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Los lazos que unieron a Pío XI con Teresa fueron muy profundos. El 11 de febrero de 1923,
durante la promulgación del Decreto de aprobación de los milagros para la Beatificación,
declaró a Teresa la “estrella” de su Pontificado, “milagro de virtudes y prodigio de
milagros, verdadera flor de amor venida del cielo sobre la tierra, para maravillar al cielo y a
la tierra”. El 30 de abril, al día siguiente de la beatificación de Teresita, el Santo Padre
retomaba esta expresión: “Henos aquí a la luz de esta estrella -como a Nosotros nos gusta
llamarla-, en quien la mano de Dios ha querido resplandecer, al comienzo de nuestro
Pontificado, un presagio y una promesa de protección de la cual Nos tenemos ya dichosa
experiencia”.
El 17 de mayo del Año Santo de 1925 canonizó a la Santita. Se pueden leer en la Bula de
canonización palabras altamente elogiosas no sólo de su santidad sino también de la
novedad de su doctrina: “La doctrina más importante de Teresa es la Infancia espiritual, que
supone la más entera y filial confianza y lleva a la total entrega en manos del Padre
Misericordioso, tan amado... Este Camino de la Infancia espiritual según el Evangelio, lo
enseñó a las otras hermanas... y, luego, a través de sus escritos llenos de celo apostólico,
enseñó el camino de la sencillez evangélica, con santo entusiasmo, a todo el mundo”.
Cuando aun era Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, ya mantenía
excelentes relaciones con Lisieux y nuestra Santa. Al bendecir su Basílica, como legado
papal, dijo: “Teresa ha sabido trazar un camino nuevo. Su ciencia de las cosas divinas no la
ha guardado para ella sola. Nos ha dicho claramente: Mi misión es hacer amar a Nuestro
Padre, como yo le amo y enseñar mi pequeño camino a las almas. He aquí uno de los más
maravillosos aspectos bajo los cuales aparece esta fisonomía tan atractiva de la pequeña
carmelita, desde lo oculto de su convento da un ejemplo al mundo, a este siglo tan
orgulloso de sus inventos y de su ciencia. Ella tiene una misión, tiene una doctrina. Pero su
doctrina, como su persona, es humilde y sencilla, se encierra en dos palabras: infancia
espiritual... Esta joven carmelita ha conquistado en menos de medio siglo numerosos
discípulos. Grandes doctores de la ley se han hecho discípulos de su escuela, el Pastor
Supremo la ha exaltado, y en este preciso momento hay desde un extremo al otro del
mundo, millones de almas cuya vida interior ha sido transformada por la influencia
benéfica de su libro Historia de un Alma”.
Siempre afirmó que él le debía todo a Santa Teresita. Ella, antes de morir, había dicho que
ofrecía sus últimos sufrimientos por los niños que serían bautizados en ese día. A él le
gustaba recordar que fue bautizado mientras Santa Teresita fallecía, el 30 de septiembre de
1897. Las citas explícitas o implícitas a su doctrina y ejemplo se encuentran en casi todas
sus intervenciones.
Con ocasión del primer Centenario del nacimiento de Teresa (1873-1973) escribió una
carta, en la que presentaba a la Santa como una “luz providencial” para los hombres de
nuestro tiempo. “Muchos prueban duramente los límites de sus fuerzas físicas y morales; se
sienten impotentes ante los inmensos problemas del mundo, del cual se sienten justamente
solidarios. El trabajo diario parece aplastante, oscuro, inútil... El sentido de la vida puede no
aparecer muy claro, el silencio de Dios, como se suele decir, parece hacerse opresor... A
unos y a otros, Teresa del N.J. les enseña a no mirarse a sí mismos, sino a mirar y centrarse
en el Amor misericordioso de Cristo, que es mucho más grande que nuestro corazón, y nos
asocia a la ofrenda de su pasión y al dinamismo de su Vida. Puede enseñar a todos el
Camino de la Infancia espiritual, que está en las antípodas de la puerilidad o el infantilismo,
la pasividad o la tristeza... Exhortamos vivamente a todos los sacerdotes, educadores y
predicadores, así como a los teólogos, a escrutar esta doctrina espiritual del Sta. Teresita del
Niño Jesús”.
Escribió sobre ella en numerosas ocasiones mientras era Patriarca de Venecia y le dedicó
una de las cartas más características de su libro “Ilustrísimos señores”.
En 1980 pronunció en la Basílica de Lisieux una homilía memorable: “El Espíritu de Dios
ha permitido a Teresa revelar directamente a todos los hombres el misterio fundamental, la
realidad del Evangelio: el hecho de haber recibido el espíritu de hijo adoptivo que nos hace
gritar ¡Abba!... ¿Qué verdad del mensaje evangélico es más fundamental y universal que
ésta? ¡Dios es nuestro Padre, y nosotros somos hijos!... Cuando murió víctima de la
tuberculosis, que largo tiempo atrás había incubado, era casi una niña. Nos has dejado el
recuerdo de una niña. Fue una niña. Pero una niña confiada hasta el heroísmo”.
Con ocasión de esta proclamación del Doctorado de Teresa, Juan Pablo II publicó la Carta
Apostólica “Divini Amoris Scientia”. En el curso de la Misa pronunció una homilía
notable, subrayando la actualidad y universalidad del mensaje de la Santa: “Entre los
doctores de la Iglesia, Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz es la más joven, pero su
ardiente itinerario espiritual, tanta madurez en sus intuiciones de la fe expresadas en sus
escritos, la hacen merecedora de tener un puesto entre los grandes maestros y doctores de la
Iglesia... Su camino espiritual es en realidad muy exigente, como lo es el Evangelio. Pero es
un camino penetrado del sentido de abandono confiado en el Padre, confiado a la
misericordia divina, que hace más ligera la entrega espiritual, más rigurosa... Teresa de
Lisieux es una Santa que permanece joven, a pesar de los años que pasen, y se propone
como un modelo eminente y un guía para el camino cristiano de nuestro tiempo...”