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MUJERES MAL TRATADAS

 Pblicado: Nov 30 2014

Por: Ana Lía Gana [*]


En la época actual asistimos a la presencia a escala masiva de lo que se denomina “evaluación”, somos
todos evaluados y devenimos así devaluados. Es una época de etiquetas, así “mujeres maltratadas”,
“violencia de género”, ha devenido un fenómeno inadmisible social y políticamente, entonces la
llamada violencia de género es una de las etiquetas de este fenómeno social. Pero, ¿qué encierra esta
violencia dirigida al partenaire en la pareja, en el seno de lo íntimo, donde reina la confianza y el amor
que enlaza a los sujetos? Ella es el cajón de sastre donde caben los individuos por compartir un rasgo,
en este caso en particular por el acto violento.

Sabemos que en la historia de la humanidad la violencia ha estado presente en las guerras entre los
pueblos, en los genocidios, los asesinatos y en los llamados crímenes pasionales.

Esto nos indica que en el ser hablante anida el mal.

He titulado esta conferencia “Mujeres Mal tratadas”, porque permite ir de lo general de un fenómeno
que insiste y se reitera en lo social a lo particular del caso.

Siendo que el psicoanálisis se ocupa de lo particular, de la subjetividad de cada uno, es posible a


partir de allí destacar rasgos que se elevan a lo universal, pero sin generalizar u homogeneizar a los
sujetos. Podríamos decir que lo común en estos casos es el pasaje al acto en el que se desata la
violencia.

En primer lugar podemos decir que la violencia es un acto transclínico, es decir que se puede presentar
en distintas estructuras clínicas desde la neurosis a la psicosis.

La psiquiatría en su intento de clasificación y evaluación habla del “síndrome post-traumático” en el


cual ubica la violencia dirigida a la mujer. Pero en este intento de clasificación y evaluación puramente
descriptivo deja de lado la subjetividad.

El psicoanálisis se ocupa de la subjetividad y podríamos interrogarnos sobre esta subjetividad, ¿qué


queremos decir con ella? A diferencia del individuo, indiviso, el psicoanálisis se ocupa del sujeto, y
podríamos interrogarnos sobre este sujeto. El sujeto tal como lo piensa el psicoanálisis es efecto del
significante, de la palabra, es decir, del discurso que lo precede. Así cuando nacemos nos dan un
nombre, ya antes de nacer se piensa cómo va a ser este niño, lo que se espera de él. Entonces el
discurso del Otro encarnado en las figuras parentales y el deseo de ese Otro van a incidir sobre el
niño. La única posibilidad de humanización pasa por esa alienación primera.

Este sujeto del inconsciente se manifiesta en el decir, por eso cuando hablamos decimos más de lo
que sabemos o, lo que es lo mismo, el yo desconoce lo que el sujeto dice. Hay una metáfora para
explicar esto: el esclavo antiguo tenía tatuado en su espalda un códice en el cual estaba escrito su
destino que él mismo desconocía. Es decir que el sujeto porta las marcas del lenguaje. Son entonces
las trazas del discurso del Otro lo que el sujeto porta sin saberlo. A ello se suma el encuentro
contingente con la sexualidad, un encuentro azaroso, que determinará la manera de gozar.

Si el psicoanálisis se ocupa de lo particular, del caso por caso, no atiende a generalidades, y si en la


violencia de género, como una de las tantas formas de la manifestación de la violencia, se habla de
víctima, el psicoanálisis sacude, hace tambalear esta etiqueta para ir al encuentro de lo más peculiar.

Esta etiqueta promovida desde lo social, da consistencia y una falsa identidad, es necesario
conmoverla para ir a lo particular de una historia, a los significantes amos que marcan una vida.
Tenemos que interrogarnos sobre cómo cada época vive la violencia.

La violencia no sólo se da en la pareja, se habla de actos criminales, es decir que en lo humano anida
el mal, lo que llamaremos pulsión de muerte. Esta pulsión atenta contra el propio sujeto y ataca y
destruye el lazo con los otros.

El psicoanálisis hace una clínica de la civilización, está advertido de su época, una época donde los
valores de la tradición han caído, ya no hay grandes ideales. En este contexto la mujer ha ido
conquistando terreno en lo social y su ser mujer ya no se reduce a ser madre.

En la sociedad patriarcal y en el código penal se toleraba que el padre de familia corrigiera la conducta
desviada de su mujer y de sus hijos con una golpiza, ésta no debía superar los 15 días de lesiones en
el cuerpo. Esto era así hasta el año 1973. Quiere decir que en la escena de lo íntimo esto era tolerado
en una época dada, siendo el pater familias el portador de la ley.
Lo íntimo ha devenido público, hay un mayor control social y hay conductas que son intolerables
socialmente. Tras la sociedad patriarcal vivimos en una sociedad que ha visto el declive de esta figura
de autoridad, y este declive de la autoridad ha tenido consecuencias sobre la virilidad dando lugar al
advenimiento del autoritarismo. El hombre, el que llevaba los pantalones, tiene una posición más
frágil en su virilidad, lo cual tiene consecuencias en el lazo con las mujeres, a las que toma por madres,
estableciendo una dependencia abusiva en muchos casos, colocándose en una posición de niño
caprichoso, demostrando su hombría con el golpe. Y yendo un poco más allá podemos decir que la
impotencia para ejercer una función ha llevado a los hombres al ejercicio de un poder. Hombres
impotentes, infantilizados, que frente a mujeres con derechos se ven amenazados y arremeten contra
ellas.

La diferencia entre el hombre y la mujer radica en que el hombre se da la lógica del tener, tiene bienes,
propiedades, objetos y está amenazado de poder perder, está amenazada la lógica del tener. Las
mujeres están en relación al ser y temen perder el amor que les da su ser. Esta lógica se ve amenazada
entonces con perder el amor para ellas y perder sus bienes para ellos, entre los cuales está incluida
la mujer como objeto.

Entonces, ya tenemos aquí una hipótesis para pensar la violencia en la relación de pareja: la impotencia
del hombre para ejercer su función lo lleva al ejercicio de un poder.

Hoy en día se habla de mujeres maltratadas, de violencia de género. Prefiero hablar de las relaciones
de pareja y lo que sucede en ese encuentro íntimo y afectivo y entonces seguir interrogándonos por
qué en este marco se da la violencia.

Para ello me voy a servir de una distinción clara que permite ubicar estructuralmente las cuestiones,
a que hacemos entre pareja imaginaria y pareja simbólica.

Siendo la pareja imaginaria una relación sometida a parámetros imaginarios, el amor se degrada en
una identificación, quedando la diferencia reducida al máximo, por lo que el mundo del sujeto queda
restringido a la dependencia del otro. Esto está propiciado por la historia del sujeto, constituyendo
así el terreno oportuno para desatar la violencia.

Se ataca en el otro, rasgos de uno mismo, el criminal se suicida, como solemos ver en muchos casos
en los que después de asesinar a una mujer, el hombre, la pareja se suicida.

Como bien se ve últimamente en los anuncios contra el maltrato hacia la mujer, en el que se presenta
la degradación del partenaire, con palabras tales como: “tú no sabes”, “tú no puedes”, “eres una tal o
cual”. Lo único que puede hacer una mujer es identificarse con eso que la nombra. Está el terreno
propicio para cultivar el mal que hay en nosotros; la pulsión destructiva, la pulsión de muerte.

En contraposición tenemos la pareja simbólica, donde los elementos que están en juego son el
reconocimiento y la satisfacción. Si reconozco tu particularidad, te reconozco como sujeto y esto
produce una satisfacción simbólica. Esta satisfacción es un límite al goce que está en juego en la
pareja imaginaria. Se trata de un amor digno.

Cuando aludo a lo simbólico, quiero decir el lenguaje, y ustedes conocen bien eso, es lo que se ha
acumulado en los códigos en la historia de los tiempos y eso se diferencia del ser hablante, al que
podemos, como dice Jacques Lacan, pensarlo en una cama, una cama para dos, entonces hablamos
del goce. El derecho conoce esto cuando habla del derecho consuetudinario, es decir que reconoce el
concubinato, dos que se acuestan, pero desconoce lo que está allí en juego.

El derecho se sirve de un término que conoce muy bien, el usufructo, para designar que uno puede
gozar de un bien a condición de no abusar de él, es decir, con un límite, no lo puede vender, ni
empeñar, ni arrasarlo, ni estragarlo. Es decir que el derecho regula lo que tiene que ver con el goce.

Podríamos hablar de mujeres estragadas, mujeres que siendo la posesión de un hombre, como dice
el título de una película: ”La maté porque era mía”, son estragadas por la pareja. Se considera así a la
mujer no como sujeto de pleno derecho sino como objeto de su partenaire. Y esto presentado así es
la cara opuesta del amor, es la cara del goce.

Es del goce que se ocupa el psicoanálisis, y lo que pone un límite al goce es el deseo, el deseo de
reconocimiento o el deseo de ser reconocido como sujeto. El goce es lo que no sirve para nada, no
tiene que ver con lo útil. El goce, la manera de gozar de cada uno, es lo que se trabaja en un análisis
para hacer una conducta, construyendo una ética. Y su herramienta es el deseo.

Disfrutar es el imperativo que está presente hoy en día en la cultura, si hay un empuje al goce, puedes
disfrutar más, ya que la sociedad capitalista te brinda los medios y te llama a disfrutar. Frente a esto,
entonces la política del psicoanálisis es satisfacción. Es la manera de reconocer al sujeto transformado
en consumidor de goce y perdido en la multiplicidad de los objetos de consumo. Siendo este
reconocimiento el que produce satisfacción.

Los fenómenos de la violencia hoy en día están presentes en la cultura y en la pareja, sea ésta
homosexual o heterosexual. El tratamiento que se da mayoritariamente hoy en día a la violencia, es
de índole educativo, se trata de reeducar a los sujetos en relación a un ideal, pero de esta manera se
deja de lado lo particular del sujeto, aquello que es su historia y su peculiar manera de gozar, desear
y amar.

El psicoanálisis sabe del amor porque hizo de él su lazo, la transferencia entre el analizante y el
analista, siendo este amor al saber el que va a permitir a un sujeto encontrarse con esa parte de sí
que desconoce, eso que anida en él que es su goce. El psicoanálisis llama a ese amor un nuevo amor,
porque ese nuevo amor tiene algo de inédito, y permite al sujeto saber de sus amores y de las
repeticiones en la elección de su pareja. Esta elección está precedida por un encuentro contingente
que aconteció en la vida de un sujeto. Son los divinos detalles que hacen de ese partenaire un ser
único y excepcional. Esta elección es diferente en el hombre y en la mujer. En el hombre la elección
es la de un partenaire que está fetichizado, por un rasgo que se destaca, imperceptible para otros. En
la mujer la elección es por amor. Es decir que el hombre elige en relación al deseo y al goce y la mujer
en relación al amor. Hay por lo tanto una disimetría. Esto viene a tirar por tierra el mito de la media
naranja, el mito platónico del amor como complementariedad. Ahora bien, en esa elección, diferente
para cada cual, la violencia puede aparecer, siendo la cara goce del amor.

Tomaremos de Freud la tercera contribución a la Psicología de la vida amorosa, con la que cierra la
serie de: Sobre una degradación general de la vida erótica y Sobre un tipo especial de elección de
objeto en el hombre.

En esta tercera contribución, El Tabú de la virginidad, en la que toma a la antropología como referencia
y nos presenta a través del folklore de los pueblos primitivos, a la mujer como tabú. Lo primitivo hay
que pensarlo como lo éxtimo, es decir como aquello exterior que tiene relación con lo íntimo. A partir
de esta premisa, tenemos una dificultad interpuesta en el hombre para acceder al goce sexual, cuyo
reverso se manifiesta en la mujer como una dificultad para soportar al hombre.
Es decir que este texto nos presenta un tabú en el acceso al Otro sexo: el tabú de gozar. Sabemos
que se erige un tabú allí donde se teme un peligro. Los usos tabúes testimonian de la existencia de
un poder que se opone al amor, rechazando a la mujer por considerarla extraña y enemiga. De esta
manera se enuncia que la mujer es Otra para el hombre, es decir que a este hombre primitivo le parece
incomprensible, llena de secretos, extranjera y enemiga.

El temor se basa quizás en que la mujer es muy diferente al hombre, mostrándose siempre
incomprensible, enigmática, singular y, por todo ello, enemiga.

Se puede oponer el hombre a la mujer como lo mismo y lo Otro. Otro no como adjetivo, sino como
Otro radical, incluso no semejante a ella misma. Esta alteridad de la mujer es el principio de la
degradación.

Freud toma de Crawley el tema del “narcisismo de las pequeñas diferencias”, y deriva de él, de las
pequeñas diferencias, la hostilidad. Es así que el odio se enlaza al detalle de la diferencia, que en
todas las relaciones humanas vemos sobreponerse a los sentimientos de confraternidad, tirando por
tierra el precepto general de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En el narcisismo de
las pequeñas diferencias lo que se odia es el goce del Otro. Eso tiene que ver con lo extranjero y es el
germen de todo racismo: el odio a lo diferente, a lo extranjero y a la mujer. Con esta tesis tenemos
que la violencia tiene su causa en el odio a lo diferente, al goce del Otro. Esto se puede hacer patente
en alguna estructura clínica que otra, en especial en la neurosis obsesiva, en la que reina la
ambivalencia como afecto, la ambivalencia es que el amor se puede transformar en odio, -”no hay
amor sin odio”- dice el dicho popular. Y llevado a su máxima expresión en la paranoia.

Tenemos así esbozadas dos tesis que nos sirven de orientación para pensar la violencia en el seno de
la pareja, la primera se basa en la impotencia del hombre para ejercer su virilidad y la segunda nos
orienta en relación a la pequeña diferencia en la que se enlaza el odio, ya que se odia la manera
diferente de gozar, esta tesis tiene un sentido fuerte ya que es el origen de todo racismo.

[*] A.P. Psicoanalista en Madrid. Miembro de la AMP y de la ELP. Conferencia pronunciada en la UCM.
Facultad de Derecho. DPTO Sociología III, el 11 de enero de 2013.

Tomado de: Revista Letras, N° 6, 2013

http://nel-medellin.org/blogmujeres-mal-tratadas/

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