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ISSN 0719-4145

Revista de Historia y Geografía Nº 36 / 2017 • 189 - 194


Tribuna

Patrimonio y Memoria:
una relación en el tiempo

Paulina Zúñiga Becerra1

La noción de patrimonio ha evolucionado a lo largo del tiempo. Diver-


sos han sido los autores e intelectuales que se han dedicado a estudiar la
complejidad de este término que, de acuerdo al contexto sociocultural de
cada época, ha estado asociado a diferentes adjetivos culturales, históricos,
naturales, genéricos, entre otros (Choay, 2007: 7). El patrimonio según Choay
(2007) es un concepto nómada que se encuentra en constante transforma-
ción y trayectoria; y que ha pasado de ser concebido inicialmente como un
elemento monumentalista; hasta el día de hoy, en que patrimonio puede
entenderse como una construcción social, que se desarrolla por medio de un
proceso simbólico en que los conceptos de identidad y memoria adquieren
cada vez más relevancia (Dormaels, 2012).

En su sentido etimológico, la palabra patrimonio proviene del latín pater-


el padre y del monere­-recordar-o avisar, interpretado de acuerdo a Dormaels
(2012: 10) como aquello “que nos recuerda a los ancestros”. A pesar de ello,
patrimonio también ha estado asociado a orígenes religiosos, económicos y
jurídicos, que si bien son esferas diversas, todas sus concepciones conver-
gen en que puede ser transferido de generación en generación como una
herencia del pasado (Choay, 2007; Dormaels, 2012). Patrimonio y memoria
parecen ser en este sentido, conceptos que se relacionan y complementan
pero que, sin embargo, el grado y modalidad de su relación es variable a lo
largo de la historia de los estudios patrimoniales. Desde esta perspectiva,
con la finalidad de dilucidar esta analogía, el presente ensayo bibliográfico
tiene por objetivo discutir en base a tres textos: Alegoría al patrimonio
de Francois Choay (2007), Les lieux de memoire de Pierre Nora (2009), e
Identidad, comunidades y patrimonio local: una nueva legitimidad social,
de Mathieu Dormaels (2012), y cómo estos autores vinculan los conceptos
de memoria y patrimonio.

1 Chilena. Geógrafa, Pontificia Universidad Católica de Chile, estudiante de Magíster en


Asentamientos Humanos y Medio Ambiente, Pontificia Universidad Católica de Chile. E-
mail: pbzuniga@uc.cl

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Zúñiga • Patrimonio y Memoria: una relación en el tiempo

Desde monumento a patrimonio: la memoria como eje


transversal
De acuerdo a Choay (2007: 12), los orígenes del patrimonio se encuentran
situados en el mundo occidental aproximadamente durante el siglo XV bajo
la noción de monumento, que se deriva del latín monere (avisar o recordar),
y cuya interpretación hace referencia a “todo artefacto edificado por una
comunidad de individuos para acordarse de o para recordar a otras genera-
ciones determinados eventos, sacrificios, ritos o creencias”. El monumento en
este marco, no es concebido como un elemento neutro, sino que más bien
suscita a través de la emoción y la afectividad una memoria viva, que invoca
el recuerdo del pasado en el presente, y que permite salvaguardar la identidad
de una comunidad determinada (Choay, 2007). A pesar de ello, la esencia
original del monumento perdió progresivamente su función memorial para
adquirir durante el Renacimiento valores asociados a la estética. El auge de lo
artístico, y la aparición de lo que Choay denomina como memorias artificiales
(la imprenta, la fotografía, entre otras), generaron cuestionamientos acerca
del rol del monumento y su valor para las sociedades actuales.

Surge desde esta perspectiva, una diferenciación entre monumento y mo-


numento histórico. El primero de carácter universal, es una creación deliberada
cuyo fin es conmemorar y revivir el pasado desde el presente, pudiendo ser
olvidado e incluso destruido por la comunidad (Choay, 2007: 12). El segundo
por su parte, no se origina necesariamente con fines rememorativos, sino
que más bien se produce por un distanciamiento con el pasado, que permite
identificar a posteriori un objeto por sus diversos valores (Choay, 2007: 17).
El monumento histórico forma parte del presente vivido, y además de ello,
se caracteriza por su necesidad de conservación (Dormaels, 2012).

La Revolución Francesa en el siglo XVIII, y el advenimiento de la Revolución


Industrial durante el siglo XIX, trajeron consigo importantes transformaciones
sociales, económicas y tecnológicas que generaron degradaciones en el en-
torno construido (Dormaels, 2012). La toma de conciencia sobre esta ruptura
histórica influyó enormemente en las políticas de protección y conservación
europeas, que visualizaron al monumento histórico como un reflejo de la
identidad nacional (Choay, 2007; Dormaels, 2012).

La consagración del monumento histórico es un proceso importante


para comprender el vínculo que se establecía entre memoria y patrimonio,
pues este fue interpretado heterogéneamente por parte de los intelectuales
europeos de la época. A modo de ejemplo, Choay sostiene que el francés
Viollet-le Duc promovió la práctica de la restauración e intervención, para
un país en que monumento histórico “no se concebía ni como una ruina ni
como una reliquia perteneciente al ámbito de la memoria afectiva” (Choay,

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2007: 137), sino más bien como un objeto racional y artístico, con un mar-
cado tinte museológico. Ruskin, por su parte, exponente inglés, se oponía al
intervencionismo, otorgándole a la memoria afectiva un rol primordial para
comprender el monumento histórico: “la arquitectura sólo se hará merecedora
de este calificativo si vuelve a apropiarse de su esencia y su papel memorial”
(Choay, 2007: 124). En otras palabras, el monumento era un elemento sa-
grado que debía ser conservado para mantener viva la esencia de quienes lo
construyeron originalmente.

Dormaels (2012: 11) destaca en este contexto, que el monumento si


bien tiene un valor de memoria asociado al pasado, y un valor de actuali-
dad asociado al presente, no será hasta el siglo XX cuando con la llegada
del concepto patrimonio, ambas nociones vuelvan a tomar relevancia. Esta
transición desde el monumento histórico al patrimonio, genera un cambio en
el objeto que se protege, ya no sólo importan, como critica Choay, aquellos
muebles o inmuebles que por su valor monumental e histórico eran de interés
público, sino que se amplía la visión de lo patrimonial hacia nuevas escalas
geográficas, cronológicas y simbólicas (Choay, 2007; Dormaels, 2012). Nora
(2009) subraya, por su parte, que desde el año 1980 cambia sustantivamente
la noción de patrimonio debido a la emergencia de un concepto de memoria
diferente al de historia.

Los Lugares de Memoria: otra concepción del


patrimonio
Historia y memoria no son sinónimos. La primera tiene una vocación
universal, es una representación del pasado que requiere de una operación
intelectual (Nora, 2009: 21). La segunda es, por su parte, un proceso actual,
emotivo y afectivo, que surge desde un grupo social, y que se encuentra en
relación permanente entre el recuerdo y el olvido. La historia se manifiesta
en acontecimientos de carácter objetivo, mientras que la memoria se aferra
a lugares (Nora, 2009: 20-36), y no constituye un elemento único, sino que
existen diversas memorias que son a la vez colectivas e individuales.

El vínculo que establece Nora entre memoria y patrimonio surge desde esta
diferenciación entre memoria e historia. En este marco, sostiene que patrimo-
nio ya no se basa en la herencia de los bienes de generación en generación,
sino que se concibe como un deber de memoria para las sociedades, que ante
una amenazante aceleración histórica han perdido su memoria espontánea:
“si aún habitáramos nuestra memoria, no necesitaríamos destinarle lugares”
(Nora, 2009: 12-20). La materialización de la memoria florece en el siglo XX
producto de una sociedad que ha perdido la manera de relacionarse con el
pasado en el presente, buscando para ello lugares públicos donde anclar sus

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“vestigios, testimonios, documentos, imágenes, discursos, signos visibles de


aquello que ya fue” (Nora, 2009: 26).

El concepto de lugares de memoria surge desde una interacción entre


memoria e historia que incluye tres sentidos: material, simbólico y funcional.
Para que un lugar de memoria sea considerado como tal, debe existir una
intención de recordar, que ya no está primordialmente en manos del Estado
e intelectuales como expuso Choay, sino que en la urgencia de una sociedad
por buscar su pasado e identidad, para “detener el tiempo, y bloquear el
trabajo del olvido” (Nora, 2009: 33). Los lugares de memoria son “restos, la
forma extrema bajo la cual subsiste una conciencia de conmemoración en
una historia que la solicita, porque la ignora” (Nora, 2009: 24). Esta situación,
de acuerdo a Nora (2009: 27), tuvo en la década de los ochenta, implicancias
directas en la concepción del patrimonio, pues se produjo una explosión
memorialista que amplió el concepto hacia todo aquello que tuviese signos
indicadores de memoria, es decir, no existía un límite claro entre lo que se
debía conservar y lo que no.

Tanto Choay como Nora asocian el patrimonio con una función memorial.
La primera enfatizando en que, aparte de su valor estético, los intelectuales
europeos del siglo XIX atribuían al patrimonio un valor conmemorativo; y
el segundo, argumentando que desde el siglo XX se produce el fin de la
memoria espontánea, ante lo cual la comunidad es quien necesita cristalizar
y restituir sus recuerdos a través de soportes externos que le den existencia.
En relación a esto último, Pierre Nora a diferencia de Choay, complementa
el concepto de patrimonio al definir como lugares de memoria elementos
materiales e inmateriales, y al postular que la memoria es expulsada del ám-
bito privado (memoria nacional) para convertirse en un deber de la sociedad
que se resignifica con el tiempo.

Patrimonio como una nueva legitimidad social:


identidad y memoria colectiva
Desde una perspectiva actual, Dormaels (2012) se aparta de la visión
eurocéntrica de Choay y Nora, analizando la concepción de patrimonio en
un contexto en que la mundialización ha generado una revalorización de lo
local como base de la identidad. En este sentido, la noción de patrimonio
se ha ampliado a otras culturas más allá del origen occidental del concepto.
Lo patrimonial ya no se encuentra relegado sólo a los expertos, sino que la
comunidad también tiene la facultad de “hacer patrimonio” como una forma
de empoderamiento local.

El patrimonio es definido según Dormaels (2012: 12) como “el soporte


transmisible de la historia y la identidad en la experiencia colectiva”; su identi-

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ficación se lleva a cabo mediante un proceso simbólico de patrimonialización,


en donde una comunidad reconoce y valoriza un objeto (material o inmate-
rial) que representa su historia e identidad en un momento determinado. Lo
patrimonial expande así su escala temporal, este ya no sólo tiene valor en su
creación (pasado), sino que también en su momento de patrimonialización
(presente), y en aquel en el cual se aprecia (presente del que lo observa).

Dormaels (2012), más allá de referirse específicamente a los conceptos


de memoria y patrimonio, abre una discusión en torno a la relación entre
comunidad, identidad y patrimonio como construcción social. La comunidad
es quien obtiene a través del proceso de patrimonialización, una legitima-
ción social y existencia sin precedentes; en la medida en que a través de él,
se reconocen las prácticas culturales, idiomas y tradiciones que permiten
reconstruir su memoria colectiva. A su vez, concibe al patrimonio como
“un instrumento de gestión sostenible de los recursos”, que tiene un valor
simbólico y de uso para las sociedades (Dormaels, 2012: 14). Surge así el
concepto de ecopatrimonio, que el autor define como “patrimonio concebido,
protegido y explotado por una comunidad, que puede ser reconocido por un
poder legal, que contribuye al desarrollo presente de la comunidad y de su
calidad de vida, y cuyo fin es preservar, comunicar y transmitir la cultura viva”
(Dormaels, 2012: 15). Patrimonio, en este sentido, ha evolucionado cada vez
más hacia aspectos intangibles que permiten conservar la identidad cultural
de una comunidad que quiere mantener vivas sus tradiciones.

En síntesis, se ha observado en el ensayo, cómo a pesar de que la noción


de patrimonio se ha transformado en diversos contextos socioculturales, la
memoria se ha mantenido como eje transversal. En este marco, cabe destacar
que lo patrimonial ha sido pensado, desde su etimología hasta su necesidad
de conservación, como una manera de rescatar, y dar vida al pasado desde
el presente, teniendo así un vínculo directo con la memoria. El patrimonio
ha evolucionado desde una visión eurocéntrica, criticada por Choay, que lo
conservaba por su valor museológico y conmemorativo para el Estado, hasta
un patrimonio entendido como un deber de memoria para la comunidad,
que busca deliberadamente, según Nora, instalar sus recuerdos en lugares
públicos. Actualmente, la comunidad es, según Dormaels, el principal agente
constructor de patrimonio tanto material como inmaterial, motivado por
adquirir empoderamiento y legitimación social como forma de preservar su
identidad y memoria colectiva. Patrimonio es, en definitiva, una construcción
social dinámica cuyo vínculo con la memoria es inseparable.

Referencias bibliográficas
Choay, Françoise (2007). Alegoría del Patrimonio. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.

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Dormaels, Mathieu (2012). “Identidad, comunidades y patrimonio local: una


nueva legitimidad social”, en Alteridades, 22 (43), pp. 9-19.
Nora, Pierre (2009). Les lieux de mémoire. Santiago: LOM.

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