Sei sulla pagina 1di 12

Johana Acosta

IMPERIALISMO SIGLO XIX


“una forma de anexión que ejerce una nación sobre otra con
finalidades económicas y políticas respaldada ideológicamente.”

Los Imperios Coloniales en ASIA

En Asia, las principales metrópolis ya habían delimitado sus posiciones antes del reparto colonial del último
cuarto del siglo XIX. Los hechos más novedosos de este período en el continente asiático fueron: la anexión
de Indochina al Imperio francés, la emergencia de Japón como potencia colonial y la presencia de Estados
Unidos en el Pacífico después de la anexión de Hawai y la apropiación de Filipinas. El movimiento de
expansión imperialista de fines del siglo XIX recayó básicamente sobre África.
En Asia, los países occidentales se encontraron con grandes imperios tradicionales con culturas arraigadas y
la presencia de fuerzas decididas a resistir la dominación europea. El avance de los centros metropolitanos
dio lugar a tres situaciones diferentes. Por una parte, la de los imperios y reinos derrotados militarmente y
convertidos en colonias, como los del subcontinente indio, de Indochina y de Indonesia. Por otra, la de los
imperios que mantuvieron su independencia formal, pero fueron obligados a reconocer zonas de influencia y a
entregar parte de sus territorios al gobierno directo de las potencias: los casos de Persia y China. Por último,
la experiencia de Japón, que frente al desafío de Occidente llevó a cabo una profunda reorganización interna
a través de la cual no solo preservó su independencia sino que logró erigirse en una potencia
imperialista. Cuando los europeos –portugueses, franceses, holandeses, ingleses– se instalaron en la India
en el siglo XVI se limitaron a crear establecimientos comerciales en las costas para obtener las preciadas
especias, esenciales para la comida europea. En ese momento se afianzaban los mogoles, cuyo imperio
alcanzó su máximo esplendor en la primera mitad del siglo XVII. A lo largo de este siglo, la Compañía de las
Indias Orientales inglesa, a través de acuerdos con los mogoles, estableció sus primeras factorías en Madrás,
Johana Acosta

Bombay y Calcuta y fue ganando primacía sobre el resto de los colonizadores. A fines del siglo XVII derrotó a
Francia, su principal rival. A mediados del siglo XIX, la mencionada Compañía ya se había convertido en la
principal fuente de poder. Su victoria fue posibilitada, en gran medida, por la decadencia del Imperio mogol y
las rivalidades entre los poderes locales. En un primer momento, los ingleses actuaron como auxiliares de los
mandatarios indios que disputaban entre ellos por quedarse con la herencia del Imperio mogol. Cuando se
hizo evidente que los británicos tenían sus propios intereses, los príncipes marathas (los marathas eran
pueblos de diversas estirpes, unidos por una lengua común y por la devoción religiosa hindú que les daba
identidad cultural) intentaron ofrecer resistencia, pero la confederación maratha fue acabadamente derrotada
y disuelta entre 1803 y 1818.
Las grandes revueltas de 1857-58 fueron el último intento de las viejas clases dirigentes por expulsar a los
británicos y restaurar el Imperio mogol; los indios más occidentalizados se mantuvieron al margen. Una vez
reprimido el levantamiento, la administración de la Compañía de las Indias Orientales quedó sustituida por el
gobierno directo de la Corona británica. En 1877 la reina Victoria fue proclamada emperatriz de las Indias.
Aproximadamente la mitad del continente indio quedó bajo gobierno británico directo; el resto continuó siendo
gobernado por más de 500 príncipes asesorados por consejeros británicos. La autoridad de los principados
se extendió sobre el 45 % del territorio y alrededor del 24 % de la población. Los mayores fueron Haiderabad
(centro) y Cachemira (noreste); los pequeños comprendían solo algunas aldeas. Muchos de estos príncipes
musulmanes eran fabulosamente ricos. En el interior de sus Estados ejercían un poder absoluto y no existía la
separación entre los ingresos del Estado y su patrimonio personal. La presencia inglesa les garantizaba la
seguridad de sus posesiones y los eximía de toda preocupación por la política exterior y la defensa. El
subcontinente indostánico estaba demasiado dividido y era demasiado heterogéneo para unificarse bajo las
directivas de una aristocracia disidente con cierta ayuda de los campesinos, como sucedió en Japón.
La India se erigió en la pieza central del imperio, mientras que la economía de la región fue completamente
trastocada. La ruina de las artesanías textiles localizadas en las aldeas trajo aparejado el empobrecimiento
generalizado de los campesinos. Estos, además, se vieron severamente perjudicados por la reorganización
de la agricultura, que fue orientada hacia los cultivos de exportación. La administración colonial utilizó los
ingresos de la colonia para el financiamiento de sus gastos militares. Las campañas de Afganistán, Birmania y
Malasia fueron pagadas por el Tesoro indio.
El interés por preservar la dominación de la India fue el eje en torno al cual Gran Bretaña desplegó su
estrategia imperial. En principio, sus decisiones en África y Oriente Medio estuvieron en gran medida guiadas
por el afán de controlar las rutas que conducían hacia el sur de Asia. El reforzamiento de su base en la India
permitió a Gran Bretaña forzar las puertas de China reduciendo el poder de los grandes manchúes, y convertir
el resto de Asia en una dependencia europea, al mismo tiempo que establecía su supremacía en la costa
arábiga y adquiría el control del canal de Suez.
A fines del siglo XIX, como contrapartida a la expansión de Rusia sobre Asia Central, Gran Bretaña rodeó a la
India con una serie de Estados tapón: los protectorados de Cachemira (actualmente dividido entre India y
Pakistán), Beluchistán (actualmente parte de Pakistán) y Birmania (Myanmar). La conquista de esta última fue
muy costosa: hubo tres guerras; recién como resultado de la última (1885–86) se estableció un protectorado,
pero los birmanos continuaron durante muchos años una guerra de guerrillas.
En el sureste asiático, Londres se instaló en Ceilán (Sri Lanka), la península Malaya, la isla de Singapur y el
norte de Borneo (hoy parte de Malasia y sultanato de Brunei). La primera fue cedida por los holandeses
después de las guerras napoleónicas y se destacó por sus exportaciones de té y caucho. En 1819 Gran
Bretaña ocupó Singapur, que se convirtió en un gran puerto de almacenaje de productos y en la más
Johana Acosta

importante base naval británica en Asia. Entre 1874 y 1909 los nueve principados de la península Malaya
cayeron bajo el dominio inglés, bajo la forma de protectorados. Singapur, junto con Penang y Malaca,
integraron la colonia de los Establecimientos de los Estrechos. Esta región proporcionó bienes claves, como
caucho y estaño. Para su producción, los británicos recurrieron a la inmigración masiva de chinos y de indios,
mientras los malayos continuaban con sus cultivos de subsistencia.
El imperio zarista, por su parte, desde mediados del siglo xix avanzaba sobre Asia central, y en 1867 fundó el
gobierno general del Turkestán, bajo administración militar. Entre el Imperio ruso y el inglés quedaron
encajonados Persia y Afganistán. A mediados de los años setenta, Londres pretendió hacer de Afganistán un
Estado tributario, pero la violenta resistencia de los afganos, apoyada por Rusia, lo hizo imposible. La
rivalidad entre las dos potencias permitió que Afganistán preservara su independencia como Estado
amortiguador.
Desde el siglo XVI los europeos llegaron a Indochina: primero los portugueses, luego los holandeses, los
ingleses y los franceses. Son navegantes, comerciantes y misioneros; las prósperas factorías se multiplican
sobre la costa vietnamita. Aunque el período colonial propiamente dicho comenzó solo a fines del siglo XIX, a
partir del siglo xvii las luchas entre reyes y señores feudales, entre estos y los omnipotentes mandarines,
entre todos los poderosos nativos y el campesinado siempre oprimido, se mezclan con las disputas contra
comerciantes y misioneros occidentales.
El fin de las guerras napoleónicas en Europa reavivó los intereses comerciales de las metrópolis: los ingleses,
que ya ocuparon Singapur en 1819 y tienen los ojos puestos en China, intentan instalarse en Vietnam; al
mismo tiempo los franceses, definitivamente desalojados de la India, buscan más hacia oriente mercados
para sus productos de ultramar y materias primas baratas. Cuando se inicia la instalación francesa, Vietnam
era un país unificado, cuya capital, Hué, se ligaba con las dos grandes ciudades, Hanoi en el norte y Saigón
en el sur, a través de la “gran ruta de los mandarines”. Había adquirido sólidas características nacionales; en
lengua vietnamita se habían escrito importantes obras literarias, su escultura y arquitectura reconocían la
influencia china, pero tenía características bien diferenciadas. La familia y el culto de los antepasados
mantenían su fuerza tradicional, pero la situación de la mujer era de menor sometimiento que en China.
El Imperio francés de Indochina se parecía al de los británicos en la India, en el sentido de que ambos se
establecieron en el seno de una antigua y sofisticada cultura, a pesar de las divisiones políticas que facilitaron
la empresa colonizadora. Tanto Vietnam como Laos y Camboya, aunque eran independientes pagaban tributo
a China y le reconocían cierta forma de señorío feudal. Francia ingresó en Saigón en 1859 aduciendo la
necesidad de resguardar a los misioneros católicos franceses. En la década siguiente firmó un tratado con el
rey de Camboya que reducía el reino a la condición de protectorado, y obtuvo del emperador annamita
(vietnamita) parte de la Cochinchina en condición de colonia. A partir de la guerra franco-prusiana Francia
encaró la conquista sistemática del resto del territorio. Después de duros y difíciles combates con los
annamitas y de vencer la resistencia china se impuso un acuerdo en 1885, por el que Annam y Tonkín (zonas
del actual Vietnam) ingresaron en la órbita del Imperio francés. El protectorado de Laos se consiguió de
manera más pacífica cuando Tailandia cedió la provincia en 1893. Indochina, resultado de la anexión de los
cinco territorios mencionados, quedó bajo la autoridad de un gobernador general dependiente de París.
El otro imperio en el sureste asiático fue el de los Países Bajos. A principios del siglo XVII, la monarquía
holandesa dejó en manos de la Compañía General de las Indias Orientales el monopolio comercial y la
explotación de los recursos naturales de Indonesia. A fines de ese siglo se convirtió en una colonia estatal. Un
rasgo distintivo de esta región fue su fuerte heterogeneidad: millares de islas, cientos de lenguas y diferentes
religiones, aunque la musulmana fuera la predominante. Ese rosario de islas proveyó a la metrópoli de
Johana Acosta

valiosas materias primas: clavo de olor, café, caucho, palma oleaginosa y estaño. El régimen de explotación
de los nativos fue uno de los más crueles. Los holandeses redujeron a la población a la condición de fuerza
de trabajo de las plantaciones, sin reconocer ninguna obligación hacia ella. El islam, que había llegado al
archipiélago vía la actividad de los comerciantes árabes procedentes de la India, adquirió creciente
gravitación como fuente de refugio y vía de afianzamiento de la identidad del pueblo sometido. La educación
llegó a las masas a través de las mezquitas, a las que arribaron maestros musulmanes procedentes de la
Meca y la India.
Por último, los antiguos imperios ibéricos solo retuvieron porciones menores del territorio asiático: España,
hasta 1898, Filipinas y Portugal; Timor Oriental hasta 1974.
Hasta el primer cuarto del siglo XIX, la posición de los europeos en China era similar a la que habían ocupado
en India hasta el siglo XVIII. Tenían algunos puestos comerciales sobre la costa, pero carecían de influencia
política o poder militar. Sin embargo, existían diferencias importantes entre ambos imperios. En la India, el
comercio jugaba un destacado papel económico. Muchos de los gobernantes de las regiones costeras que
promovían esta actividad no pusieron objeciones a la penetración comercial de los extranjeros y colaboraron
en su afianzamiento. China, en cambio, se consideraba autosuficiente, rechazaba el intercambio con países
extranjeros, al que percibía como contrario al prestigio nacional. Su apego a los valores de su propia
civilización y su desprecio hacia los extranjeros significó que se dieran muy pocos casos de
“colaboracionismo”. La segunda diferencia fue que China contaba con una unidad política más consistente. Si
bien la dinastía manchú careció de los recursos y de la cohesión que distinguió a los promotores de la
modernización japonesa, no había llegado hundirse como ocurrió con el Imperio mogol cuando los británicos
avanzaron sobre la India. No obstante, alrededor de 1900 parecía imposible que China no quedara repartida
entre las grandes potencias, a pesar de las fuertes resistencias que ofrecieron los chinos en 1839-1842,
nuevamente en 1856-1860, y en 1900. Fueron las rivalidades entre los centros metropolitanos las que
impidieron el reparto colonial del Imperio manchú. Las principales potencias impusieron a Beijing la concesión
de amplios derechos comerciales y políticos en las principales zonas portuarias. Sin embargo, el Imperio
chino, como el otomano, desgarrados por el avance de Occidente, no cayeron bajo su dominación.
La exitosa revolución Meiji y el agotamiento del Imperio manchú hicieron posible que Japón se expandiera en
Asia oriental, desplazando la secular primacía de Beijing. Las exitosas guerras, primero contra China (1894-
1895) y después contra el Imperio zarista (1904-1905), abrieron las puertas a la expansión de Japón en Asia
oriental.
Medio Oriente formó parte del Imperio otomano hasta la derrota de este en la Primera Guerra Mundial. No
obstante, desde mediados del siglo XIX los europeos lograron significativos avances en la región: Francia
sobre áreas del Líbano actual, y Alemania e Inglaterra en Irak. En el primer caso, la intervención francesa fue
impulsada por los conflictos religiosos y sociales entre los maronitas, una comunidad cristiana, y los drusos,
una corriente musulmana. Un rasgo distintivo de la región del Líbano, relacionado con su configuración física
–zona montañosa y de difícil acceso– fue el asentamiento de diferentes grupos religiosos que encontraron
condiciones adecuadas para eludir las discriminaciones de que eran objeto por parte de los gobernantes
otomanos. Cuando en la segunda mitad del siglo XIX se produjeron violentos enfrentamientos entre los
maronitas y los drusos, tropas francesas desembarcan en Beirut en defensa de los primeros. El sultán aceptó
la creación de la provincia de Monte Líbano bajo la administración de un oficial otomano cristiano, y la
abolición de los derechos feudales, reclamada por los maronitas.
Irak fue una zona de interés para los ingleses dada su ubicación en la ruta a la India, y para Alemania, a quien
el sultán concedió los derechos de construcción y explotación del ferrocarril Berlín-Bagdad. A principios del
Johana Acosta

siglo xx estas dos potencias, junto con Holanda, avanzaron hacia la exploración y explotación de yacimientos
petroleros.

EL IMPERIO BRITÁNICO (Hasta 1920)

El Imperio británico fue uno de los más grandes de la historia y el mayor de la época. Desde finales del
siglo XVIII, el Reino Unido había empezado a formar un imperio colonial que amplió y consolidó durante
todo el siglo XIX y principios del XX.
El principal interés de Inglaterra se centró en la India, que la conquista en 1773 por medio de la
Compañía de las Indias Orientales. Se convierte en una colonia de explotación que suministra a la
metrópoli, algodón, yute, trigo, té, aceites y algunos minerales, productos básicos para la industria
británica.
En Asia, además de la India, domina los territorios de Pakistán, Ceilán, Birmania, Malasia y Borneo,
además de algunos enclaves en China.
En África controlará Egipto y el canal de Suez. En 1882 penetra en el interior de Egipto hacia el sur,
por el Sudán, en un intento de unir Egipto con El Cabo. Desde El Cabo penetra hacia el norte por
Rhodesia y Nigeria. Una expansión en la que tropezará con los bóers, unos esclavistas holandeses que
se habían establecido en el interior en el siglo XVII, y con los que mantendrá una cruenta guerra.
En Oceanía posee las colonias de Australia y Nueva Zelanda, y algunos archipiélagos del Pacífico.
Australia fue utilizada como prisión durante gran tiempo por los ingleses.
En América controla Canadá, Honduras, Jamaica, la Guayana, las Malvinas, Belice y múltiples
pequeñas islas.
También en el Mediterráneo tiene colonias Inglaterra. Controla plazas estratégicas como Malta, Chipre o
Gibraltar. En 1815 concede el derecho de autogobierno a las colonias donde hubiese población
británica. De esta manera exportará sus instituciones por todo el mundo. En 1872 Gran Bretaña
concedía, a todas las colonias que tuvieran un número suficiente de europeos, y que fueran
autosuficientes, un gobierno casi independiente. Pero casi la mitad del imperio quedó fuera del
proyecto, con el argumento de que los no europeos no estaban preparados para desarrollar un sistema
parlamentario y unas instituciones semejantes a las británicas. Nace, así, la Commonwealth, que
establece un equilibrio entre la autoridad imperial y la autonomía colonial. Sin embargo, esta autonomía
es limitada ya que sólo podían hacer leyes que afectasen a su territorio. No podían establecer tratados
comerciales ni declarar la paz ni la guerra. Hacia 1900, a pesar de todo, las colonias cada vez eran más
independientes y existían asociaciones de colonias británicas
Johana Acosta

La colonización de la india empezó con los portugueses, cuando Vasco de Gama llego a su territorio en 1498.
Durante el siglo XVI los portugueses monopolizaron el comercio de las especias, pero no pudieron llevar a
cabo una colonización profunda y se conformaron con ocupar Goa, Daman y Diu. A los portugueses siguieron
los holandeses y en el siglo XVII los ingleses mas los franceses, a través de sus respectivas compañías de
las Indias Orientales,
Francia e Inglaterra fundaron una serie de factorías, e intentaron apoderarse de la India, rivalidad que se
decidió durante el siglo XVIII a favor de los ingleses, que se impusieron gracias a la victoria en 1757 en
Plasey sobre los soberanos de Bengala, aliados de los franceses, y a la derrota de Francia en la guerra de los
siete años, la cual finalizo con el Tratado de Paris en 1763, que redujo la soberanía francesa en la India, a los
enclaves de pondichery, chandernagor, Karikal, Mahe y Yaham, territorios que fueron ocupados por Francia
hasta 1962, cuando los devolvió en definitiva a la Unión IndiaCon el triunfo sobre Francia, los ingleses
siguieron la colonización de la India durante el siglo XIX, dividiendo el país en estados protegidos y en
territorios controlados en forma directa.
La Compañía De Las Indias Orientales De Inglaterra
En 180 la India estaba bajo el control de la compañía de las Indias Orientales, autorizada por la corona desde
1600 para organizar el tráfico con Asia Suroriental. La compañía ejerció el monopolio del comercio así como
la gestión administrativa y financiera de la India desde finales de 1858. Aunque esta compañía fue la
responsable de muchas de las transformaciones sociales y culturales de la vida hindu, no fueron pocos los
elementos de esta sociedad milenaria que a su paso destruyo.
La Ruina De La Economía Tradicional Hindú
La india era un país campesino compuesto por muchas aldeas, gobernado por un consejo de ancianos. Las
manufacturas eran pocas y la actividad comercial se reducía a los puertos adonde llegaban buques de
muchas partes del mundo. En las aldeas se pagaba un impuesto en especie al señor local (maharajá).
A la llegada de los ingleses, este sistema campesino, diferente a la economía de mercado, fue desarticulado
estableciendo el pago en dinero.
La compañía de las Indias Orientales cedió los derechos de las propiedades sobre la tierra a los
recaudadores de impuestos, dándoles libertad para exigir a los campesinos más de la suma debida teniendo
que endeudarse perdiendo los terrenos y los animales.
Johana Acosta
Así, bajo la protección inglesa, usureros y recaudadores se convirtieron en dueños de grandes extensiones de
tierra, sustituyendo gran parte de los cultivos alimenticios por cultivos de plantación como el algodón, el yute,
requeridos por la industria inglesa, situación que produjo una gran carestía de los productos agrícolas; los
ingleses frenaron también el desarrollo artesanal y la industria textil, actividades fundamentales de la
economía hindú.
La Rebelión De 1857
El empobrecimiento y la opresión causados por la administración de la compañía, terminaron por desatar una
rebelión. En 1857 los sepoys, tropas indias al servicio ingles, se rebelaron en la ciudad de meerut, ocuparon
la capital, Delhi, desde la cual intentaron instaurar el Imperio Mogol. Debido a fuertes rivalidades internas,
fueron de nuevo sometidos al recibir los ingleses refuerzos de la metrópoli.
Esta revuelta llevo al gobierno de Inglaterra a disolver la Compañía de las Indias Orientales en 1858 para
asumir en forma directa el control de la colonia en 1877 la reina Victoria fue proclamada emperatriz de la
India.

La Compañía de las Indias Orientales con asiento en Londres gobernó de hecho este vasto espacio hasta la
disolución de dicha empresa después de la Revuelta de los cipayos. En 1858 la India se convirtió
formalmente en una colonia británica y todas las posesiones de la Compañía pasaron a manos de la corona
El parlamento creó un Ministerio del Estado de India. El Virrey se estableció en Calcuta y asumió la
administración del territorio asistido por un consejo ejecutivo y otro legislativo. Por debajo del gobierno central,
y designados por éste, se encontraban los gobernadores provinciales y los oficiales de distrito. Londres
respetó los tratados con los regentes locales anteriores a la rebelión y aproximadamente el 40% del territorio
permaneció bajo el control de más de 500 príncipes de diferentes etnias y religiones (islámica, hindú, sikh,
entre otras).
Durante varias décadas el servicio civil indio solo admitíó a los británicos que competían por estos cargos a
través de exámenes abiertos. Estos funcionarios recibían un buen salario, tenían un alto estatus y
oportunidades de avanzar en sus carreras.
RESIDENCIA BRITÁNICA EN HYDERABAND

En la práctica por debajo del servicio blanco creció una burocracia local, básicamente a nivel provincial. El
mismo sistema existía en la policía y el ejército que estaba formado por tropa india y oficialidad europea. En
relación con esta incorporación de funcionarios nativos, los británicos promovieron la educación a la manera
occidental, los centros creados en los años veinte se convertirían en un semillero de futuros nacionalistas.
Bajo la dominación de Londres, la sociedad de la India cambió de manera notable. Si bien en la alta cúpula
social permaneció la nobleza, en lo político ésta no contaba demasiado. Por debajo de ella emergió una
nueva clase media urbana, en principio pequeña considerando que más abajo estaba el 80% de la población
del país, pero que asumió un papel central en la promoción de los cambios en el orden colonial. De ella
Johana Acosta

salieron los ideólogos y políticos que promovieron la gestación de la futura república. La trama social era más
compleja porque el dominio británico trastornó los modos de producción, las relaciones económicas y en
especial afectó la extendida vida aldeana tradicional. Los agricultores más poderosos se desplazaron hacia
las actividades comerciales y prosperaron notablemente; mientras la gran mayoría que se quedó en el campo
entró en un deterioro económico pronunciado. De todas las comunidades rurales, los que retrocedieron más
fueron los musulmanes de la región de Bengala y del Punjab, las zonas que alimentarían los grupos más
radicales.
Desde los comienzos, la relación de los británicos fue más fluida con las comunidades hindúes. Cuando la
Compañía de las Indias Orientales empezó a reclutar personal, por lo general contrató a súbditos de reinos
hindúes. Y cuando el desarrollo de los negocios hizo necesaria la creación de una máquina educacional que
preparara cuadros de empleados angloparlantes, factibles de ser entrenados en técnicas modernas de
contabilidad y otros oficios, los favorecidos fueron los hindúes. Hacia 1860, trabajaban con los ingleses por lo
menos dos millones de súbditos indios. El 95% de ellos eran hindúes. Los hijos de esos funcionarios se
siguieron perfeccionando en la educación tipo británica y se fueron constituyendo en la clase media. Sector
social educado, moderno, orientado hacia las instituciones tipo europeas, con la sola salvedad que mantenían
sus tradiciones religiosas intactas. En toda esa compleja transformación, la población musulmana quedó muy
rezagada. Sólo al comenzar el siglo XX, los pocos musulmanes que habían participado en el proceso de
cambio en curso, lograron crear algunas escuelas y la Academia de Aligarth, que con los años llegó a ser la
Universidad de Aligarth. Pero la distancia con los hindúes ya era considerable.
En principio, el Congreso Nacional Indio creado en 1885 con la aprobación de los ingleses serviría para que
Londres conociera las opiniones de los sectores ilustrados nativos. Originalmente se constituyó con
graduados de la Universidad de Calcuta y en sus primeras reuniones prevalecieron los profesionales
procedentes de la alta sociedad. La representatividad del Congreso en términos sociales, se amplió después
de la Primera Guerra Mundial, Los musulmanes, alrededor de la cuarta parte de la población, crearon en 1906
su propia organización, la Liga Musulmana. El movimiento se limitó inicialmente a la defensa de los intereses
de los musulmanes en una futura India autónoma o independiente. Para los musulmanes era importante
ganar su influencia en la política de la India y a su vez mantener su identidad musulmana, objetivos que
requerían varias respuestas de acuerdo a las circunstancias, tal como lo ilustra el caso de Muhammed Ali
Jinhhah. Jinhhah estudió leyes en Inglaterra y comenzó su carrera política en el partido del Congreso al
retornar a la India. En 1913 se unió a la Liga Musulmana y continuó siendo miembro del partido hasta 1919.
Durante este periodo fue conocido como el líder del partido por la unidad hindú-musulmana.
En sus comienzos, el nacionalismo hindú denunció la sangría de los recursos del país. La mayor parte de los
ingresos de la colonia eran sustraídos por Gran Bretaña: los intereses del capital invertido, los beneficios
garantizados a las empresas de ferrocarril, los elevados sueldos y pensiones de funcionarios ingleses, los
elevados costos militares del mantenimiento del imperio. El Congreso también se manifestó contra la ruina de
la artesanía local debido a la competencia de la producción fabril inglesa especialmente en el caso de los
textiles. Además reivindicó una mayor inclusión de los indios en los más altos niveles de la administración.
En el primer decenio del siglo XX, una serie de hechos alentaron el afán de cambios entre los nacionalistas
indios. El triunfo de Japón sobre Rusia en 1905 causó un fuerte impacto desde el momento en que por
primera vez un pueblo asiático había sido capaz de derrotar a una potencia europea. Por otra parte, el virrey
lord Curzon profundizó el malestar cuando su gestión autoritaria lo condujo a dejar de lado el diálogo con el
Congreso y a imponer la división de la presidencia de Bengala que desencadenó la reacción violenta de la
población. Entre 1905 y 1908 se sucedieron atentados con bombas, acciones de boicot contra las mercancías
Johana Acosta

inglesas, también fueron rechazados los centros de enseñanza ingleses y se formaron grupos terroristas de
carácter religioso-político.
En el Congreso se produjo la división entre un ala radicalizada y otra moderada. La primera liderada por Bal
Gangadhar Tilak abogó por la independencia, rechazó la influencia occidental y reivindicó la movilización
activa para acabar con la dominación británica.
El ala moderada encabezada por Gopal Krishna Gokhale defendió el camino de la evolución paulatina a
través de la colaboración con Londres para conseguir la autonomía de la India dentro del imperio británico vía
un estatuto semejante al de los dominios de Canadá y Australia.
En 1909, el gobierno británico se inclinó a favor de una política conciliadora con la aprobación de la ley
Morley-Minto (John Morley era el ministro de Estado para la India y Gilber Ellito, vizconde de Minto, era el
Virrey) que concedió a los indios una mayor presencia en los organismos legislativos. Los nativos, designados
por el gobierno central, podrían ocupar algunas bancas en el consejo legislativo imperial. En el caso de los
consejos provinciales, la mayoría de sus miembros serían elegidos, pero las decisiones de los gobernadores
no requerían la aprobación de estos cuerpos colegiados. La Liga Musulmana impulsó la presentación de listas
propias para que los musulmanes ocuparan escaños separados de los ganados por el Congreso. Los
nacionalistas hindúes adjudicaron a los ingleses el afán de dividir para seguir reinando. Aunque la
presentación de listas separadas fracturaba al movimiento nacionalista, esta decisión no fue el resultado lineal
de una maniobra imperial, expresaba también las profundas tensiones entre hindúes y musulmanes y el temor
de éstos a quedar sometidos como minoría en un futuro estado indio.
Johana Acosta

CONFERENCIA DE BERLÍN (1885)

En nombre de Dios Todopoderoso.

S. M. el Emperador de Alemania, Rey de Prusia; S. M. el Emperador de Austria, Rey de Hungría; S. M. El Rey de


los Belgas; S. M. el Rey de Dinamarca; S. M. el Rey de España; el Presidente de los Estados Unidos de América;
el Presidente de la República Francesa; S. M. la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, Emperatriz
de las Indias; S. M. el Rey de Italia; S. M. el Rey de los Países Bajos; S. M. el Rey de Portugal; S. M. el
Emperador de todas las Rusias; S. M. el Rey de Suecia y de Noruega; S. M. el Emperador de los Otomanos:

Deseando establecer en un espíritu de entendimiento mutuo las condiciones más favorables al desarrollo del
comercio y de la civilización en determinadas regiones de África, y asegurar a todos los pueblos las ventajas de la
libre navegación por los dos principales ríos africanos que desembocan en el océano Atlántico; deseosos, por otra
parte, de prevenir los malentendidos y las disputas que pudieran suscitar en lo futuro las nuevas tomas de
posesión efectuadas en las costas de África, y preocupados al mismo tiempo por los medios de aumentar el
bienestar moral y material de las poblaciones indígenas, han resuelto, previa invitación que les ha sido cursada
por el Gobierno imperial de Alemania, de acuerdo con el Gobierno de la República Francesa, reunir a tal objeto
una Conferencia en Berlín, y han nombrado sus plenipotenciarios (…). Los cuales, provistos de plenos poderes
(…) han discutido y adoptado sucesivamente:

1º Una declaración relativa a la libertad de comercio en la cuenca del Congo, sus desembocaduras y países
circunvecinos, con ciertas disposiciones
convenientes a ella

2º Una declaración referente a la trata de


esclavos y a las operaciones que por tierra o
por mar proporcionan esclavos para la trata.

3º Una declaración relativa a la neutralidad de


los territorios comprendidos en la cuenca
convencional del Congo.

4º Un Acta de Navegación del Congo (…)

5º Un Acta de Navegación del Níger (…)

6º Una Declaración estableciendo en las


relaciones internacionales reglas uniformes
respecto a las ocupaciones que en adelante
puedan verificarse en las costas del continente
africano.
Acta general de la Conferencia de Berlín. 26 de febrero de 188.

Nos encontramos ante un texto histórico de carácter jurídico, concretamente se trata del preámbulo del Acta
General de la Conferencia de Berlín, celebrada entre noviembre de 1884 y enero de 1885 en la capital del Imperio
Alemán. Este acuerdo significará el punto de partida para la gran expansión imperialista y el reparto y ocupación
de la práctica totalidad del continente africano entre las potencias europeas.

Del análisis del texto podemos decir que la Conferencia de Berlín se celebró en dicha ciudad a instancias del
gobierno alemán, que congregó en la capital germana a los soberanos de Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca,
España, Estados Unidos, Francia, Reino Unido de Gran Bretaña, Italia, Países Bajos, Portugal, Rusia, Suecia y
Noruega, y Turquía. En él se detalla cómo se organiza la conferencia para evitar conflictos entre los distintos
países y regular para un futuro el ya iniciado proceso de ocupación del continente a partir de sus costas, asegurar
la libre navegación por los grandes ríos de la vertiente atlántica, el Congo y el Níger, y garantizar así el libre
comercio en sus orillas.
Pero el texto encierra un entramado y una intencionalidad más profunda. La Conferencia de Berlín no es sino el
punto álgido de un proceso, el imperialismo y la expansión colonial, que no responde a una única causa, sino a
muchas, de índole tanto política como económica. Los motivos económicos son importantes, pues tras la crisis de
superproducción de 1873 –a lo que se hace alusión en el texto cuando se refiere al “desarrollo del comercio”– y el
cierre de los mercados europeos, pues los distintos países, excepto Gran Bretaña, aplicaron medidas
Johana Acosta
proteccionistas, llevaron a las oligarquías a presionar a los gobiernos para abrir nuevos mercados en los que
vender sus productos y solucionar el consecuente problema de desempleo de los obreros.
También se hace referencia en el Acta al “desarrollo… de la civilización” y al aumento del “bienestar moral” en
el continente africano, propio del pensamiento racista europeo y, sobre todo, germano, que se basaba en la
superioridad técnica y cultural de la raza blanca, lo que la legitimaba para dominar a los pueblos de color. Esto va
en consonancia con la idea de la supremacía de la civilización occidental propugnada por R. Kipling, que justifica
el imperialismo y propició el gran movimiento de evangelización que llevaron a cabo posteriormente misioneros
católicos y protestantes.
Pero, el factor fundamental fue el político, pues los dirigentes de las principales potencias europeas veían la
expansión colonial como un modo de mantener e incluso aumentar la hegemonía y prestigio de sus países; así,
por ejemplo, Francia, que comienza a conformar su imperio colonial durante el II Imperio, intenta recuperar su
prestigio en la escena internacional tras su derrota de 1870 ante Prusia.
Antes de 1880, salvo las costas y desembocaduras de los ríos, África era prácticamente desconocida. Pero
pronto empezaron los conflictos entre las potencias por el control de distintas zonas del continente, como la ruta
de la India a través del Canal de Suez por
parte de Gran Bretaña y el dominio del
Magreb, ansiado por Francia. Asimismo, el
Imperio Alemán y su incipiente desarrollo
económico necesitaba nuevos mercados
y, por lo tanto, buscaba también hacerse
con un imperio colonial. De ahí que
Bismarck, convertido en árbitro de la
política europea, ”invite” –como
textualmente se dice en el Acta– a los
monarcas y dirigentes europeos a una
conferencia en Berlín para intentar
solucionar todos estos conflictos, evitar el
enfrentamiento directo entre las
principales potencias, e intentar transferir
su política de equilibrio europeo (sistema
bismarckiano) a las colonias. El principal
conflicto había surgido por el dominio del
río Congo y su entorno, por lo que, para
soslayar los intereses de las potencias
implicadas (Gran Bretaña, Francia y
Alemania), este territorio se dio en
concesión personal al rey de Bélgica,
Leopoldo II, con lo que se creaba así una
especie de “estado-tapón” entre ellas, si
bien se internacionalizaba la navegación y el comercio por el río, al igual que por el Níger (puntos 1º, 4.º y 5.º).
Pero el más importante de los acuerdos logrados en la Conferencia de Berlín fue el que establecía que la
ocupación de la costa por una potencia no significaba que tuviera derecho ni exclusividad para dominar el interior,
como hasta entonces había sido la norma (punto 6.º).
En suma, la Conferencia de Berlín supuso el pistoletazo de salida para la consolidación y expansión de los
grandes imperios coloniales de Gran Bretaña y Francia, sobre todo, y el nacimiento de potencias coloniales de
Alemania, España e Italia, aunque estas dos en menor escala; Portugal, ya con una antigua tradición colonial
extendió hacia el interior sus dominios costeros. Gran Bretaña pretendía ocupar una franja N-S desde El Cairo a
El Cabo, desde Egipto a Sudáfrica, Francia dominar el Magreb y conectar los océanos Índico y Atlántico en un eje
E-O, y Portugal unir sus territorios de Angola y Mozambique extendiéndose por el interior de ambas colonias. El
hecho es que las potencias coloniales se apresuraron tras la Conferencia de Berlín en ocupar el interior de África,
con lo que ésta ya se hallaba totalmente repartida en 1890. No obstante, los intereses de las potencias no
tardaron en chocar, si bien se impusieron los británicos en los distintos conflictos: incidente de Fachoda (Sudán)
con los franceses (1898), ultimátum a Portugal para desistir de sus proyectos (1890) y segunda guerra con los
bóers sudafricanos, azuzados por los alemanes (1899-1902).
Así, a principios del siglo XX hallamos ya conformado el mapa colonial africano, que sólo se verá modificado
tras perder Alemania sus colonias tras la Primera Guerra Mundial, que pasaron a ser administradas por Gran
Bretaña y Francia, conformándose así definitivamente los dos grandes imperios coloniales hasta el proceso de
descolonización de mediados de esta centuria.
Podemos hablar, pues, de un fracaso de la Conferencia de Berlín en uno de sus principales objetivos: el intento de
llevar el equilibrio de potencias europeo a las colonias y evitar enfrentamientos entre ellas.
Johana Acosta

Potrebbero piacerti anche