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Nudo de víboras
ePub r1.0
Titivillus 27.11.15
Título original: Le nœud de vipères
François Mauriac, 1932
Traducción: Fernando Gutiérrez
Cálese, 10 de diciembre de
193…
Querida Genoveva:
De Janine a Huberto
Querido tío:
Quiero pedirte que sirvas de
mediador entre mamá y yo. Se
niega a confiarme el Diario del
abuelo. Según ella, mi culto por él
no resistiría una lectura
semejante. Si tiene tanto interés
en que aparte de mí este querido
recuerdo, ¿por qué me repite a
diario: «No puedes suponer lo que
dice de ti. Ni tu rostro se
salva…»? Me asombra más aún la
prisa con que me dio a leer la
dura carta en que tú comentabas
ese Diario…
Cansada de mi insistencia,
mamá me ha dicho que me lo
dejaría leer si a ti te parecía bien,
y que se limitaría a lo que tú
dijeras. Acudo, pues, a tu espíritu
de justicia.
Permíteme que, en primer
lugar, prescinda de la primera
objeción que a mí respecta. Por
implacable que el abuelo se haya
podido mostrar en ese documento
conmigo, estoy segura de que no
me juzga tan mal como lo hago yo
misma. Estoy segura, sobre todo,
de que su severidad no atañe a la
desgraciada que vivió todo un
otoño a su lado, hasta su muerte,
en la casa de Cálese.
Perdóname, tío, que te
contradiga en un punto esencial.
Yo soy el único testigo de la
transformación que
experimentaron los sentimientos
del abuelo durante las últimas
semanas de su vida. Denuncias su
vaga y malsana religiosidad, y yo
te afirmo que tuvo tres entrevistas
—una a fines de octubre y dos en
noviembre— con el señor cura
párroco de Cálese, cuyo
testimonio, no sé por qué, has
rehusado. Según mamá, el Diario
en que él anota los menores
incidentes de su vida no hace
alusión a estas tres entrevistas, lo
que no hubiera dejado de hacer si
hubiesen sido éstas el motivo de
un cambio en su destino… Pero
mamá dice también que el Diario
está interrumpido a la mitad de
una palabra. Es muy posible que
la muerte sorprendiera a vuestro
padre en el momento en que se
disponía a hablar de su confesión.
Sostendréis en vano que de haber
sido absuelto habría comulgado.
Yo sé lo que me repitió la
antevíspera de su muerte.
Obsesionado por su indignidad, el
pobre hombre había decidido
esperar a las Navidades. ¿Qué
razón tienes para no creerme?
¿Por qué hacer de mí una
alucinada? Sí, la antevíspera de
su muerte, el miércoles; le oigo
aún, en el salón de Cálese,
hablarme de aquellas Navidades
tan deseadas, con una voz llena de
angustia o tal vez velada ya…
Tranquilízate, tío; no pretendo
hacer de él un santo. Te recuerdo
que fue un hombre terrible, y,
algunas veces, incluso espantoso.
Esto no impide que una luz
admirable llegara a él en sus
últimos días y que él, él solo, en
ese instante, fue quien me cogió la
cabeza entre las manos, quien me
hizo desviar a la fuerza mi
mirada…
¿No crees que vuestro padre
hubiera sido otro hombre si
vosotros hubieseis sido diferentes?
No me acuses de lanzarte la
piedra. Conozco tus cualidades, sé
que el abuelo se mostró
cruelmente injusto contigo y con
mamá. Pero la desgracia de todos
nosotros fue que nos considerara
cristianos ejemplares… No
protestes. Después de su muerte,
he tratado a personas que pueden
tener sus defectos, sus
debilidades, pero que proceden
según su fe, que se mueven en
plena gracia. Si el abuelo hubiera
vivido entre ellos, ¿no habría
descubierto, al cabo de tantos
años, ese puerto al que no pudo
llegar hasta la víspera de su
muerte?
Un momento aún. No pretendo
abrumar a nuestra familia en
favor de su jefe implacable. No
olvido, sobre todo, que el ejemplo
de la pobre abuela hubiera podido
bastar para abrirle los ojos si,
durante mucho tiempo, no hubiese
preferido saciar su rencor. Pero
déjame decirte por qué le doy
finalmente la razón contra
nosotros: donde estaba nuestro
tesoro se encontraba nuestro
corazón. No pensábamos más que
en la herencia amenazada.
Ciertamente, no habrían de
faltarnos las excusas. Tú eres un
hombre de negocios, y yo una
pobre mujer… Esto no impide que,
salvo en la abuela, nuestros
principios permanecieran
separados de nuestra vida.
Nuestros pensamientos,
nuestros deseos, nuestros actos, no
fijaban ninguna raíz en esta fe a
la que nos adheríamos con
palabras. Nos habíamos
consagrado con todas nuestras
fuerzas a los bienes materiales,
mientras el abuelo… ¿Me
comprenderías si te afirmara que
allí donde estaba su tesoro no
estaba su corazón? Juraría que el
documento cuya lectura se me
niega sobre este particular ha de
aportar un testimonio definitivo.
Espero, querido tío, que me
comprenderás; aguardo confiada
tu respuesta…
JANINE
FIN
FRANÇOIS MAURIAC (Burdeos, 1885
- París, 1970). Escritor francés que
abordó en sus obras, de raigambre
católica, el tema del hombre sin Dios.
Huérfano de padre, se educó en el clima
de fervor católico propiciado por su
madre. Licenciado en letras en París, en
1907, sus comienzos fueron clásicos:
dos volúmenes de versos intimistas, Les
Mains jointes (1909) y L’Adieu à
l’adolescence (1911).
Al terminar la Primera Guerra Mundial,
en la que participó como conductor de
ambulancias, prosiguió su carrera en
periódico mundano Le Gaulois. En
París, en 1918, conoció a Marcel Proust,
a quien dedicó Proust (1926) y Du côté
de chez Proust (1947). Después de diez
años de intentos, el triunfo de su novela
El beso al leproso (1922), un estudio
del daño causado por el anhelo de amor,
lo consagró por fin. La audacia del tema
(un «malentendido físico» entre
esposos) lo indispuso con la crítica
católica.
Pero el éxito de Mauriac se debió
precisamente a la fuerza de los tipos que
inmortalizó: madres austeras y
posesivas, esposos desunidos,
adolescentes en conflicto. En 1923
publicó Genitrix, al año siguiente El
mal y en 1925 El desierto del amor. En
1927 obtuvo un gran éxito con Thérèse
Desqueyroux, lo cual lo impulsó a
desarrollar un ciclo que comprendió las
novelas Lo que estaba perdido (1930) y
La Fin de la nuit (1935), así como las
obras breves Thérèse chez le docteur
(1932) y Thérèse à l’hôtel (1933).
En 1928, año en que publicó la novela
Destins, Mauriac atravesó una crisis
religiosa que marcó un momento
esencial de su vida. En este período
apareció Souffrances du chrétien
(1928), luego Bonheur du chrétien
(1929), ensayos que mostraban los
desgarramientos y luego la
reconciliación de un alma perturbada
por el deseo. Superada la grave crisis
moral, intentó confrontar sus novelas
con las exigencias de la fe.
En 1932 apareció Nudo de víboras,
novela en la que fustigaba el
conformismo del medio burgués del que
había salido. Paralelamente a su obra
novelesca, cultivó el género
autobiográfico con memorias reales,
como Commencements d’une vie
(1932), o imaginarias, como Le Mystère
Frontenac (1933), al mismo tiempo que
proseguía su obra de ensayista con
Blaise Pascal et sa soeur Jacqueline
(1931) y Le Romancier et ses
personnages (1933). En 1933 fue
elegido miembro de la Academia
Francesa.
Por otra parte, retomó su actividad de
cronista en L’Écho de Paris, y luego en
Le Figaro, a partir de junio de 1934. Se
comprometió políticamente tomando
partido por los débiles y los vencidos en
una Europa en vías de hitlerización,
como testimoniaron sus novelas La Fin
de la nuit (1935) y Les Anges noirs
(1936), así como Vida de Jesús (1936).
Abordó por primera vez el teatro con
Asmodeo (1937), obra en la que se
reencarnaba Tartufo. Después del poema
Le Sang d’Atys (1940) y la novela La
farisea (1941), escribió Le Cahier noir,
publicado en 1943.
Participó en la Resistencia y proclamó
la caridad hacia los condenados de la
depuración. Gaullista inicialmente,
combatió a De Gaulle cuando lo juzgó
infiel a su vocación cristiana. En esos
mismos años escribió nuevamente
teatro: Los mal amados (1945), Passage
du Malin (1947) y Le Feu sur la terre
(1951), obras que no fueron bien
recibidas por el público y que lo
llevaron a abandonar la vía dramática.
En 1951 publicó una novela corta, Le
Sagouin. En 1952, el premio Nobel
marcó el apogeo de su carrera literaria.
Ese mismo año publicó el comienzo de
Bloc-Notes, un testimonio en forma de
crónica.
En el plano político, tomó posición en
contra de las guerras coloniales en
Indochina y Argelia. En 1954 publicó la
novela El cordero, luego Mémoires
intérieurs (1959), y posteriormente
Nouveaux Mémoires intérieurs (1965).
Entretanto habían aparecido su Nouveau
Bloc-Notes en 1961, Ce que je crois
(1962) y De Gaulle (1964). En 1967
aparecieron sus Mémoires politiques; en
1968, su Nouveau Bloc-Notes(1961-
1964). La novela Un adolescente de
otros tiempos (1969) tuvo su
continuación en Maltaverne, iniciada
ese mismo año y publicada
póstumamente en 1972.
Notas
[1]cronstadt: sombrero de copa baja de
moda en aquella época. (Nota del Ed.)
<<
[2]Equívoco literalmente intraducible.
Glaive significa cuchillo, machete, y
también guerra. (Nota del Trad.) <<
[3] canotier: Sombrero creado en 1880,
propio de los gondoleros de Venecia.
Construido de paja, parte superior plana
y ala corta, plana y rígida, normalmente
adornado con una cinta de color, o
negra. A finales del siglo XIX, el
sombrero se puso de moda en Francia,
por la exaltación de la navegación «du
canotaje» (piragüismo), de ahí su
nombre. Paralelamente los inmigrantes
italianos lo pusieron de moda en
América, donde obtuvo su máximo
esplendor en la primera mitad del siglo
XX (Nota del Ed.) <<
[4]boites; cabarets, salas de fiesta.
(Nota del Trad.) <<
[5]Lámpara de aceite para alumbrado,
inventada en 1800 por el relojero
francés-Cárcel. (Nota del Trad.) <<
[6]trailla: Cuerda o correa con que los
cazadores llevan atado el perro. (Nota
del Ed.) <<