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Así describe este Misterio el máximo poeta de la Mística, San Juan de la Cruz:
“Entonces (Dios) llamó a un arcángel que San Gabriel se decía, y enviólo a una
doncella que se llamaba María, de cuyo consentimiento el misterio se hacía, en el cual
la Trinidad de carne al Verbo vestía; y aunque Tres hacen la obra, en el Uno se hacía;
y quedó el Verbo encarnado en el vientre de María. Y el que tenía sólo Padre, ya
también Madre tenía, aunque no como cualquiera que de varón concebía, que de las
entrañas de ella El su carne recibía; por lo cual Hijo de Dios y del hombre se decía”.
(Romance 8)
María fue humilde. “He aquí la esclava del Señor”, le responde al Arcángel San
Gabriel al final de la Anunciación. Ya ha sido constituida nada menos que “Madre de
Dios” y se reconoce a sí misma “esclava del Señor” para que se haga en ella todo lo
que El desee. Ella misma reconoce ante su prima Santa Isabel que es su humildad lo que
ha atraído los favores de Dios para hacer grandes cosas en ella: Dios quiso ver “la
humildad de su esclava” (Lc. 1, 47).
Imitar las virtudes que María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos revela en este
episodio importantísimo de su vida y de la vida de la humanidad, es ir preparando
nuestro corazón para recibir en él al Hijo de Dios, Hijo de María, nuestro Señor
Jesucristo. Y preparar nuestro corazón es imitar a la Santísima Virgen María en su
espíritu de oración, su humildad y su fe a toda prueba.