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1.

Describa la combinación de los factores de producción que permitió el ascenso de la clase rural
pampeana y las características particulares de la inserción argentina en el mercado mundial.
Rocchi señala que la Argentina se inserta en el mercado mundial a fines del siglo XIX como
exportadora de bienes primarios. A fines de ese siglo las mercancías para vender en el exterior eran
cereales, lino, carne congelada ovina y animales en pie. A principios del siglo XX, la carne
refrigerada vacuna se transformó en una nueva estrella, mientras los cereales ampliaban su
presencia. El auge exportador argentino fue parte de un proceso de internacionalización del
intercambio comercial que se aceleró a fines del siglo XIX con el desarrollo del capitalismo
internacional. Las economías más avanzadas estaban viviendo un proceso de industrialización que
generaba tanto un exceso en la producción de bienes manufacturados (a los que había que exportar)
como un aumento en el la demanda de alimentos para su población y de las materias primas
necesarias para sus fábricas (a los que había que importar).
En este proceso de internacionalización económica los factores de producción móviles, el
trabajo y el capital, fluyeron. Una Europa con exceso de población se convirtió en la principal
fuente de salida de mano de obra hacia las zonas que la requerían y que ofrecían salarios más
atractivos. La industrialización en las economías más dinámicas, por otro lado, produjo excedentes
de capital ansiosos de migrar hacia donde se le ofreciera una ganancia mayor. La migración de
trabajo y capital requería un cierto marco de orden político y jurídico en los lugares de recepción,
que protegiera vidas, propiedades y emprendimientos. En los países independientes de América
Latina, la formación de los Estados centrales brindó ese contexto. En el caso argentino, este orden
político finalmente llegó después de un largo, costoso y complejo proceso que comenzó a gestarse
con la batalla de Caseros en 1852 y culminó en 1880. En este proceso, el Estado en formación
comenzó a garantizar la seguridad jurídica, la propiedad privada y el movimiento libre de capitales,
con lo que llegaron las inversiones extranjeras y los inmigrantes.
La Argentina contaba con un factor de producción abundante sobre el que se basó (a partir de
la combinación con los que eran escasos, capital y trabajo) el crecimiento exportador: la tierra. El
tipo de tierras y el clima de las pampas permitieron la producción de bienes que contaban con una
demanda creciente en el mercado mundial, convirtiendo a la región pampeana en el eje de la
expansión argentina. La ocupación del espacio pampeano se fue desplegando en el tiempo a partir
de una frontera que desplazaba esporádica per irreversiblemente sobre el territorio indígena. El
asalto final se produjo con la Conquista del Desierto en 1879. Ahora bien, a partir de la conquista se
dio otro proceso más lento, el del avance de la frontera productiva. Este doble movimiento de
fronteras, la política y la productiva, resulta peculiar de la Argentina, pues no era la presión de una
población ávida de tierras la que impulsaba la conquista militar. Por el contrario, fue la conquista la
que atrajo a los pobladores ofreciéndoles una vasta extensión de tierras vírgenes. A partir de su
apropiación y poblamiento, las tierras se destinaron a la producción.
Entonces, el trabajo necesario para el proceso productivo fue provisto por la acción conjunta
del crecimiento demográfico, de las migraciones internas y, sobre todo, de la inmigración europea.
El otro factor escaso que migró hacia la Argentina fue el capital, al que se le ofrecieron
oportunidades para lograr ganancias extraordinarias. Las inversiones extranjeras se desplegaron
siguiendo dos elementos cuya importancia relativa fue cambiando con el tiempo: la seguridad
(crucial al principio del proceso) y la rentabilidad, que fue cobrando cada vez más atractivo como
factor independiente. El naciente Estado argentino, con el objetivo de atraer inversiones, disminuyó
los riesgos de mercado ofreciendo garantías de rentabilidad a los inversores. Mientras tanto se iba
generando la garantía final del movimiento de capitales: la confianza, un valor que sólo pudo ser
construido en el largo plazo. El Estado argentino impulsó la primera ola de inversiones a través de
la emisión de bonos del gobierno, sobre el que se pagaba un interés mayor que el que brindaba un
banco europeo. Como muestra de seguridad, el Estado ofrecía sus ingresos como garantía.
La gran mayoría de los capitales provenía de Gran Bretaña. Así como compraron los primeros
bonos del Estado argentino, los ingleses también invirtieron su capital en los ferrocarriles. La
rentabilidad de las primeras inversiones ferroviarias estuvo también garantizada por el Estado que
les aseguró una ganancia de alrededor del 7% sobre el capital invertido. La red ferroviaria que se
extendió por el país posibilitó la puesta en producción de nuevas tierras, así como la explotación de
nuevos productos exportables. Los FFCC fueron fundamentales para hacer que la Argentina se
convirtiera en un exportador de cereales en gran escala. Otros países europeos que invirtieron en el
país fueron Francia (FFCC y el puerto de Rosario), Alemania (mayor proveedor de electricidad),
Bélgica e Italia. Los capitales de EEUU invirtieron a principios del siglo XX en los frigoríficos.
El número de productos que formaban el grueso de la exportación –trigo, maíz, lino, carne
vacuna y lana- no era alto. Pero la cantidad exportada era tal que los ingresos provenientes del
exterior diluían los efectos de la falta de diversificación.

2. ¿Cuáles son las características de la clase dominante que se consolida durante el MAE? Analice
su comportamiento en el largo plazo.
Para entender las características de la clase dominante que se consolida durante el Modelo
Agro Exportador (MAE), es decir, durante el nacimiento del capitalismo en la Argentina y la
expansión económica que generaron, en la década del 80, la apertura al mercado mundial y la
inversión de capital monopolista, Pucciarelli estudia, en primer lugar, su antecedente inmediato.
Esta etapa precursora coincide, políticamente, con las presidencias nacionales de Mitre, Sarmiento y
Avellaneda, entre 1862 y 1880, y, económicamente, con la modificación de la demanda externa que
conllevan a la decadencia del vacuno criollo y del saladero y la implantación y consolidación de la
producción ovina. Se trata de una etapa de transición.
Acicateadas por la modificación cualitativa de la demanda, la vieja aristocracia liberal y parte
de la burguesía comercial porteña recorren un tramo decisivo que les permite transformarse, a la
postre, en gran burguesía terrateniente, una clase destinada a comandar y definir, en el futuro, el
sistema de alianzas con el imperialismo inglés. Realizan para ello el proceso de acumulación de
tierras y capital para lograr el control de la estructura productiva a partir de la coyuntura económica
creada por la expansión del ovino. El tipo de acumulación realizado por la burguesía terrateniente
tendrá un papel central en la definición del carácter capitalista deformado de la expansión
agropecuaria posterior.
De suma importancia es que la fuente principal de acumulación de la oligarquía pampeana se
halla asociada a la posibilidad de obtener renta diferencial en el mercado mundial. La acumulación
de capital sólo es posible en esta etapa mediante la acumulación de tierras, y a la inversa, pero con
una diferencia: si al capital se llega explotando en condiciones muy favorables la tierra, ésta se
acumula si, además del capital, se cuenta con el control de los centros de poder político y social. La
historia del proceso de apropiación privada que culminó en la década del 90 es la historia de los
distintos mecanismos puestos en juego para hacer posible la enajenación de la tierra pública. Por esa
vía se promovió la creación y desarrollo de una reducida casta de acaparadores: empresarios,
comerciantes, burócratas, militares, financistas usureros y también algunos productores rurales.
Unitarios o federales, porteños provincianos, todos coincidieron, más allá de sus diferencias, en
utilizar sistemáticamente la tierra de propiedad social para favorecer a los grupos, circunstanciales o
permanentes, allegados al poder del Estado.
Caído Rosas en 1852, la continua expansión de la producción, que agregaba lana, una
mercancía valiosa, a los rubros tradicionales de exportación, siguió agudizando el interés de la clase
dominante por acaparar nuevas extensiones. Para eso, intentó el asalto de las tierras no controladas
por los blancos, donde los malones indios se enseñoreaban todavía en medio territorio de la
provincia. En los años 1850, para incentivar la ocupación de esa zona se dispuso la concesión de
muchas tierras en forma gratuita. El mecanismo de apropiación era relativamente sencillo. Era sí
requisito esencial detentar el control del Estado o tener al menos importantes vinculaciones con el
poder político de turno. Así era posible recibir cantidades discrecionales de tierras en arriendo o
concedidas en posesión precaria y controlarlas sin tener necesidad de ponerlas en explotación. De
ello se encargarían los arrendatarios o subarrendatarios, que además concedían el pago de una
cuota. A veces la cuota absorbida por el grupo que contralaba el negocio desde Buenos Aires
resultaba superior a sus propios compromisos con el Estado, y dejaba un remanente destinado a
integrar un fondo de capital. Así surgió el segundo proceso: acumulación, acompañada de la
valorización de la tierra y el ganado que convirtió a este grupo de la noche a la mañana, sin esfuerzo
alguno, en una poderosa clase de grandes propietarios terratenientes. Tal capacidad de acumular les
permitirá intentar la nueva línea de enriquecimiento propuesta por el capital inglés, cuando el
interés por el consumo de lana se traslade hacia la mestización del vacuno.
El proceso de apropiación de privada de la tierra se desarrolló paralelamente al reemplazo del
vacuno criollo por la producción lanera para consumo industrial. Las ventajas naturales de nuestros
campos para la cría y reproducción de los planteles ovinos mestizados nos permitieron ingresar con
bajos costos en el mercado internacional y mantener elevados durante un largo período los
márgenes de beneficio y renta. La cría del ovino produce una transformación sustancial en las
limitadas estructuras de nuestro sector pecuario. Pasó a ser en esa época en la única fuente de
acumulación en gran escala. Debido al carácter extensivo de la producción y al enorme peso de la
renta, el grupo social que logró controlar mayores cantidades de tierras se convirtió a la vez en el
centro de acumulación de todo el sistema. Acumulación de tierras y capital serán los mecanismos
principales de gestación de la futura gran burguesía agropecuaria. La producción ganadera pudo
extraer lana, cuero, sebo, grasa que se transformaron después en una enorme masa de capital
contante y sonante en el bolsillo de los nuevos empresarios capitalistas; surgió así la base de una
nueva clase, socia futura del capital inglés para la colonización definitiva de la economía
argentina.
Asimismo, se avanza en esta etapa en la proletarización del gaucho. El gaucho será en esta
época sistemáticamente perseguido, acorralado y trampeado en aras de la acumulación primitiva. La
explotación y la persecución será sacramentada, después de 1852, por el cuerpo legal que los grades
terratenientes hacen distar al gobierno de la provincia de Buenos Aires. Así se busca consumar
jurídicamente el nuevo tipo de relaciones que las modificaciones de la producción venían gestando
desde tiempo atrás en la estructura social del campo. El Estado, por su parte, amplía sus roles
coercitivos para garantizar con mayor eficacia el proceso de acumulación. Además de ceder la tierra
a la apropiación particular, impone también las condiciones de su uso y la intangibilidad de la
propiedad privada de los bienes productivos, de acuerdo con los mecanismos de funcionamiento de
un nuevo sistema de explotación, basado en las leyes del mercado capitalista en formación. Para
que las nuevas relaciones capitalistas se tornaran dominantes, el capital debía obtener la mediación
del Estado e imponer mecanismos de coacción extraeconómica, destinados a someter al gaucho,
representante de esa masa de mano de obra fluctuante que todavía resistía al ineluctable avance de
un sistema de explotación articulado alrededor de la compra y venta de la fuerza de trabajo.
La Conquista del Desierto, en 1879, y la introducción del frigorífico ovino, que abre el
período de expansión capitalista propiamente dicho, consolidan el proceso de acumulación
originaria, una especie de plataforma de lanzamiento para el acelerado desarrollo de muestra gran
burguesía agraria en las décadas posteriores. Antes de hacerse presente la mestización del vacuno,
el frigorífico trustificado, el monopolio de los transportes, la inmigración, la agricultura y las
grandes inversiones financieras, los terratenientes de la región pampeana ya habían logrado el
control de los dos factores estratégicos de la expansión económica posterior: la tierra y el capital.
A fines del siglo XIX, la tendencia a la valorización de los bienes entra en una segunda etapa.
En ella, el refinamiento del ganado vacuno y la producción de cereales para el mercado exterior
adquieren mayor predominio sobre el conjunto de las actividades agropecuarias. La década del 80
inaugura la historia contemporánea de la Argentina capitalista dependiente. En el desarrollo del
capitalismo en la región pampeana, además de los factores exógenos deben agregarse las
inversiones internas de considerable magnitud, realizadas por medianos y grandes terratenientes en
las empresas agropecuarias. Por este medio se opera la segunda transformación estructural de las
haciendas, un cambio sustancial vinculado a la producción de un nuevo tipo de carne vacuna
refinada, destinado a la demanda europea.
Pucciarelli caracteriza al capitalismo que se desarrolla en la Argentina de fines del siglo XIX
como un capitalismo agrario atrasado, deformado y dependiente. Así, producto del desarrollo
combinado entre relaciones de producción avanzadas y atrasadas, se va configurando a nivel global
y sectorial una especie de sistema híbrido. El capital y el trabajo asalariado se imponen sobre el
conjunto, y las relaciones de producción restantes, más atrasadas, menos capitalistas, no se
constituyen en obstáculos, no tienden a disolverse; son subsidiarias del eje principal y crecen junto a
él.
La burguesía terrateniente no se orientó hacia la industria frigorífica dado que ello no formaba
parte del acuerdo establecido con el capital monopolista foráneo. La rápida capacidad de adaptación
y la dependencia, tanto de los estímulos externos como de las oscilaciones del mercado, figuran
entre los rasgos más característicos de la gran burguesía terrateniente. Dentro de los estrechos
límites de una economía agraria y dependiente, despliega una serie de actividades que la vinculan
simultáneamente con los grupos monopolistas instalados en el aparato de comercialización externa
y con el desarrollo de los núcleos productivos más importantes del país.

3. ¿Explique la periodización de Pucciarelli respecto del capitalismo agrario argentino en el


tramo 1880-1930? ¿Qué sentido tienen esas fechas?
Pucciarelli entiende que la evolución paralela del crecimiento de la mano de obra disponible,
de la inversión de capital en infraestructura, de la ampliación de la frontera agrícola y de la
expansión de la producción y exportación de cereales le permite subdividir este período de
expansión agrícola, entre 1880 y 1930, en cuatro etapas. Ante todo, para este autor 1880 es una
fecha decisiva dado que implica el nacimiento del capitalismo en la Argentina y la expansión
económica que generaron la apertura al mercado mundial y la inversión de capital monopolista
La primera etapa que describe es la de iniciación (1880-1900). En la misma comenzó con
ritmo sostenido la producción destinada a la exportación, donde los granos (maíz y principalmente
trigo) llegan a ocupar el 35% del total de las exportaciones. Se llevó adelante al mismo tiempo una
complementación agrícola-ganadera, en la que se producía carne fina para el mercado europeo. Por
otra parte, se denotó la decisiva importancia del capital y la mano de obra inmigrante en la difusión
de las actividades agrícolas. Asimismo, las redes ferroviarias se multiplicaban vertiginosamente en
la región del cereal y de la carne.
Durante la segunda etapa, la de la gran expansión (1901-1914), los cereales entraron en la
definitiva etapa de expansión exógena, impulsada por los crecientes requerimientos del mercado
internacional y por la consolidación de la penetración imperialista. El capital, la mano de obra y la
tierra fértil y abundante se utilizaron en gran escala, provocando un vuelco cualitativo en la
producción, incentivada, además, por una serie ininterrumpida de buenos precios de exportación y
por el crecimiento explosivo del consumo interno. Comenzó a transitarse así la era dorada de la
Argentina agropecuaria. La agricultura se convierte en el motor del desarrollo agropecuario
argentino, desplazando año a año en importancia a los tradicionales productos ganaderos.
La tercera etapa es de estancamiento (1915-1924). Hacia 1914 el crecimiento agrícola se
detuvo y entró en una nueva etapa. Esta abrupta interrupción se debió principalmente a las
modificaciones producidas en el mercado internacional por la Primera Guerra Mundial. La guerra
provocó el incremento de los precios por la ausencia forzada de algunos países beligerantes pero, a
la vez, trastornó el sistema regular de transportes, elevando significativamente el precio de los fletes
marítimos. La Argentina resignó así su participación en el mercado a favor de los países
competidores más próximos a Europa. A la inversa, los productos ganaderos pudieron sacar
provecho de la nueva situación, beneficiados por el incremento de la demanda de carne barata para
consumo de los ejércitos combatientes.
A partir de este momento también se verificó la interrupción de las inversiones extranjeras.
Esto último obedeció al hecho de que a mediados de la década de 1910 la colonización de tierras
aptas para la agro-ganadería extensiva había culminado dentro de los límites de la región pampeana.
En lo sucesivo, los incrementos de la producción ganadera se realizarían, básicamente, restando
tierras a los cultivos agrícolas y, a la inversa, éstos crecerían en detrimento de la primera. La
paralización del crecimiento agrícola provocó también algunas modificaciones secundarias en la
estructura social del campo. Los monopolios que dirigen la comercialización, sin incentivos en el
mercado, restringen las operaciones de crédito destinadas a facilitar la iniciación de los chacareros
sin capital. Los inmigrantes pobres, ante esta situación, dirigieron sus expectativas de ascenso social
hacia otras ramas de la estructura ocupacional o hacia otras regiones agrícolas del país. En la
región pampeana, la producción y las relaciones de producción tienden de ese modo a
estabilizarse alrededor de un sistema de explotación articulado mediante la acción de los
sujetos económicos que históricamente han ido generando: el capital monopolista, e
terrateniente y el capitalista agrario, por un lado; el pequeño productor, el chacarero pobre y
el proletario rural, por el otro.
La cuarta etapa: la de recuperación (1925-1930). El último incremento significativo de la
demanda mundial de alimentos permitió retomar en buena medida el ritmo de crecimiento
agropecuario logrado por el país en los años más florecientes. Se inició así en la región pampeana
una nueva etapa expansiva de efectos limitados sobre la estructura social del campo. Con todo, la
tasa de crecimiento de la agricultura en este período fue inferior a la del período 1901-1914.
Durante este período la gandería aumenta la producción de carne fina mediante el incremento de la
productividad, pero disminuyendo el número de explotaciones. Este último fenómeno incrementa el
desplazamiento de pequeños y mediano productores. De esta manera la mayor parte del incremento
del chilled (carne enfriada) quedó a cargo de las grandes explotaciones. Una parte del sector
desplazado continuó practicando la ganadería pero desempeñando un nuevo rol: la cría de ganado
fino para los campos de invernada, monopolizados por los grandes terratenientes vinculados al
frigorífico. Al mismo tiempo se produjo un proceso de desocupación de los chacareros más pobres
que, imposibilitados de ingresar sin capital a la producción cerealera independiente, emigraron
hacia otras actividades. Asimismo entre los chacareros pobres dedicados tradicionalmente a la
producción de granos, aquellos imposibilitados económicamente de formar parte de la
mecanización extensiva, debieron engrosar, junto a los anteriores, los nuevos contingentes de la
mano de obra disponible para el futuro desarrollo de la industria urbana.
Por último, la depresión económica mundial que se desarrolla durante los años 30, si bien
provoca un reordenamiento general de la economía argentina y un replanteo de sus relaciones con el
mercado internacional, no modifica sustancialmente las condiciones de funcionamiento del sector
agrícola. Reforzado con la reasignación de recursos realizada por el sector ganadero, el cultivo de
cereales será el único rubro que mantendrá su ritmo de crecimiento hasta fines de la década.
Pucciarelli destaca, finalmente, que durante la depresión los factores estructurales son
determinantes, por lo que obliga a hacer un corte en la periodización de la evolución agrícola a
partir de 1930. De esta manera, se deben relacionar las transformaciones del sector agropecuario en
su conjunto con las características generales de la nueva etapa: retracción de la producción
ganadera, reasignación de recursos hacia el sector agrícola y hacia el sector industrial, predominio
creciente de la actividad sustitutiva de importaciones, expansión del mercado interno, desarrollo de
las economías regionales y de los cultivos industriales, entre otras.

4. Señale las características y límites del MAE. ¿Cuáles fueron las formas principales de
producción agraria? (Rocchi o Pucciarelli)
Pucciarelli observa que alrededor de 1880 la Argentina inició su transformación agraria. Esto
reflejaba la inauguración de una era en la que los países metropolitanos, impulsados por sus
transformaciones internas, fueron imponiendo paulatinamente la remodelación de los flujos del
intercambio internacional. La región pampeana sería transformada así mediante las nuevas formas
de colonización ensayadas por el capital en su etapa monopolista. Gran Bretaña fue líder en este
proceso. Ya en el año 1862 comienza la penetración del capital británico en la Argentina, siendo el
ferrocarril uno de los protagonistas de este proceso. Las grandes compañías financieras hicieron
posible la implantación del FFCC con características monopólicas en los países periféricos. Así, el
FFCC quedó históricamente ligado al destino agropecuario del país: agilizó el transporte de la
producción de las zonas económicamente activas, incorporó al mercado nuevas regiones abiertas a
la explotación privada luego de la Conquista del Desierto (1879) y, en la región meridional,
organizó las actividades agrícolas donde aún no se habían desarrollado. Para esto último recibió
grandes extensiones de tierras del Estado en forma gratuita. De esta manera, la forma más avanzada
del capitalismo metropolitano, el trust monopólico integrado a todos los niveles –financiación,
producción y comercialización-, comenzó su actuación dentro del país durante la época de mayor
prosperidad y desarrollo a través del oligopolio ferrocarrilero. La oligarquía argentina aprovechó la
coyuntura para asociarse en los beneficios, pero sobre todo para hacer valorizar sus campos con el
trazado de las redes ferroviarias.
Entre la caída de Rosas, en 1852, y el proceso que empezó a desarrollarse en 1880, se
desarrolló en la región pampeana un proceso primigenio de colonización a la postre frustrada, por
medio del cual se pretendió organizar un tipo de sociedad agraria de la mano de colonos
inmigrantes del norte de Europa, que no pudo desarrollarse por la acción del sector terrateniente y la
posterior influencia decisiva del capital monopólico extranjero. Después de 1880, con la iniciación
de la agricultura de forrajeras, la aparición del capital monopolista y el incesante aumento de la
demanda se modificaron los patrones de asentamiento del inmigrante en la tierra. Si bien se
mantuvo la pequeña explotación familiar, se instituyó como regla en toda la región el sistema de
arrendamiento.
Rocchi, en tanto, destaca que la producción de cereales con destino a la exportación comenzó
en las colonias agrícolas fundadas por inmigrantes europeos. Allí la regla era que los agricultores
fueran propietarios de una parcela de tierra que, en promedio, alcanzaba unas 50 hectáreas. Este
autor sitúa a principios del siglo XX el cambio en el escenario microeconómico del agro pampeano
cuando buena parte de la producción cerealera comenzó a originarse en estancias, establecimientos
muy diferentes de las colonias. Ahora los cereales se producían en las estancias mixtas, llamadas así
porque combinaba la agricultura con la ganadería. La estancia mixta era un tipo de unidad
productiva nueva. En las estancias mixtas el estanciero se dedicaba al engorde (o invernada) del
ganado vacuno. El negocio de la invernada era muy lucrativo siempre que se asegurara que el
forraje para los animales tuviera costos bajos. La forma que estos estancieros encontraron para
abaratar costos fue la asociación económica con un grupo de gran importancia: el de los chacareros.
Estos últimos explotaban una fracción de tierra, pero no eran dueños de la propiedad sino que las
arrendaban. Los chacareros se comprometían a dejar el campo alfalfado al finalizar el contrato. El
negocio del estanciero invernador era doble: cobraba la renta por la tierra alquilada y obtenía la
tierra alfalfada donde iba a engordar sus vacas.
Rocchi establece una clasificación de la estructura económica de la región pampeana en la
que los estancieros “invernadores” estaban al tope. Por otra parte, una buena parte de los estancieros
eran “criadores”, que se dedicaban a la primera etapa de la vida de los terneros, la previa al engorde.
Los campos de cría eran de peor calidad que lo de invernada por lo que, generalmente, los criadores
eran menos ricos y prósperos que los invernadores. Más aún, la relación entre criadores e
invernadores estuvo muchas veces teñida de conflictos: mientras que los criadores quedaban
(comercialmente) presos de los invernadores que les compraban sus novillos, los segundos tenían
vinculaciones directas y fluidas con los frigoríficos, con quienes podían negociar precios, pues eran
sus proveedores.
Entonces, si bien las colonias impulsaron la primera producción agrícola en gran escala, la
estancia mixta la hizo llegar a los niveles que convirtieron a la Argentina en uno de los graneros del
mundo. La combinación entre agricultura y ganadería se mostraba como una asociación altamente
eficiente.

5. Describa las principales actividades y el sustento de las regiones no pampeanas durante el


MAE. (Rocchi)
El crecimiento económico que originó el boom exportador se desplegó de manera desigual en
la geografía argentina. A diferencia de la región pampeana el resto del país tuvo una evolución
económica no sólo menos impresionante sino también más heterogénea, de acuerdo con la
profundidad y la modalidad en que se integraba al mercado mundial. La posibilidad de vender algún
producto a la expansiva región pampeana (y de esa manera vincularse, aunque sea de manera
indirecta, al mercado internacional) se transformó en la alternativa más provechosa y en la llave del
éxito para un par de economías regionales. Los casos más sobresalientes fueron los del azúcar
(Tucumán y Jujuy) y del vino (Mendoza y San Juan). Varias provincias sin embargo no lograron
producir en gran escala bienes que fueses atractivos ni para el mercado interno ni para el externo
por lo que tuvieron que contar, como fuente de supervivencia, con la realización de algún
emprendimiento del Estado central o directamente en los subsidios que peste le enviaba.
Por su parte, la construcción de un mercado nacional fue una trabajosa construcción tanto para
el Estado cuanto para el sector privado. La Constitución argentina (1853) había prohibido de
manera expresa la existencia de aduana internas. Sin embargo, las obstrucciones provinciales al
comercio continuaron existiendo de manera más o menos velada. Así, varias provincias continuaron
con sus viejas tarifas al comercio interior o implantaron otras nuevas, a veces con el objetivo
expreso de afectar la entrada de bienes de otra provincia y otras para generar ingresos adicionales a
sus modestas finanzas. Un ejemplo de un instrumento para perturbar el comercio fue la instalación
de “oficinas químicas”, que tenían el control sobre las sustancias alimenticias que entraban a una
provincia y que funcionaban todavía en la década de 1910 como verdaderas “aduanas secas”.
A su vez, la entrada de productos importados a partir del libre comercio había significado un
primer golpe para las manufacturas provinciales, mientras que la construcción de una red ferroviaria
profundizó el peligro al reducir los costos de transporte de las importaciones. Las fábricas porteñas
también lograron, con la llegada de los trenes, mejores posibilidades para vender en el interior. A
esto se le sumaban las ventajas que es ofrecían sus economías de escala para salir al mercado con
productos más baratos. El toque de muerte para una gran parte de la rudimentaria manufactura del
interior llegó de la mano de las estrategias específicas que las fábricas de Buenos Aires realizaron
para conquistar el mercado nacional.

6. Explique las causas y consecuencias financieras de la crisis de 1890 (Rocchi)


En 1887 el presidente Juárez Celman promovió la sanción de la ley de los bancos garantidos:
cualquier banco tendría la facultad de emitir moneda siempre que comprara bonos del gobierno
nacional que servirían como respaldo a esa emisión. La emisión de dinero por parte de un banco no
era un fenómeno nuevo. La novedad del proyecto estaba en la extensión del mismo. Sin embargo,
en medio de una política monetaria expansiva emprendida por Juárez Celman a fines de la década
1880 surgieron bancos sin respaldo a partir de esta ley. El veloz crecimiento económico pronto se
conjugó con una especulación que hacía que se realizaran las transacciones más increíbles en la
Bolsa de Buenos Aires. De pronto, todo se derrumbó. Las inversiones especulativas pasaron a ser el
blanco de la desconfianza y el público encontró en el oro la única inversión segura. Como resultado,
el peso moneda nacional cayó de manera estrepitosa.
Entonces, la ley de bancos garantidos había llevado a la emisión descontrolada de dinero en
todo el país; unida a la concesión liberal de créditos que en aquellos años se estaba produciendo,
sentaron el terreno para que se desarrollara la crisis de 1890 que impactó desfavorablemente sobre
la actividad bancaria.
Sobre los orígenes de la crisis de 1890 hay al menos dos teorías. Algunos historiadores ponen
el acento en el marco internacional y en la forma en la que la Argentina se relacionaba con él.
Desde esta perspectiva, la fragilidad del sector externo tenía su talón de Aquiles en la entrada de
capitales. Cuando los inversores extranjeros se dieron cuenta que las expectativas sobre el
crecimiento argentino superaban la realidad, decidieron retirar su dinero y generaron una aguda
crisis en el balance de pagos. Otros historiadores, por el contrario, señalaron la importancia de los
factores internos. Según ellos el origen de la crisis estaría en la irresponsable política monetaria
expansiva, que generó una fuerte inflación y un caos en la concesión de créditos.
La salida de la crisis fue capitaneada por el presidente Pellegrini, quien reemplazó al
renunciante Juárez Celman en el mismo año 1890. Las tarifas a la importación se elevaron, mientras
se renegoció el pago de la deuda externa (que era imposible de cumplir), acordando posponerlo
hasta fines de la década. Las importaciones se desplomaron ante las altas tarifas, la desvalorización
del peso y la caída del consumo, con lo que se logró un balance comercial favorable. La maduración
de las inversiones en FFCC realizadas antes de las crisis originó un aumento en las exportaciones.
Fue gracias al FFCC que, en esos años, los cereales pudieron convertirse de un producto de
exportación masiva. A mediados de la década de 1890 se comenzaron a ver los síntomas de la
recuperación.
La crisis terminó con el viejo sistema bancario liberal a través de la destrucción de buena parte del
mismo. La reorganización de la red bancaria se llevó a cabo a partir de las entidades privadas más
conservadoras y, sobre todo, del Banco Nación, institución estatal creada en 1891. La creación de la
nueva institución implicó un fenómeno de profundas consecuencias para un Estado central que
ganaba poder al llegar a manejar el sistema a través de la nacionalización de la oferta monetaria; el
control de la moneda resulto así una de las fibras que tejieron su entramado de poder a costa del de
las provincias. El Banco Nación tendría una política diferente de la del Banco de la Provincia de
Buenos Aires: conservadora en cuanto a la concesión de créditos y despolitizada a partir de una
cláusula que impedía realizar adelantos al Tesoro.

7. Caracterice las dos primeras etapas de inversiones extranjeras en la Argentina. Requisitos,


origen de los capitales, rubros de inversión y modalidades.
La primera etapa de inversiones extranjeras en la Argentina se desarrolló entre 1862 y 1875.
El comienzo de este ciclo estuvo precedido de auspiciosos signos económicos, como el auge de las
exportaciones de lana hacia Europa y los comienzos de la colonización agrícola. A esto se
agregaron importantes acto institucionales como la renegociación del empréstito Baring de 1824 por
la provincia de Buenos Aires y la reunificación del país bajo el gobierno de Mitre, que significó
para los inversores extranjeros la presencia de un interlocutor capaz de hacer cumplir las reglas del
juego en toda su jurisdicción.
Las inversiones extranjeras fueron en general de pequeña magnitud y de origen
exclusivamente británico. Comenzaron con la construcción de los primeros ferrocarriles y
culminaron con el auge de los empréstitos nacionales y provinciales de 1870-74. En conjunto, las
inversiones en empréstitos fueron mayoritarias. El producto del empréstito fue canalizado hacia
objetos vinculados a la organización del Estado nacional, pero en los últimos años comenzó a
emplearse en mayor medida en obras públicas y en la ampliación del crédito bancario. En cuanto a
las inversiones en sociedades anónimas, la mayor parte se destinó a las construcciones ferroviarias.
Esta corriente de inversiones se interrumpió a raíz de la crisis internacional de 1873. En la
Argentina condujo a una severa crisis de las finanzas públicas y a la devaluación de la moneda, que
solo fueron revertidos tras un doloroso proceso de ajuste que comprendió la segunda mitad de los
años 1870.
La segunda etapa de las inversiones extranjeras transcurrió desde 1881 hasta 1890. Entre los
hechos que precedieron a la iniciación de este ciclo se destacó en el plano económico una clara
mejoría de la balanza comercial del país desde fines de la década anterior, que había posibilitado el
retorno de hecho a las paridades cambiarias previas a la crisis, así como el comienzo de un ciclo de
prosperidad agrícola en la provincia de Santa Fe. En el plano institucional la asunción de Roca
como presidente, tras haberse resuelto el viejo pleito sobre la federalización de la ciudad de Buenos
Aires, permitía avizorar el comienzo de una etapa de estabilidad política. La sanción de una ley de
sistema monetario reflejó la decisión del nuevo gobierno de asegurar a estabilidad cambiaria en
base al patrón oro. Este segundo ciclo se caracterizó por un enorme incremento de la inversión. La
mayor parte de ese incremento se produjo en los últimos años de la década de 1880, en los cuales la
Argentina se convirtió por primera vez en uno de los campos de inversión más importantes de todo
el mundo.
Si bien la mayor parte de los capitales siguió proviniendo de Gran Bretaña, se registraron las
primeras inversiones de otros países europeos, especialmente de Francia, Alemania y Bélgica. El
desarrollo de este ciclo mostró dos fases bien diferenciadas. En la primera continuaron
predominando las inversiones en empréstitos, especialmente del gobierno nacional, mientras que en
la segunda pasaron a un primer plano las inversiones en sociedades anónimas, principalmente los
FFCC. En general las inversiones de los otros países europeos presentaron una estructura similar a
las británicas. Así, las francesas se orientaron primero hacia los empréstitos públicos y, en los
últimos años, a las compañías ferroviarias e hipotecarias. Los capitales alemanes se introdujeron en
la segunda parte del ciclo y se colocaron en empréstitos públicos y en bancos. Los belgas se
volcaron en gran proporción a la compra de cédulas hipotecarias emitidas por los bancos oficiales.
Este ciclo se interrumpió por la crisis financiera de 1890, que tuvo su epicentro en Londres
con la caída de la Baring Brothers pero que fue originada en gran parte en la situación argentina. El
conjunto de los compromisos por la totalidad de las inversiones excedía las posibilidades del país,
generando una aguda crisis de balanza de pagos. La fuerte depreciación del papel moneda que
sobrevino como consecuencia, al amenazar la rentabilidad de los inversores, paralizó la entrada de
nuevos capitales. La liquidación de esta crisis insumió toda la década siguiente, durante la cual la
Argentina fue considerada un campo de inversión riesgoso y el ingreso de capitales se redujo a un
mínimo.

8. Señale las diferentes etapas en las que se puede dividir la inversión extranjera entre 1860 y
1930.
Los principales ciclos de inversión de los capitales extranjeros en la Argentina se verificaron
entre los años 1862-75, 1881-90 y 1903-13, y se correspondieron aproximadamente con las grandes
fases de auge de las exportaciones de capital a nivel mundial. Los principales factores que los
determinaron fueron los mismos que incidieron en la dinámica internacional: en su iniciación, los
impulsos en el desarrollo del comercio internacional, a los que se agregó en el ciclo 1881-90 la
búsqueda de colocaciones para contrarrestar los efectos de la depresión de los años 1870 en los
países inversores. En cuanto a su finalización, las crisis financieras internacionales de 1873-76 y
1889-91, y el estallido de la Primera Guerra Mundial.
También influyeron factores de específico carácter local, que explicaría la variable intensidad
con que los capitales extranjeros se volaron hacia la Argentina. Por una parte, factores de índole
económica, como la marcha de las actividades productivas, el estado de las finanzas públicas y la
situación cambiaria. Por otra, ciertos actos institucionales que precedieron la iniciación de los ciclos
y que revelan la magnitud del rol asumido por el Estado para asegurar el proceso.
Concluida la Primera Guerra Mundial volvió a generarse un nuevo flujo de inversiones hacia
la Argentina, que llegó a asumir cierta importancia entre 1921 y 1929. Sin embargo, sus
características fueron muy diferentes a las de los años anteriores. Por una parte, su magnitud distó
de alcanzar los valores de preguerra, tanto en términos absolutos como en proporción a la inversión
de origen local. Por otra parte, su composición experimentó sensibles cambios. El grueso estuvo
constituido por capitales de EEUU, que fueron los que tomaron los nuevos empréstitos y que
además se distribuyeron en una amplia gama de sociedades anónimas. Se trató sobre todo de
inversiones directas, a través de establecimientos de sucursales de las grandes empresas industriales.
Entre los nuevos rubros se destacaron especialmente los relacionados con el transporte automotor:
automóviles, petróleo, caucho y cemento. A su vez las inversiones en frigoríficos siguieron
registrando un comportamiento dinámico. En cambio, casi no hubo nuevas inversiones en el sector
ferroviario, no obstante lo cual siguió constituyendo de lejos el sector de mayor importancia.
Regalsky interpreta este reflujo de las inversiones hacia 1914 como uno de los síntomas de la
conclusión de una etapa, cuya principal fuerza motriz había sido la expansión horizontal de la
producción pampeana basada en el avance de la frontera agropecuaria, la que se completó poco
antes del estallido de la Primera Guerra Mundial en aquel año.
Otra cuestión que a lo largo de toda esta evolución aparece es la del sobreendeudamiento, una
perspectiva amenazadora que emergió al final de cada ciclo de inversiones. Este
sobreendeudamiento se originaba por el exceso de inversiones que sólo eran reproductivas a largo
plazo, o que eran completamente improductivas, es decir, que no generaban recursos para el
servicio de sus intereses y amortizaciones. Estas inversiones suponían una capacidad previa de
pago, de los organismos y empresas receptoras de los fondos, y del país en su conjunto a través del
balance de pagos, que frecuentemente tendía a ser rebasada. En realidad, hacia fines de la década de
1880 y nuevamente desde principios del siglo XX, una parte considerable de los nuevos capitales
sólo sirvió para cubrir los servicios de la deuda ya contraída. Así, la Argentina se había
transformado en una suerte de “estado tributario”, puesto que para solventar los servicios de las
inversiones extranjeras destinaba los importantes superávits de su comercio exterior y gran parte de
los capitales que recibía. Mantener la corriente de inversiones se transformaba en un prerrequisito
para no caer en la insolvencia.

9. Señale las características de la industria y de los grupos económicos con inversiones en el


sector entre 1880 y 1914. (Schvarzer)
En las últimas décadas del siglo XIX, la actividad productiva de la Argentina estaba dominada
por los grandes negocios, los cuales eran muy rentables y motorizaban al país. En parte ellos
desembocaron en una especulación que llegó a extremos casi increíbles en los albores de 1890,
alimentada por la conducta desenfrenada de los agentes locales y el ágil flujo de créditos externos.
Las elevadas tasas de ganancia de esas actividades básicas ponían un límite a las posibilidades
de invertir en el sector industrial. Bajo ese panorama, las empresas de ese tipo sólo podían encararse
cuando ofrecían ganancias de orden considerable. Se podían obtener en mercados monopólicos
buenos resultados que hubieran resultado difíciles en otras condiciones. Eso explica que buena parte
de las implantaciones fabriles de fines del siglo XIX nacieran ya grandes, basadas en sectores
protegidos, beneficiadas por causas naturales o por medidas oficiales. Esas empresas protagonistas
del apreciable auge fabril en esos años se ubicaron con preferencia en Buenos Aires. Se incluyen
frigoríficos importantes y a otros grandes establecimientos urbanos. El progreso incluyó a dos
núcleos específicos que se consolidaron en el interior del país y tuvieron gran impacto en sus áreas
de acción: los ingenios azucareros en Tucumán y las bodegas en Mendoza. Paralelamente
empezaron a notarse los primeros síntomas del desarrollo fabril en Córdoba y Rosario, donde se
formaron núcleos muy incipientes que, salvo excepciones, se trataba de pequeños talleres con
escaso rol en la actividad fabril nacional.
Uno de los signos distintivos del sector fue la concentración de parte apreciable de la riqueza
y de las fuentes de finanzas en un grupo de capitanes de industria. Un grupo de individuos, muy
dinámicos, controlaba porciones decisivas del poder económico y del acceso a la riqueza social
durante este período. Formaban parte de la elite social, exhibían notable capacidad de decisión,
conocimiento de los mercados locales, acceso fluido a los despachos oficiales, contactos muy
estrechos con instituciones financieras externas que los ubicaban en una posición privilegiada. Un
grupo de esos individuos descubrió muy temprano que la actividad fabril podía ser una fuente de
beneficios tanto o más interesante que otras áreas y ensayó su ingreso en el sector. No obstante, no
todos los hombres de negocios mostraron el mismo interés por la industria ni todos entraron en esta
actividad. Los que así lo hicieron en pocos años surgieron como los líderes de la industria local;
eran los principales inversores de capital, los propietarios de las mayores empresas y los voceros y
representantes del sector. La dimensión económica y política de estos capitanes de industria era tal
que controlaban la mayor proporción del sector industrial argentino, a veces solos y otras asociados
a los grandes capitales externos.
Estos miembros de la elite económica local entraban, así, a la industria como en una actividad
más, le exigían elevados beneficios y buscaban para ese fin el control del mercado vía todos los
mecanismos posibles. Nunca vacilaron en pedir la protección arancelaria cuando la necesitaron para
su consolidación oligopólica. Entre sus objetivos no estaba la demanda de tecnología, ni tendieron a
incorporar técnicos ni profesionales en sus empresas. La tasa de ganancia de sus actividades era
demasiado alta para que se sintieran estímulos referidos al avance tecnológico.
Los gobiernos argentinos de la época protegieron a algunas industrias a través de garantías de
ganancias, créditos, subsidios y aranceles. Las medidas se adoptaban cuando el demandante tenía
suficiente poder de lobby dentro de una restricción básica: que las inversiones propuestas no
afectaran la relación primaria de la economía local con el comercio y las finanzas inglesas. Lejos de
promoverse las “industrias naturales”, es decir, aquellas que utilizaran materias primas del país,
muchas de las promovidas utilizaron insumos importados durante mucho tiempo. Un buen ejemplo
es la industria cervecera la cual creció importando lúpulo y malta. Los gobiernos respondían así a
los intereses creados, sin intentar cambiar de rumbo.
De entre todas las alternativas estatales, la más importante para el impulso fabril desde fines
del siglo XIX fue la política arancelaria. En ésta las presiones de los grupos privados eran grandes e
imperaba la corrupción. El papel monopólico de la industria local, que explotaba al consumidor, era
un factor de desaliento de los grupos populares que la veían como una rémora antes que como una
fuerza para el progreso. En esos años la producción local era sinónimo de baja calidad y oferta
monopólica, dos motivos obvios para rechazarla.
La ironía de la historia es que la misma marcha de esa industria generaba su propia oposición.
Los empresarios existentes se oponían a la instalación de fábricas de insumos que ellos utilizaban
porque preferían importarlos; se oponían también al ingreso de competidores, para mantener su
control del mercado. Los trabajadores y los usuarios se oponían a esa industria porque se sentían
explotados por ella (los primeros por las malas condiciones laborales, y los segundos por altos
precios producto del poder de los monopolios en el mercado). Los terratenientes no estaban
interesados por su presencia mientras los grandes financistas se limitaban a explotar las
oportunidades que podían surgir en ella. Los gobiernos no preveían la necesidad del desarrollo
industrial: seguían entusiasmados por el crecimiento de las exportaciones de bienes primarios.

10. Analice las distintas problemáticas vinculadas con la fijación de los aranceles el período del
modelo agroexportador (Schvarzer 2)
Las políticas económicas aplicadas por los gobiernos en el período 1880-1930 han sido
tomadas, por muchos especialistas en historia económica, como típicas de una época de
librecambio. Esto es, desde esta óptica no habría habido ningún tipo de restricción en el comercio
exterior dado el tipo de inserción de la Argentina en el mercado mundial como proveedora de
alimentos. No obstante, Schvarzer destaca que durante todo el siglo XIX y muy avanzado el siglo
XX, la forma de recaudación más importante del país fue a través de la aplicación de impuestos
indirectos a las importaciones. Es por eso, y ante las oposiciones internas en aquellas épocas para
aplicar impuestos de tipo directo, que este autor dice que el librecambio absoluto no sólo no era
posible, sino que nunca se aplicó en el país. Al mismo tiempo, advierte que esta conclusión no debe
extenderse hasta la imagen opuesta, que supone que rigió un proteccionismo adecuado.
Una política de ingresos fiscales basadas en las tarifas de aduana no es necesariamente óptima
desde el punto de vista de una política industrial. Es probable que la protección deseada por los
fabricantes locales resulte superior a la que optimiza el ingreso fiscal. Si el gobierno aceptara la
demanda de dichos industriales, experimentaría una pérdida de recursos dado que desalentaría el
consumo de aquellos bienes importados con demanda elástica.
De esta forma, la Argentina no podría adoptar ninguna estrategia de carácter autónomo (ni
proteccionista ni librecambista) en la medida que enfrentara resistencia a la aplicación de otros
impuestos que resolvieran el tema fiscal. En las condiciones económicas de principios del siglo XX,
el librecambio requería un sistema fiscal complejo y bien desarrollado. A la inversa, esa necesidad
de recaudar aranceles no implica que la estrategia del gobierno fuera “proteccionista”. Por el
contrario, el aumento de la recaudación no siempre coincidía con el nivel óptimo de la protección.
La experiencia tarifaria argentina señala que otras fuerzas, y quizás otros objetivos,
diferentes a lo planteado por el análisis teórico, impulsaban esa política. Los cambios sucesivos y
continuos en las medidas adoptadas, la arbitrariedad en numerosas disposiciones, el favoritismo de
más de una norma, le permiten suponer al autor que ni el ingreso fiscal, ni las teorías de comercio,
eran un componente decisivo de esas decisiones. El escaso carácter específico de las normas
legales, sus indefiniciones y cambios, daban lugar a un juego de presiones e intereses que
distorsionan todos los datos del problema. Hasta el dictado de la Ley de aduana de 1905 el sistema
era bastante complejo, variable y difícil de comprender en su conjunto. El sistema no sólo era
errático en sus normas sino que se veía afectado por las fluctuaciones de los precios mundiales, por
las cambiantes relaciones entre el peso papel y peso oro, y por los confusos criterios de clasificación
de cada mercadería, a lo que se sumaban los métodos arbitrarios de aplicación de dichas normas por
los funcionarios encargados de cumplirlas.
De todas formas, aprobada la Ley de aduanas, su texto formal logró cierta permanencia pero
no estabilizó el sistema ni dio certidumbre a los agentes económicos. La clasificación de los
distintos bienes no diferenciaba las calidades al interior de ellos. Esa lógica beneficiaba a los grupos
sociales privilegiados a costa de los más pobres. El aforo igual para las distintas calidades, por
ejemplo $1 por unidad, era una alternativa para que los primeros importaran bienes con bajo arancel
(relativo a su precio) mientras que otros grupos sociales afrontaban un recargo mayor. La
distribución interna de la tarifa y sus relaciones con los poderosos grupos de interés que
presionaban en torno de las decisiones arancelarias, resulta decisiva para comprender mejor los
lineamientos generales de la política tarifaria argentina de la época.
Las exenciones de aranceles “librecambistas” se comenzaron a conceder en la década de
1880. Dichos beneficios eran otorgados a grupos de presión muy poderosos que actuaban en el país.
Estas políticas tenían como objetivo el beneficiar a los proveedores británicos más que “abrir” la
economía argentina hacia el mercado mundial. A su vez, diversas medidas proteccionistas que se
adoptaron durante esta etapa exhiben un deseo análogo de satisfacer a determinados grupos de
presión, más allá de sus resultados, en términos de ingresos fiscales o de progreso fabril. Esas
relaciones de poder que se tejieron en el sistema son elementos que explican el predominio y la
permanencia de la protección que se otorgó a diversos grupos a lo largo del tiempo.
La política arancelaria de la Argentina en esa época surge como resultado de intereses que
incluían a grandes empresarios fabriles, pero que no por eso eran necesariamente
“industrialistas”. La combinación de esos intereses arrojaba situaciones de aparente librecambio,
así como de proteccionismo, que no pueden ser comprendidas con referencia a esos criterios
simplistas. Las demandas que se deducen eran contradictorias en su contenido y se veían
recortadas por un horizonte de expectativas cuyos efectos limitaban todo proyecto de
industrialización nacional.

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