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Midió entonces el tiempo que los felinos tardaban en escapar de esas cajas, y así
consiguió, Thorndike decía que por primera vez, una medida objetiva de la
inteligencia animal. Thorndike construyó unos tres o cuatro modelos con diferentes
mecanismos de apertura y, ¡oh sorpresa!, ninguno fue activado de manera
inteligente por ninguno de los gatos.
Los dispositivos de apertura, repito que ideados por él mismo, eran muy complejos:
cualquiera que los observe dirá que fueron pensados para dejar al gato como un
tonto: objetivamente, eran problemas muy difíciles; repito: ningún gato supo cómo
abrir aquellas puñeteras cajas (los más listos fueron aquellos que, vistas las
dificultades, se echaban una buena siestecita durante los ensayos). Cualquiera con
dos dedos de frente habría hecho un poco de autocrítica y reconocería que esas
cajas no eran apropiadas para medir la inteligencia de un gato.
Pero Thorndike, el pobre, no tenía ni un dedo siquiera de frente, y concluyó que la
estupidez no era de él ¡sino de los gatos! Y no sólo ellos: así por las buenas
Thorndike extendió sus estudios con gatos ¡a todo el reino animal! Pero lo peor de
todo no es eso: este ejemplo de estupidez humana, se reprodujo como un virus
entre casi todos los psicólogos estadounidenses, y la mayoría de ellos dio por
buenas y válidas las observaciones y conclusiones de aquel estúpido en aquella
estúpida situación; veamos en detalle cuáles fueron las conclusiones de
Thorndike… merece la pena para saber lo que es una mala investigación.
Nuestro protagonista hizo otros experimentos realmente muy poco cuidadosos (ya
lo sé: parece increíble que hiciera peores estudios, pero así fue), en los que trataba
de evaluar si esos gatos podían aprender mediante imitación. ¡Oh! sorpresa, sus
resultados fueron de nuevo negativos. Los primeros trabajos demostraban que los
gatos no tienen inteligencia aunque sí memoria de asociaciones E-R, y los de ahora
le demostraban que los gatos no tenían tampoco capacidad para aprender por
observación.
En estos últimos estudios un gato “experto” servía como modelo a otro que
simplemente estaba fuera de la caja; como “el aprendiz” no parecía salir de la caja
más rápido que otros gatos no expuestos al modelo, Thorndike concluyó que en esa
especie no había aprendizaje por imitación. Tampoco aquí estuvo muy sembrado
nuestro amigo que digamos. Estos experimentos sobre aprendizaje vicario eran
doblemente nefastos: primero porque seguían usando las mismas cajas problema,
y segundo porque en ningún momento Thorndike hizo nada para sostener la
atención del gato aprendiz sobre su modelo: si no observaban al modelo, y en
realidad no tenían ningún motivo para hacerlo, ¡¿cómo es posible decir que los
gatos no aprenden por observación?!
Las ideas de Thorndike fueron recogidas por Watson y los restantes conductistas:
lo único que hicieron fue eliminar la idea de que esas asociaciones E-R eran
mentales. El conductismo encontró los vientos favorables de la filosofía de la ciencia
dominante en aquella época: el Positivismo lógico del círculo de Viena (también
llamado Operacionalismo). Según esta filosofía las ciencias debían tomar como
referente a las matemáticas y la física, esto es, ciencias que trabajan con hechos
objetivos que pueden ser operacionalizados, esto es, formulables en términos
matemáticos (símbolos). De esta forma se rechazaba todo concepto que no pudiese
ser observado y representado mediante un número o una letra: la mente, la
intención, el placer, el dolor, no eran científicos.
Pero aunque los conductistas terminaran por traicionar el proyecto inicial de hacer
una psicología que explicara el proceso de formación de las especies, y aunque
fuese el conductismo la psicología dominante hasta mediados del siglo XX, no toda
la psicología fue conductista. Aunque ahora ya no se les nombre, muchos
psicólogos que se dieron en llamar “funcionalistas” siguieron trabajando bajo la idea
de situar los procesos psicológicos dentro del marco evolutivo. A diferencia de
Watson, que impresionado por los trabajos de Pavlov y Thorndike quería dejar por
inútiles e incomprensibles aspectos psicológicos como la intencionalidad o la
conciencia, hubo muchos otros que trataron de entender estos conceptos tomando
como base su función en la adaptación al medio.
Por mi parte, y aún a riesgo de ser etiquetado como antropomórfico por mis colegas,
si yo tuviera que juzgar la tesis de Thorndike (1898), diría lo siguiente. En primer
lugar que es imposible pensar en ningún comportamiento azaroso, ni tan siquiera
los movimientos del gato en una situación tan difícil: todos esos movimientos iban
dirigidos a una meta: salir de la caja. Esto se ve claramente al COMPARAR a los
gatos que intentaban salir con los que intentaban dormir: para unos estar ahí era un
problema mientras que para otros no: son, como siempre, los sujetos los que
definen sus propios problemas.
Por otro lado el supuesto azar no era tal, más bien podríamos decir que el gato
alcanzó a dar con el mecanismo de apertura mediante un movimiento cuya intención
no era activar un dispositivo que no podía entender y que por tanto no podía entrar
en sus planes, pero desde luego podemos pensar que su intención era la de salir
(por eso arañaba y mordía la caja en lugar de, por ejemplo, lamerse, rascarse o
dormir). Me gustaría encerrar a Thorndike en una habitación y observarle a través
de un espejo como los de los interrogatorios policiales en las pelis (o verle como
uno de los protagonistas de Cube).
Apuesto a que un vago como él sería de los que se queda dormido, me da igual: si
él duerme yo también, ya le despertaría el hambre… entonces empezarían mis
observaciones. Es como si lo viera. Empezaría por ir hacia la puerta, agarraría el
pomo e intentaría forzarlo… Frío, frío, Thorndike.
Después quizás cogiera impulso para intentar derribar la puerta con su hombro…
Ja, ja ¡no das ni una tío! Me he gastado una fortuna en esa habitación, he renunciado
a vacaciones para ahorrar lo suficiente y comprar una puerta blindada. El sistema
de apertura consta de tres pasos: en primer lugar has de arañar la puerta: sólo
cuando empiece a desprenderse la pintura entenderé que la respuesta es correcta;
después has de dar 4 vueltas, alternando derecha e izquierda, por ese orden, sobre
la baldosa que hace esquina frente a la puerta; y finalmente, tocar con el pulgar
izquierdo el borde superior del marco de la ventana. ¡No me iba a reír nada!
Es posible que tras 8 o 10 horas hubiera realizado las tres respuestas correctas;
sólo entonces le abriría la puerta para dejarle entrar en otra habitación donde
pudiera comer algo. Un poco de descanso y venga, a por el siguiente ensayo: ¡a ver
si ahora estás un poco más inteligente tío! No creo que fuera consciente de esas
tres respuestas aunque sí descartaría algunas, como por ejemplo tratar de derribar
la puerta o de forzar el pomo (lo cual también me hace pensar que ¡se tiene memoria
de las conexiones que no han logrado llevar al éxito!). Quizás esta vez empleara
menos tiempo, pero de nuevo sin comprender nada de lo que yo había dispuesto…
Y así hasta que tras 90 o 100 ensayos aprendiera lo que yo había tramado.