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ÍNDICE Págs.

IMPACTO DE LA AGRICULTURA INDUSTRIAL 2

AGROECOLOGÍA: BASES TEÓRICAS PARA UNA HISTORIA 11


AGRARIA ALTERNATIVA

AGROECOLOGÍA: DESAFÍOS DE UNA CIENCIA AMBIENTAL EN 20


CONSTRUCCIÓN

ESCALONANDO LA PROPUESTA AGROECOLOGICA PARA LA 27


SOBERANIA ALIMENTARIA EN AMERICA LATINA

UNA APLICACIÓN DE LA NOCIÓN DE SISTEMA: EN LA 33


EXPLOTACIÓN AGRICOLA

¿QUÉ ES UNA AGRICULTURA SUSTENTABLE? 43

EL DESARROLLO Y USO DE INDICADORES PARA EVALUAR LA 53


SUSTENTABILIDAD DE LOS AGROECOSISTEMAS

BIODIVERSIDAD Y MANEJO DE PLAGAS EN AGROECOSISTEMAS 68

CONVERSIÓN AGROECOLÓGICA DE SISTEMAS CONVENCIONALES 76


DE PRODUCCIÓN: TEORÍA, ESTRATEGIAS Y EVALUACIÓN

CONCEPTOS, PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS PARA EL DISEÑO DE 82


SISTEMAS SUSTENTABLES DE PRODUCCIÓN

LOS DIAGNÓSTICOS: UNA VÍA PARA LOGRAR EL CAMBIO HACIA 91


EL DESARROLLO RURAL SUSTENTABLE

GUIA PARA EL DIAGNÓSTICOAGOECOLÓGICO 97

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 101

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IMPACTO DE LA AGRICULTURA INDUSTRIAL

S. Gliessman

Durante la segunda mitad del siglo XX, la agricultura ha sido muy exitosa en la
previsión de alimentos a la creciente población humana.
En los cultivos básicos como trigo y arroz se han incrementado significativamente
los rendimientos, los precios se han reducido, la producción de alimentos
generalmente ha excedido el crecimiento de la población, y la hambruna crónica ha
disminuido. Este auge en la producción de alimento se debe principalmente, a los
avances científicos, e innovaciones tecnológicas que incluyen el desarrollo de
nuevas variedades de plantas, usos de fertilizantes y plaguicidas y el crecimiento de
la infraestructura de riego.
A pesar de su éxito, nuestros sistemas de producción de alimentos se encuentran
en el proceso de erosionar las bases fundamentales que lo sostienen.
Paradójicamente, las innovaciones tecnológicas, las prácticas y las políticas que
explican el incremento en la productividad, también están erosionando las bases de
esa productividad.
Por un lado han abusado y degradado los recursos naturales de los que depende la
agricultura: suelo, agua, y diversidad genética. Por otro lado han creado una
dependencia en el uso de recursos no renovables como el petróleo y también están
fomentando un sistema que elimina la responsabilidad de los agricultores y
trabajadores del campo del proceso de producir alimentos. En pocas palabras, la
agricultura moderna es insostenible, a largo plazo no tiene el potencial para
producir suficiente alimento como demanda la población debido precisamente, a
que esta erosionando las condiciones que la hacen posible.
Prácticas de agricultura convencional
La agricultura convencional se basa en dos objetivos: la maximización de la
producción y de las ganancias. Para alcanzar estos objetivos se han desarrollado
prácticas que no consideran las poco entendidas consecuencias a largo plazo ni la
dinámica ecológica de los agroecosistemas. Las seis prácticas básicas que
constituyen la columna vertebral de la agricultura moderna son: labranza intensiva,
monocultivo, irrigación, aplicación de fertilizantes inorgánicos, control químico de
plagas y manipulación genética de los cultivos. Cada una de ellas es usada por su
contribución individual a la productividad, pero como un conjunto de prácticas
forman un sistema en el cual cada una depende de la otra reforzando la necesidad
de usar todas las prácticas.
Las prácticas antes mencionadas también forman parte de una estructura que tiene
su propia lógica. La producción de alimentos se lleva a cabo como un proceso
industrial en el que las plantas asumen el papel de minifábricas, su producto se
maximiza por el uso de insumos, la eficiencia de la productividad se incrementa
mediante la manipulación de sus genes y el suelo se convierte simplemente en el
medio en el cual las raíces crecen.
Labranza intensiva
La agricultura convencional se ha basado desde hace mucho tiempo en la práctica
de arar el suelo en forma total, profunda y regular. El propósito de este arado
intenso es romper la estructura del suelo para permitir mejor drenaje, un
crecimiento más rápido de las raíces, aireación y mayor facilidad para sembrar. El

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arado se usa también para controlar arvenses y para incorporar al suelo residuos
de cultivo. Con la práctica típica, es decir cuando la labranza intensiva se combina
con rotaciones cortas, el suelo es arado varias veces durante el año y en muchos
casos esto deja al suelo sin cobertura vegetal por largos periodos. Para esto,
frecuentemente se usa maquinaria pesada que realiza regularmente pasadas.
Irónicamente, la labranza intensiva tiende a degradar la calidad del suelo
indiferentes formas. La materia orgánica se reduce debido a la ausencia de
cobertura vegetal y el suelo se compacta por el paso frecuente de maquinaria
pesada. La falta de materia orgánica reduce la fertilidad del suelo y degrada su
estructura, incrementando su compactación. La labranza intensiva también
incremente significativamente la erosión del suelo debido al viento o al agua.
Monocultivo
Durante las últimas décadas, los agricultores han adoptado cada vez más el
monocultivo (siembra de un solo cultivo) a menudo a gran escala. Ciertamente el
monocultivo permite un uso más eficiente de la maquinaria para preparar el suelo,
sembrar controlar arvenses y cosechar, también puede crear una economía de
escala con respecto a la compra de semillas fertilizantes y plaguicidas. El
monocultivo es el tipo de producción natural de la agricultura con enfoque industrial,
donde el trabajo manual se minimiza y se maximiza el uso de insumos con fuerte
base tecnológica para incrementar la eficiencia y la productividad.
En muchas partes del mundo el monocultivo de productos para exportación ha
reemplazado a los sistemas tradicionales de policultivos de la agricultura de
subsistencia. Las técnicas de monocultivo se combinan muy bien con otras
prácticas de la agricultura moderna: el monocultivo tiende a favorecer la labranza
intensiva, el control químico de plagas, la aplicación de fertilizantes inorgánicos, el
riego y las variedades especializadas de cultivos. La relación del monocultivo con
los plaguicidas sintéticos es particularmente fuerte, las grandes áreas de cultivo de
una sola especie son más susceptibles al ataque devastador de plagas y por tanto
requieren la protección mediante plaguicidas.
Aplicación de fertilizantes sintéticos
Los incrementos espectaculares en el rendimiento de los cultivos que se han
observado en los últimos años se explican por el uso, amplio e intensivo de
fertilizantes químicos y sintéticos. En los Estados Unidos, la cantidad de fertilizante
aplicado a los cultivos cada año se incrementó rápidamente después de la
Segunda Guerra Mundial, pasando de 9 millones de toneladas en 1940 a más de
47 millones de toneladas en 1980. A nivel mundial, el uso de fertilizantes se
incrementó 10 veces entre 1950 y 1992.
Los fertilizantes se producen en cantidades enormes a un costo relativamente bajo,
usando petróleo y depósitos minerales, pueden ser aplicados en forma fácil y
uniforme, satisfaciendo los requerimientos nutricionales esenciales de las plantas.
Debido a que estos productos satisfacen los requerimientos de las plantas a corto
plazo e ignorarlos procesos que lo mantienen.
Los componentes minerales de los fertilizantes sintéticos son fácilmente lixiviados,
en sistemas con riego, la lixiviación puede ser particularmente seria.
Una gran cantidad de fertilizante aplicado termina en ríos lagos y otros acuíferos,
donde pueden causar eutrofización, los fertilizantes también pueden lixiviarse hacia
los mantos acuíferos de donde se extrae agua potable, con la consecuente
amenaza para la salud humana. Adicionalmente, el precio de los fertilizantes es

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variable, los agricultores no tienen control sobre su costo ya que depende de las
variaciones del precio del petróleo.
Irrigación
El agua es un factor limitante para producción de alimentos en muchas partes del
mundo. El riegote cultivos con agua del subsuelo, reservas y ríos con cauces
modificados, ha sido importante para incrementar la producción y la cantidad de
tierra destinada a la agricultura. Se estima que solamente el 16 % de la superficie
agrícola mundial posee riego, sin embargo, produce 40% de los alimentos
(Serageldin, 1995). Desafortunadamente, la agricultura con riego consume tal
cantidad de agua que en aquellas áreas donde existe irrigación se anotado un
efecto negativo significativo en la hidrológica regional. Uno de los problemas es que
el agua del subsuelo se usa a una mayor velocidad que el de su recarga pluvial.
Este consumo excesivo puede ocasionar problemas geológicos y en áreas
cercanas al mar puede inducir la intrusión salina. Por tanto, usar agua del subsuelo
significa tomar el agua de las futuras generaciones.
En lugares donde el agua de riego proviene de ríos, la agricultura compite con las
necesidades de las áreas urbanas y con las de otras especies que dependen de
ella para su existencia. En sitios donde se han construido represas para almacenar
agua, usualmente se causan efectos ecológicos dramáticos en las zonas de rió
abajo, el riego también tiene otro tipo de impacto: increméntala posibilidad de
lixiviación de minerales provenientes de los fertilizantes usados, llevándolos desde
los campos de cultivo hasta los arroyos y ríos, también puede incrementar
significativamente el grado de erosión del suelo.
Control químico de plagas y arvenses
Después de la Segunda Guerra Mundial, los plaguicidas sintéticos fueron la
novedad científica, ampliamente usados en la guerra del ser humano contra las
plagas y enfermedades que lo afectaban. Estos agentes químicos tenían como
atractivo ofrecer a los agricultores una solución definitiva contra las plagas que
afectaban sus cultivos y, por ende, a sus ganancias. Sin embargo, esta promesa ha
demostrado ser falsa. Los plaguicidas pueden bajar dramáticamente las
poblaciones de plagas a corto plazo, pero debido a que también eliminan a sus
enemigos naturales, las plagas rápidamente incrementan sus poblaciones a niveles
inclusos mayores a los que tenia antes de aplicar estos químicos. Así, el agricultor
se ve forzado a usar más y más productos químicos. Esta dependencia a los
plaguicidas puede considerarse como una “adicción”. Al ser expuestas
continuamente a plaguicidas las poblaciones de plagas quedan sujetas a una
selección natural intensiva que resulta en resistencia a los plaguicidas. Cuando la
resistencia se incrementa los agricultores se ven obligados a usar cantidades
mayores de plaguicidas u otros químicos que eventualmente promoverán mayor
resistencia por parte de las plagas.
A pesar que el problema de dependencia a plaguicidas es ampliamente reconocido,
muchos agricultores <especialmente en países en desarrollo> no usan otras
opciones. La venta de plaguicidas ha ido en constante aumento, en1994 se informo
un record de 25 mil millones de dólares. Irónicamente, las pérdidas de cosechas
causadas por plagas se han mantenido constante a pesar de los incrementos en el
uso de plaguicidas (Pimentel et al. 1991).

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Además de los altos costos por el uso de plaguicidas (incluyendo insecticidas,
fungicidas y herbicidas), también hay que tomar en cuenta los efectos negativos
que ocasionan al ambiente y a la salud humana.
Al aplicarse a los campos de cultivo, los plaguicidas pueden ser lavados o lixiviados
hacia corrientes de agua superficiales o subterráneos donde se incorporan a la
cadena alimenticia, afectando poblaciones de animales en cada nivel trófico y
persistiendo hasta por decenios.
Manipulación del genoma vegetal
Por milenios, la humanidad ha escogido cultivos por sus características especiales
así como la manipulación de especies vegetales fue una de las bases de la
agricultura. Así dio inicio la agricultura. Sin embargo, en décadas recientes los
avances tecnológicos han producido una revolución en la forma en que se pueden
manipular los genes de las plantas. Primero se desarrollaron técnicas de
cruzamiento que dieron origen a semillas híbridas, las cuales combinan
características deseadas de dos o más variedades de la misma especie. Las
variedades híbridas son más productivas que sus variedades similares no híbridas,
siendo así uno de los factores principales que explican el incremento de la
producción de alimentos durante la llamada “revolución verde”. Sin embargo, las
variedades híbridas a menudo requieren condiciones óptimas para alcanzar todo su
potencial, esto implica la aplicación intensiva de fertilizantes inorgánicos y de
plaguicidas ya que no cuentan con la resistencia natural de sus antecesores.
Adicionalmente, las plantas híbridas no pueden producir semillas con el mismo
genoma que sus progenitores lo cual hace a los agricultores dependientes de los
productores comerciales de semillas.
Los recientes descubrimientos en ingeniería genética han permitido la creación de
variedades con información genética proveniente de diferentes organismos,
modificando sustancialmente el genoma original. Las variedades así formadas
todavía no son usadas ampliamente en agricultura, pero no hay duda que lo serán
si los criterios decisión solamente el rendimiento y las ganancias.
¿Por qué la agricultura convencional no es sostenible?
Todas las prácticas de manejo usadas en la agricultura convencional tienden a
favorecer la alta productividad a corto plazo, comprometiendo así la productividad
de los cultivos en el futuro. Inconsecuencia, cada vez es mas evidente que las
condiciones necesarias para sostener la productividad se están erosionando. Por
ejemplo, en el decenio pasado todos los países que adoptaron las prácticas de la
“revolución verde” han experimentado una reducción en el crecimiento anual de su
sector agrícola. Por otra parte, en muchas áreas donde en los años 60 se
institucionalizo el uso de prácticas modernas (p.e. semillas mejoradas, el
monocultivo y la aplicación de fertilizantes) para la producción de granos, se ha
notado que los rendimientos no se han incrementado a que incluso han disminuido
después de aumentos espectaculares en la producción. A nivel mundial, el
rendimiento de la mayoría de los cultivos se ha mantenido, las reservas de granos
por persona ha decrecido desde los años 80 (BROS, 1997).
Los datos indican que después de una tendencia de incremento por muchos años,
la producción agrícola per cápita se estancó en los años 90. Esta situación es el
resultado de la reducción de la producción anual combinada con un crecimiento
logarítmico de la población.

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Son muchas las formas en que la agricultura convencional perjudica la
productividad futura. Los recursos agrícolas como el suelo, el agua y la diversidad
genética han sido usados excesivamente y degradados, los procesos ecológicos
globales sobre los que depende la agricultura han sido alterados y las condiciones
sociales que permiten la conservación de los recursos han sido debilitadas y en
algunos casos, desmanteladas.
Degradación del suelo
De acuerdo con un estudio de las Naciones Unidas en 1991 el 38 % del suelo
cultivado a partir de la Segunda Guerra Mundial había sido dañado debido a
prácticas agrícolas (Oldeman et al. 1991). La degradación del suelo involucra la
salinización, la extracción excesiva de agua, la compactación, la contaminación por
plaguicidas, reducción en la calidad de la estructura del suelo, pérdida de la
fertilidad y erosión. Aunque todas estas formas de degradación del suelo son
problemas severos, la erosión es el problema mas extendido. En África, Sur y Norte
América por ejemplo, la pérdida de suelo debido a erosión eólica o hídrica es de 5-
10 t/ha/ano, mientras que en Asia esto llega a 30t/ha/ano. Si comparamos estos
valores con la formación de suelo de 1 t/ha/año, es obvio que en un corto tiempo se
ha perdido un recurso que se llevo siglos en formarse.
La relación causa-efecto entre la agricultura convencional y la erosión del suelo, es
directa. La labranza intensiva combinada con el monocultivo y las rotaciones de
cultivos cotas, hace que el suelo este expuesto al efecto erosivo del viento y la
lluvia. El suelo que se pierde de esta manera es rico en materia orgánica, el
componente de mayor valor.
De manera similar, la irrigación es una causa directa de erosión hídrica en suelos
agrícolas. La combinación de erosión con otras formas de degradación del suelo
explica el aumento en la perdida de fertilidad de los suelos agrícolas del mundo.
Algunas áreas definitivamente son abandonadas debido a la erosión severa o la
salinización. Los suelos que aun son productivos lo deben a la adición de
fertilizantes sintéticos. La fertilización puede sustituir temporalmente los nutrimentos
perdidos, pero no puede reconstruir la fertilidad ni restaurar la salud del suelo, por
otro lado, su uso tiene varias consecuencias negativas, como se discutió
anteriormente.
Debido a que el factor suelo es un recurso finito y debido a que los procesos
naturales para restaurar o renovar el suelo no ocurren a la misma velocidad en que
es degradado, la agricultura no puede ser sostenible sino hasta que se de marcha
atrás a los procesos de degradación del suelo. Las prácticas agrícolas actuales
deben cambiar significativamente si es que realmente se busca la conservación del
suelo para las futuras generaciones.
Uso excesivo y pérdida de agua
La cantidad de agua dulce utilizable es limitada y se esta convirtiendo en un recurso
bastante escaso debido a ala demanda y competencia entre la industria, las
crecientes ciudades y agricultura. Algunos países tienen muy poca agua para
favorecer el crecimiento de su agricultura o industria. En muchos lugares la
demanda de agua se satisface extrayendo de acuíferos subterráneos cantidades
mayores que el de su reemplazo por lluvia, en otros lugares los ríos están siendo
drenados causando un efecto negativo en los ecosistemas acuáticos, ríos y la vida
silvestre dependiente de ellos.

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La agricultura utiliza aproximadamente dos terceras partes del agua disponible a
nivel mundial, por tanto es una de las principales causas de la escasez del líquido
vital. La agricultura utiliza mucha agua en parte porque el uso es ineficiente. Los
cultivos aprovechan menos de la mitad del agua usada (Van Tuijl, 1993), la mayor
parte se evapora o drena fuera del campote cultivo. Algunas de estas pérdidas son
inevitables pero el gasto de este líquido seria menor si las prácticas agrícolas se
orientaran más a la conservación del agua que a la maximización de la agricultura.
Por ejemplo, se pueden usar técnicas de irrigación por goteo y en los casos que los
cultivos como el arroz que demandan enormes cantidades de agua, podrían
ubicarse en lugares donde la precipitación pluvial es abundante.
Al tener un impacto fuerte en la reserva de agua dulce, la agricultura convencional
tiene un impacto en los patrones hídricos globales por la extracción de grandes
cantidades de agua subterránea, la agricultura ha causado una transferencia
masiva de los continentes a los océanos. Un estudio publicado en 1994 indica un
volumen de intrusión anual de 190 mil millones de metros cúbicos de agua y ha
elevado el nivel del mar en 1.1 cm (Sahagian et al. 1994). A nivel regional, donde la
irrigación es practicada a gran escala, la agricultura tiene impacto en la hidrológica
y microclima. Esto se debe a que el agua se transfiere de su lugar original a
campos de cultivo y al suelo de estos provocando niveles mayores de evaporación
y cambios en la humedad ambiental que pueden afectar los patrones de
precipitación pluvial. Estos cambios tienen un impacto significativo en el ecosistema
natural y en la vida silvestre. Si la agricultura convencional continúa usando el agua
de la misma forma ineficiente, serán comunes las crisis de diferentes formas:
cambios en el ambiente, habitantes marginados por falta de agua, limitaciones de
irrigación de cultivos y sobre todo, afectando a las futuras generaciones.
Contaminación del ambiente
La mayor contaminación de la agua se debe a prácticas agrícolas por el uso de
fertilizantes, plaguicidas, sales y otros agroquímicos.
Los plaguicidas -aplicados con regularidad y en grandes cantidades, a menudo
mediante avionetas- fácilmente llegan más allá de los límites del área de cultivo,
afectando a insectos benéficos y la vida silvestre y envenenando a los agricultores.
Los plaguicidas que llegan hasta riachuelos, ríos, lagos y eventualmente el mar,
pueden causar serios problemas a los ecosistemas acuáticos. También pueden
afectar otros ecosistemas en forma indirecta, al convertirse un pez afectado por
plaguicidas en presa de un depredador impactando así al ecosistema. Aun cuando
los plaguicidas persistentes como los organoclorados, como el DDT-conocido por
su capacidad de mantenerse en el ecosistema por muchos decenios- están siendo
usados cada vez menos en muchas partes del mundo, los plaguicidas que lo
sustituyen-menos persistente en el ambiente- son a menudo tóxicos. Los
plaguicidas y otros agroquímicos también penetran hasta los acuíferos
subterráneos, donde contaminan la fuente de agua potable. Esto ha ocurrido en al
menos 26 estados de los Estados Unidos. Un estudio de EPA (Enviromental
Protection Agency) encontró en 1995 que en 28 de 29 ciudades del medio oeste de
Estados Unidos el agua potable contenía herbicidas.
Los fertilizantes lixiviados no tienen una toxicidad directa como los plaguicidas,
pero su efecto ecológico puede ser igualmente perjudicial. En ecosistemas
acuáticos y marinos, los fertilizantes también son los principales contaminantes del
agua potable en muchas regiones. Las sales y sedimentos son también

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contaminantes agrícolas que afectan los cauces de los ríos y riachuelos,
contribuyendo con la destrucción de las zonas de pesca y pueden hacer que los
humedales no sean aptos para la presencia de pájaros.
Es claro entonces, que las prácticas de la agricultura convencional están
degradando el ambiente en forma global, reduciendo la diversidad, perturbando el
balance de los ecosistemas naturales y finalmente arriesgando los recursos
naturales de los cuales dependen la población humana actual y futura.
Dependencia de insumos externos
La agricultura convencional ha logrado altos rendimientos debido al incremento en
el uso de insumos agrícola. Estos insumos incluyen tales como la irrigación,
fertilizantes y plaguicidas, la energía usada para fabricar esos materiales y el
combustible necesario para operarla maquinaria agrícola y bombas de riego y la
tecnología también es una forma de insumo que se manifiesta en semilla híbrida,
nueva maquinaria, nuevos agroquímicos. Todos estos insumos son externos al
sistema agrícola, su uso intensivo tiene impacto en las ganancias del agricultor, en
el uso de recursos no renovables y en el control de la producción agrícola.
El uso prolongado de las prácticas convencionales implica mayor dependencia
hacia insumos externos. En tanto la labranza intensiva y el monocultivo degradan el
suelo, la fertilidad dependerá más y más de los insumos derivados del petróleo
como el fertilizante nitrogenado y otros nutrimentos.
La agricultura no puede ser sostenible mientras dependa de insumos externos. En
primer lugar, los recursos naturales los cuales provienen los insumos, son no
renovables y de cantidades finitas. En segundo lugar, la dependencia insumos
externos hace que el agricultor, las regiones y todo el país sean vulnerables a la
oferta de insumos, a las fluctuaciones de mercado y al incremento de los precios.
Pérdida de diversidad genética
Durante la mayor parte de la historia de la agricultura, los humanos han
incrementado la diversidad genética de los cultivos a nivel mundial. Hemos sido
capaces de ello debido a dos factores, por un lado hemos seleccionado variedades
con características especiales para cada lugar mediante el fitomejoramiento y por
otro lado continuamente hemos intentado domesticar plantas silvestres,
enriqueciendo así nuestro banco de germoplasma. En las últimas décadas, sin
embargo, la diversidad genética de las plantas domésticas se ha reducido. Muchas
variedades se han extinguido y muchas otras están en vías de hacerlo. Al mismo
tiempo, la base genética de la mayoría de los principales cultivos se ha estado
uniformando. Por ejemplo, el 70% del cultivo de maíz a nivel mundial involucra
solamente seis variedades.
La pérdida de la diversidad genética se debe principalmente al énfasis de la
agricultura convencional en la productividad a corto plazo, tanto de rendimiento
como de ganancias. Cuando se desarrollan variedades altamente productivas, se
tiende a adoptarlas y sustituir otras variedades aun cuando estas posean otras
características deseables. La homogeneidad genética de los cultivos es
consecuente con la maximización del rendimiento ya que permite la estandarización
de las prácticas de manejo.
El problema consiste en que al incrementar la uniformidad genética del cultivo, este
se vuelve vulnerable al ataque de plagas y enfermedades que adquieren resistencia
tanto a los plaguicidas como a las defensas de las plantas. También el cultivo se
hace más vulnerable a los cambios climáticos y a otros factores ambientales. El

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problema se vuelve más grave cuando va acompañado de una disminución del
banco genético de cada cultivo, cada vez hay menos fuentes de genes para
incorporar resistencia o adaptación a plagas o a cambios climáticos. La importancia
de contar con una gran reserva genética se ilustra con el siguiente ejemplo. En
1968 una plaga atacó el cultivo de sorgo en los Estados Unidos, causando un daño
estimado de US $ 100 millones. El año siguiente se invirtió US $ 50 millones en
insecticidas para el control de esta plaga. Poco después algunos científicos
descubrieron una variedad de sorgo resistente a esta plaga, nadie la conocía pero
ahí estaba la variedad de sorgo. Esta variedad se utilizó para crear un híbrido que
se uso extensivamente, no hubo necesidad de usar plaguicidas. Tal resistencia a la
plaga por parte de una variedad de sorgo es común en plantas domesticadas que
“esconden” esta característica en su genoma, „esperando‟ ser usado. Sin embargo,
a medida que las variedades se pierden, la invaluable cantidad de genes también
se pierde, reduciendo así el potencial de las futuras generaciones para poder hacer
uso adecuado de ellas.
Pérdida del control sobre la producción agrícola por parte de comunidades
locales
Junto con la agricultura de monocultivo a gran escala se ha producido una
dramática reducción en el número de granjas y de agricultores, especialmente en
los países en desarrollo donde la mecanización y el uso masivo de insumos son la
norma. De 1920 hasta la actualidad el número de granjas o ranchos en los Estados
Unidos se ha reducido de más de 6,5 millones a 2 millones, y el porcentaje de la
población que vive y trabaja en esas granjas ha bajado hasta el 2%.
En países en desarrollo, la población rural que trabaja principalmente en la
agricultura continúa emigrando a las ciudades.
Además de promover el abandono de las zonas rurales, la agricultura a gran
escala, orientada hacia la maximización de la producción y de las ganancias
también pretende controlar la producción de alimentos en las comunidades rurales.
Esta tendencia es preocupante porque el manejo requerido para la producción
sostenible debe incluir el control de la comunidad local sobre sus recursos y el
conocimiento del lugar. La producción de alimentos con base en las exigencias del
mercado global y el uso de tecnología desarrollada externamente, inevitablemente
contradice los principios ecológicos. El manejo basado en la experiencia acumulada
a lo largo de los años es sustituido por insumos externos, ocasionándose que se
requiera cada vez más capital, energía y recursos no renovables.
Los pequeños agricultores tienen muy poca influencia para detener el avance de la
agricultura industrial. Ellos no tienen los recursos para adquirir maquinaria moderna
y poder así competir con la agricultura de gran escala. Además, el sistema requiere
por un lado que los ingresos se compartan con los intermediarios para llevar el
producto al mercado y por otro lado existe una política de precios bajos. Así, a los
pequeños agricultores se les han reducido sus ganancias cada vez más durante
estos años, siendo en1990 de solamente 9% (Smith 1992). Con este escenario de
incertidumbre económica, existen pocos incentivos para que los agricultores
permanezcan y mantengan su granja, una opción es venderla a productores con
mayor capacidad. En los casos en que las granjas están adyacentes a centros de
población con rápido crecimiento, el incentivo es vender la tierra para desarrollo
urbano a un precio alto. Por ejemplo en el Valle Central de California entre 1950 y

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1990, cientos de miles de hectáreas de cultivo se han destinado a desarrollo urbano
(American Farmland Trust 1995).
En países en desarrollo, el crecimiento de la agricultura de gran escala de cultivos
para exportación tiene un efecto más ominoso. A medida en que la población rural -
quienes producían alimentos y suplían con ellos a las ciudades- es expulsada de
sus tierras y emigra a las ciudades, se vuelven dependientes de quienes producen
alimentos. Debido a que la mayoría de los alimentos producidos por estos países se
destinan a la exportación, grandes cantidades de alimentos básicos deben ser
importados para satisfacer la demanda de las crecientes poblaciones urbanas.
Entre 1970 y 1990, la importación de alimentos provenientes de países
desarrollados se han incrementado hasta 500 %, lo cual representa un peligro para
la seguridad alimentaria de los países en desarrollo y los hace mas dependientes
de los países desarrollados.
Inequidad global
A pesar de los incrementos en productividad, todavía persiste la hambruna en el
mundo. También hay enormes diferencias entre la cantidad de calorías consumidas
y la seguridad alimentaria de la población de las naciones desarrolladas con
aquellas en desarrollo.
Los países en desarrollo a menudo producen alimentos para exportar a los países
desarrollados, usando insumos comprados a esos países. Las ganancias son para
un grupo pequeño de propietarios de tierras, mientras mucha gente padece
hambre. Además, aquellos que han sido desplazados de sus tierras por los grandes
productores que buscan más tierra para producir cultivos de exportación no pueden
satisfacer sus necesidades alimenticias.
Además de ocasionar sufrimientos innecesarios, estas relaciones de inequidad
tienden a promover prácticas y políticas agrícolas basadas en motivaciones
económicas de corto plazo y, no en consideraciones ecológicas de largo plazo. Por
ejemplo, en países en desarrollo los agricultores de subsistencia desplazados por
los terratenientes a menudo tienen que cultivar en tierras marginales. El resultado
es más deforestación, erosión severa y serios daños sociales y ecológicos.
Aun cuando la inequidad entre países y entre grupos dentro de cada país siempre
ha existido, la modernización de la agricultura ha acentuado estas inequidades
debido a que los beneficios no son distribuidos adecuadamente. Aquellos con más
tierra y recursos tienen más accesos a las tecnologías modernas. Mientras la
agricultura convencional se base en tecnologías del primer mundo y solamente
unos cuantos tengan acceso a insumos externos, se seguirá perpetuando la
inequidad que a su vez constituye una barrera para alcanzar la sostenibilidad.
Nos estamos quedando sin alternativas
Durante el siglo XX, el incremento en la producción de alimentos se ha dado en dos
maneras: a) por el incremento en la superficie de cultivos y b) por el incremento de
la productividad. Como se ha señalado anteriormente, muchas de las técnicas
usadas para incrementar la productividad afectan negativamente el suelo en el
largo plazo. Los mecanismos convencionales usados para incrementar la
productividad no aseguran la satisfacción de la demanda de alimentos para la
creciente población mundial.
Por otro lado, incrementar la producción aumentando la superficie de cultivo
también es problemático.

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En casi todo el mundo el suelo que es adecuado para uso agrícola ya ha sido
convertido para algún uso humano, del área total disponible la proporción que
podría ser cultivada está disminuyendo rápidamente debido al crecimiento urbano,
degradación del suelo y desertificación. En los próximos años el crecimiento de las
ciudades y la industrialización continuarán absorbiendo más suelo agrícola, a
menudo el mejor.
Desde finales de los años 80s el incremento anual de tierra cultivada que se
observaba desde los años 70 (y desde antes) se detuvo e inicio su reducción en los
años 90.
Tampoco es posible incrementar el área de cultivo mediante la irrigación. En la
mayoría de las zonas secas el agua es escasa y no hay excedente disponible para
expandir la agricultura. Desarrollar nuevas fuentes de suministro de agua ha traído
consecuencias ecológicas severas. En lugares que dependen de reservas
subterráneas para la irrigación, como Arabia Saudita, partes de Estados Unidos,
habrá escasez en un futuro cercano debido a que la extracción para uso no agrícola
es cada vez mayor que la recarga.
Todavía existen pequeñas pero significativas áreas que pueden ser convertidas en
uso agrícola y que actualmente están cubiertas por vegetación natural. Algunas de
estas áreas están siendo convertidas, pero esta manera de aumento de la
producción también tiene límites. Primero, muchas de estas tierras son bosques
húmedos tropicales donde el suelo no puede mantener una producción agrícola
continua. Segundo, estas áreas con vegetación natural están siendo reconocidas
por su valor como hábitat para la diversidad biológica, por su importancia en el
equilibrio del dióxido de carbono en la atmósfera y para el equilibrio climático global.
Debido a estas razones y al esfuerzo de grupos ambientalistas, una gran proporción
de las áreas naturales se mantendrán intactas.
La única opción que nos queda es la de preservar la productividad, a largo plazo,
de la superficie agrícola del mundo junto con cambios necesarios en nuestros
patrones de consumo y uso del suelo, buscando una mayor equidad que beneficie
a todos, desde los agricultores hasta los consumidores.
Para preservar la productividad de la agricultura, se requieren sistemas sostenibles
de producción de alimentos. La sostenibilidad se puede alcanzar mediante prácticas
de cultivo basadas en el conocimiento adecuado de los procesos ecológicos que
suceden tanto en las parcelas de producción como en el contexto de las cuales
ellas son parte. Con estas bases podemos enfocarnos hacia los cambios sociales y
económicos que promueven la sostenibilidad en todos los sectores del sistema
alimentario.

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AGROECOLOGÍA: BASES TEÓRICAS PARA UNA HISTORIA AGRARIA
ALTERNATIVA

M. González de Molina

El actual modelo de agricultura ha sido y es producto de un conjunto de desarrollos


teóricos en el campo de la economía que ha otorgado al sector agrario un papel
relevante en el crecimiento económico. Confiados en el poder transformador del
avance tecnológico, han roto con la visión pesimista de los límites impuestos a la
agricultura por la ley de los rendimientos decrecientes. Este "optimismo tecnológico"
resituó, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, el papel de la agricultura en
el crecimiento económico. Las interpretaciones sobre la Revolución Industrial, que
culminaron con la entronización y universalización de la experiencia británica,
contribuyeron a considerar la "Revolución Agrícola" como un paso previo o
necesario para la industrialización. La afirmación contenida en un famoso artículo
de Lewis (1954) se convirtió en axioma: "No es rentable producir un volumen
creciente de manufacturas, a menos que la producción agrícola crezca
simultáneamente. Esto se debe a que las revoluciones agraria e industrial van
siempre parejas y a que las economías en las que la agricultura se halla estancada
no presentan desarrollo industrial".
De esta manera se llegó a formalizar en seis las funciones esenciales que la
producción agraria debía cumplir para cooperar eficazmente al crecimiento
económico; o mejor dicho, al crecimiento industrial que constituía su máximo
exponente y su sector más dinámico: Suministro creciente de alimentos,
transferencia de mano de obra para la industria, recursos para el desarrollo
industrial, creación de mercados, ingresos por exportaciones y cooperación
internacional. Este modelo, difundido por economistas como Kuznets, Mellor, Lewis,
Shultz o Metcalf, nunca fue cuestionado en su esencia por la escuela marxista,
dando lugar a lo que en otro lugar hemos denominado "Marxismo Agrario" (Sevilla
Guzmán y González de Molina, 1990). En ambas interpretaciones la agricultura
constituía una fuente permanente de acumulación de capital para la industria, a la
que quedaba subordinada. Para llevar a cabo su misión era imprescindible un
crecimiento, cuanto más rápido mejor, de la productividad. La superación de los
condicionamientos físicos e institucionales de la tierra fue entendida en términos de
"Industrialización" de la agricultura, habida cuenta la superioridad de la industria en
el manejo eficiente y racional de los recursos.
De acuerdo con este supuesto se impulsó la transformación de la agricultura
tradicional en un sector económico "moderno", apoyándose en dos concepciones
básicas: que los procesos productivos agrarios podían ser manipulados mediante la
aplicación de conocimientos físico-químicos y que la sustitución progresiva de
trabajo por capital -a semejanza de los procesos industriales- constituía la manera
más adecuada de incrementar la productividad del trabajo; la intensificación
productiva, el aumento de insumos externos, el aumento de la escala de la
explotación, la especialización y la mecanización lo harían posible. En otras
palabras, el crecimiento agrario fue considerado como una función del desarrollo
tecnológico: "La función de producción es una relación tecnológica entre input y
output" (Metcalf, 1974).

12
Un cambio teórico y metodológico imprescindible: la agroecología
Como ha puesto de manifiesto Georgescu-Roegen (1971), la función de producción
elaborada por los economistas clásicos se parecía a una lista de ingredientes que
componían un determinado producto sin tener en cuenta el tiempo de cocción. Es
decir, en esta visión mecánica de la función de producción estaba ausente la
dimensión "tiempo". De ahí que no se contemplase el carácter de stock de muchos
de los recursos utilizados ni la generación, junto con el producto final, de residuos u
otras externalidades. Como dice Naredo (1987): "La noción de producción
establecida por los economistas clásicos y neoclásicos, se asienta sobre un
enfoque mecanicista de los procesos físicos en el que buscó originariamente su
coherencia. Enfoque que toma en consideración la primera ley de la termodinámica,
que vino a completar el principio de conservación y conversión de la materia con
aquel de la energía, pero no la segunda, que llama la atención sobre su inevitable
degradación cualitativa sin la cual podría evitarse el problema de la escasez
objetiva de los recursos".
La consideración consecuentemente entrópica de la función de producción, como
de toda actividad transformadora de la energía y de la materia, debe, pues,
modificar sus términos para dar cabida no sólo a los objetos producidos, sino
también los desechos y los daños ambientales que pueden ir unidos a ellos; no sólo
las materias primas que intervienen y la cantidad de energía invertida sino también
el carácter renovable o no de las mismas y sus existencias para hacer posible la
reproducción sucesiva de dicha función productiva.
En concordancia con el carácter estático de la función de producción clásica, el
mercado resulta incapaz de internalizar los costos derivados del agotamiento de los
recursos, del tratamiento de los residuos y de los daños ambientales generados por
la actividad económica. Al no asignar valor algunos a los recursos naturales ni a las
deseconomías producidas, y otorgándoselo sólo al trabajo humano, resulta lógico
que la adición de aquéllos en forma de capital y materias primas sea considerada
prácticamente como ilimitada y, por tanto, como encarnación del desarrollo
económico.
La implementación tecnológica de dicha función clásica fue posible gracias a un
desarrollo particular de la Agronomía, basada como toda la ciencia del momento en
el enfoque analítico-parcelario de raíz cartesiana. A la ruptura de la visión
globalizadora y organicista de la naturaleza como ente vivo, sucedió la
consideración de la tierra como una máquina y, lógicamente, la separación artificial
del proceso agrícola de sus conexiones con los ecosistemas. Al hombre se le
otorgó la posibilidad de manipular la tierra de acuerdo con los desarrollos físicos y
sobre todo químicos, logrados en laboratorios y trasladados después al campo.
Agrónomos como Boussingault o Liebig (Martínez Alier, 1989) fueron los
precursores de la agricultura química moderna. "La agrobiología permitía manipular
convenientemente las características de las plantas y los animales; la química,
corregir los suelos y alimentar a las plantas en el sentido deseado; las máquinas,
evitar las labores más penosas. Sólo hacía falta obtener las razas y variedades más
productivas y aportarles el medio y la alimentación que requerirían, extremos éstos
observables mediante experimentación específica y fragmentaria" (Naredo, 1990).
Tanto el desarrollo de la ciencia como la propia realidad han demostrado cuán
equivocada resulta esta visión del conocimiento científico, reivindicando un enfoque
ecosistémico cuyo desarrollo está dando lugar a un verdadero "cambio de

13
paradigma". La aplicación de ese cambio a la Agronomía y a la Economía como
saberes prácticos resulta una tarea imprescindible para que la producción de
alimentos y materias primas -misión esencial de la agricultura- sea sostenible. Es
decir, para que dicho proceso, en armonía con la naturaleza, sea perdurable.
El término Agroecología, que nació en los años setenta para analizar fenómenos
ecológicos como la relación entre malezas y las plagas y las plantas cultivadas, se
ha ido ampliando progresivamente para aludir a una concepción particular de la
actividad agraria más ligada al medio ambiente, más sostenible socialmente y, por
lo tanto, más preocupada por el problema de la sostenibilidad ecológica de la
producción. Constituye más un enfoque que afecta y agrupa a varios campos de
conocimiento que una disciplina específica. Reflexiones teóricas y avances
científicos desde disciplinas diferentes han contribuido a conformar el actual
pensamiento agroecológico.
Paralelamente, el movimiento ambientalista influyó en la agroecología, dotándola de
una perspectiva crítica hacia la agronomía convencional. Surgieron así llamadas de
atención sobre el efecto secundario de los insecticidas en el medio ambiente
(Carson, 1964) o sobre el carácter ineficiente de la agricultura desde el punto de
vista del uso de energía (Pimentel y Pimentel, 1979); o sobre los efectos no
deseados de este modelo de agricultura para los países subdesarrollados (Crouch y
De Janvry, 1980; Grahan, 1984; Dewey, 1981), poniendo de manifiesto los
impactos negativos sobre los ecosistemas del Tercer Mundo causados por los
proyectos de desarrollo y transferencia de tecnologías propias de las zonas
templadas.
El contexto teórico y metodológico de la Agroecología surgió, sin embargo, del
propio desarrollo de la teoría ecológica, que le prestó su marco conceptual. De gran
importancia han sido también las investigaciones en el terreno de la geografía y de
la antropología, dedicados a explicar la lógica particular de las prácticas agrícolas
de las culturas tradicionales. El estudio de los medios de subsistencia y su relación
con el aprovechamiento del suelo, así como del impacto sobre éste de los cambios
sociales y económicos, han servido para reforzar la creencia en una interrelación
íntima entre sistemas sociales y ecosistemas agrícolas (Richards, 1939; Conlin,
1956; Richards, 1984; Bremen y de Wit, 1983; Watts, 1983; Denevan y otros, 1984;
Brokenshaw y otros, 1979).
Finalmente, la génesis del pensamiento agroecológico ha tenido bastante que ver
con el estudio del desarrollo rural en el Tercer Mundo. La crítica efectuada a la
"Revolución Verde" permitió esclarecer muchos de los efectos del pensamiento
económico y agrario convencionales desde perspectivas ecológicas, tecnológicas y
sociales al mismo tiempo. Este tipo de enfoque totalizador ha mostrado el camino
en cuanto a la clase de estudios que suele abordar la Agroecología (Scott, 1978 y
1986; Rhoades y Booth, 1982; Chambers, 1983; Gow y Van Sant, 1983; Midgley,
1986).
La Agroecología parte de un supuesto epistemológico que supone una ruptura con
los paradigmas convencionales de la ciencia oficial: frente al enfoque parcelario y
atomista que busca la causalidad lineal de los procesos físicos, la Agroecología se
basa en un enfoque holístico y sistémico, que busca la multicausalidad dinámica y
la interrelación dependiente de los mismos. Concibe el medio ambiente como un
sistema abierto, compuesto de diversos subsistemas interdependientes que
configuran una realidad dinámica de complejas relaciones naturales, ecológicas,

14
sociales, económicas y culturales (Jiménez Herrero, 1989). Un sistema abierto
(Luhman, 1990), más allá por tanto de las teorías sistémicas funcionalistas, donde
el conflicto ocupa un lugar dinamizador en la evolución de las sociedades y de su
medio ambiente. Frente al discurso científico convencional aplicado a la agricultura,
que ha propiciado el aislamiento de la explotación de los demás factores
circundantes, la Agroecología reivindica la necesaria unidad entre las distintas
ciencias naturales entre sí y con las ciencias sociales para comprender la
interconexión entre procesos ecológicos, económicos y sociales; reivindica, en fin,
la vinculación esencial que existen entre el suelo, la planta, el animal y el hombre
(Greenpeace, 1991).
El objetivo de la Agroecología es el estudio de los sistemas agrarios para el logro
de una actividad productiva sostenible. Parte de la base de que la explotación
agraria es en realidad un ecosistema particular, un agroecosistema, donde tienen
lugar procesos ecológicos propios también de otras formaciones vegetales, como
los ciclos de nutrientes, interacción entre predador y presa, competencia,
comensalismo, etc. Sin embargo, y a diferencia de otros, la agricultura constituye un
ecosistema artificial.
En tanto que creaciones humanas, los agroecosistemas suponen una alteración del
equilibrio y de la elasticidad original de aquéllos a través de una combinación de
factores ecológicos y socioeconómicos (Gliessman, 1985; Altieri, 1987). Odum
(1984) han sintetizado en cuatro sus características principales: requieren fuentes
auxiliares de energía para incrementar la productividad de los organismos
específicos; son ecosistemas de diversidad normalmente reducida; dichos
organismos, ya sean plantas o animales, no son producto de una selección natural
sino artificial; y los controles del sistema son en su mayoría externos. Ahora bien, la
producción agraria no es sólo resultado de las presiones ambientales sino también
de las relaciones sociales que determinan el grado y el carácter de la manipulación
o artificialización de los ecosistemas naturales.
Los fundamentos eco-sociales de la producción agraria
La explotación agraria debe describirse como una "unidad medioambiental que
integra los procesos geológicos, físico-químicos y biológicos a través de flujos y
ciclos de materia y energía que se establecen entre organismos vivos y entre ellos y
su aporte ambiental" (Toledo, 1984). No vamos a analizar aquí todas las
implicaciones de este cambio fundamental de enfoque, sólo destacar un rasgo
esencial: la necesaria distinción entre el carácter unidireccional del flujo de energía
y el carácter cíclico del flujo de nutrientes en todo ecosistema agrario. Ello implica
reconocer que su funcionamiento es posible no sólo gracias a la continua
alimentación de energía solar sino también al uso de recursos no renovables cuyas
existencias son limitadas. Sustancias como el fósforo, el azufre, los combustibles
fósiles, etc., son una buena muestra de ello.
De acuerdo con este punto de partida, definiríamos los procesos de trabajo agrícola
como la manipulación de un ecosistema natural para la producción de bienes con
un valor de uso históricamente dado, mediante el consumo de una cantidad
determinada de energía y materiales y el empleo de un saber e instrumentos de
producción adecuados. Todo proceso productivo agrario trae consigo, pues, la
apropiación de un ecosistema, artificializando su estructura y su funcionamiento.
Para hacerlo posible, los individuos establecen relaciones sociales y generan una
"cultura material" específica que asegura su repetición.

15
Hacia una historia agroecológica
Las concepciones clásicas o neoclásicas sobre la función de producción y sobre el
mercado, deben ser cuestionadas y adaptadas al nuevo paradigma ecológico. Ello
nos llevará ineludiblemente al derrumbe de aquellas teorías que identificaban el
desarrollo del Capitalismo o del llamado "Socialismo Real" con el crecimiento
agrario y la "Modernización" (Garrabou, 1990); que identificaban ésta con la
destrucción de los sistemas agrarios tradicionales. No se trata de hacer una historia
del medio ambiente en relación a la agricultura, sino de ecologizar la historia
agraria; de integrar las variables sociales, económicas y medioambientales en el
estudio de las formas históricas en que el hombre ha trabajado la tierra para
alimentarse.
Con ello no queremos pasar de una historia que ha alabado y ensalzado el
progreso a otra que lo rechaza completamente. El discurso agroecológico no es
científico ni está, a priori, en contra del desarrollo económico ni del crecimiento
agrario; no es un discurso que pretende establecer una nueva utopía, de carácter
bucólico, no dotarse de una moral prehistórica o antihistórica. La satisfacción de las
necesidades humanas de alimentos y materias primas y los logros en este campo
siguen siendo el objetivo central de la Historia Agroecológica, pero igualmente
central es el carácter sostenible o no, desde un punto de vista económico, social y
ecológico, de las formas de producir que los han posibilitado.
Junto a los indicadores tradicionales como nivel de producción, rendimiento,
productividad, relación costo/beneficio, etc. deben también considerarse otros
indicadores económicos; contabilidad de la degradación ambiental y contabilidad
energética. El análisis de la viabilidad y el impacto de cada agroecosistema y de la
tecnología a él aplicada debe utilizar, también, otros indicadores ambientales,
sociales y culturales. Ambientales tales como: degradación de suelos (erosión en
toneladas por hectárea y año); nivel de deforestación (hectáreas por año);
porcentaje de materia orgánica por unidad de suelo; eficiencia energética en
términos de razón entre el insumo de energía y el rendimiento energético de los
productos; nivel de constancia en el tiempo del rendimiento; grados de
contaminación del suelo y de las aguas; porcentaje de dependencia en insumos
externos de cada agroecosistema; etc. Indicadores de impacto social tales como
porcentaje de autosuficiencia alimentaria de cada comunidad; su nivel de
autonomía en el manejo de los recursos locales; nivel de solidaridad y trabajo
comunal; distribución de los beneficios; nivel nutricional y de salud de los grupos
domésticos, etc. E indicadores culturales como los de sofisticación del conocimiento
agrícola; capacidad de innovación y experimentación; nivel de conciencia en la
conservación de los recursos naturales; etc.
Este nuevo enfoque que debemos dar a la historia agraria nos lleva inevitablemente
a un replanteamiento crítico de la historia contemporánea del sector agrario y de las
teorías que han intentado explicar las modalidades de penetración del capitalismo
en la agricultura. El desarrollo del Capitalismo trajo consigo cambios de tal
envergadura que provocaron, tras la "Revolución Neolítica", la segunda "Gran
Transformación" de los agroecosistemas (Worster, 1990). La generalización del
mercado como asignador de recursos provocó la conversión de éstos -y de la tierra-
en mercancías (Cronon, 1983), y cambió los motivos de la acción de una parte de
los miembros de las comunidades rurales cada vez más importante; la lógica de la
subsistencia fue sustituida por la lógica del beneficio (Polanyi, 1989).

16
El deseo de obtener el máximo beneficio, optimizando las oportunidades de
mercado, hizo del incremento de la productividad el principal objetivo de la actividad
y de la política agraria. Los avances de posguerra en el terreno de la química
agrícola y de la mecánica posibilitaron la traslación del modelo de producción
industrial al campo, como manera más eficaz de contrarrestar los efectos de la ley
de los rendimientos de la producción y de los beneficios. El monocultivo se convirtió
en la práctica habitual, para el que se comenzaron a seleccionar variedades de alto
rendimiento.
Pero con la generalización de este sistema crecieron también las deseconomías.
Los cultivos se hicieron más vulnerables a las plagas, al cultivarse grandes
extensiones con la misma variedad, los nutrientes tuvieron que emplearse en
cantidades crecientes para proporcionar a las plantas el alimento que antes
obtenían del barbecho o de la alternancia de cultivos; la mecanización de cada vez
más faenas procuró una mayor dependencia del petróleo. Los residuos tóxicos en
los alimentos, la contaminación en las aguas, la salinización por sobreexplotación
de energía fósil y materias primas de los países subdesarrollados; la desaparición
de especies y variedades; etc. comenzaron a crecer a ritmos superiores a los
rendimientos.
La explotación capitalista afecta no sólo al hombre sino también a la Naturaleza.
Ahora bien, el rasgo distintivo del capitalismo es el mecanismo de la reproducción o
acumulación que tiende a ampliar constantemente el capital como base de la
maximización de los beneficios. La progresiva sustitución del trabajo por capital ha
sido también la progresiva explotación de los recursos naturales.
Con la creciente mercantilización del proceso de producción y de reproducción, el
campesino se ve privado en la práctica del control de los medios de producción
convirtiéndose en un mero prestatario de fuerza de trabajo. La diferencia entre el
costo de los inputs y la venta de la cosecha determina la remuneración de su fuerza
de trabajo, independientemente de su valor real (Bernstein, 1981). Hemos de
reconocer que el campesino, así subordinado al capital, no resulta el típico
asalariado; sino que representa una variante en la que el plustrabajo es extraído a
través del mercado; lo que ocurre es que el capital ha externalizado parte de la
reproducción de la fuerza de trabajo, repercutiéndola sobre la propia economía
doméstica campesina. Pues bien, esta vía de penetración del capitalismo implicaría
primero la subordinación de la explotación campesina al mercado para adquirir en
él cada vez mayor parte de los inputs tecnologías necesarias (Van der Ploeg,
1990).
Este proceso de mercantilización sufrió un brusco salto adelante con las reformas
agrarias liberales en Europa y la presión del capital metropolitano en los países del
tercer mundo, que significó la entronización de la propiedad privada y el predominio
del uso agrícola o ganadero del suelo. El sistema tradicional de campos abiertos y
aprovechamiento comunal, basado en el uso integrado agrosilvopastoril, fue
destruido por las leyes de cerramientos, por la apropiación privada de los bienes y
derechos tradicionales y por la consideración de la tierra como una mercancía más.
Los campesinos vieron limitadas sus fuentes tradicionales de aprovisionamiento de
energía endo y exosomática (combustible para el hogar, alimento para los animales
de tiro, caza y recolección, etc.), y los usos comunales (rebusca, espigueo,
pastoreo, derrota de mieses, etc.) y el acceso a la tierra resultó cada vez más difícil.

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Estas nuevas circunstancias llevaron al campesino a redefinir sus estrategias
reproductivas: asegurar el acceso a la tierra y su transmisión intergeneracional,
reorientar las tradicionales prácticas "multiuso" (Toledo, 1990) de los
agroecosistemas hacia la consecución de los bienes y servicios imprescindibles,
ahora a través del mercado.
Los campesinos, que sin tener como objetivo la valorización de un capital,
pretendían maximizar el ingreso posible con el que subvenir sus necesidades
reproductivas, entraron también en la lógica de la producción intensiva en capital y
el alto impacto ecológico. Cuando esto no fue posible, los campesino empujados
por el hambre o el desempleo roturaron laderas de montes e incluso extensiones
significativas de bosque, acentuando la desprotección de los suelos (de Janvry y
García, 1988).
Hemos de reconocer que junto a la tradicional forma de explotación asalariada del
trabajo agrícola, convive aquella forma basada en la explotación del trabajo
campesino. Tres son los mecanismos que la explican: el intercambio de productos
entre el sector industrial y el pequeño agricultor, desfavorable para este último, y las
estrategias de subconsumo y autoexplotación que éste implementa para
mantenerse en el mercado. Debe comprar cantidades crecientes -para hacer frente
a los rendimientos decrecientes de un cultivo especializado y energéticamente
deficitario- de inputs externos con un valor añadido superior al contenido en el
producto cosechado. La caída tendencial del precio de éste y de la renta agraria
neta es resuelta mediante la reducción del consumo de productos de fuera de la
explotación o mediante la intensificación del trabajo familiar cuando no se dispone
de capital suficiente. La remuneración del trabajo campesino resulta, pues, más
baja en muchas ocasiones que el precio de la de mercado de la mano de obra
asalariada.
Por esta razón, el estudio de las culturas campesinas tradicionales y su manejo de
los recursos naturales, cuando la presión capitalista o mercantil es baja, resulta de
sumo interés para la agroecología. Es una tarea que compete a todo historiador. No
se trata sólo de ecologizar la historia agraria, existe una oportunidad donde el
trabajo como investigadores del pasado puede ser de enorme utilidad para el
desarrollo de una actividad agrícola sostenible. Los sistemas de conocimientos de
tales culturas, que comprenden aspectos lingüísticos, botánicos, zoológicos,
artesanales y agrícolas, fueron producto de la interacción de sus individuos y el
medio ambiente y trasmitido por medios orales de una generación a la siguiente.
Varios aspectos de tales sistemas resultan de gran interés: el conocimiento sobre el
medio físico, las taxonomías biológicas, el conocimiento acumulado en la
implementación de prácticas agrícolas y su carácter experimental.
Conforme avance nuestro conocimiento de las culturas campesinas tradicionales va
desapareciendo la idea preconcebida de que sus prácticas agrícolas eran primitivas
e insuficientes. En cambio se afirma la idea del carácter adecuado y muchas veces
sofisticado de las mismas en relación al manejo de los ecosistemas. Además,
muchos de los agroecosistemas tradicionales han mostrado su sostenibilidad en
sus respectivos contextos históricos y medioambientales (Coz y Atkins, 1979),
gracias a que comparten una serie de características estructurales y funcionales
(Norman, 1979): el fomento y aprovechamiento de una alta diversidad de especies;
ciclos cerrados de materiales y residuos mediante prácticas eficaces de reciclaje;
sistemas de defensa biológica contra plagas; dependencia local de fuentes

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energéticas y baja utilización tecnológica, etc. En definitiva, están bien adaptados al
medio y conservan y reproducen la base de recursos naturales de la que dependen.
Ahora bien, la agroecología no es un pensamiento nostálgico ni reivindica la vuelta
a los sistemas tradicionales de cultivo, no reniega en absoluto de muchos de los
logros de la agricultura convencional.

19
AGROECOLOGÍA: DESAFÍOS DE UNA CIENCIA AMBIENTAL EN
CONSTRUCCIÓN

T. León

¿Por qué la Agroecología es una ciencia ambiental?

Las ciencias ambientales se caracterizan porque estudian, de manera conjunta, las


interrelaciones complejas, dinámicas y constantes, que se establecen entre los
ecosistemas y las culturas. A pesar de recibir críticas para su ajuste teórico, esta
dupla ecosistemas – culturas tiende a reemplazar la noción de lo ambiental
entendido como relaciones sociedad –naturaleza, un poco para evitar el llamado
sobrenaturalismo filosófico de las ciencias humanas y también porque evita la
discusión sobre si la sociedad es parte o no de la naturaleza, debate que lleva a
cuestionamientos sobre la libertad de los seres humanos y de su accionar político.
De esta manera, el discurso ambiental se basa en dos ejes interrelacionados: el de
la ecología y el de la cultura. La primera, constituida como ciencia en un proceso
ininterrumpido desde el siglo XVIII, ha forjado prácticamente un imperio teórico de
explicaciones sobre el funcionamiento de los ecosistemas entendidos como tramas
complejas de intercambios de materia y flujos de energía reguladas tanto por la
influencia de leyes termodinámicas, como por leyes ecosistémicas de equilibrio
dinámico espacial y temporal. A partir de los adelantos espectaculares de la
ecología en los últimos decenios, se han podido conocer e interpretar los delicados
equilibrios que constituyen la esencia misma de la vida sobre el planeta.
La segunda, ampliamente debatida como concepto unificador en las ciencias
sociales, explica los procesos adaptativos del hombre a los límites impuestos por
los ecosistemas y estudia las causas y efectos de la intervención de los grupos
humanos sobre los ecosistemas. La cultura, entendida como un sistema
parabiológico de adaptación, reemplaza los conceptos energéticos o materialistas
empleados por los ecólogos para definir el nicho de la humanidad (León, 2007) e
incluye las construcciones teóricas de tipo simbólico, que van desde los mitos hasta
la ciencia, pasando por el derecho, la filosofía, las creencias religiosas o las
expresiones del arte, los diferentes tipos de organización socioeconómica y política
que han construido distintos grupos humanos a lo largo de la historia y las amplias y
diferenciadas plataformas tecnológicas que, inmersas en los símbolos y en las
organizaciones sociales, se constituyen en los sistemas e instrumentos para
transformar el medio ecosistémico.
Las relaciones culturales de la mayor parte de las sociedades occidentales
contemporáneas con la naturaleza, se entienden actualmente en términos de un
modelo dominante de desarrollo, expresado en la idea general de progreso, basada
fundamentalmente en el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) y de la
acumulación de riqueza. A partir de allí el ambientalismo ha generado varias
corrientes que critican estas relaciones y este modelo, porque la idea del desarrollo
es muy reciente en la historia humana y no siempre los pueblos de la tierra tuvieron
la acumulación de capital como su norte preferido.
Mientras que para los griegos la solución a estas relaciones con la naturaleza o los
ecosistemas se encontró en el concepto de armonía, algunas culturas

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americanas precolombinas consideraron lo natural como sagrado y por lo tanto le
asignaron valores vitales a los seres de los bosques, del agua y del suelo. Para
otras culturas, incluso, los habitantes del subsuelo, de las entrañas de la tierra, son
parte del tiempo y del espacio, sin solución de continuidad entre la vida y la muerte.
Como denominador común, puede afirmarse que en casi todas estas culturas
imperaba el deseo de conocer y pertenecer antes que el de dominar. Se trataba
más de una visión de respeto y solidaridad social y de conjunto que la de alcanzar
un estado de desarrollo, básicamente de tipo personal y egoísta.
Un importante corolario de lo expuesto en las líneas anteriores es que la idea del
desarrollo es subsidiaria de la idea ambiental, es decir, que el concepto de
desarrollo, tan apegado a la ortodoxia económica, en el fondo no es más que la
forma actual que ha tomado la relación ecosistema – cultura o si se prefiere,
sociedad – naturaleza (León et al, 2008).
Esta afirmación del autor citado resulta relevante por lo menos a la luz de las
discusiones actuales que colocan las variables ambientales por debajo de la
categoría misma del desarrollo, como si lo ambiental solamente apalancara,
mitigara o subsanara los defectos del desarrollo y su misión fuera únicamente
apoyarlo, guiarlo, sin entrar a discutir sus propios fundamentos. De esta visión
estrecha del enfoque ambiental surgen soluciones remediales y de segunda clase
en la misma vía del desarrollo unidireccional y homogeneizante que se ha
extendido al planeta entero. De esta visión surge también el optimismo tecnológico
que encuadra bien con un punto de vista subsidiario de lo ambiental.
Por el contrario, si se acepta la idea según la cual el desarrollo es una
forma de relación ecosistema – cultura, se podrá entender la necesidad absoluta
de virar ese modelo hacia formas diferentes de relacionamiento con la naturaleza y
ello implica un esfuerzo tremendo de transformación cultural hacia paradigmas
distintos, cuyos esbozos solamente se han comenzado a plantear algunos grupos
humanos aislados, pero que en el fondo implica a toda la humanidad.
Repensar el desarrollo equivale a reformular los objetivos de consumo ilimitado, de
confort excluyente, de apropiación indebida de recursos encadenados al culto del
cuerpo, del automóvil, del lujo extremo y del deseo de poseer que domina a la
actual sociedad, hacia propósitos de solidaridad, bienestar común, respeto y
generosidad, como valores últimos del ser humano que puedan expresarse en
modelos ambientales de justicia social y equidad.
En el plano agrario, la dimensión ambiental exige comprender las
limitaciones y potencialidades del escenario biofísico o ecosistémico en el que
se desarrollan las actividades de producción y, al mismo tiempo, una aproximación
cultural a los grupos humanos, en donde se haga visible la estructura simbólica, la
organización social y la plataforma tecnológica a través de las cuales se realiza la
apropiación de la naturaleza.
Aunque las relaciones primigenias de la humanidad con los ecosistemas
seguramente fue de carácter extractivo, el sistema productivo agrario se
enmarca, desde el lejano período neolítico, como la invención más grande del
ingenio humano y como la mayor vía de intervención antrópica sobre los
ecosistemas. La agricultura es y seguirá siendo, a pesar de los postulados de la
actual bioingeniería transgénica que tiende a minimizar la complejidad de la vida, el
vehículo más importante de relación ser humano – naturaleza o si se prefiere,

21
ecosistema – cultura. Y no hay ninguna otra actividad humana que sea más
ambiental que la agricultura.
En efecto, es desde la agricultura que la humanidad planteó y construyó por
primera vez los instrumentos tecnológicos que disturban el suelo, modifican el curso
de las aguas o generan campos nuevos de cultivo, allí donde antaño no había sino
bosques: arados y canales de irrigación, junto con el desmonte de extensas áreas
boscosas, son las primeras herencias ambientales de la humanidad, vigentes hasta
ahora. El cuidado de las primeras plantaciones exigió renovar la fertilidad de la
tierra y luego la repartición de excedentes impulsó la creación de caminos, de
mecanismos de transporte y de almacenamiento. La emergencia de los templos –
graneros y de las ciudades – fueron los precursores directos de las entidades
actuales de comercialización y regulación de precios y de la emergencia de nuevos
poderes y roles sociales, que se perpetúan desde el primigenio guerrero repartidor
de festines, hasta los magnates corporativos actuales. Los ciclos de buenas y
malas cosechas posibilitaron la emergencia y decadencia de imperios agrarios a lo
largo de la historia de la humanidad, en tanto que las luchas por poseer la tierra y
sus recursos asociados marcaron el devenir de América y de gran parte de Asia y
África y la última revolución verde se coloca en la base del desarrollo del
capitalismo agrario e industrial de las tres o cuatro últimas generaciones de
humanos. La agricultura es indisoluble de la sociedad y el ambientalismo ha
aportado las bases conceptuales necesarias para repensar los modelos de
desarrollo agrario.
La Agroecología emerge justo en el momento en que las sociedades altamente
industrializadas creían haber resuelto los problemas de producción masiva de
alimentos sin comprometer su estabilidad ecosistémica ni la calidad de sus
alimentos y varios años después que las tecnologías y las relaciones sociales y
económicas que acompañan al modelo de Revolución Verde, se hubieran instalado
en países dependientes, especialmente en América Latina, sin haber podido
resolver ni los problemas de producción masiva, ni las inequidades sociales
existentes en el campo ni la degradación acelerada de los recursos naturales,
generados por el modelo Revolución Verde.
A diferencia de otros enfoques de la ciencia agronómica, la Agroecología asume el
rol de estudiar al mismo tiempo las relaciones ecológicas y culturales que se dan en
los procesos agrarios y en esto hace parte del movimiento ambiental que cuestiona,
en últimas, los modelos de desarrollo agrarios y las formas culturales de
apropiación de la naturaleza.
La Agroecología como ciencia
La Agroecología se puede definir como la ciencia que estudia la estructura y función
de los agroecosistemas tanto desde el punto de vista de sus relaciones ecológicas
como culturales. Esta definición, tomada a priori, amerita varias reflexiones:
En primer lugar se entiende que el objeto de estudio de la Agroecología es
el Agroecosistema. Esta idea, que en principio parece ser simple, se enfrenta a
dificultades epistemológicas, cuando se intenta su definición en un marco de
comprensión que supere los límites biofísicos o, si se quiere, ecosistémicos.
En efecto, los agroecosistemas no terminan en los límites del campo de cultivo o de
la finca puesto que ellos influyen en y son influenciados por factores de tipo cultural.
Sin embargo, el límite social, económico o político de un agroecosistema es difuso,
puesto que está mediado por procesos decisionales intangibles que provienen tanto

22
del ámbito del agricultor como de otros actores individuales e institucionales.
Aunque la matriz de vegetación natural circundante y las características de los
demás elementos biofísicos influyen en la dinámica de los agroecosistemas, las
señales de los mercados y las políticas nacionales agropecuarias también
determinan lo que se producirá, cuándo, con qué tecnología, a qué ritmos y para
qué clase de consumidores, abriendo más el espectro de lo que puede entenderse
como borde o límite de los agroecosistemas.
El enfoque agroecológico, que le abre la puerta al análisis cultural de los
agroecosistemas, genera al mismo tiempo un nuevo reto taxonómico, que se
refiere a la manera de nombrarlos y clasificarlos. Muchos pensadores asimilan
indistintamente el agroecosistema a las parcelas de cultivo o a las fincas
individuales o al conjunto de fincas distribuidas en el paisaje. De la mano de la
economía aparecen conceptos como los de sistemas de producción aplicados a
unidades campesinas, agroindustriales o de base capitalista. Los sociólogos utilizan
otras categorías apelando a denominaciones que tienen que ver con pequeños,
grandes o medianos propietarios, arrendatarios o parceleros. Las figuras de fincas
de colonos o de indígenas o afroamericanos también se introducen en estas
clasificaciones. Una ciencia igualmente emergente como la “Ecología del Paisaje”,
tampoco es capaz de catalogar los distintos tipos de agroecosistemas y los
envuelve todos dentro de conceptos globalizantes dirigidos al estudio de matrices
territoriales en los cuales la figura de la estructura ecológica principal subsume y da
cuenta parcialmente de las fincas agroecológicas.
El problema podría ser de escala, pero también es de incomensurabilidad del
término. De escala, porque a niveles muy pequeños, el paisaje dominante convoca
a utilizar categorías amplias como cuencas hidrográficas o territorios y en escalas
muy reducidas, a usar el cultivo como objeto de estudio. De inconmensurabilidad,
porque, como se anotó anteriormente, las variables culturales son continuas en el
tiempo y el espacio.
El énfasis puesto sobre las relaciones ecológicas, constituye un pilar fundamental
de la Agroecología, que la identifica como ciencia y que la separa al mismo tiempo
de las vertientes tradicionales del enfoque agronómico. Incluso desde definiciones
iniciales de la Agroecología como “...aquél enfoque teórico y metodológico que,
utilizando varias disciplinas científicas pretende estudiar la actividad agraria desde
una perspectiva ecológica...” propuesta por Altieri (1987), se notan fuertes
tendencias a utilizar la ciencia ecológica de las interrelaciones como la base a partir
de la cual se pueden construir procesos agrarios diferentes al convencional.
Estas diferencias se traducen en que el énfasis no se coloca tanto en identificar
procesos biofísicos específicos y relativamente simples, sino en entender
relaciones ecológicas complejas que involucran muchas variables. De ahí que los
agroecólogos indaguen más por las propiedades emergentes de los
agroecosistemas según los manejos a que son sometidos que por los efectos
específicos de determinadas prácticas agronómicas aisladas. Se interesan más por
el “efecto sistema” que por el efecto parcial de variables, aunque esta última
perspectiva tampoco se abandona.
De las interacciones que se colocan en juego durante el diseño de agroecosistemas
con alta biodiversidad, realizado según lo principios teóricos y las aplicaciones
prácticas de la Agroecología tanto al nivel de manejo de suelos y aguas, arreglo de
cultivos, reciclaje de materiales, nutrición vegetal y control de limitantes

23
fitosanitarias, surgen emergencias (propiedades) productivas y de calidad que en
su conjunto son diferentes a aquellas obtenidas por métodos de la agricultura
convencional y que, al mismo tiempo, deben ser estudiadas apelando a
procedimientos diferentes, más próximas al pensamiento complejo que al análisis
de simples relaciones biunívocas.
La Agroecología no niega la especialización del conocimiento porque entiende su
función en la dilucidación de incógnitas tanto a escala celular y molecular como en
el ámbito del comportamiento ecosistémico de los distintos organismos del
agroecosistema. Trata, sin embargo, de integrar estos conocimientos en visiones
holísticas que den cuenta de la totalidad y no de la parcialidad del sistema agrícola.
Esta visión ecológica integral privilegia, por ejemplo, el Manejo Integrado de
Agroecosistemas (MIA) sobre el Manejo Integrado de Plagas (MIP), la dinámica de
las comunidades de microorganismos del suelo sobre el aislamiento y manejo de
cepas individuales, la integración de los subsistemas pecuario, forestal, piscícola y
agrícola en una sola unidad sobre su separación conceptual y práctica o la visión
ética del alimento sano en contraposición a las ideas exclusivas del rendimiento
vegetal por área como principal objetivo del acto agronómico.
En segundo lugar, la Agroecología ha abierto las puertas al estudio de los
componentes culturales, es decir, sociales, económicos, políticos, históricos,
filosóficos e institucionales que inciden en los campos de cultivo con igual o en
algunos casos con mayor fuerza que las variables meramente ecológicas. Desde
una perspectiva antropológica y ambiental, estos factores pueden abordarse con
mayor facilidad desde el concepto aglutinador de cultura, ya que la agricultura
emerge como un proceso de coevolución entre las sociedades y la naturaleza.
En el contexto del análisis ambiental la cultura adquiere su pleno significado como
factor clave de la Agroecología, tema que ha sido ampliamente tratado por autores
como Norgaard (1987; 1995) y Guzmán et al., (2000). Esta concepción amplia de la
Agroecología implica que los límites físicos del agroecosistema se difunden hacia
límites intangibles pero reales. Es el caso de decisiones económicas que afectan la
regulación de precios en el mercado o de tendencias de comportamiento exclusivo
de determinada comunidad hacia la producción de alimentos, que pueden tener
repercusiones significativas tanto en los patrones territoriales de
agroecosistemas locales como en la manera de implementar o no tecnologías de
producción.
Muchas cuestiones surgen entonces, cuando se trata de integrar los estudios
ecológicos con los culturales. Algunos temas generales se relacionan, por ejemplo
con relaciones sociales en la transferencia de conocimientos e información sobre
manejo de biodiversidad en los campos de cultivo; el efecto “sistema” y sus
implicaciones en los modelos estadísticos y en general en la investigación
agroecológica; decisiones de política pública y sus impactos en la biodiversidad;
tratados de comercio y plaguicidas; salud en trabajadores asociados a sistemas
agroecológicos y convencionales; valoración económica de arvenses y en general
de los servicios ambientales de los agroecosistemas; capacidad institucional para la
educación agroecológica; actitudes y valores de consumidores en relación con
productos ecológicos; transgénesis y desarrollo sostenible; agroecología en el
contexto del desarrollo rural; agrobiocombustibles y seguridad alimentaria; cambio
climático, territorio y agroecosistemas diversificados.

24
Con toda legitimidad, entonces, la Agroecología en tanto que ciencia, indaga sobre
estas y otras relaciones en agroecosistemas que pueden ser claramente
ecológicos, como las chagras indígenas o las fincas o sistemas de producción
orgánica, ecológica o biológica, pero también cuestiona, estudia, observa, cataloga
y analiza las implicaciones ecológicas o culturales de los sistemas de agricultura de
la revolución verde, los campos transgénicos, las fincas dominadas por
monocultivos o los sistemas de producción agroindustriales homogéneos, para
evaluar sus grados de sostenibilidad y/o insostenibilidad ambiental y proponer
modificaciones que los conduzcan hacia distintas etapas de reconversión.
Campos de análisis relacionados con la Agroecología
Lo anterior pone de manifiesto que la Agroecología como ciencia debe establecer
caminos novedosos de articulación de las visiones ecosistémicas y culturales. Las
ciencias emergentes que abren sus propios caminos no poseen prescripciones
claras sobre la manera en que se van originando y consolidando subcampos o
ejercicios disciplinares autónomos. Ello resulta de la conjunción de varios
fenómenos interdependientes como por ejemplo la puesta apunto de novedosos
instrumentos metodológicos, del éxito relativo en la predicción de fenómenos o del
cúmulo de hipótesis y teorías que se van formulando a través de los ejercicios de
ciencia normal.
La Agroecología, en tanto que ciencia interdisciplinaria y en construcción, está
abocada a los retos que implica la aparición de esas nuevas áreas temáticas del
conocimiento. Unas, que pueden ser consideradas en consenso como legítimas y
otras, que se apoyan en ciencias o en disciplinas que ya están formuladas o que
poseen suficientes bagajes teórico - práctico para ser consideradas como tales.
Un campo inicial de trabajo agroecológico, ya explorado desde hace varias
décadas aunque no suficientemente trabajado, es el de la Agroecología Descriptiva
y Comparada que trata, precisamente, de catalogar, describir y analizar las
regulaciones o “leyes” emergentes que se originan al aumentar la complejidad de
los agroecosistemas en los pasos de reconversión que se dan, por ejemplo, desde
monocultivos hasta policultivos o en el uso simultáneo de varias tecnologías de
manejo.
El primer paso, claro está, es el de describir los componentes, relaciones y
procesos de muchos agroecosistemas, tema de enorme amplitud puesto que trata
de detallar las relaciones micro, meso y macro que se suceden al interior de
distintos subsistemas como el medio edáfico, los cultivos propiamente dichos, el
subsistema de arvenses o de herbívoros o los subsistemas animales y sus
interacciones. Es el campo de la ecología aplicada propiamente dicha. Este campo
debería ser complementado con las descripciones, no solamente de las prácticas
de manejo utilizadas por distintos tipos de agricultores, sino también y de manera
urgente, con las descripciones informadas de las características culturales en que
se desenvuelven dichos grupos, es decir, con referencias constantes a la
institucionalidad, las políticas públicas, las redes comerciales, los incentivos
económicos, la fortaleza o debilidad de los aparatos científicos, la existencia de
procesos educativos y a las propias motivaciones, dificultades o ventajas que
le asignan los distintos productores a los procesos de reconversión.
Un campo de análisis más amplio utiliza el Análisis de Agroecosistemas y la
Ecología del Paisaje y se dirige a estudiar los agroecosistemas desde variados
puntos de vista que incluyen relaciones complejas como los flujos energéticos,

25
ciclos biogeoquímicos y dinámica de plagas incluyendo además variables
culturales, dentro de categorías superiores como el paisaje o las cuencas
hidrográficas.
El segundo paso en esta dirección, que puede ser sincrónico, es el de efectuar
clasificaciones y comparaciones entre distintos tipos de agroecosistemas,
incluyendo por lo general referencias a agroecosistemas convencionales.
Lo anterior, abre la puerta por lo menos a cuatro campos relacionados y poco
explorados que enriquecen el acervo agroecológico: la Antropología Cultural, la
Economía Ecológica, la Historia Ambiental y la Ecología Política y a uno adicional
que reviste fuerte importancia para los procesos productivos: la Agroecología
Aplicada.
El cruce entre la Agroecología cultural, económica, política, histórica y aplicada, no
solo es necesario sino inevitable y aún más, es fuertemente deseable, puesto que si
algo distingue el pensamiento y la acción del agroecólogo, es el estudio de las
interrelaciones complejas más que de los fenómenos particulares, que ya han sido
abordados por la agronomía tradicional.
Una distinción necesaria
En muchos espacios de debate y de práctica agraria se tiende a confundir la
Agroecología con la Agricultura Ecológica. Como se ha señalado en este texto, la
Agroecología es una ciencia que indaga por procesos complejos de tipo ecológico
y cultural en sistemas agrícolas de pequeñas comunidades locales, en sistemas de
agricultura capitalista o empresarial, en agroindustrias de fuerte base tecnológica,
en sistemas intensivos en capital y tecnología como por ejemplo los grandes
monocultivos comerciales e incluso en agroecosistemas transgénicos. En
todos estos casos, el agroecólogo puede ejecutar estudios de relaciones que
muestren las ineficiencias o potencialidades ambientales de varios sistemas con
miras a reivindicar los aspectos positivos y a proponer modificaciones cuando
encuentre evidencias de deterioro ambiental. Estas modificaciones se basan en la
aplicación de principios universales que toman formas tecnológicas específicas en
cada situación.
La Agricultura Ecológica, por su parte es una propuesta que nace de una
conjunción de distintas circunstancias, en las cuales se destacan las críticas al
modelo de Revolución Verde, las preocupaciones por la conservación y uso
sostenible de los recursos, el afán por mantener los preceptos éticos de la
agricultura, la necesidad de producir alimentos sanos, las discusiones en torno a las
limitaciones de la ciencia positiva y a los modelos de desarrollo dominantes, en fin,
factores que desembocaron en propuestas teóricas y prácticas de agriculturas
opuestas al modelo de Revolución Verde y que realzan la vida como derecho
fundamental de la humanidad y criterio básico del acto agronómico.
La Agricultura Ecológica, por lo tanto, al igual que otras modalidades de producción
(agricultura biológica, biodinámica, orgánica, natural, permacultura, entre otras)
pertenece a las posiciones filosóficas, a las posturas ideológicas y prácticas
agrícolas contrastantes con el modelo de Revolución Verde tanto en sus enfoques y
principios como en sus intervenciones técnicas. Algunas de estas intervenciones
pueden no tener una base agroecológica como es el caso de la agricultura orgánica
de sustitución de insumos.

26
ESCALONANDO LA PROPUESTA AGROECOLOGICA PARA LA SOBERANIA
ALIMENTARIA EN AMERICA LATINA

Miguel A. Altieri y Clara Nicholls

Movimientos sociales rurales, agroecología y soberanía alimentaria


El desarrollo de la agricultura sostenible requerirá significativos cambios
estructurales, además de innovación tecnológica y solidaridad entre los agricultores.
Esto es imposible sin movimientos sociales que sean capaces de crear voluntad
política entre los funcionarios con poder de decisión, para desmontar y transformar
las instituciones y las regulaciones que actualmente frenan el desarrollo agrícola
sostenible. Por esta razón, muchos autores sostienen que se necesita una
transformación más radical de la agricultura. Una transformación que esté dirigida
por la noción de que el cambio ecológico de la agricultura no puede promoverse sin
cambios comparables en las arenas sociales, políticas, culturales y económicas que
conforman y determinan la agricultura. Los movimientos campesinos e indígenas
organizados que se basan en la agricultura (por ejemplo la Vía Campesina) hace
mucho tiempo sostienen que los agricultores necesitan la tierra para producir la
comida para sus propias comunidades y la población del país, y por esta razón han
abogado por verdaderas reformas agrarias que les brinden acceso y control de la
tierra, el agua, la agrobiodiversidad, etc., las cuales son de vital importancia para
que las comunidades sean capaces de satisfacer las crecientes demandas de
comida. La Vía Campesina sostiene que a fin de proteger los sustentos, los
empleos, la seguridad alimentaria y la salud de la gente, así como el
medioambiente, la producción de alimentos tiene que permanecer en las manos de
los agricultores de pequeña escala que usan métodos sostenibles y que no se
puede dejar bajo el control de las grandes compañías agroindustriales o las
cadenas de supermercados. Sólo al cambiar el modelo industrial agrexportador y
basado en el libre comercio se puede frenar la espiral descendente de la pobreza,
los salarios bajos, la migración rural, el hambre y la degradación ambiental (Rosset
2006). Los movimientos rurales sociales abrazan el concepto de soberanía
alimentaria como una alternativa al modelo neoliberal que perpetua un comercio
internacional injusto e incapaz de solucionar el problema de alimentos en el mundo.
En su lugar, los esfuerzos deben enfocarse en la autonomía local, los mercados
locales, los ciclos locales de producción-consumo, la soberanía energética y
tecnológica, y la redes de agricultor a agricultor.
Varias exigencias están implícitas en el concepto de soberanía alimentaria (Rosset
2006, Rosset y otros, 2006):
• Un cambio en el papel de subvenciones que apoyan a la gran producción, que
causa excedentes de alimentos que inundan los países más pobres, hacia un
sistema de incentivos ofrecidos a las familias agricultoras para mantenerlos en las
tierras y apoyar economías rurales vibrantes y subvenciones que asistan con

27
conservación del suelo, la transición a prácticas de agricultura sostenibles y
mercados locales que paguen precios justos a los agricultores.
• La capacidad de priorizar la seguridad alimentaria local, regional, nacional por
encima de la producción de exportación y la dependencia de las importaciones.
• Un cambio lejos de la agricultura intensiva de monocultivos, que depende del uso
de altos niveles de pesticidas y cultivos transgénicos.
• La reconstrucción de economías e infraestructuras rurales, disminuyendo la
inequidad en áreas rurales y entre áreas rurales y urbanas.
• Reforma agraria y redistribución y/o mejor acceso a las tierras.
• Un cambio en el equilibrio del poder en el escenario de la decisión de prioridades
sobre aspectos relacionados a la seguridad alimentaria, hacia el control nacional,
alejado de Corporaciones Transnacionales (auspiciado por las reglas de comercio
de la OMC, NAFTA, etc.).
Es imperativo entender que la liberalización comercial sin control es el mecanismo
clave que expulsa a los agricultores de sus tierras y el principal obstáculo para el
desarrollo económico y la soberanía alimentaria local. También es crucial entender
que un enemigo clave de los agricultores son los precios bajos. Y los precios al
productor siguen cayendo incluso mientras los precios al consumidor suben.
Esto se debe a que la principal fuerza que fija los precios bajos al agricultor es la
misma que fija los precios altos al consumidor: el control de monopolio que las
corporaciones como Cargill, Archer Daniels Midland, Dreyfuss, Bunge, Nestlé, y
otros ejercen sobre el sistema alimentario. Esto significa que deshacer estos
monopolios a través del cumplimiento de las leyes anti monopólicas a escala
nacional y mundial, es un paso clave para asegurar que los agricultores puedan
ganarse la vida con la tierra y los consumidores puedan tener acceso a comida
barata, nutritiva y sana.
Estos movimientos entienden que desmantelar el complejo agroindustrial de los
alimentos y restaurar los sistemas alimentarios locales se deben acompañar de la
construcción de alternativas que satisfagan las necesidades de los productores a
pequeña escala y los consumidores de bajos ingresos, y esto se opone al control
corporativo de producción y consumo. Las estrategias apuntan a la ayuda en pro de
la soberanía alimentaria y los movimientos campesinos de agricultura sostenible
para documentar y compartir sus alternativas entre amplios sectores de la población
rural y urbana capaces de crear voluntad política y alternativas avanzadas del
sistema alimentario dirigidas al campesino.
Perspectivas
No hay ninguna duda de que los campesinos en América Latina pueden producir la
mayor parte de los alimentos que las comunidades rurales y urbanas necesitan, a
pesar del cambio climático y los surgientes costos energéticos (Uphoff y Altieri,
1999; Pretty y otros, 2003). La evidencia es concluyente: los nuevos métodos
agroecológicos y tecnologías encabezados por agricultores, ONGs y algunas
instituciones locales ya están contribuyendo lo suficiente para la seguridad

28
alimentaria a nivel local, regional y nacional. En muchos países, diferentes métodos
agroecológicos y participativos muestran resultados muy positivos hasta en
condiciones ambientales adversas. Entre estos potenciales se encuentran:
aumentar las cosechas de cereal del 50 al 200 por ciento, incrementar la estabilidad
de la producción a través de la diversificación, mejorar las dietas y los ingresos,
contribuir a la seguridad alimentaria nacional e incluso exportar y conservar la base
de los recursos naturales y la agrobiodiversidad (Uphoff y Altieri, 1999). Muchos
estudios muestran que las pequeñas granjas diversificadas pueden producir de 2 a
10 veces más por unidad de área que las granjas corporativas más grandes. En
muchos países, la mayoría de granjas de pequeño y mediano tamaño muestran
producciones más altas que los agricultores convencionales, así como un impacto
ambiental menor. Las granjas pequeñas son “multifuncionales”, más productivas,
más eficientes y contribuyen más al desarrollo económico que las granjas grandes.
Las comunidades rodeadas por granjas pequeñas tienen economías más sanas
que las comunidades rodeadas por despobladas granjas industriales de
monocultivo. Los minifundistas también cuidan mejor los recursos naturales,
incluyendo la reducción de la erosión del suelo y la conservación de la
biodiversidad.
Para que el potencial y la difusión de estas miles de innovaciones agroecológicas
locales se realicen, dependerá de varios factores y acciones. En primer lugar, las
estrategias agroecológicas propuestas tienen que apuntar deliberadamente a los
pobres, y no solamente a aumentar la producción y conservar los recursos
naturales, sino también a generar empleo, brindar acceso a los mercados locales
y/o nacionales. Las nuevas estrategias tiene que enfocarse en facilitar el
aprendizaje del agricultor para que se conviertan en expertos en agroecología y
aprovechen las oportunidades en sus diferentes ambientes (Uphoff, 2002).
En segundo lugar, los investigadores y los profesionales del desarrollo rural tendrán
que traducir los principios ecológicos generales y los conceptos de manejo de
recursos naturales en recomendaciones prácticas directamente relevantes a las
necesidades y las circunstancias de los campesinos. Un enfoque en tecnologías de
conservación de recursos, que utilice eficazmente el trabajo, y en sistemas de
agricultura diversificados basados en procesos de ecosistema naturales serán
esenciales. Esto implica un claro entendimiento de la relación entre biodiversidad y
función de agroecosistemas y la identificación de prácticas y diseños de manejo
que mejorarán la clase de biodiversidad apropiada, la cual a su vez contribuirá al
mantenimiento y productividad de los agroecosistemas (Altieri, 1995 y Gliessman,
1998).
Cualquier intento serio por desarrollar tecnologías agrícolas sostenibles tiene que
utilizar conocimientos y habilidades locales en el proceso de investigación
(Richards, 1995; Toledo, 2000). Se debe involucrar a los agricultores en la
formulación de la agenda de investigación y en su participación activa en el proceso
de innovación y diseminación tecnológica a través de metodologías de Campesino

29
a Campesino que se enfoquen en compartir las experiencias, fortalecer las
capacidades la investigación local y de resolver problemas.
En tercer lugar, se tienen que dar grandes cambios en las políticas, las
instituciones, la investigación y el desarrollo para asegurar que se adopten las
alternativas agroecológicas, y que sean accesibles amplia y equitativamente, y se
multipliquen con el fin de que se pueda obtener todo su beneficio para la seguridad
alimentaria general. Se tienen que desmantelar los subsidios y los incentivos de
política existentes para los métodos químicos convencionales. Tiene que
cuestionarse el control corporativo sobre el sistema alimentario. Los gobiernos y las
organizaciones públicas internacionales tienen que motivar y apoyar alianzas
eficaces entre organizaciones no gubernamentales, universidades locales, y
organizaciones de agricultores con el objetivo de asistir y ponderar a los
agricultores pobres para que alcancen seguridad alimentaria, generación de
ingresos, y la conservación de los recursos naturales.
También hay una necesidad de aumentar los ingresos rurales a través de
intervenciones más que de mejorar las producciones, tales como el mercadeo y
actividades de procesos complementarios como la pequeña agroindustria. Por eso
es que también se deben desarrollar oportunidades equitativas de mercado,
enfatizando un comercio justo y otros mecanismos que unan a agricultores y
consumidores más directamente. El desafío máximo es incrementar la inversión y la
investigación en agroecología y difundir las lecciones derivadas de aquellos
proyectos que han demostrado ya ser exitosos para miles de agricultores. Esto
generará un impacto significativo en los ingresos, la seguridad alimentaria, y el
bienestar ambiental de la población del mundo, sobre todo de los millones de
agricultores pobres que la tecnología agrícola moderna no ha tocado. Se necesita
una acción concertada para que las compañías multinacionales y los funcionarios
del gobierno sientan la demanda de los movimientos sociales, presionándolos para
asegurar que todos los países retengan el derecho de alcanzar la soberanía
alimentaria al desarrollar sus propias políticas locales alimentarias y agrícolas que
respondan a las verdaderas necesidades de sus agricultores y todos los
consumidores, sobre todo los pobres.
Considerando la urgencia de los problemas que afectan la agricultura, se requieren
coaliciones entre agricultores, organizaciones de la sociedad civil (incluyendo
consumidores), así como importantes organizaciones de investigación
comprometidas, que puedan promover con rapidez la agricultura sostenible.
Avanzar hacia una agricultura socialmente justa, económicamente viable, y
ambientalmente sana, será el resultado de la acción coordinada de movimientos
sociales emergentes en el sector rural en alianza con organizaciones de la sociedad
civil que están comprometidas apoyando las metas de estos movimientos de
agricultores. La expectativa consiste en que a través de la presión política constante
de los agricultores organizados y los grupos aliados de la sociedad civil, los
políticos sean más responsables de desarrollar y lanzar políticas que conduzcan a

30
mejorar la soberanía alimentaria, preservar la base del recurso natural, y asegurar
una igualdad social y una viabilidad económica.
El nuevo orden del día de la investigación requerirá realineamientos institucionales
y, si es relevante para el pequeño y mediano agricultor, debe ser bajo la influencia
de la agroecología con su énfasis en sistemas complejos de agricultura, técnicas
exigentes de mano de obra, y uso de recursos orgánicos y locales. Esto significa
que las soluciones tecnológicas tendrán que ser específicas de sitio y mucho más
intensas en información, en vez de intensas en capital. A su vez esto implicará
utilizar más el conocimiento campesino y además el brindar apoyo a los agricultores
para que aumenten sus habilidades de manejo.
Mucho más importante, el proceso agroecológico requiere la participación y el
mejoramiento del nivel cultural ecológico del agricultor sobre sus granjas y recursos,
sentando las bases para la potenciación y la continua innovación por las
comunidades rurales. Depende de inversiones políticas y cambios de actitud por
parte de investigadores y políticos, para que el potencial y la extensión de estas
miles de innovaciones agroecológicas locales se realicen. Los principales cambios
tienen que darse en las instituciones, la investigación y desarrollo, y las políticas
para asegurar que las alternativas agroecológicas se adopten, sean equitativa y
ampliamente accesibles y se multipliquen de modo que pueda manifestarse su
beneficio total para la seguridad alimentaria. Tiene que desmontarse las
subvenciones existentes y los incentivos políticos para los métodos químicos
convencionales. También tiene que cuestionarse el control corporativo del sistema
alimentario. Los gobiernos y las organizaciones públicas internacionales deben
fomentar y apoyar sociedades eficaces entre organizaciones no gubernamentales,
universidades locales y organizaciones de agricultores a fin de asistir y dar poder a
agricultores pobres para que obtengan seguridad alimentaria, generación de
ingresos y conservación de recursos naturales.
Las oportunidades de mercados equitativos también deben desarrollarse,
enfatizando los esquemas de distribución y comercialización local, los precios justos
y otros mecanismos que unen a agricultores y consumidores más directamente y
de manera más solidaria. El desafío máximo es aumentar la inversión y la
investigación en agroecología, y perfeccionar los proyectos que ya mostrado ser
exitosos para miles de agricultores. Esto generará un impacto significativo en los
ingresos, la seguridad alimentaria y el bienestar ambiental de toda la población, en
especial de minifundistas que han sido afectados negativamente por la política
moderna y la tecnología agrícola convencional. “Greening”, la revolución verde, no
será suficiente para reducir el hambre y la pobreza; ni para conservar la
biodiversidad. Si las causas primordiales del hambre, la pobreza y la injusticia no se
enfrentan cara a cara, las tensas relaciones entre el desarrollo social equitativo y la
conservación ecológica sana, se acentuarán obligatoriamente. Los sistemas de
agricultura ecológica que no cuestionen la naturaleza del monocultivo y dependan
de insumos externos así como en costosos sellos de certificación extranjeros, o de

31
sistemas de comercio justos destinados sólo a la agroexportación, ofrecen muy
poco a los minifundistas, ya que estos se hacen dependientes de ingresos externos
y mercados extranjeros volátiles. Los mercados orgánicos o justos para los ricos del
norte, presentan los mismos problemas de cualquier esquema de agroexportación
que no prioriza la soberanía alimentaria perpetuando la dependencia y el hambre.
Al mantenerse la dependencia de los agricultores sobre métodos de substitución de
insumos, contribuye muy poco para guiar a los agricultores hacia una optimización
productiva de los agroecosistemas que los aleje de la dependencia de ingresos
externos y dependa más del diseño agroecológico que privilegia los procesos más
que los insumos.

32
BOURGEOIS A. UNE APPLICATION DE LA NOTION DE SYSTÈME:
L’EXPLOITATION AGRICOLE

AGRICOPE vol. 1 No XX 1983

Una explotación agrícola es un sistema, o sea, se considera un todo y no una suma


de partes. Esto se percibía de instinto, pero solamente con los trabajos de Sebillotte
(1968), que aplicó la noción de estructura de Piaget a las explotaciones agrícolas,
que ha conceptualizado de la siguiente manera: « la unidad de producción
agrícola es una estructura. Lo que importa son los mecanismos que permiten su
autorregulación ». Otros economistas propusieron este mismo enfoque a un nivel
más amplio de espacio y tiempo (sistemas agrarios).
Esta concepción es una alternativa a otros sistemas de investigación y formación
que tienen conceptos sectoriales o normativos: sectoriales ya que un sujeto
corresponde a una sola disciplina (zootecnia, fitotecnia, etc.) y en los cuales domina
las normas técnicas, de acuerdo a la lógica de quien la prescribe.
Sin embargo, varias situaciones ponen en entredicho este último enfoque:
a) el desarrollo de disciplinas como la agronomía o las ciencias sociales.
b) el incremento de las tecnologías puestas a disposición de los agricultores, de
forma que ahora se necesitan criterios de selección más complejos e integrales.
c) un grado decepcionante de aceptación por los productores de los consejos
técnicos y financieros.
De todo ello ha surgido la idea de que, para poder jugar un papel más efectivo en la
ayuda a los productores, es necesario conocer más sus procesos de toma de
decisiones, de poner en juego la coherencia del funcionamiento de su unidad de
producción. La racionalidad técnica que proviene del conocimiento científico no se
corresponde necesariamente con la racionalidad de conjunto del agricultor.
Hace falta una análisis de la evolución de las unidades agrícolas en diversas
regiones, no por estadísticas globales sino examinando caso por caso las
trayectorias y seguidamente buscar la explicación a esas trayectorias, examinar el
por qué una unidad agrícola ha adoptado una innovación técnica, mientras que su
vecino no lo ha hecho.
Esto puede traer consigo que en el futuro los agrónomos se dividan en dos grupos:
uno que se especialicen en los problemas concretos fundamentales y otros con un
enfoque global, que permita tomar en cuenta los múltiples aspectos de una decisión
del agricultor.
Sabillotte en 1972 propuso el término « trayectoria de evolución », como las fases
sucesivas de la evolución de una unidad de producción que define una trayectoria
dentro del espacio de « n » dimensiones, entre las que pueden ser privilegiadas: el
tiempo y una combinación de variables que expresen el potencial de producción y
de inversión en un sistema.
Conceptos sobre la noción de sistema.
« Un conjunto de elementos organizados en función de un objetivo »
De que se trata?
Los elementos, relacionados entre ellos por un nexo de comunicación, conforman la
estructura del sistema. Ellos intercambian energía, materias, informaciones y

33
ejercen actividades de transformación, regulación, almacenaje, a partir de
mecanismos que les son propios o según orientaciones que reciban.
Puede entonces definirse un sistema como « un conjunto de elementos en
interacción dinámica, organizados en función de un objetivo ». Roznay, 1975.
Esta definición plantea tres ideas básicas: fronteras, funcionamientos y objetivos.
Cuando se habla de un conjunto, se supone que este es finito, tiene límites,
fronteras. Además, no se puede aislar del espacio que lo contiene, como todo es
interdependiente, no puede aislarse de espacios u objetos que funcionan de
manera absolutamente autónoma. Y esta interdependencia responde a una
jerarquización dada, o sea cada sistema forma parte de o esta formado por otros
sistemas, cada uno de los cuales presenta nuevas cualidades que no existen en
sus niveles inferiores. Es así con una unidad de producción agrícola, que forma
parte de una organización mayor, de una cadena productiva, etc. Y a cada nivel
corresponde una lógica propia para la toma de decisiones.
Esas fronteras dependerán de los objetivos del observador del sistema, por lo que
son arbitrarias. El mismo concepto de « unidad de producción agrícola » puede
tener un concepto diferente para un agrónomo, para un geógrafo, para un
economista, para un sociólogo, pues lo que se preguntan sobre ella no es lo mismo.
Los elementos de un sistema están en interacción dinámica, por lo que puede
ocurrir cualquier acontecimiento, están en movimiento, y esa dinámica es el
funcionamiento del sistema.
En resumen, una colección cualquiera de objetos no constituyen un sistema, si no
están relacionados entre si. Por ejemplo; dos parcelas agrícolas, una al lado de
otra, pero sin relación entre ellas, no constituyen un sistema. Es así que al analizar
un elemento aislado, no siempre es posible determinar a que sistema pertenece o
incluso si pertenece a algún sistema.
Si bien todo sistema responde a un objetivo, este no siempre es consciente ni
voluntario, más bien se constata a posteriori. Los sistemas pueden funcionar sin
que los actores estén conscientes del objetivo que persiguen.
Walliser (1977) distingue:
- la finalidad, propiedad revelada por el comportamiento del sistema.
- la intencionalidad, propiedad aportada por un centro de decisión dado (que
declara que debe alcanzarse tal o mas cual misión) o la impone a un sistema dado.
Los objetivos siempre se presentan de forma jerarquizada, buscando alcanzar
objetivos de nivel superior o a partir de objetivos de nivel inferior. Se puede
entonces distinguir objetivos globales, estratégicos o tácticos (fundamentales,
intermedios, parciales o elementales). Para centrar la atención en un sistema e
interpretarlo, el observador debe descubrir la estructura jerárquica de los objetivos
del mismo.
La actividad de un sistema manifiesta muchos tipos de funciones, realizadas por
sus elementos estructurales:
- funciones de producción: ellas transforman la energía y la materia.
- funciones de intercambio.
- funciones de regulación, información y control.
Materias, energías e informaciones circulan entre los elementos y son
transformados, poniéndose en juego diferentes procesos. Precisamente el enfoque
sistémico privilegia la visión de conjunto y la relación entre los elementos.

34
Pero no siempre es posible o necesario conocer esas relaciones o
transformaciones, por lo que se recurre al método de las « cajas negras », o sea;
obviar el funcionamiento interno de un sistema o de parte de un sistema, prestando
atención a las entradas (insumos) y salidas (productos) y solamente recurrir a algo
más profundo si es necesario, después de descubrir las relaciones generales del
sistema. Todo dependerá de los objetivos del observador del sistema, el cual se
situará en un nivel de observación adecuado para sus objetivos, en cada etapa del
análisis del sistema.
Los centros de decisión, entre la coherencia y la contradicción.
La hipótesis del análisis de un sistema plantea que hay una coherencia entre su
finalidad y su funcionamiento. Pero coherencia no significa falta de contradicción
entre objetivos, tanto del mismo nivel como en su escala jerárquica, o incluso entre
diferentes sistemas de distinto nivel jerárquico. Es lógico, pues la existencia de
movimiento y transformaciones trae consigo contradicciones. La resolución de
múltiples conflictos, y contradicciones y el establecimiento de compromisos
permiten la sostenibilidad del conjunto, lo que supone la existencia de mecanismos
de regulación y de adaptación, lo que es fundamental para el funcionamiento de un
sistema abierto, en relación con un entorno aleatorio, como es el caso de la
agricultura.
El enfoque sistémico.
El enfoque sistémico utiliza ampliamente los modelos, generalmente en la forma de
esquemas. Esta es una forma cómoda de organizar la observación simultánea de
múltiples componentes y sus interacciones.
Para construir el modelo se representan solamente los elementos esenciales, de
acuerdo a los objetivos propuestos. Generalmente la pregunta básica es « que
sucederá? », pues a diferencia del enfoque científico, no busca la máxima
profundización en lo que sucede, sino sus implicaciones y su prolongación, se
distingue del enfoque analítico en:
- una preocupación por la jerarquización, al preocuparse por los objetivos y los
fenómenos esenciales y no los detalles;
- el empleo del concepto de « caja negra », aceptando la ignorancia de uno u otro
mecanismo para interesarse en los resultados y en el flujo. Solo se irá dentro de la
caja negra si es necesario, por ejemplo si se siente que hay un mal funcionamiento
dentro de la misma.
Pero, un estudio de sistema puede tener una fase primera de análisis
(descomposición) y después una fase de síntesis (reconstrucción).
En este caso, son menos evidentes los controles, lo cual trae el peligro de la
verborrea, si es practicado sin rigor ni precisión, demandando conocimientos
sólidos de distintos dominios, la capacidad de seleccionar lo necesario entre la
información disponible.
La unidad de producción agrícola como un sistema.
Un centro de decisión importante: la familia.
(En relación a las explotaciones agrícolas familiares)
En ella las decisiones son tomadas en el seno de una familia, la cual al menos vive
parcialmente de una explotación agrícola y que en materia de orientación, de
financiamiento, del empleo del tiempo, la familia y el sistema de producción no son
independientes. No debe haber asalariados o gerentes, de forma que las decisiones
prácticas sean tomadas por ellos; pues se pierde el carácter familiar.

35
Esta población es un conjunto familia-sistema de producción, en el que la familia
aporta mano de obra y recibe un beneficio o renta; se necesita capital, pero no
importa si este va dirigido a la familia o al sistema de explotación; es más, este
debe mantenerse por un período dado, de acuerdo a los objetivos de la familia.
En el seno de este sistema existen subsistemas que se puede llamar biológicos, los
cuales generalmente no pueden ser completamente controlados por técnicas, sino
influir u orientar la dirección de los cambios.
Al analizar este sistema, debe buscarse cual es el « proyecto » de la familia, para lo
cual uno se mete dentro de una perspectiva dinámica que considera la evolución
pasada que explique como se llego a la situación actual, pues dos explotaciones
iguales pueden haber llegado por distinta forma y con ello se comportarán diferente
independientemente de su similitud aparente actual: por ejemplo el número y la
edad de los hijos, la jerarquización en el seno de la familia, la presencia de un
sucesor, etc., determinan actitudes distintas en relación al futuro de la explotación y
las decisiones sobre el sistema de cultivo o de crianza, sobre los objetivos
inmediatos, etc. Por ejemplo; si estarán dispuestos a invertir para innovar, si para
ello aceptan disminuir sus beneficios inmediatos e incluso su nivel de vida.
Como la actividad del agricultor se sitúa dentro de un contexto social, económico y
cultural en el que hay poco de tomar y que modifica los términos del intercambio
económico y social, siendo necesaria una adaptación constante a los cambios que
ocurran para lograr la sostenibilidad del sistema. Es así que la noción de tiempo
pasado y futuro es esencial para comprender el funcionamiento de la explotación. A
los objetivos a largo plazo corresponden las decisiones estratégicas, pero su
realización pasa por decisiones tácticas a corto y mediano plazo.
Fronteras y límites de una explotación agrícola.
Según Duru (1980), la explotación agrícola (familiar), « es un sistema acabado,
dirigido por el agricultor y su familia, y abierto (ligado al entorno, el clima y el
sistema económico) ». Sin embargo, el concepto « entorno » demanda precisiones
sobre lo que se considera como interior o exterior de una explotación.
Si bien parecen claros los límites físicos, los ejemplos de agricultura itinerante, la
existencia de trabajos externos y la asociación al turismo, hacen que los límites
físicos sean insuficientes. La familia tiene posibilidades de desarrollar iniciativas,
pero siempre en el marco de un conjunto de elementos constrictivos.
Es así que se puede considerar como « interior » del sistema aquello sobre el cual
los centros de decisión del sistema tienen control y pueden tomar iniciativas,
aunque estas características no sean explicitas para ellos mismos. Aquí Lerbet
(1981) propone una distinción entre « entorno » y « medio ». Considera al
« medio » como la porción del entorno que el sistema integra a su funcionamiento
propio.
Esta relación entre medio y entorno esta ligada al acceso a la información y su
utilización, pues de esto depende el funcionamiento del sistema: de la información
disponible, de como circula, de donde se adquiere, como se analiza, etc.
Un primer punto es el acceso a la información y otro es su valoración. De ello es
posible tomar partido, pero considerando que la falta de herramientas o de métodos
reducen los casos complejos a casos simples, se pierden oportunidades.
En la agricultura este enfoque viene dado en no considerar el ambiente de la
explotación de una región enunciando los datos o hechos por todos conocidos (vías
de comunicación, densidad de población, sin olvidar que el rosario de informaciones

36
y de relación social, el saber hacer técnico, la observación y el conocimiento del
medio biológico y pedoclimático, el sentido de anticipación, etc. son variables de un
agricultor a otro a la hora de jugar su papel. Es así que la técnica le servirá al
agricultor o lo sojuzgará, los accidentes climáticos serán un gran perjuicio o tendrán
un efecto relativamente mínimo, de acuerdo a si el agricultor lo sitúa a priori, dentro
del entorno y no en el mismo medio.
Se puede terminar este análisis de los límites de la explotación agrícola, diciendo
que la iniciativa esta presa dentro de un « espacio de libertad de decisión », con los
siguientes componentes:
- la familia: efectivos, edades, salud, gustos, calificación, patrimonio, acceso a la
información.
- el tiempo: duración de la existencia de la familia o del sistema de producción.
- el sistema de producción: superficie, parcelamiento, materiales, potencial
ganadero, capital...
- las condiciones pedoclimáticas: calidad de los suelos, pluviometría, etc.
- el sistema socio económico: mercado, precios, obligaciones fiscales, información,
etc.
Estos pueden llamarse límites del sistema familia - sistema de producción. Deben
ser identificados para poder conocer la coherencia del conjunto del sistema.
El funcionamiento de la explotación agrícola
Dentro de esos límites, un cierto número de funciones son seguras:
- funciones de producción: procesos de transformaciones físicas.
- funciones de intercambio con el ambiente: particularmente intercambio comercial.
- funciones de decisión y regulación: proceso de repartición de los medios
disponibles.
De tal forma, los sistemas de cultivo y de crianza, entre los cuales la
correspondencia se asegura por el sistema forrajero, deben por función llevar a una
producción vegetal y animal utilizable (comercializable). La gestión del trabajo y la
gestión financiera tienen por objetivo el reunir los medios dentro de sus dominios y
de repartirlos según las prioridades definidas por los centros de decisión, en función
de su estructura de objetivos. Hay coexistencia de los flujos físicos (productos,
trabajo, dinero) y los de decisión, que generalmente son decisiones de repartición.
Flujos y encadenamiento de decisiones son los dos componentes del
funcionamiento de la explotación.
Las decisiones son tomadas a diversos niveles:
- un nivel correspondiente a las orientaciones generales y dentro de los cuales los
objetivos de la familia intervienen fuertemente: renta deseada, duración o
perennidad buscada, un nivel en el cual se definen las grandes características del
sistema de producción, teniendo en cuenta los parámetros del entorno (mercado,
medio físico). Se deciden las principales unidades de crianza y su grado de
intensificación. O sea, se toman las decisiones estratégicas.
- estas orientaciones inducen un cierto funcionamiento: producir leche con animales
de cierto potencial genético, si se produce o se obtiene la alimentación necesaria,
que se realicen las actividades que requiere este tipo de crianza, etc.
Esto corresponde a un tipo de decisiones tácticas: la estructura de cultivos, los
niveles de fertilización, la conducción de las crianzas, etc.
- las realizaciones concretas de las operaciones que han sido decididas a los
niveles precedentes demandan por si misma decisiones « técnicas »: el ajuste de

37
las herramientas, la precisión de la fecha de algunas labores, la selección de algún
herbicida, de toros reproductores, de la cantidad efectiva de alimentos a dar a los
animales,
O sea, las decisiones estratégicas fijan un cuadro en el que se enmarcan las
decisiones tácticas y estas el cuadro que enmarca las decisiones técnicas. Todas
estas decisiones deben ser seguidas de acciones y las decisiones estratégicas y
tácticas deben tener en cuenta las contingencias del nivel técnico, ya que el
funcionamiento del sistema resultará de acciones real y concretamente engranadas.
Las acciones y sus resultados no estarán en concordancia con las decisiones a
menos que los medios necesarios sean reunidos.
Cuales son esos medios?
Primero, el tiempo y la información para tomar una decisión, lo cual es una
operación abstracta, más o menos elaborada según la cantidad de información que
ella integre y la forma en que esta información es tratada.
Segundo, la acción en si misma demanda tiempo y trabajo y, eventualmente, de
herramientas y productos diversos; además una cierta cantidad de tecnicismo, o
sea, la capacidad de utilizar con eficacia el trabajo, las herramientas y los
productos.
Por ejemplo, elaborar un programa de fertilización es una operación abstracta, que
se realiza a partir de informaciones y de razonamiento sobre las mismas. El
programa lleva a la decisión de pedir una cierta cantidad de abono (decisión
táctica). La acción sería contactar con los proveedores y aparece una nueva
información: los tipos de abono disponibles, los precios, el tiempo para que lleguen,
las condiciones particulares de venta, etc.
Viene entonces la decisión técnica que llevará a accionar efectivamente, o sea a la
aplicación del abono en la tierra. Y así otras muchas acciones y decisiones.
Ese ejemplo destaca el rol de los controles para asegurar la coherencia entre
decisión y acción: el control es uno de los elementos que provee la información
necesaria para la formulación de decisiones pertinentes (eficaces y realizables).
También destaca la necesidad de distinguir en el análisis del funcionamiento de la
explotación agrícola, el razonamiento que lleva a la toma de la decisión (análisis de
las decisiones) y lo que realmente sucede (análisis de flujo y transformación). Esto
es difícil, pues en la explotación la encuesta choca con que es el agricultor quien
dirige y a él no le es fácil distinguir siempre lo que hizo de lo que quería hacer, pues
muy a menudo el solo tiene un conocimiento aproximado de ello.
Las regulaciones
Esta discusión retoma un necesario equilibrio entre los deseos y los recursos que el
productor y su familia puedan movilizar, o sea, el tiempo, financiamiento,
tecnicismos, etc. que son limitados. Su gestión va consistir de una parte a
inventariarlos y en el caso necesario a aumentarlos y de otra parte, a repartirlo
entre las distintas tareas. Para que el sistema pueda funcionar bien, los recursos
disponibles deben ser superiores a las necesidades, para que el sistema no se
afecte y se alargue la obtención de resultados y el sistema pueda perpetuarse. Esta
decisión es estratégica y debe considerar las contingencias del nivel técnico.
Si además de que la necesidad en trabajo, financiamiento, y tecnicismo sean
importantes, se encaran recursos limitados, lo que es el caso de la mayor parte de
las explotaciones intensivas, el sistema deviene extremadamente sensible a todo
imprevisto dentro de su funcionamiento.

38
Es así que una simple variación climática puede causar graves dificultades. Esto
puede explicar el fallo de ciertos planes de desarrollo.
Además del clima, principal fuente de incertidumbre, también existe el azar técnico,
etc. Para asegurar una cierta permanencia de la explotación agrícola, se necesitan
medios de explotación. Es así que la diversificación puede ser la base de una
estrategia contra el azar, con modalidades de aplicación extremadamente variadas.
En efecto, ella pudiera aplicarse:
- A las áreas de producción en el seno de una unidad agrícola. Pero esto no es
siempre compatible con las exigencias modernas de los medios de producción.
- A los recursos intermediarios dentro del funcionamiento del sistema. Es así que
basar la alimentación anual de un rebaño en los cultivos de verano, en caso de fallo
de los mismos, se constata tardíamente la imposibilidad de toda recuperación y no
se poseerá nada en invierno;
- A los clientes y proveedores (las cooperativas pueden tener por función permitir a
sus miembros beneficiarse de una estrategia de diversificación, la cual ellos no
podrían asegurar por si solos).
Otros mecanismos de regulación también existen. Por ejemplo:
- La familia puede aceptar un incremento de trabajo, o una baja en los ingresos: ella
puede diversificar sus fuentes de beneficio (trabajo no agrícola de la esposa),
solicitar fuentes de crédito, ahorrar en los años buenos para soportar mejor los
malos, etc.
- La organización del sistema de producción: diversidad de la estructura de cultivos,
con el doble fin de destinarlo o al rebaño o la comercialización de acuerdo a las
condiciones de tesorería forrajera y de mercado; equipamiento; posibilidades de
almacenamiento de las cosechas para no sufrir las variaciones de precios, etc. El
sistema de producción puede también aprovecharse de una cierta plasticidad de los
sistemas biológicos.
- Ciertas regulaciones provienen de relaciones con otros agricultores (ayuda
mutua), con los proveedores y clientes (retrasos de pagos). Los prestamos y
subvenciones « calamites » completan estas posibilidades.
Pero estas posibilidades de regulación no son siempre suficientes y estas pueden
ser agotadas o pueden ocurrir incidentes demasiados negativos sobre subsistemas
vecinos y ocurrir un bloqueo; en ese caso, es necesario que los objetivos cambien o
que el funcionamiento sea profundamente modificado (modificación del sistema de
producción), si no, el conjunto deja de funcionar, el agricultor abandona, y sus hijos
se desentienden de la explotación
Como conclusión: algunas orientaciones metodológicas.
Que se debe hacer?
- El análisis sistémico de la unidad de producción agrícola consta de dos
componentes: estudios de flujos y transformaciones por una parte, y el de la toma
de decisiones de la otra parte. Según el objetivo del análisis, los dos componentes
serán estudiados con la misma atención o por el contrario, una será priorizado en
relación al otro.
Por qué debe estudiarse el funcionamiento de una explotación agrícola? Esta
pregunta lleva a una reflexión sobre los objetivos del trabajo: conocer que, para
hacer que?

39
Así:
 Se desea conocer las «características » del sistema de producción. Esta
cualidad puede ser apreciada a través de los dos componentes, considerados
como principales, de la relación familia - explotación: el beneficio y el trabajo, así
como por su reproducibilidad, su capacidad para renovarse y a permanecer. Esto
se deduce de la observación de técnicas de producción que se traducen por los
balances, y por el descubrimiento de las regulaciones posibles. Esta óptica
puede ser la de un agente de desarrollo que querría saber sobre que base
establecer un trabajo de investigación técnico-económica, o se hace una idea de
los modelos económicos más o menos adaptados a tal o más cual región. Dentro
de ese caso, es el estudio de flujos y transformaciones los que serán esenciales.
 Se desea ayudar al agricultor dentro de sus decisiones estratégicas y tácticas.
Dentro de cada caso es esencial conocer tanto el flujo y las transformaciones
como la coherencia de las decisiones tomadas hasta el momento: sobre esas
bases se podrá decidir la opción para el futuro; probar esa selección, por
ejemplo, según los métodos prospectivos utilizados habitualmente por los
centros de gestión (diferentes métodos de simulación).
 Se desea « hacer pasar » una innovación técnica obtenidas por otros. Se
investiga entonces los argumentos y las características de presentación de esta
innovación adoptable por los agricultores. Para hacerlos, se examina tanto el
funcionamiento técnico - económico del sistema de producción como la
coherencia de las decisiones de los agricultores. Esto se desenvuelve dentro de
un derrotero clásico descendente: un conceptualizador (un investigador, un
facilitador, etc.), un trasmisor (desarrollo, comercio...), un realizador (agricultor),
pero dentro de ello se toma en cuenta la lógica global del agricultor, diferente de
la lógica sectorial del conceptualizador.
 Se desea pronosticar el futuro de los agricultores de una región. En ese caso, se
unirá al estudio de flujos y de transformaciones, tanto los de la coherencia de las
tomas de decisiones como en dar un acento particular a la historia de la pareja
familia - sistema de producción y a los fenómenos que pueden comprometer la
reproducibilidad de este conjunto (sucesión, alquiler, no reproductibilidad de
sistemas biológicos, competencia y complementaridad entre explotaciones
repartidas bajo un conjunto finito de recursos espaciales y socio económicos,
etc.). Dentro de tal perspectiva no se puede considerar a la explotación agrícola
sin una referencia al sistema agrario a la que ella forma parte.
 Otros objetivos pueden existir: estudio del impacto de una política de desarrollo
anterior, comprender de donde viene la diversidad de los sistemas de producción
presentes dentro de una región, etc.
El análisis de funcionamiento: flujos y transformaciones.
Se trata de revisar que pasa dentro de la explotación. Materias, trabajos y dinero
forman los insumos y las salidas de un cierto de número de cajas negras que
aseguran las transformaciones. Los flujos son controlados por procesos de gestión:
gestión técnica, gestión de trabajo, gestión financiera.
La observación de estos flujos debe permitir llegar a un diagnóstico que contenga
dos puntos esenciales: la eficiencia de las transformaciones y la reproducibilidad del
conjunto.
La abundancia de los flujos de entrada y salida permite juzgar la eficiencia de las
transformaciones. Si estas parecen anormales, a continuación se promoverá el

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examen más detallado de las transformaciones mismas, o sea, el funcionamiento
del sistema de cultivo; de crianza, de comercialización, de tesorería, de la
organización del trabajo.
Para decidir si la eficiencia de una transformación es normal o no, hace falta una
escala de medidas. Dentro de la mayor parte de los casos, se utilizan referencias
regionales o de comparación según los métodos inspirados en el análisis de grupo.
Lo ideal, bien entendido, es de disponer de escalas de medidas perfectamente
adaptadas a cada situación; tal eficiencia pudiera ser buena dentro de algunos
casos y ser malas en otros. Por ejemplo, un juzgamiento sobre el rendimiento de un
cultivo sin referencia a las particularidades de las parcelas o tal condición
microclimática puede conducir a absurdos; en general, no se dispone de un
referencial suficientemente acabado para eso. Dicho de otra forma, para llevar un
juzgamiento pertinente, se necesita hacer un diagnóstico agronómico o zootécnico
completo: se vuelve al enfoque analítico. Una de las dificultades del enfoque
sistémico es precisamente eso: reparar las « cajas negras » por existir un mal
funcionamiento, a partir de criterios que serán quizás un poco arbitrarios y después
examinar las causas del mal funcionamiento de esas « cajas negras ».
Bien entendido, ese funcionamiento puede provenir de la naturaleza de los
insumos: así si un sistema de crianza se revela mal transformador de los forrajes
que les son inyectados, el análisis zootécnico concluirá dentro de ciertos casos un
disfuncionamiento zootécnico (fecundidad, por ejemplo); dentro de otros a una
calidad inadecuada de los insumos forrajeros en si mismo.
La reproductividad del sistema esta ligada:
- a sistemas biológicos (mantenimiento o no de la fertilidad de la tierra;
mantenimiento o no del potencial de producción del rebaño);
- al trabajo, no solamente bajo los aspectos cuantitativos y cualitativos de las tareas
de producción agrícola, sino igualmente porque la preparación del futuro por si
mismo demanda tiempo;
- al beneficio, o sea, a lo que resta para libre uso de la familia, una ves pagados los
gastos de funcionamiento y de reproducción del sistema (este último punto acoge
también la noción de amortización).
En cuanto al juicio global referido al conjunto del sistema, este debe referirse no a la
eficiencia de este o aquel cultivo o crianza, sino a toda la relación familia -
explotación, teniendo en cuenta los objetivos de la familia. Por ejemplo, tal
disfuncionamiento zootécnico (caída de la producción lechera debido a una falta de
alimentación en tal período del año) no causa inconveniente a menos que se
traduzca en un beneficio inferior a los objetivos. Pudiera ser que esto sea una
respuesta propia del conjunto a las variaciones climáticas y permita un equilibrio de
trabajo conforme a los deseos del agricultor. Un disfuncionamiento parcial puede
ser un componente de un buen funcionamiento del conjunto.
El análisis de las decisiones consisten en poner en juego la coherencia que anima
al agricultor y su familia a realizar tal selección de orientación a mediano o largo
plazo, tal selección técnica a corto plazo.
Esta coherencia comprende varios componentes:
- algunas se inscriben dentro de la duración o perennidad: la historia pasada del
dúo familia - explotación, sus perspectivas para el futuro. Las numerosas decisiones
técnicas no se pueden comprender sin referencia a la duración de la explotación.
(Así: « yo tengo grandes dificultades técnicas con la remolacha azucarera, pero yo

41
continúo con este cultivo para mantener el contrato con la fabrica de azúcar; yo
estoy saturado de trabajo, pero voy a trabajar en los terrenos del vecino, por que
tengo la esperanza de ser priorizado en retribución más tarde);
- otros son el resultado de la situación del agricultor dentro del contexto social y
económico: el trabajo con otros, ya que es más eficiente y es una ocasión para
reunirse; la imposibilidad de cultivar maíz de consumo en una zona de maíz para
semilla, etc.;
- otros son de orden puramente material y organizacional: el agricultor no puede ser
a la vez « un horno y un molino ». El sistema se organiza, entonces, en función de
una cierta repartición del trabajo dentro del tiempo, en el espacio y entre las
personas.;
- otros que corresponden a objetivos inmediatos (tácticos) del agricultor,
relacionados con aquellas decisiones tomadas que tienen una función económica:
tal cultivo en relación a su margen bruto, aquel cereal porque uno quiere también
dar valor a la paja.;
- otros finalmente, que no son los menos importantes, resultantes de la experiencia
del agricultor, de sus conocimientos e ideas que existen bajos las « leyes del
funcionamiento » de una parcela, de un rebaño...
Todo este conjunto da como resultado decisiones que uno no puede comprender
sino se realiza anteriormente este análisis: así la estructura de cultivos de una
explotación es una decisión de conjunto particularmente rica para analizar, ya que
ella traduce la situación dentro de la cual está o cree estar el agricultor, al
relacionarse con su medio pedoclimático, socio económico, teniendo en cuenta sus
objetivos y sus medios.
Hace falta insistir sobre el hecho de que la coherencia de las decisiones no
encuentra sus explicaciones solamente dentro del campo técnico económico que es
el privilegiado cuando uno observa funcionar la explotación. El agricultor no es
solamente un productor agrícola jefe de una empresa, sino también un elemento de
un grupo familiar, que vivió una parte de la historia en el seno de una colectividad
rural. Es en el entrecruzamiento de todas estas dimensiones donde se encuentra la
coherencia de las decisiones concernientes al sistema de producción, igualmente si
cada parte respectiva varía de una explotación a otra.
Estos dos análisis, el de flujo y el de decisiones deben desembocar en un
diagnóstico de síntesis: por ejemplo, cual es la estabilidad del sistema, cuales son
sus reservas « contra los imprevistos », sus capacidades de adaptación a
situaciones nuevas, cuales son finalmente las características del conjunto familia-
explotación?
Cuales son los puntos que traban, que limitan el funcionamiento del conjunto?
Entre ellos, cuales son modificables, y cómo?.
El diagnóstico deberá ser llevado en función de los objetivos del análisis: se quiere
saber qué, para hacer qué?. Si repetimos aquí esta pregunta, se debe a que
demasiado a menudo, dentro de la realización de la acción se pierde de vista por
qué se ha emprendido. Esta es la interrogante fundamental de un enfoque global
que encuentra su justificación dentro de su eficiencia.

42
¿QUÉ ES UNA AGRICULTURA SUSTENTABLE?

P. Allen y van Dussen

Introducción

En tanto que varios sistemas sociales, económicos, políticos y biológicos se han


deteriorado, la importancia de la sustentabilidad como una meta fundamental
necesaria ha recibido mayor atención en todo el mundo, desde discusiones de
cómo crear una sociedad sustentable (Meadows, 1977; Clark, 1977; Coomer, 1981;
Brown, 1981) hasta un enfoque de desarrollo sustentable por el Banco Mundial, las
Naciones Unidas y otros organismos (Clausen, 1981; Oficina de Asuntos
Ambientales del Banco Mundial, 1987).
El hilo común es el interés para que estos sistemas tengan éxito y continúen en el
corto como en el largo plazo. De manera similar, la necesidad de una agricultura
sustentable ha sido enfatizada en tanto que la contaminación ambiental ha ido en
aumento, los riesgos de salud se han incrementado, las prácticas del control de
plagas han sufrido tropiezos, las economías rurales se han deteriorado y el hambre
se ha expandido. Se han formado muchos grupos para discutir estos temas,
incluyendo a la Federación Internacional del Movimiento de Agricultura Orgánica
(IFOAM), la cual se fundó en 1972 para promover “métodos agrícolas que sean
biológica, económica y socialmente sustentables” (Besson, 1978). El tema de la
primera conferencia científica internacional de organización (1977) fue “Hacia una
Agricultura Sustentable”:
En 1984, la Universidad del Estado de Michigan, se convirtió en la primera
universidad americana con tierras subvencionadas que auspició una conferencia
importante sobre agricultura sustentable (IASA, 1984; Edens et al., 1985). “La
Sustentabilidad de la Agricultura de California” fue el tema de las cinco audiencias
a lo largo de California y de un simposio principal en 1986 auspiciado por la
Universidad de California. (O‟Keefe, 1986; UCAD, 1986). Esto llevó a la aprobación
en 1986 del Acta de Investigación y Educación sobre Agricultura Sustentable, que
creó a un coordinador de agricultura sustentable de tiempo completo dentro de la
Extensión Cooperativa y aportó fondos para la investigación sobre agricultura
sustentable (Johnson, 1986a).
Desde entonces, otros estados abrazaron a la agricultura sustentable. En 1987,
Minnesota aprobó la legislación que creaba la primera Cátedra financiada sobre
Agricultura Sustentable (en la Universidad de Minnesota). Wisconsin estableció un
programa de agricultura sustentable por $2 millones y la Universidad de Iowa creó
el Leopold Center por $1.5 millones, para agricultura sustentable (Johnson, 1987b).
Las principales organizaciones religiosas, tales como la Conferencia Nacional de
Vida Rural Católica (NCRLC) han dedicado publicaciones y programas a la
agricultura sustentable (NCRLC, 1987). Finalmente, 27 de los líderes científicos de
Norteamérica firmaron el Pesticide Action Network el 5 de Junio de 1986 en la
Declaración de Ottawa” en apoyo a “los métodos agrícolas sustentables (PAN
1986).

43
En tanto que el uso del término agricultura sustentable se ha difundido, se ha vuelto
importante tener una definición clara. Este documento proporciona una definición
ampliamente aceptada de agricultura sustentable, discute sus cuatro componentes
esenciales, examina la sustentabilidad de los sistemas tradicionales y
convencionales y menciona varios enfoques sustentables.
Definiciones de Agricultura Sustentable
De acuerdo al diccionario Webster, “sustentar” significa “mantener en existencia,
proseguir, mantener o prolongar; proveer subsistencia o alimentación para”
(Guralnik, 1978). Desafortunadamente, hay pocos términos en otros idiomas que
traduzcan plenamente su significado.
Se han proporcionado varias definiciones para lo que constituye una agricultura
sustentable, desde un enfoque estrecho sobre producción o economía hasta la
incorporación de la cultura y la ecología (UCAD 1986; Douglas 1984; O‟Keefe 1986;
Altieri 1983; Hill 1985b; Vogtmann 1984; Rodale 1983a). Una de las primeras
definiciones fue proporcionada por Fisher (1977) en la conferencia del IFOAM en
1977. Él señaló ocho componentes básicos para la sustentabilidad y también hizo
notar que se podrían agregar implicaciones económicas:
 el dinamismo sistémico
 la armonía con la naturaleza
 la diversidad
 los recursos renovables
 involucramiento personal
 nutrición
 comunidad, y
 estética.
El poeta/agricultor Wendell Berry ha combinado muchas de estas ideas en su
definición: “Una agricultura sustentable no agota al suelo ni a la gente” (Jackson,
1984). El mismo concepto simple, pero elegante también puede expresarse como:
una agricultura sustentable nutre a la gente y a todo el agroecosistema. Douglass
(1986) ha tratado a la economía, a la ecología y a la comunidad como tres
componentes de una agricultura sustentable.
Muy frecuentemente, la “sustentabilidad” ha sido enfocada sólo como la progresiva
capacidad productiva de un sistema (Conway 1986; Geisler 1984). La Agencia
Alemana para la Cooperación Técnica (GTZ) ha tratado de crear una “agricultura
autosustentable” con el propósito de “establecer una alta y duradera productividad y
por lo tanto, conservar o restablecer un ambiente ecológico bien balanceado”
(Kotschi 1986).
A través del tiempo, ha surgido una definición que unifica estos elementos diversos
en una definición de trabajo ampliamente adoptada y comprensiva: una agricultura
sustentable es ecológicamente sana, económicamente viable, socialmente justa y
humana (Gips 1984a). Esta definición, que es usada por un número cada vez
mayor de investigadores, agricultores, políticos y organizaciones mundiales,
establece claramente cuatro metas esenciales o criterios para la sustentabilidad
que pueden ser aplicados, tanto en el corto como en el largo plazo, a todos los
aspectos de cualquier sistema agrícola, desde la producción y comercialización
hasta el procesamiento y consumo.
Más que imponer cuáles métodos y cuáles no pueden ser usados, esta definición
establece cuatro estándares básicos a través de los cuales las prácticas y

44
condiciones agrícolas ampliamente divergentes pueden ser evaluadas y
modificadas, si es necesario para crear sistemas sustentables. El resultado es una
agricultura diseñada para durar.
Muchos aspectos de estos conceptos han sido previamente elaborados, como en
una editorial de Science en 1978, que buscaba tecnologías “que fuesen económica,
social y ecológicamente sanas” (Wittwer 1978). Sin embargo, ha habido necesidad
de unificar estas ideas en un concepto único, holístico.
Para dilucidar más tal concepto, podría ser de utilidad para los economistas y para
otros, percibir al sistema en términos de un modelo de programación lineal. El
modelo buscaría optimizar la sustentabilidad del sistema en general, lo que estaría
determinado por el grado en que pudiera satisfacer las cuatro metas mencionadas.
Las metas estarían representadas por un mínimo de restricciones que el sistema
debería satisfacer para ser sustentable. Una vez que las restricciones mínimas
fuesen satisfechas, el sistema buscaría producir la mezcla de las cuatro que
rindieran la mayor sustentabilidad. Naturalmente, una medida común de
sustentabilidad tendría que ser determinada monetariamente o de otra manera.
Debe hacerse una aclaración acerca de un mal entendido pequeño pero
significativo del término “agricultura sustentable”. Se ha hecho la afirmación de que
implica sostener “el nivel actual de efectividad agrícola” (Rodale 1983b). Sin
embargo, antes que sostener el actual sistema o un nivel estático en un momento
dado, una “agricultura sustentable” representa una meta última, sin fin, un proceso
continuo cuyo logro medido de sustentabilidad en cualquier punto en particular sea
sólo la base para su futuro. La naturaleza no es estática. Es decir, la agricultura
sustentable debe ser dinámica, no dormir nunca en sus laureles.
Principios de una Agricultura Sustentable
Solidez Ecológica
El primer criterio para la sustentabilidad es que el sistema sea ecológicamente
sólido o “saludable... completo y en buena condición” (Giralnik 1978). Esto se aplica
a la vitalidad de todo el agroecosistema, desde humanos y plantas hasta la vida
silvestre y organismos terrestres. El naturalista Aldo Leopold (1984) resumió este
concepto de manera muy simple:

Algo es correcto cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza


de la comunidad biótica. Es incorrecto cuando tiende a hacerlo de otra
manera”.
Hay dos componentes necesarios para lograr un agroecosistema integral,
saludable. Ambos están basados en procesos biológicos básicos en la naturaleza:
autorregulación y eficiencia de recursos (Harwood, 1985). Para lograr la
autorregulación y la estabilidad resultante, es esencial la diversidad de especies
(Ehrlich, 1981). Debe darse atención especial para garantizar la salud del suelo,
precondición para plantas saludables. La salud del suelo se logra por prácticas tales
como las rotaciones balanceadas de cultivos, siembras de abono, adición de
biomasa y rizobacterias, prácticas adecuadas de cultivos y correcta administración
del agua.
También es importante mantener la salud de la flora y fauna circundantes. Una vez
más, la diversidad de especies es crítica, como lo son el hábitat adecuado, las
variedades selectas y el uso de prácticas policulturales. Hill (1985 b) ha pugnado

45
por el rediseño de sistemas que sean capaces de resolver internamente sus
problemas de plagas, en vez de hacerlo a través de intervenciones externas.
Porque “no podemos hacer solamente una cosa” en los sistemas ecológicos debido
a su naturaleza interdependiente (Hardin, 1969). Se prefiere el “concepto intensivo”
de control de plagas que utiliza un rango de estrategias seleccionadas
cuidadosamente a los enfoques simplistas químico-intensivos que emplean
plaguicidas no específicos que pueden desordenar todo el agroecosistema.
Una agricultura ecológicamente sólida también debe ser eficiente en recursos para
conservar los recursos escasos, evitar la toxicidad del sistema y reducir los costos
de insumos. El sistema debe estar basado biorregionalmente y diseñado con ciclos
de recursos cerrados o circuitos cerrados, de manera que la energía y los nutrientes
sean reciclados y no se pierdan, con énfasis en los recursos renovables que
permitan mayor autoconfianza. Un sistema estructurado adecuadamente utiliza
óptimamente todos los recursos disponibles, incluyendo abonos verdes, árboles de
leguminosas, plantas perennes, hierbas, abonos compuestos y tecnología
apropiada, tal como molinos de viento, bombas de energía solar y digestores de
metano.
Un sistema ecológicamente sano no sólo será capaz de adaptarse, crecer y
continuar a perpetuidad, sino que su salud será la base para la salud de todas sus
partes, incluyendo a los humanos. El agroecosistema deberá producir plantas
florecientes y nutritivas que alimenten a los humanos en todos los aspectos: física,
mental y espiritualmente.
Viabilidad Económica
La segunda prueba para una agricultura sustentable es que sea económicamente
viable, o sea “capaz de echar raíces y crecer” (Guralnik, 1978). Una economía
viable es aquella que es “factible, con probabilidad de sobrevivir, o que tenga un
significado verdadero...” (op. cit.). Por lo tanto una economía tal, debe poder
mantenerse por sí misma y crecer tanto a corto como a largo plazo.
Es esencial para esta perspectiva que haya una ganancia neta positiva o por lo
menos un balance en términos de recursos gastados y retribuidos. La ganancia
debe ser suficiente para garantizar la mano de obra y los costos involucrados. Si
hay una fuga de utilidades, el sistema no continuará.
Por supuesto, la manera como se determinen los egresos y los ingresos debe
basarse en los valores relativos de quienes los evalúen. Aun más, habrá criterios
discrepantes dependiendo del tipo de economía en el que funcione la granja. En
una economía de subsistencia, por ejemplo, el agricultor tradicional debe producir
alimentos suficientes para satisfacer las necesidades de su familia dentro de una
determinada restricción de fuerza laboral y de recursos. Una economía capitalista
monetiza todos los insumos y la producción de modo que la viabilidad con
frecuencia es medida en términos de utilidad neta sobre el capital invertido. Una
economía socialista, generalmente cuantifica todos los recursos utilizados y
determina la viabilidad con base en la utilidad neta sobre el uso total de recursos,
incluyendo tanto criterios financieros como sociales.
Son esenciales para el entendimiento de la viabilidad económica, los riesgos
relativos, el financiamiento adecuado, el grado de explotación y otros factores
subjetivos, como la seguridad familiar, la satisfacción personal y la salud. Los
modelos economicistas tienden a ignorar los factores cualitativos y sólo valoran
aquellos que pueden ser cuantificados.

46
Finalmente, hay costos adicionales y subsidios, a menudo ocultos, que no se toman
en cuenta para determinar la viabilidad económica. Los costos externos, o
“externalidades”, generalmente no son considerados en la toma de decisiones
porque su determinación es difícil (Langham, 1969). También son ignorados
numerosos subsidios que hacen parecer económicamente viable a una práctica
agrícola determinada, tal como el uso de un plaguicida subsidiado por el gobierno
(Repetto, 1985), investigación agroquímica, esfuerzos extensionistas, programas de
aspersión (van den Bosch 1978), y esquemas de irrigación masiva. Evidentemente,
es necesario un nuevo sistema contable para garantizar que las prácticas son en
verdad económicamente viables.
Justicia Social
El tercer requisito para una agricultura sustentable es que sea socialmente justa, o
“equitativa... justa o correcta” (Guralnik, 1978). Muy sencillamente, el sistema debe
garantizar que los recursos y el poder sean distribuidos equitativamente para que
todas las necesidades básicas estén satisfechas y garantizados sus derechos.
Este estándar es frecuentemente pasado por alto, a menudo porque una evaluación
de poder, privilegio y explotación es considerado un tema incómodo. Como dijo el
Dr. Martin Luther King (1963) “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza
contra la justicia en todas partes”. Hay dos componentes esenciales de la justicia
social: control equitativo de recursos y participación plena. Con respecto a la
primera, el acceso a la tierra es necesario para que una mayoría de la población del
mundo escape a la pobreza y cultive los alimentos que requiere.
Tan importante como la equitativa tenencia de la tierra es la disponibilidad de
recursos adecuados para lograr el éxito en este esfuerzo, incluyendo capital,
asistencia técnica y oportunidades de mercado. Al mismo tiempo deben ser
reconocidos los derechos de los agricultores sin tierra y de los pobres urbanos.
Esto requiere salarios justos, el derecho a organizarse, un ambiente de trabajo
seguro, condiciones de vida adecuadas y el derecho a alimentos nutritivos y
saludables.
El segundo componente esencial de la justicia social es la capacidad de la gente
para participar en las decisiones vitales que determinen su vida. Ya sea en el
campo o en la casilla de votación, la participación total de toda la gente debe estar
garantizada. Este derecho es particularmente importante en el caso de las mujeres,
de los indígenas y de otros que han sido históricamente discriminados y excluidos
del proceso de toma de decisiones. Además, los trabajadores agrícolas deben tener
el derecho de organizarse y el público debe poder participar en las instituciones
dominantes de la sociedad.
En algunos casos, deben ser establecidas nuevas estructuras organizativas que
permitan una mayor participación. Las cooperativas por ejemplo, están basadas en
un conjunto de principios que garantizan el reconocimiento de los derechos básicos
incluyendo el voto democrático y la propiedad compartida. No sólo es necesaria una
mayor democracia, sino que fundamentalmente, una agricultura sustentable
requiere de un cambio a una economía equitativa o democrática (Dird 1986; Lappe
1986, 1987).
Humanidad
El cuarto y último requisito para la sustentabilidad es que sea humana o “que tenga
las que se consideran mejores cualidades de la humanidad”: gentil, tierna,
caritativa, compasiva, etc. (Guralnik, 1978). Más frecuentemente, el término es

47
aplicado a la manera en que tratamos a los animales. Si bien éste es un elemento
verdaderamente importante, una agricultura humana debe personificar los más
altos valores humanos en todos los aspectos, desde el respeto a la vida hasta la
protección de diversas culturas. El Dr. Albert Schweitzer, ganador del Premio Nobel,
enfatizaba que “el respeto a la vida” es condición básica para los ideales de la
civilización, incluso para su propia vida (Schweitzer, 1949). Mientras que los seres
humanos evidentemente viven una relación interdependiente con los animales, con
demasiada frecuencia, los animales son vistos sólo como objeto de explotación.
Una agricultura humana debe estar basada en el respeto fundamental a los
animales y el reconocimiento de sus derechos (Regan, 1983).
Igualmente importante es que los más altos valores se apliquen también a la
interacción de los seres humanos. La dignidad fundamental de todos los seres
humanos debe ser reconocida, y tanto las relaciones como las instituciones, deben
incorporar valores humanos básicos como confianza, honestidad, respeto, dignidad,
cooperación, confianza en sí mismos, compasión y amor. Para que una agricultura
sea sustentable, la integridad cultural de su sociedad debe ser preservada y nutrida.
Las raíces culturales son tan importantes para la agricultura como las de las
plantas. Sin comunidades fuertes y culturas vibrantes, la agricultura no florecerá
(Berry 1977).
Pero representar los más altos valores humanos requiere aún más. El poeta
agricultor norteamericano Wendell Berry ha dicho “una agricultura que es completa
nutre a la persona entera, cuerpo y alma. No vivimos sólo de pan” (Berry 1985). La
música, el arte, la poesía, la literatura y la danza son todas integrantes de tal
nutrimento, del mismo modo en que lo es la estética del paisaje agrícola. El
agricultor filósofo japonés Masanobu Fukuoka ha compartido una noción
relacionada “la meta última de la agricultura no es el cultivo de cosechas sino el
cultivo y la perfección de los seres humanos” (Fukuoka, 1985b).
Tanto Berry como Fukuoka resaltan que el desarrollo personal en todos aspectos
es esencial para una agricultura saludable. Ellos ven a la agricultura no sólo como
un trabajo sino como una disciplina personal y un sendero espiritual. Para muchos,
hay una conexión sagrada con la tierra o con los altos poderes a través de la
agricultura.
La sustentabilidad de la agricultura tradicional y convencional
Esta sección examina tanto los sistemas agrícolas tradicionales (o de bajos
insumos externos) como los convencionales (de insumos externos altos o,
industrializados) para evaluar qué tan bien satisfacen éstos, cada uno de los cuatro
criterios.

Solidez Ecológica
El examen de los sistemas agrícolas tradicionales muestra que muchos,
particularmente aquellos que han permanecido intactos y han escapado a
interferencias externas, son ecológicamente sólidos. Tienden a combinar altas
especies, diversidad estructural y temporal, ciclos de nutrientes y flujo de energía
eficiente y una intrincada complejidad de interacciones biológicas (Gliessman,
1984). Estos sistemas son proclives a utilizar variedades resistentes de cultivos
tradicionales, rotación de cultivos, plantíos de mayor densidad, siembras
intermedias, tracción animal y control natural de plagas. Además hay beneficios que
surgen naturalmente de sus diversos agroecosistemas, muchos de los cuales sólo

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ahora están comenzando a entender los científicos, tales como los efectos
alelopáticos y de fijación de nitrógeno de ciertas plantas (Gliessman, 1983).
Sin embargo, aunque hay muchos ejemplos bien documentados de sistemas
agrícolas tradicionales que son ecológicamente sólidos, otros se han vuelto
insustentables. La decadencia de importantes civilizaciones como la Maya y la
Mesopotámica ha sido atribuida a prácticas agrícolas tradicionales destructivas y la
devastación está aumentando en muchos países en desarrollo debido a la
deforestación, la desertificación, la erosión, la salinización y a la pérdida de
germoplasma (Brown, 1981). Agregada a tales presiones biológicas está una
creciente población que cuando se apareja con una limitada tenencia de la tierra se
convierten en restricciones institucionales, que con frecuencia fuerzan el uso de la
tierra más allá de su capacidad de resistencia.
Basada sólo en las estadísticas de producción, la situación parece mucho mejor
respecto de la agricultura convencional, industrializada o, de altos insumos. La
producción se ha expandido incluso por encima de la capacidad de exportación y
de almacenamiento. Sin embargo, tales apariencias son engañosas. Enmascaran
problemas crecientes de medio ambiente y de salud pública, la resistencia creciente
de las plagas, la necesidad de aumentar los insumos debido a la productividad
decreciente y a la compactación de los suelos. Evidentemente estos sistemas
deben ser transformados para hacerlos ecológicamente sólidos.
Viabilidad Económica
Sin tomar en cuenta el tipo de sistema económico, la granja debe “ser capaz de
echar raíces y crecer.” La viabilidad histórica de los sistemas tradicionales es
señalada por el hecho de que hay todavía millones de granjas tradicionales que
actualmente comprenden a la mayoría de las granjas del mundo. Sin embargo,
aunque muchas de estas granjas continúan siendo exitosas, la viabilidad
económica de la mayor parte de ellas está siendo tensionada por una variedad de
presiones externas e internas que van desde los precios en el mercado mundial de
artículos de primera necesidad y las políticas gubernamentales, hasta prácticas
agrícolas pobres y la propiedad inequitativa de la tierra. Muchos agricultores del
tercer mundo ya no son capaces de sobrevivir y deben dejar sus tierras para
mudarse a las atestadas áreas urbanas.
De manera similar, un número creciente de agricultores en países industrializados
ha ido a la bancarrota y ha tenido que abandonar la agricultura. Entonces las
economías rurales claudican, seguidas por sus comunidades.
Aun más, la celebrada productividad del sistema disfraza enormes subsidios y
costos ocultos. En sólo poco tiempo, la agricultura industrializada casi ha extinguido
al “capital principal” de la naturaleza por medio del agotamiento de millones de años
de energía fósil, la erosión del suelo fértil que requiere de miles de años para
formarse y la pérdida de invaluable germoplasma con siglos de evolución. Al mismo
tiempo, la agricultura convencional se ha endeudado a futuro transmitiendo
tremendos costos ambientales y de salud pública. Estos costos incluyen la
contaminación del agua, del aire, de los seres humanos, de los peces y de la vida
silvestre con agroquímicos; la sedimentación, el agotamiento de la tierra y la
salinización de las reservas acuíferas; el impacto global causado por la pérdida de
bosques tropicales y la resistencia bacteriana a los antibióticos.
Por tanto, en un tiempo muy corto, la agricultura convencional ha extinguido gran
parte de los recursos no renovables del mundo, amenazando al mismo tiempo con

49
la destrucción de los recursos renovables. Si la agricultura convencional tuviera que
responder por todos los costos y subsidios antes mencionados no sería
considerada económicamente viable. Sólo puede continuar ocultando sus
verdaderos costos y transmitiéndolos a las futuras generaciones.
Justicia Social
Históricamente, los sistemas tradicionales han tenido un patrón mixto de justicia
social. Mientras que muchos negaban los derechos básicos de las mujeres,
incorporaban algunos aspectos de justicia social, incluyendo la toma de decisiones
comunitaria, el trabajo compartido y el acceso a las tierras comunales.
Sin embargo, con la incursión de fuerzas externas, el poder fue tomado por
corporaciones, gobiernos y élites acaudaladas. El triste resultado es que hoy, en la
mayoría de los países del tercer mundo el 80% de la tierra es controlado por sólo el
3% de la población (Church World Services, 1985).
La gente pobre raramente es consultada respecto de proyectos de desarrollo
importantes y a las mujeres en particular, por lo general, se les niega cualquier
papel en la toma de decisiones. Las mujeres reciben solamente el 10% del ingreso
mundial y poseen sólo el 1% de la propiedad del mundo a pesar de que trabajan el
66% del total de las horas laborables (Oxfam USA, 1985).
Tanto en los países tradicionales como en los industrializados, los trabajadores
agrícolas a menudo son explotados y expuestos a condiciones de trabajo peligrosas
y con frecuencia sin derecho a organizarse. Un análisis mayor de la justicia social
dentro de la agricultura convencional muestra que en muchos países, la política
agrícola nacional está diseñada para eliminar a las pequeñas familias agrícolas
mientras que aportan subsidios a grandes corporaciones agrícolas. Los agricultores
y los consumidores tienen poca influencia en el establecimiento de políticas de
precios o en los comités de agroindustrias.
Evidentemente, la agricultura convencional no satisface el criterio de justicia social
para la sustentabilidad.
Humanismo
En muchos aspectos, las cualidades humanas están personificadas en muchas
sociedades agrícolas tradicionales e incluso algunas, en países industrializados, tal
como la Native American and the Amish. En contraste, la transición a una
agricultura convencional ha significado el sacrificio de muchos de estos valores.
Los animales han sido sujetos a condiciones inhumanas, en “fábricas agrícolas”
como, en las que las gallinas ponedoras yacen hacinadas en pequeñas jaulas
alineadas en batería, los terneros se mantienen encerrados en establos individuales
y oscuros, alimentados con dietas anémicas y los cerdos confinados en
construcciones insalubres y son atiborrados de antibióticos para garantizar una
ganancia extra de peso (Mason 1985; Mason y Singer 1980). Mientras que países
como Suiza han prohibido las jaulas alineadas en batería, y han legislado sobre
otras reformas, las prácticas inhumanas aún persisten en todo el mundo.
La sustitución creciente del término “agricultura” por el de “agronegocio” refleja un
cambio fundamental hacia una economía monetizada en la que todo, incluyendo los
seres humanos, le es asignado un determinado valor monetario. Estos “insumos”
son considerados sacrificables y reemplazables. En lugar de estimular un sentido
de comunidad, tal sistema lleva al incremento de un sentido de competencia, de
aislamiento y de alienación. Al colapsarse las sociedades rurales, se pierden sus

50
valores que forman la “columna vertebral” de la sociedad en su conjunto. Sin esa
columna vertebral la sociedad no es ni humana si sustentable.
En resumen, el análisis de los cuatro criterios para la sustentabilidad indica que
tanto la agricultura tradicional como la convencional, contienen fallas básicas que
actualmente las hacen insustentables. Pero ¿hay una alternativa viable?
Un nuevo fundamento común: Agricultura Sustentable
En Teoría
La agricultura sustentable ofrece la posibilidad de un nuevo fundamento común.
Además de su definición que proporciona un conjunto de metas o estándares
esenciales, el término agricultura sustentable también es usado como un paraguas
bajo el que caven varios y diferentes sistemas y prácticas agrícolas que buscan
englobar los criterios en diferentes grados. El concepto no es parcial hacia ningún
sistema agrícola en particular. Antes bien, busca garantizar que todos los temas
agrícolas satisfagan los cuatro principios básicos de la sustentabilidad. Si un
enfoque no satisface uno o más criterios, está disponible un conjunto de pautas
positivas para ayudar a hacer los cambios necesarios para la sustentabilidad.
Concebido en este sentido, la agricultura sustentable representa una respuesta
positiva a los límites y problemas, tanto de la agricultura tradicional como de la
moderna. No es ni un regreso al pasado ni una adoración de la nueva. Más bien es
el equilibrio de la nueva y la vieja. Busca tomar los mejores aspectos tanto de la
sabiduría tradicional como de los últimos avances científicos. Esto da como
resultado agroecosistemas integrados basados en la naturaleza, diseñados para
ser autoconfiables, conservadores de recursos y productivos, tanto en el corto como
en el largo plazo.
En la Práctica
Hay cuando menos 30 000 agricultores utilizando prácticas sustentables en los
Estados Unidos y miles más en otros países. Aunque los sistemas agrícolas
sustentables representan menos del 1% de las operaciones agrícolas en la mayoría
de los países industrializados, hay una sorprendente diversidad de enfoques (USA
Departamento de Agricultura, 1980). Estos sistemas tienen diferentes nombres y
sus prácticas aceptadas varían grandemente. Esto es en función de sus singulares
historias, ubicaciones geográficas y asociaciones culturales.
Algunos de los nombres más comunes para los sistemas sustentables son:
 orgánico (U.S. Departamento de Agricultura 1980; Rodale 1945; Northburn
1940; Oelhaf, 1978)
 biológico (Gips 1984b; Deavin 1977)
 alternativo (Youngberg 1977, 1986)
 ecológico (Hill 1979; Stone 1976; Oelhaf 1978; Freeman 1980)
 eficiente en recursos (Rodale 1983b)
 de bajos insumos (o de bajos insumos externos (Manintveld 1982)
 de bajos recursos (U.S.A Oficina del Congreso para la Evaluación
Tecnológica 1986)
 natural (Fukuoka 1985a,b)
 biodinámico (Gips 1984b; Steiner 1958; Koepf 1976)
 regenerativo (Rodale 1983a,b), y
 permacultural (Mollison 1978, 1979).
Los primeros cuatro hacen énfasis principalmente en la solidez ecológica del
sistema aunque sus promotores con frecuencia incorporan los otros principios de la

51
agricultura sustentable. Los sistemas eficientes en recursos y de bajos insumos se
enfocan aún más directamente hacia el uso de insumos naturales. Finalmente,
quienes proponen los enfoques biodinámico, natural, regenerativo y permacultural,
se apoyan más, sino es que en todos, los principios de la agricultura sustentable de
una manera holística.
La agricultura sustentable también abarca componentes y conceptos de muchas
disciplinas diferentes incluyendo a la agroecología (UCSC Programa de
Agroecología 1983; Altieri 1983; Norgaard 1983; Gliessman 1986), investigación de
sistemas agrícolas (ILEIA 1985; De Walt 1985), agroforestería (King y Chandler
1978; Nair 1980), y manejo integrado de pesticidas (van den Bosch 1981). Estos
sistemas y enfoques son descritos en Breaking the Pesticide Habit (Gips 1987).
En conclusión, hay muchos caminos hacia una agricultura sustentable. No es tan
importante cual camino se escoge, sino que, cual es el camino que lleve a la meta
deseada: a una agricultura sana que pueda ser heredada por las generaciones
futuras.

52
EL DESARROLLO Y USO DE INDICADORES PARA EVALUAR LA
SUSTENTABILIDAD DE LOS AGROECOSISTEMAS

Sarandón, J.

La sustentabilidad: de concepto abstracto a criterio para la toma de decisiones


Actualmente ya no se discute la necesidad de volcar esfuerzos en pos de una
agricultura sustentable que permita “satisfacer las necesidades de las presentes
generaciones sin comprometer la posibilidad de satisfacción de las futuras
generaciones”. Sin embargo, en la práctica, esto se ha quedado aún en una etapa
declarativa, y no se ha hecho operativo el término. Una de las razones de esta
situación es la dificultad de traducir los aspectos filosóficos e ideológicos de la
sustentabilidad en la capacidad de tomar decisiones al respecto (Bejarano Avila,
1998). Las razones de esto son muy variadas, pero parte de la dificultad radica en
los siguientes aspectos (Sarandón, 1998):
 La ambigüedad y poca funcionalidad del concepto. No sugiere cómo
hacerlo.
 La característica multidimensional (productiva, ecológica, cultural, temporal,
social y económica) de la sustentabilidad.
 La dificultad de percibir claramente el problema desde el enfoque
disciplinario o reduccionista predominante en el ámbito científico-
académico.
 La ausencia de parámetros comunes de evaluación, junto con el uso de
herramientas y metodologías inadecuadas.
 La falta de valores objetivos que posibiliten la comparación entre
diferentes variantes de un mismo sistema productivo y/o entre diferentes
sistemas productivos.
En primer lugar, debemos aclarar que este desafío no es sencillo. Justamente, la
sustentabilidad es uno de esos términos que deben su amplia aceptación, en
parte, a su ambigüedad. Todos están de acuerdo en alcanzarla (en teoría),
pero nadie sabe bien de qué se trata. Y, por lo tanto, no se pueden medir
progresos, ni retrocesos (Sarandón, 2000). La definición más conocida, (WCED,
1987): “el desarrollo sustentable es aquél que permite satisfacer las necesidades de
las generaciones presentes, sin comprometer las necesidades de las generaciones
futuras”, a pesar de su aceptación universal, poco aporta
Agroecología: El Camino hacia una Agricultura Sustentable con respecto a las
herramientas o criterios necesarios para medir la sustentabilidad.
Por otra parte, la sustentabilidad es un concepto complejo en sí mismo porque
pretende cumplir con varios objetivos en forma simultánea que involucran
dimensiones productivas, ecológicas o ambientales, sociales, culturales,
económicas y, fundamentalmente, temporales. A su vez, la evaluación de la
sustentabilidad, se ve dificultada por el enfoque reduccionista que aún prevalece
en los agrónomos y muchos científicos, lo que genera grandes dificultades para
entender problemas complejos como éste, que requieren de un abordaje de
forma holística y sistémica. Además, como señalan Kaufmann & Cleveland (1995),
se requiere un abordaje multidisciplinario para medir un concepto
interdisciplinario.

53
Para esta complejidad no existen parámetros ni criterios universales o comunes de
evaluación. Tampoco han sido desarrolladas herramientas y/o metodologías
apropiadas para ello. Por esta razón es que, en la actualidad, varias tecnologías,
incluso contrapuestas, son promovidas como sustentables. Nadie puede refutar
o afirmar tales aseveraciones, porque no se pueden medir. No hay un valor de
sustentabilidad contra el cual comparar. Así, mientras por un lado quienes
promueven la siembra directa consideran a esta tecnología como sinónimo de la
sustentabilidad, hay quienes consideran que es todo lo contrario porque promueve
un mayor uso de fertilizantes, herbicidas, insecticidas y, también fungicidas. Lo
mismo ocurre con los cultivos transgénicos vs. los no transgénicos. Cómo no se
sabe qué es la sustentabilidad, este tipo de polémica amenaza con seguir por
mucho tiempo.
Para lograr avanzar, es necesario que la complejidad y la multidimensión de la
sustentabilidad sean simplificadas en valores claros, objetivos y generales,
conocidos como indicadores. El uso de los indicadores deberá permitir
comprender perfectamente, sin ambigüedades, los puntos críticos de la
sustentabilidad de un agroecosistema. Permitirá, a su vez, percibir tendencias que,
de otra manera, pasarían desapercibidas y tomar decisiones al respecto. Algunas
aplicaciones del desarrollo de indicadores de sustentabilidad en el área
agropecuaria serían:
 Decidir la conveniencia o no de la adopción de diferentes propuestas o
paquetes tecnológicos.
 Evaluar la introducción de un nuevo cultivo o el desplazamiento de un cultivo
de una zona a otra.
 Comparar diferentes sistemas de producción. (Orgánico vs. convencional,
al aire libre vs. bajo cubierta)
 Evaluar el riesgo de un determinado sistema productivo en el tiempo.
Mejorar la capacidad de encarar problemas de este tipo se hace mucho más
necesario para quienes permanentemente deben tomar decisiones concernientes a
las actividades agropecuarias. En la actualidad, existe una gran velocidad en los
cambios de las prácticas agropecuarias y en la incorporación de nuevas
tecnologías. Se necesitan, por lo tanto, criterios y metodologías que permitan
evaluar el impacto que estas prácticas o tecnologías tendrán sobre la
sustentabilidad de los agroecosistemas tanto a nivel de los agricultores, como de
una región determinada. Sin embargo, los científicos y técnicos raras veces
pueden proveer de información confiable y comprensible a los políticos,
planificadores y público en general acerca de los beneficios, costos e impactos de
procesos de desarrollo (Winograd et al., 1998).
Los requerimientos de la investigación científica requieren ir más allá de los
conceptos holísticos de la sustentabilidad, hacia otros más específicos y
susceptibles de medición (Izac & Swift, 1994). La transformación del concepto
abstracto de la sustentabilidad a un término operativo es esencial para la
planificación a mediano plazo de cualquier actividad. El objetivo de este capítulo
es plantear la necesidad del desarrollo de indicadores de sustentabilidad y
discutir algunos criterios y metodología necesarios para su construcción y uso
en la evaluación de agroecosistemas.

54
Evaluando la sustentabilidad
En los últimos años, ha surgido un marcado interés por investigar sobre
aspectos relacionados con la sustentabilidad de los sistemas agrícolas
(Bockstaller et al., 1997; Cook, 1996; Goodland & Daly, 1996; Goodland, 1997,
1998; Hansen & Jones, 1996; Izac & Swift, 1994; Lewandowski et al., 1999; Meyer
et al., 1993; Ruttan, 1994, 1996; Smith & Thwaites, 1998). Sin embargo, la mayoría
de las publicaciones sobre el tema, no han superado aún la etapa enunciativa o
enumerativa de las cualidades que debería tener un agroecosistema para lograr
ser sustentable y pocos han intentado medir o proponer metodologías o marcos
para evaluar la sustentabilidad de los sistemas agropecuarios (Astier & Masera,
1996; De Camino & Muller, 1993; Gómez et al., 1996; Mitchel et al., 1996;
Sarandón, 1997, 1998; Smyth & Dumanski, 1995 y Torquebiau, 1992).
Uno de los problemas que surgen cuando se intenta evaluar o medir la
sustentabilidad, es la confusión respecto a qué es exactamente lo que se quiere
evaluar. Uno de los aspectos más difíciles de manejar es, tal vez el componente
temporal. Este es intrínseco a la definición de sustentabilidad y no puede
separarse de ella, ya que, por definición, involucra a las futuras generaciones. Sin
embargo, esto no está siempre claro en la bibliografía sobre el tema. De hecho,
unos de los pocos autores que abordan el tema del tiempo explícitamente son
Smyth & Dumansky (1995) que establecen una escala temporal de
sustentabilidad e insustentabilidad, fijando un límite superior de 25 años.
No existe una sola forma de encarar la evaluación de la sustentabilidad ya que esta
depende del objetivo o el tipo de pregunta que se busca responder. Esto es
fundamental y es necesario tenerlo en claro para elegir la metodología más
apropiada y no cometer errores que dificultan enormemente la obtención de
resultados concretos. Muchos intentos de evaluar la sustentabilidad, tropiezan de
hecho con este problema; no pasan de una descripción metodológica, a veces un
poco confusa. Pero no consiguen aportar resultados concretos.
En la evaluación de la sustentabilidad hay dos posibilidades: una es la evaluación
de la sustentabilidad per se y la otra es la evaluación comparativa. La elección de
una u otra posibilidad depende del objetivo planteado, y tiene importantes
consecuencias metodológicas.
Evaluación de la sustentabilidad per se
Es la más difícil de realizar, ya que intenta evaluar la sustentabilidad por sí misma.
Generalmente esta evaluación busca contestar preguntas del tipo: ¿Es sustentable
la producción de tomates en invernáculo? ¿Es sustentable la producción
orgánica? No hay puntos de comparación, por lo tanto, la respuesta no puede
ser esto es más o menos sustentable que aquello. Exige una respuesta categórica:
sí o no y una definición de un valor absoluto de sustentabilidad. Aunque quizás este
tipo de pregunta no tiene mucho sentido, de hecho es bastante común. Aquí el
factor tiempo es esencial, porque se transforma en el punto de comparación. Se
compara un sistema consigo mismo en el tiempo, por lo que tenemos que tener en
claro la escala temporal a usar: ¿Por cuánto tiempo queremos sustentar el sistema?
Aunque en general uno se ve tentado a contestar que por siempre (lo que, por otra
parte no es tan errado) esta respuesta no sirve a fines prácticos, por lo que el
horizonte temporal debe ser más acotado y posible de evaluarse. Smyth &
Dumansky (1995) establecen que se considera sustentable a corto o largo plazo
entre 7 y 25 años.

55
Por debajo de esta cifra se consideran diferentes grados de insustentabilidad,
llamando altamente inestable si el lapso es menor de 2 años. Aunque es muy difícil
establecer un tiempo determinado, se puede considerar que, si en la definición
de sustentabilidad se habla de satisfacer las necesidades de las futuras
generaciones, el horizonte temporal no debería ser menor a una generación, es
decir 25 años. Si el plazo es menor no podemos entonces hablar de
sustentabilidad.
Es importante tener presente que no tiene mucho sentido preguntar tan
categóricamente si un sistema o tecnología es sustentable o no, ya que el tipo de
respuesta (si o no) no aporta información muy valiosa. No tiene tanta importancia
saber si el sistema es sustentable o no, sino cuáles son los puntos débiles o riesgos
a la sustentabilidad.
Evaluación comparativa
Es la más común y sencilla. Las preguntas son del tipo: ¿Cuál de estos 2 sistemas,
o tecnologías es más sustentable? ¿Es más sustentable la siembra directa
que la labranza convencional? ¿La horticultura en invernáculo que al aire libre?
¿El cultivo de soja o el de maíz? La respuesta esperada es del tipo: esto es más o
menos sustentable que aquello. Ya no importa el valor absoluto (que por otra
parte, resulta muy difícil de definir). Sólo se busca saber cual de las tecnologías
o sistemas a comparar es mejor que el otro en este aspecto. En este caso, hay
2 situaciones posibles:
a) Comparación retrospectiva ¿Qué pasó?
b) Comparación prospectiva ¿Qué va a pasar?
Comparación retrospectiva:
La comparación retrospectiva es bastante usada aunque con graves errores.
Responde al tipo de pregunta: ¿Cuál sistema de cultivo o tipo de labranza (siembra
directa o convencional) ha sido mejor? ¿Cuál de estos productores ha
manejado el sistema de forma más sustentable? ¿Es la producción orgánica más
sustentable que la convencional? Muchas veces la pregunta está mal formulada o
no es del todo clara y conduce a muchos errores metodológicos. Por ejemplo, la
evaluación in situ de algunas características o propiedades del suelo, fauna,
flora, etc. se ha considerado como indicadores de la sustentabilidad de estos
sistemas. Por ejemplo el % de materia orgánica en un momento determinado se
usa como un indicador de sustentabilidad: a mayor valor, más sustentable. Sin
embargo, esto no es siempre válido. Se confunde evaluación o indicadores de
calidad con sustentabilidad. Que el valor de materia orgánica en un sistema sea del
2% y en el otro del 3% no indica a priori, absolutamente nada, más que el primer
lugar tiene un suelo peor que el otro. Para que esta forma de evaluación sea
correcta deben cumplirse ciertas condiciones:
• Conocer el estado inicial o de referencia. Debemos saber si el sistema se
degradó o mejoró. Muchas veces esto no es posible. Puede inferirse (con ciertos
riesgos).
• Que los cambios en los valores de los indicadores puedan ser atribuidos
exclusivamente a lo que se está evaluando (Por Ej. diferentes sistemas de manejo)
Conocer el estado inicial de ambos sistemas es fundamental. Tener datos del
tiempo cero. Sólo así sabremos si el uso o aplicación de tales tecnologías o
sistemas de producción mejoró o degradó la calidad del sitio. Por ejemplo,
Hartemink (1998) utilizan algunas propiedades físicas del suelo como indicadores

56
de manejo sustentable de caña de azúcar en Nueva Guinea, basándose en datos
desde 1979 a 1994. En este caso, determinaciones como el pH, contenido en
carbono orgánico o el nivel de P disponible tomadas en 1996, eran contrastadas
con los valores originales para evaluar el efecto del cultivo de la caña de azúcar
sobre estas variables. Según estos autores, los cambios en las propiedades
químicas y físicas del suelo indicaron que el sistema de manejo no estaba
sosteniendo la base de los recursos para el cultivo de la caña en el largo plazo.
En muchos casos, estos datos no existen, por lo que no es posible la comparación.
Existen algunas formas de inferir esto, aunque deben usarse con sumo
cuidado. Por ejemplo, se puede comparar la materia orgánica que existe debajo de
lugares que no han sido disturbados (debajo de los alambrados) con la de los
lugares donde se ha hecho un uso más intensivo del suelo. La diferencia entre
ambos (positiva o negativa) puede dar una idea del efecto del sistema de
producción sobre este recurso.
Otra posibilidad es que en la zona existan datos históricos, de por ejemplo el nivel
de nutrientes del suelo, o los % de MO de determinada zona. La comparación
de los datos y su tendencia puede dar una idea de los cambios positivos o
negativos que han ocurrido. Y, por lo tanto, determinar que los sistemas en el
pasado eran más sustentables que ahora o que el riesgo a perder la sustentabilidad
es mayor ahora que antes.
Es importante tener en cuenta que los cambios que se evalúen puedan atribuirse
sin dudas al efecto del sistema que se está evaluando y no estén enmascarados
por otros factores. Por ejemplo, si tenemos los datos de hace 20 años, y en la
actualidad se está realizando determinado sistema de manejo, debemos ser muy
cuidadosos al concluir que los valores actuales de ciertos indicadores son
atribuibles al efecto de este sistema. Aunque en la actualidad el % de materia
orgánica sea menor que en el momento original, hace 10 años podría haber sido
peor, y el actual sistema de manejo en realidad está mejoran do este valor y no
empeorándolo como podría deducirse a primera vista. No es el indicador en sí el
que está equivocado, sino su interpretación.
Si se cumplen estas condiciones, entonces esta comparación es posible y
puede aportar datos interesantes.
Evaluación prospectiva
Es quizá, la pregunta más interesante y de más utilidad. Y quizás también la
más necesaria para la planificación. Ante la posibilidad de un cambio tecnológico:
La nueva tecnología a adoptar ¿es más o menos sostenible que la que desplaza?
Ej. Plantas transgénicas, siembra directa, etc. Este tipo de análisis resulta
fundamental. Si realmente el concepto de sustentabilidad se hiciese operativo,
cualquier cambio tecnológico debería pasar por el filtro de la sustentabilidad. Es
decir, esta tecnología que se incorpora en reemplazo de aquélla otra, o este cultivo
que se propone en reemplazo de este otro, ¿es más sustentable que el anterior? Si
la respuesta es afirmativa, se adopta o promueve su adopción.
Si es negativa se prohíbe o desalienta según sea el caso. Esta debería ser la
norma, pero, lamentablemente no es así y la adopción de tecnologías se hace por
intereses comerciales, de corto plazo y sin tener en cuenta el aspecto ambiental.
Parte de las razones de esto es la dificultad de este tipo de evaluación: es una
pregunta a futuro y requiere, por lo tanto, una capacidad de predicción. Hay 2
maneras de encararla.

57
a) Monitoreo en el tiempo: Es un buen método y bastante preciso, si se
eligen los indicadores adecuados. Tiene la desventaja de que requiere mucho
tiempo para tener una respuesta. Este método se basa en la elección de una
serie de parámetros que se considera son indicadores de sustentabilidad del
sistema. Se miden en el tiempo actual y luego se van evaluando a intervalos
predeterminados. El valor de estos parámetros, respecto del valor original permite
evaluar o tener una idea de lo que ocurre. Como se ve, es un método que brinda
resultados confiables recién después de varios años. A veces sirve para
comparar sistemas de manejo, como propone el Método MESMIS (Astier &
Masera, 1996), que permite comparar un manejo convencional de una finca, con
uno alternativo que se propone como mejora del anterior, aunque, según los
autores, para obtener resultados confiables hacen falta varios años (5-10). Hasta
que se vea una tendencia clara.
Es de destacar que aunque este método es bastante preciso, basa su éxito en la
elección de los indicadores correctos. Cosa que, lamentablemente, no siempre
sucede.
b) Evaluación de tendencias o predicción de la sustentabilidad.
Este método es un poco menos preciso y más complicado, pero mucho más útil
porque permite, una vez detectados los puntos críticos, proponer medidas
correctivas. Consiste en seleccionar los indicadores adecuados, que permitan
predecir tendencias a futuro.
Una forma de hacer esto es con una serie histórica de datos y su proyección a
futuro. Si tenemos varios datos y una clara tendencia, con un buen ajuste a
alguna función como una recta, podemos evaluar que, de seguir esta tendencia a
futuro, existen posibilidades de llegar a valores críticos. Un ejemplo de esto se
presenta en el capítulo 24 de este libro con la disminución de la superficie de
tierras que se mantienen sin cultivo en la localidad de Tres Arroyos.
Pero no siempre existen series de datos. Por lo que el tema se complica. En este
caso, es importante que los indicadores tengan incorporados el factor temporal.
Este es el caso del balance de nutrientes anual, es decir la diferencia de lo extraído
y lo suministrado al sistema. Un valor negativo indica que, de seguir así, se
va a agotar el mismo, lo que dependerá de la cantidad de este nutriente que
tengamos como stock en nuestro sistema.
Otra forma es evaluar el efecto del sistema de manejo sobre algún componente del
sistema que consideramos esencial para su buen funcionamiento. En este
caso se han propuesto el esquema presión-estado-respuesta. Las variables de
estado: se considerarán como tal a aquellas que definen o aportan
información sobre la situación actual. Las variables de manejo o de presión: se
considerará como tales a aquellas relacionadas al funcionamiento del sistema y que
indican el efecto de distintas prácticas de manejo o de uso del suelo, sobre las
variables de estado. Las variables de respuesta indican que se está haciendo
en ese sentido. Por ejemplo, el % de materia orgánica del suelo. Los indicadores de
presión buscan evaluar que es lo que originó esto, por ejemplo un exceso de
laboreo. Y las variables de repuesta se refieren a que es lo que se está haciendo
para remediar este problema. Por ejemplo cambio por siembra directa o una
rotación determinada o incorporación de abonos verdes.
Por ejemplo el laboreo del suelo será considerado un aspecto crítico en suelos
someros, con poca materia orgánica y con ciertos valores de pendiente. Lo

58
mismo puede decirse sobre el mantenimiento de la cobertura vegetal. Puede
usarse como un indicador del efecto del manejo sobre un componente importante
que es la conservación del suelo.
Independientemente del método o forma de evaluar la sustentabilidad, el éxito de
este procedimiento está basado, fundamentalmente, en la elección correcta de los
indicadores.
Los indicadores: un requisito para evaluar la sustentabilidad
La complejidad y la multidimensión de la sustentabilidad hacen necesario
volcar aspectos de naturaleza compleja en valores claros, objetivos y generales,
llamados indicadores.
¿Qué es un indicador?
Es importante entender qué es exactamente un indicador. Este es una
variable, seleccionada y cuantificada que nos permite ver una tendencia que de
otra forma no es fácilmente detectable. Un ejemplo claro de esto, y comprensible
por mucha gente, es el paralelismo con el tablero de los automóviles. Quienes
los construyeron consideraron necesario hacer saber a los conductores algunos
datos importantes que hacen al funcionamiento del mismo. Independientemente
del modelo y tipo de auto hay varios indicadores que los constructores se cuidaron
muy bien de poner delante de nuestra vista en el tablero del automóvil. El medidor
de combustible, el nivel de aceite, la temperatura del motor, son algunos que están
casi siempre presentes. Ý son fáciles de interpretar, aún por quienes no conocen de
mecánica. Y nos dicen inmediatamente que debemos hacer cuando uno de estos
alcanza cierto umbral. Cuando el nivel de combustible baja de cierto nivel,
todos sabemos que debemos pensar en cargarlo de inmediato. Caso contrario, el
auto dejará de funcionar. Nos están marcando una tendencia a futuro. Lo mismo
sucede con el nivel de aceite. Aunque no comprendamos exactamente donde
está el aceite, qué piezas baña, qué protege y cuál es exactamente su función,
somos conscientes de que, si la aguja desciende de cierto nivel (zona roja) o se
enciende la luz, debemos detener el motor o reponer el nivel de aceite de
inmediato. Caso contrario el automóvil puede dejar de cumplir su función
correctamente. Estos son buenos indicadores: brindan información importante y
esencial para el funcionamiento del sistema, son predictivos, son objetivos y son
interpretados fácil y correctamente por cualquier observador.
Lamentablemente, no disponemos de este tipo de indicadores para la evaluación de
la sustentabilidad de los agroecosistemas. No tenemos un tablero de control de los
sistemas agropecuarios, no hay instrumental, relojes ni luces que se prenden.
Por lo tanto, debemos desarrollarlos de la mejor manera posible. Pero para ello
es necesario tener en cuenta algunas características que estos tienen que cumplir.
Características de los indicadores
Debido a la complejidad propia de la sustentabilidad, lo que se pretende con
los indicadores es una simplificación de la realidad. Esto implica perder cierto
grado de información, pero ganar en claridad. Muchas veces, la suma de
enormes cantidades de datos, o de censos extremadamente minuciosos, no
sirve para saber la tendencia. Esto debe ser evitado. Se busca claridad, a costa
de cantidad de información.
Algunas características deseables que deben reunir los indicadores de
sustentabilidad

59
Estar estrechamente relacionados con (o derivado de) algunos de los requisitos de
la sustentabilidad.
 Ser adecuados al objetivo perseguido.
 Ser sensibles a un amplio rango de condiciones.
 Tener sensibilidad a los cambios en el tiempo.
 Presentar poca variabilidad natural durante el período de muestreo.
 Tener habilidad predictiva.
 Ser directos: a mayor valor más sustentables.
 Ser expresados en unidades equivalentes. Mediante transformaciones
apropiadas. Escalas cualitativas.
 Ser de fácil recolección y uso y confiables.
 No ser sesgados (ser independientes del observador o recolector)
 Ser sencillos de interpretar y no ambiguos.
 Presentar la posibilidad de determinar valores umbrales
 Ser robustos e integradores (brindar y sintetizar buena información)
 De características universales pero adaptados a cada condición en
particular.
Estar estrechamente vinculados con la sustentabilidad
Es fundamental, para que los indicadores no sean sólo una colección de datos
inconexos, que estos estén estrechamente relacionados con algunos de los
requisitos de la sustentabilidad.
Algunos trabajos proponen una serie de indicadores, listados de datos o variables
que pueden medirse, pero que no aportan demasiado. Aún cuando pudieran
recogerse estos datos, difícilmente se pueda luego llegar a una respuesta sobre la
sustentabilidad de estos sistemas.
Para evitar esto, todos los indicadores deben ser derivados de los atributos de la
sustentabilidad previamente definidos. No puede haber ningún indicador que no
haya sido derivado de uno de los requisitos de la sustentabilidad. Y viceversa: no
puede haber algún requisito de la sustentabilidad que luego no se traduzca en un
indicador. Si se considera, por ejemplo que una agricultura sustentable debe
ser socialmente apropiada, entones deberá existir algún indicador que evalúe
esto.
Agroecología: El Camino hacia una Agricultura Sustentable
Independientemente de los diferentes lineamientos o bases conceptuales
propuestos por De Camino & Muller (1993), Smyth & Dumansky (1995) y Astier
& Masera (1996), y Sarandón (1997, 1998), parece que hay en general acuerdo
sobre algunos principios que deben cumplirse para un manejo de tierras
sustentable. Uno de estos manejos es la agricultura que, por lo tanto, deberá
ser: a) Suficientemente productiva, b) Ecológicamente adecuada (que conserve
la base de recursos naturales y preserve la integridad del ambiente a nivel local,
regional y global), c) Económicamente viable y d) Cultural y socialmente
aceptable.
Si aceptamos estas condiciones, entonces los indicadores deberían evaluar o
abarcar aspectos: a) ecológicos, b) sociales y culturales y c) económicos:
a) Aspectos ecológicos:
Dentro de esta categoría de análisis, los indicadores propuestos deberán
evaluar aspectos que afectan:

60
• La capacidad productiva del agroecosistema: Se refieren a aspectos del manejo
que ocasionen un cambio en la capacidad o potencial productivo del propio
sistema. El mantenimiento o mejoramiento de los recursos productivos, es una
condición necesaria para alcanzar la sustentabilidad. Ello implica que los recursos
renovables deben ser utilizados a un ritmo menor o igual al de su reposición y los
recursos no renovables a un ritmo similar al que permita el desarrollo de una
tecnología de sustitución del recurso.
Estos indicadores se referirán, entre otros aspectos a: erosión del suelo,
disminución de la materia orgánica, de la estructura, agotamiento de nutrientes,
mantenimiento de la biodiversidad.
• El impacto ambiental externo al predio: Se refiere a aquellos aspectos que,
aunque no atentan contra la productividad del sistema, causan un daño al
ambiente o a la salud de animales y/o de la población en el corto o largo plazo. Ej.:
contaminación de acuíferos por pesticidas ó nitratos, contaminación con residuos
de plaguicidas de los alimentos, el peligro de intoxicación de los trabajadores
rurales, la eliminación de animales silvestres, alteración de su hábitat.
b) Aspectos sociales y culturales:
Se refiere a aquellos relacionados con las condiciones de vida y el grado de
aceptación de la tecnología usada. Estos indicadores son tan importantes como los
otros (Azar et al., 1996). La agricultura debe ser culturalmente y socialmente
aceptada para que sea sustentable. Esto se refiere a algunos aspectos que tienen
que ver, por ejemplo con el grado de satisfacción de necesidades. Se trata de
preservar el capital social que es el que pone en funcionamiento el capital natural.
En definitiva no nos debemos olvidar que es el productor, con su cultura,
conocimiento y escala de valores (dentro de una comunidad) quien toma
decisiones permanentemente, las que repercuten en los aspectos ecológicos del
sistema. (Este tema es más abordado en el capítulo 4). La importancia de
considerar estos aspectos es mayor aún cuando se trata pequeños productores o
con bajos recursos. En este caso los aspectos que fortalecen las relaciones
entre miembros de una comunidad han sido considerados como favorables a
la sustentabilidad (Torquebiau, 1992). Asimismo Flora et al., (1994) destacan el
rol del análisis a nivel comunidad y la importancia del enfoque de género en la
construcción de indicadores de sustentabilidad.
Señalan que la sustentabilidad de la comunidad esta basada en la resiliencia de la
comunidad en respuesta a los cambios en las condiciones del ambiente.
c) Aspectos económicos: En esta categoría de análisis se deben desarrollar
los indicadores relacionados con la rentabilidad de los sistemas productivos.
Ningún sistema es sostenible en el tiempo si no es económicamente viable, pero
hay que decidir que tipo de evaluación económica se pretende. Aunque los
métodos de la economía clásica no consideran dentro de la evaluación económica
a los costos ecológicos, estos existen y deben evaluarse. Un modelo económico no
es sustentable si no puede asignarle valores al deterioro de los medios de
producción.
Adecuados al objetivo perseguido
No existe un conjunto de indicadores aplicables a todos los casos. Los
mismos deben ser elegidos y construidos de acuerdo a nuestro objetivo. Es
fundamental, por lo tanto, que sean útiles a nuestro propósito. Este puede ser de
investigación, de demostración, destinados a productores, científicos, políticos,

61
o como un método de autodiagnóstico para los propios agricultores. Para cada
uno de estos propósitos, los indicadores pueden ser apropiados y no serlo para los
otros.
Sensibilidad a los cambios
Es importante que los indicadores sean sensibles a un amplio rango de situaciones
y que puedan variar en el tiempo. Por ejemplo, la textura de un suelo no es un buen
indicador de sustentabilidad pues no presentará una variación sustancial en
tiempos cortos (varios años). La estructura del suelo, por el contrario, es un
indicador interesante pues es sensible a los cambios en el tiempo. Sin embargo,
hay que tener presente también que los indicadores deben presentar poca
variabilidad natural durante el período de muestreo. Por ejemplo, el nivel de
nitratos del suelo es un indicador demasiado móvil y que varía en tiempos
demasiado cortos como para ser adecuado. El nivel de nitrógeno del suelo
puede, entonces, ser un indicador más adecuado.
Ciertas especies animales han sido estudiadas como posibles indicadores por su
sensibilidad a los cambios en ciertas condiciones ambientales. Koehler (1992),
estudió la mesofauna del suelo como indicador del uso de agroquímicos. Encontró
que la alta sensibilidad a los impactos externos, combinada con su importancia para
las funciones de los ecosistemas hace a la mesofauna del suelo sumamente valiosa
desde el punto de vista toxicológico.
Por otra parte, Pankhurst et al., 1995, evaluaron ciertas propiedades biológicas del
suelo como potenciales bioindicadores. Los valores de actividad de las micorrizas,
hongos, protozoos y de la peptidasa fueron considerados adecuados, por su
capacidad de responder al manejo agrícola. Mientras que el número total de
bacterias, hongos y actinomicetes, bacterias celulolíticas, y mineralización del N,
entre otros mostraron menos sensibilidad a los tratamientos de manejo agrícola, por
lo que estos autores consideraron que tenían un potencial limitado como
bioindicadores.
Habilidad predictiva
En lo posible es deseable que los indicadores tengan habilidad predictiva. Esto
quiere decir que la observación del valor del indicador nos indique claramente una
tendencia a futuro. Este es el ejemplo del nivel de aceite del automóvil. O podría ser
el nivel de nutrientes que se exporta o pierde del sistema con relación al que
se incorpora anualmente, como proporción del contenido total. Claramente si
el balance neto de un determinado nutriente en nuestro sistema es una pérdida
de 50kg por año y tenemos en el suelo 500, nos indica que, de no hacer nada en
contrario, en 10 años este nutriente se agotará irremediablemente. Es decir, es un
indicador que tiene habilidad predictiva pues nos marca una tendencia a futuro. No
lo sería, por ejemplo el % de N del suelo.
Ser fáciles de interpretar
Uno de los atributos más importantes de los indicadores es que éstos deben ser
sencillos de interpretar. Por lo tanto, a pesar que se están evaluando
diferentes aspectos, económicos, sociales, productivos, que se expresan en
diferentes unidades, es importante que los indicadores se presenten en
unidades equivalentes. Además, para facilitar su interpretación, deben ser
directos, es decir, a mayor valor, más sustentable. Estos requisitos pueden
lograrse transformando los valores, por ejemplo a escalas de 0 a 4, siendo 4 el
valor que representa lo más sustentable.

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Romig et al., (1996) presentan un ejemplo de sencillez en la construcción de
indicadores para estimar la calidad del suelo a nivel finca. Seleccionan una serie
de indicadores en diferentes áreas, para los cuales construyen una cartilla donde,
para cada indicador hay sólo 3 posibilidades que deben ser marcadas en 3
recuadros.
Independientemente de la unidad de la variable, todo está estandarizado y
simplificado.
La suma final del resultado de los valores de cada indicador, da un valor que
permite rápidamente saber si ese suelo es saludable o no.
Los indicadores no deben ser sesgados y en lo posible ser independientes
del
observador: tienen que tener el mismo valor independientemente de la
persona que obtenga el dato.
Facilidad de recolección, confiabilidad e importancia
Una aspecto importante a tener en cuenta es que, en lo posible los
indicadores deben ser de fácil recolección y uso. Pero esto no debe ser a costa de
su confiabilidad.
Es importante evaluar la confiabilidad de los indicadores. Esto dará elementos para
su correcta ponderación. Un indicador puede ser fácil de obtener (por ejemplo
cantidad de aplicaciones de plaguicidas), pero poco confiable, ya que el productor
puede no llevar registros de ello y no recordar exactamente los momentos y
cantidades. Por otro lado, es posible que algunos indicadores sean más difíciles de
medir pero confiables. Por ejemplo: nivel de fósforo en el suelo ó % de materia
orgánica.
La elección de los indicadores adecuados puede hacerse graficando la dificultad
y confiabilidad o importancia de los mismos en un eje de coordenadas. En lo
posible deben elegirse los indicadores más fáciles de obtener, siempre que sean
confiables.,
La importancia es otro atributo de los indicadores. Esta deberá considerarse
sobre la base de su aporte a la evaluación de la sustentabilidad. Puede ser también
denominado pertinencia. Hay indicadores confiables y fáciles de obtener, pero poco
importantes.
Determinar el grado de importancia de los indicadores, no es sencillo ya que
requiere entender su aporte a la sustentabilidad. Nuestra correcta elección de
los indicadores apropiados depende de la capacidad de comprensión del
funcionamiento del sistema, así como, la importancia del indicador nivel o presión
de aceite en el motor para el funcionamiento del automóvil surge del conocimiento
del papel que el aceite juega en el mantenimiento de piezas fundamentales para el
correcto funcionamiento del sistema en cuestión, debemos hacer un esfuerzo por
entender cuáles son los componentes fundamentales de nuestro agroecosistemas
y la relación con otros componentes para poder elegir adecuadamente los
indicadores. El desarrollo y aplicación exitosa de indicadores exigen, por lo tanto,
un enfoque sistémico y holístico y un buen conocimiento del funcionamiento de los
ecosistemas. Algo que, por lo general, es bastante deficiente.
Ser robustos e integradores
Otro aspecto que se debe buscar es que los indicadores sean robustos o
integradores, que sinteticen mucha información pertinente. Es decir, que con
pocos indicadores que tengan mucha información sea suficiente para evaluar la

63
sustentabilidad. Por supuesto que la obtención de un indicador robusto a puede
requerir una serie de cálculos previos, que a veces pueden tener cierto grado de
dificultad.
Un excelente ejemplo de un indicador robusto es la “huella ecológica”, propuesto
por Wackernagel & Yount (1998). Estos autores consideran que cada persona y
cada grupo de personas (ej. una ciudad o un país), tienen un impacto sobre la
Tierra, que corresponde a la huella ecológica de ese individuo o ese conjunto
de individuos. “La huella ecológica cuantifica, para cada población determinada el
área biótica productiva mutualmente excluyente que debe estar en uso continuo
para proveer los recursos y asimilar sus deshechos”.
Es decir, cuánta superficie útil necesita un individuo de determinada región
para vivir como vive. Por ejemplo una huella ecológica de 3 significa que cada
persona de ese grupo requiere 3 hectáreas de superficie útil para obtener sus
recursos y procesar sus desechos.
Esto se puede comparar con la superficie del país (a veces mucho menor) e incluso
con la del planeta. Una huella ecológica 3 en un país con una superficie promedio
por habitante de 4 indica que todavía hay recursos disponibles. Por el contrario,
una huella de 3 en un país con un promedio de 2 ha por persona indica que se ha
rebasado el límite y que se está viviendo de otros territorios o degradando los
recursos.
La obtención de los resultados exige transformar una serie de datos a
superficies, lo que no es muy sencillo. Pero el producto final, el indicador, es
extremadamente sencillo de interpretar por cualquiera y cumple con varios
requisitos importantes: facilidad de interpretación, da idea clara de la situación
(donde estamos y adonde vamos); es predictivo, es comparativo entre regiones;
se expresa en área, que es un concepto que todos conocen.
“Todos tienen experiencia de lo que es una superficie”, no es sesgado ni ambiguo.
Por supuesto que al sintetizar tanta información, el indicador en sí mismo no dice
nada sobre las causas por las cuales se ha llegado a esta situación, ni brinda
mucha más información. Pero cumple su función claramente: un solo indicador
resume mucha información y es, como dicen los autores, un indicador de progreso
hacia la sustentabilidad regional.
Pasos a seguir para la evaluación de la sustentabilidad mediante el uso de
indicadores
El uso de los indicadores debe permitir comprender perfectamente, sin
ambigüedades, el estado de la sustentabilidad de un agroecosistema o el peligro
de perderla. Su construcción y uso requieren tener en cuenta una serie de pasos.
1. Consensuar una definición de sustentabilidad
Aunque quizás parezca obvio, el primer paso para evaluar la sustentabilidad es
estar de acuerdo en lo que esto significa. Este es un paso importante porque no
existe unanimidad de criterios sobre este punto. Es fundamental entonces, que
todos los involucrados en este proceso estén de acuerdo y utilicen los mismos
conceptos. El desarrollo de los indicadores exige definir “a priori”, aquellos aspectos
considerados fundamentales para lograr la sustentabilidad.
2. Definir los objetivos
El siguiente paso es definir claramente los objetivos. Es decir, definir para qué
queremos evaluar la sustentabilidad. Se puede tratar del desarrollo de una
metodología para ser aplicada por científicos o por productores. No serán los

64
mismos indicadores ni la misma metodología para su obtención entonces, la que se
elija. Thompson & Pretty (1996), desarrollaron una serie de indicadores de
sustentabilidad y conservación de suelos especialmente apropiados para la
autoevaluación de los agricultores de Kenya de bajos recursos. La elección de los
indicadores se hizo de una manera participativa con los mismos agricultores y
buscó que fuesen sencillos de obtener e interpretar, para lograr una gran adopción
de las prácticas innovativas por parte de los mismos productores. Lo mismo
proponen Dalsgaard & Oficial (1997), para pequeños campesinos productores de
arroz en Filipinas, donde la participación conjunta de agricultores e
investigadores es considerada esencial.
Incluso para estos autores, las categorías indígenas de clasificación de los recursos
naturales cumplen un rol importante en el diseño de los muestreos y el monitoreo a
campo.
3. Definir la escala espacial y temporal.
Posteriormente o simultáneamente se debe tener en claro el nivel de análisis. Si es
en el ámbito de finca o predio, en el ámbito regional o de cuenca. Para cada
uno de estos niveles se deben elegir los indicadores y la metodología apropiada.
Lo que es sustentable a cierto nivel (nivel de finca) puede no serlo en otro (a nivel
regional). Por ejemplo, la huella ecológica es un excelente indicador a escala
global o regional, pero no a nivel de productor o de finca. Asimismo, los
sistemas de información geográfica (GIS) y sensores remotos tienen mucha
utilidad para obtención de inventarios de recursos y el modelado para el
desarrollo sustentable regional (Hall, 1998; Zhou, 1998), no son útiles para niveles
menores. Izac & Swift (1994), consideran que la comunidad es la escala apropiada
para la evaluación de la sustentabilidad agrícola en pequeños productores del
SubSahara en África. Lo mismo hace Gómez et al., (1996) que evalúa la
sustentabilidad de pequeños productores a través de valores referenciados con los
valores promedios de la comunidad.
Paralelamente debe definirse también la escala temporal de referencia.
Aunque el factor temporal es intrínsecamente parte del concepto de
sustentabilidad, no siempre es tenido en cuenta en la construcción de indicadores.
4. Desarrollo de los indicadores
Una vez establecidos estos pasos deben desarrollarse los indicadores
apropiados.
Estos deben estar de acuerdo con los recursos disponibles. No pueden elegirse
indicadores que requieran mediciones sofisticadas si no se cuenta con el
instrumental o con el tiempo suficiente para ello. Muchas veces, la evaluación
cualitativa puede ser suficiente, según el objetivo perseguido. Sobre todo cuando se
busca comparar sistemas.
En lo posible se debe buscar que los indicadores sean robustos e
integradores. Es decir que contengan mucha información y pertinente. No debe
confundirse un dato con un indicador. El indicador es una construcción sobre la
base de datos que se consideran importantes para la sustentabilidad y que son
ponderados de determinada manera para brindar información importante y
sustancial. Lo ideal es poder definir o desarrollar o construir pocos indicadores
bien robustos, aunque no siempre se puede.

65
5. Estandarización y ponderación de los indicadores: un paso necesario
Una de las dificultades más comunes en el uso de los indicadores deriva de las
diferentes unidades en que se expresan las distintas variables, teniendo en
cuenta que se evalúan aspectos ecológicos, productivos, sociales, económicos.
Esto dificulta enormemente la interpretación de los resultados. Por otro lado,
se debe procurar que todos los indicadores sean directos, a mayor valor, más
sustentable. De lo contrario deben ser transformados para cumplir con esta
condición: a mayor valor mayor sustentabilidad. Esto evitará errores de
interpretación y facilitará el análisis posterior. Para ello se propone la construcción
de escalas sencillas de 0 a 4, siendo 0 menos sustentable y 4 más
sustentable.
Todos los valores deben transformarse o adecuarse a estas escalas. Esto
dependerá de las condiciones ecológicas y socioeconómicas de la zona. Esto
posibilita la comparación de diferentes sistemas productivos e incluso de sistemas
similares de diferentes zonas.
Ponderado los indicadores: Tanto para la construcción de los indicadores, como
para la interpretación de los mismos, la ponderación es un paso fundamental,
e inevitable, para llegar con éxito a la evaluación de las sustentabilidad. Debemos
decidir, entre varios indicadores, cuáles de ellos son los más importantes o si son
todos iguales. Esto es inevitable, ya que, si no lo hacemos, estamos
considerando, de hecho, que todos tienen el mismo peso relativo. La
ponderación es en definitiva un coeficiente por el cual se multiplicará tanto el valor
de las variables que forman el indicador, como los indicadores.
La ponderación puede hacerse por consenso o por medio de la consulta con
expertos en el tema (Gayoso & Iroumé, 1991). Según las características de los
mismos se asignará la importancia relativa a cada parámetro considerado en los
indicadores seleccionados. Es importante reconocer un cierto grado de
subjetividad en la ponderación de los indicadores. Pero esto es inevitable ya que
depende de la capacidad de entender la función de ese componente sobre la
sustentabilidad del sistema en cuestión. Esta subjetividad puede resultar más
importante cuando se quiere comparar la sustentabilidad per se, pero no resulta un
impedimento cuando lo que deseamos hacer es una evaluación comparativa.
Es importante desde el punto de vista metodológico, que la ponderación sea previa
a su aplicación.
6. Obtención de la información
La información necesaria para la construcción de los indicadores es muy
variada, depende de innumerable factores y objetivos, disponibilidad de
recursos y de la escala temporal y espacial. Puede obtenerse mediante:
I. Encuestas a los productores: Esto se referirá a las prácticas de manejo,
fertilización, aplicación de productos, formas de comercialización, etc. Es importante
tener en cuenta las técnicas de investigación participativas. Para ello, y según
las características de los productores, es muy importante contar con el
asesoramiento de antropólogos o sociólogos.
II. Relevamiento de datos a campo: Se referirán a datos sobre superficie de
cultivos, su distribución espacial, presencia de plantas indicadoras, fauna benéfica,
daño y presencia de plagas, características del suelo, rendimiento y calidad del
cultivo, etc. Pueden ser también datos de catastro, imágenes satelitales.

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III. Recopilación y análisis de la bibliografía: Cuando, como se presume, no
existan para esta zona algunos de los datos que se consideran importantes, estos
serán tomados, extrapolados y adaptados de la bibliografía existente. Este es el
caso de la peligrosidad de algunos productos usados por los productores y su
destino final. Otro ejemplo es el peligro de lixiviación de nitratos en las aguas.
7. Representación de los indicadores
El objetivo de los indicadores, de simplificar la realidad compleja de la
sustentabilidad, exige que los resultados puedan ser expresados de manera
sencilla y clara. Una forma de hacer esto es su representación gráfica en un
diagrama tipo tela de araña, ameba o cometa, como señalan varios autores
(Astier & Masera,1996; Gómez et al., 1996 y Sarandón, 1997, 1998;
Bockstaller et al., 1997).
Esta representación gráfica tiene la ventaja de sintetizar mucha información y
permitir la visualización de los puntos críticos y la distancia entre el sistema real y el
que se define como ideal. Uno de los problemas que tiene es que requiere definir
valores ideales. Este análisis permite detectar aquellos puntos críticos del
manejo del sistema que atentan o comprometen la sustentabilidad. Esto permite
prestar especial atención, en futuros monitoreos, al manejo de tales aspectos con el
fin de observar avances o retrocesos.
A pesar de la capacidad de información que brinda este tipo de diagramas, a veces
es necesario sintetizar aún más la información hasta obtener un solo valor o
índice de sustentabilidad. Efectivamente, todos los indicadores pueden ser
relacionados entre sí, en una suma algebraica donde se considere la importancia
relativa de cada uno de ellos o su contribución a la sustentabilidad, para construir
un supravalor o índice de sustentabilidad. Esto puede ser interesante cuando se
trata de comparar muchos establecimientos.
Por ejemplo, si queremos comparar a 20 productores no podemos utilizar el
diagrama de tela de araña porque la superposición de tantas líneas lo haría poco
útil. En este caso, disponer de un sólo valor permitirá ordenarlo, elegir los mejores
y ahora sí, abrir un poco más la información con este tipo de diagrama.
A pesar de la ventaja que representa poder sintetizar la sustentabilidad en un solo
valor, para hacer esto debemos tomar una decisión trascendental que, resulta
por otra parte, también inevitable. Es elegir entre el concepto de sustentabilidad
débil o fuerte.
Por acción u omisión, estamos adhiriendo a alguno de los dos. A pesar que el
concepto de sustentabilidad fuerte y débil es un poco complejo, en síntesis consiste
en considerar que el capital natural puede ser sustituido por capital hecho por
el hombre o no. La sustentabilidad débil sostiene que estos dos son, en cierto
grado, sustituibles; mientras el valor total del capital se mantenga constante se
puede considerar sustentable. Por el contrario, la idea de la sustentabilidad fuerte
no admite este tipo de sustitución entre el capital natural y el capital hecho por el
hombre, ya que se considera que ambos son complementarios y no sustitutos ya
que se necesita capital natural para conseguir capital manufacturado, pero éste no
puede fabricar capital natural el que depende de las leyes de la naturaleza,
especialmente las leyes de la termodinámica.

67
BIODIVERSIDAD Y MANEJO DE PLAGAS EN AGROECOSISTEMAS

M. Altieri y Clara Nichols

Introducción
Los científicos de todo el mundo están empezando a reconocer el papel y la
importancia de la biodiversidad en el funcionamiento de los sistemas agrícolas. Las
investigaciones sugieren que, considerando que en ecosistemas naturales la
regulación interna de su funcionamiento es substancialmente un producto de la
biodiversidad a través de flujos de energía y nutrientes y de sinergias biológicas,
esta forma de control se pierde progresivamente con la intensificación agrícola y la
simplificación, de manera que para funcionar los monocultivos deben ser
subvencionados con insumos químicos. La preparación de la cama de semillas y la
siembra mecanizada reemplazan a los métodos naturales de dispersión de
semillas; los plaguicidas químicos reemplazan los controles naturales de las
poblaciones de insectos y patógenos; y la manipulación genética reemplaza los
procesos naturales de evolución y selección de plantas. Igualmente se altera la
descomposición, ya que las plantas se cosechan y la fertilidad del suelo se
mantiene, no a través del reciclaje de nutrientes mediado biológicamente sino con
fertilizantes.
Una de las razones más importantes para mantener o incrementar la biodiversidad
natural es el hecho de que ésta proporciona una gran variedad de servicios
ecológicos (Altieri, 1991). En ecosistemas naturales, la cubierta vegetativa de un
bosque o pradera previene la erosión del suelo, regula el ciclo del agua controlando
inundaciones, reforzando la infiltración y reduciendo el escurrimiento del agua. En
sistemas agrícolas, la biodiversidad cumple funciones que van más allá de la
producción de alimentos, fibra, combustible e ingresos. Algunas de éstas incluyen el
reciclaje de nutrientes, el control del microclima local, la regulación de procesos
hidrológicos locales, la regulación de la abundancia de organismos indeseables, y
la detoxificación de residuos químicos nocivos. Estos procesos de renovación y
servicios del ecosistema son principalmente biológicos; por consiguiente su
persistencia depende del mantenimiento de la diversidad biológica. Cuando estos
servicios naturales se pierden por la simplificación biológica, los costos económicos
y medioambientales pueden ser significativos. En la agricultura, los costos
económicos incluyen asignar costosos insumos externos a los cultivos, ya que los
agroecosistemas que han sido privados de sus componentes funcionales básicos
no tienen la capacidad para proporcionar la fertilidad propia del suelo y de regular
las plagas. A menudo esos costos involucran una reducción en la calidad de los
alimentos y de la vida rural en general, debido a una disminución en la calidad del
suelo, el agua y los nutrientes cuando se ha producido contaminación por
plaguicidas y/o nitratos (Altieri, 1995).
En ninguna otra parte son más evidentes las consecuencias de la reducción de la
biodiversidad que en el manejo de plagas agrícolas. La inestabilidad de los
agroecosistemas se pone de manifiesto a través del empeoramiento de los
problemas de insectos plaga, ligados a la expansión de monocultivos a expensas
de la vegetación natural, disminuyendo la diversidad del hábitat local (Altieri y
Letourneau, 1982; Flint y Roberts, 1988). Las comunidades de plantas que se
modifican para satisfacer las necesidades especiales de los humanos, quedan

68
inevitablemente sujetas a daños por plagas y generalmente, mientras más
intensamente se modifican tales comunidades más abundante y serio es el
problema de plagas. En la literatura agrícola, están bien documentados los efectos
de la reducción de la diversidad de plantas en las erupciones de plagas de
herbívoros y patógenos (Andow, 1991; Altieri, 1994). Tales reducciones drásticas
en la biodiversidad de plantas y los efectos epidémicos resultantes pueden afectar
adversamente la función del ecosistema con consecuencias graves sobre la
productividad y sustentabilidad agrícola.
En agroecosistemas modernos, la evidencia experimental sugiere que la
biodiversidad puede usarse para el manejo óptimo de plagas (Altieri y Letourneau,
1994; Andow, 1991). Varios estudios han demostrado que es posible estabilizar las
comunidades de insectos en agroecosistemas, diseñando arquitecturas
vegetacionales que sostienen poblaciones de enemigos naturales o que tienen un
efecto disuasivo directo sobre los herbívoros (Perrin, 1980; Risch et al., 1983). Este
capítulo analiza las varias opciones de diseños del agroecosistema, que basados
en la teoría agroecológica actual, conllevan el uso óptimo de la biodiversidad
funcional para el control biológico de plagas en campos de cultivo.
La naturaleza y función de la biodiversidad
La biodiversidad se refiere a todas las especies de plantas, animales y
microorganismos que existen e interactúan recíprocamente dentro de un
ecosistema. En todos los agroecosistemas, los polinizadores, los enemigos
naturales, las lombrices de tierra y los microorganismos del suelo, son
componentes claves de la biodiversidad y juegan papeles ecológicos importantes,
al mediar procesos como introgresión genética, control natural, ciclaje de nutrientes,
descomposición, etc. El tipo y la abundancia de biodiversidad se definirán de
acuerdo con el agroecosistema, según su edad, diversidad, estructura y manejo. En
general, el nivel de biodiversidad de insectos en los agroecosistemas (Southwood y
Way, 1970) depende de cuatro características principales:
1. La diversidad de vegetación dentro y alrededor del agroecosistema.
2. La durabilidad del cultivo dentro del agroecosistema.
3. La intensidad del manejo.
4. El aislamiento del agroecosistema de la vegetación natural.
En general, un agroecosistema que es más diverso, más permanente, y que se
maneja con pocos insumos (ej. sistemas tradicionales de policultivos y
agrosilvopastoriles) tiene la ventaja de poseer procesos ecológicos asociados a la
amplia biodiversidad del sistema. Esto no sucede en sistemas simplificados de alto
insumo (monocultivos modernos).
Todos los agroecosistemas son dinámicos y están sujetos a diferentes tipos de
manejo, de manera que los arreglos de cultivos en el tiempo y en el espacio están
cambiando continuamente de acuerdo con factores biológicos, socioeconómicos y
ambientales. Tales variaciones en el paisaje determinan el grado de
heterogeneidad característica de cada región agrícola, la que a su vez condiciona el
tipo de biodiversidad presente y la cual puede o no beneficiar la protección de
cultivos en agroecosistemas particulares. Uno de los mayores desafíos para los
agroecólogos es identificar ensamblajes de biodiversidad, ya sea a nivel del campo
o paisaje, que rendirán resultados favorables tales como regulación de plagas. Este
desafío solamente se podrá enfrentar analizando las relaciones entre la
diversificación de la vegetación y la dinámica poblacional de herbívoros y sus

69
enemigos naturales asociados a la luz de la entomofauna presente en
agroecosistemas particulares.
De acuerdo a Vandermeer y Perfecto (l995) se pueden reconocer dos tipos de
componentes de la biodiversidad. El primer componente, biodiversidad planificada,
es la biodiversidad asociada con los cultivos y animales incluidos en el
agroecosistema por el agricultor, la cual variará de acuerdo al manejo y los arreglos
de cultivos. El segundo componente, la biodiversidad asociada, incluye la flora y
fauna del suelo, los herbívoros, descomponedores y depredadores, que colonizan
al agroecosistema desde los ambientes circundantes y que permanecerán en el
agroecosistema dependiendo del tipo de manejo adoptado.
La biodiversidad planificada tiene una función directa como lo señala la flecha que
conecta a la caja de biodiversidad planificada y la caja de la función del
agroecosistema. La biodiversidad asociada también tiene una función, pero está
mediada por la biodiversidad planificada que también exhibe una función indirecta.
Por ejemplo, en un sistema agroforestal, los árboles crean sombra, lo que hace
posible que sólo crezcan cultivos tolerantes a la sombra. Por lo tanto, la función
directa de los árboles es crear sombra. Pero asociadas a los árboles existen
pequeñas avispas que buscan el néctar en las flores de los árboles. Estas avispas
son parasitoides naturales de plagas que normalmente atacan a los cultivos. Las
avispas son parte de la biodiversidad asociada. Así los árboles crean sombra
(función directa) y atraen avispas (función indirecta) (Vandermeer y Perfecto, l995).
Es clave identificar el tipo de biodiversidad que es deseable de mantener o
incrementar de manera que se puedan llevar a cabo las funciones o servicios
ecológicos de determinar cuáles son las mejores prácticas de manejo para
incrementar la biodiversidad deseada. Existen muchas prácticas agrícolas que
tienen el potencial de incrementar la biodiversidad funcional, y otras de inhibirla o
reducirla. Lo importante es utilizar las prácticas que incrementen la biodiversidad y
que ésta a su vez tenga la capacidad de subsidiar la sustentabilidad del
agroecosistema al proveer servicios ecológicos como el control biológico, el
reciclaje de nutrientes, la conservación de suelo y el agua, etc.
Patrones de biodiversidad de insectos en agroecosistemas
La diversidad de artrópodos ha sido correlacionada con la diversidad vegetal en
agroecosistemas. En general, una mayor diversidad de plantas conllevan a una
mayor diversidad de herbívoros, y esto a su vez determina una mayor diversidad de
depredadores y parásitos. Una biodiversidad total mayor puede entonces asegurar
la optimización de los procesos y el funcionamiento de los agroecosistemas (Altieri
l984),
Se ofrecen varias hipótesis (Altieri y Letourneau, l982) para apoyar la idea de que
los sistemas diversificados estimulan una mayor biodiversidad de artrópodos:
1. La hipótesis de la heterogeneidad de hábitat. Los sistemas de cultivos complejos
albergan más especies que los hábitat agrícolas simplificados. Los sistemas con
asociaciones heterogéneas de plantas poseen más biomasa, recursos alimenticios
y persistencia temporal; por lo tanto poseen más especies de insectos asociadas
que los sistemas de monocultivo. Aparentemente, la diversidad de especies y la
diversidad estructural de plantas son importantes para determinar la diversidad de
insectos.
2. Hipótesis de la depredación. La abundancia incrementada de depredadores y
parasitoides en asociaciones diversas de plantas reduce la densidad de

70
presas/hospederos (Root, l973), por lo que la competencia entre herbívoros se
reduce, lo que a su vez permite la adición de nuevas especies de herbívoros que
soportan a más especies de enemigos naturales.
3. Hipótesis de la productividad. En general los policultivos son más productivos
que los monocultivos (Francis, l986 y Vandermeer, l989). Esta productividad
incrementada resulta en una mayor biodiversidad de insectos, dada la abundancia
de recursos alimenticios.
4. Hipótesis de la estabilidad. Esta hipótesis asume que la productividad en
policultivos es más estable y predecible que en monocultivos. Esta mayor
productividad, aunada a la heterogeneidad de agroecosistemas complejos, permite
a los insectos dividir el ambiente temporal y espacialmente, de modo que coexisten
más especies de insectos.
Se necesita investigar más para poder clarificar si la diversidad de insectos es
paralela a la diversidad de plantas y la productividad de agroecosistemas
complejos, o si solamente refleja la heterogeneidad espacial que nace de mezclar
plantas de diferentes estructuras.
Existen varios factores ambientales que influyen en la diversidad, abundancia y
actividad de parasitoides y depredadores en los agroecosistemas: condiciones
microclimáticas, disponibilidad de alimentos (agua, polen, presas, etc.), recursos del
hábitat (sitios de reproducción, refugio, etc.), competencia interespecífica y
presencia de otros organismos (hiperparásitos, depredadores, humanos). Los
efectos de cada uno de estos factores variará de acuerdo al arreglo espacio-
temporal de cultivos y a la intensidad de manejo; ya que estos atributos afectan la
heterogeneidad ambiental de los agroecosistemas (van den Bosch y Telford, l964).
A pesar de que los enemigos naturales varían ampliamente en su respuesta a la
distribución, densidad y dispersión de cultivos, la evidencia señala que los atributos
estructurales del agroecosistema (diversidad vegetal, niveles de insumos, etc.)
influyen marcadamente en la dinámica y diversidad de depredadores y parasitoides.
La mayoría de estos atributos se relacionan con la biodiversidad y están sujetos al
manejo (p. ej. asociaciones y rotaciones de cultivos, diversidad de malezas,
diversidad genética, etc.). Basándose en la información disponible, la biodiversidad
de enemigos naturales y su efectividad se puede incrementar en los
agroecosistemas de las siguientes maneras (Rabb y otros l976, Altieri y Whitcomb,
l979):
a) mediante introducciones múltiples de enemigos naturales a través de enfoques
aumentativos de control biológico;
b) reduciendo la mortalidad de los enemigos naturales al eliminar plaguicidas;
c) proporcionando recursos alimenticios como polen, néctar, presas/hospederos;
d) incrementando la diversidad vegetal dentro y alrededor del cultivo;
e) manipulando los atributos arquitectónicos, genéticos y químicos de las plantas;
f) usando semioquímicos (químicos del comportamiento tales como kairomonas)
que estimulan la capacidad de búsqueda y la retención en el campo de los
enemigos naturales.
Biodiversidad vegetal y estabilidad de poblaciones de insectos en
agroecosistemas
Desde l970 la literatura provee cientos de ejemplos de experimentos donde se
documenta que la diversificación de cultivos conlleva a la reducción de poblaciones
de herbívoros plaga (Andow l99l, Altieri, l994). La mayoría de los experimentos

71
donde se mezcla el cultivo principal con otras plantas no hospederas, poseen
menores poblaciones de herbívoros especializados que los monocultivos (Root,
l973, Cormartie, l98l, Risch y otros, l983). En monocultivos los herbívoros exhiben
una mayor colonización, mayor reproducción, mayor tiempo de permanencia en el
cultivo, menor disrupción en encontrar el cultivo y menor mortalidad debida a
enemigos naturales.
Biodiversidad y manejo de plagas Hay varios factores que permiten a los
policultivos limitar el ataque de plagas. El cultivo puede estar protegido de las
plagas por la presencia física de otro cultivo más alto que estaría actuando como
barrera o camuflaje. La asociación de repollo con tomate reduce las poblaciones de
polilla del repollo, mientras que las mezclas de maíz, frijol y calabaza tienen el
mismo efecto sobre crisomélidos. El olor de algunas plantas también puede afectar
la capacidad de búsqueda de ciertas plagas. Los bordes de pasto repelen a
cicadélidos del frijol y los estímulos químicos de la cebolla no permiten a ciertas
especies de moscas encontrar las zanahorias (Altieri, l994).
También hay cultivos que dentro de una combinación pueden actuar como cultivo
trampa. Franjas de alfalfa en algodón atraen al chinche Lygus; aunque hay una
perdida de alfalfa, esto representa menor costo que lo que costaría el control de
Lygus en algodón si no hubiera alfalfa. Igualmente, cultivos de repollo y brócoli
sufren menos daño por áfidos y crisomélidos cuando se intercalan con crucíferas
silvestres que actúan como atrayentes de estas plagas.
Hay dos hipótesis que explican la menor abundancia de herbívoros en policultivos:
la de la concentración de recursos y la de los enemigos naturales. Ambas sugieren
mecanismos claves de regulación en policultivos (Root, l973). Las hipótesis
explican que pueden haber diferentes mecanismos actuando en agroecosistemas
distintos y tienden a sugerir los tipos de ensamblajes vegetacionales que poseen
efectos reguladores y los que no, y bajo que circunstancias agroecológicas y que
tipo de manejo. De acuerdo a estas hipótesis, una menor densidad de herbívoros
puede ser el resultado de una mayor depredación y parasitismo, o alternativamente
el resultado de una menor colonización y reproducción de plagas, ya sea por
repelencia química, camuflaje o inhibición de alimentación por parte de plantas no
hospederas, prevención de inmigración u otros factores (Andow, l99l).
Un experimento reciente, bien replicado donde se controló la diversidad vegetal en
sistemas de praderas, se encontró que la productividad del ecosistema aumentó y
que los nutrientes se utilizaron eficientemente debido a un menor lavado de éstos,
en la medida en que se incrementaba el número de especies de plantas en la
pradera (Tilman y otros, l996). Este mismo patrón se presenta en agroecosistemas
donde la regulación de insectos plaga se acrecienta con el aumento de especies de
plantas. La evidencia demuestra que en la medida que se incrementa la diversidad
vegetal, la reducción de plagas alcanza un nivel óptimo resultando en rendimientos
más estables. Aparentemente, mientras más diverso es el agroecosistema y
mientras menos alterada haya sido la diversidad, los nexos tróficos aumentan y se
desarrollan promoviendo la estabilidad de las poblaciones de insectos. Sin
embargo, es claro que esta estabilidad depende no sólo de la diversidad trófica,
sino más bien de la respuesta dependiente de la densidad que tengan los niveles
tróficos más altos (Southwood y Way, 1970). En otras palabras, la estabilidad
depende de la precisión de la respuesta de cada nivel trófico al incremento
poblacional en un nivel inferior. Por lo tanto, se trata de una diversidad selectiva y

72
no de una colección de especies al azar, lo que resulta clave para alcanzar la
regulación biótica (Dempster y Coaker, l974). Desde un punto de vista práctico, es
más fácil diseñar estrategias de manejo de insectos en policultivos utilizando la
hipótesis de los enemigos naturales que la de la concentración de recursos. Esto se
debe a que aún no se pueden identificar bien la situaciones ecológicas o los rasgos
en el sistema de vida, que hacen a ciertas plagas más o menos sensitivas (ej. el
movimiento de la plaga es afecta- da por el patrón de cultivo) a como se organizan
los cultivos en el campo (Kareiva, l986). Los monocultivos son ambientes difíciles
para inducir una operación eficiente de enemigos naturales debido a que éstos
carecen de recursos adecuados para el desempeño óptimo de depredadores y
parásitos, y porque en general se usan prácticas que afectan negativamente al
control biológico. Los policultivos sin embargo poseen condiciones intrínsecas
(diversidad de alimentos y refugios y generalmente no son asperjados con
plaguicidas) que favorecen a los enemigos naturales y se les manipula menos. En
estos sistemas, la elección de una planta alta o baja, una en floración, una de
maduración prematura o una leguminosa puede magnificar o disminuir los efectos
de la mezclas de cultivos sobre las plagas (Vandermeeer, l989). Así, reemplazando
o adicionando una diversidad correcta de plantas, es posible ejercer cambios en la
diversidad del hábitat que a su vez mejore la abundancia y efectividad de enemigos
naturales.
Estructura del paisaje agrícola y biodiversidad de insectos
Una tendencia desafortunada que acompaña a la expansión de los monocultivos es
que ésta ocurre a expensas de la vegetación natural circundante que sirve para
mantener la biodiversidad a nivel del paisaje. Una consecuencia de esta tendencia
es que la cantidad total de hábitat disponible para insectos benéficos está
descendiendo a tasas alarmantes. Las implicaciones de la pérdida de hábitat para
el control biológico de plagas pueden ser serias dada la evidencia que demuestra
un incremento de plagas en los paisajes agrícolas homogéneos (Altieri y
Letourneau, l982).
Datos recientes demuestran que hay incremento de enemigos naturales y control
biológico más efectivo en áreas donde permanece la vegetación natural en los
bordes de los campos (Altieri, l994). Estos hábitats son importantes como sitios de
refugio y proveen recursos alimenticios para enemigos naturales en épocas de
escasez de plagas en el campo (Landis, l994).
Las cortinas de rompevientos, bordes, linderos y otras estructuras del paisaje han
recibido mucha atención en Europa en relación a sus efectos sobre la distribución y
abundancia de artrópodos en campos adyacentes (Fry, l995). Hay una amplia
aceptación sobre la importancia de la vegetación en las márgenes, como
reservorios de enemigos naturales de plagas (van Emden, l965). Muchos estudios
han demostrado movimientos de artrópodos benéficos desde los márgenes al
campo, y se ha observado un mayor control biológico en las hileras de cultivos
cerca de las márgenes que en el centro de los campos (Altieri, l994).
En muchos casos, las malezas y otro tipo de vegetación alrededor de los campos
albergan presas/hospederos para los enemigos naturales, proporcionando así
recursos estacionales y cubriendo las brechas en los ciclos de vida de los insectos
entomófagos y de las plagas (Altieri y Whitcomb, l979). Un ejemplo clásico es el de
la avispita parasitoide de huevos Anagrus epos, cuya eficacia en regular las
poblaciones del cicadélido de la vid, Erythroneura elegantula, se incrementa de

73
manera importante en viñedos rodeados por mora silvestre (Rubus sp.). Esta planta
alberga poblaciones de un cicadélido alternativo (Dikrella cruentata), que en el
invierno se reproduce en sus hojas (Doutt y Nakata, l973). Estudios recientes
muestran que los huertos de ciruelo adyacentes a viñedos proveen de refugio
invernal a Anagrus y por lo tanto, estos viñedos cercanos se benefician por el
parasitismo temprano que ejerce la avispita que encuentra alimento y refugio en los
ciruelos circundantes.
Diversas investigaciones en el norte de California han demostrado que existe un
movimiento considerable de insectos entomófagos desde los bosques riparios hacia
los huertos de manzanos adyacentes, siendo los huertos orgánicos los que
muestran mayor colonización que los huertos asperjados con insecticidas (Altieri y
Schmidt, l986). Varias especies de depredadores y parásitos colectados en los
márgenes del bosque fueron capturadas en la interface huerto-bosque y más tarde
colectadas dentro de los bosques, sugiriendo que la organización de la fauna
benéfica de los huertos está condicionada por el tipo de vegetación natural
circundante.
En zonas templadas, los investigadores han intentado incrementar los
depredadores utilizando “bancos” de coleópteros, franjas en floración y bordes
vegetacionales. En Inglaterra, cuando se utilizan estas estrategias de diversificación
vegetal (especialmente franjas de pastos) y se elimina el uso de plaguicidas en
cereales, los depredadores carábidos colonizan los campos y proliferan,
controlando las poblaciones de áfidos que tienden ser más numerosos en los
centros de los campos (Wratten, l988). El costo de establecer un “banco“ de
coleópteros de 400 metros en 20 has es de aproximadamente $200 dólares,
incluyendo aradura, semilla de pasto y pérdida de área para el cultivo principal. Una
sola aplicación de insecticidas contra áfidos cuesta $750 dólares, más el costo de la
pérdida de rendimientos por el ataque de pulgones.
A pesar de estas observaciones, existen pocos esfuerzos en el mundo para
diversificar agroecosistemas modernos a nivel del paisaje con márgenes naturales,
compuestos por especies en floración que actúan como plantas insectarias.
Experiencias de este tipo llenarían una brecha en la información de cómo los
cambios en el diseño físico y a nivel de biodiversidad en agroecosistemas afectaría
la distribución y abundancia de una comunidad compleja de insectos plaga y
enemigos naturales asociados.
Determinar que la dispersión de insectos funciona como respuesta a la diversidad
vegetacional a nivel de paisaje y si acaso las franjas o bordes de vegetación sirven
como corredores para el movimiento de enemigos naturales en campos
adyacentes, tendrá implicancias mayores en el diseño de estrategias MIP (Manejo
Integrado de Plagas) a nivel de paisaje. Se espera que estos corredores puedan
servir como canales para la dispersión de depredadores y parásitos en
agroecosistemas. Dada la alta relación perímetro-área de los corredores, la
interacción con campos adyacentes es substancial, proveyendo protección a los
cultivos dentro de un área de influencia, determinada por la distancia que se
mueven los depredadores desde los corredores hacia cierto rango del campo. Al
documentar estos efectos será posible entonces determinar el largo, ancho,
distancia y frecuencia a la que los corredores deberán colocarse en los campos
para mantener un nivel óptimo de entomofauna benéfica, evitando así la necesidad
del uso de plaguicidas. Un sistema de corredores y márgenes en agroecosistemas

74
puede también tener efectos importantes a nivel ecológico, tales como interrupción
de la dispersión de propágulos de patógenos y semillas de malezas, barreras al
movimiento de insectos dispersados por el viento, decremento del acarreo de
sedimentos y pérdida de nutrientes, producción de biomasa incorporable al suelo, y
modificación de la velocidad del viento y microclima local. Lo más importante es que
el diseño de corredores puede ser una estrategia importante para la reintroducción
de biodiversidad en monocultivos de gran escala, facilitando así la reestructuración
de agroecosistemas para su conversión a un manejo agroecológico.

75
CONVERSIÓN AGROECOLÓGICA DE SISTEMAS CONVENCIONALES DE
PRODUCCIÓN: TEORÍA, ESTRATEGIAS Y EVALUACIÓN

M. Altieri, CIara Nicholls

Universidad de California, Berkeley

La Agroecología se perfila hoy como una ciencia para orientar la conversión de


sistemas convencionales de producción (monocultivos dependientes de
agroquímicos) a sistemas más diversificados y autosuficientes. Para esto la
Agroecología utiliza principios ecológicos que favorecen procesos naturales e
interacciones biológicas que optimizan sinergias de modo tal que la
agrobiodiversidad sea capaz de subsidiar por si misma procesos claves tales como
la acumulación de materia orgánica, fertilidad del suelo, mecanismos de regulación
biótica de plagas y la productividad de los cultivos (Gliessman, 1998). Estos
procesos son cruciales pues condicionan la sustentabilidad de los agroecosistemas.
La mayoría de estos procesos se optimizan mediante interacciones que emergen
de combinaciones específicas espaciales y temporales de cultivos, animales y
árboles, complementados por manejo s orgánicos del suelo.
Las estrategias de diversificación agroecológica tienden a incrementar la
biodiversidad funcional de los agroecosistemas: una colección de organismos que
juegan papeles ecológicos claves en el agroecosistema. Las tecnologías
promovidas son multifuncionales en tanto su adopción implica, por lo general,
cambios favorables simultáneos en varios componentes y procesos agroecológicos.
Por ejemplo, los cultivos de cobertura funcionan como un sistema multifuncional al
actuar simultáneamente sobre procesos y componentes claves de los huertos
frutales y viñedos: incrementan la entomofauna benéfica, activan la biología del
suelo, mejoran el nivel de materia orgánica y con eso la fertilidad y la capacidad de
retención de humedad del suelo, más allá de reducir la susceptibilidad a la erosión
(Altieri, 1995).
1. Eliminación progresiva de insumos agroquímicos mediante la racionalización y
mejoramiento de la eficiencia de los insumos externos a través de estrategias de
manejo integrado de plagas, malezas, suelos, etc.
2. Sustitución de insumos sintéticos por otros alternativos u orgánicos
3. Rediseño de los agroecosistemas con una infraestructura diversificada y
funcional que subsidia el funcionamiento del sistema sin necesidad de insumos
externos sintéticos u orgánicos.
A lo largo de las tres fases se guía el manejo con el objetivo de asegurar los
siguientes procesos (Altieri, 19919:
 Aumento de la biodiversidad tanto sobre como debajo del suelo
 Aumento de la producción de biomasa y el contenido de materia orgánica
del suelo
 Disminución de los niveles de residuos de pesticidas y la pérdida de
nutrientes y agua
 Establecimiento de relaciones funcionales y complementarias entre los
diversos componentes del agroecosistema.
 Óptima planificación de secuencias y combinaciones de cultivos y animales,
con el consiguiente aprovechamiento eficiente de recursos locales.

76
La mayoría de las prácticas que promueven los entusiastas de la agricultura
sustentable caen las fases 2 y 3. Aunque estas dos fases ofrecen ventajas desde el
punto de vista económico al reducir el uso de insumos agroquímicos externos y
porque tiene un menor impacto ambiental, estos manejos dejan intacta la estructura
del monocultivo y no conducen a que los agricultores realicen un rediseño
productivo de sus sistemas (Power, 1999). En realidad ambas fases contribuyen
poco para que los agricultores evolucionen hacia sistemas alternativos
autorregulados. En la mayoría d los casos el MIP se traduce en “manejo inteligente
de pesticidas”, ya que consiste en un uso más selectivo de pesticidas de acuerdo a
umbrales económicos preestablecidos, pero que las plagas usualmente superan
bajo condiciones de monocultivo.
Por otra parte la sustitución de insumos, sigue el mismo paradigma de la agricultura
convencional en la que el objetivo es superar el factor limitante, aunque esta vez se
realiza con insumos alternativos y no agroquímicos. Este tipo de manejo ignora el
hecho de que el factor limitante (una plaga, una deficiencia nutricional, etc.) no es
más que un síntoma de que un proceso ecológico no funciona correctamente, y que
la adición de lo que falta, hace poco por optimizar el proceso irregular. Es claro que
la sustitución de insumos ha perdido su potencial agroecológico, pues no va a la
raíz del problema sino al síntoma.
El rediseño predial, por el contrario, intenta transformar la estructura y función del
agroecosistema al promover diseños diversificados que optimizan los procesos
claves. La promoción de la biodiversidad en agroecosistemas es la estrategia clave
en el rediseño predial, ya que la investigación ha demostrado que (Power, 199):

 Una mayor diversidad en el sistema agrícola conlleva a una mayor


diversidad de biota asociada
 La biodiversidad asegura una mejor polinización y una mayor regulación de
plagas, enfermedades y malezas.
 La biodiversidad mejora el reciclaje de nutrientes y energía
 Sistemas complejos y multiespecíficos tienden a tener mayor productividad
total.
En la medida que más información sobre las relaciones entre biodiversidad,
procesos ecosistémicos y productividad derivados de estudios en una variedad de
agroecosistemas emerja, mayores elementos para el diseño agroecológico serán
disponibles para mejorar la sutentabilidad de los agroecositemas y la conservación
de recursos.
Los dos pilares de la conversión
En la práctica, la aplicación de principios agroecológicos se centra sobre dos pilares
fundamentales:
1. el mejoramiento de la calidad del suelo, incluyendo una biota edáfica más
diversa.
2. el manejo del hábitat mediante la diversificación temporal y espacial de la
vegetación, que fomenta una entomofauna benéfica así como otros
componentes de la biodiversidad.
La integridad del agroecosistema depende de las sinergias entre la diversidad de
plantas y el funcionamiento continuo de la comunidad microbiana del suelo
sustentada por un suelo rico en materia orgánica (Altieri y Nichols, 1999). A pesar
de los vínculos obvios entre la fertilidad del suelo rico en materia orgánica (Altieri y

77
Nicchols, 1999). A pesar de los vínculos obvios entre la fertilidad del suelo y la
protección de cultivos, la evolución de los conceptos de Manejo Integrado de plagas
(MIP) y Manejo Integrado de la Fertilidad de los Suelos (MIFS) se han desarrollado
separadamente (Altieri y Nichols, 2003). Puesto que ya se conoce que muchas
prácticas de manejo de suelo influyen en el manejo de plagas, y viceversa., no tiene
sentido ecológico continuar con enfoques reduccionistas.
La Agroecología considera que el manejo del hábitat arriba y abajo del suelo, son
estrategias complementarias, puesto que al fomentar interacciones ecológicas
positivas entre suelo y plagas, se origina una manera robusta y sustentable para
optimizar la función total del agroecosistema.
Mucho de lo que hoy conocemos acerca de la relación entre la nutrición de plantas
y la incidencia de plagas proviene de estudios comparativos de los efectos de las
prácticas de la agricultura orgánica y los métodos usados en la agricultura
convencional sobre poblaciones de plagas específicas (Altieri y Nicholls, 2003). Las
prácticas para mejorar la fertilidad de suelos pueden impactar directamente la
susceptibilidad fisiológica del cultivo a los insectos plaga, ya sea al afectar la
resistencia al ataque de las plantas individuales o al alterar la aceptabilidad de
algunas plantas hacia ciertos herbívoras (Barrer, 1975; Scriber, 1984). Algunos
estudios han mostrado como el cambio de un manejo orgánico del suelo hacia el
uso de fertilizantes químicos, ha incrementado el potencial de ciertos insectos
plagas enfermedades.
Nuevas investigaciones demuestran que la habilidad de un cultivo de resistir o
tolerar el ataque de insectos plagas y enfermedades, está ligadas a las propiedades
físicas químicas y particularmente biológicas del suelo. Suelos con alto contenido
de materia orgánica y una alta actividad biológica generalmente exhiben buena
fertilidad, así como cadenas tróficas complejas y organismos benéficos abundantes
que previenen la infección. Por otro lado, las prácticas agrícolas que causan
desequilibrios nutricionales bajan la resistencia d las plantas a plagas (Magdofff y
Van Es, 20009.
Las prácticas de fertilización pueden tener efectos indirectos en la resistencia de las
plantas a los insectos plaga, al cambiar la composición de nutrientes en el cultivo.
El nitrógeno total (N) ha sido considerado un factor nutricional crítico que modifica la
abundancia y el comportamiento de los insectos (Mattson, 1980; Scriber, 1984,
Slasky y Rodríguez, 1987). La mayoría de los estudios señalan incrementos
drásticos en el número de áfidos y ácaros en respuesta al aumento de las TASS de
fertilización nitrogenada. D e acuerdo a van Emden (1966) el incremento de los
niveles de nitrógeno soluble en los tejidos e las hoja. Diversos autores también han
indicado el incremento de las poblaciones de áfidos y ácaros con la fertilización
nitrogenada (Luna, 1988)
Revisando 50 años de investigación que relaciona la nutrición de cultivos con
ataque de insectos, Scriber (1984) encontró 135 estudios que mostraban un
incremento en el daño y/o el crecimiento poblacional de insectos masticadores de
hoja o ácaros en sistemas de cultivos fertilizados con nitrógeno, y menos de 50
estudios en los cuales el daño de herbívoros se redujo. Estos estudios sugieren una
hipótesis con implicaciones para el patrón de uso de fertilizantes en agricultura.
Altas dosis de nitrógeno puede resultar en altos niveles de daño por herbívoros en
los cultivos Como corolario, podría esperarse que cultivos bajo fertilización orgánica

78
serían menos propensos a los insectos plagas y enfermedades, dadas las menores
concentraciones de Nitrógeno en el tejido de las plantas.
La menor abundancia de diversos insectos herbívoros en sistemas manejados con
bajos insumos ha sido particularmente atribuida al bajo contenido de nitrógeno de
las plantas bajo manejo orgánico (Lampkin, 1990). Además, los métodos agrícolas
que utilizan fertilización orgánica del suelo promueven la conservación de especies
de artrópodos de todos los grupos funcionales, e incrementa la abundancia de
enemigos naturales comparado con las prácticas convencionales (Moreby et
al.;1994; Kakimura 1995; Culliney et al. 1989) Esto sugiere que la reducción de las
poblaciones de plagas en sistemas orgánicos es una secuencia, tanto de los
cambios nutricionales inducidos en el cultivo por la fertilización orgánica, como
también del incremento de los controles naturales de plagas. Cualquiera que sea la
causa, existen muchísimos ejemplos en los cuales bajas poblaciones de insectos
herbívoros han sido documentados en sistemas de bajos insumos, con una
variedad de mecanismos posibles propuestos.
Un hallazgo clave, que ha contribuido a construir una base científica para un mejor
entendimiento de las relaciones entre la salud de la planta y la fertilidad del suelo,
ha sido el estudio realizado por científicos del USDA Beltsville Agricultural
Research Center (Kumar et al., 2004). Estos científicos mostraron una base
molecular que explica el retraso de la senescencia de las hojas y el incremento de
la tolerancia a enfermedades en las plantas de tomate bajo una cobertura muerta
de una leguminosa (Vicia sp.) como sistema de cultivo alternativo, cuando se
comparaba con el mismo cultivo convencional bajo una cobertura de polietileno
negro. Probablemente cada liberación de metabolitos de carbono y nitrógeno de la
Vicia y su descomposición lenta, las plantas debajo cobertura mostraron una
expresión diferente de genes selectos, los cuales promovieron una mejor utilización
y movilización de C y el N, promoviendo de esta forma una mayor defensa contra
enfermedades y mejorando la longevidad del cultivo. Estos resultados confirman
que en la producción de tomate intensivo convencional, el usos de leguminosas
como cultivo de cobertura ofrece mayores ventajas como alternativa biológica a los
fertilizantes comerciales, además de minimizar la erosión y la pérdida de nutrientes,
mejorar la infiltración del agua, reducir la escorrentía y promover una relación
“natural” predador-presa.
Manejo del hábitat
Está bien documentado que en agroecosistemas policulturales, en general se
produce un incremento en la abundancia de depredadores y parasitoides,
ocasionado por una mejor disponibilidad de presas alternativas, fuentes de néctar y
microhábitats apropiados (Altieri y Nicholls, 2004). Dos hipótesis pueden explicar la
menor abundancia de herbívoros en policultivos: la concentración de recursos y la
de los enemigos naturales (Smith y McSorely, 2000). Ambas hipótesis explican que
pueden haber diferentes mecanismos actuando en agroecosistemas, y tienden a
sugerir los tipos de ensamblajes vegetacionales que poseen efectos reguladores y
los que no, y bajo qué circunstancias agroecológicas y qué tipo de manejo (Root,
1973). De acuerdo con estas hipótesis, una menor densidad de herbívoros puede
ser el resultado de una mayor depredación y parasitismo, o alternativamente el
resultado de una menor colonización y reproducción de plagas ya sea por
repelencia química, camuflaje o inhibición de alimentación por parte de plantas no
hospederas, prevención de inmigración u otros factores (Andow, 1991). La literatura

79
es profusa en este tema, y los lectores pueden profundizar en el mismo a través de
varios libros (Dempser y Coaker, 1974; Flint y Roberts, 1988, Smith, 2000, Altieri y
Nichols, 2004; Barbosa, 1998; Landis et al., 2000).
La presencia y distribución de hábitats no cultivados alrededor de campos, puede
ser crítico para la supervivencia de los enemigos naturales de plagas (van Emden,
1966). Estos hábitats pueden ser importantes como sitios alternativos para la
hibernación de algunos enemigos naturales, o como áreas que proveen recursos
alimenticios tales como polen o néctar e insectos neutros para parasitoides y
depredadores. Es por esto que, en agroecología, la manipulación de la vegetación
natural adyacente a los campos de cultivo, se usa como una estrategia para
promover el control biológico. Los cercos vivos, corredores y otros aspectos del
paisaje han recibido gran atención, debido a sus efectos en la distribución y
abundancia de artrópodos en las áreas adyacentes a los cultivos (Fry, 1995).
Muchos estudios han documentado el movimiento de enemigos naturales desde los
márgenes hacia el centro de los cultivos, demostrando un mayor nivel de control
biológico en hileras de cultivos adyacentes a la vegetación natural (Pickettt y Bugg,
1998; Thies y Tscrntke, 1999).
Dependiendo de las especies y la movilidad de los insectos benéficos, estos efectos
se pueden extender hasta 100 metros o más (Wratten, 1988).
En diseños agroecológicos a escala de paisaje, se espera que los corredores sirvan
como canales para la dispersión de depredadores y parasitoides en
agroecosistemas. Dada la alta relación perímetro-área de los corredores, la
interacción con campos adyacentes es substancial, proporcionando protección a los
cultivos dentro de un área de influencia, determinada por la distancia que se
mueven los depredadores desde los corredores hacia el campo. Nuestra
investigación en viñedos orgánicos, en el norte de California, sugiere que la
dispersión y las subsecuentes densidades de los herbívoros y sus enemigos
naturales asociados, están influenciadas por características los paisajes tales como
un bosque ripario que colindaba con el viñedo, y el corredor que se diseñó y que
atravesaba el viñedo. La presencia de hábitats riparios permitió un incremento de la
colonización de depredadores y de su abundancia en viñedos adyacentes. Sin
embargo, esta influencia estaba limitada por la distancia de dispersión de los
enemigos naturales dentro del viñedo (Nicholls et al. 2001). El corredor, sin
embargo, amplificó esta influencia, permitiendo incrementar la dispersión y
circulación de depredadores al centro del campo, incrementando el control
biológico, especialmente en las hileras de viñas cercanas al corredor (primeros 30
m).
Síndrome de producción
Una de las frustraciones de los investigadores en agroecología ha sido la
incapacidad de que los sistemas de bajo insumo superen a los sistemas
convencionales en comparaciones lado a lado, a pesar del éxito, en la practica, de
muchos sistemas orgánicos (Vandermeer, 1997). Una posible explicación de esta
paradoja la proporciona el concepto de “síndromes de producción” introducido por
Andow y Hidaka (1989). Estos investigadores compararon el sistema tradicional
“Shizen” de producción de arroz con el sistema moderno japonés. Aunque los
rendimientos eran comparables entre los dos sistemas las prácticas de manejo
deferían en muchos aspectos. En otras palabras, el sistema Shizen funcionaba de
una manera cualitativamente diferente al sistema moderno, y la variedad de

80
prácticas de manejo usadas en cada sistema se traducían en diferencias
funcionales que no podían ser explicadas por una práctica particular.
El síndrome de producción es un conjunto de practicas de manejo que son
mutuamente adaptativas, que juntas conllevan un funcionamiento mejor de
agroecosistema. Subconjuntos de esta colección de prácticas son sustancialmente
menos adaptativas, y los efectos observados sobre el comportamiento del
agroecosistema no pueden ser explicados por los efectos aditivos de prácticas
individuales. En oras palabras, cada sistema de producción representa un grupo
distinto de prácticas de manejo que determinan interacciones ecológicas
determinadas. En caso de que se quisiera convertir el sistema de arroz
convencional al sistema Shizen, no bastaría con copiar las prácticas de manejo que
se usan en éste, si no, más bien, se debería asegurar que las interacciones
ecológicas que explican el funcionamiento Shizen, también se dan en el sistema
convencional.
Esto pone de manifiesto el hecho de que los diseños agroecológicos son
específicos del sitio, y lo que se puede replicar en otro sistema no son las técnicas,
sino las interacciones ecológicas y sinergias que gobiernan la sostenibilidad. No
tiene sentido transferir tecnologías o prácticas de un sistema a otro, si estas no son
capaces de replicar las interacciones ecológicas asociadas con esas prácticas.

81
CONCEPTOS, PRINCIPIOS Y FUNDAMENTOS PARA EL DISEÑO DE
SISTEMAS SUSTENTABLES DE PRODUCCIÓN

Raúl Venegas V. - Gustavo Siau G.

Introducción
La agricultura sustentable es un modo de producción agrícola que intenta obtener
producciones sostenidas en el largo plazo. Esto, a través del diseño de sistemas de
producción agropecuarios que utilicen tecnologías y normas de manejo que
conserven y/o mejoren la base física y la capacidad sustentadora del agrosistema.
Uno de los grandes desafíos, que se enfrenta al establecer sistemas de producción
sustentables, es alcanzar una utilización eficiente de los recursos propios del
predio, lograr maximizar las relaciones de complementariedad entre los
componentes del sistema, mejorar la base biológica y la viabilidad, económica y
técnica. Esto es posible, sin duda, a través de un diseño predial, aspecto
fundamental que permite aproximarse a los objetivos de sustentabilidad.
El propósito de este artículo es contribuir a una comprensión holística de los
sistemas de producción campesinos y, a partir de ello, plantear principios para el
diseño u ordenamiento de estos sistemas que los acerquen a constituir unidades
productivas sustentables en el tiempo.
Principios para el diseño y manejo de sistemas de producción sustentable
Como señaláramos en párrafos anteriores, la concepción de sustentabilidad predial
necesita que la unidad agrícola sea considerada como un ecosistema global, en el
que la investigación y la producción busquen no solamente resultados en relación a
altos rendimientos en cada rubro, sino en optimizar al sistema como a un todo.
En este marco conceptual, se revisarán a continuación los principios y fundamentos
agroecológicos aplicables al manejo de agrosistemas que permiten obtener
sustentabilidad biológica y viabilidad económica en unidades de producción
agropecuaria.
 Diversificación espacial y temporal.
 Integración de la producción animal y vegetal.
 Mantención de altas tasas de reciclaje de desechos animales y vegetales.
 Optimización del uso del espacio, con un diseño adecuado de la superficie
de uso agrícola.
Diversificación espacial y temporal
Policultivos
La biodiversidad, en su sentido más general, está representada por la interacción
que se produce entre todos los organismos vivos: vegetales, animales y
micororganismos existentes en un determinado ecosistema. La agricultura
moderna, que ocupa del 25-30% de los suelos del mundo, es una de las principales
causas de disminución de ella.
Un efecto importante de la agricultura aparece al simplificar la estructura del medio
ambiente, reemplazando la diversidad natural por un pequeño número de plantas
cultivos y animales domésticos. Resulta impactante comprobar que no más de 70
especies vegetales cubren o están distribuidas en aproximadamente 1.440 millones
de hectáreas de tierra cultivada en todo el planeta. Esto contraste con lo que

82
sucede en un bosque tropical lluvioso, donde podemos encontrar sobre 100
especies de árboles distintos en una hectárea (Myers, 1984).
El resultado final de la simplificación agrícola es que un agrosistema requiere de
intervención humana constante. Esto, para reemplazar las funciones reguladoras
llevadas a cabo por las poblaciones animales y vegetales que compartían los
distintos nichos ecológicos que se dan en un ecosistema diversificado y que
desaparecen producto de la simplificación y homogeneización que produce le
establecimiento de sistemas agrícolas monoculturales.
En sistemas agrícolas modernos hay evidencia experimental que sugiere que la
biodiversidad puede ser utilizada para mejorar el manejo de plagas (Andow, 1991).
El manejo de policultivos requiere del diseño de una combinación espacial y
temporal de cultivos en un área. Existen múltiples arreglos posibles de cultivos en
una superficie y cada uno genera diferentes efectos sobre las poblaciones
vegetales y animales presentes en el área.
Los sistemas de policultivos constituyen unidades diversificadas en el tiempo y en el
espacio. Estas asociaciones normalmente producen una reducción en los
problemas generados por insectos.
Un gran cuerpo de literatura cita ejemplos específicos de cultivos que tienen efectos
sobre diversas especies de insectos (Altieri y Liebman, 1986).
Altieri (1992) revisa cuatro hipótesis ecológicas para explicar la menor carga de
poblaciones plaga en asociaciones de especies vegetales múltiples:
La primera de ellas es la de resistencia asociacional, que establece que los
ecosistemas en los cuales las especies de plantas están entremezcladas poseen en
conjunto una resistencia a los herbívoros, además de la que cada una de ellas
pueda tener individualmente, sugiriendo que aparte de su diversidad taxonómica,
los policultivos exhiben una estructura, ambiente químico y microclimas
relativamente complejos. Estos factores en mezclas de vegetación trabajan en
forma sinérgica para producir una resistencia asociacional al ataque de plagas.
La segunda hipótesis analizada es la de Los enemigos naturales, que predice habrá
una mayor abundancia y diversidad de enemigos naturales en policultivos que en
monocultivos. Los depredadores tienen a ser polífagos y tienen requerimientos
amplios de hábitat. Por ello, en sistemas diversificados, puede esperarse que
encuentren una mayor variedad de presas alternativas y micro hábitat. Los
monocultivos no proveen de estas condiciones.
La tercera hipótesis, o de Concentración de recursos, propone que las poblaciones
de insectos pueden ser influidas directamente por la concentración y/o distribución
espacial de sus plantas hospederas. Puede ocurrir un efecto de las especies de
plantas asociadas sobre la habilidad del insecto herbívoro para encontrar y utilizar
su planta hospedera. Para cualquier especie plaga, la fuerza total del estímulo
atractivo la determina la concentración de recursos, y ésta varía con factores
interactivos tales como la densidad y estructura espacial de las plantas que la
pueden alimentar, y los efectos perturbadores de las plantas no hospederas. Por
consiguiente, a un menor concentración de recursos, más difícil será, para el
insecto plaga, la localización de una planta sobre la cual actuar.
La última de las hipótesis revisadas es la de La apariencia de las plantas, que
establece que la mayoría de los cultivos han derivado de tempranas sucesiones de
hierbas que escaparon de los herbívoros en el espacio y en el tiempo. La
efectividad de las defensas naturales del cultivo es reducida por los métodos

83
agrícolas actuales ya que los monocultivos hacen a las plantas más aparentes a los
herbívoros de lo que fueron sus antecesoras.
En agricultura, la apariencia de una planta de cultivo es aumentada por su
asociación cercana con especies relacionadas, por lo que estas plantas en
monocultivo están sujetas a condiciones artificiales para las cuales sus defensas
químicas y físicas son cualitativamente inadecuadas. La teoría de Fenny (1976), y
Rhoades y Cates (1976), citados por Altieri (1992), analiza la clasificación de las
plantas en aparentes o predecibles y no aparentes o impredecibles, así como las
implicancias de tales divisiones para los cultivos agrícolas en relación a la
susceptibilidad frente a las plagas.
Rotación de Cultivos
Una rotación de cultivos es la plantación o siembra sucesiva de diferentes cultivos
en la misma superficie.
El comportamiento exitoso de los sistemas orgánicos de producción depende del
diseño de rotaciones de cultivos viables, definidos como aquellos que mantienen la
fertilidad y contribuyen al control de malezas, pestes y enfermedades. Una rotación
debe incorporar en su diseño los siguientes criterios (Soil Asociation, 1989):
Equilibrar en el tiempo la acumulación de fertilidad, con la extracción que hacen los
cultivos.
Incorporar cultivos de leguminosas.
Incluir cultivos con diferentes sistemas radiculares.
Separar en el espacio y/o tiempo los cultivos que presentan susceptibilidades
similares a pestes y enfermedades.
Alternar malezas susceptibles con cultivos supresores de malezas.
Emplear cultivos para abono verde y de cobertura que permitan minimizar la
exposición del suelo al invierno.
Mantener o incrementar los niveles de materia orgánica del suelo.
La causa de las mejores características físicas del suelo en el que se hacen
rotaciones puede ser su aumento de materia orgánica, especialmente en los que
integran rastrojos. Esto explicaría, en parte, el aumento en el rendimiento de estos
sistemas.
Los cultivos con raíces profundas pueden utilizar nutrientes ubicados
profundamente en el perfil del suelo. En este proceso, las plantas pueden extraer
nutrientes hacia la superficie, volviéndolos disponibles para los cultivos de raíces
más superficiales.
Diversos estudios indican que en las rotaciones de cultivo se producen en el suelo
modificaciones microbiológicas y bioquímicas, y se producen y mantienen mayores
niveles de biomasa microbial y actividad enzimática, en relación a suelos
manejados con rotaciones culturales limitadas o con monocultivos (Khan, 1970;
Dick, 1984; Mc. Gill y col., 1986).
Se han comparado sistemas de rotación con otros sistemas que recibían estiércol o
fertilización convencional, encontrándose en las rotaciones mayores cuentas
bacterianas (Martinuk y Wagner 1978).
En el caso de hongos, las cuentas han sido generalmente bajas en los sistemas en
rotación, comparado con los que recibieron fertilización NPK o estiércol. Se
observó, en la rotación de cultivos, un descenso del nivel del género Fusarium. La
rotación de cultivos es capaz de soportar mayor biodiversidad, lo que

84
aparentemente lleva a la supresión de este tipo de hongos (Martinuk y Wagner,
1978).
El monocultivo continuado de una especie normalmente lleva a la disminución del
nivel de producción, en comparación con la producción de la misma especie en
rotación. Esta reducción usualmente no está relacionada con problemas de
fertilidad o pestes. Algunos autores sugieren que esta baja se debería al efecto de
toxinas de efecto alelopático, derivadas del proceso de descomposición de los
residuos vegetales del monocultivo (Breakwell y Turco, 1990).
Existe evidencia creciente de que el "efecto rotacional" se debe a la supresión del
efecto deletéreo, provocado por rizobacterias que aumentan su nivel poblacional
bajo monocultivos.
Se han encontrado bacterias del género Pseudomona que llevarían a una pérdida
del vigor de las plantas debido a una reducción del largo de las raíces y a un
incremento de la susceptibilidad de las plantas a las enfermedades provocadas por
hongos (Frecdickson y Elliot, 1985).
En un estudio realizado por Turco y col., 1980, utilizando maíz germinado en
distintos suelos, se aislaron 130 tipos de bacterias que fueron probadas en
bioensayos para conocer su efecto depresor sobre las raíces de maíz germinado.
Aproximadamente el 22% de las bacterias aisladas inhibía el crecimiento de las
raíces y, de éstas, el 72% fue aislada de suelo monocultivado continuo. Esto
sugiere que el cultivo continuo de una especie en una misma área promueve el
desarrollo de bacterias de efecto depresor.
Dentro de los sistemas de agricultura orgánica, el énfasis sobre el diseño y manejo
de la rotación de cultivo pretende evitar el desarrollo de problemas serios de
malezas, pestes y enfermedades, tanto dentro de un cultivo como a través del
tiempo.
Control de malezas a través del Diseño de Rotaciones
Una correcta rotación de cultivos ha sido tradicionalmente considerada como
controladora de malezas.
En los sistemas orgánicos no se busca la erradicación total de malezas. Los
productores deberían buscar un equilibrio entre los beneficios de la diversidad
ambiental y los niveles de producción que se obtienen en sistemas donde se
produce junto a población alta de maleza.
Algunas plantas no cultivadas son beneficiosas, ya que aportan nutrientes y refugio
a los controladores naturales de plagas, o actúan como "cultivos trampa" para ellas.
Por ejemplo, es interesante señalar, el comportamiento de los cultivos bajo el efecto
de los residuos del sorgo, así como con otros cultivos, tanto como para evitar
consecuencias no deseadas como para usarlos en el control de maleza.
Observaciones de campo en el Centro de Educación y Tecnología nos han
permitido ver que el efecto depresor que se aprecia sobre malezas invernales no se
daría en el cultivo de vicia (Vicia atropurpurea) ni en el de alfalfa (Medicago sativa)
establecidos temprano en otoño sobre un suelo que en primavera-verano estuvo
ocupado por sorgo.
Existen razones diversas para explicar el efecto deletéreo del sorgo e identificar su
ubicación dentro de una rotación:
Alta utilización de agua y nutrientes.
Alta utilización de nutrientes por parte de la biomasa del suelo para procesar los
desechos de raíces.

85
Aparición de substancias tóxicas durante la descomposición de los residuos.
Secreción de exudados dañinos para los cultivos.
También se ha observado la aparición de ácidos excretados desde los residuos de
sorgo como el ac. P-coumarico, Ohidroxibenzoico y Protocatechuico, que
probablemente contribuyen a la fitotoxicidad del sorgo (Rao y col, 1990).
Por otra parte, extractos acuosos de trigo, cebada, avena y maíz muestran también
diversos grados de toxicidad, pero sus efectos se dan en cortos períodos. Los
residuos de las raíces del sorgo presentan efectos tóxicos durante períodos largos
de tiempo, tanto en el campo como en el laboratorio (Rao, 1990).
En el caso de rotaciones que incorporan praderas, el período de pastos permite la
reducción de la población de malezas. Esto se logra por la competencia y exclusión
de ellas por especies forrajeras de mayor vigor a través de la remoción directa de
las plantas, por el pastoreo del ganado o por el corte para conservación. De esta
manera, se consumen las reservas de las plantas no deseadas disminuyendo la
producción y agotando en algunos casos el banco de semillas.
La presión de las malezas tiende a disminuir durante el período de la rotación, por
lo que la secuencia de cultivos que se establezca debe contribuir a la estrategia de
control de malezas, tanto como sea posible.
Diferentes especies de cultivos compiten o suprimen el crecimiento de malezas en
diversos grados. Entre los cereales esto es viso comúnmente. Por ejemplo, la
avena (Avena sativa) tiene una alta competitividad con las malezas en comparación
al trigo (Triticum aestivum), por lo que puede ser incluída tardíamente en la
secuencia de cultivos.
La observación de que los cultivos orgánicos no sufren con tanta intensidad de
plagas y enfermedades se debería a que los niveles de N disponible en suelos
manejados orgánicamente no permiten una absorción excesiva de N por la planta.
Se ha reportado un aumento en las enfermedades en la medida que se incrementa
el N en los cultivos convencionales (Lampkin, 1990). Por otra parte, se ha
encontrado una correlación positiva entre la cantidad de N aplicado y el incremento
de plagas que atacan los vegetales (Schüler, 1990).
Integración de la producción animal y vegetal
Los beneficios de la rotación de cultivos y de la diversificación son más fáciles de
alcanzar en las unidades en que la pradera, en particular de leguminosas, y la
producción animal, forman parte de la estructura productiva.
En cada rotación orgánica la permanencia de pastos, gramíneas y leguminosas es
utilizada para acumular nitrógeno a través de la fijación biológica, lo cual permite
soportar los cultivos siguientes.
Un hecho importante es que la fase de recuperación o acumulación de la fertilidad,
cuando el sistema de producción es agropecuario, permite hacer viable la rotación.
Cuando la rotación no considera praderas ni animales, la mantención de la fertilidad
depende de la incorporación de leguminosas como abonos verdes, manejados con
el objetivo de maximizar la acumulación de nitrógeno.
Reciclaje en praderas
El aporte de nitrógeno disponible es un factor que afecta fuertemente la producción
de una pradera. Este puede ser derivado del suelo, de las excretas animales, de las
plantas leguminosas y de los fertilizantes químicos.

86
La contribución de N desde el suelo puede variar entre 0 y 250 kg/ha/año, con bajos
valores asociados a los suelos arables permanentemente trabajados, y altos
valores asociados a las praderas permanentes (Richards, 1977).
El aporte de N que hacen las excretas depende de la carga animal, la que a su vez
depende el aporte de N de los fertilizantes y de la estrategia de fertilización. Se han
encontrado valores sobre 380 kg de N/ha/año (Richards, 1975).
Bajo condiciones de pastoreo, la respuesta a la aplicación de N es afectada por la
frecuencia de desfoliación de la pradera, el reciclado de las excretas de los
animales en pastoreo y el pisoteo.
Con bajos niveles de fertilización nitrogenada, el pastoreo tiene un mejor nivel de
producción de materia seca que con un sistema de corte, sin pastoreo, esto debido
al reciclaje de las excretas. Pero, a niveles de fertilización sobre 200 Kg. de
N/ha/año, la producción de praderas bajo corte es mayor que bajo pastoreo,
(Richards, 1977).
Las vacas en pastoreo retornan a la pradera alrededor del 70% del N, el 66% del P
y el 92% del K consumido (Hutton, y col., 1967).
El fósforo de las fecas es de pequeña importancia en el corto plazo, debido a su
baja disponibilidad. Sin embargo, es reciclado en alta cantidad con cargas animales
altas. (Brockman et al 1970).
Cada tonelada de materia seca remueve aproximadamente 4,4 kg de fósforo (9 kg.
de fosfato). Sin embargo, sólo debido al reciclaje, la mitad de estos requerimientos
debe ser retornada vía fertilizantes en las praderas permanentes (Williams 1980).
En las praderas pastoreadas, la mayor parte del K es retornada con las excretas de
los animales. Sin embargo, la distribución espacial puede afectar su disponibilidad
(Marsh y Campling, 1970). Normalmente son necesarios 15-40 kg de K /ha/año
para aportar las necesidades de una pradera en relación a este mineral.
Entre un 20-30% de la materia seca consumida diariamente por las vacas en
pastoreo es excretada como bostas. Estas deposiciones llegan a cubrir entre 0,45 a
1,10 m2/vaca (Mac Diarmid y Watkin, 1972; Mac Lusky, 1960). El área de hierba
rechazada puede variar entre 6 a 12 veces el área de la mancha de fecas,
dependiendo de la presión de pastoreo. El área de pradera rechazada puede variar
de un 10% a un 45% durante una temporada de pastoreo (March y Campling, 1970;
Volton, 1979).
El contenido más probable de nutrientes del estiércol de bovinos en pastoreo por
kg. de materia seca es de 20 a 24 grs. de N, 5 a 11 de P y 5 a14 de K, (Holmes,
1980). Sólo el 25% del N alcanza a ser disponible para las plantas en el año de
depósito.
El retorno de la orina a la pradera es beneficioso ya que ésta contiene el 70% del N,
(6-11 grs./L) y la mayoría del K excretado. El crecimiento de la hierba responde en
forma similar a la aplicación de orina que a la aplicación de fertilizantes (Holmes,
1980; During y Naugth, 1961).
Mantención de altas tasas de reciclaje de desechos animales y vegetales
La obtención de altas tasas de reciclaje sólo se logrará a través del procesamiento
y utilización de los desechos animales y vegetales que permanentemente se
acumulan en las unidades de producción agropecuaria y de abonos verdes.
Fertilizantes Orgánicos
Se denomina abono orgánico a toda sustancia de origen animal, vegetal o mixto,
que se añade al suelo con el objeto de mejorar sus características físicas,

87
biológicas y químicas (Schoning y Wichmann, 1990). Estos pueden consistir en:
residuos de cultivos dejados en el campo después de la cosecha, cultivos para
abonos en verde (principalmente leguminosas fijadoras de N), restos orgánicos de
la explotación agropecuaria (estiércol, purín), restos orgánicos del procesamiento
de productos agrícolas, desechos domésticos, compost preparado con la mezclas
de los compuestos mencionados.
Esta clase de abonos no sólo aporta al suelo materiales nutritivos, sino que,
además, influyen favorablemente sobre la estructura del suelo. Asimismo, aportan
nutrientes a la biología del suelo, favorecen la formación de dióxido de carbono y a
la microflora y microfauna en general. Contienen N en cantidades variables. Son
fuente de nitrógeno de liberación lenta pero estable (Shoning y Wichmann, 1990).
El Estiércol
El estiércol consiste en excretas de ganado puro o mezclado con diferentes tipos de
materiales usados como cama. Estos compuestos sufren inicialmente un proceso
de fermentación aeróbica, con producción de CO2, NH4 y N elemental. El resultado
final es la producción de humus. Debido a la elevada pérdida de CO2, durante el
proceso de fermentación hay una considerable variación del volumen del estiércol.
La composición de los diferentes estiércoles es muy variable y generalmente
depende de la dieta que se le suministre al animal; en el Cuadro 1 se muestra una
posible composición de diferentes estiércoles.
Abonos Verdes
Esta práctica consiste en la incorporación de tejido vegetal verde al suelo. En
particular, algunos cultivos de crecimiento rápido como avena, vicia, trébol
alejandrino, centeno o arvejas.
Estos abonos significan un gran aporte de materia orgánica al suelo. Los
compuestos húmicos resultantes de su descomposición aumentan la capacidad de
absorción del suelo y promueven el drenaje, la aireación y la granulación,
condiciones importantes para el crecimiento vegetal. Sirven de alimento para los
microorganismos del suelo y tiende a estimular marcadamente las transformaciones
de las cadenas biológicas. Esa acción bioquímica tiene especial importancia en la
producción de bióxido de carbono, amonio, nitritos, nitratos y otros compuestos
simples.
Los abonos verdes ejercen una influencia conservadora sobre los elementos
nutritivos del suelo, ya que recogen los constituyentes solubles que, de otro modo,
se perderían en el agua de drenaje. Por otra parte, los abonos verdes de raíces
largas capturan nutrientes en los horizontes inferiores del suelo y los llevan hacia la
superficie.
Cuando se incorpora una gramínea como abono verde, el nitrógeno original del
suelo vuelve a una forma no orgánica y no hay aumento de su contenido. Cuando
se emplea una leguminosa, existe la posibilidad de aumentar el contenido de
nitrógeno del suelo en una proporción correspondiente a la fijación simbiótica
(Alexander, 1977).
Cuanto más joven es el cultivo y mayor la proporción de agua que contiene, más
rápida será la acción de la microbiología del suelo. Por otro lado, la incorporación
de un cultivo seco al suelo no dará resultados tan satisfactorios.
En estos abonos verdes, el nivel de lignificación -o la presencia de materiales
recalcitrantes- es muy baja, por lo que la tasa de decaimiento de descomposición
es rápida y los nutrientes estarán disponibles en un corto plazo.

88
El Compost
El compost es otra fuente importante de nutrientes. Es el resultado de la
fermentación aeróbica de la mezcla de residuos animales y vegetales, desechos
agrícolas u otros materiales orgánicos.
Según Lampkin (1990), durante el proceso de fermentación se produce una
sucesión de cambios de temperatura y pH. Este proceso puede ser dividido en
cuatro fases, conocida como: mesofilíca, termofílica, enfriamiento y madurez.
Inicialmente, las cepas de microorganismos que están presentes en los desechos
orgánicos o en la atmósfera empiezan a descomponer los materiales. La
temperatura aumenta.
El pH, por su parte, baja a medida que se producen ácidos orgánicos.
Aproximadamente, a los 40°C los microorganismos termofílicos incrementan su
actividad. La temperatura aumenta hasta 65°C. Los hongos empiezan a ser
desactivados. Sobre esta temperatura las reacciones son mantenidas por
actynomicetes y bacterias formadoras de esporas. En esta fase de alta
temperatura, las sustancias de fácil degradación (como azúcares, almidón, grasas y
proteínas) son rápidamente consumidas, y el pH empieza a ser alcalino, a medida
que se libera amonio de las proteínas.
La tasa de las reacciones empieza a ser más lenta a medida que los materiales
más resistentes son atacados. La "pila" de compost entra en su fase de
enfriamiento. Los hongos termófilos la reinvaden desde la periferia y empiezan a
atacar la celulosa. Más tarde, la "pila" se ve reinvadida por las líneas mesofílicas de
microorganismos. Este proceso ocurre en algunas semanas.
Para producir un producto estable de humus (o ácidos húmicos), se requieren
reacciones sobre la materia orgánica residual por varios meses. Durante este
período hay una intensa competencia por alimento entre las distintas clases de
microorganismos. Se produce formación de antibióticos y antagonismo, y la "pila" es
invadida por la macrofauna y mesofauna.
Semillas de malezas viables en los desechos vegetales y en el estiércol pueden
propagarse en el campo de cultivo. El manejo óptimo de los residuos, por lo tanto,
es un punto muy importante a considerar para evitar este efecto. El compostaje, si
es llevado a cabo correctamente, puede hacer una importante contribución al
control de malezas. En efecto, la actividad de las bacterias aerobias temofilícas
responsables del compostaje lleva a un aumento de la temperatura (sobre los 70°C)
que puede inactivar las semillas de malezas.
En general, las prácticas de manejo que incrementan los niveles de materia
orgánica, o de residuos orgánicos animales o vegetales, aumentan la actividad
biológica del suelo.
Al respecto, se señala que la adición de estiércol de corral más la cama animal
(famyard), incrementa la actividad de la biomasa microbial (Schnürer y col., 1985;
McGill y col., 1986; Rasmussen y col., 1989) y de las enzimas del suelo (Khan,
1970; Verstraete y Voets, 1977; Dick y col., 1988), en relación al suelo que no
recibe el mismo tipo de tratamiento. Otros índices que aumenta, en el largo y
mediano plazo con la aplicación de enmiendas orgánicas, es el N potencialmente
mineralizable y la actividad bioquímica del suelo (Verstraete y Voets, 1977).
Dick y col., 1988, establecieron que suelos sometidos a manejo orgánico tenían
niveles más altos de ureasa y amidasa, y que la aplicación de N sintético producía
una depresión de estas mismas enzimas. El NH4 es el producto final de estas

89
enzimas, y al parecer, tasas altas de aplicación de este compuesto producirían una
inhibición en la síntesis bacteriana de ellas. Estas investigaciones indican que las
prácticas de manejo que minimicen el aporte de materia orgánica al suelo
disminuyen el potencial de la actividad enzimática. Esto parecería afectar la
habilidad del suelo para ciclar y proveer nutrientes para el crecimiento de las
plantas.
Diversos estudios en plantas sometidas a un aporte de NO3 y NH4 han demostrado
que cada uno de ellos produce una respuesta fisiológica diferente dentro de la
planta. También la planta responde de manera diferente a una mezcla de estos
iones.
Diseño del espacio
Para el diseño de los espacios de la unidad de producción se deben considerar los
siguientes criterios:
Establecer una estructura permanente de las unidades espaciales y de manejo que
la conforman.
Esta estructura tendrá que estar relacionada con la rotación de cultivos posibles de
desarrollar en un área determinada. Esta rotación estará influenciada fuertemente
por la demanda de los mercados locales, pero, además, por elementos de orden
sociocultural. Esto es, la existencia de una agricultura campesina y una agricultura
empresarial que tienen distintos modos de pensar.
Se podría pensar que existen tantos diseños como predios y propietarios, y que
cada situación estaría determinando expresiones variables de diseño. El punto
central es que en la toma de decisiones, para implementar cualquiera de ellos,
deberían tenerse en cuenta los elementos que hacen que el manejo de los recursos
sea más estable, en relación a su productividad, en el tiempo, y que han sido
enumerados a los largo del presente documento.
Elección y establecimiento del conjunto de componentes vegetales y animales.
Estos tienen diferentes niveles de permanencia en el sistema. Por ejemplo, los
árboles forman parte de la estructura más permanente, y deben definirse
inicialmente en términos de ubicación y cantidad. Otros elementos de mayor
permanencia son las transformaciones que se le hacen al sistema para darle mayor
estabilidad, como curvas de nivel, franjas de contención, sistemas de acumulación
de agua, entre otros. Estos requieren de inversiones con las que se debe ser
cuidadoso, ya que implican inmovilización de capital y de suelo, al darle un uso
permanente que no estará ligado directamente con la producción agrícola, aunque
determinará una mayor estabilidad del sistema en el largo plazo (disminución de la
erosión, etc.).
Finalmente, el diseño del espacio tendrá dos líneas de limitantes y restricciones: la
primera, y la más obvia, deriva de las limitantes agroclimáticas, y la segunda, de las
restricciones derivadas de las condiciones socioculturales y económicas del sector
o de la región. Esto significa que, a una oferta de tecnología aplicable en un sistema
agropecuario, ésta estará acotada a entregar soluciones en un rango establecido
por los componentes nombrados anteriormente.

90
LOS DIAGNOSTICOS: UNA VIA PARA LOGRAR EL CAMBIO HACIA EL
DESARROLLO RURAL SUSTENTABLE

E. Cuesta, Daisy Salas, María Julia Echevarría, Arodys Alonso

Introducción
El desarrollo sustentable como responsabilidad social y global, involucra a todos los
espacios y sectores de la sociedad y requiere del desarrollo de nuevos esquemas
de la organización productiva y social a nivel local en el sector agropecuario, lo que
provoca la necesidad de la transformación de la cultura de las organizaciones. Una
de las vías fundamentales que propician esta, es la utilización de los diferentes
tipos de diagnósticos, como agentes favorecedores de este cambio en el entorno
rural.
Diagnosticar básicamente es explicar qué sucede y por qué sucede. Un verdadero
diagnóstico describe el problema e identifica sus causas y efectos, es decir, como
plantea García (1996), es un conjunto de procedimientos para describir y analizar
dichos sistemas, identificar sus limitaciones, así como las causas de éstas y las
potencialidades o posibles soluciones para mejorar su funcionamiento.
Los objetivos del diagnóstico son:
 Identificar limitaciones o problemas que afectan el funcionamiento del
sistema, así como las causas que lo originan.
 Identificar limitantes, potencialidades o posibles soluciones a problemas
detectados a partir de sus causas.
Entonces la misión del diagnóstico es proyectar acciones que harán posible un
futuro mejor.
Los diagnósticos y sus características
En los últimos años la propia aplicación de esta metodología y su desarrollo ha
traído el surgimiento de diferentes modalidades de diagnósticos. Entre ellas las más
utilizadas en el sector agropecuario son: los Diagnósticos Rurales Rápidos, y los
Diagnósticos Rurales Participativos.
Diagnóstico Rural Rápido.
Esta modalidad de los diagnósticos al inicio surgió en forma de: los sondeos y
Diagnósticos Rápidos. Los sondeos empleados en algunos países de América
Latina tienen su origen en el Instituto de Ciencia y Tecnología Agrícola (ICTA) de
Guatemala a finales de los años 70. Esta metodología es aplicable en muchos
campos, principalmente en la investigación de sistemas agrícolas.
Al surgir como alternativa al enfoque convencional de las investigaciones rurales
hizo posible integrar en la realización de las investigaciones una “gestión de arriba
hacia abajo”. Luego al necesitarse de las investigaciones en el sector un enfoque
mas integral y cercano a los intereses de la comunidad se desarrollaron los
Diagnósticos Rápidos, siendo estos el embrión de los Diagnósticos Rurales
Rápidos.
Los Diagnósticos Rurales Rápidos (DRR) son una herramienta eficaz cuando se
requiere una valoración rápida y eficiente de las condiciones locales. También son
apropiados para obtener una primera visión de conjunto, analizar un problema
específico o enfocar una investigación hacia determinadas cuestiones.

91
En los DRR un equipo multidisciplinario de profesionales sale al campo e
intercambia con los pobladores. Este tipo de diagnóstico es rápido, flexible y suele
ser más eficiente y eficaz que las encuestas, siempre y cuando se tenga claro el
diseño de la investigación. De no ser así, se requiere realizar un profundo estudio
de casos para poder comprender las interioridades del sistema.
Este método es aplicable en muchos campos y especialmente apropiado para
facilitar al equipo una primera impresión de la región donde se realiza el proyecto.
Es decir permite rápidamente recopilar información para describir las características
básicas de la zona de estudio, identificar los problemas que limitan los rendimientos
y la productividad y a partir de esto comenzar a considerar posibles mejoras en las
prácticas de los agricultores.
Pero en este tipo de diagnóstico por su rapidez no se incluye en muchos casos la
opinión de los moradores de la comunidad y su capacidad de generar sus propias
soluciones por lo que se comenzaron a introducir cambios en estas técnicas para
su aplicación, sobre todo en lo que respecta a la participación de los implicados en
el proceso y que provocó la transformación completa de su sentido, convirtiéndolas
en una nueva modalidad de diagnosticar.
El Diagnóstico Rural Participativo
El Diagnóstico Rural Participativo (DRP) tiene su inicio en la llamada Evaluación
Rural Participativa (Participatory Rural Appraisal) del Instituto de Estudios sobre el
Desarrollo de la Universidad de Sussex, en Inglaterra, ligado a los trabajos de
Chambers. Esta metodología surge cuando en los proyectos de desarrollo, se
comienzan a incluir como elementos comunes el enfoque participativo, al utilizar
técnicas grupales y visuales en su realización y se orientan estos según Díaz
(1997) exclusivamente a los intereses de las comunidades y al fortalecimiento de su
capacidad de decisión.
El DRP a diferencia del DRR sigue el enfoque de “abajo hacia arriba” y fomenta una
actitud diferente del agente externo en cuanto a su función en la investigación. El
DRR fue modificado para favorecer la participación de los pobladores rurales en el
análisis de sus propios problemas y en la búsqueda de las soluciones, ya que de
esta forma se facilita a los productores ampliar su capacidad para identificar y
resolver los problemas, generando opciones viables para mejorar su situación. En
otras palabras esta metodología propicia que los productores sean sujetos de sus
propios cambios.
Los DRP:
 Se basan en necesidades sociales concretas de las familias campesinas.
 Su objetivo se orienta a facilitar el cambio en las fincas campesinas.
 La información recolectada son pasos dentro de un proceso de autogestión.
Siendo su finalidad concreta:
 Identificar problemas y oportunidades puntuales en la comunidad.
 Entender las causas y efectos de los problemas planteados y pronosticar el
impacto concreto de las amenazas y oportunidades detectadas.
 Seleccionar aquellos problemas planteados y oportunidades relevantes que
son de orden prioritario para las familias campesinas.
En resumen se puede afirmar que la finalidad del diagnóstico, es tener una visión
para el futuro, es decir proyectar acciones que harán posible un futuro mejor, por
esta razón una de las necesidades centrales del diagnóstico deberá ser conocer las

92
aspiraciones y expectativas de la población acerca del futuro inmediato y a mediano
plazo de la entidad o localidad en que el está insertado.
Sin embargo Sepúlveda y Edwards, (1996) en su definición acerca de la finalidad
del diagnóstico plantean que esta no se limita solamente a la proyección futura, sino
que tienen en cuenta otros aspectos, como que el diagnóstico debe ser dirigido a la
acción y sus resultados dependerán de los recursos disponibles, de los deseos y
necesidades de los habitantes y usuarios, de los conocimientos técnicos y de las
estrategias posibles de aplicar para cambiar la situación. Según los autores citados
anteriormente, la gestión del hombre debe estar orientada a garantizar el desarrollo
y la decisión sobre la utilización racional de los recursos de forma participativa.
La esencia entonces del DRP radica en el papel activo que los productores juegan
en el proceso de cambio, mediante la identificación y análisis de los problemas
relacionados con su realidad. Su meta es llegar a que los productores sean
capaces de identificar sus problemas (causa y efectos), cuáles son sus fortalezas y
las prioridades de desarrollo en que deben trabajar, posibilitándole al productor ser
protagonista de su propia transformación empresarial o local.
El DRP a diferencia del DRR, potencia no solo el aprendizaje de los miembros de la
comunidad donde se efectúa la investigación, sino el reconocimiento común de las
condiciones locales como punto de partida para una planificación y acción de
conjunto. A este proceso se le denomina “compartir realidades” y la finalidad del
mismo es la apropiación de conocimientos por la comunidad para que ella
planifique su propio desarrollo.
Los aspectos claves de los DRP en este sentido son:
 Aprender en la comunidad significa aprender de, con y a través de los
miembros de la comunidad.
 La visualización compartida de los resultados obtenidos.
 Validación (análisis y presentación) de los resultados, discutiéndose
siempre con los miembros de la comunidad.
En los DRP la inclusión de la P no es sólo una cuestión de facilitar la participación
local, sino que se busca igualmente cambiar lo esencial del enfoque de las
organizaciones sobre el desarrollo, en este sentido se trata no sólo de permitir a las
personas producir su propio saber, sino de controlar su uso, es decir este método
facilita a los agricultores, la identificación de sus propios problemas y la evaluación
de alternativas para su solución. El proceso de instrumentación de esta
metodología se hace un tanto más complejo, pues no solamente hay que identificar
los problemas de la comunidad, sino también hay que interrelacionar aquellos
problemas, sus causas y efectos para determinar cómo se podría con las
tecnologías existentes llegar a mejorar la situación.
La principal potencialidad del DRP se encuentra entonces en el papel activo que los
productores beneficiarios juegan en el proceso, ya que de él depende el éxito de la
estrategia de desarrollo rural propuesto. La participación es el compromiso que
asume un individuo o un grupo de ellos en una actividad determinada. Al referirse a
la importancia de la participación Bunch (1995) plantea, que es la fuerza impulsora
del desarrollo, sobre todo si la gente siente que el programa le pertenece, que ha
participado en su planificación .En la medida en que los campesinos contribuyan a
las decisiones en el programa, así sentirán el compromiso de luchar para que éste
sea un éxito.

93
De acuerdo con las características de dicho compromiso se pueden presentar
diferentes grados de participación, es decir:
 Formar parte: Se refiere a la presencia o identificación del individuo en
dicha actividad o grupo.
 Tener parte: Se refiere a acciones concretas o en la obtención de
beneficios.
 Tomar parte: El productor asume una función duradera y responsable
donde manifiesta sus condiciones creativas.
La importancia de la participación campesina está dada, ya que su propia
experiencia es el maestro más efectivo, la gente aprende a planificar, a encontrar
soluciones a sus problemas, a enseñar a otros, a organizarse y a trabajar en
grupos. Adquiere habilidades tales como el dar y recibir dentro de una organización,
logra también desarrollar creatividad y satisfacción por los resultados alcanzados.
Por lo que la participación estimula la solución de los problemas y da
responsabilidad individual y colectiva en el proceso.
Es decir se logra tanto un efecto directo (mejora de métodos y habilidades) así
como un grupo de resultados colaterales como una mayor motivación, mejor
comunicación y gestión entre otros, que también potencian los resultados finales del
diagnóstico.
En la preparación de los DRP se realizan una serie de actividades necesarias para
el éxito de los mismos:
1º. Promoción del diagnóstico en la comunidad.
Antes de comenzar el proceso de diseño de los diagnósticos es necesario
realizar una o más visitas a las autoridades de la comunidad para comprobar la
factibilidad de la realización del DRP y definir los patrocinadores del mismo.
Luego se debe realizar una reunión con la comunidad, para explicar el proceso
que se va ha desarrollar al mayor número posible de comunitarios y llegar a un
compromiso de su participación. Una vez logrado esto, se hace necesario
comenzar a preparar al equipo que realizará el proceso.
2º. Revisar y capacitar al equipo.
Es importante al inicio la elección de un equipo multidisciplinario que conozca las
características generales del sistema que se va a estudiar y además posea la
preparación profesional y condiciones personales necesarias para acometer el
diagnóstico. Antes de iniciar el DRP es necesario que todos los integrantes del
equipo estén familiarizados con los principios del DRP y tengan cierta práctica en
la aplicación de las técnicas participativas.
En este momento de ser necesario es importante capacitar a los integrantes del
equipo en materias como psicología, sociología, desarrollo organizacional,
técnicas de captación de la información, solución de conflictos y trabajo en grupo
entre otras. Una vez preparado el equipo se pasa a la revisión de la información
existente.
3º. Revisión de información secundaria.
Este es un paso estratégico porque permite situarse al equipo en el entorno en el
que se trabajará y conocer sus características y cultura. Se deben consultar
mapas, informes de las actividades de instituciones de la zona, los resultados de
diagnósticos regionales y otros documentos que se entiendan importantes.
También se realizan visitas a la zona para conversar con los promotores u otros
informantes claves.

94
Como resultado de procesar toda la información existente del lugar objeto de
estudio, ya tiene el equipo una mejor preparación para definir los objetivos
posibles a alcanzar en el diagnostico y la hipótesis de los posibles resultados.
4º. Formulación de objetivos e hipótesis.
Los objetivos estarán determinados por lo que se pretende lograr con el DRP en
una entidad o comunidad determinada. Estos se diseñan de forma general y
luego son revisados y reformulados por la comunidad. Pero siempre deben estar
orientados hacia las posibilidades reales de cambio en la misma.
La hipótesis estará relacionada con los objetivos de los DRP y se diseña sobre la
base de los resultados obtenidos de la revisión de la información secundaria y de
las visitas realizadas previas al diagnóstico. Dicha hipótesis por lo general es
formulada por el grupo de técnicos antes de iniciar el diagnóstico, pero debe
asumir en sí el interés de los verdaderos implicados, o de lo contrario debe ser
formulada con la participación de estos.
Una vez definidos los objetivos y la hipótesis de trabajo se comienza la
planificación del DRP
5º. Elaboración de un programa tentativo de actividades.
La organización del cronograma de trabajo debe tener en cuenta las
características de la zona y los objetivos trazados. Existen diferentes estrategias
para organizar el cronograma de los DRP. Generalmente estos constan de dos
etapas o momentos: el análisis interno u organizativo y el análisis externo o del
entorno.
El análisis interno: Tiene la finalidad de identificar las principales posibilidades y
limitaciones que tiene la organización de la zona, localidad o entidad a partir de
un estudio de su pasado presente.
El análisis externo: Tiene la finalidad de valorar el entorno de la organización de
la zona, localidad o entidad, identificar las posibilidades que pueden brindarnos
estos y los obstáculos que pueden representar para el cumplimiento de los
objetivos.
Un elemento importante a definir en el diagnóstico es la misión y visión de la
entidad o comunidad En la misión debe quedar definida la postura estratégica
general a partir de la razón de ser de la organización. La misma debe ser
reconocida y compartida por todos los implicados en el proceso, y tener una gran
repercusión como guía y patrón de la vida social de la localidad.
Es necesario establecer además la visión con los resultados específicos que
está en condiciones reales de alcanzar la entidad o la zona; o sea que refleje los
objetivos que pueden definirse a cumplimentar para un determinado tiempo.
Estos dos elementos son de vital utilización por los implicados en el proceso de
definición de la estrategia y política a seguir para resolver los principales
problemas detectados en la entidad o la comunidad y para implementar el
sistema de control.
Para planificar qué técnicas se van a aplicar durante el diagnóstico se puede
usar una matriz donde a la izquierda en columna se ponen los objetivos
específicos, formulados a alcanzar por el equipo para cada actividad y arriba las
diferentes técnicas posibles a utilizar, marcándose luego las técnicas propuestas
para cada acción en específico y dejándose un espacio para luego anotar de la
valoración de la efectividad de su uso.

95
6º. Preparación del material de trabajo.
La cantidad y tipo de los materiales de trabajo a utilizar dependen de las técnicas
planificadas a emplear. Casi siempre son indispensables los siguientes
materiales: papel, sábanas, cartulinas, marcadores gruesos y delgados,
diferentes lápices de colores, etcétera. La cantidad de estos depende de la
planificación y deberá ser calculada por el equipo de trabajo. Es aconsejable
llevar videos sobre temas técnicos o de interés para el diagnóstico, que tendrán
una mejor acogida si son filmados en la región.
7º. Logística.
Para trabajar el equipo necesita un lugar adecuado donde colocar los
papelógrafos ya utilizados, y espacio para la reunión; se necesita además un
espacio para dormir y alimentarse. Cada miembro del equipo debe llevar sus
utensilios personales y dinero para la compra de alguna u otra cosa que haga
falta.

96
DIAGNÓSTICO AGROECOLÓGICO DE SISTEMAS AGRÍCOLAS

L. García

Introducción

El diagnóstico de sistemas agrícolas es un conjunto de procedimientos para


describir y analizar dichos sistemas, identificar sus limitaciones así como las causas
de éstas y las potencialidades o posibles soluciones para mejorar su
funcionamiento, en un orden de prioridad.
Este constituyó una parte inicial indispensable de la investigación y el mejoramiento
convencional de los sistemas agrícolas de fincas desde su aparición en los años 70.
No obstante, ante sus insuficiencias ha sido necesario buscar métodos para hacerlo
de manera más corta y económica, así mismo de sus limitaciones tecnocráticas
iniciales en que se realizaba solo por los técnicos nació e diagnóstico participativo
con una creciente y decisiva participación de los agricultores y sus familias. El más
reciente reto ha sido impuesto por la necesidad de que incorpore el criterio de su
sostenibilidad. La incorporación de la dimensión de la participación popular y de la
sostenibilidad son rasgos principales del diagnóstico o caracterización
agroecológica de finca que lo diferencian del diagnóstico convencional.
El diagnóstico agroecológico puede servir de base para delinear mejoramiento
apropiado a través del diseño de sistemas agr5ícolas sostenibles y también para
definir necesidades de investigación.
Existen diferentes métodos para su realización como, el de Diagnóstico y Diseño
(ICRAF-Kenya). El diagnóstico Rural Rápido (CATIE. Costa Rica), Evaluación Rural
Participativa y Diagnóstico Rural Participativo (Kenya-World Resources Institute), el
Sondeo (Guatemala, Bolivia, Colombia), el Diagnóstico Exploratorio (FAO, 1991) y
recientemente, entre otros, se ha extendido en América Latina, el método
Campesino a Campesino, el cual incluye su forma propia de diagnóstico de
agricultores. El método a usar debe ajustarse a las condiciones done será
empleado.
Objetivos del diagnóstico agroecológico
 Describir los sistemas agrícolas, sus circunstancias, las diferentes
tecnologías, zonas agroecológicas y tipos de agricultor.
 Identificar la presencia de limitaciones o problemas que afectan el
funcionamiento del sistema y su sostenibilidad.
 Entender las causas que originan estas limitaciones.
 Identificar potencialidades o posibles soluciones a los problemas
detectados, que aborden sus causas y que sean compatibles con la
realidad y racionalidad de los productores.
 Determinar necesidades de investigación y sus prioridades relativas, así
como de otras acciones técnicas. estos objetivos raramente pueden lograrse
totalmente desde el primer diagnóstico incluso después de varios años
persisten interrogantes y surgen problemas nuevos en los diagnósticos
sucesivos.

97
 Estimar preliminarmente la sostenibilidad del sistema agrícola, a partir de la
definición, la observación y captación de información de los indicadores de
sostenibilidad apropiados para el sistema.
Técnicas a emplear
 Captación, revisión, procesamiento e investigación de la información
secundaria necesaria.
 Observaciones y mediciones directas, variaciones espaciales y temporales
(situación de los distintos campos y su ciclo anual).
 Tomar parte los técnicos en las actividades de los agricultores.
 Entrevistas informales con informantes claves, agricultores individuales o
grupos de agricultores.
 Entrevistas formales.
 Talleres con participación de los agricultores, preferiblemente organizados
por ellos mismos.
 Tabulación, manipulación, diagramas de flujos, árboles de limitantes,
matrices de prioridad y decisiones, cuadros de barras, líneas de tendencias
históricas, etc.
 Definición y observación de indicadores de sostenibilidad.
 Técnicas participativas en cada caso.

Pasos a seguir
 Paso I. Selección del área y coordinación con directivos locales, de la
empresa o cooperativa y el jefe o dueño de la finca.
 Paso II. Revisión de la información secundaria previa-mente obtenida (clima,
suelos, uso idóneo de la tierra, historial del campo, datos económicos y de
fuerza de trabajo, etc.).
 Paso III. Información y preparación previa de los participantes (agricultores y
técnicos).
 Paso IV. Observaciones y/o mediciones directas. Recorrido de la finca con
agricultores y técnicos, que se repite posteriormente.
 Paso V. Entrevista con informantes clave (autoridades gubernamentales,
científicas, de organizaciones, empresarios locales, dirigentes campesinos y
de cooperativas, agricultores de avanzada, etc.).
 Paso VI. Entrevistas y encuestas formales con agricultores individuales.
 Paso VII. Talleres con grupos de agricultores
 Paso VIII. Definición, captar información y observación de los indicadores
de sostenibilidad para el sistema.
 Paso IX. Análisis y síntesis de los datos e informaciones.
 Paso X. Definición de limitaciones, sus causas y soluciones potenciales por
parte de los agricultores, con la colaboración de los técnicos como
facilitadores y asesores.
 Paso XI. Presentación de informes y modelación de sistema.

Guía para las entrevistas y el análisis


1. Información general del agricultor(es) y su(s) familias
Edad, sexo, escolaridad y experiencia del agricultor(es) y sus familiares que
laboran y no en la finca

98
Composición del(los) grupo(s) familiar(es)
Tamaño y distribución de la finca (croquis)
Infraestructura (enseñanza, salud, comunicación)
Caracterización del agricultor(es) y sus familiares en su satisfacción de
necesidades nutricionales y límites de pobrezas
Flujo migratorio, disponibilidad y estabilidad de la mano de obra
Actividades no agrícolas y agrícolas. Ingresos y porcentaje de tiempo
Historia del predio
Objetivos y preferencias de la familia y el agricultor
Bienes de capital: instalaciones, máquinas, edificios, etc. (por observación)
2. Recursos naturales
Biodiversidad de la flora y fauna espontánea (Observación en el terreno)
Suelos: Si se observa o existe erosión, Compactación, Agotamiento, Materia
Orgánica, Causas principales de degradación, Medidas de protección
usadas.
Recursos hídricos: m3 de agua embalsada, Ríos
3. Utilización de los recursos. (Hacer un croquis)
Cultivos: Sistemas, rotaciones y asociaciones, Labores agrícolas, Riego y
drenaje, Empleo de insumos materiales externos y energía fósil y
alternativa, producción e ingresos brutos y netos por año y cultivo.
Ganado: Especie, tipo y cantidad, Tipo de explotación, Alimentación, Uso de
los desechos, Situación sanitaria y epizootiológica. Uso de medicamentos,
Producción por animal y ha, Ingresos brutos por año y tipo de animal.
Calendario de actividades de la finca
Procesamiento de los productos en la finca
Almacenamiento
Productos para autoconsumo y mercado
Árboles maderables y frutales (especies y cantidad)
Plagas: Principales plagas de artrópodos, enfermedades y plantas dañinas
de los cultivos, Forma de control de plagas, Magnitud de daños
4. Aspectos socio-económicos de la finca
Valor de la producción total/año (A)
-Vendida
-Acumulada en crecimiento del ganado y forestal
-Consumo interno de agricultor(es)
Costos variables/año (B)
-Mano de obra familiar y externa
-Servicios
-Insumos
Margen Bruto (A-B)
Ingresos netos(A-B-costos fijos)
Costos por peso de producción
Fuerza de trabajo (física)
-Gastos de fuerza de trabajo masculino y femenino total y
mensual (por actividad si es posible)
5. Comunidad
Relaciones
Integración a organizaciones

99
Recursos culturales
6. Apoyo institucional
Asesoría técnica
Servicios científicos-técnicos
Comercialización
Créditos y seguros
7. Principales problemas, sus causas y soluciones potenciales, según orden de
prioridad

100
Referencias bibliográficas

 Allen, P. y van Dussen. (s/f): ¿Qué es una Agricultura sustentable?


Traducido de: Gips, T. ¿Qué es agricultura sustentable? En: Allen, P. y van
Dussen, D (eds). Perspectivas globales sobre agroecología y sistemas de
agricultura sustentable. Procedimientos de la 6a. Conferencia Científica del
POAM, Santa Cruz, California.
 Altieri, M. y Nicholls, C. s/f. Escalonando la propuesta agroecológica para la
soberanía alimentaria en América Latina. Universidad de California,
Berkeley. Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA).
17 pág.
 Altieri, M. y Nichols, C. 2000. Biodiversidad y manejo de plagas en
Agroecosistemas. En: Agroecología teoría y práctica para una agricultura
sustentable 1a ediciónBerkeley, Universidad de California. Pág. 167-180
 Altieri, M. y Nichols, C. 2001. Conversión agroecológica de sistemas
convencionales de producción: teoría, estrategias y evaluación. Universidad
de Berkeley, California, 5 pág.
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