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EL SUENO. IUANA INES DE LA CRUZ Edicién y Prologo Roberto Echavarren Copyright Roberto Echavarren, 2014 All rights reserved ISBN-13 978-1497-5S3811 ISBN-10 1497553814 Coleccién La Flauta Magica Serie Poesia Amazon libros Diseto de tapa: Yudi Yudoyoko indice Prélogols El sucio?23 “Alfonso Méndez Plancarte: Notas istativas/5S ‘Alfonso Méndez Plancarte: Versin prositicada’87 Roberto Fchavaren: EU suefo: una letura ‘a. Esceptcismo y batroca/111 be. Laluzde la fantasia/136 «El vuclo dl alma/lat Romina Freschi: Acerca de Juana Ramirez: sujecién, pertenenciay resistencia: la cartas!163 Juana Inés: Carta Atenagérica/ 18S Obispo de Puebla: Carta de Sor Filotea217 Juana Inés: Respuesta a Sor Filotea223, Luz Angela Martinez: La representacién de la divinidad y teoria de la imagen en el Nepuuno Alegérico!263 Juana Inés: Neptuno Alegérico (primera partey277 Documentos de la abjuractin ‘aPeticién en forma causidica301 ‘bProtestarubricada con su sangre/303 86 87 -¥.949 Cf Ging, Sol, 1,617: “on cl pape dafano del ciel” 969 sta lu udciosa del Sol nos ant Cimetire Marin, de Pad Valin, v3 el Mie juste” de “Le Prosificacién ¥.974 Cf Ging. Sol , 905-8 1.—LAINVASION DE LA NocHE. restiayen cia LUNA SoMRA funesta (ofinebre) y piramidal, que parecia nacer de a tera, encaminaba hacia el Cielo la aliva punta de sus va- isc0s (vanos, por ser de sombra y por fallat su intento), como si pretendiese subir hasta las Estella, Peto las luces de tas —siempre rutilantes y libres de aque! asalto— burlaban la tenebrosa guerra que con negros vapores les declaraba la misma Sombra impalpable, “fugitiva” ante el acto. Quedaban las Este las, en efecto, ain tan distantes y remontadas, que el atezado ceo (la negra célera) de la Tiniebla, ni siquiera Hegaba al “con- vero" (0 sea, la superficie exterior) de la Esfera de la Lana — la Diosa que es tes veces hermosa, con sus tres hermosa “fae ses", 0 faces—, y s6lo dominaba en nuestra atmésfera sublunar, cuya diafanidad empafaba con un denso vaho, Pero “eontenta” (© Timitada) en tal imperio, que ella misma tornaba silencioso, to Je consentia mis rumor que las voces asondinadas (“su sas") de las Aves nocturnas, tan obscuras y graves, que pareean no nterrumpir el silencio, ‘aun gsifae boreal apia, ‘que despreciando la mentda nub, ‘aluz mis cierta sbe 25 Con taro vuelo y canto —desapacible para el odo, y ims para el dnimo—, la avergonvada Nietimene (la Lechuza, que fue una doncella de Lesbos, metamorfoseada en tal ave en pena de un infando deito) acecha o espfa los resquicios de las puertas sagradas de los Templos,o los huecos mis propicios de sus alas claraboyas, que puedan offecerle capaz entrada; y ‘cuando acaso logra penetrar, se aproxima ~sacrilega alas sa- ‘ras limparas de llama perenne, que ella apaga o extingue, sya ‘no ¢s que Ja “infama” con peores ireverenciss, consumiendo o 88 ‘bebiendo de su aceite: la materia crasa—o Ia “grasa"—, conver- ‘ida en claro licor, que habia suministrado el drbol de Minerva (1 Olivo), como un sudor congojoso y un tributoforzado, cuan- 4o sus aceitunas fueron exprimidas bajo el peso de las prensa 39 También aquellas tres doncellas Tebanas —Ias hija de “Minis, que inerédulas de la deidad de Baco, en vez de acudir a sus cults, prosegutan laboriosss us teidos y se entretenian en narrarse ls leyendlas de Piramo y Tisbe o de Marte y Venus, por Jo que of Numen arras6 su easa, convirtié sus telas en hiedras y ppimpanos, y a ellas las metamorfoses en Murcidlagos—, for- ‘man ahora como una segunda niebla (como una nueva obscuti dad dentro de la obscuridad), temiendo ser vists aun en medio de las tinieblas, por su triste aspecto de aves eon alas pero sin plumas. A tales tres Hermanas temerarias, que asi desafagon Baco trabajando en sus fiesta, su castigo tremendo les dio unas alas de parda y desnuda pel, tan ridiculas ue son moti aun para las Aves Noctumas mis horibles. Y éstas, en compatia con el Buho (Ascélafo, el indisereto espia de Plutén, que por haber elatado una minima fata de Proserpina se convirti en esta Ave, que ahora sirve a los agoreros de supersticioso indici), ccomponian, ellos solos, ta “no canora Capilla”, el rispido Coro de la Noche, mezelando sus varias notas —"mximas", “ne- ras”, “Tongas”— eon sus ain mas frecuentes pausas, y tal vez aguandando el torpe avanzar de la perezosa “mensura” 0 ritmo de “proporcién mayor”— que con movimiento flematico les ‘marcaba el viento: ritmo de tan detenido y tardo comps, que entre una y otra “batuta", el propio viento se quedaba a veces dormido. 65 As, pues ese triste rumor, eortado por pausas (0 “inter ceadente”), de a turba “asombrada” (entenebrecida y pavida: de sombra y asombro), y al mismo tempo “temerase” (0 eapaz de infundir temor), no despertaba la atencién, sino mis bien inspi- 89, ‘aba somnolencia. Su misiea lenta y “obtusa” (nada “aguds”), indueia al sosiego y convidaba al reposo de los miembros, de ‘igual modo que la Noche —como un silencioso Harpécrates, la deidad egipeia y griega que sellaba con un ded sus labios— intimata el silencio alos vivientes..: a cuya precepto impetioso, aunque “no duro” (pues es tan suave acatarl), todos obedccie. Le sueSo DEL coswos 80 Sosegndo ya el viento, y dormido el can, éste yace, y ‘aquél —en absoluta quictud— no mueve ni aun sus propios ‘tomes, temiendo hacer, con su ligero susurto, algin sarilego ‘tumor que, aunque minimo, profane o viole la sagrada calm ‘noctuma... El Mar, apaciguado su turnulto, ni siguiera mecia sus ‘las, que son la azul y mévil cuna en que duerme el Sol... Los eves, sempre mudos, y ahora dormidos en sus lamosas grutas ssubmarinas, eran mudos dos veces ... Y no muy lejos de ellos, ‘igualmente dormian os Péjaros Marinos, como Alcione —la antes hemos hija de Eolo—, que habia transformado en peces (cautivindolos con las redes de su amor) a sus ineautos amantes, ¥ que luego —siendo ya esposa de Céix 6 Ceico, rey de Traci, ¥ arrojindose desde la costa sobre su cadver néufrago—, ue ‘metamorfoseada, igual que él, en Alcién o Martin Pescador (con desventura en que pudiera verse una “venganza” o castigo de sus juveniles crueldades), 97 En los escondrijos del monte y en los eéneavos hueeos de fas rudas penas ~defendidos por la fragosidad de su altura, pero ain mejor asegurados por Ia obseuridad de sa interior, ca paz. de hacer juzgar a mediodia que es de noche, y todavia in- ‘égnita hasta para el seguro pie montaraz del eazador mis ex- perto—, yacia también dormido todo el vulgo de los Brutos, depuesta u olvidada su ferocidad o su timidez, pagando la Na turleza el universal tributo del sueio, impuesto por su poder. 90 Hasta el Les, el Rey de los Animales —de quien fabulaban los ‘igjos Natralistas que dormia sin bajar los pirpados—, él tam- poco dejaba de dormir, aunque “afectando vigilancias” (0 sea, Fingiendo vel), con los ojos abieros. 173 E.que fue antato Principe glorioso —el eazador Acted, que por sorprender a Diana y sus Ninfas en Jos estangues det Eurotas, fue trocado en Ciervo y desgatrado por su poy Fia—, convertido ya en timida Venado, tamibign duerme en la selva; pero, “con vigilante oido", mueve una u ora de sus agu- ~zadas orejas al més imperceptible temblor que agite os dtomos el sire tranguilo, y escucha aque ligero rumor, que aun entre el seo lo sobreslta.. Y recogida en la quietud de sus nidos — Irdgiles y méviles hamacas, que formé con lodo y brozas, en lo mis espeso y sombrio del hosque—, duerme la “eve turha" (la voladora muchedumbre) de los Péjaros, mientras el Viento mis ‘mo también descunsa del trfago con que durante el dia lo cortan ss las. ja 129 BI Aguila, el Ave noble de Jupiter —por no entregarse enteral reposo, que (como Reina que es de los pajaros) cons dera vcio si pasa de lo indispensable, por lo cual vive cuidadosa de no incurrir en culpa de omision, por falta de vigilancia—, confia su entero peso a una de sus pata, apoyada toda en slo lla, mientras que con la otra mantiene levantada una piedresille, ‘que le servira de reloj despertador al desprendérsele apenas dlormite, para que asi, cuando no pueda menos de caer por ain instante en el suet, éste no pueda dilatarse, sino que al punto se lo interrumpa su regio deber de Ia vigilancia pastoral, {Oh gra- vvosa carga de la Majestad (duro deber anexo a la Autoridad), {que no permite ni el menor descuido, siendo ésta acaso la razén {que ha hecho —por misterio o simbolo— que la corona sea cit= cla, significando, en su cerrado cireulo dorado, que el afin y esvelo del buen gobemante debe ser no menos eontindo! a1 147 El Sueno en fin, se habia apoderado ya de todo; todo lo dominaba ya el silencio: hasta los salteadores noctumos dor ‘mian, y hasta los trasnochadores amantes ya no se desvelaban. TL —21 ogg nusiano 151 Ya casi iba pasando el “conticinio”,y la noche iba a su ‘mitad, siendo ya presa del sopor los miembros fatigados de las diurnas tareas y no silo oprimides por el peso del trabajo eorpo- rl, sino tambign cansados del deleite, puesto que todo objeto ccontinuado, aun el mas deleitoso, acaba por fatigar los sentidos, porque Ia Naturaleza pide siempre alternar el reposo y la activi dad, como inelinndose altemativamente ya uno 0 ya otro de los platillos de esa balanca (de ese “fel, ine fiel por lo ordena- ‘do, infel por su alternada inclinacién @ uno u otro de ambos extremos), con que rige y mantene en equilibrio la “aparatosa :miquina” del mundo, su espléndida y compleja organizacién— Entonces, dominados ya los miembros por el dulce y profundo sopor, los sentidas quedaron, sino peivads por siempre, si sus+ pendidos (temporalmente) de su actividad ondinaria —que es trabajo, aunque amado, si es que hay amable tabajo—; y con cllo, quedaron en quietud, cediendo ya al Suetio —imagen 0 reirato de la Muerte—, el cual, armado lentamente, embiste co- bande con sus armas sofolientas, y eon ellas vence (n0 ya vio~ Jento, sino perezoso) a todo hombre, desde el més humilde pas- ‘oral altivo rey, sin hacer distncién enve el sayal y la pirpura, puesto que su rasero no conceptia como privilegiada a persona alguna, desde el Papa (cuya tiara suprema se forma de tres eoro- nas) hasta el labradorcillo que vive en una ehoza de paja, y des- deel Emperador (cuyo patacio dora el caudaloso Danvbio) hasta el infimo peseador que permocta bajo un techo de pobres juncos. Morteo, en efecto, —imagen poderosa de la Muerte, también en esto—, siempre mide con igual vara o medida los tejidos més burdos y los brocados. 2 192 El Alma, pues —suspensa o descargada del gobierno exterior y del material empleo de las actividades sensitivas, en cuya ocupacin da el di por bien 0 mal gastado—, ya ahora (en cierto modo alejads, ya que no separada enteramente, de los linguidos miembros y de los huesos sosegados, opimidos por la ‘muerte temporal que es el Sueto), nicamente les suminist los ones del calor vegetativo, siendo entonces el cuerpo, en esa dquietud, como un eadéver con alma, muerto si eomparamos su ‘estado con el de la vida normal, aunque vive si lo eotejamos con li muerte absoluta: manifestando sedas de dicho persstr de la ‘ida, aunque algo tardas 0 escasas, el vital “Volante” (o cuerda) de ese reloj humano —el corazén—, que eon los tranguilos y armoniosos latidos de sus arteria, ya que no con manecillas, da ‘unas pequetias muestras desu bien regulado movimiento, 210 Al Corazén, ademas, —rey de nuestros miembros, y cen- t2o vivo de nuestros esprius vtales—, se asocia en esto el Pul- min, ese fuelle respirante que es como un iman que atrae el aire ‘a nuestro interior, y que ora comprimiendo, ora dilatando el fle- sible acueducto de misculos que es nuestra garganta, hace que ‘en é resell el are fresco que inhala de la atmésferacircundan- fe, y que luego expele una vez que se ha calentado, el cual se ‘venga de su expulsién robdndonos eada vez un poco de nuestra calor natural y de nuestra vida: robos pequeflos, que ahora nit siguiera sentimos, pero que nunea se recuperan y que vende algin tiempo en que los lloremos, pues no hay “robo pequetio” —o desdetable y venial— cuando éste se repite muchas veces (ni menos cuando se hace @ ead instante, dia y noche, por toda 1a vida), 226 El Corazin y los Pulmones, como deciamos, —testigos ambos sin tacha—, aseguraban la persistencia de la vida, Pero impagnaban esta informscién (aunque con voces mudas y sin ‘aducr otro alegato que su silencio) todos los sentidos callados & 93 ‘noperantes:€ igualmente Ia lengua, por el hecho mismo de no ppoder hablar, tambien desmentia @ aquéllos, reducida a torpe imudez. A favor de la vida, sin embargo, militaba ademés otro testimonio: el dela mas eompetente 0 maravillosa ofiina cient fica del calor, y provida despensera de todos los miembros, que jams avara y siempre diligente— no prefiere a las pares del forganismo més cereanas «ella, ni olvida a las mis remota, sino que procede como si tuiera rigurosamente anotada la racién gue cada una debe tocarle en la distribucién del “quilo” que et incesante “calor natural” ha destilado de los alimentos: del man jar que —como piadoso medianero— interpuso su inocente substancia entre ese “calor” y el “hiimedo radical”, pagando él ‘Por entero la compasién o la necia temeridad con que la expuso al peligro, segin suele acaecer (por merecido castigo, si ella era ‘ocioso), aquél que se entremetcen ria ajenay sale golpeado, 252 Bl Estomago, pues, es templada hoguera del calor Inumano, en ta que se euccen los alimentos, ya que no se forjen all los rayos, eomo en la herreria de Vuleano—, enviaba al Ce- ebro los vahos de los “cuatro humores” que mutuamente se tiemplan: vapores himedos, mas en esta ocasién tan claros, que «on ellos no s6lo no empaiaba u opacaba las diumas imigenes sensoriales que la facultad “estimativa” (0 sea aqui, la “cental” de los sentidos exteriors) trasmite a la “imaginative”, y que sta —Iés clarfieadas— entroga, para que las atesore mas fiel- ‘mente, la “memoria”, quien diligente las esculpe en sf y las puarda tenaz; sino que esos vapores, de tan elaros, dejaban desahogo a la “Tantasa” para sus nuevas creaciones. TV.—£L SUESO DELA INTUICION UNIVERSAL 266 Al modo que en el terso espejo del Faro de Alejandeia — crstalina maravlla y amparo peregrino de aquella isla de F: Tos, se veian a inmensa distancia de casi todo el reino de Nep- ‘uno (sin que esta lejani Jo impidiese) las naves que remotes 10 94 suteaban, distinguigndose claramente ef niimero, el tamaio y la fortuna que esos arriesgados navios tenian en la movediza llani- ‘a transparente, mientras sus velas leves y sus pesadas quills se brian camino entre los vientosy las aguas; as, de igual manera, 4a Fantasia, tranquil, iba copiando todas las imagenes de las cosas, y con mentales colores luminosos aunque sin laz— st Pincel invisible iba trvéndose no sélo las efigies de todas las criaturas sublunares o terrestres, sino también las de aquéllas ‘otras que son como unas clras estrellas intelectuales —Ios esp ritus puros y los conceptas abstractos—, pues hasta done cabe para ella la aprehensién de lo invisible o inmaterial, la propia, FFantata las representaba en sf, por ingeniosos medios, para ex- hibirlas al Alma 292 El Alma misma, entre tanto, reconcentrada toda ella en ‘una aprehensin de su propio ser espirtualy su eseneia hermo- 8, contemplaba esa centlla 0 chispa de Dios que goza dentro 4e si, por participacién que £1 mismo le dio, al haberla creado a Su semejanza. Juzgindose, ademas, casi desatada de la cadena del cuerpo. que Ia tiene siempre ligada y que grosera y torpe le dlificulta el vuelo intelectual con que ora mide la inmensidad del firmamento, ora estudia el armonioso y a a par varidisimo giro de las estrellas, —especulacion astrondmiea que, cuando deve- nera en la “Astrologia Judiciara", al querer vanamente predecir Jos futuos libres, es una grave culpa y Heva en sis justo cast 0, siendo un crue torcedor que le roba al hombre la paz—: el ‘Alma, digo, (creyéndose casi una “Inteligencia separada”, al ‘modo de los Angeles), se. vela puesta, a su parecer, en la cum- bre alisima de una Montafa tal, que junto a ella era un obedien- te enano el Monte Alas que preside a todos los aos, y ni si- ‘quiora merecia legar a ser su falda el Olimpo —cuya serena frente descuella sobre las tempestades, sin que la violen jams Jos vientos—. pues las nubes que son obscura corona del Monte ‘mds elevado o del mas soberbio entre los Voleanes que parecen 95 Sigantes que asaltan al Cielo le intiman guerra, apenas si serin ‘una densa faja de su enorme cintura, © un tosco cingulo que, al e2tido a ella, el viento lo sacude y lo desata,o el ealor del Sol, all ms proximo, lo dsipa, bebigndoselo 327 De tal Montafa, pues, aun en Ia zona més inferior —o sea, al tereio primero de su espantable altura-—, jamais pudo lle ‘gar el raudo vuelo del Aguila, que se encumbra en el Cielo y que Ipebe los rayos al So, dvida de anidar entre sus fulgores y eto, aunque ha pretendido, trepando por la escalera del se, que sus os alas “rompan la inmunidad” —o pasen senderos inviola- bles— de aquella cumbre, y por mis que ha esforzado como rnunea su brio, ya batiendo sus dos velas de phuma, (sus alas ‘mismas), ya peinando la atmésfera con sus garas (como nadan- do enel viento). VIL“INTERMEZZ0” DE LAS PURAMIDES. 540 Las dos Pirimides —ostentaciones de Menfis (vano, 0 envanecido por ellas)y esmero méximo de la Anquitectra, si es que no ya pendones (sOlidos, en ver de tremolantes)—, cuya feminencia, coronada de barbaros trofeos, sirvié 4 los Faraones de timulo, ya la vez de estandarte que pregonaba al vento y a las nubes, cuando no al propio Cielo, as gloias de Egipto que ai la Fama podia cantar, enmudecida ante st muchedumbee, las proezas de Menfis, su siempre vencedora y magna Ciudad, ue hoy es el Cairo, fueron de esta manera impresas en el viento yel Ciclo; 354 estas dos moles, cuya estatura se elevaba con tal ane al inse adelgazando (y asi “aumentaba", en armoniosa simeti, al “disminuitse"), que, cuanto mis se encaminatia al Cielo, desapas recia entre los vientos a [os ojos que la miraban, aunque fuesen de lnce, sin permitries mira a fina espide que parece tocar el primer orbe —o la celeste esfera dela Luna—, hasta que ya rene 96 ida la mirada por el pasmo, y no bajando poco a poco, sino espehindose de tal excelstud, se hallaba al pie de Ia extendida base, sin recobrarse de pronto, o recobrindose mal, del vérigo ‘que fue grande eastigo de la voladora osadia de los oj; 369 estas construcsiones cuyos cuerpos opacos, no contarios al Sol, sino avenidos con sus luces y aun confederados con él (como limitrofes que eran), se velan tan integramente baados por su resplandor, que —iluminados siempre en todas sus ¢3- as nunca offecieron al fatigado aliento y alos débiles pies de Jos caminantes acalorizados la alfombra menos eélida, no ya Aigamos de una sombra, por pequeia que fuese, mas ni siquiera de una seal de sombr 379 éstas, pues, —prescindiendo de que hayan sido meros ‘monumentos civiles:“glorias de Egipto”, o de que hayan tenido una funcin idoitriea: “birbarosjeroglficos de eiego error” se revisten de un honda simbolismo en Homero: el duleisimo y tambign Ciego vate de Grecia (Salvo que, por narar las gestas de Aquiles y las astucias bélicas de Ulises, lo reclame por suyo el premio de los historiadores, para aumentarle @ su catélogo “mais gloria que nimero”,valiendo él solo por muchos}; de euya dulce serie numerasa de versos —“numerosa”, por tantos y por ammoniosos—, seria mis arduo el robar un solo hemistiquio de Jos que le inspiré Apolo benigno, que no el arebetar su fulmi= ante rayo al temido Jipiter, o su pesada y férea clava (o maca- na) a Hercules. 399 Sepiin el aludido sentir de Homero, efestivamente, las Pitdmides sOlo fueron simbolos materiale, signos externas, de las dimensiones interiores que son especies inteneionales del ‘Alma —esto es, de la “aetitud del espiritu humano"—: pues ‘como la ambiciosa lama aediente sube al Cielo en punta pitas ‘midal, asi el Alma trsunta esa figura, y sempre aspra ala Cau- sa Primera, que es el Cento al que tienden todas las lineasrectas 97 (toda verdad y todo justo anelo), y la Citcunferencia infinta {que en Si contiene —virtual y eminentemente— todas las esen- Vi DERROTA DE LA INTUICION 412 Estos dos Montes anficiales, por tanto, —estas dos ma- ravillas, yaun dijéase que milagros—, y aun aque blasfema y altiva Torre de Babel, de quien hoy (ao ya en escombros de pie- dra, sino en la variedad de las Fenguas, ms indeleble a través dl tiempo que todo lo devora) som todavia setales doloroses los, idiomas diversos que difcultan ef sociable trto de las varias igentes y naciones, haciendo que por sola extratiezaidiomética perezcan diferentes los homibres que hizo unos —esencialmente ‘guales— la Naturaleza..; las Pirdmides, digo, y aquella Torre, si se comparan a la excelsa Pirimide Mental en donde el Alma se mis situada, sin saber emo, quedatian rezagadas tan abajo —tan inferiores en ese vuelo hacia lo alto—, que cualquiera jwvgaria que la cima de esta Pirimide Mental era ya alguna de las Esferas celeste, pues el amibicioso anbelo del Alma, encum- brindose en su propio vuelo, la alzé hasta la parte mas exeelsa de su mismo espirtu, tan remoniada sobre si misma, que se le figuraba haber salido desi y pasa a alguna nueva regibn. 435 Desde tamara altura, casi inconmensurable, el Alma —la suprema Reina soberana de lo sublunat, poseida a la vez de jibi- 1, suspension, asombro y orgullo—, sin temer la distancia ni recelar de alin obsticulo opaco que intexpuesto le eculte objeto nninguno, tends la vista perspiaz de sus bellos ojos intelectuales libre de todo embarazo de “anteojos” u ottos adminieulos—, ‘en Ia libre vision de todo lo ereado: cuyo inmenso eonjunto 0 ‘iimulo inabarcable, aunque —manifiesto la vista— quiso dar sefias de posible, no le dejé la minima esperanza a la compren= sion: la cual retrocedié cobarde, entorpecida com la sobra de objetos y excedida su potencia por la magnitud de los mismos, 98. [No con menos rapide tuvo que revocar su intento, arepentida el audaz propésito, la vista que —descomedida— quiso en vvano alardear contra el abjeto que sobrepuja en excelencia alas pupilas: contra el Sol, digo, —el cuerpo luminoso—, cuyos ra- 10s, despreciando las fuerzas desiguales que lo desafian, son la pena de fuego que castga ese audaz ensayo, presuntuoso antes y después lamentado: impradente experiencia, tan costosa, que (como fcaro pags su osado aproximarse al Sol, ahogindose en e1 mar al derretise sus alas de cera), asia este otro learo peque- Auelo, que ta de mira al Sol, 1 anegé el propio lanto en que hbo de deshacerse 469 El ojo, pues, que 036 clavarse en cl Sol, no desistié tan ripido de su osadia, como agui se rindié el Entendimiento, ven- ido por la inmensa multitud de tan complejas y diversas espe- ies —que entre todas eran como un pesadisimo globo terriqueo ‘que debicran sostener sus débiles hombros—, no menos que ppasmado por las cualidades de cada uno de tan incontables obje- ‘os, al grado de que —pobre en medio de tamafta abundancia, y Por ella misma, y confusa su eleccién en las neutralidades de ‘aquel mar de ssombros, sin poder decidirse a atender mis bien a ‘una que a otra de tantas maravillas—, se encontraba yaa punto dle nautragar “equivoco", o sin norte) en aquellasolas.Precisa- ‘mente por mirarlo todo, nada veia; y —embotado el intelecto en tanas y tan difusas especies inabarcables que contemplaba, des- 4e el uno hasta el otro de los ejes (0 “polos”) en que estriba la imquina giradora del firmamento—, no podia digamos las pares sélo “perfeccionantes” del Universo (0 sea, ‘aquellas minucias accidentales que parecen tender dnicamente a ‘su mato), mas ni siquiera tas partes “integrantes”, que som eo- :mo los miembros, amoniosamente proporcionados, de la misma estructura substancal de su enorme cuerpo. 495 Acaecidle, en seguida, Jo que a aguél a quien una larga 99, jobscuridad le ha robade los colores de los objetos visible, que si lo asaltan sibitos resplandores— queda mis ciego con la sobra de luz, porque el exeeso produce efectos contrarios ef la "debil potencia: el cual no puede recibir de nuevo la lumbre del Sol, por hallarse deshabitundo, y contra esas ofensas de la luz apela a las tnieblas mismas que ants le eran oscuro obstéculo de su vista, y una vez y otra esconde eon su mano las irémulas pupilas de sus débiles ojos destumbrados,sirvindole la sombra ya ahora como piadosa medianera— de instrumento para que paulatinamente los sentidos se habiliten y recobren, a fin de que después —ya constantes y sin desfallecer— ejerciten mas firmes su operacién. Recurso natural, éste de convetir el dato en re- ‘medio: sabiduria instntva, que —confizmada por la experien- cia pudo quiz ser el maestro sin palabras y orador ejemplar ue indujo a los Médicos para que —dosifieando escrupullo- samente las secretas virtudes nocivas del veneno mortifero, ya por el sobrado exceso de sus propiedades eilidas 0 frigid, 0 ya por las ocutas simpatias © antpatias con que operat las causas naturales, y logrando, al progresar en sus ensayos, oftecer & ‘nuestra suspensa admiracién ese efecto innepable, aunque igno- emos su causa-—, eon prolijo desvelo y con atenta y remiradora cexperimentacin (aguilatada primero, como menos peigrosa, en Jos brutos animales), deseubvieran la provechosa confeecin de fos maravillosos contravenenos, —la ambieiéa mas alta de la ciencia de Apolo, el dios de la Medicina—, pues asi es como el bien se saca a veces del mal 540 No de otra suerte tuvo que acogerse a la sombra, y eerrar Ae pronto sus ojos, ef Alma que se habia quedado aténita por la visin de tamatio objeto: de todo el Cosmos. Recogid, por lo tanto, la ateneién, que —dispersa en tanta diversdad— ni si quiera lograba recobrarse del portentoso estupor que le habia paralizado el raciocinio, defindole slo el informe embrién de tun coneepto confuso: porque éste —mal formado— exhib silo 100 un caos de las revueltas especies que abrazaba, sin ningiin onden ni en su unidad ni en su division; las cuales —mientras mis se entrelazaban—, resultaban mis incoherentes © incompatibles. or lo disimbola, cidendo con violencia lo desbordante de obje- to tan enorme a un vaso tan breve como es el de nuestro enten= dimiento (0 el de uno de nuestros eonceptos):recipiente ya esca- s0 de por si, hasta para acoger Ia idea exhaustiva de uno cual= quiera, aun el fimo y mis humilde, de tantos seres. VIL. PL SUENO DE LA OMNISCIENCIA METODICA, 560 Recogidas, asi, las desplegadas velas que inadvertida- ‘mente habia confiado al mar traicionero y al viento que agitaba ‘sus alas, creyend hallar constancia en el viento inestabley fide~ lidad en el sordo mar (“desatento” a todas ls siplicas) aquella tempestad obligé al Alma, mal de su grado, aque encallara en la “mental olla” —en la costa del ooéano del conocimiento- regresando a su punto de partda con el timén destrozado y eon los mistilesrotos, y besando las astilas de su bajel las arenas de ‘aquella playa; y en ella, recobrado el entendimiento, le sirvié de “carena” (0 se, lo repay ealafates) la cuerda reflexin y tem- plada prudencia de un juicio discreto, que —rofrenado en su risma actividad estimé mis convenient el reducrse aalgin ssunto particular, oir estudiando separadamente, grupo tras gra- pe, las cosas que se pueden sintetizar en cada tna de las Diez Categorias en que las orden el arte Idpica de Arstteles: reduc cidn metafsica que —eaptando las entidades genérieas en unas deus o Fantasias mentales donde a ran al abstraer lo esencial, se desentiende de su materia conereta—, enseha a formar cien- cia de los Universles (géneros de la posible predicacién acerca e los objetos: sustancia, cantidad, cualidad, relacién, donde, ‘exindo, posicién, condicién, accién, pasién). Con lo cual se stubsana sabiamente muestra incapacidad natural de poder co- rocer eon una sola intuicién todo lo creado; y haciendo escala 101 dle un concepto a otro, va dicho arte subiendo prada por erada, y sigue el orden relativo del comprender unas eosas por su rela- cidn con otras, obligado por el limitado vigor del Intelecto, que fia sus progresos aun sucesivo discurso, y cuyas débiles fuerza ‘ya robusteciendo con sabia nutrcién la doetrina, Porque el eon tino y largo —aunque atractivo— curso de la ensefianza, le va infundiendo alientos robustos, con los euales aspia alivo —ya ‘mis fortaleeido— al glorioso pati (o laurel) del més arduo em- peflo, ascendiendo los altos escalones, mediante su cultivo, pric ‘mero en una y luego en tra Facultad, hasta que sin sentirlo con- fempla la honrosa edspide de la Sabiduria, —la dulce meta desu Ya pretrito afin, y el duce fruto de su siembra amarga, tan sa- broso a su gusto que lo estima harato aun al precio de esas dila- fades fatizas—, y eon pie valeroso, buela Ia erguida frente de tal ‘Monta, VII, —LasescaLas prt. sex 617 Mi Eotendimiento, pues, queria seguir el método de esta ‘ordenada sueesin de actividades cognosetivas: 0 sea, partiendo de fos seresinanimados (0 Minerales), los menos favorevidos, por no decir que desvalides, por la Naturleva, que es la “cause segunda” que Ios produjo—, pasar después ala jerarquia, mis noble, que—ya con vida vegetativa—: es el primogénito, aun- ‘que grosero, de Thetis (o sean, las Aguas): el Reino Vegetal, que fie el primero que, con su vrtud succionadora, les oprimid sus files pechos matemales las dulces fuentes de ese jugo terres- te, que es el alimento dulcisimo para su natural nuttin; y Jerarguta, ésa misma, que —adomada de cuatro operaciones ‘contrarias—, ora ara esas savias de la torr, ora aparta cuida- dost lo que de entre ellas no le resulta asimilable, ora expele es0s elementos superflues, y org, en fin, convierte en su propia substancia ls substancias mas tiles de entre las que habia aco piado, 102 639 Investigada ya esta jerarqua de los seres (los vepetales), proyeetaba mi Entendimiento dar otto paso: profundizar ota mis bella forma de vida (la sensitiva, © sea el Reino Animal), cenriguecida de sentidos y —Jo que ¢s mis— de imaginacion, ppotencia eapaz de aprehender las imégenes de los objetos y dig- ‘na de provocarle envidia —ya que no de eausarleaftenta— a la Esiella inanimada que eentellea mis Juminosa, por mis que Iuzea resplandores soberbios, pues aun la mis pequefa y baja criatura entre las vivientes, les lleva una enviable ventaja (Por este privilegio de la vida) hasta a Tos Astros mas remontados. 652 Haciendo de esta ciencia de los cuerpos (inanimads y vivientes, vegetales y animales) el cimiento—aungue escaso— para una superior construccién, queria pasar después al supremo Y¥ maravilloso compuesto triplicado, que ordenadamente reine aes avordes lineas, —el “Compuesto Humano”, que goza vida vepetativa, sensitiva y racional—, y que es un misterioso com pendlio de todas las formas inferiores (mineral, vegetal, animal, esprit y, en suma, un “Microcosmos” 0 “Universo sintétco”) : bisagra engarzadora, o nexo y punto de encuentro, de la natura- leza pura que se eleva en el trono mas alto (los Espritus Angeli- 0s), y de la menos noble y mas baja de las erituras (los cuer- os indnimes); ataviada no s6lo con las cinco facultades sensi- bles —Ios sentdos del ver ot, ole, gustar tocar, sno tam= bbién ennoblecida con las tres facultades interiores —memoria, entendimiento y voluntad—, que son las rectrces odirigentes de ‘nuestra vida propiamente humana (y, en cierto modo, de toda la Naturaleza a la que el bomibre domina con su razin y su liber- tad), puesto que aguella Sabia y Poderosa Mano de Dios asi la enriqueci6, y no en vano, para que fuse la SeRora de las denis sriaturas del orbe:término de Sus Obras, cielo en que se jun tan la tierra y el Cielo, dltima perfeecién de lo ereado, y supre= ‘ma complacencia- de su Ftemo (0 “Tema”: Trino) Hacedor, y en quien, con satisfecho beneplicto, reposé (0 dio por termina- 103 da la Creacién) Su inmensa magnificencia; fibrica 0 construc cidn portentosa, que, cuanto mis altiva llega a tocar el cielo, el ppolvo ~al que retorna por la muerto— le sella (o cierra) la bo- ‘a de quien pudo ser simbolo misterioso la sagrada visiin que el Aguila Evangélica —el Apéstol San Juan, autor del Apocalip- sis— contempl6 en Palmos, la cual midi las estelas y el suelo on iguales huellas, o bien aquella Estatua eolosal que sons et rey Nebucodonosor, que ostentab la rica y altva frente hecha de oro, y que tenia por base la més desdefiada y fri materia — Jos pies de barro—, por lo cual se deshaeia con un lgero vaivén, 690 _E1 Hombre, digo, en fn: maravilla mas grande de cuan- fas hubiera podido discurrr © fantasear nuestra mente: sintesis absoluta (0 cabal) que exhibe las perfecciones del Angel y del bruto y de la planta, ycuya “altva bajeza” —euya fusidn de lo alto y de lo bajo— participa de la naturaleza de todas las restan- tes creaturas.;¥ esto, por qué? ;A que fin habe. queride Dios que la naturaleza humana fuera un “microcosmos” 0 compendio del Universo? Quiz porque ella, mis feliz que todas, seria en- ccumbrada hasta la propia personalidad del Verbo de Dios, era- cias a la amorosa Unién Hiposttiea entre Ia natualeza humana y la Naturaleza Divina, (Ob merved inefable! jOh gracia nunca bien penetrada, aungue tan repetida, pues que pareceria que la ‘gnorisemos, « juzgar por Io poco que la apreciamos 0 lo mal que a correspondemos! TX.—1a SomRIEDAD INTELECTUAL, 704 Por estos grados, pues, —el mineral, el vegetal el brio, y de éste, en fin, al hombre, al dngel y a Dios—, queria unas veces ir avanzando; pero otras, disentia (0 desistia), juegando atrevimiento exeesivo el que quisiera razonalo todo, quien no centendi ni siquiera la parte més fil y pequetia de los efectos naturales que més a mano tenemos. Tal es el hombre, que no alcanza a explicarse el ignorado modo con que la fuente rswefia 104 —agui, en conereto, a fuente Aretusa que, nacida en Acaya, se hhunde en el subsuelo, y reaparece, pasado el mar, en Siciia- dirge su carera cristina, deteniendo su marcha en ambages (0 ‘wuelas y revueltas), registrando —clara “pesquisidora” 0 ins- pectora— esos oscuros tramos sublersineos que se ereerian los ‘espantables senos de Plutén (los antros infernal), y ls alegres praderas que parecen los amenos Campos Eliseos, que antaio fueron el télamo de la trforme esposa del mismo Rey del ‘Avemo (Proserpina o Perséfone:triforme, por ser primero una sloncella hija de Jopiter y Ceres, y luego, raptada ya por Pluton medio afo reina de los infieros, y el otro medio aflos diosa de la agricultura): curiosidad o inspeeeién itil, aunque prolia, ésta de Aretusa, Ia eual dio informes seguros de su bella hija Proserpina, ain no recobrada por ella la rubia Diosa (su madre Ceres), cuando trstomando montes y selvas y examinando pra- dos y bosques, iba buscando a la misma Proserpina, que era su vida, y perdiendo su propia vida por el dolor de no dar con su paradero, o, «t 730 Y he aqui —como ott ejemplo de lo es una excesiva pre- ‘eosin Ia del conocimiento universal para el hombre —, el he- cho de que no sabemos siquier ante una pequefia flor, por qué es una figura de marfil Ia que eircunseribe su fig hermosura —en una azecena—; 0 bien, por qué —en la rosa—unaexquisi= ‘a mezcla de colores, confundiendo la grana con la blancura del aba, le da fraganteatavio: o por qué exhala esos perfumes de “mbar, yeémo despliega al viento su ropaje, mis bello cuanto és delicado, que multplicsen sus freseas hijas innumerables, luciendo una rizada pomp, carelada de dorados perils, que — rompiendo el sello de su capullo— ostenta con ufania los despo- {Jos ol botin de la dulce herida de Ia Cipria Dosa (la vagina de ‘Venus, o bien se apropia el eandor del alba ola plrpura de a aurora, y mezclando esos tntes, resulta un ampo de nieve pirpu- 1, y un rosicle (0 rojo esmalte) nevada: tornasol —o color va 105 riable y complejo—que se atrae los aplausos del prado alos que aspira (como reina de las flores) que es también quizé el vano preceptor —maestro de vandades— y aun el profano ejemplo Ge Ia industria femenina (el arte de ls eosméticos) que convier- fe el més activo veneno —elalbayalde osolimin— en doble- mente nocivo, haciéndolo también venenoespirtual en el bamiz de los abies falacesy tentadores con que el cutis se finge res- plandeviente, 757 Pues bien, se repeiatimido el pensamiento: si antes uno solo de estos objtos (una fuente, una flor) huye el conocimiento y cobarde el discurso se desvia; si ante una aislada especie pa ular, vista como independiente de las demas y considerada prescindiendo de sus relaciones, tiene que huit Vencide el enten- dimiento, y el discurso —asombrado— se arredra de tan anda lucha, que se niega a acometer con valentia porque teme — ‘cobarle— no comprender jams ese aislado objeto, o slo com- prenderlo tarde mal (a costa de improbasfatigas),jedmo po- dria el pensamiento enfrentarse a todo el conjunto de tan inmen- ‘sa espantable méquina (0 sea la compleja estructura del cos- mos), euyo tremendo peso incomportable —si no esribara en sa ‘centro mismo sustancial— agobiaria ls espaldas de Atlante y excederia las fuerzas de Hercules, de modo que quien Fue bas- ante contrapeso de la esfera del ciclo (cualquiera de estos dos personajes que sostuvieron en sus hombros el firmamento) juz~ gatia menos pesada y grave esa mole, que la area de investiga TaNaturaleza...? X, LA SED DESENFRENADA DE SABER 781 Otras veces, en cambio, mis esforzado, enim se repro= ‘chaba como una eobardia excesivael enunciar al Jauro del ‘iunfo aun antes de haber siquieraentrado on Ia dura li, y vol- ia su ateneiin al audaz ejemplo del claro joven Faetonte (0 Faetn) —altivo auriga del ardiente carro del sol— y me encen- 106 ia el esprit aquel impulso excelso y valeroso, aunque desven- turado, donde el temor encuentra ejemplos de escarmiento, ‘mientras el énimo halla sendas abertas para la sada, la cuales —si una vez han sido tilladas—no hay amenaza de singin castigo que baste a remover (0 disuadir el segundo intento, la renovada ambieién de la misma hazaia. 796 Niel panteon profundo que halls Faetonte al despenarse en Tas aguas del Po —sepulero azul de sus despojos ya ealeina- «dos, ni elrayo vengador con el que Jipiter drribé a aque mismo, 0 aquelos otros con los que aplacé a los Gigantes évi- dos de escalr el Olimpo, no logran conmover, por més que le advieren su temerida, al énimo arrogante que, despreciando el vivir, resulve etemizar su nombre en su ruina. Cualguiera de estas catistrofes, por el eontrario, es mis bien un ejemplo perni- oso, un ipo y modelo, que engendra nuevas alas para que ‘ta aquellos vuelos e! animo ambicioso, que —convirtiendo el terror mismo en un nuevo halago que lisonjen ala valenti, por Ja fascinacidn del peligro— deletea las gloria que conquistara si vence tamafo riesgo, entre ls caracteres de la tragedia (en cys rsgos, como en otras tantasletas,parecera que no de- bieealerse sino el escarmienta). S311 Ojalé pues que —en semejantes audacias— jamds se pur blicarael castigo, para que nunca volviera culpable temeridad: sino que al contrario un politico pruden- 1e) silencio —eomo disereto gobernante— rompiera los autos y ‘memorias de tal proceso; o bien disimulara, en fingida ignoran- cia, cual eerrando los ojos a esa especie de erimenes; 0 (a no poder dejarios impunes) silo seeretamente castigara tales exce- S0s de la petulanca, sin exhibira las miradas del pueblo su ejemplo nocive. La maldad, en efecto, de los extraordinarios| deltos resulta peliprosa con su divulgacién, de la que puede ‘rascender un dilatado contagio, mientras que —siendo culpa 107 s6lo individual y no publicéndose—, su reiteracion seré mucho :mis remota o improbable entre quienes la jgnoren, que no entre quienes hayan recibido su noticia y lade su castigo, digque para quedar escarmentados. 7X1. EL DESPERTAR HUMANO 827 Pero entre tanto, —mientras que a eleceién de ininte- Ieeto zozobraba, contusa, entre los escollos de estas decisiones contrarias, tocando sirtes 0 arecifes de imposibles en euantos rumbos intentabe seguir, el “calor natura”, no encontrando ‘materia en que eebarse —pues fu llama (que es llama, al fin, por ‘moderada que sea) inevitablemente consume su pabulo, y aun podriamos decir que Jo quema, siempre que ejercita su activi- dad. yo habia lentamente transformado los manjares, convit- tiendo en suya propia aquella ajena substancia: y el bullicioso hhervor, que resltaba del encuentro del “himedo radical” y de quel ardiente “calor”, habia ya eesado, al fatarles el medio (0 sea, el alimento), en el maravilloso vaso natural de estémago; y cconsiguientemente, los himedos vapores soporiferos —que si biendo de éste, embarazaban el trono racional, el eerebro, desde donde derramaban a los miembros el dulce entorpecimiento—, ‘consumidos ahora por los suaves ardores del calor, iban ya desatando las cadenas del suefio. Sintendo, pues, la falta de nue tricién, os entenuados miembros —cansados del deseanso—, ni del todo despiertos ni dormidos del todo, con tardos esperezos daban ya muestras de querer moverse, extendiendo poco a poco —tovdavia medio involuntariamente— los nervios entumecidos, ¥¥volviendo de un lado a oto los huesos fatigados por la misma fija postura. 864 Entreabriendo después los ojos, dulcemente impedidos hasta entonces pore] beleto (0 Soporifico) natural, Jos setidas| ‘empezaron a recobrar sus operaciones; y del cerebro, que asi se vio ya libre y desocupado, huyeron los fantasmas —Ias repre 108 senlaciones noctumas de la fantasia—, desvaneciéndose su for- ‘ma como si hubieran estado hechos de un ligero vapor y se tro- caran en humo fugar y en aire invisible... Tal, asi ln linte raigica, ayudadas no menos por la sombra que por la luz, repre- senta pints varias figuras, simuladas en la blanea pared y — 2uardando en sus temblorasos reflejos las debidas distancias de ta docta perspectiva,segin sus ciertas medidas eonfirmadas por reiterados experimentos-—, a la sombra fugitiva, que se desvae neee en Ia claridad, la finge wn everpo formado, dndole la apa ‘iencia de un volumen consistent, sdornado de todas las dimen- siones, por mas que ni siquiera sea una real superficie {XIL—nL TRINFO DEL DIA ‘887 En tanto, el Sol —engendrador ardiente de Ia huz— ee ‘conocia ya préximo el término prefiado para acerearse al Orien- te (de nuestra longitud),y se despedia de nuestros opuestosanti- podas con sus rayos erepusculares, puesto que para ells hace st ‘Occidente —eon irémulos desmayos de su Iuz— en el punto ‘mismo en que ilumina nuesto horizonte Oriental. Antes, empe- 1, de la hermosa y apacible estella de Venus —el Lucero ma tutino— rompié el primer albor Ia suréea, 1a bella esposa del viejo Tithon —tal como una amazona vestida de mil luces,at= smada en guerra conta la noche, y aun mismo tiempo hermosa y atrevida, y valiente aunque lorosa (por su rocio)—, mostnd su tallarda frente, coronada de Fulgores matutinos:terno preludio, pero ya animoso, del Hlameante Planeta (el sol), que venta reelu- tando sus tropas de bisofias (0 nuevas) vislumbres,y reservando ‘a retaguardia otras Ices més veteranas y fuertes, para lanzar- se ya al asalto contra la noche, que —tirana usurpadora del im- perio del dia— ostentaba por corona el negro laurel de miles de sombras, ¥ con nocturmo ceteo pavoroso regia las tinieblas, que ‘aun a ella propia le infundian terror. 917 Peto apenas fa bella precursora y abanderada del sol —Ia 109 ‘misma aurora, como su adalid y su alférez— tremol6 en el Oriente st luminoso pendin, tocando al arma todos los blicos ¥ 4a par duces clarines de las aves —diestros, por més que no fensefiados, trompeteros sonoros—, cuando la noche, eobarde como todos los tiranos y perturbada de medrosos recelos — ‘aunque intent alandear de sus fuerzas, eseudéndose en su igue bre capa, y recibiendo en ella las breves heridas de las filgidas estocadas de la Luz, si bien este su valor fue solo un burdo pre- texto desu cobardia—, conociendo su dbil resistencia y ya casi confando @ la sola fuga su salvacién, toed su ronca bocina (0 {everno) para reeoger sus negros escuadrones y ai poder retirat= se en orden, al tempo en que se vio aaltada por una mis vecina plenitud de reflejos, que rayé le punta més encumbrada de los erguidos forreones del Mundo, que son los montes. 943 Llegé el Sol, en efecto, cerrando el giro de oro que es: caulpié sobre el wzul zafiro del Cielo, formado por mil veces mil [puntos y por mil flujoso raudales dorados,Lineas, digo, de clara luz, salian de su circunferencia luminosa, pautindole al firma- ‘mento su plana azul (0 sea, lendndolo todo, eomo las “pautas” en toda la extensin de una hoja de papel rayado); y embestian, atropadas, ala que poco antes fue tirana funesta de su imperio, Ja cual huyendo desordenadamente, en su precipitacion, iba pie sando su propia sombra, tropezando en sus mismos horrres, ¥ pretendia llegar al Oceidente con su desbaratado —y ya casti- ‘co— ¢jéreito de tinieblas, aeosado por la luz, que le iba al al- 958 La fugitiva carrera de la noche, consiguis, al fin, la vista del Ocaso, —esto es, llegar al borde de nuestro horizonte Occi- dental— y recobrada (0 vuelta a sus beios)en su mismo despe- arse hacia el otto lado, y esforzando su aliento por Ie rabia ‘misma de su derrota, determina, rebelde por segunda vez, coro- narse reina en esa otra mitad del globo tereste que el Sol acaba 110 de dejar desamparada. Mas ya, en esto iustrab misfeio la hermosa y dures melena del mismo Sol: el cual, con justa luz, fil al orden distributive, que da a eada quien lo suyo-—, thales repartiendo sus respectivos colores a las cosas visibles y resttuyéndoles entera su actividad a los sentidos ex temos, quedando asi —con una luz mis cesta que lade la auro= ray del suefo— iluminado el cosmos a nuestros ojos, y yo des- Pierta, resto He- Roberto Echavarren El suefio: una leetura a. Escepticismo y barroco {Qué ¢s barroco? Interrogamos un periodo de 150 afios (rosso ‘modo la segunda mitad del siglo XVIy el siglo XVID En esa <época, las gueras de religién acentuaron la fractura del teritorio enterizo de Europa, reunide primero bajo Carlomagno, luego bajo el Sacro Imperio Romano Germénieo. La posible unided ‘europea se tompia para dar lugar @ los estados nacién, que se afirmaban ireduetibles unos frente a otros, en competencia (como lo habfan estado las ciudades griegas entre si), sin que ‘ninguno predominara de manera decisiva sobre los demas. Lic reas de fractura entre protestants y catSlicos habiltaron nuevas posibildades de disenso y de ertia; aunque se mantuvieran en cl imbito del erstanismo, trazaron una doble o tiple division, ‘un llamado a a pluralidad, relativizando el por pastoral del papa. ‘Visto desde la perspectiva dela historia del pensamiento, reguntarnos por el barroco es tambign preguntar por la suerte del escepticismo en filosofia, Rapides avancestéenicos, vineu- lados la observacién y el experimento, en arquitectura,en me= dicina, en 6ptca, en construceién naval; el control ereciente sobre la naturaleza, la exploracién del globo: A pesar de Io cual Jos pensadores del barroco debieron preacuparse porno contrax decir abiestamente las opiniones de Ia Iglesia y el juici de los inguisidores.

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