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La independencia de Cuenca:

Diego Arteaga

A comienzos del siglo XIX, la América hispana se vio envuelta en los


acontecimientos que se conoce como su independencia política de la
Corona española, y el territorio que hoy constituye la república del
Ecuador, no fue la excepción; así, la ciudad de Quito fue testigo del primer
grito de emancipación de este continente el 10 de agosto de 1809, luego
irían sumándose otros territorios en un afán similar.

La ciudad de Cuenca fue lugar en donde los acontecimientos


independentistas son bastante conocidos, por lo menos las acciones
militares que se dieron el 3 de noviembre de 1820, gracias a los estudios de
Octavio Cordero Palacios1.

En efecto, por un lado, es sabido el movimiento del grupo de patriotas


encabezados por el, para esa época, teniente de infantería, Tomás Ordóñez:
desde la capilla de Todos los Santos hacia San Sebastián para finalmente
parapetarse en El Vecino, lugar en donde recibiría la ayuda del cura Javier
Loyola, con quien logró independizar esta parte del territorio ecuatoriano;
por otro, hoy en día, gracias a los estudios locales que han ido
profundizando los diferentes aspectos de la vida cuencana se puede
entender de mejor manera este acontecimiento.

El primer sitio de los hechos, Todos los Santos, ha sido mantenido por
tradición en Cuenca como el lugar en donde se inició la urbe colonial, aún
antes de su fundación española del 12 de abril de 1557, llegando al punto
que Federico González Suárez afirmara, hace más de un siglo, que la
ciudad se formó en este terreno, cuando en realidad hoy está demostrado
fehacientemente su desarrollo en torno a la Plaza Central, hoy parque
Abdón Calderón.

El siguiente punto de recorrido fue San Sebastián, luego de que los


patriotas capturan algunas armas de manos de las fuerzas realistas, lugar en
donde declaran la independencia de la urbe. Esta parroquia de indios desde
comienzos de su vida colonial fue un importante sitio de artesanos, entre

1
Octavio Cordero Palacios, “Crónicas Documentadas para la Historia de Cuenca”, Estudios Históricos,
Selección, Colección Histórica Nº 9, Banco Central del Ecuador, 1986.
ellos los herreros, quienes confeccionaban, entre otras cosas, armas; para
comienzo del siglo XIX en este sitio, precisamente, estuvo ubicada la
armería más importante de Cuenca, en verdad una razón de peso para que
el grupo se haya dirigido al lugar.

Sin embargo, los soldados realistas consiguieron vencer al grupo, el cual se


vio obligado nuevamente a replegarse, esta vez al barrio de El Vecino,
sector “donde establecieron el cuartel general; [por ser] lugar estratégico de
importancia, no sólo porque domina a la ciudad del lado Norte, sino porque
allí se puede recibir refuerzos de los pueblos de mayor número de
habitantes de la Provincia, como sucedió en efecto”2, según explica el
historiador Cordero Palacios.

En realidad, El Vecino fue un sitio muy importante desde los inicios de la


Colonia, así para fines del siglo XVI ya se había establecido en él un rollo,
es decir, un símbolo de la autoridad civil española; aproximadamente un
siglo más tarde, la densidad poblacional del lugar era considerable al punto
de que un espacio suyo ya se había constituido en una plazoleta, conocida
con el nombre de “Plazuela del Rey” y, hacia 1777, durante la
administración del gobernador Vallejo, se había inaugurado la escultura del
León ibérico, señalado popularmente desde hace algunas décadas como “El
Mono”, asimismo símbolo de este poder; además, los territorios ubicados al
norte de este lugar, según consta en el plano que data del primer tercio del
siglo XIX, eran conocidos como “loma del Visorrey”3; en definitiva: los
patriotas se habían concentrado y apoderado de un lugar que representaba,
simbólicamente, por más de dos siglos, al Rey de España; además,
recordemos que la capital de la Real Audiencia había sido trasladada a
Cuenca en los días de la segunda Junta de Gobierno.

En verdad, una “nueva” lectura de muchos de los acontecimientos de


nuestra vida comarcana va a permitir ir conociendo de mejor manera su
pasado, y descubriendo muchos de sus elementos que, si bien hoy en día
aparentemente dicen muy poco, han sido de gran significación en su
trayectoria histórica.

2
Ibíd., p. 243.
3
Diego Arteaga, “Aporte dado por cartografía histórica”, El Mercurio, septiembre 12 de 2004, sección 1
B.

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