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2
culpa, porque en el fondo sabemos que es bueno y no va a
tomar represalias, es al mismo Dios que se ha mostrado
distraído como un incompetente, permitiendo que ocurriera
esta injusticia.
3
Además, teníamos a nuestros padres según la carne
que nos corregían, y les respetábamos. ¿No nos
someteremos mejor al Padre de los espíritus para
vivir? ¡Eso que ellos nos corregían según sus luces y
para poco tiempo!; más Él, para provecho nuestro, en
orden a hacernos partícipes de su santidad. Ningún
castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos
duele; pero después de pasar por él, nos da como
fruto una vida honrada y en paz”.
4
lo que no está permitido?” (2,24), “¿por qué comen
tus discípulos con manos impuras y no siguen tus
discípulos la tradición de los mayores?” (7,5).
5
Sus mismos discípulos no terminaban de darle
crédito después de haber sido testigos de sus palabras y
milagros. En el episodio de la tempestad que se
desencadena cuando iban en las barcas por el lago
Tiberiades, no parece que soliciten un milagro de Jesús que
les salve de un naufragio inminente, más bien suena a
recriminación la frase con la que le despiertan del sueño:
“Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (4,38).
Parece como si le dijeran: “¡qué bonito, durmiendo en lugar
de echar una mano para achicar el agua que entra por todas
partes!” Más correcto hubiera sido pedirle su intervención
directamente pero, como continúa el evangelista, tras el
milagro que hace enmudecer el viento y calma las aguas,
“se quedaron espantados y se decían unos a otros:
-Pero ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le
obedecen!” (4,41). Su falta de fe les lleva a mostrar una
insolencia que el Señor pasa por alto.
6
de la resurrección de la hija de Jairo: “se reían de Él”
(5,40) dirá lacónicamente el evangelista.
7
No sólo sabía cuál era la voluntad del Padre sino que
la quería por encima de todo, deseaba sufrir las injusticias
que generan nuestros pecados, por eso increpó a Pedro
cuando éste manifestó su afán proteccionista queriendo
impedirle estos sufrimientos: “¡Quítate de mi vista,
Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como
Dios! (8,33).