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Cari Schmitt

Romanticismo político

T raducción: Luis A . R ossi y Silvia Schwarzbock


Revisión: Jorge E. D otti

Universidad
Nacional
de Quilines
Ediciones
Intersecciones
Colección dirigida por C arlos A ltam iran o

D iseñ o original de p o rtad a: Sebastián Kladnieiu


Realización: M arian a Nemitz

T ítu lo original: Polttiscfie Romantiic

© Duncker & Humbiot. 1991


© Universidad Nacional de Quilmes. 2000
Ia reimpresión, 2005
Roque Sáenz Peña 180, (B1876BXD) Bernal, Buenos Aires, Argentina

ISBN: 987-9173-44-9
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
“De/midme como queráis, pero no como romántico”................................................................ 9
Jorge E. Dotti

RoTTianticísmo Político

Introducción....................................................................................... ..................................... 63
La concepción alemana: romanticismo político como ideología de la reacción y de la
Restauración. La concepción francesa: romanticismo como principio revolucionario,
el rousseaunismo. Explicación de la revolución a partir del esprit rotnantkjue y del esfíric
classique. La confusión del concepto y el camino hacia su definición.

1. La situación e x t e m a ......................................................................................................... 83

El significado político personal del escritor romántico en Alemania. La insignificancia


política de Schlegel. La evolución política de Müller: en Gottingen, anglófilo, en Ber­
lín, conservador anticentralista, feudal y estamental, en Tirol, funcionario del Estado
central absolutista.

II. La estructura del espíritu ro m án tico ...................................................................... 109

L La recherche de la Realité.................. ............................................................................. 109


El problema filosófico de ía época: la oposición entre pensamiento y ser y la irracionali­
dad de lo real. Cuatro formas diferentes de reacción frente al racionalismo moderno.
Dios, la más alta realidad de la antigua metafísica, y su sustitución por dos nuevas reali­
dades: la humanidad (el pueblo) y la historia. La humanidad como demiurgo revolucio­
nario, la historia como demiurgo conservador. El sujeto romántico y las nuevas realida­
des. La oposición entre posibilidad y realidad. La romantización del pueblo y de la
historia. Ironía e intriga. Realidad y totalidad. La manipulación romántica de! universo.

2. La ¿structura ocasionalista del romanticismo.................................................................141


La desilusión del subjetivismo. El significado de occasio como el opuesto de causa; lo
ocasional como la relación entre et subjetivismo y lo fantástico. La esencia del antiguo
ocasionalismo: 1a superación de las contradicciones a través de un tercero superior. La
superación romántica de las contradicciones través de un otro superior: la verdadera
realidad y los distintos pretendientes a esa realidad: el yo, el pueblo, la historia, Dios.
La consecuencia: lo superior es aquello siempre otro y !a confusión de los conceptos.
La productividad romántica: el mundo como ocasión paia una vivencia y la forma
esencialmente estética de esta productividad. La mezcla de las esferas espirituales en
los románticos intelecrualistas.

III. Rom anticism o p olítico............................................................................................... 175

Panorama del desarrollo de las teorías del Estado a partir de 1796, La diferencia de la
concepción romántica del Estado respecto de la contrarrevolucionaria y de la legiti-
mista. El Estado y el rey como objetos ocasionales del interés romántico- La incapaci­
dad romántica para la valoración ética y jurídica- La romantiiación de las ideas filoso-
fico-políticas. La productividad de Adam Müller; su argumentación como resonancia
oratoria de impresiones significativas, sus oposiciones como contrastes oratorios. El
carácter ocasional de todos los objetos román tizados. Breve alusión a la diferencia en­
tre romanticismo político y política romántica: en ésta es el efecto, no la causa, oca­
sional. Excurso; el romántico como tipo político en la concepción, de la burguesía libe­
ral, ejem plificado por el em perador Juliano, según D. F. Strauss. Romanticism o
político como acompañamiento emotivo a los acontecimientos políticos.
“Definidme como queráis, pero no como romántico”
(C ar! Sch m itt).
Jo rge E. D otti

N o d eja de llamar la aten ción que una obra de la envergadura de Ro­


manticismo político sea publicada e n español recién ahora, och o d é ca ­
das después de su primera edición, pues los textos capitales del corpus
sch m ittiano han con ocido m uy tem pranas versiones en nuestra len­
gua, e incluso, en algunos casos, anteriores a su publicación en ale­
m án, Ligad o a esta casi anom alía está el hecho de que no h a sido uno
de los escritos tem a tizados por las primeras interpretaciones de Sch-
m itt en el ám bito hispano-parlante, pese a que ya en los años veinte
Eugenio D ’O rs llam ara la aten ción sobre este trabajo de 1919. En las
traducciones y en los análisis críticos fueron privilegiadas otras obras,
justificadam ente fam osas, que expon en las nociones clave de la teolo­
gía política y del decisionism o, del jws publicum europaeum y de una fi­
losofía de la historia cen trada e n el conflicto tierra-m ar y en ía pers­
pectiva de los grandes espacios.
S in em bargo, tan to resp ecto de estas cu estion es, co m o de otras
tam bién vertebradoras del desarrollo intelectual de Sch m itt (su v an ­
guardism o católico, la dialéctica entre legitim idad y legalidad, el pen­
sam iento del orden concreto, la cuestión deí kat’ejm , la teoría del par­
tisano - p o r nom brar ciertos aspectos sobresalientes de un a panoplia
variada pero sim ultáneam ente o rgán ica-); o sea, frente a los m otivos
cen trales deí pensam iento schm ittiano, itomímticísmo político es un es­
crito fundam ental, pues traza co n rasgos indelebles las líneas directri­
ces de la polém ica que Sch m itt m antendrá h asta el final de sus días
con la neutralización íiberal-econom icista de ía decisión política. C ier­
tam ente, en escritos anteriores (com o Ley y sentencia, de 1912, Silue­
tas, de 1913, El valor del Estado y el significado del individuo, de 1914,
los Estttdios sobre Aurora boreal de T h eod o r Daubler, de 1916) hay ele-
m entos significativos para el desarrollo ulterior de sus ideas, pero es a
partir del libro dedicado a lo que h asta enton ces había sido una de las
notas m ás distintivas de la germ anidad m oderna, ia cultura rom ántica,
que puede relevarse la con tin uidad doctrinaria de su producción, en
su vis polém ica y en su estructura sistem ática.
R etraso, entonces, e n verter páginas de tan alta densidad concep­
tu al al español, y no poco orgullo de que sea un a in stitución académ i­
c a argentina la encargada de sostener esta iniciativa, ya que se acre­
cienta así una historia de la recepción de Sch m itt entre nosotros, que
con oce m om entos más destacables que lo que suele ser conocido.
Por n uestra parte, e n este breve introito suponem os un lector p o ­
tencial interesado en, y con ocedor a grandes rasgos de, algunos asp ec­
tos de la filosofía jurídíco-poíítíca de Sch m itt, y al que puede resultarle
proficuo acceder al texto que presentam os m ediante un sim ple releva-
m iénto introductorio de los tem as que el últim o gran pensador político
de O ccid en te desarrolla en un a ob ra juvenil, del m odo perspicuo y
profundo q u e siempre lo h a caracterizado.

1. L a tarea inicial, a la vez vertebradora de to da la argum entación ul­


terior, es determ inar ¡a especificidad del rom anticism o político. Sch-
m itt busca enunciar la n oción constitutiva de un fenóm eno histórico
que, no o b stan te estar caracterizado por una pluralidad de rasgos y
m arcas, a m en udo contradictorios entre sí, configura una disposición
espiritual específica y tiene un m otivo identificador de su naturaleza,
m ás acá o por debajo de su plurifacetism o y su m ism a policrom ía.
La prim era advertencia para evitar la confusión h erm enéutica es
n o tom ar com o distintivo del rom anticism o las tem áticas que los pro­
pios rom ánticos asum en com o objetos de sus in tereses literarios y esté­
ticos en gen eral (la E d ad M edía, la astroiogía, lo oriental, eí pueblo
cándido, las noches de lun a llena, y sim ilares), pues ello lleva a propo­
ner una pluralidad h eterogén ea y asís tem ática de definiciones; y, sobre
todo, a descon ocer el nervio de la m anera rom ántica de posidonarse
ante las cosos, en especial ante la política (posicionam iento que es - p a '
ra S c h m itt- la piedra de toque de una cu ltu ra). Particularm ente im-
portante para el jo ven jurista es im pugnar sobre todo la identificación
del rom anticism o con el catolicism o, pues es en este últim o, en la e s ­
pecial con jun ción entre lo trascen den te y lo inm anente representada
por la Iglesia rom ana, donde Sch m itt encuentra n otas paradigm áticas
para la elaboración de un m odelo altem ad v o al de la no-politicidad ti-
beral, tal com o ésta se anuncia o presenta more aesthetico e n el rom an ­
ticism o germ ano.
Los rom án ticos aspiran a poner en acto una revolución religiosa, a
instaurar un a n ueva religiosidad a través de un ejercicio de produ c­
ción in telectual, fundam entalm en te literario, com o trad u cció n outre
Rhin o idealización estetizante de los acontecim ientos fran ceses (con
recep ción inicialm ente favorab le, pero rápidam ente n eg ativ a de los
m ism os), aunque sin llegar a d espertar nunca un interés o una preocu­
pación seria en los estratos m ás altos de la sociedad, cuyas ricas fam i­
lias -n o b le s y bu rgu esas- alien tan los cenáculos donde ios in telectu a­
les rom ánticos son, sí, anim adores principales, pero n ad a m ás que en
el ám bito de las tertulias. Posición clíentelar, entonces, que, a su m an e ­
ra, es sin tom ática de la m arginalidad de los rom ánticos respecto de la
política; y que e stá co n d icio n ad a por el principio m etafísico m ism o
que los define en su especificidad cultural. L o cual nos lleva a la cu es­
tión cen tral, a la “estructura del espíritu rom ántico”, que Sch m itt te-
m atiza e n el plano filosófico.
La lectura de la filosofía m oderna que propone Sch m itt, a grandes
trazos, es una confirm ación ex ante de su afirm ación futura, en el sen ti­
do de que la clave para la com prensión de una visión política epocaí
está en la m etafísica que esa ép oca sabe formular. Es en las disquisío-
nes sobre el ser, la divinidad, lo perdurable y lo efím ero, la relación e n ­
tre sujeto y ob jeto y dem ás problem as del ajetreo con ceptual filosófico,
donde -e n se ñ a S c h m itt- se form ula con mayor nitidez la m anera c o ­
m o un a cu ltu ra entiende el poder, la soberanía, la iden tidad m ism a de
las relaciones interhum anas, el horizonte de sentido ético y jurídico-
político de u n a form a de con viven cia colectiva. Enseñanza que tiene
an teced en tes ilustres. Ya H egel, de quien Sch m itt tom a ideas básicas
para su crítica del rom anticism o, había m ostrado que la problem ática
política tiene su punto de con den sación intelectual en el nexo entre lo
infinito y lo finito, entre D ios y el m undo.
El hontanar del rom anticism o es la revolución cultural que derrum ­
ba a la oncología clásica, m ediante la duda, primero, y la crítica, des­
pués. El eje de la legitim ación m oderna de todo conocim iento y de toda
acción p asa por un sujeto que, paulatinam ente, se va revistiendo de una
poten cia dem iúrgica sim ilar a la que otrora se atribuía a la divinidad bí­
blica. E n la actividad egocéntrica reside la justificación del saber y del
actuar, a la luz de la n ueva racionalidad; y en este desplazam iento o “gi­
ro co p em ican o ” se abre u n a serie de dualism os (pensam iento-realidad,
sujeto-objeto, espíritu-naturaleza, y otros), a cuya lógica q uedan som e­
tidos los texto? rom ánticos. Sólo que, al pertenecer al m om ento filosó­
fico en que el jo cartesiano se transform a en fuerza sintético-trascen-
d en tal, la in telectu alid ad ro m án tica cree que el din am ism o de esta
n ueva subjetividad (de la que se siente vocera privilegiada) es capaz de
m an ten er las an títesis {testim on ios de vitalidad) y al m ism o tiem po
contraponerles u n a in stan cia superadora o terrium conciliador, desde
una posición de “indiferencia” (térm ino clave) frente a las oposiciones
m ism as. L o cual no es sino la transcripción filosófica de esa actitud de
distanciam iento frente a la realidad y a las responsabilidades de lo polí­
tico, que estos intelectuales despliegan en su escritura y confirm an en
sus biografías.
Sch m itt no cae en las generalizaciones que criticó siem pre y sabe
diferenciar en este pan oram a de la m etafísica m oderna distintas posi­
ciones, en especial aqu ellas dos que enuncian - s i bien e n la form a de
una configuración p rem atu ra- los polos de la conflictividad que carac­
terizará al entero ciclo de la m odernidad; esto es, la polaridad (tem ati-
zada por nuestro autor a ío largo de su vasta producción) entre lo polí­
tico, la decisión excepcion al an te lo excepcional, por un lado, y, por
otro, las diversas figuras de la neutralización, los sucesivos estadios y
ám bitos en que se va cum plim entando la secularización (de la religión
a la m etafísica, a la m oral, a la econ om ía), en un proceso que sim ultá­
neam ente diviniza la ratio inm anentista, desem boca en la tecnocracia
liberal, se autojustifica m ediante la axiología y alim enta la desilusión
nihilista.
La oposición entre decisión existencia! y despolítización diaíoguis-
ta-econom icista aparece en el estadio prerrom ántico com o distinción
entre las filosofías m ecan icistas y las em an an tistas. En las prim eras
queda justificada -au n q u e en constante tensión con los m otivos n eu ­
tralizan tes- la acción soberana, m ientras que el panteísm o em anan ti s-
ta, aí anular la id ea m isma de una creación a partir de ia nada, priva de
significación a la soberanía en sentido estricto y a las decisiones radi­
cales ante la irrupción del vial en el mundo. Es decir que, si bien el ra­
cionalism o m ecan icista -verb igracia, de un D escartes o un H o b b es-
queda prisionero deí culto de ía abstracción, del concepto com o m uda
n ota com ún, m ero nomen o expediente útil para la econom ía del pen-
sam iento, sin em bargo, y co n m ayor o m enor contradictoriedad con
sus propios principios (Schm itt lo destacará en sus escritos hobbesia-
nos), el m érito del m ecanicism o clásico reside en el lugar privilegiado
que le concede al ejercicio de la soberanía. En últim a instancia, toda
m áquina necesita del m aquinista que la ponga en m archa, m aneje sus
palancas y repare sus falencias.
Por el contrario, los planteos totalizantes, las teorizaciones acerca
de una sustan cia infinita en la pluralidad de sus m anifestaciones, igno­
ran el conflicto radical y term inan deslegitim ando la intervención per­
sonal de una volu n tad libre que se opone al maí, ya que carece de sen ­
tido la id ea de in stan cias de alteridad o im previsibilidad radicales que
pudieran generar un a conflictividad existencial. L as filosofías an tidu a­
listas supon en asegurada d e antem ano la realización espontánea de la
conciliación final y la consiguiente disolución de toda conflictividad
existencial, pues toda oposición queda reducida a m era figura interna
a, por haber sido p rod u cida o puesta (“em an ad a”) por, ía to talid ad
misma. En tales plan teos em anantistas, la arm onía superior se auto-
produce a lo iargo de un etern o e inconm ovible proceso de em an a­

se
ción. Y donde carece d e dignidad filosófica el mal, prem isa d e toda
teología política autén tica, allí queda neutralizado das Poiitisc/ie.
D entro de la m isma perspectiva crítica, Sch m itt com pleta el cuadro
de las tendencias filosóficas antim eeanicistas co n observaciones agudas
tanto acerca del m isticism o (sobre todo en lo que hace a la predisposi­
ción para alentar el m esianism o revolucionario, que entra en conflicto
con la soberanía absoluta y, a la vez, con el conciliacionism o p an teísta);
com o en to m o a posiciones de corte histórico-tradicíonalista (el nom ­
bre aqu í es V ico); y tam bién sobre la tendencia estetizante anglosajona
(y parcialm ente rou sseau niana), que tiene una incidencia vital en el ro­
m anticism o germ ano. E n su ponderada aleación de racionalism o y sen ­
timentalismo, estas filosofías este to an tes reducen las antítesis conflicti­
vas a m eras desarm onías provisorias, encuentran en la “naturaleza” una
totalidad m aleable con vistas a satisfacer las exigencias teórico-prácti-
cas m ás variadas, potencian un yo a la vez ajeno a la política y atónito
ante lo sublime, privilegian los cenáculos intelectuales y rechazan de
lleno la dureza ferina del homo naturalis hobbesiano.
S ó lo que el rom anticism o político germ ano com binará, con m ayor
o m enor acierto, sentim entalism o an glosajón y rousseauniano con ele­
m entos kan tian os y fichteanos, que le aportan fuerza trascendental al
m om ento de la creatividad. Schm itt destaca, precisam ente, los ideolo-
gem as representativos de esta actividad subjetiva Ubre y del cam po en
que se despliega. A ten dien do a esta m ixtura doctrinaria, y a partir de
una inteligente lectura de los grandes reaccion arios franceses (de Bo-
naíd y de M aístre), S ch m itt focaliza la productividad in telectual ro­
m án tica en los dos co n cep to s novedosos, “ hum anidad" e “ historia",
que p aten tizan la p erten en cia e stru ctu ral del espíritu rom án tico al
proceso de secularización distintivo de la m odernidad. Es sobre el sus­
trato teórico que le proporcionan estas nociones universalistas que la
conciencia burguesa articula su visión del m undo, tan to en lo que tie­
ne de revolucionaria, cu an to en sus apologías del starn quo. N ocion es
que nuestro autor califica de nuevos “dem iurgos” , pues ve en ellas (an ­
ticipando la Teología política) una prueba m ás de la “identidad m etódi­
ca” entre conceptos teológicos, m etafísicos y políticos.
Sch m itt observa que la efectividad de un o y otro con cepto es de
signo contrario, en arm oniosa tensión; es decir, que tales figuras b alan ­
cean sus efectos ideológicos y así se equilibran. L a humanité-et-fratemi-
té opera m enos com o un a divinidad creadora de orden que com o una
fuerza revolucionaria, pues precisam ente la negación de todo límite y
la búsqueda de la totalidad (el rechazo de los particularism os históri­
cos) ponen en crisis esa idea de orden riguroso y de condicionam iento
causalista en el universo y en ía sociedad, que la filosofía m ecanicista, a
su m anera, justificaba. L a “h istoria”, el “segun do dem iurgo", corrige
los desbordes de la co n cien cia revolucionaria; ella es el “D ios con ser­
v ad o r” que recom pone ía idea de com unidad y pueblo concretos. Pero
es tan am plio el m argen de m aniobra ideológica que d e ja el plan teo
histórico, que alim en tará tam bién tendencias revolucionarias ju n to a
las conservadoras.
Frente a las tensiones, entonces, que prov ocan estas dos lógicas en
su coexistencia dentro de un m ism o texto, los rom ánticos no en con ­
trarán m ejor resolución que la de afirm ar el privilegio del observador,
esto es, la superioridad de la contem plación estética. N o obstante los
hosannas y exteriorizaciones m ístico-religiosas, tan abundantes en los
textos rom ánticos, éstos adolecen de la dram aticidad propia de una v i­
sión cristiana de la historia. Sch m itt insiste en la incom patibilidad e n ­
tre la resp on sabilid ad de un au tén tico creyente an te las decisio n es
existenciales que no puede evitar, y la indiferencia y el dialoguism o
eterno al que se siente llam ado le moi romantique.
Pero en lo que h ace a la estructura filosófica íntim a de su planteo,
no queda suficientem ente clara en los rom ánticos la relación entre el
yo-productivo (kant-fichteano) y la dupla humanidad/historia (¿quién
concilia? ¿el yo, los universales-dem iurgicos?). U n o de los ap o n e s sch-
m ittianos es, precisam ente, dem ostrar que tai am bigüedad es intrínse­
cam ente con stitutiva deí rom anticism o político, pues resolverla eq u i­
valdría a que el su je to ad o p tara un gesto resolutivo, que defin iera,
decidera y actuara, aban don an do el cam po de las posibilidades in fin i­
tas, esto es, de la libertad y la creatividad, tal com o ellos entienden e s ­
tas nociones. Para los rom ánticos, el gesto consistente en definir, fu n ­
dam entar y coherentem en te decidirse por una acción con creta equi-
vale a ultim ar la vitalidad y falsear la verdad, paralizando con un a d e ­
term inación con creta de la volun tad el m ovim iento libre, indeterm i­
n ab le e im p re c iso , p ro p io de la im a g in a c ió n . A se m e ja n te g e sto
aniquilante, típico de la razón clásica, escap a sólo la com unidad de e s­
píritus superiores, con tem plativos y sim ultáneam ente fatigosos elabo-
radores de lo fragm entario y aforístico, apologetas de la “plenitud de
posibilidades”, del hom bre ilim itado, del pueblo puro en su puericia,
del corazón in co n tam in ad o , del p a sa d o co m o fuente in agotab le de
im ágenes, de lo exótico y distante; esto es, de todo lo que resulta am e­
nazado por las exigencias que im pone la realidad, sobre todo la del Es-
tado-m áquina con sus estructuras jurídicas y socio-políticas definidas.
E n el escapism o pseudocristiano frente a ios com prom isos existen-
ciales, los rom án ticos se h acen fuertes m ed ian te la ironía y la intriga,
que son los expedien tes para transform ar to da situación en un espacio
lúdíco, donde n inguna posibilidad queda d escartada e im pera un ab a­
nico de virtualidad es no excluyentes (el “y viceversa” -d e sta c a Sch-
m ítt- es la cifra de la retórica rom án tica). N a d a es firme, todo revela
su provisoriedad cu an d o cae bajo el persifíage del intelectual distan cia­
do y libre en h intimidad de su espíritu frente a los aprem ios de la reali­
dad, en el secreto de su yo, que es siem pre otro respecto de cualquier
m ánera que se lo quiera identificar exteriorm ente, en la pureza de un
mo¡ que es siem pre auténtico respecto de cualquier m odo en que se lo
(re)presente o se lo quiera apresar, falseándoh. L a ironía es un elabora­
do ir y venir desde el racionalism o al irracionalism o, que proporciona
al rom ántico la "reserv a” , indiferencia o d istan cia para disponer de lo
real com o si fuera un sim ple instrum ento o vehículo de expresión de
lo que es él m ism o en su interioridad, espíritu superior.
D e este m odo, al garantizar la in adecu ació n perm anente de cu al­
quier realidad resp ecto de la totalidad e infinitud que el rom ántico an ­
hela y cree poder alcanzar con sólo no q u ed ar atrapad o por alguna
realización o presen tificación inevitablem ente im perfecta de tal totum
anhelado, lo que realm en te este intelectual hace no es sino autoprote-
gerse. A utoprotección que conlleva, coherentem ente, que la ironía ja ­
m ás sea aplicada a sí m ismo, que jam ás sea reflexiva, pues Ironizar so­
bre uno m ism o y som eterse a la propia crítica es una m anera de objeti-
vizarse, y, así, de perder el estatus distanciado y sublime característico
de la subjetividad rom ántica. En todo caso, los rom ánticos sólo se o cu ­
p an de sí m ism os, ya que cad a uno com pone anárquicam ente su m un ­
do para sí, reduciendo io real a figuras de un juego que el sujeto juega
consigo m ism o. Pero n un ca tem atizan expresam ente su propio yo en
clave irónica. S ería com o pegarse con la p ala en el pie.
H a sta este p un to, enton ces, la enseñanza sch m ittian a es - c r e e ­
m o s- que los dioses del ateísm o, los universales abstractos que violen ­
tan lo concreto {ignorándolo o som etiéndolo a un desarrollo histórico
q ue reduce las p articu laridad es reales a m era co n tin gen cia), son la
contraparte de un yo que se pretende absoluto en su indiferencia irónica
frente a los conflictos y los com prom isos teórico-prácticos. Es el estado
espiritual de un sujeto que an te sí tiene sólo temas de diálogo, m otivos
de una co n versació n am able, susceptible de prolongarse in defin ida­
m ente, porque la tem poralidad estético-dialógica y contem plativa es la
que le im pone el yo m ism o desde su absoiutez y privacidad intangibles.
U n sujeto al que la tem poralidad de lo político y ía urgencia de la d e ­
cisión le son ajen as.
Se trata ahora de profundizar el sentido del m eollo filosófico del ro­
m anticism o político. La occasio.

2. El hilo con ductor de la crítica schm ittiana es la con traposición e n ­


tre la fuerza de la realidad y de la responsabilidad que ella im pone a
quien se posicion a intelectualm ente ante Jo que es, por un lado, y la
desontologización de lo real operada por el subjetivism o rom án tico,
m ediante u n a tergiversación ideológica del com prom iso de un in telec­
tual con su época, por otro.
Los d os dem iurgos, la “h um anidad" y la “ historia”, h acen del ser
h um ano un a suerte de instrum ento de un proceso superior, que se d e ­
sarrolla por encim a de su cabeza. Pero, a diferencia de cu an to aco n te­
ce en la versión hegeliano-m arxista del m ism o (con las d en o m in ad o-
nes específicas que reciben tales universales: espíritu del pueblo, clase,
etc.}, el rom anticism o som ete la objetividad de los procesos supraper-
sonales a las vicisitudes de un yo com o sujeto libremente creativo, de
m anera tal que cualquier elem en to social e histórico deja de ser estad o
o m om ento de un d esarrollo d ialéctico de la h istoria h um an a y se
transform a en una mera ocasión para el despliegue de tal creatividad
subjetiva ¡ibre, filosóficam ente resultante de am algam ar actividad sin­
tética y poiesis estética.
El efecto buscado por los rom ánticos (contrario al propósito del sa­
ber dialéctico hegeliano-m arxtsta, que es enunciar las leyes de m ovi­
m iento de su objeto: la historia, el capitalism o, las co ncien cias y las
ideologías, etc.) es la neutralización de todo causalism o y determ inis-
m o extrasubjerivo. A su m anera, el ocasionalism o rom ántico h ereda la
p red isp o sició n a n tic au sa lista p resen te e n M aleb ran ch e y G eu lin cx
(para quienes el único actor/causan te verdadero es D ios), pero ía rese-
m antiza en clave postkantiana y estetizante. D e este m odo, así com o
para los ocasiónalistas la actividad personal de D ios se disuelve en eí
ordre général in m utable, así, an álo g am en te, p ara los rom án ticos los
m om entos de crisis extrem a, que exigen tom as de posición personales,
perentorias y radicales, se disuelven en el proceso “ histórico” u “orgá­
n ico” en general, que neutraliza su radicalidad.
Por cierto, n o cabe controlar detalladam ente la lectura schm ittiana
de los ocasion alistas franceses, en quienes la n oción de “cau sa ocasio­
n al” -c o m o propia del con ocer y obrar de ¡os h om bres- podrá, sí, ser
confusa en m uch os aspectos, pero no e n el de servir a reafirm ar la so­
beranía absoluta de D ios. Lo im portante, aquí, es acen tuar que, para
Sch m itt, el planteo rom ántico seculariza la om nipotencia divina en ía
forma de om nipotencia del yo; la cual, a través de este desplazam iento,
deviene sin em bargo una capacidad sólo estética {de reacción sen ti­
m ental subjetiva exclu sivam en te), y no de creación-transform ación de
la realidad. Esto es, ante lo que es m era “ocasión ”, la respuesta subjeti­
v a es exclusivam ente poética y em otiva. El sujeto, que e n virtud de
una peculiar inversión idealista se (auto-) eleva a punto expansivo de
creatividad absoluta, no ha producido com o realidad m undana n ada
m ás que lo que le sirve com o ocasión para una vivencia y/o com o sus-
ck ad o r de ironías, pero sin que ninguna de las dos actitudes represente
algo distinto que la aceptación de esa m ism a realidad en su empirici-
dad m ás inm ediata.
Insistam os en este punto, pues se trata del eje con ceptual del análi­
sis schm ittiano. Q ue todo sea sim ple occasio para la expansión infinita
del yo significa reducir la realidad a un juego, pues sólo un ob jeto que
no obedece sino a reglas iúdicas puede ser el correlato del entusiasm o
rom ántico, de la sublime vivencia excepcion al que corta los lazos pro­
saicos y estables -ta n to teóricos com o p ráctico s- con el m undo.
Schm itt, entonces, considera el rom anticism o com o ocasionalism o
subjetivizado, reducción de la realidad a ocasión para el despliegue poé-
tico-lúdico de un yo endiosado. C onsecuentem ente, la interpretación
schm ittiana se centra en la actitud rom ántica consistente en asum ir c o ­
m o real solam ente lo que la propia subjetividad tematiza com o tal, esto
es, lo que ésta juzga com o apropiado para ejercer sobre él su cap acidad
creativa: Subjetividad que, sin em bargo, a cau sa de su incapacidad para
entrar en contacto con una realidad distinta y dram ática (no estética
sino su stan cial y p olítica), q ueda reducida a m ero estad o de ánim o,
tem ple sentim ental y afectivo; con lo cual se ve privada de la fuerza
sintética que le atribuía el idealism o alem án. El intelectual rom án tico
rechaza toda previsibilidad racionalista y todo cálculo utilitario, pero su
rem isión a un a im aginación creadora en la pluralidad de sus m an ifesta­
ciones estéticas, su recurso a la fan tasía poetizante en d esm edro del
V m tand calculador, no exceden el perím etro de la contem plación d e ­
sinteresada. L a identidad que busca alcanzar no quiere y/o no puede ser
política.
A sim ism o, tal com o los ocasion alistas buscaban superar el d u alism o
alm a-cuerpo en una un idad suprem a, D ios, así los rom ánticos in v o c a n
una instancia m ás elevada, "tercera" respecto de todas las o p o sicio n es
m un dan as, las cu ales no son m ás que ocasiones para la revelación d e l
poder de esa síntesis superior (tal com o p ued en representarla, v e rb i­
gracia, la com u n idad , el E stad o, la iglesia, e tc.). Pero, d a d o que su
época configura un estadio m ás avan zado de la secularización, el d e la
burguesía triunfante con su ideal de la arm onía natural, lo que les im­
porta no es legitim ar postcartesianam ente la om nipotencia divina, si­
no enunciar con ciliaciones ad ecu ad as y con cordias espontáneas. D e
este m odo, Sch m itt d estaca el p aren tesco ideológico del rom anticism o
político con el liberalismo, esto es, co n el equilibrio com o desiderátum
de las teorías liberales (la “ balanza” de Shaftesbury y Burke).
Es así que cuan do no está m entada una arm onía m ediante co n tra­
pesos y equilibrios recíprocos, el esquem a al que acuden los rom ánti­
cos es el em an an tista, el de la un idad de la que em anan las oposicio­
nes, las cu ales, en virtud de su d ep en d e n cia resp ecto de su fuente
suprem a, no p ueden poner en crisis la con ciliació n últim a. Pero en
ambos casos, la idea rectora es la m ism a; los conflictos, las dualidades
antitéticas no son sino ocasiones para la m ediación del “tercero".
R esum am os este m om ento del análisis schim ittiano: la seculariza­
ción de Dios como yo romántico se corresponde con el endiosamiento del in­
dividuo liberal, del productor-consumidor en el libre mercado. E n el ro­
m anticism o, éste individualism o se presenta, eso sí, estetizado, en la
form a de creen cia en que lo único im portante es la creatividad de un
sujeto co n d icio n ado sólo por sus viven cias subjetivas, por los se n ti­
m ientos y afectos personales e íntim os, pues la realidad no es sino la
“ocasión” para expresar esa riqueza subjetiva.
Es en este punto donde se produce la con exión de esta interpreta­
ción sch m ittiana de la politische Romantik co n la teoría jurídico-política
decisionista, pues lo que entra en ju ego es la prioridad del acto libre de.
la voluntad, que funda un orden, respecto del norm al desenvolvim ien­
to de dicho orden, hecho posible por el acto fundacional soberano.
E n páginas que an un cian la fuerte p olém ica annnorm ativista de e s­
critos sucesivos, Sch m itt propone que, sean o no conscientes de ello
los rom ánticos, esta creen cia estetizante se sostiene en ía existen cia
real y con creta, no im aginaria, de con dicion es extrasubjetivas que g a­
rantizan tal ju ego de la fantasía. Los estados de ánim o pueden ser asu ­
m idos com o realidad absoluta sólo cu an d o la -d ig a m o s- realidad real,
las con dicion es sociopolíticas extern as al yo m ism o, no aparecen am e­
nazadas por ninguna crisis que ponga e n cuestión y vuelva extem porá­
n ea y absurda la actitud rom án tica de distanciam iento y productividad
fan tasiosa. S in el sen tim iento de seguridad propio de la civilización
burguesa, el rom anticism o carece de sentido.
D esde una perspectiva histórica y sociológica, entiende Schm itt,
el rom anticism o es visualizable com o un “p roducto” de la m entalidad
liberal. E xisten cialm en te, en cam bio (esto es: desde una perspectiva
filosófica m ás profunda que la del sociologism o h istoricista), el oca-
sionalism o rom án tico se m uestra deudor de un acto de pacificación e
in stauración de orden que obedece a una lógica bien distinta. M ien ­
tras que la subjetividad rom án tica se autojustifica m ediante su renun­
cia a to da decisión autén tica, el m arco cultural que confiere sentido a
este posicion am iento infinitam ente contem plativo y dialoguista, esto
es: el sostén existencial de la “ con versación” rom ántica com o es te t i ' :
2ación de la “discusión” liberal clásica, reside, en cam bio, en el ejerci­
cio de la soberanía, tal com o lo legitim a la lógica decisionista. El fun­
d am en to de la producción -r e a l, no im agin aria- del orden jurídico,
sólo dentro del cual el rom án tico puede intentar e fe c ti vi zar su poéti­
ca, es la decisión política.
El ju ego rom ántico entre tem ple sentim ental y contem plación d e ­
sin teresada presupone, entonces, ese sentim iento de seguridad burgués
que es deudor, por su parte, de la producción soberana de estatalidad.
El paso siguiente de la crítica schm ittiana es observar que, no sin
ingratitud, el rom ántico som ete a ironía ese mismo orden burgués, fue­
ra del cual no encuentra ía base existencial para sus desplantes iróni­
cos. Pero por eso mismo, sus denuncias no sobrepasan el nivel de las
actitudes estetizantes, sin alcanzar la radicalidad de lo político. D icho
de otro m odo: com o la creatividad rom ántica no es sino la transcrip­
ción de vivencias íntim as y tan sólo el eco o la resonancia de acon teci­
m ientos que se desarrollan por otros andariveles, inm unes a toda iro-
nización; es decir, dado que el formalism o de su retórica es capaz de
encontrar ad ecuados a sus anhelos cualquier objeto y cualquier reali­
dad, aun las m ás opuestas, espiritualizando a todas p or igual e ignoran­
do las oposiciones drásticas y los antagonism os inconciliables, enton ­
ces el rom ántico no sabe tener otra posición o identidad que la que
alcanza m edíante su fan tasía poética, con la consiguiente autoexclu-
sión de lo político. C oh erentem ente, su productividad no puede am e­
nazar n un ca seriam ente tal orden burgués, sino sim plem ente dar una
transcripción fantasiosa d e lo q u e en él acontece. La preocupación del
rom ántico no es radicalm ente revolucionaria, es de otro tipo: lúdica e
ironizante.
Fin alm en te, Sch m itt a c e n tú a su crítica, co n un leve cam b io de
perspectiva. En la dialéctica entre arm onía superior y actividad poiéti-
ca del yo (entre objeto-total y subjetividad con tem plativa), a los ro­
m ánticos les preocupa n o q uedar entram pados en la “ objetividad” pro­
pia de todo aquello que el sentido com ún considera com o lo real. Su
angustia es que el su jeto n o se vea coartado por las responsabilidades
gen eradas por sus propios gestos y pueda m antener esa distancia incol-
m able que le asegura autenticidad y, sim ultáneam ente, im punidad fren­
te a eventuales, acusacion es en el sentido de que los resultados logra­
dos no sean lo verdadero y puro. El rom ántico m ism o es el prim ero en
sosten er que la verdad no reside en ninguna realidad concreta, por en ­
de ni siquiera en la que él produce, sino en lo totalm ente otro, en una
alteridad inalcanzable. L o verdadero y auténtico n un ca es lo real y ob-
jetivo. Por ende, n un ca es responsable ante cualquier instan cia de la
realidad, ni siquiera ante las que él mismo genera estéticam en te. Para­
dójicam ente,. el rom ántico se m antiene libre para seguir bu scando la
totalidad que anhela sólo cu an do reafirma el dualism o entre su yo y ío
otro.
S ó lo que el precio a pagar por la exacerbación del dualism o en el
m om ento mismo en que se pretende superarlo es la desilusión, el desen­
gaño por el destino de fracaso del que ni la propia actividad libre logra
huir. D esilusión acom pañ ada por un sentim iento de im potencia, eí de
q uedar enm arañado en la red de fuerzas superiores, que aplican sobre
el sujeto la m isma ironía que éste aplicaba a la realidad inferior. De este
m odo, el pragm ático sen tid o com ún del Biedermeier -co n clu y e Sch-
m itt- se presenta com o el desem boque del rom anticism o y el filisteo re­
sulta el m ódico héroe de una lírica que term ina degradándose a sí m is­
m a.
E n el plan o ético, esto significa que el gesto subjetivo que los filóso­
fos ocasionalistas enun ciaban com o “consentim iento” (t.e. com o el es­
trecho m argen de libertad hum ana ante la voluntad general de Dios)
resulta ahora estetizado com o sentimiento (afectos y emociones) y, así,
despojado de su carga práctica. El tribunal últim o de la actitu d del su­
jeto, cu an d o actúa/produce o cu an do cede ai desengaño, es el sujeto
mismo, o m ejor: sus reacciones estético-sentim entales. Pierde así im ­
portancia e) m om ento m ás activista (heredero de la síntesis kantiano-
fichteana) y prevalece el de la aprobación pasiva de un a unidad supe­
rior, la cual se opera con total prescindencia del sujeto. L a actividad
sintético-trascendental se ha enervado --cabe in sistir- en la forma de
un yo contem plativo, que sim plem ente “acom paña” a la conciliación
operada por el “tercero", sin que la subjetividad participe activam ente
en ella.
A l yo no le q ued a m ás que ju gar con las oposiciones: ironizar, intri­
gar, desplazar su m irada desde un objeto a otro, proponer antítesis en
tales o cu ales tem áticas y luego invertir su propio ju icio y encontrarlas
en otras, atribuir un a función a tal o cual opuesto, y despu és cam biar
las funciones de uno y otro; brevem ente: deam bular discursivam ente
por las tem áticas m ás variadas y m ezclar todo desaten dien do a las e s­
pecificidades. Pero, tal com o corresponde a su apoliticism o, no hay en
esta subjetividad lúdica ningún atisbo de la bú squ eda de certidum bre
que caracteriza a un hegeliano o a un m arxista, pues el rom án tico no
asum e la responsabilidad d e in ten tar con ocer el m ovim iento -re al, no
im agin ativ o- de las cosas, para poder actuar sobre ellas.
Tomar partido con decisión destruye el romanticismo. N o puede haber
ni un a ética ni un derecho ni una política rom ánticos, pues las creacio­
nes del rom anticism o n o co n ocen distinciones lógicas nítidas, juicios
m orales claros, decisiones políticas term inantes. D e este m odo, la libre
productividad del yo rom ántico cae en una paradójica dependencia ab ­
soluta: la renuncia a transform ar el m undo, la pasividad estetizante de
un sujeto que no quiere ser actor, lo con den a al m ero “acom pañ am ien ­
to” estético, a sim plem ente dar una “term inación alm idon ada’’ a una
praxis concreta y efectiva, que se decide en otro ám bito. E l sentim iento
rom ántico va siempre a la zaga de los planteos políticos, cualesquiera
fueren; será revolucionario si hay una revolución en acto, reaccionario
cu an d o im pere la R estau ració n , volverá a acom pañar -c o m o simple
eco u ornam ento exterior—al revolucionarism o en 1830, y así sucesiva­
m ente. Pero por cierto, no es un a m utabilidad arbitraria ni oportunista,
sino que responde a la esen cia m isma del rom anticism o; el “Passivis-
mus”, En última instancia, no hay política rom ántica porque su sujeto
es incapaz de decidir entre lo justo y lo injusto, es decir, esquiva enfrentar-
se con la necesidad de diferenciar entre la justicia y la injusticia, dife­
rencia que conform a el “ principio de toda energía política” (definición
schtnittiana que anticipa el posterior criterio de lo político: la distin­
ción entre el am igo y el enem igo).
Prosigam os con Sch m itt; en verdad, el desprecio al Estado y su in­
humano mecanicismo, alentado por los rom ánticos con sus invocaciones
de lo orgánico y vital, no es m ás que la incapacidad de ios m ismos para
com prender el significado de la norm a jurídica, la cual en su principio
prim ero es una respuesta decisoria frente a un dilem a que n o adm ite di­
laciones ni términos m edios. Los representantes de la politische Román-
tik, en cam bio, evitan la decisión postulando un “tercero superior"' pa­
ra que funcion e com o escap e frente a la situ ación crítica. Lo cual,
concretam ente, lleva a consentir siem pre con el m andato vigente, esto
es, a dar desde afuera de lo político (en la forma de la no asunción de
ningún com prom iso existencial efectivo) el propio consenso -tá c ito o
ex p re so - a ía acción gubernativa, sublim ada o teorizada ilusoriam ente
com o “síntesis” , fan tasead a -sin ninguna justificación científica o prác­
tica se ria - com o unidad superior a to d a antítesis y conflicto.
M as la realidad presiona, y donde com ienza lo político acaba el ro­
m anticism o. D e este m odo, e n 1919 Sch m itt anuncia el de te fabula
narratur al liberalism o p artidócrático, al norm ativism o y a la neutrali­
zación econom ícista, con tra los que polem izará toda su vida.

3. En el logradísim o “Prólogo” a ía segunda edición (1 9 2 5 ), Sch m itt


focaliza los puntos cen trales de su análisis y de su polém ica, sobre la
base que le confiere haber publicado algunos textos capitales para la
evolución de sus ideas (La dictadura, 1921; Teología política, 1922; La
situación del parlamentarismo actual, visia desde la perspectiva histórico-es-
piritual, 1923; Catolicismo romano y forma política, 1923).
El recurso a m otivos a m enudo contradictorios entre sí, para ilustrar
las connotaciones de un fenóm eno que parece inasible y, por ende, las
am bigüedades que las explicacion es habituales del rom anticism o no
pueden evitar, responde -d e sta c a S ch m itt- a las peculiaridades m ismas
de su objeto de estudio; la Romantiíc. La resolución de estas dificultades
pasa por la focalización del análisis en el sujeto rom ántico; digam os: en
el tipo de subjetividad que opera rom ánticam ente. En tal sentido, es
oportuno dirigir la atención a la premisa del “hombre bueno por n atu ­
raleza”, que está en la base de las producciones rom ánticas (no es c a ­
sual el reconocim iento schm ittiano de este m otivo, pues es central en
su teología política). Pero sim ultáneam ente es necesario tener presente
el m arco histórico-cultural, sin atender al cual cualquier interpretación
cae en abstracciones y genericidades. Eí texto que estam os presentando
ejemplifica la capacidad herm enéutica de Schm itt para articular la di­
lucidación del principio m etafísico estructural de un pensam iento en su
intrínseca pertenencia a un contexto histórico preciso.
L a enseñanza es que se com prende un “ m ovim iento espiritual” sólo
cuando se lo asum e com o realidad histórica concreta, atendiendo, an ­
te todo, al cam po de polém icas y conflictos en que se inserta su signifi­
cación ep ocal (en este caso, el enfrentam iento de los rom ánticos con
los m odelos clásico e ¿luminísta).
A sim ism o, si uno de los peligros a evitar es el del racionalism o abs­
tracto, esto es, m anejarse con abstracciones ahistóricas, con categorías
y conceptos universales que sirven para caracterizar cualquier m om en­
to histórico pues sobrevuelan por encim a de las especificidades, el otro
es el em pirism o, la acum ulación de rasgos secundarios, m otivos an ec­
dóticos, m arcas estéticas de variado tipo, p ara inferir de ellos la nota
com ún que daría cu en ta del sentido preciso del fenóm eno estudiado.
Frente a estos planteos estériles, Schm itt reivindica com o aproxim a­
ción científica rigurosa la que atiende á la m etafísica propia del m ovi­
m iento espiritual estudiado. Es en el n úcleo filosófico básico, en ía vi­
sión m etafísica del m undo que sostiene la pluralidad de nociones, im á­
genes y símbolos en general de un m om ento histórico, donde reside la
especificidad del fenóm eno cultural en cuestión. N o destacar este n ú ­
cleo filosófico duro (el “ centro de un m ovim iento espiritual”) equivale a
hacer rom anticism o analítico, ya sea com o enunciación de abstraccio­
nes, ya sea com o com pilación positivista de regularidades y constantes.
Por el contrario, es a partir de la com prensión del principio m etafísíco
vertebrador del con jun to de m otivos presentes en el objeto estudiado,
que éste adquiere un sentido, tal com o puede proponerlo su intérprete.
Es por eso que Sch m itt denuncia las am bigüedades interpretativas,
el recurso a categorías que sirven com o un “ bastón de dos p u n tas”,
que se puede em pu ñ ar de am bos lados, es decir, que justifican c u a l­
quier cosa. M ás aún, si bien Sch m itt destaca que no se trata de hacer
una lectura “política'’ ingenua (acceder desde este ángulo al rom an ti­
cism o conduce a confusiones, ya que, com o vimos, los rom ánticos cu ­
bren el arco en tero d e posicionam ientos m odernos al respecto: revolu­
ción , reacció n , juste milíeu, co rp o rativ ism o , estatism o , liberalism o,
e tc.), sin em bargo, la in capacidad epistem ológica de quien se enfrenta
con el rom anticism o com o tem a de análisis está revelando una suerte
de debilidad ética, un a incapacidad para asum ir lo político com o eje
de un a lectura y de un posictonam iento personal que es a la vez teóri­
co y práctico. N o h acer propia la n ecesidad de definir lo m ás unívoca y
nítidam ente posible es síntom a d e una actitud n o política an te ia d eci­
sión, pues ésta se alim en ta de la definición, al igual que la definición
(la tarea in telectual sin más) no puede d ejar de orientarse por una a c ­
titud existencial decidida. R esulta así fácilm ente perceptible la im bri­
cación entre tem ática de lectura y com prom iso personal del lector, ras­
go característico de todos los textos schm ittianos.
Im portancia, enton ces, de un n úcleo m etafísico que Sch m itt en u n ­
cia com o “ocasion alism o subjetivízado”, resultante del proceso de se­
cularización abierto por la m odernidad, en su variante estetizante (el
moí ha sustituido a D ios, pero su gesto rom ántico es sentirse liberado
de la responsabilidad propia de una volu n tad efectivam ente actu an te).
C ontextualización nítida del rom anticism o político (una contradicho in
adjecto) en la visión del m undo propia de la burguesía. La actitud del
rom ántico, en últim a instancia, es la grata al público burgués crecido a
la vera del régimen liberal duran te los siglos x v in y XIX.
Sólo que esta insistencia e n el carácter burgués del rom anticism o
(en térm inos distintos de -a u n q u e com plem entarios c o n - los del de-
senm ascaram iento de la caren cia existencial que tan to un régim en li­
beral y su norm a rívidad constitucional, com o asim ism o la tranquilidad
bourgeoise y el ju ego dialógico de las contem placiones y opiniones tie ­
n en respecto del m om ento decisionista fundacional del orden ju ríd i­
co ), esta denuncia de la m arca burguesa del rom anticism o, enton ces,
lleva a Sch m itt a am pliar su plan teo con una polém ica cuya im portan ­
cia se explica con sólo pensar en la alteración del m apa sociopolítico y
cultural europeo entre 1917/18 (primera versión del libro) y 1924, fe­
cha del prólogo. Se trata del enfrentamiento intelectual con el marxismo.
A los equívocos del abstraccionism o y del em pirism o se sum a, a h o ­
ra, la tam bién estéril red ucción que el m arxism o (al m enos, el q u e
Sch m itt critica y que ejem plifica con afirm aciones de Engels) h ace de
todo elem ento cultural, etiquetán dolo com o disfraz, ocultam iento, te r­
giversación, reflejo distorsionado, etc., del elem en to sustancial y b asi­
lar de la vida colectiva, las relaciones econ óm icas en general, y las c a ­
pitalistas en particular.
D e hecho, im porta m enos la objeción en sí m ism a que el elem en to
central de esta im pugnación sch m ittiana, a saber: las categorías in a d e ­
cuadas con que el m arxism o -h ered ero y con tin uador de la m etafísica
inm anentista de la burguesía m o d ern a- pretende conocer ía h istoria
no h acen sino testim oniar la n ota distintiva de la época presen te, la
ausencia de form a, ía incapacidad de "representación . R om án tico s (es
decir, liberales dedicados al consum o estético) y m arxistas co in cid en
en ignorar la Form y la ReprüsaMatipn.
C iertam en te, la n o ció n de “ form a”, verteb rad ora del p e n sa m ien to
de S ch m itt, co n o ce m atice s y algun os d esplazam ien tos sem á n tic o s,
en los cu ales n o p od em os ad en trarn os ah o ra. Pero cabe observar, e so
sí, que m an tien e co n stan tem en te su rol argu m en tativo je rarq u izad o ,
que es siem pre el de d esarrollar una función polém ica, al respaldar ía
crítica tan to al cu lto de Las abstraccion es en gen eral y al n orm a ti vis-
m o en particular, com o a las con ciliaciones espo n tán eas del econo-
m icism o liberal y/o d ialéctico. E sto es, sostien e teóricam en te u n a do­
ble objeción, a sab er: la im pugnación al vacu o deber ser, que plan ea
in disturbado sobre lo real, alim entando m oraíism os que no asu m en
la respon sabilidad de lo político; y, sim ultán eam en te, la crítica al so ­
m etim ien to de las relacio n es h u m an as al m ód u lo del in tercam b io
m ercantil. Pero tam bién la im portan cia de la “ form a” radica en el a s­
pecto, d igam os, co n stru ctivo del plan teo sch m ittiano, en lo que hace
a la id en tidad m etafísica de la autoridad política y - c a b e insistir— a la
prio rid ad e x iste n c ia ! de la d ecisió n so b e ra n a, que fu n d a el o rd e n
norm ativo, resp ecto dei fu ncion am ien to del sistem a ju rídico en co n ­
diciones de n orm alidad .
D esd e p e rsp e ctiv a s u n ilate rale s, la Form pod ría ser a sim ila d a a
cualquier principio ideal o dogm a que sostiene una determ inada visión
del m undo. S ó lo que la especificidad del co n cepto schm ittiano radica
en la per-formatividad que le es intrínseca. D istin tivo de la “form a” en.
Sch m itt son la peculiaridad de su inevitable realización y el efecto de
reordenación de un a situación devenida caótica; o, mejor, de a p e rtu ra :
de una ép oca histórica a partir de un n uevo orden, que tal presentifi-
cación de la form a lleva consigo. La operatividad formatíva se co n sti­
tuye com o articu lación entre lo trascen den te y lo inm anente, com o
producción del cruce entre ío alto y lo bajo. L a realización de la form a
es cmcml, en el sentido de que ella deviene cruz, punto de con vergen ­
cia m ediadora de lo vertical y lo horizontal. S ó lo que esto acon tece en
conform idad a un a lógica an titética a cualquiera de los diversos m odos
com o la co n cien cia secularizada m oderna p lan tea la relación entre ío
universal y lo particular, lo infinito y lo finito {nexo m etafísico básico
en toda visión política del m u n d o),
“Form a” y “representación” son una suerte de transcripción teológi-
co-política de la encamación, y el elem ento persona/ que esas ideas lle­
van consigo m arca la antítesis que ía presentificación de la form a orde­
nadora m an tien e frente a cualquier otro tipo de m ediación abstracta,
ya sea la teorizada por la subjetividad del ego moderno (desde las certe-
zas del yo kant-fichteano a las incertidumbres de un buscador de valo­
res siem pre relativizables), ya sea la m ediación dialéctica, de corte tota­
lizante. L a im bricación crucial entre lo trascendente y lo inm anente no
es el resultado ni de una actividad sintética de un ego potenciado a de­
miurgo, ni de un acto de valoración en conform idad a tablas axiológi-
cas, ni de un proceso suprapersonal a cargo de actores abstractos (pue­
blos, clases, e tc .). A su manera, la forma política es cnstológica.
En su conceptualización de e sta figura, Schm itt recepta varias tra­
diciones, entre las cu ales es central la del apotegm a hobbesiano, de
que el poder es una prerrogativa de los seres hum anos y no de co n cep ­
tos o instituciones abstractas. Ese elem ento de personalidad concreta,
que da testim onio de la analogía estructural entre el planteo schmít-
tiano y la lógica de la encamación, significa que la form a se hace pre­
sente e n la persona del soberano, de aquél que pronuncia la decisión
excepcional ante la crisis tam bién excepcional. N o hay orden político
sin form a política, y no hay convivencia in-formada políticam ente sin
la acción fundacional de quien, ante la inanidad de la norm atividad
norm al, responde creativam en te a la irrupción del m al en el m undo
(llám eselo crisis extrem a, revolución, anarquía, barbarie dictatorial,
injusticia social, etc.: las concretizaciones de esta prem isa m etafísica
de lo político dependen de los posicionam ientos an tagón icos). C u an do
se derrum ban la previsibilidad del cálculo racionalista-utilitario (del
cu al el sistem a jurídico e n su norm alidad procedim ental es expresión
paradigm ática) y las arm onías espontáneas, entonces una persona - e l
actor p o lítico - con den sa en sí la función de representar el punto de la
cruz o d e la convergencia de la trascendencia (constituyéndose así la
autoridad que es a la vez poder jurídico-polírico) y la inm an en cia (el
m undo, desquiciado por la crisis y a ía espera del n uevo orden am ien­
to). L a soberanía es cristofógíca, pues es forma encam ada.-
Esto n o significa d escon ocer la dim ensión institucional que la p er­
sonificación o personalización (com o acto del devenir-real de lo que
no es co n cep to abstracto ni sujeto dialéctico ni valor, sino eidos perfor-
mativo) incluye en sus connotaciones, pues obviam ente la idea de ac-
to i político soberano im plica u n sistem a de instituciones, en y por m e ­
dio de las que se estructura la función de la form a, tal com o S ch m itt
mismo lo teorizará luego, cu an do desarrolle sus prem isas decisionistas
e n consonancia - a nuestro e n te n d e r- con el institucionalism o com o
“pensam iento del orden co n creto”. N i equivale tam poco a ignorar o
prescindir del elem ento consensúa!, el del consentim iento dem ocrático
por parte de la ciudadanía, propio de toda filosofía política de la m o ­
dernidad (y que es, así, una m arca epocal evidente en el decisionism o
schm ittiano en escritos muy anteriores a los intentos fallidos de cons-
titucionalizar ai nazism o). M ás aún, los m om entos donde la en carn a­
ción de la forma en una person a-actor político es gesto revolucionario
por excelen cia son aq u ello s h ech o s h istóricos m odernos de in ten sa
participación popular, com o pouvoirs constituants, soviets, asam bleas de
base, y sim ilares fenóm enos típicos de las crisis.
S e trata, m ás bien, de un cuestion am ien to radical de la creencia en
que el orden estatal dependa exclusivam ente dé una adecuada in ge­
niería constitucional, com o si las instituciones por sí solas tuvieran la
cap acid ad de producir m ás o m enos m ecán icam ente un buen gobier­
n o; cuestion am ien to que lleva directam en te a criticar la m etafísica
subyacente ál contractualism o liberal, la de la “m ano invisible”. Seg ú n
ésta, la única expresión de acuerdo racional y del logro de la situación
m ás beneficiosa para todos es la resultante de un cálculo económ ico
bajo procedim ientos (norm as, instituciones) que obedecen a la ún ica y
excluyente racionalidad, la que postula que el individuo consiente en
vivir bajo un régim en de derecho positivo sólo si obtiene una utilidad
privada que com pensa y excede lo que pierde al pactar, a la vez que
m ediante esta búsqueda individual del beneficio privado se contribuye
racionalm ente a que se produzca, de m odo autom ático (t.e. bajo n o r­
m as e instituciones que no h acen sino garantizar esta au tom aticid ad ),
eí m ejor de los m undos posibles.
Sch m itt busca elaborar un plan teo que entre en una polém ica n íti­
d a con los paradigm as de no-politicidad elaborados por el liberalism o y
el m arxism o, reconvirtiendo sem án ticam ente la idea de autoridad en
conform idad a las condiciones con tem poráneas, que son, sí, las de fi-
naíización del ciclo estatal, pero frente a los cu ales Sch m itt cree, por
entonces, poder revitalizar la soberanía del Estado con el m odelo de la
form a teológico-política.
El efecto resultante de la presentiftcación de la form a es la anula-
ción de la crisis, el reordenam iento de la realidad y la configuración de
un n uevo sistem a norm ativo. L a form a ordena porque su universali­
dad se particulariza en la decisión soberana. S e abre, así, un a nueva
ép o ca, ta l com o corresponde a su in trínseca fuerza cristo ló gica. S e
produce la representación, con cepto clave ligado al de form a. L a politi­
zación del m undo representa a ío alto en lo bajo y confiere un sentido
trascen den te a lo inm anente {en antítesis, insistam os, a los sentidos
que puedan proporcionarles las dinám icas horizontales del in tercam ­
bio utilitario y/o de la axiología, o la vana m ediación del deber ser).
El m undo con tem porán eo y sus sistem as son in cap aces de repre­
sentar, pues la época es amorfa. M ás aún, es incapaz de producir estilo y
tipos característicos, tai com o acon tece con la in capacidad rom ántica.
L o único que logra el hiperesteticism o de los rom ánticos es subjetivi-
zar y así privatizar las distintas esferas de la vida colectiva, al anular la
políticidad m ediante la con tem plación irónica y la p erspectiva ocasio­
nalista. U n a an ulación sim ilar de lo ético y de lo político encuentra
Sch m itt en las ideologías hegem ón icas de su época. L a n ota com ún es
el prim ado de la repetición o m ultiplicación (una suerte de taylorismo
estético) de lo que no es sin o un gesto subjetivo, artísticam en te estéril
y políticam ente irresponsable. Y con relación específica a la política, ni
en los regím enes liberales ni en el poder soviético hay au tén tica repre­
sentación, sino diputación o cerrada dictadura.
L a secu larización no g en e ra represen tación , ocluye la visibilidad
propia de los actores e instituciones históricas que p resen tifican la for­
m a y operan com o “ centros firm es” de la “vida espiritual” . E n lo reli­
gioso, a la secularización se íe opon e la vísibíl/daci de la Iglesia rom ana
y su autoridad papal, al m en os para el Sch m itt publicista católico de
aquellos añ os (aclarem os: n u n ca dejará de serlo, pero en el prim er lus­
tro de los veinte participa co n entusiasm o en el clim a de renovación
católica, antipositivista y espiritualista, entonces en b o g a ). En el plano
jurídico-político, nuestro autor no teoriza un equivalente de la Iglesia
cató lica pues sabe que el E stad o m oderno, aun cu an do funcione sobe­
ranam ente, no puede alcanzar una visibilidad sem ejante. Pero de to­
dos m odos, en los textos de este período, su con vicción es que la for­
m a n o a n u la eí d u a l is m o c o n s t it u t iv o d e t o d a p o l it ic i d a d
(trascen d en cia-in m an en cia), no elim ina las p articu laridades, no di­
suelve los conflictos y antagonism os, no genera panteísm os fácilm ente
reciclables en clave prototalitaria (podríam os agregar: evita la totaliza-
ción al m an ten er separados E stad o y sociedad civil). L a Form configura
esa visibilidad com o resplan decer de lo alto en lo bajo que ilum ina e
im p regn a - c o n su sen tid o, su estilo y su tip o lo g ía - el co n ju n to de
com p on en tes culturales de un a época, a partir de su encam ación en
actores políticos concretos, que son el ahí de la form a m ism a.
S ch m itt busca, pero sabe que no encon trará n unca, un a represen ­
tación y un a visibilidad an álo g as a la eclesiástica católica en un régi­
m en político para la era de m asas, ya que es con scien te de que el c i­
clo de la estatalid ad h a term inado. El Führertum lo ilusionará algunos
años, p ero para 1936-37 ya h a c a p ta d o plenam en te la irracion alidad
del régim en nazi a la luz de lo político m ism o. En realidad, la co n ­
cien cia trágica del estatalista S ch m itt radica en la in cap acid ad de que
u n m od elo político represente, e sto es, de que haya representación en la
socied ad industrial m asificada, cu an d o ni siquera pu d o ser represen­
tante de un m odo pleno el E stad o m oderno clásico en su form ulación
m ás pura, la hobbesíana.

4. L a publicación de un libro de Sch m itt en español n o es un evento


arqu eológico ni un rito acad em icista. Es un aporte a discusiones con ­
tem porán eas que alcanzan siem pre una proyección práctica indisolu­
ble de la dim ensión teórica e n que, ante todo, son analizadas y recep­
tadas sus ideas. O, si se quiere, la tarea intelectual de leer al discutido
Jurist (m aestro term inal de un a tradición política vigente por aproxi­
m ad am en te cinco siglos en O c c id e n te ), en virtud de la fuerza y pro­
fundidad m ism as de su estilo y m ás allá de los requisitos teóricos que
su recepción y concretización im ponen, incita a una tom a de posición
personal an te lo político. Romanticismo político responde a este sino de
la escritura schm ittiana. El lector hispano-parlante sabrá hacerlo des­
de sus convicciones personales. De todos m odos, cualesquiera fueren
las conclusiones a las que arribe, juzgam os oportuno concluir nuestro
introito señ alan d o algun os m otivos que h ab lan de un a significativa
contem poraneidad del texto de Schm itt.
Podría, así, destacarse la luz que sus consideraciones pueden arrojar
sobre tem áticas com o la estetización de la política en H an n ah A rendt,
una pensadora paradójicam en te antiliberal (y tan cercana a Schm itt
en algunos de sus plan teos, com o contraria en o tros};1 o el esbozo de
algunas de las líneas de investigación y com prensión de la historia de
las ideas m odernas, tal com o las desarrollará luego - c o n reconocido
influjo sch m ittian o - R einhart Koselleck; o el aporte de criterios pata
la evaluación crítica de la cultura posm oderna, particularm ente pre­
dispuesta al su b jetiv ism o irónico; e incluso la con tribución que las
ideas schm ittianas ofrecen -c re e m o s- a la com prensión de los rom án­
ticos latinoam ericanos del siglo XIX (que en la A rgentina son m enta­
dos com o “la gen eración del 3 7 ”), en tanto que intelectuales dedica­
dos a ctiv a m e n te a la p o lítica en térm in os que no c a b r ía calificar
-salv o en algunos c a s o s - de ocasionalistas. Por el contrario, asum en la
identidad de los que Sch m itt llama “políticos rom ánticos", m ilitantes
com prom etidos co n una idea bien clara de lo justo y de lo injusto, y en
cuyos escritos y aficiones estéticas los objetos románticos (los caudillos,
las lenguas au tócton as, la religiosidad popular, la exuberancia de la n a­
turaleza am ericana, etc.) operan com o con texto cultural y com o m oti­
vación para su actividad no sólo literaria sino fundam entalm ente polí­
tica (con actitu d es tan to positivas com o n egativas resp ecto de esos
motivos típicos del rom anticism o}.
N o m enos significativo sería - lo es para n osotros- el recurso a las
categorías de la interpretación schm ittiana del rom anticism o para leer

1 "Romanticismo político, de Cari Schmitt, sigue siendo el mejor trabajo sobre este te­
ma", dirá Arendt treinta años después de la segunda edición.
críticam ente el populism o tan h abitual en nuestras latitudes. Sobre to ­
d o porque la cultura popular, asum ida com o presunta fuente de toda
autenticidad y verdad, no es sin o una construcción sim bólica que lleva
a cabo el intelectual populista a partir de sus con viccion es personales,
proyectándolas com o rasgos idiosincráticos del pueblo, cuya vitalidad
así ficcionalizada no puede no confirm ar siempre lo que aquél presenta
com o n otas distintivas de lo popular. R asgos culturales que son la me-
ra ocasión para la reiteración de su credo, en un juego de circularidad
autocom placien te. El in telectual populista puede así acep tar tales o
cu ales co n n o tacio n es de lo popular, o rech azar o tras a le g an d o que
aquéllas son auténticas y éstas falsas (artificiales o im puestas externa-
m ente y violentando la co n cien cia auténtica de las m asas populares),
porque este pueblo h a deven ido sustan cia proteica a m erced de una
creatividad estetizante, no política. S ó lo que este discurso no va más
allá de una actitud con tem plativa, m ientras que la práctica política si­
gue otros carriles, lo cual es recon ocido orgullosam ente por el in telec­
tu al p op u lista cu an d o (ig n o ran d o q u e la su sta n c ia p o p u la r es una
construcción de su subjetividad) proclam a que no h ace sino seguir al
pueblo. A nuestro entender, entonces, hay elem entos significativos en
Romanticismo político para desarrollar una crítica del populism o típico
de tan ta producción in telectual latinoam ericana.
Pero tam bién , a u n q u e de un m od o m enos d e sa rro lla d o q u e en
otros escritos, esta obra de S ch m itt favorece una com prensión no in­
genua del m oralism o con tem porán eo, co m u n icacion ista e hiperdialo-
guista; es decir, prom ueve un a lectura no estandarizada de las doctri­
n as qu e, b ajo el rubro de a p o lo g ías del u n iversalism o racio n alista,
reform ulan abstracciones y gen ericidades neutralizadoras de lo políti­
co. N eu tralizació n cuyo co ro lario es que la co n flictiv id ad hum ana
queda librada al em pirism o m ás grosero, a la lógica del antagon ism o
despolitizado, y por eso m ism o brutal. Tal com o S ch m itt en señ a aquí
y en textos posteriores, el m oralism o, al negar al adversario la co n di­
ción de enemigo político (ya que lo político equivaldría a m era irracio­
n alid ad ), lo reduce a ser in -h u m an o, co n lo cual ju stifica cualquier
procedim iento en su con tra, e sto es, legitim a el ejercicio ilim itado del
terror, pues todo vaíe co n tra quien está fuera del perím etro de la racio­
nalidad moral.
Finalm ente, una lectura actual de Romanticismo político debe tener
presente que la fórm ula schm ittiana - e l rom anticism o com o ocasio n a­
lism o subjetivizado- fue utilizada por K arl Lów ith para polemizar d u ­
ram ente con el decisionism o, en un artículo d e 1935 que, al estar fir­
m ado con el seudónim o “H u go Piala”, Sch m itt creyó que había sido
escrito por G eorg Lukács, si bien el filósofo húngaro, siete años antes,
había publicado un a reseñ a elogiosa -c o n algun as observaciones críti­
c a s - del libro sch m ittian o,2
N o sólo la doctrina, sino ciertas vicisitudes personales de S ch m itt
son para Lów ith sim plem ente ocasionalismo dedsionm a, esto es, re s­
puestas variad as - e incluso teóricam ente in co n ciliab les- a circun stan ­
cias políticas externas, a eventos ajenos a la teoría y a la práctica del
teórico del decisionism o, que sirven sin em bargo para que Sch m itt las
presente com o con form es a decisiones existenciales de carácter rad i­
cal. En realidad, el form alism o de este p lan teo -seg ú n la lectura lowit-
h e a n a - no hace sino condenarlo a m antener un a relación espúrea (o
al m enos contraria a la que su teórico afirm a) con un a realidad que le­
jos de obedecer a la lógica de la decisión soberan a, transform a a é sta
en una suerte d e corolario depen dien te de la realidad que S ch m itt

2 a) Cf. Karl Lówith, ‘‘Der oklcasionette Dezisionismus von Cari Schmitt", en ídem,
Gesamme/ítí Abhandlimgen. Zur Kritik der geschichtltehen Existenz, Kohlhammer, Stutt-
gart-Berlin-Kóln-Mainz, 1969, 2, Durchgesehene Auflage, pp. 93-126, y también en
ídem, Heidfgger Denker in dürftiger Zeit. Zur Stellung der Phibsophie mi 20. Jahrhundert,
Metziersche v., Stuttgart, 1984, pp- 32-71. Se trata de la reimpresión, con el agregado
de consideraciones sobre Heidegger y F. Cogarten, del artículo publicado, bajo el seu ­
dónimo de Hugo Fíala, en la Revue inttírrwtionflfc de la théorie du droit / Intematicmale
Zeitschrift für Theorie des Rechts, 9, 1935, H. 2, pp. 101-123. Las mismas ideas, resumi­
das, en idem, “M ax Weber und seine Nachfolger”, Mass und Wert, 3, 1939/1940, pp.
166-176, publicado en versión reducida como “M ax Weber und Cari Schmitt" en la
Frankfurter AUgemeine Zeitung del 27. VI. 1964 (en el vol. V de sus Samtüefie Scfiri/ten,
dedicado a sus trabajos sobre Weber y Nietzsche, pp. 408-418). Pero cabe remitir a las
consideraciones sobre Schmitt en su autobiografía: Mein Leben in DtíwtscWand vor und
nach 1933, MeDlersche V. und C. E. Poeschel V., Stuttgart, 1986 [hay traducción es-
presenta equivocadam en te, ideológicam ente, com o si estuviera condi­
cionada por la decisión m ism a.
A i igual que los rom ánticos, el jurista -seg ú n Low ith - anuía toda
relación racional con la norm a jurídica. A sim ism o, el carácter absolu­
tam ente form al y vacu o de la decisión, pone a ésta siempre a la espera
de contenidos políticos concretos, m om entáneos y ocasionales, para
presentarlos com o su contenido, com o si ellos hubiesen acon tecido en
virtud de la decisión m ism a, y así justificar un asidero en la realidad
que, en verdad, no tiene. L a teoría decisionista -prosigue la crítica ló-
w itheana— no es m ás que nihilismo: carece tanto de un fundam ento
m eta físico que la legitim e, com o de un ám bito propio y específico que
proporcione el criterio de la totalización estatista, sin tam poco poder
remitir a u n a religión o a una doctrina m oral, para recabar de ellas los
principios justifica torios de la con ducta política.
Lo que Sch m itt defiende, entonces, es -siem pre según Low ith - só­
lo una vacía “decisión por la decisoriedad”, pues no le concede im por­
tancia a aquello por lo cu al alguien se decide; o, en todo caso, encuen­
tra com o m otivo disparador de la decisión tan sólo la disposición a
morir y a m atar, la guerra. E n resum en {no podem os entrar en el d e ta­
lle del ensayo-diatriba low ith eano), el decísíonism o sería un a trans-

pañola]. Podríamos agregar un dato interesante para los lectores argentinos. La esposa
de Lowith, Ada, cuenta que el motivo para el regreso de su marido a Alemania fue la
invitación y consecuente participación en el congreso internacional de filosofía reali­
zado en Mendoza, Argentina, en 1949, donde el pensador volvió a contactarse con
viejos colegas y amigos que lo incitaron a retomar la docencia germana. Las ponencias
de Lowith versaron sobre el existencialismo moderno, en su comparación con la filo­
sofía clásica (Aristóteles) y con el cristianismo (Agustín), y sobre la filosofía de la his­
toria, sin la mínima referencia al decísíonismo schmittiano; cf. sus “Background and
Problem o f Existen ti alism" y “The Theological Implications of the Philosophy of His-
tory”, en Actas del Primer Congreso Nactoníil de Filosofía, U. N. de Cuyo, Mendoza,
1949, 1. 1, pp. 390-399, y t. m, pp. 1700-1709 respectivamente,
b) cf. Georg Lukács, “Rezensionen: Cari Schmitt, Polirische Romantik”, en ídem, Wer-
ke, Bd. 2: Frü/iscfm/ten Ií- G csc/ííc/uí; and Klasienbewisstsein, Luchterhand, 1968, pp-
695-696, originariamente en Arc/uv /. d. Geschidue des Soziaíismus u. á, Arbeiterbewe-
xm, 1928, pp. 307-308.
c r ip c ió n ideológica de la actitu d versátil, proteica, de la persona Sch-
m itt, una suerte de trepador o arribista, fautor del belicism o, nihilista y
relativista en su falta de una m etafísica autén ticam en te sustancialista,
proclive a los golpes de tim ón doctrinarios cu an do las circunstancias
externas asi lo aconsejan.
N o com partim os en absoluto esta interpretación. N o creem os tam ­
poco que la actitud de Sch m itt - n i en lo que h ace a su teoría, ni res-
pecto de su biografía p e rso n a l- sea la de un “ocasionalista”, calificati­
vo que reem plaza eufem ísticam ente el -m á s v u lg ar- de “oportunista”.
Por cierto es com prensible la m otivación política y cultural en general
que justifica la actitud polém ica del intelectual exiliado. Pero la ju sta
indignación de Lówith no garantiza el acierto de su herm enéutica. Por
el contrario, en este caso {com o en el de tan to com entarista posterior)
se desdibuja la dram aticidad no sólo de la historia en general, ese c a ­
rácter dram ático de lo histórico que el decisionism o reivindica en co n ­
tra de la n eu tralización y el optim ism o liberal, sino tam bién de los
eventos particulares que Sch m itt vive en prim era persona con la res­
ponsabilidad de un intelectual com prom etido. H abrá com etido erro­
res, que encontram os com prensibles, con aristas altam ente criticables,
pero no ha sido un m ero oportunista, ni el decisionism o puede ser des­
pach ado com o oportunism o.
C on cluyam os con algunas observaciones sucintas al respecto. N o
es cualquier situ ación histórica la que despierta - s i así cabe d e cirlo -
la respuesta soberana. La decisión fundacional no va a la zaga, com o
un acom pañ am ien to tardío, del acontecim iento político que quien la
tom a {o pretende tom ar) se le ocurra presen tar com o el contenido
co n creto de la m ism a, com o el resultado del gesto de su voluntad. El
form alism o decisionista no está a la caza de “o casio n es”. Por el co n ­
trario, presupone la n oción de forma, por cierto am bigua pero irre­
ductible al tipo de abstracción m entada cu an d o se denuncia el “ for­
m a lism o ” de tal o cu al n o c ió n o teoría. D iríam o s: el fo rm alism o
sch m ittiano no cae bajo las generales de la ley, que en este caso es la
ley de la denun cia a una abstracción o vacu id ad plenificable por los
con tenidos m ás diversos, aun los m ás an titéticos, y por ende inútil en
sus p rete n sio n es de ser un u n iversal r e c to r de c o n o cim ien to s y/o
p rácticas. N o creem os que le quepa a Sch m itt este m odelo de ob je­
ción, que tiene an teced en tes archisignificativos e n la crítica de H egel
a K an t y de M arx a H egel, por recordar d o s topoi filosóficos que Lo-
w ith co n o ce m uy bien . L a co m p lejid ad de la Form sch m ittia n a la
vuelve inconfundible con cualquier tipo de n oción gen érica y vaga,
válida para d enotar las realidades m ás diversas y por ende inútil gno-
seológicam ente, a la par que oportunista en la p ráctica.
Pero esta especificidad del form alism o sch m ittiano significa ta m ­
bién (m ás allá de la objeción low itheana) que el nervio teórico del de-
cisionism o no es un a ontoiogía ingenua. C iertam en te, en Romanticismo
político el discurso de Sch m itt parece con trapon er al form alism o del yo
m oderno (resultante de la secularización del D ios bíblico) un a reali­
dad concreta, un a estructura ontológica firme y bien determ inada in ­
dep en dien tem en te de to d a in terven ción yoica, un m undo o b jetivo
que la subjetividad rom ántica no puede ni quiere aprehender y m odifi­
car, pues com prom eterse gnoseológica y éticam en te equivaldría a so ­
m eterse a una alteridad extraña, a perder creatividad, A l reivindicar
Schm itt lo real y con creto frente a las p alab ras insustanciales y los e s­
capism os este tizantes, da la impresión de ad o p tar un a ontoiogía clásica
para justificar su polém ica antirrom ántica.
Sin embargo, el análisis de Sch m itt no tiene un carácter ontologi-
zante; el m eollo de su crítica no p asa por la in vocación algo difusa de
la dura realidad frente a los m undos fan taseados, sino por el desm enu­
zamiento de un tipo de subjetividad operante de m odo, precisam ente,
ocasionalista. L a clave de la crítica sch m ittian a reside en su análisis
del yo rom ántico. N o cabe, entonces, atribuir a este texto un alcance
ontologicista, pues el eje de su antirrom anticism o (en una línea que
lleva directam ente al antinorm ativism o) p a sa por la dilucidación de la
diferencia entre el sujeto político y el ego co n tem p la ti vo-dialoguista,
en las condiciones peculiares de la m odern idad en la primera m itad
del siglo XIX.
N i vacu o form alism o, entonces, ni recurso ingenuo a la ontoiogía.
C u an d o Sch m itt teoriza el decisionism o (en térm inos anun ciados en
Romanticismo político), el sujeto de lo político, ese soberano an te la cri­
sis, no es un m ero ocasionalista que m anipula a piacere h echos y situ a­
ciones para desplegar su subjetividad arbitraria en virtud de su misma
vacu id ad (ni, co n secu en tem en te, la teo ría d ecísion ista es tam p o co
una variante del ocasionalism o), ya que es exclusivam ente ante un a si­
tuación bien específica, el estado de excepción, que desarrolla su fun­
ción soberana. Lo que en el libro de 1919 aparece com o realidad con ­
cre ta, que la su b je tiv id a d r o m á n tic a e ste r n a com o occasio, e n las
posteriores fo rm u lacio n es del d ecision ism o es un tipo de a c o n te c i­
m iento, el estado de excepción, cuyo dram atism o anula la p osibilidad
m ism a de ser neutralizado irón icam en te. El Ausnahme^ustand posee
una graved ad que no da espacio a posicionam ientos etiquetables com o
“ocasion alistas” , sino a decisiones que son respuestas tam bién excep­
cionales, actos de libertad que fu ndan el orden jurídico-político.
Finalm ente, en esta decisión soberan a se representa en p len a visi­
bilidad un a n oción de lo justo y lo in justo que define n ítidam en te el
am igo y el enem igo políticos. Por cierto, el estado de excepción schm ittía-
no tiene com o prem isa una m etafísica del m al y de la libertad de fuer­
te im pronta católica, pero se abre a su vez a otras con stelacion es con ­
c e p tu ale s y sim b ó lic as, en la m ed id a en que !as m ism as e v ite n la
m ercantil! ¿ación axiologísta y el culto hiperm oralista de u n a un iversa­
lidad etérea, y reconozcan la im bricación entre lo trascendente y lo in­
m anente e n la decisión, com o acción libre por excelencia.
Prologo*

A los alem anes les falta la facilidad que hace de una palabra una de­
signación sim ple y cóm oda, respecto de la cual se pongan de acuerdo
sin grandes dificultades. Es verd ad que para nosotros un a expresión se
vuelve rápidam ente banal, pero no sencillam ente convencional en un
sentido práctico y razonable. L o que perm anece com o denom inación
objetiva m ás allá del m om ento y exige por eso un análisis m ás exh aus­
tivo, trae consigo am bigüedades y disputas lingüísticas; y quien busca
en medio deí caos una explicación objetiva, pronto n ota que está en ­
vuelto en un a con versación eterna y en una cháchara inútil.
El tem a rom anticism o sugiere tales reflexiones no sólo a nosotros los
alemanes; en la discusión francesa, inglesa e italiana la confusión no es
menor. N o obstante, tam bién aqu í se siente la facilidad term inológica
del idioma francés y se podría intentar imitarla. ¿No sería m ás simple de­
cir aproxim adam ente así: rom anticism o es todo lo que puede derivarse
psicológica o intelectualm ente de la creencia en la bonté naturelle, es de­
cir, del principio de que el hom bre es bueno por naturaleza? Esta defini­
ción -establecida por los franceses y en apariencia particularm ente evi­
dente para e llo s- de la que Seilliére se ocupó y que h a expuesto en
muchos libros sobre m ística y rom anticismo, da efectivam ente un crite­
rio adecuado para num erosos fenóm enos rom ánticos y puede aplicarse
también a breves estados de ánim o y sucesos cotidianos. Pensem os en

* Luis Rossi ha realizado el cotejo de esta traducción con la excelente, aunque algo
libre, versión italiana de Cario Galli (Romanticismo Político, Milán, Giuffré Editóte,
1981} así como con la versión al inglés de Guy Oakes (Política¡ Romanácism, Cambrid­
ge, The Mir Press, 1986).
un hombre que cam ina por las calles de una ciudad o que recorre un
m ercado y observa a las cam pesinas y a las amas de casa vendiendo y
com prando, profundam ente conm ovido por el empeño de las personas
en ofrecerse recíprocam ente herm osos frutos y buenos alim entos, em be­
lesado por los niños encantadores y las madres esm eradas, los m uch a­
chos vigorosos, los hom bres honrados y los ancianos venerables. Ese se­
ría un rom ántico. R ousseau, cu an d o pin ta el estado de n aturaleza, o
Novalis, con su descripción de la E dad M edia, quizás se diferencian de
él por las cualidades literarias, pero n o por el tema o la psicología, pues
qué situación y qué tem a se elige para hacer de él un cuento rom ántico
es en sí indiferente. D e este modo, sale al encuentro una serie de figuras
conocidas que son consideradas co m o específicam ente rom án ticas; el
cándido e inocente hombre natural, el bon sauvage, el caballeresco señor
feudal, el candoroso cam pesino, el noble jefe de bandoleros, el vagabun ­
do y todos los holgazanes honrados del romanticismo alem án, el buen
mujik ruso. C a d a uno de ellos surge de la creencia en una bondad natu­
ral del hombre, dondequiera que ésta se encuentre.
Para el sentir alemán, una definición semejante - a partir del principio
de la bondad natural del hom bre- está demasiado orientada hacia la moral
del hombre, demasiado poco hacia la historia y en absoluto hacia el cos­
mos. N o por eso hay que despreciarla, sino que al menos debería recono­
cerse que esa definición no se conform a con las caracterizaciones superfi­
ciales y generales que padece el tratam iento del problema romántico. La
caracterización del romanticismo com o algo exaltado, anhelante, soñador
y poético, nostálgico, añorante de horizontes lejanos o cosas parecidas, se­
ría ella misma romántica, pero no daría ningún concepto de é l Realm ente
es absurdo -aun que también se encuentren ejemplos de e llo - reunir una
serie de temas a los que se considera rom ánticos y hacer una lista de obje­
tos “románticos” para deducir de alguna m anera de ellos la esencia del ro­
manticismo. L a Edad M edia es rom ántica del mismo m odo que una ruina,
la luz de la luna, el Ftethom,* la cascada, el molino a la orilla de un arroyo,

* Post/iom, traducido a veces al español como “cometa de postillón”, instrumento de


bronce, recto o enroscado en espiral alargada. Su nombre deriva del hecho de que anti-
y muchas otras cosas que, enum eradas en su totalidad y combinadas con la
lista de figuras románticas ya m encionadas, darían por resultado un catálo­
go muy curioso. La inutilidad misma de semejantes intentos debería mos­
trar el procedimiento correcto: la definición del romanticismo no puede
partir de cualquier objeto o tenia percibido como romántico, de la Edad
M edia o de las ruinas, sino del sujeto romántico. Siempre se dará con una
determinada clase de personas, lo que en el plano intelectual es evidente.
Se debe atender a la conducta particular del romántico y partir de la rela­
ción específicamente rom ántica con el mundo, no del resultado de esta
conducta ni de todas las cosas y circunstancias que aparecen en una colori­
da variedad como consecuencias o síntomas.
El principio de la bondad natural del hombre da por lo m enos una
respuesta. Busca com prender la conducta rom ántica reduciéndola a una
fórmula dogm ática a través de la cual se dé al m enos una definición más
precisa, porque toda expresión en el plano intelectual, consciente o in ­
conscientem ente, tiene por prem isa un dogm a, ortodoxo o herético.
Precisamente la doctrina de la bondad natural del hom bre ha probado
ser un criterio apropiado para num erosos m ovim ientos, sobre todo, c o ­
m o es lógico, cuando está unida a la negación del pecado original N o
sólo en las tendencias llam ad as “ rou sseau n ian as”, en los anarquistas
sentim entales y en los beatos hum anitarios, sino tam bién en las fuertes
corrientes radicales se puede reconocer una actitud rom ántica sem ejan­
te com o móvil último. L a vida de m uchas sectas -p a ra las cuales Ernst
Troeltsch (en Die Sozidhhren der chmtlichen Kirchen)* h a encontrado la

guárneme era empleado por los postillones para anunciar la llegada del corteo a las aldeas
y ciudades. (Todas las nocas, frases y párrafos entre corchetes encabezados por un asteris­
co pertenecen a los traductores. El lector notará que no hemos traducido todas las locu­
ciones en otros idiomas que Schmitt emplea. Nos hemos limitado a las que consideramos
menos corrientes o más difíciles. Asimismo, en la bibliografía hemos proporcionado la tra­
ducción de los títulos imprescindibles para la comprensión de la argumentación de Sch-
mitt, especialmente de las citas de títulos de obras de Adam Müller, Friedrich Schlegel y
Novalis, pero no de la totalidad del extenso aparato crítico utilizado por el autor.)
* El nombre completo de la obra es Die Soíuilie/iren der cfmstüchen KírcFi^n und
Gmfjfien (Las doctrinos socíaks de las iglesias y grupos cristianos), Tubinga, Mohr, 1912.
fórmula de “derecho natural absoluto”- se origina en un fanatism o cuya
fuerza anárquica reside en la negación del pecado origin al
L a exp licació n b asad a en el p rin cipio de la b o n d ad n atu ral del
hom bre tam bién me parece m ejor y m ás correcta que las caracteriza­
ciones del rom anticism o según criterios nacionales, com o la equipara­
ción de lo rom ántico con lo alem án, lo nórdico o lo germ ánico. Por
m otivos m uy diversos se han form ulado tales definiciones del rom anti­
cism o. D e acuerdo con el punto de vista de que el rom anticism o con­
siste en una mezcla, éste fue considerado com o la con secuen cia de la
fusión de pueblos rofnánicos y germ ánicos y fue descu bierta una mez­
cla de tal índole especialm ente en la llam ada E dad M edia rom ántica.
E n con secuen cia, los alem an es identificaron el rom an ticism o con la
propia nación para glorificar a am bos; los franceses rechazaron el ro­
m anticism o com o alem án y lo endosaron al enem igo nacional. Por pa­
triotism o se puede ensalzar y m aldecir eí rom anticism o, pero una co­
rriente tan im portante del siglo XIX, que atraviesa las naciones europeas,
no puede reducirse pedantem ente a que el resto del m undo sea tratado
com o candidat á la ávilisation frangaise o com o aspirante a la cultura ale­
m ana y que el romanticismo, adem ás de los calificativos de exaltado y
nostálgico, reciba tam bién el de alem án o germ ánico. Lo p eor es cuando
tales calificativos deben servir a un fin pedagógico, y el rom anticism o,1
por un lado, aparece com o n u eva vid a y verdadera poesía, com o lo
plenam ente vital y fuerte con trapuesto a lo viejo y rígido; pero, por el
otro, com o el estallido salvaje de la sensibilidad enferm iza y la inepti-_
tud bárbara para la form a. Para unos el rom anticism o es lo juvenil y lo
san o , m ientras los otros citan la frase de G oethe en la que lo clásico es
lo san o y lo rom ántico lo enferm o. H ay un rom anticism o de la energía
y un o dé la decaden cia, rom anticism o com o vida in m ediata y actu al y
rom anticism o com o fuga h acia el p asad o y a la tradición. El con oci­
m iento de lo que es esencial al rom anticism o no puede com enzar con
tales valoracion es positivas o n egativas, higiénico-m oralizantes o polé-
m ico-políticas. Puede conducir h acia allí com o aplicación p ráctica; pe­
ro en tan to no se logra aún ningún conocim iento claro, e n el fondo re­
sulta arbitrario cóm o se m ezclan y asignan aqu í los calificativos y lo
que se elige del m uy com plejo m ovim iento com o lo autén ticam en te
“ rom ántico", sea para ensalzarlo o para condenarlo. C onsiderado así,
lo m ás cóm odo todavía sería seguir a Stendhal y decir sim plem ente: lo
rom ántico es lo in teresan te y lo clásico es lo aburrido, o naturalm ente
al revés; pues este fuego cansador de alabanza y crítica, entusiasm o y
polém ica, gira en to m o a un bastón con dos extrem os que se puede
agarrar de cualquier lado.
Toda defin ición basada en el principio de la bondad n atural del
hombre es, en com p aración con aquello, un esfuerzo m eritorio y v a ­
lioso. Pero ella no es to d avía un conocim iento histórico. Su in su fi­
ciencia reside en que en su abstracción dogm ático-m oral descon oce
la especificidad h istórica del m ovim iento y la reduce al m ism o y único
prin cipio g en eral ju n to a m uch os otros acon tecim ien tos h istóricos.
E sto co n d u ce a un in ju sto rechazo de fen óm en os y con trib ucion es
con sonan tes y valiosos. Los inofensivos rom ánticos son así dem oniza-
dos y puestos a la par de sectarios rabiosos. Todo m ovim iento espiri­
tual debe ser tom ado e n serio, tanto en sentido m etafísico com o m o ­
ral, p e ro n o co m o e je m p lo de un p rin cip io a b stra c to , sin o co m o
realid ad h istó ric a c o n c r e ta e n relación c o n un proceso h istó rico .
A h ora bien, n adie exigirá de un a descripción histórica, en la que sólo
im porta ía reproducción de los hechos concretos, una co n cien cia sis­
tem ática com pleta de su uso del lenguaje, siem pre que sea com prensi­
ble en gen eral y no renga contradicciones internas. Es diferente si lo
que debe ser con ocid o claram ente en su centro es un m ovim iento e s­
piritual. Para una co n sideración histórica que se derivara de tales in­
tereses sería en sí del to d o correcto un procedim iento que tom ara c o ­
m o p u n to de p a r tid a la co n trad icció n del m o v im ien to ro m án tico
respecto de la ilustración y respecto del clasicism o. Pero ello conduce
a una gran con fusión cu an d o los historiadores del arte, de ia literatu ­
ra y de la cu ltu ra co n sid eran esta contradicción com o la característi­
ca esencial y exh au stiva, y teniendo presente al rom anticism o -p e ro
no al m odo d e los críticos abstractos, que reducen m uchos fenóm enos
históricos a un postu lad o universal, sino al r e v é s- refieren varios m o ­
vim ientos al rom an ticism o y, por consiguiente, descubren rom anticis­
m o en toda la historia universal. Tendencias religiosas, m ísticas e irra-
cionales de toda clase, la m ística d e Plotino, el m ovim iento francisca­
no, el pietism o alem án , el m ovim iento Sturm und Drang, son de tai
m anera “rom án ticos” . Es un argum en to algo peculiar, con cuya ayuda
un gran m aterial h istórico y estético es agrupado aquí según antítesis
sim ples: rom anticism o o clasicism o, rom anticism o o racionalism o. El
rom anticism o es lo con trario del clasicism o; de este m odo, rom an a-
cism o sería todo aquello que no es clásico, con lo cu al clasicism o sig­
nifica, por otra parte, un co m p u esto muy h eterogéneo; ya se enrienda
por clásico a los an tiguos p agan os, en oposición a los cuales la Edad
M edia cristiana se con vertiría en el rom anticism o propiam ente dicho
y D an te en el au tén tico p o e ta rom ántico, ya al arte francés del siglo
xvn, vistos desde el cu al los c lásic o s alem an es y a so n rom án ticos,
pues en A lem an ia se desarrolla una literatura clásica a partir de una
corriente cosm opolita, am bigua, influida incluso por R ousseau; y en
R usia, donde no h ab ía en absoluto “clásicos” , lo clásico es, en con se­
cuen cia, algo totalm ente ajen o, europeo occidental. O bien: rom anti­
cism o es lo con trario de racionalism o e ilustración; por consiguiente,
rom anticism o sería todo lo que n o es racionalism o o ilustración. Tales
generalizaciones n eg ativ as con d ucen a asociacion es in esperadas y ab ­
surdas. T am poco la Iglesia cató lica es racionalista, m enos aún en el
sen tid o del racionalism o del siglo xvm, pese a lo c u a l aparece alguno
que llam a rom ántica tam bién a e sta con stru cción prodigiosa del or­
den y la disciplina cristian as, de la claridad d o gm ática y de la m oral
precisa y, adem ás, co lo ca en el p an teón rom án tico la im agen del c a to ­
licism o al lado de la de todos los genios, sectas y m ovim ientos posi­
bles. A esto con duce la cu riosa lógica que define por m edio de un a
con cordan cia en lo n eg ativ o y que, en la n iebla de tales sem ejanzas
negativas, realiza siem pre n uevas asociacion es y m ezclas. El rom anti­
cism o surgió com o un m ovim iento juvenil co n tra lo que e n ese e n ­
ton ces aparecía co m o dom in an te y viejo, co n tra el racionalism o y la
ilustración ; el re n acim ien to tam b ién era un m o v im ien to co n tra lo
que en su ép oca p arecía viejo y an ticuado, del m ism o m odo que el
StUTTTi und Drang y la Jo v e n A lem an ia de los añ os trein ta del siglo p a ­
sado; tales m ovim ientos se originan en casi todos los años treinta y
dado que en cu alquier parte de la historia existen “m ovim ientos” , por
lo tanto, hay rom anticism o donde se m ire. Pero, en definitiva, todo es
parecido a todo de alguna m anera; sin em bargo, no se trata de h acer
todavía m enos claro -p o r m edio de n u evas sem ejan zas- a un con jun -
to histórico p oco claro.
Considero este procedim iento en gran parte una con secuen cia del
rom anticism o m ism o, el cual tam bién tom a los acontecim ientos h istó­
ricos com o ocasió n para una peculiar productividad literaria, e n lugar
de conocerlos objetivam ente. D e esta form a, sin em bargo, ella m ism a
es rom antizada tam bién, de m odo tal que genera un subrom anticism o.
Tales procedim ientos se encuentran incluso donde m enos se lo espera.
Sólo un ejem plo flagrante: G iovanni Papini, que entiende el ro m an a-
cismo com o individualism o - e n lo que tiene tod a la razón-, co m o un a
sublevación del yo, generada a partir del spirito di rebellione, com ienza,
sin embargo, su descripción del “ rom anticism o” con la frase; hay algo
indeterm inado en esta palabra, pero donde se trata de grandes fe­
nóm enos, de m ovim ientos colosales, n ad a es m ás preciso que u n a e x ­
presión in d eterm in ad a 1 Si alguien con trario a la arbitrariedad
subjetivista y a la falta de forma, si un enem igo del rom anticism o h a ­
bla así ¿qué se puede esperar en ton ces de sus am igos? Todos so m o s
conscientes de la im perfección del lenguaje y del pensam iento h u m a­
nos; pero a sí com o sería necio y pretencioso q uerer nom brar lo in n o m ­
brable, tam bién es seguro que el cen tro de un m ovim iento espiritual
debe estar a la v ista y ser definido claram en te, si se debe juzgar y d e c i­
dir acerca de él. R enunciar a eso significa e n realidad “pisotear la h u ­
m anidad”. Es un deber lograr la claridad, aun que sólo sea la clarid ad
acerca de por qué un m ovim iento aparece objetivam ente com o p o co
claro y bu sca h acer de la falta de claridad un principio. Q ue el rom an ­
ticismo ten ga quizás la pretensión de ser inefable y de estar m ás allá de
lo que las p alabras hum anas pueden aludir tam bién es propio d e él y
no debem os descon certarnos, pues generalm ente la táctica lógica de

1 II creposcolo de i Filosofo, p, 56.


su pretensión es d em asiad o pobre. S ó lo hay que reparar en el m odo en
que el rom án tico bu sca definir todo a través suyo y en cóm o evita toda
definición de sí m ism o a través de otro. Es rom án tico identificarse con
todo,, pero n o perm itir a nadie identificarse con el rom anticism o. Es
ro m án tico d ecir q u e el m ov im ien to n eo p ia tó n ico es rom an ticism o,
que el ocasio n alism o es rom anticism o, que los m ovim ientos m ísticos,
pietistas, espiritualistas e irracionales de toda clase son rom anticism o,
pero no a la in versa, por ejem plo, com o se sugiere aquí, que el rom án-
ticism o es u n a form a del o casio n alism o ; ya que de ese m odo el ro­
m an ticism o m ism o sería afectad o en su indefinición cen tral. D ich o en
form a lógico-gram atical: e sta clase de literatura siem pre hace del ro­
m an ticism o só lo el predicado, n u n ca el sujeto, de una definición. Esta
es la sim ple m an iobra con la q u e el rom anticism o h ace aparecer por
arte de m agia su laberinto histórico-espiritual.
A sí desperdicia una riqueza m uch as veces sorprendente de gustos
diferenciados y análisis sutiles. Todo esto queda sólo en el terreno de
una sensibilidad m eram ente estética y no avanza n unca hacia un co n ­
cepto. L a crítica logra una profundidad m ás significativa sólo cuan do el
rom an ticism o es in corporado h istoriográficam ente a una gran con s­
trucción h istó rica de los últim os siglos. Especialm en te los escritores
contrarrevolucionarios h an in ten tado esto de m aneras a m enudo muy
interesantes. Ellos vieron en el rom anticism o la consecuen cia de aqu e­
lla disolución, que com ienza con la Reform a, conduce en el siglo xvm a
la Revolución Francesa y culm ina en el siglo XIX e n el rom anticism o y
la anarquía. A sí se gesta el “m onstruo de las tres cabezas” : Reform a, re­
volución, y rom anticism o. El vínculo entre las dos primeras, Reform a y
revolución, es con ocid o y atraviesa todo el pensam iento contrarrevolu­
cionario del continente europeo, no sólo entre los que eran propiam en­
te filósofos políticos en Francia -B o n ald y de M aistre-, sino tam bién en
A lem ania, don de todavía en 1853 F. J. Stahl intentaba dem ostrar en
sus conferencias que por lo m enos Lutero y C alvin o {en su opinión los
puritanos son m ás problem áticos) no habían planteado ninguna doctri­
na de la revolución. Ya durante la época de la R estauración el rom anti­
cismo aparece en esta secuencia de Reforma y revolución. Por ese en-
ronces, todos los buenos pensadores, tanto Liberales com o contrarrevo­
lucionarios, eran perfectam ente conscientes del vínculo estrecho entre
los m ovim ientos político-sociales y aquellos literario-artísticos. T am ­
bién D on oso C ortés, en su ensayo sobre clasicism o y rom anticism o,2
habla acerca de ello en térm inos com pletam ente axiom áticos. A llí con ­
sidera a la literatura com o un "reflejo de la sociedad entera”, y sabe que
el arte no puede seguir siendo el mismo si las instituciones y las sensibi­
lidades sociales cam bian y son abolidas por una revolución. La cuestión
nunca es para éí m eram ente literaria, sino que tam bién es siempre filo­
sófica, política y social al m ism o tiempo, pues “el arte es el resultado
necesario del estado social, político y religioso de los pueblos”. Tal c o ­
mo se sobreentendía por enton ces en Francia, Italia y España, el ro­
m anticism o era para D onoso un m ovim iento revolucionario contra las
formas tradicionales y las condiciones sociales existentes. Por esa razón
el rom anticism o era condenado como anarquía por los contrarios a la
revolución y alabado por sus admiradores com o fuerza y energía. A sí se
forma la secuencia de Reform a, revolución y romanticismo. Los realis­
tas m onárquicos* franceses han sostenido esta interpretación hasta el
presente en form ulaciones cada vez más rigurosas y todos los días en ­
cu en tran n u evo s argum en tos p ara su tesis. Es un síntom a dign o de
atención que eí rom anticism o recientem ente gane terreno tam bién en
Italia, donde tiene un activo defensor en Papini y com place am plia­
mente a un crítico tan im portante como Borgese.3
Esta con cepción es sustancíalm ente política. N o explica las co n tra­
dicciones peculiares y características que el rom anticism o m uestra pre­
cisam ente en el terreno político, sino que lo trata sum ariam ente com o
rebelión y anarquía. Pero ¿cóm o es posible que en A lem ania, Inglate­
rra y otros países puedan tener por su parte la im presión de que el ro-

1 El clasicismo y e! romanticismo, Obras, II, pp. 5-41 (apareció primero en 1838 en El


Correo Nacional).
' El autor se refiere a los contrarrevolucionarios franceses, desde de Maistre y Bonald
hasta Charles M auras y la Action Frangaise. Hemos recurrido al pleonasmo “realistas
monárquicos” para distinguirlos de los partidarios de los realismos filosófico o literario.
3 G, A. Borgese, Storia deüa critica román tica in Italia, Milán, 1924, pp. 193 y ss.
m aruicism o sea un aliad o natural de las ideas conservadoras? El ro­
m anticism o político se asocia en A lem an ia co n la R estauración , con el
feudalism o y con ideales estam en tales y contrarrevolucionarios. E n el
rom an ticism o inglés ap arecen co n servad ores políticos com o W ords-
w orth y Walter S c o tt al lado de los revolucionarios Byron y Shelley.
Tem as muy caros al rom anticism o, com o la E d ad M edia, la caballería,
la aristocracia feudal, los antiguos castillos, m ás bien indican oposición
a la Reform a y a la revolución. El rom anticism o político aparece com o
“fuga al pasado”, com o glorificación de arcaicas y rem otas con dicio­
n es sociales y com o regreso a la tradición. Esto lleva por su parte a
otra generalización: aquel que no co n sid era al presente sin reservas
com o mejor, m ás [ibera! y m ás progresista que las ép ocas pasadas, es
tildado de rom ántico, porque debe ser un la.uda.tor temporis acti* o un
prophéte du passé. Precisam ente aquellos realistas franceses serían e n ­
tonces un ejem plo típico de rom anticism o político. U n sum ario de las
distintas posibilidades político-rom ánticas lleva así nuevam ente a una
curiosa lista: rom anticism o de la R estauración y de la revolución, co n ­
servadores rom ánticos, ultram ontanos rom ánticos, socialistas, populis­
tas y com unistas rom ánticos; M aría A n ton ieta, la reina Luisa de Pru-
sia, D an tó n y N a p o le ó n com o figuras rom án ticas. T odavía hay que
agregar que la rom antización puede tener, a su vez, direcciones co n tra­
rias y puede considerar el mismo acon tecim ien to tanto en los tonos y
colores de una transfiguración, com o en los lúgubres de una atm ósfera
de terror. U n rom án tico hace de la E dad M edia el paraíso, el otro -M i-
ch elet-, la en m ohecida bóveda de un castillo, donde hay sufrim ientos
y quejas fantasm ales, h asta que la R evolución Francesa brilla com o la
aurora de la libertad. Es tan rom ántico elogiar un Estado porque tiene
una herm osa reina com o adm irar a los héroes de la revolución com o
“ hom bres colosales”. En esta clase de con tradiccion es políticas y ob je­
tivas, el rom anticism o com o tal puede ser, a pesar de todo, absolu ta­
m ente genuino y siem pre el mismo. Este singular fenóm eno no se e x ­
plica con las paráfrasis rom ánticas acerca de las contradicciones de la

* Panegirista de las acciones del tiempo.


vida con creta. R equiere una e xp licación que tiene q u e deducirse del
concepto de rom anticism o.
Por eso, un abo rdaje m o tiv ad o p or in tereses so lam e n te p o lítico s
nunca ca p ta rá correctam ente el rom anticism o político. El ro m an ticis­
mo no es sim plem ente un m ovim ien to político-revolucionario; tam po-
co es co n servad or o reaccionario. L a con cepción p olítica de los c o n ­
trarrev o lu cio n ario s debe e n trar en p o lém icas e ig n o rar de m an e ra
totalm ente arbitraria grandes p artes del m ovim iento o darle a exp re­
siones in ofen sivas un sentido m align o o dem oníaco. D e este m odo, e s­
ta con cepción sufre en últim a in stan cia de la m ism a caren cia que h ace
insuficiente la explicación a partir del principio de la b o n d ad n atu ral
del hom bre y n o encuentra la su stan cia histórica de lo rom ántico. N o
había de la idiosincracia social de los hom bres que fu ero n los expo-
nentes del m ovim iento. Pero eso es lo que. interesa esen cialm en te para
el abordaje h istórico. Toda determ in ación del rom an ticism o q u e dé
una resp u esta a ello, es, por lo m en os, digna de co n sid eració n , aun
cuando su corrección y exh austividad puedan ser dudosas. D e ah í que
la opinión de jo s e f N adler m erezca ser destacada, porque se b asa en
una autén tica definición y no en un a caracterización o e n un a polém i­
ca. N ad íer con sidera el rom anticism o com o un renacim iento popu lis­
ta, un renacim iento, pero le da un a differentia specifica y de este m odo
lo eleva por encim a de ios h abituales paralelism os estetízantes y psico­
lógicos, al denom inarlo com o el ren acim ien to de un tipo de pueblo
histórica y sociológicam ente determ inado, esto es, de un pueblo co lo ­
nial n uevam en te vigoroso. El rom anticism o es para él ¡a co ron ación de
ía obra colonizadora germ ano-oriental, el desplazam iento de los pu e­
blos antiguam ente eslavos entre el Elba y el M em el desde la cultura
oriental a la occiden tal, un regreso a la cultura alem an a an tigua en
una región don d e alem anes y eslavos lucharon unos co n tra otros. En
el territorio colonial debe generarse de hecho otra espiritualidad y otro
tipo de renacim iento que el que se d a cuando se regresa a u n conjunto
cultural tradicional, a la A n tigüedad clásica. Eí pueblo colonial busca
la asim ilación histórica y espiritual del pasado propio, originario, n a­
cional. Fue un m érito extraordinario haber visto y m ostrado las parti-
cularídades de las colonias y de las nuevas tribus para la historia de la
literatura. C o m o en cualquier territorio, tam bién se genera aqu í una
idiosincracia que pasa a través de generaciones, y lo que dice N adler
acerca deí rom anticism o se incorpora a su historia de la literatura de
las tribus germ ánicas,* esta significativa obra de un historiador alem án
de la literatura. N aturalm en te, la palabra rom anticism o se puede cir­
cunscribir a la idiosincracia histórica y espiritual de ía colonia y ía c o ­
lonización. Pero hay un m ovim iento rom ántico que atraviesa E u ropa y
que n ecesariam en te es ignorado por Nadler, si quiere ser con secuen te
con su definición. K. E. Lusser ío h a señalado con razón,4 N o es posi­
ble hacer de un a vasta corriente europea del siglo XIX - a ía que razo­
nablem ente, y com o de costum bre, se llam a en su con jun to rom an ti­
cism o - algo especialm en te alem án y adem ás, incluso, un fenóm en o
puntual del este del Elba, que podría equipararse con el piedsm o de la
M arca, la m ística sileslana y ía especulación de Prusia oriental. S in d u ­
da, en la gran corriente tam bién se encontraron - a l lado de ten d en ­
cias m ísticas, religiosas e irracionales de toda c la se - esos elem entos es­
p ecíficam en te rom án ticos, cuya id iosin cracia puede ser exp licad a a
partir del am biente berlinés o del este deí Elba. ín cíuso se h an co n ver­
tido p ara el m ovim iento en su con jun to e n un im pulso significativo,
pero no m ás que otros fenóm enos cercan os y que, sin em bargo, no son
en absoluto deí este del Elba, com o el m ovim iento de los em igrantes
franceses, cuyo representante m ás notable fue C hateaubriand. C olonia
y em igración tienen algo en com ún, am bos pueden m ostrar u n a m an e­
ra particular de extrañam iento e incluso de desarraigo, que tam bién
puede n otarse en m uchos rom ánticos. Pero estos elem en tos q u ed an
com pletam ente al m argen del m ovim iento, y tales estím ulos provienen
no sólo d e Berlín, sino, por ejem plo, tam bién de aquellos em igrantes

* El nombre de la obra es Literaturgeschichte der deutschen Stdmme und Landschaftsn


(Historia de la literatura de las tribus y regiones alemanas), 4 vols., Regensburg, Hab-
bel, 1912-1928.
4 tíochland, tnayo de 1924, especialmente p. 177; cfr. también K. Murray, Taine itrui
die mglische Romantik, Munich y Leipzig, Duncker und Humblot, 1924, Introducción,
franceses y de los irlandeses. El verdadero sostén del m ovim iento no se
puede d eterm in ar por ellos. U n desarrollo fu n dam ental totalm ente
distinto a esos fenóm enos periféricos cam bió las condiciones sociales
de Europa y una am plia ca p a produjo el m ovim ento rom ántico.
El sostén del m ovim iento rom ántico es la n ueva burguesía. S u épo­
ca com ienza en el siglo XVUI; en 1789 la burguesía ha triunfado con
violencia revolucionaria sobre la m onarquía, la nobleza y la Iglesia; en
junio de 1848 ya estaba de n uevo del otro lado de la barricada, cu an ­
do se defendía del proletariado revolucionario. En con tacto estrecho
con el gran trabajo sociológico e histórico de su generación y de la pre-
cedente a él, Hippolyte T aine h a dado, hasta donde yo veo, la respues­
ta histórica m ás categórica y clara al problema rom ántico. Para él, el
rom anticism o es un m ovim iento burgués que en el siglo xvm se ha im ­
puesto a la cultura aristocrática dom inante. El signo de la época es el
plébéien occupé á parvenir. C o n la dem ocracia, con el nuevo gusto del
nuevo público burgués, se origina el nuevo arte rom ántico. Este arte
percibe las form as aristocráticas tradicionales y la retórica clásica co­
m o un esquem a artificial y en su exigencia de lo verdadero y natural
m uchas veces llega h asta la destrucción total de la forma. Taine, que
expuso esta con cepción e n su historia literaria del rom anticism o in ­
glés, hacia 1860 todavía v eía el comienzo de una n ueva gran época en
la R evolución Francesa. E l rom anticism o significaba para él algo revo­
lucionario y, por lo tanto, la irrupción de una n ueva vida. Pero su ju i­
cio está lleno de contradicciones; ora el rom anticism o es fuerza y en er­
gía, ora e n ferm ed ad y d e sg a rra m ie n to y la m aladie du s ié c le * L o s
puntos de vista muy dispares que se entrecruzan en su exposición del
rom anticism o inglés están bien analizados por K athleen M urray? N o
obstante, Taine no es refutad o por esas contradicciones y su trabajo
conserva un valor extraordinario, pues habla de un tem a en sí mismo
altam ente contradictorio, esto es, de la dem ocracia liberal burguesa.

* La enfermedad del siglo.


5 Taine und die englische Romantik, 1924, pp. 55 y ss.
C u ando usa la palabra “dem ocracia”, no piensa de ninguna m anera en
j a dem ocracia de m asas de los grandes estados m odernos industrializa­
dos. S e refiere a la dom in ación política de la clase m edia liberal, de las
¿ilasses moyennes, de la cu ltu ra bu rgu esa y de la propiedad burguesa.
Pero durante el siglo x ix se llevó a cabo ininterrum pidam ente y con
gran rapidez la disolución de la vieja sociedad y el p asaje a la actu al
dem ocracia de m asas, a través de la cu al fue suplan tada precisam ente
aquella dom inación de la burguesía liberal y de su cultura. El burgués
liberal nunca fue revolucion ario por m uch o tiem po. En el siglo XIX,
por lo menos en épocas de crisis, a m en u do se encontró m uy inseguro
entre la m onarquía tradicion al y el proletariado socialista y estableció
alianzas peculiares con el bonapartism o y la m onarquía burguesa. Por
eso el juicio de Taine tiene que enm arañarse tam bién. El exponente
del n uevo arte es para él, ora un hom bre calificado y fuerte, cuya inte­
ligencia, cultura y energía vencen a los decaden tes aristócratas, ora un
ordinario y trivial g an ad o r de dinero, cuya bajeza m oral y espiritual
convierten el térm ino “ burgués" en u n a palabra injuriosa. D e este m o­
do, Taine oscila entre la esperanza de que a partir de la d escom p osi­
ción de lo viejo se origine un orden n uevo y el m iedo de que el d esa­
rrollo ,term ine en el c a o s. S u ju icio so b re el arte de e sta so cie d a d
burguesa oscila de igual m anera: el rom anticism o es ora algo im por­
tante y legítimo, ora enferm edad y desesperación. A ctualm en te, la di­
solución de la cultura y de las formas tradicionales ha con tin u ado pro­
fundizándose, pero la n u eva sociedad no h a encontrado aún su forma
propia. Tam poco ha producido un n uevo arte y se m ueve dentro de la
discusión artística in iciad a por el rom anticism o, renovada co n cada
n ueva generación que se va form ando y co n la rom antización cam ­
biante de formas ajenas.
Para Taine a m enudo es dificultoso llevar adelante su explicación
del rom anticism o com o el arte de la¡ burguesía revolucionaria. L a pre­
gunta acerca de qué tiene que ver el burgués políticam ente revolucio­
nario con el arte de un W ordsworth o un W alter Scott, es dem asiado
obvia. El crítico francés se ayuda en esos casos diciendo que el m ovi­
m iento político se ha “disfrazado” aquí de revolución literaria del esti­
lo. Este recurso explicativo es m uy característico del pensam iento so-
ciológico y psicológico del siglo XIX y del XX. La con cepción económ ica
de la historia, en particular, op era con él de m anera b astan te ingenua
cuando h ab la del enm ascaram iento, reflejo o sublim ación religiosos o
artísticos de las condiciones económ icas. Friedrich Engels h a dado un
ejem plo p aradigm ático de ello cuan do caracteriza el d ogm a calvinista
de la predestin ación com o enm ascaram ien to religioso de la inexorabi­
lidad de la com peten cia capitalista. Sin em bargo, circula un a ten den ­
cia m ucho m ás profunda a percibir por todas partes un “en m ascara­
m ien to”; y no correspon de so lam en te a una orien tació n proletaria,
sino que tiene una significación m ás general. En gran m edida, todas
las instituciones eclesiásticas y estatales, todos los co n cep to s y argu­
m entos ju ríd icos, todo aqu ello que es oficial, incluso la dem ocracia
misma, un a vez que ella es una form a constitucional, so n percibidos
com o enm ascaram ien tos vacíos y engañosos, com o velo, fachada, si­
mulacro o decoración. Las expresiones sutiles o groseras co n las que se
parafrasea esto son m ás num erosas y m ás fuertes que la m ayoría de los
giros lingüísticos correspondientes a otros tiem pos, por ejem plo, la re­
ferencia a los simulacra, de los que se vale la literatura política del siglo
XVII com o de su lugar com ún sintom ático. H oy se construye por todas
partes y m uy rápidam ente el “ b astid or” detrás del cu al se esconde la
realidad que sucede verdaderam ente. En esto se revela la inseguridad
de la época y su profundo sen tim iento de ser en gañ ada. U n a época
que a partir de sus propios supuestos no produce ni u n a gran form a ni
una representación tiene que sucum bir a tales orien taciones y con si­
derar todo lo form al y oficial com o un gran engaño. Porque ninguna
época vive sin form a ni puede regirse exclusivam ente por la cuestión
económ ica. C u an d o ella fracasa en la búsqueda de su propia form a se
apropia de cientos de sucedáneos tom ados de las form as autén ticas de
otras épocas y de otros pueblos, pero para desechar in m ediatam en te al
sucedáneo com o inauténtico.
El rom anticism o pretendió ser arte verdadero, auténtico, natural y
universal. N adie negará eí atractivo estético peculiar de su productivi­
dad. A pesar de eso, com o totalidad, es la expresión de una.é605Í7ütf£\
com o en otros ám bitos del espíritu, tam poco en el arte logra un gran es­
tilo y, en sentido estricto, no es capaz de ninguna representación. Pese a
la diversidad de opiniones acerca del arte rom ántico, quizás se podrá es­
tar de acuerdo en una cosa: el arte rom ántico no es representativo. Sin
duda, esto tiene que parecer sorprendente, porque el rom anticism o apa­
reció con gran entusiasm o precisam ente com o un m ovim iento artístico
y de discusión estética, que situaba la productividad espiritual en lo es­
tético, en el arte y en Ía crítica de arte y luego, desde el ám bito estético,
abordaba todos los otros cam pos. La expansión de lo estético condujo a
primera vista a un enorm e progreso de la autoconciencia artística. Libe­
rado de todas las ataduras, el arte parece desenvolverse inconm ensura­
blemente. S e proclam a una absolutízación del arte, se exige un arte uni­
versal, y todo lo relacion ado con el espíritu, la religión, la Iglesia, la
nación y el Estado, fluye en la corriente que surge del nuevo centro, de
lo estético. Pero inm ediatam ente se produce una transform ación muy tí­
pica. El arte es absolutizado, pero, al mismo tiempo, se lo problematiza.
S e lo considera de m an era absoluta, pero sin ningún com prom iso con
una forma y una m anifestación grande y estricta. Por el contrario, ellas
son rechazadas precisam ente desde el arte, de m an era parecida a como
el epigram a de Schiller no profesa ninguna religión y, por cierto, desde
un punto de vista religioso. Eí nuevo arte es un arte sin obras, por lo m e­
nos sin obras de gran estilo, un arte sin publicidad y sin representación.
Por eso le es posible apropiarse y compenetrarse de todas las formas en
una policromía tum ultuosa y considerarlas, no obstante, sólo com o un
esquem a sin im portancia, y pedir a gritos, siempre de nuevo, por io ver­
dadero, auténtico y natural en un a crítica de arte y una discusión del ar­
re que cam bian de perspectiva todos los días. El progreso, a primera vis-7
ta ta n en o rm e, p e rm a n e c e e n la e sfe ra d e l s e n tim ie n to p riv ad o :
irresponsable y sus contribuciones m ás preciadas se encuentran en la in­
tim idad del ánim o. ¿Q ué significa socialm ente ei arte a partir dei ro­
m anticismo? Se agota en l'art pour Van, en la polaridad del esnobismo y
la bohem ia, o se convirtió en un asunto de los productores privados de
arte para los consum idores de arte igualmente privados. La estetización
general -con siderada sociológicam ente- sólo sirvió para privatizar por ia
vía de lo estético tam bién los otros cam pos de la vida espiritual. Si se di-
suelve ía jerarquía de la esfera espiritual, todo puede convertirse en cen­
tro de la vida espiritual. Pero todo lo relacionado con el espíritu, incluso
también el arte, se transform a en su esencia, y hasta se lo falsea, cuando
¡o estético es absolutizado y puesto com o centro. En esto consiste la ex­
plicación prim era y m ás simple de las num erosas contradicciones del ro-
m anticism o, aparen tem en te tan com plicadas. Los asuntos religiosos,
morales, políticos y científicos aparecen con ropajes fantásticos, en colo-
res y tonos extraños, porque son tratados por los románticos, consciente
o inconscientem ente, com o tema de la productividad artística o de la
crítica de arte. N i las decisiones religiosas, ni las morales, ni las políticas,
ni los conceptos científicos, son posibles en el terrero de lo puram ente
estético. Pero ciertam ente, todas las contradicciones y diferencias objeti­
vas, bien y mal, am igo y enemigo, Cristo y A nticristo, pueden convertir­
se en contrastes estéticos y en medios de ía intriga de una novela y pue­
den ser incorporados estéticam ente al conjunto de efectos de una obra
de arte. En consecuencia, las contradicciones y com plicaciones son pro­
fundas y enigm áticas sólo m ientras se las tom a seriam ente, de manera
objetiva, e n el cam po al que pertenece el objeto romantizado, en tanto
que sólo se las debería dejar actuar estéticam ente sobre sí m ismas.
S i estas co n sideracio n es identifican la desconcertante policrom ía
del escenario rom án tico en su principio simple, queda, no obstante,
otra cuestión m ás im portante; qué estructura espiritual sirve de base a
esta expan sión de lo estético y por qué el m ovim iento pudo aparecer
precisam ente en el siglo XIX y tener un éxito sem ejante. C o m o en toda
explicación legítim a, tam bién aquí la definición m etafísica es la m ejor
piedra de toque. Todo m ovim iento se basa, en prim er lugar, en una
postura característica y determ inada respecto del m undo y, en segundo
lugar, en un a representación no siempre consciente de un a instancia
últim a, de un cen tro absoluto. L a p ostu ra rom ántica se caracteriza
más claram en te por un concepto peculiar, el de occasio. S e lo puede
describir co n ideas tales com o ocasión, oportunidad, quizás tam bién
casualid ad . Pero su verdadero significado lo recibe a través de una
oposición: este con cepto niega el de caiisa, es decir, la co acció n de una
causalid ad calculab le, pero en ton ces tam bién niega toda sujeción a
una norm a. Es un con cepto disolvente, ya que todo lo que da con se­
cuencia y orden a la vida y a los acon tecim ientos - y a sea la calculabili-
dad m ecánica de lo causal, ya sea un a con exión finalista o una norm a­
tiv a - es inconciliable con la representación de lo m eram ente ocasional.
D onde lo oportuno y casual se convierten en principios, surge una gran
superioridad sobre tales sujeciones. E n los sistem as m etafísicos que se
caracterizan com o ocasionalistas, dado que ponen esta referencia a lo
ocasional en el punto decisivo, por ejem plo, en la filosofía de M ale-
branche, D ios es la instancia últim a y absoluta y el m undo e n su to ta ­
lidad y todo lo que sucede e n él, una m era ocasión de su exclusiva efi­
c ie n c ia . E sta es u n a im a g e n g r a n d io s a d e l m u n d o y a u m e n ta la
superioridad de D ios a un a grandeza descom unal y fan tástica. A h ora
bien, esta postura ocasion alista característica puede subsistir, pero al
mismo tiem po poner en el lugar de D ios otra cosa co m o instancia m á ­
xim a y factor determ inante, por ejem plo, el Estado, el pueblo o tam ­
bién el süjeto individual. E sto últim o es lo que ocurre en el rom anticis­
mo. Por lo tanto, he propuesto la siguiente definición: el rom anticism o
es ocasipnalísm o subjetivizado, es decir, en el rom anticism o el sujeto
rom ántico con sidera el m un do com o ocasión y oportun idad para su
productividad rom ántica.
M uchas clases d e posturas m etafísicas existen hoy en form a secu la­
rizada. En gran m edida, el lugar de D ios para el hom bre m oderno fue
ocupado por otros factores, por cierto m undanos, com o la hum anidad,
la nación, el individuo, el desarrollo histórico o tam bién la vida com o
vida por sí m ism a, en su total banalidad y m ero m ovim iento. La postu­
ra no d eja por eso de ser m etafísica. El pensam ien to y el sentim iento
de cad a hom bre contienen siem pre un determ inado carácter metafísi-
co; la m etafísica es algo inevitable y, tal com o O tto vo n G ierke señaló
acertadam ente, no se puede escaparle renuncian do a tom ar con cien ­
cia de ella. Pero sí puede cam biar lo que los hom bres consideran com o
instancia absoluta, últim a, y D ios puede ser reem plazado por factores
m undanos y del m ás acá. A eso llam o yo secularización y de eso se h a­
bla aquí, no de los casos tam bién m uy im portantes, pero en com para­
ción con esto, superficiales, que se im ponen sin m ás al espectador h is­
tórico y sociológico, por ejem plo, el hecho de que la iglesia sea reem ­
plazada por el teatro, lo religioso sea considerado com o m ateria del es-
pectáculo o de la ópera, el tem plo, com o m useo; el h echo de que e n la
sociedad m oderna el artista desem peña sociológicam ente -p o r lo m e ­
nos frente a su p ú b lico - ciertas funciones del sacerdote en una defor­
m ación a m enudo cóm ica, y un a corriente de em ociones que corres-
ponden al sacerdote se dirigen a su genial person a privada; o tam bién
que produce una poesía que vive de efectos y recuerdos rituales y litú r­
gicos y los desperdicia en lo profano; y una m úsica, de la que Bau del a i­
re dice con un a expresión casi apocalíptica: ella socava el cielo. L a s
transform aciones en la esfera m etafísica se encuentran aún m ás p ro ­
fundam ente que tales formas de secularización, por lo dem ás, d em asia­
do poco investigadas por la psicología, la estética y la sociología. E n e s­
ta esfera aparecen siem pre n uevos factores com o instan cias absolutas,
conservando la estructura y ia postura m etafísica.
El rom anticism o es ocasion alism o subjetivizado, porque es esen cial
a él una relació n o casio n al con el m undo, pero ah o ra el sujeto ro ­
m ántico o cu p a el lugar cen tral en vez de D ios, y h ace del m undo y de
todo lo que ocurre en él un a m era ocasión . Por eso, que la in stan cia
últim a se desplace de D ios ai “yo" genial cam bia todo el primer p lan o
y revela el ocasion alism o en form a au tén tica y pura. Es cierto que los
antiguos filósofos del ocasion alism o, com o M aíebran ch e, tenían ta m ­
bién eí co n cep to disolvente de occasio, pero volvían a encontrar la ley
y el orden en D ios, en lo absoluto objetivo, A su vez, cu an do en u n a
postura o casio n alista se pone en el lugar de D ios a otra in stan cia o b ­
jetiva absoluta, por ejem plo, al Estado, aún es posible una cierta o b je ­
tivid ad y su je ció n . B ien d istin to es c u a n d o el in d iv id u o a isla d o y
em an cipad o p o n e e n p rá ctica su postu ra o c asio n alista . S ó lo a h o ra
despliega el ocasion alism o la con secuen cia total de su rechazo a to d a
con secuen cia. S ó lo ahora puede convertir efectivam en te todo en u n a
ocasión para todo. Todo lo que suceda y to da con secuen cia se v u e l­
ven in calculables de un m odo fan tástico, y ju stam en te allí se e n c u e n ­
tra el gran atractivo de esta postura. Porque ésta h ace posible tom ar
cualquier pun tó co n creto com o salida para vagar por lo ilim itado e
inconcebible a partir de él, según la individualidad del individuo ro­
m án tico , en form a sen tim en tal-ín tim a o dem o n íaco-m align a. S ó lo
ahora se m uestra hasta qué punto lo ocasional es la relación con lo
fan tástico y tam bién -n u e v a m e n te, según la in dividualidad del in di'
viduo rom ántico, en form a d iferen te- la relación con la em briaguez o
el sueño, la aven tura, la leyenda y el ju ego m ágico. A partir de opor­
tunidades siem pre n uevas se origina un m undo siem pre nuevo, pero
siem pre sólo ocasion al, un m undo sin sustan cia y sin sujeción fu ncio­
nal, sin con d u cción firm e, sin con clusión y sin definición, sin deci­
sión, sin tribunal últim o, que sigue su curso infinitam ente, con ducido
sólo por la m an o m ágica del asar, the magic hand of chance. En él, el
rom ántico puede convertir todo en vehículo de su interés rom ántico
y —aquí tam bién ya inocente, ya pérfido— tener la ilusión de que eí
m undo es sólo un a ocasión. En cu alquier otra esfera espiritual, así c o ­
mo en la vida cotidian a, esta postu ra se volvería inm ediatam en te ridi­
cula e im posible. En el rom anticism o, en cam bio, produce un efecto
estético particular: entre eí p un to de la realidad con creta que sirve de
ocasió n :ev en tu al y el rom án tico creador, se origina un m undo colori­
do e in teresan te, de un a atracción estética m uch as veces asom brosa.
Se puede estar de acuerdo desde el punto de vista estético, pero m e­
recería una con sid eración irón ica si se lo quisiera tom ar seriam ente
desde el pun to de vista m oral u objetivo. E sta productividad rom ánti­
ca con sidera tam bién todas las form as tradicionales de arte com o una
m era ocasió n . Por eso ésta tiene que alejarse de to da form a com o de
la realidad con creta, si bien bu sca siem pre de nuevo un pun to de par­
tida con creto. L o que se h a caracterizado desde el punto de vista p si­
cológico com o falta de form a rom án tica y com o fuga rom án tica al p a­
sado o h acía lo lejan o - la tran sfiguración rom ántica de co sas lejanas y
au se n te s- es sólo ía co n secu en cia de esta postura. Lo lejano, es decir,
lo espacial o tem poralm ente ausen te, no se perturba o contradice fá ­
cilm ente ni por la con secuen cia de la realidad actual, ni por una n o r­
m a que quiere ser obedecida hic et nunc. Puede ser tom ado m ás fácil­
m ente co m o ocasión, porque no se lo percibe inoportun am ente com o
cosa o com o objeto, y porque en el rom anticism o se trata precisam en ­
te de que todo deje de ser co sa y objeto y se convierta en un m ero
punto de partida. En el rom an ticism o todo se convierte en el “c o ­
mienzo de una novela [Román] infinita” . E sta form ulación, que se de-
be a N ovalis y que vuelve a poner de relieve el sentido lingüístico de
la palabra, caracteriza de la m ejor m anera posible el vínculo específi­
cam ente rom ántico con el m undo. Es probable que al decir esto no
necesite explicarse en particular que en lugar de una novela o una le­
yenda, tam bién un poem a lírico o una pieza m usical, una co n versa­
ción o un diario personal, una carta, un trabajo de crítica de arte o de
oratoria, o en últim a in stan cia tam bién un m ero estado de ánim o e x ­
perim entado de m an era rom ántica, puede dem ostrar la postura o c a ­
sional del sujeto.
Sólo en una sociedad disuelta por el individualism o la productividad
estética del sujeto pudo ponerse a sí misma com o centro espiritual, sólo
en un m undo burgués, que aísla al individuo espiritualm ente, lo remite
a sí mismo y carga sobre él todo el peso que, de otro m odo, estaba re­
partido jerárquicam ente entre las distintas funciones de un orden so­
cial. En esta sociedad está abandonado al individuo privado ser su pro­
pio sacerdote, pero no sólo eso, sino tam bién —a causa del significado
central de lo religioso- el propio poeta, el propio filósofo, el propio rey,
el propio arquitecto en la catedral de la personalidad. En el sacerdocio
privado se encuentra la raíz última del rom anticism o y del fenóm eno
rom ántico. C uando se considera la situación de acuerdo con tales as­
pectos, no se puede tener siempre en vista sólo a los buenos idílicos, si­
no que se debe ver tam bién la desesperación que está detrás del m ovi­
m ien to ro m án tic o , si é ste en un a d u lce n och e de luna se e x ta sía
líricamente con D ios y con el m undo, si se lam enta por el desengaño
del m undo y la enferm edad del siglo, se desgarra en el pesim ism o o se
arroja frenéticam ente al abism o del instinto y la vida. Se debe ver a los
tres hombres cuyo rostro desfigurado m ira fijam ente a través del colori­
do velo rom ántico, Byron, Baudelaire y Nietzsche, los tres sum os sacer­
dotes y, al mismo tiempo, las tres víctim as sacrificiales de este sacerdo­
cio privado.
Lo que sigue es el texto de la prim era edición de Romanticismo político,
escrito en 1917/1918 y publicado a com ienzos de 1919.; este texto fue
m odificado y am pliado varias veces, aunque no en lo esencial. El en sa­
yo “Teoría política y rom an ticism o”, tom o 123 (1920) de la Hístoriscfie
Zeitschrift, fue reelab orad o e n e sta n ueva edición . A p artir del año
1919 la literatura sobre el rom anticism o se ha am pliado aso m b rosa­
m ente. E n particular, se h a publicado a A d am Müller, el ejem plo ale­
m án del rom anticism o político, en varias ediciones n u evas y se lo ha
celebrado com o un genio pionero. N o veo en eso de n in gun a m anera
una justificación contra el reproche de que he tratado dem asiado e x ­
ten sam en te a un a p erson alid ad insignificante y d u d o sa co m o A dam
Müller. L a justificación consiste m ás bien en que A d a m M üller repre­
sen ta el tipo del rom anticism o político con un a rara pureza. N i siquie­
ra C h ateaubrian d se puede com parar aquí con él, porque éste, com o
aristócrata y católico de una antigua fam ilia, estab a aún muy com pe­
n etrad o co n las co sas que rom antizaba, m ientras q u e e n el caso de
Müllerí cu an d o hace de h eraldo de la tradición, la aristo cracia y la
Iglesia, la incongruencia vital es tan evidente com o en el rom anticis­
mo, S ó lo así se justifican los com en tarios críticos y biográficos sobre la
vida y las obras de Müller. N o se trata de desen m ascarar a un im pos­
tor, tam poco de “cazar una pobre liebre” , y m uch o m enos, de destruir
u n a m ísera leyen d a su b ro m án tica. Pero sí esp ero que este libro se
m an ten ga lejos de todo interés subrotnántico, pues no persigue el ob­
jetivo de ofrecer a la “ eterna con versación” rom ántica n uevos y quizás
“ an titéticos” estím ulo y sustento, sino que d esea dar un a respuesta ob­
jetiva a una pregunta pensada seriam ente.
Septiembre de 1924
Introducción

Cuando m urió G entz, en 1832, ya podían percibirse los indicios del


año 1848 y de la revolución de la burguesía alem ana. Eí n uevo m ovi­
miento revolucionario entendía por rom anticism o la ideología de su
enemigo político, el absolutism o reaccionario. Incluso las in terp reta'
ciones histórico-literarias del rom anticism o estuvieron lastradas por el
odio político h asta que la obra de R u d oíf H aym (1870) en con tró un
punto de vista históricam ente objetivo.
A partir de 1815, los liberales alem an es relacion aron la R e sta u ra ­
ción, la reacción feud al-clerical y la falta de libertad p olítica c o n el
espíritu del rom an ticism o. Por esa razón, G entz, el pub licista y asis­
tente de M ettern ich , así com o am igo de con ocid os rom án ticos, a p a ­
reció com o el tipo del ro m án tico p olítico. “Todo el ro m an ticism o ,
desde Sch legel y G en tz h asta el m ás jo ven de los Jó v en es A le m an e s y
el beato m ás pobre de un a escu ela religiosa de Berlín o de H a lle o
quizá del p a n ta n o de E rlan gen ’’,1 éste era el enem igo p ara los jó v e n es
revolucion arios de 1815 h asta 1848; G en tz e n particular, el h éroe
“sardan apálico” de la gen ialid ad d isoluta, “el espíritu e n c a m a d o de
Lucinda” , el ejem p lo de la in solen cia rom án tica cuya im p o rtan cia
histórica, en realid ad, sólo co n sistía en haber reunido en su person a
las co n secu en cias políticas y p rácticas del rom an ticism o y, co m o re­
sultado de ello, haber sacrificado los esfuerzos de u n a lu ch a por la li­

1 Arnold Ruge en su ensayo Doí Maní/es t der Phiíosophie ttnd seine Gegner, 1840
(Gesantmílte Schrt/ren, m, Mannheim, 1846, p. 167).
Luctnde (Lucinda), novela de Friedrich Schlegel publicada en 1799.
bertad a la cóm oda tran quilidad d el E stado de policía* reaccion ario .2
D e este m odo, Gentz fue incluido en el rom an ticism o por num erosas
d iscu sio n es hístórico-lirerarias y p o líticas.3 Pero pau latin am en te ha
sid o recon ocido, en form a p arecid a a de M aistre, com o un hom bre
que está totalm ente arraigad o en la m en talidad clásica del siglo XVill.

* Polizeistaat. El significado corriente de este término es “Estado policíaco o poli­


cial". Seguimos, no obstante, la traducción del término adoptada por la edición cas­
tellana del Diccionario de Política de Norberto Bobbio, N icol a Matteucci y Gianfranco
Pasquino, México, 1994, 8a. ed. Este término fue acuñado por los liberales alemanes
del siglo XIX para referirse al Estado paternalista de Federico, al que contraponen el
Rec/itsstaat (Estado de derecho). También se debe tener en cuenta que Schmitt utiliza
el término para referirse a! Estado austríaco de la época de la Restauración, el cual
fue llamado el “sistema de Mectemich", En él ya no existe la misma actitud que en el
despotismo ilustrado hacia las ideas dei IIunimismo, sino que las medidas de vigilan­
cia interfor y persecución ideológica son severas; por tanto, et sentido del término
“policía” que utiliza nuestro autor tiene más que ver con el sentido moderno que con
el tradicional.
1 Haliiscfie Jahrbíicher, editados por Ruge y Echtermeyer, 1859, pp- 2S1 y ss., en el
ensayo Friedrich non Gentz und das Prinzip der Genusssucht-, además, cfr. Ruge, Fnedrich
Gentz die poliúsche Kcnvequenz der Romanak, Ges. Se/ir,,!, pp. 432-450.
3 Es evidente la influencia de Los Haíliscfien Jahrbücher aun en Wilhelm Roscher,
“ Die romántísche Schulé der Nationalókonomík in Deutschland", Zeitschr. f. d. ges.
Staatsúiísjfitischa/t, Bd. 26 (1870), pp. 57, 65 y ss.; cfr. también su G eschicfue der Na-
tíonalokonomik in Deutschiand, Munich, 1874, pp, 751 y ss. La eficacia inconsciente
es incalculable en el individuo. Un ejemplo interesante es el de O skar Ewald, Die
Problema der Romanrik ais Gmndfragen der GegemMTt, Berlín, 1905, pp. 10 y ss., que
atribuye a Gentz una concepción del Estado típicamente romántica en un libro
q u e , por lo demás, es rico en construcciones notables. En esta línea, c í t . además
Emma Krall, “Der Fatalismus des Büchnerschen Dan ton und seine Beziehung zur
Rom antik”, Wisjen und Leben X I (1918), p p . 598 y ss., que reúne caprichosamente
el Danton de Georg Büchner con el “rom ántico” Gentz, quien aquí pasa de nuevo
com o el "espíritu encarnado de Lucinde". La crítica correcta cotniem a con la ex­
posición de Haym en la Enciclopedia de Ersch y Gtuber, tomo 58. {Leipzig, 1854),
pp. 524-592, donde se distingue correctamente la claridad práctica del pensamien­
to gentzí a no del “color” romántico meramente exterior. De manera parecida, R. v.
Mohi, Die Geschichte und Literacur der Staatswissemchafcen, Erlangen, 1856, II, pp.
488, 491, y J. C, Bluntschli, Gesc/iichte des allgemeinen Staatsrechts und der Politik,
Después de un a lectura de su m agnífica correspon dencia, cuya e d i­
ción se debe a F. C . W irtích en ,4 no será posible otro juicio. S u am is­
tad con A d a m M üller es un caso psicológico particular; en un h om ­
bre sen sib le c o m o G e n tz la a c e p ta c ió n d e a lg u n a s tr iv ia lid a d e s
rom ánticas d em u estra tan poco com o en G o eth e; por el contrario, es
decisiva la clarid ad racio n al de su pensam ien to, su sen sata ob jetivi­
dad, su ca p a c id a d p ara ía argu m en tación ju ríd ica,5 su sen sibilidad
para ios lím ites de la actividad del Estado, su instinto con tra h o m ­
bres com o los h erm an os Schlegel, su odio con tra Fichte. G entz co n ti­
núa espiritualm ente el siglo xvm , en una línea con Lessing, Lichten-
berg y W ilhelm vo n H um boldt. Siem pre le resu ltó in com pren sible
toda disolución ro m án tica de conceptos, sobre todo en los asu n tos
políticos y de filosofía política, y nunca quiso saber n ad a de los ‘"apo­
tegm as fan tásticos y m ísticos y de las fan tasías m etafísicas” , ni siq u ie­
ra de los de su am igo M üller. S e interesó por un ju sto “sistem a de
contrapesos”, y d uran te la R estauración m ettern ich ian a, a p esar de
toda su docilid ad trem e a M etternich, com prendió tam bién los re­
clam os liberales, e n cu an to sólo así podía liberarse del tem or a una
revolución.

Munich, 1864, p. 438, quien lo coloca junto a Burke y a johannes von Müller, dife­
renciándolo de de M aistre, Bonald, Haller, Adam Müller y Górres. También Eugen
Guglia, Friedrich von G en tí, Viena, 1904, pp. 117 y ss., dice de él: “Este entusiasmo
por ía teoría del estado romántico-teosófic a era sin embargo puramente platónico.
En suma, a este respecto lo más valioso es una expresión que Metternich dijo de él;
toda forma de romanticismo le era fundamentalmente extraña”. Fr. Schlegel nunca
habría cometido el error de considerar a Gentz un romántico; en una caracteriza­
ción inmejorable, lo incluía más bien en el siglo XVII], "pues el estilo magistral de su
correcta elocuencia con la ingeniosa claridad del entendimiento nos proporciona
precisamente un retrato de esta múltiple cultura del siglo xvm " (“Signatur des Zei-
talters”, Concordia, pp. 554, 563).
1 Briefe von ttnd an Friedrich vori Gentj, herausgegeken von Friedrich Car! WittidiÉn,
Munich y Berlín, 1909 s. (citadas como V6TI, TOTII, VK IIÍ 1 y 2).
5 Cfr. la Darlegwng der Legimkat Napoleoixs * [Exposición de la legitimidad de N apo­
león], W. III, 1, pp. 247 y ss.
A q u í aparece un a curiosa confusión term inológica. D espués de la
m uerte de Gentz, M ette m ich escribió a un am igo que, a fin de cu en ­
tas, aquél no le había p restad o m ás servicios que los de la im aginación;
que le parecía que G entz fue siempre inm une al rom anticism o y que
sólo en los últimos añ os se m anifestó en él un a especie de rom anticis­
m o que fue el principio del fin.5 M ettem ich com prendía com o rom an­
ticism o las tendencias liberales y hum anitarias, frente a la s cuales no le
p arecía que Gentz fuera suficientem ente inm une. Esta no era una ter­
m inología privada de M ette m ich , E n este punto los aristócratas de la
R estauración eran m uy susceptibles: tolerancia, derech os hum anos, li­
bertades individuales, todo eso era revolución, rousseaunism o, subjeti­
vism o desenfrenado y, p or eso, rom anticism o.
Pero tam bién para los revolucionarios del Vormürz, com o A rnold
R uge,7 lo esencial del rom an ticism o consistía en eso, y a m enudo se les
hacía difícil salvar su term inología - a l m enos superficialm ente- de las
contradicciones, “El fundam ento de todo rom anticism o -d ice R u g e- es
u n tem peram ento intranquilo y rebelde” , por eso el rom anticism o tiene
que originarse en el protestantism o, en el principio del yo libre. L a rela­

6 F. C. Wittichen, Mitteilungen des Instítucs fíir ó$terreichische G eschichtsfon chung, t,


50 (1910), p. 110.
* En la historiografía alemana suele denominarse Vormárz al período comprendido
entre el Congreso de Viena (septiembre de 1814-junio de 1815) y la revolución de
marzo de 1848. A veces también se denomina de esta manera el período comprendido
entre los años 1830 y 1848,
7 Ruge, Ges. Sc/irí/ten i, pp. 42, 248, 265, 501; in, pp. 249,453 (1846). Como precursor
del romanticismo nombra a Lem, Kíinger, etc., del "Sturm uná Drang”, pero también a
Stolberg, Jacobi, M. Claudius; como propiamente románticos, a los dos Schlegel, a Tleck,
Wackenroder, Z. Wemer, Steffens, Creuzer, G ene, Adam Müller, Haller, J. F, Mayer,
Schubert, Brencano, Amim, Fouqué; como epígonos, de dpo “resuelto": los Tumer, y de
tipo pierista-arisrocrático-jesuítico: Gente, Savigny, Gorres, Srahl, Jarcke, etc. A partir de
1830 comenzará una nueva prolongación del romanticismo: los “Jóvenes Alemanes”, los
neo -scheUingianos, los hegelianos románticos (Goschel). D e este modo, la palabra se
convierte en un nombre colectivo para todos los adversarios políticos. Hegel reúne am­
bos aspectos, el romántico y el de la libertad, por eso el progreso consiste en una purifica­
ción de la filosofía hegeliana de los elementos románticos. Ges. Scfiri/ten 1, pp. 451-454.
ción entre protestantism o y rom anticism o se im pone por sí m ism a: no
sólo los contrarrevolucionarios católicos la h an señalado, sino tam bién
los protestantes alem anes. H ace poco tiem po, un estudioso alem án se­
ñaló que los franceses perciben en el rom anticism o un aire protestan te
“con el m áxim o d erech o”;8 tam bién G. von Beiow sostiene que el ro­
manticismo tiene “que ser considerado co m o una creación, por cierto
no del espíritu protestante, pero sí del suelo protestante y de su E stad o ;
IPrusia”.9 Los revolucionarios antirrom ánticos del Vormárz sólo agregan
que el rom anticism o es turbia agitación y arbitrariedad, excesiva liber­
tad del individuo que quiere som eter aí m undo. "El rom anticism o es la
declaración de guerra de este espíritu de arbitrariedad, de la arbitrarie­
dad más ofensiva, m ás tiránica, m ás deliberada, contra el espíritu legal
y libre de la época” . L a relación con la reacción política era con struida
dialécticam ente, de m odo que el rom anticism o contiene, ciertam ente
como negación, un principio revolucionario, pero precisam ente com o
arbitrariedad subjetiva es opuesto a ios “ lím ites de la verdadera liber­
tad" y rechaza la revolución resultante de la Ilustración. La R evolución
Francesa fue para los jóvenes revolucionarios una expresión del espíritu
libre, el rom anticism o, en cam bio, un naturalism o insípido, su stan cia
que no avanza h acia el concepto y la autoconciencia; de ahí “ los es­
fuerzos de los rom ánticos políticos para presentar a la planta o al an i­
mal com o ideales del Estado y recom endar la im itación del crecim ien to
vegetal y del m ovim iento instintivo del organism o anim al”.
Tales construcciones hegelianas son sin duda m ás profundas y c o ­
rrectas que las caracterizaciones actualm ente usuales del rom anticism o,
pero con tien en , n o ob stan te, una gran con fusión: el in d ivid u alism o
más extrem o y la insensibilidad vegetativa son m encionados co n ju n ta ­
mente com o características. A d em ás, los hegelianos, com o represen ­

8 Víctor Klemperer, Remaníife tmti /ran^Ósische R o m a n tifc , Fesísc/vn/t fiir K arl Vossler,
Heidelberg, 1922, p. 27.
? Die deutsche Ge¡chichtíichreibung «m den FTeiheitskriegen bis ru uns¿m Tagen, 2a.
ed., Munich y Leipzig, 1924, p. 4, refiriéndose a M. Lenz, JaJirbuch der Goethe-Geseib-
chaft, 1915, il, p. 299.
tantes del “espíritu real", hicieron al rom anticism o naturalista el repro­
che de ser un alejam iento abstracto y trascendente con respecto a la vi­
da real; el rom anticism o sería -co m o quizá se lo calificaría actualm en­
te - una plenitud e n el m ero deseo, la satisfacción ilusoria de un anhelo
que no fue satisfecho de m anera real. Por eso se lo explica a partir de
las miserables condiciones políticas de A lem an ia. “El rom anticism o e s­
tá arraigado en el sufrimiento de la tierra, y un pueblo se encontrará
tanto m ás rom ántico y elegiaco, cuan to más n efasto sea su estado”.10 El
realismo de los revolucionarios hegelianos se vuelve también contra el
esplritualismo “cristian o” y su desvalorización de la realidad, con tra la
carencia de “objetividad,” 11 sin que hayan logrado com prender por m e­
dio de un con cepto sucinto al contradictorio y multiforme enemigo.
Esta inseguridad se basaba principalmente en que los portavoces de la
futura revolución de 1848 admiraban a Rousseau y a la Revolución Fran­
cesa, y vetan en ellos el gran m odelo en el que se apoyaban; por eso, en
lo que respecta a A lem ania, tenían que disputarle al romanticismo toda
relación con el espíritu de la revolución. Los escritores franceses, en cam ­

10 A . Ruge, Die 'Wahra Romaraík, tin Gegenmanifest (Gesammdte Schriften fu, p.


154): el romanticismo es por eso anhelo. El anhelo mismo de escapar del romanticis­
mo es también romanticismo; el deseo de disfrutar plenamente de la libertad, “esta se­
cretísima cuestión sentimental de nuesta tensa época”.
11 Karl Marx, Die heilige Famiíie, Fra nkíurt a. M., 184.5, p. 19. La crítica que Marx
ha realizado en los Deutsch-franzosische Jahrbucher es conocida. Es de especial interés
el siguiente fragmento de una carta de Engels del 28 de septiembre de 1892, publicada
por Frani Mehríng (Die Lesiing-Legende, Stuttgart, 1893, p. 440): “Durante su época
de Bonn y Berlín, M arx había llegado a conocer a Adam Müller y la Restauration del
Sr. von Haller; sólo hablaba con bastante desprecio de esta copia insípida, verborrági-
ca y exagerada deí romántico francés Joseph de Maistre y del cardenal Bola l i d ( s e re­
fiere a Bonald). En el ensayo sobre la filosofía hegeliana del derecho, Marx no utiliza
la expresión "romanticismo”, en cambio, en Muére de ¡d phibwphie (1847), pp- 116,
117, dice que ios economistas fatalistas son clásicos o románticos; los clásicos obser­
van el desarrollo con impiedad indiferente, los románticos son humanitarios y le dan a
los pobres proletarios el consejo de ser ahorrativos, etc. A quí se muestra la terminolo­
gía francesa: romántico = ' humanitario.
bio, han acentuado cada vez m ás esta relación y, finalmente, han equipa-
rado revolución y romanticismo. Lo común tiene que encontrarse en un
individualismo que caracteriza a ambos movimientos. S i se prescinde de
indicios provisionales, la oposición al clasicismo de los siglos XVII y XVIII
comienza con Rousseau. En este punto se reconoce el renacimiento de
un individualismo y al mismo tiem po el comienzo dei romanticismo, pues
el individualismo es “íe commencement du mnantísme et le premier élémznt
de sa définitkm” * 11 Dado que el concepto del clasicismo francés del siglo
xvn es fácilmente definible desde el punto de vista histórico, el romanti­
cismo, com o oposición al clasicismo, puede definirse de m anera aparen­
temente m ás sencilla en Francia que en Alem ania, donde la generación
clásica ya había crecido bajo ía influencia de Rousseau, de modo que la
generación siguiente, llam ada rom ántica, no podía aplicar la oposición
entre clásico y romántico a una interpretación del clasicismo tan clara y
tradicionalmente fundada com o en Francia. A hora bien, toda antítesis
clara ejerce una atracción peligrosa sobre otras diferenciaciones menos
claras; la diferenciación entre individualismo y solidaridad cayó dentro

* El comiemo del romanticismo y el primer elemento de su definición.


13 E Brunetiére, “Le mouvement iittéraire au xix. siéde", Rtvue des deux mandes, 15
octubre de 1889, p. 874. Este autor enumera como características de lo romántico: li­
berté dans l’art, - substituí ion du íens propre au sens commun dans toutes les acceptations du
mot; - exaltación du ¡enament du Moi; passage, pour poder comme les phhsophes, de l'objeccij
au subjectif, ou, Intércliremeiit, du drainatique au lyrique et á l’elegiaque; - cosmopolitisme,
exotisme, senttment wnwcau de la nature; - curiosité tiu passé, des vteilles pierres et des vieilles
traditions; - mmduction dans la littéraaae des procédés ou des intencions de la pemture, woiíd
le Romandsme. * [libertad en el arte; sustitución dei sentido propio por el sentido común
en todas las acepciones del término; exaltación del sentimiento del yo; pasaje, para ha­
blar como Los filósofos, de lo objetivo a lo subjetivo, o, literariamente, del drama a la lí­
rica y a la elegía; cosmopolitismo, exotismo, nuevo sentimiento de la naturaleza; curio­
sidad por el pasado, las ruinas y las antiguas tradiciones; introducción en la literatura
de los procedimientos o las intenciones de la pintura; he aquí el romanticismo]. Esta
enumeración es característica y muestra la total insuficiencia del método que describe
en lugar de definir; con la mayor ingenuidad se mencionan como características subje­
tivismo y tradicionalismo uno al lado del otro, y si se señala la autocontradicción de es­
tas características, se debe esperar ser informado sobre el “Proteo” romántico.
com unitario, esto es, descubrieron al “p ueblo" com o un idad supraindi-
vidual y orgánica. En eí célebre libro de M einecke sobre la génesis del
E stad o n acional alem án, N ov alis, Friedrich Sch legel y A datn M üller
son presentados com o exponentes del sentim iento n acional alem án y
aparecen en la m isma línea que Stein y G n e isen a u .14 G eorg von Below
elogia al m ovim iento rom án tico co m o el verdadero superador de la
con cepción racionalista de la historia y com o fundador de un n uevo
sen tid o histórico que h a dado n ueva vida a todas las disciplinas hístó-

m ísncism o cristiano em ancipado de sus m arcos racionales y tradicionales que


Rousseau ha sabido traducir en palabras más elocuentes... y que desde entonces,
bajo las figuras diversas de! romanticismo, ha ejercido su influjo sobre el pensa­
miento europeo en la mayor parte de sus decisiones teóricas o prácticas]... Artfiur
de Gobmeau,' hérittgr intdkccuel des Maistre, des Bonald et des Montlosier d’une pan,
ékvé dans l a suggesíwns hegeliennes de l’a-utre et prédisposi par son tti!en£ ¿ittáram: á je­
tar sur cetté doubte tradición le vetement picaresque du romantisme franjáis de í 830
(Chamberlaín, p. 5) *(A rth u r de Gobineau, heredero intelectual de los de Maistre,
de los Bonald y los Montlosier, por una parte, educado en las sugestiones hegelia-
ñas por otía y predispuesto por su talento literario a echar sobre esta doble tradi­
ción la vestimenta picaresca del romanticismo francés de 1830]. De Taine dice que
su mérito es haber contribuido "á restaurer Vesprit. classique par rélimination ou tout au
moms par la plus large rauonniiíisacwn du m^st¿cisme de Rousseau qui continué de four-
nir leur religión á quelques démocratks contemporaines* * ( a restaurar el espíritu clási­
co por la eliminación o, al menos, por la más amplia racionalización del misticismo
de Rousseau que continúa brindando su religión a algunas democracias contem po­
ráneas].1Acerca del carácter místico del imperialismo, también llamado por él “ ro­
m ántico”, ya1había advertido Fierre de Coubertin (Étwdes J'/usíoirt* contemporaine,
París, 1896, Paga d’histoire ctmtem¡x>rame, París, 1909), y le había reprochado a los
franceses su “pacifismo romántico", porque perm anecieron apartados e inactivos
entre el imperialismo británico, el alemán y el norteamericano. De la gran literatu­
ra francesa contra Rousseau y el romanticismo deseo destacar: las conferencias de
Jules Lemaítre sobre Rousseau; Pierre Lasserre, Le rommtisme /ranfaís, París, 1908
(desde entonces, más ediciones), y, sobre todo, Charles Maurras, cuyos escritos más
importantes sobre esta cuestión están reunidos ahora en un volumen, Rcurwntísme
et Révolutkm, París, 1922 (Nouvelle Librairie Nationale).
14 Friedrich Meinecke, W;eltbürgt!rtií7n und Matiomiktaat, Studten zur Génesis des
deutschen Nauomlstaats, 6a. ed., Munich y Berlín, 1922, caps, tv, v, y vil.
ricas.b U n a idea típicam ente rom ántica, la “conversación etern a”, y la
“sociabilidad" rom ántica son p resen tadas com o pruebas de la supera­
ción del individualism o. T am poco se puede tildar sencillam ente al ro­
m anticism o de ser sinónim o de irracionalísimo. El Venuch iiber den Be-
griff des Republtkanismus* (1796) de Schlegel está fu n dado dem asiado
profundam ente en el pensam iento racionalista com o p a ra q u e pudiera
dejarlo de lado com o a un elem ento extraño. Por el co n trario,'a m enu­
do son percibidos precisam ente los elem entos intelectualistas y racio­
nalistas com o algo esencialm ente rom ántico.
A q u í podía construirse n uevam en te una relación con la R evolu­
ción Francesa. C iertam en te, un historiador com o T aine h a explicado
el jacobinism o a partir del racionalism o ab stracto del esprit classique:
dogm áticos en am orad os de sí m ism o s,16 a los que su m ison raisonmnte
ha vuelto in cap aces de tod a experien cia objetiva, b u scan configurar
el m undo de acuerdo con los axiom as de su geom etría política-, R ou s­
seau se m ueve enteram en te dentro del m arco de este maulé classique,
cad a vez m ás estrech o y m ás rígido, h asta que finalm en te se vuelve
un intelectualism o estéril que aniquila todo. Lo que im pulsó a un p e ­
dante com o R obespierre no h abría sido, por con sigu ien te, la plenitud
vital de energías irracionales, sino la furia de la ab stracció n v a cía .17
Para Seilliére ía revolución está con den ada por ser irracional, lo que

13 Ibid., p. 9.
* Ensayo sobre el concepto de republicanismo.
16 Origines de (a France ccmtemporame, t. ii. A pesar de Aulard y Seignobos, siempre
será necesario, al tratar estos temas, lefeiirse a los juicios de Taine; su perspicacia psi­
cológica y su gran poder expresivo, que sabe llevar acontecimientos vastos y complica­
dos a una fórmula precisa de su straecure intime, no han sido refutados hasta ahora por
ninguna objeción.
15 De ios dos elementos del espíritu jacobino, amour-propre y esprit dogmatkjue, el
primero contiene ya los momentos irracionales, que Seilliére tanto destaca. Su oposi­
ción a Taine, en consecuencia, no es tan grande como afirma, debido a su interés en
una antítesis más nítida. Taine también ha señalado ya (op. cit., cap. 1) que todo fana­
tismo político o religioso tiene como fundamento un besoin avide, una pasión oculta,
más aliá de los canales filosóficos y teológicos por los que pueda circular.
para él significa m isticism o y rom anticism o, m ientras que Taine se
siente repelido por su abstracción racionalista, por su esprit classique.
Por consiguiente, p ara la historia francesa la oposición entre clásico y
rom án tico parece ser tan sencilla debido a la existen cia de un a tradi­
ción clásica recon ocida, pero las fórm ulas se vu elven inseguras c u an ­
do son utilizadas para la explicación de acon tecim ientos políticos. En
T aine, adem ás, vu elven a aparecer casi todos los argum entos aducidos
por los opositores a la revolución, que en A lem an ia generalm ente son
incluidos entre los rom án ticos. N o sólo Burke y su traductor Gentz
h an llam ado a los jaco b in o s teóricos rabiosos, tam bién A d am M üller
caracteriza a la revolución com o un fetichism o de con ceptos abstrae-
tos y construye un a relación con la época clásica: ésta era el absolu­
tism o racionalista de un hom bre individual, eí dogm a revolucionario
e s sólo la “quim era o p u esta” del m ism o racionalism o. En e sta argu­
m en tac ió n ,'M ü íle r se ap oya sim ultán eam en te en Burke, H aller, de
M aistre y B o n ald .18 Por lo tan to, son precisam ente los llam ados “ ro­
m ánticos políticos" quien es ven el sinsentido de la revolución en su
d istan ciam ien to de la exp erien cia razonable. S e com pren de casi de

13 Von der Notwendigkeit eimr iheologischcn Grundlage der gesamten Staatsuiíssens-


chaften und der Staatswirtschaft insfíescmíiere * [Acerca de la necesidad de lina funda-
mentación teológica para el conjunto de las ciencias políticas, y especialmente para
la economía], Leipzig, 1819 (en adelante, citado como TFieoíogischen Gntndlage), u,
III, Vil, VIH. (En las Vorfesungen Über Konig Friedrich ÍI. und die Natur, Wiirde und Bes-
timmung der Preus-síscht'n Monarchie * [Lecciones sobre e! rey Federico II y la naturale­
za, dignidad y definición de la monarquía prusiana], Berlín, 1810, Müller había pre­
sentado a la Revolución Francesa como reacción legítima contra el clasicismo.) El
escrito es una reminiscencia de Restauración der S uiatsiwjsensc/ia/t oder Theorie des na-
türteít-geseiligOTi Zustandes; der Chiman des künstlich-bütgerlicfien entgegengesetzt * [Res­
tauración de la doctrina del Estado o Teoría del estado natural-social, contrapuesta a
la quimera artificial'burguésa], de Haller (Winrerthur, 1816). El desprecio de Burke
por los alquimistas y geómetras políticos, por los abogados “prmcipistas", por su “va­
nidad fanática”, por sus “recortes de papel" que ellos llaman constituciones, es cono­
cido (Reflecticms on tfie Retwíuticrt in Prance, 9a. ed., Londres, M D C C X C I, pp. 226, 268,
287, 289; en la traducción de Gentz, AusgewáhlK Scfiri/ten I, Stuttgart y Leipzig,
1836, pp. 157, 257, 299, 318). En Bonald, la Théorie du pouwir (aparecida en 1796
suyo que ningún republicano burgués en Francia y ningún m iembro
de la Ligue des droits de l’homme et du atoyen se considere por eso refu­
tado; cu alquiera de ellos haría referencia a las constituciones am eri­
canas, alegan d o que en estas fórm ulas fundadas “a partir de la n atu ra­
leza” se trata por cierto de m an era explícita de principios abstractos,
pero en verdad de expresiones de experiencia correcta y de instinto
político correcto, sólo devolvería el reproche de rom anticism o a sus
adversarios. A h ora bien, la R evolución Francesa es un acon tecim ien­
to que es con siderado e n la historia m oderna com o un punto orien ta­
dor. Los partidos políticos se agrupan según la diferente posición poli-
tica r e sp e c to de las id e a s de 17 8 9 . L ib e rale s y c o n se rv a d o re s se
diferencian de la siguiente m anera: el liberalism o proviene de 1789 y
el con servadurism o de la reacción con tra 1789, de Burke y del ro­
m an ticism o .19 Pero el acon tecim ien to decisivo es caracterizad o de
m anera tan con tradictoria que en un m om ento los revolucionarios se
llam an rom án ticos y luego se denom inan así los opositores a la revo­
lución . L as id e a s de 1789 se resu m en en la p ala b ra “in dividu alis-

en Konstanz, Oeuvres, t. X I n y X IV , París, 1843) y el Essoi analyúquc jut ¡es ¡oís mture-
¡les de I’ordrtí social (aparecido en 1800, 2a. ed., Oeuvres, t. 1, 1817) están llenos de
antipatía hacia el "hacer” artificial. Para de Maistre cfr. Corisuléraúons sur la Frunce,
cap. v j . La inversión: absolutismo del rey - absolutismo del pueblo era usual en la
época de Müller, cfr. Die Zeügenossen (en los que Müller ha publicado una biografía
del emperador Francisco y un ensayo sobre Frartz Homer) 1, 3, p. 9: Luis XIV aniqui­
ló e! Estado, la unidad a través de la uniformidad, “se desencadenó la revolución. Su
temida expresión ‘el pueblo es soberano’, ‘el pueblo es el Estado’, formuló la oposi­
ción” (ensayo sobre Fouché, firmado con H).
13 Adalbert Wahl, “Beitrage zur deutschen Parteigeschichte im 19. jahrhiindert”,
Híst, Zdtschr. 104 (1909), p. 344; G. v, Below, “Die Anfángen der konservadven Par-
tei in Preussen”, Imam. Woc/ienscfm/t 3 (1911), pp. 1089 y ss. El conservadurismo se
define, por lo tanto, de manera negativa El efecto de tales conceptos negativos se
muestra posteriormente en el libro de G. v. Below Die deucsche Geschichtsschreibung
non den Befreíungskríegeri bis tu mueren Tagen, Leipzig, 1916, 2a. ed., 1924: aquí es ro­
mántico todo lo que no es racionalismo ahistórico. A pesar del hermoso fragmento NI®
136 de Novalis, a pesar de la pseudo-logia de las cartas de Bettina, aún se toma en se­
rio al romanticismo.
Ino V ° pero el rom anticism o tam bién es esen cialm en te individualis­
m o; el rom anticism o es tam bién distan ciam ien to de la realidad, pero
precisam ente los rom án ticos políticos, frente la revolución, se rc 111: -
ten a la experiencia positiva y a la realidad.
Si frente a esta confusión simplemente se quisiera renunciar a la uti­
lización de la palabra, sería quizás una salida práctica, pero no una solu­
ción. Si tam bién en la táctica de las luchas políticas y en las vicisitudes
de los debates histórico-políticos la oscura palabra se desliza de aquí pa-
ra allá y va y viene de un lado ai otro en la m ecánica de las antítesis su ­
perficiales, es no obstante necesario, y quizás tam bién posible, determ i­
nar a partir de las relaciones históricas y espirituales del conjunto que se
designa com o rom anticism o la peculiaridad de aquello que debe ser lla­
m ado legítimamente “ rom anticism o político”. La dificultad de una defi­
nición convincente consiste, e n última instancia, en que “rom ántico”
no se ha convertido en una denom inación político-partidaria aceptada.
“Los nombres de los partidos políticos n o son com pletam ente exactos”,
señala con razón Friedrich Engels, pero palabras com o liberal, conserva­
dor, radical tienen un contenido relativo históricam ente comprobable,
aunque no, sea un contenido absoluto. E n un caso así, la etim ología sólo
ayuda a ppner las dificultades enérgicam ente frente a nosotros. “ R o­
m ántico” [romantisch] significa etim ológicam ente “novelesco” [roman-
fra/t]; la palabra deriva de novela [Román] y puede tener un significado
explicativo preciso com o diferen ciación de un co n cepto superior de
“épica”. La definición a la que conduce el presente trabajo hace justicia
al sentido de la palabra y logra, por m edio de las interesantes investiga­
ciones filológicas e histórico-literarias de Victor Klemperer,2J una justifi­

20 Wahl, ap. cít., p. 546: el contenido de las ideas de 1789 es un individualismo secular y
democrático; el hombre tiene sólo derechos frente aí Estado, no deberes; el individuo tiene
derecho de resistencia; se rechaza toda política de potencia, el individualismo está orienta­
do secularmente; la felicidad mundana del individuo por medio de la virtud y el goce.
11 Roinarifík und /ran^SstscJií Romantik FescscJm/i für Karl Vossler, Heidelberg, 1922.
Además, E. Seilliére, Les origines romanesques de la mótale et d éla politique rom¿mt«¡ues,
París, 1920, especialmente pp. 11-12; también el libro sobre Rousseau anteriormente
mencionado muestra la relación con la literatura novelesca.
cación especial. Pero, lam entablem ente, desde hace casi un siglo la pala­
bra rom anticism o -e n una confusión atroz- es un recipiente vacío que
se llena con un contenido diferente que cam bia de un caso a otro. Para
una dilucidación de esta situación, acéptese por el m om ento el caso de
un uso análogo dei concepto igualm ente épico de “fábula”. S i hoy se ca­
lificara de “fabuloso” a un m ovim iento artístico o literario y su arte “fa­
buloso” se definiera com o arte total, verdadero, superior, incondicional-
m ente auténtico, vital, pero lo “fabuloso” se definiera com o actividad
superior, totalidad o m etafísica, cuando ve su especificidad en ninguna
otra cosa y nada menos que en ser precisam ente “fabuloso”, esto recor­
daría sin duda algunas definiciones del rom anticism o.22 Posiblemente el
m ovim iento tendría éxito y a través de algunas producciones le daría a
la palabra un contenido histórico concreto. Sería insensato querer dedu­
cir el criterio del arte o m entalidad fabulosos del significado de la pala­
bra “fabuloso”, pero sería m ás insensato aún ver en el program a del m o­
vimiento algo m ás que un rechazo a toda diferenciación clara. Por eso
no se llega a n ada cuando se describe el rom anticism o com o im pulso
m ístico-expansivo, com o anhelo de lo sublime, com o mezcla de ingenui­
dad y reflexión, com o dom inio de lo inconsciente, u otras expresiones
sem ejantes, por no hablar de las autodefiniciones rom ánticas {la “poesía
rom ántica es una poesía universal progresiva”, “abarca todo lo que es
puram ente poético, desde el sistema mayor del arte, que contiene en sí
cada vez m ás sistem as, h asta el suspiro y el beso que exhala el niño que
hace versos en una canción ingenua”) .
O tra dificultad p articular consiste en que justam ente los bu en os
h istoriadores, en su rechazo a las divisiones con ceptuales, to m an por
ese m otivo com o “ro m á n tic as” las m últiples opiniones de un hom bre

11 Durante la corrección, de esta 2a. ed. (diciembre de 1924) me enteré de que los artis­
tas rusos modernos que se llanran a sí mismos “Hermanos de Serapión” proclaman ei pa­
saje hacia la fábula. “Fábula” significa a la vez, en una confusión altamente significativa,
ya la acción (como hecho objetivo en oposición a la resolución psicológica), ya la tabula­
ción y la novelación, de modo que, en el manifiesto, el romanticismo aparece como
“gran arte". En todo esto es interesante notar que desde el romanticismo predomina una
incapacidad para reconocer que todo gran arte es representativo y nunca romántico.
al que alguna vez con sideraron rom ántico. Por ejem plo, dado que Ei-
chendorff es sin duda un buen lírico rom ántico, sería, por consiguien­
te, rom ántico todo lo que este noble católico considera verdadero. D e
este m odo se explica un in teresan te fen óm en o histórico, d estacad o
acertadam en te por V ladim ir G. Sim khovitch: “ciertas teorías filosófi­
cas y literarias son form uladas y represen tadas por gente que tiene
ciertas opiniones sociales y políticas, y por m edio de un procedim ien­
to que puede calificarse de ‘infraestructura!’”, produce entonces una
id en tificación , “A sí, los escritores q u e e n R u sia abogaban p or l’art
pour l'art durante d écad as fueron iden tificados inm ediatam ente com o
reaccionarios políticos, m ientras que todo realista debía ser n ecesaria'
m ente un liberal o un radical. De m an era parecida, en la prim era m i­
tad del siglo XIX en A lem an ia, el rom an ticism o era sinónim o de con ­
serv adu rism o p olítico, m ien tras q u e en la d é ca d a de F euerbach el
naturalism o estab a al m ism o nivel que la rebelión política y el socia­
lism o h um an itario”.2 3 Por eso es n ecesario estab lecer lo esencial siste­
m áticam en te a través de una lim itación co n scien te a un co n ju n to
histórico determ inado. D e m odo opu esto a la expan sión que el co n ­
cep to de: rom an ticism o h a encon trado en la obra de Seilliére - e n la
q u e en realidad design a n ada m ás q u e la sim ilitud genérica de un h á­
bito psicológico en tod as las situ acio n e s-, e n los historiadores alem a­
nes que se han ocu p ad o en detalle de in vestigacion es con cretas ha
desaparecid o un nom bre detrás de otro de la larga lista de rom ánticos
que Ruge había propuesto. Górres ya no fue con siderado un rom ánti­
co político a c a u sa de su oposición d em o crática, en ningún caso se lo
podría llam ar rom án tico razonablem ente, tan p o co com o a S tah l y a
Jarck e, y por la sep aración de la teoría h istórica del E stado y del d ere­
ch o respecto de la doctrin a rom án tica e stá exclu ido sobre todo Sa-

13 Marxismus gegen Somtiismuí (traducido del inglés), jena, 1913, pp. 26-27.
24 Alexander Dombrowsky, “Adam Müller, die historische Weltanschauung und
die polLtische Romantik”, Zeítscfir. /. d. ga. Staatsuitssenscfi. 65 (1909), p. 577; incluye
también a Müller en el romanticismo político, peto sólo en sus últimos años; acepta,
por lo tanto, la equiparación de teoría de la Restauración y romanticismo político,
aunque este último parece ser el concepto más extenso. Lamentablemente, las claras
vígny.24 E n últim a in stan cia, q uedan com o rom ánticos políticos sola­
m ente los propios escritores d e la R estauración política, A d a m M ü ­
ller, Friedrich Sch legel y Haller.
Sin em bargo, tam bién esta lista se encuentra aún bajo la influen­
cia de los lugares com unes de la R estauración alem an a y de la polé­
m ica liberal con tra “Haller, M üller y con sortes”. El h echo de que to ­
dos se hayan convertido al catolicism o parece fundar un a com unidad
m ás am plia, que conduciría enton ces nuevam ente a u n a relación en ­
tre el rom an ticism o político y la con cepción “ teocrático-teosófíca” del
E stad o, co m o si el cato licism o rom an o y la teosofía no fu eran tan
opuestos entre sí com o el clasicism o y eí rom anticism o. Pero tam poco
H aller es un rom ántico. S u conversión al catolicism o en 1820 tiene
una m otivación com pletam ente distinta de la del literato Müller, de
25 añ os en 1805. S i su obra ha cau sad o una im presión tan poderosa

distinciones de este buen ensayo no están extendidas a estos conceptos, Gunnar Re-
xius, “Studien zur Staatslehre der historischen Schuie”, Hist. Zeitschr. 107 (1911), p-
520 (en las recensiones que hace Rehberg de los escritos de Müller y de Haller se
muestra “por primera vez el abismo entre la teoría histórica del Estado y la de la reac­
ción o, si se quiere así, del romanticismo político”; en la p. 535 menciona la diferen­
cia entre la concepción histórica y la romántico-racionalista (sic), parece por ende
considerar un elemento racionalista como factor constitutivo del romanticismo polí­
tico). U. H. Kantorowícs, “Volksgeist und historische Rechtsschule”, Uistorische
Zeítscfm/c, IOS (1911), p, 303: la teoría del espíritu del pueblo es característica de la
escuela histórica; el método y la intuición de la escuela histórica son en verdad de
origen romántico (aquí se cita a Novalis y se remite a Poetaseb, Stwdien zur frühro-
mantiscfian Po/itiJc und GejchicfiMu/fassung, Leipzig, 1907, pp. 64, 67), pero “sólo el
romanticismo político de un Adam Müller o de un von Haller (i) tiene que quedar
aquí fuera de consideración; éste no tiene nada que ver con la teoría del espíritu del
pueblo”. Wilhelm Metzger, Geselkchaft, Rec/it und Scotft in der Ethik. des deutscfien
ídeobmus, Heidelberg, 1917, p. 251, considera en conjunto a Fr. Schlegel, A . Müller
y K. L. von Haller como “románticos reaccionarios”, a diferencia de los históricos:
Savigny y Schleiermacher, von Schelling y la política de los primeros románticos; en
la p. 282 aparece Savigny como un romántico influido por A. Müller. Schleiermacher
ha sido tratado en detalle por Metzger, sus opiniones sobre eí Estado y la sociedad las
ha compilado Günther Holstein, Die StíW£sJ)fu¡osof>ftie Schleieimachers, 1922. Excelen­
te la obra de Spranger, Lebemformen, p. 162.
en los tem peram entos rom ánticos de la é p o ca de ¡a R estauración , en
A d am Müller, Friedrich Sch legel y especialm ente en el círculo co n ­
servador de Berlín, esto podría indicar m ás bien una diferenciación
espiritual, porque tam bién tem peram en tos tan poco rom ánticos com o
Bonald o de M aistre h an influido de m an era decisiva en los rom án ti­
cos alem anes. H aller h a sido con sid erado con razón com o un pariente
espiritual de Móser, lo que se com prueba por su m anera p ráctica, ob­
jetiva, de aten erse a la realidad positiva de un orden social feudaí-pa-
m a rc a !.25 En cu an to construye m ás allá de eso, pertenece al antiguo
derecho n atural ded u ctivo .26 D e este m odo, entre los alem anes, q u e ­
da esen cialm en te A d a m M üller com o ejem plo h asta ahora indudable
de rom an ticism o p o lítico .27 Ju n to a Fried rich Sch legel y Z ach arías

25 Rexius, op. cit.: p. 317 (nota); a pesar de eso, en la p. 508 nombra juntos a M ü­
ller y a Haller como los dos “profetas de la Restauración”, y a ambos como románticos
políticos. Sobre la vida y el carácter de Haller: Ewald Reinhard, Karl Ludu/ig non H a­
llen án Lebenibild aus der Restaurationszeit, Koln, 1915 (Gorres Gesellschaft).
26 Que las argumentaciones de Haller son metódicamente un ejemplo de deduccio­
nes del derecho natural lo ha explicado recientemente Metiger en of>. cit., p. 272. A.
von Amim í-quien, por otra parte, también tiene un buen ojo paca las teorías políticas-
señaló ya (en una carta a Gorres) el parentesco con Rousseau. "Según mi convicción,
padece de la misma insuficiencia que Rousseau, sólo porque la dirige hacia el otro ban­
do y sabe darle una apariencia más histórica, aparece ante la gente como algo nuevo e
importante” (Reinhard, op. cit., p. 51). Muy claro Chr. Alb. Thilo, Die theologísiereruk
Rechts- und Smatilehre, Leipzig, 1861, p. 263: “los conceptos jurídicos de Haller no son
otros que los utilizados en el derecho natural". También Bluntschli, op. cit., p. 486, que
lo considera junto con Müller, Gorres, Bonald, de Maistre y Lamennais, dice de él: “és­
te se diferencia esencialmente de los otros”; de manera parecida, Mohl. op. cit., 1, pp.
253, 254, y G: von Below, Der dentsc/ie Staac des Mittelakers, Leipzig, 1914, pp- 8 y 174-
Que no le cae en gracia a Bergbohm se comprende de suyo, casi inmediatamente: "él es
más bien un completo itisnaturalista, sólo que buscó el modelo de su derecho natural
en las instituciones positivas de épocas pasadas [...] es un doctrinario íusnaturalista
reaccionario, no un prosélito de la Escuela Histórica”, Jurisprudenz und Rechtsphilosophie,
Leipzig, 1892, p, 175; con referencia a Singer, “Zur Erirmerung an Gustav Hugo", en:
Zeííschr. f. d. Pmiat- und ñffentliche Rec/it, de Grünhut, 16, 1889, pp. 275 y ss. Sobre Ha­
ller, recientemente: F. Curtius, Hotftíartd, 1923/1924, p. 200.
27 Metiger, op. cit., p. 260 llega incluso a considerar la Lehre uom Gegensatí, Berlín,
1804, de Müller, como el “escrito programático de la concepción romántica del mundo”.
Werner pertenece al grupo de literatos protestantes del norte de A le ­
m ania que tom aron la orien tación del sur y se con virtieron al catoli­
cism o, por consiguiente, (si se prescinde del prem atu ram ente falleci­
do N ovalis) pertenece al grupo cuyo cam ino se cruza co n el de los
filósofos alem anes del sur, H egel, Schelling y Jo h an n Ja k o b Wagner,
en los que la orientación p arece ir h acia el norte, pero cu ya actividad
espiritual no puede ser d efin ida por el predicado “ rom án tico” . D ado
que Friedrich Schlegel era activo en política y que, e n cierto senddo,
puede ser incluido dentro del rom anticism o político,23 en ton ces tam ­
bién hay que tom arlo en cu en ta. Pero antes de que la estru ctu ra del
rom anticism o político sea in d agad a a partir del co n ju n to de sus rela­
ciones his tórico-espir itu ales y sistem áticas, es preciso m ostrar en un
ejem plo la p raxis de un rom án tico p olítico. Pues si n o se trata de
co n stru ccio n e s arbitrarias, sin o de la p e cu liarid ad d e cisiv a de u n a
m an ifestación vital política, n o es indiferente có m o se com portan in
concreto los rom ánticos p olíticos. Para C h ateaub rian d, ca b e referirse a
la brillante exposición de P aléologue.29 En A lem an ia, la actividad po-
lírica de A d am M üller m uestra la im agen típica del rom an ticism o po­
lítico- D e allí resultará c u án in correcta es la in terp retació n hoy co-

Meinecke, op. cít., cap. V: "Friedrich Schlegel ím Übergang zur politischen Ro-
mantik”, p. 83: por medio de la conversión a la Iglesia católica y de la adhesión a Aus­
tria, el romanticismo libre e individualista de Friedrich Schlegel se transformó en uno
con fuertes lazos políticos y eclesiásticos. También de Maistre y Bonald son para Mei­
necke, naturalmente, románticos políticos (p. 240), ya que Meinecke, al contrario de
su capacidad de diferenciación en el examen de otras tendencias, adopta aquí un uso
del lenguaje generalmente fortuito y sustentado en lugares comunes. De este modo se
explica también la distinción tan asombrosa para un historiador tan sutil: romanticis­
mo '‘libre" y “político".
29 ftomamisrne et Diplómate, Tailey'rand, Metternich, Cfuiteaubriand, París, 1924, pp.
101 y ss. N o es necesario decir que Taüeyrand y Metternich no eran románticos (Pa­
léologue habla tan sólo de la “légeruk rcmantique tiu diplómate"), ambos eran tan poco
románticos como muchas otras figuras que han servido de ocasión para la productivi­
dad romántica. Cuando Talleyrand es presentado por la Sand de manera literaria co­
mo una figura romántico-demoníaca, continúa siendo históricamente lo que es, un
técnico brillante de la política de gabinete.
xriente, que pone b ajo la m ism a categoría de espiritualidad política a
h om bres com o Burke, de M aistre y B onald ju n to a A d am M üller y
Friedrich Schlegel.
I. La situación externa

El m ovim iento rom ántico, que apareció a fines del siglo XVin en A le ­
mania, se hizo p asar por una revolución, y estableció en consecuencia
una relación con los acontecim ientos políticos en Francia, En vista de
las condiciones sociales existen tes en los dom inios de este m ovim ien­
to, en el norte y el centro de A lem ania, era evidente que la relación
no era entendida políticam ente. El orden burgués estaba tan absoluta­
m ente firme que p od ía perm itirse sin la m enor sospecha entusiastas sa­
ludos de bienvenida a la revolución. C u ando el gobierno de H annover
hizo notar lo inoportuno de su con ducta a los profesores de G óttíngen,
Schlózer, Feder y Spittler -q u ien e s habían festejado desde su cátedra
la liberación de las n aciones del yugo de la tiran ía- estos m ismos e sta­
ban m anifiestam ente asom brados de ser tom ados tan en serio. Si en la
corte prusiana se m ostraba una alegría particular por la revolución, e s­
to podía ocurrir porque, según todos los cálculos, los acontecim ientos
en Francia debían con ducir a un debilitam iento de la potencia france­
sa. Pero aunque la n u eva república desplegó una inesperada fuerza m i­
litar y en el oeste de A lem an ia los estam entos am enazados del Imperio
gritaban al m undo su m iedo ante el expansionism o del Estado jacobi­
no, nadie tem ía a las abstracciones de los derechos hum anos y de la
soberanía del pueblo, que en Francia habían dem ostrado una fuerza
tan temible. R ecién después de las guerras de liberación se expandió
en A lem an ia el tem or a una revolución surgida de aquellas ideas y se
convirtió en un pretexto para las m edidas policiales.
C uando Schlegel dice que la Revolución Francesa, la D octrina de la
ciencia de Fichte y el Wiíheim Meister de G oethe son las tendencias m ás
im portantes del siglo, o que la Revolución Francesa puede considerarse
el mayor y m ás singular fenóm eno de la historia de los Estados, esto de­
be evaluarse en su sentido político del mismo m odo que m uchas otras
m anifestaciones de sim patía de los burgueses alem anes, que en la segu­
ra tranquilidad del E stad o de policía dejaban actuar por sí m ism os a los
acontecim ientos y, por otra parte, en la región del ideal, acom pañ aban
la brutal realización de ideas abstractas que se desarrollaba en Francia.
Era el reflejo de un fuego m uy lejano. Sch legel tam bién superó fácil­
m ente su entusiasm o. Pronto la R evolución Francesa no fue ya para él
lo suficientem ente grandiosa y sostenía que la verdadera revolución era
posible aún a lo sum o en Asía-, con sideraba a la R evolución Francesa
concreta sólo com o un ensayo muy prom etedor.1 Por el contrario, la re­
volución de esos m ism os rom ánticos consistía en prom eter u n a nueva
religión, un n uevo evangelio, un a n ueva genialidad, un n uevo arte uni­
versal. D e sus m anifestaciones en la realidad corriente ap en as corres­
ponde alguna al foro externo. Sus hechos eran revistas. L a sensación
que causaban algunos literatos burgueses en los salones berlineses de
las hijas de banqueros, los escándalos sociales provocados por las intro­
misiones en los m atrim onios de am igos o anfitriones, la declaración de
guerra a G oethe y Schiller, la aniquilación d e N icolai, la liquidación de
Kotzebue, éstos eran, considerados externam ente, algunos hechos. La
muy viajada M adame de Staél expresaba una vez su asom bro de que en
A lem ania pudieran exponerse librem ente los m ás osados pensam ientos
revolucionarios. D esde luego, ella con ocía tam bién la explicación: n a ­
die se los tom aba en serio. L a clase políticam ente determ inante, la n o­
bleza y la alta burocracia, no se dejaba impresionar, en su superioridad,
por unos escritores que d aban conferencias bajo el protectorado de d a ­
m as con pretensiones literarias o que se les perm itía asistir a las reunio­
nes de la alta sociedad,2 y estaban ansiosos por asimilarse a la adm irada

1 Europa, 1.1, la. parte, Frankfurt a. M., 1803, p. 36


1 R. M. Werner, “Aus dem Wiener Lager der Romantik”, Ósterr. Ung. Revu£, N. F.
viii 9, 1889/1890), p. 282. Karl Wagner, “Wiener Zeiaingen und Zeicschríften in den
jahren 1808 und 1809”, A rch. f. dstem Gescfi. 104 (1915), p. 203, nota. Es interesante
un pasaje del acra N s 354, 1816, del Archivo del Departamento Supremo de Policía y
Censura de la Corte, citado por Jakob Bleyer en “Friedrich Schlegel auf dem Blindes-
elegancia aristocrática o, por lo m enos, en hacer de ella una filosofía de
la urbanidad. El barón de Sreigentesch expresó la concepción nobiliaria
típica con la franqueza de un vividor frívolo: se debe dejar a los erudi­
tos desahogarse sólo en sus escritorios, el ham bre estim ula sus plumas,
y el impulso hum ano universal de expansión, de otro m odo peligroso,
sólo genera aquí libros gruesos.3 Incluso Gentz, que había sabido hacer­
se respetar, fue tratado a veces por M ettem ich con una am istad que re­
cuerda a la fam iliaridad entre el señor y el vestídor.4 A d am M üller de­
bía la co n sid e ració n q u e se le te n ía sólo a su am igo y ap asio n ad o
defensor Gentz,5 El buen Klinkowstrom se había indignado con razón
por el tratam iento "vergonzoso” que los funcionarios de la cancillería

tage ín Frankfurt, M anchen y Leipzig", 1915, p. 18 {Ungar. .Rundschau, 2, 1913, p.


654): “Todos estos conferenciantes y declamadores ambulantes, que mucho tiempo
antes, con la desaprobación de hombres sensatos hicieron de las suyas en Alemania,
se presentaron también aquí bajo la eficaz protección de las mujeres, las cuales, con
irresistible impertinencia, les procuran el ingreso a las casas de conocidos ocasionales
para que malgasten eí tiempo". N o pude acceder a !a parte del acta que se refiere a
Gentz, Adam Müller y al barón Aíbini.
3 En Friedrich Schlegel, Deutsche Mwseum, 1. 1, 1er. cuaderno, pp. 206, 207.
4 Mettemich no estimaba por eso siquiera que valiese la pena la molestia de eno­
jarse con Gentz cuando éste lo criticaba a sus espaldas o cuando se metía en asuntos
sospechosos. “Que abandonado a sí mismo divaga, lo sé muy bien. Por esa tazón no
hay que dejarlo nunca abandonarse a sí mismo, pero siempre aprovecharlo", escribió a
Hudelist (cfr. W. III, 1, p. 268, nota).
5 Schuckmann, el Jefe de Negocios de la Sección de Culto y Asuntos Oficiales del
Ministerio del Interior, gestionó la solicitud de Müller para hacerlo Canciller de la
Universidad de Frankfurt, con la advertencia de que no sabía siquiera en qué disci­
plina Müller podría ejercer como Pnmtdoimt, mucho menos, que pudiera necesitarse
de él como Canciller (Friedr, v. Raumer, Lebertsermnerung und Briefwechsel, Leipzig,
1861, i, pp. 157, 158). Hardenberg establece ai menos la diferencia entre Adam M u ­
lle r y Sau! Ascher, a la que lo obligaba su consideración por Gentz. El archiduque Jo-
hann vori Osterreich escribió (el 30 de agosto de 1813) en su diario personal: “A dam
Müller estuvo en mi casa, es un placer hablar con él; quiero aprovecharlo; cuáles
sean sus opiniones, me interesa poco” (Krones, Tiroi 1812 - 181 ó und Erzherzog Johctrm
von Osterreich, Innsbruck, 1890, p. 129).
6 Auí der alten Regiscratur der Staatskanzki, Viena, 1870, pp. 175, 179. Friedrich von
de la corte vienesa pudieron permitirse con M üíler y Schlegel.6 A partir
de las críticas que R ehberg escribió sobre las conferencias de Müller,
tam bién se distingue el desprecio del hombre sólido, que es aquí tanto

Schlegel, que “finalmente, después de años, alcanzó el rango de consejero de legación,


murió en 1829, en Dresde, oficialmente olvidado -por así decirlo-, dictando clases co­
mo filósofo. Su viuda, Mendeissohn de nacimiento, a veces contaba sonriendo, en cir­
cuios de amigos de confianza, que cuando su marido cenia que pasar por una oficina en
el edificio administrativo de la Cancillería, en la cual alguno que otro funcionario esta­
ba ocupado escribiendo, éste, con desconfianza, cubría el papel con la mano, a fin de
que Schlegel no captara ningún secreto...” Vuelto atento a la valiente forma de lucha
del último (de Jarcke) en el campo del periodismo, el príncipe Mettemich dispuso su
‘'graciosísima” invitación a Viena y su adscripción a la Cancillería. Con su cargo, el fa­
moso profesor fue puesto de manera despiadada a disposición de la malevolencia de los
funcionarios ordinarios. Más de una vez Jarcke se vio obligado a provocar desagrada­
bles discusiones frente a sus jefes de la Cancillería para conquistar un puesto más o me­
nos aceptable en su área. Esta noble forma de pensar que inspiraba al príncipe Metter-
nich no autortea a hacerlo responsable en primer grado por el tratamiento ofensivo que
sufrieron los celebrados escritores políticos Gentz, Schlegel, Müller, jarcke y Pilat, Sin
embargo, en eso no se puede declarar al canciller estatal Mettemich libre de toda cul­
pa, porque él, creyendo que las cuestiones personales son cosas que están por debajo de
aquellas Mínima de las que el pretor no tiene que preocuparse, y sosteniendo esta opi­
nión, dejaba, a los nombrados totalmente de born fick, de acuerdo a lo normal, a cargo
de sus hombres de la Cancillería para la “actuación pública ulterior”. Además, ía carta
de Gentz a Mettemich del 22 de febrero de 1827 (Klinkowstrom, p. 76, Wittichen, IIJ,
2, p. 218): “No quiero molestar a Su Alteza por la manera vergonzosa en que ha sido
tratado Müller hasta el momento en que intercedí por él y en que el Barón Stürmer fi­
nalmente ordenó ceder por respeto hacia mí, iPero, Su Alteza, no le niegue el alivio de
su situación para el futuro y, ante todo, un examen Justo e imparcial de sus pedidos y
redamos! El copfía en todos los jefes de negocios honestos y deja respetuosamente al
buen criterio dé Su Altera la elección del mismo. Creo que el consejero Lebzeltem se­
ría el apropiado. Esto no puede quedar así; Müller está vencido por la pena e incluso
por las preocupaciones, por preocupaciones económicas realmente legítimas. Y una es­
cena más como ésta, que el indigno (consejero Kaesar) ha jugado con él, lo lleva a la
tumba”. Cff. los registros de Gentz en su diario personal del 6 de abril, l e de julio, 17 y
19 de octubre, 25 de noviembre y 14 de diciembre de 1827, así como el dei 31 de enero
de 1828; también la carta de Schlegel a su hermano del 16 de enero de 1815 (Brie/-
wechsel, editada por Oskar F. Wabel, Berlín, 1890. p. 537).
7 Hallische Allg. Lic. Zeit. 1810, N “ 107-109 (SammtlicJie Schrifcen, tomo IV , Hanno-
más fuerte porque, sin la antipatía personal que m ostró ante F. Raum er
y muchos otros, explica con serena objetividad la disertación de Müller
a partir de su dependencia de un publico aristocrático.7 Pero ante el
desprecio de aristócratas o burócratas sin inteligencia quizás tam poco
Lessing habría estado seguro. M ás im portante es la respuesta a una tal
superioridad y la con ducta concreta del rom ántico político al que se le
ha dado oportunidad para la acción política.
A este respecto, es sabido que Schlegel había comenzado rechazando
todo trabajo político práctico com o indigno y se había jurado “no m algas­
tar fe y am or en el m undo político”. Sin embargo, no se debe tomar al pie
de la letra estas afirmaciones suyas. A cudía solícitamente cuando había
algo que hacer, su ambición y temperamento ardían por los asuntos diplo-
máticos y las misiones importantes; no es necesario hablar de su actividad
en la oficina de prensa de guerra y de su trabajo periodístico com o redac­
tor, primero en el Osteneichische Zeitung,* después en el Ostareicfuscher
Beobachter* la estilización de algunos artículos y notas prescriptos no pue-

ver, 1829, p. 243). “Los aristócratas buscan distracción y recreo y quieren estreme'
cerse un poco alguna vez, para que el espíritu inmortal no se adormezca completamen­
te. Pues con ello también está contenta ía multitud que ayuda a llenar la sala y que ha
acudido, en parte, para haber estado en sociedad con gente distinguida, en parte, para
mostrarse como participantes de la alta cultura. Para entretener a este auditorio, todo
lo común y conocido tiene que lograr la apariencia de lo nuevo y de la sabiduría oculta,
que recién ahora se ha dado a conocer. Es preciso haber buscado palabras nuevas y cla­
sificaciones, alusiones, interpretaciones sorprendentes. La disertación reflexiva y clara
del hombre inteligente no es suficiente y tiene que dar paso a las artes del equilibrista.
Todas las abras que son producidas de esa manera traen consigo en mayor o menor m e­
dida huellas de esto: adornos falsos, brillo enceguecedor de afirmaciones exageradas,
expresiones inadecuadas, contraste estridente de las opiniones forzadas con las ideas
corrientes. A todo esto se agrega aún otro nuevo inconveniente; el tono de una confe­
rencia no es para alumnos, sino para oyentes que exhiben el prestigio de hacerse ver, lo
que induce a una elegancia pedante. El orador se mete en un corsé que ni Demóscenes,
Fox, Burke, ni siquieta Bossuet, han llevado, a pesar de la consideración que éstos en
conjunto también han tenido por las personas que estaban ante ellos.”
* Diario austríaco.
El observador austríaco.
de considerarse como actividad política; después de un breve lapso, los
trabajos de redacción propiamente dichos fueron encom endados al más
experim entado Pilar. El hecho de que en 1809 redactara proclamas con­
tra N apoleón e incluso las pegara con sus propias manos, lo honra, porque
demuestra que podía tener una sensibilidad espontánea. Pero recién su
colaboración en el parlam ento federal en Frankfurt, que tanto se había es­
forzado por conseguir, podría llamarse acción política, si no hubiera termi­
nado tan deslucidamente. También aquí, por supuesto, había comenzado
con grandes planes y promesas. D orothea escribió que Friedrich “se ocupa
ahora de constituciones y estam entos, del parlam ento federal y de asuntos
d e importancia", que concernirían en algo a sus hijos recién “en su efecto
futuro”. Trataba de involucrarse en asuntos diplomáticos y de evitar a su
jefe, el Conde Buol, que le había encargado algunos trabajos a Schlegel
cuando éste se encontraba desocupado, pero sufrió con eso un penoso fra­
caso. Cuando M etternich solicitó a Buol en un mem orándum del 16 de
septiembre de 1816 que se alcanzara influencia sobre ía opinión pública
por medio de folletos impresos y diarios, m encionaba como escritores que
entrarían en consideración para ello a A d a m Müller, Klüber, N ikolaus
Vogt y Saalfeld, pero no a Schlegel. Buol, no obstante, le hizo redactar un
memorándiim. Excepto éste y otros trabajos no tenidos en cuenta -la s Be-
merkungen über die Frankfurter Angelegenhéten * con las cuales se fatigaba,
artículos de diario, entre ellos uno sobre el parlam ento federal, al que
Gentz calificó de trabajo de un “iluso bienintencionado’’- hasta la fecha
de su relevo del cargo (14 de abril de 1818) Schlegel no podía mostrar
ningún resultado de su actividad política. La corrección de los protocolos
del parlamento federal, de la que se había hecho cargo voluntariamente,
pronto le fue quitada. Por último, sus cartas a conocidos influyentes, así
com o las de su mujer, están repletas de pedidos de intercesión en reclamos
por indemnizaciones, de pedidos de viáticos, de solicitudes de ennobleci­
miento;® junto a todo ello, hay caracterizaciones de sus superiores litera­

* Observaciones sobre ¡os asuntos de Frankfurt.


8 Bleyer, op, cít-, p. 111. Epistolario con su hermano August Wilhelm, op. cít., pp.
558 y 55., 5 7 5.
riamente interesantes, aforismos psicológicos y críticas, que, en verdad, no
cam bian en nada el hecho de que su intento de representar un papel en
política haya terminado igual que mucho tiempo antes en Jen a su actua­
ción com o filósofo. Finalmente, M ettem ich lo llevó consigo cuando poco
después viajó a Roma, y en sus cartas hizo observaciones burlonas, pero
sin maldad, acerca del corpulento y glotón Schlegel.9
Sería sumamente injusto juzgar al desafortunado hombre hum anam en­
te y en su significado espiritual según este fracaso. Pero donde debe consi­
derarse la personalidad política en su efecto histórico, es preciso, a pesar de
eso, que se mencione que la mayoría de sus contemporáneos políticos, en
forma inm ediata, apenas tuvieron una impresión distinta que la de la cor­
pulencia, mientras que nadie se dignaba a tomarlo en serio com o político.
Sin embargo, Schlegel, con sus ideas sobre el papado, la Iglesia y la nobleza,
también pretendía ser tom ado en serio políticamente. Pero en este campo
nunca podría salir victorioso frente a A dam Müller, a quien, por lo demás,
se permitía10 tratar como su seguidor espiritual, y sobre el cual se h a emiti­
do el juicio general de que era la “sombra” de Friedrich Schlegel.11

9 Carta a Gentz det 9 de abril de 1819 (W. III, 1, p. 390), además, por ejempio, G en e a
Pilar, el 9 de septiembre de 1818 (Brn^e an Pilac, editadas por K. Mendelssohn-Bartholdy),
W. Dorow a Schefíher, el 9 de noviembre de 1818 (Britífe an und van J.G.Scheffrurr, editadas
por Atthur Warda, 1 ,1, Manchen y Leipzig, 1916, p. 155). Heímich Finke, Über Friedrkh
und Dorodim Scfikge!, Kóln (Gorresgesellschaft), 1918, pp. 10 y ss, 34 y ss. La clase de in­
terpretaciones erróneas sobre el significado político de Schlegel que se han difundido pue­
de saberse de la mejor manera a partir de la observación de C. Latreille, Joseph de Maisne et
la Papauté, Parts, 1906, p. 282, según la cual Schlegel fue “ambassadeur tí'Autnche á Franc­
hón” y organizó Austria en el sentido de las ideas de de Maistre (!).
10 Muy claro en la reseña de las Voríesungen üfier die deuache XVissemchaft und Litera-
tur ‘ [Lecciones sobre la ciencia y la literatura alemanas} de Müller, Dresde, 1807, en
los Heíde&ergisc/ien Jahrbücher, 1808, pp. 226 y ss., t. 143 de la Deutsche Ndríonallitera-
cur de Kürschner, pp. 405 y ss. En su carta a August Wilhelm Schlegel del 14 de junio
de 1813, dice de Müller: “un charlatán, de lo que él tiene un pequeño resabio, progresa
aquí con mayor facilidad; sólo tos hombres inteligentes no prosperan aquí (se. en Vie-
n a)”. Epistolario de Friedrich Schlegel con su hermano August Wilhelm, op. cit-, p. 638.
lí Woltgang Mernet, Die Deutsche Uteracur, 2a. ed., I, Stuttgart, 1836, p. 306:
“Adam Müller, su sombra, lo ha imitado en el terreno político y artístico, fue un rene­
gado como él y lo ha sobrevivido porque se ha imbuido de su espíritu". D e manera se-
M üller era desde 1815 cónsul general austríaco e n Leipzig. Hábil y
servicial, había sabido crearse allí un círculo de influencia. El hombre, de
45 años, en una ocasión escribe a Gentz m elancólicam ente que en su
“salón de Leipzig”, su vena retórica, estim ulada por los artículos de los
diarios, se derrama y agota frente a algunos jóvenes bienintencionados,
pero sin efecto ulterior. Pero la conclusión de la carta dice otra cosa. Mü-
11er hace aquí el balance de su vida. Sabe que no es poca cosa, com o bur­
gués sin nombre y sin estirpe, haber llegado a ser cónsul general imperial
en Leipzig. A gradece por ello (sin ninguna ironía) “a Dios y al príncipe”
(M ettem ich ). A pesar de eso: “habiendo alcanzado hace siete años la ci­
m a de aquello que puede desear de m anera sensata”, el abogado burgués
de la nobleza hereditaria (cuyo ennoblecimiento se dem oraba), se lam en­
ta de que los aristócratas “cierran el cam ino a sus mejores defensores", y
que “las prerrogativas de nacim iento en Europa, por m edio de nuestra
muy esencial colaboración, comienzan nuevam ente a am pliarse”. Y con
todo, nuevam ente; "N uestro príncipe (M ettem ich) es feliz, ése fue hasta
ahora m i consuelo”.12 M üller tuvo la alegría, que al mismo tiem po fue un
triunfo político, de que bajo su influencia el duque Friedrich Ferdinand
von A nhak-K ótth en se convirtiera al catolicism o; obtuvo un reconoci­
m iento que hizo realidad el deseo de su vida, el ennoblecimiento. En to ­
da esta actividad siempre había sido solamente la herram ienta incondi-
cio n al de M ettem ich , y sus “d iv ag acio n es” no ocurrían en la praxis
política, sino en las alusiones teóricas de sus escritos. A l final de su vida
era sencillam ente un católico bueno y piadoso, m uchas veces tan humil­
de que para un juicio hum ano com pensó con ello una década de dudosa
am bigüedad.13 Pero la época en la que pudo tomar decisiones políticas

mejante, en la reseña de los Gesammelre Se/m/tert ^[Escritos Compilados] de Müller,


tomo i, en Umaturblatt, 21 de agosto de 1840, p. 337.
n Carta del 13 de enero de 1823, desde Leipzig, B\S7, N s 219.
13 Siegbert Elkuss, Zur Beurteilung der Romantik und zur Kmik ihrer Forschung (Hisc.
Bibliothek, t. 38), 1918, p. 6, dice con razón que la madurez humana y política de Mü­
ller decayó en la época posterior a 1815. Pero ésta fue la época en que buscaba desha­
cerse más y más del romanticismo, fuera de lo cual sólo era en realidad un humilde
servidor de Mettemich.
autónomas se extiende desde el año 1808 hasta 1811. Por entonces, aún
estaba abierta para él la posibilidad de convertirse, como Gentz, en el vo­
cero de un pensam iento político significativo, de buscar y fomentar un
público con ese fin. Por ese m edio se habría legitimado a sí mismo como
un publicista político y habría presentado aquello específico que tenía pa­
ra dar com o idea política. El curso de estos años, si se lo considera sin un
extremo detallismo biográfico, es el siguiente.
Tam bién A d am M üller com enzó com o rebelde rom ántico, si bien
ya a los vein te añ o s, com o e stu d ian te e n G ó ttin gen , alard eab a de
opositor a la R ev olu ció n Fran cesa. L o h acía com o dócil discípulo de
Gentz y valiéndose de un a pose anglófila que adoptó bajo ia influen­
cia del am biente de G óttin gen , cuya “ fisonom ía era por en ton ces más
inglesa que a le m an a ”. 14 El rom an ticism o del con tin en te h a tenido
siempre una fuerte inclinación a la anglofilia. Pero es im portante para
el conocim iento d e la m en talidad rom án tica que la influencia de la
cultura inglesa -q u e por ese enton ces se m ostraba tan fuerte en Han-
n o v er- no tenía n ad a de rom án tica. E sta influencia se basaba en que
la casa reinante era la m ism a que en Inglaterra, en intereses sociales
com unes y en la profunda fam iliaridad con la m entalidad y las institu­
cio n es in glesas que tu vieron a lto s fu n cion ario s in teligen tes com o
Brandes y Rehberg. El paren tesco entre el tronco bajosajón y el an­
glosajón facilitó esra influencia y excluyó el últim o resto de sospecha
de que pudiera tratarse aquí de un im pulso rom ántico. D e este m odo,
tam bién la universidad han n overiana de G óttin gen se m an tuvo aleja­
da del entusiasm o por la R evolución Francesa y m uchos académ icos
adoptaron una actitu d juiciosa y crítica frente a los im portantes acon­
tecim ientos de la época. En pleno auge de la filosofía trascendental
kan tian a y p ostk an tian a, en G óttin gen el “sano entendim iento h um a­
n o" perm aneció tran quilam en te en la cá te d ra .15 La influencia de la

11 Rexius, ofx cít., p. 506, donde se pone de relieve el significado de la influencia in­
glesa para !a orientación positiva en ia ciencia jurídica y en la historiografía alemana.
b De ahí que los estudiosos de Góttingen tampoco se interesaran por las i^ y é c ji*^
con que los adversarios de los filósofos trascendentales respondían a la ar^á'^anfcia de
m entalidad inglesa, con su con com itan te objetividad y bu en sentido,
se rom antiza en el jo ven berlinés, volvién dose anglofilia. El hijo del
oficial de tesorería b u sca im itar a l inglés rico frente a los e xtrañ o s y ya
en el com ienzo de su actu ación m uestra la inclinación a ad ecu arse rá­
pidam ente al ideal de la elegan cia social que era predom in ante en su
m edio.16 A l m ism o tiem po, Inglaterra se volvió p ara él la p a tria de la
filosofía; incluso allí debían erigirse los arcos de la A ca d em ia q u e p en ­
saba fundar, ju n to co n eso, sus in tereses perm anecieron e n policrom ía
rom ántica; econom ía política, filosofía n atural, m edicina, literatura,
astrología. S u prim er libro, Die Lehre vom Gegensatz* (1804) m uestra
este carácter p olifacético que no p o d ía dejar sin tratar n in gún objeto
interesante, ni dar cu en ta de n in gun o de m an era ob jetiva, y que cul­
m inaba en la ten tativa de fusionar a G oeth e y a Burke en un tercero
superior. Burke era el expon en te de lo in glés, G oeth e, del rom an ticis­
mo; en am bos casos no se tratab a de figuras reales, sino de figuras ro­
m án ticas qüe, por lo tan to, podían ser fusionadas fácilm en te. D ado
que el autor era rom ántico, en el prólogo partió del h ech o de que la
revolución había fracasad o, tal com o era tam bién la co n cep ció n de
Schlegel ya en 1803. "Sistem as filosóficos” -a fir m a - “co ron as q u eb ra­
d as, co n stitu cio n es re p u b lican as, p lan es teoftlan tró p íco s, em p resas
fracasadas para la con servación com o para la destrucción , principios
m orales y m anuales de derech o n atural, deberes exh au sto s y derechos
perdidos, yacen jun tos en un a enorm e pila de escom bros, y h asta ah o­
ra ningún escrito, nin gún diálogo, ninguna acción que n os legó ía tu ­
m ultuosa conclusión del siglo xvm se h a realizado". En e stas circu n s­
tancias, el jo ven escritor quería retom ar la em presa fra c a sa d a de la

éstos. Sin embargo, en el Neue¡ Mmsímít» der Fhiíosophie und Literatur de Bouterwek
aparecieron algunas parodias de la nueva filosofía y del romanticismo; sin duda perte­
necen a lo mejor que ha creado la literatura alemana en cuanto a parodias.
16 El joven Eichhom se sorprendió de que sus amigos Kurnatowski fueran "jóvenes
muy cultos” Qoh. Friedr. Schulte, Karl Friedrich Eichhom, Sein Leben und Wír(ten,
Stuttgart, 1884, pp- 9-10). Fr. von Raumer se expresa demasiado maliciosamente al
respecto, op. cit., i, p. 40.
' La doctrina de la oposición..
revolución y llevarla a su fin, darle un n uevo con ten ido a las palabras
religión, filosofía, naturaleza y arte, hacer saltar los lím ites de! tiem po
hasta ahora m ecán ico y trasplantar las especulaciones abstractas de la
revolución espiritual al suelo de la realidad.
En los años siguientes sus pensam ientos no se aclararon, pero su
situación social y econ óm ica era tal que su am bición debía estar ago-
biada por eso. Vivía co n sus am igos polacos Kurnatow ski y H aza, que
tam bién lo h abían h ech o “d ip u tad o” de su Swdpreimisc/ie» ókonomis-
che Sozietdt*. Pero b asta ver los anales de esta asociación de p ropieta­
rios rurales p a ra com prender que un hombre jo v e n que estab a absor­
bido por el deseo de represen tar un papel e n la realidad social, n o
podía estar satisfecho co n e sto .17 En la m elancolía de su aislada es­
tancia cam pestre sufría fuertes depresiones, se sen tía enferm o, reduci­
do a vegetar y se aficionó a la astroio gía18 y a la m eteorología; final­
m ente, respondió a la in v itación de G entz a V iena (del 8 de febrero al
30 de abril de 1805). A llí se convirtió ai catolicism o el día antes de su
viaje de regreso.19 En octubre de 1805 se tran sladó ju n to a los H aza,
con quienes vivía, a D resde y aquí, jun to a B ó ttiger y G, H. Sch ubert,

* Sociedad económica sur prusiana,


17 El primer número (Posen y Leipzig, 1803), en eí que Müller publica “Entwutf iu
korrespondierenden Wetterbeobachtungen. Eme Einladung an die Landwiite hiesiger
Provinz und der benachbarten Lander" * [Bosquejo de las observaciones climáticas co­
rrespondientes. Una invitación a los agricultores de la provincia local y de los territo­
rios cercanos] (pp. 149-176), comí ene artículos sobre estabulación de las ovejas, sobre
el pastoreo de los cerdos, la instalación de estíercoleros y el correcto tratamiento del
estiércol en los mismos, etcétera.
13 Sin duda, su horóscopo debía causarle preocupaciones, cuando se dedicaba en
serio a él: tenía una conjunción de Saturno en retroceso con Marte en Escorpio y Jú­
piter en el cuadrante de Venus. Esto significaba escándalo público (que ocurrió efecti­
vamente en 1809), muerte repentina por apoplejía (también se cumplió), mala predis­
posición del carácter, etcétera.
w Como fecha de la conversión se ha repetido en todas las enciclopedias y bíogra-
fías posibles el 31 (!) de abril de 1805, que aparece primero en el Konuersartonslexíkon
de Brockhaus, 5a. ed. original, t. 6 (1819), p. 621, y después también en el Neuer Ne-
fcrofog der Deutschtn, 1829, parte I, p. 103.
d ictó lecciones com o profesor independiente para un público distin­
guid o, form ado p rin cip alm en te por e x tran je ro s: e n el invierno de
1805-1806, sobre literatura alem an a, cien cia y len gua, en 1806-1807,
sobre poesía y arte dram áticos, en 1807-1808, sobre la idea de belleza.
Las lecciones aparecieron tam bién en form a de libro y fueron publica­
das parcialm ente en Phóbus, que M üller editaba ju n to con Kleist des-
de enero de 1808. S u éxito fue rápidam ente olvidado.^0 En Pallas, eme
Zeitschrift für S ta a ts- und Kriegs-Kimst, * pub licada por Rühle von Li-
lienstern desde 1808, participó con m ás artículos, entre ellos algunos
com entarios “a p ropósito de las investigaciones sobre la nobleza here­
d itaria de Fr. B uchholz”, en los que defendía a la nobleza contra los
ataq ues de este último.
En ese m om ento, el fiel am igo G entz, siem pre p reo cu pad o por él,
le p rop orcion ó un estím u lo decisivo y le p ro p u so escribir un libro
p ara defen der a la n obleza o, de ¡o con trario, p u b licar un a co m pila­
ción de ensayos p olíticos, m orales e h istóricos: “co n cu erpo y alm a
le garantizo,' que U d. se e stá h acien do u n a en o rm e repu tación - y si
se d ecid e por lo p rim ero (por ía d efen sa de la n o b le za), se creará
una existen cia su m am en te g r a t a - ” .21 El p lan de G en tz se basab a en
el cálc u lo de q u e un p artid o - c o m o el de la n ob leza alem an a, espe-
cialm en te la p r u s ia n a - q u e e stab a en ap rieto s frente a la opin ión
pública, estaría agrad ecid o por cu alquier ap oyo pu b licístico; en Pru­
sia, debido a la d erro ta de 1806, podían e sp erarse reform as liberales
que ch o cab an co n los in tereses de la n obleza h ered itaria y terrate­
n ien te. A u n q u e M üller co n ta b a con en trar al serv icio del gobierno
p ru sian o, sin em b argo , a c e p tó la p rop u esta de su am igo e in ten tó

z0 De las reseñas, se mencionan: jen. Aüg. L¿t. Ztg., N e 26, del 6 de noviembre de
1806, N- 155, del 2 de julio de 1807 (breve referencia a la segunda edición), Fmimüti-
gtí, 1806, 2a. mitad, pp. 88 y ss., p. 197 (respetuosa reseña de G. Merkel); Oberdeutsche
AÍIg. LíteratuRdtimg, N c txiv del 9 de junio de 1808 y ss. Cfr, también joh. Bobeth,
Efe Zeitschriften der Romanuk, Leipzig, 1911, p. 192,
’ Pallas, una revista para el arte de la política y de la guerra.
21 Bnefu'ectad Genr^ Müíler, Stuttgart, 1857, N- 93, 28 de mayo de 1808.
realizar a m b a s e n u n a: ya en el in v iern o de 1 8 0 8 -1 8 0 9 d ic tó en
D resde lecc io n e s sobre “ la to talid ad de la política” , en las que de­
fendía a la n obleza feudal y dab a al m ism o tiem po u n a serie de ob­
servacion es p o líticas e históricas. L as leccion es fueron d ic ta d as “ a n ­
te Su A lte z a Seren ísim a, eí Príncipe B ern h ard von Sachsen -W eim ar
(com o cuyo p recep tor estab a co n tra ta d o M üller), y un a reunión de
hom bres de E sta d o y d ip lo m á tic o s” . L as p u b licó b a jo el título de
Elemente der Staatskun st,’ co n el que quizás alu d ía a los Eíememos de
geometría de E u clid es. T am bién a q u í el éxito se lim itó al estrech o
círculo de los c o n o cid o s.22
M ien tras tan to , M üller se había ido a Berlín en la prim avera de
1809 porque su estan cia en D resde se había vuelto imposible, ante to­
do, desde el pun to de vista social y moral: había seducido a ía mujer de
su anfitrión y am igo de tantos años, con la que se casó p oco después en
Berlín; pero tam bién por razones políticas. N o era que por patriotismo
se hubiera dejad o llevar hacia expresiones o acciones im prudentes, co­
mo ocurrió con Kíeist o con el joven Dahlm ann. En sus lecciones sobre
política fue suprim ida toda referencia explícita a la época y en varias
ocasiones incluso la palabra “francés”, que fue incorporada nuevam en­
te m ás tarde, en la edición berlinesa; quizás una medida forzada por la

* Elementos de política.
11 Además de la reseña de Rehberg ya mencionada, deben referirse las siguientes:
Jen. A/ig. Ut. Ztg., N ° 60, 13 de marzo de 1810 (con observaciones desfavorables co­
mo: “En todo esto existe un gran malentendido, del que sólo es incierto si está pro­
ducido intencionalmente por el autor o es necesario para el espíritu del mismo" o:
"en virtud de la opinión favorable que el autor tiene de sí mismo, cree haber abarca­
do todo lo que ha ocurrido en los tiempos recientes para el perfeccionamiento de la
teoría política", etc.). Neue L£ipü. ¡Jteraturzeitung, N s 80, 5 de julio de 1809, p. 1265
(sobre las lecciones segunda y tercera, publicadas por separado bajo el título: Von der
idee des Staates und ihren Verhaítmsjen zu den “populdrm Scaatscheorien" * [Acerca de ia
idea del Estado y sus relaciones con las “teorías políticas populares"], Dresde, 1809;
también por rechazo a las “brillantes antítesis"); Góttinger Ge¡. An^., N 2 91, 9 de ju­
nio de 1810, pp. 899 y ss. (¡Qué e! cielo nos proteja de las ciencias sin definiciones y
sin conceptos claros!).
censura.23 En los Elemente der SLaatskunst h ace observaciones m alicio­
sas dirigidas a la gente de la “Liga de ía V irtud” , habla de su “m elanco
lía teatral”, que “seguram ente los hace sentirse distinguidos” y, prob a­
b lem en te alu d ien d o a K leist, de sus “p e n sa m ie n to s de v en g an za y
asesinato, con los que coquetean” (il, p. 6). A l honrado M artens, que le
entregaba una carta del conde von Gótzen y quería informarse sobre el
estad o del m ovim iento patriótico en Sajorna, lo trató con presuntuosa
am abilidad, que era al m ism o tiem po ridicula e insultante.24 Pero cu an ­
d o los franceses entraron en D resde tuvo que huir, porque poco tiem po
antes, m ientras los austríacos estaban en la ciudad, se había hecho n o ­
tar dem asiado abiertam ente en favor de sus intereses. Sin em bargo, e s­
ta catástrofe tam poco fue de tal índole com o p ara que quedara co m ­
p rom etido m ás o m en os d u rad eram en te “ en las a ltas e sferas” .25 En
Berlín, presentó al gobierno prusiano una in teresan te propu esta (en

23 Compárese Idee des Staatzs, pp. 18, 22, 43, con Elemente i, pp. 59, 85, 86 (ien lu­
gar de “Revolución Francesa", allí se dice solamente “revolución”!), o Idee, p. 18, con
Elemente, p. 34 (la referencia a la “vecindad más allá del Riri" está ausente en Idee) .
24 C. v. Martens; Denkwürdigkeiten aus dem ktíegerischen und ¡jolitischen Leben emes
alten Offizien, Dresde y Leipzig, 1848, p. 87: “En el Sr. A dam Müller encuentro al con­
trario exacto del Sr. von Pfuel, El conde von Gótzen me había dicho que podía confiar
plenamente en este hombre y yo estaba provisto de una carta dirigida a él escrita en
un tono simpa tizante, en la que estaba explicado en líneas generales eí objetivo de mi
viaje. El Sr. Müller me recibió con una amabilidad presuntuosa y estudiada, sentado
en su escritorio vestido elegantemente. Tomó el escrito, explicó que no tenía tiempo
para conversar conmigo ni para leer el escrito entregado y me invitó a visitarlo a la
mañana siguiente. Dejando de lado esta ridicula y amanerada distinción, que me desa­
gradó mucho, al día siguiente, con todo, fui a verlo de nuevo y fui recibido de la mis­
ma manera. Me agradeció por el escrito, me pidió que le transmitiera al conde von
Gotzen sus respetos y nos deseó suerte en nuestro emprendimiento, pero lamentó con
un diplomático encogimiento de hombros no poder abrigar ninguna esperanza de que
encontráramos en la opinión pública presente en Sajonia alguna colaboración o algún
éxito, y que él mismo, por su posición personal, estaría completamente impedido de
interesarse de la manera que sea en nuestro proyecto. Lo dejé y no lo volví a ver".
Bnefe und Aktenscücke aus dem Nachlass vori Scdgemann, editadas por Franz Riihl,
Leipzig, 1899, i, pp. 117, 135-136.
una carta al consejero privado de finanzas Stagem ann, conocido suyo,
del 20 de agosto de 1809), expuso la necesidad de que el gobierno ejer­
ciera u n a influencia constante sobre la opinión pública, con excelentes
ob servacion es sobre las ve n tajas de un periódico oficioso; al m ism o
tiempo, tenía un plan ingenioso para sabotear a la oposición anticipán ­
dose a ella; escribió textualm ente: “M e atrevo, 1- a escribir un periódi­
co gubernam ental y bajo la autoridad del C on sejo de Estado, 2Q an ón i­
m am ente y bajo la m era connivencia del mismo, a escribir al m ism o
tiem po un periódico popular, en otras palabras, un diario m inisterial y
uno op o sito r".26 En esta carta, com o tam bién en el escrito que presentó
algun as sem an as m ás tarde, la Memoire betreffend die Redaktion eines
Prm sstschen Regierungsfeíatces,* p u so siem pre de relieve su prin cipal
preocupación: que él sólo podría realizar todos estos im portantes servi­
cios cu an d o el gobierno le proporcionara una posición social para p o ­
nerlo en co n tacto con los hom bres m ás im portantes y m ás favorables
del reino. El plan de fundar un periódico gubernam ental fue aceptado
por el gobierno prusiano. La em presa comenzó de m anera m uy prom e-
tedora para M üller; en algunos diarios ya aparecían notas en las que era
m en cio n a d o co m o re d acto r d el p eriód ico gu b ern am en tal p ru sian o
pronto a aparecer.27 Pero cu an do H ardenberg fue convertido en ca n ci­
ller, M üller ya no fue tom ado en consideración para la edición del bole­

26 Rüht, op. cit., p. 118.


* Memoria referida a la redacción de un boletín oficial prusiano.
11 Estas están recopiladas por Reinhold Steig en la reseña a la publicación de Rühl,
op. cit., Deutsche Literaturzeitung xxil (1901), p. 231. Steig también menciona allí el
NQ 46 de Miszellen, de Zschokke, donde “el Sr. Müller, más honrosamente conocido
como escritor", es nombrado como redactor. Pero en el N s 85 del 25 de octubre de
1809, p, 339, M agü en comenta una noticia de Berlín: “A los profesores que dictan
clases aquí los esperan nuevos temas para este invierno. Adam Müller, que desde hace
algún tiempo ha levantado su pequeño refugio en Berlín, su ciudad natal, ha anuncia­
do lecciones sobre Federico el Grande, su carácter y sus instituciones” , y en el N e 101
del 20 de diciembre de 1809: “La noticia, recogida por muchos periódicos, de que aquí
(en Berlín) aparecerá un periódico gubernamental bajo la dirección de Adam Müíler,
se ha difundido de una manera demasiado precipitada”.
tín. Es cierto que M üller había prom etido defender periodísticam ente
ía política de H ardenberg y para eso se le h abía asegurado que recibiría
anualm ente del canciller un a asign ación de 1.200 táleros. S in em bargo,
Müller exigía adem ás un puesto fijo co m o alto funcionario prusiano, lo
que H ardenberg -q u e conocía al p oco confiable y superficial lite rato -
no aceptó. A l m ism o tiem po, M üller había establecido buenas relacio­
n es con ía op o sició n agrario -co n servadora. Ya al com ienzo de 1810
(desde el 11 de enero h asta el 29 de m arzo) había dictado lecciones so ­
bre Federico II, en las que hablaba e n contra de toda reform a liberal
haciendo claras referencias a los “espíritus ingeniosos’’. M ientras tanto,
se desarrolló aún m ás la oposición estam en tal y obtuvo un im portante
apoyo social e intelectual en ía “christlich-deutsche Tischgesellschaft’' * en
cuya fundación M üller había participado. Los Elemente der Swatskum t
de M üller se volvieron una especie de escrito program ático de este cír-
culo. A q u í y e n el Abendblatter* que K leist editaba desde octubre de
1810, Müller intervenía activam ente en la lucha contra los reform istas
“a la últim a m oda", los '‘anglofilos” y sm íthíanos, hacía m aliciosas refe­
rencias al canciller y a sus colaboradores y causó enojo e irritación en
los círculos de gobierno por sus artículos contra el edicto financiero del
2? de octubre. M üller tam bién estilizó el m em orándum presentado por
el jefe de la oposición estam ental, von der Marwitz, y h asta pasó la c o ­
pia en limpio,28 a fin de que H ardenberg - q u e conocía bien la letra de

* Sociedad de comensales cristiano-alemana.


* Periódico vespertino.
13 Dorow, D¿nfcscFtríftm und Bríc/e, t. ni, Berlín, 1839, pp. 216 y ss. (“Como siempre
ocurre en ¡os casos de grandes reformas, las convicciones más aute'nticas también se
mezclan con e l espíritu de intriga. Adam Müller [...] acudió a Berlín y ofreció sus ser­
vicios al canciller. Su talento dialéctico y la soltura de su discurso no pasaron inadver­
tidos al canciller, aunque encontró en ambos más brillo que profundidad, y se dio por
satisfecho con asegurarse la futura utilidad del hombre para el Estado por medio de
una asignación provisional. Sólo que esto no parecía suficiente al criterio de Adam
Müller, quien quería asumir inmediatamente un cargo que satisfaciera su ambición, y
una vei que buscó demostrar en repetidos intentos, pero infructuosamente, qué im­
portante amigo podía llegar a ser, descontento, se arrojó hacia el lado contrario y qui­
so demostrar ahora más enérgicamente que podía hacerse valer como enemigo. Se
M üller- supiera que estaba en el asunto y que las lisonjas a H arden­
berg, con las que, a pesar de todo, el m em orándum fue espolvoreado,
no dejaran de producir un a im presión beneficiosa para Müller. Com ple­
tam ente tranquilo y careciendo de todo tacto por su oportunism o polí­
tico y su hipocresía m antuvo aún sus relaciones con Hardenberg, siguió
cobrando su asignación y dio a entender por m edio de inesperados artí­
culos elogiosos sobre el canciller que él, a cam bio de un puesto conve­
niente en el gobierno prusiano, estaba dispuesto gustosam ente a defen­
der tam bién otro punto de vista. El canciller no se veía en la necesidad
de consentir sem ejante ju ego de “oposiciones”, no obstante, por consi­
deración a Gentz, demoró la cuestión un poco m ás con algunas amabi­
lidades estudiadas. Por su situación económ ica, M üller estaba obligado
a h acer un a política oportunista. Cuando se dio cuenta de que no lo-
gran a nada con el canciller, se apresuró a irse a Viena, a lo de Gentz, su
am igo y sostén. Perm aneció entonces allí, después de que aun los últi­
m os intentos de llegar a Prusia tam bién habían sido en van o.29
H ay que destacar aquí que Müller no se volvió desde la Prusia pro­
testante y liberal hacia la vieja A ustria católica por una especie de ins­
tinto anturevolucionario. Por el contrario, h asta el últim o m om ento in­
ten tó conseguir em pleo en Prusia, o sea, cerca de H ardenberg, y la
única condición que ponía era una posición social distinguida. S e fue a
Viena sólo porque allí Gentz podía seguir ayudándolo. C alló prudente­

asoció a los adversarios de Hardenberg, Íes prestó su ingenio, su pluma, y rio dejó de
hacer notar a codos quién conducía verdaderamente este asunto. Confesó a su amigo
Wtesel que, con este fin ¡incluso había dejado carras en el correo, con la intención y
ia esperanza de que fueran a caer en manos de las autoridades y les abrieran por fin los
ojos sobre su valor!"). Una reproducción más exacta del memorándum, en F t Meusel,
A. L u d. Manuiíz, n, 1, Berlín, 1913, pp. 252 y ss.
19 Además de las conocidas interpretaciones de Ranke, Klose, Treítschke, Leh-
mann y Meinecke, así como las publicaciones de Fr. Meusel sobre F. A. L. von der
Marwit: (Berlín, 1908 y 1913), fueron utilizadas: Remhold Steig, Heinrích von Kkists
Berlmer Kümpfe, Berlín y Sfuttgarr, 1901; Alexander Lewy, Zur Génesis der keutígen
agrarischen Ideen in Preussm, Stuttgart, 1898; Dombrowsky, Aus vner Biographie Adam
Mullen (Gottinger Dissertation, 1911), pp. 8-14, 83 y ss.; Fr. Lenz, Agrarfefire und
AgrarpoUak der deutschen Romanúk, Berlín, 1912.
m ente en Berlín que se había convertido al catolicism o y lo ocultó por
m edio de giros que en ese e n to n ces p a sa b a n por m o d ern o s.30 Los
m iem bros natos de la Tischgeselhchafc, gente co m o A m im , podían per­
mitirse expresar abiertam ente su sim patía por la m entalidad católica;
pero el hijo del oficial de tesorería Müller, que quería lograr un cargo
com o funcionario superior a cualquier precio, n u n ca hubiera podido
hacerlo en Berlín profesando el catolicism o. Por eso m antuvo este as­
pecto de su existencia en un segundo plano. Por lo dem ás, su actuación

30 Según Fr, Raumer, op. cit., p. 158, generalmente Müller se hacía pasar por protes­
tante. También en el Morgenbotm -austríaco, pero que está al servicio de la propagan­
da napoleónica- se lo menciona como protestante: “Adam Müller (él mismo un pro­
testante) dice en sus lecciones sobre la literatura alemana etc. En ocasión de la
muerte de Müller'se mencionó en Inland, N a 31, del 10 de febrero de 1829, que en
1809 él, el severo, defensor de la santidad del matrimonio, como es sabido, había sedu­
cido a la esposa de su amigo y anfitrión en Dresde, von Haza; Gorres, en un apasiona­
do artículo en el Eos, se dirigió contra la "profanación de cadáveres", con el funda­
mento de que esto correspondía al “período berlinés-protestante” de la vida de Müller
(Eos, N Q28, del 18 de febrero de 1829, p. 113). De la ruidosa y escandalosa polémica
periodística qué se originó en esta ocasión (Aujland, suplemento del N a 58, del 27 de
febrero de 182$, Inland, N 9 52, del 28 de febrero, Eos, 36 y 37 de! 4 y 6 de m ano, etc.)
sólo interesa aquí el hecho de que los tardíos amigos católicos de Müller consideraban
sin más este período de Dresde y Berlín como una época en la que Müller aún era pro­
testante, si bien ya en el Kanversationslexikon de Brockhaus se indica el año 1805 como
fecha de la conversión. En sus cartas a Gentz, Müller le había confesado por ese en­
tonces su catolicismo; el 27 de mayo de 1805, poco tiempo después de la conversión
(Bnefweclisel, N a 32), menciona un ciertamente sospechoso “catolicismo superior"; en
una carta del 25 de mayo de 1807 (Brie/uiee/iset, N e 67) es ya tan riguroso que juzga al
catolicismo de Fessler como una deshonrosa profanación, después de que él, el 6 de
febrero de 1808, había señalado a la poesía antigua y a la poesía cristiana de la Edad
Media (aunque no a la cristiandad) como los dos fenómenos más importantes de la
historia universal (Briefwechsel, N s 86), el 30 de mayo de 1808 reprocha a Schlegel
que la relación con Cristo no está clara (Briefwechsel, N ° 94, interesante en compara­
ción con los juicios tardíos sobre el catolicismo de Gorres, N a 159 y 208). Por lo de­
más, opino que Bottiger - a pesar de su negativa- es el autor del despacho del N 9 31
de Inlorui. Eí caso recuerda un hecho del año 1806, donde apareció un despacho con­
tra Müller en el Freimwrigen y, cuando Gentz tomó parte enérgicamente en favor de
Müller, Bottiger también negó ser el autor (efe W. [, pp. 214-217).
política tam bién h abía com enzado con una postura no totalm ente h o­
nesta. C u an d o e n 1808 entró en liza contra Buchholz para defender a
la nobleza, subrayó con gran énfasis que la nobleza no necesita defen ­
derse de ataq u es com o los de Buchholz, sino que la única injuriada por
esos ataques m ezquinos es la burguesía, y que intervenía en la polém ica
contra Buchholz sólo para defenderse a sí mismo y a su injuriada bur­
guesía, si bien para él (A dam M üller) sólo adversarios com o M ontes-
quieu o Burke ju stifican el esfuerzo de una polém ica.31 La falsedad no
se encuentra en la m anera en q u e se recutre aquí a M on tesquieu y a
Burke, ésta era un a petulancia rom ántica que en la discusión política
sólo era esp ecialm en te im prudente, Pero con qué desprecio nobles y
burgueses debieron tratar a un hom bre que desde hacía años vivía en
las m esas de algunos aristócratas y que osaba presentarse com o el d e ­
fensor del h on or de la burguesía. Q uizás esto tam bién explica por qué
tantos con tem porán eos sentían que era un mentiroso. S e encon trarán
muy pocos ejem plos de alguien que aparezca de m anera tan general an ­

31 Riflos, t. i, p. 162, la. parte, pp. 87-88 ( = Verrruscíitt! Scfinften, VLena, 1812, 2a. ed.,
1817, i, pp. 162, 165; cfr. también Elemente i, p. 167). El artículo ¡mita tan bien los ges­
tos de la indignación, burkeana que puede entenderse perfectamente el entusiasmo de
Gentz: “Yo sería malinterpretado si se esperara de mí una apología de la nobleza. Para
hacer de defensor primero debería reconocer a los pequeños charlatanes de mi patria co­
mo mis adversarios y a la sagrada institución de la nobleza, eternamente inquebrantable,
como discutible y problemática. Si manos puras y poderosas, con razones puras y pode­
rosas, si un Montesquieu, un Burke, debieran salir al ruedo primero y atacada, el ataque
sería violento y temerario, y yo podrfa fracasar en la defensa, en ese caso, valdría la pena
el esfuerzo. Pero, cómo puedo luchar contra los que se escudan detrás del espíritu de la
época -disoluto, laxo y (luctuante como es- detrás de una opinión pública que no com­
prende a la nobleza, porque hoy pisotea lo que ayer ennoblecía. No, en estas páginas me
defenderé a mí mismo, a mi estamento, la burguesía, para disipar el reproche de que no
haya siquiera uno entre nosotros que por medio del honor y la justicia que pudiera ha­
cerle al otro estamento, supiera honrarse a sí mismo y a su estamento” (semejante, con
una fundamentación "antitética”, Elemente I, p. 167). Probablemente a los propios datos
de Müller se debe también la nota en Haymann, Dresdens teilsmurlich verstorbene, teih
jetzi lebende SchriftsteÜer und Kunstier, Dresden, 1809, p. 459, donde el padre de Müller
figura como un “hombre de negocios".
te sus prójim os com o un em bustero, y eso que aquí no se trata de los
chism es de las cartas y de los diarios personales, en los que se refleja la
locuacidad rom ántica, sino de com entarios serios. La opinión de Reh-
berg ya fue citada; Solger habla de una “mezcla fraudulenta"; Wiíhelm
Grimm dice que todo lo bueno que se encuentra en M üller es “en prés­
tam o” , y en una carta a su herm ano escribe abiertam ente: “¿N o sientes
tú tam bién que una cierta m entira se extiende a través de todos sus es­
critos?” , y A lexan d er vo n der M anyitz con cuerda co n R ahel en que
M üller es un “falso cam arad a, m entiroso, corrom pido e irreligioso” y
que sólo le interesa su "papel distinguido".32
El cu adro estaría incom pleto si no se considerara com parativam ente
la actividad de M üller en los años siguientes, de 1813 a 1815, Por ese
entonces, tuvo oportunidad de confirm ar de m an era práctica su posi­
ción com o lugarteniente de Burke en A lem an ia y sus ideas -a p ro v e ­
ch adas en Be.rlín contra H ard en b erg- sobre la n ecesidad de privilegios
estam entales y corporativos, sobre eí carácter detestable de la adm inis­
tración estatal m ecánico-centralista y de todas las m edidas financieras
calculadas exclusivam ente a partir de los ingresos fiscales. D urante la
guerra de 11313, Roschm ann, el jefe regional provisorio, lo tom ó como
asistente y consejero periodístico para el Tirol. La región debía ser reor­
ganizada después de la conquista. La autoridad central vienesa espera-
ba de la región no sólo la m ayor recaudación posible, sino tam bién su
“austricización”, es decir, su integración en el conjunto del sistem a cen­
tralista del Estado y la supresión de los estam entos y sus privilegios: los
derechos estam entales de concesión de im puestos, la defensa local del
territorio y la capacidad autónom a para legislar en asuntos judiciales y
de policía. R oschm ann, un am bicioso arribista - e l archiduque Johann,

3Í Cfr. Solger, Nacfigeíassene Scfirc/íen, tomo 1, Leipzig, 18Z6, p. Z05. (Carta a Rau-
mer del 2 de diciembre de 1S10, también en E Raumer, Lebenserinnerungen i, pp. 227,
228.) W. Grimm en Sceig, Kleists Berlmer Kámpfe, pp. 505-506 (Frankfurter Zeitung, 12
de junio de 1914) y en carta de W Grimm a su hermano del 3 de octubre de 1809; en
la correspondencia de Rahel con A. von. der Marwitz, las cartas del 26 de mayo, Ia de
junio y 9 de junio de 1811. Las citas se podrían aumentar fácilmente.
en su diario personal, lo llam a simplemente “el rastrero"-, quería apro­
vechar la oportunidad para convertirse en gobernador del T irol; por
eso, llevó a cabo expeditivam ente las intenciones de sus superiores e
incluso fue m ás allá de los deseos de éstos cuando le fue posible. S e tra­
taba sobre todo, para él, de aparecer en Víena como un sobresaliente
adm inistrador de Ía hacienda, que no recurría a los fondos generales
correspondientes para las tropas destinadas al Tirol, sino que cubría las
necesidades con los recursos de la región misma. El im portante m ovi­
m iento del pueblo tirolés, dirigido a ía restauración de los antiguos de­
rechos particulares, fue reprimido y sistem áticam ente tergiversado en
los informes a V iena; de cara a los tiroleses, el método de esta política
consistió en una expeditiva recaudación de los impuestos establecidos
por el “ opresor y poco paternal” gobierno bávaro en im puestos al co n ­
sumo sobre los granos bávaros, m edidas contra los habitantes a causa
de las protestas “sediciosas” y un sistem a policial de espionaje. M üller
apoyó a su jefe R osch m an n a través de proclam as, mem orias y artículos
de diario (en el Bote von Südtirol) * y en realidad hay que considerarlo
com o el guía espiritual, ya que Roschm ann no podía prescindir de su
ayuda. En los inform es dirigidos a Viena, los “útiles servicios” de M üller
son m encionados elogiosam ente. M üller se sentía feliz de que el Kaiser,
M ettem ich y B ald acci -u n baluarte particularm ente enérgico de la
centralización bu rocrática- estuvieran conform es con él. “Entre N ápo-
les y Ginebra no me pasa desapercibida con facilidad una persona inte­
resante, y del conocim iento de esta singular región no me arrepentiré
n unca”, escribió a Gentz; “los trabajos m ás interesantes me fueron ad ­
judicados por la gravitación natural; deseo que la recom pensa tome la
m isma dirección". S u m eta era, tal com o él la expresa, “no am putar la
carne salvaje de T iroí y de Italia, sino asim ilarla al cuerpo en tero”.33

* Mensajero del Tirol del sur.


33 Correspondencia con Gentz, Carta de Müller del 7 de febrero de 1814 y del 30
de septiembre de 1814 (Na 118 y 120). También G enu destaca los servicios de Müller
al escribirle a Mettemich el 11 de abril de 1814 (W. III, 1, p. Z9Í) y aprovecha la oca­
sión para justificar con eso el “buen sentido austríaco" de Müller y recomendarlo ur-
C uando R oschm ann finalm ente tuvo que abandonar la región, el A r­
chiduque Jo h an n le pidió especialm ente que llevara consigo a A dam
Müller. El 23 de abril de 1815, M üller fue convocado al cuartel general
del emperador, justo cuando su abu ltado m em orándum de 162 hojas
estaba en cam ino al Tírol, en el que se advertía acerca de las sospech o­
sas inclinaciones del pueblo tirolés y se proponía suprimir las veleidades
estam entales por m edio de m edidas enérgicas contra la nobleza y los
cam pesinos.3^

gencemente al favor de Mettemich. Debido a los continuos esfuerzos de Gentz, Müller


fue convocado posteriormente al cuartel genera! del emperador.
^ Sobre la actividad de Müller en el Tirol: Alb. Jager, Tiroís Rückkehr untar Oíte-
rreich, Viena, 187Í, pp. 115, 148, 149 (en la p, 148 cita a Dípauli, Dianum ni: "Quizás
encuentre Roschmann alguna disculpa por el hecho de que él mismo, como surge de
todas sus acciones, sólo era un hombre intrigante, insidioso, devoto de la venganza
privada y deseoso de los beneficios personales, por otra parte, además, atolondrado, se
hallaba totalmente bajo la influencia de su secretario Adam Müller"). Franz von liro­
nes, Tiro! 1812-1816 und Erzherzog JoJtann w n Ósterreich, Innsbruck, 1890, p. 128:
“Adam Müller, él hijo de Berlín, e! amigo y protegido de Friedrich von Gentz, e! políti­
co filosófico'te<jisófico y publicista, el ingenioso testarudo, al que Roschmann, el arro­
gante comisario de la corte para el Tirol, contrató como estilista a medida y como su­
geridor de ideas, justo en un momento crítico, cuando el proyecto de Müller de un
instituto educativo en Viena sufría una derrota financiera”. E 221: “Cómo este ideólo­
go ingenioso, peto poco claro en todas las cuestiones prácticas -especialmente en las
del Tirol- se sentía el centro de los negocios y el tutor espiritual de Roschmann, de lo
que, por cierto, estaba también seguro, se demuestra en su carta a Gentz (del 22 de
septiembre de 1814). Este papel suyo encontró ciertamente una enérgica condena en­
tre los tiroleses de pura sangre, y por buenas tazones, porque él, ajeno a situaciones
que su mirada sólo rozó y nunca penetró, difícilmente era apropiado para solucionar la
cuestión tirolesa en un sentido provechoso hacia arriba y abajo”. La exposición de
Hormayr está influida por el odio a M ettemich y Roschmann y el desprecio por Mu-
11er, pero, a pesar de eso, es atendible; cfr. su carta al Archiduque Johann von Oste-
rreich del 5 de septiembre de 1826 (Lebmíbilder ¡it« dem Befreiungskríage [, 2) (Urkuri-
denfjucfi), Je na, 1844, p. 488, donde afirma que el “verdaderamente genial Adam
Müíler, presentado a Roschmann para disimular la insuficiencia de su pluma así como
de conocimientos administrativos y científicos". Después de la muerte de Müller, es­
cribió a Raumer (Carta del 5 de m ano de 1829, citada en F. Raumer, bebense-armerun-
gen, ii, p, 289): “La muerte de los dos grandes Tartufos, Friedrich Schlegel y Adam
A sí term inaba la actividad de M üller en este pueblo, que creía q u e
por la fidelidad din ástica que había dem ostrado en 1809 tenía derech o
a la consideración de las prerrogativas tradicionales, y cuyas p a rtic u la ­
ridades geográficas, econ óm icas e históricas un heraldo de las “pecu-
liaridades locales” presum iblem ente hubiera tenido que respetará5
Las explicaciones falsas que M üller dio m ás tarde sobre su im p o r­
tancia en Berlín, y los relatos autocom placien tes sobre sus logros en
Tirol, no deben hacer olvidar que, en realidad, fue el servidor diligente

Müller, quienes, vinculados a Gentz, organizaron en Viena tanta opresión espiritual y


una persecución tan intensa, tampoco dejó los ánimos indiferentes en Munich. Adam.
Müller tiene sobre sí el pecado mortal de haber arrebatado a los tiroleses en 1814-
1815, de una manera muy poco política - a través de míseros sofismas y con una ingra­
titud indignante- su antigua constitución, consagrada y confirmada aún por el em pe­
rador Francisco en 1792-1797, y de este modo se ha perdido para siempre el favor de
la región". En el fragmento postumo Kaiser Fretnz und Meíterrudt, Leipzig, 1848, p. 92,
dice sobre Müller que Buol tiene el "dudoso mérito” de “haber llevado a Viena al so­
fista Adam Müller, extremadamente talentoso y elocuente, pero mentiroso de cabo a
rabo, precisamente cuando se había retraído luego de haber arrebatado a su propia
mujer, la Sra. von Haza, de su marido y de su casa, y había roto completamente con
Hardenberg y sus planes de reforma, al igual que con Friedrich von Raumer",
35 Müller, en su servilismo, no notó absolutamente nada de esto; sin embargo, en la
carta petitoria de los tiroleses al emperador (del 23 de junio de 1814), en la que solici­
tan protección ante los métodos de Roschmann-Müller, se encuentran los siguientes
pasajes: "Por medio de un tratamiento literalmente igual al de las restantes provincias
del Estado imperial austríaco, bendecidas por la naturaleza (el pueblo tirolés) fue tra­
tado también según el asunto de manera sumamente desigual [...] Pueblos que son
diametralmente opuestos unos de otros por su constitución física y moral, por las in­
fluencias climáticas y la riqueza de su suelo, por el tipo de industria, por sus costum­
bres y usos, por su espíritu nacional, por su lengua materna ¿deberían ser medidos de
acuerdo con la misma regla? Desde luego que de ahí resultaría una uniformidad, aque­
lla de la opresión general, de la miseria general” (Jager, op. cic., p. 125; Hormayr, Le-
bensbilder, |¡, p. 372). En las Bemerkungen über die ehemalige Verfassung Tiroíi ‘•‘[O bser­
vaciones sobre la anterior constitución del Tirol], de Giovanelli, que están
presentadas como memorial del petitorio, dice; “Las constituciones y leyes fundamen­
tales que existían aún hace un par de años, no eran la obra de una teoría filosófico-po-
lítica, sino el producto inmediato de la relación entre principes regionales y súbditos,
en una palabra, el resultado de la verdadera vida pública, Pero si fue preciso que lo
de un sistem a arbitrario, siem pre dispuesto a dejar de lado la parte de
sus ideas que pudiera estorbar su funcionam iento sin im pedim entos y
a asim ilar las otras.36 S ólo en su catolicism o de los últim os años form u­
ló algunas reservas que, no obstante, en las circunstancias de la época
de la R estauración , no exigían ninguna resolución extraordinaria. En

que ha resultado inmediatamente de la vida no fuera reducido a fórmulas vacías y pri­


vado de su espíritu, debía perfeccionarse en forma constante como algo viviente y su
movimiento nunca podía volverse rígido. Desde la Paz de Westfalia, en especial desde
mediados del ilustrado siglo xvm, se ha producido sin embargo una tal rigidez en la
vida de las constituciones; Los pueblos se adhirieron muy meticulosamente a la letra
muerta de los derechos y las libertades, de las que, de todos modos, ha desaparecido el
espíritu; los soberanos, en cambio, consideraron estas formas como molestas ataduras
y, en comunidad con el espíritu seudofilosófico de la época, comenzaron a destruir to­
do interés comunitario y abrieron las puertas al egoísmo del individuo. Las antiguas
formas, en realidad, se habían conservado en la apariencia, pero el espíritu vivo se ha­
bía apartado der ellas desde hace ya mucho tiempo; de todos modos, estas formas ha­
brían desaparecido, poco importa que sea antes o después, aun cuando el absolutismo
de lo único, que todo lo devora, no las hubiera destruido [...] Eí carácter y la constitu­
ción de un pueblo se condicionan recíprocamente” (jager, op. cít., pp. 130, 131).
36 Müller redactó los “Tyrolische Denkwürdigkeiten" *[H echos memorables tirole­
ses], pero no los publicó. Su artículo “Aus Speckbachers Leben" *[D e la vida de
Speckbacher} en el Zeitung für die elegante Welt, N e 80 y 81 de! 25 y 26 de abril de
1817, es irrelevante. Además de las cartas a Gentz, entran aquí en consideración la
carta del 25 de octubre de 1813 a Stagenaann (Rühl, o¡), cít., p. 311) y a Heeren, co­
municada por Hoffmann von Fallersleben, Fiíndgruben für Geschichte deuucher Sprache
und Dichamg, tomo 1, Leipzig, 1860, p. 321. También el artículo “Adam Müller”, en el
KoTwersdfionííexíkon de Brockhaus, 5a. ed. original, t. 6, pp. 621-623, cuyos datos son
retomados por el Neuer Nekrolog der DeutscJien, afirma que Müller habría sido tratado
“honoríficamente” por Hardenberg; el artículo puede deberse al mismo Müller. Según
informa F. Raumér, Müller contó a Brockhaus que junto con Raumer fue consejero in­
formante de Hardenberg y que defendió los antiguos principios, Raumer, por el con­
trario, los modernos, los de Westfalia (Carta de Raumer a Manso del 4 de noviembre
de 1821, Lebenseriimerungm, lí, p, 130); Raumer sostiene que lo primero es falso y lo
segundo, absurdo; sin duda dene razón al explicar el engaño a causa de la vanidad de
Müller, que “al final, a pesar de todo su esfuerzo por lograr una posición política im­
portante, no consiguió, sin embargo, nada”. Raumer y sus amigos, Tieck y Solger, esta­
ban, desde luego, prevenidos contra Müller, pero una mejor fuente que los propios da­
la e xaltació n de su activid ad tirolesa habla escrito en prim er lugar:
“Verdaderam ente, debería haber estado en la C om isión para la refor­
ma de los conventos. S i el an cian o y santo hom bre tuviera dom inio
del m undo, sabría lo que sus jesuítas deberían responder cuando un
académ ico contrario los interrogue sobre su entum ecida y rancia filo-

ros de Müller son, en todo caso, sus informes. Cuando Rühl, op. cit., sostiene que en
los datos de Müller sobre sus vínculos con Hardenberg debe haber algo verdadero,
porque, de lo contrario, sus vínculos con Stágemann no habrían podido ser tart cor­
diales, no advierte que Stagemann sólo tenía interés en el literato Müller, no en ei po­
lítico. Que Müller en una carta a Gentz llame a Wiesel “descarado e ingenioso como
siempre", no es rajón para creerle menos a Wiesel que al mismo Müller. Incluso del
relato de Dombrowsky, con sus adornos dramáticos (op. cit., pp, 8-10), resulta que
Hardenberg no había pensado darle a Müller una misión importante {fia “misión"
consistía en que Müller transmitiera a Gentz los saludos de Hardenberg!) y que, inclu­
so aún en Viena, Müller estaba preparado para cualquier tipo de retractación y para
un indigno e impertinente pedido a Hardenberg, con tal de ser bien colocado por él
en cualquier lugar. No sé si Dombrowsky tuvo conocimiento de la carta a Stagemann
del 20 de agosto de 1809 con la típica oferta de escritorzuelo; cuando, a pesar de eso,
llama a Müller “gentilhombre”, es lamentable que no haya explicado las concepciones
éticas o sociológicas que asocia con ese predicado. Tampoco puedo manifestar mi
acuerdo con ¡a observación de M. Pályi, “Romantische Geldtheorie”, Archiv f. So-
ziolui., t. 42, 1916, p. 89, nota 28; la imagen de Müller bosquejada por la mayor parte
de ios biógrafos de Kleist (salvo Steig) es siempre más correcta que cualquiera de las
desconcertantes descripciones de los autorretratos románticos. Con respecto a S. Rah-
rtier, Heinrick von Kkist ais Mensch und Dichter, Berlín, 1909, p. 128, sólo podría decir­
se que es imposible atribuirle a Müller una agresión violenta hacía Kleist y que, por el
contrario, creer que un hombre de un temperamento formidable como Kleist alguna
vez haya agredido físicamente a un Adam Müller no significa una difamación de su
memoria. Según la opinión de Metzger, comparado con Novalis y Schlegel, ios otros
dos románticos que se convirtieron al catolicismo, Müller es “en su mejor época, sin
discusión, el más simpático" (op. cit., p. 252), lamentablemente no es claro cómo pue­
de fecharse esta mejor época. La exposición de D. A. Rosentha! (en su Kotwenitsnhd-
der aus dan neunzehnten Jahrhunilen, j, 1, pp. 48 y ss., Schaffhausen, 1866) es inutiliza-
ble a causa de su finalidad apologética que, en el caso de un tema como la vida de
Müller, por cierto, es difícil de asociar con la fidelidad histórica, y sólo se la toma en
consideración por algunos datos fácticos. Tampoco son atendibles las observaciones de
Innerkofler sobre Müller (Kkmens Muña Hofbauer, Regensburg, 1910, p. 670).
sofía, así, ningún poder de la tierra habría podido excluir a C onsalvi
del congreso restringido”. Pero la Iglesia católica se m uestra aquí com o
la roca contra la que se quebró la vanidad rom ántica, que quería in s­
truir a todos sobre su verdadera esencia. D espués de las guerras n ap o ­
leónicas apareció en A lem an ia el vigoroso m ovim iento religioso que
condujo nuevam ente a m uchos, católicos y protestantes, a una cris­
tiandad piadosa y con scien te. Este m ovim iento capturó no sólo a ro­
m ánticos y apocalípticos, no sólo a los seguidores de M adam e Krüde-
ner, sino tam bién al voluble Fessler en su lejan a S arepta y ai honesto
K anne en Erlangen y los convirtió en protestantes devotos. Encontró
a Müller, que ya se había orien tad o hacia el catolicism o, y lo llevó in ­
teriorm ente h asta las últim as con secuen cias de su orientación, a una
religiosidad ortodoxa, para la cual Gorres tam poco lo era suficiente e
incondicionalm ente, y que reprochaba á la Restauración de H aller no
partir de la revelación. Paulatinam ente, M üller dejó de ser rom ántico;
h asta qué punto siguió siéndolo e n los detalles, no es necesario que sea
decidido. D e todos m odos, es in correcto llam arlo rom ántico porque
era católico. Esta popular interpretación sólo se explica por la con fu­
sión diletante del ob jeto rom antizado con el rom anticism o. E_l_catoli-
cism o no es rom ántico en absoluto. C a d a vez que la Iglesia católica
fue objeto del interés rom ántico y tam bién cad a ves que ella supo p o­
ner a su servicio tendencias rom ánticas, ella m ism a no fue n unca, tan
poco com o cualquier otro poder m undano, sujeto y exponente de a l­
gún rom anticismo.
II. La estructura del espíritu romántico

l. La Recherche de laréalité

Se debe prescindir aquí de todas las pequeñas perfidias y debilidades


hum anas que se encuentran en las vidas de los rom ánticos políticos. El
desarraigo del rom ántico, su in cap acid ad de m an ten er u n a posición
política im portante a partir de un a decisión libre, su falta de resisten-
cia interna frente a la im presión m om entánea m ás próxim a y m ás fuer­
te, tienen sus razones individuales. S i es preciso tom arlas en conside­
ración para una definición del rom anticism o político, no tien en que
deducirse psicológica o sociológicam ente, sino ser pu estas e n relación
con la situación espiritual. Entonces se m uestra lo que es un elem ento
extraño y lo que es esencial al m ovim iento rom ántico. Los rom ánticos
se han interesado por todos los tem as históricos, políticos, filosóficos y
teológicos posibles y tam bién participaron apasion adam en te de las dis­
cusiones filosóficas de su tiem po; por eso la D octrina de la ciencia de
Fichte y la Filosofía natural de Sch elling a m enudo son in cluidas en el
rom anticism o. Las recíprocas influencias personales e in telectu ales son
co n ocid as e investigadas a m enudo. Los resultados son siem pre n uevas
relaciones, n uevas depen den cias, n uevas fuentes y n u e v as confusio­
n es; el rom anticism o se convirtió en filosofía natural, m itología, irra-
cionalism o, sin que se distinga de m anera precisa la especificidad de su
situación espiritual. Su explicación debe comenzar, com o la de to da si­
tuación im portante de la historia del espíritu m oderno, co n D escartes.
E n el co m ien zo de la m o d e rn id a d se e n c u e n tr a n d o s g ran d e s
transform aciones que pued en asociarse en un in teresan te co n tram o­
vim iento. C o n el sistem a plan etario copernicano, a cu yo significado
tran sform ad or se rem itió K an t de buena gana, la T ierra h ab ía dejado
de ser el cen tro del universo. C o n la filosofía de D escartes com enzó la
co n m o ció n del an tiguo p en sam ien to on tológico ; su argu m en tación
cogito, ergo sum rem itió a los hom bres a un hecho subjetivo e interno,
a su pensam ien to, en lugar de a u n a realidad del m undo exterior. El
p en sam ien to científico-natural de los hom bres dejó de ser geocéntri­
co y buscó el centro fuera de la T ierra, el pensam ien to filosófico se
v o lv ió egocéntrico y buscó el cen tro en sí m ism o. La filosofía m oder­
n a e stá dom inada por una escisión entre pensam iento y ser, concepto
y realidad, espíritu y naturaleza, sujeto y objeto, que la solución tras­
c en d en tal de K an t tam p oco elim inó; ésta no restituye la realidad del
m un d o exterior al espíritu pensan te, porque para ella la objetividad
del pensam iento consiste en que éste se m ueve en las form as objeti­
vam en te válidas y la esen cia de la realidad em pírica, la co sa en sí, no
puede ser aprehendida. Pero la filosofía postk an tian a se dirige con s­
cien tem en te hacia esta esen cia del m undo para superar la in explica­
bilidad y la irracionalidad del ser real. Fichte elim inó la escisión por
m edio de un. yo absoluto: éste em an a de sí, en form a absolutam ente
activa, eí m undo y se pone a sí m ism o y a su contrario, el no-yo. A di­
feren cia de tkl sencillez sistem ática, la respuesta de Sch elling fue pro­
blem ática, pero, a p esar de ello, e stab a orientada h acia la realidad e x ­
terior que se bu scab a; era la vu elta a la naturaleza, desde luego, sólo
q u e de m anera filosófica. Sch ellin g se oponía a la “ an iquilación de la
n aturaleza” de Fichte, pero tam p oco podía poner el absoluto en la
naturaleza, porque tam bién partía del criticism o trascen den tal. D e es­
te m odo, n o caracterizaba a lo absoluto ni com o su bjetiv o ni com o
objetivo, sino com o el pun to de in diferencia éntre am bos; ia razón
absoluta tiene dos polos, naturaleza y espíritu, la realidad filosófica no
es ni la in teligen cia pensan te ni el m undo exterior, sino un tercero
absoluto e indiferente, que se llam ará “ razón”, lo que ya dem uestra
u n a inclinación insegura h acia la subjetividad.
S e puede interpretar el rom anticism o com o un m ovim iento dirigido
con tra el racionalism o del siglo XVIII. Pero hubo m uchos y m uy diferen­
tes m ovim ientos de ese tipo, y sería superficial llamar rom ántico a todo
lo que no es racionalism o m oderno. La oposición filosófica al racio n a­
lismo que se en con traba en la filosofía de la naturaleza de Schelling fue
percibida p or el rom anticism o com o “sabiduría carente de am or". A pe­
sar de la enem istad com ún contra el racionalism o abstracto, se diferen­
ció el adversario em otivo del filosófico, Esto es evidente, pues no es p o ­
sible un tratam ie n to puram en te em otivo de problem as filosóficos y
todo tratam ien to sistem ático es adem ás una realización intelectual.
Dado que todo intento de sistem atización filosófica amenaza la in m e­
diatez incondicionada del sentim iento, la vivencia que se basta infinita-
mente a sí m ism a vuelve a aparecer am enazada intelectualm ente. La
Doctrina de la ciencia de Fichte ya im plicaba una reacción filosófica al
kantismo. El yo que, absolutam ente activo, “pone" al no-yo, no es un
concepto en el sentido del concepto analítico de una lógica racionalis­
ta, al que se asciende por generalizaciones abstractas; es un con cepto
individual y concreto, del que em ana un m undo concreto. Fichte había
reconocido e n la fundam entación de su D octrina de la ciencia que la
parte sistem ática de su teoría era spinozismo, con la única diferencia de
que cada yo individual era la sustancia suprem a. D e este m odo se supe­
raba la dualidad característica del racionalism o abstracto entre con cep­
to abstracto y ser concreto, y se ganaba la “unidad viviente”. Pero el ra­
cionalism o an tiguo predom ina aún en Fichte. El yo, que establece una
relación cau sal con el no-yo, ve en el no-yo una “m ateria m odificable”,
un objeto que puede elaborarse y organizarse de acuerdo con la razón.
Ciertam ente, con la idea de “organism o”, Schelling construyó a su vez
una totalidad que supera la escisión entre naturaleza y espíritu. Pero re­
cién en la filosofía de H egel se alcanza la gran realización sistem ática:
el sujeto absoluto em ana de sí mismo y deviene en m ovim ientos con­
trarios. A h ora bien, Schelling se siente afín a Spinoza, con el que sim ­
patiza toda la gran “filosofía del sentim iento” alem ana, sobre todo jaco -
bi. En esto hay un a im portante coincidencia. Los sistem as del idealism o
postkantiano con tien en al mismo tiempo una filosofía de ía intuición y
un racionalism o pantetsta y reaccionan con un concepto em anantista
{según la expresión de Lask), es decir, un concepto que pone co n creta­
mente la in dividualidad concreta contra un racionalism o abstracto que
sólo conoce conceptos en forma analítico-abstracta y que por eso nun­
ca logra la individualidad concreta. Pero el sistem a de Spinoza es la pri­
m era reacción -y, en verdad, análoga a aquella otra p ostk an tian a- con ­
tra la ab stracción del racionalism o m oderno, represen tado entonces
por D escartes y H obbes, y contra una concepción m ecánica del m un­
do. L a escisión característica -q u e se distingue claram ente no sólo en
Descartes, sino tam bién en form a especialm ente interesante en Hob-
b e s- entre un fenom enalism o que considera al m undo exterior com o
m era percepción y un m aterialism o caracterizado del mismo m odo, esto
es, que sólo reconoce m ovim ientos corporales, es superada; pensam ien­
to y ser se convierten en atributos de la m ism a sustancia infinita.
Ju n to con esta aspiración filosófica a alcanzar la realidad in accesi­
ble p ata el racionalism o abstracto, q u e llegó a su cum bre con Spinoza
y H egel, pueden recon ocerse ad em ás tres form as de oposición que,
aunque com pletam ente diferentes e n sus puntos de partida, m étodos y
resultados, todas se dirigen, no obstante, con tra el racionalism o in au ­
gurado por D escartes. En primer lugar está el m isticism o antifilosófico,
cuyas inspiradoras son dos m ujeres, M m e. G uyon y A n toin ette Bourig-
non, y cuyos apologetas son dos autores, an tes filósofos, Fénelon y Poi-
ret (el representante de u n “ realism o religioso”). En el siglo XIX, a esta
tendencia corresponderá un m ovim iento tam bién muy poderoso, pero
ciertam ente m enos original en sus producciones, cuyo exponente m ás
interesante es asim ism o un a mujer, M m e. Krüdener, pero en el que
tam poco se debe pasar por alto un a m an ifestación tan típica com o el
giro repentino hacia el pietism o que dio K an n e, el m ás im portante fi­
lósofo natural., E n cu an to a las co n secu en cias p olíticas de estas dos
form as de reacción, la filosofía em an an tista se puede asociar muy v e ­
rosím ilm ente eon resultados co n servad ores. S eg ú n los ejem plos que
H egel, Schelling y J. J. W agner han dado al com ienzo del siglo XIX para
la aplicación de la idea de “organ ism o” a las condiciones existen tes en
el antiguo im perio germ ánico, e sta id ea p arece ser incluso especial­
m ente apropiada para eso, porque el “E stad o” - e l E stado concreto his-
tóricam ente existente no debe contraponerse m ás en form a abstracta
a la idea del E sta d o - se presenta com o la realidad suprem a, de la que
el individuo em an a. L En cam bio, este m isticism o m uestra un a c la ra
tendencia a la crítica social, en la m edida en que no es absolutam en te
quietista e in diferente, dejado.t S u s elem en tos ap ocalíp ticos p u e d e n
conllevar un fuerte m ilenarism o revolucionario, y si este m isticism o
trata al entendim ien to hum ano de m an era nihilista, se transform a fá ­
cilm ente en un nihilism o político y social. E n el caso de Bourignon ,
pueden señalarse m uchas expresiones revolucionarias, de las cu ales la
m ás interesante afirm a: la ciencia cartesian a fue in v en tad a por los ri­
cos para engañar a los pobres {algo así com o una “ideología de c la se ”).
A q u í se proclam a una revolución social, no sólo u n a revolución p olíti­
ca. En este m isticism o la oposición con tra el racionalism o abstracto y
m ecan icista de D escartes es tan fuerte com o con tra el racionalism o
panteísta del “a te o ” Spinoza.
A am bas form as de oposición, m anifiestam ente diferentes, e sto es:
1. la filosófica,
2. la m ístico-religiosa,
hay que añadir entonces formas de reacción autónom as, tam bién
diferenciadas co n la m isma claridad, esto es:
3. una históríco-tradicionalista, represen tada por Vico, y que se o p o ­
ne a la tendencia antitradicionalista del racionalism o cartesian o; fi­
nalm ente,
4. una em otiva-esteticista (lírica), cuya prim era expresión au tón om a
puede encontrarse en Shaftesbury. E sta corriente no establece nin­
gún sistem a filosófico, m ás bien transform a las oposiciones que p e r­
cibe en una arm onía equilibrada estéticam ente, en otras palabras,
no lleva el dualism o hacia una unidad, pero reduce las oposiciones a
contrastes estéticos o em otivos para luego fusionarlas. N i está en si­

1 La filosofía política de Spinoza está demasiado influida por el derecho natural ra­
cionalista de! ambiente intelectual de su época y por Maquiavelo, como para que pue­
da ser una expresión, típica y consecuente de su filosofía emanantista. La impugnación
de! racionalismo panteísra de Hegel por parte de Stahl está ya bajo la influencia de la
filosofía teísta de la Restauración.
* En castellano en el original.
tuación de superar el racionalism o por sí m ism a -a ltera conceptos
precisos de la filosofía de la época dándoles un contenido emotivo,
hace, por ejem plo, de una idée innée un sentiment mné-, ni sale m ísti­
cam ente del m undo o lo trasciende, porque perm aneciendo en el
m undo, pero anhelando uno diferente y superior, encuentra siempre
el cam ino hacia la urbanidad. En esta suspensión de toda decisión
-sob re todo en el resto de racionalism o que é sta se reserva en toda
conducta irracio n al- se encuentra el origen de la ironía rom ántica,
este signo explícito que vuelve inm ediatam ente evidente la diferen­
cia con el m isticism o, pues no hay ningún m isticism o irónico. La
contradicción decisiva consiste en que el m isticism o, com o lo for­
m ula acertadam en te Chr. janentzky, es una “form a de m anifesta­
ción de la conciencia religiosa”,2 m ientras que esta cuarta form a de
reacción corresponde esencialm ente a la esfera de lo estético. Esta
forma desarrolla el sentim iento específicam ente rom ántico de la vi­
da y de la naturaleza, el cual, si quiere articularse intelectualm ente
(para lo qué no está capacitad o en absoluto a cau sa de sus propios
supuestos específicos, pese a la aparente intelectualidad que, en rea­
lidad, es un sensualism o cerebral), m ezcla conceptos heterogéneos
d e sistemas; filosóficos (naturaleza, logos, yo) co n con ceptos de la
época sen tim en taliiados; sin em bargo, este sentim iento tiene una
productividad específica propia, esto es, la lírica. D esde el punto de
vista lírico-sentim ental percibe el racionalism o consecuente de la fi­
losofía política de H obbes com o especialm ente hostil. Las ideas an ­
tiidílicas de un hom bre “m alo por naturaleza” , de una guerra de ro­
dos contra todos, de una libre com petencia, le resultan ante todo
repulsivas. A sí, Shaftesbury elogia las costum bres sencillas y “n atu ­
rales" de los pueblos prim itivos, entre las que destacab a especial­
m en te sus dotes m usicales. Pero recién en R ou sseau se distingue

2 Mystik und Ratiúnalismus, Munich y Leipzig, 1922, p. 9, efe también eí artículo ex­
traordinariamente claro “Zur Theorie der Mysdk", de Erik Peterson, Zétscht f. syste-
matische Theologie i, p. 165: el misticismo existe solamente “en el campo de" la reli­
gión... “en tanto que eí misticismo está ordenado ónticamente en el mundo religioso”.
m ás claram ente la especificidad de esta cuarta forma de reacción.
Incapaz de superar el racionalism o y siempre en dependencia inte­
lectual del adversario superior {el Contrae social dem uestra eso), sin
embargo, logra paralizar la consecuencia de éste, y alcanza de otra
m anera lo real concreto que la filosofía busca por vías sistem áticas y
especulativas. El m odo peculiar por el que logra hacerlo apenas ha
sido exam inado hasta ahora, pero ya puede reconocerse en el Dis-
cours sur Vongine de l'mégalicé: la “naturaleza”, una idea com pleta­
m ente racional de la filosofía tradicional, así como un sinónimo de
la “esen cia” racional y conceptual, de la razón y la legalidad, recibe
un contenido sentim ental; el “estado de naturaleza”, que la filosofía
anterior trataba com o una abstracción consciente o com o un hecho
histórico, se convierte en un idilio concreto que se desarrolla en el
bosque y el cam po, se vuelve una imagination romanesque.

El rom anticism o alem án de com ienzos del siglo XIX pertenece a esta
cu arta form a de reacción. En él, ideas de Hem sterhuis, Herder, H a-
m ann, Jaco b i y G oeth e son puestas al servicio de la reacción estética;
sin duda, com o S. Elkuss señ ala correctam ente, “diluidas en form a li­
teraria” ^ H ay que notar, adem ás, que los conceptos de la filosofía de ía
época, que el rom anticism o hizo ob jeto de su alteración em otiva, fue­
ron tom ados en parte de la filosofía kantiana, pero en parte tam bién
de los sistem as filosóficos de Fichte y Schelling, por lo tanto, de expre­
siones de reacción al racionalism o. Por eso, la mezcla que surge nece-
sariam en te d el rechazo estético -em o tiv o de to da división lógica se
vuelve aún m ás turbia y la confusión parece imposible de desentrañar.
Las cuatro form as aquí expuestas rara vez están presentes en la reali­
dad histórica en su pureza típica. Vico, por ejemplo, le reprocha a D es­
cartes no sólo su abstracción ah istórica y carente de tradición, sino

* Imaginación novelesca.
3 Zur fieurteílung der Romamik und rur Kriük ifirer Forscfiwng- (Hístorísc/ie Biblia thek,
t. 39), 1918, p. 32. Este importante trabajo, inusualmente rico, lamentablemente ha
quedado fragmentario.
tam bién su falta de poesía; en Fénelon hay fuertes influencias neopla-
tónicas, m ediadas a través de M alebranche y A gustín ; la relación de
Shaftesbury con M alebranche está aún iejos de recibir ia aten ción su­
ficiente; la filosofía de Spinoza contiene bastan tes elem entos m ísticos
com o para relacionarla con la segun da form a de reacción; cu án pro­
fu n d am en te se relacio n a R o u sse a u co n el q u ietism o de G u yon , es
asom brosam ente claro gracias a las publicaciones de R M. M asson; es­
te tem a fue d estacad o de m anera adm irable por Seilliére. L a m ezcla es
aún m ás fuerte en los rom ánticos alem anes. N ovalis - s i se quiere p o­
ner a un joven entre tales ca te g o ría s- es y a m ístico, ya rom ántico, y
viene del círculo de los “H erm an os M o rav o s” , cuya religiosidad era
sospech osa de ser sólo “dulces experien cias” p ara los m ísticos de la B a ­
ja R enania. E n Friedrich Schlegel, Z acharias Werner y A dam M üller
ap arecen disposiciones de ánim o apocalípticas, después de que éstas se
habían presentado en toda Europa in depen dien tem en te de ellos. En
las relacion es d e B ren tan o con K ath arin a Em m erich se en cuen tran
analogías con ía am istad entre Poiret y A n toin ette Bourignon. El lla­
m ado “rom anticism o político” de la R estau ració n es dependiente de ía
reacción histórica contra el racionalism o abstracto, que se origina co n
Herder, quien lograba otra valoración de la E d ad M edia a partir de in­
tereses histérico-culturales y no rom án ticos, y tam bién con Bon ald.
A q u í podría nom brarse tam bién a Burke, pero este mismo liberal co n ­
tiene elem entos rom ánticos y da origen a un vínculo histórico entre el
aristócrata whig Shaftesbury y el rom án tico alem án A d am M üíler.4 A
pesar de eso, los tipos de oposición son fácilm ente diferenciables. A q u í

4 Los elementos románticos no son determinantes para las opiniones políticas de


Burke, pero tuvieron gran impacto sobre el romanticismo y de ese modo han hecho
posible la recepción de ideas conservadoras. No he destacado esto suficientemente en
la primera edición y tengo que agradecer al respecto un importante estímulo brindado
por el artículo de M. J. Bonn sobre Burke {Frankfurter Zeitung del 10 y 12 de julio de
1897, matutino l 9). También la estética de Burke es aquí de gran interés, en él apare­
ce la oscuridad como nueva característica de lo sublime, la música como ejemplo de la
pulchntudo vaga, la belleza libre en oposición a la que pertenece a un objeto, etc. Cfr.
la disertación de Candiea, Estrasburgo, 1894. Una adecuada síntesis del complejo sig­
están expu estos para m ostrar los m odos diferentes que el rechazo al r a ­
cionalism o h a m otivado y producido, y cóm o ello resulta ya un a pri­
m era particularidad del rom anticism o. Pero para la posterior d eterm i­
n ación histórico-espiritual del rom anticism o debe tom arse e n cu en ta
algo todavía m ás im portante: un cam bio que tiene lugar porque el d e ­
sarrollo m etafísico del siglo X v n al XiX conduce h acia n u evas id eas de
D ios y de lo absoluto.
L a realidad suprem a y m ás segura de la antigua m etafísica, el D ios
trascen den tal, fue elim inada. M ás im portante que la disputa de los fi­
lósofos era la cuestión acerca de quién asum ía sus funciones com o rea­
lidad suprem a y m ás segura y, de ese modo, com o in stan cia últim a de
legitim ación en la realidad histórica. A parecieron dos n u evas realid a­
des seculares que im pusieron una nueva ontología, sin esperar a la fi­
n alización de la discusión gnoseológica: la h um anidad y la historia.
C om pletam en te irracionales, si se las considera con la lógica de la filo­
sofía racionalista del siglo XVIfi, pero objetivas y eviden tes e n su vali­
dez supraíndividual, dom inan in rcaütate el pensam iento de la h u m an i­
d ad com o los dos nuevos dem iurgos. El prim ero de ellos, la sociedad
hum ana, se presentó en distintas formas; com o pueblo, co m u n idad o
h um anidad, pero siem pre co n la m isma función revolucionaria.
S u om nipotencia ya fue proclam ada por R ousseau en el C ontrat so­
d a !; puede exigir todo, porque eí contrato social contiene e n sí “VaUe-
nation totale de choque associé avec tous ses droits d la communanté, cha-
cu n se d o n n an t e m ie r ” .* L o s e le m e n to s i n d i v id u a l is t a s q u e se
en con trab an en la teoría del contrato, fueron prácticam en te dejados
de lad o en la revolución. L a política se vuelve una cuestión religiosa,

nificado de Burke la ha dado Siegbert Eíkuss, op. cit., p. 11: la corriente de ideas que
proviene de Burke se divide en una concepción, histórica del mundo y romanticismo
político en sentido estricto; en Burke están ambas unidas, pero en él también se aso­
cian Ilustración, Reforma y Revolución, como movimientos individualistas y raciona­
listas frente a! tradicionalismo.
* La alienación total de cada asociado con todos sus derechos a la comunidad, cada
uno dándose por entero.
eí portavoz político un sacerdote de la república, de ía iey, de [a patria.
El jacobinism o se enfureció con fervor sangriento contra todo disiden­
te político, con tra toda opinión divergente. Su fanatism o tenía carác­
ter religioso y el n uevo culto de la libertad, de la virtud o deí “S er S u ­
p rem o ” era su co n se cu e n cia n a tu ra l. In clu so A u latd lo- re c o n o c e .5
Todo enem igo político, sea D an ton, H ébert, etc., era un rebelde co n ­
tra el soberano único y suprem o, en consecuencia, un “ateo”. Puede
ser que un atroz egoísm o hum ano o que una rabiosa voluntad de po­
der se valiera aq u í de un a ideología p ara desahogarse desen fren ada­
m en te, com o ha sucedido m uch as v eces en la historia h um ana. Sin
em bargo, aquí lo decisivo es que se in voca con éxito una n u eva reli­
gión. N o es la m ism a situación sí un m on arca absoluto dice que él m is­
m o es el E stado que si un jacobino actú a de m odo tal que puede decir
efectivam ente: la patrie cest moi. U n o representa al Estado co n su per­
son a individual; .el otro sustituye ai E stad o con su persona; cu an to m ás
quiere ser él m ism o, tan to m ás debe escon der su person a priv ada y
siem pre destacar claram ente que sólo es un funcionario de un ser su-
prapersonal, el único que es p oderoso y determ inante. Incluso si fuera
diferen te al rígido m oralista R obesp ierre y sólo estuviera Im pulsado
por m otivos egoístas, no podría disfrutar de los beneficios privados, del
poder, del honor y de la riqueza, m ás q u e furtivam ente, com o de un
residuo ocasion al y sin im portancia. N o es n ad a para sí, pero es todo
en su función de portavoz del verdadero poder, esto es, del pueblo o de
la sociedad. C u an d o se quiso regresar a la naturaleza, se encontró que
la realidad era la com unidad hum ana, de la cual el individualista sen ­
tim ental creía huir.

5 Histoire politique de la révolutian franqaise, p. 367: “Le cuite de l’Etre suprime ne fut
pos seulement im. expédient de défense jiaticmaie, mais aussi una tentaúve paur poser un des
fondemana essentieh de la cité ¡ature” *[E1 culto del Ser Supremo no fue solamente un
medio de defensa nacional, sino también una tentativa de plantear uno de los funda­
mentos esenciales de la ciudad futura]- Según Sybel, Franzosische Revolución n, p. 545,
el culto del Ser Supremo era para Robespierre sólo un medio de su política. Pero en ia
p. 520 cita ía instrucción a los patriotas lyoneses del 16 de noviembre de 1795: el re­
publicano no tiene otra divinidad que la patria.
Desde el punto de vista de su filosofía política cristiana, Bonald vio
en el jacobinism o de 1793 la irrupción de una filosofía atea. Desarrolló
una analogía entre la idea teológica y filosófica de D ios y el orden políti­
co de la sociedad, que llegaba al resultado de que el principio m onárqui­
co corresponde a la idea teísta de un Dios personal, porque requiere de
la persona de un m onarca com o providencia visible; una constitución
m onárquico-dem ocrática debe corresponder al supuesto deísta de un
dios extraño al m undo, com o sucedía en la constitución de 1791, según
ía cual eí rey era tan im potente en ei Estado com o eí Dios del deísmo en
el m undo: esto es para Bonald antirrealismo encubierto, com o el deísmo
es ateísmo encubierto. L a “ anarquía dem agógica” de 1793, sin embargo,
era ateísm o declarado: ni D ios, ni rey.6 Esta identité dans Ies principes des
deux sociétés, religieuse et politiqiie* tiene su justificación en la identidad
m etódica de num erosos conceptos teológicos y jurídicos, en especial del
derecho público, y -ta l com o ocurre con el paralelism o entre teología y
jurisprudencia propuesto por Leibniz- no debe confundirse con los pasa­
tiempos de la teosofía y de la filosofía natural, que encuentran múltiples
analogías en relación con el Estado y la sociedad, así com o con el resto
de las cosas. La argum entación de Bonald qu en a ser una defensa de la
realeza y de ía aristocracia, pero contenía el reconocim iento de la nueva
realidad cuya forma era la nación. El reproche que Bonald formulaba
desde 1796 contra D escartes y M aíebranche decía: no ven lo esencial, la
sociedad hum ana; la sociedad y la historia, ésta es la realidad.7 En de

6 De h pJuIojtififuí! morale el polictíjue du 18. sísele (6 de octubre de 1805), publicado en


las Mélanges Uttéraires, palüiques et phibsophiques, 1. 1, París, 1819, Ouures, t. X, p. 104 has­
ta 133, cfr. también Uí, pp. 388 y ss. La insuficiencia del tratado de Thilo, Die theaiogísíe-
rende Recfits- und Stcuxtskhre, Leipzig, 1861, que, por lo demás, contiene numerosos y
buenos comentarios críticos, sobre todo contra Stahl, consiste en que no percibe en ab­
soluto et parentesco metodológico real entre teología y jurisprudencia. A Thilo adhiere
en todo Aug. Geyer en sus Gmridzüge der Rechtíphihsophk, Innsbruck, pp. 87 y ss. Su
dura crítica de Müller sigue siendo, de todos modos, correcta en el resultado.
* Identidad de los principios de las dos sociedades, la religiosa y la política.
7 Théryne du pauvoir (1796), Essai analytique sur les loií nat-urelles de l'ordre social,
Ouvres, t, !, París,!817, p. 307, nota I: La réalité esc dans l'histoire, il ne considere pos la
société (cfr. también t. m, p. 213).
M aistre, el reconocim iento de esta realidad es igualm ente categórico.
Com o Burke y Bonald, pone de relieve una y otra vez que el individuo
no puede crear nada, sólo puede “h acer” algo, m ientras el derecho, las
constituciones, el idioma, son productos de la sociedad hum ana.8 La n a­
ción es, sin duda, una creación de D ios. N o obstante, si se considera
m ás de cerca su argum entación, éste es el punto decisivo. En su carta al
conde Blacas resumía así la quintaesencia de su argum entación: “Point
de morale publique ni de caractere national sam religión, point de religión eu-
ropéeime (!) sans le christianisme, point de christianhme sans le cathoHcisme,
point de catholicisme sam le pape". Su fuerte sentim iento n acional tam ­
poco vaciló durante la revolución y el dom inio napoleónico; para de
M aistre era evidente que Francia debía defender su integridad territO'
rial, aunque fuera a través de los ejércitos revolucionarios3 y en la políti­
ca sarda era un buen italiano. Pero aquí sólo es de interés lo que consi­
dera eí p u n to ^ardiñal de su argu m en tació n y, al m ism o tiem po, la
premisa indiscutible: aquello de lo que todo depende es la morale publi­
que y el caractére national El cristianism o se vuelve una religión europea,
el papado se legitima por su im prescindibilidad para el caractére national,
el catolicism o es un elem ento n acional de Francia y es rechazado como
religión n acional sólo porque, de acuerdo con la experiencia, el éxito
práctico de una religión no puede ocurrir si se la limita a un Estado; la
nación debe renunciar aí galicanism o, pero por su propio bien.

8 Consídérations sur la Frtmce, 1796, Eí sai sur le principe générateur des constitudom
politiquea, París, 1814 (escrito en 1809), N- XLVü y XL. En 1822 apareció una traduc­
ción alemana en Náumburg; el traductor, Albert von Haza, el hijastro de Müller, aña­
dió al escrito un prólogo y notas que contienen referencias a Burke y a Bonald, y se
basan, en cuanto al;contenido, probablemente en Müller.
No hay moral pública ni carácter nacional sin la religión, no hay religión europea
sin el cristianismo, no hay cristianismo sin el catolicismo, no hay catolicismo sin el papa.
9 C. Latreille, Joseph de Maistre et la Papauté, París, 1906, pp. 8-11; J- Mandouí, Jo-
íefifi de Maistre et la Polinque de la Maíson de Savoie, París, 1899; Emile Faguet, fbiíti-
£¡t*es et Moraíistes du diX'neuviéme siéde, 1. série, París, 1905, pp, 28-31; Ferd. Bruñe rie­
re, Etndes critiques sur ¡'fiistoire de la littéraíuTe frangaise, 8. série, París, 1907, pp. 274,
275; George Goyau, Reme des deux mondes, l 9 de febrero de 1918, pp. 611 y ss.
Para estos adversarios de la revolución, la sociedad h um ana co n tie ­
ne ya una d eterm in ación histórica, se h a co n vertido en n ación. S in e s­
ta determ inación, la com unidad ilim itada es en sí m ism a un dios rev o ­
lucionario que elim ina to das las barreras sociales y políticas y p roclam a
la fraternidad gen eral de toda la hum anidad. Si la superación de todos
los límites y la exigen cia de totalidad bastaran por sí m ism as p ara d efi­
nir al rom anticism o, no habría un ejem plo m ás herm oso de u n a políti­
ca rom ántica q u e la resolución de la C o n ven ción N acion al del 19 de
noviem bre de 1792, que decreta “qu’il accordera fratemité et secours á
toiís Ies peiípíes qui vouáront leur liberté, et charge le pouvoir exécutif de'
■donner aux généraux les ordres nécessaires pour porter secours á ces peu-
p l e s "* U na tal politique sanscubue suprim e todas las fronteras n a cio n a ­
les e inunda, la politique blanche, la política internacional de la S a n ta
A lianza y del legítim o status quo.
El co rrectivo d el desen fren o revolu cion ario se e n co n trab a e n el
otro de los dos dem iurgos, la historia. E lla es el dios conservador, que
restaura lo q u e el o tro ha revolucionado, ella constituye la com u n idad
hum ana genérica p ara el pueblo históricam ente concreto, que a través
de esta delim itación se convierte en una realidad sociológica e h istóri­
ca y con serva ía ca p a c id a d de p rodu cir un derech o p articu lar y un
idiom a particular com o expresión de un espíritu n acional individual.
Por esa razón, qué es un pueblo “orgán icam en te”, qué significa “espíri­
tu deLpueblo”, sólo puede establecerse históricam ente, ya que el p u e ­
blo no es m ás, com o en R ousseau, señor de sí m ism o, sino el resu ltad o
del desarrollo histórico. L a idea de un dom inio arbitrario sobre la h is­
toria es la idea propiam ente revolucionaria; ella tiene por co n ten ido
poder “h acer” algo a discreción y tam bién poder crear por sí m ism o;
puede encontrarse, desde luego, en toda actividad hum ana. E l fan atis­
m o desenfrenado del jaco bin o era pensam ien to “ahistórico” ; el q uietis­
m o de la ép oca de la R estauración podía justificarse de este m odo; to-

* Que otorgará fraternidad y ayuda a todos los pueblos que quieran su libertad y
encarga al poder ejecutivo de dar las órdenes necesarias a los generales para llevar la
ayuda a esos pueblos.
do lo que ocurre es bueno, porque acontece en la historia; lo que es, es
racional, porque es la obra del espíritu universal que se produce a sí
m ismo; lo que la historia ha hecho, está bien hecho. La voluntas Dei in
ipso ja c to , ’ que an tes podía justificar todo, ha tenido que ceder a ia le­
gitim ación histórica ex ipso facto.
Pero no debe con siderarse cad a acontecim iento histórico aislada­
m ente y por sí m ism o, de otro m odo se estaría de nuevo en el raciona­
lism o atom ístico-analítico del siglo xvni; sólo en la duración el tiem po
se con vierte en el ab ism o irracio n al a partir del cu al se produ ce el
acontecer universal. L a in vocación a la duración es el argum ento típico
de conservadores y tradicionalistas. Sólo la perm anencia duradera justi­
fica cad a situación, el longus tempus. es, com o tal, el fundam ento jurídi­
co último; el significado de la religión y de las fam ilias nobles para el
Estado reside en que éstas le dan duración y, con eso, ante todo, su rea­
lidad.10 C uando el conservador Bodin objeta a la política de potencia
m aquiavelista que sólo atiende a la utilidad inm ediata y que a la larga
sólo conduce a la ruina del Estado form ula un a objeción que es tam ­
bién práctico-utilitaria y que hace valer una m era experiencia, sin con ­
vertir a la duración e n el fundam ento de la legitim idad de m anera siste­
m ática. H asta1qué p un to Gentz es aún un hombre del siglo XVIII, sólo se
m uestra cuando habla de la duración. Él sim plem ente quiere decir que
para juzgar acerca de los acontecim ientos históricos hay que esperar; es
la sabiduría sensata: tempus docebit. 11 Pero ahora el tiem po com o hísto-

' Voluntad de Dios en el hecho mismo.


* A partir de! hecho mismo.
10 Bonald, Oeuvres, 1, p. 193 (sur la fixité ¡fans le poumir et le sistéme de fam ilia); de
Maistre, Du Pape, 2a. ed. 1821, p. 318; Essaí sur le príncipe générateur, etc., N9 xxvm
hasta el xxxvi.
* El tiempo nos enseñará.
n Húíorisc/iÉj Journal, ll, Jahrg., t. 2, Berlín, 1800, p. 403; Gemí había acerca de la
singular desproporción existente entre la desesperante situación económica de Francia
y su brillante situación militar, que explica por la acumulación excesiva de tocias las
fuerzas en el poder militar y luego continúa: “la gran cuenta no se ha cerrado aún. La
embriague! del triunfo no puede durar eternamente y carde o temprano se abrirán pa­
ría deviene un poder creador, lleva a pueblos y familias a la grandeza
histórico-universal, forma naciones e individuos, en él crece la hum ani­
dad. D e M aistre ha encontrado palabras grandiosas para el aconteci­
m iento grandioso de la aparición de una nueva fam ilia en la historia
universal y su conquista del poder, utiliza incluso el giro “usurpación le­
gítima” , el cual sólo es com prensible desde la nueva sensibilidad históri­
ca, y am enazante para todo su legitimísmo com o sistema y principio,
pues se trata de una usurpación que tiene estabilidad histórica; asim is­
mo, Bonald dijo: la réalité est darn l’histoire. También Burke se había re­
ferido una y otra vez al carácter de la nación com o una com unidad d u ­
radera que se extiende a través de generaciones; ve la justificación de
los fideicom isos en que en ellos se basa la continuidad del Estado, la de
las propiedades clericales en que posibilitan planes de gran alcance que
necesitan contar con un período de tiem po largo; sin embargo, Burke
se queda en las consideraciones prácticas, falta en él la idea del nuevo
poder que por sí mismo puede justificar algo; si bien, tom ados separada­
mente, en toda la escuela histórica del Derecho apenas aparece un ar­
gum ento objetivo que no se encuentre ya en el autor inglés.12 Pero por
ello, el pathos con el que luchaba por la gran realidad nacional, suprain-

so los días de la reflexión serena, quizás acompañados de otras ideas y sentimientos


que los actuales. Si una nueva experiencia pudiera demostrar -lo que ahora, aun con
una audaz perseverancia, tenemos que declarar como imposible- que una condición
tan innatural como la de un Estado en el que existe un poder militar excesivo y fuera
de coda relación con los restantes elementos del patrimonio nacional, pueda tener in­
cluso una larga duración, entonces, pero sólo entonces, podemos tirar a la pila de es­
combros los principios de la economía estatal, las teorías de la administración finan­
ciera, toda nuestra sabiduría política hasta el momento, y entregar el dominio del
mundo al más audaz, que también es, pues, al mismo tiempo el más inteligente y el
más digno; pero, hasta entonces, debemos preservar la regla, mientras bajamos la ca­
beza ante la excepción",
i\e/leeriorts, p. 249 (Gentz, p. 282) Burke habla en verdad del “method ni u'hkh time
is amrmgsc tke mstsiants" *|el método en el cual el tiempo se cuenta entre los participan­
tes], sin embargo, esto no es más que un giro retórico, Friedrich Meuset, Edmund Burke
und dte Franzósische Rei’o!urion, Berlín, 1913, pp. 79 y ss., da ejemplos detallados del pen­
samiento histórico de Burke, lamentablemente aceptando un falso concepto de román-
dividual e independiente de todo poder y arbitrio del individuo, era
más eficaz. Q ue los pueblos tengan un carácter especial, atribuido a un
“espíritu del pueblo”, no era n a d a nuevo, ya lo habían afirmado Voltai-
re, M ontesquieu, Vico y Bossuet, y no era extrañ o ni a M alebranche, ni
a Descartes, ni a B o d in ;13 lo nuevo era que ahora el pueblo se convier­
te en la realidad objetiva, pero el desarrollo histórico que produce al e s­
píritu del pueblo se convierte en creador supráhum ano.
Para Schelling (quien afirma: “en la historia no actúa el individuo, si­
no el género”) la realidad supraindividual aún estaba definida esencial­
mente por la filosofía de la naturaleza y no orientada históricamente.
R ecién H egel llevó am bas realidades' a una síntesis y con ello dio conse­
cuentem ente el paso que debía destronar al D ios de la vieja m etafísica.
El pueblo, que en su pensam iento es racionalizado y convertido en E sta­
do, y la historia, esto es, el espíritu universal que se desarrolla a sí mismo
dialécticam ente, están unidos de forma que e n su m etafísica el espíritu
del pueblo sólo funciona com o instrum ento del espíritu universal en su
proceso lógico. Sin embargo, empírica y psicológicam ente quedaba para
el espíritu d esp u eb lo un espacio libre tan grande que el hegelianismo
pudo tener en política una orientación revolucionaria junto a 1a reaccio­
naria. L a sociedad hum ana continuó siendo el fermento revolucionario

ticismo. Cuando en la p. 81, nota 3, cita la frase de Treitschke: “es el respeto a los he-
chos lo que hace al historiador", hay que destacar que el respeto a la duración sería una
caracterización bastante mejor.
13 Bodin, Répubiique, C. v. c. 1, "Des moyens de connaítre le naturel des pimples". A
causa del vocabulario astrológico con el que Bodin a menudo trata estas cuestiones,
quiero introducir aquí una observación: incluso a los buenos historiadores pasa desa­
percibido cuántos pensamientos, presuntamente nuevos, están formulados en térmi­
nos astrológicos por los autores de la Edad Media y de los siglos XVI y xvn. En modo
alguno permaneció oculto para esas épocas que todo pueblo y todo país tiene su carác­
ter particular, según el cual se rigen costumbres y leyes, sólo que lo formulaban refi­
riéndose al genio propio, al planeta o al astro particular del pueblo o del país. Esta era
una idea corriente y escritores totalmente banales del siglo xvn, como Cristoph Be-
sold, compusieron escritos sobre la naturaleza particular y el genio de ios distintos
pueblos y sus leyes y costubres heterogéneas.
incluso en el orden del sistema de H egel, y en el perfeccionam iento re­
volucionario de este sistema, en el m arxism o, el pueblo aparece de nue­
vo en la figura del proletariado com o el portador del verdadero m ovi­
m ie n to r e v o lu c io n a r io , q u e se id e n tific a co n la h u m a n id a d y se
reconoce com o señor de la historia. D e lo contrario, el m arxism o sería
una filosofía de la historia com o cualquier otra, sin fuerza revolucionaria
ni energía para formar un partido político. Ya nada posibilitaba la vuelta
al antiguo D ios de la m etafísica cristiana, a pesar de los elem entos reac­
cionarios y a pesar de la term inología cristoíógica de H egel, y Stahl de-
m ostró su superioridad reconociendo con certeza ai hegelianism o com o
el enem igo de las tradiciones existentes fundadas en el cristianism o y to ­
m ando com o pun to de p artid a la filosofía de Schelling, quien desde
1809 había vuelto a reconocer un D ios personal.1^
S tah l no era rom án tico.15 El rasgo esencial de la situ ación espiri­
tual del rom ántico es su reserva resp ecto de la lucha de las divinidades
para preservar su personalidad subjetiva. Su posición es la siguiente;
bajo el im pacto del individualism o de Fichte, los rom ánticos se habían
sentido lo suficientem ente fuertes co m o para jugar ellos m ism os el p a­
pel de creadores del m undo y producir la realidad a partir de sí m is­
m os; al m ism o tiem po, eran los h eraldos de las dos n uevas realidades,

14 En la ciencia francesa se repitió de manera semejante la oposición entre Hegel y


Schelling cuando E Ravaisson, influido por la filosofía de Schelling, aparece defen­
diendo el cristianismo positivo contra el cientificismo de Taine, Bemard, Berthelot y
Renán, el cual se encontraba bajo la influencia de Hegel en sus comienzos. Es intere­
sante la protesta que K. E. Schubarth dirigía como prusiano y protestante contra la
aniquilación de la personalidad en la filosofía de Hegel (líber die Unvereinbarkát der
Hegdschen Staatskhre mit dem obersten Lebens* and Eíitu’icfdungsprmyf) des preussischen
SMates, Bteslau, Í839); Schubarth atribuye a ios ordenamientos constitucionales de
los Estados del sur alemán un espíritu mecanicista.
15 Para Stahl esto no e/a un problema en absoluto, pues sabía distinguir ampliamen­
te la filosofía de la naturaleza de Schelling del romanticismo. Habla de una nobleza
“romántica”, de "vestigio de la Edad Media" {Pftáftsophie des fiechts, H, Z, 2a. ed., p. 94)
y de este modo comete el error de confundir un tema romantizado con el romanticis­
mo. No obstante, este uso lingüístico ocasional no penetra más profundamente. En el
la co m u n id ad y la historia, a cuyo poder sucum bieron in m ediatam en ­
te. Pero todo ello sólo les sirvió de “instrum ento espiritual p ara au ­
m en tar la soberanía del yo", según 1a acertada expresión de S. Elkuss.
Instintivam ente, no dejaron del todo claro h asta qué punto el yo ro­
m án tico se identificaba con los nuevos poderes o se servía de ellos c o ­
mo m edio de su poder. El sujeto genial no toleraba ninguna otra c o ­
m unidad cu an do llevaba a cabo seriam ente su autarquía divina en la
p ráctica; la inclusión del sujeto en la com unidad y en la historia signi­
ficaba el destron am ien to del yo creador del m undo. Los rom ánticos
encon traron lo que buscaban en la Iglesia católica: una gran com uni­
d ad irracional, una tradición histórica universal y el D ios personal de
la an tigu a m etafísica. T odo ju n to; por e so podían creer ser católicos
sin ten er que decidirse a ello. E n esto consiste el m isterio y la fis a t­
r a ctiv a del catolicism o para los rom ánticos, Pero cu an do quedaron
subyugados íntim am ente por él y quisieron ser católicos devotos en se­
rio, tuvieron que abandonar su subjetivism o. Lo hicieron después de
h ab er in te n tad o d uran te un tiem po ju gar al sujeto gen ial tam bién
frente a la Iglesia (com o A d am Müller, que quería serm onear a los je­
suítas y a su '“rancia filosofía" con su teoría de las oposiciones). C o n la
renuncia definitiva y la percepción de un a disyuntiva radical, la situ a­
ción rom án tica había term in ado.16

escrito Der Protestantismus ais politischas Prinzip, Berlín, 1853, p. 31, había despectiva­
mente de la "intromisión de la sensibilidad romántica galante” en la teoría de la autori­
dad. La palabra “galante" es aquí especialmente oportuna. La explicación de Erich
Kaufmanft, por lo demás tan clara y concluyente, lamentablemente acepta la equipara­
ción de romanticismo y filosofía de la irracionalidad (Síudien rur Staatskhre des nionar-
chischen Príncipes, 1906, p . 54), que poco después reaparece en la terminología de Mei-
necke (Über den Begnff dtís Organismos in der Swatsiefire des i 9, Jaforfiiínderts,
Heidelberg, 1908,' p. 10; cosmovisión antirracionaiista y par eso, personalista-románti­
co-teísta) .
Fuerza de atracción.
16 En los ejemplos de Stourdza y Baader es evidente que La Iglesia ortodoxa griega podía
tener eí mismo efecto que la católica romana. Si Schlegel hubiera ido a Rusia, como habría
hecho si allá se le hubiera procurado “un cargo verdaderamente excelente y espléndido"
Sin embargo, para com prender la situación del rom anticism o y el
significado que los rom án ticos daban a las dos nuevas realidades, es
necesario considerar un a com plicación que aparece a través del co n ­
flicto rom ántico entre posibilidad y realidad, £1 rom anticism o com en ­
zó com o un m ovim iento de los jóvenes contra los viejos y era natural
que la generación jo ven buscara una consigna sonora para oponerse a
la vieja dom inante. D a d o que no podía sacarla de auténticas realiza­
ciones, se apoya en su m ism a juventud, en lo viviente, en su energía y
■vitalidad, es decir, en sus posibilidades. Ella es siem pre tem pestad e
ím petu [S tu m und D ran g], levanta nuevos ideales y de ese m odo crea
un espacio para sus realizaciones, las que posteriorm ente pertenecerán
de nuevo a lo viejo p ara la generación siguiente. A h ora bien, ía gen e­
ración rom ántica, a fines del siglo XVIII, estaba en una situación espe­
cialm ente difícil. Tenía ante sí a una generación cuyas realizaciones ya
eran clásicas y frente a cuyo mayor representante, G oethe, no podía
m ostrar otra productividad que un entusiasm o que se elevaba h asta el
éxtasis. Su actividad propia fue la crítica y la descripción de caracte ­
res; todo lo que pretendieran m ás allá de eso era m era posibilidad. H a ­
cían planes audaces y prom esas tem erarias, esbozaban y dejaban entre­
ver, respondían a to d a expectativa de cum plim iento de sus prom esas
con nuevas prom esas, aban don aban el arte por la filosofía, la historia,
la política o la teología, pero las inm ensas posibilidades que habían
opuesto a la realidad no se hicieron realidad en ningún ca so .17 L a so-

(Carta 3 August Wilhelm del 16 de junio de 1813, op, rir., p. 537), e! resultado probable­
mente habría sido semejante al de Baader. Cfr. su Philosojjfise der GescfccJtte, Viena, 1829, t,
2, pp. 270 y 55. También había otra conclusión de la situación romántica, encontrada por
Kierkegaard, el único grande entre ellos (pues 3 Kleíst no lo incluyo entre los románticos).
Todos los elementos del romanticismo estaban activos en su obra: ironía, concepción esté­
tica del mundo, oposiciones entre lo posible y lo real, lo infinito y lo finito, el sentimiento
del instante concreto. Su cristianismo protestante lo hacía un individuo aislado y que
conscientemente existe en su relación con el Dios deí cristianismo. En la inmediatez de la
relación con Dios era superada toda comunidad humana por más valiosa que fuera como
tal. Pero esta solución no entra en consideración para el romanticismo político.
17 Con respecto a Friednch Schlegel podemos renunciar a la demostración en detalle
lución rom ántica a esta dificultad consiste en colocar a la posibilidad
com o la categoría superior. Los rom án ticos no podían desarrollar el
papel del yo productor del m un d o en la realidad corriente; preferían el
estado de eterno devenir y las posibilidades que n unca se realizan a la
lim itación de la realidad con creta. Pues siempre se realiza sólo una de
las incontables posibilidades, en el in stan te de la realización queda ex­
cluida la infinitud de posibilidades alternativas; un m un do es destruí-
do a cam bio de una realidad de poco alcance, la “plenitud de la idea”
es sacrificada a una determ inación m ezquina. Toda palabra h ablada es
ya, en consecuencia, una falsedad, pues lim ita el pensam iento ilim ita­
do; toda definición es una c o sa m ecán ica y m uerta, ya que define la
vida indefinida; toda fundam entación es falsa, porque con el fu nda­
m ento siempre está dado tam bién un límite.
D e este m odo, ahora la relació n se invierte; no es la posibilidad la
que está vacía, sino la realidad, no la form a abstracta, sino el con teni­
do positivo. Esto tam bién significa una inversión desde el punto de
vista filosófico. La época b u scab a la realidad con creta p ara superar la
enigm ática irracionalidad del ser real. S i esto debía ocurrir por m edio
de un a racionalización, la infinitud de la vida era elim inada otra vez,
pues de ese'm od o ella era n uevam en te circunscripta y definida con ­
ceptualm ente. El sentido de las sutilezas de los filósofos, así com o el
excitado cerebralism o de m uch as expresion es rom ánticas, consiste en
que quieren explicar y com pren der la existen cia sin renun ciar al vér­

y remítii a la explicación de Haym. Adam Müller había desarrollado hasta el virtuosis­


mo el arte de provocar expectativas; casi todas las cartas con las que buscaba responder
a las objeciones que Gentz hacía amistosamente a sus escritos recién, aparecidos, son un
ejemplo de ello (B.W., N® 107, cfr. también 17, 20). Ya en la Lehre vom Gegensatz había
prometido una nueva teoría social y política, un nuevo arte y una nueva historia univer­
sal; finalmente, hace (p. 72) la siguiente observación: “el experto dirá que nosotros es­
bozamos demasiado, prometemos demasiado; pero el experto dirá también que tenemos
un derecho a esbozar mucho y a prometer mucho, porque estamos en el camino correc­
to y sabemos lo que queremos”. Aún en el Versuch einer neuzn Theorie des Geldcs, Leipzig
y Altenburg, 1816, p. 239, promete una “Crítica de la matemática’1, en la que desarrolla­
rá consideraciones ulteriores acerca de la forma circular de toda ciencia, y en Theologís-
cfien Grundlage, cap. III, nota 1, u n a “Crítica de las ciencias en conjunto".
tigo de las p o sib ilid ad es in tactas. S in em b arg o , n in gú n a rg u m e n to
perm ite superar el problem a de que quien argu m en ta se sirve de u n a
facultad racional y n o de una irracional. T am bién se podría h ab lar de
intuición in telectual, de im pulso genial o de cu alquier otro p ro ced i­
m iento intuitivo, por m edio de los cu ales debería ser lograda esa in te ­
ligencia particular, no accesible al m ero en ten dim ien to (en la term i­
nología de Sch legel, a la m era razón); en tan to se pretendía alcan zar
un sistem a filosófico, no podía superarse Ía co n trad icción den tro del
sistem a. Pero en tan to que, more romántico, los resultados de la a c tiv i­
dad in tuitiva debían ser fragm entos y aforism os, sólo restaba una a p e ­
lación a la actividad idén tica de las alm as sim patizantes, por tan to , a
la com unidad rom án tica. L a m eta de todo esfuerzo filosófico - a lc a n ­
zar filosóficam ente J o irracio n al- no fue alcan zad a; la nueva realid ad ,
ía societas, h ab ía su p erado particularm ente a los rom ánticos y los h a ­
bía obíigado a recurrir a ella.
La oposición entre posibíe y real se fusion a con la de infinito y fini­
to, la de intuitivo y discursivo. El m ístico de la E d ad M edia, que re-
conducía eí problem a al conflicto entre las m odalidades, encon trab a
nuevam ente la solución del conflicto en D ios: sólo D ios es al m ism o
tiem po posibilidad infinita y toda realidad co n creta. Él reúne en sí el
posse y eí esse com o la superación de todas las oposiciones entre infini­
to y finito, m ovim iento y reposo, posibilidad y realidad. C om o dice el
extraño térm ino acu ñ ad o por N icolás de C u sa, É l es el Possesr. É sta es
una solución m ística, pero no es rom anticism o. L a actitud rom án tica
vuelve a ser tam bién aq u í la de la reserva, la del sujeto que se m an tie ­
ne al margen. L o que el m ístico m edieval h ab ía en con trado en D ios, el
sujeto rom ántico b u scab a extraerlo de sí m ism o, pero sin aban donar ía
posibilidad de asignar la tarea de una tai un ificación a los dos n u evo s
demiurgos, la h um anidad y la historia. En R ousseau el pueblo ya e stá
fuertem ente sentim entaíizado com o un a com u n idad em otiva, y el ro­
m ántico, que h ab ía com enzado com o rebelde individualista, se reveía
com o co lectiv ista. El gran individuo co le ctiv o su p rah u m an o, e n el
cual pensam iento y vida son uno, el pueblo bueno, noble, generoso y
seguro de su instinto, se convierte en el depósito de toda la irracionaíí-
d ad del inconsciente infinito y del espíritu al m ism o tiem po. A l pueblo
in realimte le fue asignada la tarea de volverse el expon en te de la in ge­
n u id ad que el rom án tico h ab ía perdido p ara sí m ism o: se volvió el
pueblo fiel, pacien te, estoico y m odesto, ai que el in telectual im pa­
ciente, nervioso y pretencioso adm iraba conm ovido. Las figuras rous-
seaun ian as - l ’konnéte artisan, le généreux laboumur, h sage vieillard, la
chaste menagére-* aparecen e n todo el rom anticism o, e incluso el p u ­
blicista de la R estauración m etternichíana, A d a m Müller, escribió en
1819: “El simple cam pesin o bajo la influencia diaria de las estaciones y
de la bendición de D ios, el apacible artesano, el m odesto participante
de la com unidad, son los sostenedores de nuestros estam en tos y nues­
tras libertades, preservan la m en talidad que h a hecho grande a Euro­
pa” . N i una vez m enciona aqu í a la nobleza y evita la palabra pueblo
por razones políticas; pero la función rom ántica del pueblo es aquí tan
clara com o diez años antes, en sus Elemtnte_der_S toots kunst, donde en
lugar de pueblo siem pre ponía E stad o y lo elevaba com o fundam ento
últim o de todas las posibilidades: .su voluntad es ley, su voz es la ver­
dad, no sófo jurídicam ente, sin o tam bién en la realidad. M üller con s­
truyó una teoría rom ántica del papel m oneda apoyándose en el p en sa­
m ien to de: N ov alis de que el Estado es m ás am ad o cu an to m ayores
sean las exigencias que plan tee a los individuos. Pero no se debe con ­
fundir la n ueva realidad “pueblo” con el objeto rom ántico “pueblo” y
n o se debe con siderar a los rom án ticos com o los descu bridores del¡
.n uevo sentim iento popular o nacional, pues bu scab an rom antizar rápi-
"d am en te la realidad. L a diferencia esencial ya está con tenida en la n e­
gación característica de la palabra pueblo en toda la sentencia mülle-
riana: at.objeto rom ántico le. fue cortad o el n ervio revolucionario. Está
al servicio del sujeto rom ántico, quien le asigna ía tarea de ser la fu en ­
te de posibilidades in agotables; tiene in praxi el deber de m antenerse
alejado de la ilustración, p u es la lectura, la escritura y todo el gran
fraude de la educación destruirían el gran inconsciente.

* El honesto artesano, el generoso labrador, el sabio anciano, la casta ama de casa.


Tam bién los niños son exponentes de la plenitud irracional, de la
cual el rom án tico dispone. Pero no todo niño, no los “ niños m alcría'
dos, m im ados y m elosos” , sino los “niños indeterm inados”, com o decía
N ovalis. Schiller ya lo había expresado, al igual que m uchos otros sen­
tim ien tos rom án ticos, en su ensayo Uber naíve und serxtimentalische
Dxchtung: lo conm ovedor en un niño reside en que todavía no está
determ inado, aún no está lim itado, todavía tiene en sí todas las in co n ­
tables posibilidades que el hom bre ya perdió. Los pueblos prim itivos
- la hum anidad in fan til- tam bién son exponentes de sem ejantes posi­
bilidades ilim itadas. L a contradicción entre lim itación racional y p le­
nitud irracion al de posibilidades es elim inada rom ánticam ente, pues
frente a la realidad lim itada se oponía otra realidad igualm ente real,
pero to d a v ía ilim itad a: frente al Estado racion aiísta-m ecan icista, el
pueblo infantil, frente al hom bre ya lim itado por su ocupación y su a c ­
tividad, el n iñ o que juega con todas las posibilidades, frente a la clara
línea de lo clásico, la prim itividad infinitam ente am bigua. L a realidad
lim itada es vacía, una posibilidad realizada o u n a decisión tom ada c a ­
recen de en can to o ilusión, tienen la tonta m elancolía de un billete de
lotería d espués del sorteo o d e “un calendario del añ o p asado”. La in­
genuidad p rim idva es el estad o feliz, pero sólo negativam ente, no por
un contenido positivo; es la ilusión aún no destruida, la eterna prom e­
sa de una fuerza eterna, eternam ente conservada, pues es eternam ente
posibilidad no realizada.
El otro de los dos n uevos dem iurgos, la historia, p od ía ser utilizado
rom án ticam en te del m ism o m odo. A cad a segundo el tiem po deter­
m ina al hom bre y restringe la voluntad hum ana m ás poderosa. C ad a
m om ento se con vierte a sí en un acon tecim iento opresivo, irracional,
fan tasm al; es la negación ininterrum pida y siem pre presente de las in ­
contables posibilidades que destruye. A n te su poder, el rom ántico se
evade h acia la historia. El p asado es la negación del presente. S i el
presente es posibilidad n egad a, en el p asad o la n egación es n egada

* “Sobre la poesía ingenua y sentimental”, ensayo de Schiller publicado en la revista


Harén (1795-1796).
nuevam ente y la lim itación, superada. El h echo p asad o tiene la c u a li­
d ad e x i s te n d a l de lo real y concreto, no es p oesía arbitraria, y, sin e m ­
bargo, no tiene la im portun idad de la realidad presente que a cad a se ­
gun do atorm en ta al rom án tico com o in d ivid u o existen te. E n ta n to
que el p asado es realidad e irrealidad al m ism o tiem po, puede ser in ­
terpretado, com binado y construido; es tiem po co agu lado que puede
ser m anipulado para h acer de él m aravillosas figuras. Tam bién aqu ello
que es lejan o en el esp acio puede usarse com o un m edio para e scap ar
d e la realidad presente. E n 1802, durante sus leccion es en Berlín, A .
W. Schlegel afirm aba que p ara los franceses, al m enos an tes de la g u e ­
rra, Inglaterra era el país rom án tico de don de proven ían los nobles lo ­
res; m ientras que el n ovelista inglés, a la in versa, tiene en com ún con
el alem án que cu an d o aspira a lo m aravilloso, traslada con gu sto la
escen a al sur de E uropa, a Italia o a E spaña. En la m ecán ica de e sta
confusión rom ántica no se diferencia el n ovelista m ás ban al del lite­
rato rom ántico m ás exigen te. S in em bargo, el tiem po se ad ecú a m ejor
al factor irracional del antagon ism o que el espacio, que sugiere in m e­
diatam ente una racionalización. A sí, a fines del siglo XViil, el rom án ­
tico huye a !la Edad M edia, pues por enton ces -d u ra n te la R evolu ción
Fran cesa y el Im p erio - la fu ga a la A n tigüedad segu ía dem asiado cer­
c a del presente, que se en galan ab a con la A n tig ü e d ad rom ana; G recia
p od ía servir m ejor corno co artad a rom ántica. ¡Pero lo esencial p ara el,}'
co n cep to de rom anticism o es siem pre que el o b jeto rom ántico, aleja-*
d o tem poral o espacialm en te - s e a la m agn ificen cia de la A n tigüedad,
la noble caballerosidad de la Edad M edia, la im petu o sa grandiosidad
de A s ia - no es objeto de in terés por sí m ism o, es la carta de m ás valor;
ju gad a contra la realidad ordinaria y con creta, co n el fin de refutarla.;
L o lejan o, raro, fan tástico , p ro teica, m arav illo so , en igm ático, toda,
aqu ello que incluso fue incorporado pqr algunos a la definición del'
rom anticism o, no significa n ad a por sí m ism o. S u función rom ántica i
con siste en la negación del aqu í y ahora.
Por m ás que entre los rom ánticos aparezcan habitualm ente ideas
com o las del hom bre bueno por naturaleza, del pueblo originario, de
los hijos de la luz, del sacerdocio puro, de la hum anidad prim era y de
la elevad a sabiduría natural de la A n tigüedad, y por m ás que a menú-
d o se las vincule co n la crítica rom ántica del presente, la idea religiosa
o m ística del paraíso perdido, no obstante, sigue siendo distin ta de la
rom ántica. Ideas m ísticas y religiosas, ideas gnósticas, así co m o argu­
m entos tradicionalistas, pued en ser puestos al servicio de ía actitu d ro­
m án tica. El p asad o aparece com o el m ejor fundam ento del presente,
es m ás, el presente se vuelve un parásito del pasado. “ Vivim os aún del
fruto de tiem pos m ejores" (N ovalis), “consum im os el capital de nues­
tros padres” (M ü ller). A quello que es específicam ente rom án tico en
e sto es la utilización del p asado com o n egación del presente, com o e s­
capatoria de la cárcel de la realidad concreta y actual. A q u í no hay
ningún tipo de vivencia sem ejante a la del budism o; el rom án tico no
se fuga a la nada, sino que busca una realidad concreta, pero un a que
n o lo perturbe ni lo contradiga. Tam poco hay en esto - a pesar de las
afirm aciones d e los hegelíanos liberales- vínculos in trín secos con la
trascendencia cristiana, pues el otro m undo del cristianism o es un m ás
allá, cuya terrible decisión -sa lv a ció n eterna o co n d en ació n e te rn a -
convierte a todos los caprichos rom ánticos e n una n ad a absurda, y en
cuyo cielo, sin duda, hay una m úsica infinita, pero antes de esta arm o­
nía eterna está el Ju icio; la trascendencia cristiana, entonces, n o es el
“otro lugar y otro tiem p o” de los rom ánticos. Finalm ente, el m undo
rom ántico tam poco es utópico, pues a la utopía le falta lo m ás im por­
tan te, la realidad; ella aú n debe realizarse y esto n o es lo q u e interesa
al rom ántico, quien tiene una realidad que puede poner e n ju ego hoy
y n o quiere ser incom odado con ía tarea de una realización concreta.
La aspiración de G oeth e a retirarse al “ aíre patriarcal” de O riente
frente a la agitación de los acontecim ientos políticos, puede ser llam a­
da un a fuga; m oralm ente se la puede calificar com o se quiera, pero no
es rom ántica. S e ha señ alado com o una característica del rom ántico
que siem pre está en fuga. Sin embargo, esto alcanza tan poco el punto
decisivo com o las explicaciones basadas en el anhelo de lo superior o
co sas parecidas. El rom án tico evita la realidad, pero irón icam en te y
co n ánim o de intriga. Ironía e intriga n o son las disposiciones de áni­
m o de un hom bre en fuga, sino la actividad de un hom bre q u et-£n lu­
gar de crear n u ev as realidades, h ace ju gar u n a con tra la otra para p a ­
ralizar la realidad lim itad a que en cad a caso se presenta. El rom ántico
se sustrae irón icam en te a la objetividad opresiva y se guarda de cora-
prom eterse a cualquier cosa; en la ironía se en cuen tra la reserva de to ­
das las posibilidades infinitas. A sí preserva su genial libertad interior,
la cu al consiste e n no renunciar a n in gu n a posibilidad. Pero de e sta
form a tam bién se defiende de la objeción que debería destruir sus p re ­
tensiones: tod as las prom esas y proyectos grandiosos que había opu es­
to a las realizaciones lim itadas de los dem ás son desen m ascarados por
su propia prod u cción real com o un a estafa. L o que generalm en te se
p resen ta in realitate co m o realización co n creta es para el rom ántico só­
lo un residuo; p rotesta contra el hecho de que él o cualquier m an ifes­
tación suya sea ubicada dentro de los lím ites de la realidad presente.
Eso no es él, no es su yo; al m ism o tiem po, éí es infinitam ente m ás c o ­
sas aún, infinitam ente m ás que lo que jam ás podría ser en cualquier
segun do co n creto o expresión determ in ada. El rom ántico con sidera
ser tom ado e n serio com o un a violación, porque no quiere dejar que se
confunda el presente eventual con su libertad infinita.
U n enem igo deí rom anticismo, A m o ld Ruge, sostenía que ía ironía
platónica, es 'decir, la socrática, no dejaba de ser una forma de bonho-
mía, m ientras que la ironía de Schlegel es m ás bien una “parodia exclu-
yente” . Esto sólo es verdadero en parte. Segú n su origen, la ironía ro­
m án tica es un resto de racionalism o, pues el rom anticism o, com o ie
ocurre en tantos otros asuntos, tam poco puede decidir entre racionalis­
mo e irracionalismo. Según su esencia, la ironía rom ántica es el instru­
m e n to intelectual del sujeto que tom a distancia frente a la objetividad.
Sólo se necesita com probar en qué m edida la ironía del rom ántico se di­
rige contra sí m ism o en la realidad práctica y corriente, no solam ente en
las com edias literarias. Difícilmente se pueda m ostrar un hombre dedi­
cado a las cosas del espíritu en el que se encuentre menos autoironía
que en A dam Müller, el rom ántico típico. N o se la descubrirá, ni siquie­
ra rem otam ente, en ninguna de sus m uchas cartas, sus conferencias o
discursos, o después de un éxito o de un fracaso. En el caso de Friedrich
Schlegel, la ironía de la situación objetiva a m enudo produce efectos tan
extravagantes que ella no habría podido pasar desapercibida a un heral­
do de la ironía, el cual reclam aba constantem ente ser com parado con
Sócrates por usar esta palabra; el hecho de que justam ente este autor
carezca de toda autoironía vuelve tan penosa su situación, que es prf'fr-
rible callar acerca de eso. En la autoironía hay una objetivación y una
renuncia al último resto de ilusión subjetivista, que habría am enazado la
situación rom ántica; el rom ántico, mientras siguió siendo rom ántico, la
eludió instintivam ente. El objetivo de su ironía no es de ningún m odo el
sujeto, sino la realidad objetiva, que no se preocupa por el sujeto. Pero la
ironía no debe destruir la realidad, sino, conservando la cualidad del ser
real, ponerla com o m edio a disposición del sujeto y posibilitarle evitar'
todo compromiso definitivo. N o por eso se abandona la aspiración a la
realidad superior y verdadera. Ciertam ente, el sujeto romántico no pue­
de m antenerse m ucho tiem po en esta am bigua posición. E n el caso de
Hegel, quien ejecutó ai rom anticism o, el Estado y el espíritu universal ya
h an devenido en sujetos de la ironía e intriga superiores, de las cuales se
vuelve víctim a hasta el yo m ás genial.
El resultado de la reserva subjetivista fue que el rom ántico no pudo
encontrar la realidad que buscaba ni en sí mismo, ni en la com unidad,
ni en el desarrollo de la historia universal, ni, en tanto seguía siendo
rom ántico, en el D ios de la antigua m etafísica. Pero el anhelo de reali­
dad exigía una satisfacción. C on ayuda de la ironía el rom ántico podía
protegerse de ia realidad particular. Sin embargo, la ironía era sólo un
arma con la que el sujeto se defendía. L a realidad misma no podía a l ­
canzarse subjetivam ente, por eso se la sustituyó por otra cosa ap aren ­
tem ente m ás importante.- la totalidad. El su jeto podía apoderarse in
compkxu y de una ves de todo el universo, de la ciencia com pleta y
del arte en su totalidad. L a palan ca fue sac ad a del arsenal de la filoso­
fía de la naturaleza. L a construcción filosófica está alií donde ella no
es rom ántica -c o m o en el caso de Jo h an n Jako b W agner-,18 sino que

* Completamente.
13 Un excelente ejemplo es el libro de J. J. Wagner, Der Staat, Würzburg, 1815. El
desarrollo que en Hegel avanza hacia síntesis siempre nuevas, en el caso de Wagner
parece ser em anación de una n ecesid ad constructiva que se desarrolla
desenfrenadam ente, sin interés alguno por la realidad em pírica de las
cosas. L a línea geom étrica no es rom ántica, sin o el arabesco. T oda la
filosofía de la naturaleza del R en acim ien to, que es an terior al gran
punto de inflexión cartesiano, no tiene n ad a de rom ántico; sin duda,
la filosofía de la naturaleza de Sch elling es rom ántica, pero no com o fi­
losofía de la naturaleza. E sta, al igual que otros elem en tos m ísticos,
teológicos, filosóficos y espirituales, es utilizada por el rom anticism o; la
construcción filosófica natural, del m ism o m odo que la construcción
histórica y psicológica, es rom antizada. Ello se lleva a cabo e n las for-

vuelve a sí mismo en un esquema circular {o elíptico) en cuatro partes. El esquema es-


tá constituido de este modo: Dios (el principio originario) se divide en espíritu y natu­
raleza; éstas se vuelven a cenar en la unidad idéntica con la unidad originaría, pero
ahora atravesada por el desarrollo; el universo. La tétrada se repite entonces en todas
pattes. El Estado, tal como se dio históricamente, por ejemplo, se compone en su tota­
lidad de; I. Relaciones fundiarias (suma de las relaciones del derecho civil, es decir, 1.
personas, 2. cosas, 3. adquisición, 4. posesión; las personas, a su vez, son: 1. Estado, 2,
Comunidad, 3. Corporación, 4- Familia, etc.). II. Vida (vida afectiva y vida intelec­
tual). III. Espíritu (sacerdocio y ciencia). IV. Estado (Derecho público: 1. justicia, 2.
Ejecutivo, 3. Legislativo, 4- Derecho público como síntesis de las otras formas, y él
mismo es, a su vez, 1. democracia o 2. aristocracia, 3. monarquía, 4- despotismo). Ca­
da uno de ellos converge en nuevas tetradas, por ejemplo, la vida intelectual es 1. au­
todominio (del Estado sobre la humanidad, Derecho penal, etc.), 2. familia, 3. esta­
mentos, 4- vivienda; los estamentos son, a su vez, 1. funciones públicas, 2. comercio,
3. artesanía, 4. trabajo de la tierra; el trabajo de la tierra comprende, a su vez, 1. mine­
ría, 2. forestación,;3. agricultura, 4. ganadería; la minería, a su vez, 1. metal, 2. pie­
dras, 3. tierra, 4. sales; la forestación: 1. árboles de hoja larga, 2. coniferas, 3. sauces,
4■ arbustos; la agricultura: 1. plantas de frutos, 2. plantas de hojas, 3. plantas de tallos,
4. plantas de raíces; la ganadería: 1. peces, 2. aves, 3. animales salvajes, 4. animales
domésticos. La maldad del individuo se compone de: 1. ambición de podet, 2. codicia,
3. arrogancia, 4- avidez. En resumen, el libro tiene 400 parágrafos y es preocupante
que no tenga también 400 páginas (sino sólo 398). La obra es tica en buenas observa­
ciones y juicios inteligentes; su relación con el romanticismo consiste sólo en similitu­
des superficiales, derivadas de la procedencia común en la filosofía de la naturaleza de
Schelling. Por lo demás, ningún romántico se hubiera permitido tal cantidad de enu­
meraciones insípidas sin ironizar un poco. Adam Müller adoptó el esquema tripartito
de Bonald algo más tarde, recién a partir de 1820.
m as m ás diversas, cuyas sim ilitudes exteriores con otros procesos no
rom ánticos llevó a un a exten sió n ilim itada de la palabra, p ues parece-
ría im posible liberarse de la id ea de que todo lo que in teresa a un ro­
m ántico y estim ula la produ ctividad rom án tica tam bién debe ser co n ­
siderado rom án tico en sí m ism o.
C u an d o los rom án ticos llevan diarios personales, escribeh cartas, se
analizan a sí m ism os y a otros, d iscu ten, retratan, caracterizan , e sto se
encuentra, desde luego, orien tado por las dos n uevas realidades, ia c o ­
m unidad y la historia: transform an cad a pensam iento e n u n a co n v er­
sación sociable y cada in stan te en un m om ento histórico, se d etien en
en cad a segun d o y en cad a son ido y lo encuentran in teresan te. Pero
hacen m ás aún : c a d a instante se transform a en un p u n to a partir del
cual construyen, y com o su sentim iento se m ueve entre el yo com pri­
m ido y la exp an sión en eí cosm os, de este m odo, cad a p u n to e s al m is­
m o tiem po un círculo y cad a círculo, un punto. La co m u n idad es un
individuo am pliado, el individuo, una com unidad co n cen trad a; cad a
instante histórico, un punto elástico en ía gran fantasía de la filosofía
de la historia, en la que el rom ántico dispone sobre pueblos y eones.
Éste es eí cam in o por el que se asegura el dom inio rom án tico sobre la
realidad. “T odas las casualid ades de nuestra vida son m ateriales con
los que podem os hacer lo que queram os". Todo es “el prim er eslab ón
de un a serie infinita, com ienzo de u n a novela [Román] infin ita" (N o ­
valis). A q uí, la palabra “ rom ántico” vuelve a acreditar su significado
etim ológico; ía realidad se puntualiza y cad a punto se convierte e n un
punto de p artida para un a novela.
Lo que se h a interpretado com o racionalism o e intelectualism o ro­
m ántico es esta pérdida de realidad del m undo a través de la iron ía y
su transform ación en un a construcción fantástica. D e este m odo, las
dos nuevas realidades -h u m an id ad e h istoria- se volvieron figuras que
podían ser “m anipuladas”. En los autorretratos de los rom án ticos hay
tan pocas autoobjetivaciones com o en su filosofía social pensam ien tos
políticos o en sus construcciones h istóricas un sentido h istórico. E n
todos sus diarios personales, sus cartas, sus conversaciones, en su so ­
ciabilidad y en su dedicación a la historia, en realidad siem pre se ocu-
pan de sí m ism os, y h asta es có m ico que historiadores m uy serios co n ­
sid eren el rom an ticism o co m o el fu ndador del sentido histórico, un
m ovim iento del cual las n o v elas epistolares de Bettína von A rn im son
una expresión típica, las que, a lo sum o, pueden provocar la n ecesidad
de auten ticid ad histórica por su divertida ligereza para la creación de
leyen das. E n el rom an ticism o , todo -so c ie d a d e historia, un iverso y
h u m an id ad - está al servicio exclusivo de la produ ctividad del yo ro-r'
m ántico. R ousseau dice de sí: M ais de quoi jouissai-je enfin quand j'étais
sewl? De moi, de I’unwers entíer. En un a carta a G entz del año 1805,
A d a m M üller explica su d ed icació n a la astroiogía com o "trato co n la
naturaleza en gran estilo". H a cia ía m ism a época afirm a que el m otivo
de su desorden psíquico consiste “en el trato excesivam ente libre con-
sigo m ism o". Y así es, pues p ara los rom ánticos el trato con la n atu ra­
leza es, de hecho, trato con sigo m ism o. N i el cosm os, ni el Estado, ni
el pueblo, ni el desarrollo histórico, le interesan por sí m ism os. Todo
puede convertirse en un a figura m anejable por el sujeto que se ocupa
de sí m ism o. lia filosofía de la naturaleza de Schelling había buscado
superar la oposición de co n cep to y vida cu an to m enos por m edio de
un a filosofía de la id en tid ad en un gran sistem a de pensam iento. Los
rom ánticos utilizaron sus form ulaciones sin ninguna consideración por
el sistem a, y la an iquilación de la naturaleza que Scheiiing había re­
prochado a Fichte llega a ser, en el caso de los rom ánticos que se sir­
ven de la palabra schellinguiana, un verdadero paroxism o de la des­
trucción. Todo es reducido a un punto; la definición, que el rom ántico
quiere tener tan lejos de sí m ism o, pues con tien e un a lim itación o res­
tricción, se convierte en una puntuación insustancial: el espíritu es...
la religión es... la virtud es... la ciencia es... el sentido es... el anim al
es... la plan ta es... el ingenio es... el encan to es... trascendental es... in­
genuo es... ía ironía es... El im pulso de reducir t<xk).ohjeto a un punto
au m en ta en las innum erables exp licacion es a través del “no es m ás
q u e” ; éstas no contienen algún tipo de lim itación conceptual especial­
m ente destacada, sino que son identificaciones apodícticas que con-

¿Pero de qué gózate cuando finalmente estaba solo? De mí mismo, del universo entero.
cen tran todo en un punto. A este respecto, A dam M üller supera a to-
dos los dem ás: la belleza suprem a no es más que el arte no es m ás
que ..., el dinero no es m ás que ..., la popularidad no es m ás que ..., la
separación de ideal y realidad n o es m ás que ..., positivo y negativo no
son m ás que ... el m undo entero no es m ás que “no es m ás q u e”. (El
rom ántico tenía tam bién así la posibilidad de explicar la realidad por
m edio del sensualism o m ás elem ental: el m undo, por lo tanto, es lo
que es.) N uevam en te, el m ism o punto no es otra co sa que una con ­
centración del círculo, el círculo, una expansión del punto. E n conse-
cuencia, la realidad sustancial fue superada. Tam bién el concepto fue
superado, y, por eso, todo este juego de puntualización y ciclizadón ya
no tiene ningún vínculo con el análisis y la síntesis, con el pensam ien­
to atom ista y eí dinámico.
El in stan te, el tem ido segundo, se transform a tam bién en un punto.
El presente no es otra co sa que eí límite puntual entre el pasado y el
futuro, co n ecta a am bos "por m edio de la lim itación” y es “solidifica­
ción, cristalización ” (N ovalis). A lrededor del presente com o centro
puede trazarse un círculo; el presente puede ser tam bién el punto en el
que la tan gen te de la infinitud toca al círculo de la finitud; pero es
tam bién el punto de partida para una línea al infinito que puede tom ar
cualquier dirección. D e este m odo, cad a acontecim iento adquiere una
am bigüedad fantástica y onírica, y cad a objeto puede llegar a ser cu al­
quier otro. El “universo es la prolongación de mi am ada", pero tam ­
bién a la inversa, “ la am ada es la abreviatura del universo”, “cada indi­
viduo es el centro de un sistem a de em anaciones"; las em anaciones,
en lugar de fuerzas m ísticas, so n líneas geom étricas, el m undo se des­
com pone en figuras y el objetivo es “ la m anipulación del universo” .19
Estas form as caren tes de su stan cia pueden ponerse en relación co n

w Blütenstaufc * [Polen], Fragm. 1 (ed. Minoi, ¡I, p. 111) “una palabra-comando, di­
ce allí más adelante, mueve ejércitos". Por las demás citas en el texto, cír. Glaube und
Liebe *[Fe y amor i, N1' 4 y 12 (ed. Minor, li, 146, 147, 149, 130, 131); Blüt¿nstaub,
Fragm. 27, 66, 102, 116, 119, 124 (il, 136, 140, 141); Studienhefte * [Cuadernos de es­
tudio] 1108 (w, 373); Müller, Elemente, tu, pp, 192 y ss,, pp, 228 y $$., p. 256.
cualquier contenido; e n la anarquía rom ántica cada uno puede organ i­
zar su m undo y realzar cad a palabra y cad a sonido com o un recipiente
de infinitas posibilidades, transform ar cad a situación y cada aco n teci­
m ien to de m an era rom án tica, por ejem plo, com o h ace B e ttin a von
A m im en sus novelas epistolares. C u an d o N ovalis dice que cree en las
figuras del pan y el vino, no se le debería atribuir otra fe que la que él
m ism o tiene: él quiere decir literalm ente que todo puede ser p an y vi­
no. C ree en la Biblia, pero todo auténtico libro es una Biblia; cree en
el genio, pero todo hom bre es un genio; cree en los alem anes, pero
alem anes hay en todas partes; a pesar del supuesto sentido histórico
del rom anticism o, p ara N o v alis la alem an id ad no se lim ita al E stado y
a la raza, ni siquiera a A lem an ia; especialm ente los franceses habrían
recibido una porción de alem anidad gracias a la revolución de 1789.
C elebra la A n tigüedad, pero la A n tigüedad está en todo lugar donde
esté el auténtico espíritu; se reconoce com o realista y m onárquico, p e­
ro “todos los hom bres deben llegar a ser dignos de alcanzar el trono";
sólo am a a su mujer, pero con ayuda de la fantasía puede transform arla
en m iles de otras m ujeres. S i esta disolución general, esta m agia lúdica
de la fantasía, perm aneciera en su propia esfera, sería irrefutable d en ­
tro de los límites de su círculo. Pero se m ezcla con el m undo de la rea­
lidad corriente de foTma caprichosa y arbitraria. En un cam bio y co n ­
fusión generales de los conceptos, en u n a escan dalosa prom iscuidad
de los térm inos, todo se vuelve explicable e inexplicable, idén tico y
opuesto, y todo puede ser sustituido por todo. El arte “de transform ar
todo en Sofie* y viceversa" se aplicó a todas las cuestiones y discusio­
n es de la realidad política. E sta generalización del “y viceversa” es la
p iedra de los sabios e n la gran alquim ia de las palabras, ella puede
transform ar todo el barro en oro y todo el oro en barro. C a d a co n cep­
to es un yo y viceversa, cad a yo, un con cepto, cada sistem a un indivi­
duo, y cada individuo un sistema, el E stado es la am ada y deviene un ser
hum ano, el ser h um ano deviene Estado; o en la Lehre vom Gegensatz

Sophie von Kiihn (1782-1797), la primera novia de Novalis; ella murió muy po­
co tiempo después de que ambos se hubieran comprometido.
de M üller: si positivo y n egativo son opuestos, al igual que objeto y su ­
jeto, e n con secuen cia, positivo y negativo no son otra cosa que objeto
y sujeto, pero tam bién so n esp acio y tiem po, n aturaleza y arte, cien cia
y religión, m on arqu ía y república, nobleza y burguesía, varón y mujer,
orador y oyente; es la fórm ula por la cual “ todo el m undo puede p a ­
sar” , bajo la cu al puede incluirse “el m undo e n su totalidad”, con la
cual está “dem ostrado el un iverso”.
C ierto, sólo que esto n o es el m undo y e l universo, sino una p e q u e ­
ñ a figura-artística. L a v o lu n tad de realidad term ina en volu n tad de
aparien cia. L o s ro m án tico s h ab ía n in ten tad o c a p ta r la realidad dei
m undo, el m undo entero a la vez, la totalidad del cosm os. En lugar de
eso obtuvieron proyecciones y reabsorciones, prolon gacion es y a b re ­
viaturas, el punto, el círculo, elipses y arabescos, un ludus globi* animi-
zado, esto es, subjetivizado, Lograron escapar a la realidad de las cosas,
ahora bien, las cosas, a su vez, tam bién se les escaparon , y cuando en
sus escritos, en sus ca rta s y en sus diarios person ales se los ve d ed ica­
dos a la m an ipulación del universo, a veces le recuerdan a uno los
con den ados en el infierno de Sw edenborg correspondiente a los d em a­
siado astutos; están sen tad os en un barril angosto, ven sobre sí m arav i­
llosas figuras, a las que to m an por el m undo, y creen q u e tendrían que
gobernar ese m undo.

2. L a estructura ocasionalista del romanticismo

L a realidad, cuyo poder se m anifestaba fácticam ente día a día, perm a­


neció en ía oscuridad com o u n a poten cia irracional. N o había m ás
pensam iento ontológico. Todo el siglo influido por el espíritu rom ánti-í
J co está im pregnado d e un estad o de ánim o propio. Por diferentes que
sean los supuestos, resultados y m étodos, en relación con el sistem a y
en su im postación em otiva, por encim a y m ás allá de la diferencia en ­
tre optim ism o y pesimism o, se puede distinguir la angustia del indivi-

Juego del mundo.


dúo y su sen sació n de ser engañ ado. Estam os desam parados e n las m a­
nos de un pod er que ju ega con n osotros. Q uerem os ju gar irón icam en ­
te con el hom bre y co n el m undo, es atractivo im aginarse que el h om ­
bre, com o Próspero en L a tempestad d e Shakespeare, tiene e n su m ano
el “m ecan ism o” del d ram a, y los rom ánticos se figuran de buen a gana
tales id eas acerca de un p oder invisible de la subjetividad libre. Las
fantasías sobre el poder de las sociedades secretas no eran m eram ente
un requisito de los folletines, tan to a fines del siglo xvru com o m ás tar­
de; su creen cia en intrigas enigm áticas de jesuítas, "ilu m in ados” y m a­
sones tam bién se podía reconocer en naturalezas no rom án ticas de e s­
te siglo. E n la id e a de un poder secreto, ejercido “tras los bastidores”,
con cen trado e n las m an os de unos pocos hom bres y que les posibilita
conducir la historia h um ana en form a invisible con prem editada m al­
dad, en tales cpnstrucciones de lo “secreto ” se m ezcla una fe racio n a­
lista e n el dom inio consciente del hom bre sobre los acon tecim ientos
históricos, co n un a angustia dem on íaca-fantástica an te un poder so ­
cial m onstruoso, y, m uchas veces, incluso con una fe en la Providencia
secularizada. El rom ántico vio en ello un tem a p ara su im pulso de rea­
lidad intrigante e irónico: el gusto por el poder secreto, irresponsable y
lúdico sobre tos hom bres. A sí, en las prim eras novelas de T ieck apare­
ce n h om bres superiores que con vierten a otros en in strum en tos in ­
conscientes de su volun tad y de su intriga; experim entan com o “gran ­
des m aqu in istas en el trasfondo del to d o” y tienen en sus m anos los
hilos del ju ego . S in em bargo, finalm ente tien en que reco n o cer que
“por su parte, el destino juega con nosotros a su m anera... un gran ju e ­
go, una farsa en la que temibles figuras están m ezcladas entre sí de m a­
nera extrañ a". Love II, que había creído dom inar el destino de su e n ­
torno con irónica superioridad, había sido él m ism o el instrum ento de
la ironía de A n drea, y la ironía de A n d rea alcanza la cum bre y culm i­
n a a su vez en la sentencia: “ ¿Y q u é soy yo, pues? ¿Q uién es el ser que
m ueve tan seriam ente los hilos y no se can sa de poner palabras por es­
crito? A l final, yo tam poco sé lo que hago. M e alegraba m uch o de ser
la cabeza de una banda de ladrones secreta e invisible, de burlarm e del
m undo entero, y ahora se me ocurre la pregunta de si en este esfuerzo
n o me he convertido yo mismo en el m áxim o bufón... ¿Q uién es el e x ­
traño yo que se en sañ a así conm igo?”
A quello que e n la filosofía de Schelling aún no se destacaba com o
en ía filosofía de la historia de Luden influida por él, en H egel es ya
tan evidente com o m oral: el individuo es un instrum ento de la razón
que se desarrolla e n el proceso dialéctico. Sobre la libertad del in divi­
d uo pende una in con scien te necesidad superior, la historia excede a la
v o lu n ta d c o n sc ie n te d e l in d ivid u o y se realiza in v o lu n tariam en te
(Schelling). H om bres, pueblos y generaciones no son m ás que instru­
m entos necesarios, que el espíritu de ía vida exige para m anifestarse
en ellos y, por m edio de ellos, en eí tiempo (Luden). Los pueblos son
instrum entos de aquel espíritu universal, alrededor de cuyo trono é s­
tos se encuentran com o los artífices de su realización y testigos de su
grandeza; el individuo se vuelve la víctim a de la “astucia de la razón”,
su entendim iento y lo que se im agina con él es “engaño” (H egel). O
tam bién, los hom bres y las clases son ai m ism o tiem po herram ientas y
resultados del gran p roceso de producción, en cuyas relaciones son
em pujados h acia delan te por encim a de sus cálculos (M arx); o, una
voluntad in con scien te, inexplicable y opresiva dirige la tragedia y la
com edia del m undo com pletas, con todas sus particularidades y acón-
tecim ientos por cu en ta propia, y al mismo tiem po se contem pla a sí
m ism a; así, “la vida es un engañ o continuo” (Sch open h auer).
Por eso ía verdad no se halla nunca en lo que el hombre individual
concibe o quiere, porque todo es la función de una realidad que opera
fuera de él. El optim ism o de Hegel y del m ucho m ás ingenuo J. J. Wag-
ner se basa en n o percibir esto com o una razón de intranquilidad; a ca u ­
sa de su conocim iento filosófico, se sienten miembros o, por lo menos,
iniciados en la instancia decisiva. También para ellos la verdadera razón
sigue siendo diferente de la razón visible y consciente para el individuo,
es la actividad de un poder superior extraño que, sin embargo, opera se ­
gún una legalidad consciente. Necesariam ente, un tal poder debe con ­
servar o la conciencia o la legalidad. Q ue en el caso de Hegel, el espíritu
universal sólo sea, e n sum a, legalidad lógica consciente, todavía se podía
explicar a partir de su m étodo panlogístico. Pero tam bién en Schopen-
hauer la voluntad inconsciente, que es espectadora de sí misma en el es-
pectáculo del m undo - u n sujeto rom ántico proyectado en una dim en­
sión cósm ica-, se vuelve consciente y legal, porque en verdad sólo ella
es activa, a pesar de todos los supuestos m etafísicos contrarios. En la fi­
losofía m arxista de la historia, las fuerzas productivas aparecen com o
instancias que funcionan en conform idad a leyes y que incluso pueden
producir su propia explicación científica; por último, en las m odernas
investigaciones psicoanalíticas de ios procesos psíquicos inconscientes se
repite la dialéctica de la form a m ás clara: los sueños de una persona y
otras formas aparentem ente inofensivas y casuales de actividad incons­
ciente tienen en realidad un a m ecánica com pletam ente intencional y fi­
nalista, de la que se sirve para sus fines la fuerza “en verdad" activa.
En todas partes, los dos dem iurgos m odernos - la hum anidad y 1a
h isto ria- son n u evam en te activo s. El in dividu o se vu elve la h erra­
m ienta de su entorno sociológico, o del espíritu universal que se d e sa ­
rrolla en la historia universal, o de las com bin aciones m ás diversas de
estos dos factores. Esto no conduce n ecesariam ente a una supresión
fatalista o quietista d e la actividad hum ana, porque el individuo puede
sentirse miembro de su pueblo y cooperar en su puesto. L a idea de que
todo hom bre es sóío el instrum ento de D ios prevalece incluso en un
hom bre tan positivo y activo com o de M aistre, y n o com o una cons­
trucción m eram ente teórica, sino en la autenticidad del sentim iento.
Sin embargo, tam bién en su pensam iento ya se m uestran en gran m e­
dida los síntom as de cóm o el sentim iento de la dependencia de Dios
se vincula con la depen den cia de la com unidad n acio n al y de su d esa­
rrollo histórico, de m od o que n o se podía dar un p aso adelante sin
confundir una con otra. C itan d o a Plutarco y retom an do la concep­
ción tradicional y clásica, llam a al cuerpo un instrum ento del alma, de
la m ism a m anera, el alm a es un instrum ento de D ios; el hombre, en ­
tonces, crece en su com unidad n acional com o u n a bellota en su suelo;
no obstante, todo esto le hace im aginar que podría hacer algo, pero
sólo es la “llana de albañil que se im agina ser el arqu itecto” . El despre­
cio que Burke, de M aistre y Bon ald tienen por el “ h acer” en cuestio­
nes políticas, por las constituciones artificiales calcu ladas por un indí-
viduo inventivo, p or los fabrican tes de constituciones y los geóm etras
políticos, proviene del sen tim iento de que el fundam ento de todo su ­
ceso histórico-político se e n cu en tra en un poder supraindividual, con
lo cu al “fu n d am en to ” significa p ara ellos tan to explicación c a u sa l c o ­
m o justificación n orm ativa y legitim ación . Los rom ánticos, que mez­
c la b a n e sto s p e n sam ien to s co n su s co n stru ccio n e s su b je tiv ista s del
jm undo, se sen tían a gusto com o m iem bros de u n organ ism o superior.
“ Bailar, comer, hablar, sentirse solidario y trabajar, estar ju n to s, escu ­
charse, ver, sentir, etc., todas é stas so n las con diciones y ocasio n es, in­
cluso son las funciones de la activid ad de un hom bre superior y co m ­
pleto, del gen io” (N ovalis). A l igu al que en la escisión entre realidad y
posibilidad o entre finitud e infinitud, la com unidad y la historia h an
desem peñado funciones que en la m etafísica cristiana correspon den a
D ios; así, am bas se convierten en la v erd adera causa, para la cu al todo
lo dem ás es sólo un a ocasión. Pero e n un a consideración m ás cercan a
se m uestra que quien tom a todo co m o ocasión no es n in gun o de estos
dos dem iurgos -h u m an id ad e h istoria-, sino el mismo sujeto rom án ti­
co. L a oposición de la productividad rom án tica respecto de la activi­
d ad del “y o” p ostu lad a por Fichte es aquí el punto de vista apropiado
para la exposición de ía esencia del rom anticism o, pues este “y o” fich-
teano se convirtió en sujeto rom ántico.
El m undo, el “no-yo”, se convierte e n Fichte en la m ateria que tie­
ne que ser elaborada. D ebe ser transform ado en ‘'cau salidad absolu ta”
y actividad absoluta. Por eso, la in terven ción en el m ecan ism o de las
relaciones causales de la realidad exterior se vuelve n ecesaria y debe
suponerse un a con exión calculable, es decir, adecuada a la relació n de
causa y efecto. Q u e en la relación causal entre yo y no-yo se en cu en ­
tra el vínculo con el racionalism o del siglo anterior, esto es, la insufi­
ciencia histórica del sistem a, ya lo recon oció H egel en 1801 co n genial
seguridad. Los rom ánticos no eran cap aces de una m irada filosófica se ­
m ejante, sino que todavía estaban com pletam ente fascin ados por la
superioridad intelectual de Fichte. Pero al m enos Sch leierm ach er sin­
tió la contrariedad y ía señaló (en Athenaum). E n su opinión, este d o ­
m inio del m undo era dem asiado m ecán ico y técnico. C iertam en te, el
punto decisivo se en cuen tra aquí; si algo define totalm en te al rom an ­
ticism o es la falta de to d a relación co n un a c a u s a * N o sólo se resiste a
la cau salid ad absolu ta, es decir, a un a relació n a d ec u a d a, ab so lu ta ­
m ente calculable, de cau sa y efecto, com o tiene que suponer la m ecán i­
ca científica, tam bién la relación de estímulo y efecto im perante en las
cien cias de la vid a orgán ica se m an tien e aú n calculab le y ad ecu ad a
dentro de cierto m arco. En el significado de “co sa” la p alabra “causa"
tiene tam bién el sentido de un vínculo teleológico o norm ativo y de
una coerción espiritual o m oral, que perm ite un a relación adecuada.
Por el contrario, entre occasio y efecto se d a una relación absolutam en ­
te in adecuada; es - d a d o que cualquier porm enor puede ser occasio de
un efecto incalculable, por ejem plo, la con tem plación de un a naranja,
para M ozart, la o casió n de com poner el d u eto “ía a darern la m ano"—
com pletam ente inconm ensurable, reticente a to da objetividad, a-ra­
cional, la relación existen te en lo fantástico.
¿C óm o es posible que esta relación pueda transform ar el m undo?
N ovalis da la; respuesta: “ Todas las casu alid ades de nuestra vida son
m ateriales con los que podem os hacer lo que queram os, todo es el pri­
m er eslabón de una cad en a infinita", h asta aquí, la frase podría m ani­
festar solam ente un m isticism o m ágico, pero la conclusión revela el ro­
m anticism o: "el com ienzo de una novela infinita” . Este fragm ento (N 2
66) da la verdadera fórmula del rom anticism o. Q ue no es casual (com o
m ucho de ló relativo a la naturaleza en N ovalis y e n todo el rom anticis­
m o), se m uestra en el otro fragm ento de N ovalis sobre G oethe (N e 29):
G oeth e tiene la cap acid ad de asociar in cid en tes insignificantes con
acontecim ientos im portantes; la vida está llena de tales casualidades,
“ellas forman un juego que, com o todo juego, acaba en la sorpresa y el
engañ o” . Tam bién la conversación, este co n cep to favorito del rom anti­
cism o, es, según N ovalis, un “juego de palabras” , y el tem a de la co n ­
versación, según Fr. Schlegel, sólo un “vehículo” del gusto por ía co n ­
v e rsa c ió n . Pero e sp e c ia lm e n te la tra n sfo rm a c ió n a rb itra ria de la

* Cada ve: que el término aparece en bastardilla, el autor se refere al término lati­
no, como concepto opuesto a occasio.
realidad en las novelas epistolares de Bettina von A rnim es un excelen­
te ejem plo de la praxis rom ántica: todo encuentro interesante es oca­
sión para una n ovela.20 D e este m odo, tam bién en el rom anticism o se
llega a un a transform ación del m undo, pero diferente de la que había
postulado Fichte. Era la transform ación en el juego y en la fantasía, la
“poetización”, es decir, la utilización de los hechos concretos, incluso de
toda percepción sensorial, com o ocasión para una “fábula", una poesía,
un ob jeto de sensaciones estéticas, o -porqu e ella corresponde de la
m ejor m an era a la etim ología de la palabra rom anticism o- una novela.
A sí se explican los fenóm enos rom ánticos aparentem ente com plejos: la
torsión em otivo-esteticista del yo absoluto de Fichte no da com o resul­
tado un m undo transform ado por la actividad, sino uno convertido en
estado de ánim o y fantasía.
La productividad rom ántica rechaza toda relación co n una causa y,
con eso, tam bién toda actividad que intervenga en las relaciones reales
del m undo visible. N o obstante, - a l igual que el yo de F ich te- ella pue­
de ser absolutam ente creadora en la subjetividad absoluta, produciendo
ella m ism a fantasías, “poetizando”. S i se ha de conocer su esencia, en­
tonces no se debe -co m o sucedió la mayoría de las veces hasta ah o ra-
partir del objeto rom antizado (por ejem plo, de la E dad M edia o de los
viejos castillos), sino del sujeto que romantiza o -seg ú n la term inología
de Shaftesbu ry- no se debe partir del bmutifyed, sino del beautifying. El
m undo exterior y la realidad histórica son de interés para la actividad
rom ántica e n la m edida en que -p a ra utilizar una expresión de N ova-
lis - puede ser el comienzo de una novela: el hecho dado no es conside­
rado objetivam en te en sus relaciones políticas, históricas, jurídicas o
m orales, sino que es objeto de interés estético-em otivo, algo que e n ­
ciende el entusiasm o rom ántico. Lo que interesa a un a productividad
de esa índole se encuentra de tal m anera en lo subjetivo, en aquello

20 Sobre la novela epistolar de Bettina von Arnim, la obra más meritoria es ía de


W. Oehlke {Palaestra, X L l) , Berlín, 1905, que lamentablemente está desvirtuada por su
seudoética stibromántica. En especial la introducción es una conmovedora apología
del engaño.
que el yo rom ántico añade de sí mismo, que, correctam ente considera-
do, ya no puede hablarse de “ob jeto” o de “co sa”, porque la co sa se
convierte en m era "ocasión ”, en “com ienzo”, en “punto elástico”, “inci­
tación", “vehículo”, o com o digan todas las perífrasis de occasio en el
rom anticism o. C o m o escribe Fr, Schlegel (Walzel, 1791, p. 32) a su h er­
m ano; todo lo que encontram os elevado en la am ada es nuestra propia
obra, la am ada no tiene m érito por ello, "ella sólo era ía ocasión” , es
-c o m o dice en Lucinda- sólo la “flor m aravillosa de la fantasía”. La e n ­
trega a esta productividad rom ántica im plica la renuncia consciente a
una relación adecuada con el m undo externo y visible. Todo lo real es
sólo una ocasión. El objeto carece de sustan cia, de esencia, de función;
e s un punto concreto, alrededor del cu al oscila el juego de la fantasía
rom ántica. Este punto concreto q ueda siem pre presente com o punto
de enlace, pero en ninguna relación conm ensurable con la digresión
rom ántica, que es la única cosa esencial. Por eso no hay posibilidad al­
guna de diferenciar claram ente un objeto rom ántico de otro - la reina,
el Estado, la am ada, la M ad o n n a-, porque tam poco hay m ás objetos, si­
n o sólo occisiones.
El con cepto de occasio encon tró su lugar en la historia de la filoso­
fía en los sistem as del así llam ado ocasion alism o, en G éraud de Cor-
demoy, G euíin cx y M aíebranche. El nom bre está ju stificado en la m e­
d id a e n q u e e sto s sis te m a s p o n e n e n u n p u n to d e c is iv o de su s
con struccion es m etafísicas la occasio e n oposición a ía cawsa, la m ayo­
ría de las veces, desde luego, sin un a d eterm in ación m ás e xacta del
co n cep to de occasio. M aíebranche, por ejem plo, habla incluso de cau ­
ses occasíonneíies y co n ello enm araña to d o su sistem a, lo que sus c o n ­
tem porán eos le reproch aron con razón com o una confusión fu n d a ­
m en tal. A pesar de eso, sigue siendo de im portan cia decisiva que el
co n cep to m ás característico aparezca aq u í en oposición al de cau sa.21

11 Para aclarar esta oposición conceptual hay que citar aquí la vieja definición de
San Buenaventura (según Ant. Mar. de Vicetía et Joa. a Rubino, Lexicón Bonaventu-
rianum, Venetiis M D C C C LX X X , p. 39: lo que per modum causae * [bajo la forma de cau­
sa] conduce a algo, tiene “intra se ratkmem ordinmionis ad ftnem" * [dentro de sí la
De este m odo, pues, ap areció un a postu ra m etafísica n u e v a y específi­
ca, aun que por ahora no se m u estra todavía la disrupción y la disolu-
c i ó n com pletas que la id ea de lo o casio n al contiene e n form a latente.

Hn los filósofos n om brad os se co n serva la idea de D ios, en el sentido


de la m etafísica cristiana trad icion al. Por tanto, las p eculiaridades de
l a postu ra o casio n alista resp ecto deí m undo se m uestran en ellos sólo

de m anera m ediata, porque el m un do y lo que su cede en él sólo es en


r e a l i d a d una ocasión , pero un a o casió n para D ios, en el cu al se reen­

cu en tran el ord en y ía ley.


El problem a de la verdadera cau sa es el punto de partida del o c a ­
sionalism o. Este encon traba en D ios toda causa v erdadera y explicaba
todos los hechos de este m undo por una m era ocasión . A q u í se justifi­
ca n uevam en te que la discusión de ía estructura del espíritu rom ánti­
co p ro ced a de D e sca rtes; la argu m en tación c a rte sia n a “soy porque
pienso” llevaba a la deducción del ser desde el pensam ien to, a la dife­
renciación entre interno y externo, alm a y cuerpo, res cogitans y res ex­
tensa. D e allí resultan tod as las dificultades lógicas y m etafísicas de po­

disposición racional hacia el fin]; “quoíl vero ducit per modum occosionú nuííam habet
¿ntra se raticmem ordinatiorús in finem" * [por otra parte, lo que se considera bajo la
forma de ocasión no tiene dentro de sí ninguna ordenación racional en vista del
fin]. No se puede decir que la gran literatura sobre Malebranche haya sido cons­
ciente de la importancia central del concepto de occasio. El mismo Malebranche es
muy contradictorio acerca del tema. Pero, evidentemente, esto no cambia en nada
su importancia central. Del gran número de trabajos sobre M alebranche, a menudo
muy inexactos, quiero destacar la disertación de James Lewin, Die Lehre «on den
Ideen bei Malebranche (1912), en primer lugar, porque reconoce correctamente que
Malebranche no es un místico (en efecto, la formulación de la p. 22 sugiere la tesis
de que la fe religiosa siempre contiene un elemento místico, lo que me parece inco­
rrecto; pero sí, a la inversa, que el misticismo pertence a la esfera religiosa), y, en se­
gundo lugar, porque está bien caracterizada una fuente de las muchas contradiccio­
nes en M alebranche, a saber, “la imposibilidad de establecer relaciones unívocas
entre realidad y fenomenalidad”. La relación característica del ocasionalism o es
también formulada paradójicamente, la relación con la relación no-aprehensible, la
relación con la relación que deja abiertas todas las posibilidades, que puede signifi­
car infinitamente; en el fondo, una relación fantástica.
ner en relación a uno con otro y de explicar la in teracción entre alm a
y cuerpo. L a solución ocasion alista, adop tada por los sistem as de Gé-
raud de Cordemoy, G eulin cx y M alebran che, h acía a un lad o las difi­
cultades, considerando a D ios co m o la verdadera cau sa de todo hecho
particular, tan to psíqu ico co m o físico. D io s e fec tú a la in explicab le
con cordan cia de los fenóm enos aním icos y corporales; el proceso de la
co n cien cia, el impulso de la vo lu n tad , y el m ovim iento de los m úscu­
los, todos ju n tos son m era ocasión p ara la actividad divina. E n verdad,
n o actúa el hombre, sino D ios; nihil fa á m u s nisí auxilio potentiae quae
riostra non e s t * dice Cordem oy, y no se refiere con ello a los efectos de
la gracia, sino a los hechos naturales. L a intervención divin a es en to ­
do caso particular la verdadera eficacia, la efficacité propre.
Para este proceso, los ocasío n aíistas encuen tran tran scripcion es y
c o m p a ra cio n es que m u ch as v e ce s recu erd an ios e sta d o s de ánim o
rom án ticos. S i construyo u n a c a sa , u n a fuerza superior es la que ori­
gin a m i plan , la que co n d u ce m i m an o, la que m ueve c a d a piedra, de
m odo que dp todo ello finalm ente resulta una casa. S p e a a to r sitm in
hac scena, npn actor (G eutin cx). T am bién se podría n om brar aqu í el
ejem p lo tan tas veces citad o d e la plum a que escribe, que se repite en
el p asaje tam bién m en cion ado del Loveü de T ieck: cu an d o escribo,
D io s m u eve la plum a, m u eve m i m an o, mi v o lu n tad , que pone ía
m an o en m ovim ien to, en su m a, la escritu ra es un m ov im ien to de
D ios; £¡iiar$o homo movet calamum, homo nequaquam illum movet, sed
motus calmi est accidens a Deo in calamo creatus.* A p esar de la h abi­
tual utilización rom án tica de tales m otivos, la diferen ciación general
de ap arien cia y esen cia y el socavam ien to m ístico de la realid ad p al­
pable n o p od rían fundar n in gun a relació n específica co n la estru ctu ­
ra del espíritu rom ántico. S in duda es im portante, pero aún n o d eci­
siv o , q u e e n M a le b ra n c h e , a p e sa r de su a p are n te ra c io n a lism o ,

N o hacemos nada sin el auxilio de aquella potencia que no es nuestra.


En esta escena no soy actor, sino espectador.
Cuando el hombre mueve la pluma, no es él quien la mueve, sino que el movi­
miento de la pluma es ún. accidente de la pluma creado por Dios.
predom ine e n realid ad la fan tasía y que fu era considerado un “ré-
veur” , algo que Sain te-B eu v e (Port-Royal V, p. 237) señ aló con bri­
llante psicología. Es im portan te señalar, ad em ás, que M alebranche
com bate ap asio n ad am en te a figuras clásicas típicas, com o S én eca y
C atón , así com o al ideal estoico del sabio (Recherche de la vérité, 1. II,
3 a parte, cap. IV, De rimaginmion de Sénécjue). D espués de que D ik-
hey dem ostró el sign ificad o abarcador de la tradición estoica para los
siglos XVII y XVIH, no se podría p asar por alto un ataq ue sem ejante.
Finalm ente, M aleb ran ch e fue un a fuente en verdad descon ocida p a­
ra ía m ayoría, pero no por eso m enos rica, para un autor que en el si­
glo XVni se con stituyó e n un con trapeso del racionalism o abstracto
de la Ilustración fran cesa, esto es, para M on tesqu ieu , y en especial
pata su teoría de la p articularid ad clim ática y geográfica del espíritu
hum ano; el juicio de M alebran che sobre T ertuliano es un adm irable
ejem plo de ello .22 S in em bargo, lo decisivo se encuen tra en la esp eci­
ficidad estructural del ocasionalism o.
Esta particularidad consiste en que el ocasionalista no explica el
dualismo, sino que lo d eja subsistir y lo vuelve ilusorio al dar lugar a
un tercero que lo ab arca e incluye. S i todo hecho psíquico y físico apa­
rece sólo com o un a acción de D ios, la dificultad im plícita en el su­
puesto de un a acción recíproca entre alm a y cuerpo no se resuelve a
partir de sí m ism a y no decide la cuestión. El interés sim plemente se
desplaza del dualism o a un a unidad m ás general “superior" y “verdade­
ra”. A una persona que crea en D ios esto no le parecerá en absoluto

21 Reeherche de la vérité, EcLurcisjemt’ní IX: La Frunce st l'Afrique jjrodiiisent des espriis


bien différents. Le génie des Primeáis étant ruiturel, raisonnable, enními de tenues les manie­
res oucrées, etc. * (Francia y Africa producen espíritus muy diferentes. El genio de los
franceses es natural, razonable, enemigo de todos los modales desmesurados]. En cam­
bio ¡la fantasía (rmagmation) de Tertuliano parece relacionarse con los chaleurs d ’Afri-
queí E. Buss, “Montesquieu und Cartesius, ein Beitrag zur Geschichte der franzosis-
chen Aufklárungsliteratur”, PfufosofJiiscJíe Moríaishá/te, iv, Berlín, 1869/1870, pp. 1 y
ss., a quien por otra parte le corresponde el mérito de haber sido casi el único en ha­
ber visto la relación entre Malebranche y Montesquieu, pasa por alto justamente este
pasaje. Cfr. también Víctor Klemperer, Montesquieu, Heidelberg, 1914/1915.
una solución superficial producida por un Deus ex m achina; la percibirá
quizás com o sum am ente “orgán ica”, porque para el creyente, en Dios
no hay ningún dualism o por su propia esen cia. El D io s del sistem a
ocasionalista tiene esta función esencial: ser la verdadera realidad, en-
la que la oposición entre cuerpo y alm a desaparece en lo inesencial.
El D ios del ocasionalism o es diferente de la indiferencia absoluta de
Schellíng. En tanto el pensam ien to se m ueve cíclicam ente, no es o c a ­
sionalista, porque no sale de la circularidad de las oposiciones. Pero en
cuan to el “organism o" no está m eram ente polarizado e n oposiciones
-co m o en el caso de los rom ánticos, cu an do las sugestion es que pro­
vienen de Schellíng no confunden sus pen sam ien tos- un “tercero su­
perior” supera las con tradiccion es, de m odo que las co sas co n trapu es­
tas desaparecen en un “ tercero superior” y la oposición se convierte en
ocasión de este “tercero superior”. L a oposición de los sexos está supe­
rada en el “hom bre total”, la oposición de los individuos, en un orga­
nism o superior, eí “E stad o" o el pueblo, la división de los E stados en la
organización superior, la Iglesia- Esto que tiene el poder de utilizar las
oposiciones com o ocasion es p ara su actividad superior y exclusiva es la
realidad verdadera y superior.
Esto tam bién es verdad respecto de A d am Müller, que siem pre h a­
bla tan a gusto de m ediación y acción recíproca. S i algo puede diferen­
ciarse en la abigarrad a co n vergen cia de elem entos sch ellinguian os,
schlegelianos y de otros orígenes presentes en su pensam iento, es lo si­
guiente: la teoría de la oposición con la que había com enzado rechaza­
ba expresam ente una iden tidad absoluta com o “célebre m alen ten di­
d o ” y p ro clam ab a co m o p rin cip io últim o u n a e sp e cie de “ sín tesis
an titética” , esto es, la oposición: cad a cosa no es m ás que su opuesto,
la naturaleza es eí anti-arte, el arte es la anti-naturaíeza, la flor es lo
opuesto de la anti-flor y, por últim o, la m ism a oposición depende de la
anti-oposición. A quí, ante todo, todavía puede reconocerse claram en ­
te la vieja idea liberal del equilibrio, tal com o aparece en Shaftesbury y
Burke. Pero, para la m ism a época, M üller tam bién afirm a que la supe-
ración de las oposiciones no puede efectuarse por m edio de una acción
recíproca “m ecán ica”, sino que debe ocurrir por m edio de algo supe-
rior, la “idea". Siem pre señ aló que la idea de la h um anidad n ecesitó
de dos person as para su realización, varón y mujer. Tam bién dice que
todo co n trato supone dos partes, pero adem ás un tercero com ún, un
fundam ento, que abarque a am bos. La oposición que encuentra un a y
otra vez en la realidad, m uchas veces está sim plem ente “equilibrada” a
la antigua m anera liberal (por ejem plo, Verm. Schriften, I, p. 81), pero
m uchas otras ap arece com o la em anación de una identidad superior;
justam en te e n tales razon am ien tos la n u eva con cepción del m un do
veía su suprem acía sobre el racionalism o analítico del siglo anterior, ya
m uerto, y sobre la teoría “m ecán ica” del equilibrio. Sin em bargo, la
idea de em an ación no es aquí lo m ás im portante; el punto de partida
es la oposición presen te en la realidad con creta, que tiene que ser su ­
perada. Esta superación tiene lugar de form a que un tercero superior
(sea la idea, el E stad o o Dios) tom a la oposición com o un a ocasión p a­
ra m anifestar su fuerza superior. A dem ás, hay que tener en cuen ta dos
cosas; en prim er lugar, el razonam iento parte siem pre de una oposición
concreta y arriba a un otro concreto (el tercero superior); en segundo
lugar, las cosas co n cretas agrupadas en oposiciones sólo son interm e­
diarias de u n a fuerza m ediadora superior a la que la oposición íe d a
ocasión de expresarse. A sí com o M aíebranche habla de la communica-
tion com o ¡a verdadera fuerza, A d a m M üller habla de ¡a “m ediación”.
En el rom anticism o todo se explica por el hecho de que las oposicio­
nes y la m ultiplicidad concretas son absorbidas de ese m odo por algo:
superior. El papel del tercero superior puede representarlo, por ejem ­
plo, la com unidad, en consecuencia, todo es pensado en térm inos de
“sociabilidad" o “ asociación ”. La agudeza es sociabilidad lógica, el espí­
ritu es sociabilidad lógica, el dinero no es otra co sa que sociabilidad,
pero la com unidad, entendida de m anera rom ántica, n un ca es el pro­
ducto de los factores individuales, sino m ás bien ios individuos son
“ocasiones o incluso funciones" de la com unidad. C o n ello tam bién se
m uestra la o rien tación gen eral h acia el “ tercero su perior”, h acia la
verdadera realidad.
C uando los rom ánticos regresan al D ios de la m etafísica cristiana,
esta estructura del espíritu rom ántico se d estaca palm ariam ente. E n el
apéndice a sus Vorlesungen übe.r Logik* Friedrich Sch legel m en cion a
co n especial sim p atía a M alebran che y lo p on e m uy por encim a de
D escartes.2^ M ás tarde se dem ostró h asta qué p un to esta sim patía dei
rom ántico se fu ndaba en una identificación; ésta es decisiva para el
con cepto de rom anticism o, porque explica la conversión ai cato licis­
m o. Toda la filosofía del católico Schlegel provenía de un dilem a: n a­
turaleza y hom bre, o el hom bre (el espíritu) destruye la naturaleza (la
corporeidad), o la naturaleza destruye al hom bre; el idealism o de Fich ­
te y la filosofía de la naturaleza de Sch elling sólo eran para Schlegel
casos de la ap licación d e este dilema. L a salvación viene directam ente
a través de D ios. L a fuerte insistencia de Sch legel en la positividad de
la religión cristiana se explica ante todo por el hecho de que quería
n egar sus propios errores filosófico-naturalístas anteriores; pero esto
adem ás im plica finalm ente el reconocim iento incon dicion ado y decisi­
vo del tercero superior que interviene com o la causa verdadera.
A dam M üller ad op tó la filosofía de Sch legel, a m enudo h asta en
sus form ulaciones lite r a le s/4 Sin em bargo, e sta vez no era u n a de las

* Lecciones sobre lógica.


13 En la edición de Windischmann, 1.I, Bonn, 1836, pp. 436, 437; allí trata a Male­
branche como un ejemplo notable de “cómo en aquella época y de la filosofía cartesia­
na sale un hombre que lleva hacía la filosofía antigua y hacia la revelación’. Cfr. tam­
bién Windischmann, II, 475: la necesidad causal es un engaño de los sentidos. Novalis
menciona de paso el ocasionalismo en los Studienhefte, fragm. 140 (Minor, m, p, 190).
Los fragmentos decisivos son los N9 27 y 66. El libro Malebranches Geist im Vfcrhditnh ru
dem phihíophischni Geisr der Gegemian *[E l espíritu de Malebranche en relación con el
espíritu filosófico de! presente], aparecido en Leipzig en 1800, no tiene referencias al
romanticismo; el autor anónimo se reconoce como kantiano y admirador del prof.
Schuii. Schopenhauer está demasiado influido por el clasicismo como para que pudiera
encontrar la “verdadera causa” en la comunidad o en la historia; en cambio, la con­
ciencia de su relación con el ocasionalismo es especialmente fuerte: Die Wek ais Wille
und Vorscellung *[E1 mundo corno voluntad y representación], iv, § 60, y i, § 26.
Dí’e mnere Staatshauslialtung syscanatach dargestellt auf theologischer Gntndlage,
Erster Versuch *[L a administración interna de un Estado expuesta sistemáticamente
en sus fundamentos teológicos. Primera tentativa.), Concordia, 2° fascículo, Viena,
1820, pp. 87 y ss. (Ges. Schriften, pp. 263 y ss.)
tantas en las que sucum bía a la sugestión de im presiones h eterogé­
neas, pues aqu í se trataba de una con secuen cia inm anente a su p r o
pia m an era de pensar. M üííer siem pre buscaba la esen cia de [as cosas
en un a esfera distinta de aquella a la que pertenecían y de este m odo
pasaba de un dom inio al otro. L a esen cia del dinero com o un factor
económ ico no se encontraba p ara él en lo económ ico, sino en lo jurí­
dico; la esen cia de lo jurídico no se encontraba en lo jurídico m ism o,
sino en lo teológico; el derech o privado y el derech o público, que
dentro de lo jurídico constituyen un a oposición cualitativa, deberían
volverse d iferen cias im aginarias, si no m eram ente cu an titativas. En
su escrito Ü ber die Nofrwendigkeít eíner tfreoiogííchen Grundlage der
Staatsivisse.nschaften, el sen tid o de todas sus afirm aciones es eí s i­
guiente: el hom bre no puede dar un paso sin que se abra un abism o,
por eso la eterna disputa entre legitím ism o y liberalism o sólo puede
dirimirse por una intervención de D ios, Sólo D ios m ueve la historia.
M üller utiliza políticam ente estas ideas para oponer una simple o b je ­
ción a las aspiracion es de libertad del pueblo, las que se apoyan en su
gran sacrificio y en sus hazañas en las guerras de independencia: los
grandes triunfos y la derrota de N ap o león fueron obra de D ios y no
de los hom bres, por lo tanto, los pueblos no pueden derivar de ellos
ninguna reivindicación política. A n tes, cuan do todavía estaba bajo la
influencia de la filosofía de la naturaleza, habría dicho que eran obra
de la “v italid ad ” nacional, que sólo se produce en la oposición entre
príncipe y pueblo (cfr. Eíemente, II, p. 249), o el resultado del d esarro­
llo histórico orgánico, porque co sas tan grandes no podrían ser “ h e­
ch as” por los hom bres. Siem pre se trata - e n caso de que no se refiera
a u n a a p o lo g ética p olítica del m o m e n to - de que la oposición que
existe entre los h echos con cretos p rovoca la actividad exclusivam en­
te verdadera de la realidad exclusivam ente verdadera.
Es propio de la situación rom ántica m antenerse al m argen de varias
realidades - e í yo, el pueblo, el Estado, la h isto ria- y hacer jugar las
unas contra las otras, lo cual es, por cierto, desconcertante y oculta la

* Sobre la necesidad de una fundamentación teológica de tas ciencias políticas.


estructura sim ple de su idiosin cracia. U n o casio n alism o con varias
“causas verdaderas” que actú an desorden adam en te podría en gañ ar a
cualquiera acerca de su verdadera naturaleza. El ocasionalism o rom án­
tico es un ocasionalism o que pasa de u n a realidad a otra y para el cual
el “tercero superior” -q u e por necesidad ocasionalista implica algo dis­
tanciado, extraño, o tro - perm anentem ente se m ueve h acia otro cam po
en busca de algo otro y extraño, y finalm ente, al caer la idea tradicional
de Dios, lo otro y extraño se vuelven un o con lo verdadero y superior.
Sólo así se consum a com pletam ente el rom anticism o. En tanto que eí
rom ántico se percibe a sí mismo com o el yo trascendental, no tenía que
preocuparse por la pregunta por la cau sa verdadera, pues él m ism o era
el creador del m un d o en que vivía. F ich te h ab ía recon ocido en los
“Fundam entos” de su D octrina de la ciencia que la parte sistem ática de
su doctrina es spinozismo, “excepto que cad a yo singular mismo es la
sustancia suprem a” , el D ios del sistem a spinozista. A h ora el m undo era
explicado desde el yo, pero no com o el esse-percipi* de Berkeley, sino
com o actividad creadora del yo. La situación del rom ántico, e n to n ce s,.
consiste en que por m ás que se reserve la identificación con el creador ;
del m undo, no puede, sin embargo, m antenerla, porque para el sujeto
empírico particular es una im posibilidad fantástica. A fin de cuentas,
también Fichte había vuelto a distinguir entre el yo “verdadero” y el
empírico y así había vuelto a provocar la antigua inseguridad en la rea­
lidad psicológica, de la que aquí todo depende. Los rom ánticos no a l­
canzaron la identificación con el pueblo o con la historia, la buena con ­
ciencia hegeliana les fue ajena. D e este m odo, se deslizaban de un a
realidad a otra, del yo al pueblo, a la “idea”, al Estado, a la historia, a la
iglesia, siempre - e n tanto siguen siendo rom án ticos- enfrentando una
realidad contra otra y nunca llegando a una decisión en estos juegos de
intrigas con las diversas realidades. L a realidad de la que hablan está
siempre en oposición a otra, lo “verdadero”, lo “genuino”, significa el
rechazo de lo real y presente y finalm ente es sólo lo que está en otro
tiem po y otro lugar, sim plem ente lo otro. E n tanto hom bres concreta-

* Ser es ser percibido.


m en te e x isten tes, no pod ían tom ar com o v erdaderas re alid a d es las
con struccion es de filosofía de la naturaleza y de filosofía de la historia
con las que m anipulaban el universo; las palabras que usaban eran in-
sustacíales, porque sólo hablaban de sí m ismos, no de los objetos. “N o
se quiere vivir, sino charlar de la vida", decía Solger. Siem pre se vuelve
a asegurar, en repeticiones vacías y fastidiosas, que se trata del co n cep­
to “au tén tico ”, no del falso, de lo “ verdadero", lo “real", de la “au tén ti­
ca” libertad , la “verd ad era” revolución, el “verdadero " sacerd o te, ía
“verd ad era” religiosidad, el “verdadero” libro, la “verdadera” populari­
dad, del “verdadero” espíritu com ercial, la “verdadera” república (cuya
esen cia consiste en ser “autén tica” m onarquía), la “auténtica” jurispru­
dencia, el “verdadero” m atrim onio, el “verdadero" rom anticism o, los
“verd ad ero s” estudiosos, las personas “realm ente" cultas, la “au tén tica”
crítica y los “verdaderos” artistas - u n a enum eración que fácilm ente po­
dría extenderse a m uchas p ágin as-, Pero no se crea un nuevo con cepto
agregando el predicado “autén tico” a uno viejo. D espués de que había
pasado la embriaguez de ser creador del m undo, sobreviene la sim ple
inversión en el estado de ánim o y la desilusión: el sujeto que ju ega iró­
nicam ente con el m undo se siente objeto de la ironía de m uchas reali­
d ad es verd aderas. Eí hegeliano h ablaba de astucia de la razón, pero
creía estar detrás de los bastidores de la historia universal y sabía de
qué se trataba; o había sido m ás astuto que la astucia de la historia
universal, o había intervenido legítim am ente a favor del verdadero fu n ­
dam ento. El rom ántico, en cam bio, estaba inm ediatam ente en un e sta ­
do de desesperación, porque diferentes realidades actuaban en él deso r­
d en ad a e irónicam ente.
S e podría creer que este estad o habría destruido a un hom bre espí­
ritu alm ente y, ya que su vida servía exclusivam ente a fines espirituales,
tam bién físicam ente. En lugar de eso, el rom anticism o term inó co m o
fenóm eno de conjunto en el Biedermeier, un final quizás no desh on ro­
so, pero tam poco trágico. El desgarram iento revolucionario se volvió
idilio, el burgués se entusiasm a con el rom anticism o y ve en él su ideal
artístico y su reposo. La oposición cíclica entre revolución e idilio se
cierra, el rom ántico irónico se había convertido en la víctim a de una
ironía m aligna. Sch legel h abía p roclam ad o en Atheniium que la poesía
rom ántica, universal y trascendental, com ienza com o sátira, está sus­
pendida com o elegía en el m edio de su parábola y term ina com o idilio
en la absoluta iden tidad de lo ideal y lo real. A sí es com o sucedió efec­
tivam ente. Es un error rom ántico llam ar “seudorrom anticism o” a los
idilios del Dresdner Uaderkreis, ese grupo de filisteos diletantes; era la
culm inación del rom anticism o. Tam bién la A ustria biederm eieriana,
sobre la cu al se lam entaba el inteligente y severo Jarcke: “una poesía
m elodiosa, pero hueca, descuidada y anticristiana en su esencia más
íntim a, que d ebilita ia cap acid ad d ialéctica de las personas cultas y
em bota el instinto ético” ; tam bién ese idilio filisteo pertenece ai ro­
m anticism o. El rom anticism o había com enzado satirizando al filisteo;
en éi descubría la realidad ch ata y vulgar, el opuesto com pleto de la
realidad superior y verdadera que el rom anticism o buscaba. El rom án­
tico odiaba al filisteo; pero resultó q u e el filisteo am aba al rom ántico y
en una relación sem ejante la superioridad estaba evidentem ente del
lado del filisteo.
La lucha de las realidades no había desgarrado in realitate al rom án ­
tico, pero lo había ofendido. Era un a lucha en la que el rom ántico no
participaba,'activam ente, porque sólo pensaba en afirmarse a sí m ism o y
su subjetividad. H abía sido espectador de una lucha y estaba estrem eci­
do por las sensaciones. M aíebranche definía a los hombres com o espíri­
tus creados; des substdnees qid apergoweni ce qui les touche ou les modífie.*
Esta podría ser un a definición del rom ántico -d e jan d o de lado el con ­
cepto prekantiano de sustan cia-, pues el problem a del ocasionalism o
no es sólo m etafísico, sino tam bién ético en la m isma m edida. C on cier­
ne a la antigua pregunta por el libre arbitrio del hom bre, es decir, por el
grado y el con tenido de su actividad. El rom ántico, ilusionado por la
D octrina de la cien cia de Fichte, h acía todo, desde luego, eo ipso, y sólo
era responsable frente a su yo autónom o. Pero en tales casos, todo y n a­
d a son idénticos en la práctica y la pregunta perm anece: ¿en qué co n ­

* Círculo lírico de Dresde.


* Sustancias que perciben aquello que los toca o modifica.
siste la actividad del hombre? Según la ética de los sistem as ocasionaos-
tas, sólo en un m ovim iento del ánim o. Un acto ético es un acto de e v a ­
l u a c i ó n , ei hombre acom paña una acción ajena con su consentim iento

'o rechazo, con un juicio afirm ativo o negativo. S u libertad consiste en'
en el consentement, en una percepción del valor, un juicio o una crítica.;
Precisamente, en la ética de los sistemas racionalistas se tiende a cir-
cunscribir la actividad h um ana al consemus respecto de la legalidad in ­
variable de los hechos. Sin em bargo, en eí rom anticism o esta idea sufre
una torsión hacia lo em otivo y es sentim entalizada. D e todos modos,
ello ya empieza en M alebranche. D ios crea y produce, eí hombre sigue
los hechos en su ánim o, participando en el proceso sólo de esta m an e­
ra. Donde la verdadera realidad era percibida en form a clara y unívoca,
com o es el caso dé M alebranche - a l que se puede considerar un cristia­
no católico sincero, aun cuan do interpretara la muerte de Cristo com o
una m era occasio de la reden ción -, él sentim iento de ser occasio en la
m an o de D ios no exclu ía un a conciencia de la respon sabilidad; los
hom bres que estaban tan firm em ente arraigados en su ambiente religio­
so, social y nacional pertenecían a ¡a com unidad que crecía alrededor
de ellos y con la cual ellos m ism os crecían. E s distinto cuando el o c a­
sionalism o se subjetiviza, es decir, cuando el sujeto aislado considera al
m undo com o una occasio-, en ese caso, su actividad consiste exclusiva-
m ente en la estim ulación fan tasiosa de sus afectos. E l rom ántico reac­
ciona sólo con su afecto, su actividad es el eco afectivo de una activi­
d ad necesariam ente ajena.
La característica del tipo espiritual que puede designarse como oca-
síonalista consiste ante todo en que, en lugar de dar una solución del
problema, busca la disolución de los factores del problema. A la pregunta
acerca de cóm o pueden interactuar cuerpo y alma, la respuesta dice: la
cuestión no es ía acción de cuerpo y alma, pues ambos son absorbidos en
el tercero infinito y que los abarca, en Dios, que es el único que actúa.
Esta respuesta es sólo una manifestación de la orientación básica esencial
y m ás profunda de este tipo espiritual. El ocasionalista, para quien el
m undo pende de Dios, no piensa de manera propiam ente panteísta, sino
panenteísta; de este modo, toda actividad parece estar concentrada en
D ios y la acción m ás m eritoria es una gracia, un regalo de D ios. En
A dam Müller se encuentra un claro ejemplo de este panenteísmo, trans­
ferido de Dios al Estado, cuando afirma (Elemente i, p. 66) que el hombre
en todas partes y en todas las épocas “sin el Estado no puede oír, ni ver, -
ni pensar, ni sentir, ni amar, el hombre no puede pensarse m ás que en di
Estado”. Pero si se considera m ás de cerca el concepto ocasionalista de
Dios, la actividad de D ios tam bién se vuelve problem ática. En el caso de
Descartes, Dios es una voluntad absoluta que en su arbitrio ilimitado ha­
ce lo que quiere. M alebranche, en cambio, convierte a Dios en un orden
general que se cumple en perfecta arm onía y en el que incluso la acción
de la gracia es conforme a la ley. La aversión fundam ental contra toda
actividad y efectividad personales conduce consecuentem ente a una idea
de D ios en la que está suprim ida la personalidad de Dios. Descartes ve el
fundam ento de las leyes morales en la voluntad de D ios; para Malebran-
che, éstas son un ordre étemel, en el que Dios no puede cam biar nada. Es
verdad que M alebranche detestaba el panteísm o de Spinoza y protestaba
contra el hecho de que para éste la verdad o la legalidad estuvieran in ­
cluso por encima del Dios personal; por eso llegó a acusar a Spinoza de
ateísmo- Sin embargo, tam poco puede evitar la consecuencia de que el
D ios personal se transforme en un orden natural, en un ordre en génércd.
En M alebranche, la generalidad de la idea de ordre sólo aparentem ente
es una forma de racionalismo cartesiano, en realidad significa la disolu­
ción de ía actividad de D ios en una armonía general. ¿Por qué Cristo
íundó una Iglesia? Lordre le v a a aími. ¿Por qué las plegarias piadosas son
atendidas? Lordre veiit qu’elles soíeiu exaucées. ¿Por qué el pecador no es
escuchado? Lordre ne le veut pos * Estos argum entos se apoyan en una
convicción que fue considerada impía por los ortodoxos. ¿Cóm o puede la
filosofía -se preguntaba Fén elon - querer limitar la actividad de Dios? Es
cierto que de esa m anera Dios está sometido a un orden general y que se
vuelve imposible la orden autoritaria y toda actividad. A quí hay una an a­
logía con la manera de pensar de los revolucionarios políticos que busca-

£1 orden así lo quiere; el orden quiere que ellas sean atendidas; el orden no lo
quiere.
ban subordinar al m onarca a la volunté genérale. Es la antigua oposición,
para la cual Tertuliano encontró ia formulación clásica: audaciam existimo
de bono praecepti disputare, ñeque enim quia bonum est, idcirco auscultare
¿ebemns, sed guia deus praecipit* A sí tam bién M alebranche fue d e s e n n a ­
c a r a d o com o ateo y el jesuíta H ardouin lo incorporó junto con D escar­

tes, Pascal y otros, a la lista de sus A th é detecti. Sainte-Beuve calificó de


loco al padre H ardouin, por haber llam ado ateo a Pascal. Pero no era eso,
sino sólo un pedante rabioso a causa de su gran erudición. Sin embargo,
los rem ándeos alem anes Schlegel y Müller habían calificado com o ateos
a sus propios pasados, y quien am a las frases hechas podría resumir sus
respectivos desarrollos en la definición siguiente: un M alebranche que se
convirtió en el padre Hardouin.
Esta con cepción no surge de un. sentim iento abstracto del derecho
ni, com o en K ant, de una estructura jurídica del pensam iento; ni si-
quiera en su caso m ás extrem o el ocasion alista podría ser un p edan te o
un tirano de la ley. N o quiere actu ar y m enos aún im poner algo. A sí
com o para el ocasio n alista es esencial esquivar el problem a de partida
-e l de la acción recíproca entre cuerpo y alm a-, tam bién lo es eludir
toda realidad y activid ad concretas, convertir toda actividad m un dana
finita en occasio para la actividad verdaderam ente esencial y atribuirse
a sí mismo sólo el consentement, es decir, la disposición a acom pañar.
En el rom anticism o esto se m uestra de una m anera todavía m ás n oto­
ria y el con cepto de occasio desarrolla com pletam ente su fuerza disol­
vente, pues ahora D ios n o está m ás en el centro com o algo absoluto y
objetivo, sino que el individuo con sidera al m undo com o occasio de su
actividad y productividad. Incluso el acontecim iento extern o m ás im­
portante, una revolución o una guerra m undial, le es en sí indiferente;
el hecho recién se vuelve significativo cuando se convierte e n ocasión
de una viven cia im portan te, de un apergu* genial o de alg u n a otra
creación rom án tica. Por lo tanto, sólo tiene verdadera realidad lo que

* Considero una osadía disputar acerca de la bondad de los preceptos divinos, de­
bemos obedecerlos, no porque sean buenos, sino porque Dios los ha prescripto.
* Intuición.
el sujeto convierte en objeto de su interés creador. Por m edio de una
sim ple inversión, el sujeto se vuelve creador del m undo: define como
, m un do sólo aquello que le sirve com o ocasión para un a vivencia. A quí
parece concentrarse una inm ensa conciencia de la personalidad para
una inm ensa actividad. A p esar de ello, el am or propio del rom ántico
no m odifica en n ad a él h ech o psicológico siem pre presente en el tipo
ocasion alista, esto es, que no tiene otra actividad que su estado de áni­
m o, al cual aprecia bastan te m ás que a la actividad “ordinaria”. EL in­
quebrantable subjetivism o del rom anticism o tem prano vio ya un m éri­
to e n la vivencia an ím ica. El afecto com o hecho psíqu ico era en sí
interesante y ya con su transform ación en una obra artística o lógico-
siste m ática, la viven cia p arece am en azada en su plen itu d vital. Se
e xaltan los sonidos de la naturaleza; un gemido, un grito, un a excla­
m ación, “el beso que el niño p o e ta h a exhalado en su can to ingenuo"
b astab an com o obras rom án ticas y eran percibidas com o acciones por
un círculo de alm as afines. U n am igo puede causar u n a em oción m ás
profunda por m edio de un suspiro que un extraño con el poem a m ás
herm oso; si sólo se trata de la intensidad de la em oción subjetiva, el
gem id o del am igo sería e n to n ce s el logro artístico m ás im portante.
P ronto se descubre, por cierto, la necesidad de una "gim n asia” de la
creación artística y el rom ántico ten ía que estructurar o transcribir su
estad o de ánim o al discurso articulado, es decir, som eterse a determ i­
n ad as leyes estéticas o lógicas. A quellos rom ánticos que efectivam ente
ten ían talento, por ejem plo, lírico, de ningún m odo renun ciaron a ha-
cer buenos poem as en los que su estad o de ánim o vibraba e n form a lí­
rica. Ello im plicaba el reconocim iento de un cierto ordre q u e se lim ita­
ba en verdad a ía región de lo estético. Pero tam poco se puede pasar
por alto que para el sujeto rom án tico toda forma de arte de la que se
servía era sólo una ocasión , al igual que cualquier otro elem ento co n ­
creto de la realidad que sirviera de punto de partida para el interés ro­
m án tico. El estado de ánim o del sujeto era el centro de esta forma de
productividad; perm anecía com o temimus a quo y ad tjwem, se tratara
de poesías líricas, de crítica literaria o de un razonam iento filosófico.
El ob jeto siempre era solam ente ocasional.
En estas circunstancias, el m undo exterior no es negado totalm en ­
te. C ad a elem en to concreto del m undo exterior puede ser m ás bien el
“punto elástico", es decir, el comienzo de la novela rom ántica, la occa-
sio para la aven tura, el punto de partida del juego fantástico. D e allí la
“coloración sen su al” del rom anticism o, en oposición al m isticism o. Eí
rom ántico, que no tiene interés en cam biar in reedítate el m undo, lo
considera bueno cu an d o éste no perturba su ilusión. La ironía y la in ­
triga le ofrecen suficientes arm as para asegurar su autarquía subje tivis­
ta y m antenerse en su postura ocasionalista; en lo dem ás, el rom ántico
deja libradas las co sas exteriores a su propia legalidad. El revoluciona­
rio del espíritu, aun cuando postula teóricam ente el tum ulto y el caos,
am a el orden exterior de la realidad ordinaria. T ien e que llam ar la
atención el hecho de que M alebranche, quien convierte ei amour de
l’ordre en la virtud m ás im portante de su sistem a ético, quiera aferrarse
al cristianism o positivo-eclesiástico, a pesar de su racionalism o panen-
reísta. Juzga con gran intolerancia a los perturbadores del orden ecle­
siástico y le parecía inconcebible que él m ism o pudiera entrar en un
verdadero conflicto con el orden externo del círculo en eí que vivía.
La aversión h acia los conflictos extem os, que es natural en los filóso­
fos, hace surgir en el ocasionalism o la oposición específica de dos ex­
tremos polarizados: la superación de toda realidad en D ios y el recon o­
cim ien to de la realid ad en su carácte r p ositivo . Los o casio n alistas
consideraron com o una inclinación pecam inosa al esfuerzo por hacer
algo; lo han analizado con sutilezas psicológicas que a m enudo recuer­
dan los sorpren den tes autorretratos de los rom ánticos. Pero incluso
G eulin cx, que sin em bargo descubre precisam ente en este punto al
diabohis ethicus, exige con la m áxim a severidad en su ética que se cum ­
pla lo que a uno se le presenta com o deber en el círculo en el que vive.
Es ésta una especie de quietism o que puede ser caracterizado com o p a ­
sividad legitim ista, porque, si bien previam ente h a vuelto inesencial lo
dado en la realidad positiva, sin embargo, lo vuelve a reconocer com o
tal y no le perm ite ningún cam bio.
La particularidad del ocasionalism o rom ántico consiste en que sub-
jetiviza al factor principal del sistema ocasionalista, esto es, Dios. En el
m u n d o burgués, el individuo separado, aislado y em ancipado se con ­
vierte en centro, en in stan cia últim a, e n absoluto. L a ilusión de ser
Dios sólo podía perdurar, naturalm ente, en relación con sentim ientos
panteístas o p an en teístas; de ah í que en la realidad psicológica se a so ­
cie con otros afectos m enos subjetivistas, no obstante, el sujeto siem ­
pre pretende que lo único interesante sea su experiencia. Esta preten­
sión sólo puede realizarse dentro de un orden burgués reglam entado,
porque de otro m odo faltarían las “condiciones extern as” p ara dedi­
carse en paz al propio estad o de ánim o. D esde el punto de vista psico­
lógico e histórico, el rom anticism o es un producto de la seguridad bur­
guesa, E sto p u d o d e sco n o ce rse p or ta n to tiem po só lo m ie n tra s se
com etió el error de tom ar casualm ente com o el rom anticism o m ism o
objetos preferidos p or los rom ánticos, com o la caballería o ía E dad
M edia, es decir, algunos temas y ocasiones de interés rom ántico. U n
caballero bandido puede ser una figura rom ántica, pero de ningún m o­
do es un rom án tico; la E dad M edia es un conjunto fuertem ente ro-
m antizado, pero no es rom ántica. S ó lo el sujeto rom án tizante y su ac­
tividad son de im p ortan cia para la d eterm in ación del c o n c e p to de
rom anticismo. Es verdad que este sujeto no rom antizó su supuesto, el
orden burgués, sino m ás bien ironizó sobre él, pues este orden era pre­
sente y actual. S e ha dicho no sin tazón que el ideal político de Schle-
gel se encontraría m enos en ía E d ad M edia que en el E stado de policía
“al estilo alem án de entonces, es decir, m eticuloso-pedan te”.25 Q u e el
sujeto genial destronara a D ios era u n a revolución, pero com o el ro­
m án tico sigue: siendo ocasion alista, sólo era una revolución “espiri­
tual” , es decir,: exclusivam ente estética. L a term inología revolucionaria
con la que surgió el rom anticism o inicial se explicaba precisam en te
por el carácter ocasionalista del rom anticism o: la revolución era en ­
tonces el acon tecim iento grande e im presionante que e stab a suficien­
tem ente alejado de A lem an ia; por lo tanto, el rom ántico reaccionaba
según esta orien tación . La posibilidad de una revolución política real

25 W. Metzger, Gesellschafc, Recht und Staíit in der Echik des deucschen ideafamus,
1917, p. 258.
en la que pudiera e star com prom etido personalm ente no le viene a la
m ente. Por m ás que su fraseología fuera revolucionaria o reaccionaria,
belicosa o pacifista, hereje o cristiana, el rom ántico n un ca estuvo d eci­
dido a abandonar el m undo d e su vivencia sentim ental y cam biar algo
de aquello que sucede en la realidad ordinaria.
¿Pero cóm o llega e! rom anticism o a la acep tació n o rechazo cam ­
biantes de cu alq uier acon tecim iento, por ejem plo, de la R evolución
Francesa? El rom ántico sigue el desarrollo histórico a través de acom ­
pañam ientos em otivos. A firm aciones y negaciones, por m ás d estaca­
das que sean en el ám bito de la crítica literaria, histórica o política, no
pueden ser co n sideradas com o expresiones de u n a verdadera decisión.
Porque afirm ación y n egación significan aquí sólo una antítesis, u n a
oposición. La estructura “an titética” de las m anifestaciones rom ánti­
cas tiene un doble fundam ento, un o form al y otro m aterial. Form al­
m ente se agrupan las palabras, conceptos e im ágenes de acuerdo con
el punto de vista estético del con traste; el significado de este m om ento
estético será ejem plificado en el siguiente capítulo, especialm ente en
relación con la produ ctividad de A dam M üller. A q u í se trata de las
antítesis m ateriales en los e stad o s de ánim o y sentim ientos, que se
oponen naturalm ente unos a otros, com o placer y displacer, alegría y
dolor, aceptación y rechazo, afirm ación y negación, consenso y repu l­
sión. Sin em bargo, una reacción acen tuad a de placer o displacer a un
estím ulo no es una actividad; un hombre no se vuelve una personali­
d ad activa en sentido m oral porque sienta placer o displacer de m an e ­
ra m ás intensa, ni tam p oco cu an d o su estado lo induce a tran scripcio­
n es con m ovedoras. A h o ra bien, las acep tacio n es y rechazos que se
encuentran en el razonam iento de los rom ánticos son esas transcrip­
ciones, porque no significan que el autor se haya decidido en eí se n ti­
do corriente del térm ino y quiera intervenir en el m undo exterior. El
rom ántico en absoluto podría aventurarse en el m ecanism o de cau sa y
efecto o en la su jeción a una norm a sin realizar sus infinitas posibilida­
des en una realidad lim itada y sin salir de su creatividad subjetivista.
N o podría d ecid irse sin ren u n ciar a su iron ía superior, es decir, sin
abandonar su situ ación rom ántica. El rom ántico no quiere m ás que te­
ner experien cias y transcribir sus viven cias en su plenitud em otiva; por
eso sus argu m en tacion es y co n clu sion es se con vierten en las figuras
que reflejan sus afectos afirm ativos y n egativos, los cuales, un a vez que
percibieron e n un objeto del m un do exterior el estim ulo desen cade­
n ante y ocasion al, giran alrededor de sí m ism os “en círculos sublim es”.
E n la perífrasis de los estados em otivos de acep tació n y de rechazo
se d esarrolla un a p rod u ctivid ad ro m án tic a peculiar, u n a cuasi-argu-
m entación, que tiene una técn ica particular. Es n atu ral parafrasear la
acep tació n h ab lan d o de algo com o positivo; a esto se contrapone lo
rech azado co m o algo n egativo. P ositivo se usa an te to d o sólo en el
sentido de afirm ación; pero a partir del hecho de que los rom ánticos
se un en al cristianism o positivo, recibe un significado especial que lu e­
go se am plía por m edio de una n ueva m odificación, pues H aller usa la
palabra en sentido específico. Lo positivo es io viviente, lo negativo,
n aturalm en te, lo m uerto. Lo viviente es orgánico, lo m uerto, m ecáni­
co (o tam bién, en el caso de Sch legel, dinám ico) e inorgánico. Lo or­
gánico es, naturalm en te, lo auténtico, lo m ecán ico-sucedán eo, etc. De
este m od a, las siguientes listas pueden form arse con facilidad de los
ensayos de Friedrich Schlegel y A d am M üller:

Positivo Negativo
viviente dinámico - mecánico
matemático - rígido
orgánico inorgánico
auténtico o verdadero sucedáneo (apariencia, engaño)
duradero , momentáneo
conservador destructor
histórico : arbitrario
fijo caótico
pacífico faccioso, polémico
legítimo revolucionario
cristiano pagano
es tamen tai-corporativo absolutista - centralista
Los elem en tos in dividuales de am bas series tienen una historia e s ­
pecífica. Es obvio que viviente y orgánico van juntos, pues así h abía
com enzado el rom anticism o; A d am Müller introdujo la d uración y el
instante en la argu m en tación rom ántica; en el caso de lo positivo se
diferencia entre lo positivo viviente y lo positivo de los h echos m ate ­
riales crudos {esto últim o se le reprochó a H aíler); “ fijo" no es “p ositi­
vo” en el sentido específico de la terminología del rom anticismo tem pra­
no, pero en el añ o 1820, por la fixité de Bonald no podía entenderse otra
cosa que “positivo", adem ás, tiene en "rígido” su negativo, de m odo
que se puede diferenciar. Pero las relaciones concretas a las q u e se
aplica este esq u em a son relativam ente intercam biables. S i se las p u e ­
de subsum ir bajo un elem en to de una serie, es fácil desarrollar toda la
serie y brindarle a la argum entación un fuerte m ovim iento. Los ele­
m entos in dividuales se fu ndan y se apoyan m utuam ente. Si, por ejem-
pío, la revolución aparece com o el com ienzo de una n ueva v id a, es
fácil darle los predicados de la serie positiva y afirmar que era “en v e r­
dad" un m ovim iento cristiano, dirigido con tra el absolutism o ilumi-
n ista y p agan o. Si, en cam bio, lo legítimo aparece com o lo h istórico, y
lo histórico es lo orgán ico, entonces lo legítim o es tam bién, en c o n se ­
cuen cia, lo viviente; ahora bien, com o revolucionario es la n egació n
de lo legítim o, “en co n secu en cia”, lo m eram ente instantáneo, lo in o r­
gánico, lo m ecán ico, lo pagan o, tiene que ser tam bién, de m an era por
dem ás curiosa, lo rígido. El E stado de policía de M etternich es sin d u ­
da legítim o, p or lo tan to, es cristiano, autén tico, orgánico, viviente, y,
si se com prendiera correctam en te a sí m ismo, debería volverse esta-
m ental-corporarivo. Pero sí alguien quisiera deducir de e sto q u e esta
cíase de E stad o puede ser llam ado absolutista, sim plem ente dem o s­
traría que éste, por el contrario, es revolucionario, que carece de legi­
tim idad en el sentido m ás elevado y que su legitim idad sólo es un su ­
cedáneo de la legitim idad auténtica, orgánica e histórica. L a Prusia
cen tralista de Federico II, por este m otivo, se ha convertido e n un E s­
tado revolucionario p ara los rom ánticos; en consecuencia, su orden
no era au tén tico sino sólo un caos im pedido por m edio de un m e c a ­
nism o artificial, com o tam bién ocurría co n el Estado de N ap o le ó n .
Por io tan to, un sistem a de argu m en tación sem ejante es “un bastón
con dos extrem os”; ya que puede m overse en direcciones diferentes
según de qué lado se lo em puñ e. A d am M üller opina, por ejemplo,
que ía altern ativa m artillo-yunque está fu ndada e n el derech o n atu ­
ral-positivo ¿qué le im pide arm ar la siguiente serie?

martillo yunque positivo negativo


arriba abajo cristiano pagano

N o precisam ente el con tenido objetivo de sus conclusiones y argu­


m entos, sino una determ inada afirm ación o negación independiente de
éstos. Ésta es el motor de un a argum entación aparente, cuyas fórmulas
insustanciales pueden adaptarse a cualquier estado de cosas. El comen-
tement del ocasionalista rom ántico se crea una tram a que no es afecta­
da por el m undo real externo y por eso tam poco es refutada. Esta pecu­
liar productividad requiere aún de un tratam iento m ás m inucioso.
Eí sujeto lim itado a su vivencia, que a pesar de eso quiere desarro­
llar una productividad, pues no puede renunciar a la pretensión de sig­
nificar algp com o sujeto, bu sca plasm ar artísticam ente su vivencia. Este
es el hecho psíquico en que se basa un interés exclusivam ente estético.
El sujeto genial, que produce una obra de arte, se identifica con Dios,
que crea el m undo. Sin em bargo, la estructura ocasionalista del rom an ­
ticism o perm anece, incluso frente a esta desviación respecto de la ética
del ocasionalism o histórico, si bien de aquí se han generado todas las
tum ultuosas expresiones deí rom anticism o, a partir de las cuales algu­
nos quisieron explicar su esencia. C om o filósofo cartesiano y bajo la in­
fluencia de la Escolástica, M aíebranche había recurrido a elem entos in­
telectuales dem asiado sólidos com o para haber podido fundar una ética
en un m ero afecto. N o renuncia a un conocim iento racional claro e in­
cluso ve la explicación de to d a acción inm oral en un error que se basa
n u evam en te en un ju icio p recip itad o; n u estros apetito s sen suales y
nuestra fantasía nos instan a juzgar dem asiado rápidam ente. Es cierto
que sus contem poráneos ya habían percibido que, desde el punto de
vista psicológico, en su m inuciosa descripción de las fuentes de error,
en especial de los errores que genera la fantasía, salió a la luz un co n o ­
cimiento causal algo sospechoso. A p esar de eso, sigue siendo decisivo
que, para M alebran che, D ios - y p or cierto el D ios de la m etafísica cris­
tiana tra d ic io n a l- sea el factor ab so lu to de su sistem a y q u e, com o
hombre, esté com pletam ente dentro la tradición aún n o disuelta de su
época. El rom án tico, en cam bio, con su ocasion alism o subjetivizado,
puede juzgar sólo en el im pulso extrem o; no sólo define y com bin a rápi­
dam ente todas las ciencias y artes, todos ios pueblos y naciones, el Es­
tado, la Iglesia y la historia universal, no sólo sabe captar la esen cia o la
“totalidad” del arte de gobernar, de la política, de ía agron om ía - d e
m odo que T ieck finalm ente se queja de todas las revistas e n las que se
entera m ensualm ente de lo que el autor h a aprendido de nuevo, en las
que la ignorancia y la anarquía espiritual, m intiendo y distorsionando,
descubren todos los días una n ueva filosofía (m enciona com o ejem plo a
A dam Müller y dice que no excluye a A thenaum )-, un rom ántico, por
lo dem ás, tiene que considerar que entregarse ai im pulso m aravilloso
de la propia fan tasía es una necesidad vital que debe postularse esen ­
cialm ente. El rom ántico, pues, llega tam bién a resultados -n atu raim en -
te, siempre sólo provisorios-, a form ulaciones punzantes e im pactantes,
a construcciones “an titéticas”, a fragm entos estrepitosos, que incluso
utilizan las form as de la ciencia m ás abstracta, la m atem ática. T odo es­
to no puede ponerse en relación ni co n Ía ciencia ni con la ética. La
única productividad que el sujeto puede desarrollar en esta situación es
de tipo estético.
En la obra de arte está superada la realidad ordinaria de las relacio­
nes causales, el artista puede poner en m archa una fuerza cread o ra sin
ceder al m ecanism o de la causalidad. El arte suprem o en sen tido ro­
m ántico y en el que puede reconocerse una productividad específica­
m ente rom ántica es la lírica m usical y una especie de m úsica lírica. D e
allí se originó el error rom ántico de considerar toda m úsica com o algo
particularm en te rom ántico. L a gran m úsica de los sigíos XVI, x v il y
XVIII con sus form as artísticas y estilísticas determ inadas es en verdad
algo totalm ente diferente del rom anticism o. Pero los tonos, ios inter­
valos, los acordes, las disonancias y las líneas m usicales pueden ser uti­
lizados muy fácilm ente co m o puntos de partida del flujo sentim ental
rom án tico y de las div agacio n es aním icas. A q u í la vivencia puede re­
so n ar en aso ciacio n es sin un ob jeto co rrespon dien te, m ezclarse con
o tras vivencias en acordes y disonancias, revestirse de palabras e n el
ca n to y en la m úsica de la poesía lírica. L a fórm ula m atem ática que ri­
ge el cosm os sirve com o jeroglífico de un caos de estados de ánim o. Si
el núm ero o la figura geom étrica son la esen cia del universo, la m úsi­
ca, cuya esencia es tam bién el núm ero, es en ton ces la esen cia del uni­
verso; y com o cad a elem en to del universo puede convertirse en punto
de partida para la n ov ela rom án tica y puede servir al ludus globi* ro­
m án tico com o occasio, la lín ea m usical o el acorde es un recipiente p a ­
ra el contenido m útiple de la vivencia. U n universo ilim itado de aso­
ciacion es y alusiones puede ponerse en relación con cada m elodía, con
c ad a a c o rd e ,x o n cad a son ido singular; no hay lím ites para las posibili­
dad es de interpretación. La m ism a m elodía puede ser hoy una ligera
can ció n de am or y en algunos años una con m ovedora canción de p e ­
n iten cia; el'can to que para un hom bre ev o ca los recuerdos de secretas
em ociones de su juven tud, puede volverse una banal canción calleje­
ra. íU n cam po inm enso para el juego de las asociaciones aban donado
a sí m ism a! S e ha d estacad o con razón el incidente que relata A n tó n
R eiser para el conocim iento del rom anticism o: cuan do era jo ven e scu ­
ch a en la iglesia u n a can ció n que com ien za co n las palabras “Hyío
scfione Sonríe” y q ued a conm ovido por esta resonancia m ística y orien­
tal; para su desencanto, m ás tarde se entera de que el comienzo de la
can ció n en realidad dice: “H üíi1, o schóne Sonne (demer Strahlen Worme
in den tiefen Flor)” .* C on servar para sí una palabra preciosa com o re­
serva de inm ensas posibilidades de estados de ánim o habría sido ro­
m ántico, inventar esa palabra com o recipien te del afecto rom ántico
h abría sido productividad rom ántica. El m undo de los afectos puede
suscitarse por una resonan cia o un arabesco m usical, así com o una vi­
sión rom ántica del cosm os por una figura m atem ática, y en una figura

* Juego del mundo.


* Cubre, oh hermoso sol (el goce de tus rayos en el profundo velo).
sem ejante hay tan poco de racionalización, com o de form a del afecto
en la com posición rom ántico-m usical. M ás bien la m eta del rom anti­
cismo se ha cum plido: para un contenido sin límites conceptuales se
ha encon trado una perífrasis que no es una lim itación ni una supre­
sión de la libertad subjetiva y que conserva una plenitud de posibilida­
des asociativas. C o n este fin se m usicalisa el arte y de allí surge una
poesía m usical, una pin tara m usical, una m úsica pictórica, una confu­
sión general, pero que claram ente se orienta siempre hacia una forma
particular de m úsica disuelta y cuya culm inación, la obra de arte total,
es decir, con fusa, era una obra m usical.
Los casos en los que la fuerza artística de un rom ántico logra alcan­
zar una form a m usical o lírica son interesantes para la estética. A q u í se
trata solam ente de la productividad específica de rom ánticos políticos
com o Sch legeí y Müller. Tam bién su forma de ser era el eco de una ac­
tividad a je n a y tam bién buscaban obtener de ésta su productividad.
C aren tes de estabilidad social y espiritual, sucum bieron a cualquier
conjunto poderoso que apareciera en su proxim idad con la pretensión
de ser tom ado com o realidad verdadera. Por eso, sin escrúpulos m ora­
les, sin otro sentim iento de responsabilidad que el de un funcionario
bien dispuesto y servií, pudieron ser utilizados por cualquier sistem a
político, com o puede com probarse en la actividad adm inistrativa de
A dam M üíler. En tanto desarrollaron una productividad que iba m ás
allá de eso, apareció una com plicación que h a con ducido a m uchos
errores. N o eran cap aces de un a creación artística en el verdadero
sentido, porque no podían estructurar en forma poética ni m usical el
afecto con eí que reaccion aban a su correspondiente entorno espiri­
tual y social. C om o ocasionalistas, acom pañaron lo que sucedía a su
alrededor co n elogios y objeciones, con aprobaciones y rechazos, des-
cribiendo y critican d o; pero co m o rom ánticos, in ten tab an alcanzar
ju stam en te allí la productividad del sujeto genial. GeuH ncx y M ale-
branche, los grandes ocasionalistas, probaron ser verdaderos filósofos
tam bién en su vida privada; m uestran una solidez que es un reflejo de
la solidez de su “causa verdadera” , es decir, de su co n cep to de Dios
-d e m odo que sólo se los puede com parar con Schlegel y M üller pi­
diendo disculpas y protestan do con tra las m alin terpretacion es-, m ien­
tras que su m áxim a “ufci ruM vales, ibi nihil velis" podría ser el m otivo
de una sátira sobre Friedrich Sch legel y A d am Müller, sobre estos ro­
m ánticos que in ten tab an m odelar co n m aterial intelectualista su afec­
to acom pañ an te y preservarlo con argum en tos filosóficos, literarios,
históricos y jurídicos. D e este m odo, jun to a la confusión rom án tica de
las artes se crea un producto rom ántico confuso, form ado por factores
estéticos, filosóficos y científicos. A m erced de la im presión de la reali­
d ad próxima, los rom ánticos atribuyen a su sentim iento un a base inte-
lectual, revisten el afecto con com binaciones filosóficas y científicas y
con palabras ricas e n asociaciones y p ara eso recogen m aterial de la li­
teratura de todo el m undo, de todos los pueblos, épocas y culturas. A sí
se crea por un in stan te la im presión de una inm ensa riqueza, parecen
haber sido co n q u istad o s m undos en tero s. D e h ech o estim ularon a
grandes poetas y académ icos y de ese m odo prom ovieron una elevada
productividad; pero para ellos m ism os era sólo la m ovilización general
de todos los valores, la gran liquidación al servicio de un acom pañ a­
m iento con el que seguían una actividad ajen a, para participar en ella
por medio de la crítica y de la caracterización elogiosa o reprobatoria.
Palabras é im presiones com o trascen d en tal, totalidad, cu ltura, vida,
tradición, duración, nobleza, E stado, Iglesia, se cim entan en un razo­
nam iento que, a su vez, se constituye a sí m ism o a partir de configura­
ciones afectivas. El todo es una reson an cia raciocinante en la que p a­
labras y argum entos se fusionan e n u n a filosofía política lírica, en una
ciencia financiera poética, en una agronom ía m usical, todo determ in a­
do por el objetivo de no articular la gran im presión que m ueve al ro­
m ántico, sino parafrasearla en una expresión que provoque una im pre­
sió n c o rre la tiv a m e n te gran d e . L o “ a n tité tic o ” , lo a n tin ó m ico , lo
dialéctico, son afectos que se con tradicen; una resonancia extrañ a se
m ezcla a partir del eco de realidades en lucha. La antítesis entre la es­
peculación filosófico-natural y la psicología de la m ística se basa tam ­
bién en oposiciones em otivas, de placer y displacer, am or y odio, ale­

* Si tú nada vales, nada quieres.


gría y dolor. Por eso hay aq u í p ara el rom án tico un a can tera de giros ri­
co s e n referen cias y e sta d o s em otivos. S ó lo los utiliza co m o su je to
cre ad o r p ara su tram a m ita d estética, m itad cien tífica, que in clu so
puede ser de n uevo un pun to de partida p ara sugestion es profundas,
porque e n ella no están reunidos con ceptos objetivos, sino que es una
con fusión de expresiones ocasion ales de e stad o s de ánim o, aso ciacio­
nes, colores y sonidos. Por eso, e n los fragm entos y alusiones rom ánti­
cos puede distinguirse to da la sabiduría asom brosa y arbitraria, com o
puede sacarse del orácu lo to d o horóscopo; o, p ara citar una co m para­
ción de M aíebran ch e: com o los niños distin guen en el sonido de las
cam p an as to d o lo que ías cam p an as p arecen h ab er dicho, m ien tras
que las cam p an as no h an dicho n ada y sólo h an son ado.
III. Romanticismo político

El añ o 1796 es particularm en te apropiado p a ra un cuadro de co n ju n ­


to de los a rgu m e n to s a d u cid o s co n tra la R ev o lu ció n F ran ce sa de
1789, porque para ese añ o los pensam ien tos conservadores decisivos
ya habían sido p resen tad o s y expresados en su totalidad. Las Reflec-
tions on the Revolution in France de Burke (1 7 9 0 ) se habían divulgado
fuera de Inglaterra y el h an n overiano R ehberg, com pletam ente d en ­
tro del espíritu del w hig inglés, había pu b licad o críticas a la R ev o lu ­
ción F ran cesa en el Jenaische Allgemeine Literaturzeitung de 1790 a
1793. En 1793 G en tz publicó su trad u cció n al alem án de las Reflec-
ñons de Burke; en 1796 fue im presa la Théorie du pouvoir de Bonald
(estaba escrita ya en 1794 y fue con fiscada inm ediatam ente después
de su aparición por el gobierno d irectorial); por último, en el m ism o
año 1796 ap arecieron tam bién, prim ero en N eu ch átel, las Considéra-
liüns sur ía France de de M aistre. En todos esto s escritos, no nos in te ­
resa la polém ica del día, el inform e con tra las atrocidades del gobier­
n o de la p le b e y e l tó p ic o ja c o b in is t a , s in o la a r g u m e n ta c ió n
con trarrevolu cion aria principista. E sta es invariablem ente el rechazo
, a la idea de que el d erech o y el Estado serian cosas que se originan a
partir de una a ctiv id ad plan ificad a del individuo. Todas las in stitu­
ciones estatale s im portan tes, en especial las constituciones cam b ia­
das tan a m en udo d uran te la R evolución Francesa, deben surgir por
sí m ism as en el curso del tiem po, así com o de la situación de las rela­
ciones y de la n aturaleza de la cosa, de las cu ales, no obstante, ellas
no so n artífices, sin o su expresión racio n al. Por eso sería absurdo
querer forzar las co sas de acuerdo con un esquem a abstracto; la n a ­
ción y la socied ad no se originan de hoy p ara m añana por m edio de
un “h ac e r” d octrin ario, sino en largos períodos de tiem po, sin que los
individuos particip an tes lo p u e d an apreciar o calcular. A este respec­
to, Burke d estaca, e n giros m ás bien generales y m uch as v eces fuer­
tem ente retóricos y em otivos, eí crecim ien to de la co m u n id ad n a c io ­
n a l q u e se e x tie n d e a lo la r g o d e g e n e r a c io n e s ; d e M a is t r e ve
- to d a v ía siguien do ín tegram ente las ideas de la teología de la época
c lá sic a - la in sign ificancia del in dividuo frente el poder providencial
supram u n dan o que nos rige y en cuyas m an os los h éroes revolu cio­
narios actu an tes le p arecen au tóm atas; por últim o, B on ald, un gran
sistem ático, ya en 1796 exp lica co n form idable precisión cu ál es la
cuestión de la que se trata aquí: ía co n tradicción entre in dividu alis­
m o liberal y solidaridad so cial; según B o n ald , ni el in d ivid u o ni la
m asa de individuos son p ortad o res de la actividad h istórica, sino la
sociedad viviente en la historia, que se constituye según leyes d eter­
m inadas y constituye, en sum a, a los hom bres. T odos ellos coin ciden
en el enérgico rechazo a los m etafísicos y filósofos, especialm en te a
R ousseau, y en sosten er que la activid ad del in dividu o ap oy ad a en
m áxim as racio n alistas n ad a crea, sino que sólo puede impedir, d e s­
truir y an iquilar el curso n atu ral de las cosas, pero n u n ca p rodu cir al­
go duradero.
En A lem an ia todavía se creía en la revolución .1 E n 1793, en las
Beürágen zur Berichtigung der Urteile des PubUkums über die franzósische
Revoludon, * Fichte se dedicó de lleno a la crítica de R eh berg y de los
“em píricos” y estaba decidido con entusiasm o a vestir al m un do con el
“uniforme de la razón”. A ú n en 1796 el derecho natural racionalista,
que parte del individuo, dom inaba sin excepción en A lem an ia. K ant
celebraba a R ousseau com o el N ew ton de la m ora!, el jo ven H egel ío

1 Una "Auertissement des édúeurs" sumamente característica se encuentra antes de


las Coníidérations de de Maistre (utilizo la edición de Londres, 1797): este libio no po­
dría confundirse con el fárrago de libros sobre la Revolución Francesa que aparecieron
sobre todo en Alemania y juzgaban la revolución sobre ía base de las publicaciones
oficiales del gobierno francés.
Contribuciones para la rectificación de los juicios del público sobre la Revolución
Francesa.
m encionaba ju n to a Sócrates y Cristo. En este m ism o 1796 Fich te p u ­
blicaba la prim era parte de la Grundlage des Naturrechls,* F eu erb ach
una Kritik des natürlichen Rechts, Schlegel, un Vtrsuch über den B egriff
des Republikanísmus, * y Schelling escribía un a Neue Deduktion des N a -
turrechts* En todas estas obras, el derecho y e! Estado eran e x p lica d o s
íntegram ente e n el sentido del siglo xvm , partiendo de la co ex isten cia
de los hom bres y de la com prensión de la necesaria autolim itación q u e
surge cu an d o seres libres y autónom os quieren vivir juntos. El d erech o
se basa en una co n secu en cia lógica y puram ente racional y h a sta tal
punto es asu n to del in telecto racionalm ente calculador que -s e g ú n la
expresión de K a n t- incluso u n a banda de dem onios podría fu n d ar un
Estado si sólo tuvieran la inteligencia n ecesaria; en pocas palabras, d e ­
recho y E stad o son algo que puede crearse en form a deliberada. C u a n ­
do ahora Fichte, en oposición a su escrito sobre la revolución de 1793,
reconoce la co m u n id ad legal com o tal y afirm a que todo d e rech o y
propiedad resu ltan del Estado y que el individuo no posee n ad a a n te s
del contrato social, no hace m ás que repetir el Contrat social de R o u s­
seau. Los individuos todavía constituyen el Estado, el cual, seg ú n e sta
constitución, se les opone com o una un idad autónom a, com o un moi,
com o dice R ousseau. D e este m odo, to d av ía en 1796 subsiste el a c ti­
vism o de Fichte, el cu al quiere transform ar el m undo de m anera racio ­
nal con la “cau salid ad absoluta”, una disposición psíquica que h ab ría
acreditado a un buen jacobino. Incluso m ás tarde, a pesar de sus m u ­
chas con tradiccion es -socialism o e individualism o, cosm opolitism o y
n acionalism o-, Fichte se aferró siempre a la fundam entación iu sn atu -
ralista del E stado por m edio del contrato.
En los añ os sigu ien tes p areció fluir por toda A le m an ia u n a c o ­
rriente de n u e v a v id a. En P ascua de 1797 ap areció el Hyperion de
H ólderlin, en 1798 los Preussischen Jahrbücher* publicaron lo s frag-

' Fundamentación del derecho natural.


* Crítica del derecho natural.
' Ensayo sobre el concepto de republicanismo.
* Nueva deducción del derecho natura!.
* Anuarios prusianos.
m en tes G lauben und Liebe* de N ovalis, en 1799 ap areció su artícu lo
Europa und die C h rísten h eit* En el m ism o añ o, Fichte an o tab a: “ fiío-
sofar e s, e n re a lid a d , n o vivir, vivir, e n re a lid a d , es n o filo so fa r ” .
T am bién e n los escrito s ju ven iles de H egel de esta época, en el tra b a ­
jo Der G eíst des Christentums und sein Schicksid aparece súbitam en te
un “espíritu de b elleza” y del am o r su p erior a todo deber y a toda
m oralidad, que su p era la “ju sticia de los co n tra ta n te s” , la in h u m an i­
d ad de la fe ju d ía e n D ios y todo lo “m e c án ico ” . En los fragm en tos
de Sch le ie rm ach e r y Friedrich S ch legel en At/iendum, se d e ja de lado
d esp ectiv am en te la ética “ju ríd ica” de K a n t y la valoración del E sta ­
do co m o m al n ec esa rio y m era obra m ecán ica. Pero ésta no era to d a ­
vía u n a n u e v a filo so fía p olítica, si bien N o v a lis h abía h ab la d o del
“ h erm oso in d iv id u o ” E stad o y lo h abía llam ad o un macroanthropos,
ligándose a id eas m ísticas y teosóficas. En con jun to, el n uevo e n tu ­
siasm o fav o recía a la revolución , que era ad m irad a com o un a c o n te ­
cim ien to fabu lo so . T am bién N o v alis creía hacer el m áxim o elogio de
Burke d icie n d o q u e h ab ía escrito un libro revolucion ario co n tra la
revolución . El n u e v o sen tim iento de la vida se expresab a en poesías,
n ovelas y fragm en tos.
L a n u eva teoría política fue form ulada recién m ás tarde y precisa­
mente por Schelling, pero no fue desarrollada, sino bosquejada en un
somero esquem a al final de los sistem as filosóficos. Todavía en el 1800,
en el System des trasz.endentalen ldealismus* la teoría del derecho aparece
en Schelling com o una m ecánica en la que seres libres son pensados en
acción recíproca, de la m isma m anera que en Fichte y las teorías del si­
glo xviil. R ecién bajo la influencia de Hegel y después de la ruptura con
Fichte, en la s Vorlesungen über die Merhode des akademüchen Studium s*

* Fe y amor.
* E¡ nombre correcto es Die Chrístenheit oder Europa, La cristiandad o Europa, tal
como eí mismo Schmitt lo cita más adelante.
* El espíritu del cristianismo y su destino.
* Sistema del idealismo trascendental
* Lecciones sobre el método de los estudios académicos.
aparecidas en 1803, el Estado es caracterizado específicamente com o or-
ganisino. El reproche de m ecanicism o se formula aquí sólo contra el E s­
tado “de derecho privado", no contra el verdadero Estado que transfor­
m a todo lo privado en derech o público, el organism o objetivo de la
libertad, el “correlato natural” de la Iglesia. A los doctrinarios kantianos
del derecho natural, así com o a Fichte, les reprocha que quieran “inven­
tar” un Estado y que sólo creen un m ecanism o ilimitado. Pero, de todos
modos, este Estado aún es capaz de perfeccionarse y debe ser creado se­
gún las “ideas” com o una obra de arte. Este último resto de “tarea” desa­
parece en las lecciones de W ürzburg sobre el System der gesamten Phih-
sop/ue* de 1804. A quí Schelling alcanza la clara y serena sublimidad de
Spinoza. El Estado es en la idea, es algo existente, no un ente m oral o al­
go que aún tiene que ser producido, más bien es una obra de arte en ía
que ciencia, religión y arte se com penetran en un organismo espiritual
unitario, un cuerpo universal y espiritual, cuyos atributos son las tres po­
tencias nom bradas y en el que filosofía e Iglesia se objetivan en una be­
lleza viviente, rítmica y arm ónica, esto es, precisam ente artística.
E sta idea del Estado -c o m o ya se m encionó, sólo referida al pasar
al final del sistem a sch ellin g u ian o - tenía un defecto a los ojos del ro­
m anticism o, era “sabiduría caren te de am or" (Scheleierm acher). En
ese m ism o 1804, Friedrich Sch legel com enzó sus lecciones de París y
Colonia, en las que explicaba lo esencial del rom anticism o: los sen ti­
m ientos de am or y fidelidad; éstos debían ser el soporte m ás firme de
la vida pública, pero no se d ab a otra explicación m ás am plia de esta
persp ectiva acerca del Estado. L as leccion es se ocupan de la con s­
trucción de un E stado dividido en cuatro estam entos (los dos m ás b a­
jos, el cam pesin ad o y ía burguesía, los dos m ás altos, la nobleza y el
clero ), u n a con stru cción que correspon de a teorías sem ejan tes, e x ­
puestas por Schelling, H egel y Jo h an n jak o b Wagner, que recom ien ­
dan un E stad o estam en tal-m onárquico. Refiriéndose a las teorías tra-
dicionalistas, tal com o fueron exp u estas en los escritos de B o n ald ya
p u b licad os p ara ese en to n ce s, se p ostu la el E stado fam iliar feu dal;

Sistema de la filosofía completa.


adem ás, estas lecciones co n tien en ideas de Fichte, com o la dem anda
socialista de un derecho de propiedad superior por parte del E stado y
estrictos controles de la vida econ óm ica en su con jun to y del com er­
cio, en pocas palabras, hay aquí un a repetición de opinion es ya con o­
cidas, en la que sólo es in teresan te la com binación de ideas feudales y
socialistas y en la que es característico el énfasis en el fundam ento
em otivo del E stado. El E stado co m p u esto por A d a m M üíler en sus
Vorlesungen über das G anze der Staütskum t* (1808-1809) se distingue
por los m ism os m atices em otivos. M üíler, que fue in iciado en la filo­
sofía n atural por Schelver, opone aq u í -ap ro p ián d o se casi literalm en ­
te de la term inología de S c h e llin g - el Estado com o “id ea” al “co n cep ­
to ” m ecán ico y m uerto de Estado; el E stado debe ser la “to talidad de
todos los asuntos h u m an o s”, el co n ju n to de la vida física y espiritual,
y conform ar una gran u n id ad vital y orgánica de todas las oposicio­
nes, en especial de aquella que es n ecesaria para la articulación del
organism o - l a oposición entre los estam entos (nobleza, clero y bur-
g u e sía )-, pero tam bién la de person a y cosa. E ste E stado corresponde
a la filosofía natural de Schelling en la m edida en que según su esen ­
cia es vida,, variedad y m ovim iento. Pero este E stad o - y ésta es la sin­
gularidad rom ántica de M ü lle r- no e stá constru ido com o en el caso
de Schelling, sino que es ob jeto del am or m ás ferviente, puede exigir­
nos todo y, por cierto, tenem os que dárselo co n “corazón, inclinación
y sen tim iento". C om o e n el caso de Friedrich Sch legel, que debe in­
suflar vida a una form a de E stad o com p u esta de elem entos tradicio-
n alistas y fichteanos a través de los sen tim ientos de am or y fidelidad,
M üller debe hacer lo m ism o con el “organ ism o” de Schelling, que ya
es vida según su idea, pero no es aún vid a e n plenitud afectiva.
L a conclusión práctica de estas teorías es el apoyo a una m onarquía
m itad feudal, m itad estam ental. M ientras que hasta 1799 la revolución
es adm irada {Schlegel incluso había afirm ado en Athenáum que el de­
seo revolucionario de realizar el reino de D ios es el punto elástico para
la cultura progresiva y el com ienzo de la historia m oderna), en ese año

* Lecciones sobre la totalidad de la política.


- e í año en el que Sch legel co n oce la obra de B u rk e - ocurre el giro h a ­
cia el conservadurism o. A partir de enton ces se utiliza una filosofía re-
volucionaria espirituaítnente - e n el caso de Schlegel es Fichte, en el de
Müller, S ch ellin g - para alcanzar una fundam entacíón teórica de resul­
tados feudal-conser v ad o re s. A h o ra bien, en el añ o 1810, es decir, el
año en que M üller conoció m ejor los escritos de Bonald, ocurrió n u e ­
vam ente un cam bio brusco; la filosofía n atural vigente h asta en ton ces
es rechazada com o “ateísm o” y "en g añ o ” , en lugar de las ideas de la v i­
da din ám ica se adopta la argu m en tación tradicion alista de B o n ald y
m ás tarde se liga a las argum entaciones de H aller y de M aistre. Burke
pasa ahora a un segundo plano, si bien se lo sigue m en cionando respe­
tuosam ente com o político conservador. Pero su pathos intranquilo, que
antes había tenido una influencia tan decisiva, ya no corresponde al e s ­
tado de ánim o im perante en la R estauración y sus opiniones políticas
sobre la constitución y eí parlam en to son m olestas para la teoría m o­
nárquica. Bon ald y de M aistre ten ían una relación poco en tu siasta res­
pecto de la em otividad. Bonald explica austeram ente que el am or y la
fidelidad surgen por sí m ismos de la necesaria estabilidad política del
Estado; eí esceptism o suprem o que de M aistre tenía resp ecto de los
sentim ientos del pueblo se con oce a partir de la caracterización que h a­
ce de u n a contrarrevolución en el capítulo 9 de sus Consideradora. D e
este m odo, pues, desaparece el “m ovim iento” y en su lugar aparece la
fbáté. D urante la R estauración, h asta el centralista Estado de policía de
M ettem ich se vuelve orgánico, duradero, estable, firme, pacífico y legí­
timo para los rom ánticos. G enialidad es ahora un predicado sosp ech o­
so, hace ya largo tiem po que no se habla m ás de ironía.
Esta síntesis de la evolución de las id eas p olíticas de los ro m á n ti­
cos dem u estra que el sen tim iento rom án tico del m undo y de la vida
puede aso ciarse con las circu n stan cias p olíticas m ás d iv ersas y con
las teorías filosóficas m ás op u estas. M ien tras la revolución e stá p re­
sente, el rom anticism o político es revolucion ario, con la fin alización
de la revolución se vuelve con servador y d u ran te una R e sta u ra ció n
m arcad am en te reaccion aria sabe encon trar el aspecto ro m án tico de
tales c irc u n sta n c ia s. A p artir de 1830 el ro m a n tic ism o se v u e lv e
n u e v am en te revolucion ario y tam b ién la an cian a B e ttin a alcanza to ­
n os a lta m e n te re v o lu cio n a rio s en su libro del rey (1 8 4 3 ) y en las
Gesprache m¿£ Damonen (1 8 5 1 ).* L a v ariab ilidad del co n te n id o p olíti­
co n o es casu al, sino una co n se cu e n cia de la p o stu ra ocasio n alista y
e stá p ro fu n d am en te fu n d ad a en la ese n cia del rom an ticism o , cuyo
n ú cleo es la pasividad.
Parece lógico, por cierto, identificar el rechazo al “h acer” delibera­
do, com ún a todas las teorías contrarrevolucionarias, o el quietism o de
una teoría legitim ista con la p asivid ad política del rom anticism o. S in
em bargo, los fundadores de la teoría contrarrevolucionaria, Burke, de
M aistre y Bon ald, eran todos políticos activos con responsabilidades
propias y se m antuvieron durante añ os en una oposición tenaz y enér­
gica contra sus gobiernos, siem pre com penetrados del sentim iento de
no estar por encim a de la lucha política, sino de estar obligados a deci­
dirse por aquello que consideraban com o justo. T am poco el tradiciona­
lism o es necesariam ente pasivo, incluso en su rechazo m ás consecuente
de toda razón individual. La idea de hum anidad contenida en el tradi­
cionalism o tam bién puede dem ostrar su fuerza revolucionaria, las Paro-
íes d ’un croyánt, de un tradicion alista tan decidido com o Lam ennais,
son un formidable ejem plo de esta fuerza. Pero -c o m o ya percibieron
sus contem poráneos y com o señaló correctam ente un adversario teoló­
gico del tradicionalism o, J. Lupus (Le trodincmalisme, t. li, Lüttich, 1858,
p. 5 8 ) - el cam ino abierto por M alebranche lleva a un a pasividad in-
condicionada que destruye to da actividad. D e este m odo, tam bién el
ocasion alism o subjetivizado del rom anticism o acom pañ a todo lo que
encuentra, y no parecería difícil diferenciar su pasividad orgánica de las
restricciones de un estadista activo, que surgen de las experiencias y
m etas políticas. El criterio consiste en si existe o no la capacidad de di­
ferenciar entre lo justo y lo injusto. Esta capacidad es el principio de to­
da energía política, tanto de la revolucionaria, que se apoya en el dere­

* El título completo de la obra es Dies Buch gehort dem Konig {Este libro pertene­
ce al rey), a la que sigue como segunda parte GespTadie míe Damonen (Conversacio­
nes con demonios).
ch o natural o hum ano, com o de ia conservadora, que se apoya en el
derecho histórico. Tam bién la filosofía legitim ista reconoce la diferen­
cia entre lo justo y lo injusto, sólo contrapone ios derechos histórica­
m ente bien adquiridos a la diferenciación iusnaturaiista entre derecho
y poder m eram ente fáctico. C uando en las teorías ñlosófico-políticas de
los legitm nstas D ios aparece com o el principio último de la vida polfti-
ca, es el soberano y legislador supremo, el punto último de legitima-
ción; por lo tanto, en una categoría norm ativa y, por eso, antirrománti-
■ca'. La historia es, com o se expresa de M aistre, sólo premier ministre de
D ios au départemerü de ce m onde* También en el caso de Burke, el pat­
eos dom inante frente a la revolución nunca es el sentim iento estético
de los ro m án ticos, q u e viero n aqu í un gran dioso esp e ctá cu lo o un
acontecim iento natural, para él la revolución es una indignante viola­
ción del derecho divino y hum ano. Sólo se necesita com parar el en tu ­
siasm o fem enino que aquellos pobres literatos burgueses, M üller y Sch-
legel, tenían por ía aristocracia feudal con el convincente alegato de
Burke por los em igrantes, para ver la gran diferencia. Estos contrarre­
volucionarios ven en la conciencia del derecho de la revolución, funda­
da sobre doctrinas iusnaturalistas, sólo un juicio confundido por las pa­
sion es h u m a n a s y las ab stra ccio n e s m etafísicas. Pero e llo s m ism os
consideran el derecho natural com o algo evidente y no m uestran la in­
capacidad fundam ental para concebirlo, de la que se precia A dam M ü ­
ller en sus lecciones de 1808-1809. En esta incapacidad para la valora­
ción norm ativa se basa la concepción “orgánica" del E stado que tiene
el rom ántico. Ella rechaza lo “jurídico” com o lo estrecho y m ecánico y
busca un E stado que esté por encim a del derecho y la injusticia, es de­
cir, un punto de partida para los sentim ientos que es al m ism o tiempo
la proyección del sujeto rom ántico en lo político. La raíz de la sublim i­
dad rom ántica es la incapacidad de decidirse, el “tercero superior" del
que siempre habla el rom anticism o no es un tercero m ás elevado, sino
otro tercero, es decir, siempre la escapatoria ante la disyuntiva radical-
D ebido a que dejan abierta la decisión y construyen “antitéticam ente"

* Primer ministro de Dios en el departamento de este mundo.


la occosio, de m odo que pueda ser el punto elástico para el salto al “ter­
cero superior”, se ha hablado de su “dualism o” y se han encontrado re­
m iniscencias de teorías gnósticas y neoplatónicas donde sólo se trataba
de la vacu idad de un ocasionalism o.
Incluso el ensayo Die Stgrmtur des Zeitahers* -to ta lm e n te im preg­
n ad o del aire de la R estau ració n -, que Friedrich Sch legel publicó en
Concordia (182 0 -1 8 2 3 ), es u n a prueba feh acien te y por m uch as razo­
n es un ejem plo útil de la diferencia entre rom an ticism o político y te o ­
ría política con trarrevolucionaria. Sch legel coin cide con las opiniones
de A dam M üller en lo esen cial, aplica m uchos de los térm inos p refe­
ridos de M üller (“m áquin a legal” , “local", “enferm edad inglesa” , etc.)
y, sobre todo, al igual que M üller, rechaza todos los “u ltras”. S u argu­
m en tación está escrita en un ton o tranquilo y en una exposición c o ­
herente que posibilita un com en tario, las exclam acion es estrepitosas
del rom anticism o tem prano son rech azadas y h asta se encuen tra una
caracterización de este estad io, que puede ser citad a com o in supera­
ble: “pensam iento superficial-dinám ico-com binatorio”, “ju ego de d a ­
dos de los pen sam ien tos” , “fan taseo cien tífico”, “ babilón ica confusión
de lenguas de una filosofía in m ad ura”, en sum a, falsedad y ch arlata­
nería. En verdad, el ensayo p arece casi com pletam ente libre de arran ­
ques que a prim era vista serían calificados com o rom ánticos y sólo en
un p a sa je resu en a un sen tim ien to p rofu n d am en te ro m án tico : si el
verdadero Estado no n os p rotegiera del E stado violento, “seguram en ­
te todo hom bre racional preferiría eí estad o de naturaleza, no co m o lo
describen los poetas o lo im agin an los teóricos, sino com o la historia
n os lo enseña ía conocer; es decir - a q u í hay resonan cias de la “Poesía
H eb raica” d e H e r d e r - la vida libre de los n óm ades y los clan es de
pastores arm ados dirigidos por jefes de fam ilia y príncipes de linaje,
com o los tiem pos de A b ra h am n o s h a n h ech o co n ocer y co m o en
parte sucede todavía en A rab ia; y enton ces se aban don arían co n gus­
to las m íseras baratijas de n u estra cu ltu ra frente a la plen itud de este
sentim iento n atural". En lo que resta se m uestra superficialm ente el

* La marca de la época.
b u en efecto del cato licism o, ante e l cu al se h a e v ap o rad o la n eb u losa
m elan colía del ro m an ticism o tem prano. T am bién se o b serv a q u e eí
rom an ticism o tuvo reservas frente a la R estau ració n y q u e se aproxi-
m aba otra ép o ca. Pero a pesar de eso, el artícu lo es to talm en te ro­
m án tico e n su n ú cleo; su m arca se evid en cia de m an era p articu lar­
m en te clara, porque se esfuerza m uy en fáticam en te por determ in ar la
d iferen cia resp ecto de otras co n cep cion es p o lítica s de la R e sta u ra ­
ción, ante todo, resp ecto de las de los realistas m on árqu ico s fran ce­
ses. Estas distin cion es y algun as sutiles caracterizacio n es psico lógicas
de hom bres de su ép o ca, por ejem plo, de G entz, o torgan aí artícu lo su
im portancia, cuyo co n ten id o es, por el con trario, caren te de originali­
dad h asta la ban alidad . A h o ra bien ¿en qué consiste la peculiaridad
de su co n cepción del m un do en oposición, p or ejem plo, a la de Bo-
nald, que tam bién p arece ser un “ rom án tico p o lítico ” ? E n el rom an ti­
cism o. Bon ald es un teórico, am a las fórm ulas ab stractas, busca las
discusiones de prin cipios y quiere alcanzar en la m oral y e n la política
la evidencia irrefutable d e las leyes m atem áticas y de las cien cias n a ­
turales. Era adem ás un hom bre que defendía su co n vicción en ¡a rea­
lidad política y tenía una aversión antirrom ántica en grad o sum o por
fan tasías, sueños y p oesías líricas. Por eso, d uran te la R estau ració n en
Francia actu ab a com o jefe de los ultras que luch aban co n todos los
m edios políticos co n tra la política sem iliberal y con stitu cion al del g o ­
bierno, luch aba por el “systéme natural des sodétés" con tra el “sistem e
politique des C abinets” (Oeuvres, III, p. 367 ). M ás allá de cóm o se juz­
gue políticam ente e ste punto de vista, si se lo considera ju stificado u
obtuso, en todo caso, un hom bre que se tom ó en serio su con vicción
política tuvo que llegar necesariam ente a esta clase de actividad po­
lítica. C o m p letam en te distin to del rom án tico Sch legel. A p esar de
algunas divergencias e n la valoración histórica de person as y acon te­
cim ientos particulares,2 sus opiniones e ideales corresponden a los de

* Sistema natural de las sociedades; sistema político de los gabinetes.


1 Las divergencias consisten, por ejemplo, en el juicio acerca del significado políti­
co de Carlomagno y Luis XIV, contra cuya glorificación protesta Schlegel, el imperio
B on ald ; exige, c o m o B o n ald , un E stad o e stam e n ta l m on árqu ico de
base cristian o -cató lica. Pero se indigna co n só lo pensar que sus idea-
les podrían d efen d erse en la praxis p olítica. T ien e ideales políticos,
p e ro suplica al le cto r que de ningún m odo cre a que el autor tiene la
pretensión de cam b iar en lo m ás m ínim o las circun stan cias actu ales.
Por tan to ¿qué q u iere verdad eram en te? Q u iere “seguir” el desarrollo
“co n un p en sam ien to sim p ático” .* Para Sch legel, “sólo se trata de un a
d iscu sió n y e x p lic a c ió n de la é p o ca p u ra m e n te in te le c tu a le s ” , no
quiere p erte n e ce r a los “ reform adores del m u n d o a u to d e sig n a d o s” ,
sean bien o m alin ten cion ad os. Sin em bargo, “ la discusión y e x p lica ­
ción de la ép oca p u ram en te in telectuales” no excluye las valoraciones
personales; no significa que el autor sólo quiera explicarla cien tífica­
m en te. Por el co n trario, el ensayo parece dem ostrar que la época es
m ala y está regida p or un principio m alo; la m ald ad parece consistir
p recisam en te,en q u e se quiera actu ar políticam en te. La p asión políti­
c a y la polém ica p o lítica son para Sch legel algo no cristiano, el “espí­
ritu ultra” es:m alo co m o todo espíritu faccioso; C risto n o puede perte­
n e c e r a n in g u n a fa c c ió n , y fo rm ar u n p a rtid o c a tó lic o se ría u n a
“profanación sac rile g a ” del catolicism o. B on ald odiaba la experim en­
tación arbitraria y ah istó rica en las cu estion es políticas, p ara él era
evidente que si co n sid erab a una política com o ahistórica, tam bién se
la debía com b atir efectivam en te. El rom án tico utiliza la p alab ra “ his­
tó rico ”, al igual q u e “cristianism o’’, com o cobertura de su pasividad.
Por su defensa de los ideales corporativos-estam entaies no puede ser
partidario del E sta d o cen tralista de M ettern ich , a io que tam bién ha-

alemán en la Edad Media, que defendía contra de Maistre, la Paz de Westfalia de


1648, cuyos “principios profundamente bien meditados" Schlegel elogia, mientras que
Bonaíc! encuentra justificado eí juicio papal que condenaba esta paz.
* Traducimos el adjetivo teíhiehmsnd (participante, partícipe, presente, interesado,
compasivo) por “simpático”, tomando esta palabra en su acepción musical, tal como la
define el Diccionario de ía Real Academia: “dicese de la cuerda que resuena por sí so­
la cuando se hace sonar otra". El tratamiento que hace Schtnitt de la actitud básica d e .
los románticos considera que esta vibración por simpatía es la característica principal
del romanticismo político.
ce alusión co n m uch a frecuen cia; no obstante, todo el artículo sirve a
este sistem a. Tenía el ob jetivo p olítico y concreto de oponerse a la de­
m an da un iversal de con stitu ciones representativas, que se basaba en
la prom esa de con stitu ción del artículo 13 del acta federal y, por eso,
apoyaba las con stitu ciones estam ental-corporativas, y con su polém i­
ca con tra los ultras correspondió, com o tam bién com entarios sim ila­
res de M üller, a las in ten cion es de M etternich, quien el 9 de abril de
1819 había escrito a G entz: “mi luch a diaria se dirige contra los ultras
de cualquier e sp ecie”. A l escritor que sin duda puede ser incluido en ­
tre los “defensores de las teorías políticas cristianas en su co n ju n to”, a
G órres, se le ob jeta que aún o scila dem asiado entre ios principios co r­
porativos y “ la ilusión represen tativa corrien te” , que tam bién tiene
“ m uchas in correccion es” en los detalles y que es un “doctrinario” a le ­
m án. D ad o que el partido de cen tro constitucional francés bajo Ro-
yer-C ollard era calificado de “doctrin ario” , se refutaba con ello a Go-
rres, pues se estaba n uevam en te en presencia de un partido, aunque
m oderado. R ealistas, católicos y legitim istas tienen un partido ultra,
los liberales y progresistas son un partido negativo, el nacionalism o es
una m aldad facciosa, los m oderados están en el cen tro y tam bién son
sólo un partido. S in em bargo, se destaca expresam ente que tam poco
podem os ser in diferen tes, p ues estaría m al, se dice, ser indiferen te
frente al b u en principio. Por lo tan to ¿qué debem os hacer? Estar de
acuerdo co n lo que h ace el gobierno. N uestra actividad consiste en
eso, en el consentement.
El gobierno es el tercero superior que abarca la oposición entre los
partidos. D ebe ocuparse de los partidos sin m irar a la derecha o a la iz­
quierda; an te todo, no debe querer ser un centro m oderado, porque en'
esta posición sólo sería un centro pasivo. Pero Schlegel tam bién con si­
dera inadm isible hablar de un centro activo. "N i en los fines y los e x ­
tremos, ni en el centro, se encuen tra la solución al gran problem a, si­
no única y exclusivam ente en la profundidad y en la altura”. A n te el
poder del gobierno, las oposiciones deben “desaparecer com o u n fan ­
tasma en la n ada” ; h asta N ap o le ó n le parece sim pático en este punto,
pues su gobierno tuvo el poder de pulverizar los partidos. Frente a la
autoridad no existe n in gún derech o de resistencia. Bonald aprobaba la
negativa del antiguo p arlam en to de París a registrar una ley que con-
tradecía ia “naturaleza de las relaciones sociales” , se alegraba del “nec
possumus, nec debemus"* que se opon ía al rey.3 E n sum a, tiene co m ­
prensión por la in depen den cia republicana y d esea que ésta se c o n ­
vierta en un elem en to del m onarquism o fran cés.4 Tam bién Sch legel
habla en su ensayo del derech o de resistencia, en verdad de una m a ­
nera m uy prudente y com o al pasar, pero, co n todo, tiene que reco n o ­
cer la posibilidad de un legítim o derecho de resistencia, porque com o
católico no puede poner en d u da que se debe obedecer m ás a D ios que
al hombre. N o obstante, sólo la Iglesia puede decidir si se trata de un
caso sem ejante, de lo que debe deducirse en prim er lugar ¡a necesidad
de una iglesia (p. 3 9 0 ). Por un instante p arece com o si se introdujera
aquí un ordre to d avía m ás alto, la Iglesia, y de hecho este pasaje de­
m uestra que él rom án tico se en con trab a aq u í dentro del cam po de
atracción de u n a realidad política diferente, la Iglesia. Felizmente no
estaba obligado a un a decisión práctica, pues no se había llegado a un
conflicto entre A ustria y la Iglesia. Pero tam p oco se h a decidido en a b ­
soluto desdé el punto de vista teórico. Sobre todo en otro pasaje {p.
189) rechaza com o “ah istórico” a de M aistre - q u e defendió decidida­
m ente el derecho de control de la Iglesia-; la Iglesia no debe tener
ningún control legal y ninguna posición arbitral frente a los E stad os
seculares, ello estaba justificado h asta el siglo XVI, pero no es m ás aplí-

* No podemos ni debemos.
3 Essoi analytique, Oeuwes, t. i, p. 167. Sobre los hechos históricos, cfr. Mariéjol en
Lavisse, vi, 2, p. 389, Eugen Guglia, Die künswativen Elemente Frankreichs am Vota-
bcrid der Revolutid n, Gotha, 1890, p. 5, y ía literatura allí citada.
4 Pens¿es diuerses, París, 1817 (OetaTis, V, p. 52); “J’aime assez, je l'avoue, dans un
homine, ce mélange de sendments dmdépendance républicaine et de principes d’obéis-
sance et de fidélité monarquiques: c’est la, si l'on y prend garde, ce qui constituoit l’esprit
franjáis, et ce qui fait l’homme fort dans une societé íbrte/^IAm o bastante y defiendo en
un hombre esta mezcla de sentimientos de independencia republicana y de principios de
obediencia y de fidelidad monárquicas: allí está, si se presta atención a ella, lo que consti­
tuye el espíritu francés y que hace fuerte al hombre en una sociedad fuerte].
cable en n uestra época y tam p oco puede repetirse. D e este m odo , n o
se m odifica n a d a e n el resultado, la activid ad d om in an te del gobierno
no está am en azada por la oposición entre Iglesia y E stad o. Y sin e m ­
bargo, este m ism o gobierno, el ún ico que puede ser realm en te activo,
experim enta el m ism o destino q u e el D ios del sistem a ocasio n alista.
N o debe h acer n a d a “arbitrario", “ m ec án ico ” o ‘'ab so lu to ", e n reali­
dad, sim plem ente debe aban don arse al desarrollo histórico. L o que en
el sistem a ocasion alista se llam aba ordre général, en el cu al la actividad
' de D ios desaparecía, es design ado a q u í ya com o desarrollo histórico,
’i ya com o desarrollo orgánico. E n térm in os prácticos, p ara la actividad
política vale lo m ism o que para el individuo: ésta no debe “querer ser
efectiva”, sino oscilar al ritmo d el orden de los hechos. L a historia, el
desarrollo, y finalm ente la provid en cia divina, son las in stan cias a las
que el gobierno tiene que ceder to d a actividad efectiva.
A sí, to d a actividad es desplazada de un o al otro, del in dividuo al
gobierno, del gobierno a D ios, y en D ios el gobierno es providen cia y
legalidad. L o s factores particulares cam b ian a veces de nom bre y el go­
biern o p u ed e llam arse tam b ién E s ta d o - c o r a o e n io s Elem ente der
Stadtskimst de M üller-; Schlegel in tercala la historia entre el gobierno
y Dios; así, la idea de “organism o” tam bién puede ponerse al servicio
de la evasión o casio n alista y fu n d ar un “desarrollo o rg án ico " .com o
única instancia efectiva; en pocas palabras, en el rom anticism o se con-;
funde la secu en cia sim ple del sistem a ocasion alista por m edio de la
mezcla de los factores particulares co n conceptos rom antizados de la ¡
filosofía de la época. Pero ésta es fácil de reconocer. Por m ás que el úl­
timo elem ento abarcador de la serie pued a llam arse D ios o Estado, yo
o historia, idea o desarrollo orgánico, el resultado es siem pre que toda
actividad del individuo consiste en su “pensam iento sim pático”. En la
vida política el resultado es el m ism o: no se debe intervenir en lo que
hace la autoridad com petente. A un q u e M üller y Schlegel llam an m ala
a la época y oponen un buen principio al m alo, esto no puede conside­
rarse com o una decisión m oral, pues ellos no quieren tom ar partido,
com o tiene que hacer aquél que h ab la de bueno y m alo en sentido
m oral y diferencia el derecho de la injusticia. A sí, Burke, de M aistre y
B o n ald tom aron partido con tra la R evolución Fran cesa porque veían
e n ella una injusticia, y Gentz explicó desde el com ienzo que la cu es­
tió n de la legitim id ad de la revolu ción e ra “ la p rim era y la últim a”
(Hist. Journal, II, 2, p. 48 -4 9 ). A dam Müller, e n cam bio, no encuentra
ningún ¡>at/ios m oral in m ediato frente a la revolución. N a d a es m ás c a ­
racterístico del rom an ticism o político que su juicio sobre la R evolu­
ción Francesa, en el que M üller h a insistido; “la historia de la R evolu­
ción F ran ce sa es u n a d e m o stració n de la v e rd a d -p ro lo n g a d a a lo
largo de 30 a ñ o s- de que el hom bre no puede rom per por sí m ism o y
sin la religión n inguna cad en a que lo oprim e, sin hundirse en una es­
clavitud m ás profunda. C u á n poco resulta, en sum a, de la m era des­
trucción de las cadenas, por m ás elogiable que pueda ser de por sí la
efervescen cia que se requiere para hacerlo, ya lo he m ostrado en 1810,
en m is lecciones sobre Federico el G ran de y la m onarquía prusiana”.
D e este m odo, la cuestión de la justificación de la revolución es liqui­
d ad a con un a observación solapada y m aliciosa. A q u í tal vez habría
que señalar que Müller, en realidad, había caracterizado a la revolu­
ción en aquellas lecciones de 1810 (p. 305} com o expresión de la vida
reprim ida y sojuzgada. Sin em bargo, ahora rechaza la revolución y de­
clara abiertam ente que no le interesa si está ju stificada o no. A hora
bien ¿cóm o llega a este rechazo? D e l m ism o m odo q u e llega a las afir­
m aciones, son acom pañ am ien tos em otivos con los que sigue por sim ­
p atía el desarrollo histórico, pues sólo le interesan verdaderam ente el
sentim iento y la poesía.
E sto significa, hablan do concretam ente, que desde el punto de vis­
ta rom ántico, revolución y restauración pueden ser consideradas de la
m ism a m anera, es decir, convertidas en ocasión de interés rom ántico,
y es falso y engañ oso calificar de “ rom anticism o político” en sentido
particular las ideas del íegitimismo o siquiera su m undo aním ico y sen ­
tim ental. H ech os y personajes totalm ente heterogéneos y opuestos en ­
tre sí pueden ser considerados por el sujeto rom ántico com o comienzo
de la novela rom ántica. La productividad rom ántica, sin cam biar su
e sen cia y su estructura -q u e siem pre siguen sien do o casio n alistas-,
puede partir de cualquier otro objeto de la realidad hístórico-polftica
adem ás de los príncipes legítimos. C u an d o N ovalis poetiza al rey y a la
en can tadora rein a, cuando A d am M üller poetiza las condiciones agra­
rias feudales, todo esto no tiene en vista una teoría política m onárqui­
ca, una feudal o estam en tal o u n a legitim ista. El rey no es a q u í m enos
ocasional que, com o es ei caso de otros rom ánticos, un héroe revolu­
cionario “co lo sal” , un condotáaro o un a cortesana. D esde el punto de
vista del in terés rom án tico esto es com pletam ente evidente, Pues si
sentim iento, poesía y en can to son las cualidades determ inantes, puede
suceder fácilm ente que algunos fenóm enos en extrem o legítim os apa-
rezcan com o m en os interesantes y m enos "rom án ticos” que las herm o­
sas m uch ach as que bailan alrededor de un árbol de la libertad. O curre
que belleza poética y legitim idad, lam entablem ente, no están asocia­
das una a la otra n ecesariam en te y el gusto de la época cam bia con ra­
pidez. Los genios de la Jo v e n A lem an ia de la siguiente gen eración ya
habían rom antizado a N ap o león y dem ostraron que (com o ya los ro­
m ánticos de 1799} se podía ver en la revolución el espectácu lo im pre­
sion an te de un gran dioso m ovim iento, tan rom ántico com o aquella
idílica im agen de las condiciones tradicionales, que aparecen ilustra­
das con gran patetism o por los rom ánticos en las costum bres invetera­
das que se desdibujan, som brías, en tiem pos inm em oriales. A m bos no
se contradicen, porque los dos pueden ser tem a de una rom antízación;
n o o b stan te , “ legitim id ad ” es un a categoría ab solutam en te antirro-
m ántica. N o se puede decidir, según el punto de vista de la legitim i­
dad, si u n dram a en el que figura D an tón com o protagonista es más
rom án tico q u e otro que tenga com o héroe, por ejem plo, a O tto el
H olgazán. E n principio, la poetización insufla vida rom ántica al obje­
to, aun cu an d o se trate de una figura de la realidad histórica. Previa­
m ente, este ob jeto era algo m uerto, irrelevante desde el punto de vista
rom ántico, sea cu al fuere su im portancia política.
Toda relación con un ju icio jurídico o m oral sería a q u í un disp a­
rate, y to d a n orm a ap arecería com o tiranía antirrom án tica. U na de-

* Se trata de O tto der Faule (1341-1379), eí hijo menor del Kaiser Ludwig de Ga­
viera. Su gobierno (1351-1373) se caracterizó por la debilidad.
cisión jurídica o m oral sería absurda y h abría de destruir al rom an ti­
cism o. E sta es la razón por la q u e el rom án tico n o e stá en la situ a ­
ción de tom ar partido a partir de un a d elib eración co n scien te y d e ci­
d ir s e . L o s r e c u r s o s d e l r o m a n t ic is m o n o le p e r m it e n r e f u t a r
decisivam ente la teoría política que parte del “hom bre m alo por n a ­
turaleza” , pues, aun que e sta teoría es an tip ática para m uch os rom án ­
ticos, existe sin em bargo la posib ilidad de rom an tizar in cluso a este
hom bre m alo, la “ bestia” , al m enos m ien tras ella esté lo su ficie n te ­
m ente alejad a. D esde el pun to de vista rom án tico se trata precisa-,
m ente de algo superior a un a decisión. C o n scien te de sí m ism o, el
rom anticism o tem prano, que se d e jab a llevar por el ím petu de otros
m ovim ientos irracionales de su é p o ca y que, adem ás, se atribuía el
papel del yo absoluto y cread o r del m un do, percibió esto co m o supe­
rioridad. Pero cu an d o m ás tarde, algunos rom án ticos típicos, com o
Friedrich Sch legel y A d a m M üller, sé o cu p aro n teórica y p rá c tic a ­
m ente de los problem as políticos, tal com o los p lan te ab a por e n to n ­
ces la épopa, resultó que no h ab ía un a produ ctividad p olítica en el
rom anticism o y que repetían co n o tras palab ras a B u rk e, B o n ald , de
M aistre y .Haller. A partir de en to n ces p red icab an la p asiv id ad c o m ­
p leta y utilizaban id eas m ísticas, teológicas y trad icion alistas, com o
“resign ación ", “ h um ildad” y “d u ración ”, p ara convertir a la p olicía de
M ette m ich en un ob jeto digno de ad h esión am orosa y fusion ar ro­
m án ticam en te a las au torid ad es superiores co n el tercero superior.
Este es, por tan to, el n úcleo de todo rom anticism o: el E stad o es
un a obra de arte, el Estado de la realidad histórico-política es occasio
para la actividad creadora del sujeto rom ántico que produce la obra de
arte, ocasión para la poesía y la novela, o incluso para un m ero estado
de ánim o rom ántico. C u an d o N o v alis afirm a que el E stado es un ma-
croantkropos, ése es un con cepto exp resado desde hace siglos. El ro­
m anticism o consiste en que a este Estado-hom bre se lo con sidera un
individuo “herm oso”, que es objeto de am or y de sentim ientos sem e­
jantes. U n ejem plo extrem o, pero totalm ente consecuente, de esta ac­
titud puram ente estético-sentim ental se encuen tra en la concepción
rom ántica del Estado prusiano; N ov alis y A d am M üller co inciden en
explicar la Prusia del ilustrado solterón Federico II com o un a m áquina
m onóton a, com o un a fábrica; en cam bio, la Prusia del m arido de la
en can tad o ra reina L u isa era para ellos un verd ad ero rein ado y la forma
m ás herm osa, p oética y n atu ral del Estado- Pero Federico II tam bién
p u ed e ser el, p u n to de p artid a para el in terés rom án tico y entonces
cam bia ju stam en te la im agen rom án tica. L a dign idad m on árquica se
b asa en u n a “poesía” que se im pone al hom bre y satisface un anhelo
superior de su naturaleza. La sim ple co n secu en cia de e sta filosofía po­
lítica estética parece ser que el hom bre m ás h erm oso debe gobernar el
Estado, that first in beauty should be first in might* (K eats). Pero, otra
vez, esto no sería rom ántico, porque en el rom an ticism o no im porta la
realid ad, sino la p rodu ctivid ad rom án tica, que tran sform a todo y lo
convierte en ocasión de una poesía. Se ignora deliberadam en te lo que
eí rey o la reina son en realidad; su función consiste m ás bien en ser
p un to de partida para sentim ientos rom ánticos. L a s co sas n o son de
otro m odo con la am ada. Por eso, desde el p un to de v ista rom ántico,
n o es posible en absoluto diferenciar entre el rey, el E stad o o la am ada.
En el crepúsculo de los sentim ientos ellos se confunden. E n el caso de
N ovalis, com o en eí de A d am MülLer, el Estado aparece co m o la ama-
da, y la poetización de la cien cia financiera que llevan a cab o consiste
en que se debe pagar los im puestos al Estado com o se h ace regalos a
las am adas. D e este m odo, tam bién es lo m ism o si N o v alis realiza una
poesía a la Virgen M aría o M üller un capítulo sobre el Estado. Aplica-
da a situaciones históricas concretas, este tipo de produ ctividad da por
resultado el idilio am oroso de la E dad M edia que N ovalis bosquejó en
su célebre ensayo Die Chnstm heit oder Europa. El ensayo es en su con ­
tenido, en su actitud y en su cadencia, una leyenda, no es una realiza­
ción conceptual, pero sí un a herm osa fantasía poética; corresponde a
la serie de la descripción del estado de naturaleza d ada por R ousseau
en el Díscours sur l’ínégalité; y el hecho de que no sea considerado c o ­
m o un a leyenda, sino que aún hoy se lo cite de corrido co m o prueba,
con seriedad pedante y en pie de igualdad con expresiones de estadis-

* Aquello que es primero en. belleza debe ser primero « a poder.


ta s resp o n sab les y p e n sa d o re s filosófico s, co rresp on d e tam bién a la
con fusión rom án tica de to das las categorías y es un signo de la in capa­
cid ad subrom án tica de recon ocer el estilo de un a expresión espiritu al
A h o ra bien, p recisam en te A d a m M üller h a e n co n trad o palabras
h erm osas p ara la sublim idad del E stad o y el carácter despreciable de ia
cultura de la personalidad, individualista y humanística-, de su época.
Pero ¿qué es el E stad o que le opon e en los Elemente der Staatskum t!
U n a proyección del sujeto rom án tico en lo político, un supra-indivi-
duo, del cual el individuo particular debe volverse su función natural.
El E stad o pretende ser el “o b jeto de am or infinito” y participa de todas
las oposicion es y p olaridades im aginables, hom bre y mujer, nobleza y
burguesía, guerra y paz, derech o y utilidad, ciudad y cam po, en pocas
palabras, la recuperación rom án tica de la realidad bu scada que, por lo
tanto, en 1810 puede transform arse sin m ás en el E stad o familiar de
B on ald y en 1819 h asta en el E stado de Haller, construido totalm ente
según el derecho privado. La productividad que M üller em plea aquí
sólo pued e evaluarse estéticam en te, cu ando no es un oportunism o e s­
trábico. El E stado e ra para él -c o m o para N o v a lis- la am ada, Sofie,
que se transform a e n todo y en la que todo puede transform arse, o b je ­
to de u n afecto y, com o tal, ocasion al; hoy Prusia y m añ an a A ustria, ya
“soberan o” , ya “fuerza n acio n al" o “ crédito co lectivo”, u n producto de
sus propias vibraciones que oscila en “ forma globular"; aproxim arse a
él con conceptos jurídicos y m orales sería una profanación.
N o interesa que N ov alis alguna vez haya dicho de sí m ism o que era
“antijurídico de principio a fin". Q uizás é l u otro rom ántico tam bién
haya dicho de sí lo con trario alguna vez. M ás im portante es la aver­
sión que todos tuvieron al tratam iento jurídico que K an t hace de la
ética. Sin embargo, podría señalarse frente a eso su interés entusiasta
por la Iglesia católica, que a cau sa de la libertad subjetiva del protes­
tan tism o aparecía para m uchos protestantes co m o un a gran in stitu ­
ción para la juridificación del cristianism o,5 y que fue reconocida p r e - '

5-Ésta es la idea fundamental del derecho eclesiástico de Sohm. Sin embargo, sería
falso -según el método sub roma m ico - señalar en consecuencia a Novaíís como el
cisam ente en esta form a por Schlegel y Müller, cuando postularon la
“positividad” del cristianism o. Pero la decisión surge sólo de la estruc­
tura del rom an ticism o -en ten d id o com o un consentement ocasionalista
orientado h acia la productividad e stética -: la total incom patibilidad
del ro m an ticism o co n cu alq u ier criterio m oral, ju rídico o político.
Pues aquí la viven cia busca sin duda una expresión artística, pero no
una claridad lógico-conceptual o m oral-norm ativa; en el rom anticis­
m o falta todo sentim iento tanto para los límites de la eficacia del E sta­
do com o p ara los lím ites del individuo. La com prensión am oral de
A dam M üller para todo y su contrario, su afán de m ediar todo, su “to ­
lerancia om n iab arcad o ra” que asu stab a a Gentz, pues “enton ces no
quedaba n ada que pudiera am ar u odiar de m anera ju sta”, su pasividad
afem inada, co n la que creía torcer el rechazo de Burke, de M aistre y
Bonald h acia el “h acer" artificial, su panteísm o esencialm ente emoti-
vista, que todo lo aprueba y que siempre está de acuerdo con todo,6
bien pueden explicarse por su naturaleza fem enina y vegetativa, pero
para el esteticism o rom ántico éstas eran las disposiciones físicas y psí­
quicas apropiadas, porque refieren al sujeto totalm ente a su afecto y a
la productividad estética que se satisface con la elaboración del afecto.
Por m ás que practique astroiogía (u hoy psicoanálisis o dentro de al­
gún tiem po quizás nuevam ente astroiogía) o estilice su rechazo del es­

pensador profundo que no sólo ha “anticipado” el neo-catolicismo, sino también el


protestantismo de Sotan. Un romántico no puede anticipar más que el romanticismo.
No creo que Sohm pertenezca a ese protestantismo román tico-mis tico-esté tico-espiri­
tualista, al que Troeltsch, en sus comentarios sobre ia religiosidad del romanticismo,
calificaba como “Ea religión secreta” de los cultos de la moderna Alemania protestante
(Die Soíitiíleivrencíer chnsrieJieri Kircilen und Tübingen, 1912, p. 931).
6 Schlegeí lo ha llamado por eso un "mal realista” (es decir, en la terminología de
Schlegel, un panteísta), Pfuios. Vori., ed. Windischmann, II, Bonn, 1837, p. 460, en for­
ma semejante en la conferencia ya citada en los Heidelberger jahrbücher de 1808. Cuan­
do un romántico le hace a otro tales reproches, se refiere siempre a sí mismo. Como ca­
tólicos, ambos se apartaron de ese panteísmo. Por la expresión de Gentz mencionada
en el texto, cfr, BW, N e 115 (la carta -como supone con raión Dombrowsky, op. d r., p.
5S- debe fecharse en 1806 y no -como afirma BW,, p. 171- en el año 1816).
teticism o de los otros, M üller no puede ocup arse de otra co sa que de sí
mismo. C u an d o se convirtió en un católico incondicional y leal, su im ­
productividad científica y política se m anifestaba en una hiperortodo-
xia gratuita. En todo eso no había n ad a esen cialm ente individualista.
Estaba preparado para rendirse en todo m om ento; sin em bargo, quería
obtener al m enos p alab ras e im ágen es trascen d e n tale s, in clu so del
afecto de ia entrega. E sta era su actividad. Por lo dem ás, co n su m ate­
rial estaba inm ediatam ente a disposición de cualquier sugestión p ode­
rosa. D ad o que carecía de centro de gravedad propio y que tam poco
estaba sujeto a la co n stricción de la experien cia objetiva o de la propia
responsabilidad, llevó fácilm ente h asta los extrem os las consecuen cias
de las intuiciones que en algún m om ento lo im presionaban. E n Got-
tínga se volvió anglófilo, en el am biente feudal de Berlín, extrem ada­
m ente profeudal, en los círculos clericales de Viena, extrem adam ente
proclerical. En estas circun stan cias la reserva subjetivistia se m an ifesta­
ba en parte com o p aradoja: incluso en un m edio ortodoxo bu scab a en
la ortodoxia extrem a el pun to de referencia para u n a fronda paradojal.
D ado que no cargaba con ninguna sustan cia social propia, se elevaba
au tom a tic arñe n te en la cercan ía al cam po de la fuerza de atracción de
una capa social dom inante; aquí tenía enton ces la realidad social cuya
resonancia podía formar. Pero sería un error interpretar su irrespon sa­
ble subjetivism o com o individualism o aristocrático y tom ar su in cap a­
cidad para con cebir un a com unidad mayor, que trascienda las em ocio­
nes subjetivas, com o exclusivism o aristocrático. D ondequiera que un
riesgo político o social esté im plicado en ello, encuentra a los enragés
políticos sinceram ente antipáticos.
Puede com prender todo y aprobarlo a voluntad, porque para él to ­
do puede volverse m aterial de su form ación estética. El “doctrinario de
las oposiciones” era incapaz de ver otra oposición que la de un con ­
traste estético. N o puede realizar ni distinciones lógicas, ni juicios de
valor m orales, ni decisiones políticas. L a fuente m ás im portante de vi­
talidad política, la fe en el derecho y la indignación por la injusticia,
no existen para él. L o que dijo acerca de N apoleón es una demoniza-
ción literaria: los pueblos no tem en a Bonaparte, escribió en 1805, si­
no “ al destino que e stá en él”; y finalm en te tam p oco falta la id e n tific a '
ción rom án tica, que resuelve el co n ju n to político en un a “p ro lo n g a ­
ción” subjetiva: el dom inio de B on aparte sólo significa q u e “ a p re n d e ­
mos a superar el B o n ap arte que todos llevam os d e n tro ” (BW , N s 50,
51). C a ie c e del sen tim iento del propio derecho, así co m o de to d a a u ­
toestim a social; sólo una vez la utiliza, com o una pose efectiv a, p a ra
representar al burgués ofendido por los ataq u es a la n ob leza.7 El h ech o
de que se co m etiera un a in justicia con tra los tiroleses - e n la q u e él
mismo co lab o ró - y que, a pesar de tod as las garantías, íes fuera q u ita ­
d a su constitución, sim plem ente le p asó in advertido: ten ía que r e d a c ­
tar proclam as y artículos de diario cuyos tem as eran co m p letam en te
diferentes. Esto, lo que le dio fuerza a las p oesías de A m d t, e! odio p o ­
lítico y la indignación an te la in justicia del dom inio extran jero , falta
en toda expresión rom ántica.
En efecto, el estado de cosas claro se enm araña por el hecho de que el
rom anticism o político tom a ya elaborado el m aterial intelectual con el
cual se disfraza. D e la impresión inm ediata de un hecho político quizás
se origine una lírica política o una canción, pero no un rom anticism o
político, Por el contrario, deben estar disponibles con jun tos de a rgu ­
m entaciones ya listos, im ágenes y locuciones concisas o, mejor, su g esti­
vas, para que la específica productividad rom ántica se despliegue sobre
ellas y formule, al m enos exterionnente, alguna cadena de conclusiones
y resultados. A rgum entaciones que ya h an sido form uladas com o tales
pueden acentuarse y subrayarse, enfatizarse con trém olos retóricos y
contrastarse “an titéticam en te” . A sí procede A d am M üller con Burke.
Lo que Gutzkow dijo sobre Chateubriand, esto es, que no pudo dar al
partido legitimista m ás que la meiifluídad de su discurso, vale todavía
m ás para A dam Müller, y también para Friedrich Schlegel, cuando q u ie ­
re ser político. El nuevo sentim iento histórico, el sentim iento nacional
naciente, no debe ser atribuido al rom anticismo; es tan poco inventado,
creado o influido decisivam ente por el rom anticism o, com o éste a a

7 Cfr. sufro, p. 101.


creado el catolicism o.3 Q uien oye hablar a A dam M üller acerca de Bur-
ke ciertam ente deberá creer que fue en verdad el prim ero que descubrió
a Burke y lo volvió accesible para A lem ania; se presenta com o el lugarte­
niente del espíritu burkeano en A lem ania, aunque al lado de los eficien­
tes e im portantes trabajos de Brandes, Rehberg y Gentz, su entusiasmo
por Burke es de hecho insignificante.9 Todavía hoy se habla en A lem ania
de Burke com o un precursor del rom anticismo, com o si en el rom anticis­
m o Burke fuera algo diferente a D an te, Calderón, G oethe: un gran soni­
do en la confusa obra de arte del intelectualism o rom ántico, una figura
rom ántica, un poco com o Beethoven en las novelas epistolares de B e tu ­
n a von A m im , un a im agen nebulosa que se confunde con otras “como
nubes fundiéndose una en otra” . C u ando Burke habla sobre la duración
o sobre la com unidad nacional, y de allí se eleva a una retórica grandiosa,
sigue siendo siempre, no obstante, el estadista con una gran responsabili­
dad, que dem uestra una cosa a un público de personas norm ales y quiere
defenderla frente a él. Cuando Fríedrich Schlegel se entusiasm a con ía
R evolución Francesa, en cambio, da la impresión -q u e h an producido
sobre él lecturas heterogéneas y sus conversaciones en am bientes de Ber-

r
3 Guyau, cuya exposición de la historia deí catolicismo alemán en el siglo xi.K es
más importante que incontables monografías históricoliterarias, declara con razón que
el acontecimiento decisivo fue la conversión det conde Stolberg (1800), y no las de
Müller y Schlegel, Revue des deux mondes, 1° de febrero de 1918, p. 639; UÁUemagne
rdigieuse, t. i, París, 1905, pp. 159, 252, 274- Aún en 1803 Müller hablaba con gesto
de superioridad del “buen Stolberg" (Brie/u>ecíijei, N c 16), así como habló del “honra­
do Nettelbladt" y 4e otros. Que de Maistre no se hubiera ocupado de un libro como
los EEemente der Stoatslcunst, es comprensible de suyo a causa de su antipatía hacia la
filosofía alemana, hacia Herder, Kant, Fichte y Schelling. Por el contrario, estimaba
mucho la Kirchertgescfiicfue de Stolberg, cfr. Latreílle, op. cit., pp. 70, 74, 279.
5 También por eso Rehberg estaba autorizado a emitir, en su reseña de los Elemente
der Stíiatskunst de Müller ya citada (Sámti. [V, p. 267), un fallo aniquilador: “E!
autor (Müller) conoce y alaba continuamente a ios mejores escritores. ¿Pero no debe­
ría él mismo percibir que su cálida recomendación de los escritos de Burke convierte a
su propia conferencia en una sátira?" N o lo percibió, así como tampoco percibió que
se satirizaba a sí mismo cuando imputaba a Fichte y más tarde a Buchholt: (y además,
rambién a Bonald, Verm. S cíitv, i, p. 393) carencia de conocimientos científicos básicos.
lín y len a - de que el suceso le interesa sólo como “ vehículo de una con ­
versación”. Esto se expresa en la ocasional y altamente rom ántica com bi­
nación de tres impresiones que se mezclan, heterogéneas, pero sim ultá­
neas e igualm ente fuertes: la R evolución Francesa, la D octrin a d-. la
Ciencia de Fichte y el Wilhelm Meister de Goethe. Ciertam ente, no había
leído todavía a Burke. ¿Qué efecto produjo en él la lectura de Burke?
A ugust W ilhelm Schlegel conocía escritos de Burke desde 1791, al m e­
nos en ese año se lo hizo notar a su herm ano. Entretanto, también N ova-
lis había conocido a Burke; lo m enciona en 1798 en los Bliítenstaubfmg-
menten (N e 104), y el ensayo Die Christenheit oder Europa m uestra ya su
influencia. Friedrich Schlegel leyó a Burke hacia el inicio de 1799. El
efecto: lo “dejó sin aliento” el hecho mismo de que algo tan “furioso” hu­
biera sido escrito.10 Por eso, cuando N ovalis dice de Burke que h a escrito
un libro “revolucionario” contra la revolución, está así bien caracterizada
la impresión sobre los románticos, sobre Novalis, sobre Friedrich Schlegel
y sobre A dam Müller: “revolucionario” era todavía sinónimo de “rom án­
tico", pero “antirrevolucionario” también podía ser “rom ántico”, esto es,
se ve en ambos, en la Revolución Francesa com o en el espléndido pathos
y fuerte tem peram ento de Burke, una incitación a la adm iración estética
y a la imitación. A quello de lo que Burke se ocupa, su sensibilidad histó­
rica, su sentim iento de la comunidad nacional, su aversión hacía la “fa­
bricación” violenta, todo lo que en él es histórico y político, es trasladado
a otra esfera y romantizado. La romantización tiene lugar sin la capaci­
dad ni la posibilidad de una consideración objetiva: es la “ fabulosa” - e n
ese entonces se decía rom ántica- impresión de una persona, de un acon­
tecimiento histórico, de una obra filosófica, artística o literaria.
De allí es que ju n to a la Revolución Francesa, a Fichte y a Goethe,
pudiera tam bién alinearse a Burke; A dam Müller, de hecho, lo colocó

10 Epistolario de Friedrich Schlegel con su hermano, op. rit., p. 17, No. 401, 26 de
agosto de 1791 (p. 17): “Todo el asunto me interesa principalmente de modo inmedia­
to, sobre todo como vehículo de conversación con mucha gente", Rich. Volpers,
FnédncK Schlegel ais poliajcher Denker und deutscher Patriot, Berlín, 1917, p. 55, escribe,
muy erróneamente, “curioso".
junto a G oethe. Tam bién N apoleón o Beethoven se convierten en figu­
ras rom ánticas. N ovalis pudo incluso nom brar al amigo o a la am ada.
Asimism o, Schlegel y Müller realizan com posiciones y mezclas a volun­
tad, pero en ellos la rom antización alcanza su punto m ás alto con las
“ideas” , esto es, con un m aterial ya disponible en formulaciones intelec­
tuales, al cual convierten antitéticam ente en su opuesto, lo com binan
con otro m aterial, lo estilizan activam ente o lo transform an rom ántica­
m ente de m odo sem ejante. Tanto a R ehberg com o a Jean Paul les llamó
la atención que A dam M üller sólo se ocupara de los m ejores y m ás gran­
des escritores y que citara sólo a ellos. El m ism o Müller parece haber en ­
contrado en ello una prueba de su propia grandeza, pues cuando disputó
con Buchholtz, señaló expresam ente que sólo excepcionalm ente, a ca u ­
sa de la especial circunstancia del caso, em prendía una defensa de la no­
bleza contra Buchholz, lo que en realidad sólo habría hecho si hubiera
tenido com o adversarios a hom bres com o Burke o M ontesquieu. N o
obstante, con ,esta pretensión probaba can escasam ente una riqueza es­
pecial de sus propias ideas, com o en su vida su constante devoción por
la sociedad aristocrática probaba un a riqueza económ ica propia o un
prestigio social derivado de su propia capacidad. £1 interés rom ántico
por los nom bres célebres se debía a un a m otivación com pletam ente di­
ferente: un gran nombre es un reservorio de sugestiones. Las obras de
un gran hombre contienen tantas objetivaciones de valores espirituales
que apenas con una fina sensibilidad “por su toque, su com pás, su espíri­
tu m usical y el delicado efecto de su naturaleza interior que m ueven su
lengua o su m ano, alcanza para ser un profeta”.11 A quí subyace una ra ­
zón de ia inclinación rom ántica hacía el catolicism o hasta ahora siempre
pasada por alto: en la Iglesia C atólica y su teología estaban interpreta­
dos, en un m ilenio de trabajo espiritual, todos los problem as hum anos
de la forma m ás alta que ellos puedan tener, esto es, teológica. Esto era
un poderoso arsenal de conceptos disponibles y de fórmulas profundas.
Sin adentrarse en el penoso e ingrato trabajo de la investigación dogm á­
tica, así com o antes utilizaban térm inos de la filosofía natural, se sirven

11 Novalis, Munolúgm, 1 (Minor, I?, pp. 18 y 19).


ahora de palabras com o “gracia”, “pecado original” y “ revelación” com o
de recipientes preciosos en los cuales la vivencia rom ántica se derram a.
M üller es, por lo tanto, e¡ tipo m ás puro de rom ántico político, ya
que, en un grado m ás alto que Schlegel o que los otros rom ánticos, tenía
dotes especiales, que incluso le volvían clara la técnica de la rom antiza-
cíón política. S u faculté maitresse es la oratoria. En sus períodos m odéli­
cos hay ejemplos de un bel canto del habla, com o apenas pueden en con ­
trarse en la prosa alem an a. El tono de sus lecciones cu idadosam en te
preparadas es, a la larga, algo uniforme, y su im perturbable solem nidad,
su p ed an tesca elegan cia debieron ser “indigeribles” para una person a
nerviosa com o Brentano. Pero en la conversación, cuan do podía a p o ­
yarse en los pensam ientos del otro, en el círculo de conocidos, cuya sim ­
patía am istosa y proxim idad corporal y espiritual ío anim aban, o e n las
cartas, en las que sabía que el destinatario estaba bien predispuesto h a­
cia él, m ostraba un a encantadora riqueza de palabras plenas de alusio­
n es y un instinto seguro en el uso de todos los m edios oratorios, incluso
de un inconsciente cursus que hubiera honrado a un iniciado en el estilo
cu rial.52 S i adem ás se tom a en cuenta su clarividente sentido por el esti­
lo de su ambiente y su ilim itada capacidad de asimilación, puede co m ­
prenderse el encanto del que tantos hom bres distinguidos h an hablado.
En Gentz, él mismo dotado de una poderosa capacidad retórica y perci­
biendo aquí un talento oratorio que quizás era superior incluso al suyo,

12 Como ejemplos de un bello cutsus pkmus [ u u - u ] quiero resaltar la conclusión de


la carta a Gene:, Briefwechsel, N 9 8, 9, 16, 35, 62, 86, 103, 106 (especialmente bello); los
Ns 55 y 107 coatienen ejemplos de un bello cursus vdox [ - u i n r u ) , Lo que Donn-
browslcy compiló acerca del esdlo de Adam Müller es, a pesar de todo el esfuerzo, insufi­
ciente. Para comprender el origen y desarrollo de la retórica de Müller se deben considerar
algunos datos biográficos: su tío y educador, el predicador Cube; luego, la influencia de
Spalding, quizás recibió también lecciones “sobre el estilo" de Bouterwek; peto sobre todo
Theremin, que se había ocupado desde Kacía años del estudio teórico y práctico de la elo­
cuencia y en 1814 publicó un libro, Efe Berethamkek eme Twgend *[L a elocuencia, una vir­
tud). Müller había tenido estrechas relaciones con él en Berlín (cfr. la interesante anota­
ción del diario del Conde Loeben, citadapor Dombrowsky, del 23 de febrero de 1810,
Euphorion, 15, 1908, p. 575 y la carta de Cl. Brentano a von Amíni, del 10 de diciembre
de 1812, citada por Emst Kayka, Kleist und die Roimndk, Berlín, 1906, pp. 197 y ss.)
el placer asciende a un entusiasm o exaltado, que explica bien su am istad
con Müller. A sí se originaron los juicios en los que se fundó la fam a de
M üller entre sus contem poráneos: lo llam a “un a de las m ás grandes ca­
bezas de la época” y “el primer genio de A lem an ia”; juicios cuyo efecto
propagandístico fue tan im portante que se retom aron en los artículos de
los diccionarios biográficos y en m uchas m enciones incidentales: Müller,
éste era el hom bre que Gentz había llam ado el primet genio de A lem a­
nia; si todavía en 1919 puede aparecer com o “la cabeza política m ás m a ­
dura del rom anticism o”, se lo debe a las sugestivas frases acuñadas por
su buen am igo Gentz. Sin embargo, las expectativas que provocó eí jo­
ven M üller en con versacion es entre am igos com o Kurnatow ski, Fin-
kenstein, Peterson y en su am igo siem pre dispuesto a una adm iración
sincera, G entz,13 eran realmente enorm es, especialm ente acerca de su
Lehre vom Gegensíitz. Gentz, al igual que otros, debió ver en Müller a un
nuevo profeta, a1quien tam bién tom aba por un aliado poderoso. Lo co n ­
sideraba con toda seriedad com o el hom bre que derribaría a Fichte, “ese
Baaí" y, ciertam ente, con [a Lehre vom Gegensatz, la que era una “grande
y buena filosofía", a diferencia de la fichteana. El odio que Gentz, un
hom bre culto del siglo XVIii, sentía por el furioso imperialismo del yo de
un profesor d e filosofía es explicable; tam bién W ilhelm von H um boldt
apartó con aversión esta frenética “caza de ideas” y vio en ella un peli­
gro para la vida espiritual de los alem anes. Gentz mismo decía que su
adm iración por Müller había com enzado con su odio por Fichte.14 M ü­
ller permitió gustosam ente ser festejado com o el profeta venidero y ali­
m entó las expectativas con grandes alusiones. Su librito Dte Lehre vom
Gegensatz, que apareció en 1804, fue, por supuesto, una grave desilu­
sión. El tratam iento superficial y fragm entario de todos los difíciles pro­
blem as filosóficos, la com binación rom ántica Goethe-Burke, en la que

13 Consideraba al pobre Karl Gustav vori Brinckmann como un poeta que podía es­
tar junco a Raciue y a quien sólo podía elogiarse con un grito de admiración (Vi/,, U, p.
237 ¡Se debe confrontar esta carta con BW., Nc 158, para conocer la psicología del
elogio gentziano!).
Carta a Brinckmann del 26 de abril de 1803 (W., n, p. 125).
esta filosofía culm inaba, debieron sorprender co n desagrado especial-
m ente a un hombre versado com o Gentz, que estaba educado e a la es-
cuela kantiana. A pesar del entusiasm o por el am igo, era dem asiado in­
teligente para no ver qué pobre era la filosofía de las oposiciones, la que
lo había entusiasm ado tanto en las conversaciones de sociedad y en la
crinolina de la oratoria; declaró que prefería cualquier conversación con
Müller antes que el libro (BW ., N 2 17}. La m ism a desilusión se repitió
luego de cad a volum inosa publicación de Müller: luego de los Elemente
der Staatskunst (1809) y de los Versuchen einer neuen Theorie des GeWes*
(1816). Por elio Gentz prefería elogiar los pequeños ensayos publicados
en Pallas, un escrito de ocasión con motivo del regreso del rey de Prusia
a Berlín en 1809, y tam bién la Uber die Notwmdigke.it einer theobgischen
Grundlage der gesamten Staaiswissenchaften, de 1819, sobre la cual escri­
bió: “lam entablem ente es sólo un fragmento; no obstante, este fragmen­
to contiene párrafos y pasajes que no pueden com pararse con nada en
A lem ania y, en general, sólo con los m ejores capítulos del inmortal de
M aistre. Incluso el estilo se eleva en m uchos pasajes sobre lo mejor que
los m ejores entre nosotros hayan escrito”.15 En efecto, cuando se consi­
deran las eficaces carras de Müller, el bello gesto con el que renuncia al
aplauso de! m undo, cuan do ese aplauso se le niega; cuando quiere hu­
millar la incom prensión del m undo, si es posible por medio de obras aún
m ayores; la tranquila superioridad con la que declara que encuentra
m ás im portante el aplauso de un médico llam ado Langerm ann que el

* Ensayos sobre una nueva teoría del dinero.


15 Carta del 2 de enero de 1823, BVK, N a 218; Gentz tesaltó la conclusión del capí­
tulo 15 (“¿Pero por qué existe, sin embargo, un orden cierto de las cosas?") como “in­
comparable en ritmo y severa en cada pensamiento"; ei párrafo completo es segura­
mente el mejor ejemplo de un pensamiento determinado exclusivamente por la
oratoria y, además, tan rebosante de un aíre a Novalis (“vivimos todavía de los frutos
de tiempos mejores") y a Rousseau (el sencillo campesino, el silencioso artesano) que
seria imprudente recordar aquí a de Maistre. Por lo demás, Gentz escribió en su diario
dos años más tarde, en 1825, que estaba “indescriptiblemente conmovido” por los en­
sayos de Górres en Katholiken, dado que “desde Burke y de Maistre no creía haber leí­
do nunca algo tan profundo y fuerte". N o menciona aquí a Müller (iv, pp. 2 y 3). La
expresión “incluso el estilo" delata la auténtica causa del entusiasmo.
del m undo; cuando se ve cóm o ya realiza el pretexto rom ántico de la
obra de arte total, por el que presenta sus Elemente cier Scoatskimst como
un género que reúne en una unidad m ás alta elem entos filosóficos, eco­
nóm icos y teológicos, al que, por consiguiente, no tendrían capacidad
para criticar ni un filósofo, ni un econom ista, ni un teólogo; cuando
siempre aparecen nuevas prom esas y alusiones en las que un buen ami­
go gustosam ente confiaría; an te todo esto, se vuelve así comprensible
que todavía en L823 Gentz pudiera creer que Müller era el único que
podía competir en una lucha con Gorres; aunque cuidadosam ente aña-
de ahora que lo “vería ir a esa lucha no sin temblor y vacilación”.
La vacía raison oratoire con su despliegue m ecánico que Taine en ­
cuentra en los discursos de los jacobinos no se puede equiparar sencilla­
m ente con las obras oratorias de Müller, pues en él se trata de la flore­
c ie n te p r o d u c tiv id a d r o m á n t ic a . N o o b s t a n t e , a lg u n a s de la s
características de la raison oratoire que Taine observó son sorprendente­
m ente certeras también aquí. “Toute cetts phíiosophie écrite a été dite, et elle a
été dite avec l’accent, l’entram, ¡e natural inimitable, de l’irrprowiscakm [...} tout y
est arrangé, apprété16 {...] á peine s’ií y rencontre un fait, un détail instmcaf’.

16 La palabra "Appmur" * [en alemán, acabado, apresto, aderezo, siempre referido a


las reías] maravilló a Gencz por primera vez ert los escritos de Grattenau contra los ju ­
díos; ía retoma vivamente, encontrándola excelente y “digna de inmortalidad” (carta a
Bnnckmann del 3. de octubre de 1805, !i, p. 165). Müller también la aprovecha (dé­
cimo discurso de las Reden über die Beredsamkeit, página 209: “pues forma parte de los
espíritus un apresto (Afipretur) artificial, un ideal tergiversado y deformado de un géne­
ro entero”, etc.),'se indigna tanto contra et esteticismo privado como con el "apresto"
de la cultura de la época, aunque apenas haya un juicio que no caracterice a éste casi
totalmente: todo está bien preparado, con psicología sutil en relación con la impresión
buscada; en su actitud, su lenguaje, sus vestimentas se podía notar tan poca inmediatez
romántica como ironía. Sin embargo, sigue siendo cierto que desarrollaba su auténtica
productividad en la conversación. Sobre ello, es interesante el testimonio de Franj
Graffer en sus Kkmtr Wiener Memoiren * [Breves memorias vtenesas], segunda parte,
Viena, 1845, p. 67: Adam Müller tenía la reputación de hablar excelentemente. En
efecto, era un gran placer oír hablar a este kombre sobre lo que fuera. Ligero, florido,
en apariencia distinguido y sin embargo extremadamente popular, seguro, feliz, rico en
efectos; ni la más lejana huella de intención oratoria. Así como hablaba, escribía...”
Hay pocos pasajes efectivos en los escritos de Müller que no se encu en ­
tren ya en conversaciones o cartas anteriores -p ara él la carta era una
forma de con versación - Por ejemplo, que el N o yo de Fichte fuera el rü-
hil inepraeseruabile no era, en sí, luego d e la lectura del escrito de K ant
Versuch, den Begriff der negativen Gróssen en die Weltuseisheit einzuführm *
una afirm ación profunda; una expresión técnica de la filosofía que, com o
tal, producía un cierto efecto esotérico, era arrojada en la conversación.
En Gentz provocó una impresión poderosa, com o se desprende de su car­
ta a Brinckm ann deí 26 de abril de 1803. ¡Pero qué efecto tan débil pro­
duce el mismo pasaje en el contexto m ás amplio de la Lehre vom Gegen-
satz y con qué expresiones tan cuidadosas se alude al peligroso oponente
Fichte!17 Y qué efecto penoso produce un detalle práctico en los Elemente
der Staatskunst, cuando luego de generalizaciones arrogantes, luego de
palabras com o “idea”, “duración” , “verdadera ciencia política”, se lleva a
cabo una pequeña prueba práctica: la supresión del mayorazgo, afirma,
infringe el orden jurídico existente, pero éste es el verdadero orden jurí­
dico, porque es idéntico con la verdadera utilidad y porque yo debo res­
petar “lo que los nietos entre mis contem poráneos disfrutan com o heren-

" Toda esta filosofía escrita ha sido dicha, y ella lia sido dicha con el acento, la ani­
mación, la naturaleza ini mi cable de La improvisación [...] todo está allí arreglado,
aprestado [...] apenas se encuentra aüí un hecho, un detalle instructivo.
* La nada no represe ntable.
Ensayo de incorporación de las cantidades negativas en la filosofía.
11 Lehre vom Gegensttf j, pp. 49 y 108, la carta de Gentz: W. lí, p. 125. Fichte es men­
cionado en: el prefacio (como revolucionario), p. 77 (los extraordinarios trabajos de
Fichte, Friedrich Schlegel, Schelling y Schleiermacher, "los auténticos héroes de la re­
volución científica”). Cfr. también Phóbas, I, p. 52 (la falsa popularidad de Fichte), idea
de la belleza, pp. 76, 80, 85, Elemente, pp. 19, 107 (nuevamente contra eí “Estado co­
mercial cerrado”), Vorksungen über Fnedrich II * [Lecciones sobre Federico II], p. 137
(“Por ejemplo ¿Qué es lo que atrae irresistiblemente, con derecho, hacia Fichte a sus
discípulos?", respuesta: “la continua disposición militar de su ánimo"). El que en las
Vorfesuiigeri über die deutsche Wissenscha/t urni Literatur * [Lecciones sobre la ciencia y la
literatura alemanas], Dresde, 1807, p. 66, se nombre (a sátira de Fichte a Nicolai, “a
pesar de su cínica rusticidad y dureza, la obra maestra de la polémica alemana”, “un
fragmento de energía alemana”, le pareció a Gentz “doloroso” (BW N s 115); sin em­
bargo, ello prueba, además de la dependencia de los Schlegel, eí respeto de Müller por
cía de sus an tepasados” . Por el contrario, en lo referente a la supresión de
las com unidades cam pesinas el asunto es diferente ¿por qué? “E! incre­
m ento evidente del ingreso neto de una nación habla a favor de la supre­
sión; una vieja ley h ab la en contra; sin embargo, la que habla en contra
de la supresión del m ayorazgo es una ley de un alcance mucho m enor
que aquélla. La costum bre y la obstinación de los cam pesinos los pone
del lado de la ley; sin embargo, la ventaja inm ediata obtiene la victoria
por sobre una ley lim itada e im potente”.18 Ésta es toda la argumentación.
N o es sorprendente que Rehberg y Raumer, que estaban familiarizados
co n las d ificu ltad es p rácticas de la cuestión, despreciaran esto com o
charlatanería y vieran en ello un sofisma barato, que un orador servía a
su noble clientela.
Junto a esta aversión por el detalle concreto, que corresponde al an ­
tiguo principio retórico de que el orador sólo debía hablar generalizan'
do, Müller tenía otras dos particularidades oratorias que a m enudo apa-
recen tan fuertem ente en sus obras, haciendo desaparecer el contenido
objetivo de am plios pasajes. La primera es su tendencia a los superlati­
vos, como ta l: un efecto ulterior de la tradición ciceroniana. En M üller
puede explicarse por el h ech o de que a toda palabra concisa se le quita
su contenido concreto. Figura sólo com o ornam ento y debe volverse im ­
presionante ai través de la hinchazón superlativa. A l igual que en las lo-
cucíones convencionales, en los finales de cartas y en casos sem ejantes,
los superlativos (devotísim o, cordialísim o, sincerísim o, obedientísim o,
amicísimo) aparecen com o una necesidad psicológica, ellos también do­

Fíchts, con quien se guardo de polemizar otra vei, luego de aquéíla en 1801. En ese en­
tonces (en la edición de diciembre de los Beríaier Monatsscfvrrfc, 1801) había reprocha­
do a Fichte falta de conocimientos y experiencias científicas; el reproche estaba justifi­
cado, salvo que el joven diletante berlinés era el último que estaba autorizado a
hacerlo; en cuanto a lo que no está de acuerdo con Fichte, el artículo es un eco de lo
que Müller había escuchado de Gentz y en Gottinga (cfr. Gentz, Híst. Journal n, 3,
1800, p. 749, nota, y Gütc. gel A n i del 23 de febrero de 1801, pp. 313 y ss.; el autor de
esta última reseña de Der geschbssene Hantlelstaai * [El Estado comercial cenado] -la
gran cárcel, como lo llama allí- es Rehberg, cfr. sus Samtl. Scfm/ten iv, pp. 309-313).
13 Elemente I, pp. 39-90, cfr. también Friedrich II, p, 99, y Deutsche Stootsaiuegen, u, p. 35.
m inan en m uchos rom ánticos a causa de una falta de contenido objeti­
vo y de una actitud “sociable”. En M üller aparecen en cantidades enor­
mes, en las lecciones y en las cartas, a m enudo hasta por docen as.19 H ay
superlativos en los que el pensam iento no puede conform arse con la
simple afirm ación, gira sobre el lugar y se apasiona hasta llegar al super­
lativo; donde hubiera bastado hablar de la esencia en oposición a lo no
esencial, la representación abstracta busca hacerse m ás enérgica, de m o­
do que habla de esencia interna, luego de la m ás interna y finalmente de
la más interna de todas las esencias, por supuesto, sin que con ello se
vuelva m ás claro el pensam iento. La obra de Fichte está plagada de tales
conjuros com o “sim plem ente”, “absolutam ente”, “no otro q u e ”, “autén­
ticam en te” , “puro”, “sólo", “único", “absoluto”,"incondicionado” ; por
ejem plo, “con absoluta evidencia" sabe “que sólo a través del p en sa­
m iento auténtico, puro y verdadero, y simplemente a través de ningún
otro órgano, puede capturarse y apropiarse de la divinidad y de la beati­
tud que de ella fluye”. En Fichte ello deriva del esfuerzo por constreñir a
los dem ás hombres a sus pensam ientos; el impulso despótico por dom i­
nar y la capacidad de prueba aniquiladora. En Müller los superlativos
son sólo refuerzos fonéticos o signos de adm iración retóricos.

19 Para tomar como ejemplo uno de los mejores ensayos breves: en el artículo sobre
Franz H om er se habla del “excelentísimo estudioso” de "los profundísimos y esencial!'
sinios intereses de Europa”, de “los estrechísimos y más indisolubles nudos", de “nego­
cios eseocialísitnos”, de “la luí conve memísima” en la que los méritos sean señalados,
hasta la bella y retórica frase conclusiva con que el artículo se c i e r r a : h a b e r ofre­
cido de ese modo las últimas energías del cuerpo moribundo a uno de los más profun­
dos problemas de la ciencia, así como a los más sublimes intereses de su patria es 1a
perdurable fama póstuma de nuestro H om er”. Zeúgenosíen, Biograplnen und ClutTakte-
rtsttken * [Contemporáneos, Biografías y Caracterizaciones], Leipzig, 1818, III, t. 4, p.
128. En la primera parte (1816) Müller había publicada (p. 12) el ensayo Frare; I vori
Osterreic/i. (El ensayo está marcado T-Z y reimpreso en los Gesammelte Se/iridien de
Müller, Munich, 1837, i, pp. 377-408.) El compilador, Profesor Koethe, proveyó a la
obra de Müller de un prefacio en el que al menos se brindan los datos más importan­
tes de la vida del Kaiser, dado que el bello y estilizado panegírico de Müller apenas
contiene alguna indicación útil que pudiera interesarle a un lector en busca de infor­
mación acerca de los hechos históricos.
Esta tendencia a los superlativos se une a m enudo con un segundo
recurso oratorio, la perífrasis en tres partes, a la que se podría denom inar
la “tem a mülleriana”, por la preponderancia tan llam ativa que tiene en
su obra. También aqu í pueden darse cientos de ejemplos: “vida bella, li­
bre y vivaz", “templanza, indulgencia, tolerancia” , “censura, intoleran­
cia, incredulidad”, “por la llam a del ingenio consum ido, destruido, sacri­
ficado”, "tam bién en la m ás alta, m ás seria, m ás íntim a devoción", “la
com icidad genuina, pura, inocente”, “qué es la santidad suprem a, qué es
la belleza m ás alta, qué es la verdad más pura sino...”, “lo poderoso, li­
bre, exuberante” (com o características del rom anticism o), lo “circuns­
pecto, elegante, discreto” (com o m arcas distintivas del clasicism o fran­
cés), la “inocencia, plenitud y claridad de H o m ero”, “la acom pasada,
arqueada, pulida locuacidad de Cicerón” , “el espíritu m ás agitado, m ás
tierno, más encum brado del m undo antiguo” (Platón), etc.20 A veces las
ternas se alternan co n m ovim ientos binarios, pero ello está siempre d e ­
term inado exclu sivam en te por pun tos de v ista rítm icos, acústicos u
otras exigencias oratorias y se desarrolla con el correr de los años desde
un ciceronianism o juvenil y torpe hasta una gravedad refinada.21
L as argum entaciones de M üller sólo se p u ed en juzgar com o obras
oratorias. Las antítesis que expone no son diferenciaciones objetivas u
oposiciones, los superlativos no im plican increm ento del contenido y
la “ terna" no es una acum ulación de pensam ientos, sino de palabras.
Las oposiciones son retóricas, pendants oratorios que con ayuda del rit­
m o y del efecto de la sonoridad p ued en tener una fuerza sugerente.
A sí se justifica la altam en te rom ántica disposición y m ezcla de toda
“ oposición” posible: hom bre y mujer, ciudad y cam po, nobleza y b u r­
guesía, C ám ara alta y C ám ara baja, cuerpo y alm a, persona y cosa, e s­

20 Los ejemplos citados en el texto fueron extraídos de tos capítulos 4, 5 y 6 del


Phobus (Vem.Schr., II, pp. 165, 214 y ss,).
21 Lo que es valioso en el estilo de Müller permanece completamente en et ámbito
del clasicismo; ha contribuido tan poco a la creación, de un nuevo estilo romántico co­
mo una nueva forma, como en otros terrenos, el romanticismo al hallazgo de una gran
forma propia.
p ació y tiem po, interioridad y exterioridad, p asad o y futuro, in stan te y
d u ración , d erech o y u tilid ad , teoría y p ráctica, ro m án tico y clásico ,
germ án ico y rom ano, oriente y occid en te, aire y tierra, e tc. T o d as son
in tercam biad as entre sí; a v eces son tratad as com o co n trastes p a ra le ­
los, a veces com o oposicion es, a veces co m o iden tidades y p e rm an ecen
siem pre com o m eros tonos y acord es que se m ezclan, co n tra stan y a r­
m onizan de acuerd o con eí efecto retórico bu scado en c a d a caso. Si
n ecesita un cu ad ro d ram ático p a ra ilustrar la c o n ex ió n de p a sa d o y
presente, lo q u e p ara él, a su vez, es sólo un cu adro, en segu id a surge
u n a n u eva “oposición” : hom bre y tierra, la tierra es enem iga del h om ­
bre, ella destruye lo que éste h a con struido, las diferentes gen eracion es
de hom bres son aliadas en esta guerra, luego de que ellas h ay an fun ­
cion ado com o la oposición entre la ju ven tu d y la vejez. T am bién el in­
dividuo privado lleva ad elan te u n a “guerra” con el E stado, las guerras
revolucionarias y n apoleón icas son “sólo un sím bolo” de la guerra in­
tern a q u e tiene lugar en ca d a E stad o (Friedrich u, p. 2 7 ); la “guerra"
reina entre la vida pública y la privada, entre los propietarios y las le­
yes, entre el zapatero y el cuero. L a guerra es tan pronto el padre de
todas las cosas, com o el m al; tan pronto debe vencer el E stad o en toda
luch a con el individuo privado, com o él m ism o ser sólo el individuo
privado del que hablaba Haííer. Todo esto es sólo raison oratoire y tiene
que v er co n la filosofía o co n el p en sam ien to p o lítico só lo p orq u e
aprovech a sus térm inos en función de una productividad rom ántica.
En la reseña de la Lehre vom Gegensatz que apareció en 1805 en la Je-
naische Aíígememen Uteraturzeitung (N e 106, p. 238), se observa acer­
tadam en te que en una doctrina de las oposiciones no debería haber
faltado la distinción entre oposiciones exclusivas e inclusivas. Pero el
autor no se ocupaba de sem ejan tes supuestos lógicos elem entales. A él
sólo le im porta hablar y ñotar en el bello m ovim iento de una con ver­
sación de sociedad.
Incluso M üller no puede pensar de otro m odo que no se a el de la
conversación. La palabra “con versación ” - la denom inación de un gé­
nero específico de productividad rom ántica que tom a cualquier objeto
com o ocasión para un “ju ego de palabras” de socied ad - reaparece en
M üller incansablem ente. Ya e n el prefacio a la Lehre vom Gegensat^ se
lam en ta de que no se lleve a cab o “ n inguna con versación coherente
sobre toda E u ropa”, lo cual se repite en todas las ediciones; incluso no
puede evitarlo en la m em oria acerca de la redacción de un diario del
gobierno prusian o: el gobierno m an tien e un a “con versación ” con ía
op o sició n . A q u í se m u estra la rom an tización de la “discu sió n ” y eí
“equilibrio” liberales, así com o el origen liberal de este rom anticism o.
Ya en la Lehre vom Gegensatz se revela esta estructura de su producti­
v id ad espiritual. M üller explica que tod a idea se construye com o o p o ­
sición desde el principio y, en con secuen cia, ésta n o es sim plem ente
un a figura clave del discurso, sino que “en tan to éste es realm ente v i­
viente, es com pletam ente y h asta el infinito an titético” ; entonces, “el
oyente es el verdadero an tih ablan te" (p. 3 8). E l h ablante debe pensar­
se a sí m ism o com o oyente, el oyente com o h ablan te, pueden inter­
cam biarse am bos roles, al igual que sujeto y objeto, positivo y n eg ati­
vo, etc. E ste es la eterna acción recíproca de lá que habla siempre, eso
es lo que significa para él, cu an d o quiere “captar la vida al vuelo” ; esto
no tiene ningún parentesco espiritual con Sch ellin g o con Bergson,22
sino que significa que la oposición entre discurso y réplica es un a o c a­
sión para una: vivencia rom ántica. S u argum ento m ás im portante, que
repite ta n frecuentem ente: en eí principio no había un hom bre aisla­
do, sin o u n a com u n id ad , significa que para él :odo puede volverse
o casió n p ara un a con versación . S u refu tación del “célebre error de
una iden tidad absoluta del sujeto y el ob jeto” (p. 41} consiste en la
ejem plificación de un a conversación, de la que evidentem ente es n e ­
cesario que dos sean los participantes, el h ablante y el oyente. El uno

11 Acerca de las relaciones con Schelling se pronuncia el detallado, pero, con todo, in­
suficiente libro de A m o Friedrichs Klassische, Philosophie uncí Wirtschaftswissenschaft,
Gotha, 1915, pp. 117 y ss.; en la p. 160 se llama a Müller el conferencista mundano y
estetizante, un “solitario pensador político”. El libro es un ejemplo de falta de sentido
crítico, típicamente subromántico. Pero incluso un buen filósofo como Metzger quiere
distinguir eí “concepto especulativo" de Hegel en las oposiciones de Müller (op. cá., p.
260) y hasta menciona -porque no conoce el concepto de occasio~ la diferenciación
que hace Cassirer entre los conceptos de sustancia y función. De hecho, apenas habrá
es, por lo tanto, sólo “un dos que se ha vuelto rígido". El artista m an ­
tiene una con versación con el que considera la obra de arte y, dado
que la naturaleza y el arte son lo mismo, tam bién lo hace la naturaleza
con el hom bre. Toda flor, toda im agen devienen parte de un diálogo y
son tan pronto oyentes com o hablantes; el m undo entero, el universo
es una conversación, de m odo que oportunam ente se crea la aparien­
cia de que este pensar o sentir esté orientado sociológicam ente, por­
que - u n caso raro para un rom án tico- tiene com prensión de la reci­
procidad y, por esto, de que el hom bre no está solo en el m undo. Pero
esta com unidad h um an a sólo tiene por contenido la con versación ro­
m ántica. A pesar de su rechazo por el sistema de la identidad de Sche-
lling, que en estas condiciones no pudo comprender, adoptó expresio-
nes y giros de él y de m uchos otros, y, con ello, ocultó el ocasionalism o
subjetivo de su m entalidad. Sería incorrecto hablar aquí de dualism o o
m onism o, pues dualism o o m onism o no son aquí ninguna oposición,
porque las oposiciones m ism as no son verdaderam ente tales, sino sólo
ocasiones. N in g ú n co n cep to retiene su form a, todo se disuelve en una
m úsica oratoria. S e puede pensar al hablante en una “guerra” con el
oyente tan to com o está en una relación am istosa con él, de otro m o ­
do, sería im posible la conversación; las oposiciones son rápidam ente
m ediadas y salvad as e invariablem ente tiene lugar un acuerdo. L a “c o ­
m u n id ad ” , q u e de h ech o e stá siem pre presupuesta, es la in m ediata
cercan ía corporal y espiritual de los amigos y de aquellos cuyas ideas
son afines, e n la q u e se puede hablar del con cepto “verd ad ero” por
oposición al falso, sin que sea necesario aventurarse en dem ostracio­
nes circun stan ciales, con cretas o conceptuales. En sus Reden über die

algún pensamiento en las palabras de Müller que no pueda evocar tanto ideas pragma­
tistas o sociológicas, como también, por ejemplo, a la Philosophit tier Aráhmetík de Hus-
serl simultáneamente, puesto que de la Lehre ucrn Gegemíit- (pp. 62-68) puede entresa­
carse una teoría de sistemas; ciertamente, también su opuesto. Esta es la típica
operación romántica, tomar todo como occasio de una equívoca fantasía. Quien, por el
contrario, tome cada palabra de un romántico en serio, fácilmente puede hacer nuevos
descubrimientos. Quizás alguien investigue alguna vez las palabras “Estado” y “Pueblo"
en las cartas de Bettína von Arním y nos presente una "filosofía política” de Bt;trina.
Beredsamkzit, M üller contrapuso la elocuencia, com o algo m asculino,
tendiente a la actividad y a la resolución, a la poesía, com o lo fem en i­
n o . E sto es solam en te un ejem p lo d e sus c o n tra stes orato rio s, y se
com prende casi de suyo que si sus d otes hubiesen sido las poéticas, h a ­
bría encontrado en la producción p oética com o una actividad creativa
y generativa, algo m asculino por oposición a la dependencia funcion al
de la elocuencia respecto de la existen cia de un público. E n las Reden
resuena tam bién un patético lam ento: los alem anes son un pueblo que
escribe, en consecuencia, un pueblo m ud o;23 es el lam ento del orador
nato, que sólo produce grandes discursos si tratan sobre la elocuencia
y cuyas dotes no van m ás lejos, b ajo las con diciones políticas de la
época, que a las m odestas alturas de la elocuencia en con versaciones
de am igos y círculos de sociedad. Las Reden están cargadas de la n o s­
talgia por la vida política real, pero so n spío configuraciones oratorias
de esta n ostalgia por salir del estrech o espacio de la sensibilidad ro ­
m án tica com ún. Por lo dem ás, no con tien en más que crítica literaria.
Por el hecho de que los esfuerzos filosófico-políticos de Friedrich Sch-
legel carezcan de toda originalidad política, aun cuando no contienen e x ­
clusivamente; descripciones del derecho natural eclesiástico, se los ha po­
dido encontrar con razón, allí donde los intereses histórico-líterarios no
fueran determinantes, apenas dignos de consideración en relación con
las publicaciones de A dam Müller.2'1' Pero tam poco es posible valorar la
filosofía política de Müller de otro m odo que no sea el estético-estilístico,
incluso tom ando en cuenta sólo los m ás m odestos criterios de coherencia
y objetividad. Carente de instinto y confuso, cam bia sus puntos de vista

23 Zwólf Reden über dk BeredsaTnkeü und deten Verfalí in Deutschland, gehalten ju


Wien m Frühling ¡8 Í2 von Adam Müller *[D o ce discursos sobre la elocuencia y su de­
cadencia en Alemania, pronunciados en Viena en la primavera de 1812 por Adam
Müller], Leipzig, 1816. La aversión hacia la Alemania escritora y publicística tiene
aquí un tono de superioridad aristocrática; éste era un gesto con el que imitaba a gen­
te como Steigentesch.
^ Metzger, op. cít., pp. 258 y 259: “Mientras que ahora en el orden de las ideas de
Friedrich Schlegel, expuesto de modo austero y edificante, no hay más huellas de la
vitalidad del sentir y pensar propios del romanticismo, encontramos en Adam Müller
sin la más mínima sensibilidad por la consecuencia, peto con palabras
grandiosas acerca de su n ecesidad;25 luego de cad a n ueva im presión in ­
troduce nuevos elem entos h eterogéneos en sus producciones y se en ­
cuentra confirmado en rodo m om ento, por m ás que se le enfrenten - a él,
“ filósofo globular” de las oposicion es- Bonald, de M aistre o Hallen E n los
Elemente der Suxatskunst había dejado con ironía m aliciosa el individualis­
mo del siglo xvm a 1a burocracia prusiana liberal, había hablado con en ­
tusiasm o del Estado que pretende todo, y, por cierto, todo con amor, pero
luego de la lectura de H aller percibió lo que ya había podido encontrar
en Burke: esa consideración tan exagerada del E stado y ese desprecio del
derecho privado equivalía al jacobinism o revolucionario. D espués se las
arregla - e n un bello ejem plo de inversión rom án tica- declarando que to ­
do individuo es el Estado; desde ahora el Estado resulta estar com puesto
de Estados, al igual que según la vieja concepción individualista estaba
com puesto de individuos. E l objetivo de proteger al individuo particular
del arbitrio de Estado, lo que antes le había parecido un egoísmo despre­
ciable, se alcanza tratando al individuo como Estado, y si para Haller to ­
do derecho es derecho privado, para Müller, que no realiza una distin­
ció n cu a lita tiv a en tre d e rech o público y d e re c h o p riv ad o , to d o es
derecho público, esto es, “en realidad” también derecho privado. En los
Elemente der Staatkunst se encontraban algunas confusas reminiscencias
acerca de la “positividad” del derecho tom adas de la escuela de Nettel-
bladt -naturalm ente con un aristocrático m enosprecio del “hombre hon­
rado”- . Contra el derecho natural hacía valer que todo era un caso “lo­
cal”, positivo, que tenía su propia ley natural en sí, con otras palabras: el

un carácter de cuño típicamente romántico, el más romántico de todos los filósofos


políticos alemanes". En la p. 254, es incorrecto hablar del “sentimiento ético del dere­
cho”, Eso es algo imposible para el román «cismo; sin embargo, se señala correctamen­
te la panteísta e "infinita fuerza elemental de la naturaleza divina”.
25 En el ensayo sobre Franz Homer (“Todas las investigaciones políticas, alcanzada
una cierta altura, conducen a un lugar en el que el hombre debe pagar con su persona
por cada paso que dé”); cfr. también Theoi Gnmdl., capítulos IX y X , en los que se defi­
ne la consecuencia como la esencia del derecho.
derecho natural contradice la “naturaleza de la cosa” .26 El derecho n atu ­
ral no era para éí lo suficientem ente natural, esto es, de m odo sem ejante
a com o Rousseau hace de la naturaleza un idilio concreto, Müller hace
de la naturaleza algo poético-concreto, lo “local”. H abía dem ostrado que
era com pletam ente incapaz de toda abstracción, pues para él no sólo el
derecho natural, sino tod a ley era letra m uerta, pues todo caso concreto
es diferente a la ley bajo la cual es subsurnído. S u sensualismo, que se ex­
presa aquí en la incapacidad para alcanzar un concepto lógico y una nor­
m a moral, se identificaba en 1819 con el realism o de Haller y ahora reco­
nocía el “derecho del m ás fuerte” com o derecho “natural” que sólo puede
ser superado por un derecho natural teológico. En la Theologische Grnnd-
lage se encuentran no sólo acercam ientos a A dam Sm ith - d e improviso
M üller se ha vuelto nuevam ente individualista-, sino que también reapa-

16 Elemente I, pp. 57-59: “donde hay un ¡ocal, un caso positivo -y por supuesto esto
ocurre siempre- hay también allí, inmediatamente una ley”. Una página más adelante;
"quien piensa el derecho, piensa inmediatamente una localidad determinada, un caso
determinado, por el cual hay derecho; éste es el afán bello y natural del hombre vi­
viente por un. conocimiento viviente. Quien conoce una ley de acuerdo a como ella
está expresada en la letra, conoce el concepto de la ley, esto es, no más que letra
muerta; quien vé la ley eñ la aplicación o, lo que quiere decir lo mismo, en movimien­
to, tiene un 'tercero' que ni es ía mera fórmula ni tampoco algo meramente positivo o
un caso determinado. Y este ‘tercero1 es entonces la idea de la ley, del derecho, la que
nunca es algo concluido o acabado, sino que está comprendida como una ampliación
infinita y viviente". Lo positivo referido por Müller es el caso concreto sobre el que la
ley (la fórmula muerta) es aplicada; lo que para Locke es el occosionoi judgemenf por
oposición al juicio general propio de la ley; parece tratarse también del problema de la
aplicación de la ley; y, por cierto, se dice que la ley se vuelve viviente en el momento
en que es aplicada, pero también aquí es reconocible el pensamiento ocasionalista;
“local” y ley son colocados como opuestos, la idea como lo más alto, “tercero”, actúa
en ocasión de la oposición. Según se afirma en la p. 59 (¡pero en la p. 182 afirma lo
contrario!), el caso positivo tiene su ley en sí inmediatamente; incluso se sostiene allí
que el hombre “en estado de naturaleza —esto es, en tanto las teorías falsas y vacías to­
davía no lo han destruido, o, por lo menos, distorsionado- siempre ha sentido como
idénticos la ley y el ''aso o (!) un ‘tercero1, que es más alto que ambos, es decir, la
idea”. Las fuentes de esta afirmación son Novalis, Schelling y Hugo. Que todas las
verdades son “locales" era también una expresión cara a Rahel.
rece el “sereno cam pesino” de Rousseau, esto es, lo que en los artículos
del Bote von Sudaral contra el dem agogo Górres sólo había denominado
como el “así llam ado pueblo". De M aistre hubiera m ostrado poquísima
com prensión por una representación romántica sem ejante. Sin embargo,
Müller - e l alem án que en su comprensión mediadora de todo con todo
perm anece incorregiblem ente sentim ental y p a n te ísta- creía estar de
acuerdo con de M aistre, con el pesimismo profundamente escéptico del
diplom ático sin ilusiones y cuyo principio, que debía superar inevitable­
mente a todo el romanticismo, a saber, que el hombre en su voluntad y
en sus impulsos es m alo y que sólo por su inteligencia es bueno.27 El es­
crito de Müller Über die Notwendigkeit áner theobgischen Gmndkíge der
gesamten SMíitsu'tísmschaften se diluye en el revestimiento oratorio, com ­
puesto de m ateriales heterogéneos, de un juicio em otivo falto de toda
sustancia: el verdadero Estado, éste es el verdadero Estado, De los círcu­
los vacíos que forman estas afirm aciones y negaciones vacías no surge
ninguna discusión objetiva o conceptual. Por tanto, pululan en ellos los
sinónimos de lo “verdadero” y lo “ falso” : lo viviente, lo auténtico, natu­
ral, cristiano, histórico, duradero, en oposición a muerto, mecánico, qui­
mérico, hipócrita, pagano, antinatural, y de sucedáneo (una palabra am a­
da especialmente por Müller, que ya había sido usada por Schlegel contra
Kant, y que durante el bloqueo continental, cuando en todas partes sólo
eran asequibles sucedáneos del té, del café, del azúcar y de otras cosas,

27 Du Pape, 11, cap. 1 (2a. ecl., p. 211): “Lfujimne en sa qualité d'étre d ¡afois moral et
corrompa, juste dans son mtelKgence, et ¿jervers íiíim sa volonté, doil nécessairémmt écm
gomemé" *[el hombre en su cualidad de ser a la vez moral y corrompido, justo en su
inteligencia y perverso en su voluntad, debe necesariamente ser gobernado). De pasa
sea dicho que la construcción histórica aceptada por Schlegel -qu e rechazaba al pue­
blo romano, su cultura y su lengua por considerarlos limitados, individualistas, mecá­
nicos y fundados sobre el derecho privado, se trata evidentemente de una identifica­
ción con el Estado conquerant francés confusa y movida por la pasión (Elemente II, pp.
46 y ss,)-, se desvaneció calladamente frente a la admiración que de Maistre expresa­
ba en cada oportunidad por el carácter latino. De Maistre alababa la sublimidad de es­
te pueblo regio y de su idioma “née pour commander" * [nacido para mandar], de este
signo de la civilización europea; en suma, lo que Gobineau más tarde admiraría en los
germanos, de Maistre ya lo había reivindicado para los romanos.
encontró naturalm ente un a aceptación general), caricatura, deform a'
ción, parodia, bastardo, etc.28 Son los adornos necesarios de la escritura
rom ántica: protestas de asentim iento o rechazo em otivo, tanto o tan po­
co significativas com o otras perífrasis a causa de sus asociaciones filosófi-

2S Si se repasa el escrito completo, se encuentran por rumo los siguientes ejemplos, so­
bre los cuales se mueve la cuasi argumentación (cfr. más arriba, p. 166): el concepto inna-
tural y muerto del Estado-, el dios verdadero; la quimera del Estado absoluto-, la idolatría
de los conceptos de Estado, ley y razón; la vana locura de la ciencia falsa, egoísta y pagana
(contrapuesta a !a ciencia verdadera); el "Estado puro" como sucedáneo de la Iglesia; la
verdadera energía y grandeza del hombre; la verdadera dignidad y esenciaíidad de la hu­
manidad; el falso concepto del Estado; la esencia del Estado real y verdadero; el concepto
irreal del Estado; el derecho público verdadero, la locura de la soberanía; los sucedáneos
de “Estado", "ley" y “pueblo"; el concepto muerto de unidad estatal, ía libertad real y vi­
gorosa (contrapuesta a la libertad falsa); la así llamada soberanía; el espejismo de la omni­
potencia; la quimera de la soberanía popular, la quimera de un supuesto derecho natural
(contrapuesto al verdadero derecho natural cristiano), el derecho antiguo, confiable, sóli­
do y evidente (contrapuesto a la borrosa posesión de una moral filosófica, indeterminada
y universal y al fantasma filosófico); la naturaleza en el sentido verdadero de la palabra; el
metal puro del derecho y la innoble mezcla de la falsa moral racional; el así llamado dere­
cho natural; la jurisprudencia antigua y auténtica; las ciencias presuntas; la moral verda­
dera y propia; el: conocimiento verdadero, la libertad verdadera y su deformación, el arbi­
trio; el sucedáneo del dios viviente; el así llamado derecho natural; ía falsa sabiduría sobre
el Estado; la razón eterna y viviente contrapuesta al concepto limitado y muerto de la ra­
zón finita; la chapucería inventada-, los ídolos; el concepto abstracto; el concepto verda­
dero del Estado; ía libertad natural y verdadera; la esencia superior de la naturaleza hu­
mana; la prudencia verdadera; organizar en el sentido verdadero de la palabra; la cosa
verdadera; la persona verdadera; la libertad verdadera e infinita; la consideración verda­
deramente sabia; el así llamado beneficio neto; el verdadero ordenamiento terreno, con­
trapuesto a las fuerzas mecánicas y químicas de las cifras, de las cuales hay un ejemplo
contable en lo que se denomina presupuesto; las dos grandes quimeras, Estado y pueblo;
ía vana escoria de! oro contrapuesta a la moneda esencial; el yo vanidoso y efímero; la es­
coria del sí mismo, del Estado imaginario; la personalidad auténtica; el espíritu verdadero;
las libertades verdaderas contrapuestas a las hipocresías liberales y a los espejismos de la
avidez; locura y realidad; el concepto abstracto del Estado, un sucedáneo de la Iglesia; el
ídolo, el fetiche del Estado abstracto. Este pequeño escrito de Müller es seguramente una
obra maestra estilística, pero un resumen semejante es destructivo para su valor argu­
mentativo; un tema tan enorme como el que se ha propuesto Müller no se puede despa­
char con algunas colora turas acerca del concepto verdadero y el falso.
cas aparentes, com o son en Müller “idea” ( = l o verdadero) y “co n cep to”
( = lo falso), duración e instante.29
La in v estigación fu ndam ental sobre la teoría del din ero d e A d a m
M üller que Pályi llevó a cabo en su ob ra Románrisc/ier Geldtheorie* lle­
ga a la co n clu sión de que M üller m uy a m enudo se d iferen cia “de la
econ om ía p olítica de su tiem po só lo por la inversión fo rm al de ella,
pero no por un enfoque m ás p rofu n d o” . “A d am M üller n o h a profun-

19 Dombrowsky afirma (op. cit., p. 96) que “en general, lo más valioso que se puede
obtener políticamente en ía obra de MüllerMsería la “antítesis” entre instante y dura­
ción; por lo cual, Müller habría elevado la oposición estamental de von der Manvitz
"por sobre e! nivel del orgullo prusiano por la gloria de! pasado de la patria y por sobre
los tercos reclamos de actos preventivos en 1798, por sobre un realismo primitivo y el
horror de los Junker por la revolución”. Müller sirvió a la oposición estamental como
secretario estilístico, y no más que eso. Los Junker no necesitaban ser adoctrinados por
Adam Müller acerca de lo que tenían para decir sobre el tema, incluso acerca de la
“antítesis” entre instante y duración, el requisito más antiguo de toda argumentación
conservadora. Para utilizar la misma expresión, en Müller no había nada que obtener
políticamente que un opositor conservador a las reformas liberales no hubiera obteni­
do mejor en la obra de Burke, Steig hace notar que en la posdata de A m im a Des
Knaben üímderhom hay declaraciones que podrían haber sido tomadas de las ífe/kc-
titms on the Revolución in France sin que A m im haya pensado en una tal dependencia.
Posiblemente A m im empleó reminiscencias de sus tiempos de Góttíngen. De todos
modos, ello prueba que Müller no inauguró ningún nuevo horizonte con su mixtura f\-
losófca-política, más bien se muestra como un hábil aprendiz de algunos conocimien­
tos prácticos, que combinaba en las conversaciones allí. Incluso su juicio acerca de In­
glaterra se transformó por influencia del medio berlinés. Cuando en 1810 escribió a
G enu que de ahora en adelante consideraba la lucha contra los imitadores serviles de
Inglaterra en la agricultura como la tarea más importante de su vida, no era tampoco
esta nueva valoración de los ingleses algo que los Junker de la marca oriental hubieran
debido aprender de él. A pesar de la común hostilidad hacia Napoleón, en su instinto
contra el “espíritu mercantil” de Inglaterra, los auténticos militares no se dejaban en­
gañar por un país que no había producido soldados, sino "a lo sumo un par de temera­
rios como héroes marinos", y por ello utilizaba mercenarios en las guerras y así “paga­
ba la sangre de naciones extranjeras con el dinero que su espíritu usurario había
exprimido del continente” (cfr. Inteíligeníblait der N euen Feuerbranáe ''[Anuncios de
los nuevos tizones], 1808, pp. 227 y 228).
* Teoría romántica del dinero.
dizado el co n cep to de dinero de la econ o m ía política clásica y m ucho
m enos lo h a superado-, pero gracias a un uso elástico del lenguaje, al
cu ai lo h an llevado los supuestos rom án ticos de su pensam iento, lo ha
h ech o dilatable a v o lu n ta d y transform ó de m odo parad ó jico en su
con trario la d octrin a tradicion al de las relacion es entre un orden m o ­
n etario y uno no m o n e ta rio ”. Este es ei m étodo n atural del inteíec-
tualism o rom án tico. M ü ller había asim ilado algunos detalles in tere ­
s a n t e s b a jo el in flu jo d e G e n tz , a tr a v é s d e l tr a to co n h o m b res
prácticos com o los terraten ien tes prusianos y particularm en te por su
p rá c tic a a d m in istra tiv a .30 S u artícu lo “ El b a n c o de L o n d res” en el
KonversítCtomlexiícon de B rockh aus es, in cluso, un ensayo com pleto y
objetivo, en el que las im ágen es preferidas de M üller, ía fuerza cen trí­
fuga y la fuerza cen tríp eta, no obedecen a un fin exclusivam ente retó ­
rico, sino que sirven a la ilustración de un a e xp licación objetiva. A q u í
M üller no es m ás rom án tico. El teórico rom án tico -p o r supuesto, es
in e x ac to h ablar a q u í de teoría o p e n sa m ie n to - d e ja que la im agen
piense por sí, m ism a y, aban don án dose al ju ego com binatorio o an tité ­
tico de ideas; ajen as, extien d e las d enom inaciones puram ente verbales
de esas ideas h asta un a am bigüedad rica en relaciones. Por ello, no
hay ideas rom án ticas, sin o ideas rom antizadas.
P ara el rom an ticism o político es esp ecialm en te im portan te que el
m aterial in telec tu a l co n el que la em o ció n ro m án tic a b u sca darse
form a, sea re lativ am e n te indiferente. N o to d a em o ció n origin ada en
la esfera política n e c e sita revestirse co n aso cia cio n e s políticas. En

30 Como un ejemplo poco conocido de ese período, puede señalarse la memoria de


Müller sobre Friedrich List, del año 1820, mencionada en la obra de Karl Goeser Der
junge Friedrich List, Stuttgart y Berlín, 1914, pp. 93 y s$. En esta memoria se formula la
vocación histórica y la destino del pueblo alemán hasta entonces; “los alemanes de­
ben seguir comerciando con mercancías inglesas”, ésto es, no deben aspirar ni a ia in­
dustria ni a ía unión aduanera. Esta doctrina económico-política romántica, con su
ideal de pequeño tendero del pueblo alemán como intermediario de la industria y del
monopolio comercial inglés, naturalmente arguye aquí también a partir de la cuasi ar­
gumentación orgánica (cfr. más arriba, p. 166) del "cuerpo sano”, "excrecencia enfer­
ma", etcétera.
N o v alis se e n c u e n tra el ejem p lo m ás sencillo de que la im presión
o casio n al de un ob jeto político se tran sform a en vibracion es p o é ti­
cas y de filosofía n atural, a sí co m o tam bién de que un a im presión
no p olítica rev erb era e n a so ciacio n es políticas. En aforism os com o:
“ las co n d eco racio n e s son fu egos fa tu o s o estrellas fu gace s” , “los sol­
dados tien en un iform es colorid os porque son el polen del E sta d o ” ,
“el oro y la p la ta so n la sangre del E sta d o ” , “el rey es el sol del siste ­
m a p lan e tario ” , se poetiza lo p o lítico . A ello correspon den tam bién
los in co n tab les ca so s en los q u e se recurre a an alogías p erten ecien ­
tes a la filo so fía n atu ral, a la te o lo g ía o a otra cien cia “ e le v ad a",
pues tam b ién aq u í el fin es determ in an te: elevar el ob jeto a una e s ­
fera p o ética, por lo que la an alo g ía n o obedece de ningún m odo a la
aclaració n co n cep tu al o siste m á tica o a intereses m etódicos, com o
es el caso , a d iferen cia de los ro m án ticos, de los autén ticos filósofos
n a tu ra le s, in c lu so cu an d o a v e c e s a b u se n g ro seram en te de ta les
a n alo g ía s.31 E x p licacio n es tales co m o : la m onarquía es por tan to el
siste m a v e rd a d e ro , pues e stá lig a d a a un pun to c e n tra l ab so lu to ,
ap arecen tam b ién en B on ald y so n allí expresión de u n a ten den cia a
la u n idad de tipo e sco lástic o -siste m ática. En de M aistre e llas eran la
co n se cu e n cia de la n ecesid ad de u n a últim a instancia, n ecesid ad e s­

31 El escrito de ]. j. Wagiier Über die Trenimng der iegis ¡atinen und executiven Staatsge-
walt * [Acerca de la división de los poderes legislativo y ejecutivo], Munich, 1804, es­
crito con motivo de las diferencias entre el gobierno bávaro y las asambleas estamen­
tales, no pertenecería, a mi juicio, al romanticismo político, puesto que su
construcción del Estado es “en su totalidad” propia de la filosofía natural El escrito
merece, por otra parte, más atención que las composiciones de Müller; un talento sis­
temático que intenta identificar, metódicamente de modo semejante a Bonald, el pa­
pel del rey en la realidad política con el concepto de unidad suprema en un sistema fi­
losófico, Para la comparación con las afirmaciones de Müller sobre temas
filosófico-políticos, son dignos de atención los siguientes pasajes: p. 4 (“no se perjudi­
quen mutuamente" es el primer principio del Estado para et derecho natural; se trata
aquí de una limitación del poder de los más fuertes frente a los más débiles. Pero dado
que es un principio meramente negativo, debe "necesariamente hacer del edificio en ­
tero de la ciencia un conjunto de oposiciones; pues lo que es negativo comienza con
una oposición... que debe poder ser reconducida a la oposición originaria”. La división
p ecíficam en te ju ríd ica y com p letam en te antirrom ántica. En N ov alis
ellas están d eterm in ad as e stéticam en te y so n figuracion es p oéticas.
Esto se m uestra claram en te en fragm entos com o el siguiente: la je rar­
quía es la “figura sim étrica fu n d am en tal de los Estados, el principio
de la unión estatal com o con cepción in telectu al del Yo político"; aqu í
se m ezclan sin orden filosofía natural, fich tean ism o, aso ciacion es e s­
téticas y políticas, y ascien den espu m an tes en un aforism o co m pacto
y rítm ico, pero sin valor objetivo-
Este m odo rom ántico de tratar las co sas se basa en el perm anente
pasaje ocasionalista desde un dom inio a otro, para evadirse h acia un
tercero extraño y “superior” y m ezclar así las representaciones de d o ­
m inios heterogéneos- L a expresión de Solger, acerca de que en A dam
M üller todo es “una m ezcla insincera”, y la observación exacta de Wil-

entre pueblo y príncipe es para Wagner una oposición tal, que implica la división en ­
tre el poder legislativo y el ejecutivo. Como a todos los representantes de un esprit géo-
metnque -por lo demás, también lo es Adam M üller- la división tripartita de Montes-
quieu no le sirve de mucho; la justicia, esto es, precisamente el poder cuya
independencia se conforma en la historia más clara y rápidamente, no tiene lugar por­
que no entra en el esquema sencillo de las antítesis); p. 15 (“seríamos felices si el lec­
tor no viera simplemente un símil en esta comparación, -del Estado con el organismo
humano- sino que alcanzara a' reconocer aquí in concreto la identidad íntima de la n a­
turaleza y de la libertad"); p, 17 (“el Estado no es producto del azar, no se basa en un
contrato social,- cae como fruto maduro del árbol, tan pronto como la productividad
ideal del género humano se ha elevado al mismo nivel que la fuerza de producción de
la tierra); p. 19 (el punto central del Estado debe ser una persona); p. 31 (la elegancia
superficial de Sajonia y de Prusia; es interesante a causa de la semejanza con las opi­
niones del joven Hegel); pp. 22, 52, 48-49, 93 (el rey no es el primer servidor del Esta­
do, un principio semejante es propio de la democracia); p. 32 (los consejos proporcio­
nan al príncipe los conceptos, el príncipe los eleva a la idea); p. 84 (contra la
artificialídad política y el cálculo del equilibrio de poderes; el parlamento inglés retar­
da el curso de los asuntos de Estado y le da oportunidad a la nación de ejercitarse en
la elocuencia política); pp. 51 y 65 (toda realidad tiene su fundamento en la posibili­
dad; la realidad como tal es ya limitación, enfermedad); finalmente, como síntoma de
las convicciones políticas de este paisano de Hegel, p, 98 (“el célebre publicista J. ].
Móser podía ciertamente alegrarse en la cárcel de Hobentwiel por su perseverancia,
pero no podía impedir los planes del príncipe”) .
helm Grim m de que, a su parecer, to d o lo bueno que p od ía en con trar­
se en M üller estab a “a p réstam o”, ap u n tan hacia el segun do principio:
la utilización de ideas ajen as e n esta m ezcla, sin otra activid ad que su
exageración literaria, cuya co n se cu e n cia es la inversión paradójica. S in
em bargo, la im presión de in sin ceridad resulta de otro m om ento, pro­
ducto d e la peculiaridad espiritual de la rom án tización. El pun to aire-
dedor del cual gira el círculo fo rm ad o por el ju ego rom án tico de figu­
ras es siempre ocasional y, por tan to, la cuasi argum entación rom án tica
puede justificar cualquier situación . El Estado de policía centralizador
puede ser hoy un a m áqu in a a rtificia l y m uerta, a la que no d eb en
ofrendarse las energías vitales de los privilegios estam en tales; m añana,
esos privilegios serán carne in d ó m ita q u e debe ser cu rad a por su im ­
plantación en el gran con jun to del cuerpo viviente; la división de los
poderes puede significar un d esgarram ien to artificial de la totalidad
del organism o, m añ an a un ju ego viviente de las oposiciones que se re-
piten en toda la naturaleza, e n cuya acción recíproca -p u e sto que la
guerra es el padre de todas las c o s a s - se reproduce el organism o vi­
viente com o una unidad superior; n ad a es m ás a n tin atu ral y repug­
n ante que eí “h acer” artificial, es revolucionario y carece de duración,
pero la grandeza de la nación prusian a consiste en que creó con scien ­
tem ente lo que la naturaleza le negó; la R evolución Fran cesa es hoy
-c o m o Burke la en tien d e- idolatría antinatural y crim en sin sentido,
m añana puede ser tam bién “la fuerza natural, la afin idad electiva de
una vida oprim ida y subyugada” q u e h ace saltar los vín cu lo s de las
consideraciones morales y de las form as (Friedrich II, p. 305), etcétera.
E sta falta de co n secu en cia y este d esam paro m oral frente a toda
im presión n ueva tienen su fu n d am en to en la p rodu ctividad e sen cial­
m ente estética del rom anticism o. L a política le es tan a je n a com o la
m oral o la lógica. S in em bargo, hay que diferenciar claram en te los
c a so s de ro m a n tic ism o p o lític o de los de p o lítica ro m á n tic a . U n
hom bre que no es esen cialm en te rom án tico p u ed e e star m otivado
por represen tacion es rom an tizadas y poner su energía, que surge de
o tras fuentes, al servicio de aqu éllas. Para evitar la co n sideració n de
accion es de Estado com p licad as y p oco claras, en tien d o com o caso
típ ico d e u n a p olítica ro m án tica tal, el asesin ato de K otzebue por el
e stu d ia n te K arl Ludw ig Sand,-52 lle v a d o a cabo el 20 de m arzo de
1819. S a n d fue ed u cad o de a cu e rd o co n la severidad m oral que to ­
d av ía regía la form ación de los jó v e n es del siglo xvin. D u ran te su n i­
ñez y ad o lescen cia se afan ó en un a gim n asia de la v o lu n tad a m en u­
d o c o n m o v e d o r a y se o b lig ó a n o c e d e r a n in g ú n im p u ls o de
d eb ilid ad o con cup iscen cia. En Fran cia, donde R obespierre ofrece un
e jem p lo n otorio de ese severo m oralism o, elío sería señ alad o com o
u n a repercu sión de la sev era trad ició n del esfmt cías sigue, en A le m a ­
n ia, una d en o m in ació n sem ejan te in du ciría al error, p orq u e el c lasi­
c ism o a le m án ya e stab a b ajo el in flujo de las ideas h um an itarias y
ro u sseau n ian as, en las que term inó disolviéndose la prim itiva sev eri­
d a d . Pero ella to d av ía e x istía en A le m a n ia y en S a n d tu v o co m o
co n se c u e n c ia que preservara la ca p a cid a d no rom án tica de inerva.-
ción p síqu ica y ía energía para decidir, esto es, la ca p a cid a d de actu ar
e n el sen tid o usual, no “e le v a d o ”. C o m o estudiante, siguió al rom an ­
ticism o de su'tiem p o, para ese e n to n ce s ya popular e idílico, se e n tu ­
siasm ó por las an tiguas can cio n es pop u lares y alabó ía gloría del m e ­
d io ev o co n hpnradez au tén tica. C reyó en sus ideales de libertad y de
p a tria sin n in gun a reserva rom án tica. A este hom bre sin cero, Kotze-
b u e, el agen te de R usia, viejo, volu p tuoso, m alicioso, se le aparecía
co m o el enem igo. La prim itiva p olítica estudian til, que se expresab a
e n la av ersió n por el zar, no ten ía n a d a de rom ántico e n sen tido e s­
p e c ífic o . L a d irecció n del se n tim ie n to n a cio n a l a le m án se dirigía
co n scien tem e n te con tra Fran cia y el extran jero, el enem igo en ese
e n to n c e s re cié n exp u lsad o , cu ya d o m in a c ió n h ab ía d e sp e rta d o el
se n tim ie n to nacional. Kotzebue era un “extran jero” sólo “m oralm en ­
te ” , sí se quisiera señ alar con ello su debilidad; para los estu dian tes,

Para la exposición siguiente se utilizó, además de las descripciones ya conocidas dei


caso Sand, los importantes datos comunicados por Wilhelm Hausenstein en las Rwscíiun-
gen £itr Gescfuchte Bajenis, t, xv, 1907, pp. 160, 244- El doctor Hausenstein tuvo además
la amabilidad de poner a mi disposición el extenso y valioso material que ha recopilado
para una biografía de Sand. En cambio, no pude acceder a la biografía de Karl Folien apa­
recida en el anuario de la Sociedad Histórica Alemana-americana en Illinois en 1916.
él era prin cipalm en te el “traid o r” y espía al serv id o de un a poten cia
política que q u ería destruir a la corporación estudiantil alem an a. Sin
em bargo, no p ued e afirm arse que la decisión de S an d se haya origi­
n ado en un sen tim ien to n acio n al o político preciso y que se dirigiera
con tra un en em igo recon ocid o claram ente. La acción estab a m otiva­
da, en efecto, por id eas p olíticas, pero que la elección cayera directa­
m ente sobre K otzebue d ebe explicarse probablem ente por el h echo
de que p ara S a n d eí “c a n a lla ” se h abía vu elto , por m ed io de una
co n stru cció n ro m á n tic a, el sím bolo de ía bajeza y ía in fam ia. Esta
circ u n stan cia - l a e v id en te in sign ifican cia p olítica de K otzeb u e, lo
q ue hace de un asesin ato y un crim en un suceso políticam ente ridí­
c u lo - seguiría sien d o cierta, aun cuan do S an d hubiera actu ad o ex­
clusivam ente por m otivos n acion ales. El h echo de que un a volun tad
política im p ortan te y que debe tom arse en serio sólo puede im putar a
un objeto o casio n al d a al su ceso su estructura rom ántica. E n e ste c a ­
so, ella tam b ién es o c a sio n a lista , porque el p u n to sobre el que se
co n cen tra la en erg ía política es encon trado ocasion alm en te; sólo la
dirección es o p u esta a la del rom anticism o político y se dirige hacia
afuera, de m od o que eí efecto, el termtnws ad quern, es o casio n al y no
posee una cau sa, sino un effectus occasionaks: un co n ju n to de fuertes
energías políticas no es capaz de encontrar su objetivo y golpea con
gran ím petu un p u n to ocasion al.
El tipo inm ortal de esta política de oportunidades con stru idas ro­
m án ticam en te es D o n Q uijote, un político rom ántico y no un rom án ­
tico político. Era capaz de percibir la diferencia entre lo ju sto y lo in­
justo, en vez de ver un a arm onía superior, y de decidirse por aquello
que íe p arecía ju sto, un a cap acidad de la que eí rom án tico político
carece de tal m odo, que el iegitim ism o rom ántico de Sch legel y M ü-
Her debe en ton ces ser explicado en razón de su desinterés por ia ju sti­
cia. Si el entusiasm o por su ideal caballeresco y su indignación an te la
supuesta in justicia tam bién llevan al pobre caballero a un loco des­
precio por la realidad exterior, sin embargo, no se retira estéticam en te
a su subjetividad p ara lam entarse y criticar el presente. S u celo since­
ro lo pone en situ acion es en las que la superioridad rom ántica sería
im posible; sus luchas eran fan tásticas y sin sen tido, pero, n o obstante,
eran luchas en las que se expon ía p erson alm en te al peligro, no luchas
de una especie superior, com o ía que según A d am M üller tiene el ar­
tista con su m aterial o el zapatero co n el cuero. S u entu siasm o era el
de un caballero verdadero por su estam en to, no el de un burgués por
la im presionante im agen de una aristocracia. E n el siglo x ix los aristó­
cratas rom ánticos son m ás bien políticos rom án ticos que rom ánticos
políticos, y nobles com o A rn im y E ich en d orff (quien, por lo dem ás, se
identificaba con Don Q u ijo te) n u n ca h abrían podido traducir el tipo
del rom ántico político com o los escritores burgueses S ch legel y M ü­
ller. Pero tam bién en el Q uijote se rev elan in sin uacion es de un tienv
po n uevo para el que la on tología se vuelve un n uevo problem a. D es­
d e e s t a p e r s p e c t i v a , el h id a lg o a m e n u d o e s t á p r ó x im o a u n
ocasionalism o subjetivista; d eclara que su represen tación de D ulcinea
es m ás im portante que su verdadero rostro, porque no im p orta quién
es D u lcin ea, sino sólo que ella perm an ezca com o ob jeto de su d e v o ­
ción ideal, que lo m ueve a realizar grandes hazañas (libro 11, capítulo
11; libro IX, capítulo 15).
C u an d o no existe la posibilidad de la evasión ocasion alista h acia la
creatividad subjetiva superior que disuelve toda oposición en un a un i­
dad arm oniosa, no hay rom anticism o. Por eso, los num erosos paralelis­
mos históricos que caracterizan com o rom án ticos a p ersonajes de la
historia antigua o m edieval a causa de sem ejanzas individuales, espe­
cialm ente psicopatológicas, utilizan a m en udo la palabra sólo com o lo ­
cución política, sinónim o de vaguedad, excentricidad, ánim o exaltado
o fanatism o. En con secuen cia, a la v agu ed ad de una caracterización
tal se une la incertidum bre de las an alogías históricas. Q u ien establece
un paralelo entre un gobernante del siglo XIX con un em perador rom a­
no h ace de am bos una figura cuyos rasgos, a m enudo, están m ás deter­
m inados por la consideración co n stan te dé las sem ejanzas m utuas que
deben probarse, que por la in vestigación objetiva. A sí, un em perador
rom ano puede tener rasgos rom ánticos, sin que se preste aten ción a
h asta qué punto el rom an ticism o es algo específicam ente m oderno.
C u an d o A ndré Suarés, por ejem plo, h ace un a configuración actu al del
em perador N eró n , a quien describe, con bu en as ob servacion es psico­
lógicas, com o un histrión tiránico, veleidoso y co qu eto, el resultado es
u n a especie de p ro d u cció n ro m á n tic a.33 S e m e ja n te s p aralelism o s y
com paracion es históricas son recursos para con figuracion es literarias;
ellos se sirven de b u en a gan a, com o m otivos valiosos, de p ersonajes o
situaciones h istóricas que ya se han vuelto fórm ulas m itológicas o le ­
gendarias y que arrastran consigo una nube de aso ciacion es em otivas.
R om án ticos com o A d a m M üller o Benjam ín C o n stan t h icieron de N a-
poleón un A tila o un G engis K h an y utilizan estéticam en te estas figu­
ras del m ism o m odo que lo hace N ovalis con M aría, la M adre de D ios.
U n rom anticism o sem ejan te no im plica n in gun a activid ad política y
de acuerdo con sus supuestos inm anentes y sus m étodos se propone
un efecto estético. C on sciente o inconscientem ente, puede servir a la
agitación política y ten er efectos políticos sin dejar de ser rom ántico,
esto es, un producto de la pasividad política. A sí, por ejem plo, ni L a
muerte de Ponici,* de Auber, se volvió un h echo político, ni A uber un
político gracias a ella, p or m ás que duran te la rev o lu ció n belga de
1830 el entusiasm o de los revolucionarios se en cen diera por esa obra.
L a com paración histórica originada en un interés político y utilizada
com o instrum ento político es un caso diferente. E n un in terés político
de este tipo, ligado a su tiem po, se basa uno de los paralelism os históri­
cos m ás célebres, que intenta hacer del rom án tico un tipo político: el
escrito de D avid Friedrich Strauss sobre el em perador Ju lian o el após­

33 Anché Su ares, La mition comre la race, II, Répúblique et barbares, París, 1917, p.
97. Las conocidas antítesis Oriente-Occidente, cantidad-cual idad, etc., junto a moti­
vos tomados del Apocalipsis y de la historia mundial, se repiten aquí de modo seme­
jante al de los románticos antinapoleónicos durante las guerras napoleónicas. Por lo
demás, de ningún modo quiero definir a Suarés, el autor del bello ensayo sobre Dosto-
iewski, como un romántico. Por el contrario, él ha señalado con razón que cuando
Stendhal utiliza la palabra “romántico", no quiere significar con ella “romanticismo”
sino: Shakespeare y no Víctor Hugo, Dante y no Chateubriand, Beethoven y no Ber-
lioz, y añade Suarés: “cien años más tarde persiste aún la ambigüedad; los estafadores
políticos la cultivan".
La muda de Ponici.
tata, Homantiker a u f den Throne der C asaren (M annheim , 1847). Este
escrito tiene u n a im portancia especial en la construcción del concepto
“rom anticism o p olítico” .

Excurso sobre el R om an tiker A u f D en T h ro n e D er C asaren

D. F. S trau ss quería, a través de la com paración con ju lian o y co n el


in ten to fallido de restaurar el pagan ism o en el siglo IV de la era cristia-
na, oponerse a Federico G uillerm o IV y su política co n servadora y an-
tiliberal H a cia la ép oca de Julian o, el cristianism o era lo n uevo y re­
volucionario frente a la religión p agan a tradicional; por el contrario,
en el siglo XIX ap arece en el papel de aquello que históricam ente es
an ticuado y que in ten ta ser restaurado contra la vida n ueva. E l escrito
de D. F. Strauss encuen tra allí num erosas analogías, tan to e n lo gene­
ral com o e n lo particular: los in ten tos de elevar la religiosidad por m e­
dio de disposiciones estatales, sosten er escuelas e iglesias, atraer a ios
filósofos a la, corte, recon strucción de tem plos y cated rales, creencia
en la m isión religiosa del m onarca. Estas sem ejanzas, trazadas con gran
habilidad, püeden tener lugar no sólo en cualquier restauración, sino
tam bién e n un a reform a. El in ten to de Ju lian o de im píem en tar una
piedad ascética e n el culto, en la com unidad de culto y en el sacerdo­
cio, y de disciplinarlo de m odo m ístico-jerárquico, fue denom inado por
H arn ack34 com o un a ren o vació n in audita, la que sería realizada en
parte m ucho m ás tarde en la E dad M edia cristiana bajo los papas clu-
niacenses, y que b ajo Juliano fracasó porque los intereses de los cultos
m istéricos p agan os con trad ecían los del culto público estatal. H arn ack
ob serva que si el in ten to h u b iera ten id o éxito, no h ab ría sido un a

* El romántico en el trono del César.


34 Hauck, R ealenzytíopádk fü r pro i. Tfieologíe, t. 9, p . 614, y, sobre las afirmaciones
de Sozomenos, Herzog, RíjjÍ-Eji^JcJ., c. XIV, p. 413; efe también Hasenclever, A hí Ges-
cfiíefue und Kunsc des C/tristentums, Braunschweíg, 1890, t. I, p. 50; J. R, Asmus,
Z<;it¡dnift fü r Kirthengeschichte XVI, Gotha, 1896, p p . 247 y ss.
reacción, sino u n a reform a. Pero el éxito no es lo único que im porta,
de otro m odo, todo em prendim iento exito so sería una sim plem ente
una reform a y uno fracasado, rom anticism o.
Strauss definió detalladam ente el co n cep to de rom anticism o en su
escrito: "las situ acion es históricas en las que puede surgir el rom anti­
cism o y los rom ánticos son aquellas épocas en las que una cultura an ­
ticuada se enfren ta a una nueva... En tales puntos críticos de la histo­
ria universal existen hom bres cuyo sentim iento e im aginación supera a
la claridad de su pensam iento, alm as de m ás ardor que lucidez y que
siempre se vu elven hacia atrás, hacia lo an tigua; a causa la increduli­
dad y la prosa que ven crecer acuciantem ente a su alrededor anhelan
el m undo acoged or y diferenciado de la vieja fe y de las costum bres
ancestrales e in ten tan restablecerlo para sí m ism os y también, si es po­
sible, en el m undo exterior. Pero, com o hijos de su tiempo, están dom i­
nados m ás de lo que ellos m ism os saben por los nuevos principios riva­
les, a los c u a le s se o p o n en ; de m odo q u e lo an tiguo, tal co m o se
reproduce en y a través de ellos, ya no es m ás lo antiguo puro y origi­
nario, sino que m uch as veces está m ezclado con lo nuevo, y con ello
traiciona a aqu él de antem ano. La fe ya no dom ina necesariam ente al
sujeto, sino que éste se adhiere a alguna arbitraria y voluntariam ente.
L a con trad icción y la falsedad que subyacen aqu í se ocultan a toda
conciencia cóm oda gracias a una oscuridad fan tástica en la que ella las
esconde: el rom anticism o es esencialm ente m isticism o y sólo los áni­
m os m ísticos p u ed en ser rom ánticos. Pero la con tradicción entre lo
antiguo y lo n uevo se puede percibir, en parte, aun en ía oscuridad
m ás profunda; la falsedad de una fe voluntaria debe sentirse, de todos
m odos, en la co n cien cia m ás íntima: por ello el autoengaño y ía false­
dad interior pertenecen a la esencia de todo rom anticism o".
Esta definición, que hem os citado en exten so a causa de su signifi­
cado tipificador, es co n m ucho la m ejor recapitulación de un punto de
vista sobre el rom an ticism o que se repite a m enudo. Ella intenta, en
una in teresan te oposición a los hegelianos, establecer un tipo general
del rom anticism o en la historia universal y deja fuera de su atención
el origen en el protestan tism o, al que adherían los hegelianos. Strauss
tam bién percibe en el rom anticism o un a falsedad interior y un arbitrio
subjetivo y la explica, no incorrectam ente, com o la in seguridad in te­
rior cau sad a por las fuerzas an tagón icas en conflicto, pero el subjeti­
vism o le parece una con secuen cia, no el fu ndam ento de los co n trad ic­
torios fenóm enos rom ánticos. En la exposición ulterior, al describir las
características m orales e in telectuales de ju lian o , son co n stan tes las
alusiones al rom anticism o político de la ép oca y se d estacan d e cisiv a­
m ente los síntom as externos, los cuales son percibidos com o rom án ti­
cos. Lo que aü í se m enciona especialm en te -e J com portam ien to n e r­
vioso de Julian o, su tendencia a las efusiones em ocionales, su regocijo
coqueto por la observación ingeniosa, su n ecesidad de dar discursos o
de escribir cartas a los am igos en cu alquier ocasión, su afectació n y
p rem ed itación - es interesante p ara el con ocim ien to de la im agen que
se hacía de un rom án tico en 1848. En este retrato hay buenas o b ser­
vacion es, au n q u e no sean su ficien tes p a ra estab le ce r u n c o n c e p to
conciso de rom anticism o, al m enos aplicán dolas a un hom bre com o
Juliano, que se esforzó con seriedad ascética por realizar en la práctica
el antiguo ideal de virtud, basado en la ju sticia y la m oderación sen sa­
ta.35 N o o b sta r le , los elem entos objetivos de esta definición son to tal­
m ente dispares. D ad o que es un viejo error, no es n ecesario sorpren ­

35 El siguiente resumen sobre la evolución histórica de la imagen de Juliano quiere


mostrar en qué medida la concepción histórica det pasado puede estar determinada por
las impresiones del presente. En el siglo xviu, al menos para los librepensadores, Juliano
era un “pWIosop/iií", esto es, un igual. Un contemporáneo del primer romanticismo, el his­
toriador de Kie! D. H- Hegewísch (muerto en 1812), encuentra en su ensayo sobre los es­
critos y el carácter de Juliano (Heromche und hterurische Aufmze, Kiel, 1801, p. 156) que
el afán constante de Juliano de decir sólo cosas extraordinarias y “su mero correr tras lo
centelleante” hacia el fin dei siglo XVin se han propagado llamativamente en Alemania.
Simultáneamente, en las amistosas relaciones de Juliano con los filósofos y los literatos,
percibe una afinidad con Federico 11 (p. 166). Esta semejanza con el amigo de los enciclo­
pedistas, que se ajusta mal a la caracterización como romántico, también es percibida por
Harnack y por O. Oruppe (G n ícfc/w Mjtfioiqgie und Relígtonsgescíuchte, tomo II -en el i
cfr. MíiHerscfien Handbuch, v, 2, Munich, 1906, pp. 1666, 1669), que la ha profundizado
en un paralelismo minucioso, en el que ya no queda del romántico más que el hecho de
que Juliano “aspiraba a lo inalcanzable, al cual comprendía como restablecimiento del pa­
derse de que el m isticism o, el cu al sólo existe en eí ám bito de lo reli­
gioso, sea a m o n to n a d o con el rom an ticism o , que es e se n cia lm e n te
perteneciente a la esfera de lo estético. Pero es totalm en te in e x p lic a ­
ble por qué el m isticism o, que debe perten ecer a la esen cia del ro m a n ­
ticism o, cu an d o co in cid e con la oposición entre lo viejo y lo jo v e n ,

sado" (p, 1658). También Johannes Geffcken (Kaiser Julianus, Leipzig, 1914, p. 169), para
quien esto es “sólo en parte exacto”, reconoce sin embargo que ésta “es una comparación
que siempre tiende a aceptarse”, por supuesto, lo afirma en relación con el escrito de
Strauss: "Juliano es totalmente místico y en ocasiones también romántico -entonces D.
Fr. Strauss no estaba completamente equivocado- y sin embargo nunca un completo so­
ñador", etc. (p. 124)- U na buena recapitulación de las contradicciones intrínsecas de
“Proteo” (tal como lo llamaba Libanio) da G. Negri, ¡Umperatore Gníliano ¡'Apostata, M i­
lán, 1901, pp. 428, 429. Por lo demás, se podrían encontrar muchos puntos de apoyo para
las más diversas comparaciones a partir de la clara enumeración de pasajes de Teuffel (en
la primera revisión de la fieaí-Enciidopadie de Pauly, t. iv, Stuttgart, 1846, pp. 401 y ss,).
Strauss había mostrado en la introducción de su escrito cómo el juicio acerca de Juliano
cambió paulatinamente en la Edad Moderna, porque se juzgaba de otro modo su oposi­
ción a la Iglesia. Es igualmente interesante cómo Juliano, quien originalmente sólo era el
apóstata y perseguidor de cristianos, se vuelve una figura política a causa del interés polí­
tico naciente, del cual el mismo Strauss es el primer ejemplo notable. Peto ya desde anees
aparecen alusiones a situaciones concretas del tiempo de la Restauración- El consejero
consistorial Wíggers, del Gran Ducado de Mecklenburgo, quien en 1837 publica en
Zeitíchr. /. hist.Theobgíe un ensayo sobre Juliano el Apóstata, indica que los cristianos de­
bían parecer al emperador pagano individuos ávidos de innovaciones, ‘'demagogos en el
moderno sentido de la palabra” y que se podría hablar de una “reacción en favor del pa­
ganismo" (pp. 121, 122, 158). Luego de 1848, la palabra se volvió corriente; Sievers, por
ejemplo, realiza una interesante referencia al escrito de Strauss en el cap. XI de su biogra­
fía de Libanio, Dk Reatrion untar Julián, Berlín, 1868, p. 103; Fr. Rodé escribe una Gas-
cfiicfiíe der Reakdon Kaiser jidutns Qena, 1877) y utiliza 1a palabra como expresión técnica.
Asmus, op. cic. habla en un punto del “corto renacimiento del paganismo", por lo demás,
acepta allí la terminología de reacción y Restauración (“por consiguiente, su política reli­
giosa, que es señalada como una reacción arbitraria por la historiografía objetiva, repre­
sentaba una justificada política de restauración para los que con Juliano buscaban el res­
tablecimiento del pontificado pagano”) míennas que en su valioso comentario y crítica a
Jufcim Gcdiláerschrift tm Zusammenhang mu. saínen ubrigen Werken, Friburgo, 1904 -im pres­
cindible para el estudio de las teorías de Juliano- resalta y retoma con razón la exacta ex­
presión de von Gutschmid “centrarteligión contra el cristianismo".
desarrolla un p rod u cto tan con trad ictorio y m endaz co m o el rom an ti­
cism o. T am poco es probable que u n hom bre en el que el sen tim iento y
la Im aginación p redom in an por sobre el pensam iento claro prefiera lo
an tiguo d urad ero, ni que en los con flictos entre lo viejo y lo jo v e n el
racionalism o e sté naturalm ente del lad o de los jóvenes.
Pero la defin ición de Strauss n o debe ser confrontada co n ob jecio­
nes sem ejan tes porque ella establece los elem entos co n cep tu ales del
rom anticism o sólo aparentem ente; en realidad, no es m ás que un a rá ­
pida tipificación del oponente político del m om ento. D e form a m ás
clara aún que en Ruge (1840), el program a político, ya poco a n te s de
1848, defin e el co n cep to ; quien no es progresista, es rom án tico. El
sentim iento de representar un tiem po n uevo y próxim o ya es seguro y
autoe vi d en te; la co n cep ció n p olítica d el adversario ap arece tan in ­
com prensible en su fundam ento que su resistencia sólo puede ser e x ­
plicada por su arbitrariedad e íntim a falsedad. N uevam en te aparecen
los errores aparen tem en te inevitables: en lugar de considerar al sujeto
rom ántico, el tém a ocasion al de la productividad rom ántica, en lugar
del proceso de. rom antización de alguno de los tantos contenidos ro-
m antizados, el; resultado de ese proceso. D e este m odo S trau ss d e sa ­
tiende visiblem ente contradicciones evidentes. E xplica co n todo d e ta­
lle có m o Ju lia n o q u iso vivificar n u e v a m e n te a los an tig u o s dio ses
pagan os con la ayuda extrem adam en te confusa de nebulosas interpre­
taciones y m uestra la conexión d e la m ística n eoplatón ica con la filo­
sofía n atural de Schelling; recuerda la sim bólica de Creuzer y su trans­
form ación de todos los conceptos de la teología cristiana, la que tiene
su con traparte e n la transform ación neoplatón ica del O lim po pagano.
Pero h u b iera d e b id o llam arle la a te n ció n que la d iso lu ció n m ística
tam bién se m an ifiesta en liberales com o O ken e incluso, con toda la
energía de la con vicción interna e inm ediata, en m iem bros dem ocráti­
cos de la co rp oración estudiantil, com o lo m uestra el caso de Karl Fo­
lien y sus seguidores, m ientras que la evolución de los reaccionarios
rom ánticos, los usualm ente llam ados “políticos”, desde bastan te tiem ­
po atrás se h ab ía orientado hacía el punto de vista opuesto. El rom an­
ticism o alem án com enzó com o un m ovim iento juvenil y m ientras se
m ezcló realm ente con la filosofía natural y el m isticism o se co n d u jo
con adem an es revolucionarios. C u ando se unió con la reacción políti­
ca, se declaró partidario de una ortodoxia estricta y positiva q u e re­
ch azab a cu alq uier an álisis de las ideas cristianas calificándolo com o
“patrañ as de la filosofía natural" y “ ateísm o”. Jarcke fue cualquier cosa
salvo un rom ántico, pero com o estuvo al servicio de M etternich fue
considerado com o tal por los liberales, a pesar de que, com o hom bre
inteligente y serio, encon traba al rom anticism o vienés del período Bie-
derm dtr com o “ vacío y desordenado y en su esencia íntim a, no cristia­
n o”, a pesar de que posteriorm ente hubiera m ostrado en una exposi­
ción clásica, con sus descripciones de Grüuehzenen in W ildenspuch* los
horrores de un m isticism o subjetivista. H aller no era ni rom ántico ni
m ístico sim bolista, y en toda A lem ania, liberal o reaccionaria, nadie
dem ostró un desprecio tan sincero por los teólogos m ístico-panteístas
com o de M aistre, quien, por otra parte, veía en ju lian o uno “de esos
peligrosos soñ adores” , un “phibsophe". Por ello es necesario considerar
m ás de cerca los partidos de los que se trata; pues lo “viejo” y lo “n u e­
v o ” son caracterizaciones que, si com o tales pueden tener algún valor
argum entativo, en sí m ism as pueden ser señaladas com o rom ánticas.
El rom anticism o tem prano se veía a sí m ism o com o una n u eva é p o ­
ca y, precisam ente por ello, m ás valiosa; en N ovalis resuena repetida­
m ente que una n ueva época comienza ya, la que realizará lo que “ h as­
ta ahora” n o fue posible. E n ese entonces lo “nuevo" pertenecía aún a
la serie positiva de la cu asi argum entación rom ántica, lo n uevo era la
vida, lo orgánico, autén tico, etc. A m edida que los rom ánticos en v eje­
cieron, se les reveló la dignidad de lo viejo, ahora viejo equivale a d u ­
radero, au tén tico , orgán ico , vida, etc. (cfr. m ás arriba, p. 166). En
Strauss, debido a la contem poraneidad de su escrito, las faccion es no
están señ alad as co n precisión suficiente; parece tratarse de un a n ta g o ­
nism o tanto político com o espiritual. El h ech o de que com pare a ju lia ­
no con Federico G uillerm o IV de Prusia podría indicar el carácter p o­
lítico de la lucha entre lo viejo y lo nuevo. Pero es evidente q u e am bos

’ Escenas de honor en Wiídenspuch.


aspectos, el político y el espiritual, no pueden ser divididos tan nítida-
m ente, ya que la nueva cien tificidad que Strauss represen taba se veía
a sí m isma solidaria con los op o n en tes de lo viejo, así com o, de m odo
inverso, Federico Guillerm o IV con ceb ía su política com o u n a cu es­
tión religiosa y espiritual y e n los filósofos de la R estau ració n se en ­
cuentra un a y otra ves la idea de que la R evolución Fran cesa era la
con secuen cia de la filosofía an ticristian a del ílum inism o, y que debía
llevarse a cab o la luch a co n tra un a idea, co n tra el p a g a n ism o y el
ateísm o. S in em bargo, los verdaderos objetos de la luch a eran el E sta­
d o y la sociedad. La R estauración era una conjunción de fuerzas p olíti­
cas y sociales que se dirigían co n tra u n oponente político y social. La
vid a religiosa, que luego de las guerras napoleónicas resurgió esp o n tá­
n eam ente en A lem ania entre cató licos y protestantes, se h ab ía origi­
n ad o independientem ente de m ed idas políticas y sólo era utilizada po­
líticam en te. L o s factores e c le siá stic o s, que, en efecto , co lab o raro n
am pliam ente co n la R estauración p olítica y se pusieron a su servicio a
causa de sus lazos históricos con un determ inado orden político y so ­
cial, sin em bargo, no fueron los líderes políticos. Finalm ente, en cu an ­
to a la con exión de la R estauración co n la productividad espiritual, el
resultado es esencialm ente filosófico-político: se origin aron sistem as
cuyas ideas de solidaridad social p u ed en ser caracterizadas com o igual
de n uevas que el individualism o liberal. La antítesis con la que Bonald
com ienza y concluye su T héorie du poiwoir (1796) y con la que explica
el tem a en conflicto no es religiosa, sino sociopolítica: “la grande ques-
tton qui divise en Euro pe les hommes et les sociétés, l’homme se fait lui-mé-
me et fait la société, la sacié té se fait elle-mane et fait l’homme’'* y se jacta
de haber reducido esta cuestión del nivel de las fantasías y especula­
ciones filosóficas al de los hechos. C u a n d o los teóricos de la R estau ra­
ción im pu tan a sus adversarios el cargo de ateísm o, transform an un
con cepto teológico en uno político. Para el positivism o de C om te, el

" "El gran problema que divide en Europa a los hombres y a las sociedades es: eí
hombre se crea a sí mismo y crea a la sociedad o la sociedad se crea a sí misma y crea
al hombre”.
cristianism o estab a superado y es con ocid o lo que Taine y R e n á n p e n ­
sab an al respecto: lo con sideraban com o un producto de u n a cu ltu ra
decaden te; pero com o los tres term inaron rech azando y repu dian do ía
R evolución Fran cesa, los m onárquicos fran ceses actuales, d e sce n d ie n ­
tes de Borvatd y de M aistre, invocan a C o m te, Taine e incluso R e n á n y
se denom inan a sí m ism os, jun to a ellos tres, realistas. El rasgo d istin ti­
vo es, precisam ente, de naturaleza política.
L a historia de ju lian o , a diferencia de la R estau ració n de 1815, es
sólo la historia de un a reform a del cu lto fracasad a y de la m isión in ­
tern a del pagan ism o, no la de u n in ten to político. Por haber sido in i­
ciad a por el em perador, la em presa fue sosten id a con m edios e sta ta ­
les, sin que por ello haya dejad o de ser otra co sa que un asu n to del
corazón de un teósofo arrojad o sobre el trono, por lo dem ás, hábil en
las cuestion es p rácticas. N o había ningún m ovim iento p rod u cid o por
el paganism o. A tan asio lo llam ó u n a “n u b ec ita” ; un h istoriado r p ru ­
sian o m oderno, que com para a Ju lian o co n Federico II y lo defien de
com o un luch ador laico estatal con tra la in toleran cia ecle siástica, O.
G ruppe, lo llam a “un acciden te sim b ó lico";36 N egri sostiene c o n toda
razón (op. cit., p. 491) que Ju lian o no era ni un reaccionario ni un ilu-
m inista. C reía en la doctrina n eoplatón ica, ía que para éí e ra m ás una
religión que un a filosofía y com o so ld ad o estu vo bajo el in flujo del
cu lto de M itra. El cristianism o no se le op o n ía com o enem igo p o lítico
ni am enazaba de m od o directo la e xisten cia del im perio co m o sí lo
h acía la revolución d el siglo XVIII con el orden estatal existen te. S i j u ­
liano acusó a los cristian os de ateísm o, ello no im plica, co m o en los
tiem pos de em p erad ores preceden tes, un co n cep to c a si de d erech o
penal, sino un a expresión del co n vencim ien to que tenía el em perador

36 Op. cit-, p. 1669. En la p. 1665, nota 2, Gruppe señala que Federico 11 y Vottaire,
“con razón lo reconocieron como un igual". Esto corresponde a las ideas de todo ilu-
minista del siglo xviíi. También el marqués d'Argens, el amigo de Federico II, explica­
ba y justificaba la política religiosa de Juliano a causa de la intolerancia del cristianis­
mo (Réflexions sur l'empereitr Julián, prefacio a la edición de la Défense du f>agonisme,
2a. ed., 1. 1, Berlín, 1767, p. l x x x v i ) .
de que el D ios de los cristian os no era un verdadero D ios. L a argu­
m en tació n de Ju lian o correspon de a ello. B u sca co n tradiccion es en la
d o ctrin a cristiana, les h ace reproch es m orales y opo n e al cristianism o
un politeísm o tran sfigurado a través de las id eas n eoplatón icas. En el
siglo x ix las iglesias cristianas e stab a n un id as al orden estatal y ju rídi­
co en la luch a con tra la d octrin a revolucion aria y se podía esperar
que e n ju lian o , el defensor del pagan ism o u n id o al Estado, se e n co n ­
traran argum entaciones co n tra el cristianism o an álogas a las que los
filósofos legitim istas ad u cían con tra la revolución. S in em bargo, esto
es cierto sólo en detalles. E n Julian o, p artid ario del esoterísm o h ele­
n ista y neoplatónico, cuyos esfuerzos político-religiosos sólo se in tere­
saro n por los sofistas de A te n as y A n tío q u ía y apen as por la autén tica
tradición p agan a tod avía subsisten te en las fam ilias del senado rom a­
no, no se encuen tra rastro de la id ea de que tan to la religión co m o el
le n g u a je so n ele m e n to s c o n stitu tiv o s de to d a co m u n id ad h um an a
co m pletam en te realizada, ni tam p oco de la idea tradicional de que
D ios se reveía dom o tal e n la com un idad. L a razón de ello es que e s­
tab a dem asiado, ocu p ad o co n el co n ten id o de una convicción religio­
sa o filosófica determ inada. Ju lia n o tam bién ad u ce, com o S trau ss p o ­
ne de relieve, la referencia n atural en la posición co n servadora a la
trad ición y a la duración: el politeísm o p agan o es lo antiguo y ya acre­
d itad o com o idóneo, la religión que hizo gran de al E stado rom ano,
m ien tras que el cristianism o es un a in n ovación sin sentido, sin rela­
ción co n la vida política y pred icad ora de un am or al prójim o que n e ­
cesariam en te destruirá al Estado, ju lian o fu n da su pontificado en la
tradición y se preocu pa por la con servación de las icáipiot vo^at, * A si­
m ism o, une a ello la an tigua doctrin a del origen divino de las leyes.
Por supuesto, ello significa para Ju lian o una repetición de ideas neo-
p latón icas y a veces un a in d ign ación m oral por el ateísm o de los cris­
tian o s; pero siempre es expresión de su creen cia puram ente m etafísi­
c a en la con exión entre religión y destin o, en la protecció n de los
dioses y la eficacia de la oración . El D ios de los galileos no es el ver­

* Las leyes ancestrales.


dadero D io s por n um erosas razones m etafísicas, por ello no puede
ayudarnos; éste es el p u m o cardin al de su argum entación.37 Esta pie­
dad person al recuerda a m enudo, de hecho, expresiones piadosas en
rom án ticos aí servicio de la R estauración política. Pero en ju lian o se
trata de u n a “contrarreligión” , no de una contrarrevolución. U n E sta­
do, que p ara la representación existente en ese en ton ces abarcaba to­
da la tierra, se enfrentaba a la pretensión de verdad absoluta de una
Iglesia que, cu an d o devino religión estatal, suprim ió la tradicional to-
leran cia relativista del E stado antiguo hacia todas las divinidades y

37Atd fiiv f i p tt}v rocAcXaíiov atupíav ¿Myo'j 5tTv ¿Eiravra ávsTpíÍT;?], 5id r/|v tiüv
t& fíé v E K t v tc íiv te í* SBfj ypf¡ 't t p .o v t o u í S e o ü í * a i t c ;j s 9 £ < jí e p e í (

avSpaí xal *[Eti efecto, en virtud de la demencia de los gaíileos casi todo fue
subvertido, mientras que en virtud del favot de los dioses todos nos hemos salvado.
De allí que es necesario honrar a los dioses y a los hombres y ciudades piadosos]
* [agradecemos al prof. Sebastián A bad la traducción de este pasaje] (carta 7, 376 D,
Hertlein, p. 485). Aílard, o{>. cít., menciona ia carta a Temistio como ejemplo de! ca ­
rácter abstracto, alejado de toda sensibilidad tradicionalista, del pensamiento de Julia­
no; en dicha carta, en efecto, se desarrolla un programa fdosófico-político completo;
el príncipe debe dar leyes que no estén calculadas para sus contemporáneos, sino para
la posteridad y para los países que no forman parte del imperio (262 B, C, Hertlein, p.
339). La carta, que Aílard fecha primero (t. ni, p. 404) como del año 362 y luego, en
la p. 340, del 361, sería en sí un buen ejemplo, pero su fuerza probatoria está disminui­
da por el hecho de que probablemente esté escrita hacia el inicio del 356, esto es, an­
tes del comienzo de la actividad política de Juliano en la Galia y, en consecuencia, es
un ejercicio filosófico al que se puede recurrir tan poco como aí Antímaquiavdo para
un juicio acerca de Federico II. Rud. Asmus, Kaiser Julians philosophische Werke, vol.
116 de ia Pililos. Bibl., Leipzig, 1908, p. 23, por cierto, fecha la carta en la época poste­
rior a la muerte de Constancio, hacia el fin dei 361 y Geffcken, o£. cít., pp. 78, 147, le
da una serie de puntos de apoyo. Sin embargo, a mi criterio ellos no alcanzan pata de­
bilitar los que O tto Seeck en Gesehichie des Umergarigs der antiken VC’eit, t. IV, Berlín,
1911, pp. 469, 470, da para el año 356, sobre todo no afectan la razón principal: el he­
cho de que la carta debió haber sido escrita antes de que Juliano aceptara por primera
vez difíciles tareas políticas. A ello debe agregarse que la carta no habla de ios dioses,
como era de esperar hacía la época de asunción del principado (cfr. entre otras la car­
ta N a 58, a Máximo), sino de la divinidad con ta característica precaución correspon­
diente a la época, pues Constancio todavía vivía (t<jj fhqí en el párrafo fínaí aparece
llamativamente tres veces, cada una cerca de la otra).
to das las confesiones. Es allí, y no en una arbitrariedad subjetivista,
don d e se origina la co n trad icción de la situación de Ju lian o. D ebe e n ­
frentar, aun cuando sus con viccion es person ales h u b ieran sido otras,
a sus oponentes religiosos e n el terreno religioso; a la religión absolu­
ta del cristianism o debía correspon der una igualm ente absoluta y ver­
d adera religión p agan a, au n q u e la esen cia y el valor político de ese
politeísm o consistiera precisam en te en la relatividad religiosa.
E n cuan to el liberal S trau ss se acerca en su escrito a esta página de
la obra de reforma de Ju lian o, realiza un llam ativo viraje. El reaccion a­
rio em perador ahora se le aparece súbitam ente com o un hom bre razo­
nable, e incluso sim pático, ya que ahora se p resen ta no com o un “ ro­
m án tico ” a secas, sino com o un “ rom ántico p a g a n o ”, por lo cu al lo
“diferen cia” de los rom án ticos cristianos, “co n los que precisam en te
(!) entra en un a oposición que difícilmente pueda resultarle desv en ta­
jo sa ” {p. 47). Si S trau ss h ubiera sido m ás claram en te consciente de
h asta qué punto la política religiosa de Ju lian o corresponde al p en sa­
m iento liberal,: esto es, que en el E stado tod a religión debe ser tolera­
da, entonces, tal com o resueltam ente lo hace O . G ruppe, se habría n e­
gad o a hablar ;de rom anticism o en este caso. S ó lo se n ecesita poner en
claro qué eran realm ente las facciones a las que aq u í se confronta c o ­
m o lo viejo y lo n uevo p ara com prender al in stante la diferencia entre
la argum entación religiosa de Ju lian o y la del rom anticism o de la R es­
tauración. El em perador enfrentaba a su enem igo - u n a creencia reli­
g io sa - co n argum entos religiosos; los rom ánticos teologizantes se e v a ­
d ía n de las d is c u s io n e s p o lític a s p or m e d io de d e m o str a c io n e s
religiosas y la teología les servía de coartada rom án tica. E so era el ro­
m an ticism o político, no obstante, era igual de rom án tico que la ro­
m án tización de la revolución o de N apoleón , e n la que se solazaban
los correligionarios de Strauss, la n ueva generación rom ántica. E spe­
cialm ente Bettina von A rnim se volvió revolucionaria de nuevo y p u ­
blicó en 1843 Dies B uch gehórt dem Kóntg y e n 1851 Die Gesprache mtt
Dümonen, productos típicos del rom anticism o político revolucionario.
Concíustán

T oda vez que un interés político serio se encuentre co n el rom an ticis­


m o político, este últim o será utilizado com o un m edio opo rtu n o de su ­
gestión p olítica al servicio del prim ero o aquél form u lará reproch es
m orales co n tra la “m en d acid ad " intrínseca del rom anticism o. T oda a c ­
tividad p olítica - s e a que ella tenga com o con tenido solam en te la té c­
nica de la conquista, afirm ación o am pliación del poder político, sea
que se apoye en una decisión jurídica o m o ra l- con tradice el carácter
e se n c ia lm e n te e sté tic o d el ro m an ticism o . U n a p e rso n a d o ta d a de
energía política o m oral percibe rápidam ente la con fusión de catego­
rías y sabe diferenciar el interés rom ántico por una co sa de la co sa m is­
m a. Porque el punto concreto a partir del cual se form a la n ovela ro­
m án tica siem pre es m eram en te ocasion al, de m odo que todo puede
volverse rom án tico y en un m undo así todas las diferen ciacion es polí­
ticas o religiosas se disuelven en una interesante am bigüedad. El rey es
una figura rom ántica, tanto com o el conspirador an arq u ista y el califa
de B agdad no es m enos rom án tico que el patriarca de Jerusalén . A quí
todo puede ser confundido con todo.
La im presión de falta de objetividad que el tratam ien to rom ántico
de las cuestion es políticas produce fácilm ente en un op on en te sincero
m otivó que especialm en te algunos oponentes a A d a m M üller, com o
Rehberg y Solger, lo llam aran sofista. La palabra tiene un significado
concreto y no es sim plem ente un insulto vacío, pues la unión de subje­
tivism o y sen sualism o que se m uestra en la sofística griega suprim ía
igualm ente toda objetividad y reducía la argum entación sustan tiva a
una productividad arbitraria del sujeto. El orador no sentía otra obli­
gación que la de hablar bellam ente y no con ocía otra satisfacción que
la alegría por la form a lograda y artística de su discurso. Por ejem plo,
en las cartas de Libanio, el m aestro de Juliano, este placer com pleta­
m ente am oral y n atu ral de ía actividad oratoria m ism a se expresa en
com paracion es en las que dice d e sí m ism o que habla co m o el pajaro
can ta y que no d esea m ás que can tar com o el ruiseñor.1 E n estos sofis­
tas, aunque su esteticism o m otive num erosas sem ejanzas con la pro­
d u ctiv id ad rom án tica, falta, sin em bargo, aquello que es específica­
m ente rom ántico: la evasión ocasio n alista hacia un “tercero superior”,
que conduce al rom án tico al m isticism o o a la teología, y la seculariza­
ción de D ios en el sujeto genial que no se co n tenta co n un a perfec­
ción form al del arte, sino que m ás bien utiliza las form as de m anera a r­
b itra ria y o c a sio n a l p a r a e n c o n tra r un sig n ific ad o su p e rio r y una
resonancia m etafísica o cósm ica e n su vivencia subjetiva. L a co n tra­
dicción esencial del rom ántico, sobre todo en el rom anticism o políti­
co, que justifica la im presión de falsedad intrínseca se éncu entra más
bien en que el rom ántico, en ía pasividad orgánica que es propia de su
estructura ocasion alista, quiere ser productivo sin volverse activo.
A q u í está el n úcleo del rom anticism o político. C o m o ocasion alis­
m o subjetivo T^o tu v o la ca p a cid a d - n i siquiera con respecto a sí m is­
m o, a pesar d e'las in co n tables finezas psicológicas y sutilezas con fesio­
n a le s - de o b je tiv a r su e se n cia e sp iritu al en co n e x io n e s teóricas o
p ráctico-sustan tivas. S u subjetivism o no lo lleva al establecim ien to de
sistem as con cep tuales o filosóficos, sino a una especie de descripción
lírica de las vivencias, la que puede estar unida a cu alq u ier pasividad
orgán ica, o, cu an d o faltan las d o tes artísticas, al acom p añ am ien to,
m itad lírico, m itad in telectual, de una actividad ajen a, descripto más
arriba y que sigue a los acon tecim ientos políticos glosán dolos por m e­
dio de caracterizacion es, n otas, pun tos de vista, enfatizacion es y co n ­
frontaciones, alusion es y com paracion es com bin atorias, a m enudo ex­
c ita d a s y tu m u ltu o sa s, pero siem p re c a re n te s de d e c isió n p ropia,

1 Cfr. epístola 13 en j. C. W olf, Libaníi Sofihisídí Epístolarum Centuria, Lipsiae, MDCCX!,


p. 30, Ejemplos adicionales en Wílmer Cave France, The Empercr Jidians Reiatrón to the
N tw Sophiscic and Neo-Platonism, Chicago. Diss. Londres, 1896, p. 20,
responsabilidad propia o riesgo propio. L a actividad política no es e n ­
tonces posible, sino m ás bien la crítica, que puede discutir e ideologi-
zar todo, tan to la revolución com o la restauración, la guerra y la paz,
el n acionalism o y el internacionalism o, el im perialism o y ía renuncia
a él. T am bién en este caso su m étodo era la evasión ocasion alista del
terreno ai que pertenece la oposición conflictiva, esto es, desde lo p o ­
lítico h acia lo m ás alto, lo que duran te la R estauración significa hacia
la religión; ei resu ltado: alineam iento com pleto con el gobierno, esto
es, pasivid ad absoluta; la prestación : un a m odulación lírico-racioci­
n ante de pensam ien tos que se originan en las decisiones y las respon ­
sabilidades de otros. D onde com ienza la actividad política, term ina el
rom an ticism o político y no es ni contradictorio ni casual que los se ­
guidores d e Bon ald y de M aistre, los realistas m onárquicos de la Ter­
cera R epúbíica, se m ofen de la ideología revolucionaria de la bu rgu e­
sía liberal m o teján d o la de “ rom an ticism o” con la m ism a resolución
con que el burgués liberal alem án, cuan do h acía el intento de volver-
se activo e n política, descubría en su herm ano reaccionario al rom án ­
tico. E n el siglo XIX, am bos, revolucion arios burgueses al igual que
reaccion arios burgueses, tien en a su lado la com pañía deí rom an ticis­
m o com o un a som bra m óvil y colorida.
El rom an ticism o p olítico es el acom pañ am ien to em otivo del ro ­
m ántico a un suceso político, que provoca ocasionalm ente una p ro ­
ductividad rom án tica. U n a im presión suscitada por la realidad histó-
rico-política debe volverse una ocasión para la creatividad subjetiva.
S i el sujeto carece de una productividad auténticam ente estética, e s­
to es, lírico-m usical, en ton ces d a origen a un razonam iento a partir
de m ateriales históricos, filosóficos, teológicos o de otras ciencias, una
m úsica in telectu al para un program a político. Esto no es Ía irracio n a­
lidad del m ito, p ues la creación de un m ito político o histórico se ori­
gin a en la actividad política y el tejido de razones, a las cuales tam p o­
co puede renunciar, es em an ació n de una energía política. S ó lo en la
guerra real n ace el m ito. L a activid ad rom ántica es una contradicho in
adjecto. A l rom anticism o le falta no sólo la conexión específica con la
R estauración , que la locu ción alem an a “ rom anticism o político” in co ­
rrectam ente designa, sino que tam p oco tiene ninguna relación n ece ­
saria con la revolución. El yo aislado y ab solu to es superior a am bas y
a am bas las utiliza com o ocasión . N o debem os dejarnos seducir por
una term inología poco clara e histórico-literaria, ella m ism a influida
por el rom anticism o, y confundir la preten ciosa expan sión de lo e sté ­
tico que subyace al m ovim iento rom án tico co n una fuerza política; en
sentido inverso, tan to m enos debem os tom ar com o un rasgo esen cial
la con exión acciden tal - t a n señ alad a por las polém icas políticas del
Vormarz— con la restauración católica, la fuerza m ás poderosa en ese
entonces. Tam bién es in exacto encon trar en los elem entos subjetivis-
tas del rom an ticism o “ el e x c esiv o in d iv id u alism o ” del cu al h ab lan
Seilliére y o tro s fra n ce se s. In d iv id u alism o só lo tien e sen tid o aq u í
cuando la palabra recibe un significado m oral e n oposición a “colecti-
vo ” o “social" y significa “au tón om o” en oposición a “ h eterón om o”!
Por cierto que existe un a con exió n con la au ton om ía del individuo,
pero el co n cep to esen cialm en te m oral de auton om ía, traslad ad o al
plano estético, sufre una co m p leta transform ación y todas las distini-
ciones de este tipo se disuelven. En cu alq u ier rom ántico se p u ed en
encontrar ejem plos tan to de un am or propio anárquico com o de una
n ecesid ad ex cesiv a de so ciab ilid ad . El rom án tico es cap tu rad o por
em ociones altruistas, com o la com pasión y la sim patía, con la m ism a
facilidad que por el snobism o p resun tuoso; pero todo esto no tiene
n ad a que ver ni con la au ton om ía ni co n la h eteronom ía y se m ueve
enteram ente en la esfera de la subjetivid ad rom án tica. U n a em oción
que no sale del ám bito de la subjetividad no puede fundar n in guna
com unidad, la em briaguez de ía sociabilidad no constituye un a base
para una asociación d uradera, la ironía y la intriga no son puntos de
cristalización social y sobre la n ecesid ad de no estar solo, sino de flo­
tar en la agitació n de una co n versació n an im ada, no puede erigirse
ningún orden social, pues ninguna socied ad puede encontrar un or­
den sin un co n cep to acerca de lo que es norm al y de lo que es justo.
Lo norm al es en su co n cep to an tirrom án tico, porque toda n orm a des-i
truye la in depen den cia o casio n alista del rom ántico. L as oposiciones y
con trastes rom ánticos tam p oco funcion an frente a un con cepto n o r­
m ativo: el coraje de un hom bre valien te no es la un idad superior de
depresión y exaltación , el E stad o ord en ado racion alm en te n o es una
síntesis entre an arquía y despotism o. D e l m ism o m odo, las ideas ju rí­
d icas en tanto tales son an tirrom ánticas. D e acuerdo co n el rom anticis­
m o, lo injusto es sólo un a dison an cia que se disuelve estéticam en te “en
una m úsica santa, un sentim iento infinito de la vida superior”. N o se
habla figuradam ente, sino en la única categoría accesible a la vivencia
del rom ántico. Por ello es que no hay ni derecho rom ántico, ni ética ro­
m án tica, al igual que sería sorpren den te hablar de una ética lírica o
m usical; hay rom anticism o político tanto com o hay una lírica política.
L a tum ultuosa policrom ía del rom an ticism o se disuelve, así, e n su
principio sim ple, el ocasion alism o su bjetiv o y la m isteriosa co n trad ic­
ción de las diversas ten dencias p olíticas del así llam ado rom anticism o
político se explica por la in suficien cia m oral de un lirism o que puede
tom ar cualquier con ten ido com o ocasió n de su interés estético. S i las
ideas m onárquicas o d em o cráticas, co n servadoras o revolucion arias,
so n rom an tizadas, es in d iferen te p ara la esen cia del rom an ticism o;
ellas sólo representan pun tos de p artid a para la produ ctividad rom án ­
tica del Yo creador. Pero en el n úcleo de esta superioridad fan tástica
del sujeto se esconde la renu n cia a cu alquier tran sform ación activa
del m undo real, una pasividad cuya co n secu en cia es que el m ism o ro­
m anticism o sea utilizado com o in strum en to de un a activid ad no ro­
m ántica. A pesar de su superioridad subjetiva, el rom an ticism o es en
defin itiva sólo el a co m p añ am ie n to de las te n d e n c ias a c tiv a s de su
tiem po y su am biente. El significado histórico de R ousseau es éste: ro-
m antizó con ceptos y argum en tos d el siglo XVIII y su lirism o redundó
en beneficio de la revolución, la corriente victoriosa de su tiem po. El
rom anticism o alem án prim ero rom antizó la revolución, luego la R es­
tau ración dom inante y desde 1830 se volvió revolucion ario otra vez.
A pesar de la ironía y la parad oja ap arece una d epen den cia co n stan ­
te. E n el ám bito m ás estrech o de su productividad específica, la poe­
sía lírica o m usical, el ocasion alism o subjetivo puede encon trar una
pequ eñ a isla de libre creatividad, pero incluso aq u í se som ete incons­
cientem ente al poder m ás cercan o y m ás fuerte, y su superioridad so­
bre el presen te, que es tom ado sólo ocasion alm en te, sufre un a inver­
sión altam en te irónica: toda form a d e rom anticism o está al servicio
de otras energías no rom án ticas y la elevación sublim e por sobre la
defin ición y la decisión se transform a en una com pañ ía servil de fuer­
zas aje n as y de d ecision es ajenas.
Indice de nombres

Agustín, 116. Besold, C., 124 n.


Albini, 85 n. Blacas, R de 120.
Aliard, 235 n. Bleyer, J,, 84 n., 88 n.
Amdt, E. M., 197. Bluntschli, J. C., 64 n., 80 n.
Amim, A . von, 80 n., 100, 201 n., 217 Bobeth, J., 94 n.
n., 224- B o d in J., 122, 124y n .
Amim, Betuna von, 66 n., 75 n., 138, Bouald, L de, 4 8 ,4 9 n., 6 5 n., 68 n., 72
140,147 y n., 182, 199, 211 n., 236. n., 74, 80, 81 n „ 82, 116, 119, 120, 122
Ascher, Saúl, 85 n. n., 136 n., 144, 167, 175, 176, 179, 181,
Asmus, 226 n,, 228 n., 235 n. 182,184,186 y n., 188,19 0 ,1 9 2,1 94 ,
Atanasio, 233. 195,198 n „ 213, 219, 232, 233,239.
Atila, 225. Bonn, M. j . ( 116 n.
Auber, 225. Borgese, G. A., 49 y n.
Aulard, 73 n., 118. Bossuet, J., 87 n., 124-
Bóttiger, C., 93, 100 n.
Baader, F- von, 126 n. Bourignon, A., 112, 113, 116.
Baldacci, 103. Bouterwek, F., 92 n., 201 n.
Baudelaire, C., 59, 61. Brandes, E., 91, 198.
Beethoven, L. Van, 198, 199-200, 225 n. Bren taño, C., 66 n., 116, 201 y n.
Below, G. von, 67, 72, 75 n., 80 n. Brinckmann, C G. von, 202 a , 204 n., 205.
Bergbohm, 80 n. Brunetíére, F., 69 n., 120 n.
Bergson, H., 210, Buchholz, E t 94, 101, 198 n,, 200.
Berkeley, G., 156. Büchner, G., 64 n.
Berlioz, H., 225 n. Buenaventura, San, 148 n.
Bemard, 125 n. Buo!, 83, 105 n.
Bemhard von Sachsen-Weimar, 95. Burke, E., 65 n „ 71 n., 74-75,82, 101,
Berthelot, K, 125 n. 102, 116 y n., 117 n., 120 y n., 123 n„
144, 152, 175-176, 178,18 1 4 8 3 , 189, Descartes, R., 109-113, 115, 119, 124,
192, 195,197, 198 y n., 199, 200, 202, 149, 154, 160-161.
203 n ,2 1 7 n . Diíthey, W, 151.
Buss, E., 151 n. Dipauli, 104 n.
Byton, 50, 61 Dombrowsky, A., 78 n., 99 n., 107 n.,
195 n., 201 n., 217 n.
Calderón de la Barca, R, 198. Dorow, 89 n., 98 n.
Cal vino, G., 47. Dosioiewski, 225 n.
Candrea, 116 n.
Cassirer, E., 210 a. Echtemieyer, 64 n.
Catón, 151. Eichendorff, J. von, 78, 224.
Cave France, W.p238 n. Eichhom, K. E, 92 n.
Chamberlain, H. St,, 71 n. Elkuss, S „ 90 n., 115, 117 n., 126.
Chateaubriand, F. R. De, 52, 62, 81 y n., Emmerich, K., 116.
197, 225 n. Erréis, É, 55, 68 n., 76.
Cicerón, 208. Ersch, 64 n.
Claudius, M-, 66 n.t Euclides, 95.
Comte, A., 232, 233. Ewald, O., 64 n.
Consalvi, E., 108.
Constancio. 235 n: Faguet, E., 120 n.
Constant, B., 225, Feder, J-, 83.
Cordemoy, G. de, 148, 150. Federico II (de Frusta), 74 n., 91 n., 98,
Cortés, Donoso, 49. 167, 190,193, 205 n,, 209, 233 y n„ 235 n.
Coubertm, E de, 72 n. Federico Guillermo IV (de Prusia), 226,
Creuzer, F., 66 ri., 230. 231-232.
Cube, 201 n. Feneíon, E, 71 n., 112, 115, 160.
Curtius, F., 80 n. Fessler, 100 n,, 108
Cusa, N. de, 129. Feuerbach, L,, 78.
Feuerbach, R J. A ., 177.
Dahlmann, 95. Fichte,J. G., 6 5 ,8 3 ,1 0 9 -1 1 1 ,1 1 5 ,1 3 8 ,
Dante, 4 6 ,1 9 8 ,2 2 5 n. 145, 147, 154, 156, 158, 176-181, 198 n.,
Dantón, G.-J., 50, 64 n., 118, 191. 199, 202, 205i 207.
D'Argens, 233 n. Finke, H., 89 n.,
Demás tenes, 87 n. Finkenstein, 202.
Folien, K., 222 n., 230. Gruber, 64 n.
Fouché, ]., 75 n. Grunhut, 80 n.
Fouqué, F., 66 n. Gruppe, O., 228 n., 233, 236.
Fox, C. J., 87 n. Guglia, E., 65 n., 188 n.
Francisco I (emperador), 75 n., 103,105 Gutschrníd von, 229 n.
n., 207 n. Gmzkow, K. F., 197.
Friedrich, Ferdinando v. Anhalt -Kothen, 90. Gayón, Mme., 71 n.,112, 116.
Friedrichs, A., 210 n.
Haller, K, L. von, 65 n., 66 n., 68 n.., 74,
Geffcken, J., 229 n , 235 n. 7 9 ,8 0 ,1 0 8 ,1 6 6 -1 6 7 ,1 8 1 ,1 9 2 ,1 9 4 , 209,
Gengis Khan, 225. 213-214,231.
Gentz, F. von, 63-65, 6 6 y n., 74 y n., 85 H am m an,J. G., 115.
y n., 86 n„ 88, 89 n., 90-91, 93, 99, 100 Hardenberg, K. A., 85 n„ 97-99, 102,
n., 101 n., 103, 104 n., 106 n., 107 n., 106 n., 107 n.
122, 138, 184, 187, 190, 195, 198, 201- Hardouin, E, 161.
205,21 8 Harnack, A. von, 226, 228 n.
Géraud de Cordemoy, 148, 150. Hasenclever, W., 226 n.
Geulincx, A., 148, 150, 163, 171- Hauck, A ., 226 n,
Geyer, A., 119 n. Hausenstein, 222 n.
Gierke, O. von, 58. Haym, R., 63, 64 n., 128 n.
Gíovanelli, 105 n. Haymann, 101 n.
Gneisenau, A. von, 72. Haza, von, 93, 100 n., 120 n.
Gobíneau, J.-A. de, 215 n. Hébert,J., 118.
Goeser, K., 218 n. Heeren, A., 106 n.
Goethe, W, 44, 65,83-84, 92, 115, 127 Hegel, G. W. F., 66 n-, 81,111-112, 115,
n., 146, 198-199-200, 202. 124-125, 135, 143, 145, 176, 178, 210 n.,
Górres, J., 66 n., 78, 80 n., 100 n., 108, 220 n.
187, 203 n., 204, 215. Hegewisch, D. H., 228 n.
Góschel, 66 n. Hetnsterhuis, E, 115.
Gótzen, von, 96. Herder, J, G-, 115-116, 184, 198 n,
Goyau, G-, 120 n., 198 n. Hertleín, 235 n.
Greffer, Fr., 204 n. Henog, 226 n.
Grattenau, 204 n. Hobbes, T., 112, 114.
Grimm, W., I0 2 y n ., 221. Hofbauer, K. M-, 107 n.
Hoffmarm, von Falle tsle be n, 106 n. Klose, 99 n.
Hólderlin, E, 177. Klüber, 88.
Holstein, G., 79 n. Koethe, 207 n.
Homero, 208. Konebue, 84, 222, 223.
Hormayr, J., 105 n. Krall, E., 64 n.
Homer, F., 75 n ,p207 n., 213 n. Krones, F. von, 85 n., 104 n.
Hudelist, 85 n. Krüdener, Wme., ¡08, 112.
Hugo, G., 80 n., 214 n. Kumato-wski, 92 n,, 93, 202.
Hugo, V., 225 n. Kurschner, 89 n.
Humboídt, von, 65, 202.
Husserl, E., 211 n. Lamennais, E de, 80 n., 182.
Langermann, 203.
Innerkofler, 107 n. Lask, E., 111.
Lasserre, R, 72 n,
Jácobi, E H., 66 n., 1 11, 115. Latxeille, C., 89 n., 120 n., 198 n.
Jager, A., 104 n., 105 n., 106 n. Lavisse, E., 188 n.
Janentzky, C., 114. Lebzeltem, 86 n.
Jarcke, 66 n., 7 8 ,8 6 n., 158,231. Lehmann, M., 99 n.
Johann, Erzhetiog von Ostecreich, 85 n., Leibnii, G. W , 119.
104 a , 207 n. Leroaitre, J., 72 rí.
Juliano, 226, 228, 230-231, 233-236. Le oí, E, 66 n., 67 n.
Lera, M., 99 n.
Kaesar, 86 n. Lessing, G. E., 65, 87.
Kanne, 108, 112. Lewín, J.p 149 n.
Kant, I,, 110,261, 176-178, 194, 205, 215. Lewy, A ,, 99 n.
Kantorowícz, H. U., 79 n. Libanio, 228 n., 229 n., 238 y n.
Kaufmann, E., 126 n. Licbtenberg, 65.
Kayka, E., 201 n. List, E, 218 n.
Keats, }., 193. Locke, J. 214 n.
Kierkegaard, S., 127 n. Loeben,- 201 n.
Kleist, H. von, 94,95, 96,98,107 n., 127 n. Luden, 143.
Kíemperer, V., 67 n., 76, 151 n. Luís XIV, 75 n., 185 n.
Klínger, F, 66 n. Luisa (reina de Prusia), 50, 193.
Kíinkowstrom, 85, 86 n. Lupus, J., 182.
Lusser, K. E-, 52. Michelet, ]., 50.
Lutero, 47. Mínor. j., 1 3 9 11,, 154 n., 200 n.
Moeser, 80.
Maquiaveto, N., 113 n, Mohl, R. von, 64 n., 80 n.
Maiscre, ]. de, 48, 49 n., 64, 65 n., 68 n., Montesquieu, C. de, 101 y n., 124, 151,
72 n., 74, 80 y n., 81 n., 82, 120, 122 a , 200, 220 n.
144, Í7 5 -1 7 6 ,181-183,186 n., 188-189, Montiosier, 72 n.
192, 195,219, 231,233, 239. Moser, J, ]., 26, 219 n.
Malebranche, N de, 58-59, 116, 119, tvlozart, W., 146.
124, 148, 150-154, 158, 159-161, 163, Müller, A., 62, 65, 66 n., 68 n., 72, 74,
168-169,171,173,182,1 98 , 203, 213, 78 n., 79 y n., 82, 85 y n., 86 y n., 87-88,
215, 220. 89 y r ., 90 y n., 9 1 ,9 3 y n., 9 4 ,9 6 n., 97
Mandoul, J., 120 n. y n., 98 y n., 99 y n,, 100 y n., 101 y n.,
Manso, ]. K., 106 n. 102, 103 y n., 104 y n., 105 y n., 106 ti.,
Mana Antonieta de Francia, 50, 107 ti., 116, 119 n., 120 n , 126, 128 n.,
Mariéjol, 188 n. 130, 133-134, 135 n., 138, 139 y n., 141,
Marcens, j. von, 96 y n. 152-155, 160-161, 165 n., 166-169,171-
Marwitz, F, von der, 98, 99 n., 102, 217 n. 172,180-181,183-184,187,189,190-
Marx, K., 68 n., 143. 197, 198 y n „ 199-200, 201 y n., 202,
Masson, E M., 116. 203 y n,, 204-205, 206 y n., 207 y n., 208
Mauiras, C., 49 n., 72 n, y n., 209, 210 y n,, 211 n., 212 y n., 213,
Máximo, 235 n. 214 y n., 215, 216 n., 217 y n., 218, 219
Mayer, ], F., 66 n. n., 220 y n „ 223-225, 237.
Mehring, F., 68 n, Müller, J. von, 64 n.
Meínecke, 72, 81 n., 99 n., 126 n. Murray, K., 52 n., 53.
Mendelssohn-Bartholdy, 86 n., 89 n.
Memel, W , 89 n. Nadler, J., 51.
Merkel, G., 94 n. Napoleón, 50, 52, 155, 167,187, 191,
Mettemich, C. von, 63, 65 y n., 66, 85 y 196,197,199-200, 217 n., 225, 236.
n., 86 n., 88, 90, 103, 104 n., 105 n „ 167, Negri, G., 228 n., 233,
181,186-187,231. Nerón, 224-
Metzger, W., 79 n., 80 n., 107 n., 164 n., Nettelbladt, 198 n., 213.
210 n., 212 n. New ton, 176.
Meusel, F., 99 rt., 123 n. Nicolai, C., 84, 205 n.
Nietzsche, F., 61. 175-176, 198, 200, 206 y n „ 237.
Novalis, 42, 61, 72, 75 n., 79 n., 81,116, Kemhard, E., 80 n.
130, 131, 133, 140 y n., 145-146, 178, Reiser, A ., 170.
191-193, 194 y n ., 199, 200 n „ 203 n., Renán, E.p 125 n., 233.
214 n., 219-220, 225. 231. Rexius, G., 79 n .p80 n., 91,
Robespierre, M., 73, 118 y n., 220.
Oehlke, 147 n. Rodé, E, 229 n.
Oketi, 230. Roscher, W., 64 n.
Roschmann, 102-104.
Paléologue, 29. Rmenchal, D. A ., 107 n.
Pályi, M., 107 n., 217. Rousseau, J.-J., 42, 46, 68-70, 71 n., 72
Papini, G., 47, 49. n., 73, 76 n., 80 n., 114, 116-117, 121,
Fiscal, B., 161. 129,138,176-177, 203 n., 241.
PauLJ., 200. Royet-Collard, 187.
Pauly, 229 n. Rubirto, E., 148 n.
Peterson, E.p 114 n., 202. Ruge, A., 63 y n., 66 y n.p68 n., 70, 78,
Pfuel, von, 96 n. 134, 230.
Pilat, 86 n., 87. Rühl, F., 96 n., 97 n., 106 n., 107 n.
Platón, 208. Riihle, von Uíienstern, 94.
Plotino, 46.
Plutarco, 144. Saalfeld, 88.
Poetzsch, 79 n Sainte-Beuve, C. A . de, 151, 161.
Poiret, R, 112, 116. Sand, G., 81 n..
Sand, K. L., 222 y n., 223.
Quijote, don, 223, 224. Savigny, F, C. von, 66 n., 78, 79 n.
Scheffner, J. G .p89 n.
Racine, J., 202 n .: Schelling, F. W. J., 79 n., 81, 109-111,
Rahel, 102 y n., 214 n. 115, 124, 125 y n .p 136, 138, 143, 152,
Raumer, S., 107 n., 206. 154, 177-181, 205 n., 210 y n., 211, 214
Ranke, L von, 99 n. n.p230.
Raumer, F. von, 87, 100 n., 102 n., 104 Shelver, 180.
n., 105 n., 106 n. Schiller, E, 56, 84, 130.
Ravaisson, E, 125 n. Schlegel, A. W, von, 65, 66 n., 89 n.,
Rehberg, A. W., 79 n „ 86, 91, 95 n., 102, 132, 134.
Schlegel, D., 63, 65, 66 n. Sozumenos, 226 n.
Schlegel, Fr., 65 n., 66 n., 7 2 ,7 9 y n., 80, Spalding, 201 n.
81 y n-, 32-84, 85 n., 86 n-, 87-89, 100 n„ Speckbacher, 106 n.
104 n., 116, 126 n „ 127 n-, 129, 146, 148, Spinoza, B., 111-113, 116, 160, 179.
154, 158, 161, 164, 166, 1 7M 72, 178- Spinler, I. von, 83,
181, 183-184, 186 y n., 187-189, 192, 195 Spranger, E., 79 n.
y n., 197, 198 y n., 199 y n., 200-201, 205 Staél, Mme. de, 84.
n., 212 y n., 215 y n., 223-224. Stágemann, 97, 106 n., 107 n.
Schleiermacher, E E. D., 79 n.p 145, 178- Stahl, F. J.,48, 66 n., 78, 113 n., 119 n.,
179, 205 n. 125 n.
Schlózer, A. L., 83. Steffens, H-, 66 n.,
Schopenhauer, A ., 143-144, 154 n. Steig, R , 97 n , 99 n , 102 n., 107 n., 217 a
Schubarth, K. E., 125 n. Steigentesch, von, 85, 212 n.
Schubert, G. H., 66 n., 93. Srein, L. von, 72.
Schuckmann, 85 n. Stendhal, 45, 225 n.
Schulte, ], F., 92 n. Sdegíit:, C , 70 n.
Schuh, 154 n. Stolberg, F. L., 66 n., 198 n.
Scott, W., 50, 54. Stourdza, 126 n.
Seeck, O., 235 n. Suauss, D. F., 225-227, 229 n., 230-232,
Seignobos, C., 73 n. 234, 236.
Seillíére, E., 41, 70 y n., 71 y n., 73 y n., Scürmer, 86 n.
7ó n-, 78, 116, 240. Suarés, A., 224, 225 n.
Séneca, 151. Sybel, 118 n.
Shaftesbury, A., 113, 114, 147, 152.
Shakespeare, W., 142, 225 n. Taine, H„ 53-54, 73 y n., 74, 125 n., 204,
Shelley, E B., 50. 233.
Sievers, 229 o. Talle yrand, C. de, 81 n,
Sirakhovitch, 78. Temistio, 225 n.
Singer, 80 n. Tertuliano, 151 y rt., 161.
Smith, A., 214. Teuffel, 229 n.
Sócrates, 135, 177. Theremin, 201 n.
Sohm, R,, 194 n. Thilo, C., 80 n., 119 n.
Solger, K. W. F„ 102 y n., 106 n „ 156- Tieck, L., 66 n., ¡06 n., 142, 150, 169.
157,220,237. Treitschke, H, von, 99 n., 124 n.
Troeltsch, E., 43, 195 n. Wahl, A., 75 n., 76 n.
Turner, 66 n. Watiel, O., 86 n., 148.
Warda, A ., 89 n.
V ico,G ., 113, 115, 124. Wemer, R. M., 84 n.
Vogt, N., 88. Wemer. Z., 66 n., 80, 116.
Volpers, R., 199 n. Wiesel, 99 n., 107 a.
Vokaire, 124, 233 n. Wiggcrs, 229 n.
Vossler, K ., 67 n., 76 n. Windischmann, 154 n., 195 n.
Wittichen, F. C., 65, 66 n., 86 n.
Wackenroder, h. W., 66 n. ’Wblf, J- C., 238 n.
W a g n e rJ.J.,8 1 , 112,135 y n., 143, 179, Wordsworth, W, 50, 54.
219 n.
Wagner, K., 84 n. Zscbokke, 97 o.

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