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La filosofía de la ciencia
Josep Lluís Prades
Director de la colección: Lluís Pastor

Diseño de la colección: Editorial UOC


Diseño del libro y de la cubierta: Natàlia Serrano

Primera edición en lengua castellana: febrero 2016


Primera edición en formato digital: febrero 2016

© Josep Lluís Prades, del texto

© Editorial UOC (Oberta UOC Publishing, SL), de esta edición


Rambla del Poblenou, 156, 08018 Barcelona
http://www.editorialuoc.com

Realización editorial: Oberta UOC Publishing, SL

ISBN: 978-84-9116-012-0

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada, reproducida,
almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio, sea éste eléctrico, químico, mecánico,
óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita de los titulares del copyright.
Autor

Josep Lluís Prades
Profesor de Lógica y Filosofía de la ciencia en la Universtitat
de Girona.
QUÉ QUIERO SABER

Lectora, lector, este libro le interesará si usted


quiere saber:

• Cuáles son los principales conceptos que trata la


filosofía de la ciencia.
• Cuál era la postura tradicional del empirismo.
• Qué novedades aportó el neopositivismo a prin-
cipios del siglo xx.
• En qué consiste el falsacionismo de Popper.
• Cuáles son las aportaciones más recientes en el
ámbito de la filosofía de la ciencia.
Índice

QUÉ QUIERO SABER 7

LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE


LA CIENCIA 11

El EMPIRISMO LÓGICO 15
La importancia de la experiencia 16
El atomismo 17
La relación causal 18
John Stuart Mill y las regularidades 22
La concepción de la ciencia 25
El lenguaje científico 27
Explicación, predicción y deducción 32
El porqué de las cosas 36
El problema de la inducción 40
Goodman y las cosas «verzules» 44

EL FALSACIONISMO DE POPPER 49
Las dificultades de la verificación 51

9
El criterio de demarcación 55
Un progreso de conjeturas y refutaciones 60
Falsación y enunciados observacionales 63

LAS NUEVAS PROPUESTAS 67


¿Cómo se hace una nueva teoría? 69
La noción de paradigma de Kuhn 72
El proceso sociológico 74
Los programas de investigación de Lakatos 78
La concepción semántica 81

Bibliografia 85

10
LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE
LA CIENCIA

La reflexión filosófica sobre la ciencia en el siglo


xx ha estado marcada por la controversia sobre los
supuestos lógicos del empirismo clásico. No es difí-
cil ver que los puntos cruciales de la discusión con-
temporánea sobre la ciencia afectan a los supuestos
básicos del empirismo que fueron aceptados por los
neopositivistas en los años veinte.
El neopositivismo –positivismo lógico o empiris-
mo lógico– fue un movimiento inspirado en los desa-
rrollos de la lógica de comienzos de siglo que trataba
de respetar los principios del empirismo clásico. En
el empirismo de los siglos xvii y xviii, estos prin-
cipios tenían relación con los límites del contenido
de la mente –esto es, la idea de que nuestra mente
no puede formarse contenidos que vayan más allá
de lo que es dado a la experiencia. Los neopositivis-
tas tendieron a expresar estas intuiciones en térmi-
nos más bien semánticos: las oraciones significativas

11
deben referirse directa o indirectamente a lo que es
observable.
En principio, el neopositivismo compartió la ac-
titud despectiva del empirismo clásico hacia la filo-
sofía tradicional. Gran parte de las proposiciones fi-
losóficas no satisfacen los requerimientos empiristas
sobre el significado. La ciencia, en cambio, parecía
el mejor ejemplo de lenguaje significativo. El lengua-
je científico parece que obtiene todo su contenido
de los denominados enunciados observacionales: los
enunciados que describen lo que es directamente da-
do a la experiencia.
Existen diferentes niveles de investigación cien-
tífica y de conocimiento humano. Sin embargo, to-
dos ellos obtienen su contenido de la experiencia de
los sentidos. Esto, se suponía, debería permitir redu-
cir cualquier proposición científica a la descripción
de unos hechos determinados. Esta experiencia es el
material que daría contenido a cualquier uso signifi-
cativo del lenguaje.
Lo que es fascinante de la filosofía de la ciencia
del siglo xx es la manera como los filósofos se han
dado cuenta de que el lenguaje de la ciencia –en prin-
cipio, el más adecuado a la satisfacción de los requi-
sitos empiristas– no se ha ajustado a estos principios.
Consideremos, por ejemplo, el atomismo de la ex-
periencia. Según los principios del empirismo lógi-
co era esencial el supuesto de que la conexión en-
tre cualquier par de elementos de la experiencia fue-
ra completamente contingente y estuviera desproveí-

12
da de cualquier necesidad. Como ya vio Hume, esto
planteaba enormes problemas para justificar el razo-
namiento inductivo y, a la vez, para introducir una
noción aceptable de explicación, diferente de la me-
ra descripción de regularidades. O, por poner otro
ejemplo, consideremos la idea de que la experiencia
se produce independientemente de la teoría: la idea
de que lo que da contenido a la teoría es una ex-
periencia independiente que debe ser aceptada por
cualquier teorización que quiera ser fiel a los hechos.
La experiencia sería, por lo tanto, el elemento común
que debería judicarse entre las teorías rivales.
En las páginas siguientes veremos cómo la refle-
xión filosófica sobre la ciencia en nuestro siglo ha te-
nido que abandonar estos supuestos clave del empi-
rismo.

13
El EMPIRISMO LÓGICO

Durante el siglo xx, la reflexión filosófica sobre


la ciencia ha estado marcada por el predominio de
las doctrinas empiristas entre los filósofos que, a co-
mienzos del siglo, se ocuparon de la ciencia y del mé-
todo científico.
La forma de empirismo típica de los años veinte
–el denominado empirismo lógico– no es el paradig-
ma dominante en la filosofía de la ciencia contempo-
ránea, que no se puede entender sin describir los su-
puestos contra los que ha tenido que reaccionar.
El neopositivismo, empirismo lógico o positivis-
mo lógico fue una escuela filosófica que se conside-
ró heredera del empirismo clásico y que, como es-
te, defendía que buena parte de la filosofía tradicio-
nal estaba llena de pseudoproposiciones, de oracio-
nes que no satisfacían los requisitos empiristas sobre
el significado. El círculo de filósofos neopositivistas
más conocidos floreció en la Viena de los años veinte

15
y treinta. Después, su influencia se extendió a Gran
Bretaña y Estados Unidos.
Esta expansión de las tesis del empirismo lógico
se explica, en parte, por el hecho de que el Tractatus de
Wittgenstein –publicado en 1921– fue leído en cla-
ve empirista y dio una autoridad nueva a las viejas
doctrinas. Otra razón es que filósofos británicos, co-
mo por ejemplo Russell, habían mantenido un hilo
de continuidad con las viejas doctrinas de los clásicos
empiristas de los siglos xvii y xviii. Por otro lado,
el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial
provocaron un éxodo de filósofos del continente eu-
ropeo hacia Estados Unidos.

La importancia de la experiencia

Tradicionalmente, se describe el empirismo como


la concepción del conocimiento humano de acuerdo
con la cual la experiencia es el origen y el fundamen-
to de todo conocimiento. En términos más clásicos,
se podría decir que el empirismo es la doctrina según
la cual todos nuestros contenidos derivan de la expe-
riencia.
Lo que quieren decir los empiristas es que no po-
demos ir más allá de la experiencia: la experiencia es-
tablece un límite que no se puede ultrapasar. El sig-
nificado de nuestros términos y de cualquier conte-

16
nido de nuestra mente está fijado por sus relaciones
con la experiencia.
Los neopositivistas expresaron este dogma empi-
rista como un principio semántico, el denominado
principio de verificación: el significado de una ora-
ción se explica por sus condiciones de verificación.
Lo que significa una oración está fijado en la medi-
da en que está fijado lo que debería pasar en la ex-
periencia para decidir si la oración es verdadera. El
significado de un término es el resultado de su con-
tribución al significado de las oraciones en las que
puede aparecer.

El atomismo

Un rasgo fundamental del empirismo es el ato-


mismo. Se entenderá mejor con el ejemplo siguiente.
Imaginemos un par de elementos básicos de la expe-
riencia, A y B. La idea es que cualquier relación entre
A y B es una relación que podría no haberse produ-
cido. Imaginemos, por ejemplo, que A es una sensa-
ción de dolor y que B es la sensación visual que yo
tengo de una aguja que pincha mi piel. Para un em-
pirista, en la medida en que estos sean elementos bá-
sicos de la experiencia, siempre se podrá concebir la
existencia de uno de ellos sin el otro. Es cierto, por
supuesto, que siempre que veo que una aguja pincha
mi piel, siento dolor. Pero, en la medida en que pue-
do ver la aguja, he de admitir la posibilidad de que la

17
propia sensación visual no vaya siempre seguida de
una sensación de dolor.
La relación entre una sensación visual y una sen-
sación de dolor es lo que Hume denomina una cues-
tión de hecho. Es cierto que las dos sensaciones están
relacionadas, que una sigue invariablemente a la otra:
pero este hecho no es constitutivo de ninguna de
ellas. Podría producirse una sin la otra. Las cuestiones
de hecho no son nunca necesarias. Su contrario es
siempre posible. El empirismo clásico está compro-
metido, pues, con la tesis de que las unidades míni-
mas de la experiencia, los átomos de experiencia, no
tienen, entre ellos, ninguna conexión necesaria. To-
das las relaciones que tienen con otros átomos de ex-
periencia podrían no producirse. Esta tesis empirista
fue aceptada sin restricciones por los empiristas lógi-
cos de comienzo de siglo. Y encontró cobertura en el
tipo de atomismo lógico que defendían Wittgenstein,
en el Tractatus, y Russell. Para estos, la existencia de
proposiciones elementales era una condición de po-
sibilidad de cualquier lenguaje. Y los hechos descri-
tos por estas proposiciones, hechos atómicos, tenían
el rasgo constitutivo de ser completamente indepen-
dientes los unos de los otros.

La relación causal

Este compromiso radical con el atomismo es el


supuesto fundamental de uno de los análisis de Hu-

18
me más importantes para la filosofía de la ciencia
contemporánea: el análisis de la relación causal. Por
poner el mismo ejemplo de Hume, imaginemos lo
que podríamos considerar un caso arquetípico de re-
lación causal: una bola de billar blanca que golpea a
otra roja y hace que esta segunda se mueva. Diría-
mos que el impacto de la bola blanca causa el movi-
miento de la roja. ¿Qué tipo de conexión es esta co-
nexión causal? Según Hume, en el fenómeno de una
bola que impacta sobre otra no hay nada que obligue
al movimiento de la segunda. El impacto y el movi-
miento son dos hechos de experiencia diferentes: su
conexión es, como hemos visto antes, contingente,
no necesaria.
Hume establece ciertas condiciones para poder
decir que dos fenómenos de experiencia están rela-
cionados como causa y efecto. Estas condiciones van
más allá del hecho de que se producen conjuntamen-
te. Básicamente, esta conjunción tiene que ser regu-
lar, la causa y el efecto tienen que ser cercanos y el
efecto tiene que seguir a la causa. Así, siempre que
una bola de billar golpea a otra, la segunda se mueve.
Por ello, porque esta conjunción es regular, decimos
que el impacto es la causa del movimiento.
Lo que nos interesa, sin embargo, es que Hume
defendió explícitamente la idea de que no existe nin-
guna conexión necesaria entre causa y efecto. Si pen-
samos que la hay, estamos bajo los efectos de una
ilusión. En el caso del ejemplo de la bola de billar, la
ilusión se produce por el hecho de que nuestra men-

19
te, por los efectos del hábito de haber contemplado
la conjunción regular, se imagina que la segunda bo-
la se moverá justo cuando ve que la primera está a
punto de golpearla.
Es importante ver la relación entre esta concep-
ción empirista de la conexión causal y una cierta con-
cepción habitual de la explicación científica.
Como es sabido, Newton postuló una fuerza –la
gravitación universal– que daba cuenta de la tenden-
cia de cualquier par de cuerpos a atraerse mutuamen-
te. Un resultado impresionante de la mecánica new-
toniana es que explicaba una enorme cantidad de fe-
nómenos al postular esta fuerza de atracción univer-
sal. Fenómenos que, antes de Newton, habían sido
considerados muy diferentes eran unificados por la
descripción propuesta: la caída de los objetos sobre
la superficie de la Tierra y los movimientos de los
planetas se explicaban por medio del supuesto de es-
ta fuerza universal de atracción.
Sin embargo, en los círculos intelectuales euro-
peos, la mecánica de Newton comenzó muchas dis-
cusiones filosóficas. A lo largo de los siglos xvii y
xviii hubo explicaciones alternativas de los movi-
mientos básicos de la naturaleza muy diferentes de lo
que proponía la mecánica newtoniana. Eran explica-
ciones que trataban de hacer inteligibles los cambios
de movimiento postulando un mecanismo que die-
ra cuenta de ellos. Descartes, por ejemplo, defendía
que el universo estaba lleno de materia y que el mo-

20
vimiento de cualquier elemento se producía porque
este era desplazado por la materia que lo rodeaba.
Evidentemente, la explicación cartesiana no pudo
competir con la de Newton. La paradoja, sin embar-
go, parecía ser la siguiente: aunque podemos decir
que la explicación de Descartes no es adecuada, al
menos trata de explicarnos por qué se mueven las co-
sas en un sentido en el que Newton ni siquiera lo in-
tenta. Si le preguntamos a Newton por qué se atraen
las masas, nos dice que lo hacen por la fuerza univer-
sal de atracción. Si le preguntamos qué es esta fuer-
za, nos dice que es lo que provoca la atracción en-
tre las masas. Hasta cierto punto podemos decir que,
para Newton, identificar la causa de la atracción en-
tre los cuerpos es solo describir cómo los cuerpos se
atraen habitualmente. Para Newton, el porqué básico
solo se responde describiendo cómo se comporta el
mundo. Las explicaciones más básicas de la naturale-
za parece que se reducen a describir las regularidades
más básicas.
Esta interpretación de la mecánica de Newton se
ajustaba, obviamente, a los supuestos de Hume sobre
la causalidad y la explicación causal. El éxito de la
primera se tomó, indirectamente, como un apoyo de
estos supuestos.

21
John Stuart Mill y las regularidades

Durante el siglo xix, la tradición empirista –John


Stuart Mill– refinó los supuestos de Hume y, a co-
mienzos del siglo xx, el denominado empirismo ló-
gico aceptó la idea de que las leyes científicas son re-
gularidades.
No toda regularidad es una ley, por supuesto. To-
do el mundo acepta que el enunciado (1) no expresa
una ley, a pesar de que exprese una regularidad:
(1) Todos mis amigos tienen el pelo rubio.
Se puede decir que las leyes tienen un tipo de
necesidad que no tienen los enunciados de regulari-
dad, que no expresan leyes. Fijémonos de nuevo en
el enunciado (1). Diríamos que no expresa una ley
porque la conexión entre el hecho de que alguien sea
amigo mío y que tenga el pelo rubio es un accidente.
Por ejemplo, la verdad de (1) es compatible con el
hecho de que, en el futuro, yo tenga un amigo que
no sea rubio. Por emplear una terminología técnica,
podemos decir que (1) no soporta el condicional si-
guiente:
(2) Si tu amigo Pedro, que tiene el pelo castaño,
fuera amigo mío, entonces tendría el pelo rubio.
Parece obvio que la verdad de (1) no nos dice na-
da sobre la verdad de (2): el hecho de que (1) sea ver-
dad no obliga a la verdad de (2). (1) No establece nin-
guna conexión entre la propiedad de ser amigo mío
y la propiedad de ser rubio. Un enunciado del tipo

22
(2) se denomina condicional contrario-a los-hechos
o contrafáctico. Un condicional contrafáctico es un
condicional en subjuntivo cuyo antecedente es falso.
El lenguaje ordinario está lleno de enunciados con-
trafácticos, algunos de los cuales son verdaderos y
otros falsos. Un ejemplo de enunciado contrafáctico
respecto al cual podemos imaginar naturalmente un
contexto en el que sería verdadero es el siguiente:
(3) Si María no se hubiera comido las setas vene-
nosas, no se habría puesto enferma.
Podemos decir ahora que las leyes, a diferencia de
los enunciados de regularidad completamente acci-
dentales, dan apoyo a los enunciados contrafácticos.
Por ejemplo, supongamos que se deduce de las leyes
de la naturaleza el hecho de que el agua hierve a cier-
ta temperatura. Entonces, es verdad que, si la calen-
tamos, hervirá cualquier agua que no esté hirviendo.
Este es un contrafáctico que parece soportado por
las leyes de la naturaleza.
Un empirista debe distinguir entre enunciados
que expresan regularidades y verdaderos enunciados
de leyes, sin la necesidad de introducir como básica
la noción de necesidad, porque no puede aceptar que
en la naturaleza haya verdaderas conexiones necesa-
rias. Puede aceptar la idea, que ha sido desarrollada
en los párrafos anteriores, de que las leyes de la natu-
raleza apoyan los enunciados contrafácticos, pero no
que la verdad de estos contrafácticos sea establecida
por el hecho de que en la naturaleza haya verdaderas
necesidades.

23
Podemos decir que, para cualquier empirista, las
nociones de ley y de contrafáctico son igualmente
problemáticas y han de ser analizadas sin introducir
la noción sospechosa de conexión necesaria.
La forma de cualquier análisis empirista sobre las
nociones de ley y contrafáctico la encontramos, de
nuevo, en los análisis de Hume sobre la idea de cau-
salidad. Hume no negaría que un enunciado como
(1) es diferente de un enunciado que trate de expre-
sar una ley de la naturaleza. La diferencia, sin embar-
go, habría que buscarla en el tipo de regularidad que
está involucrada en ella. Las regularidades que se in-
volucran en las leyes son regularidades más básicas.
La regularidad entre la propiedad de ser amigo mío
y la propiedad de tener el pelo rubio no es el tipo de
regularidad que se consideraría una regularidad bási-
ca de la naturaleza.
La regularidad que existe entre la temperatura y
los cambios en la estructura molecular del agua –el
tipo de regularidad involucrada cuando decimos que
el agua debe hervir cuando la calentamos, porque es
una consecuencia de las leyes de la naturaleza– sí que
está establecida por las regularidades básicas de la na-
turaleza.

24
La concepción de la ciencia

Los aspectos esenciales de las doctrinas de Hume


sobre la causalidad, la necesidad y las leyes fueron
aceptados, a comienzos del siglo, por el neopositivis-
mo. Y los supuestos epistemológicos del empirismo
lógico tuvieron unas consecuencias naturales sobre
el tipo de lenguaje que era aceptable por la ciencia y
la imagen que se tenía de la estructura de la explica-
ción científica.
En primer lugar, los empiristas lógicos aceptaban
que todo el contenido de los términos que se utilizan
en ciencia se deriva de las conexiones con la expe-
riencia. Por supuesto, los científicos utilizan muchos
términos que tienen una conexión con la experien-
cia más bien indirecta: nadie ha visto nunca fuerzas,
masas, electrones o campos magnéticos. La actitud
tradicional del empirismo lógico fue considerar que
podemos hablar con sentido de este tipo de cosas en
la medida en que podemos definirlas como experien-
cias reales o posibles.
Por otro lado, la noción de experiencia que era
admisible tenía un rasgo común con la idea de ex-
periencia que había sido utilizada por los empiristas
clásicos, como por ejemplo Hume. Podríamos decir
que es una idea de experiencia desprovista de com-
promisos teóricos y de cualquier necesidad. Del mis-
mo modo que lo habían hecho los empiristas clási-
cos, se asumía que los contenidos de las observacio-
nes de los científicos eran neutros respecto a cual-

25
quier teoría sobre el mundo. Los datos de observa-
ción eran datos que debería respetar cualquier teoría
sobre el mundo. De hecho, la ciencia elabora teorías
en la medida en que quiere dar cuenta de estos datos
de observación, que, lógica y psicológicamente, son
anteriores a las teorías a las que apoyan.
Los enunciados observacionales singulares serían
el punto de contacto de la ciencia con el mundo de
la experiencia. Un enunciado observacional singular
nos habla de lo que acontece en un momento parti-
cular del espacio y del tiempo: la posición por donde
sale el sol un día determinado, la velocidad con la que
cae una piedra en un momento concreto. De estos
se suponía que tenía que depender todo el contenido
de la ciencia.
Para los defensores del empirismo lógico, un
enunciado observacional verdadero describiría un
hecho de experiencia que debería ser considerado co-
mo un dato por cualquier teoría científica aceptable.
Siguiendo la concepción de la ciencia del empiris-
mo lógico o neopositivismo, la ciencia es básicamen-
te una generalización de la experiencia. Los hechos
básicos, los hechos descritos por los enunciados bá-
sicos de observación, son todo el contenido que pue-
den tener las leyes y las teorías científicas. Una ley
científica es solo una manera económica de hablar-
nos de una regularidad de hechos básicos de expe-
riencia.
Por supuesto, no todas las regularidades son ver-
daderas leyes. En cualquier caso, la diferencia entre

26
una regularidad que es una ley y una regularidad que
no lo es debe explicarse sin introducir la noción sos-
pechosa de necesidad, dado que, entre los elementos
de la experiencia, no puede haber ninguna verdadera
necesidad.

El lenguaje científico

El neopositivismo de comienzos de siglo es co-


nocido también como empirismo lógico en la medi-
da en que estuvo influido por los nuevos desarrollos
en filosofía de la lógica. El logicismo de Russell y la
concepción de la lógica del Tractatus de Wittgenstein
aceptaban como punto de partida uno de los dogmas
humeanos: en el mundo de la experiencia no hay ver-
dadera necesidad.
La necesidad es un producto del lenguaje hu-
mano: de la manera como nuestras palabras adquie-
ren significados. Y el hecho de que nuestras palabras
signifiquen lo que significan no impone ninguna ne-
cesidad en los hechos de experiencia; es compatible
con cualquier ordenación de los fenómenos empíri-
cos.
Esta concepción de la necesidad implicaba un ti-
po de sospecha respecto al lenguaje subjuntivo: las
conexiones necesarias son expresadas naturalmente
en términos subjuntivos. Por ejemplo, la idea de que
el agua herviría si yo la calentara (subjuntivo) expre-

27
sa una conexión más fuerte que la establecida por la
constatación de que el agua ha hervido cuando la he
calentado (indicativo).
Una manera de expresar la sospecha sobre la no-
ción de conexión necesaria es tratar de reducir siste-
máticamente el lenguaje subjuntivo al indicativo. El
lenguaje indicativo nos habla de los acontecimientos
reales, el subjuntivo de lo que pasaría si... Para un
empirista, el segundo es inteligible en la medida en
que se puede reducir al primero. De nuevo, podemos
considerar el análisis humiano de la relación causal
como un paradigma de este tipo de reducción.
La conexión causal es una conexión subjuntiva:
una causa produciría el mismo efecto si se produjera,
de nuevo, en circunstancias parecidas. Un efecto no
se habría producido si la causa no se hubiera produ-
cido. Lo que hizo Hume es analizar estos subjuntivos
en términos de indicativo: un causa es lo que siem-
pre ha ido seguido del efecto –dadas las relaciones
de proximidad en el espacio y en el tiempo. En este
tipo de análisis no hay subjuntivos. Si Hume hubiera
acertado, el subjuntivo causal se podrían analizar en
lenguaje indicativo.
El análisis de las conectivas lógicas que propusie-
ron Russell y el Tractatus era coherente con estos su-
puestos. Consideraban que el implicador –la estruc-
tura «Si p, entonces q»– aceptable debía ser un im-
plicador material: un implicador que se convierte en
verdad por los valores de verdad que, de hecho, tie-
nen sus constituyentes (p y q). Un implicador mate-

28
rial de la forma «Si p, entonces q» es verdad siempre,
excepto cuando el antecedente p es verdad y el con-
secuente q es falso. Esto, en el lenguaje ordinario, se
corresponde solo con un uso del condicional. Se tra-
ta del condicional indicativo. Si digo:
(4) Si lo que dices es verdad, yo soy Napoleón,
estoy utilizando un condicional indicativo que tie-
ne las condiciones de verdad de un implicador ma-
terial. De hecho, es una manera de decir que lo que
dices no es verdad, porque doy por sentado que –tú
sabes que– yo no soy Napoleón. Entonces, las condi-
ciones de verdad del implicador material exigen que
el antecedente de mi condicional sea falso. De lo con-
trario, el condicional no podría ser verdadero. Hay
que tener en cuenta, sin embargo, que este condicio-
nal no es un condicional subjuntivo: yo no estoy di-
ciendo que si tú dijeras la verdad yo sería Napoleón.
Esto es falso, aunque (4) sea verdad. El condicional
subjuntivo establece una conexión más fuerte entre
antecedente y consecuente que la conexión estable-
cida por el condicional indicativo.
La idea de que el lenguaje de la ciencia ha de ser
indicativo y que, en último término, los condiciona-
les aceptables deben ser reducidos al indicativo es un
supuesto lógico del neopositivismo que se ajusta per-
fectamente a los supuestos empiristas.
Esto implica que en la naturaleza nunca hay co-
nexiones necesarias entre dos fenómenos particula-
res. La idea de que las únicas conexiones empíricas
son conexiones regulares que fácilmente podrían no

29
producirse implica una sospecha sistemática sobre el
lenguaje subjuntivo. Este nos habla de lo que pasaría
si se diera tal y tal condición. Para los neopositivistas,
esta manera de hablar solo es aceptable si se puede
traducir a lo que, de hecho, pasa habitualmente. Si se
puede describir en lenguaje indicativo.
Esta sospecha sistemática sobre el lenguaje sub-
juntivo afecta al significado de muchos de los térmi-
nos del vocabulario científico. Como decíamos antes,
hay términos observacionales cuyo significado se su-
pone que está determinado directamente por la ex-
periencia. La ciencia, sin embargo, debe utilizar otros
términos, conceptos teóricos cuya relación con la ex-
periencia no es tan directa. Nadie ha visto electrones
ni fuerzas. Una fuerza se define por la manera como
produce efectos sobre el movimiento de los cuerpos.
La presencia de un electrón o de una fuerza es detec-
tada por ciertos efectos en situaciones experimenta-
les muy controladas.
Los electrones y las fuerzas tienen un conexión
indirecta con la experiencia. Muchas veces sus pode-
res causales no son ejercidos, aunque están presentes.
La presencia de una fuerza en un campo magnético,
por ejemplo, garantiza que ciertos efectos se produ-
cirían si se dieran ciertas condiciones. Esto lo supo-
nemos, aunque no se den ni las condiciones adecua-
das ni los efectos típicos.
Supongamos que las fuerzas y los electrones son
portadores de ciertas disposiciones causales. Para ha-
blar de ellas, necesitamos el lenguaje de las disposi-

30
ciones. Y las disposiciones parece que requieren el
lenguaje subjuntivo. Por ejemplo, la fragilidad es una
disposición de las cosas a romperse con relativa fa-
cilidad. Pero una cosa puede ser frágil aunque no se
haya roto nunca: es frágil porque, si fuera sometida
a una fuerza determinada, entonces se rompería. En
la última oración, hemos fijado una disposición utili-
zando un condicional subjuntivo.
Si el condicional subjuntivo es sospechoso, debe-
remos proporcionar un análisis alternativo en el que
no haya ningún subjuntivo. Este fue el ideal reducti-
vo de los neopositivistas.
Carnap, por ejemplo, trató de definir los térmi-
nos disposicionales utilizando solo el implicador ma-
terial. La dificultad general de este proyecto es obvia.
Si un objeto frágil O no se ha roto nunca porque nun-
ca ha sido sometido a la fuerza suficiente para rom-
perlo, el implicador material –indicativo– siguiente:
(5) si O es sometido a una fuerza F, entonces se
rompe,
no nos sirve para definir la fragilidad. No nos sirve
porque el condicional (5) es también verdad respecto
a cualquier objeto –frágil o no frágil– que nunca haya
sido sometido a la fuerza F y no se haya roto.
En efecto, tal como hemos visto, un implicador
material es verdad cuando el antecedente y el conse-
cuente son los dos falsos. No hay suficiente espacio
aquí para reproducir todos los detalles de la discu-
sión, todavía viva hoy, sobre la posibilidad de reducir
los términos disposicionales al vocabulario indicati-

31
vo. En cualquier caso, debe quedar claro que las di-
ficultades de este proyecto desaparecerían si, como
muchos filósofos han propuesto, se abandonaran los
prejuicios empiristas contra el lenguaje subjuntivo.

Explicación, predicción y deducción

La imagen típica de la ciencia defendida por los


neopositivistas es la siguiente: el científico observa
regularidades en el mundo de la experiencia. La cien-
cia trata de explicar las regularidades observadas en
un sentido muy peculiar: formular leyes generales,
con la forma «Todos los S son P», que recogen las re-
gularidades observadas. Este es el denominado pro-
ceso de inducción.
Los neopositivistas insistieron en que el proceso
de inducción debía ser un proceso controlado, donde
había que utilizar intuiciones causales para elegir las
regularidades más básicas.
En cualquier caso, la idea es que por observación
podemos elaborar algunas regularidades que parecen
bastante básicas para poder contar como leyes. De
hecho, podemos comprobar si nuestra elección es
acertada deduciendo consecuencias. Si, siguiendo el
ejemplo anterior, la regularidad relevante incluye la
bacteria, podemos deducir que la propensión a la en-
fermedad se producirá también en personas que ten-
gan contacto con la bacteria, aunque no hayan si-

32
do hospitalizadas. Es decir, podemos deducir conse-
cuencias observacionales de la regularidad que consi-
deramos como una hipótesis verosímil. Por supuesto,
una hipótesis nunca está completamente comproba-
da: siempre es posible que lo que consideramos una
regularidad básica, después de todo, no lo sea.

La regularidad
«Todos los pacientes de la habitación 347 del hospital cogen una
neumonía» no es una regularidad que pueda contar como una ley
de la naturaleza. Suponemos que se tiene que poder explicar por
medio de mejores regularidades. Para aislar las regularidades mejo-
res, hacemos experimentos controlados: por ejemplo, suponemos
que la regularidad tiene que vincular una bacteria que hay en la
habitación. Que sea la habitación 347 es irrelevante, que haya una
bacteria en la habitación no lo es. Podemos descubrir que la bacte-
ria no produce neumonía en otras personas fuera de la habitación.
Entonces, deberíamos buscar otros factores de la habitación que
pudieran ser explicativos.

Para la concepción neopositivista de la ciencia,


el proceso de deducir consecuencias observacionales
de una hipótesis tiene una función triple: nos permi-
te comprobar la hipótesis, nos permite explicar el fe-
nómeno que se deduce de esta y nos permite prever
el futuro.
Nos permite comprobar la hipótesis porque una
hipótesis siempre tiene consecuencias observaciona-
les. Si la regularidad correcta es la que hay entre la
presencia de la bacteria X y la neumonía, entonces

33
los enfermos de otras habitaciones infectados por la
bacteria X también deberán desarrollar la neumonía.
Si es así, si se produce esta consecuencia observable
de nuestra hipótesis, esta ha aumentado su verosimi-
litud. Es más racional aceptarla ahora, dado que he-
mos comprobado algunas de sus consecuencias ob-
servacionales.
Por otro lado, la deducción de las consecuencias
observacionales de una hipótesis nos sirve para ex-
plicar los fenómenos empíricos. Un fenómeno, por
ejemplo el hecho de que una persona X desarrolla la
neumonía, es explicado en la medida en que se puede
deducir de una hipótesis general aceptable. Suponga-
mos, por ejemplo, que la hipótesis de la conexión re-
gular entre la bacteria y la neumonía es aceptada por
todo el mundo y que la comunidad médica la consi-
dera firmemente establecida y comprobada miles y
miles de veces. En este caso, diríamos que podemos
explicar por qué la persona X ha desarrollado la neu-
monía: la ha desarrollado porque ha estado expues-
ta a la bacteria. Que esta persona debe desarrollar la
neumonía se puede deducir de la hipótesis que nos
dice que todos los infectados por esta bacteria desa-
rrollan neumonía. De esta hipótesis y del hecho de
que X ha sido infectado por la bacteria se concluye
que X debe desarrollar la neumonía. Cuando pode-
mos deducir un hecho de observación de este modo,
decimos que lo hemos explicado.
Es importante ver cuál es el sentido especial de
explicación que introducimos aquí. Por supuesto, no

34
decimos que hemos descubierto nada que obligue ló-
gicamente a la persona X a desarrollar una neumo-
nía. Solo la obligaría si aceptáramos que la ley «todos
los infectados por la bacteria Y desarrollan neumo-
nía» es un enunciado de verdadera necesidad. Para
un defensor de la concepción empirista de la ciencia,
nunca lo puede ser. Por mucho que esta ley haya si-
do comprobada miles de veces, no es más que una
hipótesis. No está comprobada completamente. En
la naturaleza no existen conexiones necesarias.
Podemos decir que, para los neopositivistas, ex-
plicar en ciencia sería solo mostrar que un fenómeno
particular se deriva de un patrón de regularidades que
se ha producido muchas veces.
Este texto es un resumen magnífico de la concep-
ción de la explicación científica típica del neopositi-
vismo. Fijémonos en que, en primer lugar, conside-
ra que explicar un fenómeno es deducirlo de una hi-
pótesis general. Y que esto ha de permitirnos, tam-
bién, prever el comportamiento futuro de la natura-
leza. Como se ha mencionado antes, la deductibilidad
de una hipótesis general es la clave de la explicación
y de la predicción. Además, insiste en que la marca
de una buena explicación científica es que crea lo que
podemos denominar convergencia explicativa. Una
regularidad de la naturaleza es más básica en la medi-
da en que nos puede servir para describir fenómenos
que, a primera vista, no están conectados.

35
Newton y las dos cuestiones
«Se dice a menudo que Newton explicó el movimiento planetario.
Esto es verdad solo si "explicar" es empleado en un sentido cien-
tífico y limitado. Lo que realmente hizo Newton fue dejarnos una
única cuestión enigmática en un problema en el que, antes de él,
había dos. Newton no descubrió "por qué" cae la piedra, ni "por
qué" los planetas obedecen las leyes de Kepler. Demostró que la
caída de la piedra y el movimiento elíptico de los planetas son fe-
nómenos del mismo tipo. Los cálculos y las inferencias a partir del
mismo conjunto de hipótesis –las leyes del movimiento y la gravi-
tación universal– pueden prever los dos fenómenos con la misma
precisión».

«Los dos fenómenos son manifestaciones de un mismo hecho na-


tural, la tendencia constante, denominada gravitación, que tiene
cualquier par de partículas materiales a acercarse una a la otra.
Newton no sugirió ninguna razón que pueda explicar esta tenden-
cia».

(L. H. W. Hull, Historia y filosofía de la ciencia ).

El porqué de las cosas

Lo que nos interesa ahora es que todavía existe


un sentido en el que la ciencia no nos puede expli-
car el porqué de las cosas. En el caso de Newton, no
nos explica por qué las cosas exhiben la tendencia
a atraerse. La explicación newtoniana tiene la forma
de una descripción. Cuando describimos que un fe-

36
nómeno particular se ajusta a un patrón de regulari-
dades –muy general y básico– que tiene ciertas virtu-
des hemos explicado científicamente el primero. Lo
que no se puede hacer, en cambio, es suponer que se
puede explicar el patrón de regularidades. Si este mo-
delo de deducción –conocido como modelo nomo-
lógico-deductivo– a partir de leyes es un buen mo-
delo de la explicación científica, entonces cualquier
explicación científica debe hacer referencia, en últi-
mo término, a una regularidad básica que no se pue-
de explicar.
Para tratar de evaluar este modelo sobre la expli-
cación científica, hay que distinguir muy cuidadosa-
mente dos cuestiones muy diferentes. Una es la cues-
tión de si se puede pedir a la ciencia una explicación
completa del mundo. Se deduce del modelo nomo-
lógico-deductivo que esto es imposible. La mayoría
de los filósofos estarían de acuerdo en ello. La otra
cuestión es si la única forma posible de explicación es
la deducción a partir de regularidades. Este supues-
to parece mucho más discutible y solo un empirismo
radical podría justificarlo.
En la vida ordinaria explicamos cómo funcionan
las cosas, y lo hacemos, según parece, sin necesidad
de deducir fenómenos de regularidades comproba-
das miles de veces. Por ejemplo, en la vida cotidiana
nos damos cuenta directamente de que un mecanis-
mo no funciona porque una pieza está rota, de que
la mesa se desplaza por la fuerza que hacemos con
las manos o de que se produce una sombra porque

37
hemos puesto un objeto justo delante de un foco de
luz. Un niño, por ejemplo, se da cuenta de que el fue-
go le quema sin tener que repetir la experiencia mu-
chas veces.
Esta es una discusión que atraviesa la filosofía de
la ciencia contemporánea y que aquí no podemos re-
producir en detalle por falta de espacio. Eso sí, es ne-
cesario realizar algunas observaciones. En primer lu-
gar, los neopositivistas tuvieron que aceptar el mode-
lo de explicación nomológico-deductivo motivados
por consideraciones epistemológicas muy generales.
Como se ha visto antes, la idea de que las conexio-
nes causales dependen de regularidades se encuentra
en la base del empirismo. Aun así, si negamos el em-
pirismo podemos considerar que la explicación cau-
sal no necesita apelar a regularidades. Podemos acep-
tar que vemos directamente ciertas relaciones causa-
les. Además, algunos filósofos dirían que nuestra cla-
sificación del mundo en propiedades, nuestro siste-
ma de conceptos, involucra nuestra capacidad de per-
cibir relaciones causales particulares.
Según estos filósofos, contrarios al neopositivis-
mo, nuestro conocimiento causal ordinario no se
ajusta al modelo nomológico-deductivo. Y la ciencia
no es más que una expansión de este conocimiento
causal ordinario.
Aunque la ciencia deba ser sistemática, al hacer
ciencia hay que aceptar como básico nuestro cono-
cimiento de ciertos mecanismos causales. La ciencia,
en el fondo, tendría que construir modelos y analo-

38
gías cuyo contenido dependería de nuestro conoci-
miento ordinario de ciertos mecanismos causales bá-
sicos.
Hay que entender, además, que esta tesis implica-
ría el abandono de los supuestos del empirismo y del
neopositivismo. Aceptar que podemos ver relaciones
causales particulares sin apelar a regularidades impli-
ca negar el principio humeano de que no hay cone-
xiones necesarias en la naturaleza. El principio por
el que la única razón que tenemos para decir que la
causa produce el efecto es que hemos observado una
asociación regular entre los dos muchas veces.
Del mismo modo, aceptar que se pueden describir
casos particulares de relación causal sin tener que su-
poner que hay una conexión regular implicaría reivin-
dicar la posibilidad de no tener que reducir el lengua-
je subjuntivo al indicativo. Según este ideal reductivo,
decir que si no se hubiera producido la causa no se
habría producido el efecto (subjuntivo) es decir que
causa y efecto, de hecho, han estado asociados regu-
larmente de cierta manera (indicativo). Si negamos
esta reducción, aceptamos que podemos percibir di-
rectamente que un condicional subjuntivo es verda-
dero.
En otras palabras, cualquier discusión sobre la va-
lidez del modelo nomológico-deductivo de la expli-
cación requiere discutir los supuestos del empirismo.

39
El problema de la inducción

Los problemas que acabamos de mencionar están


vinculados a una cuestión que ha ocupado a los filó-
sofos de la ciencia desde Hume: la justificación del
razonamiento inductivo. Los defensores de la meto-
dología neopositivista aceptaron que el proceso de
inducción –el proceso por el que se pasa de un núme-
ro finito de enunciados observacionales a una hipó-
tesis general– debe ser un proceso controlado. Antes
de decidir que una regularidad es una buena candida-
ta a ser considerada una ley de la naturaleza, hay que
eliminar regularidades accidentales y tratar de repro-
ducir la regularidad en situaciones muy distintas para
eliminar interferencias no deseadas y aislar la regula-
ridad básica.
En cualquier caso, según los defensores del mo-
delo empirista de la ciencia, esta se basa en lo que se
denomina principio de inducción.
Según el principio de inducción, si en un conjun-
to determinado de circunstancias controladas se han
observado un gran número de casos del tipo S y, ade-
más, se ha observado que todos ellos tenían el rasgo
P, entonces debemos suponer que todos los S tienen
el rasgo P.
Es obvio que en este principio se afirman muchas
cosas que deberían aclararse. ¿Qué significa, exacta-
mente, «circunstancias controladas»? ¿Qué quiere de-
cir, exactamente, «un gran número de casos»? ¿Son
347 un gran número? ¿Y 347 millones? Pero estas

40
no son las cuestiones que nos interesan. Para poder
seguir el argumento, supongamos por un momento
que tenemos una respuesta satisfactoria al respecto.
Lo que nos interesa ahora es una cuestión muy di-
ferente: lo que podríamos denominar la cuestión de
Hume. El principio de inducción nos pide pasar de
un número finito de observaciones a una conclusión
completamente universal, a una conclusión que ten-
ga la forma «todos los S son P». ¿Qué justificación
tenemos para pasar de un enunciado del tipo «todos
los S observados hasta ahora son P» a «todos los S
–observados y no observados, presentes, pasados y
futuros– son P»?
La respuesta de Hume a esta cuestión es muy
conocida: no tenemos ninguna justificación. Pero la
ciencia está constituida para aceptar este tipo de tran-
sición. La ciencia es pues una actividad que parte de
un supuesto no racional: el principio de inducción.
Desde supuestos empiristas parece difícil evitar es-
ta conclusión. Por un lado, no es posible asimilar el
principio de inducción a un principio lógicamente
verdadero, dado que ninguna proposición del tipo
«todos los S observados hasta ahora son P» no puede
justificar lógicamente una conclusión del tipo «todos
los S son P». No podemos concluir la verdad de la
segunda proposición del hecho de que la primera sea
verdad. En otras palabras, alguien que aceptara que
todos los S observados hasta ahora son P y que se
negara a aceptar que todos los S sean P no se con-
tradiría. Es lógicamente posible que la premisa de un

41
argumento inductivo sea verdadera y que la conclu-
sión sea falsa.
Otra manera de ver que el principio de inducción
no se puede justificar deductivamente es la siguien-
te. Cualquier intento de deducir «todos los S son P»
de la premisa A, «todos los S observados hasta aho-
ra son P», requiere una premisa B adicional, «todos
los S son parecidos en todo a los S observados hasta
ahora». Ahora sí que se puede decir que A y B impli-
can lógicamente «todos los S son P». El problema es
que, como vio Hume, no hay ninguna justificación
para aceptar la premisa B. No hay ninguna, si como
pensaba Hume y aceptaban los defensores del empi-
rismo lógico, no se pueden descubrir necesidades en
la naturaleza. El hecho de que muchos S se compor-
ten de cierta manera no obliga a que todos los S se
comporten de una manera parecida. De hecho, des-
de estos supuestos, no es difícil ver que la premisa
crucial B es exactamente equivalente al principio de
inducción. Esto querría decir que, para justificar el
principio de inducción, haría falta haberlo aceptado
previamente.
Otra estrategia para justificar el principio de in-
ducción sería apelar a la experiencia. Podríamos de-
cir, por ejemplo, que hemos observado que el razo-
namiento inductivo ha funcionado bien hasta ahora
y que esto nos justifica para suponer que deberá fun-
cionar bien en el futuro. Pero esto plantea un pro-
blema parecido al que hemos mencionado anterior-
mente. Tratamos de justificar que un principio que

42
ha funcionado hasta ahora ha de funcionar siempre.
Sin embargo, para dar este paso hay que aceptar pre-
viamente el principio de inducción. Porque solo si lo
aceptamos podemos concluir que un rasgo que ha
sido observado hasta ahora –que el principio de in-
ducción funciona– debe mantenerse en cualquier si-
tuación futura.
La conclusión de Hume fue que no es posible de-
mostrar el principio de inducción y que, por lo tanto,
no se puede demostrar ninguna de las consecuencias
que se derivan de este. No tenemos, pues, ninguna
garantía de que el sol saldrá mañana o de que las le-
yes básicas de la naturaleza continuarán funcionando.
Hume no consideró que esta conclusión atacaba los
fundamentos de la ciencia. La ciencia era una prácti-
ca humana basada en las tendencias irracionales de la
naturaleza del ser humano: la tendencia a pensar que
el futuro debe ser parecido al pasado.
Esto importa menos de lo que parecería, dado que
Hume pensaba que esta tendencia irracional tenía raí-
ces psicológicas muy profundas. Está presente, por
ejemplo, en nuestra capacidad de anticipar el futuro
en las situaciones cotidianas más básicas. Es una ten-
dencia sin la que no podemos ni imaginar la vida hu-
mana. No hay peligro, por lo tanto, de que descubrir
su carácter irracional afecte negativamente a la prác-
tica real de la ciencia.
Los neopositivistas no se sintieron demasiado sa-
tisfechos con esta solución de Hume. Carnap, por
ejemplo, trató de utilizar la noción de probabilidad

43
para mostrar la racionalidad de la aceptación de una
hipótesis según los casos positivos que hemos obser-
vado. Actualmente, sin embargo, parece haber acuer-
do en cuanto a una cuestión fundamental. Si la no-
ción de probabilidad que utilizamos no es una noción
vinculada a tendencias reales de la naturaleza, no es
útil para solucionar el reto de Hume. El problema
es que, para dar este paso crucial, para formular una
noción de probabilidad que se vincule a tendencias
reales de la naturaleza, hay que aceptar previamente
el principio de inducción. Podríamos estipular que es
racional creer que los S tienen un noventa por ciento
de probabilidad de ser P si 9 de cada S observados en
ciertas condiciones ideales son P. Esto, sin embargo,
no puede contar como un intento de solucionar el
reto de Hume si no se demuestra que las correlacio-
nes estadísticas observadas responden a tendencias
de la naturaleza que se mantienen también en los ca-
sos no observados.

Goodman y las cosas «verzules»

Posiblemente, el gran avance en la formulación


del problema de la inducción lo debemos a Nelson
Goodman, que, en los años cincuenta, demostró que
el problema está vinculado a cuestiones muy genera-
les de metafísica y de filosofía del lenguaje.
Goodman nos pide que imaginemos un predicado
especial: «verzul». Una cosa es «verzul», por ejemplo,

44
si es verde hasta el 1 de enero de 2100 y azul después
(las fechas han sido cambiadas para adaptar el ejem-
plo al presente). Goodman sugiere considerar el reto
de Hume sobre la inducción desde el punto de vista
siguiente: imaginemos que un objeto que pensamos
que es verde –por ejemplo un mueble– es en reali-
dad «verzul». ¿Cómo podríamos decidir si es verde o
es «verzul»? Debemos darnos cuenta de que toda la
evidencia que tenemos sobre su color es igualmente
compatible con el hecho de que sea verde y con el he-
cho de que sea «verzul». Si alguien nos dice que, hasta
ahora, se ha comportado exactamente como se com-
portan las cosas verdes, también deberíamos aceptar
que, hasta ahora, se ha comportado exactamente co-
mo se han de comportar las cosas «verzules».
Hay un punto crucial en esta discusión. Alguien
podría decir que un predicado como «verzul» es un
predicado mal construido. «Verzul» se define en re-
ferencia a un momento especial del tiempo, lo que es
un síntoma de que hay algo de artificial en el predi-
cado. Y esto apoyaría la idea de que es más racional
suponer que nuestra evidencia favorece que las cosas
no cambiarán de color el 1 de enero de 2100.
Este tipo de respuesta no funcionaría porque está
describiendo las peculiaridades lógicas del predicado
«verzul» desde nuestro predicado ordinario «verde».
Un defensor de la tesis de que las cosas son «verzu-
les» podría decir, con el mismo derecho, que el pre-
dicado que es artificial es el predicado «verde», dado
que, según él, un objeto es verde si es «verzul» hasta el

45
1 de enero de 2100 y «ade» después. El lector puede
imaginar qué significa «ade»: se definiría como «ver-
zul», solo que intercambiando la posición de «verde»
y «azul».
¿Qué conclusiones se pueden extraer de todo es-
to? Hay una que nos interesa especialmente. El pro-
blema de la validez del razonamiento inductivo es
si nuestros predicados son proyectables. La cuestión
relevante, sin embargo, debe ser si es o no inteligi-
ble un sistema de conceptos que no fueran proyecta-
bles. Después de todo, alguien interesado en discutir
los supuestos empiristas de Hume podría argumen-
tar que las reflexiones de Goodman deberían utilizar-
se en relación con el contenido de nuestros predica-
dos. No aceptamos como bien formados los predica-
dos que involucren –como por ejemplo «verzul»– un
cambio en las condiciones de su aplicación. ¿Por qué?
Porque nuestros predicados adquieren contenido por
la estabilidad de su aplicación al mundo. Aceptarlo es
alejarse de las concepciones empiristas.
El atomismo empirista implica que la capacidad
que tiene un enunciado para describir la experiencia
presente es completamente independiente de su apli-
cabilidad a otros casos. Para el empirismo, el hecho
de que, hasta ahora, nuestros predicados nos han ser-
vido para clasificar un mundo ordenado –sin cam-
bios abruptos– no dice nada sobre su proyectabilidad
y estabilidad en el futuro. Para muchas teorías actua-
les sobre el significado, esta estabilidad es una condi-
ción del hecho de que el lenguaje tenga significado.

46
Esto demuestra también un supuesto de la episte-
mología empirista: el realismo metafísico. Un empi-
rista dirá que un predicado, como por ejemplo «ver-
de», se aplica a experiencias particulares porque todas
comparten un rasgo común. Y piensa que este ras-
go común es independiente del hecho de que noso-
tros las agrupemos bajo el mismo concepto. El em-
pirismo supone que en el mundo hay parecidos in-
dependientes de nuestra manera de clasificarlo, inde-
pendientes de nuestro sistema de conceptos. Este es
el supuesto que niega buena parte de la filosofía con-
temporánea del lenguaje.
La cuestión de si nuestros predicados son o no
proyectables parece, entonces, tener un tratamiento
más fácil. Solo puede significar que los predicados
nos sirven en la tarea de manipular y controlar el me-
dio. Y tendríamos una explicación de por qué nos sir-
ven, dado que, en el fondo, son el producto de nues-
tras reacciones naturales ante el mundo. Los anima-
les que reaccionaron ante el mundo de una manera
inadecuada, es decir, clasificando los objetos en cla-
ses de semejanza que no les eran útiles para la su-
pervivencia, no pueden ser nuestros antepasados. La
teoría de la evolución nos dice que sus reacciones
fueron una desventaja en la lucha por la superviven-
cia y la reproducción.
Los animales que han sido nuestros antepasados
han tendido a reaccionar del mismo modo ante ejem-
plos particulares diferentes de fuego, serpiente o re-
lámpago. Quienes no lo hicieron no se han reprodu-

47
cido con éxito. Y no porque dos casos diferentes de
fuego se asemejaran más o menos. Los percibimos
como semejantes porque reaccionamos ante ellos de
una manera parecida.
No es extraño, por lo tanto, que nosotros haya-
mos heredado un conjunto de reacciones naturales
que nos permiten prever el futuro de una manera
adecuada a nuestra supervivencia.

48
EL FALSACIONISMO DE POPPER

El falsacionismo es una concepción de la ciencia


que ha tenido una importancia enorme en el aban-
dono de muchos de los supuestos de la concepción
neopositivista en los últimos años. Por un lado, con-
sidera que las dificultades de la metodología inducti-
va respecto al problema de la inducción son decisi-
vas: nos muestran que la inducción no puede tener
el papel crucial que le había asignado la concepción
clásica de la ciencia. Por otro lado, otorga un papel
decisivo a la noción de teoría y al proceso histórico
y genético de formación de las teorías. Las teorías
científicas no son el resultado de los datos de obser-
vación. Un conjunto determinado de datos de obser-
vación no nos obligan a aceptar una teoría.
El falsacionismo destaca típicamente el papel de la
imaginación y de las decisiones de los científicos a la
hora de considerar que un determinado conjunto de
datos de observación apuntan hacia una determinada
teoría.

49
Además, algunos neofalsacionistas, como por
ejemplo Imre Lakatos, han destacado que los moti-
vos para aceptar una teoría incluyen sus relaciones
con las teorías que deben sustituir. Si una teoría es
respetable científicamente, no es solo por la manera
como está relacionada con los datos de observación.
Los motivos más relevantes deben ser sus ventajas
respecto a otras teorías alternativas que hayan sido
aceptadas previamente por la comunidad científica.
El padre del falsacionismo es el filósofo austríaco
Karl Popper, uno de los filósofos de la ciencia más
importantes del siglo xx. Para Popper, el falsacionis-
mo es algo más que una filosofía y una metodología
de la ciencia: es toda una concepción sobre el cono-
cimiento humano que tiene repercusiones, por ejem-
plo, políticas.
Según él, hemos de ser plenamente consecuen-
tes con el principio de que nuestro conocimiento es
siempre imperfecto. Y es muy imperfecto respecto
al funcionamiento de las sociedades humanas. De-
bemos articular formas políticas basadas en supues-
tos dogmáticos sobre la sociedad y la naturaleza hu-
mana. La reforma social se ha de llevar a cabo por
medio de pequeños retoques, no mediante recons-
trucciones radicales de la totalidad del sistema social.
El problema básico de la filosofía política no es, pa-
ra Popper, aplicar las reformas sociales que parecen
tener un mayor número de consecuencias positivas,
sino, bien al contrario, diseñar las instituciones que

50
nos puedan proteger mejor contra el error –inevita-
ble– en las decisiones políticas.

Las dificultades de la verificación

La mejor manera de introducirse en el falsacionis-


mo es reflexionar sobre el principio de verificación.
Como hemos visto, el empirismo lógico consideró
que el significado de un enunciado estaba determina-
do por la diferencia que su verdad o falsedad impli-
caría en nuestra experiencia: por la manera como po-
dríamos verificar el enunciado. La verificabilidad era
pues una condición del sentido de cualquier oración
y, por lo tanto, del sentido de los enunciados más ge-
nerales de la ciencia.
Filósofos empiristas, como por ejemplo Schlick y
Carnap, ya se dieron cuenta de algunas dificultades en
el principio de verificación. Parece obvio que una ley
científica no es verificable. La forma típica de una ley
científica es «todos los S son P», lo que significa que
ningún número finito de observaciones es suficiente
para verificar la ley. Aunque todos los S que hemos
observado hasta ahora sean P, esto no significa que
los futuros S deban ser P.
El problema no es el de la inducción ,sino el he-
cho de que, si el principio de verificación fuera co-
rrecto, las leyes científicas no podrían tener ningún
contenido porque parece obvio que no son verifica-

51
bles. Una solución era tragarse esta consecuencia y
aceptar que las leyes de la ciencia no son verdaderas
proposiciones: no son enunciados descriptivos. Se-
rían un tipo de recomendaciones o reglas que nos
permiten aceptar ciertos enunciados observacionales
de acuerdo con otros que hemos verificado.
Carnap eligió otra alternativa. Aceptó que las leyes
científicas no podían ser completamente verificadas,
aunque podrían ser más o menos confirmadas por la
experiencia. Una ley del tipo «todos los S son P» se
confirma parcialmente siempre que todos los S que
encontremos en la experiencia sean P.
Una cuestión que provocó muchas discusiones en
los años cuarenta y cincuenta fue si esta noción de
confirmación parcial de una ley era inteligible. Si una
ley tiene la forma «todos los S son P», cualquier S
que, de hecho, sea P, es un caso confirmador. Aho-
ra bien, un enunciado como «todos los S son P» es
lógicamente equivalente al enunciado «no hay ningu-
na P que no sea S». Esto significa que todo lo que
confirme el primero debe confirmar el segundo, y al
revés. Encontrar un no-P que no fuera S confirma-
ría, pues, el enunciado de que todos los S son P. El
lector puede ver claramente que los resultados de es-
te supuesto no parecen aceptables. Por ejemplo, si la
ley dice que todos los cuervos son negros, una ma-
nera de confirmarla sería encontrar un no-cuervo –
por ejemplo, una naranja– que no sea negro.
Una de las estrategias más aceptadas, al tratar este
problema, fue separar radicalmente la práctica de la

52
ciencia de la relación lógica de confirmación. La con-
firmación se consideraba una relación determinada
por la forma de los enunciados.

El punto de vista de Hempel


Hempel aceptaba que un enunciado del tipo «todos los S son P»
fuera confirmado por enunciados del tipo «este no-P no es S».
En sentido estricto, por lo tanto, un enunciado sobre el comporta-
miento del hierro sería –parcialmente– confirmado por la obser-
vación de una naranja que no se comporta de la manera adecua-
da. Ahora bien, esta relación de confirmación no es metodológi-
camente útil. El científico no trata de confirmar una ley sobre el
comportamiento químico del hierro, por ejemplo, mirando lo que
hacen las naranjas. Esta manera de diferenciar la metodología de la
ciencia de las relaciones lógicas entre enunciados plantea muchos
problemas. Después de todo, nos aleja de uno de los supuestos
que harían atractiva la concepción neopositivista de la ciencia: la
idea de que los enunciados observacionales son la base sólida de
la ciencia y que la práctica científica debe estar guiada por las rela-
ciones lógicas entre estos enunciados y las leyes que fundamentan.

Para Popper, las dificultades que plantea la noción


de confirmación son un síntoma de un problema gra-
ve que afecta a la esencia del proyecto neopositivista.
La idea de que la metodología científica debe basar-
se en el hecho de que ciertas evidencias confirman
más una teoría científica que otras es, según Popper,
completamente inadmisible.
Popper considera que el problema de la confir-
mación y el problema de la inducción apuntan a una

53
misma dificultad: las leyes generales no pueden entrar
en contacto con la experiencia por el hecho de que
hay casos particulares positivos que las confirman.
Los motivos por los que aceptamos una ley general
no pueden ser casos particulares que estén de acuer-
do con esta. Un número finito de casos particulares
positivos nunca justificarían la aceptación de una ley
general. No la confirmarían, ni poco ni mucho.
Es importante ver que, a primera vista, hay aspec-
tos de la metodología científica que parecen dar la
razón a Popper. La idea básica de que las hipótesis
que propone el científico son el resultado de haber
observado ciertas regularidades en la naturaleza pare-
ce incompatible con un hecho bastante obvio: cual-
quier secuencia observada de acontecimientos empí-
ricos es –igualmente– compatible con muchas hipó-
tesis diferentes.
Veamos un ejemplo que ya fue muy discutido en el
siglo xix. Consideremos el caso de una hipótesis que
parece tener una relación muy estrecha con los da-
tos de la experiencia: la hipótesis de Kepler, que pro-
puso que la órbita de los planetas tiene la forma de
una elipse. Un empirista diría que la acumulación de
datos hacía inevitable el supuesto de Kepler. Ahora
bien, podemos considerar la cuestión desde un pun-
to de vista abstracto y general. Supongamos que Ke-
pler hubiera tenido muchas más evidencias sobre la
posición de los planetas de las que, de hecho, tuvo.
Supongamos, por ejemplo, que nuestro Kepler ima-
ginario hubiera dibujado en su cuaderno todos los

54
puntos en los que ha encontrado un planeta en su
trayectoria alrededor del Sol. Imaginemos que el re-
sultado de las observaciones es tan completo que los
puntos se distribuyen de acuerdo con la forma del
dibujo del margen.
En este caso, absolutamente idealizado, ¿pode-
mos decir que los datos de observación nos obligan
a aceptar una hipótesis? La respuesta es... ¡no! Fijé-
monos en que todavía existen infinitas líneas diferen-
tes que pasan por todos estos puntos. Por supuesto,
consideraríamos que la hipótesis más razonable es la
de la elipse. Pero no porque los datos de observación
nos lo recomienden: los datos de observación nos
proponen la hipótesis de la elipse en la misma medi-
da en que nos sugieren cualquiera de las otras –infi-
nitas– hipótesis alternativas.

El criterio de demarcación

La filosofía de la ciencia de Popper surge de la


percepción de que existe una relación entre las difi-
cultades lógicas que afectan al neopositivismo y sus
dificultades metodológicas. Hay dos dificultades ló-
gicas que han sido consideradas en las páginas ante-
riores. La primera era el reto de Hume sobre el ra-
zonamiento inductivo, que no puede estar nunca jus-
tificado. La segunda afectaba a la noción de confir-
mación parcial: la idea de que la confirmación que

55
interesa al científico no se puede considerar como
una relación lógica de confirmación entre enuncia-
dos observacionales y leyes.
Estas dos dificultades están vinculadas, según
Popper, al hecho de que los científicos no llegan a
formular hipótesis generales por observación de sus
casos positivos. De hecho, Popper insiste en que la
observación que interesa al científico es una obser-
vación que ya está guiada por una teoría previa.
Popper insiste en que la tarea de elaborar las hipó-
tesis es una tarea creativa, un asunto de intuición per-
sonal y de percepción de problemas que no se puede
reducir a una regla metodológica simple.
Según Newton, la fuerza de atracción entre dos
masas es inversamente proporcional al cuadrado de
su distancia. Sería absurdo decir que Newton elabo-
ró inductivamente esta ley. La relación entre la ley y
las observaciones particulares que la soportarían es
tal que, antes de pensar en términos de la ley, no es
posible ver que los casos particulares exhiben un pa-
trón común. No podemos entender que alguien pue-
da elaborar esta ley observando las regularidades de
la naturaleza. De hecho, esta ley parece un caso bas-
tante obvio de pensamiento por analogía: Newton
pensó en ello porque pensó en la fuerza universal de
atracción como un tipo de energía que se dispersa –
y pierde poder– por el espacio a medida que se aleja
de su origen. Es esta imagen la que explica que se
le ocurriera la idea de la disminución de la fuerza en
proporción directa al cuadrado del incremento de la

56
distancia. La inducción no tuvo ningún papel impor-
tante en ello.
Lo que sí sucede, según Popper, es que una hi-
pótesis científica ha de excluir ciertas posibilidades.
Aunque ningún número finito de observaciones no
pueda confirmar –ni poco ni mucho– una hipótesis
científica, esta sí que excluye completamente muchí-
simos enunciados observacionales.
Este es solo un punto de lógica elemental: ya he-
mos visto que ningún número de casos positivos
puede servir para confirmar un enunciado del tipo
«todos los S son P». Aun así, sí que podemos decir
que la verdad de un enunciado de esta forma es com-
pletamente incompatible con un solo enunciado de
la forma «este S no es P». Después de todo, sí que
parece que existe una relación lógica impecable entre
las leyes generales y los enunciados particulares de
observación: la relación de incompatibilidad, de re-
futación. Ciertos enunciados particulares refutarían
una ley. En términos de Popper, ciertos enunciados
particulares la falsarían.
Esta es, según Popper, la clave del contenido de
las leyes científicas. Su contenido está determinado
porque son incompatibles con ciertos hechos empí-
ricos posibles. La falsabilidad, es decir, la posibilidad
de ser falsificadas, es lo que otorga contenido a las
hipótesis científicas. Una teoría es científica en la me-
dida en que están determinados los enunciados de
observación que serían incompatibles con ella.

57
Popper utilizó este criterio para argumentar que
muchas teorías que pretenden ser científicas no lo
son. Consideremos, por ejemplo, el psicoanálisis
freudiano. Según Popper, una explicación psicoana-
lítica tiene la característica constitutiva de estar esen-
cialmente cerrada a la refutación empírica. No puede
tener refutaciones porque la propia teoría nos pro-
porciona los instrumentos para reinterpretar cual-
quier posible refutación como una confirmación de
la teoría.

El ejemplo de la teoría freudiana


Supongamos, por ejemplo, que la conducta immadura de un indi-
viduo es explicada por ciertas fijaciones sexuales que deben retro-
traerse –según la teoría freudiana– a ciertas experiencias de su ni-
ñez. Es característico de la explicación psicoanalítica que si la con-
ducta del mismo individuo hubiera sido completamente diferente,
entonces también habría podido ser explicada satisfactoriamente
por la misma teoría. Por ejemplo, suponiendo otras influencias o
mostrando que esta conducta diferente también puede ser descrita
como consecuencia de las mismas experiencias infantiles.

Este es, según Popper, el criterio por el que se sa-


be que no se trata de una verdadera ciencia. Compa-
remos este caso con la mecánica de Newton: esta nos
explica la caída de los cuerpos sobre la superficie de
la Tierra, justamente porque es incompatible con el
hecho de que estos no caigan.
Como veremos más adelante, es dudoso que esta
manera de establecer el criterio de demarcación entre

58
lo que es ciencia y lo que no es ciencia sea aceptable.
De hecho, parecería que si el criterio tuviera que apli-
carse de una manera estricta, ni siquiera la mecánica
de Newton lo pasaría: después de todo ¿quién, que
no esté loco, estaría dispuesto a decir que en el caso
de que una manzana salise volando cuando la suelta
un mago en el escenario es una refutación de la me-
cánica de Newton?
En cualquier caso, es importante ver que, para
Popper, las hipótesis generales de la ciencia entran en
contacto con la experiencia por medio de esta rela-
ción de falsabilidad. Una teoría científica tiene con-
tenido empírico solo en la medida en que especifica
qué consecuencias observacionales serían incompa-
tibles con ella y, por lo tanto, la volverían falsa.
Las teorías científicas deben ser falsables. Por su-
puesto, que sean falsables no significa que hayan sido
falsadas. Que una teoría tenga que ser falsable no dice
nada sobre su verdad o su falsedad; solo es un criterio
del hecho de que tiene contenido. Una teoría tiene
contenido en la medida en que se puede especificar
qué debería pasar en el mundo de la experiencia para
que la tuviéramos que abandonar. Si esto sucede, si
la teoría es falsada, entonces podemos decir que es
falsa. Pero una teoría falsable puede resistir todos los
intentos de falsación: entonces no sabemos si es fal-
sa, porque todavía no hemos encontrado la manera
de falsarla.
Las buenas teorías científicas se caracterizan por
que resisten durante mucho tiempo los intentos de

59
falsación. Cuando una hipótesis resiste los intentos
sistemáticos de falsación, es provisionalmente acep-
tada por los científicos. Sin embargo, esto no quiere
decir que haya sido establecida de una manera defi-
nitiva. Ninguna hipótesis puede ser nunca compro-
bada. El hecho de que una teoría sea aceptada provi-
sionalmente no significa que tengamos ningún dere-
cho a considerarla verdadera o comprobada.

Un progreso de conjeturas y refutaciones

Popper defiende que el grado de aceptabilidad de


una teoría aumenta a medida que resiste los inten-
tos de falsación. En este punto es donde muchos de
sus detractores dirían que su crítica al inductivismo
es más aparente que real. Después de todo, siempre
que tenemos un caso nuevo en el que una teoría no
ha sido falsada, un neopositivista podría decir, en su
terminología, que ha aumentado el grado de verosi-
militud. Popper diría que ha aumentado su aceptabi-
lidad. ¿Qué diferencia habría si dejamos de lado la
terminología?
Por su parte, Popper ha insistido en que su punto
de vista implica una diferencia fundamental respecto
a la metodología efectiva de los científicos. Un falsa-
cionista no se preocupará por buscar casos en los que
la teoría se comporte bien y resista la falsación. So-
lo aprendemos de la naturaleza cuando tratamos de

60
falsar nuestras teorías. Lo que nos interesa es buscar
los casos en los que parezca plausible que la teoría
no pueda resistir nuestros intentos de falsación. En
lugar de tratar de comprobar la teoría, la receta me-
todológica es que debemos tratar de falsarla.
No obstante, no parece claro que esta diferencia
sea tan importante. Al fin y al cabo, los neopositi-
vistas siempre habían distinguido entre comproba-
ciones interesantes y comprobaciones sin interés. Un
neopositivista no neceista decir que tirar de nuevo
una piedra al aire y observar que cae a tierra, como
predice la mecánica de Newton, es una manera de
añadir verosimilitud a la teoría de la gravitación uni-
versal. La verosimilitud es incrementada por obser-
vaciones hechas en situaciones y contextos relativa-
mente diferentes. Además, aunque Popper tenga ra-
zón contra el inductivismo cuando dice que este se
separa de la práctica real de la ciencia, no parece di-
fícil hacerle una objeción muy parecida.
Según Popper, la inducción no tiene ningún papel
importante en la práctica real de la ciencia. Hemos
visto antes que hay casos, como por ejemplo el de
la mecánica newtoniana, en los que parece tener ra-
zón. Su defensa del falsacionismo, sin embargo, pue-
de caer a veces en el error opuesto. En efecto, habla
como si el razonamiento científico no estuviera so-
metido nunca a ninguna consideración de verosimili-
tud o plausibilidad respecto al conocimiento común
y la experiencia acumulada. Según Popper, no habría
ningún defecto constitutivo en la práctica de alguien

61
que se inventara las hipótesis más delirantes para dar
cuenta de los fenómenos.
Estas hipótesis, nos dice Popper, son rápidamen-
te falsadas y por lo tanto abandonadas. Esto, sin em-
bargo, no lo es todo. Sabemos que muchas hipótesis
son delirantes y que no vale la pena considerarlas se-
riamente antes de tratar de falsarlas. Inventarse hipó-
tesis tiene un límite. Quien lo sobrepasa sistemática-
mente no puede ser considerado de verdad un miem-
bro de la comunidad científica. Es parte de la prácti-
ca científica pensar que el conocimiento común y la
experiencia pasada ponen límites a las conjeturas que
deben ser consideradas razonables.
En cualquier caso, Popper defiende que la cien-
cia consiste en una sucesión histórica de conjeturas y
refutaciones. El científico elabora una conjetura sin
tener que fundamentarla, en absoluto, en el conoci-
miento común o la experiencia pasada. Después tra-
ta de falsarla.
La conjetura aumenta su prestigio entre la comu-
nidad científica en la medida en que resiste los inten-
tos de falsación. Sin embargo, no todas las conjeturas
son igualmente interesantes. Por ejemplo la hipótesis
de que todos los canguros son de hierro rompería
con el conocimiento común, con nuestros supuestos
más básicos. El precio que pagaría es que la falsarían
fácilmente. La hipótesis de que todas las cosas caen
sobre la superficie de la tierra no es interesante co-
mo hipótesis científica porque es un hecho demasia-
do conocido.

62
Las conjeturas que más nos interesan son las que
combinan dos rasgos: rompen con algunos aspectos
básicos del conocimiento común y, a la vez, resis-
ten los intentos de falsación. La teoría de Newton de
la gravitación universal combina admirablemente los
dos rasgos mencionados: iba contra algunos de los
prejuicios ordinarios más arraigados –dado que no
es obvio, a primera vista, que la caída de los cuerpos
sobre la tierra y los movimientos planetarios sean pa-
recidos– y, a la vez, resistió durante siglos todos los
intentos serios de falsarla.

Falsación y enunciados observacionales

Este modelo sobre el funcionamiento de la cien-


cia tiene un problema que percibió el propio Popper.
En el párrafo anterior hemos dicho que la mecánica
de Newton resistió durante siglos todos los intentos
serios de falsarla. Al decirlo, pensábamos que, has-
ta la aceptación de la mecánica relativista, fue consi-
derada una hipótesis correcta sobre los cambios de
movimiento.
Ahora bien, es bastante seguro que muchísimas
veces los seres humanos han hecho observaciones
que parecían incompatibles con la mecánica de New-
ton.
Pensemos en lo que sucede en el escenario duran-
te la representación de un mago que parece hacer vo-

63
lar los libros o las alfombras. O pensemos en un caso
en el que, repentinamente, un objeto no cae sobre la
tierra a la velocidad que las leyes de Newton pedirían.
Sin duda los seres humanos han tenido experiencias
de este tipo, sin pensar por ello que la mecánica de
Newton no era correcta. Diríamos, en estos casos,
que existe algún factor desconocido que está interfi-
riendo en el comportamiento habitual de las cosas.
Solo los más crédulos piensan, por ejemplo, que el
mago es capaz de hacer que las cosas no se compor-
ten como exigen las leyes de Newton.
¿Por qué todo esto es un problema para la teo-
ría de Popper? En principio porque su noción de
falsación parece exigir que una teoría debe abando-
narse cuando sea falsada. Y todo el atractivo de sus
recomendaciones metodológicas proviene, recordé-
moslo, de una asimetría entre falsación y verificación:
mientras que ninguna hipótesis general no puede ser
nunca verificada, una sola observación en contra sí
que la falsa. Es obvio que esto no puede ser, sin más,
una recomendación metodológica: una sola observa-
ción en contra no es suficiente por falsar la mecánica
de Newton.
Popper podría decir, por supuesto, que las obser-
vaciones en contra que cuentan son observaciones
especiales: observaciones realizadas en condiciones
experimentales muy controladas, en las que existe la
seguridad de que no interfiere ningún otro factor.
Aquí se plantean dos problemas. Uno muy gene-
ral: ¿cómo sabemos cuándo son las condiciones idea-

64
les? En la práctica real parece inevitable que los cien-
tíficos supongan que las condiciones en las que se
realiza el experimento son parecidas en los aspectos
pertinentes a las condiciones ideales. Esto es lo que
permite suponer que, si el resultado del experimento
no es el que pide la hipótesis, esta ha sido refutada. Si,
por el contrario, fuera posible suponer que el resul-
tado negativo del experimento indica que el contex-
to en el que se ha llevado a cabo no era el adecuado,
entonces no podríamos concluir que la hipótesis ha
sido refutada. En otras palabras, siempre deberemos
decidir si el resultado negativo de un experimento ha
de contar contra la hipótesis que se pone a prueba o,
por el contrario, contra la manera como se ha hecho
el experimento. Por lo tanto, el grado de verdad que
pudiera haber en el falsacionismo no podría incorpo-
rar recomendaciones metodológicas sustantivas. De-
cidir que una hipótesis ha sido refutada dependerá
siempre de decidir que las condiciones en las que se
ha hecho el experimento son las adecuadas.
Esto nos lleva al segundo problema: la coheren-
cia interna de la posición de Popper. La idea de que
una observación contraria falsa una teoría depende
de aceptar que los enunciados observacionales pue-
den ser completamente infalibles. Si las observacio-
nes pudieran ser falsadas, nunca podríamos garanti-
zar que hemos llegado al punto en el que la teoría
debe ser abandonada. Y la idea de que una observa-
ción solo es adecuada cuando se da en circunstancias

65
ideales parece implicar, en términos de Popper, que
las observaciones nunca son infalibles.
Imaginemos, por ejemplo, un supuesto muy co-
mún: que los aparatos con los que hacemos una ob-
servación en situaciones controladas experimental-
mente funcionan perfectamente. Parece obvio que
sin este supuesto nunca podríamos fiarnos del re-
sultado del experimento. Este supuesto, sin embar-
go, no puede ser para Popper completamente seguro
porque depende de una teoría general sobre el fun-
cionamiento de los aparatos. Y, como afirma Pop-
per, ninguna teoría general está nunca completamen-
te comprobada.

66
LAS NUEVAS PROPUESTAS

Hoy casi todos los filósofos de la ciencia recono-


cen que la práctica real de los científicos no está regi-
da por los principios metodológicos del falsacionis-
mo ingenuo. Lo ejemplificaremos a continuación.
Mendel elaboró una teoría sobre la transmisión de
rasgos fenotípicos por herencia que incorporaba el
supuesto revolucionario de que las unidades de trans-
misión eran discretas, lo que hoy denominamos ge-
nes.
Según esta hipótesis, muchas veces, el resultado de
la combinación de dos genes diferentes, que deter-
minan diferentes rasgos externos o fenotípicos, no
es una mezcla de rasgos. Por ejemplo, de la combi-
nación de un gen que determine la textura lisa de la
piel de las semillas de guisantes y otro que determine
su textura rugosa, lo que sale son semillas con la piel
muy lisa o muy rugosa, no con una textura más bien
intermedia.

67
Ahora bien, la proporción de las semillas que, en
la segunda generación, tenían un rasgo u otro se acer-
caba a 1/4 y 3/4. Esto parecía indicar que uno de los
genes era dominante, es decir, que si se combinaba
con el otro triunfaba el fenotipo –se manifestaba ex-
ternamente. Esto es lo que resulta de las posibilida-
des combinatorias de dos tipos de genes A y B. Es-
tas posibilidades son, por supuesto: AA, AB, BA y
BB. Si A es un gen dominante sobre B, las tres pri-
meras combinaciones exhibirán el rasgo externo co-
rrespondiente al gen A. La proporción de este rasgo
sería, pues, de 3/4.
Ahora bien, Mendel nunca observó una propor-
ción exacta de 3/4. Aun así, es obvio que esto no es
un argumento en contra de la hipótesis. Si las obser-
vaciones se acercan a esta proporción, aceptaremos
que su hipótesis arriesgada recibe una confirmación
de la experiencia. Esta confirmación proviene del he-
cho de que nos propone un mecanismo causal oculto
–la recombinación de unidades discretas de transmi-
sión genética– sin el que parecería una enorme coin-
cidencia la concordancia, aunque solo aproximada,
de los hechos observacionales.
Esta manera de razonar no puede ser aceptada
por un falsacionista ingenuo. No lo puede ser por-
que las observaciones no se ajustan totalmente a la
hipótesis. No obstante, en estas circunstancias basta
con el hecho de que las observaciones se acercan sig-
nificativamente a lo que nos pide la hipótesis. Esto,
sin embargo, no parece una idea que un falsacionista

68
ingenuo pueda aceptar fácilmente, dado que debería
decir que la experiencia falsa la hipótesis.

¿Cómo se hace una nueva teoría?

Hay otro tipo de contraejemplos del falsacionis-


mo mucho más comunes y fáciles de entender. Mu-
chísimas veces, ante una experiencia contraria, los
científicos no abandonan la hipótesis, sino que más
bien confían en que algún día podrán dar cuenta de
ella. Uno de los casos más obvios de este tipo de reac-
ción es cuando, en el Renacimiento, se aceptó rápi-
damente la teoría copernicana, a pesar de que parecía
estar falsada por la experiencia cotidiana. Si la Tierra
giraba alrededor del Sol, los seres humanos habrían
tenido que percibir los efectos de este movimiento.
Una piedra, tirada desde una torre, ¿no tendría que
caer lejos de la base de la torre, dado que durante el
tiempo que tarda en caer la torre se ha desplazado
debido al movimiento de la Tierra? Como sabemos,
este tipo de razonamiento no es correcto: olvida los
efectos de la inercia sobre la caída de la piedra. Aun-
que la Tierra se mueva, la piedra continúa movién-
dose con ella mientras cae.
Lo que nos interesa, sin embargo, es que este tipo
de respuesta no está al alcance de los intelectuales eu-
ropeos que aceptaron la hipótesis de Copérnico an-
tes de saber cómo responder a la objeción. Para po-

69
der darle una respuesta satisfactoria, había que espe-
rar a la mecánica de Galileo y Newton. En términos
falsacionistas deberíamos decir que una hipótesis fue
aceptada por las mejores mentes de Europa aunque
era falsada cada día.
Gracias a la obra del filósofo e historiador de la
ciencia Thomas Kuhn, el caso de la revolución co-
pernicana se ha considerado un ejemplo arquetípico,
que muestra que la práctica real de los científicos no
se ajusta a las prescripciones metodológicas que se
derivan del inductivismo y el falsacionismo.
Contra el inductivismo, podríamos decir que el
heliocentrismo de Copérnico no explicaba hechos
que no fueran explicados por la tesis geocéntrica.
Todos los fenómenos observables –los movimientos
aparentes de los astros, la sucesión de las estaciones,
el día y la noche– que se podían deducir del geocen-
trismo podían deducirse mejor del heliocentrismo.
Con una diferencia: la hipótesis heliocéntrica incor-
poraba muchos más epiciclos.
Un epiciclo es un círculo que, según se creía, reco-
rría un planeta y tenía el centro fijado en otro círcu-
lo, que también recorría el planeta. Suponiendo epi-
ciclos interiores a otros epiciclos, los defensores del
heliocentrismo podían dar cuenta de todas las ob-
servaciones. Pero la solución no era elegante ni sim-
ple. Ahora bien, un inductivista no puede hablar de la
elegancia como un criterio de la bondad de una teo-
ría. Además, los defensores del geocentrismo tam-
bién debían introducir epiciclos en su modelo.

70
Por otro lado, ya hemos visto las razones por las
que el falsacionismo tampoco puede explicar el éxito
de la hipótesis copernicana: bajo los supuestos mecá-
nicos del Renacimiento, la hipótesis del movimiento
de la Tierra parecía ser refutada diariamente.
¿Qué podemos concluir de todo esto? Que el pro-
ceso por el que una teoría científica es sustituida por
otra no se ajusta, en absoluto, a las prescripciones
metodológicas que se derivan del falsacionismo y el
inductivismo. En primer lugar, una teoría no se aban-
dona porque sea falsada por la experiencia o porque
existan hechos que no puede explicar. Todas las teo-
rías tienen problemas con la experiencia. Ante estos
problemas, la actitud habitual de los científicos es
pensar que hay algún factor que interfiere en esta o
que el problema podrá ser explicado en el futuro si
se reajustan algunos de sus aspectos. De hecho, es tí-
pico que una teoría no sea abandonada más que para
ser sustituida por otra alternativa.
La percepción de los científicos sobre las ventajas
comparativas de las teorías rivales depende de estas
mismas teorías. Un defensor del geocentrismo podía
pensar que la complicación que introducían los epici-
clos en el modelo heliocéntrico iba más allá de lo que
era razonable: los movimientos de los astros no po-
dían ser tan complicados y artificiosos como suponía
el geocentrismo. Un defensor del geocentrismo, sin
embargo, podía argumentar que era obvio que la te-
sis heliocéntrica era refutada por la experiencia coti-
diana. Esta discusión no se puede resolver apelando

71
a un experimento crucial: un experimento que pueda
demostrar a cualquier científico razonable qué teoría
es la mejor.

La noción de paradigma de Kuhn

Según Kuhn, una noción esencial para entender el


funcionamiento real de la ciencia es la noción de pa-
radigma. Un paradigma es un conjunto de supuestos
y técnicas que son aceptados por los miembros de la
comunidad científica. Los supuestos incluyen teorías
metafísicas sobre el mundo, hipótesis científicas muy
generales, principios metodológicos sobre la práctica
de la ciencia.
Además, los científicos que comparten un para-
digma comparten la práctica de aplicar estos supues-
tos a la resolución de problemas concretos. No se tra-
ta de un accidente: para Kuhn, el acuerdo sobre prin-
cipios teóricos es un subproducto de coincidencias
prácticas. Los miembros de una comunidad científi-
ca comparten principios generales sobre el mundo y
la ciencia porque coinciden en la práctica cotidiana a
la hora de hacer frente a problemas particulares y a
la hora de tratar de buscar explicaciones aceptables
sobre fenómenos de la experiencia.
Los científicos que comparten un paradigma
practican lo que Kuhn denomina ciencia normal. La
ciencia normal es el intento de buscar explicaciones

72
de los fenómenos sin cuestionar nunca los principios
constitutivos del paradigma.
A veces Kuhn describe la práctica de la ciencia
normal como la práctica de resolver rompecabezas:
dar cuenta de los fenómenos y a la vez preservar los
supuestos básicos del paradigma.
En esta actividad, los científicos se enfrentan con-
tinuamente con dificultades. A veces, un conjunto
de fenómenos no pueden articularse dentro del pa-
radigma. En otros casos, la resolución de un rom-
pecabezas particular genera automáticamente otro o
la experiencia parece falsar sistemáticamente el pa-
radigma. Normalmente, los científicos no hacen de-
masiado caso al respecto. Tratan estas anomalías co-
mo problemas que algún día se resolverán. Esto, ya
lo hemos visto, parece una descripción adecuada del
funcionamiento real de la ciencia. Un científico no
está dispuesto a renunciar a los supuestos más gene-
rales sobre el mundo que comparte con la comuni-
dad científica, simplemente porque algunos fenóme-
nos empíricos parecen falsar estos supuestos.
Ahora bien, a veces la comunidad científica desa-
rrolla la percepción de que las anomalías son exce-
sivas, que los procesos de adaptación del paradigma
ante las experiencias deben pagar un precio dema-
siado alto. Se ofrece entonces un paradigma alterna-
tivo que gana la adhesión de la comunidad científi-
ca, bien porque los científicos cambian de paradig-
ma, bien porque los defensores del viejo paradigma
pierden influencia social y los nuevos miembros de la

73
comunidad científica se sienten atraídos por el nuevo
paradigma.

El proceso sociológico

Hay que observar que esta descripción meramen-


te sociológica de las revoluciones científicas sería di-
fícil de discutir. ¿Quién negaría que el proceso so-
ciológico de sustitución de un paradigma por otro
se ajusta más o menos a esta descripción? Lo que
marca la diferencia entre la concepción de la cien-
cia de Kuhn y las concepciones más clásicas –el neo-
positivismo y el falsacionismo– es que Kuhn niega
que estos procesos sociológicos puedan ser explica-
dos por las relaciones de incompatibilidad o compati-
bilidad de los paradigmas respectivos con los hechos
de la experiencia. Según Kuhn, el proceso de cambio
científico no se puede explicar porque nuevas obser-
vaciones refuten un paradigma. Esto, en su opinión,
significa que las explicaciones sociológicas y psicoló-
gicas son cruciales para la filosofía de la ciencia.
Un falsacionista diría que el proceso de sustitu-
ción tiene unos fundamentos lógicos: el descubri-
miento de las relaciones de incompatibilidad entre
enunciados observacionales y los principios genera-
les del viejo paradigma. Un inductivista lo fundamen-
taría en el hecho de que el nuevo paradigma explica
más fenómenos que el paradigma que sustituye.

74
Sin embargo, según Kuhn estas explicaciones son
completamente inadecuadas. Las supuestas ventajas
del nuevo paradigma sobre el viejo solo se pueden
aceptar si ya hemos cambiado de paradigma; no son,
pues, el fundamento metodológico del proceso so-
cial de sustitución de un paradigma por otro. Esto
borra una diferencia fundamental: la diferencia entre
la metodología y la sociología de la ciencia.
En contra de lo que suponían las concepciones
más clásicas de la ciencia, el proceso de cambio cien-
tífico no puede ser explicado por ninguna metodolo-
gía de la ciencia que no tenga en cuenta fenómenos
puramente sociales. La percepción de que un para-
digma ya no funciona no está fundamentada en las
relaciones lógicas entre sus principios más generales
y los enunciados observacionales. Como hemos vis-
to en el caso de la revolución copernicana, las dis-
crepancias siempre se pueden minimizar y no existe
ningún paradigma que no presente alguna.
Kuhn habla como si los científicos que aceptan
paradigmas diferentes vivieran en mundos diferen-
tes. Menciona numerosos ejemplos en la historia de
la ciencia en los que se puede concluir que las obser-
vaciones que se consideran incuestionables se corres-
ponden, exactamente, con las que pide el paradigma
dominante. Ya hemos visto que no hay que explicar
los cambios de paradigma como si fueran cambios de
opinión de los científicos individuales. Muchas veces
se trata simplemente de la pérdida de poder de atrac-

75
ción de los defensores del viejo paradigma sobre las
nuevas generaciones.
Aun así, también se pueden dar casos en los que
un científico cambia sus adhesiones, abraza el nuevo
paradigma y abandona el viejo. Kuhn describe este
cambio como un tipo de conversión. Con esto, insis-
te en que no puede haber argumentos que demues-
tren la superioridad de un paradigma sobre otro. Sin
la aceptación de que ciertas anomalías son más im-
portantes que otras, que lo que es un problema para
un paradigma debe ser considerado más grave que
lo que es un problema para otro paradigma, no hay
posibilidad de aceptar la supuesta superioridad. No
obstante, como hemos visto, ningún argumento so-
bre la adecuación del paradigma a los hechos resol-
vería estas cuestiones. Según Kuhn, cada paradigma
articula los principios metodológicos de manera que,
juzgado por ellos, parece la mejor alternativa posible.
Kuhn se opone a uno de los supuestos básicos de
la tradición empirista: la distinción radical entre los
datos de observación y la teoría. Para el empirismo,
la ciencia debe partir del respeto a unos enunciados
observacionales que son previos y neutros en rela-
ción con cualquier teoría. El papel de la teoría sería
sistematizar o explicar estos datos de observación.
Kuhn, en cambio, defiende que el contenido de los
enunciados observacionales está impregnado de los
supuestos teóricos que son propios del paradigma.
Una cuestión fundamental de la filosofía de la
ciencia contemporánea es, pues, la cuestión del re-

76
lativismo. Casi todo el mundo acepta que hay gran
parte de verdad en la descripción de Kuhn sobre los
procesos históricos y sociológicos.
Muchos filósofos de la ciencia aceptan también
que la idea de unos enunciados observacionales neu-
tros respecto a cualquier teoría –la idea clave del neo-
positivismo– es falsa. Lo que se discute, todavía, es si
de esto se puede concluir que el cambio científico es
un proceso completamente irracional, que solo pue-
de ser explicado por consideraciones sociológicas y
psicológicas. El propio Kuhn, al final de su vida, ma-
tizó algunas de sus conclusiones más radicales.
La conclusión relativista extrema nos diría que,
entre quienes aceptan dos paradigmas diferentes, no
existe ninguna posibilidad de comprensión: ven el
mundo desde puntos de vista completamente incon-
mensurables. Podemos criticar esta conclusión ba-
sándonos en consideraciones semánticas y epistemo-
lógicas muy generales. Por ejemplo, al fin y al cabo,
todo el mundo acepta que hay un punto en el que sí
que se entendían los defensores del paradigma geo-
céntrico y los del paradigma heliocéntrico: los dos
grupos aceptaban que daban explicaciones diferentes
de los mismos fenómenos observables. Por lo tan-
to, compartían algunos significados y creencias. Hay
una racionalidad mínima que es condición de posi-
bilidad de la identificación de otra teoría como dife-
rente. Esta racionalidad mínima y compartida por los
defensores de paradigmas diferentes requiere vincu-

77
lar la práctica de la ciencia a prácticas cotidianas de
explicación.
La ciencia es una extensión y una sofisticación de
nuestra práctica cotidiana de hacer explicaciones cau-
sales del mundo. Este punto de contacto es el que
explicaría que la idea de inconmensurabilidad abso-
luta entre paradigmas diferentes es más que dudosa.

Los programas de investigación de Lakatos

De alguna manera, se puede decir que la filosofía


de la ciencia de Imre Lakatos trató de compatibili-
zar algunas de las conclusiones de Kuhn con deter-
minados aspectos de la concepción de conocimiento
científico de Popper.
La primera aportación decisiva de Lakatos a la fi-
losofía de la ciencia fue una nueva concepción del co-
nocimiento matemático, que se apartaba de las con-
cepciones tradicionales y apelaba a nociones poppe-
rianas: las nociones de conjetura y refutación. Para
el empirismo, la matemática simplemente trataba de
extraer conclusiones deductivas de ciertas premisas.
En cierto modo, los teoremas matemáticos estaban
implícitos en las proposiciones primitivas –axiomas–
y la tarea del matemático era exclusivamente deduc-
tiva. En cambio, Lakatos demostró que, en matemá-
tica, la imaginación y el uso de contraejemplos tienen
un papel decisivo.

78
Lakatos se hizo célebre por su noción de progra-
ma de investigación. La ciencia debería ser considera-
da no en términos de teorías individuales, sino en tér-
minos de unidades mucho más amplias que denomi-
nó programas de investigación. Por supuesto, estos
programas se expresan en diferentes teorías. Ahora
bien, todas estas teorías comparten un trasfondo de
supuestos metodológicos y metafísicos que les per-
miten apoyarse mutuamente.
Un programa de investigación debe incluir lo que
Lakatos denomina una heurística negativa, un con-
junto de supuestos que ninguna teoría del programa
puede violar, y una heurística positiva, un conjunto
de reglas que gobiernan el proceso de elaboración de
teorías dentro del programa y que controlan el proce-
so de adecuación del programa frente a lo que Kuhn
denomina anomalías, las aparentes refutaciones de la
experiencia.
Como Kuhn, Lakatos considera que la tesis fal-
sacionista radical es falsa: un programa y una teoría
no se abandonan cuando se encuentra una experien-
cia en contra. Ni siquiera cuando sistemáticamente
se encuentran resultados experimentales que parecen
ir en contra de lo que piden el programa y la teo-
ría. Con esto, Lakatos parece situarse junto a Kuhn.
Ahora bien, establece de una manera más articulada
las condiciones bajo las cuales se abandona una teo-
ría particular cuando es refutada sistemáticamente.
El proceso de abandono de una teoría particular
es concebido por Lakatos como un proceso someti-

79
do a principios mucho más normativos que los prin-
cipios que había considerado Kuhn. Una experiencia
en contra no refuta una teoría (contrariamente a lo
que decía Popper). Ninguna teoría, sin embargo, pue-
de mantenerse frente a la refutación constante por
parte de la experiencia (en contra de lo que parecía
decir Kuhn). Ahora bien, el abandono de una teoría
particular obliga a los científicos a buscar una alter-
nativa dentro del propio programa de investigación.
La respuesta de los científicos ante la refutación de
una teoría será articular una teoría alternativa respe-
tando los principios del programa de investigación.
Existe una diferencia fundamental entre Kuhn
y Lakatos. Para este, el propio programa establece
normas sobre cuándo una teoría particular debe ser
abandonada frente a la experiencia contraria. Laka-
tos cree que el problema fundamental de las tesis de
Kuhn es que no se puede considerar el proceso de
sustitución de una teoría por otra como un proceso
sometido a normas de racionalidad. Existe una dife-
rencia entre la buena ciencia y la actitud de defender
cualquier teoría frente a una experiencia que la refute.
Lakatos piensa que hay una distinción clara entre
la ciencia y la pseudociencia. Y que hay normas ra-
cionales que gobiernan lo que deben hacer los cien-
tíficos ante la experiencia contraria.
Además, piensa que estos principios de racionali-
dad afectan también al proceso de descomposición
de un programa de investigación. Las modificaciones
en la periferia del programa –en que se sustituyen

80
algunas teorías particulares por otras– pueden supo-
ner una degeneración progresiva del programa. Esto
sucede cuando las modificaciones destinadas a solu-
cionar una anomalía producen otras y no disponen
de consecuencias observacionales nuevas e indepen-
dientes.
Lakatos, por lo tanto, piensa que el proceso de
cambio científico tiene una lógica interna y que esta
es algo más que la presencia de factores sociales y
psicológicos.
Intuimos que, en ciertos momentos de la historia
de la ciencia, la comunidad científica hace bien en
aceptar un conjunto de nuevas teorías que rompen
con las viejas. Estas intuiciones implican un juicio so-
bre la racionalidad del cambio. Este juicio, por lo tan-
to, no es solo la constatación de que existen factores
sociales que lo hacen inevitable.

La concepción semántica

Durante las últimas décadas, los filósofos de la


ciencia han incorporado muchas de las tesis del his-
toricismo de Kuhn y Lakatos, aunque han tratado de
hacerlas compatibles con un análisis más técnico del
contenido de las teorías científicas en una época de-
terminada. Aun así, este análisis del contenido de las
teorías se aleja bastante del viejo modelo del empi-
rismo clásico.

81
Para el neopositivismo una teoría científica era bá-
sicamente un conjunto de enunciados vinculados por
relaciones sintácticas. Los enunciados que trataban
de describir las regularidades más básicas de la natu-
raleza eran los axiomas de la teoría. Estos axiomas,
por supuesto, necesitaban una interpretación: el con-
tenido de los términos teóricos que aparecían tenían
que ponerse en correlación con fenómenos empíri-
camente observables.
En último término, sin embargo, se suponía que
los enunciados observacionales debían poderse de-
ducir de los axiomas de la teoría. Y los supuestos del
empirismo lógico imponían muchas restricciones a
esta concepción: los términos teóricos tenían que ser,
en último término, eliminables, y una vez se había he-
cho una interpretación de la teoría, la clave para acep-
tarla eran las relaciones sintácticas entre los enuncia-
dos observacionales que eran verdad y los axiomas
de la teoría.
En cambio, la concepción semántica de las teorías
las considera conjuntos de modelos y no de enuncia-
dos. Un modelo no es un conjunto de enunciados.
La noción de modelo es una noción semántica. Los
conjuntos de enunciados sintácticamente diferentes
pueden fijar el mismo modelo.
Lo que identifica una teoría no debe ser la forma
de sus enunciados, sino lo que dice sobre el mundo.
Los defensores de las concepciones semánticas insis-
ten en que el hecho de que la ciencia sea un intento
de dar cuenta de la experiencia nos obliga a conside-

82
rar que una teoría no puede ser caracterizada por las
relaciones sintácticas entre sus componentes. El mo-
do como una teoría da cuenta de la experiencia no se
puede identificar con las relaciones sintácticas que se
establecen en el seno de una formulación particular.
Por otro lado, esta concepción semántica de las
teorías es mucho más crítica que el empirismo clásico
respecto a la distinción entre lo que es teórico y lo que
es observacional. Acepta parte de la crítica de Kuhn a
la manera como el empirismo clásico había realizado
la distinción. De hecho, las concepciones estructura-
listas –una familia de las concepciones semánticas–
han refinado mucho más que Kuhn el análisis de la
estructura interna de las teorías científicas.
Han mostrado también por qué hay un cierto con-
trol de la experiencia sobre la teoría, sin tener que
aceptar los dogmas del empirismo clásico. Por ejem-
plo, niegan la distinción tradicional y absoluta en-
tre términos teóricos y términos observacionales. La
teoría debe dar cuenta de la experiencia, y esta expe-
riencia ha de ser caracterizable independientemente
de la teoría, aunque no caracterizable independien-
temente de cualquier teoría. En términos generales,
la concepción estructuralista trata de analizar la es-
tructura interna de una teoría científica como una red
de componentes muy variados. Distingue, dentro de
ellos, los que constituyen el núcleo más permanente
de la teoría y los que se pueden cambiar con más fa-
cilidad.

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Bibliografia

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(trad. de G. Solana y H. Marraud). Madrid: Tec-
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