¡El Amor más parecido al amor de Dios, solamente el de una
madre!
Es una frase frecuente en nuestras reuniones familiares, actos
escolares o cualquier otro homenaje a estas valientes y tiernas mujeres, quienes se entregan y se comprometen para ofrecer lo mejor a sus hijos.
En verdad ese amor es puro y desinteresado, un amor que todo
lo espera, lo sufre y lo aguanta, porque el hijo siendo bueno o ingrato, siempre la madre le ama inigualablemente.
Nuestro Padre Celestial usa diferentes medios para expresar su
amor a la humanidad. El más grande y maravilloso acto de amor fue dar a su Hijo Unigénito para nuestra salvación.
Por tanto, una madre, mujer luchadora, capaz de sacrificar
todo por el bienestar de sus hijos es el reflejo más cercano del amor que tiene Dios por cada uno de nosotros.
Las mujeres tienen el privilegio de haber sido escogidas para
traer vida al mundo, ellas no solo aman como Dios ama, sino que también nos enseñan a amar como Él ama. Las madres nos demuestran que el amor no es solo un sentimiento que despierta simpatía por la persona amada, sino que es la constancia, entrega, paciencia, estima y perseverancia de aquella persona que ha decidido amar a pesar de los defectos y debilidades del otro. Una madre confirma que el verdadero amor es sacrificio.
La madre consigue fuerzas en medio de la debilidad para
acompañarnos en cada momento de nuestra vida. Los demás pueden fallarnos, pero, ella jamás lo haría. Porque la maternidad es un llamamiento sagrado determinado por Dios, y la mujer que asume con gozo y valentía este privilegio, sus hijos la llamarán MAMÁ.