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Francisco Ortiz Aguilera, La Iglesia Ortodoxa: una aproximación a su Historia, Patrística, Iconografía
y Vida Sacramental, Trabajo para la obtención del Doctorado en Teología, NC, 2009. página 38 - 52.
SOFI 231 El credo de la Iglesia Ortodoxa 2.2. © Este material es para uso personal del estudiante inscripto y
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Balamand.
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Universidad del Balamand
Instituto de Teología San Juan Damasceno
P.A.S.E. (Program for Arabic – Spanish Exchange)
Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios de todas las iglesias que
abundaban en Europa, Libia y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido
ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la
Palestina y de Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de
Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la
asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más
distinguidos, junto a los que Vivian en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia,
Acalla y el Epiro. Hasta de la misma España, uno de gran fama [Ocio de Córdoba] se sentó
como miembro de la gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [Roma] no pudo asistir
debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron.
Eusebio termina el texto con una encomiable nota sobre el emperador: “Constantino
es el primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda mediante el
vinculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como ofrenda de gratitud por las
victorias que había logrado sobre todos sus enemigos” (III, Cap. 7).
Tras haber conseguido reunificar el imperio con su victoria contra Licinio, en el año
324, Constantino, con este concilio, deseaba la unión religiosa del imperio, deshecha con la
predicación de Arrio, que creía que el Hijo de Dios había sido creado por Dios Padre, y que
era solamente una criatura superior. Una gran controversia se desarrolló en el cristianismo
acerca de la naturaleza del Hijo de Dios, a quien también la Escritura se refiere como el
Verbo o “Logos”. Algunos decían que el Hijo de Dios era una criatura hecha por Dios como
todo lo creado. Otros insistían que el Hijo de Dios es eterno, divino y no creado. La
controversia se extendió por todo el mundo cristiano.
Así, para evitar tan grande desviación de esta fe, los Padres conciliares decidieron
redactar, sobre la base del credo bautismal, un símbolo de Fe que reflejara de modo
sintético y claro la confesión genuina de la Fe recibida y admitida por los cristianos desde
los orígenes. Se decidió entonces incluir la palabra “consubstancial” (ὁμοούσιος,
homo.ousios, que significa "de la misma esencia"), y se llego a la siguiente formula, que se
conoce como el Credo de Nicea. Podemos leerlo en una carta de Eusebio de Cesárea dirigida
a los fieles de su diócesis en las que le comunica la fe dictada en el Concilio de Nicea, junto
con su adhesión a esta:
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo
lo visible e invisible.
Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos;
Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero;
nacido no creado, consubstancial al Padre
por quien todo fue hecho.
Quien por nosotros los hombres, y para nuestra salvación,
descendió de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo
hombre.
Crucificado también por nosotros bajo Poncio Pilatos, padeció y fue sepultado.
Y resucitó al tercer día conforme a las Escrituras.
Y subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre.
Y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos,
y Su reino no tendrá fin.