es suficiente para provocar la huida. En el
hombre es posible tam bién la conducta instintiva por m edio de las
ideas. Esto es cierto, en particular, en el caso del ham bre o del deseo
sexual. Igualm ente el sentim iento instintivo del peligro o de la m uer­
te, que suele ser muy fuerte, puede modificarse considerablem ente bajo
el influjo de la fe religiosa.
En su aspecto afectivo, el instinto es poco modiflcable. Es cierto
que al alterar la idea de una cosa se m odifica tam bién la em oción que
la acom paña. En el caso del hom bre, su vida afectiva es un problem a
no sólo psicológico, sino tam bién de orden moral. De esto hablaremos
en un capítulo próxim o. Podem os adelantar, sin em bargo, que si es
muy difícil m odificar nuestras em ociones, podemos, en cam bio, diri­
girlas hacia una meta distinta de la que tendían naturalmente.
Por últim o, en su aspecto m otor es donde hallam os la m ayor capa­
cidad para una m odificación de los instintos, y podem os citar ejem ­
plos muy diversos. Vamos a lim itarnos a dos. En el prim er caso se
trata de un anim al que está aprendiendo a adaptarse a una nueva
situación. Una rata, por ejem plo, es colocada en un laberinto donde
se la deja actuar. P or curiosidad natural, tiende a introducirse por

la Hunter, W. S.: Human Behavior. Chicago. University of Chicago


Press, 1928, pp. 183-69.
.240 Sentido estimativo e instinto

todos los pasajes, pero castigándola cuando utiliza unos y prem ián­
d ola cuando utiliza otros, podem os modificar su conducta m oto­
ra de tal m odo que las respuestas al impulso de explorar se convierten
en respuestas al impulso del hambre. En el segundo caso, podemos
utilizar nuestros propios im pulsos afectivos. En nuestra infancia, te­
nem os escaso control de nuestros sentim ientos de temor, de ira o de
insociabilidad, pero a m edida que crecem os aprendem os las razones
<jue tenem os para m odificar nuestra conducta y el modo de hacerlo,
de tal form a que llegam os a poder burlarnos de lo que nos atemoriza
o a sonreír cuando estam os de mal hum or, o a producir la impresión
•de que nos encontram os muy bien cuando en realidad estamos suma­
m ente deprim idos 13.

7. TEORIAS SOBRE EL INSTINTO— Las explicaciones que se han


■dado sobre el instinto pueden ser agrupadas bajo tres enunciados.
En prim er lugar, tenem os la explicación que reduce los instintos a
actividades reflejas. Esta teoría parte de las ideas de R e n é D e s c a r t e s .
que consideraba a los anim ales com o meros autómatas. M odernamen­
te se halla representada p or investigadores com o I v á n P a v l o v , J a c q u e s
L o e b , J o h n W a t s o n y la m ayoría de los conductistas, que consideran
las respuestas instintivas com o m anifestaciones de reflejos encade­
nados, form ando estructuras y condicionados por las necesidades am­
bientales del a n im a l14. Según este punto de vista, el control de la
con du cta instintiva se encuentra en un nivel vegetativo.
En segundo lugar, veem os las teorías que hallan en el instinto una
expresión de la actividad intelectual. La conciencia de las situaciones
puede no ser tan clara com o la del ser hum ano, pero el m odo que
tiene de reaccionar el animal sería un índice de cierto tipo de activi­
dad mental. Esta es la opinión de los psicólogos com parativos15 y en
su form a más extrem a afirman que el principio de la conducta ins­
tintiva se encuentra en el nivel racional.
En tercer lugar, vem os la teoría que considera al instinto com o la
labor com binada de las facultades sensoriales y el conocim iento sumi­
nistrado por el sentido estim ativo, actuando am bos de estímulo de los
efectos em ocionales y m otores del instinto. Este es el punto de vista
sostenido por S a n t o T o m á s . Entre los exponentes m odernos de esta teo­
ría podem os m encionar a E r i c W a s m a n n , H e n r i F a b r e y D e s i r é M e r -
■c i e r . Ocupa una posición interm edia entre las demás anteriores, soste­

13 H u n t e r , W. S.: “The Standpoint of Social Psychology” . Psychological


Review, 1920, 27, pp. 248-50.
11 D e sc a r t e s , R.: Philosophical Works (Principles of Philosophy). Tra­
ducida por E. S. H aldane y G. R. T. Roos. N. P. Macmillan, 1912, 2 vols.
Pavlov I. New Researches on Conditioned Reflexes. Science. Nov. 1923, pá­
ginas 359-61; L oeb , J.; Comparative Physiology of the Brain and Compa­
rative Psychology. N. Y. Putnams, 1900, c. 13; W a t s o n , J. B.: Behaviorism.
N. Y, Norton, edición revisada, 1930, c. 5 y 6.
15 K ohler , W.: Intelligence in Apes. Psychologies of 1925. Edit, por
Murchison. Worcester: Clark University Press, 1925, c. 7; W ash burn , M. F.:
The Animal Mind. N. Y . MacMillan, 4.* edición, 1936; Y er b e s , R. M,:
Almost Human. N . Y . Century, 1925.
Control intelectual 241

niendo que el principio de la conducta instintiva se halla en el nivel


sensitivo 16.

8. VALORACION. T e o r ía d e l c o n t r o l r e f l e j o . —El hecho que nos


induce con más fuerza a ir en contra de las teorías del control reflejo
es la presencia de una cierta conciencia en los actos instintivos del
animal. Por ejem plo, un gusano dejará de repasar el capullo de seda
que teje si se da cuenta que se lo estamos rompiendo. La abeja tam ­
bién adaptará su instinto constructivo si su panal necesita reparación,
tal com o lo demuestra H e n r i F a b r e 17. Un caso similar es el que cita
H a i í s D r i e s c h , en el que un gusano de seda no tejió su tela cuando
se le colocó en una ca ja de tul, construida con el fin de suprimir, por
razones económ icas, la prim era etapa de la labor de é s te 1S. Los refle­
jos se hallan presentes ciertam ente en las respuestas instintivas, pero
no pueden pasar nunca de ser más que un factor parcial. Como
observa H e r b e r t J e n n i n g s , el estado del organism o considerado com o
una totalidad, debe ser tom ado en cuenta, y señala el ejem plo de la
lombriz de tierra, que puede volverse hacia la derecha a causa de que
su giro anterior ha sido hacia la izquierda, pero que es capaz tam bién
de efectuar varios m ovim ientos hacia un lado antes de variar de
dirección 19. Vemos que si la conciencia del estímulo se halla presente
en organism os muy poco diferenciados, con cuánta más razón lo
podem os hallar en los anim ales superiores. El león, por ejem plo,
cuando está al acech o de su presa se adapta continuam ente a los
cambios am bientales, pero después de haber capturado y devorado a
su víctim a, su actitud hacia el alim ento es enteram ente distinta de
la que presentaba cuando estaba ham briento. El mismo tipo de co n ­
ciencia del estímulo y adaptación a los com plejos elem entos am bien­
tales se observa en el apaream iento de los animales.
II. T e o r ía d e l c o n t r o l i n t e l e c t u a l .— Creemos que es igualm ente
insatisfactorio adscribir a la inteligencia el control del com portam ien­
to instintivo. Para S a n t o T o m á s , la com prensión es la capacidad de
captar y penetrar la realidad, m ientras que la inteligencia es la capa­
cidad para obtener conocim ientos generalizados, o de hacer abstrac­
ciones. Basándose en este criterio, no es posible afirm ar que el animal
resuelva sus problem as por m edio de la com prensión o la inteligencia.
Sólo el hom bre es capaz de utilizar la abstracción. Sin em bargo, tanto
en la fantasía popular com o en algunos círculos científicos, persiste

“ W a s m a n n , E. (S. J.): Instinct and. Intelligence in the Animal King­


dom. Trad, por’ G u m m ersbach . St. Louis, Herder, 1903; F ab r e , H.: Bramble-
Bees and Others. Trad, por A. T. de M a t t o s . N. Y. Dodd, Mead, 1915;
M e r c ie s , D. A.: Manual of Scholastic Philosophy. Trad, por T. L. y S. A.
P arker . St. Louis, 1919, vol. I, pp. 214-17. Ver también: M u c k e r m a n n , H.
(S. J.): The Humanising of the Brute. St. Louis, Herder, 1906.
17 F ab r e , H.: Op. cit., c. 7.
18 D rie s ch , H .: The Science and Philosophy of the Organisms. London-
Black, 1908, vol. II, p. 47.
15 J e n n i n g s , H. S.: Behavior of the Lower Organisms. N. Y. Columbia
University Press, 1931, p. 251 ss.
BRENNAN, 16
242 Sentido estimativo e instinto

la idea de que el animal posee una inteligencia rudimentaria. Citaré


tres ejemplos.
El prim ero e a el del m ono, de W o l f g a n g K ó h l e h , que fue capaz de
unir varios palos para apoderarse de un plátano que se hallaba lejos
de su alcance. Según mi opinión, este ejem plo no prueba más que
la conciencia de una relación concreta entre un palo y otro y de la
longitud total de los palos en relación con la distancia que hay desde
la fruta a la jaula. Supongam os ahora que reemplazamos los palos por
una cuerda, que el animal utiliza directam ente para acercar el pláta­
no. Entonces podríam os pensar que había habido una verdadera abs­
tracción y que el anim al se había hecho este razonam iento: «Lo que
yo deseo es algo que me perm ita llegar más lejos, y la cuerda cumple
esta condición tan bien com o los palos.» Luego, el prim er experimento
no nos prueba que el m ono haya utilizado nunca los instrumentos de
un m odo racional, o que haya solucionado su problem a basándose
en la com p ren sión 20.
El segundo ejem plo es el del perro, de D e s i r é M e r c i e r . Su amo lo
había acostum brado a que le trajese, a una señal suya, una esponja
con la que extraía el agua de su bote. Pero sucedió que uno de los
días el perro no logró hallar la esponja y regresó sin ella. Si el perro
hubiese traído en su lugar un trapo en vez de la esponja, pensaríamos
que había razonado de este m odo: «Lo que mi am o necesita es algo
que empape para recoger el agua, y un trapo sirve tam bién para esto.»
Su am o hubiese razonado así en su c a s o 21.
El tercer caso es del sabueso, de S a n t o T o m á s , que citaré con sus
propias palabras: «Un sabueso está persiguiendo a un venado por el
olfato, cuando llega a un cruce de caminos. Después de Internarse por
el prim ero y el segundo y com probar p or su olfato que el venado no
había huido en ninguna de esas dos direcciones, toma el tercero, sin
detenerse a olfatear, com o si hubiese razonado de este m odo: «El
venado no ha huido ni por el prim ero ni por el segundo cam ino, luego
tiene que haber elegido el tercero.» Según S a n t o T o m á s , basta con la
simple aprehensión de los sentidos para explicarse este hecho. Sigue
siendo cierto, sin em bargo, que lo que el anim al conoce por instinto,
el hom bre sólo puede aprenderlo de un m odo ra cion a l22.
III. T e o r ía d e l c o n t r o l s e n s i t i v o .—Según S a n t o T o m á s , el con o­
cim iento proveniente de los sentidos y las em ociones que surgen al
percibir el valor biológico de los objetos, son suficientes para expli­
carnos la conducta instintiva del animal. Se empieza, por ejemplo,
con la percepción de un color, un sonido o un olor que viene del
exterior, o bien del ham bre, la sed o un deseo sexual, proveniente de
nuestro organism o. Esta percepción va siempre acom pañada del cono­
cim iento de la utilidad o perjuicio de dichos objetos. Al instante se
producen las imágenes que nos describen los actos necesarios para

20 K o h le r , W .: The Mentality of Apes. Trad, por E. W in t e r . N. Y.


Harcourt, Brace, 1925.
31 M e r c ie r : Op. cit., loc. cit.
13 S. T., p. I-II, q. 13, a. 2, obj, 3, y respuesta.
Sentido cogitativo 243

la aproxim ación o la huida, y la aparición de estas imágenes va acom ­


pañada de una necesidad im periosa de actuar. El resto del proceso
se reduce a com pletar el ciclo que empezó con el conocim iento y que
bajo la presión em otiva se ha llevado a cabo. Es poco probable que
el animal conozca las razones de sus actos. S anto T omás asegura esto,
y afirm a además que m ucho menos piensa o delibera sobre los m edios
para asegurar el fin de los mismos.
Continúa sim plem ente en el surco trazado por la naturaleza, y me
atrevo a sostener que, si pudiésemos descubrir la dinám ica de su con ­
ciencia y observar directam ente cóm o trabaja el instinto, vertamos
que se trata fundam entalm ente de im aginar los actos que deben ser
ejecutados al instante con el fin de sobrevivir. Este contenido im a­
ginativo, más el sentido estim ativo com o base, tiene una doble tarea:
en prim er lugar, la de provocar una fuerte em oción que mueva al
animal a responder a las dem andas de la situación, y en segundo
lugar, servir de guia en la ejecu ción de los actos instintivos.

9. PAPEL DEL INSTINTO EN EL HOMBRE.— El rasgo más im ­


portante del instinto en el ser hum ano es su plasticidad. Su conducta
Instintiva puede adoptar diversas form as, y la form a definitiva de­
pende, en parte, del ob jeto que las provoca y en parte de la Influencia
que la inteligencia y la voluntad ejercen sobre su desarrollo y m adu­
ración. Es obvio, por ejem plo, que el ser hum ano puede seleccionar el
alim ento que desea ingerir o la pareja con la que se va a unir, o el
hogar donde piensa vivir. Y después de hacer la elección puede, ade­
más, idear el m odo cóm o piensa regular sus m anifestaciones instinti­
vas. La razón aparece en el hom bre a una edad bastante temprana
y con ella surge la conciencia del sentido m oral de sus impulsos. Desde
ese m om ento, sus instintos empiezan a sufrir una m odificación, de
m odo que nunca vuelven a ser simples e irreflexivos com o en la in ­
fancia. Pueden ser bien o mal utilizados, según lo decida cada cual,
pero el hecho de que son relativam ente m anejables por la voluntad y
la razón, es una prueba de la superioridad del hom bre sobre el resto
de los animales.

10. EL SENTIDO COGITATIVO Y LA VIDA MENTAL.— Antes de


term inar este capitulo debem os m encionar el sentido cogitativo y su
especial significación en la vida mental. En la psicología de Santo
Tomás está relacionado íntim am ente con el problem a de lo que es útil
y lo que es perjudicial para el organism o, de m odo que viene a ser
un equivalente del sentido estim ativo del animal. En el hom bre, sin
embargo, se halla en un lugar más próxim o a la mente y recibe la
Influencia de ésta de un m odo directo. Su tarea es la de cotejar, es
decir, reunir y establecer com paraciones entre los datos de la expe­
riencia y que llegan a la conciencia provenientes de los sentidos exter­
nos. Su actividad es tan sem ejante a la que utiliza la razón, com pa­
rando unas prem isas con otras, antes de em itir un juicio, que Aqtjino
!o describe com o una actividad discursiva. Todos los sentidos con tri­
buyen a su labor, ya que utiliza imágenes provenientes de todos ellos.
244 Sentido estimativo e instinto

Y puesto que estas imágenes representan una síntesis de experiencias


asociadas a nuestras necesidades biológicas más profundas, Santo
T omás las considera com o el con ju n to de datos más altamente orga­
nizado con que trabaja la m ente. Si los productos de la im aginación
y la m em oria se consideran com o gérmenes de ideas, los del sentido
cogitativo vendrían a ser los frutos que utiliza el intelecto en sus
funciones de abstracción 23.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XVII

Aqdiso, St. T.: Suma teologica. Parte I, q. 78, art. 4, y q. 83, art. 1.
— Contra Gentiles. Libro II, Cap. 66.
A r is t ó t e l e s : Physica. Libro n , Cap. 8.
B r e n n a n , R. E„ O . P.: Thomisiic Psychology. New York, Macmillan, 1941,
pp. 131-35; 142-46. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
G buender , H„ S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee. Bruce, 1932, Ca­
pítulos 12-13.
M c D o u g a l l , W.: An Introduction to Sodai Psychology. Boston, Luce, ed.
rev., 1926, Caps. 2-4, y Supl., Cap. 4.
W a s m a n n , E., S. J.: Instinct and Intelligence in the Animal Kingdom. Tra­
ducida por J. G b m m e r s b a c h . st. Louis, Herder, 1903, Caps. 2-5.
Whm, E. C.: The Theories of Instinct. New Haven, Yale University Press,
1925, Cap. 5.

23 In Aristotelis Analytica Posteriora, 1. II. lee. 20; In Aristotelis Me-


taphysica, 1. I, lect. I; B r e n n a n , R. E. (O. P.): Thomistic Psychology.
N. Y. Macmillan, 1941, pp. 144-46; ed. esp. Morata, Madrid, 1960; F ae ro , C.:
KTiowleage and. Perception in Artstotelic-Thomistic Psychology. New
Scholasticism. Oct. 1938, pp. 337-65.
CAPITULO XVIII

V ID A EMOCIONAL Y CONDUCTA EXTE RN A

Parte primera. — Los apetitos sensibles

1 . CONCEPTO DEL APETITO—Hasta el m om ento nuestros estu­


dios han hecho resaltar únicam ente los aspectos cognoscitivos de
nuestra naturaleza. Los productos de nuestros sentidos, tanto in ter­
nos com o externos, representan procesos de conocim iento por medio
de los cuales la m ente entra en posesión de un cierto tipo de hechos.
Sin embargo, existe otro grupo de funciones, tam bién de naturaleza
sensible, que se hallan colocadas en el polo opuesto al intelecto. Este
nuevo tipo de datos psicológicos son los apetitos, conocidos en el len ­
guaje m oderno por el nom bre de orexis. Ambos términos tienen el
mismo significado original, que es el de tender hacia algo, impulsados
por un deseo. Asi, vem os que si la finalidad del conocim iento es la
posesión del objeto por m edio de la conciencia, la del apetito es la
posesión del ob jeto en sí mismo. Como afirm a S a n t o T o m á s , «la labor
de la fu n ción cognoscitiva se com pleta cuando el objeto conocido se
une al sujeto que conoce. La de la función apetitiva, en cam bio, sólo
term ina cuando el sujeto que apetece es impulsado hacia el objeto
apetecido» *.
Además, puesto que el deseo se origina en el conocim iento, debe­
ríamos hallar un tipo de apetito relacionado con el conocim iento
sensorial. Este es el apetito sensible, que procede de las facultades
que poseem os en com ún con el resto de los animales. Debemos dis­
tinguirlo, por su naturaleza puram ente animal, del apetito volitivo,
que es totalm ente espiritual, com o veremos más adelante. El hecho
de ser sensible im plica su procedencia, tanto física com o p síq u ica 2,
es decir, de fuerzas que son en parte psíquicas y en parte somáticas.

2. TIPOS DE APETITO SENSIBLE.— Como observa Santo T o m á s ,


aun en las criaturas carentes de conocim iento hallam os una doble
tendencia básica en su naturaleza: la prim era hacia la búsqueda de
lo necesario para subsistir, la segunda hacia la lucha contra las
fuerzas de desintegración. T anto en nosotros com o en los animales
hallam os, en prim er lugar, la tendencia a la posesión de los objetos
necesarios para nuestra vida animal, y en segundo lugar, el impulso

1 S. T., p. I, q. 81, a. 1. Ver también: D. V., q. 22, a. 3, r. a. obj. 4.


1 S. T„ p. I, q. 80, a.a. 1 y 2.
246 Vida emocional

a Juchar p or conseguir nuestras necesidades. He aquí, pues, los dos


tipos de apetito que com partim os con los anim ales: el primero, el
ap etito concupiscible, llam ado así porque se refiere a los bienes que
son objeto del placer sensible, y el apetito irascible, cuya función es
la de im pulsam os a la lucha por los bienes difíciles de conseguir.
Y puesto que la vida es una lucha constante, especialmente en el
plano sensible, se deduce que «el anim al debe prim ero asegurarse su
victoria a través de la actividad del apetito irascible antes de poder
disfrutar de los bienes del apetito concupiscible*. Estos últim os son,
prim ordialm ente, el sexo y el alim ento, y son los objetos por los cuales
se lucha con más frecuencia 3. No debemos pensar, sin em bargo, que
nuestras facultades apetitivas se refieren sólo a bienes. En general,
éste suele ser su objeto, pero al mismo tiem po que existen cosas
atractivas, otras originan repulsión. Por tanto, los bienes y los males
tienen un sentido para nuestros apetitos sensibles, com o veremos más
adelante,

3. LOS ACTOS DEL APETITO SENSIBLE.— En la psicología da


S anto T om ás, el acto de un apetito sensible es denom inado pasión.
Este es un térm ino muy adecuado, aunque haya sido abandonado
por los psicólogos modernos. Tiene su origen en una palabra latina,
que im plica un sufrim iento, de una u otra clase, y en verdad tenemos
que adm itir que la pasión nos suele producir alteraciones. Esto es
natural, puesto que la pasión siempre se acom paña de m odificaciones
en el organism o y sólo es factible en la medida en que estamos com ­
puestos de m ateria. Además, aunque se diferencie del resto de los
procesos cognoscitivos, depende, sin embargo, en gran medida del
conocim iento. Al m enos ésta es la opinión de S a n t o T o m á s , y podemos
resumir los principales elem entos de su doctrina definiendo la pasión
com o «la actividad del apetito sensible que resulta del conocim iento, y
que se caracteriza p or las alteraciones corporales que produce» <.
Los psicólogos m odernos, sin embargo, com o acabam os de señalar,
utilizan escasamente el térm ino pasión, salvo quizás para describir
estados de cólera o de amor, que corresponden precisam ente al apeti­
to irascible y concupiscible, respectivamente, aunque con éstos no se
agoten de ningún m odo todas las posibles respuestas del apetito sen­
sible.
El psicólogo actual, en cam bio, utiliza los térm inos de sentim iento
y em oción para describir los actos apetitivos. Esta term inología és
perfectam ente lícita, siempre que no olvidem os que ambas palabras
se hallan incluidas en la idea general de pasión, tal com o la describe
S a n t o T o m á s . Las ventajas de separar el sentim iento de la em oción
son obvias si por sentim iento entendem os actos del apetito sensible
que producen escasas alteraciones corporales y por em oción las que
producen, en cam bio, m odificaciones m ás intensas. Probablemente
A q u i n o habría aceptado tam bién esta clasificación.

3 D, V., q. 25, a. 2; también q. 26, aa. 2-5.


* S. T„ pp. I -n , q. 22.
Apetitos sensibles 247

I. S e n t i m i e n t o .— Todos nos hallam os fam iliarizados con los esta­


dos sentimentales, y, sin em bargo, nos resulta difícil su descripción.
Esto es perfectam ente com prensible, puesto que el sentim iento no es
materia del intelecto. Sucede, además, que si intentam os analizarlo
de un m odo consciente, este m ismo hecho hace que em piece a extin­
guirse hasta desaparecer com pletam ente. En realidad el intelecto y la
sensibilidad se hallan relacionados, pero uno no puede ser explicado
en térm inos del otro, del mismo m odo que la em oción que nos produce
una sinfonía no puede explicarse por m edio de una lectura de las
notas que la com ponen. El sentim iento, tal com o señala S a n t o T o m á s ,
se halla presente en todos nuestros actos conscientes. Cuando éstos
son perfectos y com pletos, nuestro sentim iento es de carácter p la­
centero; cuando son inacabados o im perfectos, nuestros sentim ientos
son de desagrado y de depresión. Esto es igualmente válido tanto para
los actos intelectuales com o para los sensoriales, puesto que se rigen
por la misma regla de que «todo acto es placentero siempre que se
lleve a cabo perfectam ente» 5. Y al afirm ar esto, A q u i n o se adelantó
a las teorías de los m odernos.
Mas repetimos otra vez, con él, que el sentim iento no es lo mismo
que el conocim iento, ni siquiera una variante de él. Biológicam ente
se le considera com o un dato irreducible, que se clasifica con Inde­
pendencia del resto de los demás.
La dificultad surge al com pararlo con la sensación y más espe­
cialm ente con las sensaciones llam adas orgánicas. Es posible que en
este caso el problem a resida en el lenguaje, puesto que solemos em ­
plear los térm inos sen tir y percibir de un m odo indiscrim inado. Sin
embargo, está perfectam ente claro que son hechos psicológicos d ife ­
rentes, uno apetitivo y otro cognoscitivo. En el lenguaje popular y
también en el cien tífico decim os, sin embargo, que sentim os hambre,
sed, deseo sexual, etc. Lo que queremos decir con esto es que somos
conscientes de ciertos estados fisiológicos del organism o y que este
conocim iento es acom pañado de una experiencia oréctica que puede
ser agradable o desagradable. Ahora bien: la percepción está en rela­
ción con los sentidos, m ientras que el sentim iento es el producto de
un apetito. Aunque vayan unidos, no por esta razón debemos identi­
ficarlos. F r o b e s efectuó un estudio experimental detallado sobre las
tres posibles teorías que existen en relación con este problem a: que el
sentim iento es un atributo de la sensación y que el sentim iento es
un dato psicológico prim ario que no puede reducirse a ninguna otra
categoría, llegando a la conclusión de que la últim a postura, sostenida
tam bién por Santo T o m á s , es la que posee una base más firm e s.
La im portancia del sentim iento, lo mismo para el cuerpo com o
para la m ente, es muy grande. El prim er objeto de experiencia que
posee el recién nacido es su propio cuerpo y sus funciones orgánicas.
Los sentim ientos placenteros señalan las condiciones que son bioló-

5 In Aristatelis Ethica ad Nichomachum, L. X, lec. 6. Ver también.


C. G„ L. I, c, 90.
n F r o b e s , J ., S. J .: Psychologia Speculativa. Freiburg. Herder, 1927.
Tomo I, pp. 209-13.
248 Vida emociotial

gieam ente favorables, y los sentim ientos desagradables, en cambio,


actúan de señales de las condiciones desfavorables. Tan básica es la
significación de estos procesos orée ticos, que difícilm ente podríamos
vivir sin ellos, y algunos psicólogos han llegado a considerarlos como
los datos más prim itivos de la m ente, aun anteriores a las Sensa­
ciones. Esta es una opinión exagerada, puesto que el sentimiento es
la consecuencia del conocim iento y éste no podría existir sin la
sensación. Sin em bargo, es cierto que nuestros sentim ientos poseen
un valor vital considerable y desde este punto de vista son más im por­
tantes que nuestras sensaciones primarias. S a n t o T o m á s , compartiría
esta opinión hasta el punto de considerar que el ejercicio norm al y
saludable de toda potencia en desarrollo produce sentimientos pla­
centeros y de satisfacción, m ientras que una actividad o una restric­
ción exageradas van acom pañadas de sentim ientos de displacer. Esto
es válido aun para el desarrollo de las funciones intelectuales, de
m anera que desde el com ienzo hasta el fin de nuestra existencia la
naturaleza nos proporciona los sentim ientos adecuados para garan­
tizar la correcta realización de las funciones vitales para el orga­
nismo 7.
II. E m o c i ó n — La diferencia existente entre sentim iento y em oción
es sólo de grado y no cualitativa. Se basa en la intensidad de los
cam bios fisiológicos que los acom pañan. En los sentimientos, los
cam bios son muy poco notorios, aunque siempre se hallan form ando
parte del proceso. En nuestras em ociones, en cam bio, los distinguimos
con facilidad y pueden ser tan violentos a veces que nos hacen perder
el control com pletam ente. Repetimos, sin embargo, que fuera de la
diferencia cuantitativa de las m odificaciones corporales, la emoción
y el sentim iento poseen los mismos elementos causales.
A. Causa efic ie n te .—La em oción se origina siempre en el cono­
cim iento, tal com o se afirm a en la regla sostenida por A r i s t ó t e l e s
y S a n t o T o m á s , según la cual todo apetito actúa movido por un m oti­
vo, que es siempre una cierta form a de conocim iento. Aunque todos
los sentidos pueden sum inistrar el m otivo, es el sentido estimativo
en particular el que actúa sobre los apetitos, puesto que es la facultad
que distingue la bondad o m aldad de un objeto, y las dificultades que
pueden surgir al intentar captarlo o al huir de él. A q u in o añrm a: «el
apetito sensible no se estimula por la simple percepción del objeto,
sino que es necesario que su objeto sea aprehendido en función de su
bondad o de su utilidad o de sus cualidades negativas. La facultad
apetitiva del anim al es im pulsada a la acción por la estim ación na­
tural» 8. Esto significa, por supuesto, que en el hom bre el motivo

T S. T., p. I-II, q. 32, a. 1, r. a obj., 3.


5 C. D. A., L. IÚ, lect. 4. El hecho de que el conocimiento proveniente
de otros sentidos puede también estimular al apetito sensible se deduce
d e otro pasaje de S an to T om ás tS . T ., p. I, q. 81, a. 3, r. a obj. 2), donde
dice: "El apetito sensible es naturalmente estimulado no sólo por el sen­
tido estimativo en el animal y el cogitativo en el hombre, sino también
por la imaginación y otras facultades de los sentidos.” De este texto ob­
tenemos la conclusión, sin embargo, que A q u in o se refiere a la percepción
Clasificación de las emociones 249

inm ediato de su com portam iento em ocional viene dado por el con o­
cim iento de tipo intelectual de los objetos que despiertan sus apetitos,
pero son las imágenes del sentido cogitativo los factores que influyen
de un m odo directo sobre la génesis de la emoción.
B. Causa form al.— Una vez que hem os percibido las cualidades
positivas o negativas de un objeto, el apetito entra en acción. La
dirección del apetito depende de nuestra valoración previa del objeto.
Sí lo percibim os com o útil, el im pulso del apetito es posesivo, y hay
un m ovim iento de aproxim ación; si, por el contrario, vemos que el
objeto es perjudicial para nosotros, la tendencia del apetito es a
protegerse por m edio de un m ovim iento de huida. Estos actos, tanto
en la em oción com o en el sentim iento, van acom pañados de una sen­
sación de agrado o desagrado, que aumenta la intensidad de la
urgencia que posee el apetito.
C. Causa m aterial.—'Para S a n t o T o m á s , los cam bios corporales
también pertenecen a la esencia de la emoción. Estos com prenden
tanto la descarga de la energía nerviosa com o m odificaciones de orden
fisiológico en los diversos sistemas 9. La investigación h a demostrado
que estos cam bios orgánicos son muy profundos y que producen, por
ejem plo, la aceleración del ritm o circulatorio, del respiratorio, el
alim ento de la secreción glandular, la parálisis de los músculos v o ­
luntarios, la dism inución del peristaltismo, así com o excitación n er­
viosa, sudor ación, indigestiones, ete., según la naturaleza de las em o­
ciones. Estas m odificaciones pueden presentarse con independencia
del factor em otivo, pero lo que no debemos olvidar es que la em oción
va siempre acom pañada de este correlato fisiológico.
D. Causa fin al.—Lo que hem os afirm ado sobre el valor b iológico
de los sentim ientos es válido tam bién para las emociones. Como p o ­
tencias pertenecientes tanto al cuerpo com o al alma, nos ponen en
eom unicación con nuestro ambiente circundante y su finalidad es el
desarrollo y la conservación de nuestro bienestar físico. Por ser ade­
más fuentes de nuestros actos externos y ser guiadas por la razón,
pueden utili 2arse en la form ación del carácter.

4. CLASIFICACION DE LAS EMOCIONES SEGUN SANTO TOMAS.


A pesar de los repetidos esfuerzos que se han hecho en este sentido,
no se logrado m ejorar la clasificación hecha por Santo Tomás Está
basada en dos principios sencillos: primeramente, según la naturale­
za del estímulo que origina el apetito, y en segundo lugar, según el
m odo con que reacciona el apetito frente al estímulo. Se ha com pro­
bado, sin embargo, su validez por m edio de la experiencia y de la o b ­
servación em pírica y las pruebas que nos suministra la investigación
actual no han h echo más que confirm arla en sus rasgos generales.
Como ya hem os señalado anteriorm ente, los apetitos se dividen
en dos tipos fundam entales el prim ero es el concupiscible, que produ­

o imaginación de objetos agradables o desagradables, cuya apreciación


final, precisamente en relación con el matiz placentero, pertenece al sen­
tido estimativo o al cogitativo.
* S. T„ pp. I-II, q. 22, a. 3; D. V.. q. 26, aa. 2, 3 y 10.
250 Vida emocional

ce un tipo de reacciones llam adas tranquilas por los psicólogos m oder­


nos. Es m otivado por la estim ación del objeto según su utilidad o
peligrosidad y puede producir respuestas de am or u odio, deseo, aver­
sión, alegría o tristeza.
El segundo es irascible, que origina un tipo de em ociones llamadas
actualm ente de em ergencia. En este caso el m otivo im plica una cierta
dificultad en la consecución del objeto, y produce em ociones de espe­
ranza o desesperación, si el estím ulo es favorable, y de valor, miedo
o ira, si el estimulo es d esfa vora b le10. En el cuadro adjunto aparecen
resumidos los principales rasgos de esta cla sifica ció n 11.

5. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.— G r e g o r y S c h r a m m h a a i s l a d o
v a r io s f a c t o r e s d e la c la s if ic a c ió n q u e a c a b a m o s d e m e n c io n a r y h a
d e m o s t r a d o c ó m o h a n s id o c o n fir m a d o s p o r m e d io d e la in v e s t ig a c ió n
c i e n t í f i c a 12.

I. E s t í m u l o s f a v o r a b l e s y d e s f a v o r a b l e s .— El biólogo H e r b e r t J e n -
efectu ó un estudio especial sobre las reacciones de la Euglena
n in g s

virtáis en relación con la ilum inación. Este organism o dim inuto se


halla en el agua que contiene m ateria orgánica en. descomposición,
tiene la form a de una pera y carece de vista, pero posee una región
que es más sensible a la luz que el resto del cuerpo. J e n n i n g s observó
que, cuando se ilum inaba a la Euglena con una cierta intensidad, ésta
respondía con m ovim ientos de huida. Estos m ovim ientos continuaban
al seguir exponiendo a la luz diferentes partes del cuerpo hasta alcan­
zar la intensidad favorable al a n im a lJ3. C h a r l o t t e B ü h l e r ha efec­
tuado experiencias similares en niños pequeños, observando que cier­
tas condiciones favorables en su cuidado, tales com o la tibieza, la
ausencia de humedad, la alim entación regulada y los movimientos

10 C. G., 1, I, c. 89. In Petri Lombardi Quatur Libros Sententiarum,


1. III, d. 26, q. 1, a. 2; D. P. AI., c. 5.
11 S. T. pp. I-II, qq. 23-25. Solamente la cólera en la enumeración de
l a s emociones, según S a n t o T o m á s , no tiene una emoción antagónica. Pues­
to que se origina en la posesión afectiva de un mal arduo, su contrario
debería ser la posesión afectiva de un bien arduo. Además, puesto que la
cólera se refiere a un mal difícil de evitar, la emoción opuesta deberla
relacionarse con un bien difícil de retener. W . M . M a r s t o n , en La emoción
en las personas normales, menciona varios casos donde aparece este tipo
de emoción; por ejemplo, durante un noviazgo, en una partida de caza y
otras actividades. S a n t o T o m á s consideró la posibilidad de dicho estado
emotivo, pero lo abandonó, basándose en el razonamiento de que estando
ya en posesión del bien, carece de valor s u característica de ser de difícil
obtención. Las emociones descritas por M a r s t o n pueden explicarse con las
categorías que hemos mencionado, por ejemplo, la posesión de un bien, ya
sea de fácil o difícil obtención, proporciona una alegría. Frente al peligro
de perderlo sentimos el miedo. Si lo perdemos, estamos apenados. En estos
dos últimos casos, la aparición de un factor desfavorable causa la emoción,
puesto que la privación de un bien es ya un mal. (Ver S. T ., pp. I-II, q. 23,
a . 3; q. 35, a. 1, r. a obj. 3; q. 36, a, 1.)
12 S c h r a m m , G. J., O. S . B.: The Mediaeval System of ETnotions. P e k i n g .
Natural ñistory Bullelin, 7, p. IV, pp. 275-81.
18 J e n n i n g s , H. S.: Behavior of the Lower Organisms. N. Y. Colum-
to ia Unívesity Press, 1931, p. 17. ss.
gs¿ud?os experimentales 25Í

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252 Vida emocional

suaves originaban respuestas positivas, mientras que condiciones des­


favorables, com o el frió, la humedad, el hambre, la o sed estímulos
sensoriales m uy intensos de cualquier tipo provocaban conductas ne­
gativas en g en era l14.
II. P r e s e n c i a y a u s e n c i a de e s t í m u l o .— W a l t e r H u n t e r ha estudia­
do la reacción retardada de los animales frente a estímulos discon­
tinuos, m idiendo el tiem po que tardaban éstos en orientarse adecua­
dam ente hacia el alim ento después de haber encendido una luz.
Observó que el retardo es muy variable: diez segundos en las ratas
blancas, veinticinco segundos para los coatíes y cinco minutos en
los p e rro s15. H i l d e g a r d H e t z e r efectuó una serie de experimentos
análogos en nifios, con el fin de determ inar la expectación frente a
un estímulo que va a aparecer. Colocó a un niño delante de una
pantalla con un agujero en ella, en el que se hizo sonar una campana
durante diez segundos, y luego hubo un silencio de otros diez segun­
dos. Se repitió esta operación seis veces, observándose que, si durante
el curso de la dem ostración la cam pana no sonaba después de los
consabidos diez segundos, el niño m ostraba inquietud por m edio de
m ovim ientos oculares y de cabeza que intentaban localizar la cam ­
pana, y, com o no la encontrase, mostraba su im paciencia por medio
del lenguaje i0.
III. La dificu lta d del estímulo.— El factor que representa la difi­
cultad ha sido confirm ado por m edio de dos experiencias de labora­
torio. La prim era fue un estudio efectuado en ratas por Fred Moss.
Fueron colocados obstáculos de varias clases en el cam ino, dificu l­
tando así su llegada hasta el alim ento, que actúa com o estimulo.
Utilizando una rejilla electrificada, M oss halló que las faltas en
alcanzar la meta estaban en proporción directa con la m agnitud de
los obstáculos. Llegó a la conclusión de que la conducta del animal
es la resultante, por un lado, de la urgencia afectiva a actuar, y por
otro, de la resistencia real de los obstáculos, por lo que la fuerza de
sus impulsos puede ser m edida en términos de las dificultades contra
las que tiene que lu c h a r 17 El problem a correlacionado con lo expues­
to del esfuerzo m ínim o en la conducta anim al fue investigado por
Loh S e n g Ts'ai. El experim ento consistió en aislar y estudiar el factor
facilidad y se logró situando a las ratas delante de un número de
puertas detrás de las cuales se había colocado el alim ento. A cada
puerta se le colocó un peso diferente, para que actuase de resistencia
a su apertura. Se observó que después de un cierto número de pruebas

'■* B uhler , C. B .: The First Year of Life. Trad, por P. G r e e n ber g y


R. Rn>m. N. Y. Day, 1930, pp. 21-73.
, i H u n t e r , W . S .: Delayed Reaction in Animals and Children. Behavior
Monographs, 1912, 2, num. 6.
14 H e tze r, R . h., y W is lit z k y , S.: Kindheit und Jugend. Leipzig. Hirzel,
1931, p. r(9 ss.
17 Moss, F. A.: “Study of Animal Drives” . Journal of Experimental
Psychology, 1924, 7, pp. 165-85.
Estudios experimentales 253

las ratas utilizaban regularm ente las puertas que requerían un m íni­
mo esfuerzo para abrirse ,H.

IV. I n c l i n a c i ó n y a v e r s i ó n .—R eferim os a continuación otros dos


experimentos. Utilizando un m ecanism o de obstrucción, F r a n c é s R o l ­
d e n estudió las reacciones de cruce, contacto y salto de ratas, frente
a una rejilla electrificada. Se registró un cruce cuando los animales
atravesaban efectivam ente la rejilla, se aproximaban y se apoderaban
del alim ento depositado com o cebo. Se registró un contacto cuando
las ratas sólo tocaban la rejilla y retrocedían después de recibir un
choque inicial, o cuando cruzaban parcialm ente la rejilla en la d i­
rección del estímulo, pero se retiraban luego a causa de la corriente
eléctrica. Un salto se inició cuando el anim al intentaba escapar a la
situación estim ulante en su totalidad. La reacción de cruce se co n ­
sidera positiva; la de con tacto también, pero seguida de respuesta
negativa, y la de salto, enteram ente n ega tiva19. L e s u e M a r s t o n halló
resultados parecidos en un estudio de las reacciones de los niños du­
rante el juego. Observó que si se aproximaba un adulto desconocido
m ientras éstos jugaban, algunos niños se acercaban a él espontánea­
mente, otros esperaban que éste sonriese, otros necesitaban una in ­
vitación expresa y otros necesitaban que se los incitase a ello, o fre ­
ciéndoles un caram elo o un juguete y se les asegurase que no se les
causaría daño alguno, y Analmente otros rehusaban acercarse de n in ­
gún m odo 20.

V. F a c t o r e s d e t r a n q u i l i d a d y d e e m e r g e n c i a .—Las situaciones
calculadas para producir em ociones tranquilas fueron estudiadas por
C h a r l e s K i m m i n s en su análisis de los ensueños infantiles Com probó
que dichas fantasías se nutrían de deseos que abarcaban varios tipos
de intereses, tales com o los alim entos, el hogar, las amistades, in te­
reses para el futuro, etc. Intim am ente unidos a fantasías de este tipo
están las form as de juego con representación en las que el niño
actúa, por ejem plo, de soldado con sus juguetes o de dueña de casa
con sus m uñecas 21.
J o h n W a t s o n efectuó varias experiencias en situaciones de em er­
gencia cuando los m ovim ientos del niño fueron obstaculizados seria­
mente. Las respuestas fueron perfectam ente claras; por ejem plo, si
se im pedía la libre actividad del cuerpo presionando am bos lados con
masas de algodón, se provocaba una m arcada tensión o rigidez del
cuerpo, sacudidas de brazos y piernas y gritos vehementes. Las res­
puestas continuaron m anifestándose hasta que el factor que las p ro ­
ducía fue retira d o 22.
18 T s’a i, L. S .: China National Research Monogravhs. Peiping, 1932, 1.
15 H o l d e n , F.: A Study of the Effect of Starvation upon Behavior by
Means of the Obstruction Method. Columbla University, 1926.
20 M a r s t o n , L. R . : University of Iowa Studies in Child Welfare. lowa
City, 1925, 3. núm. 3, pp. 50-57.
K i m m i n s , C. W.: Chüdren's Dreams. London. Longmans Green, 1920.
** W a t so n , J. B . : Psychology from the Standpoint of a Behaviorist, P h lla .
Lippincott, 2.“ edición, 1924, pp. 220-21.
254 Vida emocional

6. TEORIAS SOBRE LA EMOCION.— Quizá no exista en la psico­


logía otro tem a que haya suscitado tantas teorías com o el de la em o­
ción, p or su gran interés hum ano; sin embargo, a pesar de toda la
investigación de que ha sido objeto, continuam os desconociéndolo en
gran parte. Veam os las explicaciones dadas hasta el momento.
I. T e o r ía d e D a r w i n .—La teoría evolucionista de C h a r l e s D a r w i n
representa uno de los prim eros esfuerzos científicos para llegar a una
explicación correcta del fenóm eno. De acuerdo con el resto de su
doctrina, tiende a subrayar el valor de la conducta em ocional en la
lucha por la existencia y la supervivencia del animal. Aunque no han
sido com probadas experim entalm ente en el sentido técnico moderno,
las observaciones de D a r w i n representan un agudo análisis de las
reacciones tanto del hom bre com o del anim al en situaciones de inc­
iensa excitación emotiva. Según este investigador, las em ociones son
hábitos útiles, especialm ente en las situaciones dé lucha, de defensa
y agresión. Un ejem plo de este tipo de respuestas lo hallamos en el
acto de apretar los puños cuando se presenta la cólera, o en el de
enseñar los dientes bajo un impulso de furor. La conducta emocional
ae manifiesta tam bién en actitudes agresivas com o las que presentan
los gatos cuando se ven en peligro. Finalm ente, las em ociones repre­
sentan una expansión de las tensiones nerviosas, com o en el alivio
que se experim enta en el llanto, el tem blor, la sudo ración, la micción
Involuntaria, e t c .23.
II. T e o r í a d e J a m t ;s - L a n g e .— La teoría de W i l l i a m J a m e s y C a r l
L ange se basa en la introspección y el análisis fisiológico de la em o­
ción. Para describirla m ejor, utilizaremos el ejem plo de una expe­
riencia afectiva. Como nos dice J a m e s , vemos, por ejem plo, un perro
peligroso y oím os su gruñido. Desde el punto de vista del con oci­
miento, el perro provoca una serle de percepciones de tipo visual
y auditivo. Pero el proceso no termina aqui, sino que, com o con ­
secuencia de nuestras aprehensiones, una serie de impulsos motores
se tranm iten a los músculos, glándulas y visceras, poniéndolas en
actividad. Estas m odificaciones son a su vez transm itidas a la corteza
donde el objeto aprehendido es transform ado en objeto em ocional­
mente sentido. Y es la percepción de los cam bios corporales lo que
constituye el núcleo de la experiencia em ocional. El curso del proceso
es, pues, A, percepción del o b je to ; B, m odificación fisiológica; C, per­
cepción del trastorno fisiológico 2*.
III. T e o r ía t a l Ám i c a .'—Antes de discutir la teoría de W a l t e r C a n -
non, debem os decir unas palabras sobre la localización del tálamo.
Inm ediatam ente debajo de las capas de la corteza cerebral hallamos
una sustancia blanca y pulposa, que contiene, sin em bargo, ciertas
zonas de sustancia gris, dos de las cuales, colocadas a ambos lados de

33 D a r w i n , C.: Expressions of the Emotions of Man and Animals. N . Y.


Appleton, 1872.
21 L a n g e , C. G ., y J a m e s , W .: The Emotions. Edit, por Dunlap. Psycho­
logy Classics», Vol. I. Maltlinore, Williams and Wilkins, 1922.
Teorías aobre la evioción 255

la linea media, constituyen los tálamos. Experimentando en anim ales


inferiores, C a n n o n observó que, s i elim inamos la materia gris colo­
c a d a antes del tálam o, se seguían m anifestando los signos de furor,
mientras que si elim inábam os el área talám lca, estas respuestas des­
aparecían. De esto dedujo que el tálamo es el centro coordinador de
la conducta em ocional, habiéndose observado que la presencia de un
tumor que afecte al lado del tálamo, produce muecas de un solo lado
de la cara.
En contraste con la ordenación del proceso en la teoría de J a m e s -
L a n g e , el curso de éste, según la explicación de C a n n o n , es el si­
guiente: A, percepción ; B, experiencia activa; C, m odificación fisio­
lógica, con la reserva de que los cam bios fisiológicos y los signos
externos de em oción pueden presentarse sin que exista una experien­
cia afectiva genuina. Debe señalarse, además^ puesto que los resonan­
cias de tem or halladas por C a n n o n son idénticas a las de furor, que
es imposible distinguir estas em ociones por sus caracteres orgánicos.
De hecho, casi ninguna em oción puede ser especificada por el tras­
torno fisiológico que provoca.
L a teoría de C a n n o n se basa en las em ociones de tipo em ergente
en las que se m ovilizan rápidam ente las energías del organism o con
el fin de hacerse cargo de la gravedad de ciertas situaciones. Las
modificaciones más im portantes desde el punto de vista biológico son
la aceleración del ritm o cardíaco, la desviación de la sangre circu­
lante desde los órganos abdom inales a los músculos activos, la en ­
trada de adrenalina en la corriente sanguínea y la liberación de
azúcar por el hígado. Estas son las m odificaciones típicas que se p ro ­
ducen en los estados de cólera y tem or, y cóm o todos los mecanism os
de defensa del cuerpo, se producen por m edio del sistema nervioso
vegetativo 25.
IV. O t r a s t e o r í a s .— Han sido propuestas otras teorías para ex­
plicar las em ociones, pero ninguna ha alcanzado la im portancia a cor­
dada a las de J a m e s - L a jt g e y a C a n n o n . M c D o u g a l l explica la em o­
ción com o un elem ento del instinto 20, lo cual es efectivam ente cierto
y digno de m ención. Significa, pues, que toda em oción es una m an i­
festación de la conducta instintiva. Esto confirma las teorías de S a n t o
T o m á s de que los actos de los apetitos sensibles se hallan siempre m o­
tivados por el conocim iento que surge del sentido estim ativo o del
cogitativo.
Para W a t s o n y el resto de los behavioristas, las em ociones son en
parte heredadas y en parte m odos de respuesta adquiridos. Asi, el te­
mor, la cólera y el am or, por ejem plo, pueden ser provocados sin que
haya un conocim iento previo del objeto. Los estados afectivos no de­
penden de la conciencia, o, dicho de otro m odo, la conciencia no
25 C a n n o n , W. B.: “The James-Lange Theory of Emotlons: a Critical
Examination and an ALternative Theory” . American Journal of Psychology,
1927, 39, pp. 100-24, y "Again the James-Lange and the Thalmic theories
of Emotion” . Psychological üeview, 1931, 38, pp. 281-95.
« M c D oug all , W.: An Introduction to Social Psychology. Boston Luce.
Edición revisada, 1926, p. 35.
256 Vida emocional

interviene para nada en la em oción, que se considera pura y simple­


m ente com o una reacción de tipo corporal. Se diferencia de otras res­
puestas orgánicas por su origen visceral y está constituida básica­
mente por actos reflejos 27.
F r e u d y sus discípulos ofrecen una perspectiva de tipo clínico del
problem a de la em oción. Para ellos todo estado afectivo se asocia
de un m odo u otro con la libido, que es el impulso prim ario protector
y propagador de la vida física. De esta energía anim al básica se deri­
van todas las em ociones, ya se relacionen éstas con la alim entación,
la reproducción o con intereses más elaborados, com o el amor a la
fam ilia, a los amigos o a la nación 2S. Ahora b ie n : aunque S a n t o T o­
m á s insiste en que hay otra form a de am or dependiente de la volun­
tad, que juega un papel im portante en nuestra vida, estaría de acuerdo
con F r e u d en dar la prim acía a la libido o am or de los sentidos en
lo referente a las em ociones. De hecho, la pasión amorosa es el prin­
cipio y el fin, el alfa y el om ega de las demás pasiones. Si ésta no
existiese, ni odios y rencores, ni alegrías y penas, ni esperanza y
desesperación, tendrían razón de s e r 29.
V. C o m e n t a r i o f i n a l s o b r e l a s t e o r í a s .— Ya hem os señalado en
lineas generales la interpretación que da S a n t o T o m á s del proceso
em ocional. Com o una etapa prelim inar a la orexis, es necesario su­
poner alguna form a de conocim iento dentro del cam po de la con­
ciencia, al m enos una valoración del objeto com o deseable o indesea­
ble, ya que sólo el conocim iento puede poner a la orexis en actividad.
El resultado de esto es la a-petición, es decir, la inclinación del apetito
sensible hacia un ob jeto cóm o ñn de sus tendencias oréctícas. Debe­
m os señalar aquí que la tendencia fundam ental del apetito es siempre
h acia el bien, de m odo que aun cuando se trata con estímulos des­
favorables, está siempre buscando el bien el organism o, y esto expli­
ca sus m ovim ientos de repulsión al relacionarse con dichos estímulos.
Finalm ente, los cam bios fisiológicos que hem os m encionado con an­
terioridad son concom itantes al proceso apetitivo y son comparables
al resto de la em oción, com o la causa m aterial a la causa form al 3°.
Volviendo ahora a las explicaciones actuales, observamos que las
teorías de A q u in o concuerdan con las de J a m e s - L a n g e en hacer re­
saltar la im portancia de una situación significativa com o punto de
partida de la experiencia afectiva, pero discrepan de la postura de
W a t s o n , que elim ina la conciencia com o factor causal en la apari­
ción de la em oción. Además, la división que hace S a n t o T o m á s de
conocim iento, apetencia y resonancia fisiológica en la estructura de
la em oción, está de acuerdo en general con la investigación actual,

iJ Watson, J. B.: Behaviorism. N. Y. Norton. Edición revisada, 1930, c. 1.


,8 F r e o d , S . : A General Introduction to Psychoanalysis. Trad. p o r H a l l.
N. Y, B o n i and Liveright, 13.a edición, 1924, lee. 26; H e n d r i c k , I.: Facts and
Theories of Psychoanalysis. N. Y. Knopf, 1934, c. 1, 5 y 6.
M S. T., pp. I-n , q. 27, a. 4; q. 28, a. 6.
80 S. T ., p p . I - H , q. 22, a. 2, r. a o b j. 3. A q u i S a n t o T omás a fi r m a : «E l
e le m e n t o m a t e r ia l e n l a d e f i n i c i ó n d e l a a c t i v id a d d e l a p e t it o s e n s ib le es
e l c a m b i o n a t u r a l d e lo s ó r g a n o s d e l c u e r p o ."
Control de ios ejnociones 257

especialm ente con los hallazgos ele C a n n o n . Pero el últim o fa ctor


citado, el de la resonancia fisiológica, no es meramente una con se­
cuencia de la experiencia em ocional en la teoría del D octor Angélico,
sino que pertenece a su núcleo esencial. Insistimos, pues, en que es
imposible para A q u i n o el concebir la em oción sin m odificaciones de
orden fisiológico aun cuando, com o ha dem ostrado C a n n o n , el com ­
portam iento em ocional puede presentarse en cam bio sin ir acom ­
pañado de "una experiencia emotiva. Para S a n t o T o m á s , de todos
modos, el interés n o reside en establecer si es el sentim iento o los
cam bios corporales los que se presentan primero, sino más bien en
afirmar que existen dos factores, uno físico y afectivo y otro som ático
y fisiológico que constituyen la esencia de la em oción, tal com o el
cuerpo y el alma form an la esencia de la naturaleza humana.

7. CONTROL DE LAS EMOCIONES,— Como ya hem os señalado


■con anterioridad, la em oción estim ula a la acción. En la estructura
general del instinto es el m odo que tiene la naturaleza de proveer a
las necesidades del organism o y de asegurar una conducta adecuada
en las situaciones de peligro y de coacción. Pero tam bién posee
significado para la vida m ental superior, puesto que estimula la con ­
secución del conocim iento de tipo intelectual. Además, com o señala
S a n t o T o m á s eon acierto, ejerce influencia sobre nuestros actos v o­
luntarios, reforzándolos. En creaturas com o nosotros., com puestas de
m ateria y de espíritu, hay una constante interacción entre lo físico
y lo m ental, de m odo que si la em oción influye en los actos de la
voluntad, «ésta a su vez tam bién influye sobre los apetitos sensi­
bles» si.
Por desgracia, a veces lo que la naturaleza pretende que sea un
bien, se convierte en un obstáculo, ya que las em ociones y los sen­
tim ientos pueden en ocasiones, por pérdida del control, dar origen a
trastornos mentales o a inadaptaciones sociales, o, peor aún, a trans­
gresiones de la ley moral. Ninguna otra de nuestras facultades, pues,
está tan necesitada de control com o nuestros apetitos sensibles. El
secreto del éxito se halla, tal com o señaló A r i s t ó t e l e s , en el empleo
de un control adecuado de nuestras em ociones e im plica dos aspectos
de igual interés: el prim ero es la com prensión del valor biológico que
tiene la em oción, y el segundo, la creación de hábitos que nos pro­
te ja n tanto contra un uso excesivo com o insuficiente de nuestros
apetitos. En lo referente al apetito concupiscible, esto significa que
no debem os ni m enospreciar ni amar en exceso los bienes sensibles,
ya que ambas cosas son perjudiciales; y para el apetito irascible rige
también la regla aristotélica del justo medio, de m odo que n o debemos
ser cobardes ante el peligro, pero tam poco demasiado osados.
Puesto que las em ociones son, pues, dones naturales, sería inade­
cu ado ignorarlas o luchar para destruirlas. Ellas son la fuente de
los impulsos creadores de los que se han derivado beneficios notables
para el arte, la música, la poesía y hasta para la religión. No deben,

31 S. T., pp.
BRENNAN, 17
I-n, q. 77, a. 6.
258 Vida emocional

pues, reprimirse las em ociones, sino sublimarse, dirigirse de un modo


consciente de acuerdo con nuestra naturaleza de seres racionales. El
hom bre es el único ser del reino animal capaz de idealizar la expre­
sión de sus em ociones, rigiendo a sus instintos por medio de la razón
y la voluntad para lograr fines más elevados, siendo así capaz de
transform ar su cólera en justa indignación, su tem or en misericordia,
su am or en filantropía y su valor en sacrificio 32.

Parte II.— El movimiento /ocal

1 . SIGNIFICADO DE CONDUCTA EXTERNA.— En la psicología


de A q u i n o la conducta es el producto de la potencia del movimiento
local. Esta es la últim a de las facultades que com partim os con el
animal, y con una breve reseña de ella com pletarem os el cuadro de
la vida sensitiva.
Aunque los reflejos pertenecen al m ovim iento local, no dependen
de la conciencia. Es a través de los músculos, controlados por el sis­
tem a nervioso central, que respondemos al conocim iento proporcio­
nado por los sentidos y a los impulsos de los apetitos. Aquí también
tenem os ventaja sobre los animales, ya que podem os imprimir sobre
la materia nuestras ideas y voliciones; resumiendo, esto significa que
nuestra conducta puede ser inteligente aunque sea de origen instin­
tivo. Además, puesto que la voluntad es un agente libre, es capaz de
utilizar la facultad de la locom oción de un m odo imposible para el
apetito sensible, que, com o afirma A q u i n o , está siempre «determinado
en su acción» 33.

2. LA CONDUCTA ANIMAL.— S a n t o T o m á s nos ha proporcionado


varios ejem plos de conducta de tipo animal. Hemos visto ya el caso
de la oveja y el lobo, citado anteriorm ente. En él aparecen todos los
elem entos de la respuesta instintiva típica. Vemos así que el cono­
cim iento del peligro, experim entado a través del sentido estimativo,
le causa una em oción de temor. La actividad del apetito sensible se
dirige hacia la fuga. La estructura de la conducta es aqui perfecta­
m ente clara: reconocim iento de un estímulo desfavorable; impulso
de retirada; actuación de la facultad de locom oción, perm itiendo a

32 S. T., pp. I-II, c¡. 59-61. Ver también: W a r r e n , B. C . y C a r m i c h a e l , L . :


Elements of Human Psychology• Boston, Houghton Mifflin, ed. rev., 1930,
pp. 239-41; D o c k e r y , P. C . : General Psychology. N. Y. Prentice Hall, ed. rev.,
1935, c. 19. Además de la emoción y el sentimiento, existe una gran variedad
de experiencias apetitivas que se engloban en el término general de senti­
mientos propiamente dichos. El mejor modo de describirlos es quizá con­
siderarlos como una constelación de sensaciones y emociones que tienen
como núcleo ciertas ideas e imágenes. El sentimiento requiere comprensión,
por lo que es propio sólo del hombre. Para una interpretación moderna del
sentimiento, ver: M c D o u g a l l , W . : Op. cit.; W a r r e n y C a r m i c h a e l : Op. cit.,
pp. 241-45; G e m e l l i , A. E., O, F. M.: “Emotions et Sentiments". Revue de
Philosophic, 1931.
33 C. G.. 1, n, C. 66; S. T-, p. I, q. 83, a. 1.
Conducta humana 259

la oveja huir del lobo, Al explicar la conducta com o un fenóm eno de


la vida animal, A q u i n o considera el papel del conocim iento com o
directivo, el de la em oción com o im perativo y el del m ovim iento mus­
cular com o ejecu tivo. Una vez más se hace aparente la im portancia
del apetito sensible para la co n d u cta : en el anim al hay una obedien­
cia ciega a éste, y podem os decir que, fuera de la educación que
puede recibir del hom bre, el anim al sólo actúa m ovido por el sen­
tim iento o la em oción 34.

3. LA CONDUCTA HUMANA.— Tam bién el hom bre actúa b a jo el


impulso de sus apetitos sensibles, pero recibe adem ás la influencia
de la voluntad, ilum inada por la razón, por lo que su facultad de
locom oción puede servirle para determ inadas artes que están fuera
del dom inio del animal. La mano, el pie, y la lengua principalm ente,
son los instrum entos más adecuados para dar expresión a su p e n ­
sam iento y a su voluntad.
La m ano del hom bre es una obra m aestra de flexibilidad y d o ci­
lidad. Mediante ella le es posible m anipular y m oldear la materia a
su antojo. Puede moverse en todas direcciones y doblarse y adaptarse
a la form a de los objetos que se ponen a su alcance. Puede esgrimir
una pluma, un escalpelo o una espada con igual gracia y destreza.
Siendo ella misma un instrum ento, es capaz de m anufacturar otros
que sirvan a la hum anidad. Com o A r i s t ó t e l e s dice, es «el órgano de
órganos» 3S. Sus dedos pueden alzarse en una bendición, extenderse
para acariciar, o empuñarse para golpear con violencia. En cierto
sentido representa sim bólicam ente a la cultura hum ana tanto com o
el cerebro o el corazón, ya que ella da expresión a lo que el hom bre
concibe y desea.
El pie es tam bién un buen servidor de los pensam ientos y deseos
humanos. Es elástico, fuerte y capaz de ajustarse a las superficies
sobre las que cam ina, ya sean ásperos senderos, selvas vírgenes, ca ­
minos de m ontañas o lisos pavimentos. Sirviéndose de él, el hom bre
puede andar, correr, trepar y recorrer de este m odo, si así lo desea,
toda la superficie de la tierra en busca de nuevos objetos sobre los que
ejercitar su poder de observación.
Finalm ente, el hom bre posee una lengua que le permite hablar.
Ningún acontecim iento de orden m aterial se halla tan íntim am ente
relacionado con la m ente com o la creación de las palabras, puesto
que éstas son signos sensibles del pensam iento, y es precisam ente
esta adquisición hum ana sobre todas las demás, la que le separa de
un m odo evidente del resto de la creación. Por m edio del lenguaje
puede com unicar sus ideas y exteriorizar sus más recónditos deseos
Sin él, por el contrario, no hubiese sido posible establecer un recuento
de sus progresos m entales y morales. Sin em bargo, no debem os o l­
vidar que los m ovim ientos de su lengua, com o los de sus miembros,

31 D. P. A„ c. 5; A. G., 1. II, c. 82; S. T„ p. I, Q. 75, a. 3, r. a obj. 3;


q. 78, a. 1, con r. a obj. 3 y 4.
ss De anima, 1, III, c. 8. Ver también: S. T., p. I, q. 76. a. 5, r. a obj. 4.
260 Vida emocional

no son sino la m anifestación de sus voliciones en form a de conducta


inteligente'36.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XVHI

A q u in o , St. T.: Sum of Theology, parte I, q. 8 0 y 8 1 ; Parte I-II, q. 22, 23


y 25.
On the Soul. Libro m . Caps. 9-10.
A r istó tele s :
JB r en n a n , R.
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Cap. 6. (Ed. esp. Morata, Madrid, I960.)
C a n n o n , W. B.: Bodily Changes in Pain, Hunger, Fear and Rage. New
York, Appleton, 1929, Caps. 18-19.
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versity Frees, 1938.
G arrett , H. E.: Great Experiments in Psychology. New York, Appleton-
Century, ed. rev., 1941, Cap. 12.
H unt , W, A.: “Peeling and Emotion” , Foundations of Psychology. Edit,
por Boring, Langfeld & Weld, New York, Wiley, 1948, Cap. 5.
M cD ougall, W.: An Introduction to Social Psychology. Boston, Luce, ed. rev
1949, Cap. 11.

36 C a h re l, a.: Man the Unknown. London, Hamilton, 1935, c. 3.


SECCION I I — FILOSOFIA DE LA VIDA SENSITIVA

CAPITULO XIX

NATURALEZA DE LA VIDA SENSITIVA

1. DISTINCION ENTRE LA PLANTA Y EL ANIMAL.— S a n t o T o ­


más nos in form a que <manimab> proviene de anima palabra latina
que significa alma. Esto no quiere decir que la planta carezca de un
principio vital, pero im plica, por com paración, que el anim al está en
posesión de un núm ero m ayor de fuerzas vitales que la planta y que
su órbita de actividad es m ucho mayor. El anim al puede conocer,
desear y moverse al tiem po que va creciendo y desarrollándose, y
según S a n t o T o m á s esto equivale a hallarse situado en un nivel más
elevado de la escala de los seres vivos.
La am plitud de horizonte que se produce m ediante la percepción,
la capacidad para im aginarse las cosas y para evocar lo pasado, las
múltiples form as de adaptación que se manifiestan en la respuesta
instintiva, son todas ellas expresiones de un principio vital diferente
al de la planta, que no posee ninguna de estas facultades. No es sin
razón, pues, que A q u i n o establece la diferencia esencial existente en ­
tre la vida vegetativa y la sensitiva.
Al m ism o tiempo, sin embargo, no se olvida de séñalar que tanto
la planta com o el anim al son seres vivientes por las mismas razones:
en prim er lugar, porque su actividad es espontánea, y en segundo
lugar, porque es inm anente. Y puesto que esta segunda cualidad nun­
ca se halla presente sin que exista la primera, podem os considerar a
la inm anencia com o el criterio filosófico para distinguir lo vital. Ade­
más, si el anim al es más perfecto que la planta, se debe a que la
inm anencia de la vida sensitiva alcanza m ayor perfección que la de
la vida vegetativa. Esto se puede confirm ar com parando entre sí estoa
dos procesos: la asim ilación alim enticia de la planta y la asim ilación
de conocim ientos del animal. En el prim er caso, la m ateria es tom ada
y abandonada la form a, mientras que en el segundo es recogida la
form a y abandonada la materia, y se considera que la unión form al
con una cosa es más perfecta que la unión material con la misma.
Además, en el conocim iento, «cuanto más lejos vaya el proceso, más
profundam ente penetra y la in form ación es más perfecta. Así, el
objeto sensible im prim e prim eram ente su form a en los sentidos, luego
alcanza el nivel m ental de la im aginación y no se detiene hasta h a ­
llarse alojado en la m em oria» 2.

1 S. T„ p. I, q. 97, a. 3.
3 C, G., L. V, c. 11. Ver también L I, c. 97 y 98.
262 Vida sensitiva

2. EL PRINCIPIO DE LA VIDA SENSITIVA.— La teoria del prin­


cipio vital ha sido ya discutida de un m odo relativamente extenso
en capítulos anteriores. Allí se dem ostró que la existencia de un prin­
cipio anim ado que explicase los fenóm enos de la vida vegetativa era
valedera tanto para los científicos com o para los filósofos. A los pro­
cesos de la vida vegetal, añadim os ahora los de la vida animal, supo­
niendo a fortiori la presencia de un agente vital que sea no solamente
principio de vida, sino además fuente del conocim iento, la em oción y
el movim iento. Veamos lo que A q u i n o nos dice sobre estos actos sen­
sitivos.
I. C o n o c i m i e n t o .— Analizar el conocim iento en térm inos más sim­
ples que el m ismo h ech o cognitivo es tarea difícil. En su esencia con ­
siste en la unión del ob jeto con el sujeto de un modo intencionado.
El proceso com ienza en los sentidos, puesto que son ellos los que se
hallan en con tacto más inm ediato con los objetos materiales. Un
estím ulo actúa sobre un receptor, produciendo su reacción corres­
pondiente. El resultado es una m odificación del órgano sensorial. Este
cam bio, según S a n t o T o m á s , n o es totalm ente material ni totalmente
inm aterial, puesto que es algo más que un simple fenóm eno de orden
físico y, sin em bargo, algo menos que un fenóm eno puramente psí­
quico, Lo podem os llamar entonces psicofisico. Pero, cualquiera que
sea su nom bre, el efecto de la acción del estímulo sobre el organismo
es vital, y constituye la determ inante física del conocim iento senso­
rial. En su propia term inología, S a n t o T o m á s lo denom ina species
sensibilis, que puede ser traducido por especie sensible. Representa el
enlace entre la im presión y la expresión, y su fu n ción es la de dar
especificidad a la facultad que inform a. Es así com o la acción del
objeto sobre el receptor sensorial se puede com parar a la siembra en
una fértil potencia que intencionalm ente se une con el objeto. Al
ser im presionada la especie sensible en la conciencia, nace la percep­
ción. Luego, al actuar sobre los sentidos representativos, obtenemos
la form ación de im ágenes que son especies sensibles expresadas. El
producto obtenido en cada caso, percepción o im agen, no es lo que
percibim os, sino el medio psicológico viviente por medio del cual per­
cibimos.
Esto es muy im portante, puesto que, solamente bajo la condición
de que conozcam os las cosas prim ero en sí mismas, podem os luego es­
tar seguros de que nuestro conocim iento de la realidad es verdade­
ram ente objetivo. Por últim o, vem os que el órgano sensorial y su ob­
jeto, llevando a cabo sus respectivas funciones, logran configurar un
principio cooperativo único en la adquisición del conocim iento, tal
com o A q u i n o observa a gu dam en te3.
II. O r e x i s .— La orexis o apetición constituye un nuevo fenóm eno
de orden psicológico, porque representa una tendencia hacia el ex-

0 S. T., p. I, q. 27, a. 5; q. 78, a. 3 y 4; q. 85 a. 2, r. a obj. 3; A. G., L. I,


c. 65; D. V., q. 8, a. 5, a. 7, r. a obj. 2; q. 26, a. 3, r. a obj. 4; In Pelri
Lombardi Quatuor Libros Sententiarum, L. I, d. 40, q. 1, a, 1, r. a obj- 2
Principio üe la vida sensitiva 263

terior, contrastando con el conocim iento, cuya m eta está colocada


en dirección opuesta. Para expresarlo más sucintamente, diremos que
en el conocim iento el ob jeto se mueve en dirección al sujeto, m ien­
tras que en el caso del apetito es el sujeto el que se dirige hacia el
objeto. O aun de un m odo más sim ple: la finalidad del conocim iento
es la unión del objeto con el su jeto; la del apetito, la unión del sujeto
con el objeto. Vemos adem ás que, tal com o en la actividad de los
sentidos no existe la expresión m ientras no haya impresión, así en la
actividad apetitiva n o puede existir em oción ni sentim iento sin que
haya un conocim iento previo. Esta necesidad de una especie para
determinar el con ocim ien to y de un m otivo para m over el apetito,
está en la naturaleza m ism a de las cosas.
A qüino señala tam bién la presencia de la em oción en todas las
actividades humanas, diciendo así: «no sólo existe placer en las sen­
saciones del tacto y del gusto, sino tam bién en todas las operaciones
de los demás sentidos, y n o sólo en las funciones sensitivas, sino
también en las especulaciones mentales. Nos sentim os alegres, por
ejem plo, cuando en nuestra búsqueda de la verdad hallam os p or fin
la certidumbre. Esta es una regla válida para todas las potencias del
conocim iento, que los actos que ejecutam os con m ayor perfección nos
producen más placer... y de esto deducim os que cuaquier acto puede
ser placentero en la m edida en que sea más perfecto» 4.
m . C o m p o r t a m i e n t o e x t e r n o .—El hom bre está com puesto de m a­
teria y sus actos están por ello sujetos a las leyes tem porales y espa­
ciales. Lo m ismo que el anim al, tiende a proyectar su conocim iento
y sus apetitos en los m oldes de la conducta motora, Pero sus actos
adquieren un sentido más elevado si son capaces de expresar un
conocim iento de tipo espiritual o la em oción del amor. M ientras que
en el animal el ú n ico principio que rige su com portam iento m otor
es la ley del apetito sensible, que es una ley basada puram ente en lo
em ocional, los actos del hom bre se hallan controlados por la razón y
la voluntad. Sin em bargo, el hom bre es tam bién de naturaleza animal
y su conducta m otora no es esencialm ente distinta a la de éste. P o ­
demos resumir nuestras conclusiones sobre este punto en estas pala­
bras de S a n t o T o m á s : «El m otivo de la conducta del anim al es algo
que origina un acto inm ediatam ente que es percibido. Pero el papel
del m otivo puede ser considerado desde distintas perspectivas. Desde
una, su tarea es la de guiar; desde otra, la de dar órdenes, y desde
una tercera, la de ejecutar estas órdenes. Asi, nosotros vem os que la
guía proviene de la facultad im aginativa y la estim ativa...; el co ­
m ando es fu n ción del apetito irascible o concupiscible,.., m ientras
que la ejecu ción real de las órdenes pertenece a la facultad de la
locom oción, que actúa m ediante los músculos, los tendones y los ner­
vios del organism o» 5.

* In Aristotélis Etìlica ad Nicomachum. L. X, lect. 6. Ver también: S. T.,


p. I, Q. 81. a. 1.
3 D. P. A., c. 5.
264 Vida sensitiva

3. EL ANIMAL, COMPUESTO DE ALMA Y CUERPO.— Nuestros


estudios de los fenóm enos de la vida sensitiva revelan un hecho sor­
prendente sobre el cual los psicólogos m odernos están en perfecto
acuerdo con S a n t o T o m á s . Este es que todos los procesos mentales
poseen una función fisiológica correspondiente. Aun las actividades
de orden superior necesitan poseer un substrato orgánico, puesto que
presupone la integridad tanto de los órganos sensoriales com o de sus
conexiones con la corteza cerebral. En este punto es suficiente señalar
que si la vida m ental del anim al puede considerarse com o una guía
para llegar al conocim iento de su naturaleza, se deduce de ello que
el sujeto de (ales actividades sensoriales debe ser un com puesto de
cuerpo y alma. Además, lo m ism o que en la planta, tam bién en el
anim al tanto el cuerpo material com o el alm a que representa la >
form a son sustancias incom pletas, de m odo que una necesita de la
otra para la form ación de un organism o com pleto. La relación de
contraste que existe entre el cuerpo y el alm a del animal es la misma
que la existente entre la m ateria prim a y la form a sustancial de todo
cuerpo natural.
La presencia de estos dos elem entos básicos de la naturaleza hu­
m ana fue dem ostrada por S a n t o T o m á s de varias maneras, pero en
especial por m edio de los actos en que la concien cia tenía participa­
ción. Desde eí punto de vista analítico, la sensación es el fenóm eno
m ental más simple que se conoce, y, sin embargo, su existencia sería
imposible sin el concurso tanto del cuerpo com o del alma. Por un lado
es un fenóm eno m aterial producido m ediante la acción de un estímu­
lo sobre un réceptor y la form ación consiguiente de corrientes ner­
viosas que son transm itidas al cerebro, pero sólo se com pleta mediante
el aspecto inm aterial del fenóm eno, que es la percepción del objeto
por la conciencia. La prim era fase del proceso es propia del cuerpo,
puesto que im plica la interacción de fuerzas de tipo material, pero la
segunda es totalm ente distinta y sólo puede explicarse refiriéndola
al alma. De este m odo (y aún más claram ente en el caso de las emo­
ciones en las que los cam bios corporales son más evidentes) llegamos
a la conclusión de que el animal es un com puesto de alm a y cuerpo 0.

4. UNIDAD PSICOSOMATICA DEL ANIMAL.—Aún de más im por­


tancia desde el punto de vista de su configuración es la unidad bioló­
gica del anim al, ya que nos fuerza a considerar que tanto el cuerpo
com o el alm a no son com pletos en sí mismos, sino que form an parte
de una sola sustancia. Fue evidente, pues, para A q u i n o , com o lo es para
el investigador actual, que una sensación o una em oción son unidades
de experiencia, aunque presenten rasgos psíquicos y somáticos. Lo que
determ ina efectos únicos debe tener una causa única. Solamente par­
tiendo de la unidad psicosom ática del anim al podem os explicar la
unidad de sus experiencias. A esta m isma conclusión se llega en un
terreno más am plio, estudiando cada acto concreto del anim al desde
la perspectiva de su finalidad.

* C. G., L. n, e. 82.
Bibliografia 265

Entonces vemos que tanto el conocim iento, com o el apetito, com o


la conducta, se hallan unidos en un propósito único que es el bienes­
tar del organism o en su totalidad, Pero si la unidad de acción es debida
a la unidad de naturaleza, ¿cuál es la causa últim a de esta unidad?
La respuesta lógica, tal com o piensa Santo T omás, es la unidad de la
form a su sta n cia l7. Luego «el anim al no tendría unidad si poseyese va­
rias form as sustanciales, puesto que nada en el mundo de las sustan­
cias corpóreas es absolutam ente uno, a menos que posea solamente
una form a que sea, además, la causa de su existencia, puesto que
existencia y unidad se derivan del m ismo p r in c ip io 8-

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XIX

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1926, Supl. A.
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S. A. P arker . St. Louis, Herder, 2.» ed.. 1919, p p . 181-232,
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drid, 1964.

' C. G„ L. II, c. 57. Aqui S a n t o T om á s se refiere principalmente a la uni­


dad del compuesto humano, pero su argumento se puede aplicar “ a pari"
a la unidad básica del animal.
* S. T., p. I, q. 76, a. 3.
CAPITULO XX

ORIGEN Tí DESTINO DE LA V ID A ANIMAL

Parte primera.— Consideraciones preliminares

1. LIMITES DE LA TEORIZACION CIENTIFICA.—'Existen ciertos


limites establecidos por la filosofía dentro de los cuales debe confi­
narse toda la teorización de orden científico acerca del origen de la
vida animal. Sin una Causa Prim era, la existencia de la materia y
las leyes que la gobiernan resultarían ininteligibles. Es éste, sin em ­
bargo un problem a cosm ológico que no nos corresponde tratar aquí,
pero vemos tam bién que sin la existencia de esta misma Causa P rim e­
ra, no podríam os explicarnos la aparición de los organism os prim iti­
vos en la tierra. No es necesario que haya existido un acto creador
particular que les diera origen, com o ya vimos en lecciones anteriores,
sin em bargo, puesto que la m ateria en sí misma no es fuente de vida
(de otro m odo toda la m ateria seria viviente) el origen del principio
vital debe residir entonces en un agente exterior a la m ateria, y éste
sería la Causa Primera. Finalm ente, vem os que sin un acto creador
especial para cada caso es im posible que nos expliquemos la exis­
tencia de la m ente hum ana, com o dem ostrarem os más adelante. Sin
embargo, esto no im plica el que las plantas y los animales hayan
podido originarse de las potencias de la m ateria en el supuesto, es
claro, de que ésta haya sido creada por la Causa Primera

2. DOS PRINCIPIOS FILOSOFICOS..—S a n t o T o m á s nos ha propor­


cionado dos principios filosóficos de especial interés para nosotros por
su relación con el problem a de la evolución.
I. E l p r i n c i p i o d e c o n t i n u i d a d .— La vida en el m undo que nos rodea
se presenta com o el cuadro de un todo ininterrum pido. Esto nos su­
giere una com paración proveniente del cam po de las m atem áticas;
siem pre hay un triángulo en potencia en toda figura de cuatro lados,
y un cuadrilátero en potencia en toda figura de cin co lados, y, del
m ism o m odo, com o dice A r i s ó t e l e s , «los seres vivientes form an una
serie en la que cada térm ino contiene potencial mente a su predece­
sor» 2. La naturaleza parece ser activada por alguna fuerza oculta que

1 W asm an ., E .( S. J.: Modern Biology and the Theory oí Evolution. Tra­


ducida por A, M. B uchanan. St. Louis, Herder, 1923, pp. 284-84.
3 De Anima, L. II, c. 3. A ristóteles expresa esta misma idea y sus im­
plicaciones de un modo algo distinto, cuando dice (Historia de los Animales,
268 Origen y destino de la vida animal

le perm ite unir todos los niveles vitales y rellenar los huecos que van
quedando, de m odo que no se pierda su regularidad. S a n t o T o m á s , en
su form ulación del principio de continuidad, dice así: «La naturaleza
de orden superior se relaciona en sus grados menos elevados con
los más elevados de la naturaleza inferior» 3. Esto significa, con toda
seguridad, que los seres vivos se hallan divididos en diversos órdenes
y que cada uno está en íntim a relación con el otro, Pero éste es un
hecho tan evidente que es posible que S a n t o T o m á s le diese un sentido
más dinám ico y de m ayor profundidad a su principio. La vida pre­
senta un desarrollo progresivo y la expresión de este hecho en el prin­
cipio de continuidad puede abarcar no sólo ía continuidad en sí mis­
ma, sino tam bién la actividad interna de los órganos y potencias por
m edio de las cuales una form a de vida tiende a relacionarse estrecha­
mente con otra. D icha actividad im plicaría estas dos cosas al menos:
en prim er lugar, un desarrollo más perfecto de los cuerpos, y en segun­
do lugar, un uso más am plio y más perfecto de sus facultades. S a n t o
T o m á s sólo exigiría del evolucionism o el que éste partiese de la vida
ya creada y que mantuviese la diferencia esencial entre la planta y el
anim al y entre el animal y el hombre.
II. E l p r i n c i p i o d e l a p r o p o r c i ó n c a u s a l .— Como fon do a su mane­
ra de tratar el problem a de la creación, S a n t o T o m á s emplea otra fó r­
mula básica, que, com o la anterior, puede citarse tam bién a favor de la
hipótesis evolucionista. Expresada brevemente, d ice así: «La potencia
de una causa es proporcional al núm ero de efectos que pueden produ­
cirse por medio de ella» 4. Aplicando este principio al problem a de la
creación, se deduce que los acontecim ientos particulares del universo
n o necesitan en cada caso de la intervención particular del Creador.
Por el contrario, puesto que Él es un ser infinitam ente poderoso, puede
conseguir los efectos deseados utilizando simplemente causas secun­
darias, com o las leyes naturales. De este m odo, por ejem plo, ha sido
com o la m ateria prim itiva se h a transform ado hasta alcanzar su fo r­
ma actual y se ha llevado a cabo la aparición de la vida y el desarrollo,
a partir de ella, de los anim ales y plantas hasta su estado presente de
perfección.

3. EVOLUCION Y ESPECIE .—Aplicada al individuo, la evolución


significa el desarrollo progresivo y gradual de un organism o a partir
de sus características hereditarias. El cam bio, en este caso, debe ser
de tal naturaleza que suponga una perfección, puesto que por evolu­
ción se entiende el desarrollo de las facultades latentes y el tránsito

L. VIII, c. 1): ‘‘La naturaleza procede gradualmente de la materia inani­


mada hasta la vida animal, de tal modo que es imposible fijar una línea
exacta de demarcación. Asi, después de la materia inorgánica pasamos a la
planta, y entre éstas hay diferencias respecto al grado de perfección viviente
que han alcanzado, de modo que continuamos ascendiendo asi hasta llegar
a la escala animal.”
* C. G., L. H, c. 91. Ver también: In Petri Lombardi Quatuor Libros Sen-
tentiarum, L. m , d. 26, q. 1, a. 2; D. V., q. 15, a. 1; D. S. G., a. 2.
* S. T., p. I, q. Gó, a. 3. Ver también C. G., L, III, c. 69, 70, 76, 77 y 94-
Evolución y especie 369

desde un nivel de vida inferior a otro superior, al mismo tiem po que


im plica también la herencia y la propagación de las nuevas carac­
terísticas.
A plicado al grupo, el progreso que acabamos de referir debe afectar
a una clase com pleta de individuos, haciendo que este grupo particu­
lar se diferencie claram ente de los otros por la posesión de ciertos
rasgos que se transm itan a su descendencia. Es difícil fijar los límites
de dicho desarrollo, pero el científico suele utilizar el térm ino especie
para designar estas diferencias. Sin embargo, esta denom inación ha
dado lugar a varias controversias, y puesto que tam bién es em pleado
en filosofía vamos a explicar brevem ente qué entendem os por especie
en cada uno de los casos.
I. L a e s p e c i e e n l a c i e n c i a .— E l hombre de ciencia distingue entre
la especie natural y la sistemática. Por especie natural entiende los
prim itivos grupos de anim ales y plantas de los que se derivan las
presentes especies, géneros y familias. En su form a singular represen­
ta una serie autónom a de seres vivos o un grupo de organism os
separado del resto de los demás. Hasta el presente desconocem os la
cantidad de líneas separadas de ascendencia que existen sobre la tie­
rra, y es difícil que lleguen-a conocerse en su totalidad, a pesar de las
investigaciones.
La especie sistem ática es un concepto más delimitado. Esta espe­
cie está form ada por un grupo de individuos que tienen características
de color, form a, tam año, etc., sem ejantes, que puede aparearse entre
sí por m edio de la reproducción bisexual y que transm iten sus carac­
teres a su d escen d en cia .sin m odificaciones o con las m odificaciones
resultantes de un cam bio de am biente o de alim entación. Hasta donde
es capaz de observar la ciencia, estas especies sistemáticas perm a­
necen a través de los cam bios tem porales y ambientales y las m odi­
ficaciones que sufren sólo llegan a producir variedades dentro de la
m ism a especie.
XI. L a e s p e c i e e n l a f i l o s o f í a .—Según A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s ,
la m ateria es especificada por la form a, es decir, la unión de la m ate
ria prim a y la form a sustancial origina un individuo de una deter­
m inada especie. Además, los diferentes grados de perfección que o b ­
servamos entre las creaturas materiales es el resultado de la d ife ­
rencia esencial de sus form as. Por esta razón un elem ento o com puesto
de m ateria inerte es distinto por naturaleza de un organism o vivo.
Pero aun entre los seres vivientes existen diferencias de form a esen­
ciales que dan lugar a una nueva diferenciación de especies. Así,
por ejem plo, el principio vital de una planta es esencialm ente d ife ­
rente al de un animal, y el de éste al del hombre. Desde el punto de
vista filosófico, pues, distinguim os tres especies de organismos d ife ­
rentes. Cada una de estas especies sustanciales abarca, por supuesto,
un gran núm ero de individuos que se agrupan para los fines de la
ciencia en especies naturales y sistemáticas. Pero la diferencia exis­
tente entre los individuos y los grupos que form an una especie filosó­
fica es siempre puram ente accidental. En resumen, según S a n t o T o m á s ,
270 Origen y destino de la vida animal

en la especie filosófica los m iem bros que la com ponen participan de la


misma naturaleza esencial y actúan por m edio de las mismas pro­
piedades esenciales, y desde este punto de vista existen sólo tres es­
pecies de organism os: la planta, el anim al y el hom bre 5.

Parte II.— l a evolución de las e sp ecies


1 . EL HECHO PROBABLE DE LA EVOLUCION.— Debe señalarse
desde un principio que las explicaciones más com pletas que ha pro­
porcionado la ciencia parten de la suposición de la existencia de las
especies naturales. Lo que nos interesa en este m om ento no es en su
origen— puesto que ése es un problem a que concierne al filósofo y que
será estudiado más adelante— , sino la posibilidad y el m odo en que
se transform aron en las especies sistemáticas que conocem os hoy,
I. P a l e o n t o l o g í a .— 'Aceptan la m ayoría de los científicos que la
edad de nuestro planeta es de, aproxim adam ente, mil quinientos millo­
nes de años 6, una cifra bastante diferente que la calculada por U s s h e r
hace tres siglos, que situó la creación a las nueve de la m añana del
dia 26 de octubre del año 4404 antes de Cristo 7. Durante un tiempo tan
extenso la superficie del globo terrestre ha sufrido repetidos cambios,
haciendo surgir m ontañas y hundiendo otras zonas, e incluyendo a las
creaturas existentes en diversos periodos en los diversos estratos te­
rrestres. A partir de los fósiles que han quedado es posible estudiar
la evolución de un gran núm ero de plantas y animales.
Cuidadosos estudios nos han revelado, prim ero, que amplios grupos
de form as de vida diferenciadas existen desde remotas edades en
nuestro planeta; segundo, que los organism os que existieron posterior­
m ente poseyeron, en general, una estructura más com pleja que los
prim eros, aunque hubo algunas excepciones, y tercero, que los fósiles
más recientes están estrecham ente relacionados con las especies vi­
vientes en la actualidad. Estos hechos son interesantes y tienen su
valor, pero nos presentan la vida bajo un aspecto más rígido que
m óvil, haciendo que la evolución no se presente com o un hecho evi­
d e n te 8. Existe evidencia, además, de degeneración tanto com o de
evolución en los restos fósiles; por ejem plo, quedan todavía ciertas
plantas y anim ales parásitos de m ucha m enor com plejidad que las
especies de las cuales se ha supuesto que descendían. La ciencia no
ha dado aún una explicación satisfactoria de estas desviaciones.
II. G — La base más segura que acredita la teoría de la
e n é t ic a .

6 Para obtener referencias sobre las teorías de S a n t o T om ás acerca de


la forma sustancial, ver el c. 4 de este texto. Para lecturas posteriores, espe­
cialmente en su aplicación moderna, ver: W a s m a n n , E., S. J.: Op. cit. 296-
302, A d l e r , M. J.: Problema for Thomists. The Problem of Sv'ecies. N. V.
Bheed and Ward, 1940.
• L ecom te de N oüy, P.: Human Destiny. N. y. Longmans Green, 1947, p. 57.
7 J am es U ssh er nació en 1581 y murió en 1656. Fue arzobispo de Armagh
(Irlanda) y uno de los más grandes escolásticos bíblicos de su época.
* B a t h e r , F. A : Cardiff Meetíng of the Geological Section of the
B. A. A. C„ 24 agosto 1920.
EvoIucí&h y especie 271

evolución proviene de la ciencia genética. Pues si hay un factor que


controle en mayor grado que los demás la reproducción y la heren­
cia, esto es la ley del cam bio constante, presente en todos los fe n ó ­
menos de orden vital. Con esto n o pretendem os decir que las varia­
ciones sean grandes dentro de un período de tiem po dado, sino que,
por el contrario, sólo se presentan pequeñas diferencias y nunca se
ha registrado un verdadero cam bio de especies. No obstante, existen
ciertos cam bios, y si pensam os en la m agnitud de los intervalos que
separan las form as más simples de las com plejas, debem os in clin am os
ante la posibilidad de la teoría del desarrollo progresivo. De todos
modos, la genética nos demuestra las alteraciones que están sufrien­
do continuam ente los organism os vivos y que algunas de ellas se trans­
miten de una generación a otra dentro de un mismo grupo. Aquí llega­
mos a las raíces del problem a de la evolución, pues se hace evidente
que la aparición de nuevas especies requiere no sólo la adquisición de
caracteres nuevos, sino tam bién su transmisión hereditaria estable 9.
Fue A u g u s t W e i s m a k n el que dio form a a la idea, ya conocida en
los circuios científicos, de que todo organism o está com puesto de dos
tipos de sustancia: el som atoplasm a y el plasma germ inal o grermo-
pla sm a lü. El prim ero no interviene en la herencia, sino que le sirve
com o protección, com o fuente de nutrición y com o vehículo para la
actividad del segundo. Cada célula germ inal, a su vez, consta de cito ­
plasma y núcleo, y es en la sustancia nuclear donde hallam os los
crom osom as y los genes, que son los verdaderos portadores de los
rasgos hereditarios. Si la especificación tuvo lugar en el pasado, debió
de haberse llevado a cabo por una serie de m odificaciones en el núm e­
ro, calidad y ordenación de dichos genes. Los estudios biológicos han
dem ostrado que la m ayoría de los cam bios adquiridos no son capaces
de transm itirse, pero tam bién han probado que ciertos cam bios del
som atoplasm a pueden afectar en ocasiones a las células germinales,
pudiendo entonces heredarse.
El punto de capital im portancia que se deriva de esto es que el
plasma som ático y el germinal no son funcionalm ente independientes
uno de otro. Si esto fuese así, el desarrollo de las especies hubiese
sido biológicam ente imposible ya desde sus comienzos. Al mismo tiem ­
po, para asegurar la existencia del desarrollo, deben ser concillados
dos extrem os aparentem ente opuestos: por una parte, la tendencia
de la herencia a conservar los caracteres que ya existen en la espe­
cie, y p or la otra, la necesidad de un cam bio en el plasma germinal,
del que se originen las nuevas especies. Estudiaremos a continuación
las posibles causas que han llegado a producir estas m odificaciones
germinales n .
s El estudio del monje agustino G r e g o r M e n d e l sobre las variaciones y
su herencia fue fundamental. Para una apreciación de estos trabajos ver:
B a t e s o n , W.: Mendel’s Principies of Heredity. Cambridge. Eng. University
Press, 4.'1 edición, 1930.
10 Weismann, A.: The Germ-Plasm: A Theory of Heredity. Trad. por
W. N. P arker y H. R o n n f e l d t . N, Y. Scrlbners, 1893.
11 M o r g a n , T. H .: The Theory of the Gene. New Haven, Yale University
Press, edición revisada, 1928.
272 Origen y destino de la vida animal

III. F a c t o r e s a c t i v o s d e l a n a t u r a l e z a .— El ambiente fisicoquim ico


con tien e varios elem entos que en el transcurso del tiem po pueden
haber actuado sobre el plasm a som ático y haber afectado así, indi­
rectam ente, las células germinales. El factor más im portante de todos
es la alim entación, y su fu n ción com o agente de transform ación se
infiere del hecho de que es el que suministra el m aterial para la
form ación de cada célula del organismo. Es la fuente de la energía
física, y sin él la vida n o sería posible. El clima es otro factor rela­
cionado con el crecim iento y desarrollo del organism o, e incluye ele­
m entos tan variados com o el calor, el frío, el grado de humedad, de
lum inosidad, de presión atm osférica, las corrientes de aire, etc.; en
resumen, todos los factores clim áticos a los que deben adaptarse los
organism os para poder sobrevivir.
Los efectos de la alim entación y el clim a pueden estudiarse en las
nuevas distribuciones geográficas, a las que se someten miembros
separados de una misma fam ilia. P or ejem plo, el canguro australiano y
el opossum am ericano se hallan relacionados indudablemente, ya que
ambos son marsupiales. La extensión del espacio que los separa puede
■explicarse debido a la posible existencia de un puente de tierra que
unió antes a estos dos continentes, m ientras que la diferencia de su
aspecto general es debida probablem ente a la acción fisicoquímica de
distintos factores ambientales. Otro caso interesante es el del pez pul-
m onado, que originariam ente fue quizá un pez branquial en el que
se desarrolló su aparato respiratorio cuando las aguas del lago en que
vivía com enzaron a secarse.
Como un fa ctor final, el biólogo señala que la naturaleza tiende a
m ejorar aquellas partes del cuerpo que funcionan más que las demás,
m ientras que las partes inactivas degeneran. Estos fenóm enos se
agrupan dentro de la ley del uso y del desuso. El olfato en el hombre,
por ejem plo, ha ido degenerando gradualm ente, aunque no existe nin­
guna otra razón— salvo la de que no lo utilizam os en la m edida que
los hace el anim al— para que no sea tan perfecto com o éste. Todos
los factores que hem os descrito, actuando sobre el organism o a lo
largo de los siglos, prim ero a través del somatoplasma y luego sobre
las células germinales, sirven para explicar por qué las tendencias
conservadoras de la herencia no se oponen a la idea de la m odifica­
ción de las esp ecies12.
IV. E s t u d io s c o m p a r a t i v o s .-—La sem ejanza no constituye una prue­
ba de parentesco; sin em bargo, si las especies distintas de organismos
tienen un origen com ún, lo más probable es que presenten una cierta
sim ilitud en su estructura y en sus funciones. Esto no constituye una
prueba, pero sí una suposición de la existencia de un proceso evo­
lutivo.

P aton , D. N.: The Physiology of the Continuity of Life. London, Mac­


millan, 1926; W addington , C. H.: An Introduction to Modern Genetics. N. Y.
Macmillan, 1935, i n parte. Genetics and Evolution.
12 M e n g e . E. J.: General and Professional Biology. Milwaukee, Bruce 1922,
pp. 407-08; Smith, H. W.: Kamongo, N. Y. Viking, 1932.
Estudios comparativos 273

La anatom ía es una de las fuentes más fecundas del estudio com ­


parado de las especies. Cualquier sistema del organism o puede ser
utilizado, lo mismo la disposición del esqueleto, que el aparato diges­
tivo, que el aparato locom otor o cualquier otro; sin embargo, los
m ejores estudios se h an realizado sobre el sistema nervioso. Así,
partiendo del Am phioxus, que es el organism o m enos diferenciado de
la escala de los vertebrados, es posible construir una serie de estruc­
turas de com plejidad gradual que abarcan la medula espinal, el bulbo,
el cerebelo y el cerebro, hasta llegar al hom bre, en el cual el sistema
nervioso ha alcanzado el m áxim o desarrollo. Una continuidad de esta
suerte es la que deberíam os buscar, si es que la evolución ha tenido
lugar; pero, com o acabam os de decir, la relación de las estructuras y
funciones m enos com plejas con las de m ayor com plejidad debe ser
establecida basándose en algo más que en la sem ejanza, antes de que
su valor com parativo adquiera significado.
La Embriología ha establecido dos hechos im portantes para la
teoría de la evolución en prim er lugar, que la historia prenatal de
ciertos organism os es con frecuencia la única guia segura para su cla­
sificación adecuada, y en segundo lugar, que algunas de las fases de
la embriogénesis individual sólo tienen explicación en relación con
la historia entera de la raza a que el individuo pertenece.
Como un ejem plo de la primera afirmación tenem os el caso de la
Sacculina, que vive en el abdom en del cangrejo. Según toda su apa­
riencia externa, no es más que una burbuja de protoplasm a sin estruc­
tura definida, salvo una pequeña proyección radicular que se extiende
hasta el cuerpo, en el que se hospeda, y a través de la que absorbe
el liquido necesario para su alim entación, sin embargo, el embrión
de este dim inuto parásito tiene una form a claram ente perfilada, con
extremidades articuladas y otros rasgos que lo sitúan, indudablem en­
te, dentro del grupo de los crustáceos. Para ilustrar la segunda afir­
m ación citem os el caso de la ballena. En su fase fetal está provista
de dientes, pero la form a adulta sólo presenta lám inas dentales. Los
descubrim ientos de la paleontología han revelado que en cierta
época las ballenas estuvieron provistas de dientes, que conservaban
a lo largo de su vida, de m odo que las estructuras dentales que apa­
recen en el em brión de la ballena m oderna son una rem iniscencia
filogenética de algo que fue útil a sus antepasados. Ejem plos de esta
clase, señala E ric W a s m a n n , son un paso más a favor de la certeza
de la evolución, puesto que ésta es la única interpretación posible de
ellos. Será discutida más adelante la posibilidad de etapas sem ejan­
tes en el desarrollo del cuerpo h u m a n o 13.
La Fisiología ofrece varias posibilidades de com paración, pero la
m ayoría carecen de interés para la teoría evolucionista. El estudio
com parativo de la Serología posee, sin embargo, un cierto interés.
Así, por ejem plo, si inyectam os suero sanguíneo a un cobaya, la
sangre extraña actúa de an tígen o; es decir, provoca la producción de
anticuerpos, que se precipitarán y destruirán el antígeno inyectado

13 M e n g e , E. J .: O p . c it ., p p , 4 0 8 -1 0 ; W a s m a n n : O p . c it ., p p . 4 52-53.
BRENNAN, 18
274 Origen y destino de la vida animal

al cobaya en una segunda sesión. Estas reacciones son altamente


específicas en el sentido de que los anticuerpos que producen la pre­
cipitación de la sangre de una especie son inactivos, en general,
con tra la sangre de otras especies. P or ejem plo, un suero que ha sido
inm unizado contra la sangre de una especie determ inada, A, precipi­
tará la sangre de las especies B, C, D, y así sucesivamente, cada vez
en m enor grado a m edida que la relación de la especie a con estos
otros vaya dism inuyendo. Para explicarlo más concretam ente, el sue­
ro de un anim al que ha sido inm unizado contra la sangre humana
se coloca en cinco tubos de ensayo, añadiendo suero hum ano de mono
antropoide, de un m ono del viejo m undo y de lémur a continuación.
La cantidad de precipitado que se form a en cada caso es m enor en
el m ism o orden que acabo de m encionar, de lo que se deduce que
existe este mismo grado de parentesco sanguíneo entre el hombre y
los anim ales u tiliza dos14.
V. C o n c l u s i ó n — La m ayoría de los científicos actuales aceptan la
evolución com o un h echo probable. Partiendo de las pruebas acumu­
ladas en distintos campos de la investigación, se ha llegado a la con ­
clusión de que las especies, géneros y fam ilias actuales, tanto del
reino anim al com o del vegetal, representan el térm ino del desarrollo
progresivo de las especies naturales. No es posible afirmar el número
de estas últim as dado el estado actual de nuestros conocim ientos,
pero, puesto que las huellas de las grandes plantas y animales no
ofrecen signos de haber estado relacionadas o de haberse originado
de un tronco com ún, parece que la evolución polifilética (varias líneas
de ascendencia para las plantas y los animales) es la que ofrece un
índice m ayor de probabilidad. G u s t a v S t e i n m a n n , un notable paleon­
tólogo, ha llegado a afirmar que es posible que este punto n o pueda
ser nunca confirm ado de un m odo absoluto. «Estoy seguro— dice— que
los más antiguos anim ales y plantas representativos de cada especie
perm anecerán siempre desconocidos para nosotros, ya que sus huellas
han desaparecido probablem ente, debido a los grandes cam bios sufri­
dos por los estratos terrestres más antiguos» 15.

2. TEORIAS DE LA EVOLUCION.— Si adm itim os la evolución


com o un h ech o probable, puesto que hay evidencias en favor de su
certeza, nuestra tarea inm ediata es dar alguna explicación acerca
de la manera com o fue efectuada. Han sido propuestas varias expli­
caciones, pero ninguna de ellas aclara los hechos de la evolución.
Es posible que con el tiem po surja una explicación ecléctica, que, to­
m ando elem entos de cada una de las teorías, nos proporcione una
descripción científica aceptable del proceso evolutivo.
I. T e o r ía d e D a r w i n .—La teoría de D a r w i n proclam a la Idea de
que, com o resultado de las luchas, los accidentes y otras numerosas
vicisitudes que ocurren más o m enos espontáneam ente en la historia

** Dodson, E. D.: A texbook of Evolution. Phlla, Saunders, 1952, pp. 67-69.


15 S t e in m a n n , G .: Die Erdgeschichtsforschung während der letzten vier
Jahrzehnte. Freiburg, 1899, L. I, p. 33.
Teorías de la evolución 27S

de los organismos, la naturaleza sólo permite sobrevivir a los más


aptos. Este concepto no tiene su origen en D a r w i n , aunque éste hizo
más que cualquier otro investigador para establecerlo sobre bases
científicas. Seiscientos años ya antes de Cristo los filósofos griegos
com enzaron a especular sobre el problema de la evolución, y E m p é d o -
c l e s d e A g r i g e n t d m es recordado en especial por haber hecho unas
afirmaciones muy explícitas sobre el poder de selección de la naturale­
z a 16. La hipótesis de D a r w i n ha sido puesta al día por científicos com o
J o h n B. S. H a l d a n e , J u l i á n H u x l e y y T h o m a s M o r g a n , quienes la acep ­
tan, sin embargo, no com o una explicación de origen de nuevas espe­
cies, sino más bien com o un posible m odo de explicar ciertas clases de
adaptación. Está adm itido de un m odo general que la supervivencia
de los más aptos es un principio fundam ental en el reino anim al;
pero esto es bastante diferente a afirmar que las leyes naturales que
obran sobre la supervivencia hayan sido lo suficientem ente fuertes
com o para producir la form ación de nuevas especies. Como las trans­
form aciones sufridas han sido, sin embargo, lo bastante profundas
com o para originar m utaciones de naturaleza secundaria, debem os
adm itir que la selección natural es un factor activo en los procesos
del desa rrollo17.
n . T e o r ía d e L a m a r c k ,—La teoría de L a m a r c k se basa en la idea
de que todo progreso orgánico es la consecuencia del uso de las partes
del cuerpo, m ientras que la degeneración es la consecuencia del
desuso. Este principio ya nos es fam iliar, puesto que lo hem os estu­
diado com o uno de los factores naturales que actúa probablem ente
sobre las células germinales. Esta idea fue tam bién vislumbrada por
los griegos, aunque su form ulación científica no se llevó a cabo hasta
finales del siglo X V III por el naturalista francés J e a ,n B a p t i s t e La­
m a r c k . M odernam ente ha recibido otra vez por parte de E d w a h d C o p e ,
L o u is M o r e y A l e s H r d l i c k a . La debilidad de esta hipótesis yace en la
s u p c ^ ió n de la herencia inm ediata, por la generación siguiente, de
los efectos de la adaptación individual. Para una form ación de espe­
cies es necesario que los caracteres adquiridos recientem ente alcan­
cen una fase final en la que puedan ser transm itidos a la descenden­
cia. Queda, sin em bargo, la duda de que el uso y el desuso com o
factores m odificadores puedan explicar algo más que la evolución,
o retroceso de ciertos órganos *a.

16 O sb o r n , H. F.: From the Greeks to Darwin. N. Y. Macmillan, 1834.


E m pe d o cle s , que nació en el año 495 antes de Cristo, sostuvo la hipótesis de
la abiogénesis. También enseñó que la lucha por la existencia y la supervi­
vencia de los más aptos ejerce influencia sobre el desarrollo de la vida. Al­
gunas de sus ideas, a su vez, fueron inspiradas en las doctrinas de Anaxi­
menes, que vivió unos cien años antes que él.
17 H a l d a n e , J. B. S.: The Causes of Evolution. London. Harper, 1931,
H u x l e y , Julián S.: Problems of Relative Growth. N. Y. Dial Press, 1932.
M o r g a n , T . H .: The Scientific Basis of Evolution. N, Y. Norton, 1932,
18 C ope , E. D.: The Primary Factors of Organic Evolution. Chicago. Open
Court, 1893; M ore , L. T.: The Dogma of Evolution. Princeton. University
Press, 1925; H rdlicka , A.: Organic Evolution; Its Problems and Perplexities.
Science, 28 febrero 1932, pp. 230-33.
276 Origen y destino de la vida animal

III. T e o r í a d e B u f f o n - S a i n t H i l a i r e . — La teoría de B u f f o n - S a i n t
postula la acción directa del am biente favorable o desfavo­
H ila ir e
rable al organism o, con consecuencias indirectas sobre las células
germinales. La observación y la experim entación modernas se han
dedicado en gran extensión a la tarea de determ inar, lo más exacta­
m ente posible, la influencia del m edio fisicoquim ico sobre la materia
viva. La alim entación y el clim a se consideran factores decisivos en
la transform ación, pero es más bien la reacción del tejido germinal
a estos agentes naturales, las posibles m utaciones y su herencia, lo
que constituye el tem a de interés del científico. Hasta donde nos es
posible com probar, el principio de la acción directa del am biente fa ­
vorable o desfavorablem ente se lim ita a la m odificación de los ór­
ganos existentes más que al desarrollo de otros nuevos, y aun este
papel m odificador es lim itado. Queda claro, sin em bargo, que este
tipo de cam bios está muy lejos de producir los requerimientos nece­
sarios para la form ación de nuevas esp ecies19.
IV. T e o r ía v i t a l i s t a .— A pesar de todas las investigaciones efec­
tuadas hasta el m om ento, está claro que falta todavía algún elemento
esencial en la teoría de la evolución. Sin embargo, cuanto más se
profundiza en el problem a m ayor se hace la convicción de nuestra
ignorancia respecto a él. Y es por esta razón por la que el hombre
de ciencia está considerando otra vez la posible presencia de un
fa cto r vital que le ayude a llenar los huecos y com pletar el cuadro
de la evolución gradual de las especies. Después de años de investi­
gación intensiva, autoridades em inentes, com o H e n r y O s b q r n , se
muestran propicias a adm itir la necesidad de dicho factor para expli­
car la evolución; éste dice así: «Aunque m anteniendo enérgicamente
que la entelequia de A r i s t ó t e l e s y sus continuadores es una suposi­
ción teórica, n o debemos, de ningún m odo, excluir la posibilidad de
que se demuestre por m edio de observaciones o inducciones ulteriores
que en la vida existe algo del tipo de un principio interno perfec­
tible» 20.
En relación con esto, no es difícil señalar que la única clase de
vitalism o que cuadra satisfactoriam ente con todos los hechos de
inducción es la propuesta por A r i s t ó t e l e s y desarrollada más tarde
por S a n t o T o m á s . Este problem a ya ha sido exam inado en su totali­
dad en la sección correspondiente a la filosofía del organismo. Repi­
tiendo lo expuesto allí, direm os que la vida es fundam entalm ente un
asunto de inm anencia, de m odo que una evolución de la vida sig­
nificaría, en últim a instancia, una expansión de las propiedades in­
trínsecas del organism o. Para conseguir dicho efecto es necesario
suponer una interacción arm oniosa entre el principio aním ico o vital,
por un lado, y las leyes secundarias de la naturaleza, por el otro. Para
tener una visión del problem a en su perspectiva adecuada, pues,
debem os recordar que el rasgo esencial del proceso evolutivo es su

1S P a t ó n , D. N.: Op. cit., c. 1, 5, 6. 7.


20 O sbo rn , H . F . :Recent Revivals of Darwinism. Science, 24 f e b r e r o 1933,
p p . 199-202.
Evolución del cuerpo humano 277

carácter vital o inm anente, y, com o tal, debe suponer un principio


que sea parte sustancial del organismo. En resumen, la evolución de
las especies sería una pura contradicción si careciese de un principio
aním ico que le diese sentido.

3. LA EVOLUCION DEL CUERPO HUMANO.—Las pruebas citadas


a favor de la evolución del cuerpo hum ano a partir de una form a
animal más prim itiva no significan que éste descienda, en realidad,
del m ono, sino simplemente que tanto él com o los primates superiores
se hallan em parentados colateralm ente, por descender de un ante­
pasado com ún a ambos. Com o vimos al com ienzo de este capítulo, no
existen dudas sobre la evolución del alm a humana, puesto que por
ser ésta de naturaleza inm aterial no puede hallarse sujeta a las leyes
del crecim iento y el desarrollo orgánicos. Para el estudio de la evo­
lución del hom bre em plearem os el m ismo m étodo utilizado anterior­
mente, agrupando los hechos por materias.
X. A n a t o m í a .— En el reino anim al la estructura corporal más pa­
recida a la hum ana es, evidentem ente, la de los m onos antropoides.
No obstante, si los com param os detalladam ente hallarem os algunas
diferencias notables. El cráneo del hom bre, por ejem plo, está espe­
cializado para las funciones superiores de la inteligencia, m ientras
que el del m ono lo está para la m asticación y la defensa. La capaci­
dad de la cavidad cefálica es en el hom bre de 1.500 centím etros cúbi­
cos, mientras que la de los m onos más desarrollados no pasa de 500
a 600 centrím etros cúbicos. El cerebro m ismo pesa en el hom bre más
o menos 1/37 parte del peso total del cuerpo, m ientras que el del
m ono es sólo una centésim a parte. Además, a causa de sus múltiples
circunvoluciones, el área cortical del cerebro hum ano es cuatro veces
m ayor que la del m ono. La colum na vertebral del hom bre posee una
doble curvatura, uniéndose con la caja craneana perpendicularm en­
te, de m odo que la cabeza se balancea sobre la colum na vertebral com o
sobre un pivote. El raquis del m ono, por el contrario, sólo tiene una
curvatura, lo que le im pide la erección de la cabeza y le obliga a
marehar sobre las cuatro extremidades. Las extrem idades anteriores
del m ono son largas y las posteriores cortas, y ambas se hallan capa­
citadas para ejecutar m ovim ientos prensiles, m ientras que el hom bre
tiene los brazos relativam ente cortos y las piernas largas, con pies
plantigrados, con los que sólo puede andar. Por últim o, vem os que el
torso del m ono tiene form a de barril, m ientras que el del hom bre
está m oldeado más delicadam ente, convergiendo el pecho y el abdo­
men en una zona estrecha, que es la cin tu ra 21.

51 O’T o o l e , G. B.: The Case against Evolutíon. N. Y. Maemillan, 1925,


pp 271-74.
S a n to T o m á s ha hecho unas interesantes observaciones sobre la posición
bípeda del hombre y por qué es ésta más natural en él que en el animal.
Una de las razones es la función diferente de los sentidos y apetitos. Asi,
vemos que la vida del animal gravita alrededor de la nutrición y el sexo.
El hombre, en cambio, se Interesa por cosas que están más allá que estos
bienes físicos y los placeres que proporcionan. Puede alzar su vista y con-
278 Origen y destino de la vida animal

Podríam os enum erar otros rasgos aún, pero lo que tiene interés
señalar es que una com paración de este tipo nunca se podrá estable­
cer de un m odo absoluto, puesto que la estructura y el funciona­
m iento del organism o hum ano sólo puede explicarse a través de sus
facultades racionales, que lo separarán siempre del animal, a pesar
de su posible sem ejanza a n a tó m ica 22.
II. E m b r i o l o g ì a t f i s i o l o g í a .— Aparentemente, el em brión de la
especie hum ana no se diferencia del de otros animales que se
desarrollan en el seno m aterno. Según E r n e s t H a e c k e l , lo que acon­
tece durante el período fetal es sim plem ente un recuento o una rápida
repetición de los sucesos más im portantes de la historia biológica de
la especie. Esto fue form ulado en la conocida ley de la ontogénesis,
y m ientras se discutía su validez han sido descubiertos otros hechos
que la transform an en una generalización de tipo científico. Por
ejem plo, uno de los argum entos era la existencia de bolsas branquia­
les en el em brión hum ano, en las que basaba H a e c k e l el paso del
hom bre actual por una fase de pez durante su evolución. Pero, según
opinión de otros científicos, dichas bolsas, aunque parecidas a las
estructuras branquiales, son de estructura y fu n ción faríngea, en
cuyo caso el ejem plo carece de validez.
Sin embargo, la presencia de dientes fetales en la ballena, como
ya hem os señalado, representa una auténtica recapitulación filoge­
nètica, por lo que parece que la opinión sustentada por H a e c k e l posee
ciertos fundam entos. Sin em bargo, la ciencia no ha podido aún esta­
blecer la veracidad de este hecho en el caso del hombre.
Hemos descrito tam bién dentro de este mismo capitulo las pruebas
efectuadas con suero sanguíneo, que parecen indicar la existencia de
un parentesco fisiológico entre el hom bre y los primates. El sentido
final de estas pruebas, sin em bargo, debe decidirse a la luz de otros
estudios ajenos a los com parativos; por ejem plo, a los de la inves­
tigación directa de los especialistas en G e n é tica 23.
III. O r g a n o s r u d i m e n t a r i o s — Se ha dado muchísima importancia
a ciertas partes vestigiales del cuerpo hum ano, que, según se supone,
han perdido su valor funcional por el desuso. Pero, com o sabe el bió­
logo, en m uchas estructuras que se consideraron inútiles se ha de­

templar el sol, la luna, las estrellas y meditar sobre el maravilloso orden


del universo. Otra de las razones es la diferente función de sus miembros.
Por ejemplo, si el hombre tuviese que usar sus miembros superiores para la
deambulación, le sería muy difícil cultivar las artes y demás habilidades
que dependen del empleo de los dedos. ¡Imagínense un pintor, un escultor
o un cirujano cuyas manos fuesen como pies! La tercera razón está rela­
cionada con nuestra facultad de comunicación. Como S an to T om ás señala,
las manos ejecutan una serie de actos útiles, preservando asi a los labios
y la lengua para la tarea más refinada del lenguaje, el canto y la expresión
poética, que son funciones estrictamente humanas <S. T., p. I, q. 91, a. 3).
33 D w ig h t , T .: Thoughts of a Catholic Anatomist. N Y. Longmans Green,
1927, pp. 188-89.
23 R an k e , j ,: Der Menso)i. Leipzig. Bibliographlsches Institut, T , I, 1888,
p. 145 ss. Para una discusión de la ley de la ontogénesis, ver: O ’ T oole , G. B.:
Op. clt., pp. 275-86; W a s m a n n , E., S. J.í Op. cit., pp. 446-55.
Evolución del cuerpo humano 279

mostrado actualm ente su valor funcional para el organismo. Así, por


ejemplo, la glándula pineal, la hipófisis, el tiroides y las glándulas
suprarrenales, fueron considerados com o carentes de función en los
tiempos de D a r w i n . Entre los órganos rudimentarios citados por los
partidarios de D a r w i n a favor de la teoría de la evolución hum ana
hay tres que son de especial im portancia. El primero es el repliegue
sem ilunar del ángulo del ojo, que se consideró com o un vestigio de la
membrana nictitante de la serpiente y otros animales. No obstante,
este pliegue tiene una finalidad, puesto que ayuda a regular el flujo
de las lágrimas. La segunda form ación rudimentaria es el tim o, indis­
pensable para la form ación de las m em branas y la cáscara del huevo
en las aves, pero que en el hom bre desaparece al segundo año de
nacim iento. Sin em bargo, los fisiólogos actuales han llegado a la con ­
clusión de que este órgano cum ple una función definida antes de
desaparecer en el organism o hum ano. Según unos, regula el creci­
m iento en las prim eras fases, y según otros, interviene en la form a­
ción de los elem entos sanguíneos.
El tercer caso que vam os a m encionar es el del cóccix, que es un
conjunto de cuatro pequeños huesos colocados al final de la colum na
vertebral. Los darwinistas lo describieron com o un vestigio de cola,
pero no carece com pletam ente de función, puesto que actúa com o
punto de inserción de varios pequeños músculos, que sin él serían
incapaces de m ov im ien to24.
IV. P a l e o n t o l o g í a . — Se han hecho esfuerzos para obtener una
serie de fósiles interm edios que pudiesen conectar al hom bre y al
m ono con algún antepasado com ún. Sin em bargo, hasta el m om ento
no existen datos concluyentes, puesto que se ha dem ostrado que estos
restos son hum anos. La lista que dam os a continuación es sólo un
bosquejo que pretende establecer el orden histórico de estos fósiles:
a) El hom bre de Kanam , que se considera el fósil hum ano más
antiguo que se conoce. Lo único que poseemos de él es una m andíbu­
la, descubierta en A frica oriental. Según cálculos aproximados, se
presume que tiene una edad de quinientos m il años.
b) El hom bre de Foxhall, que es tam bién uno de los ejem plares
más antiguos de la cultura prehistórica. Ha sido identificado sola­
mente por sus instrum entos de sílice, lo que indica que fue tan in te­
ligente com o nosotros,
c) El pith ecan th ropu s erectus (el h om bre-m ono erecto) ha d eja ­
do tam bién escasos restos: una bóveda craneana, un fém ur y dos
molares. Sobre él ha habido numerosas discusiones. Su nombre in d i­
ca que fue hom bre o simio, aunque no un ser interm edio. Si fue h om ­
bre, era seguram ente de muy baja estatura, y si fue simio, era pro­
bablem ente m ucho más alto de lo que son las especies actuales de
mono.
d) Sinanthropus PeJcinensis (el chino de Pekín) da pruebas de
haber sido un verdadero ser hum ano. Se ha llegado a esta conclusión

D a r w i n , C.: The Descent of Man. N. Y. Cerf and Klopfer. The Modern


Library, c. 1 ; ' O ’T oole , G. B.: Op. cit., pp. 286-308.
280 Origen y destino de la vida animal

por m edio del estudio de instrumentos, m adera carbonizada, hoga­


res, etc., que fueron descubiertos en unas cuevas cercanas a Pekín, en
el m ism o lugar que sus restos.
é) El hom br - axiroral de Piltüown se halla representado por un
cráneo, una m andíbula y dos molares, pero es difícil ajustar estos
restos, y lo más probable es que provengan de dos especies distintas,
una de las cuales pudo ser humana.
/ ) El hom bre de Rhodesia, hallado en Afriea del Sur, nos ha
legado una calavera sin el maxilar inferior. Es humana, dados los
cuchillos y las raederas que fueron descubiertos al lado de sus restos.
g) Todo lo que poseem os del hom bre de H eidelberg es una man­
díbula y sus dientes. Aunque muestra una inclinación delantera su-
gerente de m ono, el ejem plar es hum ano en todos los demás rasgos.
h) Los hom bres neanderthaloides com prenden un grupo de ejem ­
plares am pliam ente distribuidos, cada uno de los cuales muestra ras­
gos evidentem ente humanos. Pertenecieron a la edad de piedra, y
fueron la m ayoría de ellos trogloditas. Además de los N eanderthalen-
sis, de los que tom ó el nom bre este grupo, hay fragm entos de hombres
de N aulette y Spy en Bélgica, de hom bres de Kravina en Croacia
septentrional, de hom bres de Le Moustier, La Chapelle y La Quina
en F ran cia; del hom bre rom ano, el hom bre de Gíbraltar, el hombre
de Crimea en R usia; los hom bres de Mongolia, los de Capharnaum
en Palestina y los hom bres del M onte Carmelo en Galilea.
El estudio de los instrum entos que utilizaron estos tipos primiti­
vos, sus form as de enterram iento, la utilización de animales, etc., da
pruebas indudables de que poseyeron inteligencia humana.
í) El hom bre de Cro~Magnon ha sido restablecido partiendo de
los esqueletos de tres ejem plares encontrados en una cueva cerca de
Charente, en Francia. Como representa un tipo que todavía existe,
no queda duda de que haya sido humano. Resum iendo las pruebas
provenientes de la paleontología, podem os afirmar con seguridad que
sólo una especie hum ana ha habitado la tierra y que el eslabón que
enlace al hom bre con otras especies animales más antiguas no ha
sido aún confirm ado de un m odo científico. Aun la suposición de un
desarrollo progresivo desde el píthecanthropus (suponiendo que haya
sido hum ano), a través del Neanderthalensis, hasta llegar al moderno
hom o sapiens, no está dem ostrada absolutam ente, aunque la m ayo­
ría de los expertos se inclinan por esta linea de descendencia 2r>.
2i K obel, J.: The Evolution of Man. The Francíscan Educational Con-
ference. Wash. D. C„ 1933, pp. 76-90; S tenger , F. R.: «Recent Data on Pri~
mltlve Man». American Ecclestastical Revzew, oct. 1939, pp. 301-10,
S an to T om ás (S. T ., p. I, q. 91, a. 2) se inclina por la opinión de que el
cuerpo del primer hombre fue hecho directamente por Dios. Admite, con
S a n A g u s t ín , que podía haberse hallado presente de un modo virtual en la
materia del universo. Sin embargo, ya que «ningún cuerpo preexistente ha
sido formado, por medio del cual otro cuerpo de la misma especie pudiese
ser generado», concluye que el primer cuerpo humano fue originado direc­
tamente por la acción del Creador. Otro punto debatido por los teólogos es
si nuestro primer padre, Adán, fue más perfecto, física y mentalmente, que
los hombres que acabamos de mencionar. La opinión más probable es que
éstos fueran descendientes más o menos degenerados del fundador de la
raza humana.
Comienzos de la vida animal 281

V. C o n c l u s i ó n ,— Todos los datos que hemos señalado tienen un


valor acum ulativo, pero n o dem uestran con certeza la descendencia
del hombre. Podríam os preguntarnos si es posible que se llegue en el
futuro a dem ostrar la evolución del cuerpo hum ano No existe razón
para que no haya sido así, pero la ciencia necesita más pruebas aún
para dem ostrarlo. Una cosa es citar los descubrimientos de los estu­
dios com parados y dem ostrar las relaciones anatóm icas y fisiológicas
que existen entre el hom bre y los primates, y otra com pletam ente
distinta establecer con certeza que su cuerpo, al mismo tiem po que el
de los demás anim ales superiores, ha evolucionado partiendo de un
antepasado com ún. Repitiendo, las pruebas de la ciencia no son tan
avasalladoras que no podam os sostener la idea de la creación, en cuyo
caso la ley del m ínim o esfuerzo habría sido abandonada por el Crea­
dor por razones particulares.
Por otra parte, las autoridades que se inclinan por la teoría crea-
cionista no poseen los argum entos suficientes para acallar la h ip ó­
tesis evolucionista. Finalm ente, es im portante señalar que la expli­
cación bíblica del origen del hom bre no se opone a las conclusiones,
a las que, partiendo de los datos que nos proporciona la ciencia, debe
el filósofo lle g a r 26.

Parte III.— Eí origen de la vida animal


1. EN SUS COMIENZOS.— La aparición de la vida anim al ha sido
un tem a de amplia especulación filosófica. Han sido form uladas tres
clases de soluciones.
I. T e o r ía d e l a e m e r g e n c i a a b s o l u t a .—Esta teoría representa el
punto de vista m ecanicista y evolucionista sobre el origen de la vida
animal y sostiene que ésta se deriva de alguna form a de vida orgá­
nica previam ente existente, y en últim a instancia, de la materia
inorgánica. En am bos casos, el principio por m edio del cual se produce
este desarrollo progresivo de los fenóm enos vitales es Inherente a la
m ateria misma. La em ergencia de la vida, a partir de la m ateria de
cualquier clase, y la im posibilidad que supone, han sido ya examinadas
en capítulos anteriores. Además, com o un efecto de fuerzas, vitales ya
en acción, la em ergencia de la vida sensitiva de una form a de vida
vegetativa más prim itiva aún es igualm ente inadmisible en el terreno
filosófico. Según S a n t o T o m á s , una form a sustancial por sí misma es
incapaz de perder ninguna de sus propiedades esenciales o de adquirir
otras nuevas. Refiriéndonos a la posibilidad, tan discutida por los
escolásticos de entonces, de la posible evolución del. alm a humana,
Aquino nos d ic e : «Algunos insisten en que el mism o principio vital que
inform a la vida vegetativa... evoluciona en un alma sensitiva, y que
ésta, a su vez, se desarrolla hasta llegar a un alma animal. Pero

=6 C o o p e r , J. M.: «Primitive Man». Quarterly Bulletin of the Catholic


Anthropological Conference. Wash. D. C. Catholic University of America.
Vol. VIII, enero y abril 1935. (El folleto también discute la imposibilidad de
una evolución de la mente humana.}
282 Origen y destino de !a vida animai

una hipótesis de esta índole representa una clase de progreso im po­


sible, porque nada puede añadirse o quitarse a una form a sustan­
cial» 27. Y lu ego: «La form a sustancial de una cosa es algo que no
perm ite su división, de m odo que cada adición o sustracción le pro­
duce un cam bio en su especie, lo m ism o que en el caso de los núme­
ro s...; por tanto, es imposible para una form a sustancial ser el sujeto
de alteraciones en más o m en os» 2S. Ni las fuerzas innatas de la m a­
teria ni las potencias del alm a vegetativa pueden explicar la apari­
ción de la vida animal.
II. T e o r ía d e l a c r e a c i ó n .— La teoría de la creación sostiene la
producción directa e inm ediata del anim al de la nada, causada por
un acto especial de la Causa Primera. Existe la posibilidad de que
esto haya ocurrido así, pero es poco probable, ya que va contra la
ley del m ínim o, pues es evidente que tanto la materia inerte como
el sistema m aterial que form a parte del organism o vegetal existieron
antes que el animal. Citando otra vez a A q ü i n o : «Si un efecto puede
ser producido adecuadam ente por m edio de una causa, no es necesa­
rio invocar varias para su producción, ya que observamos que la Na­
turaleza no suele em plear dos instrum entos si le basta con uno... En
la suposición, entonces, de que las fuerzas naturales sean suficientes
para la producción de un efecto dado, seria superfluo el que la poten­
cia Divina lo e je cu ta s e »29. En resumen, si los elementos materiales
ya existían, ¿a qué postular la producción de la materia de novo para
el cuerpo anim al? Por supuesto, con esto no se pretende excluir del
todo la a cción de la Causa Prim era en el origen del animal, com o
verem os a continuación, pero la preexistencia de la materia hace que
la teoría de la creación sea altam ente improbable, en especial a causa
del principio del m ínim o esfuerzo *.
III. T e o r í a d e l a e m e r g e n c i a r e s t r i n g i d a .—Esta teoría supone que
la materia, tanto la inerte com o la que posee un alm a vegetativa,
podría haberse hallado dispuesta de un m odo próximo a la apari­
ción de la vida anim al, b ajo la acción de los cam bios ambientales.
6 in em bargo, puesto que ni la materia, ni los vegetales, ni las leyes
que controlan su actividad natural poseen un poder intrínseco para
dar origen a un ser sensitivo, se hace necesario postular la acción
de una causa externa, que sería la responsable, en últim a instancia,
del origen de la vida anim al. Más concretam ente, esta teoría nece­
sita la intervención de la Causa Prim era, no para crear, sino para
extraer el principio de la vida sensible de un sistema material pre­
existente. Esta acción con ju n ta de dos causas, una de orden material,
dispuesta por las leyes de la Naturaleza para la unión con formas
superiores, y la otra, eficien te, capaz de extraer dicha form a de las

27 S. T.p p. I, q. 118, a. 2, r. a obj. 2.


aa S. T.( p. i, q. 76, a. 4, r. a obj. 4.
” C. G-, L. m , c. 70.
* Sobre la posición científica más moderna respecto a estas cuestiones,
véase F. R e v il l a : «La síntesis biológica ante la ciencia, la filosofía y la reve­
lación» (Razón y Fe, Madrid, 11-1960, 165-172). (N. del T.)
Vida animal presente 283

potencialidades de la materia, está de acuerdo con las enseñanzas


de S a n t o T o m á s . Así vemos que, «cuando se afirma que un cierto
« fe ct o es producido tanto por la Causa Prim era com o por una cau ­
sa de orden secundario, esto no significa que parte de la labor se
debe a la Causa Prim era y parte a esta causa segunda, sino que el
efecto en su totalidad procede de ambas, pero de diferente manera,
del mismo m odo que el m ismo efecto se adscribe al instrum ento y
a l agente que lo u tiliz a »30. Además, com o señala el D octor An­
gélico, el alma hum ana ha sido creada basándose en la m ateria pre­
existente con la que se ha unido. En este caso, le es posible a la
Naturaleza disponer la materia, por así decir, para la aparición de
la form a r a cio n a l31. Con más razón, pues, podríam os decir que las
leyes secundarias de la Naturaleza eran capaces de disponer la m a­
teria para la recepción de una form a menor, com o es el alm a del
animal. Todos los efectos que la Naturaleza produce, los puede p ro ­
ducir Dios indiscutiblem ente sin ninguna ayuda; sin embargo, «El
ha preferido actuar por m edio de las leyes naturales para conservar
el orden de las cosas» 32.

2. EN EL PRESENTE.— El origen del alma anim al en el pro­


ceso de la reproducción se halla rodeado de misterio y plantea un
problem a que sólo puede ser resuelto teóricam ente. Según A q xjin o ,
el principio de la vida sensitiva, com o el de la vegetativa, depende
enteram ente de la m ateria para su existencia y operaciones. El ani­
m al representa un sistem a m aterial que, por su conducta específica,
requiere una cantidad definida de energía que debe ser extraída del
alim ento que consume. Sin este proceso nutritivo básico, la activi­
dad vital sería im posible. Además, todos los actos del anim al son
de naturaleza psicosom ática, estando form ados de m ateria y con­
ciencia, o de elementos corporales y espirituales, form ando una uni­
dad. Y com o no existe ninguna excepción a este respecto, es im po­
sible, pues, que la form a sensible exista fuera del sistema m aterial
al que inform a. Según esto, Hay por lo m enos dos maneras de expli­
car su aparición.
La prim era posibilidad es a través de la división del alm a del
organism o progenitor. Una lombriz, por ejem plo, puede ser cortada
transversalm ente y am bas partes sobrevivir; o las células em brio­
narias que dan origen a un organism o pueden ser separadas y cada
una desarrollarse y evolucionar hasta la form ación de un animal
com pleto. La segunda posibilidad es a través de la em ergencia del
alm a sensitiva de las potencialidades de la materia, en cuyo caso
la extracción de una nueva alma se lleva a cabo por m edio del
poder reproductor del organism o paterno. Podem os im aginarnos que
éste es el m étodo em pleado por la Naturaleza cuando el alma es
difundida a través de las células germinales. Cada gam eto n o sólo
es capaz de existir por sí mismo, sino que en realidad se hace inde­
3íi C. G., L. III, c. 70.
51 D. p. D., q. 3, a. 4, r. a obj. 7.
52 D. P. D„ q. 3, a. 7, r. a obj. 16.
284 Origen y destino de la vida animal

pendiente tan pronto com o es separado del tejido germinal del o r­


ganism o paterno.
Si aceptam os estos dos m étodos, ya sea la división del alma pa­
terna cuando el cuerpo paterno se divide en dos o más partes, o
bien la extracción del alm a de las potencialidades de la materia,
com o los únicos m odos posibles de reproducción, podem os aplicarlos
tanto a los seres vegetativos com o a los sensitivos. Santo T omás se
inclina por este segundo m étodo para ambos cuando afirma: «Los
animales y las plantas, lo mismo que otras form as materiales son
extraídas de las potencialidades de la m ateria» 33.

Parte IV.—El destino de la vida animal


Com o hem os señalado hace un m om ento, todos los actos de la
vida sensitiva dependen del cuerpo, de m odo que el alm a sensitiva
no tiene actividad propia. Todos sus actos son consecuencia de su
unión con la materia. Si el alma del anim al no posee actos propios,
no tiene entonces vida propia, y perece al perecer el cuerpo, o, para
usar la expresión de S a n t o T o m á s , vuelve a las potencialidades de
la m ateria de donde provino 34. Pero si el anim al no posee otra meta
que la de conservar y propagar su propia vida, esto le hace perte­
necer a un cierto grado dentro de la jerarquía de la perfección del
cosmos. Así, si contem plam os los distintos niveles del ser, vemos la
vida surgiendo y dom inando a la materia, la vida sensitiva en un
plano superior a la de la mera nutrición, es decir, la vegetativa, y
la vida intelectual por encim a de todas las demás.
El animal, com o hem os visto, no posee una inteligencia para re­
solver los problem as propios. Sin em bargo, alcanza un cierto grado
de conocim iento que le permite atender a sus necesidades bioló­
gicas, y a causa de ser un ser consciente, está en un plano superior
al del reino vegetal y demás seres carentes de conocim iento. Pero
eí la vida vegetal se ha hecho para servir a los intereses del animal,
este últim o, a su vez, se halla destinado a servir al hombre, sumi­
nistrándole alim ento, ayudándole en su trabajo y sirviéndole de
distracción, ya que tal com o las propiedades de la materia inani­
mada se hallan subordinadas a las de la planta, de igual manera
las del anim al lo son a las del hom bre. De lo que se deduce, tal
com o dice S a n t o T o m á s , que el Creador dispuso su creación dentro
de un cierto orden, cum pliéndose así lo dicho por el A póstol: «Todas
las cosas existentes han sido ordenadas por Dios» 35.

3!l D. P . G., q.
3, a. 11, r. a obj. 7, Ver también referencias a la s doctrinas
al ftn a l del c. 6 de este libro. También: P h il l ip s , R . P .:
d e S a n t o T om ás
Modern Thomístic Philosophy. London: Burns Oates and Washbourne, Vol. I,
pp. 207-10, Ed. esp. Morata, Madrid, 1964.
” C. G.t L. II, c. 82.
*6 C. G., L. m , c. 81.
Bibliografia 28S

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO XX
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A. M. B u ch an an . S. Louis, Herder, 1923.
LIBRO TERCERO

VI DA I N T E L E C T U A L
SECCION L— LA CIENCIA DE LA VIDA INTELECTUAL

CAPITULO XXI

LA MENTE HUMANA

1. GAMA DE LAS FACULTADES HUMANAS.— El grado más ele­


vado de conciencia, dentro de los seres pertenecientes al universo,
lo hallam os en el hom bre. Además de su capacidad para vivir y
reproducirse que com parte con la planta, y para sentir, que com ­
parte con el anim al, él puede pensar y desear. Su ciencia y su sa­
biduría son las form as de conocim iento más elevadas que en con ­
tram os entre las creaturas terrenales, del mismo m odo que su ca ­
pacidad de escoger y de m odelar su propio destino es la manera más
perfecta de m anifestar las apetencias. Conoce la naturaleza de las
cosas que le rodean y tam bién su propia esencia, y basándose en
esto, es capaz de construir un sistema de conocim ientos que u n ifi­
que todos los datos de la experiencia. Luego, con el conocim iento
com o guía, puede establecer ciertos designios prácticos e ideales que
darán sentido a todos sus esfuerzos conscientes. Finalm ente, le es
posible alcanzar la m eta que se ha fijado mediante la com prensión
inteligente de sus deberes, la constancia en sus propósitos y el valor
para enfrentarse con los obstáculos que se le presenten. El pensa­
m iento y la voluntad constituyen los contenidos específicos de la
mente hum ana, y es precisam ente de los que nos ocuparem os en
esta sección de nuestro libro.

2. METODOS DE ESTUDIO.— El pensam iento y la voluntad son


los actos m entales más difíciles de estudiar. Las observaciones or­
dinarias n o bastan para poner al desnudo los procesos de nuestros
m ecanismos m entales conform e producen una idea o alcanzan una
decisión. Los procesos vegetativos y las reacciones más simples de
los sentidos pueden ser m edidos hasta cierto punto y aun seguidos
de un m odo paralelo por medio de la experim entación, pero la fo r ­
m ación de un ju icio o una decisión desafía a todos los análisis m a­
tem áticos. Mas la capacidad para form ar un pensam iento abstracto
partiendo de los datos de la experiencia sensorial no puede ser es­
tudiada tal com o estudiam os nuestras percepciones o nuestras em o­
ciones. No hay fórm ula para calcular de qué m odo va a responder
el hom bre a los estím ulos ambientales. Esto no significa que los
m étodos experim entales no sean aplicables en absoluto a los nive­
les del pensam iento y de la volición. Quiere decir, sin em bargo, que
debe ponerse un cuidado extrem ado en proyectar una técnica in -
BHENNAN, 19
290 La mente humana

trospectiva adecuada para alcanzar las profundidades de estas en­


tidades impalpables. Pues debe quedar claro para todo investigador
que el autoanálisis, o la exploración de la propia conciencia, es el
único m étodo adecuado para aprender algo acerca de dichas pro­
piedades inm ateriales de la m ente y de la voluntad y de sus igual­
mente inm ateriales— aunque no por eso menos reales— contenidos.
Para m uchos psicólogos, sin em bargo, especialmente para los de
la escuela behaviorista, cualquier cosa que requiera a la conciencia
para establecer su realidad se considera inútil y carente de inte­
rés 1, en cuyo caso, por supuesto, el behaviorista no se considera
obligado b a jo ningún aspecto a estudiar dichos fenóm enos. Pero por
m ucho que se esfuercen los psicólogos m odernos en restar im por­
tancia a los datos puram ente mentales, no les será posible modificar
el h ech o esencial de que las operaciones intelectuales de la con­
ciencia son las más im portantes de todas para el hom bre, puesto
que son los únicos actos que lo diferencian de los animales. Ignorar
estos hechos o considerarlos inabordables por la investigación cien­
tífica no im plica que n o sea posible com prenderlos por m edio de una
larga y laboriosa introspección y de que de ello no se deriven felices
consecuencias. Considerándolos, pues, material asequible a la inves­
tigación, el problem a no reside en si la psicología ha de internarse
en terreno que, según algunos, no le es propio, sino más bien en
cóm o puede extender los m étodos científicos a las regiones en las
que no se puede emplear un criterio de estrecha exactitud.

3. CONCEPTO DE INTELIGENCIA .— En el tema del instinto hi­


cim os referencia a algunas observaciones de la psicología comparada
en relación con el sentido de la inteligencia. Desde el com ienzo del
siglo ha crecido el interés en relación con el problema de la inte­
ligencia, especialm ente la del hombre. La labor de A l f r e d B i n e t im ­
pulsó una larga serie de experiencias cuyo fin era clasificar los dis­
tintos niveles intelectuales en el hom bre 2. Gran parte de la inves­
tigación, sin em bargo, se ha encam inado a la determ inación de
criterios externos de inteligencia, tales com o la capacidad de eje­
cución de tareas dentro de varios campos, la habilidad para hallar
la propia vocación, para adaptarse de un m odo adecuado a las cir­
cunstancias, para m antener la posición y el prestigio en la vida, etc.,
más que al problem a de m ayor im portancia de hallar qué es en sí
mismo y cóm o actúa en la acum ulación de conocim ientos. Una no­
table excepción a esta regla es la contribución de C h a r l e s S p e a r m a n
y su escuela. Este investigador h a hecho un sincero esfuerzo por
rehabilitar el térm ino inteligencia y darle la im portancia que tuvo
en los tiem pos de A q u in o y A r i s t ó t e l e s 3. Pues las enseñanzas de

1 El principal sostenedor de esta opinión es J. B. W a t so n , el padre del


behaviorismo. Ver su obra: Behaviorism. N. Y. Norton. Edición revisada,
1930, c. 1 y 10.
3 B i n e t . A.: Etude expérímentale de VIntelligence. París, Schleicher, 1903.
s S p earm a n , C.: The Nature of Intelligence and the Principles of Cogni­
tion. London. Macmillan, 2,1 edición, 1927, c. 1.
Principios de la inteligencia 291

los escolásticos sobre el sentido de la inteligencia quiaá sean la he­


rencia más preciada que nos ha dejado la psicología tradicional, y
ja falta de los investigadores m odernos en apreciar su significado
para la econom ía de la vida hum ana ha resultado ser un obstáculo
para el progreso de la investigación.
En sentido estricto, la inteligencia es el hecho de ser inteligente,
tal com o la Justicia es el h echo de ser justo. Además, si la inteli­
gencia, com o una con dición habitual, es constante y perdurable, tam ­
bién se incluyen dentro de ella los actos intelectuales de que está
form ada. De cualquier modo, para ser inteligente es necesario poseer
un intelecto, y ambos térm inos, tal com o señala S a n t o T o m á s , se
derivan del latín intus legere (leer dentro), y su justeza descriptiva
puede ser apreciada por el h ech o de que la fuerza del intelecto nos
permite ir más allá de las apariencias externas de las cosas y a l­
canzar su naturaleza o esencia. El intelecto, en resumen, es la capa­
cidad para la abstracción. P or m edio de ella podem os generalizar
y llegar a captar la sustancia subyacente a los accidentes. las causas
que hay tras los efectos, los fines rem otos hacia los cuales pueden
dirigirse las actividades pasajeras y m om entáneas Vemos, pues,
que el concepto de inteligencia de A q u i n o es claro y carente de am ­
bigüedad y que concuerda en sus aspectos generales con el de A r i s ­
t ó t e l e s . Pero en las m anos de hom bres menos capaces este térm ino
estaba destinado a convertirse en una fuente de confusiones y de
errores. En sus fases degenerativas finales se le hizo sinónim o de
cualquier tipo del proceso cognoscitivo, incluso de la sensación y la
m emoria, y se aplicó igualm ente al hom bre y al animal. No es sor­
prendente entonces, com o indica S p k a r m a n , que la busca por parte
de los psicólogos m odernos de algún significado específico que atri­
buir a la inteligencia haya term inado en fracaso, ya que el hom bre
ha olvidado o pretendido ignorar que él es el único ser capaz de
com prensión 5.

4. PRINCIPIOS DE LA INTELIGENCIA.— En el sistema de S anto


T omás, el mismo intelecto es capaz de producir estos tres efectos:
la simple aprehensión, que es el concepto o térm ino m ental; el juicio,
que une o separa conceptos, y la inferencia, que com para los ju i­

4 In Petrí Lombardi Quatuor Libros Sententíarum, 1. III, d. 35, q. 2, a. 2;


q. 3, solución 1; S, T., p. I, q. 79, a. 10; p. II -m , q. 8, a. 1.
Para S a n t o T o m á s , e l concepto esencial de inteligencia humana se basa
en la capacidad de abstracción. No se detiene aqui, sin embargo, en su
análisis. Desde el punto de vista del objeto, la inteligencia se ejerce adecua­
damente en la naturaleza de las creaturas corpóreas, e s decir, de seres com­
puestos (como él mismo) de materia y forma. Pero sólo se ejerce de un
modo exhaustivo en la consideración de la verdad infinita y absoluta. En
resumen, la definición correcta de la inteligencia humana se centra en e l
concepto de capaz abstractionis, o poder de abstraer ideas de los datos
sensibles; pero su definición perfecta está nada menos que en su capaz
Infinitt, o capacidad para obtener el conocimiento de la Verdad, es decir,
de Dios. Para las doctrinas de Aquino sobre este punto, ver: S. T., p. I-H,
q. 2, a. 8, r. a obj. 3; q. 3, a. 8; q. 5, a. 5, r. a obj. 2.
5 Spea r m a n , C.: Op. cit., pp. 19-20.
292 La mente humana

cios entre sí y llega a conclusiones. Así, la mente empieza «por


aprehender o captar algo relativo a su objeto, com o su pura esen­
cia, siendo éste el objeto prim ero y propio de la inteligencia. Luego
viene la fase de com prensión de las propiedades y los accidentes que
rodean y circunscriben la esencia— en la que se hace necesario com ­
parar una cosa con otra por m edio del análisis o la síntesis— . Final­
m ente, com o consecuencia de esta actividad com parativa, surge otra
operación que es el proceso del razonam iento» 0
Como fon d o a esta discusión de los fenóm enos mentales sería
útil m encionar la labor del psicólogo factorial, que estudia la inteli­
gencia por el procedim iento de los tests. Según S p e a r m a n , la mente
hum ana es una potencia esencialm ente creadora. Aparte de sus con­
tactos con el m undo objetivo, puede elaborar nuevos contenidos, que
a su vez dan origen a otros nuevos. El estudio cuidadoso de su modo
de actuar dem uestra que está regida por tres principios, que repre­
sentan tanto la extensión com o las lim itaciones de su poder crea­
dor: prim ero, el de la aprehensión de experiencia, según el cual
cualquier experiencia consciente im plica un conocim iento tanto de
los atributos del ob jeto que la producen com o del sujeto que la ex­
perim enta; segundo, el de la educción de relaciones, en virtud del
cual la presencia de dos o más ideas dentro de la conciencia tiende
inm ediatam ente a originar el conocim iento de la relación o no re­
lación existente entre ambas, y tercero, el de la educación de corre­
latos, en el que la presencia de una idea y de una relación en la
m ente tiende de inm ediato a producir el conocim iento de algún
h ech o corre la tiv o 7. Si estos principios representan a nuestras fun­
ciones intelectuales básicas, tal com o lo han revelado las investi­
gaciones experimentales, parece que el tan deform ado sentido del
intelecto hum ano h a recobrado algo de su prestigio original, y que
la ciencia y la filosofía están descubriendo gradualmente una base
com ún sobre la que plantear el problem a de & inteligencia de un
m odo más provechoso y adecuado.
No depende sólo de los trabajos de S p e a r m a n y sus colaboradores
la confirm ación de la doctrina tradicional. Otros investigadores se
inclinan tam bién por las opiniones de A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s .
Vemos, por ejem plo, que L e w i s T e r m a n , uno de los m ejores inves­
tigadores en el terreno de la inteligencia, afirma que: «un individuo
es inteligente en relación con su capacidad para el pensamiento
abstracto» ®. El D octor Angélico estaría profundam ente de acuerdo
co n esta afirmación. T al com o S p e a r m a n señala, también, la concep­
ció n 'de la inteligencia que aparece en los escritos de A q u i n o y del
Estagirita puede utilizarse para form ular una definición científica.
Su criterio, capacidad de abstracción, es más libre, en todos los
sentidos, que el criterio am biguo y oscuro de térm inos tales com o

6 S. T., p. I, q. 85,' a. 5.
7 S pearm an, C. : Op. cit., pp. 341-43.
8 T e r m a n , L C., con E. L. T h o r n d i k e y otros : «Intelligence and Its Measu­
rements; a Symposium*. Journal of Educational Psychology, 1921, 12, pa­
ginas 123-212.
Bibliografía 293

adaptabilidad, capacidad para adaptarse con éxito, capacidad para


ser educado (todos los cuales, en mayor o m enor grado, pueden apli­
carse tanto al anim al com o al hom bre), que deform an las discusiones
de los m odernos sobre el problem a de la inteligencia 9.

BIBLIOGRAFIA AL CAPOTTLO XXI


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• S peabm am , C.: The Abilities of Man. N. Y. Macmillan. 1927. pp. 21 y 22.


CAPITULO XXII

EL PROCESO CONCEPTUAL

1. SIGNIFICADO DEL TERMINO CONCEPTO — Según S a n t o


T om ás,el c o n c c p t o es un contenido individual conscien te que rep re­
sentadla esencia cle un objeto. El objeto propio del intelecto, en el
caso del hom bre, es siem pre- la esencia de una sustancia corpórea,
puesto que él m ismo es un com puesto de m ateria y fo r m a 1 Como
principio cognoscitivo, el concepto se denom ina tam bién idea. Como
principio activo, por ejem plo, en la m ente de un artista se le conoce
por ejem p la r2. Difiere de los productos de los sentidos externos e
internos a causa de sus propiedades impalpables y universales. La
función del concepto es revelar la naturaleza de las cosas, tarea que
está evidentem ente más allá de los límites de los sentidos. D icho
por A q u i n o : «Los sentidos externos no captan la esencia de los ob ­
jetos, sino únicam ente sus accidentes. De igual modo, los sentidos
internos sólo con ocen las im ágenes de los cuerpos. El intelecto es
el único que penetra en la esencia de las cosas» 3. La labor del in­
telecto se define, en sentido estricto, com o la abstracción de lo con ­
creto, y puesto que im plica una penetración o bien un progreso desde
el conocim iento de los accidentes al de la naturaleza o sustancia,
utilizamos el térm ino in telecto de un m odo correcto para descri­
bir la capacidad de form ar conceptos. Su actividad va de lo par­
ticular a lo general o de lo concreto a lo universal; por ejem plo,
de la percepción y la im agen del rojo de una rosa a la idea de rojo,
y con un conocim iento más am plio de sus propiedades, al concepto
de rosa.
En la psicología de Aqutho, el intelecto está form ado por dos po­
deres distintos que efectúan la doble tarea que es necesario llevar
a cabo en todo proceso conceptual. Así, el in telecto activo prepara
los materiales sum inistrados por los sentidos para su conversión en
ideas. El objeto, tal com o se presenta en la imagen, es todavía algo
concreto y sólo com prensible potencialm ente. Para hacerlo realm en­
te com prensible necesitam os una potencia especial que sea capaz
de elevar los datos sensoriales a un nivel apropiado a nuestra ca­
pacidad de com prensión. La fu n ción del intelecto activo es, pues, la
de despojar al contenido sensorial de todos sus aspectos m ateriales

1 S. T„ p. I, q. 84, a. 7; q. 85, a. 2, r. a obj. 2.


- S. T„ p. I, q. 15, a. 2 y 3; D. V., q. 3. a. 3.
3 S. T., p. I, q. 57, a. 1, r. a obj. 2. Ver también: C. G., L. n , c, 66;
D. S. C., a. 1
296 Proceso conceptual

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Proceso conceptual 29T

e Individuales, con el fin de captar en su pureza la esencia del ob­


jeto. Sin em bargo, se reserva al in telecto posible la tarea com pren­
siva. Esta se lleva a cabo dando expansión consciente a la esencia
que ha sido abstraida por el intelecto activo y plantada, com o una
semilla dentro de su seno. La germ inación de la semilla corresponde
a la génesis de la idea, por m edio de la cual comprendemos.
La prim era form a de intelecto se denom ina activa, porque abs­
trae la naturaleza universal de los datos concretos de los sentidos,
creando una form a inteligible. La segunda clase de intelecto recibe
el nom bre de posible, porque posee en potencia todas las cosas in te­
ligibles, especialm ente la form a inteligible que el intelecto activo
siembra en su interior, fertilizándolo con el germen de la id e a 4.
La necesidad de estos dos intelectos para la form ación del con ­
cepto puede ilustrarse m ediante una simple analogía relacionada con
la visión. Un ob jeto que se encuentra en una habitación oscura sólo
es visible en potencia hasta el m om ento en que se da la luz, h a ­
ciéndose entonces visible realmente. Pero sólo es visible después que
se ha form ado su im agen en la retina ocular y el centro cortical
ha sido estim ulado por un impulso nervioso. De un m odo sem ejante,
los datos sensoriales son sintetizados en percepciones e im ágenes
por los sentidos internos y son sólo com prensibles en potencia hasta
el m om ento en que caen dentro del medio de acción del intelecto
activo, b a jo cuya luz se hacen com prensibles de un m odo efectivo.
No son, sin em bargo, com prendidos hasta que el ojo del intelecto
posible haya sido inform ado por la especie inteligible que le es p re­
sentada por el intelecto activo, después de lo cual ésta responde
creando una idea, que es el m edio de com prensión, o, m ejor dicho, el
m edio que utiliza el intelecto hum ano para captar la esencia de un
objeto percibido por los sen tid os5.

2. EL PROCESO CONCEPTUAL.— Haciendo m em oria de lo que


acal>amos de decir, podem os estudiar a continuación las cuatro f a ­
ses necesarias para la producción de un con cepto: primero, la im ­
presión del objeto en el órgano receptor sensorial; segundo, la fo r ­
m ación de una im agen o fantasm a por el sentido in tern o; tercero,
abstracción de su esencia por el intelecto activo, y cuarto, produc­
ción del concepto por el intelecto posible. Examinemos este proceso
en detalle.
El conocim iento, com o ya sabemos, supone una separación entre
la form a y la m ateria; y el conocim iento intelectual parte de do»

* S T., p. I, q. 78, a. 1; q. 79; q. 80, a. 1.—C. D. A., L. III, lee. 7-10.—


Jn Petri Lombardi Quatuor Libros Sententiarum, L. II, d. 17, q. 2, a. 1;
D. A., a. 14; D. U. I., c. 5 y 6; D. S. C., a. 9 y 10; C. T,, c. 81, 83, 87, 88.
5 D. A ., a, 15; D, S. C., a. 1 y 2; In Petri Lombardi Quatuor Libros Sen-
tentiarúm, L. III, d, 14, q. 1, a. 1, pregunta 5, solución 2. Como indica A r i s ­
tóteles (De Anima, L. I, c. 4): «Decir que es el alma la que está encoleri­
zada es lo mismo que decir que es el alma la que teje una tela o cons­
truye una casa. Por esta razón, pues, es preferible evitar afirmaciones tales
como que el alma se apiada, o bien que el espíritu aprende o que razona,
sino que el hombre las ejecuta por medio de su alma.»
298 Proceso conceptual

sentidos. Ahora bien, el objeto de los sentidos consta de dos ele­


m entos físicos: m ateria y form a. Este produce una impresión o una
serie de ellas sobre un receptor sensorial, surgiendo com o conse­
cuencia una respuesta vital, y en el curso de su actividad, una form a
intencional del ob jeto (distinta de su form a física) es generada por
la potencia sensorial. El propósito de dicha form a es determinar
la potencia cognoscitiva. Puesto que los objetos en general se pre­
sentan ante varios sentidos, según sus diferentes cualidades sensi­
bles, varias form as intencionales son originadas. Todas estas sen­
saciones originadas son unificadas por el sentido com ún y se con ­
vierten a su vez en un estím ulo para la form ación de fantasm as o
im ágenes por las facultades representativas: im aginación, memoria
y sentido estim ativo o cogitativo. Lo que nos interesa de los fan ­
tasmas en relación con el proceso conceptual es que éstos son pro­
ductos de síntesis y que cada uno, com o dice S a n t o T o m á s , es una
idea en potencia. Esto significa que la inform ación carente de con ­
figuración que llega a la con cien cia a través de los sentidos debe
ser unificada por los sentidos internos antes de que el intelecto pueda
actuar sobre ella.
El fantasm a es, pues, el verdadero punto de partida, en el orden
natural, para todas las operaciones intelectuales. Basta con su pre­
sencia para que la m ente em piece a actuar. En el m om ento en que
aparece, el intelecto activo com ienza su labor de abstracción des­
pojan do al fantasm a de todas las cualidades materiales que repre­
sentan al ob jeto com o algo concreto y particular, y luego por medio
de la capacidad de intuición y de penetración llega a la esencia
que yace más allá de los rasgos que individualizan al objeto. La na­
turaleza desnuda que surge entonces es considerada tam bién como
una form a intencional, pero difiere de la form a intencional produ­
cida por los sentidos, pues m ientras esta últim a representa al objeto
aún individualizado, en aquélla se halla despojado de estas carac­
terísticas. O bien, de otro m odo: si la especie, sensible producto de
ios sentidos, representa al objeto con cretam en te, la especie inteli­
gible form ada por el intelecto activo lo representa de un modo abs­
tracto. En resumen, la especie o form a intencional de los sentidos
es de naturaleza m aterial, puesto que se origina por una energía
material, y la del intelecto activo, en cam bio, es inm aterial. Con la
producción de dicha form a inm aterial, el intelecto posible tiene aho­
ra un estím ulo que puede despertar sus propias energías inm ateria­
les. Una vez que ha sido fecundado por la especie de intelecto activo,
es capaz de expresar su poder creador dando origen al con cepto: el
contenido consciente que representa la esencia del objeto conocido®.
6 S. T„ p. I, q. 75, a. 2 y 5; q. 76. a. 1; q. 84; q. 85; a. 1 y 2. C. G., L. II.
c. 59-78; c. 96. En el capítulo 73, S a n t o T om ás enumera las facultades en
las que aparece el fantasma mediante el cual se produce la abstracción.
Estas son: imaginación, memoria y sentido estimativo o cogitativo. En
resumen, todas las facultades representativas.
C. D. A., L. m , lect 3-8; D. V., q. 10, a. 4, 5, 6, 8, D. V-, a. 3, 5 y 20.
C. T ., c . 38. A q u í S a n t o Tom As n o s e x p lic a p o r q u é e s l ó g i c o h a b la r de
concebir u n a i d e a : « N o s r e f e r im o s a q u e a l g o h a s id o c o n c e b i d o d e u n
Conocimiento intelectual 299

Una teoría com o ésta evita dos extrem os: primero, el de suponer
que nuestro conocim iento sea un com plejo de sensaciones e im áge­
nes, y segundo, el de explicar nuestros procesos mentales sin re fe ­
rencia alguna a las funciones sensoriales. Lo prim ero representa la
tradición de D e m ó c r i t o en la psicología, y lo segundo, la postura de
P l a t ó n . N o es necesario casi aclarar que las enseñanzas de S a n t o
T o m á s se derivan de la psicología de A r i s t ó t e l e s .

3. PAPEL DEL FANTASMA EN EL CONOCIMIENTO INTELEC­


TUAL.— Aunque los sentidos y el intelecto cooperan en la producción
del concepto, la dependencia de este últim o respecto al prim ero es
de índole objetiva. Esto significa que la labor de los sentidos es
simplemente la de producir al intelecto el material que term ina en
la form ación del fantasm a, que es el dato con el que el intelecto
activo trabaja. Una vez que el fantasm a se ha producido, no ne­
cesitamos utilizar las sensaciones y percepciones que le dieron ori­
gen, puesto que las im ágenes pueden ser retenidas y evocadas. Lo
que nos interesa recalcar es la falta absoluta de proporción entre
el fantasm a, que es con creto y particular, y la idea, que es abstracta
y universal. Sin em bargo, esta idea depende enteram ente del fa n ­
tasma, puesto que es sólo a través de él com o la mente tom a c o n ­
tacto con el objeto. Hasta donde nos es posible verificar, el intelecto
nunca opera sin emplear imágenes. Como A r i s t ó t e l e s sostien e: «Para
el alm a pensante, los fantasm as significan lo mismo que el objeto
para los sentidos.» Pero está claro que la sensación no es posible sin
la presencia del objeto que estimula los sentidos, por lo que concluye
el Estagirita: «No puede haber pensam iento sin la presencia de un
fantasm a» 7. S a n t o T o m á s m antiene tam bién esta misma opinión, y
en favor de ella señala en prim er lugar la tendencia general de la
mente de aducir ejem plos palpables cuando desea aclarar una idea;
en segundo lugar, nuestra costum bre de intentar visualizar cosas
que es imposible ver, com o, por ejem plo, la energía, la potencia, la
sustancia, y en tercer lugar, el hecho de que los ciegos de nacim iento
no poseen la idea del color, puesto que carecen de fantasm as de d o n ­
de abstraería s.

modo fisiológico cuando se ha formado en el seno materno por medio del


principio activo o masculino y el receptivo o femenino y cuando lo que se
ha concebido se asemeja a ambos progenitores. Lo que concebimos en la
mente se forma alli por medio del movimiento activo del objeto y el pasivo
de la mente, y el concepto posee rasgos tanto del objeto como mentales.» El
objeto fertiliza o impregna la mente, es decir, al intelecto posible, mediante
la especie inteligible del intelecto activo.
B r e n n a n , R. E., O. P.: Thomistic Psychology. N. Y. Macmillan, 1941, pá­
ginas 17&-86, ed. esp. Morata, Madrid, 1960. A d lee , M . J .: What Man ha*
Made of Man. N. Y. Longmans Green, 1937, pp. 52-53
7 De Anima, L. III, c. 7. También c. 8.
8 S. T. p. I, q. 75, a. 2, r. a obj. 3; q. 84, a. 3 y 7; D. A., a. 15; C. D. A.,
L. III, lect. 13; C. T., c. 82; E. B. T., q. 6, a. 2, r. a obj. 5.
S a n to T omás hace la concesión a una potencia obedencial en el intelecto
de concebir conocimientos sin conversión a fantasmas, pero esto no sucede
corrientemente, ni en nuestra existencia actual. Sobre este punto, ver:
300 Proceso conceptual

La dependencia natural del intelecto respecto a los sentidos es.


simplemente expresión de una dependencia más general de la mente
respecto a la materia, o del alma respecto al cuerpo. Este es un punto
crítico en la doctrina del D octor Angélico, por lo que le dedicaremos
un com entario especial. A ristóteles sostiene que n o es el intelecto
el que com prende, sino el hom bre, m ediante su intelecto. El hombre
está form ado por la unión del alm a y el c u e rp o 9, por lo que este
últim o tam bién participa en la form ación del pensamiento. El hecho
es que ninguna idea surge en la conciencia sin que se haya produ­
cido un largo proceso previo en el que tanto las funciones vegetati­
vas com o las sensitivas han tom ado parte. La experiencia, «que pro­
viene del recuerdo» 10, es un lento producto de ambas clases de sen­
tidos, tanto los externos com o los internos, y la fisiología está en la
base de todas estas actividades. De ello se deduce que no es sólo
desde la perspectiva de los procesos orgánicos, sino en correlación
con ellos com o nuestras operaciones intelectuales se üevan a cabo.
Santo T omás afirma que nadie puede pensar, aun cuando evoque
ideas previam ente adquiridas, sin convocar para ello un conjunto
de im ágenes, recuerdos y em ociones que form an el m edio cultural
de sus procesos intelectuales.
Además, cuando deseamos despertar una idea en otra persona,,
¿cóm o lo hacem os? Utilizando una palabra o un signo que impre­
siona su oído o su vista en prim er lugar, actúe luego estimulando
su im aginación, su m em oria y sus em ociones y creando asi el medio
para que descubra ella nues.tra idea y la posea com o propia. Desde
este punto de vista, es sólo a través del cuerpo com o podemos c o ­
m unicarnos con la mente. Al m ism o tiempo, A quino insiste con igual
vehem encia en que el poder del intelecto en sí, traducido en sus
actos de abstracción y de com prensión, es por com pleto inmaterial.
La m ateria y la inteligencia evidentem ente son polos opuestos, y es
sólo cuando la im agen o fantasm a se libera de todos sus rasgos ma­
teriales cuando lo que posee de com prensible en potencia se hace
efectivam ente com prensible y contribuye así a la form ación de la
idea i 1.

4. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.—Las investigaciones efectua­


das tanto en el cam po de la psicología norm al com o en el de la
patológica han confirm ado las observaciones de A quino sobre el ca­
rácter general de nuestros conceptos. Una sensación auditiva no

S. T., p. I, q. 89, a. 2; p. III, q. IX, a. 2; q. 34, a. 2, r. a objt. 3. Aun en la


tierra (pero sólo de un modo sobrenatural) le es posible al intelecto, ilu­
minado por la fe y perfeccionado por el don de la comprensión, «recibir
las verdades propuestas por Dios, sin la participación normal de los fan­
tasmas o imágenes corpóreas». Estas serian, por supuesto, las experiencias
místicas de los santos. Ver: S. T., p. II-ET, q. 8, a. 8.
* De Anima, L. I, c. 4 (traducido antes).
10 A r istó tele s : Posterior Analyties, L. II, c. 19.
11 S. T., p. I, q. 76, a. 2, r. a obj. 3; D. V., q. 19, a. 1; q. 26, a. 3, r. a obj. 12.
B e r t i l l a n g e s . A., O. P.: The Intelectual Life. Trad. por M. R y a n . Cork. Mer-
cier. Press, 1946, pp. 33-34.
Estudios experimentales 30t

estructurada, por ejem plo, se convierte en una percepción sintetizada


de una palabra, en una im agen verbal y, por último, en una co m ­
prensión significativa cuando el intelecto actúa sobre ella. No pode­
mos negar ninguna de estas fases. Más aún, el significado de térmi­
nos abstractos com o virtud, maternidad o sabiduría no proviene de
la cualidad tonal de la palabra en cuanto a tal. Toda sensación,
percepción o im agen es concreta y particular, m ientras que el con ­
cepto es esencialm ente universal, sin lim itaciones tem poroespacia-
les, puesto que su contenido puede aplicarse sin m odificación a cual­
quier ejem plar dentro de un grupo determinado. Este es el aspecto
más im portante confirm ado por la labor experimental, y ello esta­
blece una jerarquía y distinción entre los acontecim ientos cogn osci­
tivos de orden sensible y m aterial, de un lado, y los intelectuales,
que son inmateriales, del otro.
Los trabajos de A ugust M esser y K arl B ühler, especialmente de
este últim o, han conducido a la form ulación de la teoría del p en ­
sam iento sin im ágenes. Se han planteado grandes discusiones res­
pecto a esta teoría, pero una lectura objetiva de los descubrim ientos
sobre los que se basa, nos indica que los procesos conceptuales, aun­
que sujetos a la introspección, no son en sí de carácter sensorial o
imaginativo. En otras palabras, en la elaboración de la idea de un
objeto hay algo más que la im agen fantasm al que acom paña al pro­
ceso. A lfred B inet había llegado anteriorm ente a la misma con clu ­
sión en sus experim entos sobre la inteligencia de sus hijas, y R obert
W oodworth ha corroborado esta opinión desde entonces. Otros in ­
vestigadores han negado el carácter irreductible del concepto. J ohn
W atson, por ejem plo, que lo considera producto de la actividad re­
añeja, y Edward T itchener, que m antiene que es sólo una sensación
volatilizada, o una im agen débil y evanescente. Sin embargo, el ba­
lance de pruebas expuestas por los Investigadores se inclina a favor
de la opinión de B ühler 12.
Esfuerzos posteriores han sido realizados para verificar la necesi­
dad del fantasm a en la producción del concepto, pero los resultados
han sido vagos, a juzgar por la inform ación de los sujetos sobre los
que experim entó. Algunos de ellos, según Bühler, experim entaron
pensam ientos carentes de imágenes, mientras que otros afirmaron la

12 B ühler , K . : «Tatsachen und Problema zu einer Psychologie der Denk­


vorgänge». Archiv für die gesamte Psychologie: I. «Uber Gedanken», 1905,
9, pp. 297-3S5. II. über Gedamkenzusammenhänge», 1908, 12, pp. 1-23. UL
über Gedankenerinnerungen», 1908, 12, pp. 24-92.
«Eine Bemerkung zu der Diskussion über die Psychologie des Denkens».
Zeitschr. für Psychologie, 1919, 82, pp. 97-101.
«Antwort auf die von W. Wundt erhobenen. Einwände gegen die Me­
thode der Selbstbeobachtung an experlmentell-erzeugten Ergebnissen». Ar­
chiv für die gesamte Psychologie, 1908, t. 2, pp. 93-123.
B i n e t , A.: V Etude experimentóle de VIntelligence. Paris, Schleicher, 1903.
W o o d w o r t h , R. S.: «Imageless Thought». Journal of Philosophy, 1906. 3.
pp, 7 0 1 -0 7 . W a t s o n : Op. c it., c . 10 y 11.
T i t c h e n e r , E. B.: Lectures on the Experimental Psychology of the
Thought-Processes. N. Y. Macmillan, 1909, lect. 4.
J3 W ellw oll, A.: Die Begriffsbildung. Leipzig, Hirzel, 1926.
302 Proceso conceptual

presencia de dichas imágenes, sobre todo durante los procesos pro­


longados de ideación. A l e x a k d e r W i l l w o l l ha revisadodetallada­
mente los descubrim ientos de
B ü h le h , y su interpretación confirma la
opinión de S a n t o T om á s sobre la necesidad ontológica del fantasma
en el proceso ideativo, necesidad, en fin, perfectam ente lógica para
el hom bre, puesto que su alma intelectual es tam bién la form a de su
cu e r p o 13. El éxito en esta clase de experim entación reside, según mi
opinión, en estos dos factores: primero, en el tipo de material sobre
el que el sujeto efectúe la introspección, y segundo, en la habilidad
y com prensión con que déla inform ación. Debería empezarse, tal
com o L in d w o h s k y indica, por los objetos más corrientes de nuestra
experiencia y efectuarse una revisión muy m inuciosa de la manera
exacta com o reconocem os estos objetos. Por ejem plo, si examinamos
un caballo, se nos hacen evidentes varios hechos: su tamaño, su
form a, sus cuatro patas, su larga cola, sus orejas cortas, etc. Algunos
de estos caracteres se aplican a todos los caballos, otros, sólo a cierto
núm ero de ellos, otros a cualquier otro animal. La suma total de
todos los rasgos aplicables a todos los caballos representa nuestro
concepto de este animal. Los rasgos que pueden aplicarse a todos
los caballos son de carácter general y no pueden ser reproducidos
en una im agen concreta. Sin em bargo, no pudieron obtenerse de
primer m om ento sin una im agen palpable del objeto. Estos hechos
incluyen tam bién factores relacionantes, tales com o la sem ejanza y
el contraste, y ellos, a su vez, sólo pueden ser captados por m edio de
la abstracción a partir de los contenidos de imágenes con creta s14.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO X II
Attimo, St. T.: Suma Teològica. Parte I, q. 79, arts. 2 y 3; q. 84, art. 7;
q. 35, arts. 1 y SL
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S. A. R aemers . St. Louis, Herder, 2.» ed., 1927, Libro I, Cap. 6.
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L in dw orsk y , J., S. J. : Experimental Psychology. Trad, por H. R. db S ilva .
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Wash bourne, 1934, VoL I, Parte n , Cap. 12. (Ed. esp. Morata, Madrid,
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B i l v a . N.„Y. Macmillan, 1931, pp. 251-52.
D e la V aissierb , J., S. J.: Elements of Experimental Psychology. Trad, por
S. A. R aemers , St. Louis, Herder, 2* edición, 1927, pp. 288-98.
CAPITULO XX1I1

EL PftOCESO DEL JUICIO

1. CARACTER DISCURSIVO DEL INTELECTO. — A quino afirm a


fu e el Intelecto no alcanza un conocim iento com pleto en su primera
aprehensión de las cosas. Por ser una form a unida a un cuerpo, la
mente hum ana requiere un esfuerzo repetido y persistente, captando
un rasgo, y luego otro, añadiendo una idea a otra antes de que pueda
lograr una Inform ación perfecta. No utiliza la Intuición, sino que su
m étodo propio es el discurso, m étodo de ir de una parte a otra, de
acercarse y alejarse, contem plar en detalle las cosas añadiendo una
idea a otra idea. Vemos, pues, que la Impresión original que la mente
obtiene de un objeto suele ser generalm ente tosca e imprecisa, por
lo que debe ir enriqueciendo sus conceptos y precisándolos mediante
juicios sucesivos. Un conocim iento determ inado de las propiedades y
accidentes, de aquellas cosas que «rodean y encubren la esencia» i,
tal com o dice S anto T omás, debe hallarse presente en la primera
aprehensión, antes de que el objeto sea captado de un m odo com ­
pleto y sintético.
Sin embargo, aun ante los seres más geniales, la realidad parece
tener un poder elusivo, un constante escapar ensanchando siempre
los horizontes con que en nuestros continuos avances tratam os de
delimitarla. Al m ism o tiem po que nutre y m antiene nuestra vida
mental, no es agotada p or ella. Tal com o L eón Noel observa aguda­
m ente: «La realidad precede al despertar de la m ente y precede
también todos sus pasos, hasta el últim o, conservando una indepen­
dencia que se realiza más com pletam ente conform e el pensam iento
progresa» 2. De m odo que después de una vida dedicada a la bús­
queda de los tesoros de la ciencia y la sabiduría., nos sentimos in cli­
nados a pensar, al igual que F a u sto 3, que n o hem os avanzado ni un
paso en el cam ino de la Verdad, que es infinita *.

2. CONCEPTO DE JU ICIO — Desde el punto de vista psicológico,


el ju icio «es la expresión consciente de las relaciones que concebim os
que existen entre ciertos o b je to s ». Y a que es una aprehensión de tipo
conceptual, posee un carácter abstracto que la distingue de inm e­
diato de las aprehensiones del anim al que se refieren siempre a ex­

1 S. T., p. I, q. 85, a. 5. Ver también: E. B. T., q. 5, a. 3.


3 N o e l, L.: The Realism of ST Thomas. Blackfriars, n o v . 1935, p . 827.
3 G o e t h e , W . : Faust. Trad, por A . G . L a t h a m . N. Y. Dutton, p. 54.
4 M a e i t a i n , J.: The Degrees of Knowledge. Trad, por B, W a i x y M. R.
A d a m s o n , N Y. Scribners, 1&38, p. 38 ss.
304 Proceso del juicio

periencias particulares captadas de un m odo concreto. Según Santo


Tomás, la form ación de un ju icio es un asunto de división o compo­
sición, puesto que niega o afirm a alguna cosa de otra. En este caso
precisam ente vemos la fu n ción única del intelecto, que es capaz de
«diferenciar elem entos que se hallaban unidos entre sí, o de unir
elem entos separados» 5. Existen tres factores im plícitos en todo jui­
c io : un sujeto, un predicado y la conciencia intelectual de su mutua
inclusión o exclusión. Decimos, por ejem plo, que «el cielo es azul», y
eada fa ctor expresado en la proposición— la idea de «cielo», la idea
de «azul» y la idea de la cópula «es»—representa el resultado del
proceso ideativo que hem os descrito en el capítulo anterior.
La fu n ción esencial del ju icio es, pues, la com prensión de la re­
lación su jeto-predicado; relación, repitám oslo, que puede ser de in­
clusión o de exclusión. A qdino llega a la raíz misma del proceso al
afirm ar: «El objeto propio de la inteligencia es la esencia de las cosas
m ateriales.» En todo ob jeto m aterial existe una doble composición.
La prim era es la de la m ateria y. la form a y a ésta corresponde la
acción com positiva del intelecto, en la que el todo universal es pre­
dicado de su parte (por ejem plo, cuando decim os: «el hom bre es
un anim al racional», ya aquí «anim al» es el todo genérico, del que
«racional» e «irracional» son sus partes especificadoras). La segunda
com posición es la de accidente y sujeto, y a ésta corresponde la a c­
ción com positiva del intelecto en la que un accidente es predicado
del sujeto del cual es inherente, com o cuando decimos el «hombre
es blanco» 6,
El asentim iento a un ju icio dado es cuestión distinta. Depende de
que la com posición o división de las ideas esté de acuerdo con nuestra
aprehensión de la realidad, o de que tengam os alguna razón externa
para afirm ar o negar lo que se expresa en el juicio. Por ejem plo, si
alguien afirm a «la Psicología es tanto ciencia com o Filosofía», com ­
prendem os la afirm ación perfectam ente, prim ero, porque sabemos
lo que es Psicología, y segundo, porque conocem os las definiciones de
Ciencia y Filosofía. Sin em bargo, nuestra com prensión del juicio no
significa necesariam ente que aceptem os la proposición com o verda­
dera. Lo que quiero señalar es que los m otivos para el asentimiento
pueden provenir de otras fuentes distintas de la evidencia interna,
tales com o nuestras preferencias, prejuicios, sentimientos, etc. Este
últim o fa ctor tiene especial im portancia, ya que los sentimientos se
suelen confundir frecuentem ente con los juicios mismos, cuando en la
realidad son sólo tendencias apetitivas, ya sea a favor o en contra
de las tendencias im plícitas en los hechos o m ovim ientos intelec­
tu a le s7.

3. PROCESO DEL JUICIO.— Tan pronto com o empieza a actuar el


intelecto, percibe espontáneam ente las relaciones existentes entre las
cosas. P or ejem plo, cuando exam inamos dos objetos, es natural hacer
S. T., p. I-II, q. 27, a. 2, r. a obj. 2.
■ S. T., I, q. 85, a. 5, r. a obj. 3.
7 M a r it a in , J,: Op. cit., p, 117 ss.
Concepto de juicio 305

alguna com paración entre ellos para determ inar sus sem ejanzas y
diferencias. Los hallazgos constituyen en este caso las relaciones
entre tales objetos. Es de este m odo com o descubrim os las propieda­
des com unes al hom bre y la bestia, juzgándolos entonces a ambos
com o animales, o bien pensamos en las propiedades características
del hom bre, juzgándolo entonces com o un animal racional. Algunas
veces, la relación se establece entre distintas cualidades de un m is­
mo objeto, com o en el caso ya citado, en el que la mente establece
un nexo entre la naturaleza hum ana y el color, al deeir: «el hombre
es blanco».
No debem os pensar, sin embargo, que cada vez que dos o más
hechos separados se presentan a consideración, la mente los coloque
inm ediatam ente uno al lado del otro para hacer patentes sus cuali­
dades características. Al contrario, se ha dem ostrado que podem os
no responder ante datos com parables. Por ejem plo, dos triángulos
iguales pueden ser presentados en un cam po visual ju n to con otras
figuras, sin que reconozcam os su sem ejanza. Esto nos suele suceder,
ya que la adquisición de nuevos puntos de vista o la profundización
en los ya conocidos es cuestión de ver las conexiones que no había­
mos pensado antes que pudiesen existir. De un m odo u otro, la c a ­
racterística fundam ental del ju icio es su consciencia intelectual de
las relaciones, consciencia a la que sólo se llega mediante la abs­
tracción. El mero conocim iento de que los objetos se relacionan entre
sí no es suficiente, puesto que aun el anim al es capaz de captar esto,
para que exista un verdadero ju icio, la relación ha de ser concebida
y debem os reconocerla com o diferente de los conceptos individuales
que se relacionan entre sí. Así, por ejem plo, el concepto de hom bre
es una cosa y el de blanco es otra. La esencia del ju icio está en el
acto de acoplar m entalm ente dos ideas p or m edio del térm ino «es»,
que es tam bién otro concepto igual que los anteriores.
Aún más sorprendente es la proposición com parativa. Si decimos,
p or ejem plo, que «una m ontaña es mayor que una topera», un nuevo
elem ento, la noción m ayor que, se añade a los conceptos de montaña
y topera, y este nuevo fa ctor es una creación puramente mental, algo
que, según S a n t o T o m á s , «no puede hallarse fuera de la mentes ®.
Debemos considerarlo más bien com o un desenvolvim iento de con te­
nidos mentales preexistentes, y representa una extensión ulterior de
nuestra capacidad innata de contem plar la realidad en su aspecto
universal. Resum iendo, pues, el proceso del ju icio constituye en el
fon do la unión del sujeto con el predicado, y la operación se co m ­
pleta en cuanto expresamos esta relación conscientem ente. La adi­
ción de palabras, m iradas o gestos no añade realm ente nada a la es­
tructura interna del juicio, puesto que éstos son sólo los signos sen­
sibles de algo que ya ha sido efectuado m entalm ente, pudiendo com ­
pararlos con el eco de una v o z 9.

a D. V., q. 1, a. 3, Todo este problema es de capital importancia para la


comprensión de la teoría de S a n t o T o m á s sobre el juicio.
9 L i n b w o k s k y , J ., S . J.; Experimental Psychology. Trad. por H. R. de
S i l v a . N. Y. Macmillan, 1931, pp. 268-72.
B H E N K A N , 20
306 Proceso del juicio

4. DISTINCION ENTRE CONOCIMIENTO SENSITIVO Y CONO­


CIMIENTO INTELECTUAL.— La distinción esencial entre los produc­
tos de los sentidos y los del intelecto puede estudiarse más ventajo­
sam ente al tratar del ju icio. En prim er lugar, la relación abstracta
que es la base del ju icio intelectual, es un contenido mentalmente
irreducible. Por su m ism a estructura, es general e impalpable. Las
percepciones y las imágenes, al contrario, siempre se refieren a ex­
periencias particulares y palpables. Tal com o dice Aristóteles: «Lo
que con ocen los sentidos es individual, lo que percibe el intelecto es
universal* 10. Y en su com entario sobre este pasaje, S anto T omás
señala: «La form a del objeto captada por los sentidos representa a
este objeto en su singularidad. La form a captada por el intelecto, al
contrario, representa a dicho objeto en su universalidad» n . Aun una
form a de conocim iento tan im portante com o es el conocim iento ins­
tintivo del animal, al que A quino considera una clase de juicio, no
se eleva por encim a del nivel de lo c o n c r e to 12.
Además, los datos de los sentidos siempre se refieren a las cuali­
dades materiales del universo, que representan de un m odo particu­
lar, m ientras qxie las ideas carecen de rasgos materiales, excepto de
un m odo figurado. El intelecto busca la esencia y no las cualidades
externas, aun en su trato con las sustancias corpóreas, que son su
objeto propio. Com o dice Santo T omás, la función de los sentidos es
la de «percibir las cualidades externas de las cosas, tales com o el
color, el sabor, la cantidad, etc., m ientras que el intelecto penetra
en el núcleo mismo del objeto. Y com o el conocim iento se efectúa
a través de la sem ejanza existente entre el sujeto que conoce y el
objeto conocido, se deduce de ello que debe existir cierta sem ejanza
entre el objeto presente en los sentidos y los sentidos mismos, por
una parte, y entre el intelecto y las esencias, por otra» w.
Finalm ente, vemos que los fenóm enos cognoscitivos de orden sen­
sorial poseen varios grados de intensidad. Una sensación, por ejem ­
plo, puede ser débil o fuerte, según la naturaleza del estímulo, y
existe adem ás un punto de saturación, más allá del cual el órgano
sensorial no puede ser estimulado. Pero hablar de intensidad o de
saturación del ju icio carece de sentido, puesto que la relación entre
el sujeto y el predicado es percibida o no percibida; si la relación
es falsa o verdadera, eso ya es otra cosa, pero sigue siendo cierto
que el juicio carece de grados de intensidad. S anto T omás señala, en
relación con esto: «La im presión de un objeto sobre un órgano sen­
sorial se acom paña de cam bios corporales, de modo que un estímulo
dem asiado intenso daña el órgano. Esto, sin embargo, nunca sucede
en el caso del intelecto, sino que, por el contrario, la m ente que capta
los objetos de más difícil intelección puede con m ayor razón captar
los que se hallan en un nivel m enos elevado.» Esto no significa, añade
A quino, que la m ateria carezca de influencia sobre la mente. Todos

10 De Anima, L. n , c. 5.
11 C. D. A., L. II, lect. 12.
« S. T., p. I. q. 83, a. 1.
C. G„ L. IV, c. 11.
Estudios experimentales 307

sabemos que cuando el cuerpo se halla fatigado, esto afecta nues­


tras operaciones intelectuales. Pero esto, nos dice S a n t o T o m á s , sólo
ocurre accidentalm ente, «en cuanto el intelecto depende de los sen­
tidos en las fases preliminares que conducen a la form ación de la
imagen» 14.

5. ESTUDIOS EXPERIMENTALES. — A causa de las dificultades


que surgen al volver sobre el proceso del ju icio una vez que éste ha
sido efectuado, los resultados de la experim entación no han sido del
todo satisfactorios. K arl M arbe 15 hizo un esfuerzo notable para es­
tudiar la estructura interna del juicio, pero sus hallazgos fueron en
su mayor parte negativos. Así, com probó que al com parar pesos, sus
sujetos no pudieron expresar cóm o llegaban realmente a las n ocio­
nes de «más pesado que» o más «ligero que», al estimar la diferente
presión que producían en sus m anos los objetos que sostenían. Lo
que registraron, sin embargo, fue el hecho de que a pesar de la
abundancia de sensaciones, im ágenes y otros datos de naturaleza
sensible, estos datos no parecían desempeñar ningún papel de im ­
portancia en la form ulación del ju icio. Tom ada en con ju n to con los
resultados de G eorg M üller 10 y sus discípulos, la labor de M arbh
confirm a también la doctrina tradicional de que el ju icio no consiste
en la com paración de las percepciones efectivas de un objeto con la
imagen revivida de otro, aunque sean los sentidos los que suministren
el m aterial con el que eventualm ente se form e el ju icio en la mente.
Por el lado positivo poseem os hechos experimentales que indican que
el ju icio está conectado con relaciones abstractas. Su carácter im ­
palpable y su irreducibilidad a fenóm enos de naturaleza sensorial han
sido establecidos por A ugust M esser, que perfeccionó la técnica de
M arbe; las conclusiones de M esser, a su vez, han sido confirm adas
por observaciones posteriores de B rentano y L indworsky 17. Los re­
sultados dem uestran que para un ju icio genuino, todo lo que se n e­
cesita es la conciencia de la conexión entre los contenidos cognosci­
tivos de la mente, en cuyo caso procedem os com poniendo y dividiendo,
com o describe A quino, esta actividad: form ulando juicios positivos y
negativos sobre las cosas y extendiendo nuestro conocim iento hacia
lo que no percibim os en nuestra primera aprehensión.
Naturalm ente, es com ún com eter errores, ya sea porque afirmamos
relaciones que no existen o porque negam os las que existen. Esto nos
conduce a la afirm ación de que tanto la verdad com o la falsedad se
hallan presentes solam ente en el ju icio y no en la percepción de las

14 S. T , p. I, q. 75, a. 3, r. a ob], 2.
15 M arbe , K.: Experimentell psychologische Untersuchungen über das
Urteil. Leipzig, Engelmann, 1901.
16 M üller, G. E., y M artin , L. R.: Zur Analyse der Unterschiedsempfind­
lichkeit. Leipzig, Barth, 1899.
17 M e s s e r , A.: «Experimentell psychologische. Untersuchungen über das
Denken». Archiv für die gesamte Psychologie, 1906, 8, pp. 1-224.
B r e n t a n o , P . : Von der Klassification der psychischen Phänomene. Leip­
zig. Dunker und Humbolt, 1911.
L in d w o r s k y , J„ S. J.: Loc. cit.
30S Proceso del juicio

esencias, y afortunadam ente nos es posible reconocer el error una


vez com etido. Pero, ya sea falso o verdadero, desde el m om ento en
que se lia efectuado una predicación, ha sido form ulado un juicio
genuino, y esto es lo que interesa en realidad al psicólogo i».

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXIII


Aqudío, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 85, arts. 5 y 6.
G b u e n d e b , H. S. J,: Experimental Psychology. St. Louis, Herder, 1932, pá­
ginas 359-81.
L i n d w o r s k y , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. d e S i l v a .
New York, Macmillan, 1931, Libro III, Cap. 8, Sec. 1.
M o o r e , T. V., O. S. B.: Cognitive Psychology, FUadelfla, Lipplncott, 1939,
Parte V, Cap. 3.

18 S. T., p. I, q. 17, a. 3, q. 85, a. 6.


CAPITULO XXIY

EL PROCESO INFERENCIAL

1, CONCEPTO DE INFERENCIA.—Como observa S a n t o T o m á s , si


nuestra m ente fuese capaz de captar la verdad de inm ediato, no
sería necesario el proceso del raciocinio. Pero no sucede así. Según
vimos en el capítulo anterior, el primer acto de la mente es la simple
aprehensión de la esencia de su objeto, que es seguida luego por un
conocim iento más detallado de sus propiedades, accidentes y dem ás
relaciones; desde los actos de com posición y división im plicados en
este proceso, el intelecto procede a nuevas com posiciones y divisio­
nes, estableciendo así el proceso del r a c i o c i n i o S i el juicio, pues,
surge de la com paración de conceptos, la inferencia es el resultado
de la com paración de juicios. Podemos definirla com o «la actuación
especial del intelecto por la que, partiendo de un conocim iento pre­
existente, logra la aprehensión de nuevas relaciones». Un ejem plo
gráfico lo tenem os en la novela policíaca de tipo analítico, en la que
se le dan al lector todas las claves y se le reta para que obtenga su
propia solución del caso. Evidentemente, la derivación de nuevos
contenidos m entales constituye una am pliación de nuestro horizonte
intelectual; no obstante, aparte de su origen, que representa una
em ergencia de in form ación adicional a partir de nuestro presente
bagaje de ideas, de inferencia no es esencialm ente diferente del ju i­
cio. El h echo de que podam os razonar así es una prueba clara de
nuestro derecho al título de hom o sapiens. D icho con las palabras de
S a n t o T o m á s : «El pensam iento es la operación propia del hom bre, el
acto que lo separa del resto de los animales, plantas y creaturas no
vivientes, ya que éste significa la ocupación de nuestra inteligencia
con ideas universales e incorruptibles» 2.

2. EL PROCESO INFERENCIAL. — Según S a n t o T o m á s , podem os


inferir precisam ente por la m isma razón que som os capaces de fo r ­
mular juicios, es decir, a causa de la capacidad del intelecto para
discernir las relaciones abstractas de las cosas. En am bos casos, el
proceso se resuelve por últim o en la tarea de unir o separar nuestros
conceptos m entalm ente. Puesto que no podem os llegar al con ocim ien ­
to com pleto de un objeto cualquiera por simple aprehensión, nos es
necesario analizar y sintetizar, dividir y com poner, y llegar mediante
este procedim iento a conclusiones que representan nuevos fenóm enos

1 S. T., p. I, q. 85, a. 5.
1 C. Q., L. II, c. 79.
310 Proceso inferencial

para la m ente. Este es el m étodo discursivo que, según A q u i n o , viene


a ser un m ovim iento de vaivén de nuestra m en te: «Todo movimiento
viene de algo anterior y se dirige hacia algo posterior; luego el
con ocim ien to discursivo significa que, partiendo de lo ya conocido,
llegam os a com prender lo desconocido, o sea, aquello que antes igno­
rábamos. Sin em bargo, si otras cosas son percibidas simultáneamente
en el objeto com prendido, por ejem plo, com o un objeto y su imagen,
son percibidos al m ismo tiem po en el espejo, en ese caso no se trata
de conocim iento discursivo» 3. Esta últim a sería una visión intuitiva
de la verdad, propia de los ángeles o los espíritus puros, pero no
lógica en el hom bre, que es un ser m aterial. El núcleo interno del
proceso inferencial consiste en una relación activa de dos o más
juicios. Asi, cuando el nexo entre una premisa y otra no se eleva al
plano consciente, no hay una inferencia genuina, sino una aprehen­
sión sucesiva de ideas. En cam bio, si se cree que existe una relación
intelectual positiva donde efectivam ente no hay ninguna, el hecho
mismo de que seamos conscientes de tal afinidad hace de la conclu­
sión una auténtica inferencia, aunque nuestro ju icio sea erróneo.
La m anera más segura de obtener la verdad de una proposición es
repetir el proceso lógico por m edio del cual hem os llegado a ella.
Este es el m étodo silogístico, que es simplemente una form a de ra­
zonam iento que se va probando paso a paso. Sin em bargo, n o es el
m étodo norm al que sigue nuestro pensam iento, y podem os llegar a
la verdad sin hacer uso de él. De hecho, corrientem ente se suele des­
cuidar u om itir premisas, o bien variar su orden. Aun estando ejerci­
tados, a veces llegamos a una conclusión sin percibir los elementos
lógicos que la precedieron 4.

3. EL PROCESO INFERENCIAL EN LA CIENCIA Y LA FILOSO­


F IA .—La distinción entre inducción y deducción carece de im portan­
cia desde el punto de vista psicológico, pues ambas son form as de
Inferencia basadas en la aprehensión intelectual de relaciones. Pero
com o la inducción tom a com o punto de partida datos concretos y
operando con hipótesis y teorías llega a alguna ley de tipo general,
se considera corrientem ente com o el m étodo propio de la ciencia.
Com o la deducción, al contrario, invierte este proceso obteniendo con ­
clusiones particulares a partir de principios generales, se la considera
de h ech o com o el m étodo propio de la filosofía. En la práctica, sin
em bargo, ambas form as de razonam iento son empleadas tanto por
el cien tífico com o por el filósofo, ya que el criterio diferencial entre
estos dos m étodos no es en realidad básico. Así vemos que las con­
clusiones de la ciencia son próxim as en el sentido de que se refieren
a los accidentes, m ientras que las conclusiones a que llega la filosofía
son últimas, es decir, que se refieren a las esencias. Cada una de ellas
representa un esfuerzo para obtener una explicación racional, pero

3 S. T., p. 1, q. 58, a. 3, r. a obj. 1. Ver también: a. 4.


1 L indw orskv , J„ S. J.: Experimental Psychology, Trad, por H. R. de S ilva .
N. Y. Macmillan, 1931, pp. 259-63.
Estudios experimentales 311

m ientras que la ciencia se preocupa de la observación y la experi­


m entación, la filosofía se inclina hacia un punto de vista estable­
cido, mediante el que expresa la verdad que yace en el fon do de la
realidad.

4. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.—Es el modo natural de razo­


nar, más que el silogístico, el que constituye el punto de partida de
la investigación experimental. Todos los hallazgos indican claram en­
te, prim ero, que cada inferencia es una adquisición consciente pre­
cisa en la que nuevas form as de conocim iento se derivan de con ten i­
dos mentales, ya existentes; segundo, que este fenóm eno no requiere
ulterior percepción; tercero, que el razonam iento es esencialm ente
una am pliación y una profundización de nuestro conocim iento de
relaciones. Algunos investigadores insisten en que el entim em a, en el
■cual se om ite una premisa, representa el m odo más corriente de
razonar. Decimos, por ejem plo, «el hombre piensa, luego es superior
al anim al». O bien, «la planta se propaga, luego es más perfecta que
un planeta». Pero, com o indica L i n d w o r s k y , poner demasiada con ­
fianza en esta form a de inferencia es descuidar el rasgo más im por­
tante de todo el proceso inferial, que es la adquisición de un nuevo
conocim iento. Solam ente cuando tenem os dudas sobre la corrección
de un nuevo conocim iento y deseamos verificarlo, vemos la necesidad
del fa ctor luego para dem ostrar la relación interna que existe entre
las premisas y las conclusiones 5.
El silogismo es una creación especial del intelecto humano y re­
quiere un estudio m uy penetrante para descubrir su estructura in ­
terna. Hay en él dos aspectos dignos de m ención que le diferencian
del m odo natural de razonar. Primero, la conclusión a la que se llega
rara vez es conocida desde el com ienzo, sino que tiene que deducirse.
Segundo, se prepara la dirección de la inferencia por la posición
preferente del sujeto y del predicado. Tomemos el ejem plo conocido
d e : «toda virtud es loable, la bondad es una virtud, luego la bondad es
loable», en el que sólo llegam os a la conclusión cuando el térm ino
interm edio, virtud, se ha h ech o significativo en relación con los otros
d o s: bondad y lo a b le6.

5. LA MEMORIA COMO FUNCION DEL INTELECTO.— En la d oc­


trina de S a n t o T o m á s , el intelecto puede tener conciencia de los h e­
ch os pasados, pero sin individualizarlos precisam ente com o pasados,
ya que ésa es tarea de los sentidos. De hecho, cuando pensamos en
un objeto en particular, lo percibim os independiente de sus relacio­
nes espaciales o temporales. En la memoria sensible, al contrario, la
condición de pasado es esencial, pudiendo referirse dicha condición

III, c. 6.
5 L in d w o r s k y : O p . c lt., L.
0 Op. cit., pp. 261-63.
Das schlussfolgernde Denken. Freiburg, Herder, 1916.
S torrin g , G.: «Experimentelle Untersuchungen iiber einfache Schluss-
prozesse». Archiv für die gesamte Psychologie, 1908, 11, pp. 1-127.
Das urteilende und schliessende Denken in caúsale Behandlung. Leipzig
Akad. Verlagsgeselschaft, 1926.
312 Proceso inferencial

ya sea al o b jeto evocado o al acto m ismo de evocarlo. Desde el punto


de vista del objeto, n o existe capacidad mem orativa en el intelecto,
puesto que éste capta la esencia de las cosas independientem ente de
su c o n t i n g e n c i a temporal. Desde el punto de vista del acto, sin em ­
bargo, le es posible al intelecto tener conciencia de que lo que está
p e n s a n d o l o ha pensado ya en otra ocasión, y considerado de este
m odo, podem os referirnos a una form a intelectual de memoria, o
tal com o dice A q u i n o : « E l concepto de memoria, considerado com o
c o n c i e n c i a d e l pasado, se conserva en el intelecto, no com o una per­
cepción del pasado com o algo existente en el tiempo y en el espacio,
sino sencillam ente com o la percepción de que lo que pensamos en
e s t e m om ento lo hem os ya pensado con anterioridad»

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXIV


A q u i n o , St. T.: Suma Teológica. Parte I, q. 58, art. 3; q. 79, arts. 6 y 7.
A r i s t ó t e l e s : Analytica posteriora. Libro I, Caps. 31 y 32.
G r u e n d e r , H., S, J.: Experimental Psychology. Milwaukee,
Bruce, 1932, pá­
ginas 381-95.
U nhworsky , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de S ilva .
New. York, Macmillan, 1931, Libro III, Cap. 6.
M oore , T. V., O. S. B. : Cognitive Psychology. Philadelphia, Lippincott, 1939,
Parte V, Cap. 4.

7 S. T., p. I, q. 79, a. 6, r .a obj. 2.


CAPITULO X XV

MOTIVACION

1. OREXIS INTELECTUAL.— Lo mismo que tenemos un con oci­


m iento de carácter intelectual, así tam bién tenemos una cierta form a
de apetito que requiere el razonam iento y la com prensión y que,
según las palabras de S p e a r m a n , se manifiesta en «persistencia en la
acción, debida a la voluntad» 1. Una tendencia oréctica, com o se re­
cordará, es la inclinación que tiene un apetito a identificarse con el
objeto que ha reconocido com o bueno. El ser consciente de que el
objeto es agradable constituye lo que denom inam os m otivo de la
tendencia apetitiva, de lo que se deduce, según S a n t o T o m á s , «que
los apetitos se diferencian según nuestras facultades aprehensivas*.
En el hom bre hallam os dos niveles distintos de potencia apetitiva:
«En prim er lugar, la voluntad, que se interesa por los bienes que son
conocidos m ediante la inteligencia, por lo que son percibidos de un
m odo simple y universal, y en segundg lugar, los apetitos sensibles,
que se interesan por los bienes de los sentidos, percibidos de un m odo
particular y limitados. 2. La primera fase de cualquier form a de ape­
tencia es, pues, el conocim iento de la bondad del objeto. El h ech o
mismo de que seamos im pulsados hacia él indica que tiene un valor
especial para nosotros, que es percibido por el conocim iento antes
de que se convierta en m otivo del apetito. Verdaderamente, tal com o
señala A q u i n o , nos es imposible inclinarnos hacia cualquier cosa que
no veamos com o buena, ya que cuando el objeto se nos hace vil o
repugnante, es la misma bondad deseada por el apetito la que nos hace
apartarnos 3.

2. EL MOTIVO INTELECTUAL.— El m otivo del apetito sensible


proviene de los sentidos, o, dicho de otro m odo, una pasión es siempre
m otivada por alguna im agen o percepción. Pero com o la voluntad es
una facultad inm aterial, necesita un estímulo tam bién inm aterial
que la mueva, y éste sólo puede ser suministrado por el intelecto. Así
vemos que la volición debe estar siempre m otivada por un concepto,
un ju icio o una inferencia.
Lo que no debe olvidarse es que el objeto ofrecido al apetito por el
conocim iento debe tener siempre un elemento de bondad, ya que de

1 S p e a r m a n , C.: «G» and After-A School to End Schools. Psychologies of


1930. Editado por Murchinson. Worcester. Clark University Press, 1930, pit-
gina 359.
2 In Petri Lombardi Quatuor Libras Sententiarum, 1, III, d. 26, q, 1, a. 2.
314 Motivación

no ser asi no despierta el interés del primero. De acuerdo, pues, con


las enseñanzas de S a n t o T o m á s , podemos definir al m otivo com o iodo
o b jeto presentado por el in telecto com o un valor, realizable mediante
un acto volitivo. La m eta erigida puede ser puramente material, com o
los bienes tangibles corporales, o bien inmaterial, com o la adquisición
de ciencia y virtud, que son bienes espirituales, pero debe ser conce­
bida, es decir, ser expresada intelectualm ente antes de que pueda
actuar sobre la v o lu n ta d 4. Además, com o señala A r i s t ó t e l e s , «el
ob je to del apetito puede ser un bien real o sólo un bien aparente»
Así, por ejem plo, lo que es deseable para los apetitos puede no estar
en conform idad con la razón, de m odo que si la voluntad también
lo desea, lo hace ba jo el disfraz de un bien a p a ren te(i.
Repetim os, los motivos que el intelecto ofrece a la voluntad son
muy variados, y provienen de diversas fuentes. Como bienes o valores,
pueden ser reales o aparentes; si son reales, pueden ser materiales
o inmateriales, y si son aparentes, pueden ser especulativos o prác­
ticos. Los valores especulativos son bienes de tipo intelectual, tales
com o el conocim iento científico o filosófico. Los valores prácticos son
bienes de tipo apetitivo, aunque basados en el conocim iento, tales
com o hábitos de prudencia o de arte. Finalm ente, los valores de tipo
práctico pueden ser bienes individuales o colectivos. El m otivo que
origina el acto volitivo queda incluido siempre dentro de alguna de
estas categorías 7.
La experiencia nos inform a que los apetitos superiores suelen ha­
llarse en lucha con los inferiores. Como resultado de esto, los motivos
poseen grados de interés. Además, cuando la voluntad desea algún
fin, este acto suele ir acom pañado de em ociones y sentimientos. Estos
pueden ser agradables o desagradables, según lo cual favorecen o no
el m ovim iento de la voluntad hacia el objeto. En la solución de con­
flictos, la ecuación personal juega un papel muy im portante, ya que
la atracción que ejerce un determ inado valor no sólo depende de su
voluntad, sino tam bién de las tendencias generales del individuo que
lo aprehende, de su tem peram ento, sus inclinaciones apetitivas, su
educación, los ideales que persigue, etc. Existe también el hecho psi­
cológico de que cuando un ob jeto particular ocupa nuestra mente
con exclusión de otras ideas, éste asume una im portancia excesiva,
que en realidad no posee 8.

3. CONDICIONES DE LA MOTIVACION.— La voluntad es una fa ­


cultad que se muestra pasiva hasta que es estimulada. No conoce
sus deseos, sino que éstos le vienen del intelecto. Es así que necesita
varias condiciones para asegurar su movilización.
3 S. T., p. I, q. 82, a. 2, r, a obj. 1.
J S. T., p. I-H, q. 10, a. 3, r. a obj. 3.
s De Anima, L. III c. 10.
c C. D. A., L. III, Lect. 15.
7 La ciencia que estudia los valores es la Axiologia. Para una explicación
de los valores que mueven a la voluntad, ver: Me Loüghlin, J.: The Philo-
sophy of Valué. Irish Ecclesiastical Record, sept. 1939, pp. 277-91.
* Lindworsky, J.pS. J.; Experimental Psychology. Trad. por H. R, de Silva.
X, Y. Macmillan, 1931, pp. 303-05.
Estudios experimentales 31S

En primer lugar, el m otivo debe hacerse claram ente consciente.


Según A q u i n o , los valores no pueden operar sobre la voluntad si no
son antes conscientes. De un m odo estricto, pues, no puede existir la
m otivación inconsciente, o actos de voluntad, sin una previa percep­
ció n de los valores. Debemos com prender prim ero la deseabilidad
de un objeto antes de que lo deseemos intelectualm ente. Sucede, sin
em bargo, que la apreciación de un valor suele producir sentim ientos
de agrado o desagrado, que perm anecen m ucho tiem po después que
nuestra idea del valor deseado se ha desvanecido del nivel consciente.
O tro fa ctor que debem os considerar es la frecuencia con que varia
nuestro reconocim iento de valores. El aumento de nuestros con oci­
mientos y de nuestra experiencia y el transcurso de los años con las
transform aciones que esto im plica en nuestros instintos y en nues­
tros hábitos, produce com o consecuencia natural m uchas alteracio­
nes en nuestras actitudes y opiniones; asi vemos que lo que en una
época nos pareció de gran im portancia, puede con el tiem po perder
su valor. Visto de este m odo, nos explicamos perfectam ente las ofu s­
caciones ocasionales que todos tenem os respecto a ciertos fines, así
com o las decepciones que sufrim os en relación con lo que considera­
mos lo más deseable en la vida.
En segundo lugar, el m otivo debe poseer una intensidad adecuada
para que pueda actuar sobre la voluntad. Su mera presencia en la
con cien cia no es suficiente garantía para que se produzca un acto
de voluntad, de m odo que el reforzam iento de un valor es siempre
un m odo de evitar la indecisión. Esto puede realizarse de varias m a­
neras: ya sea com parando el objeto presente con otros cuyos defectos
conocem os m uy bien, o m ediante un examen más detallado de un
valor conocido, que revela cualidades que hayam os pasado por alto,
o bien com binando varias razones o motivos, para forzar asi un
m otivo débil. El hábito puede servir tam bién para resolver nuestra
vacilación, lo mismo que el respeto a la opinión ajena, o bien los
m otivos que nos han guiado en ocasiones anteriores. De todo esto
se deduce que existen dos cam inos para llegar a la voluntad, uno
directo, por una franca presentación del valor que debe ser aceptado
por sus propios méritos, y otro indirecto, en el que la costum bre u
otras circunstancias extrínsecas proporcionan el impulso necesario
para efectuar la elección 9.

4. ESTUDIOS EXPERIMENTALES.— El trabajo de A l b e r t M i-


chotte y E m i l e Prüm sobre la elección y sus antecedentes inmediatos
ha arrojado considerable luz sobre el problema de la m otivación. Le
fueron presentados a un sujeto problem as aritm éticos sencillos y se
le dejó en libertad para decidir entre sumar, restar, m ultiplicar o
dividir. Los resultados dem ostraron que antes de llegar a una d eci­
sión el sujeto exam inó prim ero detalladam ente la serie de números
y procedió luego a valorarlos basándose en sus valores abstractos,
ton o sentim ental asociado, o cualquier otro criterio de agrado o

0 L in d w orsky : Op. cit., pp. 305-07.


316 Motivación

desagrado que la tarea tuviese para él. Cuando descubría un m otivo


1q suficientem ente fuerte, procedía a elegir. Si no aparecía un motivo
bastante fuerte, la necesidad de com pletar el experimento actuaba
de motivo. Si el sujeto vacilaba antes de tom ar una decisión, se in fe­
ría que el establecim iento del m otivo continuaba en discusión. Con­
form e creció el núm ero de experimentos, los m otivos inferiores se
hicieron menos evidentes y fueron suplantados por consideraciones
abstractas de deber, com placencia con el deseo de otros, respecto de
sí mismos, etc. Entre la decisión de ejecutar una tarea y su reali­
zación efectiva, el sujeto se hizo consciente de la inevitabilidad de su
tarea, porque había decidido llevarla a c a b o 10.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXV


Aquino, St. T.: Suma Teológica. Partes I-II, q, 9.
G ruender , h., S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pá­
ginas 398-401.
L i w d w o r s k i , J., S . J . : Experimental Psychology. Trad. por H. R. d e S i l v a .
New York, Macmillan, 1931, Libro III, Sección 3, Cap, 1.
W oodw orth , R. S., y M a r q u is , D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.® ed.
1949, Cap. 10.

10 M ic h o t t e , A. E., y Prüm, E,: «Étude expérimentale sur le choix volon­


taire et ses antécédents inmédiats.» Archives de Psychologie, 1910 10, pá­
ginas 119-299.
CAPITULO XXVI

V O L IC IO N

1. CONCEPTO DE VOLICION.— Que hay un proceso volitivo es


una convicción com partida tanto por el hom bre de ciencia com o por
el observador inculto. ¿Significa esto que el acto de voluntad repre­
senta un fenóm eno psicológico irreductible? Existen varias opiniones
al respecto. H e r b e r t S p e n c e r , por ejem plo, y después de él R i b o t ,
P i e r r e J a n e t , E b h i n g h a u s y T r o l a n d lo explican com o la im aginación
espontánea de ciertos actos que van a efectuarse. W u l t a m J a m e s
sustituye las im ágenes por ideas, mientras que H u g o M ü n s t e r b e r g
considera el acto volitivo com o la conciencia de un esfuerzo. Eviden­
tem ente, esto es considerar la voluntad com o un hecho cognoscitivo.
W ix -h e m W u n d t se refiere a él com o a una form a de deseo de tipo
em ocional cuya finalidad se halla en seguir su propio curso. En este
caso la explicación se deriva hacia el plano oréctico, aunque perm a­
nece dentro de la categoría de los fenóm enos sensibles.
En cam bio, autores com o Aon, M i c h o t t e , S p e a r m a n , A v e l i n g y
L i n d w o r s k y insisten en que la volición es una form a particular de
orexis que no puede explicarse en términos de imágenes, ideas, senti­
mientos o em o cio n e s1. Este es tam bién el punto de vista de S a n t o
T o m á s , que sigue la opinión de A r i s t ó t e l e s . Para A q u i n o , la volición
es una actividad única, de naturaleza tan simple y tan inm aterial
com o la actividad del intelecto. Difiere de esta última, sin em bargo,
com o el deseo del conocim iento. Así, vemos que el fin del intelecto
es la creación de una idea, por m edio de la cual el objeto se fusiona
con el sujeto, m ientras que el fin de la voluntad, en cambio, es el de
originar un impulso que lleve al sujeto a unirse con el objeto. Ade­
más, la verdad del ob jeto o el hecho de su existencia son suficientes
para estimular al intelecto, pero solamente la bondad del objeto o el
h ech o de que sea deseable es capaz de incitar a la voluntad. Estas dos
potencias, intelecto y voluntad, están en cierto m odo relacionadas,
sin embargo, ya que, com o vimos en el capítulo anterior, la voluntad
para actuar necesita ser m ovida por el conocim iento del objeto que
efectú a el intelecto 2.

2. FORMAS DE VOLICION.— A q u in o nos ha legado una descripción


com pleta del fenóm eno volitivo. De sus estudios introspectivos llega
a la conclusión de que la volición es una experiencia sui generis; una

1 S pea rm a n , C.: Psychology Down the Ages. London, Macmillan, 1937,


■c. 10 y 17.
318 Volición

form a de orexis intelectual basada en la razón y que finaliza con la


unión inm aterial con su objeto. Pero no todos los actos volitivos son
idénticos. Existen algunos objetos que son siempre valorados positi­
vam ente, así com o el intelecto posee ciertos primeros principios. La
felicidad, por ejem plo, representa un valor de este tipo que la volun­
tad desea siempre. Existen otros objetos, sin em bargo, que tienen el
mismo sentido para la voluntad que las conclusiones de los primeros
principios para el intelecto, y por lo que podem os tanto aceptarlos
com o rehusarlos, ya que no son absolutam ente necesarios. La prime­
ra form a de volición es la llam ada volición natural, y denominamos
a la segunda volición deliberada 3.
La volición natural busca siempre la obtención de la felicidad o
del bien en general. Según S a n t o T o m á s , se com pone de tres actos
separados. El prim ero es la com placencia natural de la voluntad en el
supremo bien, es decir, en la felicidad. El segundo es la intención, que
es la dirección efectiva de la voluntad hacia su fin, empleando los
medios para lograrlo. El tercero es la fruicióm o el disfrute de la
felicidad luego que se h a logrado. Estos son los actos fundam entales
de 2a voluntad y corresponden de un m odo análogo a los actos básicos
de los apetitos sensibles, que son: amor o com placencia afectiva en
un bien sensible; deseo o in clin ación afectiva, y alegría o posesión
afectiva.
La volición deliberada, en cam bio, se interesa por los medios que
existen para obtener la felicidad ; no nos referim os a los medios que
se hallan im plicados en la intención, y que com parten la naturaleza
universal de la finalidad, sino a los m edios particulares que, n o extin­
guiendo nuestra idea de la bondad, pueden ser deseados o no indis­
tintam ente. S a n t o T om á s distingue aquí tam bién tres clases de actos:
prim ero, la elección, que es la preferencia de la voluntad por un
objeto determ inado; segundo, el consentim iento, que es la aplicación
de la voluntad o la dirección de su actividad hacia el objeto elegido,
y tercero, el uso, que es el em pleo efectivo del bien particular como
ruta hacia el bien final. Aquí tam bién, aunque de un m odo menos
fundam ental, percibim os la analogía existente entre los actos voliti­
vos y los concupiscibles. Así, el amor es com placiente (com o la elec­
ción) ; el deseo tiende a la unión (com o el consentim iento), y la alegría
posee (com o el uso). Además, tal com o todas las em ociones poseen
un sentido final, consecuencia de la actividad primera del apetito
sensible, que es la com placencia de un tipo de valor particular, asi
tam bién los actos volitivos, especialmente los que se relacionan con
los medios, poseen un sentido final, consecuencia del acto primero
de la volición natural, que es la com placencia en el bien universal.
Para com pletar la com paración, señalaremos, con S a n t o T o m á s , que
la misma facultad oréctica puede hallarse relacionada con objetos
opuestos, aunque no del m ismo m odo. Asi, vemos que la voluntad, lo
m ismo que el apetito sensible, se encara con el mal tanto com o con
el bien, pero deseando el bien y apartándose del mal. «Por consiguien-

3 S. T.. p. I, q. 82, r. a 1 y 2; p. III, q. 18, a. 3.


Características generales 319

te, el deseo efectivo de la voluntad hacia el bien se denom ina voli­


ción..., y la huida del mal, nolición 4.

3. CARACTERISTICAS GENERALES DE LA VOLICION. — Desde


el punto de vista negativo, la introspección del acto voluntario nos
revela que éste no puede ser reducido a sensaciones de esfuerzo, im áge­
nes, sentim ientos, em ociones o aun ideas, aunque tales cosas pueden
hallarse presentes durante el acto volitivo. Desde el punto de vista
positivo, la volición se asocia siempre con una conciencia del yo. En
realidad, podem os considerarla com o una de las m anifestaciones más
claras del ego, especialm ente en situaciones en que hay que efectuar
una elección, donde la interpolación del yo parece ser el único m odo
de resolver el dilema cuando se le presentan a la voluntad bienes de
igual valor. La volición aparece com o un impulso espontáneo hacia
una finalidad que se presenta com o deseable. Algunos autores consi­
deran a la resistencia un rasgo característico del acto voluntario. Esto
puede ser cierto desde el punto de vista ético, en el sentido en que lo
considera el Apóstol, de no hacer lo que se desea, o, en sentido más
general, de una debilidad inherente de la voluntad frente a las situa­
ciones de orden moral. Pero, com o un rasgo psicológico, su presencia
en el acto volitivo es dudosa. Así, vemos que la voluntad, por su misma
naturaleza, se halla inclinada a amar, no a resistir el bien, de m odo
que en el único caso en que hallaríam os un atributo de este tipo seria
cuando, frustrado en su inclinación por un bien determ inado, dirige
su impulso hacia otro. Aún más sujeta a debate es la inclusión de la
intensidad entre las propiedades de la volición. Se ha dem ostrado
definitivamente que la debilidad o la fuerza no tienen una conexión
íntim a con el acto volitivo. La voluntad tiende hacia su objetivo, no
con una intensidad variable, sino con más o m enos dependencia de
ciertas influencias, tales com o el estado del organismo, la presencia de
imágenes más o m enos vividas, de em ociones intensas y otros factores
que varían de una persona a otra. Por otra parte, la expresión externa
del acto volitivo que reside en el lenguaje, en la m ím ica y en los ges­
tos, puede presentar una intensidad variable. En realidad, la volición
no es un hecho aislado. Tal com o el alm a necesita un cuerpo a tra­
vés del cual operar, así tam bién el acto volitivo tiende naturalm ente
a m anifestarse en form a de conducta, con el fin de asegurar su ten ­
dencia efectiva hacia una meta determ in ada5.

4. RASGOS PARTICULARES DE LA ELECCIOJV.— W illu m James


nos ha dejado una interesante explicación sobre el m odo en que la

4 S. T., p. I-II, q. 8, a. 1, r. a obj. 1. Para un estudio de los actos voliti­


vos enumerados en el texto, ver: S. T., pp. I-II, qq. 8-16. Para una com­
prensión más amplia de la naturaleza de la voluntad, ver: D. V-, q. 22, y
especialmente aa. 1, 3, 4, 10, 13 y 15.
5 L in dw orsk y , J.. S. J.: Experimental Psychology. Trad. por H. R. de S ilv a .
N. Y. Macmillan, 1931, pp. 194-96.
Der Ville. Leipzig, Barth, 3.“ edición, 1923.
The Training of the Will. Trad. por Steiner y Fitzpatrick, Milwaukee.
Bruce, 1929, c. 1.
320 Volición

voluntad manifiesta sus deseos cuando existe la alternativa y es posi­


ble expresar una determ inada preferencia. Así, vemos que cuando
varios valores se le presentan al sujeto y un examen cuidadoso nos
revela que uno de ellos aventaja considerablem ente a los demás, la
selección de éste prueba que la elección ha sido razonable. Si hay
incertidum bre y nos im pacientam os ante lo que consideramos como
ineptitud para tom ar una decisión, adoptándola entonces de un modo
temerario, la voluntad es culpable de una elección impetuosa. Cuan­
do la fuerza de la costumbre, o la tendencia natural de nuestro carác­
ter, o el giro presentado por las circunstancias o intereses de tipo
general suministran el m otivo para actuar, la elección se denomina
aquiescente. Cuando por alguna razón más seria, com o una pena, un
temor o una conversión religiosa m odificam os toda nuestra escala de
valores, obligándonos a abandonar proyectos superficiales y a aceptar
más serias alternativas, decim os que la elección es grave. Finalmente,
cuando lo que nos mueve a actuar, más que nuestra inclinación na­
tural, es el sentido del deber, y cuando, a pesar de considerarla dolo-
rosa o desagradable tom am os una decisión, nos referim os a ésta como
concienzuda 6.
Para S a n t o T o m á s , la form a particular que adopte la elección de­
pende en el fondo del tipo de deliberación que le preceda. El hábito
m ental que dirige a la voluntad en dicho caso y la ilumina hacia un
fln determ inado es la deliberación. Se requiere especialmente cuando
es necesario efectuar determ inaciones razonables, que son, probable­
m ente, las más im portantes de las enumeradas por W i l l i a m J a m e s .
Veamos por qué es cierto esto. En prim er lugar, dice A q u in o , existe
siempre bastante incertidum bre sobre lo que debem os hacer o sobre
la linea de conducta que debemos seguir. Además, nuestros actos
morales están siempre relacionados con sucesos particulares y con­
tingentes, y esto tam bién origina dudas y errores, a causa de la
naturaleza variable de dichos actos; de m odo que el intelecto no se
halla dispuesto para em itir un ju icio o para ofrecer a la voluntad un
m otivo que elegir antes de que se haya efectuado una consulta previa,
que es la deliberación 7. Por consiguiente, A r is t ó t e l e s afirma que la
elección es el impulso de la voluntad hacia lo que hem os deliberado,
puesto que su objeto es «lo que hem os decidido, basándonos en una
deliberación previa» s.

5. TENDENCIAS DETERMINANTES DE LA VOLICION. — Mien­


tras que las ideas pueden reunirse para em itir juicios u obtener in fe­
rencias, la unidad esencial del acto voluntario perm anece constante.
8 James, W.: Psychology. N. Y. Holt, 1900, pp. 429-34.
7 S. T., p. I-H, q. 14, a. 1.
8 Ethica ad Nicomachum, L. III, c. 3. En este mismo capítulo A ristóteles
hace referencia a la diferencia fundamental que existe entre medios y fines
en relación con el acto volitivo. Asi, por ejemplo, la deliberación o elección
«no se refiere a los fines, sino a los medios». Un médico, vemos por caso
no delibera si ha de curar o no a su enfermo, puesto que ésa es la finali­
dad de su arte, sino que, asumiendo dicha finalidad, delibera sobre los
medios que ha de emplear en la curación. Ver también la obra de S anto
TomAs: In Aristotelis Ethica ad Nicomachum, L. III, lect, 5.
Tendencias determinantes 321

La actividad del intelecto puede ir de conclusión en conclusión, m ien ­


tras que la de la voluntad term ina con la posesión del objeto hacia el
que se tendía. Lo único que puede modificarse en este proceso es el
objeto de la voluntad, y aun en este caso no se trata tanto del cam bio
del objeto, sino de su locus, es decir, de su proxim idad a la voluntad.
El impulso hacia un objeto no indica que la voluntad no pueda elegir
libremente, sino que una vez decidida a seguir un determ inado curso
manifiesta un impulso persisten te hacia su m eta. Esta tendencia pue­
de ser inconsciente, pero su presencia es, de todos modos, real. Y o
decido ir a la ciudad. Una vez que he tom ado esta decisión ya n o es
necesario pensar más en ella, ni continuar debatiendo sus pros o sus
contras, sino que me intereso más bien en los m edios que necesito
para lograr m i objetivo. Aun así, esta resolución está ejerciendo in­
fluencia sobre cada paso que doy a su consecución.
Otro ejem plo de este m ism o fenóm eno lo hallam os en la hipnosis.
A un su jeto se le ordena que multiplique ciertos números. Al desper­
tarse se le presenta una serie de figuras, por ejem plo, 5 y 7, y él res­
ponde inm ediatam ente dando la cifra 35, con la particularidad de que
no puede explicar por qué h a m ultiplicado dichos números. Es evi­
dente que la voluntad hipnotizada, al acceder a efectuar la tarea
ordenada, dio origen a una determ inada tendencia, que perm aneció
hasta que el sujeto fu e despertado, y ejecutó lo que se le había
indicado. Es el m ism o caso del poliglota que, a una simple señal, es
capaz de abandonar un idiom a y continuar hablando en otro. Las
palabras adecuadas surgen, y las reglas gram aticales se m antienen
en una tarea que parece ser enteram ente inconsciente. El músico
manifiesta estas mismas tendencias cuando ejecuta una pieza m usi­
ca l com pleta en una clave determinada, habiendo aceptado su tarea
con una simple m irada inicial a la escala en que estaba escrita la
com posición.
N a r z i s s A ch 9, a quien debem os el prim er estudio com pleto sobre
este aspecto del acto voluntario, insiste en que las tendencias deter­
m inantes son uno de los factores más im portantes de nuestra vida
ordinaria. Así, por ejem plo, constantem ente estamos iniciando activi­
dades, y tom ando las precauciones necesarias para llevar a cabo
nuestra resolución. Y m ientras esto sucede, el fin hacia el que tien ­
den nuestros actos perm anece im preciso, situado en el m argen de
la con cien cia y olvidado enteram ente. El hecho significativo sobre
las observaciones de A ch es el m odo com o confirm an la idea de S a n t o
T o m ás de que la voluntad es un apetito cuyo objeto adecuado es el
bien razonable, y de que el acto voluntario es una tendencia hacia un
fin determ inado, viniendo a ser el valor y la finalidad la m isma cosa.
Dé hecho, el D octor Angélico parece haber com prendido p erfecta ­
m ente el fenóm eno que Ach ha estudiado de un m odo experimental.
Para citar sus propias palabras: «Una vez que la voluntad ha elegido
una meta, se m antiene invariablem ente en ella, ya sea de un m odo
9 A ch, N.r über den WÜlensakt und das Temperament. Leipzig. Quelle
und Meyer, 1910; L in dw orsk y , J„ S. J,: The Training of the Will (como el
anterior), p. 35 ss.
BRENKATT, 21
322 Volición

efectivo (consciente) o por hábito (inconsciente), sin modificarla a


no ser que un acto especial o una discusión venga a romper esta
relación* 10.

6. ESTUDIOS EXPERIMENTALES. I. E l acto voluntario,— Acb


dispuso una serie de experim entos encam inados a provocar un acto
voluntario, por el m étodo fru ctífero de presentar obstáculos. Hizo que
los sujetos aprendiesen pares de sílabas y luego les pidió que recita­
sen la prim era palabra de cada par, pero no la segunda. Había que
sustituir esta última por otra diferente. Naturalmente, la huella me­
m orativa de la segunda creó un im pedim ento real para el cum pli­
m iento de lo requerido. Con el fin de evitar esta dificultad, el sujeto
tenía que hacer un esfuerzo voluntario especialm ente enérgico, ya
que, a pesar de la represión constante, la sílaba memorizada tendía
Insistentemente a aparecer. La técnica de Ach logró tam bién que sus
sujetos de experim entación fueran plenam ente conscientes del pro­
ceso voluntario. Para algunos de ellos, ésta fue la primera vez que
percibieron el verdadero sentido de este acto 11.
M ic h o t t e y P r ü m , cuyo trabajo ya ha sido citado, hicieron elegir
entre series de problem as aritm éticos. Se dispuso a continuación
que tan pronto com o se efectuase la selección debía presionarse una
llave de Morse. Esto representa una ventaja sobre el m étodo volun­
tario durante la m ayor parte del experimento, y no antes. No se le
perm itía al sujeto term inar la tarea, sino que era interrum pido tan
pronto com o indicaba su elección. De este m odo la dificultad para
observar lo que le interesaba al investigador, esto es, el acto volun­
tario, quedó muy reducido. A pesar de la sencillez del material em­
pleado, todos los sujetos fueron conscientes de la dificultad requerida
para tomar una determ inación, exactam ente com o sucede en nues­
tra vida ordinaria. El hecho de que no se alcanzase una solución no
supuso ninguna diferencia, ya que la presión sobre la llave fue una
dem ostración suficiente de que la resolución se había llevado a cabo.
Se notó además que los sujetos aprendieron a observar y describir sus
reacciones volitivas sólo de un m odo gradual y después de una larga
práctica 12.
H onoria W ells realizó algunos experim entos sem ejantes sobre la
elección, pero con aum ento considerable del núm ero de las alterna­
tivas posibles. Se prepararon och o clases de líquidos incoloros e
inodoros. Algunos eran de sabor agradable, otros desagradables y

10 In Petri Lombardi Quatuor Libros Sententiarum, 1. I V , d . 16, q. 1,


a. 2, d u d a 5, s o lu c ió n 1 : « V o lu n t a s s e m e l a d a liq u íd flxa , a b i l i o n o n d iv e l-
la t u r q u in a c t u v e l h a b it u in e o m a n e a t , n is i p e r a c t u a lle n d is s e n s u m a b
ili o , v e l i n s p e c ia li, v e l s a lte rn in g e n e r e .»
Un interesante problema moral reside en la relación entre el concepto
moderno de tendencias y la doctrina de Santo T om á s sobre los actos voli­
tivos que son sólo «virtualmente» voluntarios. Sobre este punto, ver: Gruen-
d e r , H.t S. J. : Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pp, 404-05.
11 A ch . N .: O p . c i t . ; L in d w o k s e y , J., S, J .: The Training of the Wül ( c o m o
e l a n t e r io r ) , p . 43 ss.
12 M ic h o t t e , A. E., y P rüm , E. : Op. cit. en el capítulo anterior.
Estudios experimentales 323

otros indiferentes. En una serie de pruebas preliminares, las cualida­


des gustativas de cada líquido fueron asociadas a una determ inada
sílaba carente de sentido. Cuando el sujeto llegaba a dom inar estas
asociaciones com enzaba la fase im portante del experimento. Se le
presentaban, sobre una mesa, dos vasos de líquido colocados exacta­
mente debajo del lugar en que aparecían sus respectivas sílabas sin
sentido, y se le ordenaba al sujeto que eligiese uno de ellos, dando, lo
más rápidam ente posible, una seria razón que explicase esta elección.
La advertencia de que diesen una razón seria causó alguna dificultad,
especialmente cuando los dos líquidos eran igualm ente agradables o
desagradables al gusto. Aquí, lo m ismo que en los tests de M i c h o t t e
y P r ü m , el sujeto en m uchas ocasiones eligió sim plem ente porque
sintió la obligación de com pletar el experimento. Sin embargo, en otros
casos en que no se hallaba un m otivo lógico sobre el que basar la
elección, se llegó a ésta por m edio de una sencilla autodeterm inación,
es decir, haciendo intervenir al y o entre dos alternativas, insolubles
de cualquier otro m o d o 13.
n . M e d i c i ó n d e l a f u e r z a d e v o l u n t a d . — Puesto que una parte
esencial de su experim ento residía en la interposición de un obstácu­
lo en la realización de un fin, A c h supuso que esto podía ser utilizado
para m edir la fuerza de voluntad. Si consultam os una vez más sus
Informes, vemos que algunos sujetos no se preocuparon de sustituir
las sílabas, sino que se abandonaron totalm ente a las impresiones
provocadas por el experim ento y a asociaciones que surgieron rela­
cionadas con él. Otros, en cam bio, fueron capaces de m antener sus
resoluciones en la conciencia— aun siendo aquéllas débiles, com para­
tivam ente—y de suprim ir asi cualquier asociación que surgiese. Pero,
com o señala L i n d w o r s k y , esta técnica no mide en realidad la fuerza
de voluntad, sino solam ente la fuerza psicológica relativa de doa
tendencias conscientes: una de voluntad, impulsando al sujeto hacia
la consecución del ñn que se h a propuesto, y otra de la asociación,
exprestándose por m edio de la tendencia perseverativa de la m em o­
ria 14.
O t t o S e l z atacó el problem a desde un ángulo diferente, pidiendo
a los sujetos que eligiesen entre un estímulo doloroso y otro agrada­
ble. A los que aceptaron el prim ero se les consideró en posesión de
una voluntad m ayor que los d e m á s15; pero ¿es esto cierto? La im pre­
sión de una voluntad más fuerte es dada a veces por la conducta que
manifiesta el sujeto al soportar un dolor; por ejem plo, su llanto, sus
contracciones musculares, sus gestos, etc. Sin embargo, com o señala­
mos antes, la con du cta externa no pertenece al acto voluntario m is­
m o y puede ser producida independientem ente de la capacidad para
soportar el dolor. Es claro que la aplicación continua de un estím ulo
13 W e l l s , H. M.: «The Phenomenology of Acts of Cholee», Britísh Jour­
nal of Psychology. Monograph Supplement, núm. 11.
14 A ch , N.: Op. cit.; L i w d w o r s k v : Experimental Psychology (como el an­
terior), pp. 313-15.
14 S e l z , O . : «Dle experimentóle Untersuchung d e s Willensakt». Zeitschrift
für Psychologie, 1910, 57, pp. 241-70.
324 Volición

doloroso puede hacer que la voluntad sucum ba finalmente. Por otra


parte, tam bién es posible que nuestra decisión sea fortalecida por el
hecho de centrar nuestra atención en m otivos que favorecen el sacri­
ficio. T odo esto nos lleva a la conclusión de que la voluntad es débil
o fuerte de un m odo distinto a com o pueden serlo nuestros miem­
bros. Com parar su acción con el golpe de un m artillo (com paración
favorita de los psicólogos) es un error. Si es necesario emplear un
ejem plo de tipo m ecánico, entonces, com o dice L i n d w o r s k y , sería me­
jo r utilizar el ejem plo del cierre de un conm utador, que en un caso
enciende una lám para y en otro derriba una m ontaña haciéndola
explotar por su base. El único m odo adecuado de referirse a la fuerza
de voluntad es, pues, en térm inos de los m otivos que producen la
decisión. Así, vemos que cuanto más numerosas sean las razones para
hacer algo y más convencidos nos hallem os del valor de nuestro obje­
to, más lógico será que nos aferrem os a nuestras decisiones. Esto es
especialm ente cierto en el caso de las ideales que m otivan nuestra
conducta. Esto explicaría, primero, por qué unos individuos tienen
una gran voluntad para algunas cosas y poca para otras, y segundo,
por qué la fuerza de voluntad no depende de la edad ni del sexo, sino
que es capaz de aparecer en las condiciones más imprevistas i®.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXVI


A q u in o Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 82, arts. 1 y 2; Par­
tes I-II, q. 8-17.
A r i s t ó t e l e s : Etica a Nicómaco. Libro VI, Cap. 2.
C u r r a n , C. A.: Counseling in Catholic Life and Education. New York, Mac­
millan, 1951.
D e l a V a i s s i e r e , J . S. J . : Elements of Experimental Psychology. Trad, por
S. A. R a e m e r s , St. Louis, Herder, 2.a ed., 1927. Cap. 8.
G r u e k d e r h., S, J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pá­
ginas 371-72; 401-27.
Lindworsky, J., S. J. : Experimental Psychology. Trad, por H. R. de Silva.
New York, Macmillan, 1931, Libro I, Sec. 8; Libro III, Sec. 3, Cap. 2,

10 L in d w o r sk y : Experimental Psychology (como el anterior), p. 315. The


Training of the Will (como el anterior), p. 50 ss.
CAPITULO XXVII

LA ATENCION

Puesto que la inteligencia y la voluntad son propiedades que per­


tenecen al mismo sujeto, es natural que trabajen en colaboración,
originando así ciertos efectos com unes a ambas que son de capital
im portancia para el psicólogo. Estos agregados de nuestras facultades
intelectivas y volitivas pueden considerarse desde dos puntos de vista:
el primero, operacional, m anifestándose en los fenóm enos de la aten ­
ción, la asociación y la acción controlada racionalm ente; el segundo,
disposicional, en el que la inteligencia, la voluntad y las demás fa cu l­
tades sujetas a su influencia son perfeccionadas por el desarrollo gra­
dual de los hábitos, la personalidad y el carácter. El resto de nuestro
tratado sobre la naturaleza hum ana lo dedicarem os a estos seis te­
mas, incluyendo un capítulo final acerca de las íacultade$ hum anas,
que vendría a ser com o un resumen de todo lo anterior.

1. CONCEPTO DE ATENCION.—Al tratar de la atención nos refe­


rim os a un dato m ental tan frecuente, que todo el mundo tiene de él
al m enos un concepto de tipo práctico. Como concepto científico signi­
fica la dirección de nuestras potencias cognoscitivas hacia un ob jeto
determ inado, con la in ten ción de con ocer sus cualidades y com prender
su esencia. La sola con cien cia no es suficiente, ya que es necesario
que se produzca un cam bio desde el estado de receptividad pasiva de
los estímulos al reconocim iento activo de lo que acontece en los sen­
tidos y en el intelecto. Es así que por el uso más realista y vital de
nuestras facultades cognoscitivas som os capaces de proyectar nueva
luz sobre las im presiones ya existentes, y las cualidades que pudieran
pasar inadvertidas en prim era instancia son elevadas a un plano de
m ayor claridad, donde pueden ser examinadas más detalladam ente.
Podem os com parar la fu n ción de la atención en nuestra vida m ental
con la del m icroscopio para el científico. En ambos casos enfocam os
algo que nos interesa de un m odo especial, perm itiéndonos captar más
detalladam ente su estructura y llegar así a una síntesis comprensiva
del objeto

2, ABSTRACCION.—La proverbial distracción del investigador o


el intelectual es, en realidad, un signo de capacidad atentiva alta-

1 C. G., L. I, c. 55. Aquí S a n t o Tomás establece la ley general de la aten­


ción al afirmar: «La potencia cognoscitiva sólo puede conocer a través de
la atención.» P i l l s b u r y , W. B.: The Fundamentals of Psychology. N. Y. Mac­
millan, 3.® edición, 1934, pp. 357-58.
326 La atención

mente desarrollada, que le perm ite concentrarse tan intensamente


en una dirección, que el resto de los temas pasan inadvertidos. Este
fenóm eno se denom ina en Psicología abstracción. Puesto que los
procesos atentivos no solam ente ponen al observador en presencia del
hecho, sino que originan una determ inada actividad m ental que
abandona todos los demás hechos, está claro que la atención y Ja
abstracción (en su acepción m oderna) son actos correlacionados. Se
han ideado gran núm ero de experimentos con el fin de demostrar
cóm o se produce la abstracción. Por ejem plo, se le indica a un sujeto
que se fije sólo en el gusto de un líquido determ inado o en los ángulos
rectos de una figura geom étrica com plicada, o en el rojo de un prisma
crom ático. La selección de ciertos estímulos dentro de un cam po y su
consideración separada recibe el nom bre de abstracción positiva. La
separación voluntaria de otros estím ulos o su rechazo por parte de la
atención es la llam ada abstracción negativa. Está última, por su­
puesto, se debe a un acto voluntario represivo. El sujeto que se abs­
trae además es perfectam ente consciente de que su abandono de un
tem a para el bien de los demás es un fenóm eno puramente mental
y de que su concentración se refiere sólo a una determ inada zona
del cam po de observación.
Santo Tomás con ocía la abstracción en su sentido actual. Se refiere
a ella com o «una form a absoluta y simple de consideración, que se
realiza del mismo m odo que com prendem os una cosa determinada
sin prestar atención a o tra s.,.; por ejem plo, cuando observamos sólo
el color o cualquier otra cualidad de una fruta y no consideramos la
naturaleza misma de ella». Esta form a de abstracción pertenece al
in telecto posible, puesto que presupone la com prensión de la idea de
color, o, en el caso del ejem plo dado por Aquino, la form ación de la
idea de color y n o la de una fruta coloreada. Existe tam bién una for­
m a de abstracción propia del in telecto activo, tal com o vimos en un
capítulo precedente. Así, continuando con el D octor A ngélico: «Los
factores que form an parte de la esencia de un objeto corpóreo— una
piedra, por ejem plo, o un caballo, o un hom bre—pueden separarse
m entalm ente de los principios individuales que no pertenecen a la
esencia. Esto es precisam ente lo que hacem os al abstraer lo universal
de lo particular, o la idea del fantasm a (en la que se halla contenida
en potencia), donde, en resumen, consideram os la esencia desnuda
del objeto, separándolo de sus rasgos individuales, que se hallan re­
presentados en las im ágenes» 2. La abstracción, pues, según la defi­
nición que dan de ella los psicólogos modernos, presupone un acte
m ental que infiera lo universal de lo particular.

3. CLASES DE ATENCION.— Aunque es posible hablar de un pro­


ceso atentivo en un nivel puram ente sensitivo, no nos interesa en
particular aquí, ya que una vez que la razón y la voluntad se han
desarrollado, la atención se puede considerar com o dependiente del
intelecto. La distinción que nos importa, en realidad, es la basada en

3 S. T., p. I, q. 85, ft. 1, r. a obj. 1.


Cualidades 327

la presencia o ausencia de control. La atención voluntaría, tal com o


lo expresa el nom bre, es deliberada. No procede de la voluntad, sino
que es activada por ella, com o dice S a n t o T o m á s , ya que los poderes
cognoscitivos son centrados por m edio de un acto voluntario espe­
cial 3. La atención involuntaria, en cam bio, no im plica que el p ro ­
ceso atentivo no sea de tipo intelectual, sino solamente que la mente
no tiene un propósito especial, y es selectiva sólo por el atractivo
que posee en si el objeto. Sabemos, por ejem plo, que hay cosas tan
interesantes que no necesitam os ningún esfuerzo de la voluntad para
m antener la atención centrada sobre ellas. Repetimos, pues, que la
atención, tal com o la define el psicólogo moderno, es esencialm ente
un acto cognoscitivo que lleva a la m ente y a los sentidos a consi­
derar ciertos aspectos de un objeto, hecho o situación, desligándolos
de su con ju n to 4.

4. CUALIDADES DE LA ATENCION. I. A m p l i t u d .— Existen li­


mites en la extensión de la conciencia, y aun dentro de ellos, los
contenidos que ocupan nuestra atención son m ucho más reducidos
d e lo que sospecham os. La experim entación ha dem ostrado que la
am plitud del proceso atentivo varia m ucho de un individuo a otro,
y aun en un m ism o individuo, en los diferentes m om entos. Aunque
se han intentado varias m ediciones, no se ha hallado aún un m étodo
satisfactorio que nos inform e sobre la amplitud de nuestra atención.
Puede obtenerse un determ inado patrón si se encarga al sujeto una
tarea que puede resolverse únicam ente por concentración, pero que
sea lo suficientem ente breve para no perm itirle que deje vagar su
atención de un lado a otro. Si se amplía el problem a de m odo que
Incluya varios grados de dificultad y luego se aplica a grupos, es
posible obtener una idea aproxim ada del prom edio de atención. Es­
tudiado de este m odo, los investigadores han hallado que un adu l-
to de habilidad corriente es capaz de reconocer de cuatro a seis
objetos n o relacionados, m ientras que un niño de doce años sólo
puede identificar tres o cuatro. En cam bio, si los contenidos par­
ciales son reunidos en conjuntos, por ejem plo, los seres vivos de
un paisaje o las figuras de una cierta form a en un rompecabezas,
podem os atender sim ultáneam ente a un gran número de estos co n ­
tenidos.
Existe, pues, una tendencia general de la gente, observada ya
por A quino, quien nos dice: «El intelecto es capaz de conocer varios
objetos a un tiem po siempre que se hallen relacionados de tal m odo
que form en una unidad, pero no le es posible captar varias cosas
sim ultáneam ente en su m ultiplicidad.» Y luego: «Los objetos par­
ciales pueden ser conocidos de dos m odos: primero, de un m odo
yago cuando se hallan reunidos en una estructura común, en cuyo
caso son captados de un m odo total, com o form ando parte de un
co n ju n to ; segundo, de un m odo preciso, cuando son exam inados uno

n S. T., p. I-II, q. 9, a. 1.
* B r e e s e , B. B.: Psychology. N. Y . S c r ib n e r s , 1921, p p . 5 8 -6 7 .
328 La atención

a uno, cada cual según su propia especie o naturaleza, en cuyo caso


no son conocidos en con ju n tos 5. Asi, lo que ganamos abarcando
numerosos aspectos en una experiencia dada, es contrarrestado por
nuestra incapacidad para con ocer cada cosa detalladam ente. Esta es
una observación particularm ente interesante del D octor Angélico,
puesto que él mismo parece haber sido capaz de ocupar su mente aí
mismo tiempo con objetos diferentes.

II. I n t e n s i d a d .— Existe la opinión de que la intensidad de nues­


tra atención varía en proporción con la am plitud del cam po sobre
el que se ejerce. Esta idea es correcta, en general, y ha sido con­
firm ada por la experim entación. Sin em bargo, lo mismo aqui com o
en el caso de la conducta externa que acom paña al acto voluntario,
debem os ponernos en guardia y no adm itir sensaciones de esfuerzo'
actitudes musculares, tensión corporal, etc., com o criterio de inten­
sidad de la atención. Teóricam ente, el criterio más seguro sería la
claridad con que captam os el o b je to ; pero éste no es un m étodo muy
seguro, puesto que el grado de com prensión que podemos obtener
respecto a un hecho u objeto cualquiera depende de la capacidad
natural de com prensión, que varia de un sujeto a otro. Ha sido por
esto utilizada una técnica más práctica que nos proporciona resul­
tados indirectos de una ejecu ción que requiere atención. Mientras
el sujeto está pendiente de cierta labor, se introducen varios es­
tímulos que tienen un valor umbral para la conciencia. Por ejemplo,
se puede encender la radio, prim ero con una intensidad m ínim a para
ser oída, e ir aum entando el volum en paulatinamente. Los resultados
dem uestran que antes de que un estímulo exterior penetre- en el
umbral de la conciencia, su intensidad debe ser aumentada pro­
porcionalm ente a la concentración de la atención. Así, pues, com ­
probam os que la opinión corriente n o es del todo cierta, ya que no
todo fa ctor extraño es capaz de alterar nuestra concentración, sino
que, por el contrario, som os capaces de acostum brarnos a tales fuer­
zas disipadoras, o, cuando su presencia es innegable, dedicar un es­
fuerzo m ayor a la tarea que estábamos ejecutando. Vemos, pues,
que en los extremos de nuestra vida mental, tanto en la intensa
concentración del pensador com o en el reposo com pleto del dur­
miente, nos es posible habituarnos a estímulos sensoriales que al
com ienzo tenían el poder de distraem os o de mantenernos des­
piertos.
III. F l u c t u a c i ó n .— Si a un sujeto se le pide que persista aten­
diendo a un contenido de conciencia dado, una de las primeras cosas
que éste percibe es que el proceso no es continuo. Tan cierto es esto
que la fluctuación es la regla, siendo necesario que volvamos una y
otra vez sobre el objeto que estam os considerando. Per consiguiente,
cuando nos concentram os en estím ulos muy débiles, tales com o per­
fum es muy leves, por ejem plo, vemos que la sensación desaparece
a intervalos regulares. Esto mismo sucede cuando escuchamos el tic-

1 S. T., p. I, q. 85, a. También r. a obj. 3.


Proceso de la atención 32Í

tac de un reloj desde lejos. Aunque sabemos que sus m ovim ientos
son regulares, hay algunos m om entos en que no los percibimos. Se
discute si estas fluctuaciones de la conciencia son de origen perifé­
rico o central. Pueden explicarse fisiológicam ente mediante varia­
ciones en el ñ u jo sanguíneo de las áreas corticales, debilidad de
los órganos receptores, etc., o bien psicológicam ente por falta de
interés o por la presencia de alguna cualidad Inherente a nuestras-
facultades cognoscitivas que les imposibilite el m antener la atención
fija sobre un ob jeto por un tiem po indefinido. Este últim o factor es­
taría en la raíz del problema, puesto que aun en las m ejores con ­
diciones corporales y m entales no es posible m antener la atención
de un m odo absoluto fija sobre el m ismo contenido de conciencia,
excepto por cortos períodos de tiem po. Un m odo de soslayar esta ley
seria centrar el problem a en el esfuerzo atentivo y no en el objeto
que requiere nuestra atención.
Volviendo otra vez al ob jeto mismo, se ha observado que cuanto
m ayor sea su núm ero de partes más tiem po atraerá éste nuestra
atención. De este m odo, por ejem plo, prolongam os la atención de
un niño por un juguete si éste consta de un mecanism o que puede
ser desarm ado y observado pieza por pieza. Por otra parte, requiere
madurez m ental y determ inación el ñ jar la conciencia sobre un o b ­
jeto cuyo único interés resida en la abundancia de imágenes que
sea capaz de provocar, o la historia con que se relaciona, o la reve­
rencia con que ha sido tratado por otros, o por alguna otra razón
ajena al ob jeto en sí mismo.
Finalm ente exam inem os el problem a de la rapidez de la fluc­
tuación. Prim ero se la consideró muy alta, hasta que las pruebas
de laboratorio revelaron que el cálculo no podia ser fijado en menos
de un tercio de segundo. Un problem a diferente, aunque en rela­
ción con esto, es la rapidez con que la atención puede desviarse de
un objeto a otro. H aciendo pruebas sobre un grupo de estudiantes
con m ateriales de m emoria, se descubrió que, b a jo condiciones con s­
tantes, aquellos que retuvieron el mayor núm ero de datos fueron
los que tenían más capacidad para adaptarse con rapidez a los da­
tos nuevos. Pero la habilidad para adaptarse rápidamente en estos
casos no es debida enteram ente a la intensidad del poder de con ­
centración, sino que la capacidad de form ar asociaciones adecua­
das juega tam bién un papel im portante en el proceso. Así, ciertos
com plejos de im ágenes son necesarios para el estudio adecuado de
una tarea dada y para m anejar con maestría el m aterial que se p re­
tende estudiar, y cuanto más rápidam ente se form en las asocia­
ciones, con más prontitud puede la atención canalizarse en nuevas
direcciones fi.

5. FENOMENOS RELACIONADOS CON EL PROCESO DE LA


ATENCION.—El científico ha hecho un estudio de ciertos factores
que no están incluidos en el proceso atentivo mismo, pero que se
* L i n d w o r s k y , J., S . J . : Experimental Psychology. Trad. por H. R. de S il v a
N. Y. Macmillan, 1931, pp. 323-28.
330 La atención

relacionan intim am ente con él. Algunos de ellos son anteriores a la


atención, otros concom itantes, mientras que otros son productos de
la atención misma.

I. F e n ó m e n o s d e p r e c e d e n c i a .— Desde el punto de vista del ob­


je to al que se atiende, existen varios factores ventajosos que han
sido señalados por R o b e r t W o o d w o r t h . En prim er lugar, el cambio
de un estimulo al que nos hem os acostum brado por otro nuevo, o
bien el mismo estímulo, variando la intensidad, es capaz de desper­
tar nuestro interés. El tictac de un reloj puede pasar inadvertido
hasta el m om ento en que se detiene, del mismo m odo que alguien
que habla de un m odo lento y m onótono pasa inadvertido hasta
el m om ento en que empieza a gritar, e igualm ente los golpes de tam­
bor que aparecen de pronto en la Sinfonía de la Sorpresa, de H a y d e n ,
suelen ser interpretados vulgarm ente com o una form a de estimular
la atención de los oyentes. En segundo lugar, la repetición permite
a. m enudo al estím ulo penetrar en el eam po de la conciencia cuando
una sola im presión no habla producido efecto. Así, vemos que un
lam ento o un grito ahogado puede no llam am os la atención de m o­
mento, pero al continuar term inam os por dam os cuenta de él e
investigam os su causa. Por otra parte, podemos habituarnos tanto
a. la repetición de un estímulo que perdam os todo nuestro interés
por él. En tercer lugar, lo llamativo de un objeto, por ejemplo, un
color brillante, una nota muy alta, un dolor, una punzada, cual­
quier sensación lo suficientem ente intensa, puede atraer nuestra
atención.
En cuarto lugar, una form a m uy definida tam bién es capaz de
atraer nuestra atención, de m odo que si un objeto se destaca bas­
tante de su alrededor, por esta m isma razón tendem os a observarlo.
Otro caso es la percepción de un m otivo m usical definido que apa­
rezca continuam ente a través de una serie de variaciones
Desde el punto de vista del su jeto que atiende, los factores que
nos disponen a concentrarnos tienen que ver generalmente con los
reflejos, adaptación de los órganos sensoriales, etc. Por ejemplo, la
«.tención sobre lo que tenem os en la m ano puede despertarse m i­
rándolo desde varios ángulos, dándole la vuelta, etc., por lo que te­
nem os en la boca, m asticando y saboreando con lentitud su gusto;
por un perfum e, aspirándolo; por un sonido, volviendo la cabeza y
dirigiendo la vista hacia el objeto sonoro; por una lección que ne­
cesitam os aprender, instalándonos cóm odam ente y dirigiendo nues­
tras facultades hacia la tarea que nos proponem os; por un proble­
ma que debe ser m editado, buscando un lugar tranquilo donde se
pueda sentar o pasear sin ser interrum pido y adoptar una actitud
reflexiva. El hecho de que empleemos nuestro cuerpo y nuestros
sentidos del m odo que acabam os de describir no nos prueba la exis­
tencia de la atención, ya que la m ente puede hallarse ocupada por
otros objetos y no sobre los que centram os nuestros sentidos. Esto

1 W oodw orth , R . S., y M arqttis, d. G.: Psychology. N. Y. Holt, 5.» e d ic ió n ,


1949, p p . 4 0 2 -0 8 .
Teorías sobre la atención 331

quiere decir que m ientras ciertas predisposiciones por parte de la3


facultades inferiores pueden ser altamente favorables al proceso de
la atención, ellas n o constituyen su esencia en m odo alguno. Son
necesarias, digamos, antes de que el interés involuntario pueda ser
producido, pero es posible pasar sin ellas, com o en el caso de la aten­
ción voluntaria, en que la única condición necesaria es un acto de
voluntad.
II. F e n ó m e n o s c o n c o m i t a n t e s .—Una vez más debem os distinguir
entre la conducta exterior que acom paña a la atención y el proceso
mismo. El cerrar los ojos, apretar las m anos contra la cabeza, arru­
gar la frente, cerrar las m anos, m antener los labios en una postura
rígida, en general toda la atención muscular, suele ser señal de una
actividad interior en la que tanto la mente com o los sentidos diri­
gen su esfuerzo a una m ayor concentración. Pero la atención puede
tallarse presente, sin embargo, sin ellos y no tienen otro significado
para la estructura interna del a cto de la atención que los cambios
en el pulso, en la respiración, en la presión sanguínea, que apare­
cen cuando nos interesam os en especial por un determ inado objeto.
Existe evidencia experim ental de que la atención no coordina de
un m odo consciente los contenidos mentales sobre los que se halla
concentrada con las reacciones fisiológicas que la acom pañan. De
hecho, sólo captam os éstas cuando inhiben o alteran al proceso
atentivo.
III. F e n ó m e n o s c o n s e c u t i v o s .— Un efecto curioso, producido por
nuestro esfuerzo por concentrarnos, es la intensificación de las sen ­
saciones débiles. Un buen ejem plo de esto es el aum ento de placer
que nos producen alim entos corrientes cuando nos detenem os con s­
cientem ente a percibir su gusto. Este caso es algo distinto a lo que
sucede con las sensaciones muy intensas, en las que los órganos sen ­
soriales se saturan y pierde así agudeza la respuesta. Así, sucede
que m ientras que percibim os muy agudamente un estímulo a causa
de su intensidad original, si ésta aumenta m ucho llega un m om ento
e n que no lo percibim os. Otro tipo de efecto, aunque diferente al an­
terior, es el debilitam iento de nuestros afectos si intentam os co n ­
cen tram os sobre ellos. Por ejem plo, la cólera tiende a disiparse, más
que a aum entar, con la introspección, es decir, al concentrarnos so­
bre el proceso apetitivo en si mismo más que sobre el objeto que lo
provoca. Al analizarlo, tiende a desvanecerse y perder su sentido. La
razón es fá cil de com prender, ya que el apetito necesita el incentivo
d e l conocim iento no sólo para originarlo, sino tam bién para que con ­
tinúe a ctu a n d o 8.

6. TEORIAS SOBRE LA ATENCION.—Se han hecho varios in ten ­


tos para explicar la ateneión científicam ente, pero existe poco acuerdo
sobre su interpretación. Examinemos brevemente las explicaciones
m ás im portantes que se han dado.

a L in d w o rs k y ; Op. cit., p p . 328-30.


332 La atención

La teoría de la inhibición de Wiliiem Wundt supone que la aten­


ción es sólo una represión de todos los contenidos conscientes, ex­
cepto del que atendem os en aquel m om ento. Esta inhibición se pro­
duce por m edio de un centro perceptivo especial, situado en la cor­
te z a 0. El problem a de esta teoría reside en su incapacidad para
inform arnos por qué algunas cosas son reprimidas, tal com o Wundt
lo describe, y otras no. Además, la existencia de un centro cortical
selectivo para esta fu n ción es una mera suposición.
La teoría del refuerzo de E r n s t M a c h explica la atención com o
una predisposición de los órganos sensoriales 1°. De lo que hemos
dich o sobre las condiciones previas de la atención, está claro que
una explicación de este tipo no llega al núcleo del problema, aun­
que una actuación norm al de nuestras potencias inferiores, tal como
insiste S a n t o T o m á s , sea condición prelim inar para la acción poste­
rior de la inteligencia y la voluntad u .
La teoría m otora de T h é o d u l e R i b o t , en contraste con la de M a c h .
pretende que el proceso de la atención consiste en una serie de actos
sensoriales concom itantes. Asi, ciertos tipos de sensaciones son ne­
cesarias para que la atención se despierte. Si éstos se distribuyen
de un m odo uniform e a través de los niveles de la conciencia, la
atención aumenta. Cuando desaparecen, ya no es posible que haya
a te n c ió n 12. Pero, com o señalan las críticas, es difícil ver cóm o un
contenido m ental determ inado sobre el que centram os la atención
puede ser m antenido y reforzado p or la percepción de la actividad
m uscular y otras sensaciones corporales que acom pañan al acto de
atender. Com o señalamos anteriorm ente, la conciencia de dichos fa c­
tores representa más una distracción que una ayuda.
La teoría centrosensorial de G e o r g M ü l l e r sostiene que, cuando
la atención se fija sobre un contenido mental, la percepción previa
de este contenido es revivida en form a de imagen. El proceso es
entonces un m ovim iento retroactivo en el que la percepción poste­
rior del contenido m ental se correlaciona con la im agen revivida de
él, aum entando así la intensidad de la im presión y, con ello, la in­
tensidad de la co n ce n tra ció n 13. No hay lugar a dudas de que esto
sucede cuando centram os la atención sobre objetos palpables, pero
no asi cuando la aten ción se ocupa dé objetos impalpables. Además,
la percepción y la form ación de imágenes es un producto de los
sentidos, y la labor de los sentidos termina cuando se han sinteti­
zado los datos y preparado de un m odo adecuado para la abstracción,,
estableciendo así las condiciones para la actividad de la atención.
La teoría de la facilitación de H e r m a n n E b b i n g h a u s se basa en la

* W undt, V.: Grundzilge der physiologischen Psychólogie. Leipzig, En-


telmann, 4.* edición, 1893, Bd. II, pp. 266-301.
10 M ach, E.: The Analysís of Sensations. Trad. por C. M. W illiam s . Chica­
go, Open Court, 1914, p. 178 ss.
11 S. T., p. I, q. 85, a. 7.
12 R ibot , T.: The Psychology of Attention, Trad. por F itzgerald . N. Y .
Humboldt, 1889.
13 M üixer , G. E.: Zur Theorie der sinnlichen Aufmerksamkeit. Universi­
dad of G5ttingen, 1873,
Bibliografia 333

idea de que la estim ulación repetida de las mismas áreas corticales


nos facilita el atender a un mismo objeto. Los impulsos nerviosos
siguen actuando dentro de ciertos limites, de m odo que la percepción
del objeto se haga clara y precisa Sin em bargo, todo esto sólo es
verdadero en cierta medida, ya que si fuese exactam ente asi la aten ­
ción dependería sólo de la práctica, pretensión que no ha sido ju s­
tificada por los hechos. Es posible afianzar nuestra con ciencia en un
estím ulo débil y sobre el que apenas se haya reflexionado, y lograr,
sin em bargo, captarlo con gran claridad y precisión.
La teoría gen ética de J o h a n n e s L i n d w o r s k y explica la atención
com o el resultado de la actividad con ju n ta de la voluntad y los p ro ­
cesos cognoscitivos. Esta es la explicación más correcta dada hasta
el m om ento, y sigue, en general, las ideas de S a n t o T o m á s y de los
dem ás psicólogos de la escuela tradicional. Según L i n d w o r s k y , la com ­
prensión del proceso de la atención requiere que captem os de un
modo adecuado el fon do total de actividad sobre el cual se desarro­
lla. El niño se interesa en un determ inado objeto y su primera reac­
ción es entonces concentrar sus sentidos sobre él, de tal m odo que
desarrolla gradualm ente sus órganos sensoriales y una conducta ade­
cuada a la inform ación que desea obtener. Con la práctica y la m a­
duración de sus facultades va progresando hasta lograr una serie
de hábitos altam ente ventajosos para el proceso de la atención. L a
capacidad de concentrarse puede llegar a hacerse perfectam ente na­
tural, pero h a surgido, sin em bargo, de una conducta derivada de un
acto voluntario. En cuanto a la atención deliberada, por supuesto,
no existe dificultad alguna, ya que es la consecuencia de la voluntad,
que dirige y controla las facultades cognoscitivas is.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXVII


A quino, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 85, arts. 1 y 3.
D e la V aissiere , J., S. J.: Elements of Experimental Psychology. Trad, por
S. A. R aemers , St. Louis, Herder, 2.“ ed., 1927, pp. 246-58.
G ruender, H., S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, Ca­
pítulo 11.
L J., S. J.: Experimental Psychology. Trad. por H. R, d e S i l v a .
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New York. Macmillan, 1931, pp, 323-36.
F i l l s e u r y , W. B.: The Fundamental of Psychology. New York, Macmillan,
3* ed., 1934, Cap. 12.
W oodworth, R. S., y M arquis , D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.a ed.
1949, Cap. 13.

11 E b b i n g h a u s , H.: Psychology. Trad. por M. Meyee. Boston, Heath, 1908,


1949, Cap. 13.
15 L in d w o r sk y : Op, cit., pp. 332-34.
CAPITULO XXVIII

ASOCIACION Y PENSAMIENTO CREADOR

1. LA ASOCIACION Y EL ACTO VOLUNTARIO.— La asociación,


de un m odo amplío, significa el establecim iento de relaciones entre
los contenidos de conciencia. En el nivel sensitivo, el proceso es, en
gran parte, un asunto de unión de imágenes, pero en el nivel inte­
lectual existe tam bién una tendencia a crear un vínculo entre las
ideas y esta in clin ación ; sigue, en líneas generales, la misma es­
tructura que en el caso anterior. Así, vem os que tanto en el intelecto
com o en los sentidos descubrim os que las leyes de la semejanza, del
contraste y de la proxim idad cum plen una fu n ción muy im portante
en el desarrollo de los hábitos del conocim iento. Ahora bien : dichas
tendencias pueden ser dirigidas por la razón y la voluntad. Las leyes
del recuerdo de A r i s t ó t e l e s son realmente leyes dianoéticas de la
m em oria, es decir, de una facultad que está bajo la influencia de
otras potencias intelectuales superiores a ellas. Con m ayor razón,
pues, está la m ente capacitada para dirigir sus propios procesos aso­
ciativos y para ser dirigida por la voluntad 1. En la cuestión presente
tratarem os de hallar qué relación existe entre la asociación de im á­
genes e ideas, por un lado, y el com portam iento voluntario, por el otro.

2. ACTIVIDAD LIBRE DE LAS IMAGENES E IDEAS.— La expe­


riencia nos inform a que hay cam bios constantes en la conciencia
a m edida que las im ágenes y las ideas se suceden de un m odo es­
pontáneo. Cuando analizamos la energía existente detrás de esta
actividad natural, hallam os una serie de factores orgánicos que nos
pueden servir para explicarlas. Por ejem plo, las necesidades biológi­
cas y la fatiga corporal están indudablem ente relacionadas con el
m odo con que em pleam os nuestra inteligencia y nuestros sentidos.
Las dificultades respiratorias y circulatorias—sobre todo estas úl­
timas— , al afectar el riego del cerebro, pueden producir detenciones
mom entáneas del flu jo de la conciencia. Y, aunque dichas detencio­
nes sean im perceptibles, pueden, sin embargo, llegar a m odificar la

1 La causa de que la asociación de ideas sea regida por las mismas


leyes que la asociación de imágenes es explicada así por A r i s t ó t e l e s (De
Memoria et Reminiscentia, c. 1): «Sin una base sensorial, la actividad in­
telectual es imposible», y luego: «Aun la memoria de objetos de tipo inte­
lectual presupone una representación sensorial.» Para completar los detalles
de esta aserción, podríamos añadir que el orden de las ideas asociadas
sigue el orden de las representaciones de la memoria y de la imaginación,
que, a su vez, siguen el orden de las presentaciones sensoriales. Ver tam­
bién: D. M. R., Iect. 5.
-336 Asociación y pensamiento creador

dirección de nuestras im ágenes e ideas. Pero, aparte de estas m o­


dificaciones de tipo biológico, nuestras ideas e imágenes se hallan
en un estado de flujo constante, y, excepto mediante un acto volun­
tario, no logram os captarlas.
Supongam os que sentim os la necesidad de un nuevo panorama y
paseam os por las calles o por el cam po, donde el paisaje cambiante
nos satisface plenam ente, y nos hallam os a gusto recibiendo pasiva­
m ente las múltiples impresiones que se ofrecen a nuestros sentidos
De pronto, un objeto determ inado despierta nuestro interés—una ca­
baña, la lom a de una colina, un grupo de árboles—, e inmediatamente
lo rodeam os con las imágenes provenientes de experiencias anterio­
res. Este estímulo, con su constelación de representaciones sugeridas,
se convierte, a su vez, en un nuevo punto de partida para otras
imágenes e ideas que pueden llevarnos a una meta que no esperá­
bamos al com ienzo del proceso. Sin embargo, si somos capaces de
rem ontarnos otra vez hasta los prim eros m om entos, vemos que existe
generalm ente una cierta continuidad en el tema, que explica la di­
rección que han seguido nuestras asociaciones. Esto sucede de un
m odo tan espontáneo que no es necesario ningún acto de voluntad
que explique la constancia del interés, o si dicho acto se halla pre­
sente, es siempre de tipo irreflexivo. Algunas veces, sin embargo, el
flujo continuo y natural de las asociaciones es interrumpido delibe­
radam ente por la evocación de una idea o im agen que no se halla
relacionada con las anteriores. En estos casos nuestra fantasía se
corta bruscamente por el reforzam iento voluntario del nuevo pro­
blem a que nos preocupa. Naturalm ente, si los materiales sobre los
que trabaja una cierta línea de pensam iento o im aginación son tri­
viales o carecen de la energía suficiente, no se requiere un acto es­
pecial de volición para hacernos pensar en otras cosas. La conciencia
varía de dirección tan pronto com o hacen su aparición contenidos
m entales más nuevos o a tra ctiv o s2.

3. ACTIVIDAD CONTROLADA DE LAS IMAGENES.— No es ne­


cesaria una gran destreza introspectiva para percatarnos del hecho
de que la actividad de la im aginación y de la m em oria puede ser
guiada m ediante una tarea. Las etapas comprendidas en la ejecu­
ción de un designio deliberado han sido estudiadas de un modo muy
com plejo por O tto Selz. En este caso vam os a considerar la función
de la im aginación solam ente en la realización de esta tarea. En pri­
m er lugar, está la fijación de una meta, que es im aginada de un
m odo con creto y representada de tal m odo que puede actuar com o
u n esquema anticipado de cuanto va a seguir. A continuación, los
m edios son explorados im aginativam ente en relación con su utilidad
para el fin propuesto. Se consideran varias posibilidades, seleccio­
nando únicam ente las que servían de un m odo más com pleto. Por
últim o, las im ágenes se modifican de m odo que se integren en el

3 U n d w o r s k y , S. J.: Experimental Psychology, trad. por H, R. de S il ­


va. N. Y. Macmillan, 1931, pp. 338-40.
Pensamiento creador 337

esquema original. Esta últim a etapa es la más crítica del proceso,


puesto que Implica que la elección final dependerá, en últim a ins­
tancia, de la selección aprehendida entre lo que im aginam os en el
m om ento presente y la m eta que nos proponem os. Si no existe dicha
relación, entonces debem os o tratar de incluir nuestras imágenes
de un m odo u otro dentro del esquema total, o bien com enzar la tarea
otra vez 3.
La descripción que acabam os de hacer puede ilustrarse por m edio
de un sencillo ejem plo. Supongam os que queremos lograr un favor
de cierta persona. La finalidad queda establecida en la im aginación,
e inm ediatam ente procedem os a considerar todos los m edios posi­
bles que podem os utilizar para llegar a ella. Estos tam bién se nos
presentan a la im aginación: una visita personal, una llam ada tele­
fónica, una carta o por m edio de amistades mutuas. El cam ino puede
llegar a hacerse dem asiado com plicado e incluir varios factores con
los que no contábam os. Pero, aunque aparentem ente nos hayam os
desviado de la ruta, el m étodo apropiado estará siempre en relación
con nuestra prim era intención, siéndonos, finalmente, posible conse­
guir el favor que pretendíam os. Este proceso es tam bién una ilus­
tración excelente de la concepción de A q u in o del proceso in ten cio­
nado com o «un m ovim iento básico de la voluntad hacia una meta,
que presupone la actividad de la razón, ordenando los medios ade­
cuados para conseguirla» 4.

4. EL PENSAMIENTO CREADOR.— En el pensam iento creador se


em plean los mismos principios que en la actividad controlada de las
imágenes. Vemos que aquí también la prim era tarea del pensador
es el establecim iento de una m eta o la creación de un esquema pre­
vio que le sirva de m arco de referencia para la investigación de los
medios apropiados, y más adelante la exploración cuidadosa de las
ideas en un nivel intelectual, con la elim inación del m aterial inade­
cuado y la elección del que esté más de acuerdo con el propósito. Por
últim o, se lleva a cabo el proyecto. S e l z , que ha estudiado en espe­
cial este proceso, enum era cuatro vías posibles para conseguir la
productividad.
En prim er lugar, pueden ser conocidos ta n to la finalidad com o
los medios, de m odo que todo lo que se necesite conocer luego sea
la m anera de coordinarlos. Por ejem plo, supongam os que nos h e­
m os propuesto la tarea de m ultiplicar una serie de números altos, y
se nos presentan varias maneras de resolver el problema. Conside­
ram os entonces una forJna y decidim os, por fin, utilizar el cálculo
logarítm ico.
En segundo lugar, puede conocerse la finalidad, pero aún no los
medios. Empieza entonces una activa búsqueda y las leyes de la aso­
ciación son puestas en juego. Acudirán probablem ente grupos hete­
rogéneos de ideas y cada uno de ellos habrá de ser probado. La
3 S e l z , O.: über die Gesetze des geordneten Denkverlaufs. Stuttgart.
Spemann, 1913.
4 S. T., p. I-II, q. 12, a. 1, r. a ofoj. 3.
B R E N N A N , 22
338 Asociación y pensamiento creador

com prensión y la Inventiva intervienen activam ente en este proceso.


Por ejem plo, buscamos un instrum ento que nos sirva de tenaza. De
lo único que disponemos es de un par de tijeras, y al prim er vistazo
nos parecen inútiles. Sin em bargo, al volver a pensar en ellas nos
damos cuenta de que si las sostenem os horizontalm ente las tijeras
pueden servir para asir y sostener los objetos, por lo que las utili­
zamos para este fin, logrando así nuestro objetivo. Nuestra capacidad
para razonar nos libra frecuentem ente de la influencia que ejercen
sobre nosotros las asociaciones inm ediatas y obvias, aunque las con­
clusiones que obtenem os dependan, en gran parte, de las condiciones
de asociación. Así, hem os visto que las propiedades de las tenazas
nos llevan a suponer cóm o puede tam bién hallarse en otros objetos
esta misma capacidad para asir y sostener las cosas.
En tercer lugar, puede ten erse la finalidad en la imaginación,
pero sin haber ideado los medios, y, careciendo de una experiencia
pasada que nos proporcione sugerencias útiles, contam os sóío con
elem entos ocasionales. Se supone, naturalm ente, que existe una firme
determ inación de llevar a cabo la tarea que nos proponemos. Tal
disposición nos conduce al descubrim iento de los medios adecuados
mediante hallazgos accidentales que están posiblem ente relacionados
de algún m odo con el fin propuesto. La labor del inventor o del in­
vestigador es un buen ejem plo del pensam iento creador.
En cuarto lugar, tan to la finalidad com o los medios pueden ser
el resultado del azar, en cuyo caso no hay necesidad de esforzarse
para llevar a cabo la tarea. El hom bre primitivo, por ejem plo, trató
de form ar un vaso de arcilla en una cesta trenzada y ésta quedó
impresa en él, dándole un aspecto ornam ental. Incluso si tal hombre
hubiese buscado deliberadam ente este efecto, con dificultad lo hu ­
biese logrado m ejor. Naturalmente, este ejem plo es sólo ilustrativo
del pensam iento creador si el descubrim iento es reconocido com o una
meta posible para la actividad futura. El discernim iento y la reso­
lución de utilizar estos sucesos casuales se hallan implicados aún
en el progreso rudim entario del hom bre p rim itiv o E. Partiendo del
análisis de las form as principales de pensam iento creador— finalidad
y m edios ideados: finalidad ideada, pero no los m edios; finalidad
ideada y m edios casuales; tanto finalidad com o m edios casuales— , se
deduce fácilm ente que la voluntad ejerce una función básica sobre
este proceso. Sin ella, nuestro esfuerzo creador carecería de la ener­
gía necesaria para empezar, dirigir, ordenar y finalizar los diversos
actos que nos llevan a la m eta propuesta de un m odo racional. De
otro modo, podríam os suponer que un drama de Shakespeare fue
creado a partir de una mezcla de sílabas incoherentes, o bien que
una sinfonía de Schubert se originó de un conjunto de sonidos sin
relación alguna entre si. Podem os resumir nuestra idea m ejor quizá
diciendo, con L i n d w o r s k y , que el pensam iento creador no im plica so­

5 S e l z . O.: Zur Psychologie des produktiven Denkens und des Irrtums.


Bonn, Cohen, 1922.
Bibliografia 339

lam ente una finalidad de la razón, sino también una finalidad de la


voluntad 6.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXVIU


A quino , Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 82, art. 4.
G rdender , H., S, J.t Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pá­
ginas 171-77. ,
L in dw orsk y , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad. por H. R. de S ilva .
New York, Macmillan, 1931, Libro III, Sec. 1, Cap. 7, y See. 3, pp. 336-44.

* L in d w o r sk y : Op. cit., pp. 337-38. Das schlussfolgemde Denken. Frei­


burg, Herder, 1916, p. II.
CAPITULO X XIX

LA ACCION EN EL HOMBRE

1. CONCEPTO DE CONDUCTA HUMANA. ■— El apetito, aguzado


por el conocim iento, «es la causa de la actividad» segün A r is t ó t e ­
l e s . En realidad, sin el impulso proveniente del apetito nada se haría.
Las ideas pertenecen a la categoría de lo mental. Para que haya ac­
ción deben ser sembradas en el seno de la voluntad. Nuestra conducta
tiene una esfera de acción m uy amplia, pero sólo podem os conside­
rarla com o humana cuando interviene en ella la inteligencia y la
voluntad. Esto indica que nuestros pensam ientos y nuestras volicio­
nes no son hechos aislados, sino que tienden a introducirse en todos
los aspectos de nuestras vidas dando una configuración especial a
fenóm enos que de otro m odo no podrían diferenciarse de los anim a­
les o los vegetales. Utilizando nuestra inteligencia y nuestra voluntad
nos es posible crear disposiciones perm anentes que ejerzan influencia
sobre nuestra conducta. Esto es tan cierto que frecuentem ente ju z­
gamos a una persona solam ente por su conducta exterior o por su
m odo de hacer las cosas. Observamos su letra, por ejem plo, y decim os
que es enérgica o débil, indicando con esto que su carácter posee
estas cualidades. Su manera de hablar, de sonreír, de llevar el som ­
brero o de saludar se considera, consciente o inconscientem ente, com o
un signo de su actitud hacia los demás o de su postura ante las
cosas. El m odo que tiene de andar o de detenerse, de em puñar la
plum a o encender un cigarrillo, nos puede instruir m ucho acerca de
esa persona. Bien si juzgam os adecuadam ente o no a un determ inado
individuo, el h ech o es que los gestos, los ademanes y otros mocTos de
com portam iento exterior, son expresivos de su personalidad, y pueden
servirnos de clave para com prender sus m otivos y su ca rá cte r2.

2. AMPLITUD DE LA CONDUCTA HUMANA.— Las diversos tipos


de actos de que somos capaces form arían una lista innum erable si
tuviésemos que clasificarlos en su totalidad. Sin embargo, esto no es
necesario, ya que la m ayoría de ellos han sido estudiados con ante­
rioridad. Quizá antes de detenernos en los cuatro grupos que apa­
recen a continuación deberíam os señalar la diferencia que existe
entre acción y acto. La acción es un proceso, y el acto, un producto.
El acto se opone a la potencia, teniendo con ella la misma relación

' De Anima, L. Ill, c. 10.


3 Langfexd, H. S.: Action. Psychology. A Factual Textbook. Editado por
Boring, Langfeld, Weld. N. Y. Wiley, 1935, pp. 400-61.
342 Acción en el hombre

que la form a con la materia. La acción, a su vez, considerada como


una actividad perfectible, se com para al acto de un m odo parecido.
En prim er lugar, pues, están nuestros acíos reflejos, que son de
naturaleza vegetativa e independientes de la conciencia. Sin embar­
go, el hecho de que puedan condicionarse significa que pueden ser
influidos por la razón y por la voluntad hasta cierto punto. Así, aun­
que no som os capaces de controlar la aparición de nuestros reflejos,
ya que funcionan autom áticam ente ante la presencia de un estímulo,
podem os, sin em bargo, ejercer una cierta influencia sobre ellos, tal
com o lp demuestra el desarrollo de los llam ados hábitos corporales.
A continuación existe un amplio grupo de actos, tanto sensitivos
com o intelectuales, denom inados espontáneos. Son el resultado de la
tendencia natural de nuestras facultades a funcionar en presencia
de un estím ulo adecuado. Com o observa S a n t o T o m á s , un organismo,
com o cualquier otra criatura, tiende por su propia form a a la ejecu­
ción de aquellos actos propios de ella, de igual m odo que tiende a su
propia finalidad, lograda m ediante dichos actos. Según sea una cosa,
así opera y así tiende a lo m ejor que le corresponde por su natura­
leza 3. De nuevo observamos aquí diferentes grados de control.
Seguidam ente vem os los m ovim ientos de los apetitos sensibles o
acíos instintivos. Una vez más, la inteligencia y la voluntad pueden
actuar sobre ellos, logrando la form ación de hábitos que regulen y
atem peren nuestras reacciones instintivas, haciéndoles conformarse
al m andato de la razón.
Finalm ente está la actividad de nuestras facultades mentales, que
trabajan conjuntam ente para originar los llamados actos propiam en­
te hum anos, ya que no son com partidos con ninguna otra creatura
en el universo. Tal com o observa Santo T omás: «Estos son los actos
de los que el hom bre es am o, y lo es precisam ente porque ellos surgen
de la actividad de su inteligencia y su voluntad» 4.

3. DERIVACION DE LA CONDUCTA DE LA VOLICION.—La teo ­


ría ideom otora es un intento para renunciar al acto de voluntad en la
form ación de la actividad externa. Esta teoría suele ir asociada al
nom bre de William James, por la im portancia que éste le dio en la
psicología. Según sus explicaciones, lo que llam amos conducta vo­
luntaria es sim plem ente la consecuencia del efecto m otor de las im á­
genes e ideas s, R obert W oodworth sostiene un punto de vista similar.
Según él, la sola idea de m ovim iento es capaz de poner en marcha
los m ecanism os m otores y hacer que nuestros m iembros exterioricen
esta idea 6. La teoría de James y Woodworth, sin embargo, no ha sido
confirm ada por la experim entación, y las Investigaciones efectuadas
no han hecho más que dem ostrar nuestra experiencia ordinaria de que

3 C. G., L. IV, c. 19.


* S. T., p. I-n, q. 1, a. 1. Ver también L in d w o rs k y : Experimental Psycho­
logy, Trad. por H. R. de S ilv a . N. Y, Macmillan, 1931, pp. 317-19.
a J ames , W.: Psychology. N. Y. Holt, 1900, pp. 422-28.
• W oodworth, R. S.: Cause of Voluntary Movement. Stud, Phil., 1906, pa­
ginas 351-92.
Derivación de la conducta 343

las im ágenes e ideas de m ovim iento tienden a ser expresadas en


form a de acción. Además, este hecho, conocido por todos, nos ex­
plica por qué som os capaces de dirigir conscientem ente nuestro com ­
portam iento m otor, dar una estructura racional a nuestros actos e
inhibir a veces su presentación aun en presencia de imágenes e ideas
de contenido motor. De esto se deduce que debe existir alguna fa ­
cultad ulterior cuya fu n ción sea la de dirigir y cuyos efectos sean
distintos tanto de los de la im aginación com o de los de la razón 7.
D icho de un m odo más sencillo, sólo hay una m anera de explicar
el control de la conducta externa, y éste es m ediante el acto volun­
tario. Lindworsky ha dado una explicación genética del proceso El
niño viene al m undo equipado con una serie de mecanism os instin­
tivos y reflejos que empiezan a funcionar tan pronto com o aparece
el estím ulo adecuado. La hora de la com ida y la hora del juego son
ocasiones especialm ente favorables para el despliegue de la actividad
motora. Cada m ovim iento que el niño ejecuta deja tras sí una im a­
gen que se conecta por vía cortical con las vías m otoras que van a
inervar los músculos correspondientes. El proceso asociativo va en
dos direcciones: una, desde el acto a la im agen que de él se form a;
la otra, desde la im agen hacia el acto otra vez, com pletando el ciclo
La imagen puede ser quinestésica o muscular en sentido estricto, es
decir, puede representar la postura y el m ovim iento preciso de Iat¡
diferentes partes del cuerpo, unas en relación con otras. O puede
ser, simplem ente, una im agen de un m ovim iento visto. En am bos ca ­
sos puede llegar a ser la meta de una volición, y esto es lo im portante
desde el punto de vista del control. Todo lo que se necesita ahora
en el niño es el desarrollo gradual de su capacidad volitiva. P oco a
poco va aprendiendo a decidir su form a de conducta, y al volver de­
liberadam ente sobre las imágenes que se ha forjad o en su fantasía,
com ienza una actividad de transición entre el m ovim iento im aginado
y el m ovim iento ejecutado. De este m odo puede aplicar el principio
de control tanto a las form as innatas o heredadas de conducta com o
a las adquiridas posteriorm ente s.
La teoría de Lindworsky nos proporciona una explicación satis­
factoria de dos hechos de la experiencia corriente: el prim ero, poi­
qué las nuevas respuestas m otoras sólo se aprenden a base de repe­
tición, form ando así eslabones funcionales entre los centros corti­
cales de im ágenes y de m ovim ientos, y el segundo, por qué los m ovi­
mientos voluntarios no se aprenden, aun estando en posesión dei
aparato m otor apropiado, hasta que hayam os adquirido la imagen
adecuada de dichos m ovim ientos, puesto que esta im agen es un es­
labón necesario entre el acto de voluntad y el com portam iento m otor
que se deriva de él.

7 M o o re , T. V., O. S. B.: Dynamic Psychology. Phlla., L ip p in c o tt, 1924,


página IV, c. 2 y 3.
8 L in d w o r sk y : Op, cit., pp. 319-20. Ver también: M oore, T, V., O. S. B .:
The Driving Forces of Human Nature. N, Y. Gruñe and Stratton, 1948. p. VI.
344 Acción en el hombre

4. PAPEL DE LA IMAGINACION EN LA CONDUCTA CONTRO­


LADA.— Cuando se trata de llevar a cabo un acto con m ucha des­
treza, cuyas etapas han sido realizadas con anterioridad varias veces,
es m ejor m antener la im agen de la m eta delante de la conciencia
antes que concentrarse en los detalles. Un experto jugador de tenis,
por ejem plo, no centra su atención en los m ovim ientos de su muñeca,
en la posición de sus pies o
en el ángulo de inclinación de su cuerpo'
sino más bien se im agina el lugar donde quiere lanzar la pelota y
a continuación la golpea con su raqueta. En este tipo de actos, todas
las imágenes de las fases interm edias han sido ya asociadas firm e­
m ente p or una larga práctica, de m odo que el concentrar la atención
sobre ellas resulta perjudicial más bien que útil. Del mismo modo, si
intentam os recitar algo que sabemos de memoria, lograremos hacerlo
m ejor evocando las im ágenes y las ideas en grupos, más que una por
una. En realidad, si atendem os a las palabras aisladas, es muy posible
que m alogrem os nuestro recital.
Sin em bargo, esto no significa que las imágenes visuales y quines-
tésicas que intervienen en un determ inado acto sean superfluas o
que podam os prescindir de ellas. Al contrario, representan un esla­
bón de la cadena que nos relaciona con la meta deseada, un eslabón
de la escalera que nos ayuda a elevarnos hasta nuestro punto de des­
tino. Además, si estamos perfectam ente fam iliarizados con las imá­
genes que se requieren para hacer un cierto acto, vemos que tienden
a reaparecer en la conciencia tan pronto com o se repite dicho acto.
Esto nos permite com parar el acto repetido con nuestras imágenes del
m ismo y notar las posibles desviaciones del original. De este modo
nuestras imágenes quinestésicas nos sirven de ayuda para hacer c o ­
rrecciones más finas de movim ientos efectuados con poca frecuen­
cia, m ientras que nuestras im ágenes visuales nos asistirán al tratar
de m ovim ientos más toscos y frecuentes 9.

5. CONDUCTAS ESPECIALES.— El hom bre, por ser una creatura


racional, posee una visión más amplia de la realidad que los demás
animales. A causa de su inteligencia ha desarrollado varias formas
de conducta, de m anera que si n o logra sus deseos de un m odo tiene
la posibilidad de utilizar otros. Aunque su mente investiga la reali­
dad de un m odo abstracto, puede tam bién adaptarse de un m odo con­
creto a los nuevos factores ambientales. Veamos algunos de los modos
que ha ideado el hom bre de hacer frente a sus problemas.
I. R eacciones de defensa. —•Es perfectam ente norm al que todos
deseemos rehuir las situaciones desagradables de la vida. Si una per­
sona nos molesta, procuram os evitarla. Si el am biente que nos rodea
nos disgusta, intentam os cam biarlo. Si nuestros pensamientos nos
deprim en, nos vamos a dorm ir para olvidarlos, o bien emprendemos
alguna actividad, que suponem os nos va a alegrar el ánimo. En cada
caso lo que hacem os es elevar una barrera defensiva contra las ex­

a L in d w o r sk y : Op. cit., pp. 320-22. The Training of the Will. Trad. por
S texner y E. A. F ritzpatrxck, M ilw au k ee, Bruce, 1929, pp. 24-35.
Conductos especiales 345

periencias que tendemos a evitar espontáneamente. Es cierto que p o­


demos dem ostrar ante ellas una actitud de estoica indiferencia o bien
soportarlas con cristiana fortaleza, pero no seríamos humanos, sin
embargo, si no sintiésem os una repugnancia interna hacia ellas. P ro­
tegernos de lo desagradable es, pues, una conducta muy normal, au n ­
que no sea la más heroica.
II. R eacciones sustituttvas. — Si una situación desagradable no
puede evitarse m ediante un m ecanism o de defensa, todavía nos queda
la posibilidad de m odificarla m ediante otros tipos de reacciones. Una
de ellas es la com pensación, en la que un rasgo indeseable se oculta
o se disfraza con uno deseable, o, más corrientem ente, cuando algo
que amamos y que hem os perdido es reemplazado por un valor pa­
recido. En estos casos lo que se pretende es hallar un equivalente de
lo que hem os sido privados, una form a de conducta que, al crear
nuevos intereses, sustituye la pena de lo perdido por la alegría de lo
nuevo, el sentim iento de frustración por el de éxito. Otra form a fre ­
cuente de enfrentarse con las situaciones desagradables es la subli­
mación, que, en sentido estricto, significa desviar el impulso sexual
hacia objetos que no son propiam ente sexuales. Am pliando su sig ­
nificado, podem os considerarla, además, com o un m odo de dirigir los
impulsos instintivos hacia nietas más elevadas, especialmente de
utilidad social. M ediante este m ecanism o psíquico canalizam os nues­
tras em ociones y pensam ientos hacia fines altruistas y espiritualiza­
mos nuestro placer. La sublim ación cum ple en la religión una tarea
im portante. El cam bio que se pretende es siempre para bien del in ­
dividuo, y si este proceso no logra su objetivo, puede deberse ya sea
a su actitud irrazonable o a una falta de apreciación del fin al que
le conduce su actividad.
m . S o lu c ió n de c o n d u c t o s .— Debido a que nuestros instintos sue­
len estar en guerra con nuestras aspiraciones m orales e intelectuales,
nos es necesario m odificar y reprim ir m uchos de nuestros deseos es­
pontáneos. La lucha entre la pasión y la razón y entre el individuo
y su ambiente, em pieza en un período muy tem prano en la vida. El
niño debe aprender que no puede tener todo lo que desea. Al desarro­
llar su inteligencia y su voluntad, llega a com prender que m uchas
de las cosas que desea de un m odo físico no le satisfacen espiritual­
mente. Existe una constante afirm ación y renunciam iento de dere­
chos con form e los ideales de la juventud se enfrentan con corrientes
opuestas. Se necesita un cierto control para superar estas batallas,
control que se logra m ediante el desarrollo de hábitos que servirán
para m oderar ciertas tendencias autoafirmatívas, por una parte, y
fom entar, por otra, la con du cta altruista. Sólo cuando la voluntad
se ha desarrollado hasta el punto de lograr dom inar nuestros im pul­
sos y tendencias, está asegurada la v ic to r ia 10.
10 M oohe. T. V., O. S. B . : Dynamic Psychology (como el anterior), p. IV,
c. 7-9. The Driving Forcés of Human Nature (como el anterior), p, V.
A lle rs , E . : Self Improvement, N. Y. Benziger, 1939, p. II y III.
B arret , J. F.: Elements of Psychology. Milwaukee. Bruce, 2.1 ed., 1931,
páginas 106-17.
346 Acción en el hombre

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO X XIX

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New York, Macmillan, 1931, pp. 316-22.
M acK in n o n , D. W.: Motivation. Foundations of Psychology. Editado por Bo­
ring, Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 6.
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pitulo 22.
W oodworth , R. S., y M arquis , D. G .: Psychology. New York, Holt, 5." edición.
1949, Cap. 12.
CAPITULO X X X

HABI T O

1. CONCEPTO DE HABITO.— Hemos venido al m undo dotados de


un gran núm ero de facultades, cada una de las cuales, ejercida de
un m odo apropiado, representa una perfección de nuestra naturaleza.
La finalidad de una potencia es el acto correspondiente. Sin em bar­
go, esto no siempre resulta fácil, especialmente cuando se trata del
uso total y sin im pedim entos de nuestras facultades sensitivas e in ­
telectuales. Se requiere en este caso una larga práctica, y con ella, la
form ación de hábitos. Según Santo T omás, sólo cuando la inteligen­
cia y la voluntad intervienen podem os hablar de hábito en el sentido
estricto de la palabra. Así vemos que existen disposiciones naturales
de nuestras facultades vegetativas y de los sentidos externos que nos
llevan a actuar tan pronto com o el estímulo se presenta, pero éstos
no son verdaderos hábitos. Los sentidos internos, los apetitos, y la
potencia m otora, por otra parte, pueden ser influidos por la inteli­
gen cia y la voluntad, y aquí, com o dice Santo T omás, tenem os una
base real para el hábito, que puede ser definido com o una cualidad
perm an en te que se desarrolla m ediante el ejercicio de la inteligencia
y la voluntad y que tiende a hacernos actuar de una m anera rápida,
fácil y agradable. Veam os con más detalles cada uno de los rasgos de
esta definición i.
I. Permanencia.— Para Aquino, lo mismo que para A ristóteles, el
hábito es muy difícil de m od ifica r2. El Estagirita había observado
que «una golondrina no hace verano» 3, y Santo T omás añade que
«una gota de agua no horada una piedra» 4. De igual m odo, un solo
acto no es suficiente para crear un hábito. Por otra parte, lo que es
difícil de lograr debe, a su vez, ser difícil de perder, y esto es precisa­
mente lo que sucede con el hábito. Su perm anencia es el resultado
de la plasticidad de la facultad que lo recibe. No sólo deja una huella
a l producir una im presión, sino que esta facultad es capaz de retener

1 S. T., p. I-II, q. 49-61. Estas son las principales fuentes de la teoría


de S anto T omás sobre el hábito.
La afirmación más clara y sucinta de A ristóteles sobre la naturaleza
del hábito se encuentra en las Categorías, c. 8. La aplicación más impor­
tante de su doctrina está en Etnica ad Nicomachum, L. II-V, en la que expo­
ne el concepto de virtud moral en sus varias formas, L. VI, que trata de las
virtudes intelectuales.
2 S. T., p. I-II, q. 49, a. 1.
3 Ethica ad Nicomachum, L. I, c. 7.
* S. T„ p. I-II, q. 52, a. 3.
34S Hábito

esta huella. Lo que sucede en el pasado es conservado en el presente


y sirve de m odelo para el futuro. Actuando gradualmente se va gra­
bando tan profundam ente que resulta luego muy difícil de modificar
o eliminar, tal com o observa S a n t o T o m á s. Como una cualidad, ade­
más, el hábito significa la adición de nuevas fuerzas a nuestra pro­
ductividad. Tiene algo en com ún con la potencia, ya que es también
un principio operativo, pero difiere de ella, sin embargo, porque es
adquirida y no innata. Por últim o, vemos que es tam bién diferente de
la disposición, que es, a su vez, un tipo de cualidad. Esta última,
com o dice A q u in o , es una inclinación más que una potencia, por lo
que no es tan firm e y perm anente com o el hábito. La salud y la
belleza son ejem plos de disposición, y es muy fácil vernos privados
de ellas. Pueden denom inarse hábitos sólo en un amplio sentido de
algo que se posee, pero su naturaleza es ser entitativos y no opera-
cionales, o m odificar la sustancia más que los accidentes de la sus­
tancia. Queda claro que los hábitos a los que aludimos se refieren
a nuestras facultades, que son accidentes, y cuyo interés esencial es
ayudarnos a actuar.
IX. D esarrollo por la inteligencia y la voluntad.— El fundam en­
to últim o del hábito, tal com o señala Santo Tomás, es el carácter
indeterminado de la mente humana. Esto es, sin lugar a dudas, el
punto crítico de toda su teoría, ya que es un giro manifiesto del pro­
blema a un plano intelectual de interpretación. Así, vemos que de
todas las creaturas vivientes sólo el hom bre es capaz de conocer de
un m odo abstracto, es decir, de un m odo que le libera de las contin­
gencias temp oro espaciales, ya que, com o sabemos, una idea es la repre­
sentación de la esencia de una cosa, y esta esencia puede ser el
predicado de todos los individuos de una misma clase o especie, sin
tom ar en cuenta el tiempo, el lugar o las diferencias accidentales.
Además, com o el pensam iento hum ano puede remontarse sobre lo
concreto y particular, su voluntad es tam bién capaz de elegir o recha­
zar todo valor que tengan estas mismas características concretas y
particulares. Es esta indeterm inación esencial de sus facultades
racionales, su libertad de pensam iento y de volición la que hace que
el hábito sea posible, al m ism o tiem po que lo convierte en indispen­
sable. De este m odo, la inteligencia y la voluntad, verdaderos prin­
cipios del hábito, están fuertem ente necesitados de su cualidad esta­
b le: la inteligencia, debido a los vastos cam pos de acción que se le
ofrecen, seduciéndola todos a un tiempo, y la voluntad, tam bién por
la m ultiplicidad de valores que se le ofrecen com o meta para alcan­
zar la perfección. Los limites de la verdad y el bien son tan extensos
que a n o ser que nuestras facultades intelectuales se canalicen en
una cierta dirección correm os el peligro de no cum plir nada perma­
nente ni valedero. Es así que sólo después que hem os establecido
estos limites podem os am pliar la esfera de su influencia, form ando
hábitos en las facultades sensibles y llegando luego a actuar sobre las
vegetativas. El cam po de acción es en con ju n to bastante extenso, y
la form ación de hábitos, labor suficiente para ocupar gran parte de
Bases del hábito 349

la vida del hombre. El proceso es condicionado sólo por las lim i­


taciones de la m ente sobre la m ateria, es decir, por el grado de con ­
trol que el intelecto y la voluntad son capaces de ejercer sobre nues­
tras facultades cognoscitivas, orécticas, motoras y reflejas.
IIL Rapidez, f a c i l i d a d y placer en la acción.— La experiencia nos
enseña que existe siempre una fuerte tendencia a repetir los actos a
los que estamos acostum brados. Es así com o los hábitos nos impulsan
a la acción apenas aparece el estímulo adecuado. Esto sucede espe­
cialm ente cuando están muy arraigados y necesitam os un esfuerzo
especial de nuestra voluntad para im pedir que nos hagan actuar. En
estas circunstancias se distinguen difícilm ente de las potencias a las
que inform an, y S a n t o T o m á s los considera com o una especie de
segunda naturaleza. Lo que fue lento y difícil en sus com ienzos es
ahora fácil y agradable. Casi nos parece imposible que hubiese un
período en el que fuim os torpes, cuando vemos con qué seguridad y
maestría ejercitam os actualm ente nuestros hábitos, ya sea en el m a­
n ejo de los instrum entos el artesano, en el de los colores el pintor,
de las palabras el escritor, de los sonidos el músico, de las ideas el
pensador, de la oración y la m ortificación el santo. Finalm ente, los
hábitos proporcionan placer a quien los posee, ya que mediante ellos
podem os utilizar nuestras facultades del m odo más perfecto posible.
Desde este punto de vista pueden equipararse a fieles servidores que
esperan atentos a una seña de su amo, listos para ayudar haciendo su
trabajo n o sólo rápida y eficientem ente, sino proporcionándole liber­
tad y satisfacción 5.
2. BASES DEL HABITO.— En su aspecto fisiológico, el hábito p o ­
see el m ismo contexto orgánico que la potencia a la que perfecciona,
y toda potencia, com o sabemos, depende ya sea directa o indirecta­
m ente del funcionam iento norm al del organismo. El hábito se halla
condicionado particularm ente por los impulsos nerviosos, el uso de
ciertas vías, el desarrollo de conexiones sinápticas adecuadas, etc. Un
estudio detenido de estas estructuras ha arrojado considerable luz
en el m ecanism o de la form ación del hábito, actividad som ática que
existe paralelam ente a la m ental en este proceso. Así vemos, por ejem ­
plo, que constituye una característica de la sinapsis la de ofrecer
resistencia al paso original de un impulso nervioso, pero que una
vez que éste ha logrado atravesar la barrera, disminuye esta resisten­
cia en los cruces futuros. Si la conexión entre los centros corticales
no ha sido establecida por el desarrollo interno del sistema nervioso,
es posible, dentro de ciertos limites, producirla m ediante el ejercicio.
Desde el punto de vista orgánico, pues, el aprendizaje consiste en la
form ación de nuevas vías en el sistema nervioso central y en la elim i­
nación gradual de los obstáculos de la sinapsis. Si un hábito cae en
desuso, la resistencia sináptica reaparece y el proceso debe empren­
derse nuevamente. Por consiguiente, vemos que existen dos etapas
en el desarrollo fisiológico del hábito: la prim era es la adquisición

5 S. T., p. I-II, q, 49, a. 1-3; q. 50, a. 1-5; D. V. G., a 1 y 6.


350 Hábito

de vias de preferencia para la con ducción del impulso nervioso, y


la segunda, el reforzam iento de las conexiones sinápticas de m odo que
las vías preferidas puedan hacerse perm anentes6.
En su aspect» psicológico, el hábito se explica com o un fenóm eno
de reviviscencia. Es un hecho de observación com ún que los actos
pasados, especialm ente los más recientes, tienen tendencia a recurrir.
Aunque sea solam ente un contenido parcial el que reaparezca, existe
la tendencia a repetir la experiencia total a la que pertenece este
contenido. La intensidad de la recurrencia depende de la extensión
en que las tendencias asociativas arm onicen con los impulsos actuales
de la conciencia. La ley general es la de repetir las experiencias en el
mismo orden y disposición con que se presentaron originalmente.
Claro que esto conduce a facilitar nuestros actos, especialmente des­
pués que nos hem os habituado a utilizar los m ismos tipos de respuesta
ante determ inados estímulos 7.

3. TIPOS DE ÍL4B/TO.— Siguiendo las enseñanzas de S a n t o T o ­


m ás, podem os clasificar los hábitos en tres grupos generales. En pri­
mer lugar, está la serie som áticü, en la que la influencia de la inte­
ligencia es m enos notoria. Está form ada por reflejos condicionados,
en los que nuestros actos vegetativos se coordinan principalm ente con
el fin de hum anizar estos procesos y contribuir al bienestar indivi­
dual y social. Estos hábitos actúan espontáneam ente, es decir, se
hallan dotados con lo que A q u in o denom ina disposición natural para
funcionar de un m odo eficiente, aun en ausencia de control cons­
ciente. A continuación, viene la serie psicosom àtica. En ella se inclu­
yen los hábitos que la inteligencia y la voluntad form an en los senti­
dos, los apetitos y la potencia motora. El grado de éxito en la produc­
ción de hábitos en las potencias de naturaleza sensitiva, depende del
grado de resistencia que ofrece en ellos la materia al efecto liberador
de la mente. P or últim o, se encuentra la serie psíquica, que abarca
nuestros hábitos intelectuales y volitivos. El esquema que aparece a
continuación no contiene una enum eración com pleta de los hábitos,
pero señala los grupos principales por orden de im portancia. Al mis­
m o tiempo, proporciona al estudiante una idea general del modo
com o A q u in o incluiría las agrupaciones de los psicólogos modernos en
«n propio sistema.

4. EVOLUCION DEL HABITO.—Los factores que intervienen en


la form ación y el desarrollo de un hábito son esencialmente los mis­
mos. Ellos com prenden, en prim er lugar, un objeto apropiado sobre
el que el hábito va a a ctu a r8; en segundo lugar, una serie de pruebas
6 Bentley, M. A.: Psychology for Psychologists. Psychologies of 1930.
Edit, por Murchison. Worcester. Clark University Press, 1930, p. 111. San-
diford. P.: Educational Psychology. N. Y. Longmans Green.l 928, p. 104.
7 De la Vaissiere, J., S. J.: Educational Psychology. Trad, por S. A. Rae-
mers. St. Louis. Herder, 2.“ edición, 1927, p. 235. Maher, M., S. J.: Psycho­
logy. London, Longmans Green, 9* edición, 1926, pp. 338-90.
8 Brennan, R. E., O. P.: Thomistic Psychology. N, Y. Macmillan, 1941,
páginas 272-74. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960,
Evolución del hábito 35í

los apetitos
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352 Hábito

o actos ejecutados con torpeza en los que la potencia Intenta fam ilia­
rizarse con el ob jeto antes de efectuar los reajustes físicos y m enta­
les que la situación requiere; en tercer lugar, un éxito parcial del
p roceso; en cuarto lugar, un éxito com pleto en el que se logra la
maestría del hábito. La cuarta etapa ha originado algunas divergen­
cias de opinión entre los investigadores. Según H a r v e y C a r r , la fija­
ción final del hábito es debida a la frecuencia con que se ejecuta el
acto, a lo reciente de esta ejecu ción y a la intensidad. W a t s o n opina
que la frecuencia y lo reciente del acto es suficiente para explicar el
fenóm eno, m ientras que T h o r n d ik e sostiene que basta con la fre­
cuencia del acto y el placer con que se ejecuta s. En los tres casos hay
acuerdo general sobre la necesidad de la repetición. Esta es también
la opinión de A q u i n o , auuque él hace adem ás dos observaciones. La
prim era es que ciertos hábitos se desarrollan con más facilidad eñ
unas personas que en otras. Esto puede ser debido a unos sentidos
m ejor dotados, a un organism o más perfecto en general, en cuyo caso
es explicable que los hábitos se adquieran con un entrenam iento más
corto. La segunda observación se relaciona con el hábito de los pri­
meros principios, o com prensión, que no depende de la repetición, pero
que es desarrollado por el intelecto tan pronto com o éste percibe la
realidad. Esta es seguram ente la excepción que confirma la regla,
puesto que lo natural es que la adquisición del hábito dependa gene-
nalm ente de la repetición 10.

5. REFUERZO Y DEBILITAMIENTO DEL HABITO.—Un hábito


puede hacerse más fuerte o más débil en relación con el uso que
hacem os de él. Nuestro conocim iento de una ciencia determinada,
p or ejem plo, es reforzado objetivam ente en proporción con el núme­
ro de hechos, teorías y leyes a las que se extiende, y subjetivamente,
cuando los exámenes repetidos de sus contenidos nos dan visión más
profunda de los mismos. El reforzam iento se consigue, por lo tanto,
del m ism o m odo com o adquirimos el hábito, o sea, mediante la repe­
tición, m ediante la am pliación de su objeto, el estudio de los detalles,
etcétera. El debilitam iento, por otra parte, es el resultado de actos
que no poseen la intensidad suficiente. Dichos actos se hallan tan
por debajo del umbral, que el hábito term ina por cesar de funcionar.
Repitam os, pues, con A q u i n o : «Si la intensidad de un acto es pro­
porcional a la intensidad del hábito o es m ayor que él, entonces lo
refuerza o tiende a su reforzam iento. Podem os establecer com para­
ción con el crecim iento corporal: cada bocado no se transform a en
tejido nuevo autom áticam ente, pero la ingestión continuada de ali­
mentos conduce al aum ento de tam año del cuerpo...; así también
la repetición de un acto conduce al crecim iento del hábito. Por otra

* C arr , H. A.: Psychology. N. Y., Longmans Green, 1927, pp. 106-08. W at-
b on ,J. B.: Psychology from the Standpoint of a Behaviorist. Phila. Lippin-
cott, 2.1 edición, 1924, pp. 314-16. T horndike, E. L.: Animal Inteligence. N. Y.
Macmillan 1911, p. 224.
10 S. T., p. I-II, q. 51, a. 1-3; D. V. G.t a. 8 y 9.
Teorías sobre el hábito 35S

parte, si el acto no alcanza a medir la Intensidad del hábito, no sólo


tien de a estabilizar su crecim iento, sino además a disminuirlo» 11
¿Puede un hábito fortalecer o debilitar a otro? La respuesta de
S a n t o T o m á s es afirmativa. A favor del refuerzo señala el hecho de
que ciertos hábitos pueden originarse de una misma facultad, y a l­
gunos de sus beneficios se derivan precisam ente de su existencia
conjunta. Por ejem plo, podem os h allam os versados en varias ramas
del saber científico o filosófico, cada una de las cuales refuerza nues­
tro conocim iento de las demás. A favor del debilitam iento existe el
h ech o frecuentem ente experim entado de ver nuestros buenos hábitos
debilitarse y aun suprimirse por el antagonism o de los malos hábitos.
La única excepción a esta regla es el hábito de com prender, que ya
hem os m encionado, ya que la oposición a este primer principio es
equivalente a una negación de la inteligencia humana. El caso
varía respecto a las conclusiones que se obtienen de los primeros
principios, ya que aquí podem os hallar una ciencia falsa que se
oponga a una verdadera. El con flicto entre los buenos y malos hábi­
tos aparece con más frecuencia en el nivel moral, donde la razón y el
instinto se hallan generalm ente en fran co desacuerdo, pero en estos
casos disponemos de las armas necesarias para ejercer un control
adecuado y elim inar así los rasgos indeseables*2.

6. TEORIAS SOBRE EL HABITO — Veamos a continuación algu­


nas de las explicaciones que dan los psicólogos m odernos del hábito,
estableciendo de este m odo una com paración con el concepto de
A qoitto .

I. I n t e r p r e t a c i ó n b e h a v i o r i s t a .— El hábito tiene una enorme im ­


portancia para el psicólogo behaviorista. W a t s o n dedicó largos y
penosos esfuerzos a su estudio, llegando a la conclusión de que éste,
com o el instinto, puede reducirse a reflejos, sistematizarse y funcionar
de un m odo seriado cuando el organism o se enfrenta con determ ina­
dos estímulos. La única diferencia existente entre el hábito y el ins­
tinto en realidad es su origen : el instinto es innato, m ientras que el
hábito se adquiere a lo largo de la vida individual. Todos los hábitos
del hom bre se hallan com prendidos en estos tres grupos: el grupo
m anual, que incluye los actos del tronco y las extrem idades; el grupo
visceral, que com prende todas las respuestas de tipo em ocional, y el
grupo laríngeo, que abarca los hábitos del lenguaje y del pensam ien­
t o 13. La respuesta del psicólogo da una explicación similar, excepto
en que la interpreta en térm inos de arcos sensitivo-m otores en vez de
r e fle jo s 14. Este tipo de teorías pueden servirnos de ayuda para expli­
car la base som ática de la form ación de los hábitos, aunque no nos

11 S. T., p. I-II, q. 52, a. 3.


12 S. T., p. I-II, q. 53.
13 W atson , J. B.: Behavior. An Introduction to Comparative Psycholo­
gy. N. Y. Holt, 1914, pp. 184-85.
14 L angfeld , H. S.: «A Response Interpretation of Consciousness», Psy­
chological Review, 1931, 38, p. 87-108.
BRm NM T, 23
354 Hábito

sirvan para interpretar las fases psicológicas del proceso. Además, es


un error querer reducir nuestros hábitos intelectuales a m anifestacio­
nes puram ente reflejas o a la com pleción de arcos sensitivo-m otores.
II. I n t e r p r e t a c i ó n p s i c o a n a l í t i c a .—Freud, tam bién, ha dicho mu­
ch o sobre el hábito, y, en consecuencia con el esquema básico de su
teoría, lo incluye en el concepto más am plio de instinto. El hábito es
para él el resultado de una especie de repetición-com pulsión, es decir,
de un sentim iento que nos fuerza a repetir ciertas experiencias una
y otra vez. El proceso se manifiesta especialmente en la reproducción
de tensiones em ocionales pasadas que recurren de un m odo espon­
táneo, independientem ente del placer o desplacer que llevan consigo
o del valor que tengan para nosotros individualm ente 15. Tenemos
aquí la misma visión lim itada del problem a que en el caso de los
behavioristas, y la misma dificultad para com prender el papel de la
inteligencia y la voluntad en la form ación del hábito. Además, según
las ideas freudianas, estar en posesión de hábitos parecería implicar
la existencia de una estructura anorm al en nuestra conducta, ya que
éstos son el resultado de com pulsiones, las cuales no son fenómenos
normales.
m . I n t e r p r e t a c i ó n h ó r m i c a .— La psicología hórm ica se interesa
por todas las tendencias generales del hom bre, de las que el hábito es
probablem ente una de las más im portantes. Según la explicación de
M c D o d g a l l , hay una inclinación Innata en nosotros a repetir los actos
que hem os ejecutado alguna vez y con cada repetición esta realiza­
ción se va haciendo más fá cil cada vez. Esto form a parte de su desarro­
llo gradual, e ilustra la estructura finalista que yace detrás de toda la
actividad del org a n ism o 16. Este punto de vista no contiene ninguna
novedad en especial, solam ente refuerza la opinión de A qütno de que
el hábito n o sólo empieza siendo natural, ya que nace de una ten­
dencia latente originalm ente en la potencia, sino que term ina tam ­
bién siendo natural, cuando se ha h ech o tan perfecto que no lo dis­
tinguim os del acto espontáneo. La finalidad del hábito es la misma
que la de la vida hum ana en general, y ésta es la opinión de McDou-
g a l l y sus discípulos que se relaciona más estrecham ente con el con ­

cepto del hábito de S a n t o T o m á s .

7. CONTROL DE LOS HABITOS. I . C u l t iv o d e h á b i t o s d e s e a ­


b l e s .— Es imposible calcular el valor de un m étodo en la form ación de
15 F reü d , S.: Beyond the Pleasure Principie. T r a d . p o r C. J. M. H u b b a c k .
N. Y. Boni y Liveright, 1934.
H en d r ic k , I.: Facts and Theories of Psychoanalysis. N. Y. K n o p f , 1934,
p á g i n a 103. E n r e la c ió n c o n e s t o Q u i s i e r a m e n c i o n a r q u e m i e n t r a s q u e la
l a b o r d e F r e u d y su s d is c í p u l o s h a a y u d a d o a o r i e n t a r o t r a v e z a l a p s i c o ­
l o g í a m o d e r n a h a c i a u n a v is ió n p e r s o n a lis t a y t o t a l d e l h o m b r e , e l r e t r a t o
q u e h a c e n lo s p s ic o a n a lis t a s d e l a p e r s o n a lid a d h u m a n a e s m á s b ie n p a ­
t o l ó g i c o q u e n o r m a l, y a q u e d e s d e s u s c o m ie n z o s e l in t e r é s d e l p s ic o a n á lis is
se c e n t r ó e n la s m a n i f e s t a c i o n e s d e d e s e q u ilib r io d e l s e r h u m a n o .
18 M c D o u g a l l , W .: An Introduction to Social Psychology. Boston, Luce,
edición revisada. 1926, p. 354 ss. An Outline of Psychology. London Methuen,
3.» edición, 1926, c. 6.
Control de los hábitos 355

los hábitos. W i l l i a m J a m e s ha dado una extensa explicación sobre sus


opiniones respecto a este punto, que resumimos aquí. En prim er lugar,
la tarea de desarrollar el hábito debe ser em prendida con una in icia­
tiva tan enérgica com o sea posible. Esto quiere decir que debem os
colocarnos deliberadam ente en circunstancias favorables al desarro­
llo de éste. Una vez que hem os cogido impulso, correm os m ucho m enos
peligro de fracasar en nuestro intento. En segundo lugar, n o debé
permitirse ninguna excepción hasta que el hábito recién adquirido
se haya arraigado profundam ente en nuestras vidas. El entrenam ien­
to debe, pues, ser constante si deseam os progresar de una manera
satisfactoria. En tercer lugar, debem os aprovechar todas las ocasiones
posibles para ejercitar el hábito, incluso si se hace sólo p or placer.
La repetición del acto es esencial para el progreso y es el único cam ino
que e x is te 17. Como dice A r i s t ó t e l e s : «Uno se convierte en construc­
tor solam ente construyendo, y en tañedor de lira, solam ente tañ én ­
dola» 1S. La razón es muy sencilla, puesto que la tendencia a actuar
de un m odo habitual sólo se fija en proporción con la frecuencia con
que se repite el acto.
EL. E l i m i n a c i ó n d e h á b i t o s i n d e s e a b l e s .— R o b e r t W o o d w o r t h se­
ñala, m uy ciertam ente, que el m ero deseo de olvidar los hábitos des­
agradables no es suficiente, por lo m enos en la m ayoría de los casos
Siempre es necesaria la actuación. En prim er lugar, debem os ser com ­
pletam ente conscientes de nuestra aversión por d ich o hábito, y esto
no siempre es fá cil, puesto que solem os tender con frecu encia a pasar
por alto nuestros propios defectos. En segundo lugar, una vez fa m i­
liarizados con los que deseamos suprimir, debem os actuar enérgica­
mente para crear el hábito opuesto 19. Este m étodo hallaría la apro­
bación inm ediata de A q u i n o , que, com o hem os visto, sugiere que debe­
mos fortalecer los actos que se oponen a un hábito determ inado
cuando pretendem os extirparlo. Debemos señalar, sin em bargo, que el
hecho de que un hábito sea indeseable no im plica que sea m oralm ente
m alo. Una postura inadecuada, por ejem plo, o el conocim iento in com ­
pleto de una materia, no son ciertam ente cosas de las que podem os
enorgullecem os, pero tam poco im plican in fracción alguna a la ley
moral.
K night D unlap sugiere una línea de conducta diferente a la de
Woodworth. Estudiando el hábito descubrió, igual que A quino, que no
todo acto sirve para reforzar el hábito. Según él, si nos hallam os en
profundo desacuerdo con algún rasgo indeseable, la repetición lenta
y consciente de los actos que lo originaron puede llegar a ser un
m edio real para liberarnos de él. Supongamos, p or ejem plo, que tene­
mos el hábito, al escribir a máquina, de golpear las letras rte en vez
de tr e : Cometiendo deliberadam ente el error un cierto número de
veces, m anteniendo nuestra atención centrada en lo desagradable que

W.; Psychology. N. Y. Holt, 1892, pp. 145-50.


17 J ames ,
Ethica ad Nicomachum, L. II, c. 1.
i'1 W oodworth, R , S.: Psychology. N. Y. Holt, edición revisada, 1929, pá­
ginas 176-77.
356 Hábito

este defecto nos resulta, es muy probable que lleguemos a hacerlo


desaparecer. D u n l a p logró, efectivam ente, este resultado en un expe­
rimento. Otro caso práctico, estudiado en su laboratorio, fue el de
un sujeto que tenía el hábito de tartamudear. Se le in dicó prim ero que
observase detalladam ente cóm o utilizaba sus órganos vocales. A con ­
tinuación, DmsrLAF le hizo reproducir conscientem ente su manera de­
fectuosa de hablar, analizándola m inuciosam ente y señalándole en
detalle cada uno de sus fallos. Por último, anim ó al sujeto a repetir
todos sus errores hasta que éste logró hacerlo tan perfectam ente com o
si el tartam udeo fuese espontáneo. Los resultados fueron muy fa v o­
rables y se logró por ñn elim inar el hábito 20. Debemos añadir que
este m étodo, que parece digno de un ensayo serio, no ha sido empleado
con m ucha frecuencia. Su uso sería lim itado, de todo modos, ya que
m uchos casos de tartam udeo obedecen a causas psicológicas profun­
das y no sim plem ente a una m era dificultad para controlar la activi­
dad de los órganos de la vocalización.

8. FUNCION DEL HABITO EN LA VIDA MENTAL — Al nacer,


nuestros actos suelen ser en su m ayor parte de tipo reflejo o vegeta­
tivo, pero no bien han pasado unas semanas, ya podemos descubrir
el esbozo de varios hábitos. Estos m odos de respuesta adquiridos co n ­
sisten principalm ente en m ovim ientos coordinados de la cabeza, el
tron co y las extremidades y ensayos de utilización de los órganos de
los sentidos. Todo esto conduce a nuestro bienestar, ya que, com o los
psicólogos señalan, si nuestros actos no tendiesen a convertirse en
hábitos, incluso las operaciones más simples llegarían a agotarnos.
Desde que el cuerpo y los miembros se desenvuelven libremente, pode­
m os dirigir nuestra atención al desarrollo de los sentidos internos,
todos los cuales poseen m isiones im portantes en el perfeccionam iento
de la razón y de la voluntad. Sin todo ello, además, no hay posibilidad
de progreso intelectual.
El beneficio es mutuo, en realidad, ya que con el desarrollo del
entendim iento y la voluntad la labor de los sentidos puede sistema­
tizarse y perfeccionarse. Los hábitos intelectuales empiezan a fo r ­
marse, y con el conocim iento aparece la tarea de ejercitar la voluntad
en la virtud. Este proceso es lim itado, pudiendo continuar hasta el fin
de nuestras vidas, y com o consecuencia de él adquirimos facilidad y
gracia en nuestros actos—ya sean de naturaleza oréctica, cognosciti­
va o m otora— , hasta el punto que resulte muy difícil diferenciarlos
de los actos de puro autom atism o. Como observa J a m e s , refiriéndose
al aspecto irreflexivo de la m ayoría de nuestros m ovim ientos: «Al
vestirnos y desvestim os, al com er y al beber, al saludar y dar la
acera a las señoras y aun al em plear m uchas expresiones corrientes
en el lenguaje utilizam os una conducta que podría considerarse casi
com o refleja» 21.

20 D unlap , K . A .: Revision of the Fundamental Law of Habit Formation.


Science, 1928, 67, p p . 3 6 0-62.
31 Jam es, W .: Talkt to Teachers. N . Y . H o lt, 1899, p . 6 5 -6 6 .
Bibliografía 357

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO X XX
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B r e n n a n , R . E., O . P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,
Cap. 10. Ed. esp., Morata, Madrid, 1960.
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Morata, Madrid, 1963.
C urran , C. A.: Counseling in Catholic Life and Education. New York, Mac­
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J a m e s , W . : Talks to Teachers. New York, Holt, 1899 Cap 8.
K elly , W. A.: Educational Psychology. Milwaukee,' Bruce, 1933, Cap. Í4.
Ed. esp.. Morata, Madrid, 1984.
CAPITULO XXXI

EL YO

1. CONCEPTO DEL YO. — El estudio del yo com o una entidad


científica ha sido algo descuidado por los psicólogos hasta hace muy
poco tiempo. Quizá una de las razones de la renovación del interés
por este fascinante tema sea la labor de los higienistas mentales, com o
F r e c d y sus discípulos, cuya am bición especial h a sido la de inves­
tigar el aspecto anorm al de la naturaleza hum ana e idear medidas
adecuadas para su readaptación.
La orientación general de la psicología m oderna hacia una pers­
pectiva personalista puede ser tam bién otra de las razones, asi com o
el interés desarrollado hacía todo tipo de pruebas y mediciones. Final­
mente, y de un m odo indirecto, el crecim iento de la m edicina p sico­
som àtica ha ejercido indudablem ente cierta influencia en la configu­
ración de los program as de investigación que ahora existen en todo
laboratorio bien organizado. De un m odo u otro, el problem a del yo,
con todas sus proyecciones y sus m atices significativos, no puede ya
de ningún m odo ser ignorado. Empezaremos, pues, por la suposición
de que hay algo que podem os denom inar ego o conciencia del yo, al
cual referim os todos nuestros actos, ya sean vegetativos, sensitivos o
intelectuales. Lo que es efectivam ente el yo será explicado a con ti­
nuación, pero podem os definirlo desde ahora com o: la conciencia
individual del sí mismo com o un principio de acción.

2. DISTINCIONES DEL EGO.— Existen tres significados distintos


del térm ino ego o yo, todos ellos necesarios para la correcta co m ­
prensión del mismo.
I. Y o p s i c o l ó g i c o .—'El yo psicológico representa la integración de
todas nuestras potencias, hábitos y actos, reunidos y organizados de
tal m odo que perm iten diferenciar a un individuo claram ente de los
demás. D icho más brevem ente, el yo representa la propia personali­
dad: una estructura interna de la mente com binada con determ ina­
dos atributos perm anentes que revela qué tipo de hom bre se es. Puede
ser considerada desde un punto de vista privado cuando se refiere a la
vida y a las actividades internas del individuo, com o cuando decimos,
por ejem plo: «Es una persona muy tim ida y solitaria», o desde un
punto de vista público, cuando expresa la relación del individuo con
su am biente, com o al decir: «Es una persona muy sociable» i.

1 L indw orsky , J., S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. de


S ilva . N. Y. Macmillan, 1931, p. 284.
360 El yo

II. Y o m o r a l .— El ego o yo moral, com o su nombre indica, se


refiere al aspecto ético de los actos. Se le suele denom inar carácter.
El interés se centra aquí más en la voluntad que en la inteligencia.
Así, la personalidad se refiere básicam ente a los hábitos de naturaleza
cognoscitiva teniendo com o eje el intelecto, el carácter se refiere esen­
cialm ente a los hábitos orécticos, agrupados alrededor de la voluntad.
Utilizando nuestro cerebro podem os desarrollar nuestra personalidad,
pero nuestro carácter depende del sentim iento y de la fuerza de
nuestras inclinaciones. Una persona puede tener una sonrisa agra­
dable, una conversación correcta y un ingenio despierto; puede ves­
tirse con elegancia y com portarse con distinción. Por todo esto puede
considerarse que tiene una personalidad agradable; pero, a no ser
que posea ciertas cualidades morales, nadie podrá decir que tiene
buen carácter. A la larga, por supuesto, es el carácter el que tiene
más valor, y el problem a de la adquisición de un sólido carácter es
de tal im portancia que dedicarem os el capítulo siguiente por com ­
pleto a su estudio 2.
III. Yo o n t o l ò g i c o .— Si poseemos facultades y hábitos, personali­
dad y carácter, debe existir un fundam ento para todos ellos: algo en
lo que se hallen arraigados en últim a instancia y que actúe com o su
fuente de origen, y eso es precisam ente lo que se entiende por el ego
o yo ontològico. S a n t o T o m á s lo llam a persona, y, siguiendo las ense­
ñanzas clásicas de B o e c i o , lo define com o: una sustancia individual de
naturaleza ra cio n a l3. Este es un concepto filosófico y tam bién una
verdad profunda, pero arm oniza perfectam ente con el significado
vulgar de una aserción tal com o: «Juan Pérez es una persona.» Esto
es debido a que suponem os que Juan Pérez es un individuo que existe
por derecho propio y no puede ser confundido con ningún otro, que
pertenece a la categoría de las sustancias y no de los accidentes, y que
dicha sustancia posee la facultad de pensar y de querer. La persona,
en resumen, es a lo que se refiere el científico al hablar del yo puro.
Es tam bién a lo que el hom bre de la calle se refiere cuando dice al
hablar: Yo veo, o Yo siento, o Yo sé, porque el Yo en todos estos
casos no es solam ente el sujeto lógico de la frase, sino el sujeto on to­
lògico de cada acto. La presencia del ego com o fondo de todos nues­
tros actos es tan evidente com o nuestra propia existencia. Aun nues­
tras experiencias más superficiales que se suceden en un instante y
luego se desvanecen, deben pertenecer a un substrato que ni viene ni
se m archa, sino que se halla presente continuam ente desde el m o­
m ento en que com enzam os a vivir com o seres humanos.
En el desarrollo gradual de la m ente, sin em bargo, el térm ino yo
es utilizado por vez primera por el niño en un sentido personal, ya
3ea privado o público, com o consecuencia de su con tacto con la gente
o con el m edio que lo rodea. Pero, al desarrollar su inteligencia, apren­
de a pensar en sí m ismo com o un individuo separado de los otros y

3 Brennan, R- E., O. P.: Thomistic Psychology. N. Y. Macmillan, 1941,


páginas 291-93. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
* S. T., p. I, q. 29, a. 1.
Exptriencia del yo 361

capaz de actuar de un m odo personal. Lo que refleja en este caso, aun


de un m odo inm aduro, está más en relación con el yo puro que con
sus m anifestaciones de carácter y personalidad. Queda claro, pues,
que el yo puro u on tològico es el núcleo o raíz de los demás significados
de la palabra 4.

3. EXPERIENCIA DEL YO. I. O b s e r v a c ió n s im p l e .— Las afirma­


ciones de algunos psicólogos de que el ego o yo no es más que un
con ju n to de sensaciones, imágenes, sentimientos, etc., son opuestas
tanto a la experiencia corriente com o al testim onio de la Humanidad
en general. Porque no existe ningún dato consciente, ya sea de origen
sensitivo o intelectual, que aparezca en el cam po de la conciencia sin
que nos produzca la sensación de ser algo nuestro, de que nosotros so­
mos sus dueños adem ás de sus creadores, y de que som os responsables
de él. La m em oria me prueba, adenras, que yo soy el mismo individuo
que ha existido hace diez, veinte o treinta años; y que, mientras los
fenóm enos conscientes presentan un flujo constante, hay algo tras
ellos que los m antiene unidos, proporcionando una base segura y per­
manente a la afirm ación de que me pertenecen. La extensión de di­
chos fenóm enos abarca desde las más simples percepciones a las más
com plejas form as de pensam iento, desde los sentim ientos más ele-
mentales a las decisiones de más envergadura. Sin embargo, tengo el

1 S. T., p. I, a- 29; p. III, q. 2, a. 1-3, y q. 16, a. 12; D. P. D , q. 9, a. 1-3;


O. G., 1. IV, c, 35. De Uníone Verbi Incarnati, a. 1, El desarrollo del con­
cepto de persona ha llamado la atención sobre ciertos problemas. Mencio­
naremos aquí dos de ellos. El primero se refiere a la diferencia real que
existe entre persona y naturaleza. Quizá el modo más concreto de expresar
esta diferencia es diciendo que el hombre es una persona, pero posee una
naturaleza. La idea de persona como un principium quod, por consiguien­
te, es mucho más importante que la de naturaleza como un principium
quo. Esta última es un principio de movimiento o de acción, mientras que
la primera es un principio de existencia. Sin embargo, la naturaleza de
una cosa, por medio de sus facultades, determina el tipo de acción que
el objeto ejecuta. Así, por ejemplo, el hombre puede pensar porque posee
una naturaleza racional, y a causa de que posee esta naturaleza, es una
persona. La diferencia efectiva entre persona y naturaleza fue el descu­
brimiento de los filósofos cristianos, que se dieron cuenta, por medio de
la fe, de que Cristo tenia naturaleza humana, pero no era una persona
humana.
El segundo problema se refiere a la determinación última de la natu­
raleza racional, que, cuando se halla presente, constituye una persona.
Este punto fue debatido durante siglos, pero la mayoría de los discípulos
de S anto T omás infieren su opinión de un pasaje de su tratado: Sobre el
Poder de Dios (q. 9, a. 3), en donde dice que «persona significa una cierta
naturaleza perfeccionada por un cierto modo de existencia». (Ver tam­
bién a. 2, r. a obj„ 1 y 2.) Este modo de existencia, que es un modo de
subsistencia, tiene una triple tarea que ejecutar en relación con la natu­
raleza a la que perfecciona. En primer lugar, prepara a la naturaleza para
recibir su propia existencia; en segundo lugar, para incluir la naturaleza
dentro de si misma, y así, en tercer lugar, convertir a la naturaleza en
incomunicable. Para una ampliación del tema, ver: G arrigoü - L agrange , R,
O. P.: Reality. Trad. por P. C u m m in s , O. S. B. St. Louis, Herder, 1950, c. 33
y 58. M a ritain , J.: Existenee and the Existent. Trad. por L. G alantjere y
G. B. P helan , n. Y. Pantheon, 1948, pp. 62-68.
362 El yo

convencim iento interno, sin necesidad de argum ento alguno de que


cada uno de estos datos es sólo una parte de la estructura total de
m i historia personal, que n o puede ser buscado su origen en ningún
principio exterior a mí, y que se revela, de hecho, sólo en el interior
de mi propia experiencia concreta. Esto n o significa, sin embargo, que
yo no llegue a la concepción de mi ego por un proceso de abstracción.
Si yo no poseyese la facultad de reflexionar sobre lo que acontece en
mi conciencia y de llevar lo im plicado en mis pensam ientos hasta sus
últimas conclusiones, sería incapaz de captar en absoluto la idea de
un ego o y o com o un substrato perm anente de todo lo que sucede en
mi interior. En resumen, si elim ino la razón del contexto de mi histo­
ria pasada y presente, continuaría siendo un sujeto que experimenta,
pero no un yo, tal com o sucede en las form as puram ente animales de
conciencia.
II. O b s e r v a c ió n c i e n t í f i c a .—La evidencia de la conciencia del yo
puede tener su origen en varias fuentes cientíñcas. W i l l i a m McDou-
g a i x , p or ejem plo, sostiene que el conocim iento del yo com o una rea­
lidad idéntica y continuam ente existente «se basa en nuestras expe­
riencias de esfuerzo, de dedicación de energías en la persecución de
nuestros objetivos. Se piensa en uno m ismo com o en un ser que conoce
y lucha, goza y sufre, recuerda y espera» 5. C h a r l e s S p e a r m a n atribuye
nuestro concepto del yo a la experiencia inmediata. Discutiendo el
tem a en su trabajo sobre la inteligencia, afirma enérgicam ente que
«cualquier psicología del conocim iento no logra explicar la aprehen­
sión universal del yo, se halla con toda certeza desfigurada por una
grieta tan amplia y profunda que la hace im potente para explicar
satisfactoriam ente aun el más simple hecho, ya sea de la vida ordi­
naria o del laboratorio» 6. La estrecha relación que existe entre el acto
de elección y la conciencia del y o ha sido afirmada por varias líneas
de investigación. Así, p or ejem plo, la fórm ula de Ach: «yo deseo real­
m ente», o la de A v e l i n g : «adopción por el y o ... del m otivo o motivos
para la elección de una de las alternativas»; o la de M c D o u g a l l :
«m antenim iento de una conación por la cooperación de un impulso,
excitado dentro del sistema nervioso, del sentim iento del yo». Hasta
el testim onio indirecto que representa el «super-yo» freudiano, que
fundam enta nuestra m oralidad en el respeto a las costumbres de la
Humanidad, todas constituyen fuentes de inform ación independien­
tes que convergen en el concepto del yo, tal com o se manifiesta en la
actividad volitiva. Este notable acuerdo de opiniones, procedentes de
científicos de sistemas psicológicos radicalm ente distintos, es uno de
los resultados más im presionantes que nos puede ofrecer la investi­
gación. Es tanto más sorprendente cuanto que representa un im por­
tante cam bio de actitud, especialm ente si lo com param os con el punto
de vista de H u m e , S p e n c e r , A l e x a n d e r B a i n y G e o r g e L e w e s , para

s McDoügall, W.: An Outline of Psychology. London, Methuen, 3.a edi-


eión, 1926, p. 426.
6 S p e a r m a n , C.: The Nature of «Intelligence s> and the principles of Cogni­
tion. London, Macmillan, 2.a ediclón, 1927, p. 54.
Introspección del yo 363

quienes el yo no era casi otra cosa que una asociación del producto
de los sentidos y de los apetitos, capaz de desaparecer en cuanto la
asociación se desintegrase 7.

4. NATURALEZA SUSTANCIAL DEL EGO ABSOLUTO. — Según


S a jít o T o m á s , el intelecto conoce su existencia por cada acto que e je ­
cuta. El ego ontològico, por el contrario, no es percibido por dicha
actividad reflexiva s. T anto su existencia com o su naturaleza se com ­
prenden sólo por inferencia, puesto que éste n o es un principio de
operación, sino un ente: el principio final en el que nuestros actos,
potencias y hábitos hallan su soporte y su sujeto esencial. Ahora
bien : lo que sirve de base a otros objetos, pero que no necesita a su
vez de ésta, es una sustancia. El concepto de sustancia, sin embargo,
se revela sólo gradualm ente al ponerse nuestra mente en contacto
más directo con la realidad. Así vemos que nuestra experiencia de los
cuerpos nos lleva a postular un portador en el que las cualidades que
percibim os— color, gusto, fragancia, peso, etc.—se hallen contenidas.
Partiendo de este tipo de consideraciones, pasamos gradualmente a
com prender y aceptar la idea de una base permanente de todos los
atributos que hallam os en nosotros, y así, finalmente, nos vemos fo r ­
zados a deducir que el yo psicológico y el m oral son simplemente
m anifestaciones externas de un yo central que no es un accidente,
sino un portador de accidentes, que no es operacional, sino el sujeto
de las operaciones; en resumen, de un yo de naturaleza ontològica.
S a n t o T o m á s , com o hem os visto, se refiere a él com o una sustancia de
naturaleza racional, puesto que la razón es su propiedad más elevada.
Como consecuencia de la razón, aparece la libertad, convirtiendo al
yo en sagrado e inviolable. En cuanto persona, pues, el hom bre es una
criatura independiente que piensa y actúa por sí misma. Es el fo r ­
ja d or de su propio destino, puede usar o abusar de sus facultades a su
gusto, pero carga siempre con la responsabilidad de todos sus actos ®.

5. INTROSPECCION DEL YO. I. S e c c ió n t r a n s v e r s a l . . — La vi­


sión instantánea de la conciencia revela la vasta com plejidad de sus
elementos. Leonard T roland nos ha proporcionado un buen resumen
de lo que aparece en un m om ento dado a la introspección. Una sección
transversal nos revela: prim ero, el reconocim iento de las cualidades
sensibles de los objetos, su color, su olor, su sonido, etc.; en segundo
lugar, la disposición especial de estas percepciones dentro del tiempo
y del espacio; en tercer lugar, factores subjetivos de la experiencia,
com o sentim ientos, recuerdos, pensam ientos y decisiones que surgen

7 Flugel, J, C.: A Hundred Years of Psychology. N. Y. Macmillan, 1933,


páginas 238-39. Aveling, F.: Sí. Thomas and Modern Thought. Sí. Thomat
Aquinas. Editado por C. Lattey, S. J. Cambridge, Eng. Heffer, 1925, p, 126.
8 S. T., p.' I, q. 87, a. 1; D, V., q. 10, a. 8 y 9. Ver también Maritain: The
Degrees of Knowledge. Trad. por B. W a ll y M. R. Adamson. N. Y. Scribners,
1938, pp. 103-09 (notas al margen).
9 Brennan, R. E., O. P.: Thomistic Psychology. N. Y. Macmillan, 1941,
páginas 280-90. Éd. esp. Morata, Madrid, 1960.
364 El yo

por el estim ulo de las percepciones sensoriales; en cuarto lugar, ei


establecim iento de relaciones ulteriores entre los elementos proce­
dentes, y en quinto lugar, los cam bios que sufren estas relaciones 10.
Después de efectuar un análisis ele este tipo, conviene recordar que
los múltiples aspectos de la conciencia se estudian sólo com o abs­
tracciones de una experiencia total que es única, tal com o el yo onto­
lògico en que se basa.
II. S e c c i ó n l o n g i t u d i n a l .— Ai observar el contenido de la con ­
ciencia en sentido longitudinal, es decir, en su sucesión temporal, la
experiencia es diferente. Tenem os la im presión de un fluir, desde un
punto a otro, sea éste de la duración que se desee : tanto un día, com o
un año, com o toda una v id a 11. La introspección, tanto la vulgar com o
la científica, nos inform a que el curso de la experiencia se desliza de
un m odo ininterrum pido. Además, puesto que el hecho de percibir
conscientem ente tal o cual dato se halla indisolublem ente unido al
yo, que es su sujeto (yo veo, yo siento, yo pienso, etc.), debemos tam ­
bién percibir la continuidad de este últim o desde un m om ento dado
al siguiente. Esto sucede especialm ente en el caso de la memoria, en
el que dos hechos que no tienen relación interna alguna entre sí, al
ser evocados, los consideram os a ambos com o pertenecientes a nues­
tra propia experiencia sólo porque reconocem os la identidad del yo
actual con la del yo que experim entó estos m ismos sucesos en el
pasado. Este acto de identificación no significa, sin embargo, que
seamos conscientes de un m odo efectivo del substrato que representa
nuestra persona o nuestro ego ontològico, sino que es sólo una infe­
rencia a la que se puede llegar por m edio de la lógica, pero que c o ­
rrientem ente dam os por supuesta a priori, basándonos en el sentido
c o m ú n 12.
Puede surgir la objeción , en el terreno fisiológico, de que si el
organism o está continuam ente sujeto a cam bios materiales, el ego
absoluto u on tològico debe afectarse p or dicha contingencia. El cuer­
po, por supuesto, es esencial para nuestra naturaleza humana, de
m odo que si éste no es inm utable, ¿cóm o puede serlo la persona? Este
problema fue previsto por S a n t o T o m á s , que lo afrontó y solucionó
con su clásica claridad intelectual. Así, por ejem plo, si consideramos
al protoplasm a sólo desde el punto de vista m aterial, vemos que,
com o todas las cosas materiales, está sujeto al cam bio, representado
por los procesos anabólicos y catabólicos necesarios para el alm ace­
nam iento y la liberación de energías. Pero si consideram os a este
mismo protoplasm a desde el punto de vista de su naturaleza, siempre
retendrá su identidad original, puesto que será siempre un cuerpo
específicam en te h u m a n o13.

10 T rolawd, L. T .: The principles of Psychophysiology. N. Y. Van Nos­


trand, 1929, Vol. I, p. 87.
11 T roland, L. T.: Op. cit., p. 89.
12 L i n d w o r s k y : Op. cit., pp. 236-87.
13 S. T„ p. I, a. 119, a. 1, r. a obj. 2.
Cambios fenoménicos 365

6. CAMBIOS FENOMENICOS DEL EGO.—Aparte de la naturaleza


perm anente y sustancial del ego absoluto, tenemos pruebas abundan­
tes de que varias personalidades o form as de carácter pueden coexistir
en el mismo sujeto. La explicación de dicho fenóm eno puede hallarse
en los cam bios parciales o totales del contenido de la conciencia.
I. C a m b i o s p a r c i a l e s ,— Todos nosotros estamos más o m enos fa ­
m iliarizados con la continuidad de nuestras percepciones y con los
estados afectivos que surgen del conocim iento. La experiencia de di­
cha continuidad, junto con nuestra percepción consciente del yo y de
su identidad inmodificable, explica el hecho de que tengam os la sen­
sación de que somos una sola persona, aunque nuestras ideas y p er­
cepciones se sucedan en el tiempo. No obstante, es sumamente fácil
alterar esta situación. Supongamos que estemos leyendo un cuento
interesante, contem plando una escena muy bella o com probando la
profundidad de un com plejo problem a. Es fácilm ente comprensible
que experiencias com o éstas alejen los contenidos corrientes de la
con cien cia al fon do de ella. En estas condiciones especiales, tenemos
la impresión de ser diferentes a com o somos corrientem ente. Esta sen­
sación de ser distintos se refuerza cuando los factores fisiológicos
están en juego para m odificar nuestras sensaciones corporales, que de
otro m odo son constantes. Trastornos pasajeros tales com o zumbido de
oídos, agua en el con du cto auditivo, mareo, intoxicación, etc., pueden
ser la base de nuestra noción del yo modificado. Pero cualquiera que
sea la causa, sigue siendo un h ech o que cuando el conjunto constante
de nuestras sensaciones, im ágenes, ideas y sentim ientos dej a de sernos
fam iliar, nos sentim os de inm ediato distintos a com o somos corrien­
temente.
II. C a m b i o s t o t a l e s .— Cuando los contenidos conscientes se hallan
totalm ente alterados, la personalidad tom a un aspecto decididam ente
patológico. En estos casos, la evocación de experiencias tempranas es
con frecuencia enteram ente suprimida. Si una persona retuviese p a r­
te de los contenidos antiguos y fam iliares al mismo tiem po que
experim entaba otros nuevos y extraños, podría resultar una fra g ­
m entación del yo, caracterizada por una pérdida parcial de la m em o­
ria. Si luego se recupera la m em oria del pasado, el individuo puede
llegar a ser consciente de los cam bios que ha sufrido su yo, y si este
proceso se repitiese con lapsos recurrentes de la memoria, habría com o
consecuencia una sorprendente m ultiplicación de personalidades. Pre­
sumiblemente, en cada caso en que se altera la corriente de los con ­
tenidos conscientes, el individuo entra en un nuevo cam po de ex­
periencia con la convicción de que es una nueva persona. Esta adop­
ción de diferentes papeles por la misma persona es com parada por
L i n d w o r s k y con la dramatis personas, en que varios papeles son re­
presentados por el m ism o actor, pero con la diferencia, naturalmente,
de que m ientras el actor puede en cualquier m om ento ser consciente
de su vida fuera de la escena, el sujeto que posee una personali­
dad múltiple no puede retroceder hasta la existencia norm al sin
que esté condenado a enfrentarse al m undo con el ego particular
366 El yo

que sus constelaciones m entales actuales le han impuesto. Debe se­


ñalarse, sin embargo, que aun en los casos más extremados de esqui­
zofrenia, no hay evidencia científica que nos pruebe la alteración del
y o o n to lò g ic o 14.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITOLO X XX I
A quino , Santo Tomäs : Suma Teològica. Parte I, q, 29, art. 3 ; Parte III,
q . 16, art. 12.
B r en n an , R. E„ O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941.
Cap. 11. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
L i n d w o h s k y , J„ S. J.: Experimental Psychology. Trad, por H. R. d e S i l v a .
New York, Macmillan, 1941, lib ro III, Cap. 10.
Marx, M. H.: Psychology. Contemporary Readings. New York, Macmillan,
1951, Cap. 13.
M cD ougall, W. : An Introduction to Social Psychology. Boston, Luce, Ed. rev
1926, Cap. 7.
S haffer, L. F .: «Personality», Foundations of Psychology. Editado por Bo­
ring, Langfeld & Weld. New York, Wiley, 1948, Cap. 21.
Woodworth, R. S., y Marquis, D. G.: Psychology. New York, Holt, 5.a edición,
1949, Cap. 4. ,

14 L e n b w o r s k y , J., S. J.: Op. cit., pp. 287-89. Ö s t e r r e i c h , T. K.: Die Phä­


nomenologie des Ich in ihren Grundproblemen. Leipzig, Barth, 1910. T. I.
Das Ich und das Selbstbewusstsein. Die scheinbare Spaltung des Ich.—Die
Probleme der Einheit und der Spaltung des Ich. Stuttgart, Kohlliammer,
192B. F r a n z , S. I.: Persons One and Three. N. Y. Me Graw-Hill, 1933.
S. T . , p. I, q. 30, a. 4, r. a obj. 2. Aquí S a n t o T o m á s dice: «Pertenece a
la esencia de la persona el ser incomunicable.» Según esto, la persona
debe ser inmutable, de lo que se deduce que no sólo no puede ser comuni­
cada a otra, sino también que no puede dar origen a más personas por
medio de la división de si misma. Juan no puede transformarse en Pedro,
ni tampoco puede transformarse en varios Juanes dentro de los límites
de su propio ser. En realidad, a no ser que existiese un sujeto permanente,
no podría haber crecimiento ni desarrollo de la personalidad o del carác­
ter, de Igual modo que sin la sustancia no pueden existir los accidentes.
CAPITULO XXXH

CARACTER

1. CONCEPTO DE CARACTER.— Este término, que fue utilizado


originalm ente por los griegos, parece haber significado una especie
de m arca personal que era colocada en las posesiones propias con
el fin de identificarlas. Más adelante vino a significar cualquier señal
generalm ente conocida. No es sorprendente, pues, que haya adoptado
p or últim o su presente significado psicológico para indicar todos
aquellos actos y hábitos que distinguen a una persona de las de­
m á s 1. Com o observam os en el capítulo anterior, el concepto de
carácter es sim ilar al de personalidad, ya que ambos son m anifes­
taciones del ego ontológico, y ambos presuponen una estructura­
ción de nuestras facultades racionales. Pero, m ientras la persona­
lidad, estrictam ente hablando, es una entidad psicológica, el carácter
se refiere esencialm ente al aspecto moral. Así, por ejem plo, nos re­
ferim os a la personalidad de un hom bre com o agradable o brillante,
pero hablam os de su carácter com o bueno o malo. Habiendo hecho
esta distinción, podem os entonces definir el carácter com o el princi­
pio de nuestros actos m orálm ente controlados 2.

2. ELEMENTOS DEL CARACTER.— Lo mismo que la personali­


dad, tam poco el carácter nace con el individuo, aunque se base en
ciertos factores innatos. Todo individuo nace en un cierto m edio que
ejerce sobre él una influencia notable durante el período del des­
arrollo. Todo individuo, además, posee una naturaleza propia, con
varias facultades que puede perfeccionar en grado variable. Todos
estos factores intervienen en el desenvolvim iento de los hábitos de
tipo moral, y su configuración es la clave de nuestro carácter.
I. A m b i e n t e .— La relación entre el ambiente y el carácter se de­
muestra según el m odo en que la persona recibe la influencia del
mundo que la rodea a lo largo del tiem po. Ello incluye su reacción
a factores tales com o alim ento, clima, lazos sanguíneos país, am ­
biente fam iliar y escolar, m edio social, político y religioso; en una
palabra, al m edio en el cual vive día a día y al cual debe aprender
a adaptarse. Quizá, en vez de medio, sería m ejor llam arlo el m undo

1 Santo Tomás posee más interesantes anotaciones sobre los diferentes


significados de la palabra carácter, en S. T„ p. n , q. 63, a. 2. En su época,
sin embargo, no tenia la abundancia de acepciones que presenta en la ac­
tualidad.
2 B r e n n a n , R. E.: The Image of His Maker. MUwaukee, Bruce, 1948, c. 9.
Edición española, Morata, Madrid, 1964.
363 Carácter

del n o-yo, ya que, aunque incluim os en él no sólo cosas, sino tam ­


bién personas, sigue siendo todo lo que no es uno mismo, aunque
no por ello sea m enos operante sobre el carácter 3.
II. H erencia.— M ientras que el am biente afecta al individuo des­
de fuera, la influencia de la herencia es esencialmente interna, ya
que abarca todos aquellos factores que provienen de sus antepasa­
dos. A causa de esta estrecha relación con el yo, se suele conceder
actualm ente más im portancia a este últim o factor que al ambiental.
La herencia supone no sólo la posesión de facultades com unes a
todo hom bre, sino tam bién las posibilidades latentes para un des­
arrollo más o m enos perfecto de estas facultades, que depende del
organism o con el que uno nace. La fu n ción del ambiente, en cambio,
es principalm ente la de m odificar estas posibilidades, en especial es­
tableciendo las metas hacia las cuales se dirigirán y suministrando
el m edio en el cual deberán actuar. Desde el punto de vista de la
herencia, el tem peram ento y la disposición tienen una gran im por­
tancia en la génesis del ca r á c te r 4.
El tem peram en to está correlacionado de un m odo inm ediato con
los tejidos y los órganos, especialmente con el sistema glandular y
el nervioso. Desde los tiempos de G a l e n o se acostumbra agrupar al
tem peram ento en cuatro clases distintas: el sanguíneo, definido por
una actitud optim ista, aunque no tenaz, frente a la vida; el flem á­
tico, notable por su m odo frío y perezoso de actuar; el colérico, que
es el tipo que irradia energía y propenso a las pasiones intensas, y
el m elancólico, que se caracteriza por su propensión a la tristezas.
La disposición, en cam bio, se explica corrientem ente com o una
fu n ción de nuestras tendencias innatas, especialmente de nuestros
instintos, con todas sus derivaciones de sentim ientos y emociones.
Decimos, por ejem plo, que la disposición de una persona es fogosa
si se encoleriza fácilm ente, o apacible si presenta poca inclinación
a la lucha. Como la disposición se halla centrada en las facultades
más que en los órganos o glándulas, existe m ayor posibilidad de
m odificación que en el caso del tem peram ento6.
III. A c c ió n .—El concepto de acción abarca toda la actividad ex­
terna por m edio de la cual un individuo manifiesta sus reacciones
ante las cosas y las personas que lo rodean, así com o sus pensam ien­
tos o sus decisiones. Desde este punto de vista, la acción es el nexo
entre el m undo del yo y el m undo del n o-yo. O expresado de un
m odo más profundo, tal com o lo hace S a n t o T o m á s , la acción sig-

3 C h ild , C . M.: Physiological Foundations of Behavior. N, Y. Holt, 1924,


páginas 12-17, G illet, M, S ., O. P.: The Education of Character. Trad, por
G. G r e e n . London, Bums Oates & Wash bourne, 1927, pp. 18-22. A l l e r s , R.:
The Psychology of Character. Trad, por E. B. S t r a u s s . N. Y. Sheed and
Ward, 1934, pp. 34-40.
1 W o o d w o r t h , R. S.: Psychology. N. Y. Holt, 4.® edición, 1940, c. 7. M a e -
quis, D, G.: Psychology. N. Y. Holt, 5.a edición, 1949, c. 6.
4 Alberto M a g n o : De Animalibus, L. X X , a. 11.
6 M c D otjgall , W . : An introduction to Social Psychology. B o s t o n , L u c e ,
e d i c i ó n r e v i s a d a , 1926, pp. 120-24.
Elementos del carácter 369

niñea el m edio que utiliza el hom bre para situarse en el continuum


del s e r ’ . El es al m ismo tiem po un organismo, un animal, una per­
sona, un ente político y social y, además, es el am o de su destino.
Por m edio de sus actos se une con todos estos sistemas de posible
perfección. Además, sólo m ediante la ejecución real y efectiva llega
a com prender lo que es capaz de hacer, lo que los demás pueden
esperar justam ente de él y el cóm o queda incluido en la configura­
ción total de la realidad. Es sólo a través de la conducta com o p o­
demos llegar a com prender su naturaleza interna. Es por esto por
lo que consideram os los actos com o form as de expresión personal.
Así com o esperamos que el árbol dé fruto, del mismo m odo supone­
m os que las facultades del hom bre deben m anifestarse en actos que
puedan ser percibidos por los demás. En cada sensación hay un acto
en germ en; en cada pensam iento, el germen de una palabra o de
un signo de com unicación; en cada decisión, el com ienzo de una
tarea que hay que ejecutar. Ninguna em oción o sentim iento des­
aparece de nuestra existencia sin que haya sido expresado de algún
m odo s.
IV. R e c o n o c i m i e n t o d e v a l o r e s .— El concepto de valor es esencial
a la conducta hum ana, y sin él careceríam os de norm a para la in ­
terpretación del carácter. El valor, pues, estimado con justicia es
el núcleo del m otivo moral, y el m otivo de la razón para decidir
nuestros actos. «Durante el proceso de la elección— afirma B o yd
B a r r e t — el hom bre se revela com pletam ente. La elección im plica a c­
tuación sobre m otivos, y no hay nada que nos proporcione una visión
tan profunda de la naturaleza del hom bre com o el conocim iento de
sus motivos, ya que ellos nos revelan si es el sentido del deber, o
la atracción del placer, lo que juega el papel más im portante en su
vida» 0. Las im plicaciones éticas que posee el valor para la organi­
zación del carácter han sido señaladas por todos los psicólogos que
han tratado del problem a. Así, las investigaciones de E d w a r d W e b b
y C h a r l e s S p e a r m a n en el terreno factorial, lo mismo que los descu­
brim ientos introspectivos de N a r z i s s A ch y de F r a n c i s A v e l i n g , todos
ellos señalan la existencia de un principio moral general en el núcleo
del carácter que es definido com o «la estabilidad de la acción, resul­
tante de la volición» 10.
V. H á b i t o s .— El hábito es la consecuencia natural del uso de
nuestras facultades. Pero, puesto que el carácter se relaciona con la
r C. G„ L. IV, c. 11.
8 A llers , R .: Op. cit., pp. 21-28.
9 B a r r e t , E. B . , S. J.: Strength of Will. N. Y. Kenedy, 1915, p .253.
10 S p e a r m a n , C.: «G» y After-A School to End Schools. Psychologies
of 1930. Edited by C. Murchinson. Worcester, Clark University, Press, 1930,
páginas 359-61.
S an to T om ás reconoce claramente la importancia de los valores en la
formación del carácter. Así, en su duodécimo Quodlibet (g. 14, a. 1) se
refiere a los factores que modifican la visión del hombre respecto a la
vida, para mejor o peor. El bebedor centra su vida en el vino como e l
máximo bien; el libertino, en las mujeres; el tirano, en gobernar y dirigir
el destino de las gentes; el filósofo, en la búsqueda de la verdad.
B R E N N A N , 24
370 Carácter

rectitud o la m aldad de nuestros motivos, los hábitos por medio de


los que actúa, tienen tam bién que poseer un valor moral. La m o­
ralidad, en su aspecto subjetivo, es principalm ente un problema de
conform ar los apetitos a la razón, es decir, de regular nuestra con ­
ducta por m edio del dictado de la conciencia. Es por esto por lo que
la razón debe en prim er lugar conocer las reglas de conducta antes
de poder aplicarlas a cada acto singular, y esta form a de con oci­
m iento es la llam ada prudencia. Al expresarse por m edio de los ape­
titos, se manifiesta en la form a de distintas virtudes: en la voluntad,
por la justicia, que es el hábito de actuar rectam ente en relación
con los dem ás; en el apetito concupiscible, por la templanza, que
nos dispone a ser m oderados en los placeres de la com ida y del sex o;
en el apetito irascible, por la fortaleza, que nos ayuda a soportar con
paciencia las pruebas que form an parte de una vida recta. Estas no
son las únicas virtudes m orales; pero, com o observan A r i s t ó t e l e s
y S a n t o T o m á s , son las cardinales, fu ncionando de ejes alrededor de
los cuales giran las demás virtudes. Y com o son los principios acti­
vos inm ediatos del carácter, no podem os ser indiferentes a ellas. Asi
vemos que cuando ellas se hallan presentes, el carácter es bueno, y
cuando están ausentes o aparecen los vicios opuestos, el carácter es
considerado com o m a lo 11.
En la práctica, naturalm ente, el proceso de la form ación del ca­
rácter difiere de una persona a otra, tal com o difiere de una época
a otra de la vida del mismo individuo. Esto n o tiene nada de raro,
puesto que cada individuo está dotado de una herencia y un am ­
biente distintos y recibe una educación y unas posibilidades también
diferentes. Además, mientras que el hombre perm anece libre hasta
el fin de su vida y puede dirigir sus actos hacia la meta que desee,
los rasgos generales de su carácter aparecen ya en una edad tem ­
prana, por lo que la siguiente observación de J ames está llena de
sabiduría y nos proporciona tem a para ulteriores reflexiones: «Si los
jóvenes se diesen cuenta de lo pronto que se transform an en seres
regidos por sus hábitos, prestarían m ayor atención a su conducta
mientras ésta es aún plástica. Tejem os nuestro propio destino, bueno
o malo, al que no podem os luego variar» i2,
VI. R e s u m e n .— El carácter, pues, es el principio o la fuente de
la acción controlada por la moral, que opera a través de los hábitos,
haciéndolos rectos o malvados. Aunque adquirido, presupone la exis­
tencia de un cierto núm ero de factores tales com o el temperamento,
la disposición y las facultades, todos ellos m odificados por la influen­
cia ambiental. D inám icam ente, la elección de valores es el elemento
m ás im portante en la form ación del carácter, puesto que es un acto
de autodeterm inación, y com o tal, independiente tanto de la heren­
cia com o del ambiente. Este punto de vista, relacionado de un modo
11 A ristóteles , como ya hemos indicado en un capitulo anterior, dis­
cute las virtudes cardinales en su Ethica ad Nicomachum, 1, II-VI. Además
de los comentarios de S anto T omás sobre estos libros, ver también: S. T.r
p. I-II, a. 61; D. V. G.. a. 2, 4 y 7. De Virtutibus Cardinalibns, a. 1-3.
12 J a m e s , W.: Psychology. N . Y. Holt, 1892, pp, 149-50.
Desarrollo genético 371

directo con la doctrina de A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , no es, sin


embargo, adm itido por tocios los psicólogos modernos. W a t s o n , por
ejem plo, y la m ayoría de los conductistas, explican tanto el carác­
ter com o la personalidad por procesos de condicionam iento, respues­
tas m otoras ante los estímulos, y por el im pacto de factores am bien­
tales 13. Similarm ente, F r e u d y su escuela im ponen su teoría com ­
pulsiva o determ inista (al extrem o opuesto de la autodeterm inación)
sobre toda la conducta humana, convirtiendo a la acción y. com o
consecuencia, al hábito y al carácter, en el resultado de la consti­
tución orgánica, de los impulsos instintivos y em ocionales, de la
herencia, el fa ctor racial, e t c .14. Para estos investigadores, el libre
albedrío no existe en la práctica, ya que deja de tom ar en conside­
ración lo que el hom bre puede hacer por medio de la sola fuerza
de voluntad. Sin embargo, otros científicos que han estudiado en
particular los actos voluntarios, no sólo nos garantizan la existencia
de la elección, sino que defienden su fu n ción com o la única fuente
de la conducta, sea ésta correcta o incorrecta. En verdad, es sólo
sobre la base de una voluntad operante, sujeta a fluctuaciones, com o
podem os explicar la firmeza y la estabilidad del carácter de algunas
personas, o su inestabilidad en o tr a s 15.

3. DESARROLLO GENETICO DEL CARACTER.—Debemos princi­


palm ente a A d l e r y su escuela nuestro conocim iento de las fases que
com prende el desenvolvim iento del carácter.
I. La v o lu n tad d e l p o d e r .— El niño nace con una tendencia fu n ­
dam ental a autoafirm ación, pero la expansión efectiva de esta te n ­
dencia es condicionada en parte por su debilidad física y en parte
por la escasez de sus conocim ientos. A pesar de toda esta com bina­
ción de elem entos en lucha en su interior y de la lim itación ejer­
cida por las personas y los objetos exteriores, debe aprender a ex­
presar su yo y a adaptarse al m undo que lo rodea. Oscuram ente en

13 W a t s o n , J. B .: Psychology from the Standpoint of a Behaviorlst.


Phila., Lippincott, 2.a edición, 1924, pp. 319-21 y c. 11.
11 F l ü g e l , j, C . : Psychoanalysis: Its Status and Promise. Psychologies
of 1930 (como arriba), pp. 374-94. A l l e r s , R.: The New Psychologies. Lon­
don, Sheed and Ward, 1933, pp. 15-16.
15 Como obras representativas de la psicología individual podemos men­
cionar: A d l e r , A.: The Neurotic Constitution. Trad. por B. G l u e c k and
J . E. L i n d . N . Y. Moffat, Yard, 1917. The Education of Children. Trad. por
E , y F . J e n s e n . London, Allen y Unwin, 1930. K l a g e s , L.: The Science of
Character. Trad. N. H. J o h n s t o n . London, Allen y Unwin, 1929. K r o n f e l d , A.:
Psychoterapie, Charakterlehre, Psychoanalyse. Berlín, Springer, 1925. Zur
Theorie der Individualpsychologie. Int. Zeitschrift für Individualpsycholo­
gie, 1929, 7, pp. 252-64. P f a h l e r , G . : System der Typenlehren. Grundlegung
einer pädagogischen Typenlehre. Zeitschrift für Psychologie 1929, Ergbd. 15.
P r i n z h o r n , H.: Charakter künde der Gegenwart. Berlin, Juncker un Dünn­
haupt, 1931. Psychotheravy. Trad. por A. E il o a k t . London, Jonathan Cape,
1931, W e x b e r g , E.: Individual Psychology. Trad. por W . B. W o l f e , London,
Allen y Unwin, 1930. Para un estudio de la relación entre el concepto tra­
dicional y el moderno del carácter, la mejor obra en inglés es la de
R. A l l e r s : The Psychology of Character, que ya hemos citado con anterio­
ridad. Se basa principalmente en los descubrimientos de A l f r e d A d l e r .
372 Carácter

sus com ienzos y más tarde con m ayor claridad, el niño comprueba
lo que puede ser, y lo que debería ser. Sus ideales se van form ando
gradualm ente, y se manifiesta el con flicto del perpetuo dar y tomar.
Es así com o se va configurando el carácter.
II. E l s e n t i m i e n t o d e i n f e r i o r i d a d .— La lucha por la propia afir­
m ación va acom pañada por un sentim iento de inseguridad que im ­
pulsa al niño a buscar protección. De la simple com paración entre
su voluntad de poderío con lo que es actualm ente capaz de alcanzar
— más claram ente consciente debido a su urgente necesidad de ayu­
da— nace un sentim iento de incapacidad, de im potencia para fc ';er
frente a la situación. Esta conciencia, según A d l e r . no es un hecho
anorm al, aunque erróneam ente sea considerada com o un com plejo
y algunas veces se transform a en tal. Lo que expresa simplemente
es una experiencia de inferioridad, derivada de la inmadurez física
y m ental del niño. P or com pensación, sin embargo, la sola presencia
de dicho sentim iento tiende a aum entar la tendencia a la autoafir-
raación. P or consiguiente, es necesario poner en juego otras fuerzas
que actúen sobre su yo y sirvan de fren o a su excesiva voluntad de
poder. Estas son principalm ente la educación y la voluntad de co­
m unidad.

III. E d u c a c i ó n .— La dirección que la tendencia autoafirmativa


tom a en sus esfuerzos de expansión, depende principalm ente de la
educación que reciba el niño, tanto com o del fa ctor personal y am ­
biental. Al niño se le educa de un m odo diferente a la niña, y esto
crea una diferencia fundam ental desde el principio entre ambos.
Existen además otras circunstancias que intervienen en la educa­
ción, además del sexo, y éstas son la presencia o ausencia del padre,
de la madre o de herm anos, el lugar en el orden de nacim iento, el
trato recibido por las personas que lo cuidan, la igualdad respecto
a sus herm anos o herm anas, o la falta de ésta, la educación alter­
nante entre la blandura y la severidad por parte de los padres, la
fa lta de habilidad o seguridad en los educadores del niño, el mal
ejem plo, los malos amigos, etc. Indudablem ente, una gran parte de
las anom alías del carácter que se manifiestan más tardíam ente pue­
den originarse en una educación equivocada del niño, ya sea en su
h ogar o en el colegio.

IV. La v o l u n t a d d e c o m u n i d a d . — La voluntad de com unidad es


tam bién una tendencia natural, puesto que el hombre es un ser
social. Es tam bién la más potente fuerza lim itadora de la voluntad
de poder. En su aspecto positivo, puede definirse com o la conciencia
de la existencia de una com unidad que nos rodea y de la correspon­
diente inclinación a pertenecer a ella. En su aspecto negativo, sig­
nifica un sentim iento de separación respecto al resto del m undo la
conservación de nuestro individualism o en m edio de los demás. A
una edad temprana, naturalm ente, el niño com prueba ya que es un
ser social y que debe regular su conducta de acuerdo con los intere­
ses del resto de la gente. Lo mismo que la meta m oral natural de
Maduración del carácter 373

la voluntad de poder es el desarrollo del sentido del valor personal


y de la evolución com pleta del yo, así la meta m oral natural de la
voluntad de com unidad es el am or a los demás y el deseo sincero
de ayudarlos a realizar sus propósitos. Sólo se logra la com pleta m a­
durez del carácter cuando estas dos metas se aproximan recíproca­
mente y, puesto que la participación en los asuntos hum anos es tan
im portante para el desarrollo del niño, es vital que éste aprenda
a reconocer los obstáculos que le im pedirán ser un m iembro activo
de la sociedad. Así, cualquier debilitación de su sentido de digni­
dad personal, colocando su ambiente b a jo una luz desfavorable, pu e­
de ser muy peligroso. La acentuación excesiva de los lazos fam iliares
es tam bién perjudicial, ya que con ello los intereses de la com uni­
dad son relegados a un segundo plano. La elim inación de dichas
influencias perniciosas, así com o el em pleo constructivo del trabajo
y el juego, sirven para equilibrar el ejercicio de la voluntad de c o ­
m unidad de m odo que sea posible la form ación de un carácter más
equilibrado 1G,

4. MADURACION DEL CARACTER Y FORMACION DE LA VIR­


TUD.— Resum iendo los rasgos más im portantes d,el análisis que h e­
mos h ech o de los aspectos genéticos del carácter, podem os m encionar
cuatro factores com o los principales que intervienen en su form a ­
ción : la voluntad de poder, el sentim iento de inferioridad, la educa­
ción y la voluntad de com unidad. El prim er fa ctor es esencialm ente
un problem a de conocim iento del yo, y del valor intrínseco que p o ­
see, No hay nada que revista tanta im portancia para el niño com o
su propia persona y el reconocim iento de sus im plicaciones com o
factor responsable en la dirección de la propia conducta es adqui­
rido a través del hábito de la prudencia. De este m odo, antes de
que pretenda entrar en con tacto con los demás seres hum anos y
form ar parte de la sociedad, debe aprender a explorar las p rofu n ­
didades de su propio ser y tener conciencia de las im plicaciones
morales de todos los actos que ejecuta. El segundo factor, el senti­
m iento de inferioridad, puede conducirnos fácilm ente a com eter ex­
cesos, y llevarnos a un com plejo de inferioridad, tal com o nos previene
A d l e r . Para m antener un sano equilibrio es necesaria la templanza,
y más específicamente la form a de templanza que S a n t o T o m á s de­
nom ina humildad. Lo m ismo que el sentim iento de inferioridad, la
hum ildad h a sido corrientem ente mal com prendida, ya que no sig­
nifica precisam ente el apocam iento, el servilismo o la hipocresía
ante los demás, sino que en realidad es una virtud sumamente p o ­
sitiva, m ucho más útil que cualquier otro m étodo de tipo psicológico
o m oral ideado para preservar la integridad de nuestra conducta.
A q u in o la define com o la apreciación razonable de las virtudes p ro-

16 A dler , A .: A Study of Organic Inferiority and its Physical Compen­


sation. T r a d , p o r S . E. J e l l if e , N. Y . N e r v o u s a n d M e n t a l D is e a s e s . P u ­
b lis h in g , C o ., 1917. V e r t a m b i é n : A l l e r s , R . : The Psychology of Character
( c o m o a r r ib a ), p p . 7 7 -1 4 9 .
374 Carácter

p ía s 17. Esta es, en realidad, la solución al sentim iento de inferio­


ridad, la fuerza necesaria para desechar los sentim ientos de incapa­
cidad y proporcionarnos el feliz equilibrio necesario para el desarrollo
del carácter. El tercer factor m encionado es la educación, el des­
envolvim iento de nuestras facultades, que se efectúa no sólo en
las aulas, en donde se form an nuestros hábitos intelectuales, sino
tam bién en todos los m om entos críticos de nuestras vidas, en donde
debem os aprender a afrontar las dificultades, resolver nuestros pro­
blemas y llevar a cabo nuestras tareas a pesar de los contratiempos.
La fortaleza es la virtud necesaria para salir adelante con todos esos
trabajos. El cuarto fa cto r es la voluntad de com unidad, y puesto que
la razón de esta tendencia es la preparación del individuo para un
com portam iento social adecuado, la justicia, virtud social por exce­
lencia, será la que nos prestará más servicio.

5. TIPOS DE CARACTER.— La m ayor parte de la labor efec­


tuada en la clasificación del carácter es de naturaleza puramente
teórica; sin embargo, su m érito reside en señalarnos sus im plicacio­
nes prácticas.

I. J u iíg ,— El esquema caracterológico de C a r l J u n g se basa prin­


cipalm ente en la distinción entre el tipo introvertido y el tipo extro­
vertido. El prim ero pertenece a los individuos cuyos intereses se
centran en su propia persona: sus pensamientos, sus sueños, sus
esperanzas, sus ideales. El segundo, por el contrario, pertenece a los
individuos cuya preparación principal reside en personas, lugares u
objetos del m undo exterior. Asi, por ejem plo, el tipo introvertido es
representado por el escritor, el artista, el científico, el inventor, m ien­
tras que el extrovertido es el com erciante o el político 1S. Al valorar
el trabajo de J u n g , se ha hecho notar que una clasificación de este
tipo deja de considerar al grupo probablem ente más frecuente, que es
el interm edio, o de los ambivertidos. Según W q o d w o r th , por ejem ­
plo, con la misma razón podríam os catalogar a los hombres com o
genios o débiles mentales, sin ningún grado interm edio 19.

II. K r e t s c h m e r . — La clasificación de E r n b t K r e t s c h m e r se basa


en las desviaciones anorm ales de las tendencias normales del hombre.
Así, el estudio profundo de los fenóm enos de la psicosis m aníacode-
presiva nos revela el carácter de tipo cicloide, asociado fisiológica­
m ente con un cuerpo obeso o redondeado, y en el aspecto psicológico,
con una tendencia a la alegría y a la vida social. Similarmente, el
análisis de cierto estado conocido por el nombre de dem encia precoz
o esquizofrenia, nos revela el carácter de tipo esquizoide, asociado
fisiológicam ente a un cuerpo delgado y alargado, y psicológicam ente,

17 S. T., p. n - n , g. 161, a. 6.
11 Jung, C. G.: Psychological Types or the Psychology of individuation.
Trad, por H. G, B a y n e s . N. Y. Harcourt, Brace, 1923.
l# W o o d w o r t h , R . S.: Psychology. N . Y. H o l t , 4.“ e d i c i ó n , 1940, p p . 156-57-
Tipos de carácter 375

con una tendencia al retra im ien to20. Aunque estas descripciones re­
presentan tipos extremos, es muy corriente hallarlos en la vida n or­
mal con los rasgos m enos acentuados. A pesar de todo, esta clasifi­
cación es demasiado general para ser de gran utilidad para el psicó­
logo. Además, las investigaciones ulteriores no han logrado demostrar
el estrecho paralelism o postulado por K r e t s c h m e r entre la constitu­
ción y el carácter.
Al llegar a este punto, podem os m encionar los intentos que se han
efectuado m odernam ente para demostrar la relación entre la perso­
nalidad, el carácter y las glándulas de secreción interna. La más
conocida de estas glándulas es el tiroides, y existen pruebas evidentes
de que la debilidad m ental denom inada cretinism o es el resultado de
la actividad deficiente de esta glándula. Partiendo de este tipo de
descubrim ientos, los investigadores han sido conducidos a teorizar
sobre la posible relación entre los tipos y el sistema endocrino. Así, los
individuos tím idos y que muestran sentim ientos de inferioridad se ha
supuesto que tienen una deficiente secreción tiroidea. Por el con ­
trario, los tipos agresivos y que m uestran sentim ientos de superioridad
se los considera com o poseedores de un tiroides hiperactivo. El d efec­
to o el exceso de secreción de las glándulas suprarrenales se supone
que produce el m ism o tipo de efectos de contraste en el carácter,
mientras que una deficiencia de la secreción hipoflsaria se ha rela­
cionado con ciertos rasgos, tales com o conducta compulsiva, mentira
patológica y una dism inución general del sentido ético. Pero la m ayo­
ría de estos puntos de vista se hallan aún en la fase especulativa, es
decir, no han sido todavía com probados experimentalm ente de un
m odo absoluto. En su favor se halla, por supuesto, la creencia tradi­
cional de que los hum ores del cuerpo están relacionados de un m odo
u otro con el tem peram ento. No es difícil, entonces, que la ciencia
del futuro sea capaz de dem ostrarnos en detalle el m odo com o las
horm onas (análogas a los hum ores de los antiguos) afectan a la
configuración del ca r á c te r 21.
III. J a e n s c h ..—La clasificación de’ E r i c h J a e n s c h es el resultado
de sus investigaciones sobre las imágenes eidéticas. Este fenóm eno
presenta ciertas diferencias cualitativas que han servido de base para
la creación de una tipología. Así, vemos que en algunos individuos, la
im agen eidètica puede ser controlada, com portándose com o las im á­
genes corrientes de la memoria. Estos constituyen el tipo B o base-
dowoide, y existen pruebas de que en él se incluyen un gran número
de personas dotadas de tem peram ento artístico, caracterizadas por
poseer un tiroides algo agrandado y tendencia al nervosism o ; en resu­
men, presentando síntom as de la enferm edad de B a s e d o w . En otros
individuos, al contrario, la imagen eidètica no puede ser controlada,
de m odo que no es posible variar ni su form a ni su color, ni tam poco

2,1 K retschmer , E.: Physique and Character. Trad. por W. H. J. S prott .


N. Y. Harcourt, Brace, 1925.
21 G arret , H. E.: Great Experiments in Psychology. N. Y. Appleton, Cen­
tury, edición revisada, 1941, pp. 100-01.
376 Carácter

hacerla desaparecer voluntariam ente. Estos constituyen el tipo T o


tetanoide, llam ado así por su sem ejanza con los enferm os de tetania.
En los individuos de im aginación m ixta hallam os aún otros rasgos,
pero J a e n s c h no los ha cla sificad o22.
IV. Heymans. — La clasificación de Heymans es una de las más
laboriosas que se han h ech o sobre el carácter, pero carece de una
form a esquem ática que facilite su exposición y reduzca su tamaño.
Según las respuestas obtenidas de centenares de cuestionarios, las
personas se dividen en dos tipos generales: el em otivo-n o activo, des­
crito com o impulsivo, violento, irritable, caprichoso, superficial, pro­
penso a im itar la opinión ajena, extravagante y libertino, presumido
de su apariencia y su vestim enta, am bicioso, pródigo, radical en
política, ostentoso, intrigante, m entiroso, distraído y poco puntual;
y el n o-em otivo activo, caracterizado com o lento en sus movim ien­
tos, calm ado, inteligente, independiente en sus actos y opiniones, falto
de ingenio, indiferente a la apariencia externa, inclinado a no llamar
la atención, modesto, económ ico, conservador en política, sencillo,
reservado, honrado, veraz, atento y puntual. Es imposible, por su­
puesto, afirmar en últim o térm ino el valor que se puede conceder a
estas múltiples d ife re n cia s23 *.

22 J a e n s c h , E . R . : Eidetik Imaginery and Typological Methods of Inves-


tigation. N. Y. Harcourt. Brace, 1930.
23 H eymans , G .: De Classificatie der Karakters. Vereen. Leities v. we-
tensch, arbeit, 1907.
— Des méthades dans la psychologie sveciale. Année psychologique, 1911,
17, pp. 64-79.

— Typologische und statistische Methode innerhalb der speziellen Psy-
chologíe. ¡5cientia, 1927, 21, pp, 77-84.
Las categorías de H e y m a n s «no-emotivo activo», y «emotivo-no activo»,
sugieren otra clasificación psicológica de los individuos en «agresivos» y
«sumisos». Los primeros suelen ser jefes y los segundos discípulos o segui­
dores. Estos rasgos aparecen a una edad muy temprana y se reconocen
fácilmente en los niños tan pronto como se les observa en el juego con
los demás. Una discusión sobre este tema aparece en: K a t z , D.: Fersonality.
Introductícm to Psychology. Editado por Boring Langfeld, Weld. N. Y.
Wiley, 1939, pp. 75-78.
* La tipología caracterológica de H e y m a n s fue reelaborada por su mis­
mo autor e n colaboración con W ie r s m a y posteriormente sus ideas han
sido objeto de un retoque y ampliación a fondo por el francés L e S e n i í e ,
en cuya última forma ha tenido bastante extensión y repercusión como
para merecer nos ocupemos algo más de ella.
Distinguen ahora tres propiedades generales, que son:
La emotividad (E), cualidad de afectarse más o menos fuertemente por
los acontecimientos psíquicos (sensaciones, actos, ideas, etc.). Cuando esa
afectación suele ser inferior a la del promedio, se tratará de no-emoti­
vos (nE).
La actividad (A), que brota espontáneamente, con gusto por la acción,
por superar los obstáculos, etc. (Y su contraria, nA.)
La repercusividad, que puede ser primaria (P), cuando el suceso actual
absorbe las energías y rechaza a todos los demás, o secundada (S), cuan­
do la reacción a un suceso es duradera, aun después de dejar de ser aquél
actual.
Por la combinación de estas propiedades, distinguen ocho tipos fun-
Carácter e ideales 317

V. S p r a n g e r .— La clasificación de E d u a r d S p r a n g e r se funda en
las perspectivas diferentes, el m odo de tom ar con tacto con la realidad
y los intereses que la gente encuentra en su ambiente. Desde este
punto de vista existen seis tipos de caracteres: el tipo teórico, cuya
pasión es el conocim iento y el descubrim iento de la verdad; el e s té ­
tico, que se interesa principalm ente por el m undo de la form a y de la
im aginación; el social, que halla su m áximo placer en los fines al­
truistas; el económ ico, que se interesa más en la utilidad que en la
verdad o en la belleza; el político, que desea gobernar y dirigir a los
demás, y el*tipo religioso, que se interesa en especial por el sentido
final de las cosas y que orienta su conducta hacia la trascendencia.
Todas estas actividades diferentes pueden hallarse en el mismo indi­
viduo, según S p r a n g e r , pero generalm ente una de ellas es la d om i­
nante, y es la que nos sirve para deflnir'su t ip o 24.

6. CARACTER E IDEALES.—Un carácter recto es el resultado de


unos hábitos rectos, que a su vez son el producto de las acciones
rectas. La razón prim ordial para la bondad de nuestros actos es la
elevación del m otivo que nos lleva a ej ecutarlos, y este tipo de motivos
son los ideales. Difieren de las ideas del mismo m odo que el pensa­
m iento difiere del amor. Un ideal es, por tanto, una idea transform a­
da por m edio del am or en un m otivo para actuar con rectitud. Podría­
mos im aginárnosla com o la norm a subjetiva de la moralidad, tal
com o el principio al que representa es la norma objetiva. Veamos
ahora cuáles son los elem entos psicológicos m ás im portantes que se
hallan com prendidos en la form ación de un ideal. El primero es la
emulación, la cual presupone que aprobam os interiorm ente a la
persona que elegim os com o m odelo de nuestra conducta. La segunda
es la im itación de lo que hem os aprobado interiormente. En este caso
es necesario que conozcam os la jerarquía de los valores y el grado a
que nos es posible llegar. Existe un cam bio en la manera de valorar
las cosas, y donde es más perceptible es en nuestra opinión sobre el
sufrim iento y el dolor, que varía m ucho al pasar de la infancia a la
madurez. Aún más im portante es el reajuste de nuestras ideas en lo
referente a la m eta propuesta y en nuestra capacidad para alcanzarla.
Esto hace intervenir un tercer elem ento, que nos ofrece nuevas posi­
bilidades de tratar el problem a: la com pensación, m ediante la cual

damsntales, cuya descripción nos extendería demasiado y cuya fórmula es­


quemática es:
Nerviosos = E nA P, Sanguíneos = nE A P.
Sentimentales = E nA S. Flemáticos = n E A S.
Coléricos =E A P. Amorfos = n E nA P.
Apasionados = EAS. Apáticos = nE nA S.
Aunque no desprovista de interés práctico, por ejemplo, en Pedagogía,
peca—como otras muchos tipologías (¿o todas?)—de la esquemática rigides
de todo sistema, en el que más o menos se fuerza a la realidad, aunque se
pretenda sólo servirla. (N. del T.)
21 S p ra n g er, S.: Types of Men, The Psychology and Ethics of Persona-
lity. Trad. por P . J. P i g o r s . Halle. Neimeyer, 1928. Ver también K a t z : Op. clt.,
pp. 81-83.
378 Carácter

lo que se nos hace imposible ejecutar de un m odo, puede efectuarse


de otro distinto, y, basándonos en esto, m odificamos nuestro modo
de dirigirnos al ideal. Esto no im plica una rendición de nuestros idea­
les, sino simplemente el reconocim iento de nuestras posibilidades
Sería peor que vano m antener esperanzas en cosas irrealizables, ya
que con ello n o sólo disiparíamos nuestras energías y nos com porta­
ríam os inadecuadam ente, sino que además correríam os el peligro de
desalentarnos y abandonar totalm ente nuestro ideal. Por esta razón
es necesario un conocim iento intensivo de uno mismo, con una clara
conciencia de nuestras lim itaciones, un estudio cuidadoso de la con ­
ducta de otros que con las mismas aptitudes nuestras han conseguido
triunfar y la dirección y el con sejo de los más experimentados. Estos
serían los requerim ientos m ínim os, en el orden natural, que nos
asegurarían que nuestros ideales eran practicables. Lo que debemos
reconocer desde el principio con toda hum ildad es el hecho de que
los seres hum anos son todos distintos y que al que más le es dado,
m ás habrá de exigírsele. La historia de las personas de talento nos
enseña que no es la cantidad objetiva de nuestras realizaciones lo
que tiene más valor, sino el uso individual que hagamos de cada una
de nuestras dotes naturales 2S.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXII


A u ers, R.: T h e Psychology of Character, Trad, por E. B. S t r a u s s . New York,
Sheed & Ward, 1334.
B ren n a n , R. E., O. P.: The Image of His Maker. Milwaukee, Bruce, 1948,
Cap. 9, Ed. esp. Morata, Madrid, 1963.
D e l a . V a i s s i e r e , j., S. J.: Elements of Experimental Psychology. Trad, por
S. A. R e a m e r s . St. Louis, Herder, 2.* ed„ 1927, Cap. 11.
J o n g , C.: Contributions to Analytical Psychology. Trad, por H. G. y C. F. Bay­
n e s . New York, Harcourt, Brace, 1928.
K h e t s c h m e h , E.: Physique and Character. Trad, por W, H. J. S f r o t t . New
York, Harcourt, Brace, 1925.
S p r a n g e s , e .: Types of Men. Trad, por P. J. Pigors. Halle, Niemeyer, 1928.
W o o d w o r t h , R. S., y M a r q c i s , D. G.: Psychology. New York, Holt, S.* ed..
1949, Cap. 5.

24 Allebs, r . : The Psychology of Character (como arriba) c. 4.


CAPITULO XXXIII

LAS FACULTADES

1. ACCESO AL PROBLEMA.— S a n t o T o m á s ha form ulado ciertas


reglas útiles para guiarnos en nuestro estudio de las facultades. El
m étodo que emplea es, en rasgos generales, el mismo utilizado por
los investigadores modernos. «Una potencia— dice— , por el hecho de
ser potencia, es dirigida hacia algún acto, de m odo que deberíamos
ser capaces de con ocer su naturaleza por el acto que intenta llevar a
cabo... Los actos, a su vez, son básicam ente diferentes, a causa de las
diferencias de la naturaleza de los objetos que los originan» A r is ­
t ó t e l e s h a insistido en el mismo orden de inducción al decir: «Para

ser capaces de afirmar qué es una potencia intelectual, sensitiva o


nutritiva, debem os prim ero retroceder y dar una explicación del p ro­
ceso del pensam iento, la sensación o de la nutrición, ya que, según
las reglas del análisis, el problem a de lo que hace un objeto precede
al problem a de lo que es capaz de hacer. Además, si esto fuese correc­
to, entonces deberíam os retroceder aún más y obtener un concepto
claro de los objetos de cada acto, por ejem plo, en el caso citado del
alim ento, de lo sensible, o de lo inteligible» 2. Asi, vemos que para una
solución com pleta del problem a de las facultades, deben ser obser­
vadas tres etapas distintas: la primera, el análisis del o b jeto; la
segunda, el análisis del acto, y la tercera, el análisis de la potencia o
facultad. Evidentemente, este procedim iento, tal com o lo describen
A r i s t ó t e l e s y S a n t o T o m á s , es estrictam ente científico y muy difícil­
mente podem os encontrar en él error alguno, ni aun al enjuiciarlo
por úna crítica m oderna. La m ayoría de los autores que hallan d i f i ­
cultades en la teoría de las facultades no han tenido nunca la op or­
tunidad para examinarla en su origen. A causa de esto tratarem os de
presentarla tal com o S a n t o T o m á s la com prendió y la desarrolló.
Serán retenidos los rasgos esenciales del método, variando en parte
la term inología con el fin de facilitar la discusión de su teoría en
relación con las ideas y las experiencias modernas.

2. ANALISIS DEL OBJETO.— Un objeto, com o hem os afirmado con


anterioridad, es algo que se le ofrece a la potencia, por asi decir, y,
por consiguiente, algo a lo cual la potencia puede aferrarse y reaccio­
nar. La esencia de una cosa no puede ser aprehendida por los senti­
dos, por lo que no es un objeto de los sentidos, sino del intelecto, que

1 S. T., p. I, q. 77, a. 9. Ver también: D. S. C., a, 14.


2 De Anima, L. n , c. 4.
380 Facultades

es la única potencia que puede tratar con él. Además, el color, por
ejem plo, es percibido por la vista, pero no por el oído, y esto mismo
sucede con el resto de las facultades: cada una tiene un objeto deter­
m inado, al que responde; cada una, com o afirma S a n t o T o m á s , posee
una relación con la realidad o un aspecto intencional, por medio del
cual se inclina naturalm ente a ser despertada por un estímulo par­
ticular. El fenóm eno inverso es cierto tam bién ; que los obj etos tienen
un aspecto intencional, puesto que la naturaleza pretende mediante
ellos estim ular ciertas potencias. Así, el hecho de que seamos capaces
de vivir, sentir, reflexionar, decidir y actuar, puede ser explicado
únicam ente b a jo la condición de que el m undo real de los objetos
exista, un m undo que es diferente al de las potencias que él activa.
Por ejem plo, si y o percibo un color, un sonido o un olor, la razón de
esta percepción debe buscarse, en última instancia, en las propiedades
de la materia. Además, si conozco a fon d o una ciencia determinada,
digam os la astronom ía, entonces las verdades de esta ciencia no son
proyecciones de m i m ente, del mismo m odo que las estrellas no son
productos del pensam iento, sino que el conocim iento que poseo es
simplemente el m odo en que m i m ente considera los objetos que
existen independientem ente de ella. Por consiguiente, el reconoci­
m iento de la objetividad que existe en todos nuestros actos constituye
un dato prim ario en el análisis de las facultades y cualquier intento
que hagam os para explicarlas o sistematizarlas debe com enzar por la
adm isión del m undo de la realidad, de un m undo objetivo, con el cual
la actividad de nuestras potencias se relaciona com o los efectos a la
causa 3.

3. ANALISIS DEL ACTO.— Estrictamente hablando, lo que la natu­


raleza ejecuta es la única garantía científica que poseemos de lo que
es capaz de hacer, y esto es tan cierto para la naturaleza humana
com o para los cuerpos inanim ados. Sin un m undo de objetos que
ejerza influencia de distintos m odos sobre nuestras facultades, éstas
perm anecerían pasivas y en estado de inm ovilidad, com o semillas en
invierno, incapaces de germ inar hasta que la acción del sol desper­

3 D. P. D., q . 10, a. 2, r. a obj. 4. Aquí S a n t o T om ás añrma que toda po­


tencia «trabaja de modo natural para lograr su objetivo».
C. D. A ., L. II, c. 24. En este pasaje, A quino nos dice: «La forma tiene
un modo de ser en los sentidos y otro modo de ser en el objeto sensible,
ya que en este último tiene una existencia natural, mientras que en los
primeros su existencia es intencional.» Esto mismo es aplicable a las for­
mas presentes en el intelecto: ellas gozan también de una existencia inten­
cional. La diferencia estriba en que las formas intencionales en los sentidos
se hallan circunscritas aun por las contingencias materiales, puesto que
son recibidas en potencias de naturaleza material, mientras que las for­
mas intencionales del intelecto, al contrario, se hallan completamente des­
provistas de materia. Las primeras, en resumen, son particulares, singu­
lares y contingentes, mientras que las segundas son universales. La palabra
intencional, como J. F robes señala, expresa que «la potencia cognoscente
tiende de algún modo hacia su objeto» <Psychología Speculativa. F r e ib u r g ,
Herder, 1927, vol I, p. 4). Ver también: A l l e r s , R.: The New Psychologies.
London, Sheed and Ward, 1933, pp. 59-61.
Análisis de la facultad 381

tase sus energías latentes. Además, el hecho de que mente y materia


se hallan unidas form ando una unidad psieosomática, sugiere tam ­
bién que nuestras facultades, aun las de orden intelectual, dependen
en cierto m odo del cuerpo para sus operaciones. Sería una com pleta
incom prensión de nuestra facu ltad de pensam iento, por ejem plo, el
separarla de su contexto material o el suponer que no se halla co n ­
dicionada por la actividad de nuestras facultades sensitivas, ya que
en realidad lo es debido a que el hom bre está compuesto por la unión
equilibrada de elem entos materiales y espirituales, de m odo que todos
sus actos dependen de este hecho. Finalm ente, podem os decir, a favor
de la prim era postura de la ciencia y del punto de vista de W u n d t y
contrariam ente a la postura behaviorista posterior, que el factor
activo más im portante de nuestras vidas es la conciencia, tanto la
intelectual com o la sensitiva, y, com o consecuencia, el título de hom o
sapiens es el más singular que posee el hombre. El es capaz de ir más
allá de las inform aciones que le proporcionan los sentidos y que le
m antendrían en el m ismo plano que los demás animales y rem ontar­
se hasta el conocim iento abstracto, en el que puede producir m otivos
de naturaleza cognoscitiva para explicar la actividad de sus apetitos
y de su com portam iento motor. Mas, com o un ser pensante, debe vivir,
crecer y multiplicarse si desea sobrevivir, de ahí el que en cualquier
enum eración com pleta que hagam os de sus facultades debem os em ­
pezar por m encionar las vegetativas. Esta es la opinión de S a n t o
T o m á s , y la descripción que él nos hace del hombre nos lo muestra
prim ero com o un organism o biológico, com partiendo su vida y sus
facultades con las de la plan ta; luego, com o un organism o sensible,
poniendo de manifiesto su naturaleza a través de una serie de actos
psicosom áticos, que ejecuta en com ún con el animal, y, finalmente,
com o un organism o inteligente, en posesión de razón, voluntad y
todas las actividades creadoras que le son propias.

4. ANALISIS DE LA FACULTAD.— A partir del hecho de los actos


diferenciados, S a n t o T o m á s dedujo la existencia de las potencias dife­
renciadas. Por consiguiente, una facultad es una ordenación especial
de la naturaleza hecha con el fin de ejecu tar diferentes clases de
actos ante la presentación de un ob jeto apropiado. Según este punto
de vista, no existe diferencia entre facultad, potencia y propiedad.
Todos ellos son accidentes que ñuyen de la naturaleza del objeto al
que pertenecen y cuyo propósito manifiesto es lograr la máxima ex­
pansión de esa naturaleza. Además, en el sistema de A q u in o no se
hace ningún postulado de las facultades, a no ser que exista una evi­
dencia funcional que pruebe su existencia real. Esto no significa, sin
em bargo, que las potencias dependan de un m odo absoluto de los
actos y los objetos, ya que la ordenación a la que nos referim os en
nuestra definición representa una tendencia innata. Por ejem plo, si
el niño al nacer no manifiesta discernim iento, no podem os deducir
de ello el que no lo posea en potencia; todo lo que puede inferirse es
que es aún incapaz para hacer uso de su razón o de m anifestarla por
medio de la conducta exterior. En realidad, ésta es la actitud que
382 Facultades

debemos tener respecto a todas las facultades del hombre. Asi, aun­
que su división en clases n o llegue a verificarse más allá de los datos
observables, sin embargo, una vez que la experiencia corriente ha
establecido la existencia de cierta facultad, sería ilógico negar a al­
guien la posesión de esta facultad solamente porque no se ha probado
de un m odo activo su existencia.
¿Por qué principio general, pues, afirmamos que una determ inada
potencia de nuestra personalidad es diferente a otra? Según S a n t o
T o m á s , por la orientación de la potencia hacia una meta específica
denom inada su o b jeto form al, y que se logra m ediante una actividad
que es específicam ente diferente a la de otras potencias. Un fruto,
por ejem plo, es percibido com o coloreado, dulce, fragante; es recor­
dado com o un hecho de la experiencia pasada, conocido com o un
alim ento y deseado com o algo agradable de comer. Cada uno de estos
aspectos es el objeto de una potencia particular, o, com o diría Aqüiko,
cada uno es una formalidad, que estimula sólo una determinada p o­
tencia, designada por la naturaleza para apreciarla. Veamos a con ti­
nuación cóm o elabora su clasificación de las facultades hum anas so­
bre estos fu n d a m en tos4.
I. N i v e l v e g e t a t i v o . — Empezamos la vida partiendo de tres capa­
cidades básicas: la facultad nutritiva, que hace posible la conversión
de m ateria inanim ada en tejid o viviente; la facultad aum entativa,
que nos perm ite crecer y lograr la madurez física a través de un
com plejo proceso de especialización, y la facultad generativa, cuyo ob­
jeto es transm itir la vida y continuar de este m odo la especie. Esta úl­
tima facultad es, según S a n t o T o m á s , la más im portante de todas, no
sólo porque se refiere a un bien com ún, sino, además, porque las fu n cio­
nes nutritivas y de crecim iento son tam bién reproductivas, en cierto
m odo, al originar la división celular y aum entar el tam año corporal.
XI. N i v e l s e n s i t i v o .— En el nivel sensitivo, el prim er grupo de
facultades se relaciona con el conocim iento. Algunas de éstas poseen
órganos receptores que se com unican con el m undo material. Su labor
es percibir los accidentes externos de los cuerpos. Com prenden los ór­
ganos sensoriales del ía c ío o som estesía, olfato, gusto, visión y audi­
ción. El resto de los sentidos son internos y no poseen receptores
especiales, por lo que dependen de la inform ación que reciben de los
sentidos externos. Son, com o sabemos, el sentido com ún, que nos ca­
pacita para percibir los objetos en su totalidad, con todos sus atribu­
tos espaciales y tem porales; la im aginación, facultad de representar­
nos los objetos sensoriales en su ausencia; la memoria, evocadora de
las experiencias pasadas, en cuanto pasadas, y los sentidos estim ativo
o cogitativo, cuya fu n ción fundam ental es la de distinguir los aspectos
beneficiosos de los dañinos de un objeto. El grupo de facultades si­
guiente es m ucho más pequeño. Son instrum entos del deseo, no del
conocim iento, y com o su interés reside en los objetos en sí más que

4 S. T., p. I, q. 59, a. 2, r. a obj. 2; q. 77, a. 3. Para una explicación com­


pleta de las enseñanzas de S anto T omás, ver: S. T., p. I, q, 77-83. Para un
excelente resumen de las facultades humanas, ver: D. A., a 13.
Teoria de Aquino 383

en los accidentes de los objetos, no necesitan ser tan numerosos com o


en el caso de los sentidos. Por esta razón existen sólo dos tipos de
apetito sensible: el concupiscible, que se ocupa de los valores de los
sentidos, y el irascible, cuya tarea es luchar contra las dificultades
que se presentan. Finalm ente, tenemos la capacidad m otora, que,
aunque es sólo una en núm ero, es, sin embargo, capaz de expresarse
en una variedad de maneras, según el tipo de m ovim iento que n ece­
sita efectuar el organism o.

III. N i v e l i n t e l e c t u a l .— Para una explicación com pleta de la fo r ­


mación de las ideas, dos facultades de tipo mental deben ser incluidas
en nuestra enum eración: el in telecto activo, cuya tarea es la de abs­
traer, y el in telecto posible, que se ocupa de la com prensión, el juicio
y el razonam iento. Finalm ente, vemos que, del mismo m odo que los
sentidos se correlacionan con el apetito anim al en el nivel sensitivo
la facultad de razonar es correlacionada con la voluntad en el nivel
intelectual. Esta es la potencia de la volición y de la elección de los
actos controlados y las tendencias determinadas, la facultad rectora
de las demás y el agente responsable de los actos humanos. En el
siguiente esquema vemos cóm o A q u iito agrupa las facultades del hom ­
bre y los nom bres que les asigna:

/ I. Nutritiva.
Vegetativas. II. Aumentativa.
III. Generativa.

IV. T a c to (someste-
sia),
V. Olfato.
V I. G u sto.
VII. Audición.
Cognoscitivas. VIII. Visión.
IX. Sentido común.
X. Imaginación.
FACULTADES , Sensitivas. XI. Memoria.
HUMANAS XII. Estimativa (cogi­
tativa).

i XIII. Concupiscible.
Apetitivas. ) XIV. Irascible.

Motoras. { XV. Locomoción.

j XVI. Intelecto activo.


Cognoscitivas. í XVII. Intelecto posible
Intelectuales.
Apetitivas. í x v in . Voluntad.

5. LA TEORIA DE AQUINO Y LA INVESTIGACION MODERNA.


1. F a c u l t a d e s v e g e t a t i v a s . — Las facultades vegetativas enumeradas
por A q u i n o han sido confirm adas repetidam ente por estudios bioló­
gicos efectuados sobre las funciones contrastadas de la nutrición y la
384 Facultades

reproducción. La especialización y el carácter potencial del embrión


son am bos aspectos del proceso del crecim iento, m ientras que los tro­
pism os están más cerca de los reflejos, y con ello en el límite entre
la vida vegetativa y la sensitiva.
n . F a c u l t a d e s s e n s i t i v a s .—Las facultades que com partim os con
los anim ales pueden dividirse en cognoscitivas, apetitivas y motoras.
A) Facultades cognoscitivas.—Los sentidos externos han ocupado
a los psicólogos m odernos m ucho más que el resto de las facultades
del hombre. Esto es muy natural, puesto que las facultades que
poseen órganos receptores cuyos estímulos se pueden medir, se pres­
tan con m ayor facilidad a la investigación experimental. A q u i n o .
com o sabemos, sostiene la existencia de por lo m enos cinco sentidos
externos. Digo por lo m enos cinco, puesto que adm ite la posibilidad de
co n el tacto o somestesia sea un género, en cuyo caso la sensibilidad
cutánea, la muscular, la del equilibrio y la orgánica serían especies.
Los criterios en los que basa esta distinción son tres: el objeto o estí­
mulo, el órgano receptor y la función. Asi, vem os que cada facultad
es creada por la naturaleza para reaccionar ante algún aspecto del
objeto, existiendo una relación de adecuación entre ambos. Aunque
puede ser cierta la doctrina m ülleriana de que nuestras sensaciones
son diferentes a causa de que los órganos receptores tienen diferentes
term inaciones nerviosas en la corteza, la experiencia, a su vez, nos
in form a de que los estímulos tienen tam bién que ver en el discerni­
m iento de las cualidades, pues solamente es favorecido el estímulo
capaz de proporcionar una excitación adecuada. En todo caso, la
con cien cia reacciona siempre de un m odo característico ante los
objetos que le son presentados a través de las vías sensoriales. Ade­
más, la introspección nos muestra que existe una diferencia de mati­
ces continua entre los fenóm enos de un mismo sentido—por ejemplo,
en la percepción del ojo, amarillo, naranja, etc.— , pero que éste no
existe entre dos sentidos diferentes, com o la vista y el oído, por ejem ­
plo 5. C h a r l e s H a r t s h o r n e ha intentado establecer dicha continuación
co n su suposición de una continuidad afectiva que extienda una pe­
lícula de sentim iento, por así decir, sobre todas nuestras sensaciones,
uniendo im perceptiblem ente una m odalidad con otra °. Pero esto no
se demuestra en la experiencia. Decir, por ejem plo, que los colores de
una puesta de sol o las notas de un minué form an un continuo en la
con cien cia porque ambos son afectivam ente placenteros cuando los
percibim os unidos, no explica por qué las cualidades de cada uno nos
im presionan de un m odo diferente, ya que son en realidad diferentes,
si la introspección es una guía acertada de lo que sucede en nuestro
interior.
Para S a n t o T o m á s , la especialización de los sentidos internos es

5 G lose , J. C.: The Phisolophy of Sensation. Proceedings of the Ameri­


can Catholic Philosophical Association. Wash,, D. C. Catholic University of
America, 1934, p. 109.
‘ H artshorns , C.: The Phisolophy and Psychology of Sensation. Chicago,
University of Chicago Press, 1934, c. 1.
Teoría de Aquino 385

asegurada tam bién p or una diferencia de objetos form ales. Así, el


sentido com ún percibe las cosas com o presentes y sintetizadas; la
im aginación, com o ausentes; la m emoria, com o pasadas, y la esti­
mativa, com o dañinas o beneficiosas para el organismo. La psicología
m oderna ha h echo muy poco uso de las facu ltades; no obstante, u tili­
za una división parecida a la de éstas, y la separación de las m ate­
rias en la m ayoría de los textos guarda también sem ejanza con el
análisis de las facultades de A q u i n o ,
La percepción, la im aginación y los procesos instintivos son casi
siempre estudiados separadam ente de la conciencia, aunque la d ife­
rencia entre la im aginación y la mem oria no son claras. Esto no
significa, sin embargo, que los psicólogos m odernos estén de acuerdo
con la clasificación de las potencias. Algunos de ellos dirían proba­
blem ente que existe sólo un sentido central, cuya función específica
es la de percibir y que la im aginación, la memoria y la estimación
son sólo actividades asociadas a esta facultad perceptiva única 7. Con
el fin de sim plificar aún más este problem a, otros psicólogos han
m antenido que el sentido central es la única potencia del conocim ien­
to sensitivo, principio tanto de la im aginación com o de la percepción,
y que la actividad de los sentidos externos era puramente de orden
fisiológico®. Tales sim plificaciones extremas no han sido, sin em ­
bargo, com probadas experim entalm ente. Por otra parte, la división
de A q u in o tam poco lo ha sido, por lo que me inclino a opinar que
las bases de su división le han sido reveladas sólo por m edio de la
inferencia filosófica, com o producto de nuestra actitud consciente
entre factores tales com o la tem poralidad o la utilidad. Finalm ente,
la m ayoría de los psicólogos siguen aún sosteniendo que la sensación
es una com binación de factores fisiológicos y mentales, o, dich o con.
más precisión, que, aunque depende de procesos nerviosos, es una
fu n ción del conocim iento.
B) Facultades apetitivas, — Los actos de los apetitos sensibles
constituyen uno de los problem as más com plejos de la psicología, a
pesar de que tanto las em ociones com o los sentim ientos son temas
de las experiencia com ún y de que su base fisiológica ha sido estu­
diada extensam ente m ediante la experimentación. La distinción en­
tre los apetitos concupiscibles y los irascibles, en la que S a n t o T o m á s
basa su teoría incom pleta de la orexis sensitiva, es confirm ada por la
diferenciación m oderna entre las em ociones tranquilas y las de em er­
gencia, que por ser fenóm enos de distinta especie han debido tam bién
originarse independientem ente. Una opinión a la que el D octor An­
gélico no podría suscribirse es la división de los datos conscientes en
cognoscitivos, apetitivos y conativos. C onocim iento y orexis son ad­
m itidas por él com o categorías diferentes, aunque con el cuidado de
señalar que sus actos se dividen posteriorm ente en los niveles opera­
tivos sensitivo e intelectual; que una idea, por ejemplo, no es lo mismo

7 F robe S, J., S. J,: Op. cit„ pp. 184-86.


* S u m m e rs , W . G., S. J.: The Psychology of Sensation. Proceedings, etc.
(como arriba), p. 109.
BRENNAN, 25
386 Facultades

que una percepción, aunque ambas son form as de conocim iento, o


que una em oción no es igual a un acto volitivo, aunque ambas son
form as de orexls.
Pero el principio de la econom ía le obligaría rechazar la conación
com o una categoría separada. En su acepción m oderna, conatus es
sim plem ente un im pulso consciente a actuar, o un esfuerzo consciente
por alcanzar una meta determ inada. Desde este punto de vista, re­
presentaría la fase activa de un apetito, es decir, un aspecto de la
orexis. En realidad, querer m antener la diferenciación entre los fe ­
nóm enos apetitivos y conativos vendría a ser lo mismo que afirmar
que la especie hum ana está com puesta de hom bres y de ingleses.
C) Facultades m otoras.— Según A q u i n o , la ejecución de los m ovi­
m ientos externos, tales com o la prensión de objetos, la gesticulación,
la m archa, la carrera, el lenguaje, etc., se atribuye a nuestra facultad
de locom oción, que fu n cion a gracias a los sistemas muscular-esquelé-
tico y nervioso. La conducta externa ha sido objeto de una gran
cantidad de experim entación. Los psicólogos behavioristas y reaccio-
nalistas han elegido especialm ente este terreno para sus investiga­
ciones, y aunque su labor ha resultado fructífera, no ha sido, sin
em bargo, interpretada correctam ente. Así, por ejem plo, la opinión
de que los procesos intelectuales pueden ser explicados mediante re­
flejos musculares o que la con cien cia depende .de un arco sensitivo-
motor, no está de acuerdo con el concepto de A q u i n o sobre las fu n ­
ciones de la facultad de la locom oción, y se hace en realidad fran ca­
m ente imposible conciliar este tipo de interpretaciones con las ense­
ñanzas de la psicología tradicional.
XXI. F a c u l t a d e s i n t e l e c t u a l e s .—Si S a n t o T o m á s viviese en la ac­
tualidad, se sorprendería de la escasez de atención que se ha con ce­
dido a la inteligencia y a la voluntad, com parada con la gran exten­
sión de la investigación que han alcanzado otras facultades.
Esto le extrañaría seguramente, puesto que el pensam iento y la
voluntad son los actos más propiam ente humanos, y, por consi­
guiente, los fenóm enos que más interés deberían despertar en el
psicológo. A pesar de que el trabajo realizado es de carácter ele­
m ental, ha sido suficiente para garantizar la existencia de dos fa ­
cultades independientes, inteligencia y voluntad, que operan en un
nivel de conciencia que queda fuera de los límites de la em oción y
la sensación. En resumen, el ju icio y la elección son datos irreduc­
tibles, y, por consiguiente, lo son tam bién sus correspondientes fa ­
cultades. La distinción entre intelecto activo y posible se considera
de naturaleza filosófica; no es posible establecerla valiéndose de la
introspección, pero sí de la deducción, viendo así que las facultades
se distinguen por poseer diferentes objetos formales. Así vemos que
el intelecto activo es una facultad separada, porque su objeto es
lo potenctalm ente comprensible, e, igualmente, el intelecto posible
es una facultad distinta, porque su objeto es lo actualm ente com ­
prensible.
Psicología factorial 387

6. LA PSICOLOGIA FACTORIAL Y LAS FACULTADES.— En lo


que hem os dicho hasta el m om ento, n o aparece contradicción a l­
guna entre el térm ino facultad, de A q u i n o , y loa de fa ctor o capaci­
dad, de los psicológos modernos. Por el contrario, el fa ctor o la c a ­
pacidad serían inútiles si el hom bre no hubiese sido dotado con una
tendencia innata a la acción. Una diferencia, sin embargo, debe ser
señalada; para el filósofo, una facultad es una especie única de
potencia, m ientras que para el científico puede representar varias
habilidades, según la destreza para adquirir diversos conocim ientos.
C h a r l e s S p e a r m a n , padre de la psicología factorial, ha sido el inves­
tigador m oderno que h a h ech o más por rehabilitar el concepto tra­
dicional de las facultades. Tal com o él mismo afirma, la teoría de
las facultades no fue nunca errónea, y a que por facultad sólo se
pretendía, en prim er lugar, la agrupación de ciertos actos que estaban
relacionados de un m odo evidente, y, en segundo lugar, la asigna­
ción de tales actos a un principio operativo único. Las dificultades
surgieron cuando los psicólogos m odernos procedieron a m edir las
facultades, suponiendo que un m iem bro de cada clase podría repre­
sentar a todo el resto. La evocación visual y la auditiva, por ejem ­
plo, son ambas actividades de la m emoria, pero tina de ellas no nos
sirve para valorar a la otra. De un m odo similar, nuestros con oci­
m ientos sobre lógica no nos sirven de criterio para suponer nuestra
capacidad para los idiom as, aunque ambos son productos de la fa ­
cultad intelectual. Con el fin de aclarar este problem a y darle una fir­
me base científica, S p e a r m a n creó su teoría de los factores. Se había
supuesto previam ente que las habilidades hum anas se hallaban o
bien com pletam ente correlacionadas o bien n o se correlacionaban
en m odo alguno. El rem edio contra tal hipótesis, que nunca había
sido apoyada! por la evidencia, fu e la de idear un m étodo m ediante
el cual la correlación podía medirse con exactitud a través del uso
de coeficientes. Estos coeficientes son una serie de cifras que se co n ­
vierten en unidad cuando dos capacidades que se com paran m ar­
chan perfectam ente juntas, pero que descienden a cero cuando se
descubre que las capacidades son independientes entre sí. Ninguno
de estos efectos se logró m ediante pruebas efectivas, aunque se re­
veló, sin embargo, una sorprendente im presión de regularidad en el
proceso de correlación.
A l finalizar su trabajo, S p e a r m a n h alló que la lectura correcta
de las marcas conseguidas dependía de dos postulados, factores b á ­
sicos: el fa ctor g, o inteligencia general, que perm anece idéntico en
todas nuestras aptitudes, y el fa cto r s, o capacidad especial, que
varía con amplia libertad de una facultad a otra. Con el tiempo,
otros factores fueron añadidos al esquema com o resultado de una
serie de estudios cuidadosam ente planeados. Asi, hay un fa ctor p, o
perse ve ración, que se m anifiesta com o una amplia form a de inercia
m ental que hace difícil al sujeto pasar con rapidez de una clase de
operación psicológica a otra. Además, por el lado caracterológico del
388 Facultades

individuo, hay una facultad, aparentem ente diferente, que ha sido


denom inada fa cto r w, o voluntad *.
Los que lo poseen en alto grado tienden, por lo general, a actuar
más por principio que p or impulso. Se han hallado datos que prue­
ban la existencia de factores adicionales, aunque estos factores no
se con ocen aún de un m odo com pleto. Uno de ellos es el fa ctor o, u
oscilación, que se revela com o una variación de la producción de
un m om ento a otro, dem ostrable en un am plio cam po de actividad.
Respecto a las capacidades especiales, los investigadores afirman h a ­
ber descubierto factores m oderadam ente am plios relacionados con el
lenguaje, las m atem áticas, la música y el trabajo m e cá n ico 9.
Es muy posible que, com o resultado final de estas investigaciones,
se llegue a lograr un esquema científico com pleto de las aptitudes
humanas. Debemos repetir, sin embargo, que A q u i n o se refiere a un
fa cto r amplio, que representa la capacidad para ejecutar una ex­
tensa variedad de operaciones que se hallan agrupadas por poseer,
alguna conexión interna entre si. Así, por ejem plo, la memoria visual
o la auditiva pueden ser reconocidas p or el psicólogo factorialista
com o aptitudes separadas, pero para S a n t o T o m á s ambas son fun­
ciones de la misma facultad de evocación. Igualm ente, una aptitud
para la ciencia física puede coincidir con un aptitud para la filosofía
de la naturaleza, pero ambas provienen de una m isma facultad, que
es la intelectual. Lo que podem os afirmar con certeza es que la psi­
cología factorial no ha originado ninguna nueva facultad, sino que
se ha ocupado más bien de las facultades que había m encionado
ya la escuela tradicional. Por otra parte, debem os señalar esta di­
feren cia: mientras el esquema de las facultades del hombre de Aqui-
wo es el resultado de la observación corriente, el esquema de los fa c ­
tores y las capacidades del hom bre creado por la ciencia actual es
el resultado de una observación especial y del uso de técnicas de
experim entación que hacen posible un estudio más detallado de las
facultades especiales.

7. «TESTS» Y MEDICIONES.—El desarrollo y el uso científico de


los tests m entales ha dem ostrado ser una de las ramas más intere­
santes de la psicología actual. La existencia misma de dichas prue­
bas presupone naturalm ente alguna facu ltad que debe ser explorada
y medida, y com o hem os afirmado anteriorm ente, Spearman fue uno
de los prim eros en darse cuenta que toda la investigación psico-

* Del inglés will. (N. del TJ


* S p e a r m a n , C.: «G» and After. A School to End Schools. The Psycholo­
gies of 1930. Editado por C. Murchison, Worcester, Clark University Press,
1930, p, 340 ff. La literatura sobre el problema de los factores rectores, fa­
cultades, etc., ha crecido enormemente. Los siguientes textos pueden servir
de introducción: S p e a r m a n , C.: The Nature of «Inteligencet> and the Prin­
ciples of Cognition. N. Y. Macmillan, 2.® edición, 1927. The Abilities of Man.
N. Y. Macmillan, 1927. What the theory of Factors is not. Journal of Edu­
cational Psychology, 1931, 22, p. 112, 17. T hürstone , L. L .: Vectors of Mind.
Chicago. University of Chicago Press, 1935. T h om son , G. H.: The Factorial
Analysis of Human Ability. Boston, Houghton Mifflin, 1939.
Diferencias individuales 389

m étrica se basa en el concepto tradicional de las potencias o fa cu l­


tades. La mayoría de los esfuerzos de los primeros investigadores
com o G a l t o n , E b b in g h a u s y B i n e t fueron dirigidos a la capacidad
general del individuo para captar las cosas, y lo que se descubrió
en cada caso, se supuso que era la inteligencia. Naturalmente, el
fenóm eno descubierto dem ostró ser un fa ctor muy amplio. Al p rin ­
cipio se supuso que la capacidad m edida era independiente de la
experiencia. Aunque esto era correcto en lo fundam ental, se averiguó
más tarde que la inteligencia, lo m ism o que toda facultad cogn os­
citiva, se halla siempre condicionada por la práctica, que lo que era
m edido y exam inado no era nunca la inteligencia pura, sino ésta
desarrollada y llevada hasta un determ inado grado de perfección
por el ejercicio. Además de las actividades intelectuales superiores:
en las que se aplica el razonam iento en la solución de los proble­
mas, se han analizado tam bién m ediante tests las funciones de los
sentidos, la memoria, la habilidad m otora y los aspectos orécticos
de nuestra vida mental. Así, el valor teórico y práctico de las prue­
bas de carácter ha sido reconocido hace tiempo, aunque no se haya
desarrollado aún ningún m étodo estandardizado de medida. Esto no
es sorprendente en vista de que las em ociones y los sentim ientos,
así com o las diversas form as de volición y control voluntarlo figuran
entre las áreas más com plejas de la investigación psicológica, m ucho
más difíciles de analizar que los aspectos cognoscitivos de nuestra
vida m e n ta l10.

8. DIFERENCIAS INDIVIDUALES.—-La orientación de la psico-


m etría hacia una aceptación im plícita de la teoría tradicional de
las facultades es vista fácilm ente cuando examinamos algunas de
las conclusiones más im portantes que se obtienen de dichas m edi­
ciones. En este sentido, hay un acuerdo general entre los investiga-
adores sobre los siguientes puntos: primero, que existen diferencias
establecidas acerca de la manera de operar de nuestras facultades;
segundo, que cada diferencia representa una tendencia a actuar de
un m odo particular; tercero, que las diferencias entre las distintas
capacidades existen desde el nacim iento, aunque puedan m ostrar los
resultados de la influencia de la práctica o del am biente; cuarto, que
las facultades naturales varían de un individuo a o t r o 11. Las o b ­
servaciones de Santo Tomás sobre las diferencias intelectuales son
interesantes en vista de estas conclusiones. Una persona, por ejem ­
plo, com prende m ejor que otra bien porque posee un organism o más
p erfecto capaz de reaccionar m ejor m entalm ente, o bien porque sus
sentidos tanto externos com o internos son más aptos para respon­
der a los estímulos y poseen una m ayor agudeza, proporcionando así

10 F reemaw , F. N.: Mental Test Their History, principles and Applica­


tion. Boston, Houghton Mifflin, edición revisada, 1939.
Garret, H. E.: Great Experiments in Psychology. N. Y. Appleton Century,
edición revisada, 1941, c. 1 y 2.
11 F lvgel , J. C,: A. Hundred Years of Psychology. N. Y. Macmillan, 1933,
c. 11. G arrett , H. E.: Op. eit,, c, 3.
390 Facultades

un m aterial más com pleto para la abstracción. Más aún, en los ca ­


sos que las dotes intelectuales sean las mismas, todavía es posible
hallar diferencias individuales debidas al ambiente, la práctica o el
m étodo de estu d io12.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXIII


A q ü is o , Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 7 7 ; q. 85, art. 7.
B rennan , R. E., O. P.: Thomístic Psychology. New York, Macmillan, 1941,
Cap. 9. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
H a r t , C. A.: The Thomístic Concept of Mental Faculty. Washington, Catho­
lic University of America, 1930.
M aher , M ., S, J.: Psychology. New York, Longmans, Green, 9.* ed., 1926
Cap, 3.
M oore , T V., O. S. B. : Cognitive Psychology. Philadelphia, Lippincott, 1939,
Parte "VII, Cap. 5.
S p e a r m a n , C. : The Abilities of Man. New York, Macmillan, 1927, Caps. 3 y 24

ls S. T., p. I, q. 85, a. 7; p. I -n , q. 51, a. 1. Ver también Slavin, R. J., O.P.:


The Philosophical Basis for Individual Differences. Wash. D. C. Catholic
University Press, 1936.
SECCION II.— FILOSOFIA DE LA VIDA INTELECTUAL

CAPITULO XXXIV

NATURALEZA DEL CONOCIMIENTO INTELECTUAL

1. DIVERSAS ESCUELAS.— La im portancia de una correcta com ­


prensión del significado interno del conocim iento hum ano no debe
ser subestimada. El problem a es tan fundam ental que sistemas com ­
pletos de pensam iento y de acción han sido creados a partir del
punto de vista adoptado en la interpretación de nuestras experien­
cias cognoscitivas. Después que éstas han sido examinadas cuidado­
sam ente y sus im plicaciones han sido reducidas a simples principios,
descubrimos que existen tres maneras de valorar los procesos m en­
tales: ya sea com o acontecim ientos 'puramente sensoriales o com o
acontecim ientos puram ente intelectuales, o com o una com binación
de ambos.
I. S e n s u a l i s m o .— Si el conocim iento es rectam ente considerado
com o una actividad en la que el ob jeto se une al sujeto, el sen­
sualismo com ete el error de exagerar la im portancia del prim ero a
expensas del segundo. Examinando los escritos de los griegos, h a ­
llam os con toda claridad una actitud de este tipo en relación con
los fenóm enos cognoscitivos, D e m ó c r i t o , por ejem plo, sostiene que co ­
nocem os los objetos a causa de im ágenes diminutas que en form a
de partículas fluyen de sus superficies y llegan eventualm ente a la
conciencia a través de las vías sensoriales. Así, nuestras ideas son
producto de nuestras sensaciones y se hallan limitadas com o estas
últimas a lo singular y a lo concreto. Los elem entos básicos de la
interpretación de D e m ó c r i t o , que reduce la m ente a una potencia
material y borra la distinción entre la sensación y el pensam iento,
han aparecido a intervalos regulares en la historia de la psicología.
D a v id H u m e , A l e x a n h e r B a i n , J a m e s M i l l , T h o m a s R e íd y H e r b e r t
S p e n c e r fueron todos sensualistas, y la influencia de sus enseñanzas
es todavía m uy im portante, com o lo veremos en algunos sistemas.
T i t c h e n e r y los estructuralistas, por ejemplo, explican los procesos
del pensam iento com o una actividad de form ación de imágenes o
más sim plem ente, com o D e m ó c r i t o pensaba, com o sensaciones borro­
sas y poco definidas. J o h n W a t s o n y sus seguidores interpretan el pen­
sam iento com o una serie de reflejos subvocales, y K o h l e r y m uchos
de los gestaltistas atribuyen nuestros razonam ientos a actividades
corticales l .

1 T itch e n e r , E. B,: Lectures on the Experimental Psychology of the


392 Conocimiento intelectual

Sin em bargo, este tipo de teorías dejan en realidad el problema


sin explicar. No reconocen, en prim er lugar, que la mente humana
tiende hacia variaciones inherentes de conciencia a pesar de la cons­
tancia de los estímulos externos; en segundo lugar, que es capaz
de abstraer, generalizar y establecer com paraciones puramente in ­
telectuales entre los datos de los sentidos, y en tercer lugar, que
el contenido del pensam iento tal com o ha sido analizado en el labo­
ratorio por m edio de técnicas creadas especialmente con ese ñn, es
irreducible a ningún dato sensorial, ya sea perteneciente a la per­
cepción o a la im aginación.
La opinión de los expertos concuerda exactam ente con l a d e A q u i -
n o , que añrma que poseem os dos niveles de potencias cognoscitivas:
«uno, de orden sensorial que actúa a través de un órgano corporal
y que capta los objetos sólo en su individualidad m aterial, por lo
que el rango de su conocim iento no va más allá de lo singular; otro,
de orden intelectual, que no actúa a través de un órgano corporal
y que capta las esencias no com o existen en la materia, sino abs­
traídas m ediante un acto de consideración intelectual. Con la in te­
ligencia, pues, som os capaces de aprehender estas esencias de un
m odo universal, hazaña imposible para los sentidos» 2.
II. I n t e l e c t u a l i s m o .— Si la tradición del sensualismo exagera la
im portancia del objeto o la materia a expensas del sujeto o la mente,
la tradición intelectualista com ete el error opuesto. Es necesario que
volvam os nuevam ente a los griegos si deseamos conocer los orígenes
de esta teoria. P l a t ó n fue el prim er gran idealista. Según su doctri­
na, los conceptos no se derivan de los datos proporcionados por los
sentidos; de hecho, son totalm ente independientes de los procesos
sensoriales. ¿Cóm o explicar entonces su origen? Son innatos, es de­
cir, se hallan presentes en nuestra m ente desde el prim er momento.
La doctrina de P l a t ó n estaba basada en la supuesta imposibilidad
de derivar ideas abstractas e inm ateriales de entidades concretas,
com o sensaciones, percepciones e imágenes.
La teoría de P l a t ó n , com o la de D e m ó c r i t o , ha tenido muchos
seguidores a través de las épocas. R e n e D e s c a r t e s , por ejem plo, re­
husó adm itir cualquier interacción causal entre la mente y la m ate­
ria. Esta opinión, a su vez, dio origen a dos nuevas interpretaciones
extravagantes. La de A r n o l d G e u l i n c x y los ocasionalistas, que sos­
tenían que el proceso conceptual se corresponde con el proceso per-
ceptual, pero que entre ambos no existe relación alguna, y la de
N ic h o u a s d e M a l e b r a n c h e , V i n c e n z o G i o b e r t i y otros, que opinaban
que com o la materia extensa no puede producir impresiones sobre la
m ente inextensa, nuestras ideas deben ser, por consiguiente, de ori­
gen divino. Las tendencias idealistas aparecen tam bién en la obra
de K a n t , H e g e l y sus discípulos. Más recientem ente se ha señalado

Thought-Processes. N. Y. Macmillan, 1909, lee. 1. Watson, J. B.: Behaviorism,


N. Y,, Norton, edición revisada, 1930, c. 10-11. Kohler, W.: Gestalt Psycho­
logy. N. Y. Liveright, 1929, c. 6.
a S. T., p. I, q. 12, a. 4, D. S. C., a. 1.
Diversas eseitt’ías 39Í

que las inexistencias intencionales de B r e n t a n o , que Implican la p re­


sencia de objetos de pensam iento propuestos, pero no reales, lo m is­
m o que la creación m ental de cualidades form ales de E h r e n f e l s ,
A l e x i ü s M e in q -n g , y la escuela de G r a t z , en general, son problamente
reminiscencias de la postura platónica, según la cual el intelecto
es independiente de los se n tid o s3. S a n t o T o m á s ha alegado los si­
guientes h ech os en oposición a las teorías de P l a t ó n y sus seguido­
res. En prim er lugar, que los elem entos científicos sólo pueden ser
adquiridos partiendo de los datos que nos proporcionan los sentidos.
En segundo lugar, cuando carecem os de dichos datos, com o, por
ejem plo, en el caso de la persona que tiene un defecto en sus ór­
ganos sensoriales, no es posible la elaboración del conocim iento in ­
telectual. En tercer lugar, el hábito de ilustrar las ideas com plicadas
p or m edio de ejem plos tom ados de los datos de los sentidos im plica
la existencia de una relación entre la actividad sensorial y la in te­
lectual. Finalm ente, y éste es para A q u i n o el argum ento más im por­
tante, si pertenece al orden natural el que la m ente se halle unida
a la materia, entonces es tam bién natural el que la inteligencia se
ayude por m edio de los sentidos. En realidad, sin esta cooperación
nos sería imposible explicam os cóm o el intelecto capta a su objeto,
que es la esencia de un ente corpóreo, esencia que se halla, por lo
tanto, lim itada en todos los sentidos por los accidentes m ateriales4.
III. R e a l i s m o .—La opinión de S a n t o T o m á s sobre el problema
del conocim iento es a la vez m oderada y realista. Procede de las
ideas de A r i s t ó t e l e s , que se basan en parte en D e m ó c r i t o y en parte
en P l a t ó n , pero que poseen elem entos propios, fruto de su ingenio.
El conocim iento hum ano es un proceso com plejo. Empieza con los
datos de los sentidos, que son concretos y singulares, pero termina
con las ideas, que son abstractas y universales. D e m ó c r i t o com etió
el error de no ver la diferencia existente entre los sentidos y el in te­
lecto, por lo que fue incapaz de explicar cóm o nuestro conocim iento
term ina en lo universal. P l a t ó n , por otra parte, no estableció nin­
guna diferencia entre el intelecto que abstrae y el intelecto que com ­
prende, de m odo que no pudo explicar por qué nuestro conocim iento
empieza en lo singular. La postura de A r i s t ó t e l e s fue la de postular
ir», intelecto activo colocado entre los sentidos, por un lado, y el in ­
telecto posible, por otro. Veamos ahora con más detalle esta postura,
que es la sostenida tam bién por A q u i n o tal com o él la explica.
Al principio, el intelecto posible está libre de todo conocim iento
y no puede poseer idea alguna hasta que los sentidos no empiezan
a actuar. El o jo debe ver el color y el oído oír el sonido para que
la mente tenga idea de lo que estas cosas significan. Pero los datos
recogidos por los sentidos son com o alim ento aún sin digerir: antes
de que pueda absorberse debe ser elaborado debidamente, y ésta es

3 Maker, M., S. J.: Psychology. N. Y. Longmans, Green, 9.1 edición, 1926.


c. 13. Moore, T. V., O. S. B.: Gestalt Psychology and Schoslastíc Philosophy-
The New Scholasticism, enero 1934, pp. 65-66.
* S. T., p. I, q. 84, a, 3.
394 Conocimiento intelectual

la tarea del sentido com ún y de la percepción. Mediante un procese


de ósmosis psicológica pasan a los sentidos internos para luego apa­
recer en la conciencia en form a de im ágenes o fantasm as, y cuando
esta fase de elaboración finaliza, están preparados para su trans­
form ación final, que los elevará del orden de lo sensible al orden de
lo inteligible y hará a los objetos que representan capaces de ser
com prendidos. Es en este punto, por lo tanto, en el que el intelecto
activo entra en acción, arrojando luz sobre lo que figura en form a
de fantasm as, considerando sólo la esencia de su objeto, separada­
m ente de sus rasgos individuales; elevando dicha esencia, por asi
decir, fuera del contexto de lo concreto y lo singular, creando una
form a libre de toda m ateria y que pueda actuar com o un estímulo
sobre una facultad inm aterial. La últim a etapa de este proceso—para
com pletar nuestra analogía— es la de proporcionar el alimento, es
decir, la form a, al intelecto posible, después de lo cual se produce
la idea, llegando con esto a su fin el proceso que S a n t o T o m á s deno­
m ina de simple aprehensión 5.
Pero para las m entes que se hallan unidas a un cuerpo, la simple
aprehensión no basta. La verdad es alcanzada sólo por el juicio, es
decir, por una aprehensión añadida a otra. Además, la verdad se
asegura sólo cuando el ju icio form ado corresponde con la realidad
de las cosas. La realidad, al fin y al cabo, es la m edida de la verdad,
y nuestro conocim iento es verdadero en proporción al éxito alcan­
zado en captar lo que es, y en identificarnos intelectualm ente con el
ob jeto de nuestro pensam iento. Pero ¿cóm o podem os estar seguros
de que lo que conocem os es real? Sólo volviendo sobre nuestros pa­
sos, a través de todo el proceso cognoscitivo. Asi, vemos que el inte­
lecto activo abstrae de un fantasm a que se deriva de la experiencia;
y que la experiencia es el resultado de nuestro contacto efectivo con
el m undo. T anto la abstracción com o la experiencia deben ser rea­
les en este caso, por lo m enos tan reales com o los objetos de los cua­
les representan la im agen consciente. Y para que no perdamos de
vista los rasgos objetivos de nuestro conocim iento, S a n t o T o m á s in ­
siste en que la idea no es lo que conocem os, sino aquello por medio
d e lo que conocem os. Lo que captam os es el ob jeto, y la idea es sim­
plemente el interm ediario entre el sujeto que conoce y el o b je ­
to conocido, perm itiendo que este últim o sea identificado de un
m odo intencional con el primero. El propósito básico de la idea no
es, pues, el de fijar nuestra conciencia (aunque la idea puede en
ocasiones convertirse en objeto de reflexión com o A q u in o señala),
sino más bien el de dirigir nuestro pensam iento al objeto que re­
presenta. Sólo bajo esta condición puede el conocim iento ser objetivo
y sólo cuando es objetivo podem os tener certeza de que es verdadero e.

4 S . T ., p . I, q. 76, a. 2, r. a o b j. 3 ; q. 84 y 85. D . V., a. 15. D.' S, C., a, 1,


2, 9, 10
6 S . T ., p . I, q. 76, a. 2, r. a o b j. 4 ; q. 85, a. 2. D . V ., q. 1, a. 1 -3 , D . U , I.,
c . 7, C. G ., L . IV , c. 11. A q u i S a n t o T o m ás a fi r m a : « P o r e s p e c io in t e lig ib le
e n t ie n d o l a f o r m a d e l o b j e t o c o m p r e n d i d o q u e l a m e n t e c o n c i b e e n s í m is ­
m a ... E l q u e e s t a e s p e c ie i n t e lig i b l e n o s e a la c o s a q u e c o m p r e n d e m o s e s
Formas humana y animal 396

2. DISTINCION ENTRE LAS FORMAS HUMANA Y ANIMAL DE


CONOCIMIENTO.—Por conocim iento hum ano entendem os cierto tipo
de conocim iento característico del hombre, revelado interiorm ente
por m edio de la introspección y exteriormente por la conducta in te­
lectual, pero que nunca se ha encontrado en el an im al; en resu m en:
el tipo de conocim iento que implique la captación de relaciones de
un m odo abstracto. En realidad, nosotros no podem os observar di­
rectam ente lo que ocurre en el interior de la conciencia animal, pero
sí podem os estudiar su m odo de actuar, y sobre esta base objetiva,
com parar su conocim iento con el del hombre.
I. L e n g u a j e — Las funciones del lenguaje, com o m anifestación ex
terna de nuestra capacidad de abstracción, han sido resumidas de
un m odo excelente por K a r l B ü h l e r . En primer lugar, sirven para
representar hechos que el sujeto ha captado; en segundo lugar, sir­
ven para transm itir in form ación ; en tercer lugar, para originar res­
puestas conscientes correspondientes en la mente del lector o del
oyente. El lenguaje es, en resumen, un m edio de com unicar ideas
por medio de símbolos universales. Es evidente, por lo tanto, que el que
lo crea y lo utiliza debe haber percibido la significación universal que
tienen los hechos, las relaciones, etc., antes de que haya ideado dicho
m edio para la expresión de sus pensamientos. El animal, en cambio,
sólo es capaz de expresarse por m edio de signos de carácter em ocio­
nal, es decir, de sonidos guturales o vocales que manifiestan sus ten­
dencias instintivas y sus sentim ientos 7.
II. Cultura.— L a cultura del hom bre presupone la existencia de
un cerebro hum ano para crear, de un corazón hum ano para decidir
evidente, ya que se requiere un acto para comprender una cosa y otro dis­
tinto para comprender la idea de una cosa. Esta última actividad ocurre
(sólo) cuando'el intelecto se refleja en su acto.» Ver también: Noel, L .:
The Realism of St. Thomas. Blackfriars, noviembre 1935, pp. 827-30. M a r i -
ta in , J.: The Degrees of Knowledge. Trad. por B. W a l l y M. R. Adamson.
N. Y. Scríbners, 1938, pp. 106-08. Notas al margen, p. 155.
r B ühler, K,: Kritísche Musterung der neueren Theorien des Satzes. Indo-
germanisches Jahrbuch, 1919, 6. Les loís genérales d’evolution dans le lan-
gage de Venfant. Journal de Psychologie, 192S, 23, pp, 597-607. Ver también:
Ljn dw orsk y , j . s . J .: Experimental Psychology. Trad, por H. R . de S ílv a .
N. Y. Macmillan, 1931, pp. 347-53; L achanoe, L. O, P.: The Philosophy of
Langage. The Thomist, octubre 1942, pp. 547-88.
S an to T om ás hace algunas interesantes observaciones a su comentario
del tratado de A r is t ó t e l e s On Interpretation (En Aristóteles, Perihermenias.
1. I, lect. 2), que se relacionan con el problema del lenguaje del hombre:
«El hombre es por naturaleza un animal social, por lo que comunica sus
pensamientos a los demá,s hombres por medio del lenguaje. Por consiguien­
te, si los hombres deben vivir unidos les es necesario una forma de comu­
nicación espiritual. Además, si el conocimiento humano quedase limitado
al sensorial, seria suficiente con el empleo de los sonidos que utilizan los
animales. Pero el hombre es capaz de elevarse por encima del medio que
lo rodea. Se da cuenta no sólo del presente, sino del futuro y de cosas que
se hallan situadas lejos de su alcance en el espacio. Para expresar este tipo
de conocimiento es necesaria alguna forma de lenguaje y de escritura.
8 B ren n a n , R. E„ O. P.: The Thomistic Concept of Culture. The Thomist,
enero 1943, pp. 111-36. L in dw orsk y , J.: Op. cit, pp. 355-57. V ierkandt , a,:
Die Stetigkeit im Kultiincanclel. Leipzig. Duncker und Humbblot, 1908.
396 Conocimiento intelectual

y de unas extremidades hum anas para actuar, todos ellos puestos


al servicio del progreso social del hombre. A causa de su propia n a ­
turaleza, la cultura sólo puede desarrollarse al cabo de los siglos
y de generaciones de hom bres sabios y prácticos.
El h ech o de que algunas naciones perm anezcan en un nivel cul­
tural relativam ente bajo, no supone ninguna dificultad especial, pues­
to que los instrum entos más prim itivos y las costumbres más fijas
poseen aún un cierto valor intelectual, ya que, aunque en m enor
grado, el razonam iento fu e necesario tam bién para su creación.
Aunque el anim al muestra un asom broso parecido fam iliar con
el hom bre respecto al uso de los bienes que se relacionan con el
alim ento y el sexo, no existe evidencia alguna en el primero de su
capacidad para variar su finalidad o emplear sus facultades con la
libertad característica del hom bre. Al m enos por lo que podem os
deducir de las apariencias, el anim al no amplia su conocim iento de
la realidad más allá de lo que le es necesario para su m antenim iento
individual o de la especie 8.
III. M o r a l ,— Desde el punto de vista individual, existen ciertos
actos que se consideran permisibles y otros no, y el ju icio de la con ­
ciencia en estos casos se interpreta com o una norm a m oral de con ­
ducta. Este fenóm eno, al m enos en su aspecto elem ental, se repite
a través de todas las épocas y en todos los hombres. Pero la con cien -
ciencia carecería de significado si no existiese la libertad y la volun­
tad, y la libertad a su vez sólo es posible en las criaturas que posean
la capacidad de abstracción. Por otra parte, no existen datos obser­
vables en la vida del anim al que nos lleven a suponer que éste p o­
sea una conciencia. Su conducta está determ inada por un instinto,
sin que exista ningún discernim iento aparentem ente de valores éti­
cos en sus actos.
Desde el punto de vista com unal, la sociedad hum ana acordó
aceptar ciertas leyes, que consideró justas y útiles para el bienestar
de los ciudadanos en general. Estas leyes son en realidad factores
puram ente reguladores, pero cualquiera que sea la explicación que de­
m os de ellos, su existencia requiere una aprehensión de relaciones
abstractas imposible para la m entalidad del animal. No im plican ne­
cesariam ente un alto grado de inteligencia, y pueden haber sido
m otivadas sólo por un principio de autoconservación. Pero, con todo,
presuponen discernim iento, ya que se basan en un principio de bien,
común. En el anim al n o hallam os ni siquiera un esbozo de activida­
des de este tipo 9.
IV. A r t e y e s t é t i c a .— Según G u s t a v F e c h n e r , la belleza es esen­
cialm ente un problem a de relaciones, y su apreciación denota una
aprehensión de tipo intelectual del orden de unas partes con res­
pecto a otras y de la arm onía del c o n ju n to 10. Esto concuerda con

“ L in dw orsky , J., S, J. : Op. clt., pp. 357-60. S toker, H. G .: Das Gewissen.


Bonn, Cohén, 1925.
fe c h n e h , G. T.: Vorschule der Aestetik. Leipzig Breitkopf und Hartel,
2.“ edición, 18&7, p. I, c. 3.
Religión 397

e l concepto de S a n t o T o m á s , quien define la belleza com o un con ju n to


de elem entos que son a la vez integrados, proporcionados y que se
distinguen p or su cla rid a d n . Todo lo que cumpla estas condiciones
puede convertirse en un objeto de placer estético: los colores y los
ton os; la form a y la estructura de las líneas y el ritm o de los m o ­
vim ientos; la elegancia inm aterial de las ideas y el atractivo de la
virtud o del b ie n 12. La fu n ción del arte es la de captar dicha belleza
y expresarla de m odo que todos los hom bres puedan gozar de ella.
Pero el arte es imposible sin la inteligencia, puesto que requiere que
el artista ordene su actividad creadora de acuerdo con las ideas
que él abstrae de la m ateria y que volverá a reincorporar en ella al
ejecu tar su obra. No es necesario casi que afirmemos que la apre­
ciación estética de la belleza tal com o la hem os descrito es inasequi­
ble al anim al 13.

V. R e l i g i ó n .— 'T anto si sostenem os la hipótesis de una religión


politeísta com o si opinam os que los pueblos prim itivos adorasen a
un Ser Supremot el significado de la religión com o un criterio que
sirva para diferenciar al hom bre del anim al reposa en el hecho
de que está basada en convicciones. Ahora bien; las convicciones son
el resultado de procesos intelectivos en los que la voluntad se añade
para aum entar su firmeza. En su esencia, el mismo tipo de pensa­
m iento que guía al hom bre culto actual, condujo al hom bre pri­
mitivo a aceptar un poder divino, aunque en m uchas ocasiones este
últim o fuese revestido de atributos humanos. La existencia de la
oración y el m odo com o se desarrolló entre las culturas más in fe ­
riores es una prueba suficiente de esta afirmación. Además, la creen­
cia en que este poder divino podía otorgar premios y castigos con ­
d u jo lógicam ente a la idea del sacrificio com o un acto propiciatorio 14.
El estudio del desarrollo religioso individual sólo sirve para hacer
más evidente la brecha que nos separa de los animales. La duda, por
ejem plo, es un fenóm eno corriente de la pubertad, y cuando ésta
pasa, el individuo puede am pliar su desarrollo religioso en múltiples
direcciones. Como lo demuestra W i l l t a m J a m e s en su interesante es­
tudio sobre los tipos religiosos, algunos individuos tienden más hacia
la vida religiosa contem plativa que hacia la activa. Algunos son o p -

11 S. T., p. I, q. 5, a. 4, r. a obj. 1; q. 39, a. 8; p. I-II, q. 27, a. 1, r. a obj. 3:


p. II-II. q. 145, a. 2; q. 180, a. 2, r. a obj. 3.
12 El hecho de que los objetos materiales se conviertan en una fuente
de placer estético lo ilustra concretamente A quino cuando afirma (S. T„ p. I,
q. 91, a. 3, r. a obj. 3): «El hombre está dotado de sentidos no sólo con el pro­
pósito de que pueda asegurarse las cosas que necesite para su vida, como
en el caso del resto de los animales, sino también para que éstos le sirvan
de conocimiento. Es asi que mientras los demás animales disfrutan de los
objetos sensoriales a causa de su relación al alimento o la sexualidad, e!
hombre puede disfrutar con ellos debido a su belleza, es decir, por el ob­
jeto en sí.»
13 C aulahan, J. L., O. P.: A Theory of Esthetic Accordíng to the Principies
of St. Thomas Aquinas. Wash. D. C. Catholic University Press, 1927. Lind-
w orsk t , J., S. J.: Op. cit„ pp. 361-66.
14 L indw orsky , J., S. J.: Op. clt., pp. 367-72.
398 Conocimiento intelectual

tim istas en sus creencias y otros pesimistas o llenos de dudas. Estos


m odos de ser dependen externam ente del am biente religioso en que
uno nace, e internam ente del cultivo que se le haya dado a la reli­
giosidad y de la clase de hábitos m orales que hayam os cultivado.
Existe tam bién el hecho indiscutible de que, independientem ente de
la edad, el sexo, la posición o el ambiente, los valores religiosos tie­
nen m ás significación para algunos individuos que para otros. La
única explicación satisfactoria de este fenóm eno es que dichos indi­
viduos están especialmente dotados para la experiencia relig iosa15.
La fuerza acum ulativa de todas las pruebas que acabam os de pre­
sentar a favor de la diferencia esencial existente entre el hom bre y
los anim ales es abrumadora. Sin em bargo, no todos los psicólogos
m odernos la adm iten, y esto se debe a un error en la interpretación
del concepto de razón y de inteligencia.
De cualquier m odo existen todavía científicos que opinan, tal como
J u l i á n H u x l e y , que «no hay evidencia, hasta e l m om ento actual, de
que ni aun los anim ales más superiores posean ideas» 10 Es en rea­
lidad difícil de com prender cóm o los investigadores pueden seguir
indecisos después de la labor de un J o h a n n e s L i n d w o r s k y , que, por
m edio de sus estudios experimentales, ha dem ostrado la imposibili­
dad de establecer la presencia del conocim iento abstracto en la mente
del anim al*?.

3. EL PRINCIPIO DE INMANENCIA.— Para S a n t o T o m á s , el crite­


rio básico para distinguir la vida intelectual de la sensorial es el
grado de la inm anencia del conocim iento. Hemos señalado cóm o este
mism o criterio separa al anim al de la planta, puesto que esta última
no posee conciencia, por lo que debe ser inferior. Aplicando la ley de
la inm anencia al conocim iento hum ano, A q u i n o sostiene la superiori­
dad de la m ente del hom bre basándose en estos tres hechos. En
prim er lugar, su intelecto es capaz de reflexionar y, por consiguiente,
puede com prenderse a sí mismo. Ninguna facultad de orden sensorial,
en cam bio, puede reflejarse sobre sí m isma o conocerse tal com o un
sujeto conoce a su objeto. Para hacerlo tendría que ser simultánea­
mente el principio y el térm ino de su actividad consciente. En segundo
lugar, el intelecto es capaz de penetrar en el núcleo interno de la
realidad. Por m edio de las ideas es capaz de captar la esencia de las
cosas. Los sentidos, en cam bio, sólo pueden tratar de las propiedades
15 J a m e s , W.: The Varieties of Religious Experience. N. Y. Longmans
Green, 1902. Para bibliografía adicional sobre la psicología de la experien­
cia religiosa, ver: D e la V a is s ie r e , J. ,s. J ,: Elements of Experimental Psy­
chology. Trad, por S. A. R a e m e r s . St. Louis, Herder, 2.a edición, 1927, pá­
ginas 413-14.
16 H tíxusy, Julián: Essays of a Biologist. N. Y. Knopf, 1923, p. 97, Ver
también O’Toole, G. B.: The Case againts Evolution. N. Y. Macmillan, 1925,
páginas 257 ss.
17 Este punto de vista de la conciencia animal es desarrollado en Lihd-
w o r s k y , J.: Das schlussfolgernde Denken. Preiburg, Herder, 1916, pp. 440 ss.
— Theoretical Psychology. Trad. por H. R . de S i l v a . S t. Louis, Herder,
1932, pp. 122-30.
— Experimental Psychology (como arriba), p. 347 ss.
Bibliografía 399

externas. La m ente también, naturalm ente, capta los accidentes, pero


mientras los sentidos sólo perciben el hecho de su existencia, la inteli­
gencia es capaz de con ocer lo que son. En tercer lugar, los sentidos
alcanzan un grado de saturación a partir del cual no son capaces de
responder ante estímulos continuados, mientras que la m ente, al
ejercitarse con un objeto de difícil com prensión, aum enta con ello su
capacidad com prensiva para cosas más fáciles. La causa de esto es
igualmente la de los dos hechos anteriores, citados por A qtjino : el
que, m ientras la actividad de los sentidos depende de la materia, la
de la m ente no está sujeta a é s ta 18.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXIV


Aqbino, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 79, arts. 2 y 3; q, 84, ar­
tículos 3 y 6; q. 85. art. 2.
— Contra Gentiles. Libro II, Cap. 77 ; Libro IV, Cap. 11.
B rennan , R. E-, O. P .: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,
Cap. 7. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
G ilso n , E;: The Philosophy of St. Thomas Aquinas. Trad, por E. B ullodgh.
St. Louis, Herder, 1937, Cap. 13.
G r a b m a n n , M . : Thomas Aquinas. Trad, por V. M ic h e l , O. S. B., London, Long­
mans, Green, 1928, Cap, 10.
L i n d w o r s k y , J., S. J. : Experimental Psychology. Trad por H, R. de S i l v a ,
New York, Macmillan, 1931, Libro IV,
M aher , M ., S. J.: Psychology. New York, Longmans, Green, 9.“ ed. 1926.
Cap. 13.
M ercier , D.: A Manual of Scholastic Philosophy. Trad, por T. L. y S. A. P ar ­
ker . St. Louis, Herder, 1919, Vol. I, pp. 238-59.
W a l k e r , L. J., S. J.: Theories of Knowledge. London, Longmans Green, 2.a ed.,
1924, Caps, 1 y 2.

14 C. G „ 1. IV, c. 11. 1. n, c. 66. S. T., p. I, q. 14, a. 1; q. 76, a. 1 y a. 4,


r. a obj. 3. C. D. A., I III, lect. 5, 7, 13. Ver tambìén: G i l s o n , E.: The Philo­
sophy of St. Thomas Aquinas. Trad, por E, B u l l o u g h , St. Louis, Herder, 1937,
pàgs. 278 ss.
CAPITULO X XXY

N ATU R A LE ZA DE LA VOLICION

1. DIVERSAS ESCUELAS.—Cuando decim os que la voluntad no


funcion a excepto bajo la influencia de un m otivo reconocido, ¿im ­
plica esto que está interiorm ente forzada a actuar? Para responder
a esta pregunta adecuadam ente debem os prim ero hacer una distin­
ción. Si solam ente se halla presente un m otivo y si el valor que éste
representa es un bien general, entonces la voluntad se ve necesaria­
m ente impulsada a la acción. Vem os así que el bien absoluto no nos
permite la elección desde el m om ento en que dicho valor se nos pre­
senta com o un motivo. Sí, por el contrario, se consideran diversos
motivos, y si cada uno representa un valor particular para nosotros,
entonces existe la posibilidad de aceptar alguno de ellos o bien de
rechazarlos todos. La libertad, en sentido estricto, se refiere a este
segundo tipo de valores. Se han expuestos numerosas teorías para
explicar la naturaleza de la volición, que pueden ser reducidas a estos
tres puntos de vista: el determ inism o extrem ado, que niega la libertad
y afirma que todos nuestros actos son debidos a la influencia de las
fuerzas materiales que obran sobre nosotros; el indeterm inism o e x ­
trem ado, que se coloca en la posición opuesta, negando todos los fa c ­
tores que pueden condicionar a la voluntad, y el determ inism o m od e­
rado, que ocupa la posición interm edia entre ambos, m anteniendo la
com pulsión de la voluntad para ciertos actos, pero afirmando también
la libertad absoluta de otros.

2. TEORIAS DEL DETERMINISMO EXTREMADO. I . D e t e r m i -


n i s m o f í s i c o . — Afirmar
que una fuerza de origen puramente material
puede obligar a nuestra voluntad a actuar es reducir sus funciones
a actos m ecánicos.
La imposibilidad de incluir la volición dentro del sistema de ener­
gías físico-quím icas es tan evidente que apenas necesita com entarlo.
Las operaciones de la materia están determinadas. Extender su cam po
de acción hasta abarcar los actos volitivos es suponer que sólo la
materia existe. Pero el acto mismo de suponer tal cosa es en realidad
el m ejor argum ento en contra de ellas, del mismo m odo que el no
querer adm itir la libertad de la voluntad es a su vez una prueba de
la existencia de esta libertad. Las leyes de la m ateria se refieren a una
determ inada categoría de h echos; mientras que las de la inteligencia
y las de la voluntad se refieren a otros hechos distintos, y en ciertos
aspectos, opuestos a los primeros.
BREH TTA N , 26
402 Naturaleza de la volición

En relación con esto debem os m encionar también la teoría del


paralelism o psicofísico, cuyos términos, al menos en su form a orto­
doxa, incluyen la idea de una rígida causalidad en todos los actos de
la naturaleza. Puesto que la aplicación estricta de dicha ley a un
agente del tipo de la voluntad destruiría su libertad, los sostenedo­
res de esta teoría n o ven otra alternativa excepto la de adm itir una
separación absoluta entre las energías físicas y las mentales. La
realidad, tal com o lo demuestra la experiencia, es que la mente y la
m ateria se influencian m utuam ente de manera que la actividad de
la voluntad y la corporal no son absolutamente irreconciliables. El
problem a se resuelve cuando recordam os que, según las enseñanzas
de la doctrina tradicinal, el acto voluntario no interñere con la dis­
posición establecida de la m ateria en el cosmos y m ucho menos con
la actividad de la energía, ya sea en el interior o en el exterior del
organism o. La volición lleva solam ente la dirección y el control de
estas energías físicas, sin aum entar o dism inuir su cuantía total.
Vemos con esto que la ley de la conservación, que preocupa tanto a
los psicólogos m antenedores de la teoría del paralelismo psicofísico,
no corre p e lig ro 1.
El problem a de la libertad hum ana ha cobrado nuevo interés en
los circuios científicos con la introducción en el cam po de la física
del princicipio de indeterm inación de H e i s e n b e r g . Se pensaba antes
que si la posición y la velocidad de cada protón y electrón del uni­
verso fuesen conocidas, sería posible predecir su posición y velocidad
en cualquier m om ento futuro. El principio de indeterm inación esta­
blece que esto no es así, sino que los m ovim ientos de los átomos m ate­
riales no nos perm iten hacer predicciones futuras, porque la física
misma se caracteriza por una indeterm inación básica. De esto se dedu­
ce que los actos hum anos son im predecibles a causa de la configura­
ción electrónica del organism o, lo que es absurdo, ya que la libertad
de una potencia inm aterial com o es la voluntad no puede depender
en m odo alguno de los átom os materiales. Aunque la facultad de ele­
gir se encuentre con fuerzas del organism o que se resisten a sus
órdenes, ésta sigue perm aneciendo interiorm ente libre, mientras sea
capaz de querer o n o querer por sí misma 2.
II. D e t e r m i n i s m o b i o l ó g i c o .— El sistema entero del psicoanálisis
se basa en últim a instancia en conceptos biológicos. La mayor am bi­

1 Para la discusión de algunas de las opiniones modernas, ver: The Psy­


chologies of 1930, en los siguientes encabezamientos: a) Paralelismo psico-
fisico; b) El problema cuerpo-alma. Editado por C. Murchison. Worcester,
Clark University Press, 1930, D r ie s c h , EL: The Breakdown of Materialism.
The Great Design. Editado por F. Mason. N. Y. Macmillan, 1934, p. 292-95.
M a h e r , M., S. J.: Psychology. N, Y. Longmans, Green, 9.* edición, 1926,
páginas 517-24.
2 D e K o n i n c k , C.: Thomism and Scientific Indeterminism. Proceedings of
the American Catholic Philosophical Association. W a s h , D . C. Catholic Uni­
versity of A m e r i c a , 1936, pp. 58-76. M a r i t a i n , J.: The Degrees of Knowledge.
Trad, por B. W a l l y M . R. A d a m s o n . N. Y. Scribners, 1&38, pp. 183 ss,, p. 227.
S m i t h .' V. E.: Philosophical Physics, N. Y. Harper, 1950, pp. 268 ss, T a u b e , M . :
Causation, Freedom and Determinism. London, Allen y Unwin, 1936.
Determinismo extremado 403

ción de F r e u d , s u fundador, fue la de verla convertida en una ciencia


estrictam ente natural, tal com o la física o la química. Por consiguien­
te, el reino inexorable del instinto o de la herencia fue aplicado cons­
tantem ente com o explicación de la personalidad, del carácter o de las
desviaciones de la conducta. Según él, la conducta hum ana se halla
condicionada de un m odo absoluto por estos factores. Podría trazarse
una estricta ecaución que representase la suma total de la conducta
hum ana en térm inos de constitución, más historia personal del in di­
viduo, más la acción de ciertos impulsos biológicos. En esta fórm ula
no queda sitio para la libertad. La voluntad es simplemente una m odi­
ficación más refinada del instinto, y el psicólogo freudiano que intente
introducir el más pequeño elem ento de libertad dentro del sistema
se vería envuelto de inm ediato en una serie de con tra d iccion es3.
Similarm ehte, para el behaviorista, la volición se reduce a la rigi­
dez de un arco reflejo. W a t s o n n o hace referencia alguna a la volun­
tad o a sus fenóm enos. Numerosos factores determ inantes son pre­
sentados con el fln de explicar por qué un individuo sigue una linea
especial de conducta y el concepto de libertad es tarea tan ajena al
sistema behaviorista com o al freudiano. Así, para el que observa las
cosas sólo externam ente, un individuo sólo puede actuar según su
entrenam iento anterior y en conform idad con la fuerza o debilidad
de sus rasgos heredados. Estos elem entos de su estructura poseen tal
fuerza, que no le es posible seguir otro camino. De igual m odo, la
estructura total de la psicología reaccional o de la respuesta está
construida sobre la hipótesis de que los contenidos conscientes, cual­
quiera que sea su naturaleza y com o quiera que aparezcan, están
condicionados esencialm ente por la coordinación de arcos sensitivo -
m otores de m odo que, indiferentem ente del núm ero o de la intensidad
de los estímulos y de sus respuestas aferentes, sin la presencia de
impulsos eferentes y de su respuesta específica, no puede existir nin­
guna form a de con cien cia y, por consiguiente, de volución selectiva 4.
El error evidente de estas teorías es su dificultad para reconocer
que un acto de voluntad es un dato de tipo intelectual y, por consi­
guiente, inm aterial, y no m ediatizado por ningún órgano del cuerpo,
m ientras que los instintos, los reflejos y las respuestas m otoras son
fenóm enos de tipo sensitivo que dependen para su existencia de la
m ateria y sus leyes. Además, una com pleta aceptación de los m étodos
del behaviorism o sólo puede producir a la larga el abandono de la
distinción entre la Psicología y la Fisiología. La introspección debe
perm anecer en beneficio de la ciencia del h om b re; y la técnica intros­
pectiva revela la volición com o una form a especial de experiencia
irreducible al instinto y libre de restricciones biológicas.

3 A l l e r s , R.: New Psychologies. London, Sheed and Ward, 1932, p p . 15-16.


The Successful Error. N. Y, Sheed and Ward, 1940.
4 W a t s o n , J. B.: Psichology from, the Standpoint of a Behaviorist. Phila.,
Uppincott, 2.a edición, 1924, p, 319 ss, L a n g f e l d , H. S.: «The Historical Deve­
lopment of Response Psychology», Science, 10 marzo 1933, página 243, «A
Response Interpretation of Consciousness», Psychological Review, 1931, 38,
páginas 87-108.
404 Naturaleza de la volición

III. D eterminismo fsicouógico .—Si el determ inism o biológico es


el resultado del punto de vista de D emócrito, en el que el papel de la
m ateria es resaltado exageradam ente, el determ inism o psicológico es
la consecuencia lógica de las teorías de P latón , en las que, por el
contrario, se exagera el papel de la mente. Un punto de vista insiste
en la fuerza de los instintos y los reflejos y el otro en el poder de las
ideas en la configuración de la conducta del hom bre. Reducido a sus
más simples términos, el determ inism o psicológico viene a expresar
que la voluntad se ve obligada a aceptar el m otivo más poderoso o a
aprobar el ob jeto de más valor, o, dicho de otro m odo, que la voluntad
debe hacer su elección de acuerdo con un orden reconocido de valores.
El principio de L eibnttz de la razón suficiente es un ejem plo de este
punto de vista, y esta m ism a actitud aparece en la psicología adle-
riana, en la que se acentúa la im portancia de los valores intelectuales,
a expensas de la voluntad, en la form ación del carácter. Natural­
m ente, se adm ite el valor de la educación moral, pero siempre bajo
la afirm ación im plícita de que el simple contacto con las demandas
de la realidad o la percepción de valores más adecuados para respon­
der a estas dem andas basta para regular y m odificar el curso de
nuestras vidas 5.
Ciertos hechos de la experiencia, sin embargo, nos hacen discu­
tir este poder determ inante de los valores una vez reconocidos. Por
ejem plo, en algunas ocasiones seleccionam os objetos conscientes iden­
tificados com o valores menores, o, expresado de un m odo más simple,
no siempre elegimos el valor óptim o de los que se nos presentan a
consideración. La doctrina de A q u in o es muy clara referente a este
punto. Según ella: la elección se presenta a continuación del último
ju icio práctico em itido por la m ente, sugiriendo la preferencia de un
valor determ inado sobre otro. Asi, la voluntad se fija sobre el bien
que la razón le propone com o el objeto m ejor a elegir aquí y ahora.
La libertad se mantiene, ya que la voluntad es capaz, guiándose por su
inclinación, de determ inar cuál ha de ser el ju icio últim o Resum ien­
do, la razón sólo ejerce una influencia de tipo objetivo sobre la facu l­
tad de elegir, sum inistrándole el m otivo para la selección 6.

s Allers, R.: The New Psychologies ( c o m o a r r ib a ) , p. 46.


0 La postura de S a n t o T o m á s en este punto aparece ya indicada en
el cap. 10 del tratado De Anima, de A r is t ó t e l e s , donde el Estagirita dis­
tingue, en primer lugar, el intelecto especulativo del práctico, conside­
rando el primero como el conocimiento por el conocimiento mismo, y el
segundo como el conocimiento en función de la acción y, por lo tanto, de
la elección: y luego continúa: «todo apetito es ordenado (en sus movimien­
tos) a algún fin; por lo tanto, lo que se desea precisamente constituye el
principio para la actividad del intelecto práctico, y la finalidad de la
liberación del intelecto práctico es el comienzo de la acción», puesto que
el juicio final del intelecto práctico es el motivo para la elección, y, por con­
siguiente, para la conducta que sigue al acto de elegir. Como S a n t o T omás
comenta en el siguiente pasaje: «Cuando deliberamos sobre un determi­
nado acto, en primer lugar establecemos una meta y luego consideramos
las diversas maneras por las que podemos llegar a ella... La última cosa
sobre la que juzga el intelecto práctico es la primera que debe ser ejecu­
tada» (C. D, A., 1. III, lect. 15). Ver también: D. A.: q. 22, a, 6; q. 24, a. 1.
Indeterminismo extremado 405

Mientras exista un. m otivo para adherirse a un valor determinado,


es la voluntad, en últim a instancia, la responsble de la elección. Su
conducta es com parable a la de los m otoristas que encienden los focos
para ver, y luego determ inan la dirección que han de seguir por m edio
de la luz que han producido. En estas circunstancias siempre es posi­
ble aceptar un bien m enor, ya que la voluntad puede hacer cesar la
consideración del intelecto en el punto que lo desee y utilizar el últim o
ju icio práctico. Naturalm ente, el hom bre puede ser tan necio com o
para elegir un bien menor, pero, com o señala D e s i r é M e r c i e r , es libre
de ser necio. Y aun cuando no exista un m otivo m ejor, él puede sim ­
plem ente considear com o un m otivo adecuado para su elección el
deseo de hacer lo que le place

3. TEORIAS DEL INDETERMINISMO EXTREMADO.— El origen


de las nociones exageradas sobre el carácter indeterm inado de la
voluntad se rem ontan a la psicología de R e n é D e s c a r t e s . Aunque
este punto de vista es poco corriente en la actualidad, se halla, sin
em bargo, im plícito en frases tales com o: deseo inm otivado, m otivo
inconsciente, y otras, que aparecen en algunas explicaciones corrien­
tes de los fenóm enos volitivos. La necesidad del conocim iento com o
estím ulo para la actividad de los apetitos, ya sea en el plano sensitivo
o en el intelectual, es un dato prim ario en la doctrina de A q u i n o . A de­
más, puesto que la razón se extiende a la aprehensión de diversos
valores, debe haber alguna diferencia en la reacción de la voluntad
a su presencia en la conciencia. Así, ante un valor general que es
reconocido absolutam ente com o bueno, carecem os de alternativa, y
lejos de ser indeterm inada, la voluntad no tiene aquí opción en su
elección.
Ante valores particulares, por el contrario, tenem os generalmente
varias alternativas, ya que un valor de este tipo no representa un
bien en todos los aspectos, por lo que la voluntad es libre de elegirlo
o de rechazarlo. Volverem os a referirnos a este punto en la sección
siguiente.

4. TEORIA DEL INDETERMINISMO MODERADO.— Las enseñan­


zas de S a n t o T o m á s ocupan un lugar interm edio entre el indeterm i­
nismo y el determ inism o absolutos. La voluntad, por ser una potencia
apetitiva, necesita del conocim iento para su acción, por lo que no
es com pletam ente indeterm inada. Al m ismo tiem po es capaz de recha­
zar cualquier bien particular, aun cuando el intelecto lo presente y k>
reconozca com o valor, por lo que no es com pletam ente determinada.
Para captar de un m odo correcto lo que significa la libertad, debemos
recordar que ésta reside esencialm ente en la elección y que la elección
se practica solam ente sobre valores particulares que se consideran
com o medios para alcanzar nuestra felicidad final. El bien universal,

De Malo: q. 6, a. 1. Z ig lia ra , T. M., O. P.: Summa Philosophic/!. París,


Beauchesne, décimosexta edición, 1919, vol. II, p. 404, anotación p. 408-11.
7 M ercier , D.: A Manual of Modern Scholastic Philosophy, trad. por
T. L. y S. A. P arker. St. Louis, Herder, 1919, Vol. I, pág. 274.
406 Naturaleza úe la volición

en cam bio, representa nuestra única m eta, hacia la que nos impulsa
sin alternativas nuestra naturaleza, puesto que es tan perfecto que
satisface todos nuestros deseos, tan grande que no admite la presen­
cia de ningún otro valor. Si esto es cierto, los valores particulares
deben participar en m ayor o m enor grado del bien universal y abso­
luto, de m odo que cuando elegimos los primeros debem os tener en
cuenta la tendencia natural de la voluntad hacia el sumo bien como
finalidad ú ltim a 8.
Partiendo entonces de la premisa de que tanto la libertad com o la
coacción absoluta se excluyen m utuamente, S a n t o T o m á s distingue
dos form as de indeterm inación, o más bien dos estados de indiferen­
cia que se hallan siempre presentes antes de que se efectúe la elección.
La prim era es la indiferencia pasiva, que espera la presencia de un
m otivo para ser despertada de su inercia, y la segunda es la indife­
rencia activa, que, aun en presencia de m otivo, deja siempre libre a
la voluntad de elegir o rechazar los valores conform e lo desee. Si exa­
m inam os más detalladam ente esta segunda form a de indiferencia,
vemos que puede m anifestarse de dos maneras distintas, ya sea eli­
giendo entre varios valores o bien rechazando la elección. La primera
se conoce com o libertad de especificación, y la segunda, com o libertad
de ejercicio. Esta última, por supuesto, es la esencial para la libertad,
ya que no siempre es posible elegir entre varias alternativas.
Una vez que hem os expuesto los térm inos de esta teoría, veremos
cóm o establece A quino la certeza de la libertad, dem ostrando su rela­
ción interna con nuestras ideas e inferencias y su relación externa
con la conducta y las creencias com unes 9.
I. N aturaleza de nuestro concepto del bien .— Expuesto brevemen­
te, la voluntad es libre de elegir los valores, puesto que la mente capta
la realidad con libertad. Por esta razón, todos tenemos alguna idea de

“ S. T., p. I, q. 83; q. 105;, a. 4; p. I-II, q. 4. a. 4; q. 10; q. 13, a. 6; q. 17,


a, l, r. a obj. 2. D. V. q. 22, a. 15; q. 24, v. a. 1-6. C. G., 1. II, c, 48,
0 D e M a l o : q. 6, a, 1. Aqui S an to T om ás afirma: «Una forma compren­
dida—es decir, una idea—es universal y puede comprender muchas cosas.
Cuando el foco de actividad se centra sobre un objeto particular que no
agota la potencia del universal, la inclinación de la voluntad se halla sus­
pendida de modo indeterminado sobre muchos objetos»; y luego: «La
indeterminación de la voluntad se halla, en primer lugar, respecto al acto,
puesto que puede desearlo o no desearlo, y en segundo lugar, respecto al
objeto, puesto que puede desear esto o aquello.»
S . T., p. I-n , g. 10, a. 2, Aquí S a n t o T om ás aclara la diferencia que aca­
bamos de expresar, diciendo: «La voluntad es estimulada de dos maneras,
en primer lugar, en cuanto al ejercicio de su acto, y en segundo lugar,
en cuanto a la especificación de su acto. En el primer caso, ningún objeto
mueve necesariamente a la voluntad, ya que, prescindiendo de la natura­
leza del objeto, está en el poder del hombre no pensar en él, y de ese
modo no desearlo efectivamente. En el segundo caso, la voluntad es movida
necesariamente por un objeto, o por otro, libremente... Así, si se le ofrece
un objeto que es universalmente bueno, es decir, deseable desde todo punto
de vista, la voluntad se inclina hacia él de necesidad—si origina un acto
voluntario—, puesto que no puede desear otra cosa. Si, en cambio, se
le ofrece un bien que no es deseable desde todas las perspectivas, no se
inclina hacia él de necesidad.»
Indeterminismo extremado 407

los que significa el bien. Un concepto de este tipo es esencialm ente


abstracto y universal. No puede ser confinado a ningún bien particu­
lar, puesto que puede aplicarse con entera corrección a cualquier tipo
de valor. Se halla libre de las contingencias de lo singular y concreto
y su existencia misma es la prueba de la libre acción del intelecto
de todos los rasgos tém poro-espaciales que caracterizan a un objeto
particular. Cuando dicho ob jeto particular es som etido a su conside­
ración, el intelecto puede siempre establecer una com paración con su
concepto universal del bien. El resultado es una básica indiferencia
del juicio, puesto que observa, nada más m irarlo, que el objeto con el
que trata es finito y lim itado, mientras que la bondad carece de lím i­
tes, es absoluta y suprem a y sólo ella es capaz de expresar de un modo
perfecto la idea del bien. En relación con este sumo bien, los bienes
particulares pueden hasta llegar a considerarse com o bienes nega­
tivos al ser com parados con la bondad absoluta. Pero si el ju icio del
intelecto no se ve forzado por los valores particulares, tam poco lo debe
ser la elección de la bondad que esté basada en dicho ju icio 10.
II. N a t u r a l e z a d e n u e s t r o m é t o d o d i s c u r s i v o .—Al llevar su análisis
al terreno de la inferencia, S a n t o T o m á s observa cóm o ciertas propo­
siciones de nuestro razonam iento se hallan necesariam ente con ecta­
das con primeros principios y no podem os negarlas, tal com o tam poco
podem os negar nuestra facultad de conocer. Otras proposiciones, sin
embargo, n o se hallan tan íntim am ente conectadas con los primeros
principios, y a causa de esto somos capaces de rechazarlas. Ahora
bien: vem os que la actividad de la voluntad sigue esta misma linea.
Ciertos valores, tales com o la felicidad y todo lo que se relaciona
necesariam ente con ella, se nos presentan de tal m odo que nos es
imposible no desearlos. El que la voluntad rechazase la felicidad o el
que nos alejásem os de todo lo que representa el bien universal sería
tan absurdo com o si el intelecto rechazase los primeros principios.
Pero existen otros valores que no están necesariam ente relacionados
con el supremo bien o con nuestra tendencia natural hacia la fe lici­
dad. Podem os pensar en ellos desde varios puntos de vista y emitir
ju icios diferentes sobre su valor, reconociéndolos en un m om ento
com o deseables, y en el otro, com o no deseables, o por lo m enos no
indispensables para nuestra felicidad. Y puesto que esto sucede en el
caso de nuestras aprehensiones intelectuales, tam bién debe ser cierto
para la actividad de la voluntad que se basa en los juicios de la razón.
Repetim os: La misma desproporción que existe entre los primeros
principios y las inferencias probables en relación con el intelecto,
existen tam bién entre el bien universal y los bienes particulares en
relación con la voluntad. Pero el intelecto es libre de aceptar o de
rechazar una conclusión probable, e igualm ente lo es la voluntad de
aceptar o de rechazar un valor particular n .

10 S. T„ p. I, q. 83, a. 1; p. I-II, q. 10, a. 2 (traducido arriba).


u S. T., p. I. q. 82, a. 2. D. V., q. 23, a. 1. Ver también: G a r rig o u -L a g h a n -
g e , R., O, P.: Reality, trad. por P. Cummins, O S. B. St. Louis, Herder, 1950,
páginas 189-91.
408 Naturaleza de la volición

Desde luego, un. argum ento de esta suerte no tiene valor para los
materialistas, que confunden los m ovim ientos vitales con las ener­
gías físicas del cosmos, ni para los estructuralistas, que reducen los
contenidos m entales a im ágenes o sensaciones, ni para los behavio-
ristas, que identifican los procesos del pensam iento con actividades
reflejas; ni para los gestaltistas, que explican el conocim iento a base
de configuraciones; ni para los psicoanalistas, que convierten los im ­
pulsos de la voluntad en una em ergencia instintiva. En realidad, cual­
quiera que se niegue a distinguir la diferencia existente entre el pen ­
sam iento y la percepción se obliga, en consecuencia, a negar la liber­
tad, ya que no queda ningún principio en el que pueda fundarse la
producción de las ideas abstractas, en las que se basa en última
instancia la libertad, Pero com o A q u i n o ha dem ostrado ampliamente,
no nos hallam os lim itados ni por la m ateria ni por el instinto en la
producción de nuestros juicios. A diferencia de los elementos inani­
mados que se hallan circunscritos por las leyes del tiempo y del espa­
cio, y a diferencia de la planta que responde ciega inconscientem ente
a las fuerzas materiales de su am biente, y del anim al que es arrastra­
do por un impulso irresistible hacia los bienes de los sentidos, el
hom bre es guiado en sus actos por la razón. Ahora bien; la función
de la razón es la de com parar y en la com paración el verse inclinada
hacia alternativas diversas. Su ju icio debe seguir por consiguien­
te una u otra dirección. En realidad, com o añrma S a n t o T o m á s , «pue­
de aún seguir ciertos cursos que se oponen unos a otros. De cualquier
modo, nunca se halla determ inada. En tanto que el hombre es, pues,
una creatura racional, es necesario que la voluntad sea libre* 12.
III. C r e e n c i a s y c o s t u m b r e s d e l h o m b r e . —La libertad humana pue­
de tam bién deducirse de otras fuentes fuera del intelecto y la volun­
tad. Así, la negación de nuestra capacidad para elegir se contradice
abiertam ente con nuestra experiencia. Aun los que la rechazan en
teoría la adm iten, sin em bargo, con facilidad en la práctica, ya que se
conducen corrientem ente com o si fuesen libres. Esto se observa espe­
cialm ente en relación con situaciones en las que los derechos y los
deberes de los individuos se hallan com prom etidos. En realidad, el ser
responsables de nuestros actos es m uy sem ejante a considerarse libres.
Lo prim ero es consecuencia de lo segundo, ya que no es posible h a ­
cerse responsable de actos compulsivos. «Suprime la libertad— dice
A q u i n o — y negarás el significado de la exhortación y del con sejo;
de la orden y de la proh ibición ; del prem io y del castigo» 13. Si no
pudiéram os m odificar nuestros juicios y, por consiguiente, elaborar
m otivos para conducirnos con m ayor perfección, estarían de más todas
estas cosas. Además, tal com o lo demuestra la experiencia, som os aún
capaces, después de fijam os un determ inado plan de acción, de se­
guirlo con todo detalle, m odificarlo o bien abandonarlo totalmente.
Nuestra voluntad es en realidad tal lábil que no siempre somos eapa-

1J S. T., p. I, q. 83, a. 1.
15 S. T „ p. I, q. 83, a. 1.
Libertad y estudios inductivos 409

ces de elegir la conducta adecuada que nos conduzca a la felicidad


últim a o a la unión con el supuesto b ie n I4.

5. LIBERTAD Y ESTUDIOS INDUCTIVOS—Desde un punto de


vista experimental, ni las fuerzas físicas ni las biológicas han dem os­
trado influir de un m odo definitivo en el proceso de la elección, defini­
do por L i n d w o r s k y c o m o : «La transición m ental desde un valor reco­
nocido a los actos volitivos necesarios para alcanzarlo» 15, Tam poco la
com pulsión psicológica h a dem ostrado ser de gran peso en los estu­
dios experimentales efectuados sobre el proceso volitivo. Esto suce­
dería solam ente si los valores óptim os nos forzasen a la elección, pero
resulta evidente, tanto para el científico com o para el lego, que nues­
tra voluntad es im pulsada frecuentem ente por valores de m enor im ­
portancia. Ante objetos de igual valor podem os experimentar in d ife ­
rencia e incluso cuando se nos presenta un solo valor y carecem os de
alternativa no se deduce de esto que nos veamos forzados a actuar, ya
que una m em oria o una im aginación rica en recursos puede siempre
representarse otros valores que nos sirvan de com paración para h acer
asi que la elección conserve su libertad. Por el contrario, si la im agi­
nación es coartada o si no estamos acostumbrados a rechazar a veces
la elección, nuestra libertad puede verse apreciablemente limitada.
Lo cierto es que en nuestra vida ordinaria no somos tan libres en
nuestras elecciones com o suponemos. Así, m uchas de las decisiones
que tom am os o de las selecciones que efectuam os no son sino la co n ­
secuencia de nuestros hábitos, sentim ientos, asociaciones, ambiente
y aun tem peram ento y otras condiciones de tipo biológico. Las norm as
éticas son descritas a veces com o lim itadoras de la libertad, pero esta
lim itación es más aparente que real. Com o S a n t o T o m á s observa sa­
biamente, el conform arse a las reglas de la recta razón es más bien
aum entar nuestra libertad, mientras que apartarse de dichas reglas
es caer en la licencia. Las transgresiones de orden m oral no suponen
evidentem ente una perfección de nuestra libertad, sino más bien
una im p e rfe cció n 16.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXV


A q u in o , Santo Tomás:
Suma Teológica. Parte I, q. 82 y 83.
B r e n n a n , R. E., O, P.:
Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,
Cap. 8. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.

Brenwan, R. E., O. P.: Thomistic Psychology. N. Y. Macmillan, 1941,


páginas 223-24, 227-28. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
>s L in d w o r s k y , J„ S . J.: Theoretical Psychology. Trad. por H . R. d e S elv a .
St. Louis, Herder, 1932, p. 52.
16 S. T., p. I, q . 62, a. 8, va. a obj. 3. Ver también: De M a i o , q . 6, a. 1.
D. V., q. 22, a. 6. Las transgresiones de la ley moral natural, tal como S a n t o
Tomás explica con cierta extensión (S. T„ p. I-II, g. 76-78), pueden surgir
por tres causas internas: ignorancia, pasión y maldad. La primera es un
defecto de tipo intelectual; la segunda, del apetito sensible, y la tercera,
de la voluntad.
410 Naturaleza de la volición

G ruender, H., S. J.: Experimental Psychology. Milwaukee, Bruce, 1932, pá­


ginas 427-42.
L in d w o h s e y , J. S. J.: The Training oj the Will. Trad, por A. S t e i n e r y
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— Theoretical Psychology. Trad, por H. R. d e S i l v a . St. Louis, Herder, 1932,
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P h i l l i p s , R. P.: Modern Thomistic Philosophy. London, Burns Oates & Wash-
bourne, 1934, Vol, 1, Parte II, Cap. 13. Ed. esp. Morata, Madrid, 1964.
CAPITULO XXXVI

NATURALEZA, ORIGEN Y DESTINO DEL ALMA HUMANA

1. ATRIBUTOS DEL ALMA HUMANA.—En su estudio filosófico del


alm a h u m a n a S a n t o T o m á s la describe com o algo esencialm ente
inmaterial, simple y sustancial. Todos estos atributos se hallan con te­
nidos com o im plicaciones finales en los datos, sujetos a la introspec­
ción, del pensam iento y de la volición.
I. I n m a t e r i a u d a d .— Según A q u i n o , un objeto es inm aterial cuan­
d o no depende de la m ateria para su existencia ni para sus operacio­
nes. Para sostener que el alma hum ana carece de materia, basta con
demostrar que los productos de su m ente y de su voluntad se hallan
internam ente libres de las cualidades concretas y palpables que ca ra c­
terizan los contenidos de los sentidos. La introspección cuidadosa nos
revela que, aunque la idea se origina a partir de un dato sensorial,
aparece, sin em bargo, en la conciencia com o algo abstracto e im pal­
pable, libre de las contingencias materiales e independiente de las
dim ensiones de espacio y tiempo.
Además, tal com o observa S a n t o T o m á s , nosotros som os capaces de
captar la esencia de todos los cuerpos, pero para poder conocerlos, el
intelecto no debe poseer nada corporal en su propia naturaleza, ya
que la presencia de la m ateria im pediría este conocim iento de los
demás objetos materiales. Por ejem plo, si la lengua misma tuviese un
gusto amargo, entonces todo lo que gustase le sabría am argo y no
podría percibir ni lo dulce, ni lo salado, ni lo ácido. «De un m odo
sem ejante, si la com prensión tuviese algo corpóreo en su naturaleza,
sería incapaz de aprehender la naturaleza de los cuerpos.» «... Más
aún, es imposible para el intelecto conocer p or m edio de un órgano
material, puesto que la naturaleza sensible del órgano sería un obs-

1 En los manuales tradicionales, se analiza primeramente la naturaleza


del alma y luego sus facultades intelectuales y volitivas, Aqui, por el in­
terés de la exposición, he reservado el problema de la naturaleza para el
Anal. Como enseña Santo T om ás (C. D. A., 1. II, lect. 6. C. G., 1. III, c. 46),
en el orden de exposición que se requiere para la enseñanza de la psico­
logia, la discusión de los actos y las potencias del alma debe preceder a la
de su naturaleza. Pero en el orden de la realidad y la existencia, que es el
ontològico, la naturaleza del alma viene primero, puesto que el alma posee
un intelecto y una voluntad, ya que es un alma racional. En resumen, la
naturaleza inmaterial del alma humana es la raíz y el principio y, por lo
tanto, la causa fundamental de la inteligencia, la voluntad y todos los
hábitos formados por esas potencias.
412 Naturaleza, origen y destino del alma

táculo para un conocim iento abstracto universal de la esencia de los


cuerpos» 2.
Naturalm ente, debem os ayudarnos de los sentidos para poder pen ­
sar, y estos sentidos se hallan alojados necesariam ente en un cuerpo.
Sin embargo, el pensam iento sólo depende de la sensación de un
m odo extrínseco. Como explica S a n t o T o m á s : «La mente necesita de
un cuerpo no com o m ediador del pensam iento, sino simplemente para
ponerse en con tacto con su objeto» 3. Además, la m isma independen­
cia de la m ateria que hallam os en nuestro pensam iento se encuentra
tam bién en nuestra voluntad y nuestras voliciones, puesto que somos
capaces de interesarnos por fines de tipo espiritual, tales com o la
justicia, el altruismo, etc. A su vez, la libertad inherente a la voluntad
es sólo propia de una potencia desprovista de m a teria 4.
II. S u s t a n c i a l i d a d .—Si el pensam iento y la volición son inm ate­
riales, deben entonces provenir de potencias que tam bién lo sean.
Además, las potencias que sean esencialm ente inmateriales no pue­
den ser compuestas, es decir, no pueden ser propiedades del cuerpo,
puesto que la sola presencia de la m ateria sería un obstáculo para sus
operaciones. Por consiguiente, tanto el pensam iento com o la volición
deben ser productos del alma, que los crea m ediante el empléo de su
facultad de pensar y de desear. Pero aun la observación más casual
de estos hechos inm ateriales nos demuestra que son accidentes, ya
presentes, ya ausentes, que van constantem ente de un objeto a otro.
Además, com o accidentes que son, deben poseer un sujeto, tal com o
el color no puede existir excepto en un cuerpo coloreado. Este sujeto,
a causa de su facultad de sustentarse a sí mismo, debe a su vez de ser
capaz de sustentar a sus accidentes. Según todo esto, el alma humana
debe ser sustancial, ya que la noción de una idea o de una decisión
no pueden mantenerse en el vacío.
S a n t o T o m á s resume este argum ento del siguiente m o d o : «El prin­
cipio de la vida intelectual tiene una operación p er se, en la cual
el cuerpo no participa, Pero sólo algo que subsiste es capaz de fu n ­
cionar per se. Así, vem os que un objeto sólo puede actuar cuando
existe de un m odo efectivo, y su m anera de actuar se deduce de su
m anera de ser. No decimos, por ejem plo, que el calor calienta, sino

2 S. T., p. I, q, 75, a. 2, Ver también D. U. I., c. 2. C. T., c. 79. D, A.f


a. 14. Aquí Santo T omás resume claramente el argumento de este modo:
«La razón principal por la que ningún organismo material es capaz de
recibir las formas sensibles de todas las cosas naturales es porque el re­
ceptor debe hallarse exento de la naturaleza del objeto recibido... Pero el
intelecto, por medio del cual comprendemos, es capaz de captar todas las
naturalezas de orden sensible. Por consiguiente, su actividad comprensiva
no puede llevarse a cabo por medio de un organismo material. De lo que
se deduce que el intelecto posee una operación propia de la que el organismo
no participa.»
C. G., L. II, c. 49 y 50, Z ig l ía r a , T. M„ O. P., Summa Plülosophica. París,
Beauchesne. decimosexta edición, 1919, vol. II, pp. 153-54, M aher , M., S. J.:
Psychology. N. Y. Longmans, Green, novena edición, 1926 pp. 469-73.
3 S. T„ p. I. q. 75, a. 2, v. a obj. 3.
4 S. T., n. I, q. 80, a. 2; q. 82, a. 2; q. 83, a. 2.
■Aíribtítos 413

que el objeto que es caliente produce calor. Podemos, pues, llegar a


la siguiente conclusión: que el alma humana, a la que a veces nos
referim os com o intelecto o mente, es a la vez incorpórea y exis­
tente» 5. Pero aunque cualquier objeto que subsiste es sustancia, no
ha de ser forzosam ente «com pleto en una naturaleza específica» 6, tal
com o señala posteriorm ente A q u i n o . El alma humana, y desde este
punto de vista, es algo incom pleto.

III. S i m p l i c i d a d .— 'Desde el punto de vista filosófico, se dice que


una cosa es simple cuando no está com puesta de partes separables,
ni esenciales, ni cuantitativas. Que el alma n o está constituida de
partes esenciales resulta evidente, ya que es ella misma la form a
sustancial de la naturaleza humana, form a que, m ediante su unión
con la materia, constituye el principio de la existencia humana. Que
el alma carece de partes cuantitativas se deduce del hecho de que
es inm aterial. Así, tal com o nos demuestra la introspección, un pen­
sam iento o un ju icio no pueden dividirse en dos mitades com o se
divide una manzana. No posee ninguna estructura com parable a la
de los protones, átom os o m oléculas de los cuerpos materiales, que
les proporcionan su aspecto cuantitativo. Pero, si los contenidos del
intelecto son simples, tam bién lo será la facultad que los origina,.que
es en este caso el alma, en la que se basa dicha potencia.
Además, el intelecto posee la capacidad de reflejarse a sí mismo.
Puede saber lo que conoce y examinar, tanto a sí mismo com o a su
acción de conocer, en un solo acto, com pleto e inmanente. Además,
al ejecutar este acto, se dobla o refleja por com pleto sobre sí mismo,
proeza que es totalm ente im posible para un objeto m aterial, por ejem ­
plo, para una h o ja de papel. Las propiedades de la mente, de hecho,
son opuestas a las de la materia, y la perfección de nuestra facultad
de pensar depende de su capacidad para liberarse a si misma de todo
vestigio de restos singulares y concretos de los sentidos, que no p o­
drían modificarse por ser de naturaleza m a teria l7.

5 S. T., p. I, q. 75, a. 2.
8 S. T., p. I, q. 75, a. 2, v. a obj. 1 y 2. Ver también: D. A., a. 1, y v.
a obj., 1 y 3.
7 C. G., L. II, c. 49. Aquí S a n t o T o m á s discute: «El intelecto, por medio
de sus actos, reflexiona sobre sí mismo, ya que él se comprende a si mismo
no sólo en cuanto parte, sino también en su totalidad. Por consiguiente,
una sustancia intelectual no es un cuerpo.» Su razonamiento, en el pasaje
al que nos referimos, se basa en una premisa extraída de la Física de
A r is t ó t e l e s (1. VIII, c. 5), en la que el Estagirita discute que ningún cuer­
po es capaz de moverse por sí mismo, sino sólo respecto a una parte, de
modo que una parte funciona como motor y la otra como objeto movido.
A r is t ó t e l e s se refiere a las enseñanzas de A n a x á g o r a s , diciendo que este
último tiene razón al afirmar que la mente o el alma se baila separada
de la materia porque es el principio úítimo de todo movimiento vital que
se mueve sin ser movido {en el orden de las causas secundarias) y pose­
yendo tal control sobre sus movimientos que puede volver la totalidad de
su ser sobre la totalidad de su ser en el acto de la reflexión,
Z igliara , T. M ., O. P .: Op. cit., pp. 155-60. M aher, M .( S. J.: Op, cit-., pá­
ginas 406-69.
414 Naturaleza, origen y destino del alma

2. NATURALEZA DEL ALMA HUMANA.— El alma no es sólo eL


sujeto de nuestras facultades intelectuales y el origen de nuestros
pensam ientos y deseos; es tam bién el principio prim ero por m edio
del cual vivimos, percibim os, sentim os y nos movemos. «Pero aquello
m ediante lo cual un objeto actúa prim ordialm ente— dice S a n t o T o ­
m á s — es su form a, y com o el alma es el prim er principio de la nu­
trición, la sensación, el m ovim iento local y la com prensión..., por
consiguiente, es la form a sustancial del cuerpo» 8.
Además, com o form a sustancial, «se halla presente en la totali­
dad del cuerpo y totalm ente presente en cada parte del cuerpo» 9.
Su m anera de habitar no es «circunscriptiva», com o la del agua en
un vaso, o la de la m ano en un guante, sino ¿definitiva*, ya que su
presencia se halla circunscrita por los límites del cuerpo. Sus faculta­
des pslcofísicas, que necesitan operar a través de la materia, se en­
cuentran restringidas por los órganos corporales. En resumen, aun­
que el alm a se halle presente en todo el cuerpo, no ejercita sus pro­
piedades en todas sus partes. Además, aunque virtualmente posee
todas las propiedades del alm a vegetativa y del alma sensitiva, es
realm ente un alm a intelectual única, com parable, según A ristóteles ,
a un pentágono que contiene y sobrepasa a un cuadrado, el que a
su vez contiene y sobrepasa a un triá n g u lo10. Finalm ente, el alma
hum ana n o es la clase de form a, cuya única tarea es la de conform ar
a la m ateria, com o en el caso del alma del anim al o de la planta.
Al contrario, el principio de la existencia hum ana posee la perfec­
ción de la subsistencia, puesto que no se halla ni m ezclado con la
materia, ni dependiente de órganos que sean materiales, de m odo que
es capaz tanto de existir com o de actuar separado del cuerpo, com o
veremos más a d ela n te11.

3. RELACIONES ENTRE EL CUERPO Y EL ALMA.— Como cual­


quier otra form a sustancial, el alma hum ana se halla unida con la
materia, y sólo cuando su unión es com pleta podem os referirnos al
cuerpo hum ano o al problem a alm a-cuerpo. La relación entre ambos
h a sido explicada de diversas maneras, pero estas explicaciones pue­
den reducirse a tres puntos de vista fu n dam en tales12.
8 S. T„ p. I, q. 76, a. 1.
9 S. T., p. I, q. 76, a. 8. Ver también: D. S. C., a. 4.
Por ser una sustancia espiritual, el modo como el alma se halla presente
e n el cuerpo no puede ser imaginado. S a n t o T o m ás nos previene contra los
errores de quienes, al tratar de objetos incorpóreos, tales como el alma
humana, emplean el lenguaje de la imaginación en vez del de la razón.
<La imaginación, como él afirma (D. P. D., q. 3, a. 19), se basa en los senti­
dos..., y es incapaz de elevarse más allá de la cantidad, que es el sujeto
de toda cualidad sensible. A causa de su fallo para aprehender este hecho
y no poder trascender su imaginación, algunas personas han sido inca­
paces de comprender cómo puede existir algo sin hallarse circunscrito en
el espacio.»
10 C. T., c. 89-92. A r is t ó t e l e s : De anima, L. n , c, 3. C. D. A,, L. II, lect, 5.
11 S. T., p. L q. 75, a. 2 y 3. C. G., 1. II, c. 53 y 82.
13 B a rb a d o , P, E., O. P.: Introducción a la Psicología Experimental. Ma­
drid, CSIC, 2.“ ed., 1943, cap. 4. Aquí se da una explicación exhaustiva de
todas las teorías sobre el problema alma-cuerpo.
Naturaleza 41S

I. M o n i s m o .— El m onism o sostiene que existe solamente un tipo


de sustancia, ya sea m aterial o mental. Así, vemos que el m onism o
materialista identifica la m ateria con toda la realidad, mientras que
el m onism o idealista lo reduce todo a la mente y sus manifestaciones.
Existe una tercera form a, la teoría de la m ente-m ateria, que intenta
reconciliar las anteriores diciendo que la materia es sólo un aspecto
de la m ente y la mente sólo un aspecto de la materia, de m odo que,
en el mundo, am bas son una y la misma realidad. Queda claro que,
para los que sostienen este punto de vista, el problem a alm a-cuerpo
no existe. Pero la presencia reconocida en el hom bre de propiedades
materiales— tales com o la extensión de los sentidos— por una parte
y de propiedades inm ateriales— com o la inextensión del intelecto y
la voluntad—por otra, adem ás del carácter irreducible de los fe n ó ­
menos que se originan de esas potencias separadas de la naturaleza
humana, convierten al m onism o, de cuadquier clase que éste sea, en
una postura imposible de sostener. Así, por ejem plo, actividades fisio­
lógicas tales com o la asim ilación alim enticia, la respiración o la circu ­
lación sanguínea, no tienen nada en com ún con el proceso de la
form ación de las ideas, y actividades psicológicas com o la com para­
ción entre dos ideas, la resolución de un problem a m atem ático o una
decisión de cualquier tipo, no poseen nada en com ún con los actos
reflejos del organism o. De m odo que la identificación de mente y m a­
teria o de alma y cuerpo carece de base.
II, D u a l i s m o e x t r e m a d o . — Según otros filósofos, la materia y la
mente, aunque reales, no se hallan conectadas entre sí de ningún
modo, y todas sus relaciones son simplemente de carácter acciden­
tal. Esta explicación se rem onta hasta P l a t ó n , que fue el primer
exponente notorio de la doctrina de que el cuerpo y el alma se en ­
cuentran unidos de un m odo sem ejante a com o un piloto se halla
unido a su barco. La opinión de D e s c a r t e s es la misma cuando d e­
clara que la m ateria extensa no puede actuar conjuntam ente con
la m ente inextensa y que, por consiguiente, cuerpo y alma no están
sustancialm ente unidos. La postura m oderna del paralelismo psico­
físico viene a ser la m ism a que la de P l a t ó n y D e s c a r t e s . H a n s
D r i e s c h la describe de este m odo: lo físico (en el sentido m ecánico)
y lo m ental son dos dom inios separados del ser y de la operación
que no están relacionados por ninguna conexión causal, pero que se
corresponden tan com pletam ente el uno al otro que no existe ningu­
na realidad m ental sin su contrapartida física, e igualm ente ninguna
realidad física sin su contrapartida m e n ta l13. La respuesta de S a n t o
T o m á s a P l a t ó n es igualm ente válida contra las ideas de los carte­
sianos y los paralelistas: «Es imposible que la misma operación surja
de varios principios de naturaleza diferente. La unidad funcional de
la que hablo no se refiere a la finalidad de la operación, sino a la
manera com o la operación procede del agente. Así, por ejem plo, va­
rias personas pueden estar rem ando en una lancha y los esfuerzos

13 D riesch , H.: Mind and Body, trad. por T. B esterman . N. Y. Dial Press,
1927, p. 27.
416 Naturaleza, origen y destino del alma

com binados de todas ellas contribuyen al desplazamiento único de


la em barcación. Sin embargo, hay tantos m ovim ientos com o golpes
de remo. Ahora bien: aunque la mente hum ana ejecute ciertos actos
totalm ente inm ateriales y en los cuales el cuerpo n o tom a parte
intrínseca, sus otras facultades son capaces de actividades tales com o
sensaciones, em ociones, etc., cuya naturaleza demuestra que ciertos
cam bios han tenido lugar en determ inadas partes del cuerpo. La pre­
sencia de estos fenóm enos que acabam os de m encionar (a la vez
psíquicos y som áticos) nos prueba que el cuerpo y el alma actúan
conjuntam ente com o un solo principio operativo» 14. Evidentemente,
los datos psicosom áticos en los ejem plos citados por A q u i n o serían
inexplicables si el cuerpo y el alm a del ser hum ano estuviesen uni­
dos sólo de un m odo accidental o si los acontecim ientos fisiológicos
fuesen un mero paralelo de los psicológicos.
ni. Dualismo moderado.— Según Santo Tomás, la relación del
cuerpo con el alma en la constitución total del ser hum ano es la
misma que la de la m ateria con la form a en las otras sustancias
corpóreas. Este fue, com o sabemos, uno de los puntos principales
de la doctrina de A ristó te le s. Así, vemos que el hom bre se halla
constituido por dos elem entos separados, am bos incom pletos por sí
mismos, pero designados por su naturaleza para com plem entarse en­
tre sí: uno, la form a sustancial, que es el alma racional, el origen
del ser y el principio básico del que proceden sus operaciones, tanto
las inferiores com o las más elevadas; el otro, la m ateria prima, que
cuando ha sido inform ada por su alma, se convierte de inm ediato
en un cuerpo hum ano. El com puesto que conocem os com o un hom ­
bre posee, por consiguiente, la m ism a clase de unión que la que
existe entre la m ateria y el principio de la vida sensitiva del animal
o entre aquélla y el principio de la vida vegetativa de la planta. Las
diferencias esenciales entre estas tres clases de organismos son con ­
secuencia de diferencias en la form a sustancial. Así, por ejem plo,
el alm a hum ana es inm aterial, y aunque sustancialmente es incom ­
pleta en cuanto especie (ya que debe hallarse unida al cuerpo), es
capaz, sin embargo, de existir y de actuar sin depender de un modo
intrínseco del cuerpo. El alma de los animales y de las plantas, sin
em bargo, carece de esta in depen d en cia15.

4. PRUEBAS DE LA UNION SUSTANCIAL.—Los argumentos so­


bre los que basa Santo T omás su teoría de la unión sustancial, son
los siguientes:
I. F o r m a s u s t a n c i a l .— Esta prueba se considera fundam ental, y
todas las demás razones son simplemente corolarios o confirm aciones
del h ech o de que el alm a hum ana es la form a sustancial de su
cuerpo. El térm ino sustancial significa no sólo que el alm a perte­

14 C. Ü., L. II, c. 57.


15 S. T., p. I, q. 76, a. 1-5. C. G., 100, c. 56-58. D. S. C„ a. 2 y 3. B s .e n -
k a n , R. E., O. P.: THomistic Psychology. N. Y., Macmillan, 1941, pp. 69-73.
Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
I

Unión sustancial 417

nece al género de las sustancias, y que es, por lo tanto, subsistente,


sino tam bién que confiere una existencia sustancial al cuerpo. En
resumen, un cuerpo no podría ser un cuerpo si careciese de form a,
y el cuerpo hum ano no sería hum ano si no tuviese una form a h u ­
mana. Com o observa A q u i n o : «Aquello por lo cual vive el cuerpo
prim ordialm ente es por el alm a; y com o la vida en los diferentes
niveles opera de distinto m odo, aquello por lo que ejecutam os nues­
tras funciones vitales es el alma. El alma constituye, pues, el prim er
principio de nuestros actos vegetativos, sensitivos e intelectuales;
por consiguiente, es la form a del cuerpo» is. De hecho, sólo b a jo la
condición de hallarse unida a un cuerpo es capaz de am pliar y p er­
feccion ar sus facultades. En unión con el cuerpo constituye una sus­
tancia com pleta, que es el hombre.
II. S e n s a c i o n e s y e m o c i o n e s .— Ciertos actos del ser hum ano son
com unes al cuerpo y al alma, ya que en ellos participan tanto los
órganos materiales com o la conciencia. Esto constituye el punto de
partida de la segunda prueba de Santo Tomás (utilizada ya ante­
riorm ente com o parte de su argum ento contra el dualismo de P l a t ó n ).
Así, vemos que el alm a hum ana posee ciertas funciones que le son
propias, y en las que el cuerpo no tiene participación, tales com o el
pensam iento y la voluntad. Pero existen tam bién otros actos que
pertenecen al cuerpo y al alma conjuntam ente, y éstos son los frutos
de las potencias compuestas. Los ejem plos más correctos son nues­
tras sensaciones y em ociones, que tienen un origen tanto psíquico
com o som ático. Sin em bargo, a pesar de estar constituidas por ele­
m entos opuestos, una sensación o una em oción representan una ex­
periencia única, singularidad que no tiene otra explicación más que
la de que sus principios son únicos. Por consiguiente, el cuerpo y el
alma del hom bre deben form ar una sola sustancia *7.
III. I n t e r a c c i ó n d e f a c u l t a d e s .—La mutua influencia que ejer­
cen entre sí las partes superiores de la naturaleza y las inferiores
es un fenóm eno de la experiencia corriente. El com entario que hace
S a n t o T o m á s sobre este punto, nos sorprende por su m odernidad y
su realism o: «A causa de que todas las potencias del alm a se ori­
ginan a partir de una esencia única y a causa de que el cuerpo y el
alm a constituyen un com puesto único, es natural que entre el cuerpo
y el alma haya una mutua interacción y que las potencias superio­
res y las inferiores se influyan unas a otras. Para citar algunos ejem ­
plos, las em ociones del alm a pueden ser tan violentas que modifiquen
la tem peratura del cuerpo o lleguen a producir enferm edades o la
misma muerte. H an existido hom bres que han sucum bido debido al
exceso de sus em ociones, ya fuesen tristezas o alegrías. Por otra parte,
los cam bios que ocurren en el cuerpo actúan sobre el alma, y las
características materiales de uno son reproducidas frecuentem ente
de un m odo inm aterial en el otro, com o en el caso en que una en -

30 S, T., p. I, q. 76, a. 1. Ver también D. U. I, c. 2 y 5.


17 C. G., L. II, c. 57. Véase también: S. T., p. I, q. 75, a. 3.
B R E N N A N , 27
418 Naturaleza, origen y destino del alma

ferm edad orgánica produce com o consecuencia un trastorno mental.


«De m odo similar, la intensidad de los actos provenientes de las
potencias más elevadas suele influir sobre las potencias inferiores.
P or ejem plo, una intensa actividad de la voluntad es seguida inva­
riablem ente por una actividad correspondiente en el apetito sensible,
e igualm ente una actividad contem plativa muy profunda suele dis­
m inuir o detener del todo nuestras funciones animales. Por otra par­
te, la intensidad de los actos producidos por las potencias inferiores
puede a su vez influir sobre las potencias más elevadas. La razón
hum ana puede hallarse tan cegada por la violencia de sus pasiones
que le parezca que lo único valedero es la satisfacción de sus ape­
titos» 1S.
IV. U nidad del yo.— Si alguien sostuviese que el alma humana
n o se halla sustancialm ente unida al cuerpo, debería explicar por
qué razón todos sus actos, ya sean vegetativos, sensitivos o intelec­
tuales, se atribuyen a un sujeto único, com o, por ejem plo, cuando
decim os: «Yo vivo», «Y o pienso» o bien «Yo siento». Carecería de
sentido el referir estos actos a nosotros m ismos—nuestros pensa­
mientos, decisiones, percepciones y conducta externa, nuestras fu n ­
ciones alim enticias, sueño, etc.—, a no ser que nos perteneciesen y
estuviesen unificados internam ente por un principio único de ope­
ración, el yo. Además, todas estas actividades se encuentran dirigi­
das claram ente hacia una meta determ inada, que es la perfección
de nuestra naturaleza individual en su totalidad. Pero si es necesa­
rio un com puesto de cuerpo-alm a para explicar la presencia de dichas
funciones, entonces la unidad del alm a con el cuerpo debe ser una
unión sustancial 19.
V. R epugnancia al sufrimiento y a la muerte.— La salud y el
bienestar del hom bre, com o observa S anto T omás, dependen de la
sujeción del cuerpo al alma. La enferm edad es, en consecuencia, un
fallo en el establecim iento de dicha sumisión. La muerte, por otra
parte, es el resultado de la desintegración del cuerpo; una rebelión
de la materia contra el espíritu que hace que el trato entre los dos
se haga imposible. No hay nada que el hom bre desee tan natural­
mente com o la salud y el bienestar y nada de lo que huya más ins­
tintivam ente que del sufrim iento y la muerte. El hom bre se rebela
contra el pensam iento de que la arm oniosa interacción entre las
fuerzas espirituales y materiales de su naturaleza puedan ser rotas.
Esto sólo puede explicarse de un m odo lógico a causa de la unión
sustancial de alm a y c u e rp o 20.

5. ORIGEN DEL ALMA HUMANA.— Todas las explicaciones que se


han dado a propósito del origen del alm a hum ana pueden reducirse
a cuatro tendencias filosóficas generales:

18 D. V., q. 26, a. 10.


19 S. T.( p. I, q. 16, a. 1.
10 S. T., pp. I-n, q. 5, a. 3; pp. II-II, q. 164, a. 1.
Origen 419

I. E v o l u c i ó n e m e r g e n t e .— Según la opinión de los evolucionistas


emergentes, la m ente y todas sus m anifestaciones son simplemente
el resultado del desarrollo progresivo de la materia. Pero el derivar
una sustancia inmaterial, com o es el alma humana, de un sistema
puram ente m aterial o de un orden del ser que depende intrínseca­
m ente de la materia, com o es el plano de la vida vegetativa o sen­
sitiva, queda fuera de lugar a causa de la desproporción existente
entre la causa y el efecto en un caso com o éste. El argum ento que
expone A q ü i n o es incontrovertible: «Aunque el alma hum ana posee
m ateria en su sujeto (ya que se halla unida al cuerpo), no es extraída
de las potencialidades de la materia, puesto que su naturaleza es esen­
cialm ente superior al orden material del ser. La prueba de esta a fir­
m ación se basa en su capacidad para razonar. Además, en cuanto
form a tiene existencia propia y continúa, por lo tanto, existiendo al
extinguirse el cuerpo» 21.
n . T e o r í a s d e l o r i g e n p a t e r n o d e l a l m a .— Algunos filósofos han
sostenido que el alma del niño proviene de sus padres com o resul­
tado de una generación, ya sea m aterial o espiritual. El origen del
alm a hum ana a partir de la m ateria y sus potencialidades ha sido
ya rechazado, com o acabam os de ver, y ahora se nos plantea el pro­
blem a de su em ergencia a partir del alma de los padres. S a n t o T o­
m á s sigue considerando esto com o imposible. Dicha postura supon­

dría la división del alm a en dos partes, del mismo m odo com o una
célula m adre se divide para dar origen a las células hijas, o bien
la transform ación del alm a paterna en el alm a infantil. Pero una
sustancia inm aterial carece tanto de partes entitativas com o de par­
tes cuantitativas, y una vez que existe no puede perder su ser o trans­
form arse en un ser distinto. Vemos, pues, que de ningún m odo es
adm isible esta teoría de la generación espiritual del alma hum ana 22.
m . E m a n a c i ó n .—A ntes de llegar a su propia solución, A q u i n o
nos plantea aún otra posibilidad: que el alma hum ana sea de sus­
tancia divina. Rem ontándose a la historia de esta teoría, encuentra
su origen en los filósofos de la antigüedad, que, «siendo incapaces
para elevar su im aginación, supusieron que sólo los cuerpos existían,
por lo que sostuvieron que Dios era un cuerpo y el principio de todos
los demás cuerpos». Más adelante se llegó a la conclusión de que
existía un elem ento inm aterial en la naturaleza hum ana, pero que
era inseparable de su cuerpo. Así, por ejem plo, V a r r o m afirmó lo si­
guiente: «Dios es un alm a que gobierna el m undo por la razón y la
a c c ió n »; de lo que se dedujo que la form a del hom bre es simplemente
una parte del alma universal, com o el hom bre mismo es una parte
del universo. Pero esto es falso, puesto que «el alma hum ana, en
prim er lugar, se halla en un estado de potencia respecto a lo que
es capaz de com prender; en segundo lugar, adquiere el con ocim iento
m ediante la abstracción de los objetos materiales, y en tercer lugar,

11 D. P. D„ q. 3. a. 8, v. a obj. 7.
33 D. P. D., q. 3, a. 9.
420 Naturaleza, origen y destino del alma

está dotada de varias facultades (cada una de las cuales es una p o­


tencia o im perfección en relación con el acto que la perfecciona).
Todos estos aspectos del alma son incom patibles con la naturaleza
divina, que es acto puro, que no recibe nada de los demás objetos y
que no adm ite en sí misma im perfección alguna» 23.
IV. Creación.—Y a que el alm a hum ana n o proviene ni de la m a­
teria, ni de otra alma, ni de la sustancia divina, entonces o no existe
o bien debe haber sido creada. El que provenga de otra es falso por
varias razones. Asi vemos que «el ser creado es el cam ino para exis­
tir y un objeto debe ser creado de un m odo adecuado a su manera
de ser. Lo que tiene existencia por si mism o es lo que propiam ente
existe o lo que es capaz de subsistir en su propia existencia, por lo
que sólo las sustancias pueden ser realm ente consideradas com o exis­
tentes..., m ientras que los accidentes son descritos, más correcta­
m ente, com o seres del ser. Esto m ismo es valedero para todas las
form as no subsistentes; en el sentido estricto de la palabra, no son
creadas, sino que entran en la existencia cuando el compuesto (del
que constituyen una parte) empieza a existir. Pero el alma hum ana
es una form a subsistente, por lo que es capaz tanto de ser com o de
ser creada» ?4. La conclusión innegable es que, puesto que existe y,
sin embargo, no puede originarse a partir de ningún sujeto previa­
m ente existente, debe entonces provenir de la nada por un acto espe­
cial del Creador.

6. TIEMPO DE ORIGEN. I. Preexistencia.—Algunos filósofos,


especialm ente Platón y su escuela, han sostenido que el alma h u ­
m ana antecede al cuerpo que está destinada a habitar. Según Santo
T omás, esto carece de fundam ento y contradice todo lo que hemos
afirm ado sobre la form a sustancial del hombre. Así vemos que la
razón misma de la existencia de un alm a racional es la de unirse
a la materia. Sin el cuerpo y sus sentidos, no sería capaz de actuar,
y sin alguna form a de actividad, su existencia sería inútil. Esta in ­
capacidad para actuar antes de su unión con la materia es evidente
en el caso de las facultades psicosom áticas, que dependen, tanto
objetiva com o subjetivam ente, de sistemas materiales. Pero es tam -

« S. T„ p, I, q. 90, a. 1. Ver también C. T., c. 94


31 S. T., p. I, q, 90, a. 2. Ver también C. T., c. 63 y 95. D. P. D„ q. 3,
a. 1, 9 y 10.
Como señala Santo T omás <D. U. I. c. 3), Aristóteles, al menos, alude
a una teoría creacional en su tratado Sobre la generación de los Animales.
Con las palabras del Doctor Angélico: «Puesto que el alma Intelectual
tiene una operación que es independiente del cuerpo, su existencia no se
extingue totalmente en su unión con la materia; por consiguiente, no puede
decirse que se haya originado de .las potencialidades de la materia, sino
que más bien existe en virtud de algún principio extrínseco.» Esto se deduce
claramente de las palabras d= Aristóteles: «Debemos llegar a la conclu­
sión, sin embargo, que sólo el alma intelectual viene del exterior y que sólo
ella es divina» Este capitulo completo es importante a causa del penetran­
te análisis qus ejecuta sobre los argumentos de Aristóteles en pro de la
Inmortalidad del alma.
Tiempo de origen 421

bién cierto en el caso de las propiedades puramente psíquicas del


alma, puesto que las ideas provienen de la experiencia, y la expe­
riencia se adquiere solam ente por m edio del contacto de los sentidos
con las propiedades materiales del cosmos. Tam poco podemos utili­
zar el argum ento de que el alma es capaz de existir después de la
desaparición del cuerpo, ya que entonces la mente posee un cierto
núm ero de ideas sobre las que puede reflexionar, no volviéndose a
los fantasm as, sino actuando de un m odo que es adecuado a la exis­
tencia del alma separada del cuerpo 25. Si la muerte ocurriese antes
del desarrollo de la razón, entonces la com prensión se ejercitaría por
m edio de ideas infundidas por su Creador 2fi.
Pero existe otra objeción seria a la teoría de la preexistencia,
ya que ésta im plicaría una im perfección del alma desde sus c o ­
mienzos. Así, si pudiese efectivam ente existir, pero sin poder actuar,
su naturaleza sería m uy im perfecta, y esta im perfección tendría que
achacarse al Creador, único responsable de su existencia, lo que sería
evidentem ente absurdo.
II. T r a n s m i g r a c i ó n .— Una teoría parecida a la precedente sostie­
ne que el alma hum ana puede unirse, sucesivamente, a varios cuer­
pos. Pero para quien, com o S a n t o T o m As , esté convencido de la re­
lación esencial que hay entre el alm a y el cuerpo, esa opinión es
insostenible. Según la doctrina del D octor Angélico, la materia y la
form a de la naturaleza hum ana constituyen una esencia única. Esto
significa que el alma individual se halla unida tan íntim am ente con
el cuerpo particular en el que se materializa, que le es imposible
relacionarse esencialm ente con ningún otro cuerpo sin perder parte
de su naturaleza. Y si el alm a n o puede m odificar su naturaleza, en­
tonces se ve forzada a continuar esta relación con un solo cuerpo
aun después de la separación de la form a de la materia en la muerte.
El carácter único de este plazo actúa en ambas direcciones, ya que
desde el punto de vista m aterial el cuerpo hum ano es específicam ente
hum ano porque está unido a un alma hum ana, e, igualmente, desde
el punto de vista form al, el alm a hum ana es individual a causa de
hallarse m aterializada en un cuerpo determ in ado27.
n i . T e o r í a d e l a s f o r m a s s u c e s i v a s .— Según A q ü i n o , el substrato
m aterial que llega eventualm ente a ser un cuerpo hum ano por m e­
dio de la unión con un alma racional, es previamente in form ado
por una serie de almas m enos perfectas. Así, el huevo fecundado
existe prim ero com o un simple organism o vegetativo; más tarde,
com o un animal, y, por últim o, com o un cuerpo hum ano al serle
infundida el alma hum ana. Cuando la form a de la planta, al des­
aparecer, regresa a las potencialidades de la materia, le sucede in ­
m ediatam ente la form a animal, la que, a su vez, se extingue con el

25 S. T., p. I, q. 89, a. 6. Ver también a. 1-5.


26 S. T., p. I, q. 89, a. 1, v. a obj. 3.
” C. G., L. II, c. 81; S. T., p. IV, q. 50, a. 2, v. a obj. 2; D. A., a. 1, v. a
obj. 2; C. D. A„ L. II, lect. 11; D. P. D., q. 5, a. 10; D. S. C., a. 2, v. obj. 9.
422 Naturaleza, origen y destino del alma

advenim iento de la form a ra cio n a l28. La dificultad mayor con la que


tropieza esta teoría es su fracaso en la explicación de la progresión
epigenética del huevo fertilizado hacia la perfección hum ana, fina­
lidad que se halla presente desde el m om ento de la concepción. Pero
la existencia de dicha finalidad y el desarrollo gradual del embrión,
ya potencialm ente hum ano desde el principio, implica que las p o ­
tencias que dirigen dicha actividad son tam bién esencialmente hu­
manas. Existe, además, otra dificultad en relación con el origen del
alm a animal. En la teoría de S a n t o T o m á s , aparece com o un efecto
de lo que se denom ina la virtud form ativa del líquido seminal. Esta
suposición, sin em bargo, no há sido confirm ada por los conocim ien­
tos em briológicos actuales, ni puede tam poco ser explicada por la
acción del alma vegetativa, ya que las facultades de esta últim a se
reducen a la producción de fenóm enos vegetativos. Por consiguiente,
se h a propuesto m odificar las teorías de A q u i n o sosteniendo que en
el huevo fecundado nos encontram os ya con el alm a sensitiva, de
m odo que el cuerpo hum ano es una herencia em briológica del cuerpo
del animal.
IV. T e o r í a d e l a f o r m a ú n i c a .—La respuesta más simple a todas
las objeciones que han surgido a propósito de la doctrina de A q u i n o ,
es afirmar que el alm a racional, y ninguna otra, se halla presente
en el organism o desde el prim er instante de la concepción, es decir,
desde el m om ento en que los núcleos del espermio y el óvulo se fu ­
sionan para originar el cigoto. Este punto de vista no contraría el
principio de la proporción, que exige que haya cierta simetría entre
la m ateria y la form a. Tal com o los mismos em briólogos sostienen,
el huevo hum ano fecundado posee todas las facultades para con­
vertirse con el tiem po en un cuerpo hum ano perfecto. Su sistema
m aterial es la consecuencia, además, de un acto de reproducción
hum ano. El hecho es, naturalm ente, que el hombre es identificado
com o un ser hum ano m ucho antes de su nacim iento, después del
cual va gradualm ente m anifestando sus propiedades específicamente
humanas. Podem os afirmar esto mismo de otra form a; diciendo que
del mismo m odo que un niño al nacer ya es un ser hum ano y no se
convierte en él por m etam orfosis, así tam bién el huevo fecundado,
que es la consecuencia de un acto de reproducción, es efectivam ente
un ser hum ano y no necesita convertirse en uno durante el periodo
de la gestación. El desarrollo em briológico del hom bre, según esta
hipótesis, n o im plica un cam bio de naturaleza, sino solam ente un
desenvolvim iento gradual de sus facultades, todas ellas ya presen­
tes desde un principio, puesto que el alma racional se halla presente,
a su vez, desde el principio Z9-

” c. G., L. II, c. 89; D. P. D., q. 3, a. 9; S. T., p. I, q. 76, a. 3, v. a ob. 3,


y q. 118, a. 2.
33 H u g o n , E., O. P . ; Carsus Philosophiae Thomisticae, París, Letheilleux,
3.1 edición, 1922, vol, III, pp. 197-204. Aqui se discuten los respectivos mé­
ritos de las teorías de la forma unitaria o de las formas sucesivas. Ver tam­
bién: M e s s e n g u e r , E. C. (editor), Thcology and Evolution (continuación d e
Evolution and Theology), London, Sands, 1949, p. II.
Destino 423

7. DESTINO DEL ALMA HUMANA.— El destino del alm a humana


después de la m uerte h a ocupado siempre un lugar central en las
discusiones filosóficas por razones evidentes. Según unos, desaparece
con la muerte del cuerpo, o bien continúa existiendo, pero de un modo
difuso e impersonal. Según otros, sobrevive com o una sustancia in ­
dividual, personal y única.

I. E x t i n c i ó n .— A través de las edades hallamos una serie de m en­


talidades materialistas que han negado la inm ortalidad convencidos,
en apariencia, de que al desintegrarse el cuerpo el alma desaparece
con él. Ya desde la época de los epicúreos esta hipótesis había alcan­
zado una exposición com pletam ente sistematizada. En realidad, nin­
gún autor materialista actual ha añadido ningún argum ento nota­
ble a la explicación dada por L u c r e c i o sobre el destino últim o del
a lm a :i0. Im plicados en esta teoría de la extinción están todos los
que sostienen, bien que todos los procesos mentales pueden ser ex­
plicados en térm inos de acontecim ientos fisieos o químicos o com o
fenóm enos pertenecientes a un sistema puramente m ecánico, bien
que tanto el pensam iento com o la volición pueden reducirse a sen­
saciones, im ágenes y sentim ientos o a cualquier otro hecho de orden
animal, o bien que la conciencia racional es un producto de las ten­
dencias em ergentes de la naturaleza. De lo que se deduce que todo
fenóm eno que pueda ser interpretado m ecánicam nte o confirm ado
dentro de los límites de lo particular y lo concreto es de carácter
m aterial y debe, por consiguiente, hallarse sujeto a las mismas leyes
de desintegración que controlan toda la materia.
n. S u p e r v i v e n c i a i m p e r s o n a l . —Algunos filósofos de tendencias
panteístas sostienen que la m eta final del alma hum ana es la ab­
sorción en un absoluto consciente o inconsciente, en el que se pierde
la identidad personal. Este punto de vista es com ún a todas las re­
ligiones orientales, especialm ente entre los seguidores de Buda. La
idea fundam ental de este sistema es el concepto de nirvana, o libe­
ración del sufrim iento y la muerte. Se discute la significación exacta
de este térm ino de nirvana, especialmente si im plica la extinción de
la conciencia, pero aunque ésta sobreviva no parece ser de carácter
personal. De un m odo u otro, el budism o no garantiza la perm anen­
cia de la existencia in d ivid u a l31.
XII. S u p e r v i v e n c i a p e r s o n a l .— Firmemente opuesta a todo este
tipo de teorías es la postura de S a n t o T o m á s , quien afirma que el
alm a hum ana no puede extinguirse. Puesto que es una form a in d i-

30 De ñerum Natura, L. III.


31 F e l l , G .: The Inmortalíty of the Human Soul, trad. por L. V i l l i n g ,
St. Louis, Herder, 1908. Introducción y capitulo I. El temor de toda la gran
polémica de S an to TomAs, De unitate intellectus, es contra la inmorta­
lidad impersonal. Asi, si todas las mentes humanas tuviesen que fusionarse
en una sola, como él señala en el primer capítulo de su obra, no podría
existir el premio para los que obran bien y el castigo para los que obran
mal, ya que las diferencias de recompensas se basan en las diferencias
de alma.
424 Naturaleza, origen y destino del alma

vidual, debe continuar existiendo com o tal, no com o una persona,


ya que solam ente el com puesto alma y cuerpo posee el carácter de
especie, sino com o algo subsistente, separado e individual, y, por
consiguiente, de carácter personal.

Prueba ontològica.— El alma está constituida por una sustancia


inm aterial. Así vemos que m ientras el ejercicio del intelecto y de
la voluntad está condicionado por los datos sensoriales, el pensa­
m iento y la volición en sí mismos son abstractos e inmateriales, y
com o tales intrinsecam ente independientes de los sentidos. El alma,
por lo tanto, posee ciertas actividades en las que no participan el
cuerpo y los órganos. Pero si el intelecto y la voluntad, en sentido
estricto, no necesitan de la materia, entonces el alma humana, de
la que proceden, tam poco requiere, en sentido estricto, de la m a­
teria para su existencia. Además, por ser una sustancia inmaterial,
el alm a hum ana carece de partes entitativas o cualitativas, •de m odo
que n o posee elem entos cuya separación daría lugar a la corrup­
ción, com o, por ejem plo, el agua que es destruida al separarla en
nitrógeno y oxígeno, o el hom bre mismo, que es destruido al separar
su alm a de su cuerpo. De aquí la conclusión de Aqdtno de que el
alma hum ana no puede, de ningún m odo, dejar de existir, ya que
intrinsecam ente es independiente del cuerpo corruptible 32.
A esta misma conclusión puede llegarse partiendo de la conside­
ración de los designios del Creador, causa eficiente y final del alma
humana. Así, aunque la aniquilación no es imposible, h a sido ex­
cluida por la sabiduría divina, que hizo el alm a hum ana inmortal.
Además, la idea misma del aniquilam iento repugna a la mentalidad
del científico fam iliarizado con el principio de la inviolabilidad de
las leyes naturales. Privar al alm a hum ana de vida sería, pues, iló ­
gico, tanto para la m entalidad hum ana com o para la divina 33.
Prueba psicológica.— La meta final del intelecto es llegar a con o­
cer la verdad, así com o la meta final de la voluntad es la posesión
del suprem o bien. Sin em bargo, dada la im perfección de nuestra
vida terrenal, es imposible llegar a lograr aquí nuestros fines, por
lo que el alma debe ser inm ortal, ya que si no sería imposible que
satisficiéramos estas tendencias naturales. S a n t o T o m á s resume este
argum ento del siguiente m odo: «En todo lo que posee conocim iento,
la apetición sigue a la cognición. Los sentidos captan los objetos den­
tro de la dim ensión tem poroespacial, m ientras que el intelecto capta
las esencias de un m odo absoluto e independiente de las lim itaciones
temporales. Por consiguiente, cualquiera que posea conocim iento de­
sea, naturalm ente, la supervivencia. Un deseo natural no puede ser

33 S. T-, p. I, q. 75, a. 6; D. A., a. 14; C. G., L. II, c. 78, 79, 82, c. 84;
C, T., In Petri Lombardi, Quatuor Libros Sententiarum, L. II, d. 19, q. 1, a. 1.
33 S. T-, p. I, q. 8, a. X, g. 50; a. 5, v. a ob], 3; q. 104. D. P. D., q. 5,
a. 3 y 4.
Taylor, A. E.: The Faith of a Moralist, London, Macmillan, 1930, serie I,
pàgina 237.
Destino del cuerpo 42S

vano, de lo que se deduce que la sustancia intelectual es incorrup­


tible» 34.
Prueba m oral.—La prueba m oral n o se encuentra desarrollada en
los escritos de A quino, pero puede deducirse partiendo de su d oc­
trina sobre la ley m oral y de su reconocim iento de las sanciones eter­
nas en las que se basan todas nuestras norm as de conducta. Asi
vemos que toda la estructura de nuestro sistema ético nos obliga a
adm itir la supervivencia com o la única condición b a jo la cual el
premio y el castigo pueden llegar a efectuarse, ya que es evidente
que los justos suelen sufrir, m ientras que los injustos prosperan p or
medio de su conducta. La distinción entre el bien y el m al carecería
de sentido, pues, si no existiese una vida futura en la que la virtud
y el vicio recibiesen su justa retribución 35.

8. DESTINO DEL CUERPO HUMANO.— Asi com o la naturaleza


del alm a hum ana nos proporciona la clave de su destino, así tam ­
bién podem os llegar a conocer el fln últim o del cuerpo, que durante
la breve vida del hom bre es anim ado por su espíritu m ortal. Quizá
a prim era vista parecería paradójica la afirmación de que el destino
del cuerpo puede inferirse del destino del alma, ya que es a través
del cuerpo com o conocem os el alma. Nuestros pensam ientos más sim ­
ples se refieren a las esencias corpóreas y sólo después de con ocer
la naturaleza de la m ateria podem os llegar a conocer la del espíritu.
Además, todo lo que sabemos acerca de los objetos inmateriales lo
hem os obtenido a través de lo que S a n t o T o m á s denom ina vta de
negación, es decir, negándole al alma las propiedades esenciales de
los cuerpos. De este m odo concebim os el alma com o carente de m a ­
teria y de cantidad, de color y de gusto, de peso y de extensión; en
resumen, com o una sustancia intrínsecam ente libre de los atributos
espaciales y tem porales de los cuerpos. Sin em bargo, el hom bre está
hecho de m ateria y espíritu, pertenece por naturaleza a ambos m un­
dos y com parte, por consiguiente, las propiedades de ambos «viviendo
en los confines de las creaturas corpóreas y de las incorpóreas» 36.
Ahora bien: si el cuerpo y el alm a se relacionan de un m odo
esencial, tal com o dice A q u i n o , entonces la inm ortalidad del alma
debe de influir de algún m odo en el destino del cuerpo, y bien puede

31 S. T„ p. I, q. 75, a. 6. Ver también: C. T., c. 104; C. G., ETC, c. 55r


D, A., a. 14.
35 L a p r u e b a m o r a l d e l a i n m o r t a lid a d d e l a lm a se e s t a b le c e , i n d i r e c ­
t a m e n t e , a p a r t i r d e u n o d e lo s a r g u m e n t o s de S an to T om ás a f a v o r d e u n a
f u t u r a r e u n ió n d e l a lm a c o n e l c u e r p o .
Tal como lo expresa en C. G., L. IV, c. 79: «Durante su vida, el hom­
bre, que es un compuesto de cuerpo y alma, se comporta bien o mal desde
el punto de vista moral. Por consiguiente, el premio o el castigo dependen
tanto de su cuerpo como de su alma. Pero está claro que en su estancia
en la tierra el hombre no puede recibir el premio de su felicidad final.
Por lo tanto, es necesario postular la reunión de alma y cuerpo, de modo
que puede ser premiado o castigado en ambos tal como lo merece.» Para
un tratamiento más extenso y moderno de los argumentos tomistas, ver:
M a i n a g e , T.( O. P., Inmortality, trad. por J. M. L e l e n . St. Louls Herder, 1930.
“ S. T.. p, I, q. 77, a. 2.
426 Naturaleza, origen y destino del alma

llegar a im plicar la reunión del alm a con la com pañera material


de su estancia en la tierra. Los argum entos del D octor Angélico ya
nos son conocidos, aunque han sido em pleados en otra dirección.
En prim er lugar, el alm a del hom bre necesita un cuerpo para ser
perfecta, es decir, para el desenvolvim iento y la m aduración de sus
facultades.
Y esta necesidad pertenece a la naturaleza del alma. En segundo
lugar, el cuerpo es el com pañero del alma y actúa conjuntam ente
con ella. Debería entonces participar en las alegrías o en los sufri­
m ientos de esta última, según haya sido su com portam iento. Final­
mente, tanto el cuerpo com o el alma son necesarios a la esencia del
hom bre, y el hom bre, com o Santo T omás acaba de afirmar, repre­
senta la unión natural de la m ateria y el espíritu. Pero esta unión
dejarla de existir y faltaría un peldaño en la escala del ser si no
hubiese una reunión futura del cuerpo y el alma. Existen sobradas
razones, pues, para la suposición de que en un tiempo futuro el hom ­
bre volverá a aparecer con sus elem entos materiales e inmateriales
form an do una unión su stan cia l37.

BIBLIOGRAFIA AL CAPITULO XXXVI


Aquino, Santo Tomás: Suma Teológica. Parte I, q. 75, 76 y 90.
— Contra Gentiles. Libro II, Caps, 49-58 y 79-89.
B r e n n a n , R. E., O. P.: Thomistic Psychology. New York, Macmillan, 1941,
Cap. 12. Ed. esp. Morata, Madrid, 1960.
F e l l , G.: The Inmortality of the Human Soul. Trad, por L, V i l u n g . St. Louis,
Herder, 1908,
G r a b m a n n , M . : Thomas Aquinas. Trad, por V. M ich e l . New York, Longmans,
Green, 1928, pp. 123-35.
M aher , M., S. J. : Psychology. New York, Longmans, Green, 9.® ed., 1926,
Caps. 21 y 24-26.
M e r c ie r , D. : A Manual of Scholastic Philosophy. Trad, por T. L, y S. A. P a r ­
ker , St. Louis, Herder, 1919, Vol. I, pp. 294-328.
P h il l ip s , R. P.: Modern Thomistic Philosophy. London.* Bums Oates &
Washbourne, 1934, Vol. I, Parte II, Caps. 14 y 16. Ed. esp. Morata, Ma­
drid, 1964.

57 C. G., L. IV, C. 79.


D. P. D., q. 5, a. 10; S. T„ p. III del suplemento, q. 75.
El argumento puede resumirse, en rasgos generales, en las palabras de
S a n t o T om ás (C. G., L. IV, c. 79: «Es contrario a la naturaleza del alma
existir sin un cuerpo. Pero ninguna cosa que sea antinatural puede durar
eternamente. Por consiguiente, el alma no permanecerá, sin un cuerpo...
Además, el deseo natural del hombre es alcanzar la felicidad, y su feli­
cidad final es ser totalmente perfecto... Pero cuando el alma está separada
del cuerpo es, en cierto modo, imperfecta,.. Por lo tanto, el hombre no
puede obtener su felicidad última a no ser que su alma vuelva a unirse
con su cuerpo.»
FUENTES DE LA PSICOLOGÍA
DE SANTO TOMAS

La Summa Theologiae ha sido traducida Integramente al castellano por


loa pp. Dominicios españoles, Madrid, BAC, 1947-1960,
En la Suma Teológica sobresalen especialmente los siguientes tratados:
1) De homtne (I parte, qq. 75-102); 2) De passionibus (I-n parte, qq, 22-48);
De hábitibus (I-II parte, qq. 49-61).
También ha sido vertida al castellano, por los PP. Dominicos españoles, la
Summa contra Gentiles (BAC, Madrid, 1952). En este libro diserta Santo
Tomás: 1) Sobre las sustancias intelectuales (lib. I, caps. 46-55); 2) Sobre la
unión del alma y el cuerpo (lib. I, caps. 56-57); 3) Sobre la naturaleza del
alma (lib. I, caps. 58-90).
Otras obras importantes de Santo Tomás son las llamadas Quaesiiones
disputatae De Veritate (especialmente las cuestiones 22-2G, De anima, Do
Spiritualibus Creaturis, el opúsculo De unitate intellectus, y los Comentarios
a Aristóteles; De anima, De memoria et reminiscentia. No debe olvidarse el
famoso Compendium Theologiae (existe traducción española de Carbonero
y Sol, Madrid, 1880). Hay una traducción castellana de los Opúsculos filosó­
ficos (genuinos) de Santo Tomás (Edit. Poblet, Buenos Aires, 1947). Debe
notarse que el opúsculo De potentiis animae no es realmente de Santo Tomás,
aunque si refleja su pensamiento. Probablemente fue escrito por algún dis­
cípulo del Aquitanense.

ABREVIATURAS

Para simplificar las referencias de los textos de Santo Tomás que aparecen
en las citas y Bibliografía, se han utilizado las siguientes abreviaturas:
ST -T Summa Theologiae (Suma de Teología).
ca - Summa contra gentiles (Contra gentiles).
DA — De anima (Sobre el alma).
CDA — Comentaría in Aristotelis De Anima (Comentarlos a Alistóte.
les: Sobre el Alma).
DV = De Veritate (Sobre la Verdad).
EBT Expositio in Boet. De Trinitate (Exposición del libro de Boecio
sobre la Trinidad).
DUI -- De unitate intellectus (Sobre la unidad del Intelecto).
DVG — De Virtutibus in genere (Sobre las virtudes en general).
DPD — De potentia Dei (Sobre el poder de Dios).
DSC De Spiritualibus creaturis (Sobre las Creaturas espirituales).
DMR In Aristotelis: «De Memoria et reminiscentia>.
CT Compendium Theologiae (Compendio de Teología).
DPA = De potentiis animae (Sobre las potencias del alma).
428 Fuentes de la Psicología

OTRAS ABREVIATURAS

a. = a r t íc u lo .
L. - lib r o .
c, = c a p it u lo ,
d. — d is t in c ió n .
in . = c o m e n ta r io so b re (p o r e je m p lo : In Aristotelis De Memoriar
e tc é te r a ).
lect. = lección.
n. = n ú m ero.
obj c= o b je c i ó p .
P- = p a r t e ( c u a n d o se u s a a n t e s d e lo s n ú m e r o s r o m a n o s ; e n l o s
d e m á s c a s o s , p. = p á g in a ) .
q-r. =

cuestión.
respuesta.
t. = tratado.
vol. = volumen.

NOTA SOBRE LAS TRADUCCIONES

T o d a s la s c it a s d e A r is t ó t e l e s y S an t o T om ás q u e a p a r e c e n e n e l p r e s e n t e
t e x t o h a n s id o t r a d u c id a s p o r e l a u t o r . N o se d i f e r e n c i a n e s e n c i a l m e n t e d e
o t r a s t r a d u c c i o n e s q u e h a n s id o r e c o m e n d a d a s a l e s t u d ia n t e e n l a b i b lio ­
g r a f ía . H a y a lg u n a s m o d if ic a c io n e s d e c a r á c t e r a c c i d e n t a l q u e , s e g ú n e l
p a r e c e r d e l a u t o r , r e p r e s e n t a n u n m e j o r a m i e n t o . A s i, é s te se h a p e r m it id o
m á s li b e r t a d q u e e l t r a d u c t o r lit e r a l, c o n e l fin d e o b t s n e r u n a e x p r e s ió n
m á s p e r f e c t a d e la s id e a s d e A quí n o y e l E s t a g ir it a . A l m i s m o t i e m p o s e h a
t r a t a d o d e p e r m a n e c e r fie l a s u s r e s p e c t iv o s s is t e m a s ( q u e s o n b á s ic a m e n t e
u n o ) y n o d e c i r n i m á s n i m e n o s d e l o q u e se s u p o n e p r e t e n d ía n fir m a r lo s
t e x t o s o r ig in a le s . L a m e j o r g a r a n t ía d e q u e S an to T om ás ( y A r ist ó t e l e s
m is m o , q u iz á ), n a d a h u b ie s e n o b j e t a d o a e s t a m o d e r n i z a c i ó n d e su p e n s a ­
m i e n t o , e s l a a fi r m a c ió n d e l D o c t o r A n g é l i c o f o r m u l a d a e n l a in t r o d u c c i ó n
d e Contra Errores Graecorum: « L a l a b o r d e l b u e n t r a d u c t o r e s l a d e m a n ­
t e n e r e l s ig n ific a d o d e l o r ig i n a l y a l m i s m o t i e m p o a d a p t a r su le n g u a j e a l
d e l i d i o m a a l c u a l v ie r t e e l t e x t o .» P o r l o q u e se r e fie r e a l E s t a g ir it a y la s
d if ic u lt a d e s q u e p r e s e n t a n s u s e s c r it o s e n g r ie g o , e s n e c e s a r i o r e v e la r q u e
h a n s id o i n t e r p r e t a d a s ad mentem divi Thomae, q u ie n , s e g ú n e l t e s t im o n io
p r o c e d e n t e d e e s c o lá s t ic o s im p a r c ia le s , l l e g ó a c o m p r e n d e r m á s p r o f u n d a -
m e n t e q u e n a d ie la s id e a s d e l g r a n f iló s o f o d e l a a n t ig ü e d a d .

BIBLIOGRAFIA EN CASTELLANO *

A q u in o , Santo Tomás de: Summa Teologica, Madrid, BAC, 1947-1960.


— Summa contra los gentiles, Madrid, BAC, 1952.
— Opúsculos filosóficos (genuinos), Buenos Aires, Ed. Poblé t, 1947.
— Compendio de Teología, Madrid, ed. antigua, 1880.
B arbado , Manuel: Introducción a la Psicología Experimental, CSIC, 2.1 ed.,
Madrid, 1943.
— Estudios de psicología experimental, 2 vols., Madrid, 1946-1948.
B r e n n a n , R. E. : Historia de la Psicología, Madrid, Morata, 1958.
— Psicología Tomista, Madrid, Morata, 1960.
— El maravilloso ser del hombre, Morata, Madrid, 1934.
— Ensayos sobre el tomismo, Morata, Madrid, 19G4.
* Para mayor información bibliográfica véanse las obras del Rvdo. Padre:
B rennan. ya citadas.
Fuentes de la Psicologia 429

Filosofia mistica española,


D o m ín g ü e z B e r r u e t a , J u a n : M a d r id , C S IC , 1947.
F a r b e l, W . : Guía de la Suma Teológica, 4 vols., M a d r id . M o r a t a , 1962:

I. El Arquitecto del Universo,


II. Búsqueda de la Felicidad.
III. Plenitud de Vida.
I V . El Camino de la Vida.

F raile , G . : Historia de la Filosofia, M a d r id , B A C , 1960.


G i l s o n , S .: El Tomismo, B u e n o s A ire s , 1951.
G o n z á le z Z e f e r i n o : Estudios sobre la Filosofia de Santo Tomás, 2 v o ls ., 2.1 ed .,
M a d r id , 1886.
H ir s c h b e r g e h , J., y M a rtín ez G óm ez, L .: Historia de la Filosofia, 2 v o ls ,,
B a r c e lo n a , 1954-1956.
P h i l l i p s , R . P .: Moderna Filosofía Tomista, 2 v o ls ., M a d r id , M o r a t a , 1964.
R edden & R y a n : Filosofia Católica de la Educación, M a d r id , M o r a t a , 1961.
"W in d e lb a n d , W . : Historia de la Filosofia Moderna, 2 v o ls ., B u e n o s A ir e s , 1951.
INDICES
INDICE DE LAS ILUSTRACIONES

Figura Páginas

1 U n a c é lu la t í p i c a .............................................................................................. 69
2 N e u r o n a t í p i c a ..................................................................................................... 127
3 S e c c i ó n d e l s is t e m a n e r v io s o c e r e b r o s p i n a l ..................................... 127
4 R e c e p t o r e s t á c t i l e s ........................................................................................... 144
5 L a b e r in t o m e m b r a n o s o d e l o i d o i n t e r n o ........................................... 149
6 C é lu la s o l f a t i v a s ........................................... .................................................. 155
7 P r is m a o l f a t o r i o d e H e n n i k g ..................................................................... 155
8 U n 'b u l b o g u s t a t o r i o ........................................................ ................................ 158
9 P ir á m id e g u s t a t o r i a d e H e n n i n g ............................................................. 158
10 L a o s c i l a c i ó n p e n d u l a r ........................................... ....................................... 163
11 E l o í d o ...................................................................................................................... 165
12 C o r t e t r a n s v e r s a l d e l c a r a c o l ... ....................................................... ... 167
13 L a p r o d u c c i ó n d e lo s t o n o s p a r c i a l e s ....................... ........................ 169
14 E l o j o ........................................................ ...................................... ... ................ 174
15 E l c o n o d e c o l o r ... ......................................... ................................................... 178
16 E s t e r e o s c o p i o .............................. ............................................ ........................ 193
17 L a e s c a le r a a m b i g u a ............. ......................................................................... 200
18 E l v a s o g r ie g o * ......................................................................... ....................... 200
19 L a e s t r e lla v a r ia b le ................................. ........................................................ 200
20 F ig u r a d e S a n f o r d ............................................................................................. 200
21 I lu s i ó n d e a l t u r a ............................................................................................... 202
22 I l u s i ó n d e la e x t e n s ió n i n t e r r u m p i d a .................................................. 202
23 I lu s i ó n d e c o n t r a s t e ........................................................................................ 202
24 I lu s i ó n d e p e r s p e c t iv a ................. ............................................................... 203
25 C u r v a d e l a p r e n d i z a j e .................................................. ................................. 221
26 C a p a c id a d d e a p r e n d iz a je e n r e l a c i ó n c o n l a e d a d .......... ... 222
27 C u r v a d e r e t e n c i ó n d e E b b i n g h a ü s ........................................... ... ... 227
28 F o r m a c i ó n d e l a i d e a ................................................... .......... ................. 296

* A dvertim os al le ctor que, p or error d e aju ste, esta figura aparece in vertida.
BREN N AN , 2 8
INDICE ALFABETICO

A A lm a h um an a. D u a lism o extrem a d o,
45.
Abio^énesis 100. ------------- m od erado, 410,
A b stra cción , 295, 325. -------- E m an ación , 419,
— y aten ción , 326. -------- E v olu ción em ergen te, 419.
— C riterio d e in teligen cia, 291. -------- E x tin ció n del, 423.
-------- n egativo, 325, -------- F orm a sustan cial, 416.
-------- p ositivo, 326. -------- in m a teria lid a d del, 411.
A ccid en te, 77. -------- In m orta lid a d del, 423, 425.
A cció n , 341. — — In te ra cció n d e p oten cias, 417,
— y carácter, 368. M on ism o, 415, 423.
— dife re n cia d a de acto, 342. --------. m oral, 424.
— y h á b ito , 349. -------- . N atu raleza subsisten te del, 414.
— h u m an a , 341, 345. ------------- su stan cia l del, 414.
-------- A cto s espon tán eos, 342. -------- on tològica, 424.
------------- h u m an os, 343. -------- O rigen del, 419, 421.
------------- - in stin tivos, 342. -------- P reexisten cia del, 420.
------------- reflejos, 342. — — P ruebas de la u n ión sustan cia l
-------- C o n cep to, 341. co n el cuerpo, 416, 419.
--------- C on du cta s especiales, 345. -------- p sicológica , 424.
-------------------S o lu ció n de con flictos, 345. -------- R ep u g n a n cia al su frim ien to y a
-------- derivada de volició n , 342. la m uerte, 418.
-------- y pa p el de las im ágenes, 343, -------- Sen sacion es y em ocion es, 417.
— m asiva cortica l, p rin cip io d e la, 126. -------- S im p licid a d del, 415.
A co m o d a ció n , 175. -------- S u perviven cia del, 423, 425,
A ctitu d b eh a viorista e in teligen cia , 290. — — S u sta n clalid a d del, 414.
— cien tífica , 61. -------- T eorías de las fo rm a s su cesivas,
— filo s ó fic a , 60. 421.
A cto. A cció n d ife re n cia d a de, 341. -------- — sobre la rela ción en tre el cu er­
— espon tán eo, 342. p o y el alm a, 415, 417.
— h u m an o, 341, 343, -------- T ra n sm ig ra ción del, 421.
— in stin tivo, 342. -------- U n idad del yo, 418.
— y poten cia, 44, 81. A lu cin a cion es, 211,
— P sicología del, 115. A m bien te y ca rá cter, 367.
— reflejo, 342. — y evolu ción de la vida, 270.
— volu n ta rio y a socia ción , 335. A m bigüedades de p ercep ción , 199, 209.
-------- y cará cter, 370. A m itosis, 73.
A d a p ta ció n a la oscu rid a d d e la reti­ Amphioxus, 273.
na, 179. A m plitud, A ten ción , 327.
— de la retin a a la luz, 179. A m polla , 149.
A dq u isición del co n o cim ien to, 35. A n ab olism o, 72.
— de en ergía adecu ada, 315. A n álisis del a cto y fa cu lta d es del h o m ­
— de sabidu ría, 37. bre, 380.
A lberto M a g n o . Esquem a b iográ fico, — d el ob je to ., fa cu lta d es del h om b re,
38. 379.
A lm a h um an a. A n u la ción del, 424, A n a tom ía com pa ra da , 272.
-------- A tributos, 411, 413. — y evolu ción del cu erp o h u m an o, 277.
-------- C rea ción de!, 419. A n im a l. C on d u cta del, 258.
-------- D estin o del, 423, 425. — E stim a ción en el, 233.
436 Indice alfabético

A n im ales. J u icio de los, 303. A q u in o . E m ergen cia restringida d e la


A n u la ción del a lm a h u m an a , 424. vid a orgán ica, 104.
A petición , 245 , 317. — E m oción , 257.
— D efin ición d e la, 247. — K ntelequia, 91.
— in telectual, 245. — E specie filosófica, 269.
— sensitiva, 245, 247. — Esquem a b iográfico, 38.
— S ign ifica do de la, 248. — E volu ción del cu erp o h u m an o, 277,
A p etito, y A r i s t ó t e l e s , 341. 280.
— c o n c u p is c ib le , 249, 383. -------- de la vida, 267, 276, 281.
— irascible, 249, 331. — «E x isten cia lism o», 46.
— sen sitivo y se n tid o estim ativo, 280. — F acu ltad es, 379, 384, 386.
A p etitos sensibles, 245. — F an tasm a, 299.
-------- C o n ce p to d e a petición , 245. — F ilo so fía n atural, 55.
-------- E m oción, 245. — F o rm a sustan cial, 264.
-------- - F orm a s de los, 246. — F orm a s sucesivas d el em brión, 421.
-------- y sen tim ien to, 246. — H áb ito, 347, 349. 353.
A preh en sión de rela cion es, 309. — H ilem oríism o, 77.
— sim ple, 300. — ilu sion es, 303.
A p ren d iza je, 220. — Im a g in a ción , 207, 215.
■— C u rvas de, 221. — In co m p le cció n de la cien cia n atu ­
— M a teria de, 221. ral, 39.
— y m em oria, 221. — In fe re n cia , 309.
— P ro ce so de, 224, 226. — In m a n e n cia d el con ocim ien to, 398.
— R e te n ció n del, 226. — — d e la vida, 276. 362,
— S u je to del, 222, 225. — In m a teria lid a d del a lm a h um an a,
A quino y a b stra cción , 295, 325, 393. 411.
■— y a cción , 276. — In m o rta lid a d del a lm a h um an a,
— A c t o y P oten cia , 44, 80. 423, 425.
— A cto s h um an os, 264. — In stin to, 234, 240, 242.
— A dq u isición de sabidu ría, 37. — In te lecto, 295.
— A petición , 230, 249, 317. — In te lig en cia , 291. 293.
— A p ren d iza je y M em oria , 221. — In trosp ección , 42.
— y A r i s t ó t e l e s , 46, 48. — J u icio, 303.
— A rte, 396. — L eyes d e la a socia ción , 219.
— A te n ció n , 326, 328, 333. — L ib erta d de la volu ntad, 406, 409.
— «B a u tism o » d e A r is t ó t e l e s , 47. — M em oria, 217, 230.
— B ip ed esta ción d e l h om b re. 277. -------- in telectual, 311.
— C om p o sició n p sicosom à tica del ani­ — M etod olog ía , 40.
m al, 264. — M otiv a ción , 313, 315.
— C om u n es sensibles, 189. — N aturaleza su stan cia l del yo absolu ­
— C o n ce p to filosófico de vida, 83, 09. to, 137.
— C o n cien cia , 112, — O b je to de la volu ntad, 321.
— C o n d u cta externa, 258. — P ercep ción , 190, 199.
— C o n tin g e n cia de la cien cia , 38. -------- de las en ergías vivientes, 86.
— T e o ría de la C reación , 103. — P erson a, 360.
-------- d el cu erp o h um an o, 277. — P od er estim ativo, 233, 235.
— D efin ición d el in telecto, ■277. — P o te n cia y a cto, 45, 80.
— D eliberación , 320. — P rin cip io de con tin u id a d , 267.
— D estin o del a lm a h u m an a , 423, 425. -------- de la p ro p o rció n causal, 268.
de la viJa anim al, 284, -------- vital, 91, 276.
— D ife re n cia s individuales, 389. — P roceso in feren cia l, 309.
— D istin ción en tre co n o cim ie n to inte­ -------- in ten cion a l, 337.
lectu a l y senrible, 304, 307. -------- del ju icio , 306.
-------- en tre fo rm a s de co n o cim ie n to — P ru eb a m oral de la superviven cia
anim ales y hum anas, 395. del a lm a h u m an a , 424.
— D ivisib ilid a d del p rin cip io vital, 106. — P sicología de, 40, 46.
— D o ctrin a de, 267, 276, 282. -------- de la fo rm a (G e sía íí), 199.
— D u alism o de m en te y m ateria, 122. -------- m od ern a, 48.
m od erado, 416. — R a zon a m ien to, 310.
-------- D ud a m etód ica, 39. — R ea lism o, 393.
— E lección , 319, 403. — R em in iscen cia , 219.
Indice alfabético 437

A q u in o . S en tid o com ún , 187. Aristóteles , P sicología perenn e de, 123.


— S en tid os in tern os, 187, 217, — R ealism o, 393.
— S en tim ien to, 247, 262. — Sensibles com un es, 189.
— S en sación , 135. -------- prop ios, 189,
— Sen sibles propios, 189. — S en tid o in tern o, 187.
— S im p licid a d del a lm a h u m an a , 413. — T e o r ía d e la m a teria y la fo rm a ,,
— Sistem a p sicológ ico, 40, 51. 77.
— Svecie-i sensibilis, 262. — V olición , 317.
— S u sta n cialida d d el a lm a h u m an a . — V olu n ta d , 317, 321,
412. A rte, 396.
— Tactus, 141. — y belleza, 390.
— T e o r ía crea cion a l, 282. — y co n o cim ie n to in telectual, 397.
— . — de la em ergen cia restrin gid a de — C riterio de in teligen cia, 497.
la vida, 282. — y estética, 3S7.
-------- d e la m a teria y la form a , 77. — y p la ce r estético, 396.
— U ltim o ju icio p rá ctico , 404. A rticu lacion es. C u alidad de las, 148,
— Ü n ida d d el yo, 418. — estím ulos, 148.
— U n ión sustan cial d el cu erp o y alm a, — O rga n os recep tores, 148.
416, 418. — S en sacion es en las, 147.
— V id a sensorial, 262, 264. A sentim iento, 304.
— V o lición , 318. A socia ción y a cto volu n ta rlo, 335.
— V olu n ta d, 317, 321. — con trola d a , 336, 344.
A r c o reflejo, 129, — espon tán ea, 335.
A r i s t ó t e l e s , 46, 48. — d e ideas, 335.
— y A qüDto, 46, 48, — F ibras de, 126.
— A petito, 341. — libre e im ágenes, 335.
— C am b io a ccid en ta l, 77. — d e palabras y m em oria, 229.
-------- sustan cial, 78. — y p en sa m ien to crea d or, 337.
— D eliberación , 320, — y volición , 335,
— D istin ció n en tre con ocim ien to sen ­ A sp ecto in ten cion a ] d e las facu lta des,
sitiv o y co n o cim ie n to in telectual, 305, 380.
307. A ten ción , 325, 327, 333.
— . D ivisib ilid a d del p rin cip io vital, — y a b stra cción , 325.
105. — A m plitud, 327.
— D u a lism o de m en te y m ateria, 122. — C ualidades, 328.
m od era do, 416. — F a ctores ven ta josos, 329.
— D u d a m etódica, 40. — F en óm en os anteceden tes, 330.
— E lección, 320. -------- con com ita n tes, 331.
— E m oción , 248. -------- con siguien tes, 331.
— Entelequia, 79, 92. — F lu ctu a ción , 328.
— ■E specie filosófica, 269. — In ten sid a d , 328.
—• F acu ltad es, 379. — in volun taria, 327.
— F an tasm a, 301. — B a sg os circu n stan ciales, 330.
— F orm a a ccid en tal, SO. — S ign ificado, 325.
—•— sustan cial, 77. — T eoría cen tro-sen sorial, 330.
— H ábito, 347, 354. --------- de la fa c ilita ció n , 330.
— Im a g in a ción , 214. -------- gen ética, 331.
— In teligen cia , 290, 292, -------- de la in h ib ición , 330.
— Leyes de la a socia ción , 200, 218, 335. -------- m otora , 331.
— M a teria prim a, 77. -------- d e l reforza m ien to, 330.
-------- secu n da , 78. — T eorías, 329.
— M em oria, 220, 230. — T ip o s de, 326.
— M otivo, 319. — volu n ta ria , 327.
— P ercep ción , 190. A u dición , 163.
— P o d e r estim ativo, 233, 234. — b iauricular, 193.
— P o te n cia y a cto. 41, 80. — E stim ulación, 251.
— P rin cip io de con tin u id a d, 267. — Estím ulos, 163.
-------- de la p r o p o rció n causal, 26E. — E stru ctu ra d el oíd o, 164.
-------- vital, 95, 276. — O rga n o sensorial, 164.
- ^ P s ic o lo g ía del a cto, 115, — S en sacion es auditivas, 168.

-------- de la fo rm a , 198. — T e o r ía d e las descargas, 171.
438 Indice alfabético

A u dición . T e o r ía d e la telefón ica . M i C a rá cter. F o r m a ció n d e la -virtud, 389.


-------- d el p a trón so n o ro, 171. — y h áb ito, 369.
-------- de la reson a n cia , 170. — y h eren cia , 368
— T eorías, 169. — e ideales, 377.
A u rícu la {o íd o extern o), 164. — e im a g in a ción eidética, 374.
A x ón , 125. — e im ita ción , 377.
— y m otivo, 369.
— y person a, 360, 367.
B — y person alidad , 367.
— y P s ico lo g ía in dividual, 371.
B asedow oid es. T ip o s d e ca rá cter, 37». — y sen tim ien to d e in ferioridad, 372.
B a se org á n ica d e la m en te, 126. — y tem pera m en to, 368.
B a ston es de la retina, 174. — T ip o s d e , 374, 376.
e B a u tism o» de A r is t ó t e l e s , 47. — y valores, 369, 377.
B eh av ío rism o y cará cter, 371, — y virtud m oral, 373.
— y con cien cia, 117. — y v olu n ta d de com u n ida d, 372, 374,
— y co n o cim ie n to m telertu a l, 381. -------- de pod erío, 371, 373.
— y em oción , 256. C a riosom a , 72.
— e in stin to, 235. C a ta b olism o, 72.
— e in teligen cia , 290. C élu la típ ica . C om p osición q uím ica, 69,
— y lib erta d d e volición , 493, 401. 71.
B elleza y A rte, 395. — — E structura, 68.
B ien esta r corp ora l, 153. --------- P u n cion es, 71,75.
B iogén esis, 99. -------- M ovim ien tos de a da p ta ción , 70.
B ió n q uím ico, 89. C élu las olfa toria s, 155.
B ip e d e sta ció n del h om b re, 377, Cenestesia, 155.
B rillan tez de lo s estím ulos visuales, 1TI. C en tro de B r o c a , 120.
B roca . C en tro de, 128. — de W b h k i c k e , 128.
B u lb o o lfa to rio , 155. C en trosfera , 68.
C en trosom a, 68.
C erebelo, 126.
C C ereb ro, 126.
C ero fisiológico, 146.
C a lor. C u alidad, 146. C icloid e. T ip o de ca rá cter, 374,
— Estím ulos, 146. C ien cia . C on cep to m od ern o, 54-57.
— O rga n os recep tores, 147. — — trad icion a l, 54.
— S en sacion es de, 145. — D iferen cia d a d e F ilosofía , 53, 57.
C a m b io a ccid en tal, 77, — y F ilosofía , 52, 57, 59.
— del fo n d o del a pren diza je, 228. — y plausibilidad, 38.
— Im p lica cio n e s filosóficas, 78. — y p roceso in feren cia ], 310.
— su stan cia y m a teria prim a , 79. — y P sicología , 51, 59.
C a m b ios fe n o m é n icos y person a, 365. C ien cia s positivas, 52, 54.
C a pa cid a des gam m a, 2 8 9 . C ig oto, 13.
— hum anas, 379, 388. C inestesia, 147.
C arácter, 367, 377. C isu ra d e R o l a n d o , 128.
— y a cción , 368. C itoplasm a, 68, 70-
— y a ctos volu ntarios, 370. C la sifica ción . F a cu lta d es de, 383.
— y am bien te, 367. C ó ccix , 279.
— y a socia ción , 229- C óclea , 165.
— y beh aviorism o, 370. C ogn ición . D ife re n cia ció n entre h um a­
— y com p en sa ción , 376. n a y anim al, 395, 397.
— C on cep to, 367. — h u m an a , 395.
— D esarrollo del, 367. C olor. A cro m á tico , 178.
-------- gen ético, 371. — A d a p ta ció n , 179.
— y disp osición , 368. — B rillo, 177.
— y edu ca ción , 371. — Ceguera, 180.
— y Ego, 359. — C om p lem en ta ción , 177.
— y e lección , 368. — C on traste, 180.
— E lem entos del, 367, 370. — C rom á tico, 176.
— y em u la ción , 377. — Estím ulos, 173.
— E tim ología, 367. — Leyes d e las m ezclas de, 177.
Indice alfabético 439

C olor. M atiz, 175, 177. C o n o cim ie n to in telectu a l y p rin cip io de


— Post-im agen, 179. in m a n en cia , 398.
— S a tu ra ción , 177. -------- y P sicología estru ctural, 391.
C o m p a rtim ien tos cocleares, 165. -------- y realism o, 393 , 395.
C om p en sa ción , 345. -------- y R eligión , 397.
— y ca rá cter, 377, -------- y sensu alism o, 3 91.
C om p lem en ta ción , 177. -------- y T eoría de A qtjino, 393.
C o m p o sició n p sicosom á tica del ani­ — N atu raleza del, 262.
m al, 264. — ob jetivo, 263.
C om u n es sensibles, 189. — p rá ctico , 5 2.
C om u n id a d . V olu n ta d de, 372. — y sen sación , 137.
C on ación , T en d en cia s determ inantes, C onos, 174.
320, 383. C on serva ción . L e y d e la, 402.
C on atu s, 386. C on son a n cia, 168.
C o n cep to, 385. — y sonido, 169.
— E studios experim en tales, 300, 302, C on ten id o la ten te d e los sueños, 213.
— y fan ta sm a, 299, 305. — m an ifiesto de los sueños, 213.
— filosófico de vida, 83, 97. — P sicología del, 115.
— e im agen, 299, 301. C o n tin g e n cia de la cien cia , 38.
— e in m aterial, 298, 303. C on tin uidad, p rin cip io de, 267.
— N atu raleza U niversal, 497, 305. C on tra ste crom á tico, 108.
— y p e rcep ción , 297, 299, 303. C on trol in telectual, 240.
— Sign ificado, 297. — reflejo, 240, 242,
C o n cien cia , 111, 119, 380. — sensorial, 240 .
— B ase cortica l, 126. C órnea, 173.
-------- fisica , 125. Coroides, 173.
— y b eh a viorism o, 117. C orp ú scu los d e M e i s s n e r , 144.
— C on cepto, 111. --------- - P a c i n i , 147.
— y estím ulos, 136. C orteza, 126.
— y estru cturalism o, 114. — cerebral, 126.
— y fu n cion a lism o, 115. C ohtt. O rg a n o de, 166.
— L o ca liza ció n cerebral, 125. C ostum bres, 395.
— m oral, 111. C rea ción . T eoría de la, 103.
— y psicoan álisis, 119. — m en ta l d e las cu alidades, 393.
— y P sicología de la form a , 118. C rea cion ism o, 282 .
—• — fu n cio n a l, 115, — y cu erp o h u m an o, 282.
-------- h órm ica , 116. — y d octrin a de A q u in o, 282.
— y trad icion a lism o, 122. — y v id a orgán ica, 103.
— d e l « Y o » , 319. -------- sensitiva, 281.
C on cu p iscib le. A petito, 249, 385. C recim ien to celu lar, 72.
C o n d riosom a, 68. C reen cias y costu m b res del h om b re,
C o n d u cta , 117, 341, 343. 408.
— del anim al, 258. — religiosas, 397.
— C on cep to, 259. C resta acú stica, 149.
— externa, 258, 263, 342. C ristalino, 174.

— del h om bre, 258. C riterio de in teligen cia , 3 3 5 , 394, 398.
— m otora , 263. — m oral, 396.
C o n flicto s. S olu ción de, 364. Cro-Magrian. H om bre de, 280.
C o n o cim ie n to a n terior a l deseo, 262. C rom a tin a , 69.
— y deseo, 248, 405. C rom osom a , 70.
— D istin ció n en tre fo r m a a n im a l y h u ­ C u alida d d e gu sto, 159.
m ana, 395. C ualidades. A ten ción , 3 26 , 329.
— especu lativo, 52. — d e la m em oria, 2 1 7 , 219 .
— F orm a s an a lítica s, 41. — insensibles de lo s ob jetos, 233 .
— In m a n en cia , 261, 398. Cuerpo. B ien estar, 153.
— In telectu a l. C on cep to, 395. — E n ferm edades, 152.
-------- y cultura, 395. — F atiga. 152.
-------- Escuelas, 391, 394. — h u m an o, 277, 280 .
-------- y estru cturalism o, 392. -------- y crea cion ism o, 282.
-------- e in telectualism o, 392. -------- D estin o del, 425 ,
— — y m oral, 396. -------- E volu ción de], 2 7 7 , 280.
440 Indice alfabético

C uerpo. N ecesidades, 150. D u d a m etódica, 39.


— S a tisfa ccion es, 151. — y religión, 397.
— S en sacion es del, 150. D u p licid ad . T eoría de la, 181.
C uerpos de G olgi , 68. D u ración . P ercep ción de, 195, 197,
C u ltu ra y co n o cim ie n to Intelectual, 395.
— C riterio de Inteligencia, 335.
Curvas d e apren dizaje, 220. E
-------- y m em oria , 219.
— reten ción de m em oria, 226. E dad y m em oria, 222.
E d u ca ción y ca rá cter, 371.
E d u ca ción de correlatos, 292.
D — d e p r in cip io vital, 104, 282.
— de rela cion es, 292.
D a r w in . T e o r ía de, 254, 274. E go absoluto, 360.
D e fe ca ció n . Sen sacion es de, 151. — C a m b ios fen om én icos, 365-
D elib era ción , 320. — y cará cter, 360.
D en d ritas, 125. — C on cep to, 359.
D esa rrollo d e l ca rá cter, 392. — D istin ción , 359, 361.
— orgá n ico, 71. — ex p erim en ta l, 361, 363.
D eseo, 248, 250, 318, — I n t r o s p e c c ió n , 363.
— y co n o cim ie n to , 247, 414, — m oral, 360.
— sa tis fe ch o m ed ia n te los sueños, 212. — on tològico, 360.
D estin o del a lm a h um an a, 423. — y person a, 359.
— cu e rp o h u m an o, 425. — y person alidad, 359.
— d e la v id a anim al, 284. — s o c ia l, 360.
D eterm in ism o, 401, 404. — sustan cial, 363.
— b io ló gico , 402. — U n idad, 353.
— físico , 401, 403. — y v olición , 319.
— p sicológico, 404. E id ètico, 211.
D iferen cia s individuales, 359. E jem plos posim agen, 179.
-------- y m em oria , 223. Elán vital, 85.
D ison a n cia , 169. E lección , 319, 404, 406.
— y son id o , 168. — aquiescente, 320.
D isp o sició n y cará cter, 367. — y cará cter, 368.
D ista n cia . P e rce p ción de la, 182, — y d octrin a d e A íjcim o, 320.
D istin ción en tre co n o cim ie n to in telec­ — — d e A r is t ó t e l e s , 320.
tu a l y sensible, 307. — y estu dios in du ctivos, 319.
------------- sen sitivo y con o cim ie n to in ­ — g r a v e , 320.
telectu al, 305, 307. — im petu osa, 320.
-------- fo rm a anim al y h um an a, 395, 397. — L ib erta d de, 405.
— d e co n o cim ie n to s anim ales y — ra zon a b le, 320.
h um an os, 395, 397. — y ú ltim o ju ic io p rá ctico , 403.
D ivisib ilid a d del p rin cip io vital, 105. — y volición deliberada, 318.
D ivision es del sistem a n ervioso, 125. E lem ento psíq u ico, 217.
D o ctrin a de A q u in o , 267, 276. — s o m á tico , 217.
-------- y crea cion ism o, 282. E m briología com p a ra d a , 273, 278.
-------- y elecció n , 319. E m ergencia, 85, 100, 105, 281, 285, 419.
-------- e in telecto, 295. — absoluta, 100, 281, 419.
-------- y volició n , 406, 408. — F orm as, 100.
— A ristóteles y e lección , 320. — restringida, 104, 282.
— tra d icio n a l e in teligen cia , 291. — V a lora ción , 104.
D olor. C u alidad, 145. E m oción , 248, 251, 257.
— E stím ulos, 144. — y a p etito con cu p iscib le, 249.
— O rganos recep tores, 146. — — irascible, 249.
— referid o, 153. — y a petitos sensibles, 246.
— S en sacion es de, 145. — A sp ecto cogn itivo, 248.
Dramatis personas, 365. -------- psíqu ico, 248, 256 .
D u a lism o d e A r is t ó t e l e s , 122, 418. -------- som à tico, 249, 256.
— d e m en te y m ateria, 122. — y b eh a viorism o, 256.
— m od era do, 416. — ca ren te de e m o ció n opuesta, 248.
D u d a , 39. — C la sifica ción de A q u in o, 251.
Indice alfabético 441

E m oción. Cólera, 254. E scolasticism o y ten d en cia s determ i­


— y con d u cta externa, 247, n an tes, 320.
— C o n tro l de la, 257. E scu ela de G r a t z , 393.
— D ife re n cia ció n de sen tim ien tos. 254. E sencia, 77.
— E lem entos causales, 248. E specie C ien tífica, 268.
------------- C ausa eficiente, 248. — E volu ción , 270.
-------------------final, 249. — filosófica, 269.
-------------------fo rm a l, 249. — in teligible, 299.
------------------ - m aterial, 249. — n atural, 260.
— E m ergencia, 250. — sensible, 262.
— E stím ulos fav ora b les y d esfa v ora ­ — sistem ática, 269.
bles, 249. Espirem a, 70.
— F a ctores d e a p ro x im a ció n y a leja ­ E spon gioplasm a, 68.
m ien to, 253. E sp on ta n eid a d d e la vida, 83.
— — de dificultad, 252. E sporu la ción , 73.
-------- de em ergencia, 253. E squem a b iográfico, 37.
— F o rm a atenuada, 250. -------- A l b e r t o M a g n o , 38.
—. F u n ció n en la vida m en ta l, 257. Esquizoide. T ip o de ca rá cter, 374.
— In te rp re ta ció n beh a viorista , 255. E stereoscop o, 193,
— y m em oria, 223. E stética y Arte, 396.
— M od ifica ción pasiva, 249. E stim ación en el anim al, 233.
— P resen cia y a usen cia de estím ulos, — D efin ición , 233.
252. — en el h om bre, 234.
— y P sicología p sicoa n a lítica, 255. — in n a ta , 233.
h órm ica , 255. — P od er de, 233, 235.
- y sen tim ien to, 247, 254. — y sen tid o cogita tiv o, 233.
— y sistem a n ervioso a u tón om o, 258. — T eoría d e A q u i n o , 233.
— T e o r ía de A q u i n o , 256. E stim ulación, 166.
---------d e D a r w i n , 254. — d el oído, 167,
— — freud iana, 256. — d el o jo , 173.
-------- h órm ica , 255. Estím ulos, 163.
------- - d e J ames -L a n g e , 255. — y con cien cia , 136.
— T eorías, 69. — Sueños, 212.
-------- com paradas, 256- — visuales. B rillan tez de los, 177.
— T ip os, 68. E structura del oído, 164, 167.
E m u la ción y cará cter, 377. -------- d el o jo , 173.
E n d olin fa , 144, 166. E structuralism o y con cien cia , 114.
E n ergía m ental. L im ita ción d e la, 43. — y c o n o cim ie n to in telectual, 312.
E nergías nerviosas específicas. T eorías Estudios experim en tales, 301, 307.
de las, 13B. -------- de la m otiv a ción , 315.
— vitales y ley de con serva ción , 94. -------- y p roceso in feren cia l, 310.
T eorías, 88, 90. — in du ctivos y volu n ta d, 409.
-------- V a lora ción , 91, 95. E u foria , 153.
E n telequ ia, 89, 92, 95. Euglena viridis, 250.
E n tim em a, 310. E u s t a q u i o . T ro m p a de, 165.
E n tren a m ien to y m em oria, 230. E v olu ción d el cu erp o h u m a n o, 277, 280..
Epiderm is, 142. --------------y a n a tom ía , 277.
E picúreos, 423. ------------- y d octrin a de A q u in o , 282.
Epigénesis, 422. -------------- y em briología com pa ra da , 278.
E qu ilibrio din á m ico, 149. -------------' y fisiología san gu ín ea, 273.
-------- C u alidad, 149. ------------- y órga n os ru dim entarios, 278.
-------- E stím ulos, 150. — y p a leon tolog ía , 279.
-------- O rg a n o recep tor, 149. — em ergente, 85, 100, 281, 325, 419.
— estático, 148. V a lora ción , 86.
-------- Cualidad, 148. — y h eren cia , 271.
-------- E stím ulos, 148. — d e la vida, 267, 276.
-------- O rganos recep tores, 148. — --------y am bien te, 271.
— S en sacion es de, 148. ------------- y a n a tom ía com pa ra da , 272.
E q u ipoten cia lid ad cortica l. P rin cip io ------------------ C on cep to, 268.
de la, 126. — y d octrin a de A q u i n o , 267.
E sclerótica, 175. ------------- y em b riología com pa ra da , 272.
442 Indice alfabético

E v o lu c ió n d e la v id a y e s p e c ie , 268. F a c u lt a d e s d e l h o m b r e y f a c t o r a c t iv o
--------------------cie n tífic a , 270, d e la m e n t e , 381.
— — — — n a tu ra l, 269. -------------- y fa c t o r e s , 386, 388.
-------------------- s is t e fn á tic a , 270. -------------- e in v e s t ig a c ió n m o d e r n a , 383.
---------- — y e s p e c ie s n a tu r a le s , 269. -------------- P s ic o lo g ía fa c t o r ia l, 387.
---------------y fa c t o r e s a c t iv o s d e l a n a ­ — ---------------- S ig n ific a d o e n la t e o r ía de
t u r a le z a , 272. A q u u í O, 379,
-------------- y fis io lo g ía c o m p a r a d a , 273. -------------- > y test y m e d ic io n e s , 388.
---------------y g e n é t ic a , 271. F a n t a s m a , 299, 394.
---------------H e c h o p r o b a b le , 269. — y c o n c e p t o , 297, 393.
---------------L im it e s d e l a T e o r iz a c ió n , 267. — D e p e n d e n c ia d e p o t e n c ia s s e n s iti­
-------------- M o d o p r o b a b le , 274. v a s, 307.
-------------------- — H ip ó te s is d e B u ít o h -S t . — P a p e l e n el c o n o c im ie n t o in t e le c ­
H íl a m e , 276. tu a l, 307.
--------------------------T e o r ía d e D a r w i n , 274, F a t ig a s c o r p o r a le s , 152.
------------------------------- d e L a m a h k , 275. F e y r e lig ió n , 397.
------------------------------- v ita lis ta , 105. F e n ó m e n o a n te c e d e n t e . A t e n c ió n , 329.
-------------- y P a le o n t o lo g ía , 270. — d e P u r k in je , 181.
-------------- y p r in c ip io s filo s ó fico s , 267. F e n ó m e n o s c o n c o m it a n t e s . A te n c ió n ,
-------------- y s e r o lo g ia , 274. 329.
JE vocación. L e y g e n e r a l d e la , 219. — c o n s ig u ie n te s . A t e n c ió n , 331.
E x is te n c ia lis m o , 47. F ib r a s d e a s o c ia c ió n , 126.
E x p e r ie n c ia d e la p e r s o n a , 360, 363. F ilo s o fía y c ie n c ia , 52, 57, 59,
E x t e n s ió n e n su p e r fic ie . P e r c e p c ió n d e — d i f e r e n c ia d a d e c ie n c ia , 52, 57.
la , 191. — M e ta , 120.
e x t i n c i ó n d e l a lm a h u m a n a , 423. — natural, 54.
E x tr o v e r tid o s , 120, 374. — n o d ife r e n c ia d a d e c ie n c ia , 56.
— y P sicología , 53. 60.
F is io lo g ía c o m p a r a d a , 273.
F — s a n g u ín e a , 273.
F lu c t u a c ió n . A t e n c ió n , 328-330.
F a c t o r <tg», 387. F o líc u lo s p ilo s o s , 144.
— « lu e g o » y p r o c e s o in fe r e n c ia l, 311. F o r m a a c c id e n t a l, 79.
— « o » , 387. — C r e a c ió n m e n t a l d e la s c u a lid a d e s,
— « p » , 387, 393.
— . d e p r e t e r id a d y m e m o r ia , 317. — e n e l in t e le c t o , 297, 393.
— as», 387, — y m a t e r ia p r im a , 78 .
— «w » , 388. — N a t u r a le z a , 78.
F a c t o r e s a c t iv o s d e la n a tu r a le z a , 272. — P e r c e p c ió n d e la , 191.
— y fa c u lt a d e s d e l h o m b r e , 386. — r e a lid a d , 79.
— in t e n c io n a le s , 380. — e n lo s s e n tid o s , 136, 262.
— m e n t a le s a c t iv o s , 380. — s u s ta n c ia l, 44, 77, 265.
— p o te n c ia le s , 381. F o r m a s a n a lític a s , 41.
— v e n t a jo s o s . A te n c ió n , 329. — s u c e s iv a s d e l e m b r ió n , 421.
F a c u lt a d a p e t it iv a , 385. F o r m a c i ó n d e im á g e n e s . F u n c ió n e n 1»
— C la s ific a c ió n , 383. c o n d u c t a , 343.
— cogn itiva , 354. F ó s ile s , 270, 278.
— e s t im a tiv a , 187. F ó v e a , 173, 182.
— m o to r a , 386. Foxha.ll. H o m b r e d e, 279.
F a c u lt a d e s , 379, 384, 386. F r e c u e n c ia p o s im a g e n , 179.
— A s p e c t o i n t e n c io n a l d e las, 379. F r ío . C u a lid a d , 146.
— c o g n ltiv a s , 379. — E s tím u lo s , 146,
— d e l h o m b r e . A c c e s o a l p r o b le m a , 379. — O r g a n o s r e c e p t o r e s , 146.
- — A n á lis is , 380. — P u n t o s d e , 146.
-------------- N iv e l in t e le c tu a l, 383. — S e n s a c io n e s , 146.
-------------------- s e n s itiv o , 382. F u e r z a b ió t ic a , 90.
-------------------- v e g e ta tiv o , 382. — d e v o lu n t a d y t e n d e n c ia s d e te r m i­
------------- y A quino , 379. n a n t e s , 323.
— A s p e c t o in t e n c io n a l, 380. F u n c i ó n d e l s is t e m a n e r v io s o a u t ó n o ­
--------------- C la s ific a c ió n d e A q u in o , 379. m o , 128.
---------------y d ife r e n c ia s in d iv id u a le s , 389. F u n c io n a lis m o y c o n c ie n c ia , 115.
Indice alfabético 443

F u n cio n e s del sistem a n ervioso, 129. H áb ito P sicolog ía h órm ica , 354.
F u ror, 254. — y P sicología p sicoa n a lítica, 354.
— R e forza m ien to, 352.
G — y rep etición , 352.
— T eoría de A su m o, 347.
G am etos, 73, — T eorías, 353.
G anglios, 128. — T ipos, 350.
G en es, 69. H am bre. S en sacion es de, 151.
G en ética , 270. Heidelberg. H om b re de, 280,
— y evolu ció n d e la vida, 271. H eisen b erg . P rin cip io d e la indeterm i­
G e m a ció n , 73. n a c ió n de, 402.
G e n e ra ció n espon tán ea, 104. H elicotrem a , 166.
G esta lt y con cien cia , 118. H eren cia y cará cter, 368.
— y lib erta d de volu ntad, 407, — y evolu ción , 270.
— y p e rcep ción , 198, 200. — lib erta d d e v olición , 403.
— P sico lo g ía de la, 118. H e r ik g . T e o r ía de, 1E3.
- y sen tido com ún , 198, 200. H ilem orfism o, 77.
— y teoría d e l co n ocim ien to, 392. H ipn osis y ten d en cia s determ inantes,
Gestalten, 199. 320.
G esta ltísm o y co n o cim ie n to in telec­ H om bre. C on d u cta del, 258.
tual, 392. — d e Cro-Magnon, 280.
G olgi . C u erpos de, 68. — E stim a ción en el, 233.
G ratz. E scuela de, 393. — F a cu lta d es del, 379,
G u sto, 158. 101. — de Foxhall, 279.
— A d a p ta ción , 160. — de Heidelberg, 280.
— C ualidad, 159. — J u icio del, 330.
— E stím ulos, 159. — de Kanam, 279.
— y o lfa to , 161. — de Pütdcmm, 280.
— O rgan os recep tores, 157. — de Rhodesia, 280,
— S en saciones de, 157. H om b res n ean derth a loid es, 280,
— U m bral, 160. Homo Sapiens, 280, 309, 381.
H orm é, 89, 116,
H H u m or acuoso, 175.
— vitreo, 175.
H ábito, 347, 350, 353, 354.
— y a cción , 349.
— Bases, 349. I
--------- fisiológicas, 350.
-------- psicológicas, 350. Idea les y ca rá cter, 377.
— y carácter, 369. Ideas a bstractas y volu n ta d, 407.
— C ategorías de A q u i n o , 351. — a socia ción de, 355.
— C on cepto, 345, 349. Ideogénesis, 393.
— C on trol, 354. Ila ció n e ilu sión, 204.
— C u ltivo d e lo s deseables, 355. Ilu siones, 2 0 1 .
— D eb ilitam ien to, 356. — F orm as, 201.
— D esa rrollo a p a rtir d e la in teligen ­ — Fuentes, 201, 203.
cia y La volu ntad, 347. Im a g en y con cep to, 295.
— y disp osición , 368. — y p ercep ción , 2 0 9 .
— E lim in a ció n de los indeseables, 355. Im ágenes, aiu cin atorias, 211,
— E volu ción , 355. — y a s o cia ció n con trola d a, 336, 344.
— en. fa se s tem p ra n a s d e la vida, 356. libre, 335.
— F u n ció n e n la vida m ental, 356, — C ualidades, 208.
— e in d eterm in a ción en la m en te h u ­ — D iferen cia s de percep ción , 209.
m ana, 348. — E fectos m otores, 210.
— In te rp re ta ció n h órm ica , 354. — eidéticas, 211.
--------- p sicoa n a lítica, 354. — equivalentes cinestésicas, 211.
— N ecesidad, 356. — F o r m a ció n de, 343.
— P erm a n en cia d e cu alidad, 355. — h lp n a g ógica s, 212.
- P ron titu d , fa c ilid a d y p la cer d e ac­ — lib rem en te originadas y m em oria,
ción , 347, 220.
— P sicología, 353. — sensoriales, 210.
444 Indice alfabético

Im ágenes. S ign ifica ción de con ten id o, In stin to. In terp reta ción behavíorista,
214. 236.
— visu al-cin estésicas, 344. -------- h órm ica , 234.
Im a g in a ció n . C o n ce p to de, 207. — M a du ra ción , 239.
— cread ora, 213. — M od ifica ción , 239.
— . E lem ento psíq u ico, 207. — N aturaleza psicosom á tica , 235.
— y m em oria , 217. — n o u n id o a em ocion es b ien defini­
— N atu raleza psicosotnática, 207. das, 238.
— p a p e l en la vid a m ental, 215. — P ap el de la vida del h om bre, 243.
— rep rodu ctora , 214. — P lasticidad, 243,
— y se n tid o com ú n , 214. — y p od er estim a tivo, 233.
— y so lu ció n d e problem as, 215. — y reflejos, 239.
— y sueños, 212, 214. — y teoria de A quiko , 234, 240.
Im ita ció n , 239. — T eorías, 240,
— y cará cter, 377. In teg rid a d p rotop la sm á tica . P reserva­
Im p u lso n ervioso. L ey d el tod o o nada, ció n de la, 74.
126 .
-------- P erio d o re fra cta rio, 130.
In telecto, 290, 295.
— a ctivo, 292, 297.
-------- P u n to d e sa tu ra ción , 126. — D efin ición , 290.
-------- U m bral, 126. — D ep en d en cia ob jetiv a d e los senti­
-------- V elocid a d, 126. dos, 292, 297.
In co m p le cció n d e la cie n cia natural, — D ife re n cia d o d e sentido, 292.
37. — y d octrin a d e A q ü t n o , 295.
In co n scie n te , 119. — L ibertad, 406,
In d e te rm in a ció n , P rin cip io de, 402. — M eta del, 314.
In determ in istas. T eorías extrem adas, — fin a l, 424 .
405. — N atu raleza discursiva, 301.
-------- m oderadas, 405, 408. — O b jeto, 395.
-------- de la volu n ta d, 405, 408. — posible, 297, 393.
I n d ife re n cia activa, 406. — y p o ten cia ob ed en cia l, 393.
— pasiva, 406. — y sentidos, 398.
In ex iste n cia s In ten cion ales, 393. In telectu a lism o y con ocim ien to in telec­
In fe re n cia , 309. tual, 398
— co n ce p to , 3C9. in telig en cia , 290. 292.
— E n tim em a, 310. — y a ctitu d behavíorista, 290.
— S ilog ism o, 309. — C on cep to, 290.
In h ib ició n re tro a ctiv a y m a teria prim a, — C riterio extern o, 290.
227. — y d o ctrin a trad icion a l, 291.
In m a n e n cia , 83. — e in stin to, 239.
— d el co n o cim ie n to , 261, 398. — P rin cip ios, 291.
— de la vida, 261, 276. — P rod u ctos, 290.
In m a te ria lid a d d el a lm a h u m an a , 411. — y P sicolog ía com pa ra da , 290.
In m o rta lid a d del a lm a h um an a, 423. — fa ctoria l, 115.
-------------------P ru eb a m oral, 248, 425. — y teorías m od ern as, 291,
In stin to , 234, 240, 242. In te n ció n de a p ren d er y m ateria pri­
— y behaviorism o, 236, ma, 233.
— C a rá cte r in te n cion a l, 237. — e in stin to, 236.
— C o n cep to, 234. In ten sid a d. A ten ción , 327.
— C o n tro l in telectual, 239. — d e las sen sa cion es auditivas, 168.
-------- re fle jo , 240. In terp reta ción de los sueños, 212.
-------- sensorial, 240. In trosp ección , 42, 411.
— D efin ición , 234. — y P sicología , 42.
— D esa rrollo, 238. In trovertid os, 120, 374.
— E lem en to a fe c tiv o o em ocion a l, 230. In tu su scep ción , 72, 93.
co gn itivo, 239. In v estig a ción m od ern a y fa cu lta d es d e l
— E le m e n to m otor, 236, 239. hom bre, 383, 404.
---------- psíq u ico, 235.
-------- som á tico, 236.
— F orm as, 238.
J
— in n a to, 234. J a m e s -L a n c e . T eoria sob re la em oción,.
— e in teligen cia , 239. 254.
Indice alfabético 44b

J u icio , 303. M ateria. A p ren d iza je, 220.


— de anim ales, 304. — C on cep to cien tífico, 80.
— C o n cep to, 393. -------- filosófico, 81,
— Estudios experim en tales, 307. — y form a . T eoría d e la, 76, 81.
— F u n ción , 304. — prim a , 77,
— N aturaleza im palpable, 304, — — y ca m b io sustan cial, 77.
— P roceso de, 307. -------- F orm a y, 77.
— y p rod u ctos de los sentidos, 305. — sustan cial, 77.
— y sentim ien to, 304. -------- e im ag in a ción , 217.
-------- e in h ib ició n retroa ctiv a, 227.
K. — — e in teligen cia , 223.
-------- e in ten ción de a pren der, 223.
Kanam. H o m b re de, 279. -------- y leyes de a socia ción , 219.
-------- y m ateria segunda, 80.
L — — N aturaleza de la, 79.
-------- y proceso de a pren diza je, 220.
L a cta ció n . Sen sacion es de, 151. -------- y recita ción , 225.
L add-F r a n k l in . T e o r ía de, 183. — — y rem in iscen cia , 219.
L a m a r k . T e o r ía d e, 275. -------- y ritm o, 225.
L á m in a espiral, 165. -------- y -s e x o , 225.
L atidos y son id o, 168. -------- y su je to del apren dizaje, 222, 224.
L en gu aje, 395. -------- y ten d en cia s perseverativas, 220.
— C riterio de in teligen cia , 394, — segunda, 77, 79.
.— p e r ce p ció n del, 197. -------- y m ateria prim a, 79.
L e y d e la C on serva ción , 94. M a triz espacio-tiem po, 84.
■------------- y volu ntad, 402. M eato, 164.
— y C reación , 105. M eca n icism o absoluto, 84.
— gen eral de la evoca ción , 220. -------- V a lora ción , 85.
— del m ínim o, 282. — teísta, 86.
— del to d o o n ada, 125. -------- V a lora ción , 87.
— d e W eber - F ec h n e r , 139. M ed u la espinal, 127,
L ey es de la a socia ción . 201, 219. — oblonga, 127.
------------- e ideas, 335. M e i s s n e r , C orp ú scu lo de, 144.
------------- e im ágenes, 335. M elodía. P ercep ción de la, 197.
------------- y m ateria prim a, 219. M em bran a basilar, 165.
L ib erta d de e je rcicio y volu n ta d, 406. — de R eissn er , 166.
— de elección , 406. — tectoria l, 167.
— d e especificación , 406. M em oria, 217, 230.
— d e v o lició n y b eh a viorism o, 403, 407. — y a p ren d iza je, 220.
H eren cia y, 403. -------- total, 224.
-------- y P sico lo g ía in dividua!, 398. — y a socia ción , 229.
--------------p sicoa n a lítica, 402, 408. ------------- de palabras, 229.
— vo litiv a y P sicología estru ctural, 407 — y ca m b io d el fo n d o del a pren diza­
— d e la v o lu n ta d , 406, 408. je, 228.
------------- y gestalt, 408. — C on cep to.
L ibido, 256. — C ualidades, 217.
L im ita ció n de la en ergía m ental, 43. — y curvas del a p ren d iza je, 220.
L in fa del oid o in tern o, 165. -------- d e reten ción , 226.
L in in a, 69. — D ia n oètica , 335.
L ocaliza cion es corticales, 126. — y diferen cia s individuales, 223.
Luz. A d a p ta ció n de la retin a a !a, 179. — y edad, 222.
— S e n . acion es, 178. — y ed u ca ción , 100.
-------- acrom ática s, 176, 178. — E lem ento psíqu ico, 217.
-------- crom á tica s, 176, 178. -------- som á tico, 218.
— y em oción, 222.
M — y en tren am ien to, 230.
— y fa c to r de preteridad, 217.
M á cu la artística, 148. — e im ágenes lib rem en te originales,
M a n ch a am arilla, 174. 220.
— de tin ta. T est de la, 211. — e im agin a ción , 217.
M areo. S en saciones de, 150. — in telectual, 311.
446 Indice alfabético

M em oria, N atu raleza psicosom à tica , 217, N


— p a p e l en la vid a m ental, 230.
— ■y p roceso in feren cia l, 311. N aturaleza, 414.
— del a lm a h u m an a , 414.
— R eglas, 230.
—. del co n o cim ie n to sen soria l, 261, 263-
M e n te anim al, 282, 284.
— F a ctores a ctiv os d e la, 272.
— B a se o rgá n ica de la, 126.
— F lexible, 93.
— C o n ce p to de in teligen cia , 290. — de la idea y volu ntad, 407.
— F a cto r a ctiv o de la, 381. — d el m é to d o discu rsivo y volu n ta rio,
— h u m an a , 289, 407.
— M étod os de estu dio de los p rocesos — y person a, 414.
m entales, 204. — p sicosom à tica , 217, 219,
— P oten cias, 386. — — d el sen tid o com ú n , 188, 190.
— P rin cip io s d e in teligen cia , 290. — subsisten te del a lm a h um an a, 411-
— S e n tid o m od ern o, 111. — su sta n cia l del a lm a h u m an a , 411.
-------- tra d icio n a l, 111, N ecesidades corp ora les, 150.
M eta ñ nal y volu n ta d, 406. N ervio auditivo, 167.
— del in telecto, 313. -------- R a m a coclea r, 167.
— de la volu ntad, 317, 320. N ervios cran eales, 126.
M etab olism o, 72. — espinales, 126.
N ervosism o. S en sacion es de, 152.
M etem psicosis, 421.
N eu ronas a feren tes, 125, 129.
M étod o ded uctivo, 57, 310. N euronas. A x ó n , 125.
— in du ctivo, 57, 310. — con ectora s, 129.
— del sistem a p sicológ ico de A q u i n o , — C u erp o célula, 125.
40, 42. — D endrita, 125.
M etod ología , 40, 42. — E structura, 125.
M icción . S en sacion es d e la, 151. — P ropiedades, 125.
M ín im o. L ey del, 282. — Sin apsis, 125.
— P r in cip io del, 282. N irvan a, 423.
M itosis, 73. N olición, 319.
Modiolus, 165. N orm a s de m ora lid a d y volu ntad, 408.
M o ra l y co n o cim ie n to in telectual, 396. N ú cleo, 69.
— C riterio de in teligen cia, 396. — de la P sicolog ía T om ista , 44.
M o tiva ción , 313, 315. N u cléolo, 69.
— C on cepto, 313. N u cleoplasm a, 69.
— C on dicion es, 314.
— Estudios experim en tales, 315.
— in telectual, 311, 313. O
M otivo, 313.
— A dq u isición de en ergía adecuada, O b je to fo rm a l, 51.
314. — m aterial, 51.
— A n a rición en la con cien cia , 314. — d e la volu n ta d, 321.
— co m o va lor, 313. O b jetos. C u alida des insensibles de lo s ,
— C o n cep to, 313, 233.
— F orm as, 313. O íd o. C om paración, c o n o jo , 176.
M otivos y cará cter, 369. — E stim u lación , 166.
— S en tim ien tos y, 313. — E structura, 164.
— y valores, 313. — e x tern o (au rícu la), 164.
M ov im ie n to loca l. P o te n c ia del, 258. — in tern o. L in fa del, 165,
O jo . C om p a ra d o c o n oíd o, 176.
— Sen sacion es de, 146, 148.
— E stim ulación, 173.
M ovim ien tos de a d a p ta ción del o jo , 174.
— E structura, 175.
— E xternos, y volición , 342.
— M ovim ien tos de a da p ta ción , 174.
M u erte fisiológica, 72. O lfa to, 155, 161.
Muí,l e u . T e o r ía de, 138. — A da p ta ción , 157.
M úsculos. C ualidad, 147. — C u alidad, 156.
— E stím ulos, 147. — Estím ulos, 156.
— O rgan os receptores, 147. — y gusto, 161.
— S en sacion es e n los, 147. — O rga n os receptores, 155.
Indice alfabético 447

O lfa to . U m bral, 157. P ercep ción . Ilu siones, 201, 203.


O lvido, 226. — del len gu a je, 197.
O ntogénesis, 278. — M ovim ien to, 197.
O ra ción y religión, 397. — de la m elodía, 197.
O rexis in telectual, 385. — P a p el en el co n o cim ie n to h u m a n o,
— sensitiva, 256, 261, 385. 204.
— y volició n , 317. — de la poesía, 197.
O rga n ism o b io lógico, 67. — d e p rofu n d id a d , 191, 193.
-------- C om posición , 92. — y P sicología gestáltica, 198.
-------- D escrip ción m ecán ica, 93. — del ritm o, 197.
-------- D e s ijn io in tern o, 93. — y sen tid o com ún , 199.
--------- S istem a eq u ip oten cia l a rm on io­ — de la solidez, 192,
so, 94. — del ta m a ñ o, 193.
-------- U n idad, 92. P erilin fa, 166.
O rga n iza ción , 67. P eríod o refra cta rio, 130,
O rg a n o de C o r t i , 166. P ersisten cia post-im agen, 179.
— sensorial, 164, 166. Persona, 359, 361.
O rga n os receptores, 145, 158. — y ca m b ios fen om én icos, 365.
— ru dim entarios, 278. — y ca rá cter, 360.
--------- C óccix , 279. — D eterm in a ción últim a, 360.
-------- P liegu e sem ilu n ar, 279. — y «e g o », 360.
-------- T im o, 279. — E xp erien cia , 159, 361.
O rgasm o sexu al, 152, — In m u ta b ilida d , 360.
O rigen d el a lm a h um an a, 418, 420. — y naturaleza, 360.
~ anim al, 281, 283. — y person alidad , 360.
— d e la vida intelectual, 418, 420. — P u n to de vista tra d icion a l, 360.
orgán ica, 99. — Su sta n cialida d, 361.
------------- sensorial, 281. — U n idad, 361.
O scuridad. A d a p ta ción de la retin a a P erson alidad, 359.
la, 179. — y cará cter, 360.
— y «e g o », 361.
— m últiple, 365.
P — y person a, 359.
— p a tológica , 359.
F a c in i . C orp ú scu los d e, 147. P erson a lism o y psicoan álisis, 359,
P aleon tolog ía , 270, Piel, 142,
~ y evolu ció n d el cu erp o h u m an o, 279. Piltdown. H om b re de, 280.
-------- de la vida, 270. Pithecantrovus erectus, 279.
P ap el en la vida m en ta l, 229. P la sm a germ inal, 271.
P aralelism o p sico íisico, 402, 415. Placer. S en tim ien to de, 247, 249, 263.
P asión . C on cepto, 245. Plasm osom a, 69.
P en sa m ien to cre a d o r y a socia ción , 337. P lastidio, 68.
-------- y v olición , 337. P legaria, 397.
--------y v o lu n ta d , 337. P liegu e sem ilunar, 279.
— produ ctivo, 337. P od er estim ativo, 233, 235.
P ercep ción , 190, 199. -------- e in stin to, 234.
— A m bigüedades, 199, 201. — V olu n ta d de, 371, 373.
— C aracterísticas espaciales, 190, 195. P oesía. P e rce p ció n d e la, 197.
tem porales, 195, 197. P osim agen, 179.
— y co n ce p to , 285, 304, 382. — E jem plos, 180.
— C ualidades, 209. — F recu en cia , 179.
— d ife re n cia d a d e im agen, 209. — P ersistencia, 180.
— de la distancia, 193. — P ositiva, 179.
— D u ración , 196. P oten cia y acto, 41, 44, 80.
— E lem en to psíquico, 189, 191. — d el m ov im ien to local, 258, 259.
— — som á tico, 190. — P reexisten cia del a lm a h u m an a , 420.
— de la s en ergías vivientes, 87. — P reserva ción d e la in tegrid a d p r o to -
— d e la e x ten sión e n superficie, 191. p lasm ática, 74.
— ■ F a ctores ven ta josos, 200. Presión. Cualidad, 144.
— d e la fo rm a , 191. — Estím ulos, 144.
— gestalt, 198. — O rgan os receptores, 144.
448 Indice alfabètico

Presión . S en sacion es de, 145. P sicolog ía y cien cia , 52, 59.


P rin cip io de la a cció n m asiva cortical, ------------- en sen tid o estricto, 59.
126. — cien tífica, 61.
— d e c o n t in u id a d , 267. — — D iferen cia d a de filosofía, 56, 59,
.j_de la eq u ip oten cia lid ad cortica l, 126. — com p a ra d a e in teligen cia, 290.
__ filosófico y evolu ció n de la vida, 267, — d el con ten id o, 115.
269. — d in á m ica, 115.
— de in determ in a ción , 402. — y e m oción , 255.
---------de H eisenberg , 402. — em p írica , 59.
— de in m a n en cia , 398, — E scuelas de, 113.
— del m ín im o, 282. — estru ctural, 114.
— de la p ro p o rció n causal, 268. — fa c to r ia l y fa cu lta d es del h om bre.
— de la ra zó n suficiente, 404. 386, 388.
— vital, 95, 97, 276. -------- e in teligen cia, 290.
-------- N aturaleza, 156. — F ilosófica, 60.
P rism a o lfa to rio , 156. — e in stin to, 119.
P roblem a s. S o lu ció n de, 221. — fu n cion a l, 115.
P roceso de a p ren d iza je, 224, 226. — general, 59.
— — — y m a teria prim a, 221. -------- y co n cie n cia , 115.
— con cep tu a l, 295, 301. — gestáltica, 118, 198.
-------- E studios exp erim en tales, 299. -------- y con cien cia , 118.
---------Sign ificado, 295. -------- y percep ción , 198.
-------- T a re a del fan tasm a, 299. -------- y volu ntad, 407.
— in fe re n cia l y cien cia, 309, 311. — y h á b ito, 353.
---------y estudios exp erim en tales, 310. — h ó rm ica y con cien cia , 116.
-------- y fa c t o r «lu ego», 311. — in dividual, 120.
-------- y F ilo so fía , 310. -------- y ca rá cter, 371,
-------- y m em oria, 311. -------- y volu n ta d , 403,
■--------y silogism o, 311. — e in stin to, 119.
— in telectu a l d iferen cia d o del senso­ — e in trosp ección , 42.
rial, 306. — y lib erta d d e volición , 402, 407.
— in ten cion a l, 336. — M ateria, 52.
— d e ju icio y estu dios experim en tales, — M étod os ob jetivos, 57.
307. -------- sub jetivos, 57.
------------- y p ro ce so s sensoriales del co­ — m od ern a, 48.
n o cim ie n to , 306. — C u alidades insensibles de los, 233.
P rocesos d e som estesia y ta cto, 142. — m otora , 117.
P ro d u cto s de los sen tid os y ju icio , 306. — O b je to fo rm a l, 45, 59.
P ropieda d es de las neuronas, 125. — y otras cien cia s positivas, 52, 54.
P ro p o rció n cau sal. P rin cip io de, 268. — perenn e, 120.
P rotopla sm a, 68. — P o s ició n en el sistem a de las cien-
— A da p ta ción , 73. cias, 52.
— E structura quím ica inestable, 74. — p sicoa n a lítica, 119.
— In tegrid a d, 74. — refleja , 118.
— Irrita b ilida d , 74. — y sueños, 212.
— R egen era ción , 74. — tip ológ ica , 120.
— P repa ra ción , 74. — T om ista . M ateria, 51.
P ru eb a m o ra l d e la in m orta lida d, 248. -------- N ú cleo d e la, 44.
424. — T ra d icion a l, 120,
-------- de la su p erviven cia del alm a h u ­ — V olu n ta d d e la, 120.
m an a, 424. P u lsación. S en sación de, 168.
— y con cien cia, 119. P u n to ciego, 174.
Psicoa n á lisis y cará cter, 370. — de sa tu ra ción , 126.
— y p erson a lid a d p a tológica , 353. P u ntos d e frío , 146.
— y person alism o, 354. P u h k in je . F en óm en o de, 181.
— y volu ntad, 403. 407. P ú rpu ra visual, 181.
P sicología . A ctitu d cien tífica, 01.
-------- filosófica, 60.
— del acto, 115.
— d e A quino , 38, 45.
Q
— behaviorista, 117. Q uinestesia, 147.
Indice alfabético 449

R R etícu lo, 68.


R etina, 174.
R a m a coclea r, 167. — A d a p ta ció n a la oscu ridad d e la,
R a sgos circu n sta n cia les de la aten ción , 179.
329, 331. —■ B a ston es d e la, 174.
Rationes seminales, 105. Rhodesia. H om b re de, 280.
R a zó n suficiente. P rin cip io d e la, 403. R itm o y m a teria prim a, 225.
R a zon a m ien to, 310. — p e r ce p ció n del, 197.
R ea ccio n e s de defen sa, 344. R o l a n d o . C isu ra de, 128.
— sustitutivas, 345. R o r s c h a c h . Test de, 211.
R ealidad. M a teria prim a. 78. R u id o, 169.
R ealism o, 393.
— y co n o cim ie n to in telectu a l, 393, 395.
R e cep tores sensoriales, 136. S
R e cita ció n y m ateria prim a, 225.
R e fle jo . A cto , 341. tSaccuHna» , 213.
— A rco, 130. S a crificio y religión, 397.
— C o n cep to, 129, S ácu lo, 148.
— C o n d icion a d o, 131. S a tisfa ccion es corporales, 151.
— E jem plos, 130. S a tu ra ción , 177.
— Estím ulos, 129. S ector a u tón om o del sisteiíia nervioso,
— ¡a co n d icio n a d o , 132. 128,
— e in stin to, 240. Sed, Sen sacion es de, 151.
— M eca n ism o n ervioso, 130. S en sación , 135.
— P ropiedad es, 129. — A nálisis, 137.
-------- A d ición , 130. — A sp ecto p sicológ ico, 135.
-------- F a cilita ció n , 130. — C a rá cter cogn itivo, 135.
-------- P eriod o de laten cia, 130. -------- vital, 136.
------------- re fra cta rio , 130. — C on cep to, 135.
-------- P rivilegios de paso, 131. — Cualidad, 138.
-------- P rop a ga ción , 129. — D u ra ción , 140.
— P sico lo g ía del, 118. — E stím ulos, 135.
— R espuesta, 130. — F a se física, 135.
— sim ple, 130. — — fisiológica, 135.
-------- alim en ticio, 131. — In ten sid a d, 139.
-------- a u tón om o, 131. — y ley de W eber-F echner , 139.
-------- c irc u la to rio , 131. — O b jeto, 140,
-------- excretorio, 131. — y recep tores sensoriales, 136.
-------- rep rod u ctivo, 131. — R ela ción del estím ulo c o n la c o n ­
-------- respiratorio, 131. cien cia , 135.
R egen era ción , 74. — T eorías tom ista s y teoría s m od er­
R e i s s n e r . M em bran a de, 166. nas, 140.
R ela cion es. A p reh en sión de, 309. Sen sacion es en la s articulacion es, 147.
R e lig ió n y co n o cim ie n to in telectual, — auditivas, 168, 170.
396. -------- In ten sid a d de las, 168.
— C riterio de Inteligencia, 396. — d e bienestar, 153.
— y duda, 397. — del cu erpo, 150, 153.
— y Fe, 397. — cu tá n eas de ca lor, 146.
— y o ra ción , 397. — — d e dolor, 145.
— y sacrificio, 397. ------------- F río, 146.
R e m in iscen cia , 219. ------------- presión, 144.
— y m ateria prim a, 218. — d e defeca ción , 152.
R ep a ra ción , 73. — desagradables, 247, 249.
R e p e tició n y h ábito, 352. — d e dolor, 145.
R ep resión sexu al y sueño», 213. — y em ocion es, 417.
R e p ro d u cció n agám ica, 73. — de en ferm eda d, 152.
— gám ica, 73. — de equilibrio, 148.
R eson a n cia . T e o r ía d e la, 169. ------------- din á m ico, 149.
R eson a n cia s, 203. ------------- estático, 148.
Respuesta. P sico lo g ía de la, 169. — eróticas, 151.
R e ten ción . A p ren d iza je de, 226. — de fatiga , 153.
KRENltAN, 29
450 Indice alfabético

S en sa cion es d e frío , 146. S en tim ien to. S ign ifica d o en la teoría


------------- p a ra d ó jico , 140. de AQUINO, 246.
— d e gusto, 158, 161. S en tim ien tos agradables, 2 4 7 , 249 , 314 .
— d e h am bre, 151. — desagradables, 247, 249.
— d e la cta ción , 55. — y m otivos, 313.
— d e m areo, 150, — T eorías, 247 .
— de la m icció n , 151. S erolog ia y evolu ción d e la vid a , 273.
— d e m ov im ien to, 147. S e x o y m ateria prim a, 223.
— en los m úsculos, 147. S ig n ifica d o de la aten ción , 325.
— N ecesidades de, 150. S ig n ifica ción en la teoría de A q u i n o ,
— d e n ervosism o, 151. 3 7 9 , 381, 384.
—■ orgán icas, 150, 153 S ilog ism o, 3 10.
— p a ra d ó jica s, 146, — y p roceso in feren cia l, 311 .
— de presión , 144. S im p licid a d d el a lm a h u m an a , 413.
— d e pu lsación, 168. Sinanthropus pekinensis, 279.
— quinestésieas, 147. S istem a n erv ioso a u tón om o, 128.
— S a tisfa ccion es, 151. ------------- y em oción , 255.
— d e sed, 151, — F u n ción , 255.
— de s o fo ca ció n , 151. -------- C erebelo, 126.
— de son id o, 168, 170. -------- C ereb ro, 127.
— d e ta c to o presión , 144. -------- cerebrospinal, 126.
— de tem peratura, 146. ---------- D ivision es, 127.
— térm icas, 146. ------- - F u n cion es del, 129.
Sen sibles com u n es, 189. -------- M edula espinal, 125.
— propios, 189. ------------- o b lon g a , 126.
Sen sualism o, 451. -------- N ervios cran eales, 126.
S e n tid o ca rita tiv o , 187, 233, 243. ---------------- espin ales, 126.
— — y estim a ción , 234. -------- S e cto r a u tón om o, 128.
— — F u n ció n e n la v id a m en tal, 334, ------------- p a ra sim p à tico, 129.
243. ------------- sim p á tico, 129.
— com ú n , 137, 189. -------- T a rea , 125.
-------- - D efinición , 187. -------- U n id a d a n a tóm ica , 125.
-------- E lem en to psíquico, 188, 190. — p sicológ ico, 4 0, 51.
-------- - y gestalt, 198, 200. -------- de A q u i n o . M é to d o del, 39, 41.
---------e im ag in a ción , 214. S o fo ca ció n , S en sacion es de, 151.
-------- N aturaleza p sicosom á tica del, 188, S olid ez. P erce p ció n de la, 192.
191. S o lu ció n de con flictos, 345, 364.
-------- O b je to , 188. — d e problem a s e im agin a ción , 215 .
-------- y p e rcep ción , 198. S om a top la sm a , 271.
-------- y te o ría sob re la p ercep ción , 197, S om estesia y ta cto. P rocesos de, 142.
199. S on id o y con son a n cia , 168.
— d ife re n cia d o de in telecto, 198. — y d ison a n cia , 169.
— S e n tim ie n to d e in feriorid a d , 372. — fu n d a m en ta l, 168.
S en tid os. F o rm a en los, 136, 261. — In ten sid a d , 168.
— e in telecto, 393, 398. — y latidos, 168.
— in tern os, 187, 217. S en saciones, 168.
— q uím icos, 155, 161. — Su perton os, 169.
-------- - G usto, 157, 161. — T im b re, 168.
— — O lfato, 155, 161. — T o n o , 169.
S en tim ien to, 247, 263. Species sensibilis, 262.
— C o n co m ita n cia con los actos con s­ S u b lim a ción , 258, 345.
cientes, 246, 263. S u eñ os. C o n te n id o la ten te, 213.
— C ualidades, 247. -------- m an ifiesto, 212.
— C ategorías de, 247. — de los deseos, 212.
— y e m o ció n , 246, 248, 253. — D eseos sa tisfech os m ed ia n te los, 213.
—• de in fe rio rid a d y carácter, 372. — E stím ulos, 213.
— Im p o rta n cia p a ra la m e n te y el — e im ag in a ción , 212, 214.
cuerpo, 247. — In te rp reta ción , 213.
— y ju icio , 304. — y P sicolog ía p sicoa n a litica, 213.
— de placer, 246, 249, 262. — y rep resión sexu al, 213,
— y sen sación , 247. — y teoria de la sa tisfa cción , 213.
Indice alfabético 451

S u je to del apren dizaje y m ateria pri­ T eoría m otora , 332.


m a, 224. — d e M üller , 138.
S u per-ego, 119. — d el p a trón son oro, 171.
S u perton os, 169. — d el p en sa m ien to sin im ágenes, 300.
S u perviven cia d el a lm a h um an a, 423, — del reforza m ien to, 332.
425. — d e la reson a n cia , 170.
— im personal, 423. — telefón ica , 171,
— person al, 423, 425. — d e la tran sm igración , 421.
S u sta n cialida d d el a lm a h um an a, 422. — sob re la visión cro m á tica de L add-
S u sta n cias parap lasm áticas, 69. F ranklin , 133.
— vitalista, 276.
T eorías de la aten ción , 331, 333.
T — de la aud ición , 170, 172.
— filosóficas, 83.
Tactus, 142. — del In determ in ism o extrem ado, 405,
T a m a ñ o, P e rce p ción del, 194. — m ecan icista, 84, 86.
Tarea, 336. — m od ern as e in teligen cia, 291.
— d e l fa n t a s m a , 298. — sob re ia percep ción , 198, 200.
T e m p era m en to y cará cter, 368. — sob re la visión crom á tica , 182.
T en d en cia s determ inantes, 320. — vitalistas, 88, 90.
---------y c o n a c ió n , 320. — d e la volu n ta d, 405, 408.
---------y escola sticism o, 321. Test d e R o r s c h a c h , 211.
-------- y fu erza de volu n ta d, 323. — d e la m a n ch a de tin ta, 211.
-------- e hipnosis, 326. — y m ed icion es, 388.
-------- perseverativas y m ateria prim a, T eta n oid e. T ip o d e cará cter, 375.
220 . T im b re. S on ido, 168.
T e n d o n e s . C u a lid a d , 147. T im o, 373.
— Estím ulos, 147. T ip o de ca rá cter cicloide, 374.
— O rgan os receptores, 147. -------- esquizoide, 374.
— S en sacion es en los, 147. -------- teta n oid e, 374.
T e o r ía d e A q u in o , 233, 234. T ip o s d e aten ción , 326.
— — — y c o n o c i m i e n t o in t e le c tu a l, — d e a udición , 168.
393, 395. — religiosos, 307.
-------------- e in s tin t o s , 234, 240. — d e visión, 176, 179.
— c r e a c io n a l, 282. T o n o , 168.
— c e n t r o -s e n s o r ia l, 332. — S on ido, 168.
— d e l c o n o c im ie n t o y g e s ta lt, 391. T ra d icion a lism o y con cien cia , 121.
— de D a r w is , 254, 274. T ra n sm igra ción . T eoría d e la, 421.
—. de las descargas. A u dición , 171. T r o m p a d e E u s t a q u i o , 165.
— d e la d u p lic id a d , 181.
— de la em ergen cia restrin gid a d e la
vida, 282. U
— sobre la e m o c i ó n d e J am e s -L an g b ,
254. U ltim o ju icio p rá ctico, 404.
— d e la s e n e r g ía s n e r v io s a s e s p e c if ic a ­ U n ida d a n a tóm ica d el sistem a n ervio­
d a s, 13S. so, 125.
— en telequian a sob re la vida, 89. — d el yo, 418.
— d e l a fa c ilit a c ió n , 332. U n ión sustan cia l del cu erp o y alm a,
— de las facu lta des, 356, 388. 416, 418.
— freud iana, 256. U trículo, 148.
— g e n é t ic a , 333.
— d e H e r in g , 183.
— h ó r m ic a , 255, V
— id eom otora, 342,
— d e l in d e t e r m in is m o m o d e r a d o , 405, V a cu ola , 69.
40S. V a lo r de la F sicologia cien tífica, 6 ).
— • d e la in h ib ic ió n , 343, V alores y cará cter, 369, 377.
— d e J am es -L a n g b , 254. — generales y volu ntad, 406.
— d e L add-F r a n k l i n , 183. — y m otivos, 313.
— d e L a m a u c k , 275. — pa rticu la res y volu ntad. 405.
— d e la m ateria y la fo rm a , 77, 79. — y volición . 313.
452 Indice alfabético

V en ta n a oval, 164, 166. V ida vegetal, d iferen cia d a de la vid *


— red on da , 166. anim al, 261.
V erd ad , 394. V irtu d m ora l y ca rá cter, 373.
V id a a nim al, en sus com ienzos, 281. V isión b in ocu la r, 192.
— — C o m p o sició n psicosom à tica , 263. — crep u scu la r, 177, 179.
C reación , 282. — crom á tica . T eoría s d e H er ik g , 18Í.
-------- D estin o, 284. L add-F r a n k í .i n , 183.
-------- d iferen cia d a d e vida vegetal, S61. -------- — Y o d n g -H elMHoltz , 182.
-------- E m ergen cia a bsoluta, 281. — E stim u lación , 175.
------------- restringida, 282. — E structura d el ojo, 173.
-------- N aturaleza, 261. — M a ra villa de la, 176.
-------- O rigen , 281. — P ecu lia rid a des d e la, 179, 181.
-------- P rin cip io, 261. — S en sacion es a crom ática s, 178,
-------- en los tiem p os actu ales, 383. -------- crom á tica s, 176.
i -------U nidad, 264. -------- de la, 175, 178.
------------- psicosom à tica , 264. — T eorías de la du plicidad, 181.
— A petición , 262. -------- de H er in g , 183.
— C o m p o sició n p sicosom à tica , 264. --------’ d e L acd-F r a n k h n , 183.
— C on d u cta ex te rn a , 263. -------- d e la, 182, 184.
— C o n o cim ie n to , 262. -------- de Y o u n o K e i .m h o l t z , 182.
— D efin ición , 83. — T ip o s de, 176, 179.
— E spon ta n eida d de la, 84. V olición , 317, 323, 401, 409.
— H áb ito de la, 356. — y a p etición in telectu a l, 317.
— In m a n e n cia d e la, 261, 216. — y a socia ción , 335 .
— in telectual, 391. — y co n cien cia del yo, 319,
-------- D estin o, 423, 425. — D o ctrin a de A s u in o , 405, 408.
-------- N atu raleza, 414. — y ego, 319.
— — O rigen , 419, 421. — y elección , 319.
— L im ites d e la te oriza ción d e o t íftc a , — E scu elas d e in terp reta ción , 401.
267. — E studios exp erim en ta les, 321, 32*.
— m en tal, P a p el en la, 230. in du ctivos, 409.
— N aturaleza, 260, 263. — F orm a s de, 317.
— orgán ica. C ausa final, 107. -------- d e con sen tim ien to, 318.
------------- y crea cion ism o, 103. -------- d e elección , 319.
-------- D esign io in trín seco, 93, — M eta final, 424.
-------- N aturaleza, 83. — y m ov im ien tos externos, 342.
-------- O rigen, 99. — n atural, 318 .
— — en sus com ien zos, 103. -------- C om p la cen cia , 318.
-------- en el tiem p o actu a l, 106. -------- F ru ición , 318.
--------- P ropiedades, 67. -------- In ten ción , 318.
-------- U nidad, 92. — N aturaleza, 409.
— O rga n iza ción de la, 67. — y n olición , 318.
— O rigen del cu erp o h u m an o, 876, J80. — O b je to de la, 320.
sensitivo, 264, 284. — y orexis, 313, 317.
— O rigen vegetativo, 264, 284. — y p en sa m ien to crea d or, 337.
— P rin cip io de, 262, 264. — R a sg os generales, 319.
— P rin cip ios filosóficos, 267. -------- particu la res, 319.
— P ropieda d es orgán icas, 67, *69. — T en d en cia s determ inantes, 320.
— sensitiva, 242, 265. — T eorías, 401, 409.
— y valores, 314.
-------- y crea cion ism o, 264.
V olu n tad, 317, 321, 323, 401, 409.
— sensorial, 262, 264.
— A c t o volitivo, 317, 321.
-------- e n los com ien zos, 281.
— y a socia ción , 335.
-------- D estin o, 284. — y beh aviorism o, 403, 408.
-------- O rigen , 281. — y bon d a d, 409.
-------- en e l tiem po actual, 26*. — d e com u n id a d , 372.
— T e o ría s filosóficas, 83. ------------- y ca rá cter, 373, 375.
-------- m ecan icistas, 84, 86. — C on cep to, 406.
-------- vitalistas, 88, 90. — C reen cia s y costu m bres del h om bre.
— U n ida d psicosom à tica , 264. 408.
— V a lo ra ció n de la, 85, 90, 94. — y deliberación , 320.
Indice alfabético 45S

V olu n ta d , D o ctrin a de A q u i n o , 405, 408. V olu n ta d de la P sicología , 120


— y estu dios in du ctivos, 409. — y P sicolog ia gestáltica, 408.
— F a cu lta d d e querer, 406. ------------- in dividual, 403.
— F u erza de, 323. — T eorías b iológicas, 402.
— F u n cion es de la, 318. -------- del determ in ism o extrem a d o. 40 L
— e ideas abstractas, 407. 405.
— In d ife re n cia activa, 406. -------- físicas, 401, 403.
-------- pasiva, 406. -------- d el' in determ in ism o extrem a d o.
— y le y de la con serva ción . 402. 405.
— L ib erta d de la, 406, 409, -------- m od era d o, 405, 408.
--------- de e je rcicio , 406. -------- psicológicas, 404.
-------- especificación , 406. — y valores generales, 318, 404.
— y m eta final, 406. particulares, 318, 405.
— y m otivos, 324.
— y n atu raleza de la idea de bondad,
407.
vr
— del m é tod o discu rsivo, 407. W e r n ic k e . C e n t r o de, 128,
— y n orm a s de m oralida d, 409.
— O b je to d e la, 313, 321,
— y pen sa m ien to crea d or, 337. Y
— de poder, 371, 373. Y o. U nidad del, 418.
— de p od erío y ca rá cter. 371, 373. Y o t j n g - H e l m h o l t z , 181
— y psicoan álisis, 403. 408. -------- T eoría de. 18*

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