Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Revistas de la Iglesia
Imprimir Compartir
Sin embargo, 1500 años antes de la Resurrección, una festividad similar conmemoraba
que Jehová había librado a los hijos de Israel del cautiverio en Egipto.
Descubre más
Descubre más maneras de enriquecer la época de la Pascua en el artículo de Liahona
“La jornada final y solitaria del Salvador”.
Print Share
“Si recordar es lo mas importante que debemos hacer, ¿en que debemos pensar cuando
se nos ofrecen esos sencillos y preciosos emblemas?”
En aquel día, después de todos esos años y de todas esas profecías y ofrendas
simbólicas, el símbolo estaba por convertirse en realidad. La noche en la que el
ministerio de Jesus estaba por llegar a su fin, la declaración que había hecho Juan el
Bautista al comienzo de ese ministerio cobro mayor significado que nunca: “… He aquí
el Cordero de Dios” (Juan 1:29).
Al estar por terminarse aquella ultima cena preparada en forma especial, Jesus tomo el
pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio a Sus Apóstoles, diciendo: “Tomad, comed” (Mateo
26:26). “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mi”
(Lucas 22:19). De igual manera, tomo la copa de vino, que tradicionalmente se diluía
con agua, y, habiendo dado gracias, la paso para que bebieran de ella los que se
encontraban presentes, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre”, “que … es
derramada para remisión de los pecados”. “Haced esto en memoria de mi”. “Así, pues,
todas las veces que comiéreis este pan, y beberéis esta copa, la muerte del Señor
anunciáis hasta que el venga” (Lucas 22:20; Mateo 26:28; Lucas 22: 19; 1 Corintios
11:26).
El sufrimiento físico del Salvador garantiza que, por medio de Su misericordia y gracia
(véase 2 Nefi 2:8), todo miembro de la familia humana quedara libre de los lazos de la
muerte y será resucitado triunfalmente de la tumba. Claro esta que el momento de la
resurrección y el grado de exaltación que obtengamos se basan en nuestra fidelidad.
“Y estando en agonía, oraba mas intensamente; y era su sudor como grandes gotas de
sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44).
El sufrimiento espiritual del Salvador y el derramamiento de Su sangre inocente, que El
ofreció en forma tan amorosa y voluntaria, pagues la deuda de lo que las Escrituras
llaman la “transgresión original” de Adán (Moisés 6:54). Además, Cristo sufrió por los
pecados, los sufrimientos y los dolores de todo el resto de la humanidad,
proporcionando también la remisión de todos nuestros pecados, a condición de que
obedezcamos los principios y las ordenanzas del evangelio que El enseñó (véase 2 Nefi
9:21-23). Como el apóstol Pablo escribió, fuimos “comprados por precio” (1 Corintios
6:20). ¡Que precio tan caro y cuan misericordiosa compra!
Es por esa razón que toda ordenanza del evangelio se concentra, de una forma u otra, en
la expiación del Señor Jesucristo ; y no hay duda de que esa es la razón por la que
recibimos esa ordenanza particular, con todos sus simbolismos, mas regularmente y con
mas frecuencia que ninguna otra en la vida. Se presenta en lo que se conoce como “la
mas sagrada, la mas santa de todas las reuniones de la Iglesia” (Joseph Fielding Smith,
Doctrina de Salvación, comp. por Bruce R. McConkie, 3 tomos, Salt Lake City:
Bookcraft, 1954-1956, 2:320).
Por ser tan trascendental, esta ordenanza, que conmemora nuestra liberación del ángel
de las tinieblas, debe tomarse con mas seriedad de la que por lo general se le da. Debe
ser un momento importante, reverente, de reflexión; que promueva sentimientos e
impresiones espirituales. Por tanto, no debe realizarse de prisa; no es algo que se tenga
que hacer “a la carrera” para de ese modo empezar con el verdadero propósito de la
reunión sacramental, sino que esta ordenanza es el verdadero propósito de la reunión; y
todo lo que se diga, se cante y se ore en esos servicios debe estar en armonía con la
grandiosidad de tan sagrada ordenanza.
El en la cruz murió.
En esa perspectiva sagrada, les pedimos a ustedes, jóvenes del Sacerdocio Aarónico,
que preparen, bendigan y repartan los emblemas del sacrificio del Salvador de una
manera digna y reverente. ¡Que privilegio extraordinario y confianza tan sagrada se les
ha otorgado a tan temprana edad! No puedo pensar en mayor elogio que el cielo les
pudiera conceder. En verdad les amamos; traten de vivir lo mejor posible y de vestirse
con lo mejor que tengan cuando participen en el sacramento de la Santa Cena del Señor.
Permítanme sugerir que, siempre que sea posible, tanto los diáconos, como los maestros
y presbíteros que administran la Santa Cena lleven camisa blanca. Para las sagradas
ordenanzas de la Iglesia, con frecuencia utilizamos ropa ceremonial; por tanto, una
camisa blanca se podría considerar un tierno recordatorio de la ropa blanca que
utilizaron en la pila bautismal y un precedente de la camisa blanca que pronto se
pondrán en el templo y en la misión.
Ninguna de esas frases se menciona en la bendición del agua, aun cuando se da por
sentado y se espera que las cumplamos. Lo que se recalca en ambas oraciones es que
todo se hace en memoria de Cristo.
Cuando tomamos la Santa Cena, testificamos que siempre le recordaremos para que
siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros (véase D. y C. 20:77, 79).
Si recordar es lo mas importante que debemos hacer, len que debemos pensar cuando se
nos ofrecen esos sencillos y preciosos emblemas?
Podríamos recordar la vida preterrenal del Salvador y todo lo que sabemos que hizo
como el gran Jehová, el Creador de los cielos y de la tierra y de todas las cosas que hay
en ella; podríamos recordar que aun en el gran concilio de los cielos El nos amaba y fue
maravillosamente fuerte, que aun allí triunfamos mediante el poder de Cristo y nuestra
fe en la sangre del Cordero (véase Apocalipsis 12:10-11) .
Podríamos recordar los milagros y las enseñanzas de Cristo, la forma en que El sanó y
prestó ayuda a Sus semejantes; podríamos recordar que devolvió la vista al ciego, el
oído al sordo y el movimiento al lisiado, al mutilado y al atrofiado. Entonces, en esos
días en que sintamos que nuestro progreso se ha detenido o nuestra alegría y la visión
del futuro se ha empanado, podremos seguir adelante con firmeza en Cristo, con una fe
inquebrantable en El y un fulgor perfecto de esperanza (véase 2 Nefi 31:19-20).
Podríamos recordar que aun a pesar de la misión solemne que se le había encomendado,
el Salvador encontraba deleite en la vida, disfrutaba de la gente y les dijo a Sus
discípulos que tuvieran animo. El dijo que debíamos sentirnos tan llenos de regocijo con
el evangelio como alguien que haya encontrado una verdadera perla de gran precio a las
puertas de su casa. Podríamos recordar que Jesus encontró gozo y felicidad especiales
en los niños, y recalcó que todos deberíamos ser como ellos: inocentes y puros, prestos
para reír, amar y perdonar, y lentos para recordar cualquier ofensa.
Podríamos recordar que Cristo llamo amigos a Sus discípulos y que los amigos son los
que nos dan su apoyo en los momentos de soledad o a las puertas de la desesperación;
podríamos recordar a un amigo con el cual necesitemos ponernos en contacto o, mejor
aun, a alguien a quien debamos ofrecer nuestra amistad. Al hacerlo, podríamos recordar
que Dios muchas veces nos proporciona Sus bendiciones por medio del servicio
oportuno y caritativo de otra persona. Para alguien que se encuentre cerca de nosotros,
es posible que seamos el medio por el cual el cielo da contestación a una apremiante
oración.
Habrá ocasiones en que tendremos razón para recordar el trato cruel que se le dio, el
rechazo que sufrió y la injusticia-la terrible injusticia-que padeció. Cuando nosotros
enfrentemos algo semejante en la vida, podremos recordar que Cristo también estuvo
atribulado por doquier, mas no angustiado; confuso, mas no desesperado; perseguido,
mas no desamparado; derribado, pero no destruido (véase 2 Corintios 4:8-9).
Cuando nos lleguen esas épocas difíciles, podemos recordar que Jesus tuvo que
descender debajo de todo antes de ascender a lo alto, y que sufrió dolores, aflicciones y
tentaciones de todas clases para estar lleno de misericordia y saber cómo socorrer a Su
pueblo en sus enfermedades (véase D. y C. 88:6; Alma 7:1 1-12) .
El esta allí para sostener y fortalecer a los que vacilen o tropiecen. Al final, esta allí para
salvarnos, y por todo ello El dio su vida. Por mas obscuros que parezcan nuestros días,
para el Salvador del mundo han sido aun mucho mas tenebrosos.
De hecho, en Su cuerpo resucitado y en toda otra forma perfecto, el Señor de esta mesa
sacramental ha optado por mantener las heridas en las manos, los pies y el costado para
beneficio de Sus discípulos, como señales, por así decirlo, de que aun los que son
perfectos y puros pasan por trances dolorosos; señales de que el dolor en este mundo no
es una evidencia de que Dios no nos ama. Es el Cristo herido el que es el capitán de
nuestra alma, el que todavía lleva consigo las cicatrices de Su sacrificio, las lesiones del
amor, la humildad y el perdón.
Son esas heridas las que El invita a ver y palpar, a viejos y jóvenes, antes y ahora (véase
3 Nefi 11:15; 18:25). Entonces recordamos con Isaías que fue por cada uno de nosotros
que nuestro Maestro fue “despreciado y desechado … varón de dolores, experimentado
en quebranto” (Isaías 53:3). En todo eso podríamos pensar cuando un joven presbítero
arrodillado nos invita a recordar a Cristo siempre.
Esta ordenanza no se realiza mas con una cena, pero continua siendo un banquete. Por
medio de ella podemos adquirir la fortaleza que precisaremos para hacer frente a lo que
se nos presente en la vida, y al hacerlo, demostraremos mas compasión hacia los demás
a lo largo del camino.
En esa noche de profunda angustia y sufrimiento, Cristo les pidió a Sus discípulos una
sola cosa: que le apoyaran y se mantuvieran junto a El en esa hora de pesar y dolor.
“¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?”, preguntó entristecido (Mateo
26:40). Yo creo que esa misma pregunta nos la hace a todos nosotros cada domingo en
que se parten, bendicen y reparten los emblemas de Su vida.
al ofrecerse a venir
y ser el Salvador.
“Cuan asombroso es lo que dio por mí” (Himnos, No. 118). Testifico de El, quien es el
Autor de todo, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amen.
Revistas de la Iglesia
Sufrimiento incomparable
“… Ninguna mente mortal puede concebir la plena importancia de lo que Cristo hizo en
Getsemaní.
“Sabemos que sudó grandes gotas de sangre de cada poro mientras bebía las heces de
aquella amarga copa que Su Padre le había dado.
“Sabemos que sufrió, tanto en cuerpo como en espíritu, más de lo que a un hombre le es
posible sufrir, con excepción de la muerte.
“Sabemos que quedó postrado en el suelo a causa de los dolores y de la agonía de una
carga infinita que lo hicieron temblar y desear no tener que beber la amarga copa”.
Véase élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, “El
poder purificador de Getsemaní”, Liahona, julio de 1985, pág. 9.
Aplicación personal: Aunque no siempre nos demos cuenta, el Salvador sufrió todas
las formas de dolor durante la Expiación. Él entiende todos los dolores físicos, desde un
hueso roto hasta la enfermedad crónica más grave; Él sintió la oscuridad y la
desesperación de dolencias mentales como la depresión, la ansiedad, la adicción, la
soledad y el dolor, y sintió cada herida espiritual porque tomó sobre Sí todos los
pecados de la humanidad.
El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “En un momento
de debilidad quizá clamemos: ‘Nadie sabe lo que se siente; nadie entiende’. Pero el Hijo
de Dios sabe y entiende perfectamente, ya que Él ha sentido y llevado las cargas de cada
uno” (“Soportar sus cargas con facilidad”, Liahona, mayo de 2014, pág. 90).
“Lo que hizo solamente lo podía hacer un Dios. Como el Hijo Unigénito del Padre en la
carne, Jesús heredó atributos divinos. Fue la única persona nacida en este mundo que
pudo realizar ese acto tan importante y divino. Siendo el único hombre sin pecado que
haya vivido en la tierra, no estaba sujeto a la muerte espiritual. A causa de Su divinidad,
también tenía poder sobre la muerte física. Así hizo por nosotros lo que no podemos
hacer por nosotros mismos. Rompió las frías ligaduras de la muerte. Hizo posible que
tuviéramos el sereno consuelo del don del Espíritu Santo”.
No se volvió atrás
La sepultura, por Carl Heinrich Bloch.
“Las agonizantes horas pasaron mientras Su vida se consumía; y de Sus labios resecos
procedieron las palabras: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo
dicho esto, expiró’…
“A último momento, el Maestro podría haberse vuelto atrás; pero no lo hizo. Descendió
debajo de todo para salvar todas las cosas. Después, Su cuerpo inerte fue puesto rápida
y cuidadosamente en un sepulcro prestado”.
Aplicación personal: Sufrió dolor agonizante, soledad y desesperación, pero aún así el
Salvador soportó y terminó Su jornada mortal con gracia, incluso suplicándole a Su
Padre que perdonara a aquellos que lo crucificaron. A causa de Su ejemplo perfecto,
podemos enfrentar nuestras propias pruebas y dificultades con gracia, y con Su ayuda
podemos perseverar también hasta el fin.
Élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, “La resurrección de
Jesucristo”, Liahona, mayo de 2014, pág. 114.
“Ruego que… siempre permanezcamos al lado de Jesucristo ‘en todo tiempo, y en todas
las cosas y en todo lugar en que [estemos], aun hasta la muerte’, porque ciertamente así
es como Él permaneció a nuestro lado, aun hasta la muerte y cuando tuvo que estar total
y definitivamente solo”.
Élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, “Nadie estuvo con Él”,
Liahona, mayo de 2009, pág. 88.
Reflexiones De Pascua
Andrew W. Peterson
Print Share
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio
propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor” (2 Timoteo
1:7-8}.
En especial, hay una Pascua que recuerdo vívidamente, de hace veintisiete años,
mientras me encontraba como misionero en la Misión Argentina Norte. Nuestra misión
enviaba misioneros a la zona sur de Bolivia, y ese domingo de Pascua de 1968 lo pase
en Quiriza, una pequeña aldea situada en el Altiplano boliviano. Recuerdo los
preparativos que los aldeanos hicieron para la Pascua. El animo, la música y el espíritu
del momento todavía permanecen grabados en mi memoria.
Temprano por la mañana aquel domingo de Pascua, el elder Arce me pregunto si quería
acompañarlo a visitar a una familia que estaba investigando la Iglesia. Poco después,
caminábamos por las calles de tierra de la pequeña aldea, con sus casas de adobe a
ambos lados. Hablamos con la familia de investigadores acerca de importantes
preguntas tales como: ¿de dónde vinimos?, ¿por que estamos aquí? y a dónde vamos?
Sobre el piso de tierra hicimos dibujos con los dedos; el Espíritu estaba presente.
Después los invitamos a bautizarse y ellos aceptaron. Esa misma tarde se llevó a cabo
un hermoso servicio bautismal en las fangosas aguas del cercano río San Juan de Oro.
Las estaciones en América del Sur son a la inversa; cuando es primavera aquí [en el
Hemisferio Norte], allí es otoño. Los que se iban a bautizar desaparecieron detrás de una
enorme parva de maíz recién cortado, para reaparecer vestidos con inmaculada ropa
bautismal. Su piel morena, su cabello negro y sus radiantes sonrisas todavía permanecen
grabadas en mi memoria, y el Espíritu que sentimos ese domingo de Pascua aún hace
que se me llenen los ojos de lágrimas al pensar que la invitación de Cristo de venir a El
se extiende a todo el mundo.
El haber ministrado en Su nombre como misionero entre esa gente, me hizo recordar a
Jesús cuando habló con Sus discípulos durante su ministerio terrenal, diciéndoles:
“También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellas también debo traer, y
oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor” Juan 10: 16).
Un año mas tarde, viajamos a Bolivia para traer a Joshua de un orfanato; tenía dos años
y todavía recuerdo cuando ese hermoso pequeñito corrió hacia mi con los bracitos
extendidos, gritando: “¡Papa, papa!”.
Luego vino Megan, que ni siquiera tenía veinticuatro horas de nacida cuando la
llevamos a casa. Después, volvimos a Bolivia para traer a Daniel, que tenía cinco meses
cuando lo tuvimos en los brazos por primera vez.
Varios años después, mientras yo presidía la Misión México Mérida, Jennifer pasó a
formar parte de nuestra familia; una preciosa niñita de dos semanas, de ascendencia
guatemalteca, que había nacido en México. Ella conquistó el corazón de los misioneros
y de los miembros del sur de México. Faltaban tres semanas para que terminara nuestra
misión cuando Natalie Joy se unió a la familia. Su segundo nombre “Joy” [que en inglés
quiere decir “gozo”] es un recordatorio eterno del testimonio que recibimos de que ella
debía formar parte de nuestra familia. Después de dieciséis años de matrimonio y de
haber adoptado a seis niños, mi esposa dio a luz a Anne y a Andrew, para gozo y
felicidad de sus hermanos. Como familia, nos sentimos eternamente agradecidos por los
lazos de unión y el sellamiento que proporciona el templo para los miembros de la
Iglesia de Jesucristo .
Con las promesas especiales hechas al Señor bajo las estrellas de un cielo boliviano, en
la época de la Pascua de Resurrección del año 1968, no pasa un día sin que Chris y yo
abracemos a nuestros hijos y sintamos el amor que Dios tiene para todos los Suyos. Y
ahora, al igual que aquella época de Pascua de 1968, esta de 1995 será también
memorable para mí.
Seis meses después de haber sido apartado, estoy de pie ante ustedes por primera vez
para hablar como Autoridad General en el Tabernáculo, en la misma ocasión en que al
presidente Gordon B. Hinckley se le ha sostenido como decimoquinto Presidente de La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Durante una visita que el entonces elder Gordon B. Hinckley hizo a América del Sur
hace veintisiete años, les habló a los misioneros. En esa época era mas joven; hacia sólo
siete años que prestaba servicio como Apóstol. En esa ocasión, el leyó un pasaje de las
Escrituras y extendió una invitación. De la Segunda Epístola de Timoteo enseñó:
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio
propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor” (2 Timoteo
1:7-8).
Que sea esta una Pascua de meditación, de reflexión y de agradecimiento. Que tomemos
la resolución de ser obedientes a las exhortaciones proféticas de aquellos que poseen las
llaves del reino. Uno de nuestros himnos favoritos dice
Pascua de Resurrección
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí,
aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Los Santos de los Últimos Días llevan a cabo los servicios dominicales de la Pascua de
Resurrección, pero no siguen las prácticas religiosas del Miércoles de Ceniza, la
Cuaresma ni Semana Santa. En los servicios de la Pascua SUD tradicionalmente se
repasan los relatos de Cristo del Nuevo Testamento y el Libro de Mormón sobre la
crucifixión, Su resurrección y los acontecimientos relacionados. Para estos servicios, a
menudo las capillas se decoran con azucenas blancas y otros símbolos de la vida. Con
frecuencia, los coros de barrio hacen una presentación de la Pascua de Resurrección, y
las congregaciones cantan himnos sobre la Pascua. Como en los servicios de los demás
domingos, los emblemas de la Santa Cena se reparten a la congregación.
Algunas familias SUD incluyen los conejos y huevos de Pascua en sus fiestas familiares
para el deleite de los niños. No se desaniman oficialmente esas tradiciones, a pesar de
que no tienen ningún significado religioso para los Santos de los Últimos Días. El
objetivo de la festividad es religioso. Para los Santos de los Últimos Días, la Pascua de
Resurrección es una celebración de la promesa de la vida eterna por medio de Cristo.
Ellos comparten la convicción de Job: “Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se
levantará sobre el polvo. Y después de deshecha ésta mi piel, aún he de ver en mi carne
a Dios” (Job 19:25–26).
Jesucristo nos dio el ejemplo perfecto para que lo sigamos. Puedes usar esta actividad
para aprender más acerca de Él y para prepararte para la Pascua de Resurrección.
Empieza con el número 1, el domingo antes de la Pascua de Resurrección. Cada día, lee
acerca de Jesús y contesta la pregunta; después, recorta la imagen que corresponde y
añádela al cuadro.
1. Jesús lavó los pies de Sus discípulos y los consoló diciéndoles: “No se turbe
vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27). ¿Qué podrías hacer hoy para
servir o consolar a un amigo?
2. Durante la Última Cena, Jesús enseñó a Sus discípulos a tomar la Santa Cena. Él
les dijo: “…haced esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). ¿De qué manera
puedes ser más reverente durante la Santa Cena?
3. Cuando Jesús comenzó la Expiación en el Jardín de Getsemaní, hizo lo que el
Padre Celestial quería que hiciera, aunque fue muy difícil. Él oró: “…no se haga
mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). ¿De qué manera puedes ser más
obediente en la Iglesia, la escuela o en casa?
4. Cuando las personas le hicieron daño a Jesús durante la Crucifixión, Él dijo:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). ¿Por qué es
importante perdonar a otras personas?
5. Jesús se aseguró de que alguien se ocupara de Su madre cuando Él muriera. Él le
dijo a Juan: “He ahí tu madre”, es decir, que tratara a María como si fuera su
propia madre (Juan 19:27). ¿Qué podrías hacer hoy para ayudar a tus padres o a
los que cuidan de ti?
6. Poco antes de morir, Jesús oró al Padre Celestial y dijo: “…en tus manos
encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). ¿Qué puedes hacer para que tus
oraciones sean más especiales?
7. Después de que murió, ¡Jesús volvió a vivir! Ésa es la razón por la que
celebramos la Pascua de Resurrección. Cristo visitó a Sus discípulos después de
la Resurrección y dijo: “…no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27). ¿Por
qué es tan importante la Pascua de Resurrección?