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Platón (La Republica).

La República, la mayor obra política de Platón, trata de la cuestión de la justicia y


por lo tanto de las preguntas:

 ¿Qué es un Estado justo?


 ¿Quién es un individuo justo?

El Estado ideal, según Platón, se compone de tres clases: La estructura económica


del Estado reposa en la clase de los comerciantes. La seguridad, en los militares, y el
liderazgo político son asumidos por los reyes-filósofos. La clase de una persona viene
determinada por un proceso educativo que empieza en el nacimiento y continúa hasta que
esa persona ha alcanzado el máximo grado de educación compatible con sus intereses y
habilidades.

Los que completan todo el proceso educacional se convierten en reyes-filósofos.


Son aquellos cuyas mentes se han desarrollado tanto que son capaces de entender las ideas
y, por lo tanto, toman las decisiones más sabias. En realidad, el sistema educacional ideal
de Platón está, ante todo, estructurado para producir reyes-filósofos.

Asoció las virtudes tradicionales griegas con la estructura de clase del Estado ideal.
La templanza es la única virtud de la clase artesana, el valor es la virtud de la clase militar y
la sabiduría caracteriza a los gobernantes. La justicia, la cuarta virtud, caracteriza a la
sociedad en su conjunto. El Estado justo es aquel en el que cada clase debe llevar a cabo su
propia función sin entrar en las actividades de las demás clases.

Platón aplicó al análisis de la humana un esquema semejante: la racional, la


voluntad y los apetitos. Una persona justa es aquella cuyo elemento racional, ayudado por
la voluntad, controla los apetitos. Existe una evidente analogía con la estructura del Estado
anterior, en la que los reyes-filósofos, ayudados por los soldados, gobiernan al resto de la
sociedad.

La política platónica no ignora la realidad empírica ni se propone destruirla, sino


que quiere asumirla, sólo que para ponerla en contra de ella misma. Lo decisivo del
proyecto metafísico es la posición de un lugar fundante ?por encima? de lo dado. Los
ámbitos de la realidad? physis, pólis- que se habían presentado al pensamiento ?los
presocráticos, los sofistas, los trágicos- con toda su densidad ontológica y preñados de
movimiento, diferencias y contradicciones, ya no dan cuenta de sí y tienen que ser
sostenidos desde otro lugar.

Platón sabe perfectamente que no hay otro lugar para la política que la polis
empírica, pero le niega toda creatividad genuina. Su espontaneidad se convierte en el
crecimiento de la multiplicidad y la apariencia. Ésta es la pesada herencia del platonismo
(esto es, de la metafísica), que descalifica de entrada cualquier posibilidad de que lo dado
pueda jugar desde sí, y le impone ser moldeado desde otro lado. La verdad tiene que ser
encontrada en un lugar ?más arriba? y desde allí debe ser organizado lo inmediato. No
importa la propuesta política concreta, el verdadero contenido es el establecimiento de estos
planos. Con ellos se establece un horizonte ?autoritario? o ?totalitario? que pretende
disolver toda particularidad y toda finitud positiva colectiva o individual. Dentro de ese
horizonte no puede haber juegos de amor y lucha, ni crecimiento orgánico, ni deliberación
y elección de fines finitos y múltiples, ni atención a la oportunidad (al kairós, clave de la
política sofística). El dios, y no el hombre, es la medida de todas las cosas (Leyes 716c).
Por supuesto, lo dado, lo sensible, lo empírico, el cuerpo, la ciudad de los hombres, es un
dato primario e imposible de suprimir, y Platón lo sabe.

Política platónica: el hombre es un ser social que solo alcanza su perfección en la


ciudad, de modo comunitario. El Estado es el único capaz de armonizar y dar consistencia a
las virtudes individuales. Platón diseña la estructura de su República ideal compuesta de
tres clases sociales: los filósofos, los guerreros y los artesanos. Los primeros tienen el
mando y gobierno general, pues su virtud es la sabiduría, los guerreros velan por el orden y
la defensa ( su virtud es la fortaleza ), y los artesanos, pueblo llano, son dirigidos por la
templanza, virtud que ha de ser común a todos

Bolívar (La Republica).

El discurso de Angostura es la intervención que hizo Simón Bolívar en el recién


creado Congreso de Angostura en el contexto de la independencia de Venezuela y
Colombia. El discurso fue publicado en el Correo del Orinoco, números 19, 20, 21 y 22 del
20 de febrero al 13 de marzo de 1819.

En el discurso pronunciado durante casi una hora ante El Congreso de Angostura, el


Libertador analizó de manera profunda la realidad de su tiempo, señalando la conveniencia
de que las instituciones que surgieran en América a raíz de la Independencia, debían
responder a las necesidades y posibilidades de estas sociedades, sin copiar modelos de
tierras extrañas. Aunque se reconoce en este documento lo favorable del régimen federal
para otras naciones; se sostiene que en el caso de Venezuela es preferible un Centralismo,
basado en un Poder Público distribuido en las clásicas ramas: Ejecutivo, Legislativo y
Judicial; resaltando la fortaleza del Ejecutivo. Sugiere también Bolívar que a estos tres
poderes se agregue una cuarta instancia denominada Poder Moral, destinado a exaltar el
imperio de la virtud y enseñar a los políticos a ser probos e ilustrados. Asimismo, concebía
la idea de una Cámara Alta hereditaria, para mantener en ella la tradición edificante de los
padres de la patria; lo cual no encajó muy bien con la letra del Poder Moral. En una
demostración de gran ilustración el Libertador hace reminiscencias de Grecia y Roma y
examina las instituciones políticas de Gran Bretaña y Estados Unidos, citando para esto a
filósofos y políticos de la Enciclopedia y de la Revolución Francesa, para desembocar en la
necesidad de instaurar un sistema republicano-democrático, con proscripción de la nobleza,
los fueros y privilegios, así como de la abolición de la esclavitud. Otro aspecto al que
dedicó una importancia fundamental en el proceso de consolidación de las repúblicas
latinoamericanas, fue a la educación. En este sentido, para él educar era tan importante
como libertar. De lo que se desprende su memorable sentencia: "Moral y luces son los
polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades". Después de
desarrollar otros tópicos relacionados con una visión sobre la grandeza y el poderío de la
América libra y unida, cierra Bolívar su discurso con la siguiente exhortación al Congreso:
" Señor, empezad vuestras funciones: yo he terminado las mías". Tras esto hizo entrega de
un proyecto de Constitución así como del Poder Moral, a fin de que fueran estudiados por
los diputados, añadiendo: "El Congreso de Colombia está instalado; en él reside, desde este
momento, la Soberanía Nacional. Mi espada y las de mis ínclitos compañeros de armas
están siempre prontas a sostener su augusta autoridad. ¡Viva el Congreso de Colombia!".

Luego de pronunciar su discurso, Bolívar tomó juramento a los diputados y luego


puso en manos del presidente del Congreso, Francisco Antonio Zea, su bastón de mando,
renunciando con esto a su cargo de jefe supremo; lo que no fue aceptado por el poder
legislativo, que por unanimidad se lo devolvió. El discurso efectuado por Bolívar ante el
Congreso de Angostura, fue publicado (aunque incompleto) los días 20 y 27 de febrero y 6
y 13 de marzo en las columnas del Correo de Orinoco. También fue traducido al inglés por
James Hamilton e impreso en los talleres de Andrés Roderick, en Angostura. En abril de
1820, circuló en Bogotá un folleto con el texto en español revisado por el propio Bolívar.
Por mucho tiempo estuvo extraviado el manuscrito original que leyó el Libertador ante el
Congreso de Angostura, hasta que en 1975 los miembros de la familia británica Hamilton-
Grierson, descendientes de James Hamilton (quien lo había conservado en su poder) lo
devolvieron a la nación venezolana.

Montesquieu (La Republica, Monarquía y Despotismo).

Montesquieu ya se había hecho célebre con la publicación de sus Cartas persas


(1721), una crítica sarcástica de la sociedad del momento, que le valió la entrada en la
Academia Francesa (1727). En 1748 publicó su obra principal, Del espíritu de las Leyes,
obra de gran impacto (se hicieron 22 ediciones en vida del autor, además de múltiples
traducciones a otros idiomas). Hay que enmarcar su pensamiento en el espíritu crítico de la
Ilustración francesa, con el que compartió los principios de tolerancia religiosa, aspiración a
la libertad y denuncia de viejas instituciones inhumanas como la tortura o la esclavitud;
pero Montesquieu se alejó del racionalismo abstracto y del método deductivo de otros
filósofos ilustrados para buscar un conocimiento más concreto, empírico, relativista y
escéptico.

En El espíritu de las Leyes, Montesquieu elaboró una teoría sociológica del


gobierno y del derecho, mostrando que la estructura de ambos depende de las condiciones
en las que vive cada pueblo: en consecuencia, para crear un sistema político estable había
que tener en cuenta el desarrollo económico del país, sus costumbres y tradiciones, e
incluso los determinantes geográficos y climáticos.

De los diversos modelos políticos que definió, Montesquieu asimiló la Francia de


Luis XV -una vez eliminados los parlamentos- al despotismo, que descansaba sobre el
temor de los súbditos; alabó en cambio la república, edificada sobre la virtud cívica del
pueblo, que él identificaba con una imagen idealizada de la Roma republicana; pero,
equidistante de ambas, definió la monarquía como un régimen en el que también era
posible la libertad, pero no como resultado de una virtud ciudadana difícilmente alcanzable,
sino de la división de poderes y de la existencia de poderes intermedios -como el clero y la
nobleza- que limitaran las ambiciones del príncipe.

Fue ese modelo, que identificó con el de Inglaterra, el que Montesquieu deseó
aplicar en Francia, por entenderlo adecuado a sus circunstancia nacionales. La clave del
mismo sería la división de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, estableciendo entre
ellos un sistema de equilibrios que impidiera que ninguno pudiera degenerar hacia el
despotismo.

Desde que la Constitución de los Estados Unidos plasmó por escrito tales principios,
la obra de Montesquieu ejerció una influencia decisiva sobre los liberales que
protagonizaron la Revolución francesa de 1789 y la posterior construcción de regímenes
constitucionales en toda Europa, convirtiéndose en un dogma del Derecho Constitucional
que ha llegado hasta nuestros días. Pero, junto a este componente innovador, no puede
olvidarse el carácter conservador de la monarquía limitada que proponía Montesquieu, en la
que procuró salvaguardar el declinante poder de los grupos privilegiados (como la nobleza,
a la que él mismo pertenecía), aconsejando, por ejemplo, su representación exclusiva en
una de las dos cámaras del Parlamento.

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