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De la misma manera, saber renunciar a ciertas cosas legítimas ayuda a vivir el desapego
y el desprendimiento. Dentro de esta práctica cuaresmal están el ayuno y la abstinencia
que será explicadas más adelante.
La caridad es necesaria como refiere San León Magno: “si deseamos llegar a la Pascua
santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de
esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados".
Sobre esta práctica San Juan Pablo II explica que está enraizada "en lo más hondo del
corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se
realiza plenamente cuando se da libremente a los demás".
2. El ayuno y la abstinencia
El ayuno consiste en ingerir una sola comida "fuerte" al día, mientras que la abstinencia
consiste en no comer carne. Con ambos sacrificios se reconoce la necesidad de hacer
obras por el bien de la Iglesia y en reparación de nuestros pecados.
Además, en esta práctica se incluye dejar de lado las necesidades terrenales para
redescubrir la necesidad de la vida del cielo. "No solo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4).
Con el Miércoles de Ceniza comienzan los 40 días de preparación para la Pascua. Ese
día el sacerdote bendice e impone las cenizas hechas de las palmas bendecidas en el
Domingo de Ramos del año anterior.
La Cuaresma termina en el Jueves Santo. Ese día la Iglesia conmemora la Última Cena
en la que el Señor comió con sus apóstoles antes de ser crucificado el Viernes Santo.
Los 40 días de la Cuaresma representan los días que Jesús pasó en el desierto antes de
comenzar su vida pública, los 40 días del diluvio, los 40 de la marcha del pueblo judío
por el desierto, los 40 días de Moisés y Elías en la montaña, y los 400 años que duró la
estancia de los judíos en Egipto.