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Definición de Fragmento
Se entiende por fragmento a toda aquella parte que compone un elemento superior y que fue
voluntaria o involuntariamente separada del resto por determinada razón, por ejemplo porque
se rompió o se partió.
El fragmento es la parte que constituye un todo. El mismo carecerá de sentido per se y por ello
es que debe contextualizárselo para poder comprenderlo. Fuera del todo al que pertenece será
imposible comprenderlo. O sea, solo puede considerárselo en relación al resto de las partes que
lo acompañan en ese todo que integra, imposible es considerarlo por separado de las mismas.
Siempre el fragmento remite a ese elemento macro que integra.
Si bien puede ser que estos fragmentos que corresponden a una obra dispongan una cuota de
sentido per se, siempre, para comprenderlos en efecto y que tengan sentido deben
considerarse en función del todo al cual pertenecen. O sea, podemos ver una parte de la
película y entender, comprender que pasa en una escena con dos personajes que interactúan
pero definitivamente no entenderemos muchas cosas en relación a lo que dicen porque no
hemos visto la obra o película completa.
Con los discursos o comentarios públicos o privados de algunas personas sucede algo símil
Muchas veces se cortan o se difunden fragmentos de los mismos con la misión de causar
simpatía o antipatía en relación a esa persona. Normalmente a esta acción se la denomina
como descontextualización y debemos decir que en algunos casos en los que se realiza con
malicia puede causar muchos problemas.
Como se señaló, la noción de fragmento siempre implica una separación de algo mayor. Esta
separación puede darse de modo voluntario o involuntario. En el primer caso observamos tal
condición cuando una persona toma un fragmento de un texto para citarlo, un fragmento de un
discurso, un fragmento de una pintura o de una creación previa para hacer referencia a
determinadas ideas o elementos que se encuentran en ella. En el segundo caso, un fragmento
es algo que fue encontrado en determinado estado y que no permite conocer todo el conjunto
sino que es una parte del mismo. Una obra o elemento que ha sido fragmentado es aquel que
ya no aparece de manera completa si no que es representada ahora en diferentes partes
divididas entre sí. La desfragmentación de obras de arte es muy común y tiene que ver también
con volver a encontrar nuevos significados a lo que surge de tal división.
El verbo fragmentar da entonces la idea de dividir, de seleccionar, de establecer partes sobre
una totalidad que puede ser más o menos grande dependiendo de cada caso. En muchos
casos, la noción de fragmentar o de establecer fragmentos puede aplicarse a situaciones de la
vida real que tienen que ver con las relaciones entre personas. Así, una persona que fragmenta
a un grupo de personas no se entiende como alguien que lo divide en partes iguales, si no
como alguien que genera quiebres y rupturas entre las diferentes individualidades.
Ahora bien, cualquiera que sea la antigüedad de la que se trate, casi siempre está
incompleta. Toda la tradición antigua está compuesta por fragmentos, es decir que
está mutilada o en ruinas. Por lo tanto, el conocimiento que hayamos sacado de
sus vestigios, fruto del esfuerzo de generaciones arqueólogos, filólogos,
historiadores y archivistas, solo se alcanza tras un proceso muy laborioso y su
resultado es conjetural. Y el hecho de que ese conocimiento sea en gran parte una
sabia conjetura plantea por otro lado un inconveniente gnoseológico evidente
puesto que todo lo que es mera conjetura es, por su propia naturaleza, perecedero
y está sujeto a permanente revisión. Más aún, la naturaleza fragmentaria del
material hace indeterminable la totalidad de referencia que daría sentido y razón a
los fragmentos. No importa de qué se trate, lo viejo y desaparecido nos viene
legado en fragmentos: lo mismo si se trata de una vasija, un túmulo funerario
destrozado por las inclemencias o un montón de huesos. Lo natural o lo artificial,
los fósiles animales o los restos humanos, todo está formado por disiecta membra,
grandes pedazos o pequeñas astillas de lo que en algún momento configuró una
totalidad discernible que se ha perdido.
e) Se requiere diferenciar, pues, algunos fragmentos que son “parte de” y otros que
existen porque han sido previamente discriminados; y otros, al fin, que son una y
otra cosa al mismo tiempo, como la llamada sentencia de Anaximandro o los
bocetos preliminares que realizó Pablo Picasso para componer su célebre
representación del bombardeo de Guernica durante la guerra civil española. Más
aún, la categoría es aún más problemática en casos tales como la última obra de
Miguel Ángel, la llamada Piedad Rondanini, expuesta en el Castillo Sforzesco de
Milán
cuya condición es indeterminable y casi aporética puesto que unos aseguran que
es una obra inacabada, otros que es un estudio desechado por el artista y otros
que es un ejercicio realizado por asistentes y abandonado por el maestro al
observar que la composición está notoriamente fuera de proporciones. La
escultura enseña además por su lado derecho un brazo perfectamente realizado
en medio de una talla sin definir, lo que supone tener que admitir que, en un
presumible alarde de modernismo (!), Miguel Ángel quizá haya tallado a propósito
un fragmento dentro de otro.
a) Los fragmentos que excluyen a los demás y que figuran por haber sido incluidos
en una serie o una compilación o, en general, en un conjunto.
b) Los restos o proyectos inacabados, como las anotaciones que Rafael Sánchez
Ferlosio llama “pecios” en alusión a naufragios del sentido; o las esquelas que
guardaba Ludwig Wittgenstein en una caja de zapatos y que sus albaceas
denominaron Zettel.
c) Las partes desmembradas que el romanticismo alemán prefería como ejemplo
del “estilo” más moderno y que Nietzsche produjo sobre todo al final de su vida
intelectual.
d) Y, por último los ensayos y la prosa o la poesía episódicas y/o epigramáticas.
Una lección más que, sin querer, nos enseña el Libro de los Muertos del museo
egipcio de Turín.
NOTAS
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18
Martin Heidegger
1. “Antes de empezar a hablar sobre el fragmento, hay que decir algo sobre el
todo; de que, por tanto -independientemente de lo que s pueda decir sobre el
todo-, el fragmento es un no-todo”, Kazimierz Bartoszynski, Teoría del fragmento,
Ediciones Episteme, 1998, p.3.
Si la defensa de Adorno por el arte fragmentario pasa por entender que “los
productos supremos del arte están condenados a lo fragmentario, a la confesión
de que tampoco ellos tienen lo que la inminencia de su figura asegura tener”
(2004: 125), es decir, que la perfección parece ser aquello que no está, pero de lo
que participa la obra de arte; en lo ensayístico es la verdad eso que no está y se
confiesa que está ausente. Esa es la humildad de la que habla Enrique Lynch. La
verdad fragmentada es la que se opone a la totalidad, a los sistemas. Por ello, el
fragmento encuentra su apogeo en el Romanticismo y su expansión en la
posmodernidad, porque el Romanticismo se construye sobre la lucha contra los
grandes sistemas filosóficos.
Se podría aducir sobre lo fragmentario, que justamente es un giro retórico del
ensayismo más contemporáneo que acerca a lo estético el decir sobre la verdad y
que busca a través de la experiencia estética dar sentido a un discurso con
pretensiones asertivas.
Así como la vivencia estética, en palabras de Gadamer, “actualiza una plenitud de
significado que no tiene que ver tan sólo con este o aquel contenido u objeto
particular, sino que más bien representa el conjunto del sentido de la vida” (2007:
107), el ensayo fragmentario se acerca a esa experiencia para favorecer el sentido
último, en detrimento del sentido formal de la unidad de significado lingüístico, es
decir, intercambia la retórica completa y compuesta perfectamente, por una más
desprolija y agresiva, porque confía en que allí se dará un sentido auténtico,
completo, en el que entra en juego el otro. Ese ejercicio retórico esconde en el
fondo, por tanto, un objetivo epistemológico: evocar la verdad.
Quizás el fragmento fue la carencia retórica que Heidegger y su proyecto
propedéutico no hallaron para poder comenzar, al final, la última filosofía. Pero es
lógico y con sentido, que las posturas de los ensayistas fragmentarios se asimilen
a las exigencias filosóficas requeridas para el Ser. Heidegger afirma:
el hombre no es un ser viviente que junto con otras facultades posee también el
lenguaje. Mas bien es el lenguaje la casa del ser en la que el hombre, morando,
exsiste, en cuanto guardando esta verdad, pertenece a la verdad del ser. (2000:
324)
Estas proposiciones, no son más que una re-enunciación del célebre leitmotiv: el
“lenguaje es la casa del ser”. Heidegger se cuida en afirmar que no todo lenguaje
(no todo decir) es válido para el Ser. El fundamento básico de este decir tiene
como característica especial la “falta de ser”, de este modo, el fundamento del que
habla le falta algo, está afectado de “no-ser”. Esto provoca que el Dasein, sea ahí,
arrojado y abocado a ser (2006: 42). Por ello, sostiene que el lenguaje permite
cuidar la “verdad del ser” al hombre en su existencia. Sólo cabrá resolver si para
Heidegger, como para los posmodernos y sobre todo, para los románticos, esta
existencia es fragmentaria también. Entonces, el sentido del fragmento se dará la
mano con el sentido del ensayo, pues por analogía la verdad que se enuncia
imitará la verdad de la vida, que -por decirlo en retórica heideggariano- en el
devenir se diluye y olvidamos su significado. Lo fragmentario permite completar en
cada caso el sentido de la verdad. Y el sentido (como ya hemos visto en otro lugar)
es todo lo que hay.
Bibliografía
Adorno, Th.W.; Teoría estética, Akal, Madrid, 2003.
Barthes, R.; “De l’oeuvre au texte”, Revue d’Esthétique, 1971, nº3, p. 220 en
Kazimierz
Bartoszynski, K.; Teoría del fragmento, Ediciones Episteme, Valencia, 1998.
Gadamer, H.-G.; Verdad y método. Ediciones Sígueme, Salamanca, 2007.
Heidegger, M.; Carta sobre el humanismo, Alianza. Madrid, 2000.
Heidegger, M.; Sein und Zeit. Max Niemeyer Verlag, Tubingen, 2006.
Nancy, J.-L.; El sentido del mundo, La Marca, Buenos Aires, 2003.
http://www.ub.edu/las_nubes/archivo/18/ensayo-analogia-fragmento
Detalle de El piano de P. Picasso
Les meves Menines es mouran, es veurà que jo tenia pressa... Potser això és una
reminiscència del ballet Menines més que no pas de Velázquez (Palau i Fabre, pp.
83 y 84)1
Josep Palau i Fabre, gran amigo de Picasso, dedicó una ingente cantidad de
artículos al estudio de la obra del artista malagueño y en especial a Las Meninas.
Según Palau:
L'interès primordial de Les Menines no rau tant en el quadres per ells mateixos
(que seria limitar-lo a un interès estètic) com en l'encadenament i el pas d'un
quadre a l'altre (Palau i Fabre, p. 1000) 2
Como no era la primera vez que Picasso hacía algo parecido, todo apunta a que el
proyecto fue concebido como un work in progress donde el pintor iría dejando
constancia de todo el proceso de asimilación y posterior deconstrucción de la obra
original de Velázquez. Los diferentes ensayos y estudios que iban surgiendo
podían reseguirse como una serie articulada que dejaba al descubierto el proceso
de descomposición de la obra inicial, ya que con el nombre de Las
Meninas estamos designando a la vez la serie y la primera pieza. Así, como si de
una danza se tratara, a partir de un impulso el pintor iba desencadenando toda una
serie de movimientos fijados en otros tantos cuadros que constituían la obra en sí
independientemente de la pieza inicial.
Cada una de las variaciones formales que Pablo Picasso realizó para crear Las
Meninas daba lugar además a una obra perfectamente acabada destinada a
descubrirnos una parte de la obra inicial todavía no desvelada y no muy diferente
de cualquier otro cuadro de su etapa cubista. En el homenaje y crítica a Velázquez
que son Las Meninas cada personaje tenía una historia propia, cada escena unos
protagonistas diferentes, cada uno de los elementos del cuadro quedaba
emancipado de la pieza principal.
La serie se establecía por un lado como una sucesión de ensayos que a la postre
permitían al pintor descomponer una pieza “ideal” y, por otro, como todo un elenco
de cuadros independientes que el espectador podía disfrutar de forma unitaria sin
tenerla en cuenta. Así, todo el proceso de deconstrucción que Picasso realizó a
partir de Velázquez no habría resultado simplemente en material complementario
de menor valor en virtud de una pieza inicial más acabada y que sintetizara de
golpe todo lo hecho posteriormente, ni en una serie que tuviéramos que reseguir
de forma obligada a riesgo de perdernos algo. No creo equivocarme si digo que al
contemplar cada una de las piezas que integran la colección nos sobreviene una
sensación de fragmentariedad en la obra. A destacar aquí que la concepción de
esbozo o fragmento de cada uno de estos cuadros la tenemos tan solo porque
sabemos de la existencia de la obra primera, más grande en formato y que parece
contener elementos de todas las otras restantes.
Llegados a este punto convendría precisar que en ningún caso estamos diciendo
que la obra de Picasso o en concreto Las Meninas sea una obra fragmentaria per
se. Lo que intentamos aclarar desde un inicio es que la forma como nos ha llegado
dicha obra, la manera como la recibimos como espectadores, ya sea por voluntad
del propio artista o del museo que decide exponer la obra de una u otra manera, sí
que es fragmentaria. De esta manera, si el retrato de Jacqueline o los cuadros de
los pichones se nos hubiesen presentado separados del resto, nunca hubiésemos
tenido la sensación de parcialidad que sobreviene cuando uno a uno vas viendo
los cuadros.
Ya Friedrich Schlegel muchos años antes exponía este problema de perspectiva
juzgando rotundamente que “en poesía todo lo que está acabado puede estar
incompleto, y todo lo incompleto formar, en realidad, algo acabado” (Fragmento 14
del Athenaeum; Schlegel, p.29). En un sentido u otro, según se desprende de las
palabras de Schlegel, y luego volveremos sobre ello, el único punto de partida
válido para considerar el fragmento y lo fragmentario sería el todo, la unidad.
Una cosa está clara sin embargo del ejemplo de Las Meninas: desde un inicio el
pintor quería que la obra fuese integrada de forma seriada por diferentes cuadros y
precisamente por ese hecho se nos ofrecen dos perspectivas sobre la misma: una
total (encarnada en la primera pieza sobre todo) y una parcial o fragmentaria
(constituida por la serie de cuadros posteriores). Tanto si nuestra experiencia es en
un sentido u otro, una pregunta queda en el aire…
II
¿De qué depende que consideremos una obra como fragmentaria? Cuando
hablamos de un supuesto género o estilo fragmentario en las artes o en literatura o
cuando queremos hacer un distinción entre aquellas obras que son fragmentarias y
aquellas que no lo son, muchas veces no tenemos en cuenta algo tan obvio y que
debiera ser el punto de partida de cualquier consideración que sobre la materia
queramos hacer, a saber, que cuando hablamos de fragmento lo estamos
haciendo de un pedazo de algo: el fragmento se opone irremediablemente a una
totalidad que se nos puede presentar de forma velada o explícitamente.
Así como muchas veces no podemos aprehender (por un problema de tiempo) una
novela en su totalidad, ver un edificio (por un problema de perspectiva) en toda su
altura o comprender una idea (por un problema de complejidad) en toda su
profundidad, sí que podemos hacerlo capítulo a capítulo, piso a piso o punto de
vista a punto de vista. De la misma manera no podemos llegar a captar la
fragmentariedad en un objeto, teoría u obra si no podemos hacernos una idea por
vaga que sea de la totalidad que la englobaría, si no la concebimos como parte de
algo más vasto.
El crítico polaco Kazimierz Bartoszynski en su artículo Teoría del fragmento da una
explicación bastante precisa y sencilla de cómo abordar cualquier consideración
que sobre la cuestión se quiera hacer:
El segundo tipo de fragmentación accidental del que nos habla Bartoszynski puede
ser definido como un “indicio, síntoma o huella de cierto hecho como la pérdida de
la obra o la imposibilidad autoral de concluirla” (Bartoszynski, p.10). Si en este
caso el fragmento nos viene dado junto con la imposibilidad de acceder a la obra
completa ya que ésta se ha perdido, destruido o extraviado, otras veces será el
mismo autor el que por voluntad propia juegue a perder, destruir o extraviar la
parte restante que en todo caso seguirá existiendo dentro su horizonte creativo:
Como una pequeña obra de arte, un fragmento debe estar aislado del mundo que
lo rodea y ser, en sí mismo, acabado y perfecto como un erizo (Schlegel, p. 105).
El fragmento antes que nada será individuación para los románticos alemanes (la
metáfora del erizo es en este sentido bastante elocuente). Éste se caracterizará
por la ruptura o el aislamiento respecto a la totalidad. Según Lacoue-Labarthe y
Nancy, “la obra fragmentaria no es ni directa ni absolutamente la Obra. Y, sin
embargo, es en su relación con la obra donde hay que captar su individualidad
propia” (Lacoue-Labarthe y Nancy, p. 88).
Así, recuperando las palabras de Schlegel que proponían a la poesía como parte y
todo a la vez, el fragmento funciona simultáneamente como un resto de
individualidad y como individualidad propiamente dicha. Es por este motivo que
sus definiciones pueden ser muchas veces contradictorias. A como conjugar estas
dos acepciones del fragmento dedicará gran parte de su actividad crítica el Círculo
de Jena:
Para ver como los jóvenes románticos alemanes del Círculo de Jena superan la
dicotomía entre la parte y el todo hay prestar atención al concepto
de witz, entendido éste como ingenio pero también como descubrimiento, como
producto de la reunión heterogénea de materiales, de la pluralidad de géneros u
obras. El witz es entendido por los románticos como una facultad del espíritu,
como un saber inmediato, absoluto, parecido a la poesía.
Con el witz podemos volver por última vez a Picasso y a sus Meninas, en concreto
y de nuevo al piano. Palau i Fabre nos explica como el pintor topa casi por
accidente con la imagen que vemos encabezando este artículo:
III
Kazimierz Bartoszynski se hacía eco en su libro Teoría del fragmento de unas
declaraciones que el crítico alemán Walter Hilsbecher utilizaba para explicar la
suerte de lo fragmentario en nuestra época:
NOTAS
1 Mis Meninas se moverán, se verá que yo tenía prisa... Tal vez esto es una
reminiscencia del ballet Meninas más que de Velázquez.
2 El interés primordial de Las Meninas no recae tanto en los cuadros por sí mismos
(que sería limitarlo a un interés estético) como en el encadenamiento y el paso de
uno a otro.
Obras citadas
BIBLIOGRAFÍA
http://www.ub.edu/las_nubes/archivo/18/indicios-totalidad
Viajeros por los islotes: Sobre la escritura
fragmentaria
Pepa Medina
El pensamiento del universo y de su armonía es para mí uno y todo; en este
germen veo una infinidad de buenos pensamientos, y siento que sacarlos a
la luz y darles forma es el auténtico destino de mi vida.
(Friedrich Schlegel. “Poesía y filosofía” en Sobre la filosofía (1799).
Traducción de Diego Sánchez Meca y Anabel Rábade. Madrid: Alianza, 1994,
79).
La escritura instaura sentido sin cesar, pero siempre acaba por evaporarlo:
procede a una exención sistemática del sentido. Por eso mismo, la literatura
(sería mejor decir la escritura, de ahora en adelante), al rehusar la
asignación al texto (y al mundo como texto) de un “secreto”, es decir, un
sentido último, se entrega a una actividad que se podría llamar contra
teológica, revolucionaria en sentido propio, pues rehusar la detención del
sentido es, en definitiva, rechazar a Dios y a sus hipóstasis, la razón, la
ciencia, la ley.
(Roland Barthes. El susurro del lenguaje. Traducción de C. Fernández
Medrano. Barcelona: Paidós, 2009, 81).
II
El poeta Fernando Pessoa dijo que somos como “islas en el mar de la vida”. Así
como toda isla está rodeada por el mar, que la une y la separa de otras islas,
también nosotros vivimos rodeados de discursos y de textos, lo cual significa que
hay “relaciones dialógicas entre los textos y dentro de los textos”2, que podemos
navegar por el mar de los signos, recorrer ese espacio de la escritura, entrar en
diálogo con los pensadores, en esta compleja interrelación entre “el texto, como
objeto de estudio y reflexión, y el contexto como su marco creado (pregunta,
objeción, etc.)”3. Intertextualidad es el términoacuñado por Mijaíl Bajtínpara hablar
de la relación que un texto (oral o escrito) guarda con otros textos (orales o
escritos), ya sean contemporáneos o anteriores. En la misma línea, George
Steiner4 considera que el hacer de la comunidad humana está fundada en otro
hacer suyo; el que escribe convoca sin tener en cuenta la cronología otras voces y,
diciendo con su escritura, conjurará a un sucesor. Quizás la fantasía artística, sólo
“recombina, des-ordena, hace un mosaico de formas, materiales y elementos que
de hecho ya están ahí”5. Como lectores y productores de textos, estamos
implicados en una práctica de lectura y escritura con tareas muy variadas: algunos
de ellos pueden conducirnos a una reflexión, otros nos permiten leer y soñar. Hay
textos, cuya potencia y fuerza se determina porque provocan en nosotros el deseo
de decir con la escritura una palabra singular.
Para Barthes,un fragmento escomo un islote que proporciona placer o goce al
sujeto que lo lee. Islote, es el significante metafórico que utiliza para hablar del
texto, como Blanchot utiliza el término “islas de sentido” para hablar de
determinades frases poéticas. Los fragmentos son así textos de menor o mayor
extensión y -como los islotes-, se distinguen entre sí por el corte, por la falta de
continuidad de la materia de los signos que permite separarlos. A partir de esta
definición del término “texto” y de considerar el fragmento como tal, me ha surgido
la imagen de un rosal que permite entender la conexión. Observemos esta
fotografía:
Vemos una rosa semi-abierta, junto a capullos por abrir. Cada rosa es una unidad
con sus componentes conectados entre sí; el rabillo del tallo cumple la función de
sostener e individualizar cada rosa y diferenciarla de las demás, pero a la vez, la
multiplicidad de tallos a partir de un tronco común, permite que se puedan no sólo
delimitar, sino también conectar para que entre ellas haya una relación. ¿No
resulta adecuada esta imagen para hablar de lo Uno y lo múltiple?¿de
la diferencia como la no identidad de lo mismo? Esta idea de conexión también la
podríamos aplicar, por analogía, a la concepción de la reflexión de los románticos
tempranos, que entendían “la infinitud de la reflexión como una infinitud de
la conexión”6,en la que todo debía conectarse de modo infinitamente múltiple,
sistemático. También puede ser una imagen sugerente para pensar
la intertextualidad en la que está inserto todo texto.
III
T. W. Adorno7 sostiene que fueron los románticos los que conciben el fragmento
como “obra no completa sino que procede al infinito mediante la autorreflexión”.
Los románticos defendían un motivo antiidealista en el seno mismo del idealismo.
En otro ensayo considera el fragmento como forma filosófica que retiene en su
seno algo de aquella “fuerza de lo universal que se pierde en el proyecto integral”8.
De modo más romántico que hegeliano, Adorno defiende una concepción del
espíritu estético como fragmentación de una unidad siempre buscada9. La primera
pareja de conceptos que aparecen en la Teoría estética: el todo y las partes
(unidades, momentos) son puestos en tensión para formular esta relación.
La escritura fragmentaria es la forma propia del proyecto romántico, segmento de
algo futuro indefinidamente en devenir. Los románticos prestaban particular
atención a la fase inicial del producto poético como ocurrencias ingeniosas
surgidas en un momento de inspiración que van a constituir el inicio fragmentario
de un todo más amplio. Entramos en el espacio de la creación, ante procesos
creadores y ante productos que se presentan como resultado de una reflexión.
Schlegel toma de Novalis la idea de considerar los fragmentos como semillas,
capaces de provocar un sentimiento o una intuición. Se trata de conjeturas,
ocurrencias ingeniosas, indicios de ideas. Así expresa Schlegel este pensamiento
en uno de sus Fragmentos:
IV
aceptará la disyunción o la divergencia como el centro infinito a partir del cual, por
el habla, debe establecerse una relación; arreglo que no compone, sino que
yuxtapone, es decir, deja fuera unos de otros los términos que se relacionan,
respetando y preservando esa exterioridad y esta distancia como el principio –
siempre destituido- de toda significación22.
¿Qué puede significar que la ley está afuera? ¿Que el escritor deja fuera los
términos que se relacionan? En la línea de Bajtín, podemos pensar al escritor
como “alguien que es capaz de trabajar con la lengua situándose fuera de ella,
alguien que posee el don del habla indirecta”23.
Esta discontinuidad del fragmento la podemos percibir cuando leemos textos del
estilo de René Char, en los cuales, no es que no se pueda dar sentido al texto,
sino que realiza la pluralidad de sentidos. Sin embargo no está abierto a todos los
sentidos, porque si fuera así, ese texto se vuelve ininterpretable, puesto que la
legibilidad, aunque no sea nunca unívoca, siempre supone que el sentido sea
limitado. Ahí tiene interés, el concepto de significancia que pone de relieve
Barthes28. Pero, aparte del sentido que no se cierra, hay otro elemento muy
importante, que es la musicalidad del fragmento29, como el haiku. La esencia del
haiku es "cortar" mediante la yuxtaposición de dos ideas o imágenes separadas
por un término "cortante" o separador. Esa musicalidad la podemos escuchar en el
siguiente fragmento del poema Sprachgitter de Hölderlin, donde el lector puede
captar, por el juego de combinaciones de los signos, segmentos sonoros que el
poeta los había colocado unos detrás de otros en discontinuidad, pudiendo así
escuchar, a través de su voz, las resonancias del significante:
Notas
1 Ibid., 80 y 89.
3 Ibid., 297.
7 Adorno, Th. W. “El ensayo como forma”, en Notas sobre literatura. Obra
completa, 11. Traducción Alfredo Brotons Muñoz. Barcelona: Akal, 2003, 26.
15 Idem.
26 Ibid., 179.
28 Idem, 180.
29 Ibid., 182.
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4416003
Referencias
Adorno, Th. W. “El ensayo como forma” en Notas sobre literatura. Traducción
Alfredo Brotons Muñoz. Barcelona: Akal, 2003.
Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Traducción de Eduardo
Molina. Madrid: Siglo XXI, 1982.
______. Roland Barthes por Roland Barthes. Traducción de Julieta Sucre.
Barcelona: Paidós Ibérica, 2004.
______. Variaciones sobre la escritura. Traducción de Enrique Folch González.
Barcelona: Paidós, 2002.
______. El placer del texto y lección inaugural. Traducción de Martí Soler. México:
Siglo XXI, 1998.
______. El grano de la voz. Entrevistas 1962-1980. Traducción de Nora Pasternac.
Buenos Aires: Siglo XXI, 2005.
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Paidós, 2009.
Benjamín, W. “El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán” en Obras.
Traducción de Alfredo Brotons Muñoz. Madrid: Abada, 2006.
Blanchot, Maurice. “Heráclito” en El diálogo inconcluso. Traducción de Pierre de
Place. Caracas: Monte Ávila, 1970, pp. 149-162.
______. “René Char y el pensamiento de lo neutro” en El diálogo inconcluso.
Caracas: Monte Avila, 1970, pp. 469-480.
______. “Palabra de fragmento” en El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila,
1970, pp. 481-488.
______. “El Athenaeum” en El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila, 1970, pp.
543-556.
______. Nietzsche y la escritura fragmentaria. Referencia en línea:
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_____. La bestia de Lascaux.Traducción de Alberto Ruiz de Samaniego. Madrid:
Fata Morgana, 2001.
Lyotard, Jean-François. “Música, mútica”, en Moralidades posmodernas.
Traducción de Agustín Izquierdo. Madrid: Tecnos, 1998.
Schlegel, F. Fragmentos, volumen 20. Traducción de Emilio Uranga. Barcelona:
Marbot, 1958.
______. Poesía y filosofía. Traducido por Diego Sánchez Meca y Anabel Rábade.
Madrid: Alianza, 1994.
Schmidt, Roman. Ce qui ne réussit pas reste nécessaire: La Revue
Internationale/Gulliver (1961-63). Espace Maurice Blanchot. www.blanchot.fr.
Referencia en línea:
http://www.blanchot.fr/fr/index.php?
option=com_content&task=view&id=210&Itemid=41
http://www.ub.edu/las_nubes/archi
vo/18/escritura-fragmentaria-
islotes
18
Seuñuelos
Jordi Vernis
La impaciencia. Esa es la clave. Sobrevuela todo lo fragmentario - que no todo
fragmento-, aunque no sé si es acertado decir que es su explicación última.
Hacerlo sería casi una acusación. Porque es Sören Kierkegaard quien me da esta
clave, en una de sus acusaciones. En sus notas autobiográficas anotadas y
publicadas a modo de “Diario íntimo” - suficientemente fragmentarias, por cierto,
aunque no es intención de este texto dilucidar acerca de cuáles son los límites de
lo fragmentario como género-, el autor de Temor y temblor la toma con los
místicos. No le caen bien. Le parecen, precisamente, impacientes.
Preguntarse sobre el fragmento, más que abordar las condiciones formales y las
distintas categorías que lo forman, debería ser una pregunta acerca de cuándo
sobrevino el interés por tal concepto. Es difícil marcar el momento en que, de
manera gradual, algo parecido al gusto por lo fragmentario aparece, tan difícil
como asegurar que tal aprecio por lo inconcluso no haya existido ya desde
siempre. Lo que sí parece sensato afirmar es que los analistas del fragmento, o
aún más, sus apologistas, conscientes de querer construir un ideario estético a
partir de colocar lo incompleto en un lugar preferente, llegan con la crítica
romántica.
“El poema de los salvajes es una narración sin principio, nudo ni final, el placer
que experimenta es sólo patológico, simple ocupación, mera activación dinámica
de la facultad imaginativa”. (Novalis, 1998, p. 201)
“La escritura de la novela no debe ser un continuum; en cada período tiene que
haber una construcción aislada -limitada- un todo propio”. (Novalis, 1998, p. 215)
“Narraciones sin coherencia, pero con asociación -como los sueños-. Poemas,
simplemente melodiosos y llenos de bellas palabras, pero también sin sentido ni
coherencia -como máximo estrofas aisladas comprensibles- no deben ser más que
fragmentos de las cosas más diversas. La verdadera poesía puede tener como
máximo un sentido “alegórico” en su totalidad y producir un efecto indirecto como
la música -por eso la naturaleza es auténticamente poética- así también la
habitación de un encantador -de un físico- la habitación de los niños, la vigilia de la
boda y la despensa”. (Novalis, 1998, p. 217).
¿Es eso lo que nos atrae de lo fragmentario? ¿Que pone en marcha la imaginación
sin ningún propósito? ¿Que atrae gracias a ciertas resonancias? La estética
kantiana y el juego en Schiller resuenan de fondo. Pero, más importante que ser el
padre de la criatura y el primero en tematizarla con acierto, es que el primer
romanticismo alemán nos muestra algo así como la comprensión de cierto modo
no ya de hacer, sino de estar, que sucede desviándose de la unidad: “Por todas
partes buscamos lo incondicionado, pero siempre encontramos sólo cosas”
(Novalis, 1998, p.57).
*
No nos hemos desviado del tema: si vamos a los primeros comentaristas de lo
fragmentario, constatamos que hay una alusión constante a la redención. Tal
elemento trascendente parece ser crucial para poder indicar en qué momento se
empezó a cultivar el aprecio por el fragmento, por lo no definitivo como material
autónomo sobre el que trabajar. Esto es importante no sólo para la escritura, sino
para toda la producción cultural. ¿Cuándo empezó el esbozo, el dibujo
preparatorio, a estar tan valorado como una representación oficialmente
finalizada? ¿O las etapas de juventud y vejez de un artista por encima de su
producción “de madurez”?
Y es que los márgenes son, desde hace tiempo, aquél espacio privilegiado que
priorizamos por encima de lo unitario y central. Y esto se relaciona directamente
con la cuestión de lo fragmentario (y con los atajos que, como buen protestante, no
le gustaban a Kierkegaard). Pero a nivel general. El arte joven sigue siendo hoy la
perita en dulce de la producción artística contemporánea, que proyecta en el artista
precoz toda una serie de atributos que de manera fetichista espera encontrar en
sus obras: menos sujeción a las reglas, descaro, riesgo, búsqueda de formas
propias, etc.
Algo que, sin que nadie haya explicado por qué, es menos probable encontrar en
la obra de un creador adulto, a no ser que vayamos a sus años de senectud: las
últimas creaciones, cuando se obvian de nuevo las reglas, puesto que una vez
dominadas, pueden infringirse, y se llega a vislumbrar algo insólito. Por no hablar
del valor añadido que obtienen esos momentos límite si encontramos cierto
componente de locura o demencia. Ha sucedido con Goya y Rimbaud, pasando
por Strindberg, Artaud y un largo etcétera.
Bien podría ser una opinión parcial del propio Goethe. Aunque recordando esa
ansia por encontrar lo insólito en el arte, siempre es apropiado recordar el caso de
Hölderlin. Cuántas veces se ha recurrido al título de “poesía de la locura”, en un
intento mercadotécnico de abordar los márgenes, para presentar el trabajo poético
de los últimos años de vida del autor. Un trabajo que, por otra parte, es lo más
clásico, simple, sereno y normativo que ha dado el romanticismo alemán. La
contemplación de una verdad revelada tal y como ésta debería mostrarse si es en
realidad tal cosa: sin metáforas ni extrañezas. Sólo con las palabras necesarias.
Lo que nos enseña Hölderlin, es que la búsqueda del valor en los márgenes es un
trampantojo. Su poesía se instala en los márgenes, pero para devolvernos de
golpe y porrazo al centro. Lejos de cualquier viaje hacia lo maldito, hacia las ruinas
o hacia los despojos de la Historia. La apología de los márgenes, así como la
estética de lo fragmentario, deben siempre hacer frente a la ansiedad de una
utopía no alcanzada aún, pues por muchas salidas de emergencia que hayamos
tomado, parece ser que por la vía de lo remoto tampoco llega la salvación. El
camino del centro a los márgenes es el mismo que el que lleva de los márgenes al
centro.
O peor aún, quizás lo que eso significa es que no hay más revelación, más
salvación, que lo que ya conocemos. ¿Márgenes? Los hay, pero no llevan a ningún
sitio distinto del centro, distinto de lo ya transitado por todos. La alegoría del siglo
XVII es apocalíptica, no hay Dios y lo terrenal es caduco. Hay un estado de
urgencia que lo inunda todo. Durante todo el siglo XX y también a día de hoy
nuestra relación con lo fragmentario es idéntica: nada de lo que hay satisface una
realidad personal y social a la que cabe enriquecer con aquello que nadie ha
advertido antes.
El ámbito político es un buen ejemplo: la búsqueda de los límites del pacto social,
el intento de concebirlos desde los márgenes, junto a las distintas propuestas que
en política se presentan como rupturistas o alternativas, siguen el mismo esquema.
Caen en la misma trampa que nosotros con el fragmento: creer que se transita por
los márgenes, cuando en realidad se recorre el mismo camino que por la senda
conocida. Pero dando más vuelta. No existe la periferia transgresora.
Bibliografía
Benjamin, Walter (1990), El origen del drama barroco alemán, Madrid, Taurus.
_____________ (2005), Libro de los pasajes, Madrid, Akal.
Novalis (1998), Fragments. Edición de Robert Caner-Lieder. Barcelona, Quaderns
Crema.
http://www.ub.edu/las_nubes/archivo/18/se%C3%B1uelos
Crítica fragmentaria
El momento es ahora
Comisario: Manuel Segade. Galería Moriarty. Libertad, 22. Madrid. Hasta el 6 de
mayo. De 800 a 12.000 euros.
ABEL H. POZUELO | 29/04/2011 | Edición impresa
Una de las líneas de trabajo de Itziar Okariz (1965) estudia relaciones entre
sujetos en y con contextos políticos y culturales. Su primera obra aquí trascribe
el texto de la acción en que crea un galimatías repitiendo “Si tú eres tú y yo soy
yo, ¿quién es más tonto de los dos?”. Hipnótica, extenuante, cómica y sutil,
empotra el juego infantil y absurdo contra el desconcierto que se da en
la pugna entre sujetos y sexos. La segunda, registra el sonido de la acción
en que provocaba al público del Guggenheim para que se uniera a su aplauso
sin más móvil que la acción en sí y su germen de comunicación humana
elemental.
Náusea y alergia, Lobsang Castañeda, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2013, 138 pp.
Además del Zibaldone, El libro del desasosiego, la obra de Cioran
y ahora éste de Castañeda, muchos otros libros fueron concebidos
por fragmentos: las muy abundantes greguerías de Gómez de la
Serna (quien escribió proximadamente cincuenta mil de ellas en
los casi veinte libros que publicó a lo largo de su vida) o la obra
aforística del catalán Jorge Wagensberg. Incluso los célebres
poemínimos, esa especie de haikús humorísticos de nuestra
literatura, de Efraín Huerta, tienen algo de la síntesis, del juego de
conceptos y lingüístico, de la agudeza que deben tener las
máximas, sentencias o aforismos y que ahora conservan, por qué
no decirlo, varios de nuestros tuits. Yoel Hoffmann, un escritor
israelí que ha construido su obra a base de fragmentos, sentenció:
“Por donde se le vea, los fragmentos de las cosas también son
enteros a su manera”.
Así, el común denominador de estos libros es su carácter
fragmentario, pero también comparten un rasgo filosófico y
pesimista. Sobre lo primero habría que agregar que lo que empieza
como un juego o experimento acaba por definir la escritura y el
libro. En su calidad de provisional, para la concepción de obras
futuras, el fragmento queda sostenido por sí mismo. En estos
títulos, el ensayo no lineal, como lo definió Heriberto Yépez,
permite que tengan cabida lo mismo apuntes, notas, ensayos
cortos, ideas al vuelo, incluso si sus argumentos se contradicen,
pues en su concepción muestran todas las caras, todos los posibles
argumentos de una hipótesis. Este tipo de ensayo no por
fragmentario demanda menor concentración por parte del lector: el
fragmento podría parecer de una lectura engañosa (dada su
aparente facilidad), pero la superposición de ideas, el ir y venir,
necesita de asociaciones mentales que mantengan el hilo
conductor. Finalmente, como en todo el arte actual, el lector será
el responsable de aportar sus propias ideas para obtener las
conclusiones.
Castañeda le dedica su libro al filósofo alemán Arthur
Schopenhauer por haber escrito Los dolores del mundo. Esther
Seligson, por su parte, escribió: “todo en Cioran es negación, sin
por ello caer en la definición de nihilista o de fatalista, aunque le
venga de Nietzsche y de Schopenhauer”. Si bien no nihilista ni
fatalista, Cioran tomó de Schopenhauer el pesimismo
característico de su pensamiento, pues es evidente que el alemán
fue una influencia determinante en la obra del rumano-francés. No
sé si Leopardi en alguno de sus viajes pudo conocer la obra del
alemán, o éste la de aquél, dado que prácticamente son
contemporáneos (o incluso si Castañeda ha leído algo
del Zibaldone de Leopardi), pero al menos encuentro un punto en
común en ellos: ambos fueron lectores voraces desde temprana
edad, y su pesimismo ante el mundo y la humanidad es
consecuencia del alejamiento que demanda la lectura. Los tres
comparten una visión no muy esperanzadora del mundo.
A la manera de Leopardi y Cioran, Lobsang Castañeda se ocupa
de todo lo cercano: de la literatura, pero sobre todo de la filosofía
y de la decepcionante vida diaria. Los tres coinciden en ver a las
sociedades de su tiempo y de sus respectivos espacios convertidas
en una entidad envilecida gracias a la frenética vida cotidiana.
Cada uno, con un concepto propio, se refiere a lo mismo. Por su
persistencia de visiones macabras, Cioran se define en un
fragmento de sus Cuadernos como “un eremita en pleno París”, es
decir, alguien que voluntariamente se ha alejado del bullicio. El
título del libro de Castañeda, Náusea y alergia, remite a la
dualidad del adentro seguro y el afuera hostil, el individuo contra
la sociedad, “el mundo y yo”, según Cioran, entre los cuales uno
debe interponer una sonrisa, “aprender por fin a llevar la
máscara”. Lo que Castañeda llama “civilización funcional”, pues
dice que “vivimos atrapados en una funcionalidad eterna. Somos
funcionarios, funcionamiento”; por eso al morir finalmente
descansamos, acabamos por “no servir para nada”. Por ser más
laborioso, dice Leopardi, “pesa mucho más el odio que el amor de
los hombres”, pues al hacer un favor a alguien nos ganamos el
odio gratuito de un tercero. Desde luego, aquí no hay mensajes
optimistas como en los libros de superación personal, porque en
estos tres lúcidos títulos se muestra a la humanidad en su forma
más pura y descarnada, no como la que encarna la esperanza y
salvación del mundo sino la que, día a día, cava su propia
catástrofe.
http://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/breve-genealogia-del-ensayo-fragmentario/
https://elvuelodelalechuza.com/2017/12/02/el-poder-del-fragmento/
ollantayaqp@hotmail.com
Hace algunos años publique en le diario Noticias de Arequipa, en mi denominada
“Serie de escritores arequipeños”, un artículo que habló sobre hasta la entonces obra
de Juan Alberto Osorio (1), quien fue mi profesor en la Universidad Nacional de San
Agustín, y ahora es un amigo. Al final de ese artículo mencioné que sería interesante
leer la novela que estaba escribiendo: “La Frontera”. Recuerdo bien que esta obra la
fui conociendo todavía allá por 1996, cuando Juan Alberto, me entregó unos
borradores para que los leyera, se trotaba de sus primeros capítulos. Hace poco, fui
por su casa, y de un a forma muy literaria, intercambiamos obras, es decir, él me
entregó un ejemplar de su novela y yo le di a cambio la mía, que ya había publicado
meses atrás.
Esta novela aborda, en primer lugar, una magia implícita, que se da a través de una de
un lenguaje poético, inmersa en la fábula de la narratología que emplea, es decir,
escenas que se dan en la historia, mezclada con el estilo de contar la misma historia.
Ese lenguaje poético muestra una eufonía acústica (2), porque si una va leyendo los
párrafos descriptivos, se da cuenta que la sonoridad de las oraciones son gratas al
oído. Además hay que resaltar, que dentro del discurso literario, aparece la narración
oral, contado a través de un narrador testigo en primera persona, que aparece
esporádicamente, inmerso en la historia, ya que se mantiene al margen de algunas
observaciones que la misma historia fabuladora se abre paso sola, en medio de los
diversos acontecimientos que ocurren en la ciudad San Juan de la Frontera, y en
especial, en la Universidad de La Frontera. Por ello, la fluidez oral, en las oraciones
que van tejiendo el relato, muestra una sintaxis con toque de barroquismo por la
densidad que sume al lector en la historia, similar a lo de Gabriel García Márquez en
“Cien años de Soledad” o “El perfume” de Patrick Shuskin. Quizá, por ese elemento
Barroquista, se leen adjetivos necesarios para ampliar la descripción de la novela,
aunque haya poca caracterización de los personajes, pero esto no desmerece el
aporte literario de toda la novela en su conjunto.
Por lo que se puede inferir, son elementos personales que aparecen en la novela,
incluso, rememorando la nostalgia de fundación de la Universidad La Frontera, dese
los siglos XVI, XVII y XIX. En todo este lapso de tiempo, van apareciendo situaciones
curiosas que se supone el narrador encontró en unos folios antiguos y que dan realce
a todo el esplendor de lo que aconteció en esa Universidad. Esta vistosidad, hace que
coherentemente, la entrada y salida de los personajes en la trama, sea bien justificada
e incluso, no se vuelve a mencionar a otros personajes que quedan en el olvido.
CONCLUSIÓN FINAL
Todo este análisis lo fui armando, de acuerdo a la obra anterior de Juan Alberto, es
decir, sus cuentos del “Hijo mayor” y sus poesías de “Inausis”, y de alguna
conversación que recuerdo tuve con él, por lo que pienso, se ve reflejado en el
contenido y mensaje de su novela “La Frontera”, en la que muestra sus experiencias
en un mundo ficticio y cronográfico de lo que pudo ver, oír y conocer
NOTAS
3. Teun Van Dick, “Estructuras y funciones del discurso”, Siglo XXI Editores, España,
1998.
4. Juan Alberto Osorio, La Frontera, Edit. San Marcos, Lima, 2011, pág. 7.
http://literaturaculturaypoliticasur.blogspot.com/2013/08/la-frontera-novela-fragmentaria-
por.html
Zoom sobre el
fragmento...
JOSÉ ANTONIO MARINA
27/11/2016 09:17
Hubo un movimiento pictórico llamado 'puntillismo'. El pintor
convertía el cuadro en un conjunto de puntos de color, que el ojo del
espectador se encargaría de sintetizar y convertir en objetos
coloreados. Algo parecido está sucediendo con la información. El
'Cambridge Hanbook of the Learning Sciences', un prestigioso libro,
advierte que la atención mantenida ha sido sustituida por
formas breves de atención. El tuit, por ejemplo. En el sistema
anterior, la coherencia del discurso tenía que conseguirla el autor.
Ahora, no. Es el lector quien tiene que producir o construir esa
coherencia, a partir de los fragmentos. Alan Liu ha propuesto el
nombre de 'transliteracy' para designar la competencia necesaria para
construir un conocimiento coherente a partir de información
fragmentada. Los lectores de más edad recordarán la moda de la 'opera
aperta' que describió Umberto Eco. Sin duda, todos necesitamos
recomponer una figura a partir de datos incompletos, pero es una tarea
complicada. Eliot escribió: "I can connect nothing with nothing". Un
mundo fragmentado nos sume en la confusión, o nos incita a
simplificar precipitadamente. Frente a una filosofía fragmentada,
necesitamos una filosofía sistémica. El elogio posmoderno de la
incoherencia es difícilmente vivible.
http://www.elmundo.es/cronica/2016/11/27/58397bcee2704e725f8b4590.html
LA NUEVA LITERATURA
REALISTA TIENE QUE
SER POR FUERZA
FRAGMENTARIA | SOBRE
LA COLECCIÓN
TEXTITLÁN DE LA
EDITORIAL MEXICANA
LIBROSAMPLEADOS
JAVIER MORO HERNÁNDEZ · 26/02/2018
La colección reúne autores con un proyecto literario pero
que no son del todo centrales dentro del mercado editorial
_____
_____
Por otro lado Emilio Gordillo nos comentó que en nuestro país le
ofrece una libertad en materia literaria, ya que “en México, todo
se dispara, porque todo es más extraño, las distinciones de
género son más efímeras y son más frágiles, y para mi México
es eso, y vivir en México es eso, es la posibilidad de ver una
vida, una calle más intensa, más diversa, entonces para mi esa
extranjería es la que me llama la atención, que es una
extranjería que tiene que ver más con la mirada y de tratar de
volverla siempre ajena.
Sobre esta idea, César Cortés Vega que su novela “está hecha
de fragmentos, muy al estilo Internet, pero al mismo tiempo
está hecho de las contradicciones de las personalidades
contrahechas o muy conflictuadas de una Latinoamérica que te
exige adaptarte no tanto a las lógicas mexicanas, sino a unas
lógicas centrales que las instituciones te piden porque beben de
ellas, es decir existe una contradicción doble en el deseo de
adaptabilidad social.”
http://www.lja.mx/2018/02/la-nueva-literatura-realista-fuerza-fragmentaria-la-coleccion-
textitlan-la-editorial-mexicana-librosampleados/