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In memoriam
Los Heraldos Negros Hermano estoy en el poyo de la casa.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Donde nos haces una falta sin fondo!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
la resaca de todo lo sufrido nos acariciaba: “Pero, hijos...”
se empozara en el alma… Yo no sé!
Ahora yo me escondo,
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras como antes, todas estas oraciones
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas; Por la sala, el zaguán, los corredores.
o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
Son las caídas hondas de los Cristos del alma, hermano, en aquel juego.
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones Miguel, tú te escondiste
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como Y tu gemelo corazón de esas tardes
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido cae sombra en el alma.
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Oye, hermano, no tardes
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.