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Así, inesperadamente, detectamos que cada uno de nosotros no sólo tiene una idea
diferente de la historia de Rusia, sino distintas ideas sobre los valores en los que se ha
basado esta historia, al menos, en el siglo XX. Y esta escisión de valores amenaza con
propagarse por todas las capas de la sociedad, incluida la Iglesia Ortodoxa de Rusia.
Es difícil que todos los clérigos y seglares adheridos a la Iglesia Ortodoxa rusa estén de
acuerdo en que Vlasov no es un traidor, sino un mártir y un luchador por la Rusia
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democrática, tal y como escriben incluso autores cercanos a la Iglesia Ortodoxa en el
extranjero en los dos volúmenes de la Historia de Rusia que ha publicado la propia
Iglesia.
El señor Podrabinek escribe en su artículo que los veteranos que se indignaron con
el nombre de la cafetería seguramente fueron guardianes de los campos de
concentración estalinistas. Sin apuntar a estos veteranos en concreto, admitiré que es
verdad que muchos veteranos, sobre todo oficiales del ejército, no fueron licenciados ni
durante la guerra ni al ser heridos ni después de la guerra, sino que fueron destinados a
las tropas del Ministerio del Interior, que también se encargaba de los campos de
concentración. Pero este hecho no nos dice nada sobre estas personas, sino que
demuestra lo compleja y lo trágica que es nuestra historia, en la que las mismas
personas podían ser a la vez héroes y villanos, y muchas veces ambas cosas eran ajenas
a su voluntad. Por lo visto, esta complejidad y este dramatismo no lo entienden ni el
señor Podrabinek ni sus partidarios (que por el tema de los crímenes estalinistas están
dispuestos a renunciar a la victoria soviética en la II Guerra Mundial) ni sus
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adversarios, que están dispuestos a justificar los crímenes de Stalin con esta gran
victoria.
Un conocido politólogo ruso dijo una vez que mientras en Occidente los aliados
combatían por los ideales de la democracia, en la URSS la mayoría de los ciudadanos
no comprendían qué eran el nazismo y la democracia y, por tanto, solamente luchaban
por la patria. Incluso se lo pensaron mucho antes de alzarse en armas, porque el
régimen estalinista los tenía tan hartos que muchos estaban dispuestos a rendirse
directamente. Esta situación en particular explica el hecho de que la Unión Soviética
perdiera la etapa inicial de la guerra y millones de soldados cayeran prisioneros,
muchos de los cuales, al igual que muchos civiles, pronto empezaron a colaborar con
los alemanes.
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También es cierto que la etapa inicial de la guerra la perdieron todos los adversarios de
Alemania y Japón. Tal fue el carácter de la II Guerra Mundial, que daba una
preponderancia indiscutible a la parte agresora. Y si hablamos de los que se rindieron
y empezaron a colaborar con el enemigo, ¿es que no ha hecho lo mismo la inmensa
mayoría de ciudadanos de todos los países europeos, demócratas y no tan demócratas,
desde Chequia hasta Francia? Ya después de la guerra, Pétain se justificaba ante el
tribunal diciendo que capituló porque era eso lo que deseaban los franceses. Porque no
querían combatir. Prefirieron trabajar para los alemanes para no seguir con la guerra.
Sin embargo, no hay que olvidar que para las generaciones jóvenes de ciudadanos
soviéticos, el poder soviético tenía un gran valor debido a que había abierto unas
perspectivas educativas y laborales que anteriormente hubieran sido impensables para
las personas procedentes de clases sociales bajas. Estas personas, como el futuro
secretario general del partido Brézhnev, el ministro Kosyguin, el mariscal Zhúkov o el
poeta Tvardovski y gente con una trayectoria biográfica parecida, sí sabían por qué
estaban combatiendo. Se puede decir que lo hacían por su “sueño soviético,” por el
hecho de que “cualquier limpiabotas pudiera llegar a ser, si no Secretario General del
Partido, al menos un mariscal o un comisario del pueblo”.
Por otra parte, ¿quién formó los cimientos, por ejemplo, de la resistencia francesa?
Los partidarios de Charles de Gaulle y los comunistas. Es imposible afirmar que de
Gaulle fuera un demócrata consecuente. De joven se sentía muy cercano a Maurras,
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partidario de Hitler, y nunca llegó a ser un demócrata consecuente. Se puede decir que
soportaba una democracia limitada, respetándola como una de las características
nacionales de Francia. Y entre sus colaboradores había gente que posteriormente
formó el núcleo de la Organización Armada Secreta (OAS), cuya ideología estaba
indudablemente muy cercana al fascismo. Pero durante la II Guerra Mundial todos
ellos lucharon, precisamente, por Francia.
Hay que admitir que los que llevaron una guerrilla clandestina seria y opusieron
una resistencia realmente encarnizada a los alemanes fueron los pueblos de los países
que antes de la guerra tenían unos regímenes para nada democráticos: Polonia,
Yugoslavia, Albania y Grecia. También es verdad que los líderes de la Resistencia en
estos países, tales como Iosip Broz Tito o Enver Hoxha difícilmente se podrían llamar
demócratas.
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indudablemente, por así decirlo, mucho más “vegetarianos”. Sin duda, no se puede
comparar a Kádár con Horthy. Los regímenes de las antiguas repúblicas soviéticas del
Báltico después de 1953 fueron mucho más liberales y, lo que es más importante,
hicieron mucho más por la cultura y la economía de sus repúblicas que los gobiernos
anteriores a la guerra.
Pero el problema no reside tanto en las ideas subjetivas de los ciudadanos de los
países combatientes y de sus líderes, ni en el régimen político de cada uno de los p
Coalición Antihitleriana. El problema se encuentra en el carácter objetivo de la
guerra que, sin duda alguna, para los países aliados era una guerra por los valores
humanos y democráticos. Una guerra por la libertad en el sentido más sublime de la
palabra, por muy rimbombante que suene. Todo ello no suprime ni el carácter del
régimen soviético con sus crímenes, ni los crímenes de los ingleses y franceses en sus
respectivas colonias, ni la discriminación de los negros y los linchamientos en Estados
Unidos.
Solemos olvidar que el comunismo surgió ya en el siglo XIX como una de las
tendencias radicales del movimiento demócrata, y que las instituciones de la
democracia moderna están basadas en muchas de las ideas que fueron expresadas por
primera vez por los marxistas y los socialdemócratas que, en aquella época, eran
partidarios de la revolución. Más aún, en muchos países la democracia surgió o pudo
ser conservada precisamente gracias a la lucha del movimiento obrero organizado:
sindicatos, socialdemócratas y comunistas.
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Aunque hoy resulte difícil de creer si nos fijamos en el régimen de Corea del Norte
en los años 40 del siglo ХХ, a pesar de la experiencia soviética ya patente, entre el
comunismo y la democracia social e, incluso de forma más general, la democracia
como institución, seguían existiendo relaciones de parentesco. Prueba de ello es la
creación en algunos países europeos, aunque fuera con un retraso que trajo consigo
consecuencias trágicas, de frentes populares en los que participaban comunistas,
impulsada por los dirigentes del Partido Comunista soviético. Es más, ya en nuestros
días el intento de Gorbachov de acercar el comunismo soviético al modelo demócrata
social, demuestra que estas relaciones de parentesco seguían vigentes en la cabeza de
muchos comunistas que dirigían la Unión Soviética, incluso pasados setenta años de la
revolución. Lo mismo, y con mucha más razón todavía, se puede decir de los partidos
comunistas europeos, tanto los occidentales como los orientales que, después de
quitarse de encima la influencia opresora del Partido Comunista de la Unión
Soviética, poco a poco se deslizaron o bien hacia la derecha, para unirse a los
socialdemócratas, o bien hacia la izquierda, para ponerse al lado de la nueva izquierda
o, incluso, de la extrema izquierda. Pero hay que admitir que esto no concierne al
Partido Comunista de la Federación de Rusia.
En los años veinte y treinta, dentro y fuera de la URSS, había muchos debates
entre los comunistas y los socialdemócratas sobre la esencia de la democracia
socialista. No es casualidad que el debate dentro del Partido Comunista (Bolchevique)
de la Unión Soviética de 1923, el primero en llevarse a cabo después de la muerte de
Lenin, fue dedicado precisamente a los problemas de la democracia. Aunque se tratase
de la democracia dentro del partido. Y las constantes afirmaciones sobre que la URSS
tenía la democracia más consecuente de todas, no reflejan sólo la hipocresía de unos,
sino también la sincera convicción de otros. La cacareada constitución soviética fue
elaborada según el mismo modelo usado para elaborar las constituciones occidentales
más demócratas. Ello demuestra no sólo la hipocresía, aunque muy característica, del
poder comunista que pretendía aparentar lo que exigía la teoría, sino también
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demuestra la sincera convicción de muchos comunistas de que tarde o temprano sería
así, lo que pasaba era que, de momento, era pronto.
La revolución rusa, incluida su etapa de octubre, fue hecha por personas que en su
mayoría creían que el camino elegido por ellos era el único posible hacia una
democracia más consecuente, que combinara libertades políticas y sociales. Estas
mismas personas durante la II Guerra Mundial creían que estaban luchando
precisamente por estos ideales. Y ésta es la diferencia radical entre el comunismo y el
fascismo o nazismo que, por principios, rechazaba la democracia como tal. Basta
comparar las obras clásicas del comunismo, de Marx a Lenin, y de los clásicos del
fascismo, tales como Maurras, Mussolini, Hitler, etc.
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aniquilamiento de Rusia y otros países de Europa del Este fueron uno de los
principales objetivos políticos formulados ya en “Mein Kampf.”
Por eso, a pesar de todo, la alianza de las democracias occidentales con la URSS se
veía lógica y natural tanto en la URSS como en Occidente, mientras que la alianza de
la Alemania fascista con la URSS se percibía como algo antinatural y temporal, tanto
en Alemania como en la URSS y en Occidente.
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a Polonia y de Nuruega a Grecia, parecían una panda de tramposos jugando a las
cartas, que intentaban ponerse de acuerdo con Hilter a escondidas para dejar mal a los
vecinos. Primero, los socialistas y liberales de Francia y los conservadores y laboristas
británicos junto con sus colegas de Europa entera traicionaron a la República
Española dirigida por sus camaradas socialistas y liberales, dejándola en manos de los
fascistas italianos y alemanes. El periodista soviético Ilia Erenburg recordaba que el
líder de los socialistas franceses y el primer ministro Léon Blum le confesó llorando
que se le rompía el alma cuando pensaba en España, pero fue Blum quien llevó a cabo
la política de no intervención, es decir, que traicionó a la República Española.
Incuestionablemente sólo la Unión Soviética ayudó a España, naturalmente, sin dejar
de introducir muchos métodos de su propia práctica política de aquellos años. Sin
embargo, fue precisamente la ayuda de Rusia la que le permitió a la República
mantenerse durante tres años. Un poco más tarde, fueron precisamente Inglaterra y
Francia las que, junto con Polonia y Hungría, traicionaron a Checoeslovaquia. Y
entre estas dos traiciones todo el mundo hizo la vista gorda ante la anexión de Austria
a Alemania. ¿Qué podía esperar el Gobierno de la Unión Soviética de estos “jugadores
de cartas” sabiendo cómo eran? Una traición más.
Ya en 1938, Javāharlāl Nehrū escribió: “El papel de las potencias fascistas está
bastante claro, sus objetivos y su política no dejan lugar a duda. Pero el factor
decisivo en la situación actual [en la Europa de aquel entonces] ha sido la posición de
los llamados países demócratas, sobre todo de Inglaterra. El gobierno británico...
ensalzaba el fascismo y el nacismo en todas partes y de mil maneras diferentes. Por
más sorprendente que parezca, se comportaba así incluso cuando esta estrategia llegó
a amenazar la seguridad del Imperio Británico. Era enorme el miedo de este Gobierno
frente al fortalecimiento de la verdadera democracia y su simpatía por los líderes
fascistas. Si el fascismo se propagó y se convirtió en una fuerza dominante en el
mundo, se lo debe, en gran medida, al Gobierno británico.” Si esto lo veía Nehrū desde
la lejana India, ¿qué debían pensar los líderes soviéticos? Ellos creían que las
democracias occidentales eran capaces de aliarse en cualquier momento con Alemania
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en contra de la URSS, basándose en esta misma simpatía clasista. Posiblemente
fueran miedos exagerados, pero tenían su fundamento.
Lo que Stalin no pudo permitir fue que, después de Polonia, los alemanes ocuparan
los países bálticos. Los tanques tardan sólo un día en llegar de la frontera de Estonia a
Leningrado. Y con el pacto, Alemania seguramente ocuparía los países bálticos. Sobre
todo, teniendo en cuenta que entre la población local había muchos alemanes y una
gran parte de la élite nacional, en particular en Letonia y Estonia, era afín a
Alemania.
Otra cuestión es si las esperanzas que Stalin puso en las ventajas del pacto se
llegaron a materializar. Pero éste es un tema aparte, que no tiene nada que ver con las
razones en las que se basó la URSS para firmar el pacto. En algunos aspectos se han
materializado; en otros, no.
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realidad no tenían nada que ver los unos con los otros. Esta combinación de una
política exterior bastante razonable, aunque no siempre extremadamente moral, y
una política interior de terror completamente irracional, es muy típica del estalinismo.
Y mientras que el antisemitismo irracional de los nazis se puede explicar con los
prejuicios ancestrales característicos de toda Europa, el terror estalinista no se puede
explicar con otra cosa que no sea el miedo. Miedo ante las clases dirigentes de la
antigua Rusia (que ya habían perdido en la Guerra Civil), ante los oponentes reales o
imaginarios, en su propio partido, ante la fuerza caótica de los campesinos, etc. Estos
miedos podían tener fundamento, pero al final se convirtieron en una obsesión.
Esta base oculta de terror ya la describió Engels: “El terror en gran parte consiste
en acciones crueles e inútiles, cometidas por personas que tienen miedo, para
tranquilizarse. Estoy convencido de que la culpa del terror que reinó en la Francia de
1793 cae, casi exclusivamente, sobre los burgueses asustados que querían pasar por
patriotas, sobre los pequeños burgueses que se morían de miedo, y sobre una pandilla
de bribones que se aprovechaban de la situación para sacar su propio beneficio.”
Hay testimonios que aseguran que el político soviético Anastás Mikoián, después
de ser destituido, respondía así a los que le reprochaban a él y a Jrushchov que no
hubieran desenmascarado todos los crímenes de Stalin: “No pudimos hacerlo porque
entonces todo el mundo sabría lo malos que fuimos nosotros.” Esto también es prueba
de la diferencia entre el comunismo y el nazismo. Los comunistas “malos” se daban
cuenta de lo que eran porque veían claramente el abismo que les separaba de los
ideales que ellos mismos profesaban. Mientras que los nazis disfrutaban siendo malos,
ya que ese era su ideal.
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de malas, mientras que los representantes de los pueblos minoritarios no hacían más
que oponerse a la tiranía. Claro que se trata de una tergiversación de los hechos, ya
que en aquella guerra, en la inmensa mayoría de las ocasiones, este tipo de guerrillas
nacionalistas se pusieron de parte de los fascistas y sólo al final de su gobierno
intentaron aparentar una especie de resistencia. Pero no sólo se trata de eso.
Conocemos el ejemplo de un verdadero movimiento de liberación nacional que, en una
situación parecida, se comportó de una manera verdaderamente digna. Fue el ya
mencionado movimiento de liberación nacional de la India, representado por el
Congreso Nacional Indio. Aunque la práctica de las deportaciones masivas, la
persecución de líderes y las represiones sangrientas contra el movimiento de liberación
nacional fuese llevada a cabo por loa británicos durante todo el período colonial, y
ésta se hiciera aún más severa en los años veinte y treinta; aunque todos los gobiernos
británicos, incluido el de Churchill, en varias ocasiones se negaran a prometer a la
India ni siquiera el estatus de región autónoma (mientras los dirigentes nazis y
japoneses se esforzaban por atraer a los líderes indios y hacerles sus aliados), desde el
momento de la llegada de los fascistas al poder, el Congreso Nacional Indio siempre
expresó su desaprobación al respecto, viendo en el fascismo una encarnación del
racismo y del imperialismo declarando su apoyo al comienzo de la guerra a la
Cohalición Antihitleriana. Y todo ello, a pesar de que en la India había gente que
proponía aprovecharse del debilitamiento de Inglaterra para sacudir su yugo.
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La II Guerra Mundial no fue una guerra normal y corriente. Fue, posiblemente, la
única guerra en la historia de la humanidad que se libraba contra un mal absoluto, y
para luchar contra este mal se aliaron los idealistas que defendían sus ideales, los
cínicos que defendían sus intereses e incluso los malos que intentaban expiar sus
pecados en las llamas de esta gran lucha. Y todos ellos, igual que todas las personas
que participaron en esta guerra, defendían su patria, su vida y su casa, para el
presente y para el futuro. La libertad para sí mismos y para toda la humanidad.
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