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Universidad Autónoma de Bucaramanga

Grupo de investigación: Violencia, Lenguaje y Estudios Culturales


Semillero de investigación Sujeto y psicoanálisis
Relatoría: El honor de un muchacho, segundo apartado de la Erótica en Historia de la
sexualidad 2- El uso de los placeres de Michel Foucault.
Elaborada por: Iris Aleida Pinzón Arteaga.

“Aquí se trata del orden, no de la medida a aportar en pro del propio poder, sino de la
mejor forma de medirse ante el poder de los demás asegurándose a sí mismo su propio
dominio”

En El honor de un muchacho, segundo apartado de la Erótica, Foucault se ocupa de la


inquietud que representaba para la moral y el pensamiento griego la salida de la infancia y
el momento en que se alcanzaba el estatuto viril, pues se trataba de un tiempo en el que
se ponía a prueba el dominio de sí, especialmente en el vínculo con el otro. No en vano, el
autor toma como objeto de análisis el Eroticos del pseudo-Demóstenes, texto que, a pesar
de parecer relativamente pobre, constituía un elogio, cuya función tradicional era doble, la
de exaltar al joven y, a la vez, exhortarle, invitarle a conducirse de cierta forma en lo
referente al amor y la cuestión de los placeres; asunto que Foucault destacará en las cinco
puntualizaciones que conforman el apartado.

En primer lugar, señala que el Eroticos está marcado por un vocabulario que alude al juego
del honor y la vergüenza, se habla constantemente de aischynē, término que hace
referencia tanto a la deshonra como al sentimiento que de ella puede derivarse; además,
se introducen en el discurso una serie de opuestos: lo que es feo y vergonzoso en
contraposición a lo que es a la vez bello y justo, lo que implica vituperio y desprecio en lugar
de aquello que da honra y buena reputación. Así, el objetivo de Epícrates es elogiar a su
enamorado, otorgándole honra y no vergüenza, esta última generada por los encomios
provenientes de aspirantes indiscretos; se pone de manifiesto, entonces, una preocupación
frecuente por el comportamiento del joven, a quien se le aconsejaba conservar en la
memoria y, a título de ejemplo, a aquellos que habían logrado preservar la honra en el
transcurso de sus relaciones. Este dominio sensible ocupaba a filósofos y pensadores,
quienes reflexionaban en torno a los jóvenes, el amor que se les entregaba y la conducta
que debían seguir; mientras en el Banquete de Platón Pausanias se ocupaba de evocar la
diversidad de costumbres a propósito de los muchachos en diferentes culturas, en el Fedro
se recordaba el principio que debía regir la vida en general y, más significativamente, lo
relacionado con el amor de los jóvenes: mientras las cosas inmorales son seguidas por el
deshonor, las bellas llevan al deseo de aprecio, cuya ausencia priva, tanto a ciudades como
a particulares, del ejercicio de “una grande y bella actividad”. Ahora bien, la conducta del
joven no era un tema que inquietara a una minoría de moralistas, Foucault señala que
constituía el objeto de una curiosidad social, prestándosele gran atención; entonces, las
amistades del muchacho le observaban y comentaban frecuentemente respecto de su
compostura y relaciones, vituperándole si era arrogante y vano, pero criticándole también
cuando se mostraba demasiado fácil.
Seguidamente, el autor establece una distinción entre lo concerniente a la importancia del
honor en la cultura europea posterior, vinculado a la cuestión del matrimonio, y aquello que
representaba para los griegos, en quienes incidía sobre su posición, sobre su lugar futuro
en la ciudad; aunque un joven con reputación dudosa podía ejercer una función política, se
exponía a la posibilidad de ser reprochado, además existían significativas consecuencias
judiciales otorgadas en razón de malas conductas. Consecuentemente, a lo largo del
Eroticos se le recuerda al joven Epícrates que buena parte de su futuro y el rango que podrá
ocupar en la polis está en juego desde ya, en razón de la forma en la que se conduce; así,
se va configurando como necesario el cuidado de la propia conducta cuando se es joven y,
posteriormente, velar por el honor de los más jóvenes. A la luz de lo anterior, Foucault
destaca que la edad de transición en la que se encontraban los muchachos, tan deseables
y, a la vez, frágiles en cuestiones de honor, constituía un periodo de prueba, un momento
en el que se probaba su valor, el cual debía formarse, ejercitarse y medirse de manera
paralela. El carácter de test, de prueba calificadora que adquiría la conducta del muchacho
es mencionado por el autor del elogio, quien le recuerda a Epícrates que habrá disputa y
que el debate, aquello en juego será la dokimasia, palabra que designaba el examen a cuyo
término se aceptaba a los jóvenes en la efebía o a los ciudadanos en las magistraturas.

En el tercer punto del apartado se introduce la pregunta por aquello en lo que descansa la
prueba, ¿qué tipo de conductas se deben velar con el fin de hacer una división entre lo que
es honorable y lo que no lo es? El autor señala algunos de los puntos más conocidos de la
educación griega: el cuidado del cuerpo; las miradas, en razón de su relación con el pudor;
la forma de hablar, considerando que, más que refugiarse en la comodidad del silencio, se
debía aprender a mezclar tanto temas serios como ligeros y la calidad de la gente que se
frecuentaba. Sin embargo, el énfasis está puesto en la conducta amorosa, es en ella en
donde se juega la distinción entre lo honorable y lo vergonzoso; se trata de la frontera del
honor, la cual no tenía que ver con la aceptación o el rechazo de los pretendientes, pues
ser solicitado por los enamorados constituía un motivo de orgullo legítimo, prueba visible
de las cualidades. Entonces, ¿cuál es el punto de honor? Foucault señala que aquel
elogiando a Epícrates da a entender que, si bien es una doble suerte ser bello y ser amado,
“hay que servirse de ello como es debido”, en ello reside el honor, pues las cosas no son
en sí mismas ni buenas ni malas, varían según la práctica, “es el uso el que determina su
valor moral”.

En concordancia con lo anterior, a lo largo del elogio no se ofrece una descripción precisa
respecto de lo que debe ser admitido y rechazado en materia de relaciones físicas, aunque
se deja explícito un no-todo, no todo debe rechazarse, no todo debe aceptarse; así, la
templanza, una de las principales cualidades que debían tener los muchachos, implicaba
una discriminación en los contactos físicos que comportaba un carácter singular. Con el fin
de ilustrar lo anterior, el autor alude al Fedro de Platón, donde el tema se desarrolla con
más amplitud, aunque la imprecisión sigue siendo amplia, ya que los actos se nominan con
expresiones tales como <<complacer>>, <<acordar favores>>, <<sacar el máximo placer
del amado>>, entre otras. ¿A qué se debe dicha discreción? Foucault menciona que los
griegos habrían encontrado indecente que se nombraran en un discurso de sobremesa de
manera explícita los actos, además de lo innecesario que resultaba insistir en distinciones
ya conocidas; no obstante, como emergió en la Dietética y la Económica, la razón principal
recae en que la reflexión moral se dirigía menos a definir un cuadro de actos prohibidos, y
mucho más a interrogar el tipo de actitud, de relación con sí mismo que se configuraba en
dichas prácticas.

En lo que respecta a la cuarta puntualización del apartado, el autor señala que aquel
elogiando el mérito de Epícrates hace énfasis en que este consiste, más que en sus
diversas y abundantes cualidades, en el modo de relación que sostiene con aquellos que
se le acercan, “conservando siempre su valor eminente”, no dejándose dominar por
aquellos que quieren atraerlo a su intimidad, su synētheia, palabra que conservaba el doble
sentido de vida común y de relación sexual. No ceder implicaba seguir siendo el más fuerte,
ganar en firmeza y templanza respecto de los pretendientes, afirmando el valor en el
dominio amoroso; cuestión que se refería a una especie de estilo general, desde el que la
pasividad era mal vista por la opinión pública, el convertirse en compañero complaciente de
los placeres de otro, ofrecer el cuerpo a quien fuera y como fuera, prestarse a los excesos
de los amantes, pasando de mano en mano, y, en esta vía, mostrando un débil dominio de
sí.

El quinto punto del apartado se centra en el papel que el autor del Eroticos hace
desempeñar a la filosofía en la guardia del honor y la superioridad a la que se invita al
muchacho; filosofía que alude al tema socrático del cuidado de sí y la necesidad de unir
saber y ejercicio, un saber hacer con la tendencia al exceso. En este orden de ideas, aquello
que ofrece la filosofía, en tanto principio de mando, es la posibilidad de convertirse en “más
fuerte que uno mismo”, dado que el pensamiento lo dirige todo y esta permite dirigirlo, al
mismo tiempo que lo ejercita; se configura, entonces, como un saber necesario para poner
en práctica el dominio de sí y enfrentarse a la prueba de honor que supone relacionarse
con otros. A manera de conclusión, Foucault destaca como tema principal del elogio a
Epícrates el problema de una doble superioridad, sobre sí y sobre los demás, en un
momento en el que la juventud y la belleza del muchacho le hacen atractivo a hombres que
buscan vencerlo; elemento central de la Erótica. Así, mientras en la Dietética se trababa
sobre el dominio de sí en relación a la violencia inherente a actos excesivos y en la
Económica se perfilaba la importancia del poder que ha de ejercerse sobre uno mismo en
la práctica de poder que se ejerce sobre el oikos, la Erótica, desde el punto de vista del
muchacho, toma la forma de una problemática centrada en cómo asegurarse el dominio
propio en la relación con los otros, al no ceder completamente ante los demás.

Para finalizar, el autor señala que, aunque no se trata de una de las formas más elevadas
de la reflexión griega sobre el amor, la prosa dedicada a Epícrates hace emerger un punto
estratégico, la cuestión del honor en su relación con el uso que se hace del cuerpo y los
vínculos que se van configurando con los demás; prácticas que tendrían una importante
influencia en cuestiones de carácter político, la determinación de la reputación y el lugar
que podía ocupar el muchacho en la polis. Consecuentemente, no se trataba de una tarea
en la que se le dejara solo, pues dicha prueba que debía enfrentar suponía, para quienes
le rodeaban, preocupaciones y cuidados, haciendo de la vida del muchacho una obra
común, una pieza de arte a perfeccionar que implicaba en a todos aquellos que le conocían.
A diferencia de lo que ocurre con la cultura europea posterior, en la que la conducta, la
virtud, la belleza y los sentimientos de la joven o la mujer casada se convertirían en tema
de preocupación privilegiada, en razón de la posibilidad de dar solidez a su compromiso
matrimonial; lo que pareciera destacar en la Grecia clásica es una preocupación activa por
el muchacho, centrándose en su honor, su sabiduría corporal y el aprendizaje que requiere
para hacerse a un lugar, estrechamente vinculado con una inquietud moral. De manera que,
la singularidad histórica, dice Foucault, radica, no en la aceptación y la legitimación del
placer que generaba la relación con jóvenes, cuestión que dio lugar a toda una elaboración
cultural, sino en la configuración de una pederastia, en tanto práctica, reflexión moral y
ascetismo filosófico.

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