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La economía informal

Guatemala es un país lleno de contradicciones; es de los más violentos del mundo, pero
con una Premio Nobel de la Paz que no ha incidido en lo más mínimo para la paz; con
una de las tasas de analfabetismo más altas del continente, pero con un Premio Nobel de
Literatura; con miles de personas movilizándose a pie por las veredas agrestes de las
comunidades rurales, pero con una de las tasas de helicópteros per cápita más alta del
mundo; con altos niveles de pobreza extrema, pero con una población de millonarios
tradicionales y emergentes que disfrutan de la riqueza acumulada.

Una contradicción que merece la pena analizar para la toma de decisiones es la existente
entre la economía formal e informal del país. Existe un grupo de empresarios muy bien
organizados que defienden sus intereses hasta con los dientes, que esquilma los recursos
y explota la mano de obra barata de este país. Otro grupo de empresarios consciente de
que ha luchado por estar en la formalidad y que lucha contra la competencia desleal de
los otros. El grupo de las pequeñas y medianas empresas, que busca cómo sobrevivir y
consolidarse dentro del sistema. En un grupo aparte tenemos personas y empresas que
trabajan en la informalidad.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística, el indicador de trabajadores


informales a finales del año pasado era de 65.8%, habiendo tenido un descenso poco
creíble de 3.5% respecto del primer semestre del año, siendo el sector indígena donde el
porcentaje es mucho más alto, con 81.2% respecto del no indígena, con 43.1%. En el
área rural el porcentaje es de 80.3% contra 52.8% en el área urbana. Este porcentaje de
trabajadores se considera que genera el 35% del producto interno bruto. Vemos la
contradicción de un porcentaje alto de trabajadores para una producción baja.

Sin embargo, el análisis de las Cuentas Nacionales es inexacto y es muy probable que la
producción que genera sea mucho mayor, pues hay un subregistro de los datos de la
Economía Informal. Existe en el país, en cada poblado, por lo menos un mercado donde
las transacciones de bienes y servicios ocurren sin ningún tipo de control. Hay, además,
mercados de gran tamaño como La Terminal, la Central de Mayoreo, algunos del
altiplano como el de San Francisco El Alto, Tecpán, Almolonga y en poblados grandes
del país, donde ocurren transacciones de gran magnitud, se vende todo tipo de
hortalizas, frutas, granos, abarrotes, enseres domésticos. En muchos de ellos se
comercializa, incluso, ganado: vacuno, ovino, caballar con escaso control. Hay, además,
abarroterías grandes que venden abarrotes al por mayor. La gran mayoría no extiende
facturas y no está pagando impuestos, y si lo paga es en baja cantidad. Esta economía
informal no contribuye al Estado, pero sí requiere sus servicios como seguridad, salud y
educación, lo que en alguna forma es injusto para el bajo porcentaje de la población
económicamente activa que sí paga impuestos como debe ser.

El Estado ha tenido temor de tratar esta problemática, y cuando lo ha intentado lo ha


hecho en formas poco convenientes, pues se trató de poner un impuesto único que
castigaba a los pequeños, siendo una cantidad risible para los grandes comerciantes de
este tipo de economía. He ahí otra brasa caliente para el próximo gobierno.

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