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Capítulo del libro cómo ayudar a los niños de hoy, Lucas Malaisi.

La actitud del educador, por Carlos Sigvardt

Estoy convencido de que, para el director, un tema preponderante y transversal en las


escuelas es la buena convivencia y la mejora de los climas institucionales. Hablando de
climas educativos, en un taller de Educación Emocional para directivos les pedía que
describieran cómo estamos en nuestras instituciones, que definieran en una palabra el
clima preponderante en ellas. Entonces en una oportunidad una directora saltó de la silla
y exclamó “¡¡Tsunami!!”… Realmente estaba angustiada y vivía su institución de esa
manera, por lo cual el taller se volcó a brindar herramientas a las que haré referencia en
estos párrafos, con el objetivo de que tengamos la mayoría de los días buen clima, y si
existen tormentas sepamos ser estrategas para que pronto brille el sol. Llegar a un cargo
de conducción no implica una carga, sino un desafío y una oportunidad que se presenta
en nuestra profesión para seguir creciendo desde otro lugar, con el capital (sobre todo la
mirada) que nos dieron el trabajo en el aula, los alumnos y las instituciones como
organizaciones. Y en el rol directivo la actitud juega un papel preponderante. Me refiero
a la predisposición de la escucha atenta, la asertividad y la humildad, siempre en el
diálogo con mis colegas. Hago especial hincapié en esto de la actitud y pongo el siguiente
ejemplo: cuando recibimos a nuestros alumnos les damos la bienvenida y les decimos
“Qué lindo, viniste hoy. ¡Las cosas lindas que vamos a aprender!”. Esta es claramente
una actitud positiva, muy distinta a esta otra: “Foooh, vino de vuelta éste”. Aunque el
niño no escuche esto, lo advierte, y como cualquier persona que no es bienvenida dice:
“Ah, no querías que venga hoy; lo lindo que te la voy a hacer pasar”, entonces obra en
consecuencia y hace lo imposible para hacernos pasar una jornada de terror. Con esto
quiero puntualizar que la actitud positiva tiene connotaciones que nos pintan como
personas pero además debe ser una estrategia para poder captar la atención y –por qué
no– el cariño de nuestros pares y de los niños. Este ejemplo es trasladable a los adultos,
por lo cual la apertura, la cordialidad, la disposición nos ponen en una ventaja para ejercer
nuestro rol de una forma empática. La actitud es la primera clave para ir definiendo
nuestro liderazgo sabiendo que de ello depende que nos acepten o nos rechacen como
líderes.

La afectividad como un párrafo aparte

En mi rol de vicedirector, cuando entraba a las aulas en la primera hora a saludar y ver
si estaba todo dispuesto para comenzar la jornada, seguía cierta rutina vincular. En esa
visita por costumbre les tocaba la cabeza con una caricia a los cuatro o cinco alumnos
que estaban en la primera fila. Como dije, era parte de una costumbre que me parecía
imperceptible para los demás alumnos, pero un día un niño que estaba en el último
banco me interpeló y me dijo: “Carlitos… a nosotros también nos gustaría que nos
toques la cabeza con una caricia”. Con esta simple anécdota me quedó claro que todos
los alumnos esperan de nosotros gestos y actos de afectividad. A partir de ese día,
cuando entraba al aula les tocaba la cabeza a todos, lo que generaba un clima de alegría.
Capítulo del libro cómo ayudar a los niños de hoy, Lucas Malaisi.

Para finalizar con el tema de nuestra actitud, siempre debemos tener presente que lo que
hacemos a veces no les permite a los demás escuchar lo que les decimos. ¿Cómo es
esto? Si yo quiero enseñar valores primero debo practicarlos. Si les digo a los chicos o a
mis docentes a cargo que estudien, a mí se me nota si no estudio. Si les digo a los chicos
que lean, a mí se me nota si no leo. Si yo digo “hay que llegar temprano”, a mí se me
nota si no soy puntual. ¿Qué quiero decir con esto? Enseñamos más con el ejemplo que
con las palabras, aunque nos parezca que nuestras acciones son imperceptibles para los
demás.
“Vivimos bulímicos de consumo y anoréxicos de afecto”

La comunicación, el diálogo, la palabra: como líderes debemos actuar utilizándolos con


dulzura y firmeza. Dulzura en el trato y firmeza en lo que queramos conseguir. Y en
esto la comunicación es importante cuando solicitamos, aconsejamos, alentamos,
motivamos, establecemos confianza… Sin olvidar que “las palabras construyen
realidades”. Como ejemplo de esta afirmación podemos decirle a una persona respecto
de una mala producción suya: “No importa si lo has hecho mal, confío en que la
próxima vez lo harás mejor”, en vez de esta otra postura: “Está mal lo que hiciste, nunca
vas a aprender”. Con la palabra podemos provocar una mejora o determinar un fracaso.
Con la simpleza y sabiduría que da la experiencia, Carlitos nos ilustra con claves
simples y muy poderosas para el cambio. Las dificultades y los problemas no
discriminan profesiones ni oficios, sino que son algo inherente a la humanidad. Sin
embargo son los docentes quienes tienen encomendada la delicada y trascendental tarea
de educar a aquellos en quienes hoy se está gestando el mundo del mañana. Por ello es
insoslayable generar espacios de reflexión y contención para los propios educadores
(tanto maestros como padres) para generar un cambio inteligente.

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