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Describa la combinación de los factores de producción que permitió el ascenso de la clase rural
pampeana y las características particulares de la inserción argentina en el mercado mundial.
Rocchi señala que la Argentina se inserta en el mercado mundial a fines del siglo XIX como
exportadora de bienes primarios. A fines de ese siglo las mercancías para vender en el exterior eran
cereales, lino, carne congelada ovina y animales en pie. A principios del siglo XX, la carne
refrigerada vacuna se transformó en una nueva estrella, mientras los cereales ampliaban su
presencia. El auge exportador argentino fue parte de un proceso de internacionalización del
intercambio comercial que se aceleró a fines del siglo XIX con el desarrollo del capitalismo
internacional. Las economías más avanzadas estaban viviendo un proceso de industrialización que
generaba tanto un exceso en la producción de bienes manufacturados (a los que había que exportar)
como un aumento en el la demanda de alimentos para su población y de las materias primas
necesarias para sus fábricas (a los que había que importar).
En este proceso de internacionalización económica los factores de producción móviles, el
trabajo y el capital, fluyeron. Una Europa con exceso de población se convirtió en la principal
fuente de salida de mano de obra hacia las zonas que la requerían y que ofrecían salarios más
atractivos. La industrialización en las economías más dinámicas, por otro lado, produjo excedentes
de capital ansiosos de migrar hacia donde se le ofreciera una ganancia mayor. La migración de
trabajo y capital requería un cierto marco de orden político y jurídico en los lugares de recepción,
que protegiera vidas, propiedades y emprendimientos. En los países independientes de América
Latina, la formación de los Estados centrales brindó ese contexto. En el caso argentino, este orden
político finalmente llegó después de un largo, costoso y complejo proceso que comenzó a gestarse
con la batalla de Caseros en 1852 y culminó en 1880. En este proceso, el Estado en formación
comenzó a garantizar la seguridad jurídica, la propiedad privada y el movimiento libre de capitales,
con lo que llegaron las inversiones extranjeras y los inmigrantes.
La Argentina contaba con un factor de producción abundante sobre el que se basó (a partir de
la combinación con los que eran escasos, capital y trabajo) el crecimiento exportador: la tierra. El
tipo de tierras y el clima de las pampas permitieron la producción de bienes que contaban con una
demanda creciente en el mercado mundial, convirtiendo a la región pampeana en el eje de la
expansión argentina. La ocupación del espacio pampeano se fue desplegando en el tiempo a partir
de una frontera que desplazaba esporádica per irreversiblemente sobre el territorio indígena. El
asalto final se produjo con la Conquista del Desierto en 1879. Ahora bien, a partir de la conquista se
dio otro proceso más lento, el del avance de la frontera productiva. Este doble movimiento de
fronteras, la política y la productiva, resulta peculiar de la Argentina, pues no era la presión de una
población ávida de tierras la que impulsaba la conquista militar. Por el contrario, fue la conquista la
que atrajo a los pobladores ofreciéndoles una vasta extensión de tierras vírgenes. A partir de su
apropiación y poblamiento, las tierras se destinaron a la producción.
Entonces, el trabajo necesario para el proceso productivo fue provisto por la acción conjunta
del crecimiento demográfico, de las migraciones internas y, sobre todo, de la inmigración europea.
El otro factor escaso que migró hacia la Argentina fue el capital, al que se le ofrecieron
oportunidades para lograr ganancias extraordinarias. Las inversiones extranjeras se desplegaron
siguiendo dos elementos cuya importancia relativa fue cambiando con el tiempo: la seguridad
(crucial al principio del proceso) y la rentabilidad, que fue cobrando cada vez más atractivo como
factor independiente. El naciente Estado argentino, con el objetivo de atraer inversiones, disminuyó
los riesgos de mercado ofreciendo garantías de rentabilidad a los inversores. Mientras tanto se iba
generando la garantía final del movimiento de capitales: la confianza, un valor que sólo pudo ser
construido en el largo plazo. El Estado argentino impulsó la primera ola de inversiones a través de
la emisión de bonos del gobierno, sobre el que se pagaba un interés mayor que el que brindaba un
banco europeo. Como muestra de seguridad, el Estado ofrecía sus ingresos como garantía.
La gran mayoría de los capitales provenía de Gran Bretaña. Así como compraron los primeros
bonos del Estado argentino, los ingleses también invirtieron su capital en los ferrocarriles. La
rentabilidad de las primeras inversiones ferroviarias estuvo también garantizada por el Estado que
les aseguró una ganancia de alrededor del 7% sobre el capital invertido. La red ferroviaria que se
extendió por el país posibilitó la puesta en producción de nuevas tierras, así como la explotación de
nuevos productos exportables. Los FFCC fueron fundamentales para hacer que la Argentina se
convirtiera en un exportador de cereales en gran escala. Otros países europeos que invirtieron en el
país fueron Francia (FFCC y el puerto de Rosario), Alemania (mayor proveedor de electricidad),
Bélgica e Italia. Los capitales de EEUU invirtieron a principios del siglo XX en los frigoríficos.
El número de productos que formaban el grueso de la exportación –trigo, maíz, lino, carne
vacuna y lana- no era alto. Pero la cantidad exportada era tal que los ingresos provenientes del
exterior diluían los efectos de la falta de diversificación.
2. ¿Cuáles son las características de la clase dominante que se consolida durante el MAE? Analice
su comportamiento en el largo plazo.
Para entender las características de la clase dominante que se consolida durante el Modelo
Agro Exportador (MAE), es decir, durante el nacimiento del capitalismo en la Argentina y la
expansión económica que generaron, en la década del 80, la apertura al mercado mundial y la
inversión de capital monopolista, Pucciarelli estudia, en primer lugar, su antecedente inmediato.
Esta etapa precursora coincide, políticamente, con las presidencias nacionales de Mitre, Sarmiento y
Avellaneda, entre 1862 y 1880, y, económicamente, con la modificación de la demanda externa que
conllevan a la decadencia del vacuno criollo y del saladero y la implantación y consolidación de la
producción ovina. Se trata de una etapa de transición.
Acicateadas por la modificación cualitativa de la demanda, la vieja aristocracia liberal y parte
de la burguesía comercial porteña recorren un tramo decisivo que les permite transformarse, a la
postre, en gran burguesía terrateniente, una clase destinada a comandar y definir, en el futuro, el
sistema de alianzas con el imperialismo inglés. Realizan para ello el proceso de acumulación de
tierras y capital para lograr el control de la estructura productiva a partir de la coyuntura económica
creada por la expansión del ovino. El tipo de acumulación realizado por la burguesía terrateniente
tendrá un papel central en la definición del carácter capitalista deformado de la expansión
agropecuaria posterior.
De suma importancia es que la fuente principal de acumulación de la oligarquía pampeana se
halla asociada a la posibilidad de obtener renta diferencial en el mercado mundial. La acumulación
de capital sólo es posible en esta etapa mediante la acumulación de tierras, y a la inversa, pero con
una diferencia: si al capital se llega explotando en condiciones muy favorables la tierra, ésta se
acumula si, además del capital, se cuenta con el control de los centros de poder político y social. La
historia del proceso de apropiación privada que culminó en la década del 90 es la historia de los
distintos mecanismos puestos en juego para hacer posible la enajenación de la tierra pública. Por esa
vía se promovió la creación y desarrollo de una reducida casta de acaparadores: empresarios,
comerciantes, burócratas, militares, financistas usureros y también algunos productores rurales.
Unitarios o federales, porteños provincianos, todos coincidieron, más allá de sus diferencias, en
utilizar sistemáticamente la tierra de propiedad social para favorecer a los grupos, circunstanciales o
permanentes, allegados al poder del Estado.
Caído Rosas en 1852, la continua expansión de la producción, que agregaba lana, una
mercancía valiosa, a los rubros tradicionales de exportación, siguió agudizando el interés de la clase
dominante por acaparar nuevas extensiones. Para eso, intentó el asalto de las tierras no controladas
por los blancos, donde los malones indios se enseñoreaban todavía en medio territorio de la
provincia. En los años 1850, para incentivar la ocupación de esa zona se dispuso la concesión de
muchas tierras en forma gratuita. El mecanismo de apropiación era relativamente sencillo. Era sí
requisito esencial detentar el control del Estado o tener al menos importantes vinculaciones con el
poder político de turno. Así era posible recibir cantidades discrecionales de tierras en arriendo o
concedidas en posesión precaria y controlarlas sin tener necesidad de ponerlas en explotación. De
ello se encargarían los arrendatarios o subarrendatarios, que además concedían el pago de una
cuota. A veces la cuota absorbida por el grupo que contralaba el negocio desde Buenos Aires
resultaba superior a sus propios compromisos con el Estado, y dejaba un remanente destinado a
integrar un fondo de capital. Así surgió el segundo proceso: acumulación, acompañada de la
valorización de la tierra y el ganado que convirtió a este grupo de la noche a la mañana, sin esfuerzo
alguno, en una poderosa clase de grandes propietarios terratenientes. Tal capacidad de acumular les
permitirá intentar la nueva línea de enriquecimiento propuesta por el capital inglés, cuando el
interés por el consumo de lana se traslade hacia la mestización del vacuno.
El proceso de apropiación de privada de la tierra se desarrolló paralelamente al reemplazo del
vacuno criollo por la producción lanera para consumo industrial. Las ventajas naturales de nuestros
campos para la cría y reproducción de los planteles ovinos mestizados nos permitieron ingresar con
bajos costos en el mercado internacional y mantener elevados durante un largo período los
márgenes de beneficio y renta. La cría del ovino produce una transformación sustancial en las
limitadas estructuras de nuestro sector pecuario. Pasó a ser en esa época en la única fuente de
acumulación en gran escala. Debido al carácter extensivo de la producción y al enorme peso de la
renta, el grupo social que logró controlar mayores cantidades de tierras se convirtió a la vez en el
centro de acumulación de todo el sistema. Acumulación de tierras y capital serán los mecanismos
principales de gestación de la futura gran burguesía agropecuaria. La producción ganadera pudo
extraer lana, cuero, sebo, grasa que se transformaron después en una enorme masa de capital
contante y sonante en el bolsillo de los nuevos empresarios capitalistas; surgió así la base de una
nueva clase, socia futura del capital inglés para la colonización definitiva de la economía
argentina.
Asimismo, se avanza en esta etapa en la proletarización del gaucho. El gaucho será en esta
época sistemáticamente perseguido, acorralado y trampeado en aras de la acumulación primitiva. La
explotación y la persecución será sacramentada, después de 1852, por el cuerpo legal que los grades
terratenientes hacen distar al gobierno de la provincia de Buenos Aires. Así se busca consumar
jurídicamente el nuevo tipo de relaciones que las modificaciones de la producción venían gestando
desde tiempo atrás en la estructura social del campo. El Estado, por su parte, amplía sus roles
coercitivos para garantizar con mayor eficacia el proceso de acumulación. Además de ceder la tierra
a la apropiación particular, impone también las condiciones de su uso y la intangibilidad de la
propiedad privada de los bienes productivos, de acuerdo con los mecanismos de funcionamiento de
un nuevo sistema de explotación, basado en las leyes del mercado capitalista en formación. Para
que las nuevas relaciones capitalistas se tornaran dominantes, el capital debía obtener la mediación
del Estado e imponer mecanismos de coacción extraeconómica, destinados a someter al gaucho,
representante de esa masa de mano de obra fluctuante que todavía resistía al ineluctable avance de
un sistema de explotación articulado alrededor de la compra y venta de la fuerza de trabajo.
La Conquista del Desierto, en 1879, y la introducción del frigorífico ovino, que abre el
período de expansión capitalista propiamente dicho, consolidan el proceso de acumulación
originaria, una especie de plataforma de lanzamiento para el acelerado desarrollo de muestra gran
burguesía agraria en las décadas posteriores. Antes de hacerse presente la mestización del vacuno,
el frigorífico trustificado, el monopolio de los transportes, la inmigración, la agricultura y las
grandes inversiones financieras, los terratenientes de la región pampeana ya habían logrado el
control de los dos factores estratégicos de la expansión económica posterior: la tierra y el capital.
A fines del siglo XIX, la tendencia a la valorización de los bienes entra en una segunda etapa.
En ella, el refinamiento del ganado vacuno y la producción de cereales para el mercado exterior
adquieren mayor predominio sobre el conjunto de las actividades agropecuarias. La década del 80
inaugura la historia contemporánea de la Argentina capitalista dependiente. En el desarrollo del
capitalismo en la región pampeana, además de los factores exógenos deben agregarse las
inversiones internas de considerable magnitud, realizadas por medianos y grandes terratenientes en
las empresas agropecuarias. Por este medio se opera la segunda transformación estructural de las
haciendas, un cambio sustancial vinculado a la producción de un nuevo tipo de carne vacuna
refinada, destinado a la demanda europea.
Pucciarelli caracteriza al capitalismo que se desarrolla en la Argentina de fines del siglo XIX
como un capitalismo agrario atrasado, deformado y dependiente. Así, producto del desarrollo
combinado entre relaciones de producción avanzadas y atrasadas, se va configurando a nivel global
y sectorial una especie de sistema híbrido. El capital y el trabajo asalariado se imponen sobre el
conjunto, y las relaciones de producción restantes, más atrasadas, menos capitalistas, no se
constituyen en obstáculos, no tienden a disolverse; son subsidiarias del eje principal y crecen junto a
él.
La burguesía terrateniente no se orientó hacia la industria frigorífica dado que ello no formaba
parte del acuerdo establecido con el capital monopolista foráneo. La rápida capacidad de adaptación
y la dependencia, tanto de los estímulos externos como de las oscilaciones del mercado, figuran
entre los rasgos más característicos de la gran burguesía terrateniente. Dentro de los estrechos
límites de una economía agraria y dependiente, despliega una serie de actividades que la vinculan
simultáneamente con los grupos monopolistas instalados en el aparato de comercialización externa
y con el desarrollo de los núcleos productivos más importantes del país.
4. Señale las características y límites del MAE. ¿Cuáles fueron las formas principales de
producción agraria? (Rocchi o Pucciarelli)
Pucciarelli observa que alrededor de 1880 la Argentina inició su transformación agraria. Esto
reflejaba la inauguración de una era en la que los países metropolitanos, impulsados por sus
transformaciones internas, fueron imponiendo paulatinamente la remodelación de los flujos del
intercambio internacional. La región pampeana sería transformada así mediante las nuevas formas
de colonización ensayadas por el capital en su etapa monopolista. Gran Bretaña fue líder en este
proceso. Ya en el año 1862 comienza la penetración del capital británico en la Argentina, siendo el
ferrocarril uno de los protagonistas de este proceso. Las grandes compañías financieras hicieron
posible la implantación del FFCC con características monopólicas en los países periféricos. Así, el
FFCC quedó históricamente ligado al destino agropecuario del país: agilizó el transporte de la
producción de las zonas económicamente activas, incorporó al mercado nuevas regiones abiertas a
la explotación privada luego de la Conquista del Desierto (1879) y, en la región meridional,
organizó las actividades agrícolas donde aún no se habían desarrollado. Para esto último recibió
grandes extensiones de tierras del Estado en forma gratuita. De esta manera, la forma más avanzada
del capitalismo metropolitano, el trust monopólico integrado a todos los niveles –financiación,
producción y comercialización-, comenzó su actuación dentro del país durante la época de mayor
prosperidad y desarrollo a través del oligopolio ferrocarrilero. La oligarquía argentina aprovechó la
coyuntura para asociarse en los beneficios, pero sobre todo para hacer valorizar sus campos con el
trazado de las redes ferroviarias.
Entre la caída de Rosas, en 1852, y el proceso que empezó a desarrollarse en 1880, se
desarrolló en la región pampeana un proceso primigenio de colonización a la postre frustrada, por
medio del cual se pretendió organizar un tipo de sociedad agraria de la mano de colonos
inmigrantes del norte de Europa, que no pudo desarrollarse por la acción del sector terrateniente y la
posterior influencia decisiva del capital monopólico extranjero. Después de 1880, con la iniciación
de la agricultura de forrajeras, la aparición del capital monopolista y el incesante aumento de la
demanda se modificaron los patrones de asentamiento del inmigrante en la tierra. Si bien se
mantuvo la pequeña explotación familiar, se instituyó como regla en toda la región el sistema de
arrendamiento.
Rocchi, en tanto, destaca que la producción de cereales con destino a la exportación comenzó
en las colonias agrícolas fundadas por inmigrantes europeos. Allí la regla era que los agricultores
fueran propietarios de una parcela de tierra que, en promedio, alcanzaba unas 50 hectáreas. Este
autor sitúa a principios del siglo XX el cambio en el escenario microeconómico del agro pampeano
cuando buena parte de la producción cerealera comenzó a originarse en estancias, establecimientos
muy diferentes de las colonias. Ahora los cereales se producían en las estancias mixtas, llamadas así
porque combinaba la agricultura con la ganadería. La estancia mixta era un tipo de unidad
productiva nueva. En las estancias mixtas el estanciero se dedicaba al engorde (o invernada) del
ganado vacuno. El negocio de la invernada era muy lucrativo siempre que se asegurara que el
forraje para los animales tuviera costos bajos. La forma que estos estancieros encontraron para
abaratar costos fue la asociación económica con un grupo de gran importancia: el de los chacareros.
Estos últimos explotaban una fracción de tierra, pero no eran dueños de la propiedad sino que las
arrendaban. Los chacareros se comprometían a dejar el campo alfalfado al finalizar el contrato. El
negocio del estanciero invernador era doble: cobraba la renta por la tierra alquilada y obtenía la
tierra alfalfada donde iba a engordar sus vacas.
Rocchi establece una clasificación de la estructura económica de la región pampeana en la
que los estancieros “invernadores” estaban al tope. Por otra parte, una buena parte de los estancieros
eran “criadores”, que se dedicaban a la primera etapa de la vida de los terneros, la previa al engorde.
Los campos de cría eran de peor calidad que lo de invernada por lo que, generalmente, los criadores
eran menos ricos y prósperos que los invernadores. Más aún, la relación entre criadores e
invernadores estuvo muchas veces teñida de conflictos: mientras que los criadores quedaban
(comercialmente) presos de los invernadores que les compraban sus novillos, los segundos tenían
vinculaciones directas y fluidas con los frigoríficos, con quienes podían negociar precios, pues eran
sus proveedores.
Entonces, si bien las colonias impulsaron la primera producción agrícola en gran escala, la
estancia mixta la hizo llegar a los niveles que convirtieron a la Argentina en uno de los graneros del
mundo. La combinación entre agricultura y ganadería se mostraba como una asociación altamente
eficiente.
8. Señale las diferentes etapas en las que se puede dividir la inversión extranjera entre 1860 y
1930.
Los principales ciclos de inversión de los capitales extranjeros en la Argentina se verificaron
entre los años 1862-75, 1881-90 y 1903-13, y se correspondieron aproximadamente con las grandes
fases de auge de las exportaciones de capital a nivel mundial. Los principales factores que los
determinaron fueron los mismos que incidieron en la dinámica internacional: en su iniciación, los
impulsos en el desarrollo del comercio internacional, a los que se agregó en el ciclo 1881-90 la
búsqueda de colocaciones para contrarrestar los efectos de la depresión de los años 1870 en los
países inversores. En cuanto a su finalización, las crisis financieras internacionales de 1873-76 y
1889-91, y el estallido de la Primera Guerra Mundial.
También influyeron factores de específico carácter local, que explicaría la variable intensidad
con que los capitales extranjeros se volaron hacia la Argentina. Por una parte, factores de índole
económica, como la marcha de las actividades productivas, el estado de las finanzas públicas y la
situación cambiaria. Por otra, ciertos actos institucionales que precedieron la iniciación de los ciclos
y que revelan la magnitud del rol asumido por el Estado para asegurar el proceso.
Concluida la Primera Guerra Mundial volvió a generarse un nuevo flujo de inversiones hacia
la Argentina, que llegó a asumir cierta importancia entre 1921 y 1929. Sin embargo, sus
características fueron muy diferentes a las de los años anteriores. Por una parte, su magnitud distó
de alcanzar los valores de preguerra, tanto en términos absolutos como en proporción a la inversión
de origen local. Por otra parte, su composición experimentó sensibles cambios. El grueso estuvo
constituido por capitales de EEUU, que fueron los que tomaron los nuevos empréstitos y que
además se distribuyeron en una amplia gama de sociedades anónimas. Se trató sobre todo de
inversiones directas, a través de establecimientos de sucursales de las grandes empresas industriales.
Entre los nuevos rubros se destacaron especialmente los relacionados con el transporte automotor:
automóviles, petróleo, caucho y cemento. A su vez las inversiones en frigoríficos siguieron
registrando un comportamiento dinámico. En cambio, casi no hubo nuevas inversiones en el sector
ferroviario, no obstante lo cual siguió constituyendo de lejos el sector de mayor importancia.
Regalsky interpreta este reflujo de las inversiones hacia 1914 como uno de los síntomas de la
conclusión de una etapa, cuya principal fuerza motriz había sido la expansión horizontal de la
producción pampeana basada en el avance de la frontera agropecuaria, la que se completó poco
antes del estallido de la Primera Guerra Mundial en aquel año.
Otra cuestión que a lo largo de toda esta evolución aparece es la del sobreendeudamiento, una
perspectiva amenazadora que emergió al final de cada ciclo de inversiones. Este
sobreendeudamiento se originaba por el exceso de inversiones que sólo eran reproductivas a largo
plazo, o que eran completamente improductivas, es decir, que no generaban recursos para el
servicio de sus intereses y amortizaciones. Estas inversiones suponían una capacidad previa de
pago, de los organismos y empresas receptoras de los fondos, y del país en su conjunto a través del
balance de pagos, que frecuentemente tendía a ser rebasada. En realidad, hacia fines de la década de
1880 y nuevamente desde principios del siglo XX, una parte considerable de los nuevos capitales
sólo sirvió para cubrir los servicios de la deuda ya contraída. Así, la Argentina se había
transformado en una suerte de “estado tributario”, puesto que para solventar los servicios de las
inversiones extranjeras destinaba los importantes superávits de su comercio exterior y gran parte de
los capitales que recibía. Mantener la corriente de inversiones se transformaba en un prerrequisito
para no caer en la insolvencia.
10. Analice las distintas problemáticas vinculadas con la fijación de los aranceles el período del
modelo agroexportador (Schvarzer 2)
Las políticas económicas aplicadas por los gobiernos en el período 1880-1930 han sido
tomadas, por muchos especialistas en historia económica, como típicas de una época de
librecambio. Esto es, desde esta óptica no habría habido ningún tipo de restricción en el comercio
exterior dado el tipo de inserción de la Argentina en el mercado mundial como proveedora de
alimentos. No obstante, Schvarzer destaca que durante todo el siglo XIX y muy avanzado el siglo
XX, la forma de recaudación más importante del país fue a través de la aplicación de impuestos
indirectos a las importaciones. Es por eso, y ante las oposiciones internas en aquellas épocas para
aplicar impuestos de tipo directo, que este autor dice que el librecambio absoluto no sólo no era
posible, sino que nunca se aplicó en el país. Al mismo tiempo, advierte que esta conclusión no debe
extenderse hasta la imagen opuesta, que supone que rigió un proteccionismo adecuado.
Una política de ingresos fiscales basadas en las tarifas de aduana no es necesariamente óptima
desde el punto de vista de una política industrial. Es probable que la protección deseada por los
fabricantes locales resulte superior a la que optimiza el ingreso fiscal. Si el gobierno aceptara la
demanda de dichos industriales, experimentaría una pérdida de recursos dado que desalentaría el
consumo de aquellos bienes importados con demanda elástica.
De esta forma, la Argentina no podría adoptar ninguna estrategia de carácter autónomo (ni
proteccionista ni librecambista) en la medida que enfrentara resistencia a la aplicación de otros
impuestos que resolvieran el tema fiscal. En las condiciones económicas de principios del siglo XX,
el librecambio requería un sistema fiscal complejo y bien desarrollado. A la inversa, esa necesidad
de recaudar aranceles no implica que la estrategia del gobierno fuera “proteccionista”. Por el
contrario, el aumento de la recaudación no siempre coincidía con el nivel óptimo de la protección.
La experiencia tarifaria argentina señala que otras fuerzas, y quizás otros objetivos,
diferentes a lo planteado por el análisis teórico, impulsaban esa política. Los cambios sucesivos y
continuos en las medidas adoptadas, la arbitrariedad en numerosas disposiciones, el favoritismo de
más de una norma, le permiten suponer al autor que ni el ingreso fiscal, ni las teorías de comercio,
eran un componente decisivo de esas decisiones. El escaso carácter específico de las normas
legales, sus indefiniciones y cambios, daban lugar a un juego de presiones e intereses que
distorsionan todos los datos del problema. Hasta el dictado de la Ley de aduana de 1905 el sistema
era bastante complejo, variable y difícil de comprender en su conjunto. El sistema no sólo era
errático en sus normas sino que se veía afectado por las fluctuaciones de los precios mundiales, por
las cambiantes relaciones entre el peso papel y peso oro, y por los confusos criterios de clasificación
de cada mercadería, a lo que se sumaban los métodos arbitrarios de aplicación de dichas normas por
los funcionarios encargados de cumplirlas.
De todas formas, aprobada la Ley de aduanas, su texto formal logró cierta permanencia pero
no estabilizó el sistema ni dio certidumbre a los agentes económicos. La clasificación de los
distintos bienes no diferenciaba las calidades al interior de ellos. Esa lógica beneficiaba a los grupos
sociales privilegiados a costa de los más pobres. El aforo igual para las distintas calidades, por
ejemplo $1 por unidad, era una alternativa para que los primeros importaran bienes con bajo arancel
(relativo a su precio) mientras que otros grupos sociales afrontaban un recargo mayor. La
distribución interna de la tarifa y sus relaciones con los poderosos grupos de interés que
presionaban en torno de las decisiones arancelarias, resulta decisiva para comprender mejor los
lineamientos generales de la política tarifaria argentina de la época.
Las exenciones de aranceles “librecambistas” se comenzaron a conceder en la década de
1880. Dichos beneficios eran otorgados a grupos de presión muy poderosos que actuaban en el país.
Estas políticas tenían como objetivo el beneficiar a los proveedores británicos más que “abrir” la
economía argentina hacia el mercado mundial. A su vez, diversas medidas proteccionistas que se
adoptaron durante esta etapa exhiben un deseo análogo de satisfacer a determinados grupos de
presión, más allá de sus resultados, en términos de ingresos fiscales o de progreso fabril. Esas
relaciones de poder que se tejieron en el sistema son elementos que explican el predominio y la
permanencia de la protección que se otorgó a diversos grupos a lo largo del tiempo.
La política arancelaria de la Argentina en esa época surge como resultado de intereses que
incluían a grandes empresarios fabriles, pero que no por eso eran necesariamente
“industrialistas”. La combinación de esos intereses arrojaba situaciones de aparente librecambio,
así como de proteccionismo, que no pueden ser comprendidas con referencia a esos criterios
simplistas. Las demandas que se deducen eran contradictorias en su contenido y se veían
recortadas por un horizonte de expectativas cuyos efectos limitaban todo proyecto de
industrialización nacional.