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Sexto y Noveno Mandamiento

La vida cristiana es una lucha: porque nuestras facultades inferiores se inclinan con fuerza
hacia el placer, mientras que las superiores tienden hacia el bien honesto .
NO COMETERÁS ACTOS IMPUROS
NO CONSENTIRÁS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS

EL PLAN DE DIOS
Para el cristianismo, la diferencia de sexos está incluida en el plan de Dios desde el
momento mismo de la creación del hombre: “Y creó Dios al hombre a imagen suya,... y los
creó varón y hembra” (Gen. 1, 26-28).

Ya desde ese momento inicial dio Dios a nuestros primeros padres el precepto de poblar la
tierra: sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra (Id.).

Entre los dos sexos hay, pues, mutua correlación, el sentido de una tarea y una
responsabilidad para la transmisión de la vida en el pleno cumplimiento del amor.

El fin de la sexualidad, por querer divino, pues tiende a la propagación de la especie, a


comunicar el gran don de la vida. De aquí que el sentido cristiano de la sexualidad se
entienda como una donación al otro cónyuge y a la nueva vida.

El pecado original, con las heridas que produjo en la naturaleza humana, altera el orden
natural: ese apetito o placer se desordena, y la razón no domina del todo la rectitud de las
pasiones.

La vida cristiana es una lucha: porque nuestras facultades inferiores se inclinan con fuerza
hacia el placer, mientras que las superiores tienden hacia el bien honesto.

Dios ha puesto dos mandamientos para ayudarnos a orientar el instinto sexual: el sexto -"no
cometerás actos impuros", -que engloba todos los pecados externos en esta materia, y el
noveno "no consentirás pensamientos ni deseos impuros"-, que abarca todo pecado interno
de impureza.

En virtud del precepto divino, y por razón del fin propio de las cosas, el uso natural de la
sexualidad está reservado exclusivamente al matrimonio: “¿no habéis leído que al principio
el Creador los hizo varón y hembra?, y dijo: por esto dejará el hombre al padre y a la madre
y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino
una sola carne” (Mt. 19, 4-6). Por lo tanto: el hacer uso de ese poder generativo fuera de
los cauces por Él marcados el matrimonio es un pecado contra alguno de estos
mandamientos.
LA VIRTUD DE LA SANTA PUREZA
Dios
Dio a nuestros primeros padres, y en ellos a los demás hombres, el precepto de
multiplicarse y poblar la tierra.
Buscar el placer por sí mismo, olvidando el papel providencial que Dios confía al hombre, o
buscarlo fuera de las condiciones establecidas por Él, es ir contra el plan divino, es ofender a
Dios, es un pecado grave:
El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de
las finalidades de procreación y de unión (Catecismo, n. 2351).

La pureza
Es, precisamente, la virtud que nos hace respetar el orden establecido por Dios en el uso del
placer que acompaña a la propagación de la vida. O bien, si se quiere una definición formal,
es la virtud moral que regula rectamente toda voluntaria expresión de placer sexual dentro
del matrimonio, y la excluye totalmente fuera del estado matrimonial.

RAZONES PARA VIVIR LA PUREZA


Son muchas las razones que pueden darse por las que todo hombre ha de vivir la castidad:
A. Razones naturales
El Catecismo de la Iglesia Católica explica que la virtud de la pureza o castidad significa la
integración de la sexualidad en la persona, invitando así a evitar una visión mutilada de la
persona humana a su sola sexualidad.

- La sexualidad rectamente entendida no pertenece sólo al mundo corporal y biológico, sino


Que es inseparable de la persona toda.
- el actuar manifestaría un reduccionismo de la persona, considerándola como
“objeto de uso”. (en este caso su cuerpo, en el sentido del posible placer sexual

B. Razones de la revelación
Esa ley natural ha sido positivamente prescrita por Dios: Ex. 20, 14; Prov. 6, 32; Mt. 5, 28;
19,10ss.; Col. 3, 5; Gal. 5, 19; I Tes. 4, 3-4; Ef. 5, 5; I Cor. 6, 9-10; Heb. 13, 4; etc.

C. Razones sobrenaturales
Al haber sido elevado a la dignidad de hijo de Dios, el hombre participa en su cuerpo y en su
alma de los bienes divinos.

Gracias al bautismo, nuestro cuerpo es “templo del Espíritu Santo, que está en nosotros y
hemos recibido de Dios” (I Cor. 6, 19). Como templo de Dios, debe servir para darle culto a
Él y no a la carne.
Ha sido injertado en el Cuerpo Místico de Cristo y destinado a resucitar con Él. Por eso, los
pecados contra la castidad no son sólo pecados contra el propio cuerpo, sino también contra
“los miembros de Cristo”, y tienen el carácter de una horrible profanación. “¿No sabéis que
vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Voy a tomar yo los miembros de Cristo, para
hacerlos miembros de una meretriz? ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es el templo del
Espíritu Santo?”(I Cor. 6, 15-20).

VIRTUD POSITIVA
Es importante considerar que la pureza es eminentemente positiva: no supone un cúmulo de
negaciones (“no veas”, “no pienses”, “no hagas”), sino una verdadera afirmación del amor,
que es explicable desde dos órdenes:
a) En el plano natural,
La castidad consiste en realzar el valor de la persona frente a los valores del sexo. Por ello,
no es una virtud negativa (una serie de “no”), sino al contrario: un rotundo “sí” ( yo te veo a
ti como persona, como ser espiritual”

b) En el plano sobrenatural,
Es la afirmación del hombre que se sabe llamado a participar del mismo amor de Dios, y que
su corazón no se sacia sino con la posesión de ese bien infinito.

12.2.5 LA LUCHA CONTRA LA TENTACIÓN


Los pensamientos involuntarios contra la pureza no son pecado de suyo, sino tentaciones o
incentivos del pecado. Proceden de nuestras malas inclinaciones, de la sugestión del
demonio, que intenta a toda costa alejarnos de Dios, o del ambiente que nos rodea, que
frecuentemente es un incentivo de la concupiscencia.

Crecemos en amor a Dios y en la virtud de la fortaleza. Si no luchamos por rechazar esos


pensamientos acudiendo a Dios, pensando en otras cosas, etc.- sino que nos entretenemos
con ellos, son pecado mortal.
Además sabemos que la fuerza para vencerlas nos viene de Dios, que siempre nos da su
gracia.
Cuando tengamos duda de si una cosa es pecado de impureza o no es, hay que preguntar a
las personas competentes.

LAS OFENSAS A LA CASTIDAD


DEFINICIONES Y VALORACIONES MORALES
Empleando como referencia los números 2351 a 2356 del Catecismo de la Iglesia Católica,
definimos a continuación lo que se entiende por lujuria, masturbación, fornicación,
pornografía, prostitución y violación, señalando el porqué de su ilicitud moral.

La lujuria: es un deseo o goce desordenado del placer venéreo. El placer sexual es


moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de
procreación y de unión (n. 2351).

Por masturbación: se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin


de obtener un placer venéreo. Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición
constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la
masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado (n. 2352).

La fornicación: es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es
gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana,
naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los
hijos.
Además, es un escándalo grave cuando hay de por medio corrupción de menores (n. 2353).

La pornografía: consiste en dar a conocer actos sexuales reales o simulados, puesto que
quedan fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de
manera deliberada.
Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la
dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público).
La prostitución: atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda
reducida al placer venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí
mismo: quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo,
templo del Espíritu Santo (cfr. I Cor. 6, 15 a 20).
Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje,
y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta (n. 2355).

La violación: es forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta
contra la justicia y la caridad.
La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la
integridad física o moral. Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es
siempre un acto intrínsecamente malo (n. 2356).

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