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E L VERDADERO ORIGEN DEL LENGUAJE

Todos estos hechos que acabamos de comentar -y otros que la brevedad de este artículo no nos permite
tratar- constituyen un problema para la teoría de la evolución del lenguaje articulado, pero sin embargo
concuerdan perfectamente con el registro bíblico.

La Biblia nos dice que el lenguaje fue un don de Dios dado al primer hombre. Adán no tiene que realizar todo
un proceso de aprendizaje, pasando por etapas de balbuceos, gritos o gruñidos, antes de pronunciar la
primera palabra correcta, sino que en el mismo acto creador le es infundida una lengua perfecta y compleja.

Inmediatamente, el padre de la humanidad es capaz de comprender órdenes verbales, de hablar con su


compañera, de poner nombre a todos los animales -los zoólogos saben bien lo difícil que puede resultar esta
labor- y de comunicarse con Dios.

Según el primer versículo del capítulo 11 de Génesis, parece que “toda la tierra era de una misma
lengua...", pero esto no duró mucho; cien años después del diluvio universal, el Creador efectuó un milagro de
juicio.

Los hombres se rebelan contra El, los descendientes de Noé no quieren obedecer el mandato de Dios de
"llenar la tierra" (9:1) y Dios tiene que actuar. Confusión instantánea y total del primitivo lenguaje, para que no
se pudieran entender unos con otros y no tuvieran más remedio que dispersarse.

Este es, según la Biblia, el verdadero origen de las lenguas.

En la misma Torre de Babel Dios disgregó el lenguaje original, que había otorgado a Adán, en los
aproximadamente cincuenta lenguajes principales que hoy los lingüistas no consiguen relacionar entre sí,
todos igualmente complejos y mutuamente incomprensibles.

Surgen así el japonés, el árabe, el bantú, etc., modos completamente distintos de comunicación verbal. Desde
luego, es muy cierto que un español, un inglés, un alemán o un francés que no conociesen las lenguas de sus
vecinos, no se podrían entender en absoluto con ellos; pero la evidencia demuestra que probablemente Dios
no actuó dividiendo idiomas de una misma familia, en este caso, la Indoeuropea, sino que se centró en la
separación, rotunda y radical de las principales familias, que luego, con el tiempo, cada una por separado,
originarían el total de las lenguas de la actualidad.

En el transcurso de los siglos, algunas tribus aprenderían a escribir y dejarían así constancia de su lenguaje
(griego); otras se perderían en la jungla y no desarrollarían ningún sistema de escritura, pero aún así, la
transmisión oral nos permite comprobar que sus lenguas son reliquias de un pasado glorioso.

Esto es lo que dice la Biblia y lo que nosotros creemos.

La oscura incógnita que se cierne en nuestros días sobre el tema de los orígenes de las lenguas, este
verdadero enigma que ha hecho abandonar la toalla a numerosos investigadores, se ha producido y se
continúa manteniendo como consecuencia del fracaso de arqueólogos, lingüistas y antropólogos, al pretender
obstinadamente explicar este origen, en términos evolucionistas.

La gran diversidad de lenguas que existe en la actualidad no es una obra -como muchos creen- del ingenio
humano, sino todo lo contrario: de su pecado, la rebeldía del hombre a la voluntad de Dios, algo que, por
desgracia, todavía no hemos superado.

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