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Casa Editora Sudamericana

Comentarios de la Lección de Escuela Sabática

III Trimestre de 2017


“El evangelio en Gálatas”

Lección 13
(16 al 23 de septiembre de 2017)

El evangelio y la iglesia
Por Pablo M. Claverie 1

Gálatas 6:1-10

En la lección de esta semana, Pablo continúa con su sección ética en la Epístola a


los Gálatas. Durante los primeros cuatro capítulos, y parte del quinto, estableció de
modo contundente que la justificación –y con ella la salvación– se fundamenta y está
segura en la gracia de Dios y en la obra redentora de Cristo, exclusivamente y exclu-
yentemente en sus méritos y la expiación lograda en la Cruz. En el capítulo 5 nos
habla de cómo los que con verdadera fe han aceptado a Jesús como Salvador se
dejan poseer y guiar por el Espíritu Santo, y están dispuestos a batallar contra “la
carne”, los impulsos de su naturaleza pecaminosa, permitiendo que en su lugar flo-
rezcan los frutos morales preciosos del Espíritu Santo.

Sin embargo, no notamos que Pablo participe de la idea tan actual del “esponta-
neísmo”, de pensar que en la vida cristiana todo funciona de manera automática, sin
mayor participación de las facultades humanas del pensamiento, el juicio moral, los
sentimientos y la voluntad. Pablo, inspirado por Dios, más bien da evidencias de
creer que la vida cristiana –la vida espiritual que produce el Espíritu Santo– debe ser
EDUCADA y ANIMADA. Y, por tal motivo, instruye una y otra vez sobre cómo deben
conducirse los redimidos por Cristo y guiados por el Espíritu Santo. De lo contrario,
no se hubiese molestado en dar tanta instrucción ética.

Esta idea del “espontaneísmo” en la vida cristiana es comparable a un jardinero o un


agricultor que creyera que debe dejar que en su propiedad el pasto, las flores y las
plantas en general, así como los cultivos que desea cosechar, hay que dejarlos cre-
cer espontáneamente, tal como lo “dicte la naturaleza”, sin mayor intervención de su
parte; sin arar, sembrar, quitar las malezas, podar, incluso fumigar. Es decir, sin
CULTIVAR las plantas.

De igual manera, aun cuando toda buena obra realizada por los hijos de Dios es
producto de la obra sobrenatural del Espíritu Santo, este no trabaja con entes o má-
quinas, sino con seres humanos que, por ser imagen y semejanza de Dios, tienen
una mente, pensamientos, motivaciones, sentimientos y voluntad. Y él obra a través

1 Curso estudios de Teología y de Consultor Psicológico. Actualmente se desempeña como Editor y co-
rrector de pruebas en la Casa Editora Sudamericana.
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de las facultades humanas; no las pasa por alto ni avasalla nuestra libertad. De allí
que la obra de santificación y restauración de la imagen de Dios en nosotros no sea
instantánea, apenas conocimos a Cristo. De allí que haya tantos avances y retroce-
sos en nuestra vida espiritual y moral. Y de allí que la experiencia cristiana deba ser
educada, aconsejada y estimulada.

En el pasaje de Gálatas de esta semana, Pablo nos habla de la vida de relaciones


dentro de la iglesia; qué sucede cuando alguno de nosotros incurre en alguna falta.
Y, en la forma en que Pablo aconseja a la iglesia que proceda, se nota cómo debe
aplicarse al hermano caído esa misma gracia que nos salvó a nosotros. Es decir, así
como fuimos tratados con gracia por parte de Dios, también nosotros debemos tratar
a los demás con esa misma gracia.

“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espiritua-
les, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que
tú también seas tentado” (Gálatas 6:1).

La Guía de Estudio nos explica muy bien que el término griego que ha sido traducido
como ser “sorprendido” quiere indicar no una conducta habitual, un “practicar” el
pecado (ver Gálatas 5:21), sino una caída ocasional producto de las luchas propias
con nuestra naturaleza caída y con el entorno y las situaciones nada favorables a la
vida cristiana del mundo en que vivimos. Pero el principio de la gracia en acción se
puede aplicar perfectamente incluso –y quizá con más razón todavía– hacia aquel
hermano que voluntaria y deliberadamente le da la espalda a Cristo y la vida cristia-
na, y se entrega de lleno a una vida pecaminosa.

Pablo nos dice que “vosotros que sois espirituales”; es decir, que no tenéis única-
mente una visión legalista, fría, formal, exigente de Dios y de lo que significa el cris-
tianismo y la vida eclesiástica, sino que sois iluminados, inspirados y dirigidos por el
Espíritu Santo, “restauradle con espíritu de mansedumbre”.

La lección también nos explica que el término griego traducido como “restaurar”
(katartidzo) es el mismo que en otros pasajes de la Biblia se utiliza para “remendar”
las redes (Mateo 4:21), y para “perfeccionar” a los santos (Efesios 4:12). De modo
que Pablo nos está diciendo que el hermano que ha sido vencido por el pecado es
una persona que está rota, fracturada, que no puede cumplir la función gloriosa para
la cual ha sido creado, y que la misión de la iglesia es devolverlo al estado de pleni-
tud, al destino glorioso que Dios soñó para él. Es nuestra misión “remendarlo”, sanar
sus heridas y ayudarlo a cumplir el potencial que Dios tiene para él. En otras pala-
bras, colaborar con Dios para la restauración de la imagen de Dios en él.

Y la única manera de hacer esto es “con espíritu de mansedumbre, considerándote a


ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. El reproche, la llamada exigente de
atención, el juzgamiento, la culpabilización, la acusación, la condenación, lo único
que pueden lograr es provocar el resentimiento y el endurecimiento de corazón de
aquel que cayó o, en el otro extremo, hundir todavía más en el pozo de la vergüenza,
la culpa y la desesperación a aquel que ya está bastante mal por su propia situación
de caída.

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Pablo nos dice no solo que debemos tratar de restaurar a nuestro hermano caído
con espíritu de mansedumbre, sino también con una visión realista y humilde de
quiénes somos nosotros mismos. No somos mejores que el que cayó. Somos tan
pecadores, enfermos de pecado, como él. Y lo que le ha sucedido a él también nos
podría suceder a cualquiera de nosotros. Por lo tanto, jamás podemos ayudar al
caído desde una posición de superioridad espiritual o moral, sino desde la postura de
quien es un compañero de viaje y de infortunio, por ser tan pecadores como él y por
vivir en este mundo difícil de pecado como él. Esto nos tiene que llevar a sentir em-
patía por nuestro hermano caído, a sentir con él.

Permítanme transcribir los comentarios de los días 18 y 19 de julio de mi libro de


meditaciones matinales de 2015, El tesoro escondido, a propósito del pasaje de
Gálatas que estamos considerando:

“La iglesia no es, como alguien diría, ‘un desfile de santos’, sino un ‘hospital para pe-
cadores’. Nuestro Señor Jesucristo lo dijo muy claramente cuando fue criticado por
los fariseos por juntarse con publicanos, rameras y pecadores: ‘Los sanos no tienen
necesidad de médico, sino los enfermos […]. Porque no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores, al arrepentimiento’ (Mateo 9:12, 13).

“Aquí, nuestro Salvador nos brinda la imagen de que el ser humano es un ser espiri-
tualmente y moralmente enfermo, por causa del pecado, y que él se ofrece como el
Médico del alma, dispuesto a sanar la enfermedad del pecado y las heridas que pro-
duce.

“De igual manera, la iglesia, como su cuerpo, debe realizar esta actividad terapéutica,
de ayudar a sanar en vez de condenar y conducir a la muerte espiritual a quienes pa-
decen la enfermedad del pecado. […]

“La iglesia, entonces, tiene esta función sanadora, restauradora, y tanto en el clima
emocional como en el espiritual que circulan dentro de ella, debe constituirse en un
agente de salud, de bienestar, de felicidad.

“Los creyentes deben, por sus actitudes y sus actos, convertirse en agentes de salud
espiritual, y no en agentes patológicos, que produzcan dolor, angustia, frustración o
enfermedad mental. Lamentablemente, el enemigo se las ha ingeniado para que, a
través de diversos enfoques religiosos que malinterpretan el sentido de las Escrituras
y el espíritu del evangelio, muchas experiencias religiosas sean fuente de enferme-
dad espiritual y psicológica para muchos. A través de una imagen de un Dios inflexi-
ble, controlador, manipulador, condenador, muchos creyentes sufren una sensación
sombría y angustiante de ahogo espiritual y anímico, y las actitudes persecutorias,
censuradoras y condenadoras de muchos creyentes hacen que la experiencia espiri-
tual de muchos sea agobiante, castradora, represora, insoportable.

“Contrariamente a todo esto, es el propósito de Dios que la gente que acude a la igle-
sia encuentre en ella luminosidad, paz, sosiego, contención afectiva y emocional, se-

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guridad espiritual, comprensión, perdón, restauración, fuerza moral para levantarse
de las caídas que esta vida impone.

“¿No quisieras sumarte tú al grupo de los que son una bendición para sus hermanos,
a través de su amor, su preocupación sincera y desinteresada, su tolerancia, su áni-
mo y su apoyo incondicionales? En otras palabras, ¿no quieres ser un pequeño Cris-
to sobre la Tierra, para vivir brindando su amor compasivo a todos los que te rodean,
especialmente a tus hermanos de la familia de Dios?

“Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el
que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno so-
meta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de
sí mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga” (Gálatas 6:2-5).

“Continuando con el tema […] de la iglesia como una comunidad terapéutica, sanado-
ra y restauradora […] ahora el apóstol agrega una exhortación hermosa: que nos
ayudemos los unos a los otros a sobrellevar nuestras cargas, porque de esa manera
estaremos siguiendo el ejemplo de Jesús, quien llevó nuestras cargas en la Cruz, y
nos invita a llevarle las cargas de pecado y dolor que nos impone vivir en este planeta
en rebelión. Esa es la amorosa ‘ley de Cristo’, la ley del amor abnegado, que se preo-
cupa por otros e intenta ayudarlos a sobrellevar la carga existencial de vivir en este
mundo afectado por el sufrimiento. Nuestro Señor nos invita así:

“ ‘Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar’


(Mateo 11:28).

“Como cristianos, es decir, como discípulos e imitadores de Cristo, Jesús nos invita a
ser sus ojos, su voz, sus manos y sus pies para ayudar a nuestros hermanos a sopor-
tar las cargas producidas por vivir en un mundo de pecado, de egoísmo, que trae co-
mo resultado natural miseria, dolor, frustración.

“Es interesante que, en el texto original en griego, el apóstol Pablo, al hablar de las
cargas que tenemos que ayudar a sobrellevar a nuestros hermanos, usa la palabra
baros, de la cual deriva nuestra palabra castellana barómetro, el instrumento que uti-
lizamos para medir la presión atmosférica. Es decir, el apóstol nos enseña que tene-
mos que ayudarnos mutuamente, como hijos de Dios, a soportar las presiones pro-
pias de vivir en este mundo. Todos estamos sujetos a ellas: presiones económicas,
laborales, de salud, familiares, de relación con otros, dolores psicológicos, etc.

“Sin embargo, pocos versículos más adelante, San Pablo parecería contradecirse,
porque dice: ‘porque cada uno llevará su propia carga’ (Gálatas 6:5). ¿Cómo enten-
demos esta aparente contradicción? Sucede que, en el versículo 5, el apóstol utiliza
la palabra griega fortión, que es la misma que se utiliza en otras partes de la Biblia
para hablar del peso específico necesario que tienen que tener las embarcaciones
para mantenerse a flote en el agua. Tú sabes que existe una ley de la física llamada
el “Principio de Arquímedes”, que demuestra que el agua ejerce una fuerza (o empu-
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je) de abajo hacia arriba que hace que si el peso específico (peso dividido por su vo-
lumen) de un objeto, que es también una fuerza, es menor a ese empuje, el cuerpo
pueda flotar. Pero, es necesario que exista este peso específico, sin el cual, por
ejemplo, los barcos se darían vuelta en el mar, como si fuesen un corcho, en vez de
mantenerse a flote.

“De igual manera, el ser humano necesita aprender a soportar cierto grado de pre-
sión, de dolor, de problemas, para mantenerse ‘a flote’ psicológica y espiritualmente.
Aquellas personas que tienen la vida ‘servida’, que han sido criadas ‘en bandeja de
plata’, que nunca han tenido que esforzarse por nada, y no saben lo que es tener que
luchar, esforzarse y cargar con problemas y responsabilidades, suelen ser muy débi-
les de carácter, y ante los menores problemas o crisis parecen hundirse en el miedo,
la angustia y la depresión. En cambio, quienes han tenido que padecer necesidad y
resolver problemas serios en la vida, asumiendo graves responsabilidades, suelen
ser las personas de mayor fortaleza de carácter.

“Lo que parece querer decirnos el apóstol con esta aparente contradicción es que,
por un lado, nuestra actitud hacia nuestro hermano que padece problemas, sobre to-
do aquellos que sobrepasan su capacidad de resolución, debe ser de solidaridad, de
apoyo, de contención y de ayuda en momentos de necesidad. Pero, a su vez, la idea
no es que los cristianos nos la pasemos resolviendo los problemas que las personas
mismas deben resolver, y asumiendo las responsabilidades que ellas pueden y, por lo
tanto, deben asumir. Muchos cristianos esperan que los demás estén siempre pen-
dientes de sus sentimientos, de sus dolores, aun de sus problemas económicos, aun
cuando ellos no mueven un dedo para ayudarse a sí mismos. Prefieren vivir del asis-
tencialismo, y creen que ese es el deber de la iglesia. Pero, si la iglesia lo hiciere así,
estaría corroborando en la indolencia a las personas, en la debilidad, y lo único que
se lograría sería perpetuar los problemas, ya que la persona en cuestión nunca cre-
cería ni se haría fuerte y suficiente para bastarse a sí misma.

“Como iglesia, parte de la obra terapéutica que tenemos que realizar es ayudar a la
gente a desarrollarse como personas, a madurar, a hacerse fuertes en Cristo para en-
frentar los desafíos de la vida. Esto es parte de la gran obra de la restauración de la
imagen moral de Dios en el hombre, que hemos casi perdido por el pecado.

“Sé hoy misericordioso y solidario para tender siempre una mano a tu hermano en
necesidad, pero a su vez ten el suficiente discernimiento para ayudar a crecer a
aquellos que necesitan hacerse cargo de su existencia y llegar a ser triunfadores en
esta vida, en vez de víctimas pasivas de los efectos del pecado”. 2

“El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo ins-
truye” (Gálatas 6:6).

2 Pablo Claverie, El tesoro escondido, lectura del 19 de julio.


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Qué labor tan noble y bondadosa ejerce quien ayuda a otros a conocer el mensaje
de Dios, compartiendo el amor de Cristo. Esto debe generar en nosotros un senti-
miento de aprecio y gratitud por tales hermanos, devolviéndoles con el bien la bendi-
ción que representan para nosotros.

“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare,
eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará co-
rrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (ver-
sículos 7, 8).

Aquí nuevamente Pablo, el apóstol de la gracia, nos muestra que, inspirado por Dios,
él se toma con seriedad la vida cristiana, a pesar de que “su” evangelio rezuma de
amor: Dios nos ama, pero hay consecuencias para nuestras acciones. Aun cuando
Dios me ame, si elijo sembrar para la carne, con sentimientos, pensamientos, pala-
bras y acciones egoístas y maliciosas, tendré una cosecha de la misma naturaleza
que sembré. Segaré corrupción, tanto en el sentido de mi propia degradación interior
como en las consecuencias en mis relaciones humanas, que se verán inevitablemen-
te deterioradas.

En cambio, quien siembra “para el Espíritu”, cultivando sentimientos, pensamientos,


palabras y actor llenos de amor, de bondad, de ternura, de pureza e integridad, ten-
drá una cosecha en su carácter, en sus relaciones personales y, finalmente, en el
Reino de los cielos venidero, de paz, felicidad, amor, bienestar.

Esto no sucede por una decisión arbitraria de Dios o un castigo de él por nuestras
malas acciones. Es sencillamente una cuestión de causa y efecto. Por lo tanto, lo
que nos dice Pablo es que no podemos especular con la gracia de Dios y, de esa
manera, jugar con el pecado. Este es demasiado perverso y dañino en su naturaleza,
y por la gracia de Dios no debemos darle cabida en nuestra vida o consentir los im-
pulsos de nuestra naturaleza caída.

“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no des-
mayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayor-
mente a los de la familia de la fe” (versículos 9, 10).

Es cierto, a veces los hombres de buena voluntad, al ver tanta maldad que hay en el
mundo, tantos corazones endurecidos, aparentemente impenetrables, y tanta ingrati-
tud por parte de algunas personas a las que quieren ayudar, pueden sentirse des-
animados y preguntarse si vale la pena tratar siempre de ser buenos, de hacer el
bien, de “molestarse” en favor del prójimo e incluso de llegar a sacrificarse por él.
Pero Jesús nos dejó el ejemplo sublime:

“[…] sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al
Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”
(Juan 13:1; énfasis añadido).

Allí había un grupo de discípulos inmaduros, que ante las puertas mismas de la Cruz
estaban preguntándose quién sería el más importante en el Reino de los cielos,
quién ocuparía el primer cargo, y estaban discutiendo por eso, tratando de defender
su ego. Jesús sabía que en pocas horas uno de sus discípulos negaría conocerlo,
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avergonzándose de él, y que otro ya había pactado entregarlo por unas monedas de
plata. Sin embargo, los amó “hasta el fin”, hasta las últimas consecuencias, aun
cuando en pocas horas más comenzaría el derrotero terrible de su pasión, porque
“por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (Hebreos
12:2). ¿Cuál era este gozo? Vernos redimidos, eternamente seguros y felices en el
Hogar celestial.

De igual modo, Jesús nos dice a través de Pablo que vale la pena seguir apostando
al bien, la bondad, el amor, el servicio, porque “hay recompensa para vuestra obra”
(2 Crónicas 15:7). Una recompensa interna, de la conciencia limpia de saber que uno
hizo todo lo que pudo, y la recompensa eterna de ver que el bien que hagamos no
fue del todo en vano; que pudimos influir para bien en algún corazón, para su salva-
ción eterna; que pudimos aliviar una carga; que pudimos ayudar a sanar un corazón.

Y Pablo termina diciendo, en esta sección, que “hagamos bien a todos”, sin discrimi-
nación. No solamente a quienes pertenecen a nuestra confesión religiosa, o a nues-
tra familia o nuestros allegados. A todos los que nos rodean, a todos los que nos
necesiten. Un amor universal, sin distinciones de nacionalidad, posición social, etnia
o incluso ideas religiosas o ateas.

Que, por la gracia de Dios y la obra ennoblecedora del Espíritu Santo, podamos,
como iglesia, ser una “comunidad terapéutica”, en la que las personas que se
acerquen a la iglesia o pertenezcan a ella encuentren un clima aceptador, com-
prensivo, sanador para las enfermedades espirituales y las heridas que la vida en
este mundo de pecado les han causado.

ALGUNAS JOYAS DEL COMENTARIO DE LUTERO A LA EPÍSTOLA A LOS


GÁLATAS

Seguimos incluyendo comentarios de Martín Lutero en relación con la Epístola a los


Gálatas, con la salvedad de que lo hacemos no porque creamos que Lutero era
infalible. No siempre podemos coincidir en todo con lo que él pensó y escribió. Pero
transcribimos estos textos para la reflexión y para que rescatemos de ellos lo que
encontremos más valioso, ejerciendo siempre nuestro juicio crítico, y teniendo en
cuenta que Lutero, al igual que tantos otros hombres de Dios que cumplieron una
misión especial, escribió bajo el fragor de las luchas espirituales que sostuvo contra
la autoridad eclesiástica de sus días, y quizá no siempre fue equilibrado, y en algu-
nas cuestiones presentó un énfasis desmesurado.

“También la enseñanza que se imparte en este pasaje es sumamente apropiada; el


apóstol la inserta aquí con admirable habilidad para lograr que el amor cobre en los
gálatas formas concretas. Comienza por llamarlos hermanos: no hace valer su auto-
ridad para exigirles algo como a inferiores, sino que más bien les habla en un tono de
exhortación amistosa, como pidiendo algo a sus iguales. Luego continúa: si un hom-
bre, no si un hermano, como queriendo decir: ‘Si por debilidad humana –ya que to-
dos somos hombres– un hermano hubiera caído en un pecado…’. Así nos muestra
ya con la misma elección de esta palabra con qué ojos debemos mirar la caída de
otros, a saber, con ojos llenos de compasión; y nos muestra también que debemos
estar más dispuestos a atenuar una falta que a agravarla; pues esto último es propio

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del diablo y de los calumniadores, aquello en cambio es propio del Espíritu Santo
(paracleti) y de los hombres espirituales.

“Y ahora el fuere sorprendido en el sentido de ‘fuere tomado por sorpresa, cayere por
hallarse desprevenido’: también con esta expresión el apóstol nos enseña que de-
bemos atenuar el pecado del hermano. Pues, a menos que uno practique el pecado
en forma pública, con maldad obstinada e incorregiblemente, nos corresponde atri-
buir su falta no a malicia sino a imprevisión o incluso a debilidad. Así enseñaba tam-
bién San Bernardo a sus cofrades: si no hay forma alguna en que uno pueda excusar
el pecado del hermano, por lo menos debe decir que fue una tentación grande e
invencible la que lo sorprendió, y que fue atacado por algo que superaba sus fuer-
zas. Sigue en alguna falta, ‘en alguna caída’ (pues puede ocurrir muy fácilmente que
uno caiga). Pablo no dice ‘en una maldad’, sino que nuevamente usa una palabra de
carácter atenuante. Pues no podemos hallar para el pecado una designación más
suave y delicada que ‘traspié’ o ‘caída’; y esto es lo que el apóstol tiene en mente al
hablar de ‘falta’.

“Vosotros que sois espirituales. ¡Hermosa palabra con que el apóstol recuerda a los
gálatas cuál es su deber, y al mismo tiempo los instruye acerca de su deber! Los
instruye acerca de su deber, a saber, que deben ser espirituales: si son espirituales,
les incumbe también hacer lo que corresponde a hombres espirituales. ¿Qué otra
cosa es empero ‘ser espiritual’ sino ser hijo del Espíritu Santo y tener al Espíritu
Santo? Mas el Espíritu Santo es el Paracleto, el Abogado, el Consolador (Juan
14:16, 26; Romanos 8:26 y sgtes.). Cuando nuestra conciencia nos acusa ante Dios;
el Espíritu Santo nos protege y nos consuela; y esto lo hace dando un buen testimo-
nio a la conciencia y a la confianza en la misericordia divina (Romanos 8:16), excu-
sando, atenuando y cubriendo completamente nuestros pecados, y ensalzando, por
otra parte, nuestra fe y nuestras buenas obras. Los que imitan al Espíritu Santo
adoptando frente al mundo esa misma actitud respecto de los pecados de sus seme-
jantes, estos son espirituales. Satanás en cambio es llamado ‘diablo’, detractor y
calumniador; porque no solo nos acusa y hace empeorar aún más nuestra mala
conciencia ante Dios, sino también denigra lo bueno que hay en nosotros, y habla
mal de nuestros méritos y de la confianza de nuestra conciencia. A él lo imitan, adop-
tando frente al mundo esa misma actitud respecto de los pecados y aun de las obras
buenas de sus semejantes, los que agravan, agrandan y divulgan los pecados de los
hombres y en cambio rebajan, censuran y enjuician sus obras buenas. Por esto dice
San Agustín al comentar este pasaje: ‘No hay nada en que se pueda conocer mejor
al hombre espiritual que la forma en que trata los pecados ajenos: piensa más en
absolver a su prójimo que en exponerlo a las burlas, prefiere el ayudar al injuriar. Al
hombre carnal, en cambio, lo conocerás en que se ocupa en el pecado ajeno sola-
mente para juzgar y vituperar, así como aquel fariseo escarneció al publicano sin
compasión alguna’.

“Finalmente, Pablo añade: Considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas


tentado. También aquí el apóstol habla muy mesuradamente. No dice: ‘No sea que tú
también caigas’, como lo hace en otro pasaje: ‘El que está firme, mire que no caiga’
(1 Corintios 10:12), sino ‘que no seas tentado’. A la caída de esa persona la llama,
pues, una ‘tentación’, como si quisiera decir: ‘Si tú sufriste una caída, yo diría que se
trataba más bien de una tentación que de un acto criminal de parte tuya. Y también
tú deberías usar de la misma delicadeza cada vez que vieres a alguien que cayó en
un pecado: en vez de castigar con duras palabras la caída de tu hermano, deberías
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pensar que se trataba de una tentación’. Ya ves: las palabras del apóstol no solo
instruyen, sino también al mismo tiempo nos sirven de ejemplo. Entre los oradores
profanos se considera como gloria máxima el escoger las palabras de tal manera
que el oyente pueda ver en ellas la descripción de un sujeto dado y al mismo tiempo
su representación. Esta misma característica la posee también Pablo, mejor dicho, el
Espíritu Santo. Es por lo tanto muy acertado lo que observa San Gregorio: ‘Cada vez
que veamos a personas pecadoras, ello debe darnos motivo para que en primer
término lloremos por nosotros mismos, puesto que hemos caído en pecados simila-
res o todavía podemos caer en ellos’. Pues ‘no hay pecado hecho por algún hombre’,
dice Agustín, ‘en que no pueda caer también otro hombre, si Dios lo deja abandona-
do a sí mismo’. Me gusta también bastante el versito que alguien compuso como
ayuda a la memoria para recordar este hecho: ‘O somos como aquél, o hemos sido
así, o lo seremos aún’.

“¡Y ojalá que los tomistas y escotistas y modernistas pensaran en esto al debatir
acerca de si los conceptos generales son realidades, y acerca de la naturaleza que
en sí no es ni buena ni mala! El hombre es hombre, y la carne es carne: jamás un
hombre carnal (latín caro) hizo algo que otro hombre carnal similar no pudiera hacer
también –a menos que Dios establezca una diferencia.

“El apóstol resume en una máxima hermosísima, verdaderamente áurea, las dos
enseñanzas que acaba de dar. Hay personas llenas de escrúpulos, dice, que no son
capaces de discernir entre ley de la fe y ley de los hombres. A estas personas hay
que sobrellevarlas y hay que andar con mucho cuidado, en todo sentido, para no
darles motivo para escandalizarse. Otros hay que pecan incluso contra la Ley de
Dios. Pero tampoco a estos se los debe despreciar pretextando un celo de Dios que
en este caso sería una insensatez. Antes bien, a unos y otros hay que soportarlos en
amor cristiano. A los que están llenos de escrúpulos hay que instruirlos, a los que
contra la Ley de Dios hay que volverlos al buen camino. A aquellos hay que decirles
lo que han de saber; y a estos, lo que han de hacer. Y de esta manera debemos
prestarles nuestros servicios para que tanto su fe como sus obras se vayan forman-
do como es debido; pues los unos necesitan que se les instruya en cuanto a la fe; y a
los otros, que se los guíe hacia una vida piadosa. Así, el amor encuentra por todas
partes algo que sobrellevar, algo que hacer. Mas el amor es ‘la ley de Cristo’. Amar
empero es desearle al prójimo toda suerte de bienes, de todo corazón, o ‘buscar el
bien del otro’ (1 Corintios 10:24).

Ahora bien: si no hubiera nadie que yerra, nadie que cae, es decir, nadie que necesi-
ta ‘el bien’, ¿a quién podrías amar entonces? ¿A quién le podrías desear toda suerte
de bienes? ¿El bien de quién podrías buscar? Más aún: el amor ni siquiera puede
existir si no hay personas que yerran y que pecan; estas personas son, como dicen
los filósofos, el ‘objeto propio y adecuado’ del amor o ‘el material’ para el amor. La
mentalidad carnal, en cambio, o el amor que consiste en deseos malos busca que
los demás le deseen a él lo bueno, y quieran lo que él ansia.

Esto es: ‘busca su propio bien’ (1 Corintios 10:24) y su ‘material’ es el hombre justo,
santo, piadoso, bueno, etc. Tales personas tergiversan completamente la enseñanza
presentada aquí por el apóstol, porque quieren que los demás les sobrelleven a ellos
sus cargas, mientras que ellos solo quieren disfrutar de los bienes de los demás y
ser llevados por ellos. No quieren saber nada de tener como compañeros de su vida
a los indoctos, inútiles, iracundos, ineptos, a los difíciles de tratar y los malhumora-
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dos; sino que buscan a los hombres cultos, a los de modales agradables, a los be-
nignos, a los tranquilos, a los santos, es decir: quieren vivir no sobre la Tierra sino en
el Paraíso, no entre pecadores, sino entre ángeles, no en el mundo sino en el cielo.
Por esto tienes también sobrado motivo para el temor de haber recibido ya aquí su
recompensa (Mateo 6:2, 5, 16), y de haber poseído en esta vida presente su ‘reino
de los cielos’. Pues ellos no quieren ser, como la esposa (Cantares 2:2), ‘cual lirio
entre los espinos’; no quieren ser como Jerusalén, que ‘está puesta en medio de las
naciones’ (Ezequiel 5:5); tampoco quieren ‘dominar en medio de sus enemigos’
(Salmo 110:2) junto con Cristo, porque ellos ‘hacen vana la cruz de Cristo’ (1 Corin-
tios 1:17) en ellos mismos: su amor es un amor inactivo, soñoliento, un amor que se
hace llevar en los hombros de otros. Por lo tanto, los que huyen de la compañía de
tales personas indoctas, etc., con la intención de alcanzar personalmente mayor
perfección, logran precisamente lo contrario: se convierten en los peores de todos,
aunque no lo quieran creer; porque a causa del amor huyen del servicio genuino del
amor, y a causa de la salvación huyen de lo que es el verdadero compendio de la
salvación. En efecto: jamás se hallaba la iglesia en mejor estado que cuando vivía
entre la gente más perdida; pues al sobrellevar las cargas de estos su amor resplan-
decía en forma admirable, como dice el Salmo 67 (versículo 14, Vulgata): ‘La parte
posterior de su cuerpo con amarillez de oro’, es decir: la paciente tolerancia de la
paloma cristiana (pues a esta se refiere la mencionada ‘parte posterior’) brilla en toda
su dimensión con la vivísima rutilancia de su áureo amor. De no ser así, ¿por qué no
abandonó también Moisés al ‘pueblo de dura cerviz’ (Éxodo 32:9)? ¿Por qué Eliseo y
los profetas no abandonaron a los idólatras reyes de Israel?”.

Pablo M. Claverie
Editor
Asociación Casa Editora Sudamericana

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