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Universidad del Balamand

Instituto de Teología San Juan Damasceno


P.A.S.E. (Program for Arabic – Spanish Exchange)

SOFI 231 El Credo de la Iglesia Ortodoxa


Lección 2 Sección 2
Contexto Teológico
2.2.A. La Formulación del Credo1

Al igual que el Edicto de Milán, la formulación del Credo niceno-constantinopolitano,


que constituye una síntesis de la doctrina de la Iglesia Ortodoxa, fue de extremada
importancia. Se le llama así porque es el resultado de la fusión de los credos redactados en
el Concilio de Nicea (325), convocado por el emperador Constantino, y en el Concilio de
Constantinopla (381), convocado por el Emperador Teodosio. Este último quien ya había
actuado con firmeza contra el paganismo cerrando e incluso destruyendo sus templos; firmó
una orden en el año 380 instando a todos los ciudadanos a que siguieran los dictados en
materia de Fe del Concilio de Nicea.

Estos concilios defendieron la verdadera naturaleza de Jesús frente a dos herejías:


por un lado, el arrianismo, que negaba su naturaleza divina, y por otro, el monofisismo,
que negaba su naturaleza humana. Apoyándose en la tradición heredada de los Apóstoles,
los concilios condenaron ambas herejías y declararon que Jesús era ciertamente verdadero
Dios y verdadero Hombre.

2.2.B. Nicea 325

El primer Concilio de Nicea, convocado en mayo 325 por Constantino ante la


expansión de las tesis de Arrio (256-336), fue el primer Concilio Ecuménico, es decir,
universal, en cuanto que participaron 318 obispos de todas las regiones en las que había
cristianos. Tuvo lugar en un momento en el que la Iglesia disfrutaba de paz estable y de
libertad de reunión. A él acudieron obispos, algunos todavía con rastros de los castigos
físicos sufridos en las persecuciones ya abolidas.

1
Francisco Ortiz Aguilera, La Iglesia Ortodoxa: una aproximación a su Historia, Patrística, Iconografía
y Vida Sacramental, Trabajo para la obtención del Doctorado en Teología, NC, 2009. página 38 - 52.

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El historiador Eusebio de Cesárea nos narra, en su Vida de Constantino, que el


emperador había convocado a los obispos mediante una carta, mostrando, al mismo
tiempo, la estima que les profesaba (III, Cap. 6):

Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios de todas las iglesias que
abundaban en Europa, Libia y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido
ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la
Palestina y de Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de
Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la
asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más
distinguidos, junto a los que Vivian en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia,
Acalla y el Epiro. Hasta de la misma España, uno de gran fama [Ocio de Córdoba] se sentó
como miembro de la gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [Roma] no pudo asistir
debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron.

Eusebio termina el texto con una encomiable nota sobre el emperador: “Constantino
es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el
vinculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las
victorias que había logrado sobre todos sus enemigos” (III, Cap. 7).

Tras haber conseguido reunificar el imperio con su victoria contra Licinio, en el año
324, Constantino, con este concilio, deseaba la unión religiosa del imperio, deshecha con la
predicación de Arrio, que creía que el Hijo de Dios había sido creado por Dios Padre, y que
era solamente una criatura superior. Una gran controversia se desarrolló en el cristianismo
acerca de la naturaleza del Hijo de Dios, a quien también la Escritura se refiere como el
Verbo o “Logos”. Algunos decían que el Hijo de Dios era una criatura hecha por Dios como
todo lo creado. Otros insistían que el Hijo de Dios es eterno, divino y no creado. La
controversia se extendió por todo el mundo cristiano.

Así, para evitar tan grande desviación de esta fe, los Padres conciliares decidieron
redactar, sobre la base del credo bautismal, un símbolo de Fe que reflejara de modo
sintético y claro la confesión genuina de la Fe recibida y admitida por los cristianos desde
los orígenes. Se decidió entonces incluir la palabra “consubstancial” (ὁμοούσιος,
homo.ousios, que significa "de la misma esencia"), y se llego a la siguiente formula, que se
conoce como el Credo de Nicea. Podemos leerlo en una carta de Eusebio de Cesárea dirigida
a los fieles de su diócesis en las que le comunica la fe dictada en el Concilio de Nicea, junto
con su adhesión a esta:

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Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo
lo visible e invisible.

Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos;
Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero;
nacido no creado, consubstancial al Padre
por quien todo fue hecho.
Quien por nosotros los hombres, y para nuestra salvación,
descendió de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo
hombre.
Crucificado también por nosotros bajo Poncio Pilatos, padeció y fue sepultado.
Y resucitó al tercer día conforme a las Escrituras.
Y subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre.
Y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos,
y Su reino no tendrá fin.

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Entre los grandes defensores de la doctrina de Nicea además de Atanasio el Grande,


obispo de Alejandría, se encuentran los llamados Padres Capadocios, San Basilio el Grande,
su hermano San Gregorio de Nisa, y su amigo San Gregorio Nacianceno.

2.2.C. Constantinopla 381

Si durante el reinado de Constantino se dio libertad de culto a los cristianos y se


convoco el Primer Concilio Ecuménico, el de Nicea, durante el de Teodosio se convoco el
Segundo Concilio Ecuménico, el Primero de Constantinopla (381), que completo la
formulación del credo, llegándose a llamar “credo niceno-constantinopolitano”. Al concilio,
iniciado bajo la presidencia del Patriarca Meletio de Antioquia, asistieron 150 obispos de las
diócesis orientales, ya que el papa Dámaso I no envió legado alguno. Entre sus participantes
destacaron los Padres Capadocios, de entre los cuales, Gregorio Nacianceno fue designado
por el propio concilio como obispo de Constantinopla. En este Segundo Concilio Ecuménico,
Primero de Constantinopla, se reafirmo la fe de Nicea y se proclamo la divinidad del Espíritu
Santo.

Efectivamente, el Emperador Teodosio convoco, en mayo del año 381, a este


Segundo Concilio Ecuménico, Primero de Constantinopla para confirmar el símbolo de la Fe
de Nicea, reconciliar los simpatizantes arrianos con la Iglesia y poner fin a la herejía
Macedonia o pneumatomaca, que negaba la consubstancialidad del Espíritu con el Padre y el
Hijo. Esta herejía consideraba al Espíritu Santo como una criatura del Hijo y por tanto
inferior a este.

La siguiente definición proclamada por el Concilio de Constantinopla en el año 381


(que ahora se conoce como el Segundo Concilio Ecuménico), fue agregada al texto de Nicea:

Y en el Espíritu Santo, Señor vivificador,


que procede del Padre,
que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado,
y que habló por los Profetas.

En la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.


Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados.
Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo venidero.
Amén.

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