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PÍO XI (1922-1939)

Los lazos que unieron a Pío XI con Teresa fueron muy profundos. El 11 de febrero de 1923,
durante la promulgación del Decreto de aprobación de los milagros para la Beatificación,
declaró a Teresa la “estrella” de su Pontificado, “milagro de virtudes y prodigio de
milagros, verdadera flor de amor venida del cielo sobre la tierra, para maravillar al cielo y a
la tierra”. El 30 de abril, al día siguiente de la beatificación de Teresita, el Santo Padre
retomaba esta expresión: “Henos aquí a la luz de esta estrella -como a Nosotros nos gusta
llamarla-, en quien la mano de Dios ha querido resplandecer, al comienzo de nuestro
Pontificado, un presagio y una promesa de protección de la cual Nos tenemos ya dichosa
experiencia”.

En el Decreto de Beatificación, escribe: “Teresa nos enseña la dulce y sincera humildad de


corazón, la fidelidad total a los deberes de estado, sean los que sean y en la esfera que sean,
en cualquier grado de la jerarquía humana en que Dios nos ha colocado, y nos mande a
trabajar, la aceptación de todos los sacrificios, y el total abandono confiado en manos de
Dios y, por encima de todo, la caridad verdadera, el real amor a Dios, la ternura verdadera
por Jesucristo, respondiendo a la misma que El tuvo y que nos ha testimoniado. Tal es la
lección que Teresita nos ofrece hoy, a fin de que podamos elevar nuestras aspiraciones a la
perfección de la vida cristiana... Ella es una Palabra de Dios para el mundo de hoy”.

El 17 de mayo del Año Santo de 1925 canonizó a la Santita. Se pueden leer en la Bula de
canonización palabras altamente elogiosas no sólo de su santidad sino también de la
novedad de su doctrina: “La doctrina más importante de Teresa es la Infancia espiritual, que
supone la más entera y filial confianza y lleva a la total entrega en manos del Padre
Misericordioso, tan amado... Este Camino de la Infancia espiritual según el Evangelio, lo
enseñó a las otras hermanas... y, luego, a través de sus escritos llenos de celo apostólico,
enseñó el camino de la sencillez evangélica, con santo entusiasmo, a todo el mundo”.

El 14 de diciembre de 1927, en respuesta a una petición de numerosos obispos misioneros,


declaró a Sta. Teresa “Patrona Universal de las Misiones”. El 11 de julio de 1937, el
entonces cardenal Eugenio Pacelli, su legado, bendecía la Basílica de Lisieux, Pío XI se
unía al acto y a la muchedumbre de peregrinos enviando un ferviente mensaje radiofónico.
PÍO XII (1939-1958)

Cuando aun era Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, ya mantenía
excelentes relaciones con Lisieux y nuestra Santa. Al bendecir su Basílica, como legado
papal, dijo: “Teresa ha sabido trazar un camino nuevo. Su ciencia de las cosas divinas no la
ha guardado para ella sola. Nos ha dicho claramente: Mi misión es hacer amar a Nuestro
Padre, como yo le amo y enseñar mi pequeño camino a las almas. He aquí uno de los más
maravillosos aspectos bajo los cuales aparece esta fisonomía tan atractiva de la pequeña
carmelita, desde lo oculto de su convento da un ejemplo al mundo, a este siglo tan
orgulloso de sus inventos y de su ciencia. Ella tiene una misión, tiene una doctrina. Pero su
doctrina, como su persona, es humilde y sencilla, se encierra en dos palabras: infancia
espiritual... Esta joven carmelita ha conquistado en menos de medio siglo numerosos
discípulos. Grandes doctores de la ley se han hecho discípulos de su escuela, el Pastor
Supremo la ha exaltado, y en este preciso momento hay desde un extremo al otro del
mundo, millones de almas cuya vida interior ha sido transformada por la influencia
benéfica de su libro Historia de un Alma”.

El 23 de marzo de 1938 el Cardenal Pacelli ponía en evidencia los lazos estrechos


existentes entre la Santa y la vida sacerdotal, exhortando a los seminaristas a recurrir
frecuentemente a su protección. Cuando llegó a ser papa, Pío XII, continuó manifestado su
adhesión en numerosas ocasiones a la doctrina de Santa Teresita.

El 11 de julio de 1954, en un largo radiomensaje con ocasión de la consagración de la


Basílica de Lisieux, después de hacer memoria del 11 de julio de 1937, cuando él mismo
bendecía la Basílica, el Papa proseguía: “Si la Providencia nos ha permitido la
extraordinaria difusión de su culto ¿acaso no es porque nos ha transmitido y nos transmite
siempre un mensaje de admirable profundidad espiritual y un testimonio único de
humildad, confianza y de amor?... En el seno de un mundo imbuido de sí mismo, de
descubrimientos científicos y de virtuosidades técnicas... Teresa de Lisieux aparece con las
manos vacías, sin fortuna, honor, influencia, eficacia temporal, nada que atraiga, nada que
la aparte de Dios sólo y su Reino... Pero en desquite el Señor la introduce en su casa, le
confía sus secretos. Y después de haber vivido silenciosa y oculta, ahora se dirige a toda la
humanidad, a los ricos y a los pobres, a los grandes y a los humildes”.

JUAN XXIII (1958-1963)


Teresa del Niño Jesús aparecía constantemente en sus declaraciones. Le gustaba mucho
hablar de la relación entre Teresa de Avila y Teresa de Lisieux. Sirva de ejemplo su discurso
en la audiencia del 16 de octubre de 1960: “Grande fue Teresa de Avila por haber afirmado
de una manera espléndida el dinamismo de la santificación en la reforma del cristianismo;
grande fue Teresa de Lisieux por haber, en su humildad, simplicidad y abnegación
constante, cooperado en la empresa y trabajo de la gracia por el bien de innumerables
fieles. A este propósito y, deseando dar una comparación adecuada, el santo Padre se
complace en recordar cuántas veces ha tenido la posibilidad de mirar el puerto de
Constantinopla. Enormes navíos cargados de mercancías llegaban y algunos en razón de su
gran tonelaje no podían aproximarse al muelle. Así al lado de cada uno de estos navíos, se
encontraban otros más pequeños. A simple vista parecían inútiles o secundarios, superfluos,
pero, de hecho, eran los que hacían posible la descarga de mercancías de los grandes navíos
hasta el muelle. Así, la doctrina de Teresa del Niño Jesús ayuda mucho a los fieles a
comprender la doctrina y la santidad de la vida cristiana como la expresa la gran Teresa de
Avila. Teresita cumple su misión de una forma más discreta, pero ¡cuán preciosa para que
las almas puedan llegar a los misterios y riquezas de Dios!”.

PABLO VI (1963 -1978)

Siempre afirmó que él le debía todo a Santa Teresita. Ella, antes de morir, había dicho que
ofrecía sus últimos sufrimientos por los niños que serían bautizados en ese día. A él le
gustaba recordar que fue bautizado mientras Santa Teresita fallecía, el 30 de septiembre de
1897. Las citas explícitas o implícitas a su doctrina y ejemplo se encuentran en casi todas
sus intervenciones.

El 29 de diciembre de 1971 afirmaba: “Teresita de Lisieux nos ha enseñado el espíritu de la


infancia espiritual, una de las corrientes espirituales más vivas de la actualidad; allí no hay
nada de pueril o afectado. Procede de estas palabras de Jesús, paradójicas, pero siempre
divinas: Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los Cielos. Los fundamentos
evangélicos de esta espiritualidad no podrían estar mejor asegurados”.

Con ocasión del primer Centenario del nacimiento de Teresa (1873-1973) escribió una
carta, en la que presentaba a la Santa como una “luz providencial” para los hombres de
nuestro tiempo. “Muchos prueban duramente los límites de sus fuerzas físicas y morales; se
sienten impotentes ante los inmensos problemas del mundo, del cual se sienten justamente
solidarios. El trabajo diario parece aplastante, oscuro, inútil... El sentido de la vida puede no
aparecer muy claro, el silencio de Dios, como se suele decir, parece hacerse opresor... A
unos y a otros, Teresa del N.J. les enseña a no mirarse a sí mismos, sino a mirar y centrarse
en el Amor misericordioso de Cristo, que es mucho más grande que nuestro corazón, y nos
asocia a la ofrenda de su pasión y al dinamismo de su Vida. Puede enseñar a todos el
Camino de la Infancia espiritual, que está en las antípodas de la puerilidad o el infantilismo,
la pasividad o la tristeza... Exhortamos vivamente a todos los sacerdotes, educadores y
predicadores, así como a los teólogos, a escrutar esta doctrina espiritual del Sta. Teresita del
Niño Jesús”.

JUAN PABLO I (1978)

Escribió sobre ella en numerosas ocasiones mientras era Patriarca de Venecia y le dedicó
una de las cartas más características de su libro “Ilustrísimos señores”.

JUAN PABLO II (1978-2005)


Muchas han sido sus intervenciones recurriendo a la doctrina de Teresa de Lisieux. Poco
después de su elección, decía a los peregrinos franceses: “Sin entrar vosotros en el
Carmelo, tenéis una vida de laicos cristianos. A ejemplo de Santa Teresa, convertíos
resueltamente a la oración y al espíritu misionero. Sí, organizad aun más vuestra vida
diaria, semanal y mensual, para respirar a Dios, de cualquier forma, en el silencio, en la
oración y meditación; incrementad vuestro ardor misionero”.

En 1980 pronunció en la Basílica de Lisieux una homilía memorable: “El Espíritu de Dios
ha permitido a Teresa revelar directamente a todos los hombres el misterio fundamental, la
realidad del Evangelio: el hecho de haber recibido el espíritu de hijo adoptivo que nos hace
gritar ¡Abba!... ¿Qué verdad del mensaje evangélico es más fundamental y universal que
ésta? ¡Dios es nuestro Padre, y nosotros somos hijos!... Cuando murió víctima de la
tuberculosis, que largo tiempo atrás había incubado, era casi una niña. Nos has dejado el
recuerdo de una niña. Fue una niña. Pero una niña confiada hasta el heroísmo”.

El pensamiento de Teresa de Lisieux aparece en los mensajes anuales de las Jornadas


Misioneras Mundiales. En 1984 nos dice: “Santa Teresa del Niño Jesús, prisionera del
Amor en el Convento del Carmelo, había deseado recorrer el mundo entero e implantar la
cruz de Cristo en todo lugar. Ha concretizado el carácter universal y apostólico de sus
deseos en el sufrimiento aceptado y en la ofrenda preciosa de ella misma como víctima al
Amor misericordioso. Sufrimiento que alcanza su culmen y al mismo tiempo el más alto
grado de fecundidad apostólica en el martirio del espíritu, en el tormento de la oscuridad de
la fe, ofrecido de manera heroica, para obtener la luz de la fe para todos sus hermanos
sumidos en las tinieblas”.
En el mensaje a los Jóvenes del Encuentro de París de 1997, el Papa escribía: “Teresa es
una santa joven, que propone hoy un anuncio sencillo y sugestivo, lleno de maravillas y de
gratitud: Dios es amor y cada persona es amada por Dios, y Dios Padre espera ser
escuchado y amado por cada uno. Un mensaje que vosotros, jóvenes de hoy, estáis
llamados a acoger y a gritarlo a otros jóvenes: Todo hombre es amado por Dios. Tal es el
anuncio sencillo y transformante que la Iglesia desea dar al hombre de hoy”.

En el discurso de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud de París, el 22 de agosto de


1997, dijo: “En el momento de esta clausura tengo que evocar la figura de Teresa de
Lisieux, que entró en la Vida justamente hace cien años. Esta joven carmelita fue
totalmente poseída del Amor de Dios. Ella vivió radicalmente la ofrenda de sí misma en
respuesta al Amor de Dios. En la sencillez de la vida diaria supo igualmente practicar el
amor fraterno. A imitación de Jesús supo aceptar sentarse a los pies de los pecadores, sus
hermanos para que fueran purificados por el amor, que a ella misma animaba, por el
ardiente deseo de ver a todos los hombres esclarecidos por la luz de la fe. Teresa ha
conocido el sufrimiento y la prueba en su fe pero ha permanecido fiel porque en su
inteligencia espiritual ha sabido que Dios es justo y misericordioso; poseída sólo del amor
recibido de Dios, mucho más que cualquier criatura puede proporcionar. Hasta el fin de la
noche puso su esperanza sólo en Jesús, el Siervo Sufriente que entregó su vida por los
pecadores... La enseñanza de Teresa, verdadera ciencia de amor, es la expresión luminosa
de su conocimiento del misterio de Cristo y de su experiencia personal de la gracia; ayuda a
los hombres y mujeres de hoy, y ayudará a los de mañana a percibir mejor los dones de
Dios y a vivir la Buena Nueva de su Amor infinito... Respondiendo a numerosas encuestas
y consultas, y después de cuidadosos estudios, tengo la alegría de anunciaros, que, el
domingo de las misiones, 19 de octubre, y en la Basílica de S. Pedro de Roma, yo
proclamaré a Sta. Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz, Doctora de la Iglesia Universal.
He querido anunciarlo solemnemente aquí, en este acto, porque Teresa es una santa joven y
representa a nuestro tiempo y os conviene particularmente a vosotros los jóvenes: en la
escuela del Evangelio ella os abre el camino de la madurez cristiana, os llama a una infinita
generosidad, os invita a permanecer en el corazón de la Iglesia, y a ser los testigos y
discípulos ardientes de Cristo”.

Con ocasión de esta proclamación del Doctorado de Teresa, Juan Pablo II publicó la Carta
Apostólica “Divini Amoris Scientia”. En el curso de la Misa pronunció una homilía
notable, subrayando la actualidad y universalidad del mensaje de la Santa: “Entre los
doctores de la Iglesia, Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz es la más joven, pero su
ardiente itinerario espiritual, tanta madurez en sus intuiciones de la fe expresadas en sus
escritos, la hacen merecedora de tener un puesto entre los grandes maestros y doctores de la
Iglesia... Su camino espiritual es en realidad muy exigente, como lo es el Evangelio. Pero es
un camino penetrado del sentido de abandono confiado en el Padre, confiado a la
misericordia divina, que hace más ligera la entrega espiritual, más rigurosa... Teresa de
Lisieux es una Santa que permanece joven, a pesar de los años que pasen, y se propone
como un modelo eminente y un guía para el camino cristiano de nuestro tiempo...”

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