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En la segunda mitad del siglo XV los reinos peninsulares experimentaron graves

crisis políticas derivadas de la lucha entre monarquía y nobleza en Castilla,


Portugal, Navarra y Granada y de la concepción del gobierno en la Corona de
Aragón. Estos conflictos acabaron en guerras civiles, especialmente graves en
Cataluña (1462-1472), Castilla (1465-1479), Granada (1478-1492) y Navarra
(1447-1512). Finalmente, el autoritarismo real se impuso de una forma u otra en
todos los reinos, aunque sin modificar sus diferentes estructuras políticas. La
unión personal de los Reyes Católicos permitirá la consolidación de un aparato
estatal monárquico capaz de absorber a los reinos más pequeños -Granada,
Navarra- y de preparar el camino a la futura monarquía hispánica. El gran poder
de Castilla y el declive de la Corona de Aragón explican el carácter marcadamente
castellanizante de la España Moderna.
El turbulento reinado de Enrique IV (1454-1474) culmina el proceso de asalto a las
instituciones monárquicas por parte de la nobleza surgida de la revolución
trastamarista. A ello contribuyó la debilidad de carácter del monarca, deslegitimado
para imponer su autoridad a la nobleza que le había apoyado contra Juan
II y Álvaro de Luna, y sin el apoyo de las ciudades, aristocratizadas e impotentes
ante el poder nobiliario y la consolidación del sistema monárquico de corregidores.
Con todo, la crisis de este reinado fue sobre todo política: Castilla prosiguió un
fortalecimiento económico y monárquico que explica la expansión castellana a
partir del reinado de los Reyes Católicos.
Al principio (1454-1465) el gobierno quedó en manos de Juan Pacheco, marqués
de Villena, cabeza de una nobleza cuyo único objetivo político era el incremento
indiscriminado de poderes y rentas a costa de la debilidad monárquica. Con todo,
los primeros años del reinado fueron esperanzadores debido a la recuperación
económica, la paz exterior inspirada en Álvaro de Luna (alianzas con Francia y
Portugal; neutralización de Navarra; paz con Aragón) y la actitud pacífica de la
nobleza. Siguiendo a Fernando de Antequera y a Álvaro de Luna, Enrique IV
tradujo seguridad exterior y estabilidad interior en una nueva ofensiva contra
Granada. La guerra (1455-1457) fue muy favorable, ya que apuntó al desgaste
económico y político del emirato, modelo seguido después por los Reyes
Católicos. Sin embargo, el coste de las campañas, su carácter anticaballeresco y
una mala coyuntura económica provocaron el descontento de la nobleza
(Mendoza, Alba, Manrique) que se organizó en una liga al mando del arzobispo de
Toledo Alonso Carrillo. La nobleza abortó la guerra (1457) e inició una serie de
maniobras contra el valimiento de Juan Pacheco.
El matrimonio de Enrique IV con Juana de Portugal hizo que la nobleza
postergada buscara el apoyo de Juan I de Navarra (rey de Aragón desde 1458),
cuyos problemas internos -lucha con Carlos de Viana y crisis de Cataluña- se
sumaron a los conflictos castellanos. Contra la nobleza levantisca Enrique IV
encumbró a Beltrán de la Cueva y contra Juan II (1458-1479) apoyó a Carlos de
Viana, los beamonteses navarros y la Diputación catalana, que le ofreció el
Principado al comenzar la guerra civil de Cataluña (1462). La peligrosa alianza
Enrique IV-Diputación fue neutralizada por el doble juego del marqués de Villena
-dispuesto a cambiar de bando para mantener su privanza-, la debilidad del rey y
la pérdida de sus bazas exteriores. Tras la muerte de Carlos de Viana (1461),
Enrique IV se dejó engañar por sus nobles en la cuestión catalana al aceptar el
arbitraje de Luis XI (aliado de Juan II y Villena). El rey acató la decisión del francés
y abandonó a la Diputación (1463). Juan Pacheco y el arzobispo Carrillo
mantuvieron su poder en Castilla.
Beltrán de la Cueva se alzó con la privanza del rey frente a ambos apoyado por
sus parientes los Mendoza, principal apoyo nobiliario de la monarquía. El favorito y
el obispo Pedro González de Mendoza pidieron al débil Enrique IV la guerra contra
los rebeldes, pero el monarca aceptó sus humillantes condiciones: entre otras, el
reconocimiento como heredero de su hermanastro Alfonso y el matrimonio de éste
con su hija Juana. Al rechazar poco después lo pactado, el rey provocó la guerra
en forma de rebelión nobiliaria.
La nobleza alcanzó entonces su apogeo, mientras la anarquía se extendía por el
reino y las ciudades resucitaban las Hermandades. En 1465 la nobleza levantisca
depuso simbólicamente a Enrique IV y entronizó al manejable infante Alfonso, de
sólo once anos, al tiempo que difundía el rumor de que la infanta Juana era hija de
Beltrán de la Cueva. La humillación de la "Farsa de Ávila" aglutinó a los realistas y
a las ciudades en una nueva Hermandad General. Estas fuerzas derrotaron a la
nobleza en la segunda batalla de Olmedo (1467), pero Enrique IV no quiso
explotar su victoria y se enajenó el apoyo de los Mendoza.
En un clima de desorden -revuelta de los "irmandiños" en Galicia (1467)-, la
muerte del infante Alfonso en 1468 transformó el panorama. Los rebeldes
quedaron deslegitimados, por lo que ofrecieron el trono a la infanta Isabel, nueva
candidata de la nobleza aunque no dispuesta a dejarse manejar por los nobles. La
cuestión sucesoria fue solucionada finalmente en el tratado de los Toros de
Guisando (septiembre-1468): la infanta Isabel era considerada la única heredera a
costa de los derechos de la infanta Juana, a la que no se reconocía como
bastarda.
Juan Pacheco había conseguido la herencia para su representante, pero ahora
hacía falta un marido conveniente para sus intereses. Los candidatos eran el
pronobiliario y anciano Alfonso V de Portugal, el duque de Guyena, hermano
de Luis XI, y el infante Fernando, hijo de Juan II de Aragón. Este último necesitaba
a Castilla para liquidar la guerra civil catalana y supo convencer a Isabel gracias a
los rescoldos del antiguo partido aragonés (Manrique, Enríquez). En octubre de
1469 se celebró el matrimonio semiclandestino de Isabel y Fernando, lo que
modificó totalmente el juego de alianzas. Enrique IV y la liga nobiliaria que le
dominaba se desligaron de lo acordado en Guisando y proclamó la legitimidad de
Juana, mientras que los Mendoza pasaron al bando de Isabel, que explotó la
propaganda que deslegitimaba a Juana la Beltraneja. El enfrentamiento sucesorio
se hizo inevitable.
Isabel sintetizó los intereses del antiguo partido de los Infantes de Aragón y las
directrices autoritarias de Álvaro de Luna, proponiendo a la alta nobleza la
sujeción a una autoridad monárquica superior a cambio del mantenimiento de su
preeminencia social y económica y de sus aspiraciones de poder dentro de ese
marco. También las ciudades apoyaron a los infantes confiando en el apoyo de la
monarquía a sus reivindicaciones. Los infantes fueron respaldados por el papa
valenciano Alejandro VI -el papa Borja- y por Aragón. En este contexto de
acumulación de fuerzas murieron Juan Pacheco y Enrique IV (1474), iniciándose
la Guerra de Sucesión entre 1474-1479.
A la muerte de su hermano, Isabel I (1474-1504) se proclamó reina, desatándose
una nueva guerra civil de dimensiones internacionales. Los derechos de Juana
fueron apoyados por la liga nobiliaria acaudillada por Juan Pacheco y el arzobispo
Carrillo con respaldo de Luis XI (enemigo de Juan II), los Lancaster y Alfonso V de
Portugal, casado con Juana (1475) y temeroso del potente bloque castellano-
aragonés. Isabel y Fernando, delimitado su poder en la "Sentencia de Segovia"
(1475), fueron apoyados por parte de la nobleza (Mendoza, Alba...), Aragón,
Borgoña y los York. A los tres años de lucha la guerra quedó decantada a favor de
Isabel I tras la retirada de Luis XI (1478), la derrota de Alfonso V en la batalla de
Toro (marzo-1476) y las graves pérdidas portuguesas en el Atlántico sur. El
contencioso con Portugal fue resuelto en el tratado de Alcaçovas (1479), por el
que Isabel I fue reconocida como reina de Castilla y Juana quedó marginada de
sus derechos -ingresó en un convento en 1480-. La primogénita castellana Isabel
casó con el heredero portugués Alfonso. Además, Castilla retuvo las Canarias y
Portugal se garantizó con éxito el estratégico monopolio comercial al sur del Cabo
Bogador.
La muerte de Juan II de Aragón (1479) convirtió al esposo de Isabel I en Fernando
II de Aragón (1479-1516), lo que reforzó la unidad personal de los reinos y el
autoritarismo regio ejercido hasta entonces.
Respecto al Reino de Aragón Juan II, monarca capaz, experto y autoritario, tuvo
que enfrentarse al envenenado legado catalán de su hermano Alfonso V,
complicado por la disputa con su hijo Carlos de Viana y por los conflictos en
Castilla.
Entre 1458-1462 se desarrollan los preludios del enfrentamiento. Juan II comenzó
perdonando a su hijo, pero en 1460 le apresó de nuevo en Lérida acusado
falsamente de negociar con Castilla. En una Cataluña muy agitada, esta
imprudente decisión permitió a la Diputación aglutinar a los catalanes en torno al
heredero y justificar la rebelión contra el rey "no para destronarlo sino para
imponerle sus puntos de vista, es decir, las ideas de los privilegiados sobre la
organización socio-económica de Cataluña". La Diputación formó un "Consell
representant lo Principat de Catalunya" que exigió al rey la libertad del heredero y
su reconocimiento. El autoritario Juan II se negó y el Consell le declaró la guerra
en conjunción con Castilla y los beamonteses navarros. Ante esta alianza el rey
tuvo que aceptar las condiciones exigidas en la "Capitulación de Vilafranca del
Penedés" (1461), es decir, su alejamiento de Cataluña y la instauración del
gobierno oligárquico del Consell presidido por Carlos de Viana como "llochtinent".
Al morir éste en 1461 fue reemplazado por su hermano Fernando bajo la tutela de
su madre Juana Enríquez. En Barcelona la "Biga" fortaleció sus posiciones entre
1461-1462, lo que se tradujo en la expulsión y persecución de "remensas" y
"buscaires", que buscaron amparo en la reina. Mientras los payeses se levantaban
en armas, la aproximación del rey a "remensas" y "buscaires" provocó la guerra
civil de Cataluña entre 1462-1472.
Los orígenes de la guerra se sitúan en el agravamiento de los antiguos problemas
de los payeses de remensa y en la lucha entre Biga y Busca, manifestaciones de
la pugna entre autoritarismo monárquico y pactismo como formas de gobierno de
Cataluña. El conflicto civil polarizó el Principado: de un lado, el patriciado urbano
-Biga- y la baja nobleza, aspirantes a gobernar con una presencia real mínima
mediante las Cortes y la Generalitat (pactismo); de otro, la alta nobleza, el clero,
buena parte de los payeses de remensa y los menestrales y artesanos urbanos
-Busca-, quienes veían solución a sus reivindicaciones en el poder regio.
La guerra se internacionalizó rápidamente. Contra los rebeldes catalanes Juan II
buscó la ayuda de Luis XI y frente a los beamonteses navarros desheredó a su
hija Blanca y dio el reino a Gastón IV de Foix, marido de su hija menor Leonor,
apoyado por agramonteses y franceses. La Diputación reprimió a remensas y
buscaires y buscó ayudas exteriores contra la presión francesa y la neutralidad o
el apoyo al rey de Valencia, Aragón y Mallorca. Los rebeldes catalanes ofrecieron
el Principado a Enrique IV de Castilla, en condiciones de derrotar a Juan II, a
cambio de respetar los "Usatges" y las Capitulaciones. El rey aceptó el trono y
envió tropas castellanas a Cataluña, pero Juan II neutralizó esta ayuda en
connivencia con el marqués de Villena y Luis XI, que falló en su contra en la
Sentencia de Bayona (1463). La Diputación perdió su aliado y los beamonteses
debieron someterse. A cambio de su colaboración, Juan II cedió a Luis XI los
condados de Rosellón y Cerdaña (1462-1463).
Los rebeldes ofrecieron entonces el Principado al condestable Pedro de Portugal,
quien, aun sin posibilidades de éxito, murió combatiendo en la guerra (1466). Pese
a los victorias realistas y las deserciones en el Consell, los radicales de la
Generalitat eligieron a Renato de Anjou, respaldado por Luis XI, lo que modificó
totalmente las alianzas. Contra su antiguo aliado francés, Juan II se alió con
Borgoña e Inglaterra, prefigurando la política de contrapeso a Francia que
continuarían los Reyes Católicos. En esta coyuntura, el peso de Castilla era
decisivo para el final del conflicto, por lo que Juan II se garantizó su colaboración
ofreciendo el matrimonio de su hijo Fernando tanto a la hija de Juan Pacheco,
verdadero dueño de Castilla, como a la infanta Isabel, heredera del reino tras los
tratados de Guisando (1468). En 1469 las maniobras del catalano-aragonés
fructificaron en el matrimonio de Isabel y Fernando.
Asegurada la alianza castellana, Juan II se afianzó en Navarra. Allí Gastón de Foix
y Leonor, lugartenientes y herederos, estaban enfrentados al monarca con apoyo
francés y beamontés. Al morir el heredero de ambos (1470), Juan II aceptó la
regencia de Leonor, que se prolongó en un contexto de guerra civil hasta la muerte
del rey (1479). Sin apoyo exterior, casi el único que mantenía la lucha (1470), la
revuelta catalana fue sofocada (1472). Por la Capitulación de Pedralbes (1472)
Juan II pacificó Cataluña con una amnistía general y el retorno a la situación de
1462. La guerra civil arruinó el Principado, agravando la crisis económica que
arrastraba desde el siglo XIV: "La guerra de 1462-1472 apartó a Cataluña del
papel activo que pudo haber desempeñado en la España de los Reyes Católicos y
de los Austrias -para pérdida de Cataluña como de España en general, hasta los
tiempos modernos- (J. N. Hillgarth).
Desde 1472 Juan II sostuvo a Fernando e Isabel I en la guerra sucesoria de
Castilla. El monarca dejó abiertos el problema remensa y la ocupación francesa de
Rosellón y Cerdaña, asuntos resueltos por Fernando el Católico en la Sentencia
arbitral de Guadalupe (1486) -tras la segunda guerra remensa (1484-1485)- y en
el Tratado de Barcelona (1493).
En cuanto a Navarra, la regente Leonor murió al tiempo que su padre Juan II y el
reino pasó a su nieto Francisco Febo (1479-1483), apoyado por los agramonteses.
Los beamonteses se situaron entonces tras Fernando el Católico, artífice de un
protectorado militar castellano sobre Navarra para evitar una posible intervención
francesa. Francisco fue sucedido por su hermana Catalina (1483-1512), casada
con el francés Juan de Albret en 1494. Su minoría y la guerra civil permanente
acentuaron la influencia castellana. En el contexto de las Guerras de Italia, los
reyes navarros parecieron inclinarse hacia Francia. Fernando el Católico
aprovechó entonces la acusación de cismáticos que pesaba sobre los franco-
agramonteses para ocupar Navarra con apoyo de los beamonteses (1512). En
1515 Navarra fue anexionada a Castilla "guardando los fueros e costumbres del
dicho regno", que seguirían vigentes hasta el siglo XIX.
En Portugal, tras derrotar al regente Pedro de Coimbra, Alfonso V (1438-1481)
gobernó en solitario siguiendo las directrices nobiliarias marcadas por los infantes
Enrique el Navegante y Alfonso, conde de Barcelos y duque de Braganza. La
política atlántica proburguesa del condestable fue reorientada hacia el Magreb por
la alta nobleza terrateniente que dirigía Alfonso de Braganza -conquistas de
Alcácer Seguer (1458), Arcila y Tánger (1471)-. Entre 1449 y 1460 el Navegante
lideró la expansión conquistadora frente a la mercantil, aunque nobles, burgueses
y Corona prosiguieron la vía marítima al calor de la favorable coyuntura económica
europea, dando a la monarquía portuguesa una peculiar condición empresarial.
Estas operaciones quedaron detenidas cuando Alfonso V intervino en la crisis de
Castilla. El monarca fue candidato a la mano de la infanta Isabel, pero desde 1469
apoyó a la nobleza castellana partidaria de Juana la Beltraneja, con la que casó en
1475. Derrotado en la guerra, acordó con los Reyes Católicos el tratado de
Alcaçovas (1479), donde se fijaron las futuras líneas de expansión portuguesa
ante la creciente presión de la marina andaluza: las islas Canarias quedaron para
Castilla y las Azores, Madeira y la costa surafricana bajo la órbita portuguesa.
La inclinación pronobiliaria de Alfonso V no fue seguida por su hijo Juan II (1481-
1495), monarca enérgico cuyo gobierno ha sido comparado al de los Reyes
Católicos. Con los beneficios de la expansión africana, Juan II impuso su autoridad
sobre la nobleza. La última rebelión nobiliaria, dirigida por los duques de Braganza
y Viseo, fue reprimida duramente en 1484. La monarquía gobernó desde entonces
con el apoyo de la baja nobleza y de las burguesías atlánticas.
El reforzamiento de la autoridad real, el sometimiento de la nobleza y la paz con
Castilla impulsaron de nuevo la expansión atlántica portuguesa, que culminó
durante este reinado: exploración de Angola y el río Zaire (1482-83); Bartolomé
Dias dobla el cabo de Buena Esperanza (1488); se acelera la carrera hacia la
India tras los viajes de Colón (1492); reparto del Atlántico en el tratado de
Tordesillas (1494) con los Reyes Católicos; llegada de Vasco de Gama a la India
(1498); arribada de Pedro Alvares Cabral a Brasil (1500).
Juan II convirtió el comercio atlántico portugués en monopolio de la Corona, que lo
dirigió y estimuló desde la "Casa da Mina" (1482) y la "Casa da India" (1492),
precedentes de la Casa de Contratación de Sevilla (1503). La expansión marítima
portuguesa permitió el acceso a nuevos mercados y recursos exóticos y ricos con
la consiguiente reactivación del comercio europeo, pero también la aparición de
una nueva perspectiva del mundo imprescindible en el camino hacia los
posteriores descubrimientos españoles iniciados en 1492.
El reino de Granada experimentó en esta etapa una efímera recuperación para
caer enseguida en nuevas luchas sucesorias bajo la creciente presión de Castilla.
Tras numerosas luchas internas, Muhammad IX el Zurdo recuperó el trono en
1453. Durante su última etapa de gobierno alternó el poder con Sa'd (1454-1462)
y tuvo afrontar la guerra de desgaste de Enrique IV (1455-1457) y las conquistas
castellanas de Archidona y Gibraltar (1462). Este año Muhammad IX fue
destronado por el breve Yusuf V (1462), sucedido por su hijo Abul-Hasán Alí o
Muley Hacen (1464-85) con ayuda de los Abencerrajes. Muley Hacen se impuso a
sus aliados y a su hermano Muhammad ibn Sa'd (el Zagal) e inició un paréntesis
de paz y prosperidad al calor del apoyo de sus súbditos y de la guerra civil de
Castilla. Sin embargo, el final de la crisis castellana coincidió con la decadencia de
Muley Hacen, preludio del fin.
En las Cortes de Toledo (1480) los Reyes Católicos decidieron reiniciar la guerra
contra Granada siguiendo la vieja pauta de Fernando de Antequera, Álvaro de
Luna y Enrique IV. La empresa, de características tanto medievales como
modernas, tuvo causas religiosas (fue una Cruzada teñida de mesianismo),
políticas (ocupar a la nobleza, aunar a Castilla y Aragón en una empresa común) y
económicas (golpear el comercio genovés, fácilitar la navegación en el
Estrecho...). La conquista de Granada (1480-1492), planteada como una guerra de
desgaste, fue desde el primer momento la empresa prioritaria de los reyes, que
estrangularon económicamente al emirato y se beneficiaron de la constante guerra
civil por el trono entre Muley Hacen (hasta 1485), su hermano El Zagal (hasta
1489) y su hijo Muhammad XII llamado Boabdil (1482-1492).
Las campañas contra Granada comenzaron con la toma de Alhama en respuesta
a la conquista nazarí de Zahara (1482). Hasta 1485 los Reyes Católicos
explotaron la rebelión de Boabdil y los Abencerrajes y ocuparon Álora y Setenil
(1484). A la muerte de Muley Hacen (1485), los cristianos conquistaron la región
occidental del reino (Ronda, Loja, Illora). Se produjo entonces la usurpación de El
Zagal, que fue derrotado por Boabdil con ayuda castellana. En 1487 las tropas
cristianas conquistaron Málaga tras un duro asedio. En los dos años siguientes los
castellano-aragoneses ocuparon la zona oriental del emirato (Vera, Mojácar, Níjar,
Vélez Blanco y Vélez Rubio, Tabernas, Purchena; Guadix, Almería), destacando la
conquista de Baza, la campaña más aura de toda la guerra. El Zagal se retiró
entonces de la guerra (1489) y Boabdil quedó reducido a Granada, la Vega y las
Alpujarras. En situación agónica la población de la capital se negó a rendirse,
mientras los Reyes Católicos construyeron el campamento de Santa Fe como
símbolo de su determinación. Tras llegar a un acuerdo con Boabdil, los cristianos
entraron en Granada el 2 de enero de 1492. La población mudéjar conservó vidas,
religión y posesiones, pero desde 1500 debió optar entre la conversión o el exilio,
convirtiéndose en la minoría morisca presente en la Península hasta el siglo XVII.
Con la conquista de Granada los Reyes Católicos pusieron fin a ocho siglos de
dominio político musulmán en la Península, concluyendo el proceso secular que
se conoce como Reconquista, definidor en gran medida de la evolución política,
económica, social y cultural de los reinos ibéricos durante toda la Edad Media.
La unión personal de las Coronas de Castilla y Aragón fue obra de las hábiles
maniobras de Juan II de Aragón. Aunque tenía un precedente en la unidad
dinástica de ambas coronas en manos de los Trastámara desde el Compromiso de
Caspe (1412), la unidad castellano-aragonesa de los Reyes Católicos fue
consecuencia de la coyuntura política especifica de la Península Ibérica entre
1460 y 1480. Esta unión personal estuvo muy lejos de formar una entidad política
centralizada o una "unidad nacional española, y debe considerarse el comienzo de
una fase de unificación histórica... dirigida desde y por Castilla, el reino más
importante y con mayores recursos humanos y económicos..., cuya suerte
dependerá del juego de fuerzas existentes, de la voluntad de quienes en adelante
integren el nuevo Estado y de la habilidad de sus dirigentes" (J. L. Martín). En la
fortuna de esta marcha hacia la unidad pudieron tener una mayor o menor
influencia factores ideológico-historiográfico-políticos como la idea medieval de
España -común a todos los hispano-cristianos pero asumida políticamente por
Castilla como heredera de la idea imperial leonesa y, más tarde, como potencia
hegemónica peninsular- o "la definición del ámbito español como unidad política
por la dinastía Trastámara" (M. A. Ladero). Pero fue la comunidad de intereses y
enemigos de la monarquía hispánica desde finales del siglo XV lo que permite
decir que "tal unión dio paso en la Historia a la España moderna" (J. Vicens).
Los Reyes Católicos dieron el impulso definitivo a la construcción de la monarquía
moderna en Castilla y Aragón. Tras pacificar sus reinos, impusieron la autoridad
regia a partir de las líneas políticas heredadas de sus antepasados y de los
aparatos estatales de Castilla (en mayor medida), y sobre una estructura socio-
económica apenas modificada. Con ello sentaron las bases del futuro absolutismo
real.
Como forma de consolidar la hegemonía regia y para desviar el potencial bélico
hasta entonces empleado en guerras civiles, los Reyes Católicos abordaron una
amplia política exterior. Después de iniciar una nueva etapa de alianza con
Portugal (1479), la monarquía se volcó en la empresa conquistadora de Granada
(1482-1492), culminación de la Reconquista y laboratorio del que surgirá la
poderosa maquina bélica de la monarquía hispánica. El año 1492 no sólo vio la
definitiva desaparición del Islam andalusí. También entonces los reyes procedieron
a la expulsión de los judíos de Castilla y Aragón (31-marzo-1492), consecuencia
de la política de homogeneización religiosa derivada de un ambiente social
radicalizado y un autoritarismo monárquico que exigía la uniformización político-
religiosa. La precaria situación de la población musulmana de Granada desde
1500 respondió a la misma presión social, religiosa y política. Por último, en 1492
la monarquía hispánica alcanzó una nueva dimensión transoceánica cuando el
viaje de Cristóbal Colón incorporó el continente americano a la historia de España
y de Europa.
Desde el trascendente 1492 la monarquía de los Reyes Católicos, heredera de la
política exterior de Juan II de Aragón, se erigió en el rival europeo de la poderosa
Francia, con quien disputara en Italia la hegemonía en Europa. Consecuencia
imprevista de esta pugna contra Francia será la gran herencia de Carlos V, nieto
de Fernando e Isabel.
La muerte de la reina Católica abrió un agitado periodo conocido como "Época de
las regencia"s (1504-1516). Durante estos años la unidad castellano-aragonesa
pasará de la crisis a la consolidación de la mano de Fernando el Católico y
el cardenal Cisneros, protagonistas de las campanas españolas en el norte de
África (1497-1510). Con la incorporación a Castilla del reino de Navarra (1512), la
monarquía hispánica alcanzó los perfiles propios de la España moderna.

http://www.artehistoria.com/v2/contextos/13042.htm

Crisis del feudalismo[editar]


La crisis del feudalismo es el periodo de decadencia por el cual pasa el feudalismo, y se
caracteriza por el agotamiento de las tierras de cultivo y la falta de alimentos, lo que por
consecuencia produjo hambruna y una gran cantidad de muertos. A ello hay que añadir la
aparición de graves enfermedades infectocontagiosas o epidémicas, como las pestes. Tal es
el caso de la conocida peste negra, que disminuyó notoriamente la población europea.
A partir del siglo XIII, la mejora de las técnicas agrícolas y el consiguiente incremento
del comercio hizo que la burguesía fuera presionando para que se facilitara la apertura
económica de los espacios cerrados de las urbes, se redujeran los tributos de peaje y se
garantizaran formas de comercio seguro y una centralización de la administración de justicia e
igualdad de las normas en amplios territorios que les permitieran desarrollar su trabajo, al
tiempo que garantías de que los que vulnerasen dichas normas serían castigados con igual
dureza en los distintos territorios.
Las ciudades que abrían las puertas al comercio y otorgaban una mayor libertad de
circulación, veían incrementar la riqueza y prosperidad de sus habitantes y las del señor, por
lo que con reticencias pero de manera firme se fue diluyendo el modelo. Las alianzas entre
señores eran más comunes, no ya tanto para la guerra, como para permitir el desarrollo
económico de sus respectivos territorios, y el rey fue el elemento aglutinador de esas alianzas.
El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces
inició su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los señores tuvieron
problemas para obtener las prestaciones que debían recibir. Los vasallos prefirieron realizar
pagos en metálico (scutagium, «tasas por escudo») a cambio de la ayuda militar debida a sus
señores; a su vez éstos tendieron a preferir el dinero, que les permitía contratar tropas
profesionales que en muchas ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más disciplinadas
que los vasallos. Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de
nuevas armas, como el arco y la pica, hicieron que la caballería no fuera ya un factor decisivo
para la guerra. La decadencia del feudalismo se aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la
guerra de los Cien Años, las caballerías francesa e inglesa combatieron duramente, pero las
batallas se ganaron en gran medida por los soldados profesionales y en especial por los
arqueros de a pie. Los soldados profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían
prestado juramento de homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y
que normalmente tenían una duración de meses o años. Este «feudalismo bastardo» estaba a
un paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia de los condotieros
renacentistas.
El Estado Moderno surgió entre los siglos XV y XVI, cuando los reyes aprovecharon la crisis
del feudalismo para retomar su poder, y su proceso de surgimiento se aceleró en
el Renacimiento, con profundas transformaciones en los mecanismos del gobierno y en el
ejercicio del poder. Este proceso estuvo respaldado por la burguesía, clase social que se fue
fortaleciendo con este tipo de Estado. El Estado moderno poseía identidad, estaba
organizado, estructurado y era formal; era reconocido políticamente por esto y el poder estaba
centralizado. Su formación tuvo varias consecuencias a nivel político, económico y social.

Origen del Estado Moderno[editar]


A partir de los siglos XIV y XV, los reyes europeos iniciaron el proceso de formación del
Estado moderno, al comenzar a concentrar y centralizar el dominio sobre sus tierras.
Aprovechando la crisis que enfrentaban los señoríos tras las guerras, hicieron pactos con los
señores feudales para recibir sus tierras a cambio de algún privilegio, o si no debieron
reconquistarlas a través de guerras sangrientas. Los reyes fueron "ayudados" en este proceso
por los burgueses que deseaban desprenderse de los señores feudales, ya que se veían
perjudicados por la condición de vasallos de éstos y la economía feudal. Para asegurar la
gobernabilidad, el respeto de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones el Estado
cuenta con diversos organismos, conformados por funcionarios, que crean las leyes.
Sin embargo, hay posturas que consideran que el surgimiento del Estado moderno no significó
una ruptura total con las estructuras políticas medievales puesto que la aristocracia feudal
conservó su poder político sobre las masas rurales, de tal manera que “El absolutismo fue
esencialmente eso: un aparato reorganizado y potenciado de dominación feudal (…) fue el
nuevo caparazón político de una nobleza amenazada”.1 No obstante es claro que con el
Estado moderno surgieron estructuras gubernamentales nuevas.
Hacia finales del siglo XV la autoridad monárquica y la unidad política lograron estabilizarse a
niveles nacionales,2 dando lugar a las primeras monarquías con elementos constitutivos
modernos, como fue el caso de los reinados de Luis XI en Francia, los Reyes Católicos en
España y Enrique VII en Inglaterra.

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