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 ¿Por qué hemos combatido?

Por Alexander Mejanik

Algo ha cambiado en el clima social de Rusia. Pasados 20 años desde el


desmoronamiento, no sólo de la Unión Soviética en sí, sino del sistema de valores en
los que se basaba su sociedad, pasados veinte años de inseguridad y desorientación, los
ciudadanos rusos se han vuelto a lanzar a la búsqueda de valores y referencias
ideológicas.

Inesperadamente, la atención de la sociedad se ha centrado en la II Guerra


Mundial, no tanto en los hechos, aunque también estén presentes, como en el propio
carácter de la guerra, o sea, en la cuestión de por qué combatimos. El catalizador de
este proceso ha sido el aniversario del pacto Molotov-Ribbentrop. Pero la cosa no se
quedó en su mera reprobación. La Iglesia Ortodoxa Rusa en el extranjero se
pronunció a favor de la justificación del general Vlasov. El politólogo e historiador
Gavriil Popov publicó un artículo dedicado a las tres etapas de la guerra, en el que
también justificó a Vlasov, mientras que el escritor Daniil Gránin escribió que Stalin
debería haber parado a las tropas soviéticas en la frontera polaca, dejando a Europa la
posibilidad de resolver sus problemas por sí misma. Finalmente, el periodista
Alexandr Podrabinek arremetió contra los veteranos de la guerra que se habían
indignado con el hecho de que una cafetería llevase el nombre de “Antisovetskaia” (es
decir, “Antisoviética”), viendo en ellos defensores de los crímenes estalinistas.

Así, inesperadamente, detectamos que cada uno de nosotros no sólo tiene una idea
diferente de la historia de Rusia, sino distintas ideas sobre los valores en los que se ha
basado esta historia, al menos, en el siglo XX. Y esta escisión de valores amenaza con
propagarse por todas las capas de la sociedad, incluida la Iglesia Ortodoxa de Rusia.
Es difícil que todos los clérigos y seglares adheridos a la Iglesia Ortodoxa rusa estén de
acuerdo en que Vlasov no es un traidor, sino un mártir y un luchador por la Rusia

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democrática, tal y como escriben incluso autores cercanos a la Iglesia Ortodoxa en el
extranjero en los dos volúmenes de la Historia de Rusia que ha publicado la propia
Iglesia.

El general Vlasov aparece en el centro de esta discusión porque, si tomamos el


poder soviético como un régimen exclusivamente tiránico, antihumano y ateo, por lo
que a él respecta todo estaría permitido y, por consiguiente, Vlasov, igual que
cualquier otra persona procedente de la antigua URSS y los antiguos países socialistas
que hubiera combatido a favor de los nazis, sería un mártir que representaría la
resistencia a este malvado régimen. Adoptando esta posición, es muy fácil llegar a
admitir que los nazis tenían una misión liberadora respecto al régimen criminal
estalinista (sobre todo, porque realmente era criminal). Estas “misiones liberadoras”
han causado numerosas víctimas, entre las cuales había personas con el apellido
Podrabinek y otros similares. Y los movimientos “de liberación nacional” en Ucrania
y en los países bálticos ayudaron con entusiasmo a los nazis a llevar a cabo dicha
misión.

El señor Podrabinek escribe en su artículo que los veteranos que se indignaron con
el nombre de la cafetería seguramente fueron guardianes de los campos de
concentración estalinistas. Sin apuntar a estos veteranos en concreto, admitiré que es
verdad que muchos veteranos, sobre todo oficiales del ejército, no fueron licenciados ni
durante la guerra ni al ser heridos ni después de la guerra, sino que fueron destinados a
las tropas del Ministerio del Interior, que también se encargaba de los campos de
concentración. Pero este hecho no nos dice nada sobre estas personas, sino que
demuestra lo compleja y lo trágica que es nuestra historia, en la que las mismas
personas podían ser a la vez héroes y villanos, y muchas veces ambas cosas eran ajenas
a su voluntad. Por lo visto, esta complejidad y este dramatismo no lo entienden ni el
señor Podrabinek ni sus partidarios (que por el tema de los crímenes estalinistas están
dispuestos a renunciar a la victoria soviética en la II Guerra Mundial) ni sus

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adversarios, que están dispuestos a justificar los crímenes de Stalin con esta gran
victoria.

I. Una pequeña comparación


Se puede decir que, actualmente respecto a esta guerra, tanto en Rusia como
internacionalmente, se han perfilado dos puntos de vista que no siempre han sido
expresados abiertamente, pero que están patentes en la sociedad. El primer punto de
vista, que podríamos llamar tradicional, consiste en que, a pesar de que el régimen
estalinista era indudablemente tiránico, todos los frentes de la II Guerra Mundial
combatían por los valores humanos y por la libertad. La aportación de la Unión
Soviética al triunfo de estos valores e ideales fue decisiva, aunque el propio régimen no
diera buen ejemplo de dichos valores. El segundo punto de vista, que se podría llamar
revisionista, consiste en que la II Guerra Mundial no era una, sino dos guerras
diferentes: en el frente occidental se libraba una lucha por los ideales de la democracia
y de la libertad, y en el frente oriental, una lucha entre tiranos por la posibilidad de
oprimir y esclavizar a los pueblos.

Un conocido politólogo ruso dijo una vez que mientras en Occidente los aliados
combatían por los ideales de la democracia, en la URSS la mayoría de los ciudadanos
no comprendían qué eran el nazismo y la democracia y, por tanto, solamente luchaban
por la patria. Incluso se lo pensaron mucho antes de alzarse en armas, porque el
régimen estalinista los tenía tan hartos que muchos estaban dispuestos a rendirse
directamente. Esta situación en particular explica el hecho de que la Unión Soviética
perdiera la etapa inicial de la guerra y millones de soldados cayeran prisioneros,
muchos de los cuales, al igual que muchos civiles, pronto empezaron a colaborar con
los alemanes.

Es indudable que la mayoría de los ciudadanos soviéticos lucharon simplemente


por la patria, sin pensar mucho en la ideología, al igual que la mayoría de los
ciudadanos de los países de la Coalición Antinazi y los combatientes de la Resistencia.

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También es cierto que la etapa inicial de la guerra la perdieron todos los adversarios de
Alemania y Japón. Tal fue el carácter de la II Guerra Mundial, que daba una
preponderancia indiscutible a la parte agresora. Y si hablamos de los que se rindieron
y empezaron a colaborar con el enemigo, ¿es que no ha hecho lo mismo la inmensa
mayoría de ciudadanos de todos los países europeos, demócratas y no tan demócratas,
desde Chequia hasta Francia? Ya después de la guerra, Pétain se justificaba ante el
tribunal diciendo que capituló porque era eso lo que deseaban los franceses. Porque no
querían combatir. Prefirieron trabajar para los alemanes para no seguir con la guerra.

¿A qué conclusión nos llevan estos hechos? Si seguimos con el razonamiento de


estos “politólogos”, deberíamos admitir que los franceses, igual que los checos, los
belgas, los holandeses, etc., estaban hartos de la democracia. Y no estaremos muy
lejos de la verdad, porque las posiciones de la democracia se habían debilitado mucho
en toda Europa debido a la I Guerra Mundial y, sobre todo, a la Gran Depresión. Y
esta situación fue la que predeterminó la llegada de los fascistas y los nazis al poder en
Italia y Alemania.

Sin embargo, no hay que olvidar que para las generaciones jóvenes de ciudadanos
soviéticos, el poder soviético tenía un gran valor debido a que había abierto unas
perspectivas educativas y laborales que anteriormente hubieran sido impensables para
las personas procedentes de clases sociales bajas. Estas personas, como el futuro
secretario general del partido Brézhnev, el ministro Kosyguin, el mariscal Zhúkov o el
poeta Tvardovski y gente con una trayectoria biográfica parecida, sí sabían por qué
estaban combatiendo. Se puede decir que lo hacían por su “sueño soviético,” por el
hecho de que “cualquier limpiabotas pudiera llegar a ser, si no Secretario General del
Partido, al menos un mariscal o un comisario del pueblo”.

Por otra parte, ¿quién formó los cimientos, por ejemplo, de la resistencia francesa?
Los partidarios de Charles de Gaulle y los comunistas. Es imposible afirmar que de
Gaulle fuera un demócrata consecuente. De joven se sentía muy cercano a Maurras,

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partidario de Hitler, y nunca llegó a ser un demócrata consecuente. Se puede decir que
soportaba una democracia limitada, respetándola como una de las características
nacionales de Francia. Y entre sus colaboradores había gente que posteriormente
formó el núcleo de la Organización Armada Secreta (OAS), cuya ideología estaba
indudablemente muy cercana al fascismo. Pero durante la II Guerra Mundial todos
ellos lucharon, precisamente, por Francia.

Hay que admitir que los que llevaron una guerrilla clandestina seria y opusieron
una resistencia realmente encarnizada a los alemanes fueron los pueblos de los países
que antes de la guerra tenían unos regímenes para nada democráticos: Polonia,
Yugoslavia, Albania y Grecia. También es verdad que los líderes de la Resistencia en
estos países, tales como Iosip Broz Tito o Enver Hoxha difícilmente se podrían llamar
demócratas.

En general, muy pocos países eran demócratas en aquel entonces. Y eran


democracias muy diferentes de las actuales. Basta con recordar la discriminación
política y económica y la segregación de los negros en los EEUU. La situación de los
derechos humanos en las colonias de Inglaterra, Francia y otros países europeos. No es
una casualidad que el líder del movimiento de liberación de la India, Javāharlāl
Nehrū, a pesar de ser admirador del sistema político británico, comparara el régimen
colonial británico con el régimen nazi. Por cierto, no lo comparó con el régimen de
Stalin, aunque se daba cuenta perfectamente de lo que era el terror estalinista.

En la Europa del Este sólo Checoeslovaquia tenía una verdadera democracia. En


Polonia reinaba un régimen de “saneamiento”; en Lituania, la dictadura de Smetona;
en Letonia, la dictadura de Ulmanis, y en Estonia, la dictadura del triunvirato
compuesto por el presidente, el mando supremo del ejército y el ministro del Interior.
En Hungría existía la dictadura de Horthy y en Rumanía la de Antonescu. Y si
comparamos los sistemas políticos de estos países antes de la guerra con los regímenes
socialistas que se instalaron en ellos tras la muerte de Stalin, estos últimos eran,

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indudablemente, por así decirlo, mucho más “vegetarianos”. Sin duda, no se puede
comparar a Kádár con Horthy. Los regímenes de las antiguas repúblicas soviéticas del
Báltico después de 1953 fueron mucho más liberales y, lo que es más importante,
hicieron mucho más por la cultura y la economía de sus repúblicas que los gobiernos
anteriores a la guerra.

II.El comunismo y la democracia

Pero el problema no reside tanto en las ideas subjetivas de los ciudadanos de los
países combatientes y de sus líderes, ni en el régimen político de cada uno de los p
Coalición Antihitleriana. El problema se encuentra en el carácter objetivo de la
guerra que, sin duda alguna, para los países aliados era una guerra por los valores
humanos y democráticos. Una guerra por la libertad en el sentido más sublime de la
palabra, por muy rimbombante que suene. Todo ello no suprime ni el carácter del
régimen soviético con sus crímenes, ni los crímenes de los ingleses y franceses en sus
respectivas colonias, ni la discriminación de los negros y los linchamientos en Estados
Unidos.

Sin embargo, la cuestión de por qué combatieron los comunistas o, en general,


cuáles eran los valores de los comunistas en la URSS y en Europa, es mucho más
complicada, al igual que la cuestión sobre los valores, aparte de la liberación de la
patria, por los que combatieron los ciudadanos soviéticos.

Solemos olvidar que el comunismo surgió ya en el siglo XIX como una de las
tendencias radicales del movimiento demócrata, y que las instituciones de la
democracia moderna están basadas en muchas de las ideas que fueron expresadas por
primera vez por los marxistas y los socialdemócratas que, en aquella época, eran
partidarios de la revolución. Más aún, en muchos países la democracia surgió o pudo
ser conservada precisamente gracias a la lucha del movimiento obrero organizado:
sindicatos, socialdemócratas y comunistas.

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Aunque hoy resulte difícil de creer si nos fijamos en el régimen de Corea del Norte
en los años 40 del siglo ХХ, a pesar de la experiencia soviética ya patente, entre el
comunismo y la democracia social e, incluso de forma más general, la democracia
como institución, seguían existiendo relaciones de parentesco. Prueba de ello es la
creación en algunos países europeos, aunque fuera con un retraso que trajo consigo
consecuencias trágicas, de frentes populares en los que participaban comunistas,
impulsada por los dirigentes del Partido Comunista soviético. Es más, ya en nuestros
días el intento de Gorbachov de acercar el comunismo soviético al modelo demócrata
social, demuestra que estas relaciones de parentesco seguían vigentes en la cabeza de
muchos comunistas que dirigían la Unión Soviética, incluso pasados setenta años de la
revolución. Lo mismo, y con mucha más razón todavía, se puede decir de los partidos
comunistas europeos, tanto los occidentales como los orientales que, después de
quitarse de encima la influencia opresora del Partido Comunista de la Unión
Soviética, poco a poco se deslizaron o bien hacia la derecha, para unirse a los
socialdemócratas, o bien hacia la izquierda, para ponerse al lado de la nueva izquierda
o, incluso, de la extrema izquierda. Pero hay que admitir que esto no concierne al
Partido Comunista de la Federación de Rusia.

En los años veinte y treinta, dentro y fuera de la URSS, había muchos debates
entre los comunistas y los socialdemócratas sobre la esencia de la democracia
socialista. No es casualidad que el debate dentro del Partido Comunista (Bolchevique)
de la Unión Soviética de 1923, el primero en llevarse a cabo después de la muerte de
Lenin, fue dedicado precisamente a los problemas de la democracia. Aunque se tratase
de la democracia dentro del partido. Y las constantes afirmaciones sobre que la URSS
tenía la democracia más consecuente de todas, no reflejan sólo la hipocresía de unos,
sino también la sincera convicción de otros. La cacareada constitución soviética fue
elaborada según el mismo modelo usado para elaborar las constituciones occidentales
más demócratas. Ello demuestra no sólo la hipocresía, aunque muy característica, del
poder comunista que pretendía aparentar lo que exigía la teoría, sino también

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demuestra la sincera convicción de muchos comunistas de que tarde o temprano sería
así, lo que pasaba era que, de momento, era pronto.

Posiblemente, no sea casual el hecho de que una gran parte de disidentes y


partidarios de la democratización de nuestra sociedad hayan sido hijos y nietos de
personajes destacatos de la revolución: Yakir, Antonov-Ovseenjo, Bonner,
Okudzhava, Aksenov, Gaidar, Borovoi… Una lista interminable.

La revolución rusa, incluida su etapa de octubre, fue hecha por personas que en su
mayoría creían que el camino elegido por ellos era el único posible hacia una
democracia más consecuente, que combinara libertades políticas y sociales. Estas
mismas personas durante la II Guerra Mundial creían que estaban luchando
precisamente por estos ideales. Y ésta es la diferencia radical entre el comunismo y el
fascismo o nazismo que, por principios, rechazaba la democracia como tal. Basta
comparar las obras clásicas del comunismo, de Marx a Lenin, y de los clásicos del
fascismo, tales como Maurras, Mussolini, Hitler, etc.

III.El comunismo y el fascismo

No sólo se trata de la percepción de la democracia. Se trata del espíritu de


universalidad, humanismo e incluso cosmopolitismo típico del comunismo clásico, que
se opone al espíritu antihumano, chovinista y particularista del que está impregnado
el fascismo. A pesar de todas sus transformaciones, el comunismo soviético de aquellos
años seguía conservando un reflejo de sus valores iniciales. En cualquier caso, las
conocidas palabras de Stalin, opinemos lo que opinemos de él, “los Hítleres aparecen y
desaparecen y el pueblo alemán sigue ahí,” suenan bastante consecuentes en boca de
un líder comunista, mientras que es imposible imaginarse a Hitler diciendo “los Stalin
aparecen y desaparecen y el pueblo ruso (soviético) sigue ahí,” porque tanto para él
personalmente como para el nazismo en general, la colonización e incluso el

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aniquilamiento de Rusia y otros países de Europa del Este fueron uno de los
principales objetivos políticos formulados ya en “Mein Kampf.”

El conocido historiador francés Albert Mathiez hacía comparaciones directas entre


el bolchevismo y el jacobinismo: “El jacobinismo y el bolchevismo son dos variedades
de dictaduras nacidas de la Guerra Civil del país y de la intervención extranjera, dos
dictaduras de clase que actúan con los mismos métodos: el terror, las requisas, la
política de precios y que, en el fondo, ofrecen valores parecidos, a saber, la
transformación de la sociedad, y no sólo la rusa o la francesa, sino de la sociedad
universal.” (Sin embargo, los franceses siguen festejando todos los aniversarios de su
revolución y cantando orgullosos la Marsellesa, incluso hoy exhortando “¡a las armas,
ciudadanos!” y amenazando a los tiranos cuya “sangre impura” correrá, mientras que
una gran parte de los ciudadanos rusos han empezado a percibir la Revolución de
Octubre como una deshonra nacional y, por lo tanto, les cuesta imaginar que en los
años cuarenta, durante la guerra, alguien pudiera defender también los ideales de la
revolución, aunque estos ideales, en general, coincidieran con los de la Revolución
Francesa).

Por eso, a pesar de todo, la alianza de las democracias occidentales con la URSS se
veía lógica y natural tanto en la URSS como en Occidente, mientras que la alianza de
la Alemania fascista con la URSS se percibía como algo antinatural y temporal, tanto
en Alemania como en la URSS y en Occidente.

IV. Las democracias y las traiciones

Del pacto Mólotov – Rubbentrop (uno de los problemas claves de la historia


militar), se ha hablado tanto, que parece que no se pueda añadir ya nada nuevo.
Independientemente de lo que pensemos de este pacto, éste se encontraba dentro de
la lógica del comportamiento de los países líderes y no líderes de la Europa de aquel
momento respecto a la Alemania nazi. Los políticos de toda Europa, de Gran Bretaña

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a Polonia y de Nuruega a Grecia, parecían una panda de tramposos jugando a las
cartas, que intentaban ponerse de acuerdo con Hilter a escondidas para dejar mal a los
vecinos. Primero, los socialistas y liberales de Francia y los conservadores y laboristas
británicos junto con sus colegas de Europa entera traicionaron a la República
Española dirigida por sus camaradas socialistas y liberales, dejándola en manos de los
fascistas italianos y alemanes. El periodista soviético Ilia Erenburg recordaba que el
líder de los socialistas franceses y el primer ministro Léon Blum le confesó llorando
que se le rompía el alma cuando pensaba en España, pero fue Blum quien llevó a cabo
la política de no intervención, es decir, que traicionó a la República Española.
Incuestionablemente sólo la Unión Soviética ayudó a España, naturalmente, sin dejar
de introducir muchos métodos de su propia práctica política de aquellos años. Sin
embargo, fue precisamente la ayuda de Rusia la que le permitió a la República
mantenerse durante tres años. Un poco más tarde, fueron precisamente Inglaterra y
Francia las que, junto con Polonia y Hungría, traicionaron a Checoeslovaquia. Y
entre estas dos traiciones todo el mundo hizo la vista gorda ante la anexión de Austria
a Alemania. ¿Qué podía esperar el Gobierno de la Unión Soviética de estos “jugadores
de cartas” sabiendo cómo eran? Una traición más.

Ya en 1938, Javāharlāl Nehrū escribió: “El papel de las potencias fascistas está
bastante claro, sus objetivos y su política no dejan lugar a duda. Pero el factor
decisivo en la situación actual [en la Europa de aquel entonces] ha sido la posición de
los llamados países demócratas, sobre todo de Inglaterra. El gobierno británico...
ensalzaba el fascismo y el nacismo en todas partes y de mil maneras diferentes. Por
más sorprendente que parezca, se comportaba así incluso cuando esta estrategia llegó
a amenazar la seguridad del Imperio Británico. Era enorme el miedo de este Gobierno
frente al fortalecimiento de la verdadera democracia y su simpatía por los líderes
fascistas. Si el fascismo se propagó y se convirtió en una fuerza dominante en el
mundo, se lo debe, en gran medida, al Gobierno británico.” Si esto lo veía Nehrū desde
la lejana India, ¿qué debían pensar los líderes soviéticos? Ellos creían que las
democracias occidentales eran capaces de aliarse en cualquier momento con Alemania

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en contra de la URSS, basándose en esta misma simpatía clasista. Posiblemente
fueran miedos exagerados, pero tenían su fundamento.

Porque cuando Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania después de


que ésta atacara a Polonia, no lo hicieron de verdad. No es casualidad que esta guerra
recibiera el nombre de “extraña.” Por lo visto, eso era lo que temía Stalin cuando
firmó el pacto con Hitler: que en Occidente la guerra no fuera de verdad y en Oriente,
sí. Además resultó que, pasado un año de aquella guerra “extraña,” empezó una
guerra de verdad en la que nadie quiso combatir en realidad, ni en los países del
Benelux, ni en Francia. A Stalin no se le había ocurrido que iba a ser así. Contaba con
una guerra larga en Occidente y no quería enfrentarse a Hitler a solas. No es una
casualidad que la Unión Soviética, a pesar de la existencia del pacto, intentara ayudar
a una Yugoslavia que había sido atacada por Alemania. Quería parar a Hitler aunque
fuera en uno de los frentes. Pero no le dio tiempo.

Lo que Stalin no pudo permitir fue que, después de Polonia, los alemanes ocuparan
los países bálticos. Los tanques tardan sólo un día en llegar de la frontera de Estonia a
Leningrado. Y con el pacto, Alemania seguramente ocuparía los países bálticos. Sobre
todo, teniendo en cuenta que entre la población local había muchos alemanes y una
gran parte de la élite nacional, en particular en Letonia y Estonia, era afín a
Alemania.

Otra cuestión es si las esperanzas que Stalin puso en las ventajas del pacto se
llegaron a materializar. Pero éste es un tema aparte, que no tiene nada que ver con las
razones en las que se basó la URSS para firmar el pacto. En algunos aspectos se han
materializado; en otros, no.

V. Los malos y la libertad


La firma del pacto, el fusilamiento de Katyn y otras represiones en los territorios
anexionados que hoy se interpretan como acontecimientos relacionados entre sí, en

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realidad no tenían nada que ver los unos con los otros. Esta combinación de una
política exterior bastante razonable, aunque no siempre extremadamente moral, y
una política interior de terror completamente irracional, es muy típica del estalinismo.
Y mientras que el antisemitismo irracional de los nazis se puede explicar con los
prejuicios ancestrales característicos de toda Europa, el terror estalinista no se puede
explicar con otra cosa que no sea el miedo. Miedo ante las clases dirigentes de la
antigua Rusia (que ya habían perdido en la Guerra Civil), ante los oponentes reales o
imaginarios, en su propio partido, ante la fuerza caótica de los campesinos, etc. Estos
miedos podían tener fundamento, pero al final se convirtieron en una obsesión.

Esta base oculta de terror ya la describió Engels: “El terror en gran parte consiste
en acciones crueles e inútiles, cometidas por personas que tienen miedo, para
tranquilizarse. Estoy convencido de que la culpa del terror que reinó en la Francia de
1793 cae, casi exclusivamente, sobre los burgueses asustados que querían pasar por
patriotas, sobre los pequeños burgueses que se morían de miedo, y sobre una pandilla
de bribones que se aprovechaban de la situación para sacar su propio beneficio.”

Hay testimonios que aseguran que el político soviético Anastás Mikoián, después
de ser destituido, respondía así a los que le reprochaban a él y a Jrushchov que no
hubieran desenmascarado todos los crímenes de Stalin: “No pudimos hacerlo porque
entonces todo el mundo sabría lo malos que fuimos nosotros.” Esto también es prueba
de la diferencia entre el comunismo y el nazismo. Los comunistas “malos” se daban
cuenta de lo que eran porque veían claramente el abismo que les separaba de los
ideales que ellos mismos profesaban. Mientras que los nazis disfrutaban siendo malos,
ya que ese era su ideal.

Muchos historiadores y políticos de los países surgidos de las ruinas de la Unión


Soviética justifican la lucha de la guerrilla nacionalista, la lucha de los seguidores de
Stepán Bandera y los “hermanos del bosque” contra sus dos enemigos, el nazismo y el
comunismo, argumentando que ambas partes de este “conflicto de tiranos” eran igual

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de malas, mientras que los representantes de los pueblos minoritarios no hacían más
que oponerse a la tiranía. Claro que se trata de una tergiversación de los hechos, ya
que en aquella guerra, en la inmensa mayoría de las ocasiones, este tipo de guerrillas
nacionalistas se pusieron de parte de los fascistas y sólo al final de su gobierno
intentaron aparentar una especie de resistencia. Pero no sólo se trata de eso.
Conocemos el ejemplo de un verdadero movimiento de liberación nacional que, en una
situación parecida, se comportó de una manera verdaderamente digna. Fue el ya
mencionado movimiento de liberación nacional de la India, representado por el
Congreso Nacional Indio. Aunque la práctica de las deportaciones masivas, la
persecución de líderes y las represiones sangrientas contra el movimiento de liberación
nacional fuese llevada a cabo por loa británicos durante todo el período colonial, y
ésta se hiciera aún más severa en los años veinte y treinta; aunque todos los gobiernos
británicos, incluido el de Churchill, en varias ocasiones se negaran a prometer a la
India ni siquiera el estatus de región autónoma (mientras los dirigentes nazis y
japoneses se esforzaban por atraer a los líderes indios y hacerles sus aliados), desde el
momento de la llegada de los fascistas al poder, el Congreso Nacional Indio siempre
expresó su desaprobación al respecto, viendo en el fascismo una encarnación del
racismo y del imperialismo declarando su apoyo al comienzo de la guerra a la
Cohalición Antihitleriana. Y todo ello, a pesar de que en la India había gente que
proponía aprovecharse del debilitamiento de Inglaterra para sacudir su yugo.

En el movimiento de liberación nacional de los países árabes prevalecieron los


partidarios del acercamiento a Alemania. Por ello, Gran Bretaña tenía miedo de
recibir un golpe traicionero en los combates contra los nazis en África del Norte. Es
sabido que durante la guerra, Náser simpatizaba con Hilter. Como resultado, la India
se convirtió en una gran democracia, mientras que una gran parte del mundo árabe,
por lo visto, no pudo liberarse del peso de estas amistades del pasado (ésa es una de las
causas de muchos de los problemas del mundo árabe). Igual que muchos políticos de
los países bálticos.

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La II Guerra Mundial no fue una guerra normal y corriente. Fue, posiblemente, la
única guerra en la historia de la humanidad que se libraba contra un mal absoluto, y
para luchar contra este mal se aliaron los idealistas que defendían sus ideales, los
cínicos que defendían sus intereses e incluso los malos que intentaban expiar sus
pecados en las llamas de esta gran lucha. Y todos ellos, igual que todas las personas
que participaron en esta guerra, defendían su patria, su vida y su casa, para el
presente y para el futuro. La libertad para sí mismos y para toda la humanidad.

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