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Universidad de Buenos Aires

Facultad de Filosofía y Letras


Departamento de Letras
Teoría y Análisis Literario
Cátedra “C” (Panesi)
Prof. Castillo

Trabajo Práctico sobre


Funes el memorioso,
de Jorge Luis Borges.

Diego Colombo
D.N.I.: 95444509
Buenos Aires, 9 de mayo del 2017
En este trabajo sobre el cuento Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges, utilizaremos un
método de análisis que, podríamos decir, se contrapone a los que han prevalecido en la historia de
la recepción de los textos literarios de parte del mundo académico. Pretendemos desrrollar un saber
propio de la literatura en sí, esto es, un saber sobre aquello que los formalistas rusos denominaron
literaturnost: la “literaturidad”, lo escrito. Para hacelo, nos mantendremos dentro de un criterio de
rigor. Intentaremos —en la medida en que esto sea posible— someternos únicamente a la
objetividad del texto, pues sus palabras, sus significantes, son lo único que todos tenemos en común
para poder validar o no el saber de cada lectura particular (que siga este método).
Nuentro objetivo no será el de reconstruir un argumento. Esto sería simplemente volver a
relatarlo; sería hacernos, a lo sumo, unos simples comentadores. Tampoco buscamos producir un
saber del texto en el sentido de un saber sistematizante, aclarativo, explicativo, al estilo de las
ediciones y los apartados críticos; no buscamos producir una erudición circundante al texto que, a la
vez, lo deje intacto. Mucho menos buscamos cumplir la función del exégeta. Para nosotros, el
cuento no esconde un secreto que debe ser revelado: así como no pretendemos corregir ni sustituir
la comprensión lectora, tampoco buscamos descubrir la “verdad” del texto, el rostro oculto de su
sentido. Pues sabemos que en toda interpretación hay una relación de poder, y para evitar que esta
relación sea simplemente arbitraria, para que la interpretación no vuele alocadamente por efectos
del delirio herméutico, camuflada bajo vagas pautas, ésta sólo puede ser sustituída por un criterio. Y
la esencia de ese criterio, el nuestro, es el dato: lo escrito propiamente en el texto. Nuestra lectura
no sustentará teorías ajenas ni tomará su fuerza de psicologismos biográficos; esto sería agregar
datos nuevos, extaños a la narración misma. Nos someteremos a una supuesta objetividad,
intentaremos quedarnos con la insustituible materialidad del texto, para poder decir algo sobre él
desde ahí. Daremos lecturas alternativas, no sustitutivas. En una palabra: evitaremos toda conjetura
que no pueda ser verificada a partir del fundamento empíricos del texto literario mismo.
Así, el objetivo de nuestro análisis podemos expresarlo de la siguiente manera:
pretenderemos establecer conexiones fundadas, a partir del universo de datos que es el texto —y
nada más que el texto—, para poder así formulanr una hipótesis de lectura o problema que nos
brinde un saber alternativo sobre lo que el cuento dice. Nuestro criterio del dato puede medirse a
partir del grado que lo sustente: esto es, a partir de la cantidad de citas que den prueba de él.
Todas las cursivas son mías. Las del texto original en este trabajo aparecen subrayadas.

***
I

Debo comenzar el análisis del cuento con una justificación personal. Entre los varios
lectores (entre los varios amigos) a los que consulté buscando sus impresiones de Funes el
memorioso, no hubo quien no mencionara su siguiente célebre pasaje. “Sospecho, sin embargo, que
[Funes] no era muy capaz de pensar”. Esta conclusión del Narrador, acaso por la fuerza de su efecto
poético, suele ser la que queda en la memoria de los lecores del cuento. Sin embargo, al hacer mi
propia lectura del cuento, no pude dejar de notar que yo intuía lo opuesto. Tuve la impresión de que
Funes pensaba, de que lo hacía conscientemente. Y creo poder, ahora, justificar de manera racional
a partir del análisis del cuento lo que antes fue tan sólo una impresión.
Nuestra propuesta es hacer una lectura que dé cuenta de por qué el Narrador tuvo tal
sospecha sobre la incapacidad de Funes para el pensamiento, aún cuando, en su mismo discurso
narrativo, parecen haber varios momentos donde se dan señales de lo contrario. Nos preguntamos
por qué el Narrador es susceptible de percibir la “implacable” memoria de Funes, pero no su
capacidad de pensar. Nuestra lectura propone demostrar, a partir del universo de datos, cómo ciertos
factores del contexto cultural propio del Narrador lo hacen incapaz de apreciar o percibir
plenamente el pensamiento de su interlocutor. Para dar pruebas de ello, usaremos como hipótesis de
lectura la idea de que, a lo largo del cuento, y cruzando variados temas y escenarios, hay una
tendencia a la contraposición entre el Narrador e Ireneo Funes que remarca la diferencia cultural
entre ambos.

II

El cuento comienza con un reconocimiento por parte del Narrador. Funes es el único con “el
derecho a pronunciar ese verbo sagrado”, recordar (“Lo recuerdo...”). Sin embargo, a lo largo del
cuento, observamos que este reconocimiento no se extiende con igual firmeza o certidumbre a las
demás facultades de Ireneo.
Podemos comenzar señalando que en el texto hay una caracterización de Funes
constantemente cercana a la idea de lo criollo. Y que esta, a su vez, es próxima a la idea de lo rural.
Consideremos los siguientes elementos: sus manos de trenzador, el mate, la estera con el vago
paisaje lacuste, la voz “pausada, resentida y nasal del orillero antiguo”, las alpargatas, la
bombacha. Consideremos, ahora, también algunas de las imágenes que son usadas en el cuento para
ejemplificar los alcances de su memoria. Funes percibía “todos los vástagos y racimos y frutos que
comprende una parra”, “las formas de las nubes australes”, “las líneas de la espuma” del Río
Negro, “las aborrascadas crines de un potro”, “una punta de ganado en una cuchilla”, “cada hoja de
cada árbol, de cada monte”, “el fondo el río”. Juntemos estos datos y sumémoslos al hecho
explícito de que Ireneo era oriundo del “pueblo” de Fray Bentos1.
Lo lógico, a continuación, sería exponer la caracterización de los rasgos del Narrador que
obtenemos de su propio discurso. Pero al ser el Narrador el sujeto de la enunciación, son pocas las
oportunidades en las que se lleva a cabo una descripción meticulosa de sí mismo. Sus características
debemos inducirlas, pues, por contraste. Por lo que considero que será mejor para nuestros fines
pasar a revisar los momentos de la narración donde van apareciendo las contraposiciones que
anunciamos como hipótesis de lectura.
Funes es —lo dice con claridad— un “compadrito”. Es un símbolo de lo criollo: en su voz
no está todavía la presencia de los “silbidos italianos de ahora”. En él no está presente el
componente europeo que desembarcaba en el Río de la Plata por aquellos años; y a pesar de que
existen dudas sobre su padre, sobre si “era un médico del saladero, un inglés O'Connor” o “un
domador o rastreador del departamento del Salto”, lo cierto es que vivía con su madre, lo único
cierto es que su voz es la del “orillero antiguo”. Al darnos todos estos datos, entendemos que el
Narrador, por lo tanto, tiene clara consciencia de las diferencias culturales y étnicas que los separan.
No obstante, de las palabras literato, cajetilla2 y porteño (esenciales para nuestro análisis)
sabemos que, en realidad, “Funes no dijo esas injuriosas palabras”. Pero al Narrador de todas
maneras le consta “de un modo suficiente” que “representaba para él [Funes] esas desventuras”. Y
además de esto, nos dice que no podrá incurrir en el ditirambo —“genero obligatorio en el uruguay
(...) cuando el tema es un uruguayo”— por su “deplorable condición de argentino”. Entonces
tenemos acá la desventura de ser literato y porteño, y la deplorable condición de ser argentino.
¿Qué quieren decirnos estas palabras? ¿Qué refieren estos juicios de valor del Narrador sobre sí
mismmo, si los consideramos en el marco general del texto?
Pensemos en el catorce de febrero, el día en que al Narrador lo telegrafiaron de Buenos
Aires (como solía ocurrirle a los porteños). “Dios me perdone”, nos dice. Y es que, de vuelta,
podemos segerir que el Narrador está consciente de la propia posición subjetiva y social que ocupa
en el pueblo de Fray Bentos. ¿Qué lo distrajo aquel día de la llegada de la noticia? La posibilidad
del “prestgio de ser el destinatario de un telegrama urgente” —rasgo de cajetilla—; “el deseo de
comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio
adverbio” —rasgo de literato—; la “tentación de dramatizar[su] dolor, fingiendo un viril
estoicismo” —acaso un rasgo de porteño si lo contraponemos a Ireneo, que “llevaba la soberbia al
punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado”—. El narrador tiene noticia,
además, de que en en su valija se encuentra lo que para un pueblo chico sería el arribo de “libros
anómalos”. Es el mismo orgullo de sí que siente al aclararnos que, “no sin alguna vanagloria, había
iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín”. Esta suerte de falsa modestia lo lleva

1 Departamento del Río Negro, Uruguay.


2 “Cajetilla”: En Argentina, Paraguay y Uruguay, “hombre presumido y afectado”. Palabra despectiva y coloquial.
Diccionatio de la Real Academia Española, dle.rae.es
enseguida a decir que el libro de Plinio “excedía (y sigue excediendo) mis [sus] módicas virtudes de
latinista”. Módicas virtudes, curiosa expresión.
Pensemos a continuación en el recuerdo que tiene el Narrador de la cara “aindiada” de
Funes. En una comunidad pequeña de hombres de cara aindiada es poco probable que alguien
recuerde a otro particularmente por su cara aindiada. Sin embargo, si seguimos nuestro universo de
datos, el hecho de que resalte esta percepción nos sirve como una posible prueba más de la
consciencia que tiene el Narrador de las diferencia étnico-culturales entre ambos. Cuando “la
recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra” y el Narrador vio “la cara del voz que
toda la noche había hablado”, esta cara le pareció “monumental como el bronce”. Además, le
pareció “más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y las pirámides”. Antiguo y anterior: como
su rostro, que era “remoto”; como su voz, que era la de los antiguos orilleros.
Siguiendo esta línea de asociaciones, es igualmente interesante a fines de nuestra hipótesis
de lectura el comentario que hace Pedro Leandro Ipuche sobre Funes; comentario que —y esto es
fundamental— el Narrador no discute. Para ambos, Funes fue “un precursor de los superhombres,
'un Zarathustra cimarrón y vernáculo'”. Y entonces nos pregntamos, ¿a qué viene, semánticamente,
esta doble aclaración? ¿Cuál es su función en el marco global de texto? Porque advertimos de
inmediato que en su discurso no bastó con simplemente llamarlo un superhombre 3. ¿Qué nombra
esta caracterización agregada? Lo cimarrón: palabra utilizada para resaltar la cualidad propia de
animales y plantas salvajes, no domesticados; en América Latina, puede significar también el
esclavo que se refugia en el monte. Luego, lo vernáculo: es decir, lo nativo, lo regional, lo propio;
como el “orgullo local” que el Narrador cree que estimuló a su primo Bernardo Haedo para
mostrarle los prodigios de Funes. De esta manera, podemos conectar ahora, como contrapuesto a
estos dos adjetivos, el elemento europeo propio del Narrador. Y hay un ejemplo bastante claro.
Consideremos las líneas donde está comentando sobre el testimonio que hará sobre Funes, al inicio
del cuento. Aparte de decir que le parece “muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo
trataron escriban sobre él”, aclara que su propia contribución será parte de un “volumen que
editarán ustedes”. Ustedes, ¿quién está por detrás de ese “ustedes”? Nos parece que es fácil sugerir
que corresponde a un público selecto, culto y citadino, donde lo fundamental sea, en contraposición
al mundo de Funes, una cultura preeminentemente europea. En efecto, así fue la vida del
mencionado poeta uruguayo —multilingüe y vanguardista— Pedro Leandro Ipuche.
Aclarados los puntos anteriores, más referidos a las diferencias culturales en cuanto a lo
social, podemos pasar a resaltar directamente los momentos de contraposición desde el plano
intelectual. La frase es clara en su sentido: “no hay que olvidar que era también un compadrito de
Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones”. Nos preguntamos ahora: ¿es significativa la

3 Las implicancias del término “superhombre” no son de importancia para nuestro análisis. No obstante, tal vez sea
curioso señalar, para nuestra lectura alaternativa, que el concepto de Nietzsche alude más a una disposición vital con
respecto a la existencia que a una cierta capacidad intelectual. Ambos aspectos pueden, incluso, mostrarse a veces
como contradictorios.
aclaración “de Fray Bentos”? Sería muy arriesgado hacerlo de principio. Pero si nos atenemos a la
literalidad del texto, y subrayamos las palabras incurable y limitación referidas a Funes, ahora el
señalamiento de su procedencia, su cercanía sintagmática, las tres palabras ya no parecen ser del
todo inocentes. La recomendación innicial refuerza el efecto: “no hay que olvidar que...”.
Luego, cuando Funes le solicita el préstamo de cualquiera de los volúmenes, el Narrador no
sabe si “atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más
instrumento que un diccionario”. Por lo tanto, el Narrador decide “desengañalo con plenitud”. Esta
reacción es, desde luego, natural con respecto a quien sea que demande tal tipo de préstamo. Aún
así, el Narrador satisface el pedido de Funes. Su actitud es, en cierto sentido, condescendiente. Pero
a partir del descubrimiento de las capacidades de Funes, la percepción que tiene de Ireneo pasa a ser
la de una maravillada distancia. Llegados a este punto, podemos pasar a responder directamente
parte de nuestra pregunta como hipótesis de lectura — ¿Es Funes capaz de pensar?
Ireneo comienza “por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa
registrados por la Naturalis historia”. Sabemos que Funes tiene una memoria “infalible”: es capaz
de enumerar perfectamente. (Esto, a su vez, está asociado a la idea de ser capaz de reconstuir sus
sueños y entresueños, y hasta “un día entero”). Luego descubrimos, a partir de distintos ejemplos,
los muchos detalles que la memoria de Ireneo es capaz de retener; Funes sabe “las formas de las
nuebes autrales...”, etc. Pero enseguida se nos dice que a esas mismas nubes australes “podía
compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había visto una
vez...”. Podía compararlas, leemos. Y como sabemos que es importante atenernos a la literalidad
de los significantes, podemos preguntamos lo siguiente: ¿Qqué otra cosa es una comparación sino
la facultad de abstraer ciertos atributos de algo para, de manera inmediata o memorística,
contrastarlo con los atrobutos o rasgos de algo más? Cuando Funes dice: “Más recuerdos tengo yo
solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”, ¿no hay acá,
también, una abstracción? ¿No es esta una generalización de la capacidad de recordar de cada uno
de los hombres que existiron? ¿No es esto una generalización que considera el Tiempo mismo desde
que el mundo es mundo? En una parte del texto el Narrador afirma que “era casi incapaz de ideas
generales, platónicas”. Pero para formular aquella frase, parav justificarla, no basta con un simple
casi. En el ejemplo anterior, ¿no ha tenido precisamente que elevar el caso por caso particular de
cada individuo —de cada “cristiano” ciego, sordo, abombado y desmemoriado— a un universal
inutído y constante?
Lo mismo ocurre con las otras dos sentencias. “Mis sueños son como la vigilliad de
ustedes”; “mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras”. Confirman, a partir del símil, la
facultad de Funes de comparar abstractamente. En la última, las cualidades de su memoria no tienen
en absoluto cualidades físicas, materiales o sensosariales que den cuenta de una sencilla
comparación a partir de “detalles (…) casi inmediatos” y perceptivos con el vaciadero de basuras.
Acá su comparación es intelectual, es todo pensamiento, es algo más que la mera superposición de
elemenos semejantes. La noción abstracta que la sustenta es la de echar algo que sobra, algo
innecesario, sobre un lugar cuyo destino es servir de recipiente. Tan sólo así es posible la
comparación entre la memoria y el vaciadero de basura.
Llegamos al punto álgido del relato en cuanto a la descripción de la memoria de Funes. El
Narrador nos dice que Funes había “discurrido —esto es: inventar, idear, pensar— un sistema
original de numeración”. Alguien podría argumentarnos, como contraargumento a nuestra hipótesis
de lectura, que en el caso de este sistema de numeración no hay realmente una forma de
pensamiento asbtracto y que, por ende, Funes realmente es incapaz de pensar. Nosotros, sin
embargo, aceptamos ese hecho y partimos de él. Porque el pensamiento de Funes que reconocemos
no toma lugar en el momento de considerar el sistema de numeración en sí, sino al momento de
considerar sus elementos y en la refutación que el propio Ireneo da del mismo. En la refutación del
segundo proyecto (que guarda relación con el primero), “la conciencia de que la tarea era
interminable” y “la conciencia de que era inútil” implican, a nuestro juicio, conceptos que, como
decíamos antes, participan de cierto grado de abstracción y generalización. La idea de que el
proyecto es interminable sólo tiene sentido en Funes poque lo considera desde el punto de vista de
su propia vida finita y mortal: Ireneo “pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de
clasificar todos los recuerdos de la niñez”. Asó, el proyecto no era lógicamente imposible, pero sí
era imposible la consideración asbtracta de su propia vida mortal. Además de esto, la idea de que el
proyecto era inútil sólo tiene sentido desde un cuestionamiento por la utilidad, es decir, desde una
pregunta que necesariamente se formula a partir de la experiencia personal de los valores —¿ser útil
para qué?—. Los valores son una forma de generalización de la conducta y de los mandatos sociales
en el pensamiento. Esto, a su vez, también es incompatible con el momento en el que Narrador dice
que Funes era “casi incapaz de ideas (…) platónicas”.
Decíamos que los elementos elegidos para su sistema de numeración no corresponden
realmente con lo que se entiende por tal tipo sistema; esto bien lo señaló el Narrador. Sin embargo,
no por esta razón su invención se vuelve impasible de sentido en sus elementos. Para demostrarlo,
debemos volver a considerar el elemeneto criollo de Funes. Consideremos los “numeros” que nos
menciona el Narrador. “Máximo Pérez”, personaje asociado al Departamento de Soriano; “Luis
Melián Lafinur”, político y ensayista; “Olimar”, río del Departamento Trenta y Tres; “Agustín de
Vedia”, periodista revolucionario; “El Negro Timateo” [sic], revista de sátira política. ¿Qué tienen
en común? Todos son elementos uruguayos. Y los otros ejemplos, quizá, objetos que Funes veía
cotidianamente; y la mención de Napoleón, una posible educación histórica. Pero ¿sólo posible? Al
menos, tenía noticia de la “acción del Quebracho”. Y ¿qué decir del pasaje de la carta “florida y
ceremoniosa”? En ella sabía de los “gloriosos servicios que don Gregorio Haedo (…) había
prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituazaingó”. La educación queda demostrada
por la letra “perfecta” y por la “ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó”. Es decir, por una
formación gramática. Con este ejemplo no queremos reinvindicar el supuesto sistema de
numeración de Funes. Por supuesto que si llegó a veinticuatro mil números pronto sus signos
carecieron de sentido (“las últimas eran muy complicadas...”). Sólo queremos indicar que, al menos,
en la literalidad que el texto nos ofrece, los elementos que elige no están desprovistos de sentido. Y
al tampoco estar desprovistos de regularidad, podemos asumir la presencia de cierto criterio, es
decir, cierto pensamiento abstracto. Bástenos mencionar, para cerrar nuestra lectura, que “su primer
estímulo —cree el Narrador— fue el desagrado (lo que decíamos antes, un valor) de que los treinta
y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo”.
El narrador, no obstante, no ha notado esto. Lo llama un “disparatado principio”, “una rapsodia de
voces inconexas”. Y cierra diciendo que, ante su crítica, “Funes no me entendió o no quiso
entenderme”. Tal vez, podríamos sugerir que es el Narrado quien no entendió o no quiso entender a
Funes. Y nuestra hipótesis de lectura nos lleva a pensar que la causa es la contraposición que hace
de sí mismo el Narrador ante las palabras de Funes.
Nos interesa, como cierre, el pasaje que viene a continuación. Leemos que los proyectos de
Ireneo “son incensatos, pero revelan cierta balbuceante grandeza”. El tono es claramente peyorativo
(en otros pasajes se resalta la voz “aguda” y “burlona” de Funes). Sin embargo, la leve consciencia
de cierta grandeza es mencionada. Por eso la elección de nuestra hipótesis de lectura, para intentar
explicar por qué el reconocimiento del Narrador a Funes es sólo parcial. Creemos ya haber
demostrado cómo en varios pasajes la consciencia de la diferencia étnica y cultural han sido las
condiciones para una contraposición entre los interlocutores, que ha determinado el resultado de la
percepción del primero sobre el segundo.
La abrumadora realidad de su memoria es comparada con las torres populosas y las
avenidad urgentes de “Babilonia, Londres o Nueva York”. Pero “nadie (…) ha sentido el calor y la
presión de una realidad tan infatigable como la qu día y noche convería sobre el infeliz Ireneo, en su
pobre arrabal sudamericano”.

III

¿Es Funes capaz de pensar? Nuestra hipótesis de lectura nos ha llevado a sospechar que sí.
Y, aún en este punto, tomaremos el riesgo de decir algo más al respecto, basándonos en los otros
datos que hemos hallado del cuento. Primero, debemos considerar los diferentes pasajes donde se
enfetiza la abrumadora condición de Funes, su realidad “infatigable”, que convergía día y noche
sobre él; la mención de su “vertiginoso” mundo; la descripción que leemos de él como un “solitario
y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso” — todos
estos, factores que dan cuenta de la condición del “infeliz Ireneo”. Pero una de las consecuencias de
su particular condición nos resulta interesante. Se dice que a Funes “le era muy difícil dormir”,
puesto que “dormir es distraerse del mundo”. Acá notamos algo curioso.
A lo largo de la narración se enfatiza varias veces la oscuridad de la pieza de Funes. (“Ireneo
solía pasarse las horas muertas sin encender la vela”; “La oscuridad pudo parecerme total”; “esa
voz, (que venía de la tiniebla)”; “de espaldas en el catre, en la sombra”). Además, leemos que, para
dormir, volvía la cara hacia un trecho con casas “negras, compactas, hechas de tiniebla
homogénea”. O, si no, se imaginaba “en el fondo de un río, mecido y anulado por la corriente”. Lo
que nos arriesgaremos a sugerir es la idea de que Funes, al contrario de lo que sospechó el Narrador,
no puede dejar de pensar.
¿Por qué decimos esto? Fundamentalmente, por la conexión que hacemos entre los datos
anteriormente citados y el siguiente pasaje. “Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente
resaltaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil
también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina”. Más que resaltar la
memoria de Funes, nosotros subrayamos su capacidad, su fuerza de percepción. No poder
suspender la perpeción —el hecho de que el presente sea “casi intolerable de tan rico y nítido”— es
lo que no le permite dormir. Y al no poder distraerse de su memoria y su percepción, no puede
distraerse del pensamiento.
Esta es la lectura alternativa que, a partir de nuestra hipótesis de lectura y el universo de
datos, presentamos para nuestro cuento. Funes no sólo es capaz de pensar: acaso está condenado a
ello. Y el Narrador, quien juzgaba su testimonio como “el menos imparcial”, parece haber caído en
su propio discurso sobre Funes —en la literalidad del texto— en parcialidades resultantes de la
contraposición que se establece, desde las diferencias culturales, entre él y Funes.

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