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11.05.2018 - 17:04
Todo el mundo piensa ahora que estoy en contra de las mujeres negras.
Pero si alguien lee el libro será capaz de ver que lo que intento decir es
que no podemos ayudar a las mujeres negras si primero no sostenemos
una idea de ciudadanía común. La promesa de la izquierda
norteamericana es una concepción evangélica, que pretende cambiar
nuestras ideas culturalmente pero desatiende otros aspectos. Estamos
experimentando dos revoluciones en América, de forma simultánea: una
es política, y que es el populismo este de nuevo cuño, y la otra es
cultural, y que tiene que ver con tolerancia y reconocimiento. Eso lleva a
cosas buenas: nos hace tolerantes y podemos proteger a muchos, pero
esa reforma cultural no necesariamente ha sido capaz de contrarrestar el
otro proceso paralelo. Ese ha sido su error.
El erizo y el zorro
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ
¿Qué demonios le
pasa a la izquierda?
La política como identidad y ofensa. Mark Lilla vuelve a la carga
con un nuevo libro sobre la deriva de la izquierda
estadounidense, extrapolable a la europea y española
Dos libros de Mark Lilla analizan el auge y caída de los intelectuales de referencia
César Rendueles, Ramón González Férriz y Luis Fernando Medina analizan los cambios
en el campo de batalla social
En todo caso, antes decía que este diagnóstico puede ser útil
para entender las izquierdas europea y española, pero no
estoy seguro de en qué grado. Las sociedades europeas son
mucho más homogéneas en términos raciales, pero el proceso de
desindustrialización y de desaparición de empleos fabriles ha sido
parecido. Los movimientos feministas y defensores de las
minorías sexuales han adoptado buena parte del lenguaje y las
tácticas de sus equivalentes estadounidenses. Y, como ha
sucedido allí, expresiones de la izquierda que hasta hace no
mucho parecían confinadas en la universidad vuelven a estar
presentes en el debate público, como las ideas de la
llamada escuela de Frankfurt sobre la virtud burguesa y el
sexo, la mezcla de retóricas marxistas y psicoanalíticas, una
especie de resistencia general a la vida en sociedades modernas
y una tendencia a ver en el neoliberalismo la explicación a
cualquier cosa que no funcione.
Esta crítica muy compleja a todo lo que en la democracia liberal
se considera “sentido común” —lo sea o no— está de vuelta en el
debate público. Y más allá de mis simpatías por este viejo/nuevo
lenguaje de la izquierda, estoy de acuerdo con Lilla en que esta lo
tiene muy difícil para conquistar mayorías por el mero hecho de
que su marco es demasiado complejo y contraintuitivo. Fue
interesante ver cómo Podemos, consciente de esta dificultad,
intentó en varias ocasiones hacer campaña renunciando a este
lenguaje, pero es también interesante ver cómo vuelve a él
constantemente porque, a fin de cuentas, es su cosmovisión. Y
es muy difícil renunciar plenamente a ella, aunque te condene a
no ganar.
Quizá la esencia de la
izquierda después de la caída
del mundo soviético resida
en estar en crisis y no acabar
nunca de encontrarse a sí
misma
Como se ha dicho muchas veces, quizá la esencia de la izquierda
después de la caída del mundo soviético resida en estar
permanentemente en crisis y no acabar nunca de encontrarse a
sí misma. A pesar de ello, ha tenido triunfos notables en las
últimas décadas reinventándose de una manera u otra —de
Clinton a Blair, de Zapatero a Obama—. Pero quizá sí sea cierto
que ahora mismo, también en la izquierda española, se está
produciendo un problema endémico dentro de los bloques
ideológicos: una competición interna para ver quién es más
puro, quién rechaza más al adversario, quién se opone con más
fiereza al “sentido común”. Cuando la política es dominada por
esta tendencia —que, ciertamente, la derecha sabe advertir mejor
y rechazarla—, los partidos se convierten en seminarios y sus
medios de expresión en hojas parroquiales, que muchas veces
son virulentas. Todo el mundo exige más bondad a los demás,
pero en público justifica sus propias carencias mostrando su
sensación de que está siendo ofendido y acosado (a veces con
razón, en otras no). Cuando la política de izquierdas se limita
a eso, la derecha gana. Lo entendió muy bien Steve Bannon, el
exestratega en jefe de Donald Trump, antes de ser despedido,
cuando le dijo a un periodista que le parecía muy bien que la
izquierda se obsesionara con discutir sobre el racismo y sus
raíces históricas, porque entonces la derecha hablaría de cómo
acabar con lo que se percibía como la desleal competencia china
en materia comercial y cómo subir los sueldos de los
trabajadores, y en ese contexto su idea de derecha ganaría
siempre. Es una idea dolorosa. No sé si cierta. Pero quizá
debamos prestar atención a los argumentos de Lilla.
El fin del liberalismo de
la identidad
Las recientes preocupaciones en torno a la identidad
racial, de género y sexual han distorsionado el
mensaje del liberalismo, porque han desplazado
temas relevantes para la comunidad en su conjunto.
Ese discurso, según Lilla, no basta para ganar
elecciones.
16 julio 2017
Mark Lilla
19 junio 2017
No digas: “¿Cómo es que el tiempo pasado fue mejor que el presente?” Pues no es de sabios preguntar sobre ello.
Eclesiastés 7, 10
14 noviembre 2017
07 octubre 2014
Nos dice que esta es una era libertaria. Esto no obedece a que
la democracia esté en marcha (en muchos lugares se halla en
retroceso), o a que las munificencias del libre mercado hayan
llegado a todos (tenemos una nueva clase de pobres), ni se
debe a que ahora seamos libres para hacer lo que nos plazca
(sobre todo porque resulta inevitable que los deseos entren en
conflicto). No, la nuestra es una era libertaria por omisión: se
han atrofiado las ideas o creencias o sentimientos que
silenciaban la exigencia de una autonomía individual. No se dio
ningún debate público ni se tomó votación alguna al respecto.
Tras el fin de la Guerra Fría, simplemente nos encontramos en
un mundo en el cual cada avance del principio de libertad en
una esfera lo hace avanzar en otras, lo queramos o no. La
única libertad que estamos perdiendo es la libertad de elegir
nuestras libertades.
Es una obviedad que EEUU se ha convertido en un país más diverso. Es también una
cosa hermosa de ver. Los visitantes de otros países, especialmente aquellos que
tienen problemas para incorporar diferentes grupos étnicos y religiones, se asombran
de que consigamos hacerlo. No perfectamente, por supuesto, pero actualmente
ciertamente mejor que cualquier nación europea o asiática. Es una historia de éxito
extraordinaria.
Pero ¿cómo debe moldear esta diversidad nuestra política? La respuesta liberal
estándar durante casi una generación ha sido que debemos tomar conciencia y
"celebrar" nuestras diferencias. Lo cual es un espléndido principio de pedagogía moral,
pero desastroso como fundamento de la política democrática en nuestra ideologizada
era. En los últimos años, el liberalismo estadounidense ha caído en una especie de
pánico moral acerca de la identidad racial, de género y sexual que ha distorsionado el
mensaje del liberalismo y le ha impedido convertirse en una fuerza unificadora capaz
de gobernar.
La energía moral en torno a la identidad tiene, por supuesto, muchos efectos buenos. La
'discriminación positiva’ ha reformado y mejorado la vida empresarial. Black Lives Matter ha
apelado a cada estadounidense con conciencia. Los esfuerzos de Hollywood para normalizar la
homosexualidad en nuestra cultura popular ayudaron a normalizarla en las familias americanas
y en la vida pública.
Cuando los jóvenes llegan a la universidad, se les anima a mantener este enfoque en sí
mismos por parte de grupos estudiantiles de la facultad y también por administradores cuyo
trabajo a tiempo completo es encargarse de "cuestiones de diversidad" –aumentando su
importancia. Los medios de comunicación han convertido en un deporte de primero orden
burlarse de la "locura del campus" que rodea estos temas, y muy a menudo tienen razón. Esto
sólo favorece a los demagogos populistas que quieren deslegitimar la enseñanza para quienes
nunca han pisado un campus. ¿Cómo explicar al votante promedio la supuesta urgencia moral
de dar a los estudiantes universitarios el derecho de elegir los pronombres de género
designados para ser utilizados al dirigirse a ellos? ¿Cómo no reír junto con esos votantes
porque un bromista de la Universidad de Michigan escribió que quería que le tratasen como
"Su Majestad"?
Esta concienciación de la diversidad en los campus se ha filtrado con el paso de los años en
los medios de comunicación liberales, y no de manera sutil. La 'acción afirmativa’ para las
mujeres y las minorías en los periódicos y los canales de televisión y radio de EEUU ha sido un
extraordinario logro social, e incluso ha cambiado, literalmente, la apariencia de los medios de
comunicación de derecha, ya que periodistas como Megyn Kelly y Laura Ingraham han ganado
prominencia. Pero también parece haber alentado la hipótesis, especialmente entre los
periodistas y editores más jóvenes, de que al centrarse tan solo en la identidad han hecho su
trabajo.
El recién descubierto, casi antropológico interés de los medios por el 'varón blanco enfadado’
revela tanto sobre el estado de nuestro liberalismo como sobre esta figura tan calumniada y
antes ignorada. Una interpretación liberal conveniente de la reciente elección presidencial sería
que el Sr. Trump ganó en gran parte porque logró transformar la desventaja económica en
rabia racial -la tesis del "whitelash" (la reacción de los racistas blancos ante los avances del
movimiento de derechos civiles, AyR). Esto es conveniente porque confirma la convicción de la
superioridad moral propia y permite a los liberales ignorar lo que dichos votantes dijeron que
eran sus mayores preocupaciones. También alienta la fantasía de que la derecha republicana
está condenada a la extinción demográfica a largo plazo, lo que significa que los liberales sólo
tienen que esperar a que el país caiga en sus manos. El porcentaje sorprendentemente alto del
voto latino que recibió el Sr. Trump debe recordarnos que uanto mayores son los grupos
étnicos más amplios que hay en este país, más políticamente diversos se vuelven.
Hace algunos años fui invitado a una convención sindical en Florida para hablar en un grupo
dedicado al famoso discurso de las cuatro libertades de Franklin D. Roosevelt de 1941. El
salón estaba lleno de representantes de los grupos locales: hombres, mujeres, negros, blancos
y latinos. Comenzamos cantando el himno nacional, y luego nos sentamos a escuchar una
grabación del discurso de Roosevelt. Cuando miré hacia la multitud y vi la variedad de
diferentes caras, me sorprendió lo concentrados que estaban en lo que compartían. Y
escuchando la agitada voz de Roosevelt mientras invocaba la libertad de expresión, la libertad
de culto, la libertad de la carencia y la libertad del miedo - las libertades que Roosevelt exigía
para "todos en el mundo" - me recordaron cuáles eran los verdaderos fundamentos del
liberalismo americano moderno.
EL REGRESO LIBERAL
Mark Lilla
Fragmento
La gran renuncia liberal empezó durante los años de Reagan. Con el final de la
Dispensación Roosevelt y el ascenso de una derecha unida y ambiciosa, los liberales
estadounidenses afrontaban un grave desafío: desarrollar una nueva visión política
del destino compartido del país, adaptada a las nuevas realidades de la sociedad
estadounidense y escarmentada por los fracasos de antiguos enfoques. Los liberales
no lograron hacerlo. En vez de eso, se lanzaron hacia las políticas del movimiento de
la identidad y perdieron la noción de lo que compartimos como individuos y de lo
que nos une como nación. Una imagen del liberalismo de Roosevelt y los sindicatos
que lo apoyaban era la de dos manos que se estrechaban. Una imagen recurrente del
liberalismo de la identidad es la de un prisma que refracta un solo haz de luz hacia
los colores que lo conforman, lo que produce un arcoíris. Eso lo dice todo.
No existe una prueba más clara de esta retirada que la página web del Partido
Demócrata. En el momento en que escribo, la página web republicana presenta de
forma destacada un documento titulado «Principios para una Renovación de
Estados Unidos», que es una declaración de posiciones sobre once cuestiones
políticas amplias. La lista empieza con la Constitución («Nuestra Constitución
debería preservarse, valorarse y honrarse») y termina con la inmigración
(«Necesitamos un sistema de inmigración que dé seguridad a nuestras fronteras,
haga cumplir la ley e impulse nuestra economía»). No hay un documento así en la
página web de los demócratas. En cambio, cuando bajas al final de la página,
encuentras una lista de enlaces titulada «Gente». Y cada enlace te lleva a una página
diseñada para atraer a una identidad y grupo determinados: mujeres, hispanos,
«estadounidenses étnicos», el colectivo LGBT, nativos americanos, afroamericanos,
asiáticos americanos, gente de las islas del Pacífico... Hay diecisiete grupos así, y
diecisiete mensajes distintos. Uno podría pensar que, por error, ha dado con la web
del Gobierno libanés, no con la de un partido que tenga una visión del futuro de
Estados Unidos.
Franklin D. Roosevelt.