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Revista Alternativa Nº 5.

Primer semestre de 2016

DISPUTAS POR LA ENUNCIACIÓN DE LOS TERRITORIOS Y LAS IDENTIDADES EN LA


COMUNA RURAL/COMUNIDAD INDÍGENA DE AMAICHA DEL VALLE, TUCUMÁN. 1

Rodolfo Cruz
Facultad de Ciencias Agrarias. Universidad Nacional de Catamarca. Doctorando en Estudios Sociales Agrarios.
CEA / FCA. Universidad Nacional de Córdoba. Correo electrónico: rodolfodcruz@yahoo.com.ar

Jorge Luis Morandi


INTA - Centro Regional Tucumán-Santiago del Estero. Doctorando en Estudios Sociales Agrarios. CEA / FCA.
Universidad Nacional de Córdoba. Correo electrónico: morandi.jorge@inta.gob.ar

Resumen
El propósito de este trabajo es generar reflexiones acerca de los procesos recientes de creación y
recreación del territorio, la territorialidad y la identidad en la Comuna Rural de Amaicha del Valle y,
por añadidura inevitable, en la Comunidad Indígena de Amaicha del Valle. Espacios yuxtapuestos
(como palimpsestos), ubicados en el sector Centro-Este de los Valles Calchaquíes, en la zona oeste
de la Provincia de Tucumán, Argentina. De esas trayectorias participan tanto sus habitantes
(residentes y no residentes, comuneros y no comuneros) como sujetos sociales e institucionales
extra-locales, en un escenario moldeado por la dinámica socioeconómica local y las condiciones del
contexto. Nos interesa dar algunas respuestas provisionales sobre porqué desde finales de la década
de 1980 y en particular desde el decenio de 1990 en adelante son como ellos señalan, cada vez más
indios, pueblo originario, amaichas. En igual sentido, nos interrogamos porqué antes de esas fechas,
1
Este artículo corresponde parcialmente a un avance de investigación del Proyecto Dinámica y Prospectiva de los
Territorios del Programa Nacional de Apoyo al Desarrollo y Sustentabilidad de los Territorios del INTA.
1
a excepción de momentos reivindicativos específicos, los comuneros sólo se reconocían como tales
entre sí y como vecinos o criollos frente a los otros. Tiempos en que invisibilizaban nominaciones
ligadas a lo indígena, privilegiando etiquetas menos vergonzantes, aún cuando gozaban de
disponibilidad y acceso pleno a territorios y tierras comunitarias.

Palabras clave: Amaicha del Valle; comunidades indígenas; disputas territoriales; identidad; territorio

STRUGGLES OVER THE DEFINITION OF TERRITORIES AND IDENTITIES IN THE RURAL


COMMUNE/ INDIGENOUS COMMUNITY AMAICHA DEL VALLE, TUCUMÁN.

Abstract
This paper considers recent processes of creation and recreation of territories, territoriality and
identities that take place in the rural commune Amaicha del Valle and, inevitably, in the indigenous
community Amaicha del Valle. These spaces juxtapose, as palimpsests, in the central-East area of the
Valles Calchaquíes, located in the West region of the Province of Tucumán, Argentina. Local people
(residents and non-residents, commoners and non-commoners) and extra-local social agents and
institutions as well take part in these struggles, in a scene patterned by local and contextual socio-
economic dynamics. We give some provisory reasons why commoners have increasingly claimed that
they “are more Indians than ever, native people, Amaichas” since the late 1980’s, and especially
during the 1990s. We also try to answer why they only recognized as such among themselves while
they defined themselves as neighbors or creoles in front of others before that time, except during
particular community mobilizations. On the contrary, they made indigenous nominations invisible and
privileged less embarrassing labels, even when they had access to the communal territories and to the
lands which were at their entire disposal.

Key words: Amaicha del Valle; identity; indigenous communitie; territorial disputes; territory.

1. Introducción

Los procesos socio-territoriales e identitarios que examinamos en la Comuna Rural y la Comunidad


Indígena de Amaicha del Valle (Ver Mapa 1), los asumimos desde la perspectiva de la colonialidad.
Desde allí comprendemos tanto la configuración de espacios de lucha emancipatoria en términos
estratégicos, comunicativos, identitarios y simbólicos, como también las posibilidades alternativas de
esos nuevos territorios y territorialidades epistémicas, en contextos más amplios. Así, las reflexiones

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implican entender, por un lado, la recreación del territorio comunitario en nuevos territorios (sagrados,
ancestrales, colectivos, comunitarios) resultado de fenómenos recientes de re-territorialización (Porto-
Gonçalves, 2005). Estas estrategias están atravesadas por la presencia de relaciones sociales que
son recreadas en permanente tensión con el desarrollo capitalista y por la coexistencia de dos
jurisdicciones organizacionales en Amaicha: la Comuna Rural, categoría de organización político
administrativa del Estado-Nación; y la Comunidad Indígena, cuyos órganos de gobierno han regulado
la propiedad comunitaria de la tierra desde el período colonial, a la vez que garantizaron la
reproducción de ciertas prácticas socioculturales profundas temporalmente.

Mapa 1. Provincia de Tucumán, Departamento Tafí del Valle y Comunas Rurales de Amaicha
del Valle y Colalao del Valle

Por otro lado, le prestamos atención a las trayectorias de significados y sentidos que llevan a
amaicheños y no amaicheños a construir imágenes básicas de pueblo rural, apacible y pintoresco que
luego trasmutan, no sin perplejidades e incertidumbres, en pueblo/territorio indio/originario/amaicha.
Sabemos que ello puede pensarse apelando a los juegos de discursos y relaciones socio-territoriales
actuales. Pero también sabemos que para poder comprender mejor esas producciones, es necesario
examinar la dinámica política y hegemónica de invisibilización histórica de territorios e identidades (la
colonialidad del saber y del poder) que afectó al espacio y a los amaicheños hasta el presente.

Por ello es que asimismo nos interesa preguntarnos sobre la relación entre ese pasado amaicha, su
espacio y las trayectorias posteriores que desdibujaron, hasta la desaparición, el calificativo amaichas
primero e indios luego, pero conservaron el territorio. En otras palabras, aproximarnos a comprender
la historicidad de identidades manifestadas y la geograficidad de la historia (Porto-Gonçalves, 2003).
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Más allá de las re-significaciones identitarias actuales, sigue siendo dominante que los amaicheños
se denominen comuneros descendientes de indios que reivindican la Cédula Real del año 1716. Un
documento por el cual las autoridades coloniales otorgaron parte del territorio original a los indios
amaichas, los cuales parecería que de acuerdo a sus mismos discursos, ahora ya no están. Tránsitos
peligrosos, más no contradictorios, que algunos forasteros del presente que operan con naturalizadas
definiciones de cultura como esencia, objeto o producto (a su vez homologada como identidad/raza),
aprovechan para enunciar que no hay más indios amaichas en Amaicha del Valle, sólo mestizos.

En síntesis, este trabajo abreva en las prácticas y las disputas de creación y recreación del territorio
comunitario, del reconocimiento de la diversidad cultural y de la resignificación de las identidades.
Así, nuestra perspectiva revaloriza para Amaicha del Valle consideraciones casi olvidadas o vacías
del territorio y sus dinámicas, como construcciones socioculturales relacionadas a condiciones locales
y del contexto, donde el conflicto, el poder y la subordinación están presentes. Esta postura implica
que le prestamos atención a la perspectiva de los actores locales y a los significados que construyen
sobre el territorio. Es decir, poder acercarnos a comprender cómo los sujetos sociales postulan
nuevos territorios y territorialidades epistémicas relacionales, como expresiones con contenido
emancipatorio. No se trata de recuperar sólo conocimientos suprimidos o marginalizados por la
modernidad para ser incorporados a ésta, sino fundamentalmente de identificar condiciones que
tornen posible construir conocimientos alternativos al paradigma neoliberal capitalista del territorio (De
Souza Santos, 2009; Porto-Gonçalves, 2002).

2. Definiciones conceptuales y pautas metodológicas

Las observaciones registradas por los autores en diferentes etapas históricas (antiguas y recientes)
de la Comuna/Comunidad de Amaicha del Valle y en un sentido más amplio en toda la región de los
Valles Calchaquíes, permiten inferir que existen dinámicas territoriales que van más allá del espacio
bucólico, inmutable y apacible que se describe en los folletos turísticos que promocionan la región.
Por el contrario, nos encontramos ante notables fenómenos de territorialización y desterritorialización
generados por la existencia de diversos conflictos que, en la mayoría de los casos, se manifiestan a
través de la defensa del territorio comunitario frente al avance de diferentes expresiones del
desarrollo del capital como la vitivinicultura empresarial, la minería extractivista, el turismo en escala y
los emprendimientos inmobiliarios.

Para dar respuesta a los interrogantes planteados, nos proponemos una reflexión epistemológica que
pretende avanzar sobre visiones administrativas, productivistas y socioeconómicas del territorio.

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Adoptamos enfoques críticos que promueven una interpretación plural, multidimensional, decolonial e
interdisciplinaria de las dinámicas socio-territoriales (Escobar, 1999 y 2005; Leff, 2005; Mançano
Fernandes, 2007; Manzanal, 2007; Porto-Gonçalves, 2002, 2003 y 2005). Abordamos al territorio
como un espacio social resultante de un conjunto de relaciones sociales realizadas históricamente y
conjugadas con una estructura conformada por objetos naturales-artificiales y acciones (Santos, 1990
y 2000). Así, el territorio sería un espacio en permanente construcción social y conformaría un
escenario donde se registra una diversidad de procesos productivos, socioculturales, simbólicos y
políticos que representan las estrategias y los proyectos que asumen los distintos actores sociales.

Esos procesos están constituidos por diversas formas (eventos, experiencias, luchas, historias,
relatos y memorias), que al irse acumulando en el tiempo van conformando un modelo de apropiación
de la naturaleza y de los excedentes producidos. Determinan así territorialidades (Porto-Gonçalves,
2003), posicionamientos de la comunidad frente a la producción, la distribución y el consumo de los
recursos (tangibles e intangibles) para la reproducción de la vida (Pálsson, 2001). De allí que el
territorio es un espacio que cumple múltiples funciones (soporte natural y social; provisión de bienes y
servicios; regulación de ciclos naturales y procesos sociales; generación de identidad y cultura; etc), y
donde también se realizan procesos en diferentes dimensiones (económicos, sociales, ambientales,
culturales, políticos) y a distintas escalas (micro, meso y macro).

Asimismo, y dado que los espacios pueden ser apropiados en términos materiales y en términos
subjetivos, ello nos remite a la identidad como uno de los componentes fundantes del territorio. La
delimitación o la apropiación del territorio, en tanto espacio social de producción y reproducción de
relaciones sociales, puede darse de acuerdo al espacio político que lo define (fronteras más rígidas) o
por las personas, los recursos, las necesidades, las posibilidades, los significados, los afectos y las
formas de organización (fronteras permeables y con multiplicidad de dimensiones). Para cualquiera
de los casos, la apropiación o el control de una porción o de todo el territorio que se considere remite
a la territorialidad. Más cuando al territorio de las materialidades se lo construye y consolida con
representaciones, valores, significados y sentidos, ese espacio revelan la naturaleza subjetiva de la
territorialidad; revela producción de repertorios culturales y de una identidad específica frente a otros
territorios, territorialidades e identidades posibles.

En otras palabras, como el territorio y la territorialidad, la identidad se construye y reconstruye en


procesos históricos, en procesos sociales de identificación de individuos, comunidades y culturas que
coexisten, interactúan y disputan tanto el reconocimiento como la alteridad. De allí que no existan
identidades esenciales o verdaderas, sino más bien que cada manifestación identitaria corresponde a
un momento histórico concreto, en el cual dependiendo de las condiciones del contexto, la correlación

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de fuerzas y los márgenes de maniobra locales, puede ser negada, desplazada o invisibilizada. Fue lo
que sucedió con los indios del pueblo de Amaicha y su historicidad con el proceso que culminó en la
formación de la Nación Argentina. El nuevo sujeto socio-político, el ciudadano, de acuerdo a los
ideales liberales de libertad, igualdad, derecho individual y propiedad privada, despojó de sentido a
categorías como indio, comunidad y propiedad comunitaria. Recién en las últimas décadas del siglo
XX y las primeras del siglo XXI, las identidades silenciadas comienzan de nuevo a nominarse como
identidades étnicas particulares.

Todas estas propiedades múltiples de los territorios (funcionalidad, dimensionalidad y escalaridad),


exigen el abordaje de componentes heterogéneos en constante interacción y ligados entre sí; lo cual
hacemos desde la teoría de los sistemas complejos (Morin, 2000). Para ello, partimos de tres
supuestos: a) que el territorio es un sistema complejo, un recorte de la realidad que pretende
representar una totalidad organizada o sistema; b) que la totalidad y sus componentes se relacionan
a través de flujos definidos por una determinada velocidad de cambio, lo cual implica considerar la
temporalidad y por lo tanto la historicidad del sistema; y c) que aunque los elementos que lo
componen no sean separables, es posible analizar la totalidad a partir de determinados componentes
(subsistemas), siempre y cuando se tenga en cuenta que la totalidad no es la suma o el agregado de
las partes o los componentes, sino las interrelaciones -acciones, interacciones, retroacciones y
retroalimentaciones- entre los mismos (García, 2006).

3. La construcción de identidades territoriales y étnicas: de los enunciados universalistas a los


versalismos locales. Des-cubriendo Amaicha del Valle y los amaicheños hasta ubicarlos en el
territorio

Cuando un viajero o un turista sube el cerro desde el llano y transita la tucumana ruta provincial Nº
307, encuentra en su camino hacia los Valles Calchaquíes a la localidad de Amaicha del Valle. La
percepción inmediata del lugar es la de hallarse frente a un típico y tranquilo pueblo rural de los
Valles. Son imágenes que se consolidan aún más, en los sentidos y en los pensamientos, si el viajero
se queda en la propia villa algunos días o realiza el recorrido iniciático turístico recomendado por
foráneos y lugareños por la quebrada del río Amaicha, atravesando el pueblo de Los Zazos hacia El
Remate (Ver Mapa 2).

Asimismo, si el visitante viene dispuesto a mirar sistemáticamente el espacio adyacente a esos


lugares, observará otras localizaciones humanas ubicadas tanto antes de llegar a la villa de Amaicha
como después de pasarla. La ubicación objetiva de esos espacios, así como sus condiciones de

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habitabilidad, se deducen y se presentan a la vista de los viajeros a partir del reconocimiento de
espacios verdes destacados en la montaña árida. Verdes porque hay álamos y sauces que se
divisan, verdes porque hay agua, verdes porque parece que hay vida sólo allí.

Mapa 2. Comuna rural de Amaicha del Valle, centros poblados y parajes

Fuente: Imagen de Google Earth Pro. La localización de parajes, el trazado de los límites comunales
y la delimitación de las áreas de riego es elaboración de los autores

Algunas de esas ubicaciones, divisadas sin necesidad de allegarse, son aglomeraciones importantes
de viviendas habitadas, comercios y servicios públicos, junto a parcelas de cultivo, huertas y espacios
para la crianza de animales de granja. Allí las casas guardan contigüidad espacial con los predios de
cultivo conformando una unidad, sólo separadas o vinculadas con otras unidades residenciales-
productivas por calles o callejones cada vez más amplios que le dan un tinte local de urbanidad. Por
lo general esas aglomeraciones, como los casos de Ampimpa y El Tío, se hallan establecidas al
costado de la ruta asfaltada y cercana al pueblo de Amaicha.

Otras ubicaciones reveladas también a los sentidos comprenden un conjunto de pequeños oasis
verdes o amarillentos (dependiendo la estación del año), desperdigados con mayor presencia en los
faldeos occidentales de las Cumbres Calchaquíes (Los Cardones, El Sauzal, Salas, El Antigal,
Molleyaco, Yasyamayo) y el fondo de valle cercano al río Santa María (El Paraíso, El Paso, La
Maravilla, Encalilla, Calimonte) y, en menor medida, sobre el pedemonte de la Sierra del Aconquija

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(Las Salinas, Los Colorados). Una veintena de asentamientos residenciales y productivos vividos por
un número corto de familias, establecidos a diferente altitud, sin contigüidad territorial entre sí,
vinculados a pequeños cursos de agua o vertientes permanentes y relacionadas en distintas escalas
con los pueblos principales señalados.

En muy pocas ocasiones a toda esa distribución espacial compuesta por una villa (Amaicha del
Valle), un pueblo grande colindante pero distinto (Los Zazos), pequeños pueblos en crecimiento
(Ampimpa y El Tío) y un conjunto de caseríos o parajes familiares, se le otorga alguna denominación
o significación particular que no provenga del conocimiento geográfico, de la geografía de la razón, la
geopolítica y ego-política del conocimiento occidental (Grosfoguel, 2007). Son, dirían los viajeros o los
turistas: oasis de riego, más grandes o más chicos, característicos de la Provincia Fitogeográfica de
Monte, resultado rural de la adaptación humana a los condicionantes de la naturaleza. Esa estructura
salpicada de ocupación del espacio, de uso y de vida del territorial local, suele ser leída por los
visitantes y viajeros tanto desde un punto de vista normativo como desde un punto de vista socio-
afectivo complementario.

En el primer caso, la organización espacial es entendida como el conjunto de lugares integrados a un


patrón de población rural concentrada o dispersa que en cualquier localidad vallista es posible
encontrar y que, además, forma parte del espacio administrativo, diferenciado y diferenciador, del
pueblo principal. En otras palabras, esa primera lectura interpreta que cuanto más cerca o más lejos
se encuentran los otros lugares de la villa de Amaicha, mayor o menor resultará la concentración
poblacional, el nivel de ruralidad/urbanidad, la dotación de recursos y servicios, así como la jerarquía
político/censal.

De este modo, la escala (distancias entre poblados - distancias entre poblados y la villa – tamaño de
los poblados) utilizada por muchos visitantes para darle un significado a la realidad socio-geográfica
de lugares que se les manifiestan, da cuenta, mide o especifica un orden, una cartografía inicial de
ubicaciones sociales locales, de vidas cotidianas y de producciones culturales supuestas afirmadas
en dicotomías. En términos generales esas dicotomías categorizan espacios aislados y espacios
concentrados y, por lo mismo, espacios con pautas más urbanas y espacios con pautas más rurales.

Esas perspectivas binarias y opuestas son las que consolidan el otro punto de vista que atribuimos a
los visitantes/viajeros sobre la organización espacial de Amaicha y sus poblaciones: el que llamamos
socio-afectivo. Una postura que tiende a destacar las singularidades de cada lugar específico a partir
de los significados sociales y afectos que cada visitante le otorga desde su vivencia del lugar y su
gente, así como desde las trayectorias y experiencias individuales y colectivas. Estas visiones socio-

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afectivas, logran por momentos desagregar los lugares entre sí y en relación a la villa de Amaicha.

Logran atenuar la identificación del conjunto (la organización espacial del primer punto de vista),
acentuando la representación y la identidad del lugar concreto. Reconocemos que esas perspectivas
destacadas no son las únicas posibles de reconocer en los visitantes como veremos luego, sino las
que nos parecen imágenes o significados primarios que manifiestan los pensamientos, las prácticas
sociales y las acciones de los visitantes que llegan por primera vez a Amaicha del Valle. Sostenemos
como Grosfoguel (2007) que en ambas nociones, al igual que en otras que venimos señalando, se
cuela un conocimiento universalista abstracto del primer tipo. Es decir, aquel afirmado en el sentido
de enunciados universales vaciados de espacialidad y de temporalidad. Vaciados en buena medida
de historicidad y de memoria local, abstraídos de conocimiento y subjetividades subalternas que se
piensan desde epistemologías fronterizas (Grosfoguel, 2006; Mignolo, 2007). Desde esos lugares de
conocimiento y de ubicaciones hegemónicas epistémicas, creemos que a Amaicha del Valle, le es
percibida como singularidad inicial aquella devenida de los sentidos que vinculan paisaje y cultura
local portada. Representaciones que son acentuadas en determinados períodos del año por los
amaicheños y por los organismos estatales provinciales y nacionales que diseñan o implementan
políticas en el espacio local. La capacidad (conocimiento y poder) de agencia de esas organizaciones
para construir definiciones dominantes de Amaicha e incluso acotadas sectorialmente, es indudable.

Esas lecturas son frecuentes en las políticas de desarrollo rural ejecutadas en Amaicha del Valle, las
que están atravesadas por el territorio y el desarrollo territorial. Los enfoques del desarrollo territorial
rural fueron adoptados por organizaciones gubernamentales y ONGs como los modelos que mejor
interpretan los cambios agrarios y rurales, proveedores de lineamientos estratégicos para actuar en la
diversidad del espacio local, sin descuidar las condiciones del contexto (Schejtman y Berdegué, 2004
y 2008). De allí que cada vez más, el desarrollo territorial rural acaba convirtiéndose, muchas veces
por la militancia de sus impulsores (individuos u organizaciones), en el paradigma intervencionista del
milenio debido al énfasis en el territorio (¿único?) como punto de partida y de llegada. En aquel
sentido, es interesante notar cómo esos significados lograron que el discurso cotidiano nomine de
forma hegemónica a Amaicha del Valle como el territorio y a la labor desempeñada como el trabajo
en el territorio. La omisión identitaria del lugar, de la localidad vivida (villa, paraje, caserío, puesto) es
elocuente en tiempos de reconocimiento de la diversidad. Sostenemos que su fetichización o su
reducción utilitaria por parte del intervencionismo modernizante, no sólo facilita de forma delibera
ubicar las capacidades, habilidades y potencialidades socio-productivas del territorio, sino también
delimitar cuál es el territorio de referencia. En esa jugada, las dinámicas territoriales al igual que los
actores sociales e institucionales identificados parecen estar cantados tanto como homogeneizados.

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Así, el espacio territorial es casi siempre un espacio socioeconómico de convergencias finalísticas y
solidarias, cuyas dinámicas socioculturales e identitarias suelen ser vistas como productos
complementarios, como valorización de elementos culturales, como oportunidades patrimonializadas
para el desarrollo local. En cierto modo, los enfoques territoriales contienen todavía fuertes dosis de
instrumentos normativos, de la versión normativa del desarrollo rural de inicios del siglo. Dado que el
modelo sistémico de planificación de la acción rural continúa enfatizando procesos de transformación
productiva e institucional con el fin de superar la pobreza rural, lo territorial parece convertirse en el
vector que garantizaría el desarrollo, pero también el crecimiento económico.

Entonces, en tiempos del territorio, el término se impone para nominar y posicionar a Amaicha con
marcaciones singulares y distintas a otros territorios, a partir de destacar las bondades climáticas, la
altitud y, en especial, la relación naturaleza-sociedad. Esta última relación nos parece basal en el
discurso estatal y oficial sobre Amaicha, pues desde allí demuestran el esfuerzo humano para
transformar las desventajas naturales en hábitat (la aridez, el relieve, la vegetación), cuyo resultado
final es la tranquilidad y cordialidad de sus habitantes en contacto con la naturaleza.

Esa distinción final que abroquela la imagen territorial oficial o hegemónica de Amaicha, especifica la
diferencia con otros territorios rurales de los Valles Calchaquíes: la naturaleza, como la sociedad,
está humanizada por la presencia de la Pachamama. Aparece así un dato de atractividad turística y
de producto cultural valorizable del territorio que incrementa la singularidad de la nueva Amaicha rural
que complejiza y amplía la caracterización de comunidad campesina. La marca le da un lugar fijo en
el calendario de festivales provinciales oficializados, con la Fiesta Nacional de la Pachamama para el
carnaval y otro lugar fijo en la agenda de festividades tradicionales de los pueblos originarios con el 1º
de agosto, el comienzo del ciclo agrícola, las ofrendas, ceremonias y el permiso de la Pachamama.

No hay duda que el agregado identitario originario, al tiempo que naturaliza y establece un territorio,
colabora en el aumento de la convocatoria de visitantes; aunque en los discursos que se imponen
desde fuera quede deslucida, como una incógnita, la relación entre la Pachamama, los mundos de
vida, las memorias, las dinámicas territoriales y la historicidad de los amaicheños. La Pachamama en
esos discursos es casi un fetiche para significar y legitimar el marbete estratégico, utilitario y territorial
de una cultura ancestral que perviviría en Amaicha y que el visitante podría encontrar.

4. Des-cubriendo la Amaicha del Valle de los amaichas hasta ubicar sus territorios

Pese a lo paradójico, la misma naturalización territorial de Amaicha, de los lugares amaicheños, de la


cultura y de la identidad, sea desde los discursos gubernamentales, sea desde las imágenes y relatos

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iniciales de los visitantes, posibilita la visibilidad de otros significados. En cierto modo, porque esas
nominaciones sobre el espacio, sus materialidades y su gente se inscriben en campos de disputa por
los significados y la construcción del territorio. La sola enunciación del territorio Amaicha del Valle,
como espacio administrativo, cultural, campesino o espiritual genera una multiplicidad de narrativas
locales como respuesta ante el interrogante sobre las características de su lugar. Habilita la
emergencia o la re-emergencia tanto de fenómenos como de procesos sociales, de memorias y
relatos que dan cuenta que Amaicha del Valle es también una Comunidad Indígena. Dan cuenta
inmediata de trayectorias históricas y presentes compartidas a nivel sociocultural, espacial, identitario
y político por todas las poblaciones de la jurisdicción de la Comuna Rural de Amaicha del Valle.

Muchos visitantes nuevos (turistas, técnicos, funcionarios) en el transcurso de sus relaciones con los
amaicheños, con visitantes asiduos, con no lugareños que residen permanentemente o por nutrirse
de información previa a la visita o al afincamiento, descubren que Amaicha tiene dos autoridades
políticas simultáneas pertenecientes a dos jurisdicciones organizacionales. Por un lado, la Comuna
Rural que es una categoría de organización político-administrativa del Estado provincial. Es una
jerarquía inmediata inferior a la del Municipio, cuya autoridad máxima es el Jefe o Comisionado
Comunal, quien es electo por los pobladores empadronados en ese distrito electoral. Por otro lado, la
Comunidad Indígena de Amaicha del Valle (CIAV), cuyos órganos de gobierno son la Asamblea
Comunitaria, el Consejo de Ancianos y el Cacique, electos cada cuatro años por los comuneros
empadronados, sean o no residentes. La condición de comunero indígena está estipulada en la
Constitución Política de la Comunidad (CIAV, 2004) que reconoce como tales a los descendientes de
los amaichas coloniales, los agregados foráneos mediante vínculos de pareja o de convivencia con
comuneras/os, así como a todos los ascendientes.

Los visitantes o los afincados (viajeros asiduos, docentes, comerciantes, técnicos, funcionarios) que
al inicio adscribieron a percepciones normativas, socio-afectivas, turísticas, culturales o productivas
sobre Amaicha, el descubrimiento de una Amaicha indígena les provoca tanto perplejidad como
nuevas producciones de significados en disputa sobre el territorio y la identidad. La identificación del
pueblo originario está anudada como enunciación reivindicativa a la Cédula Real de 1716, un
documento administrativo colonial a través del cual se les cedió parte de las propias tierras a los
indios del pueblo de Amaicha. Esos significados disputados, acentuados por dinámicas territoriales
múltiples, se dan en dos sentidos habituales contrapuestos. Esta esquematización de discursos es
sólo eso, pues es claro que entre ellos se manifiesta una gama de sentidos y de construcciones
territoriales resignificadas permanentemente por diferentes actores sociales e institucionales.

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La mayoría de los foráneos, visitantes o afincados, construye sentidos positivos de reconocimiento de
la diferencia (de la otredad), pues al paisaje norteño encontrado y a las marcas culturales anudadas,
le adosan de forma rápida la definición de cultura producto aprendida en los años de escolarización
educativa para identificar la diversidad cultural de estos pueblos originarios: son Diaguitas o mejor,
descendientes de Diaguitas. En otros casos, le agregan a los amaicheños y a su territorio sentidos de
espiritualidad distintivos y con capacidad para ser adoptados/adaptados por su capacidad para
convertirse en pensamiento y acción alternativos a la espiritualidad homogénea y hegemónica que
plantea la globalización económico-cultural actual.

Son visiones que facilitan identificar y descubrir a los amaicheños como portadores y como herederos
de una cultura esencial particular que se manifiesta en el territorio y cuyas características los vinculan
a definiciones amplias, compartidas en el conocimiento popular, como lo andino o lo diaguita. El
énfasis suele colocarse sobre las relaciones sociales y las relaciones con la naturaleza que se
expresarían de manera colectiva a través de la solidaridad, la ayuda mutua, la cooperación y las
prácticas amigables con el ambiente, dado el rol que juega en ellas la Pachamama. Las visiones
administrativas, geográficas, territoriales, paisajísticas y socioafectivas son complementadas e incluso
superadas por perspectivas que posibilitan pensar otras territorialidades relacionadas a la distribución
salpicada de la villa, pueblos, caseríos y puestos en la gradiente altitudinal, micro-climática y
ecológica de los Valles Calchaquíes.

Ese conjunto que recupera la integridad del todo (el territorio de la Comunidad Indígena que se va
consolidando como el territorio) sin descuidar la importancia de otros territorios concretos, se entiende
dentro de la lógica del patrón de organización temporal y espacial típicamente andino. Es decir, la
distribución eficiente de la población de una comunidad (en este caso los amaicheños) en un espacio
amplio, de forma tal que, a través de grupos familiares más pequeños, puedan controlar una
diversidad de pisos agroecológicos ubicados en la gradiente altitudinal. Aquello incluiría distintos
microambientes como el fondo de valle del Río Santa María, la quebrada y valle del Río Amaicha, los
faldeos occidentales de las Cumbres Calchaquíes, los faldeos orientales y accidentales del cordón del
Aconquija y los pastizales de cumbres de todas esas sierras. Tal diversidad es la que explicaría, en
parte, los más de veinte lugares poblados de manera permanente (más una cifra similar de puestos)
que tiene el territorio la Comunidad indígena de Amaicha del Valle; ahora mejor asociado a la
delimitación de tierras comunitarias propias.

Asimismo, en ese proceso de construcción social del territorio y la identidad a partir de discursos y de
manifestaciones sociales, también se utiliza otro elemento identitario abarcador y marcador que sitúa
a los indios amaicheños en ese mundo de vida y no en otro. Nos referimos a los rasgos físicos de los

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pobladores locales, aclarando que dichas ubicaciones se efectúan resaltando determinismos
geográficos e históricos basados en la permanencia de la cultura objeto de la sufrida raza diaguita;
más no desde el estigma y el prejuicio discriminatorio directo.

No obstante estos procesos de creación y recreación de significados socioculturales sobre el territorio


(que cada vez más semejan territorios) por diferentes sujetos sociales que territorializan (Porto-
Gonçalves, 2005) el espacio en una dirección con múltiples posicionamientos, también tienen cabida,
a veces de manera brutal, los discursos contrarios. Como señalamos, para algunos visitantes y
afincados, la Amaicha india provoca perplejidad y desacuerdo. Asumidos como buenos conocedores
del territorio, pues la mayoría son tucumanos con viajes frecuentes a la zona, la revelación de lo
indígena se transfigura en dudas. En sus discursos no se ven indios en Amaicha, se ven mestizos o
criollos casi como nosotros o, mejor, inventos de indios aprovechadores de los beneficios estatales
que en su afán de reconocer la diversidad otorgan la posibilidad de asumirse y crear indios, como si
fueran nuevos clientes de la dádiva.

Para ellos, un indio o un originario tiene que ser un dato indubitable como los matacos, esos son
indios, uno los ve y sabe que son indios. De allí que en sus sentencias, lo único real es el territorio
paisaje percibido y los amaicheños campesinos, porque los indios de verdad hace rato que se
murieron. Destacamos que tanto la definición de indios como de cultura que trasunta esta perspectiva
territorial de los sujetos sociales, reniega de los procesos socioeconómicos, las dinámicas territoriales
y las capacidades individuales y colectivas para resignificar identidades. Se asienta en construcciones
sociales hegemónicas, en definiciones ahistóricas, estáticas y etnocéntricas que todos los argentinos
aprendimos (y reproducimos) en los diferentes niveles educativos por los que circulamos.

Esa construcción, definición e imposición de una cultura hegemónica que determinó qué es un indio y
cuál es la cultura producto que debe portar, devino del interjuego de capacidades, conocimientos y
poderes desiguales, cuyas reglas las dispuso el Estado. Para el caso argentino, la construcción de
una cultura oficial fue simultánea a la creación del Estado Nación y la consiguiente producción de
ciudadanos. En razón de ello, la escuela, el currículum y los docentes tuvieron un rol y una función
protagónica en la producción de sujetos sociales homogéneos, el desconocimiento de la diversidad
cultural y la invisibilización de las identidades.

A pesar de las visiones territoriales/identitarias divergentes acerca de una sentida identidad indígena
manifiesta y, su contrario, la invisibilidad y la negación de cualquier identidad indígena en el presente,
en ambas posturas se deja constancia del murmullo de voces amaichas originarias en la Amaicha de
hoy. Es indudable para esos discursos que al menos el pasado indígena u originario de la Comunidad
de Amaicha del Valle, sea o no considerado vigente en la actualidad, es un dato concreto que registra

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temporalidad. Así, la Amaicha india va incorporando otros territorios posibles (materiales, simbólicos,
espirituales, ancestrales, comunitarios), además de la postal deslumbrante y la marca territorial de los
organismos estatales. Los afectos, los sentidos, las vivencias, las prácticas sociales y las acciones
cotidianas de visitantes y de afincados construyen de forma relacional territorios y lugares distintos y
múltiples. Lo maravilloso de esos procesos locales/contextuales de territorialización (de apropiaciones
simbólicas, discursivas, identitarias y a veces estratégicas del territorio), es que se co-construyen
(Porto-Gonçalves, 2008) en interacción con los propios comuneros amaicheños.

5. Des-cubriendo que ahora somos todos indios…y antes también: identidades,


territorialidades y recreaciones territoriales locales

En estos tiempos, los relatos sobre el pasado y la historia oficial de los amaichas no sólo se han
revitalizado, incrementando las voces y los discursos, sino que en muchos casos se han convertido
en verdaderas narrativas públicas y con narradores deseosos de trasmitir su versión. En muchas
ocasiones, tanto de acuerdo al comunero/a que la manifiesta como a la demanda explicativa concreta
que se le realiza por parte de un visitante o un afincado (sobre la tierra, los amaichas, los rituales, el
saber cotidiano, el turismo, los sitios arqueológicos, los otros, etc.), emergen distintos relatos. Muchas
de esas memorias están ligadas al pasado vivido o trasmitido en la casa por los mayores, lo que se
pudo haber leído o informado a través de fuentes variadas o a la combinación con discursos
indigenistas de amplia circulación en la Comunidad Indígena y fuera de ella. En otros términos, suele
ser común junto con lo que se sabe sobre los antiguos o los ancestros, la Cédula Real de 1716 y la
historia de la Comunidad Indígena, la invención de pasados y de características indígenas que tienen,
a veces, más anclaje en la comunidad ideal, en lo que debería ser desde una perspectiva presente
una comunidad, que en el conocimiento y en vivencias actuales y pasadas.

Estos procesos de producción de repertorios culturales amaichas no derivan de cualidades


individuales para componer un pasado ejemplar para todos, a través de la traducción literaria de
acontecimientos significativos. Aunque algo de ello pueda haber, fueron articulados de manera
interdependiente con relatos reivindicativos producidos por grupos sociales locales, a la vez,
contenidos por la dinámica de los contextos sociopolíticos y socioterritoriales que se dieron durante
los primeros años de la década de 1970, a mediados de la década de 1980 y sobre todo en el
decenio de 1990. Durante esas décadas, en Amaicha comenzaron a consolidarse discursos que
tendían a revalorizar la identidad indígena de los amaicheños. Advertimos que cuando decimos
Amaicha no estamos refiriendo al pueblo de Amaicha del Valle, sino al conjunto de territorios y

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lugares vividos de la Comunidad Indígena, así como a comuneros residentes y no residentes.

Más allá de la constitución jurídica como Comunidad Indígena (reconocimiento ligado a la normativa
legal del Estado Nación), lo que se observaba en sus habitantes era el auto-reconocimiento de la
calidad visible de indios, junto con discursos y acciones individuales y colectivas con diferente grado
de reflexión, con el fin de construir y comunicar narrativas sobre el pasado y la historia de los
amaichas que los legitimen como indios. Eran procesos de resignificación de identidades, aun cuando
gozaban de un territorio delimitado comunitario, con la finalidad de lograr legitimación para ellos, para
autoridades e instituciones gubernamentales y no gubernamentales y para el resto de los no indios.

La vuelta de los indios y más recientemente de los amaichas en un contexto estatal oportuno que
enfatiza las políticas de reconocimiento de la diversidad, da como registro una interesante producción
de voces y prácticas sociales resignificadas. Relatos y narrativas sobre el pasado, el presente y el
futuro que no son nuevas, pues como diría el título del libro de Joutard (1986) sobre la historia oral,
son voces que nos llegan del pasado y que, como memoria social colectiva, proyectan al futuro. Un
pasado conocido, compartido y escaso como historias, pero suficiente para comprender los
comportamientos identitarios de los amaichas de estos tiempos actuales y el uso estratégico/político o
no de las identidades.

En Amaicha y en los amaichas, los relatos de identificación indígena tienen un nivel de concreción
real debido a su trayectoria histórica como pueblo de indios colonial desde los inicios del proceso de
conquista y colonización del Tucumán. Independiente de cambios macroeconómicos e institucionales,
la legitimación contractual del acceso a la tierra comunitaria lograda en 1716, así como la producción
y reproducción de instancias socio-organizativas ligadas a la gestión y administración de lo que más
tarde sería la Comunidad, le permitieron a los amaichas una recreación más concreta (más cotidiana)
de las manifestaciones socioculturales locales y del pasado indígena.

El anclaje en esa historia colonial institucional facilita la producción de nuevos sentidos sobre la fecha
fundacional de la Comunidad (1716), así como su cuestionamiento. Algunos amaichas señalarán que
el punto de partida está en el siglo XVI cuando, al momento del contacto hispano-indígena, las
instituciones coloniales crearon las condiciones de sujeción (la encomienda, el pueblo de indios, la
merced de tierras) que dieron vida a la Comunidad colonial. Otros, una minoría discursiva y numérica
por el momento, ha elaborado un relato en el que indica que desde siempre hemos sido amaichas
[desde antes de la conquista europea] y vivido en Comunidad. De nuevo insistimos que no estamos
suponiendo que la creación y recreación de pasados y de identidades se restringe a ese par de
perspectivas que presentamos. Nada más alejado de ello, pues esas posturas las tomamos como si

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fueran extremos de un rango de relatos, si ello fuera posible.

Más allá de la mayor o menor certeza de cualquiera de estos relatos, queda manifiesto en ellos que,
por un lado, la Comunidad es un resultado colonial y, por otro lado, que se erigió sobre lo que pudo
haber sido la nación Amaicha prehispánica, incluido su contacto transformador con el Estado incaico.
Así, parece empezarse a reconocer que la Comunidad Indígena de Amaicha del Valle registra una
historia bastante reciente, construida a lo largo del período colonial, del período independiente, del
período de formación del Estado nacional y aún en tiempos contemporáneos. En cada una de esas
etapas, al igual que en momentos incaicos y pre-incaicos (tiempo de los amaichas), la Comunidad fue
cambiando. Distintas fueron las demandas externas a la que estaba sometida y diferentes fueron los
mundos de vida que los amaicheños construyeron para sí, en respuesta a su propia dinámica como
pueblo y en vinculación a las dinámicas territoriales, la estructura de opciones, de poder y de orden
del contexto.

En relación a ello sostenemos que, en esas trayectorias históricas muchos desarrollos socioculturales
serían recreados, mientras otros iban perdiendo capacidad estratégica, comunicativa, simbólica e
identitaria, siendo olvidados, desechados o cambiados por definiciones, significados, memorias y
prácticas culturales suficientes. Fueron tránsitos y procesos sociales en los cuales los amaicheños
tuvieron que negociar y consensuar, en condiciones casi nunca favorables, el acceso a la tierra, la
construcción del territorio comunitario, la territorialidad y diversas identidades para asumirse y para
presentarse frente a distintas administraciones estatales. Entre las sucesivas denominaciones que
adquirieron mayor relevancia frente a otras posibles contamos con: amaichas, naturales de la
parcialidad de Tafingasta, diaguitas calchaquíes amaychas, indios de la encomienda de Amaicha,
indios del pueblo de Amaicha, indios amaichas, vecinos del pueblo de Amaicha, Comunidad de
Amaicha, comuneros de Amaicha del Valle, comuneros de la Comunidad Indígena de Amaicha del
Valle.

Las últimas identificaciones, algunas de ellas utilizadas de manera alternativa, corresponden a la


emergencia y consolidación de la Nación Argentina en el siglo XIX, donde desaparece el término
indios como calificativo identificatorio para sus relaciones con el contexto. Llegaban los tiempos de los
indios invisibles, de vallistos criollos que se van construyendo, en los que se ven hasta el presente
rastros de la valerosa raza calchaquina. Momentos en que el discurso hegemónico institucional
provincial y nacional produce y reproduce una identidad inédita: ciudadanos argentinos. Un discurso
homogeneizador que desconoció o minimizó la diversidad cultural y que además forjó la definición
que tomaron, compartieron y reprodujeron la mayoría de los amaicheños hasta la actualidad, somos
descendientes de indios, somos comuneros.

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Con el tiempo, los discursos individuales y colectivos de los amaicheños ligados a lo indígena se
fueron atenuando hasta casi desaparecer, en respuesta a la dinámica de condiciones del espacio
local y del contexto, Se fueron concentrando hacia dentro de la Comunidad, en particular, vinculados
a los derechos de tenencia de la tierra y del agua de riego. Ser comunero implicaba determinados
derechos y obligaciones sobre los recursos y sobre la organización comunitaria (para el comunero y
sus descendientes), mediatizados y legitimados a través del reconocimiento del presidente de la
Comunidad de Amaicha del Valle (el cacique en voz baja) y el pago del Derecho de Comunidad que,
parece haber sido, una transmutación del tributo colonial.

En resumen, estos procesos señalados fueron simultáneos y vinculados con: la consolidación de una
ideología dominante que proclamó el crisol de razas tras la inmigración masiva de fines del siglo XIX
y comienzos del siglo XX en la Argentina; la construcción del Estado Nación y la organización
territorial luego de las campañas contra los indios del Chaco y de la Patagonia a finales del siglo XIX;
y, la inexistencia de una cuestión indígena en la política nacional hasta el Censo Indígena de 1966-
68. Pese a que esos procesos influyeron sobre la producción de repertorios culturales indígenas de la
Comunidad, es necesario destacar que en los últimos cuarenta años grupos de jóvenes amaicheños
generaron movimientos sociales acotados, tendientes a revalorizar la cultura indígena. Varios de los
integrantes de estos grupos poseían experiencias apreciables de participación en organizaciones
productivas y religiosas, así como una carga intelectual sobre la problemática indígena interesante.
En ciertos casos llegaron a redactar revistas de circulación restringida y discontinua (El Fortín y El
Chasqui) que condensaban el pensamiento y las acciones de estos grupos.

En ciertos casos también, la emergencia de reivindicaciones y recreaciones identitarias y territoriales


de los jóvenes amaicheños fueron contenidas por ciertas condiciones del contexto macroeconómico e
institucional. En un caso, por las movilizaciones y la participación política de los inicios de la década
de 1970 que, junto con la presencia de líderes de las incipientes organizaciones indígenas nacionales
en los Valles Calchaquíes, lograron la primera visibilidad pública de los pueblos originarios locales;
situación que no se daba desde la dinámica invisibilizadora de todo el siglo XIX. En diciembre de
1974 los jóvenes participaron y organizaron el Primer Parlamento Indígena de los Valles Calchaquíes
que se realizó en la villa de Amaicha del Valle. En otro caso, la resignificación de las identidades y de
los territorios impulsadas por la juventud amaicheña, fueron contenidas por las políticas nacionales de
la década de 1990 vinculadas al fortalecimiento y creación de organizaciones de la sociedad civil. A
ello se sumó la presencia de un proyecto de desarrollo rural en Amaicha (Proyecto ECIRA) que
acentuó el discurso del territorio y la pertenencia indígena, al igual que la politización del cargo de
Presidente de la Comunidad y la recreación institucional de la Comunidad Indígena de Amaicha del

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Valle y el cargo de cacique.

En el mismo sentido, podemos agregar el establecimiento del artesano/empresario Héctor Cruz en la


villa de Amaicha y su estrategia comercial/publicitaria para instalar en el mercado productos culturales
masivos (pero de factura indígena genuinamente heredada), demandados por los nuevos consumos
diferenciados. La trayectoria como pueblo originario de la Comunidad Indígena de Amaicha del Valle,
garantizaba la legitimidad étnica de los productos de la industria cultural montada. Finalmente, la
dinámica y la incidencia del contexto institucional internacional, nacional y regional facilitó y consolidó
el reconocimiento constitucional (con la Reforma Constitucional del año 1994) y legal de la diversidad
cultural. La instalación de una cuestión indígena efectiva en la política nacional contemporánea, fundó
las bases para distintos procesos de creación y recreación de territorios e identidades en la Comuna
de Amaicha del Valle y en diferentes espacios de los Valles Calchaquíes y del noroeste argentino.

6. Conclusiones

Entendemos que la presentación del caso de Amaicha del Valle ejemplifica claramente la discusión
crítica de los enfoques epistemológicos tradicionales, a través de la complejización de los significados
del territorio y en menor medida de la identidad. Los procesos de construcción y deconstrucción de
los territorios se dan en contextos geográficos, sociales, ambientales, legales, culturales, históricos y
cotidianos, complejos. Son espacios sociales producidos en los que se conjugan tanto cambios en las
culturas particulares locales como así también transformaciones económicas y culturales de carácter
global que imponen demandas/ofertas de homogeneidad/particularidad y nuevos consumos. En el
caso de la Comuna/Comunidad Indígena de Amaicha del Valle, las dinámicas socio-territoriales como
procesos socioeconómicos, socioculturales y políticos internos y externos, contribuyen a que en la
actualidad se observen de manera amplia y evidente discursos y prácticas tendientes a demostrar y
demostrarse cada vez más como indios, y a recrear y multiplicar los territorios posibles mediante
continuas movimientos y acciones de territorialización que, a su vez, construyen territorialidades
novedosas (Porto-Gonçalves, 2008).

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