Sei sulla pagina 1di 16

Se inicia el ciclo del caucho

La creciente demanda internacional de caucho natural y la revolución en los transportes, con la


introducción de la navegación de vapor, modificaron, a partir de la mitad del siglo XIX, el panorama
regional. La Amazonia se constituyó en el centro de febriles actividades extractivas que estuvieron
acompañadas de una bonanza sin precedentes para ciertos grupos dominantes, así como de un régimen
de trabajo oprobioso para la mayor parte de los siringueiros.

El nombre del caucho proviene de la lengua de los indígenas Maina, de la selva amazónica peruana (su
etimología es: caa=madera, árbol, y ochu = chorrear, que llora). Se trata como se sabe, del látex de
diversos árboles, particularmente especies del género Hevea, que se extrae rayando o cortando
superficialmente sus troncos.

Los europeos tuvieron noticia del caucho desde el segundo viaje de Colón. No obstante, su interés por el
mismo creció cuando La Condamine, comisionado por la Academia de Ciencias de París para medir el
arco del meridiano del Ecuador, envió a aquella una comunicación y muestras de este exudado vegetal
(que los indígenas llamaban también "heve" o 'jebe", nombre que aún se usa en la Amazonia peruana y
sectores adyacentes a la colombiana para especies del género Hevea. Esta última denominación botánica
fue propuesta originalmente por el medico y botánico francés Fusée Aublet, en 1775, como una versión
latina del fitónimo indígena). Las comunicaciones de Fresneau, naturalista francés que trabajaba en
Cayena, también contribuyeron en el incremento de las expectativas sobre este nuevo producto.

El caucho se destaca por su notable elasticidad e impermeabilidad. Aunque a principios del siglo XIX esta
materia tenía ya algunas aplicaciones industriales de escala reducida (botas, capas, mangueras, etc.), su
utilización se hallaba restringida por su gran sensibilidad a los cambios de temperatura, los que alteraban
notablemente la calidad del producto. La invención de los procesos de masticación, por Hancock en 1819,
y de vulcanización, por Good Year en 1839, abrieron el campo a su explotación industrial en gran escala
ya que permitieron superar aquel y otros problemas.

En 1845, William Thorrison diseñó la fabricación de neumáticos con caucho; pero sólo en 1888 el
veterinario irlandés Dunlop reinicia el uso de tales neumáticos instalándolos en la bicicleta de su hijo.
Como la industria de estos vehículos estaba en su apogeo, aquel desarrollo técnico fue sistemáticamente
utilizado a partir de entonces. Su futuro quedó asegurado cuando se consolidó, a principios del siglo XX, la
industria automotriz, con la consiguiente demanda de la goma para las llantas y otras piezas para los
vehículos.

Desde 1825 se produce el crecimiento de la explotación del caucho natural a nivel mundial; en ese año se
extraían solamente 30 toneladas; en 1860 son ya 2.670; esta cifra ascendería a 50.000 y 94.000 en 1900 y
1910, respectivamente. La mayor parte del caucho se extraía del área amazónica, particularmente del
Brasil (Le Bras, 1961).

El caucho amazónico adquirió un lugar destacado en las economías del Brasil y del Perú. En 1830 se
explotaban en el primer país, 156 toneladas; tal cifra ascendió en 1850 a 1.447 y en 1890 a 23.650
(Santos, 1980). Años más tarde, en 1912, llegó a las 37.178 toneladas. En este país el caucho fue el
segundo renglón de exportación después del café. Para el Perú la actividad cauchera en el Amazonas
también tuvo considerable significación. En 1862 apenas se extrajeron 2 toneladas, pero ya en 1900 la
cantidad se elevó a 2.247; tal volumen asciende aún más considerablemente años después.

El ciclo de la quina y del caucho negro en el alto Caquetá y


Putumayo
El tránsito al ciclo del caucho estuvo precedido, en el piedemonte amazónico colombiano, por la búsqueda
de la quina. Los asentamientos que se establecieron entonces, y las actividades que se dieron en la
vertiente oriental de la cordillera en esta etapa, tuvieron más relación con el comercio del producto, y con
los lugares de acceso a donde se lo encontraba pisos térmicos templado y frío de los Andes , que con las
tareas de la extracción propiamente dicha.
1
Los primeros quineros aparecieron en el territorio del Caquetá durante el decenio de 1870. El valle del
Suaza, en el alto Magdalena, se convirtió en la sede de las nuevas corrientes migratorias, que se
instalaron en Santa Librada (Suaza) y La Concepción (antigua La Ceja). Los buscadores de la corteza
vegetal, que se utilizaba para la producción de drogas antimaláricas, se internaban también por el río
Orteguaza y otras áreas aledañas y comerciaban el producto a través de Neiva. Un proceso similar se
daba en el alto Putumayo. La tranquila Mocoa se convirtió en centro de actividades quineras, se conformó
allí una élite local y la actividad mercantil se incrementá notablemente. Una embarcación movida por vapor
navegaba el Putumayo y abastecía regularmente a los extractores.

En 1875 inició operaciones la Casa Elías Reyes y Hnos. La empresa se proyectó por el río Putumayo y
fundó en sus riberas diversos establecimientos de acopio. Y obtuvo de parte del emperador del Brasil, don
Pedro ll, el privilegio de comerciar entre el Amazonas y Puerto Sofía, sobre el Putumayo. En 1876 la Casa
Reyes inauguró, con el "Tundama 11 , la navegación de vapores de bandera colombiana por este río;
posteriormente adquirió nuevas embarcaciones para el transporte de quina, caucho y tagua al Brasil,
desde donde importaba también, hacia la región, variadas mercancías (Reyes, 1902).

Diversas empresas caucheras se fundaron sobre los ríos Caquetá, Putumayo, Orteguaza y Caguán,
utilizando la fuerza de trabajo nativa y la de algunos trabajadores de] interior.

El caucho negro (Castilla elastica) que se daba en algunas de estas zonas tiene cualidades y rendimientos
inferiores a los de las especies brasilIensis y Hevea guianensis, que son las más apreciadas por la calidad
de su látex. Por este motivo los caucheros derribaban los árboles, provocando en pocos años su extinción
en grandes regiones. A estas dificultades se agregaban los problemas de su acarreo a través de la
cordillera hacia los centros clel interior, especialmente a Neiva. El caucho negro del Caquetá era
transportado únicamente por hombres, que debían transitar por peligrosos senderos. Cuando se llevaba
por el río, a Manaos o a Iquitos, se elevaban considerablemente los costos del producto.

Los caucheros de) Caquetá apoyados en algunas ocasiones por el mismo prefecto se negaban a seguir
las indicaciones oficiales destinadas a evitar el aniquilamiento de los árboles, ya que, alegaban, no había
otra forma de hacer rentable el producto. Algunos de ellos argüían, además, que si se retiraban del área, el
mismo espacio sería ocupado por caucheros de los países limítrofes, con gran perjuicio para el suyo
propio.

La Guerra de los Míl Días (1899 1902) precipitó la crisis de la explotación de la Castilla elástica. Los
dueños de las caucherías dependían, para su aprovisionamiento, de las casas comerciales establecidas
en Neiva. Estas daban a crédito las mercancías y los elementos indispensables para la extracción del
látex, y se constituían en los compradores y exportadores de la goma. Los caucheros adelantaban bienes
a sus trabajadores, quienes se veían comprometidos, al cabo de un período fijo (generalmente un
"fabrico", o temporada de trabajo del caucho), a pagarlos con látex.

Los comerciantes de Neiva consideraron que los riesgos económicos de sus operaciones se habían
elevado, ya que sus productos podían ser confiscados o destruidos al ser conducidos por el río
Magdalena; la guerra había concentrado el capital comercial en pocos grupos, lo que les permitía
monopolizar el mercadeo del caucho e imponer los precios de otras mercancías. En otros términos,
llegaron a vender caro sus mercancías y a comprar a un menor precio relativo la goma. Los caucheros se
defendieron trasladando, naturalmente, los nuevos costos a sus trabajadores. Así que, a finales del siglo
XIX, la extracción se paralizó; los barracones se encontraban atestados de trabajadores ociosos,
ocupados en juegos de azar, dedicados a la bebida y a las mujeres (lo que técnicamente se llama
consumo "conspicuo y ostentoso ), sin asomo de motivación para el trabajo, pero endeudándose
aceleradamente.

La razón de esta paradoja es más o menos comprensible, porque ¿qué incentivo había para seguir
trabajando, si cada vez eran más escasos los árboles de caucho negro y había que alejarse más del
campamento principal y recorrer un número mayor de trochas o picas para ganar menos, pues la paga por
kilo había descendido? Todos los patrones, los trabajadores y la clientela anexa (prostitutas, comerciantes,
etc.) estaban atrapados en la "ley M endeude : unos le debían cada vez más a otros, pero a su vez estos
le debían más a terceros, que residían en los centros. Y ¿quién podía desatar el lío si no se justificaba
trabajar tan duro, no obstante que el precio del caucho seguía en vertiginoso ascenso en el mercado
internacional?
2
La explotación del caucho y el sistema del "endeude"
El caucho puede ser extraído de especies de diversos géneros. La Hevea brasiliensis (verdadero caucho,
borracha o siringa) se localiza en las zonas de bajos del río Amazonas, particularmente en los sectores
medio y bajo de su curso. De acuerdo con el geógrafo C. Domínguez (1985), en la Amazonía colombiana
solamente se encuentran si se exceptúa el Trapecio, que posee Hevea brasiliensis las especies Hevea
guianensis (en la "tierra firme" de la selva oriental, incluido el Trapecio y descontando el piedemonte) y
Hevea benthamiana (en los bajos de las cuencas del Río Negro y del Vaupés). La Castilla elástica
predomina en el piedemonte; hay otras gomas de inferior calidad distribuidas en todo el territorio. Si bien
existen concentraciones relativas, los árboles se encuentran dispersos en grandes áreas, como toda la
flora amazónica.

Debido a esta distribución de los árboles, para la extracción de la goma el siringueiro o cauchero varios
debe abrir diversas trochas o estradas de kilómetros. Las primeras horas de la mañana se aprovechan
para hacer diversas incisiones en cada corteza, para que fluya el látex. Se coloca un recipiente que recibe
la leche" al pie del tronco, mientras que se rayan los demás árboles de la jornada. El cauchero está de
regreso al mediodía; entonces, sólo o acompañado por su mujer u otros familiares, procede a recoger la
"leche" acumulada en los diversos recipientes.

El látex se mezclaba en el campamento con ciertos ácidos (en la actualidad ácido fórmico) con el objeto de
coagularlo; posteriormente se le daba la forma definitiva y se secaba al sol o con humo. Los detalles de las
técnicas de extracción pueden haber variado en algunos de sus procedimientos, pero en términos
generales se mantienen.

El proceso relativamente simple para su extracción, contrasta con el alto nivel tecnológico de la
transformación del caucho y sus derivados en los países importadores de la materia prima.

El trabajo del caucho se basaba, fundamentalmente, en una cadena de créditos que involucraba a
diversas casas con funciones diferentes y con una compleja estructura de comercialización. En Belém del
Pará, por ejemplo, algunas firmas monopolizaban la comercialización exterior de la goma, mientras que
otras se especializaban en la importación de las mercancías y objetos destinados a los siringales.

Los bancos mantenían relación principalmente con las empresas exportadoras e importadoras. De estas
dependían, a su vez, las casas "aviadoras de un nivel intermedio, que financiaban las operaciones de otros
caucheros. En el nivel más bajo de la cadena se encontraba el cauchero extractor, quien, solo o con su
familia, debía entregar determinadas cantidades de goma a cambio de las provisiones y demás bienes que
necesitaba para su subsistencia y para el proceso de trabajo.

Aunque el caucho o los bienes suministrados a los siringueiros rasos se valoraban en dinero, éste se
hallaba ausente de las diversas operaciones económicas. Un testimonio de la época, citado por Barbara
Winstein (1983), historiadora especialista en el tema, ha expresado lo anterior en estos términos:

"El Amazonas es la tierra del crédito. No hay capital; el siringueiro debe al patrón: el patrón debe a la 'casa
aviadora', la 'casa aviadora' debe al extranjero, y así sucesivamente".

La operación tenía de por sí sus riesgos ya que dependía de las "promesas" de los involucrados. El
sistema funcionaba mediante unas reglas de juego de honor, si bien no faltaba la intervención de la policía.
Un cauchero podría desplazarse a otras áreas, pero, a no ser que otro patrón lo recibiese, era difícil para
el "aviador" reponer el valor M adelanto. El cauchero extractor mantenía cierto control sobre su propia
producción, aunque la dispersión del personal trabajador propio de la explotación cauchera les inhibía
acciones colectivas.

Según la ética del trabajo local, no se debía vender el caucho a patrón distinto del propio; las deudas de un
trabajador podían ser lícitamente transferidas, en términos de la legalidad local, a otros caucheros; pero
¿cómo podía ser de otro modo, si no había prácticamente circulante que permitiera a un cauchero pagar a
otro en dinero la deuda de un trabajador? En algunas regiones se implantaron redes típicamente
clientelistas entre el cauchero proveedor y sus trabajadores , esto amarraba aún más la fuerza de trabajo a
los patrones.
3
El sistema del "endeude" era, en realidad, una relación de carácter social más amplia, que fundamentaba
la existencia de toda la sociedad amazónica de ese entonces, como en parte lo sigue haciendo. Con
frecuencia los caucheros patrones eran compadres de sus trabajadores y por lo tanto debían esperar
reciprocidad de sus socios",así como los trabajadores tenían la expectativa de recibir protección y ayuda
de aquellos. En casos extremos, cuando no pudo establecerse una relación de clientela, se conformó una
sociedad prácticamente esclavista, en la que la fuerza de trabajo no tuvo siquiera la posibilidad de
reproducirse demográfica y socialmente. El carácter no monetario de la economía condicionaba la
existencia de otras formas de intercambio tradicional e impedía la formación de un cálculo "racional", en
términos de la economía formal.

Los indios y trabajadores, en general, quedaron al arbitrio de los "dueños" de la escritura, de la aritmética y
de las pesas. Estos podían manipular los libros de cuentas a su antojo, sin que nunca el endeudado
tuviese la posibilidad de redimirse en su vida, o incluso en la de sus hijos- del "endeude".

La formación de la Casa Arana en el Putumayo


Ante la desaparición del caucho negro y la voracidad de algunos de sus socios de Neiva, los caucheros del
alto Caquetá no tuvieron otra alternativa que desplazarse hacia el oriente, o sea a las porciones altas de
los ríos Caquetá, Putumayo y Vaupés. Algunos fundaron "colonias en las riberas del Caquetá, entre La
Tagua y los chorros de Araracuara; otros más audaces penetraron a las cabeceras de los ríos Igara
Paraná y Cara Paraná.

En 1901 existían 22 colonias en los bajos Caquetá y Putumayo, particularmente sobre los ríos Igara
Paraná, Cara Paraná y alto Cahuinarí; estas colonias eran en su mayor parte de propiedad de caucheros
colombianos y se hallaban sostenidas básicamente por mano de obra de grupos Witoto (Figueroa, 1986).

Tal cantidad de centros de extracción era considerable; un par de años antes los caucheros apenas
conocían estas regiones, y la mayor parte de la gente nativa sabía de los "blancos" únicamente por
referencias de la historia tradicional, pero no de manera directa. Los caucheros tuvieron la fortuna de
encontrarse en una región densamente poblada por numerosos grupos indígenas, aunque el látex local
era de baja calidad ("sernambi" o "Jebe débil").

Los pobladores aborígenes estaban interesados en conseguir mercancías; con entusiasmo (a pesar de las
reservas de algunos "capitanes" o jefes) recibieron hachas y otros instrumentos que debían cancelar de
manera diferida, con goma. Los caucheros incrementaron la circulación de ciertos objetos que hasta
entonces eran escasos y que debían pagarse, como se expuso con anterioridad, a un costo humano y
social muy alto.

Ahora las hachas de acero circularon, posiblemente, entre grupos subalternos o personas que antes no
tenían acceso a ellas. Las monedas, tan valoradas para collares y tan apetecidas por las; mujeres, fueron
probablemente más "fáciles" de conseguir. Pero el uso del término "masificación" para referirse a la
difusión de la propiedad sobre estos y otros artículos tal vez no corresponda con la realidad, ya que los
caucheros dosificaron la entrega de sus mercancías. Aquellas gentes indígenas que carecían. de estos
bienes se veían a sí mismas como 11 pobres y apenas adquirían una cantidad limitada de ellos.

La dinámica del barracón de Indiana (colonia cauchera en el alto Igara Paraná) da cuenta de la forma
como se aceleró la historia en el proceso de la explotación cauchera. Indiana, (actualmente La Chorrera),
había sido fundada en 1900 por Benjamín Larrañaga. En 1902, Julio César Arana, transportador peruano,
se asoció con aquel y se convirtió en copropietario del siringal que incluía campamentos anexos en los ríos
Igara Paraná y Cahuinarí, y algunos de sus afluentes. Esta compañía disponía ya de 12.000 indígenas
inscritos en sus libros de cuentas sólo dos años después de fundada.

Para entonces la situación no era nada fácil para los aborígenes, porque algunos patrones comenzaron a
obligarlos a trabajar forzadamente en la extracción del caucho. Según Joaquín Rocha (1905), quien visitó
la región a principios de siglo, en la terminología de la época se llamaba "conquistadora aquel individuo
que lograra "entrar en negocios con los indios de esa tribu y conseguir que le trabajen en extracción de
caucho y que le hagan sementera y casa, en la cual se queda a vivir en medio de ellos". Estos indígenas

4
eran llamados entonces "civilizados", y en algunos casos el mismo cauchero asumía las funciones de
"civilizador".

Pero cuando los indígenas se resistían no había la menor vacilación en acudir a la violencia, calificándolos
de "antropófagos" o "salvajes", o en inventarse "rebeliones" que legitimaran su exterminio. Cuando un
grupo se oponía a "civilizarse" se adoptaban diversas tácticas, entre ellas asaltar la maloca y mantener
como rehenes a mujeres y niños hasta que el jefe y los demás entraran "en razón". En algunas ocasiones
el cauchero desposaba a una mupr indígena, y así sus parientes (cuñados) nativos se vinculaban al
trabajo del blanco (Taussig, 1986).

De los caucheros del Putumayo, el gran "triunfador" fue Julio César Arana, quien en pocos años logró
implantar una de las casas explotadoras más poderosas del alto Amazonas. Arana era natural de Rioja
(Perú); tuvo su primer contacto con el Putumayo como dueño de ¡ancha. Conocía ya otras regiones del
Amazonas, había adelantado algunos negocios y establecido un centro cauchero. Al visitar la región del
Putumayo posiblemente se percató de su perspectiva; es decir, de la existencia de una abundante fuerza
de trabajo "barata", en una coyuntura económica que se caracterizaba por la creciente escasez de la
misma (lo que impedía la expansión de la economía cauchera de] Perú).

La posición privilegiada de Arana como comerciante se fundamentaba en la dependencia que existía entre
los centros caucheros del Putumayo e Iquitos. En el viaje del Cara Paraná a Iquitos se podían gastar hasta
15 días; la distancia entre el Cara Paraná y Manaos era menor, pero en esta última ciudad los precios de
las mercancías eran más altos, por lo menos en 1903. Además, si los bienes se importaban de Manaos
debían pagar un doble impuesto en las aduanas brasileña y peruana ya que Colombia no tenía ningún
convenio al respecto con el Brasil, y el Perú consideraba como suyo el Putumayo.

En 1903 se fundó la Casa Arana Hermanos. En ese entonces el geógrafo francés F. Robuchon constató la
existencia de casi medio centenar de barracones en los ríos Cara Paraná e Igara Paraná, dependientes de
la compañía. En dicho año, los centros de explotación del caucho estaban fortificados; los caucheros
permanecían constantemente armados temiendo rebeliones o ataques de los indígenas. Para la época ya
se habían establecido los métodos violentos que caracterizarían la explotación de esta región por la Casa
Arana.

En 1909, la compañía tomó posesión de parte de las riberas del Cara Paraná, asociándose con el
cauchero G. Calderón; no obstante, para la fecha existían numerosos caucheros colombianos con
sucursales en aquel río. En los años siguientes Arana tomó el control absoluto de la fuerza de trabajo
indígena y de todo el territorio situado entre los ríos Caquetá y Putumayo, y desde el río Cara Paraná
hasta la desembocadura del Cahuinarí en el Caquetá.

Por diversos medios, y con la ayuda de las fuerzas armadas del Perú, en 1907 desalojó violentamente a
los caucheros colombianos que se resistían a venderle sus fundos. Su posición se reforzó con la firma de
un modus vívendi entre Colombia y el Perú en el Putumayo, ya que por medio de ese acuerdo los
peruanos consolidaron de facto el control de la navegación por el río. Esto provocó el desconcierto de los
caucheros colombianos, que no entendían la indolencia del gobierno del general Reyes ante los
numerosos atropellos y vejámenes que sufrían.

En 1907, la Casa Arana se transformó en la Peruvian Amazon Company, con sede en Londres, y expidió
acciones por un total de un millón de libras esterlinas, si bien la familia Arana conservaba el control de la
compañía.

Un régimen esclavista
La Casa Arana había dividido sus operaciones en dos grandes distritos",cuyas sedes principales se
encontraban en El Encanto, sobre el río CaraParan?á, y La Chorrera, en el Igara Paraná. Allí se acopiaba
el caucho extraído de las diferentes sucursales y se embarcaba hacia lquitos. Cada sucursal tenía bajo su
jurisdicción un número considerable de indígenas; estos pertenecían a diversos linajes, pero casi siempre
hablaban una misma lengua. En ciertas áreas se difundió el Witoto como lengua franca.

5
A la cabeza de cada barracón se encontraba un capataz; sus utilidades guardaban relación directa con la
cantidad total de caucho extraído. Generalmente existía una comisión de 15 a 20 hombres armados que
se encargaban de amedrentar a la población nativa, neutralizar una eventual rebelión, perseguir a los
indígenas fugitivos, castigar a los que no cumplían las tareas de producción acordadas o, incluso,
enganchar compulsivamente nueva fuerza de trabajo.

Entre el personal de las comisiones se destacaban los "muchachos" (boys), o sea jóvenes criados por los
caucheros, armados con fusiles, cuya función en el control de la población indígena era fundamental ya
que conocían las lenguas nativas, los hábitos y costumbres de sus paisanos.

La fuerza de trabajo estaba conformada por los nativos hombres, mujeres y niños , quienes debían laborar
prácticamente todo el año en los "fábricos" para redimir una deuda que jamás se pagaría. Además, debían
sostenerse a si mismos y cultivar, cazar y pescar para los patrones.

A cada jefe de grupo doméstico, o linaje local, se le asignaba una cuota de caucho. Según algunos
estimativos, cada familia debía aportar 40 arrobas mensuales; si la balanza no señalaba el peso acordado,
los indígenas, sin distinción de edad ni sexo, eran azotados, torturados, mutilados o asesinados a sangre
fría. Así mismo podían ser condenados a morir de hambre, o simplemente ser "aperreados" por los
grandes mastines de los patrones.

Con frecuencia los indígena! eran asesinados por diversión, como ocurría durante ciertas fiestas,
religiosas. Se estima que en el primer decenio del presente siglo murieron aproximadamente 40.000 de
ellos; posiblemente un poco más de la mitad de la población aborigen total de la región en aquel momento
(Foreign Office, 1912).

En los primeros años de la "violencia de los peruanos" como se refieren los mismos indígenas a estos
acontecimientos algunos grupos intentaron rebelarse o huir hacia otros lugares. La superioridad bélica de
los caucheros y el temor de los indios a una violencia generalizada, impidieron una resistencia exitosa,
pese a ser los primeros muy inferiores numéricamente.

Tal régimen desencadenó un conflicto social de grandes proporciones: un "capitán de la tribu Resigero
organizó, según relata el explorador inglés Thomas Whiffen (191 S), un grupo para combatir a los
caucheros y a aquellos indígenas de su propia tribu que colaboraban en la explotación. Si le damos crédito
a Whiffen, toda la gente Resigero fue víctima de sus ataques, porque "nada en su opinión (del jefe
indígena) podía salvar a las tribus".

En ocasiones los indígenas intentaban utilizar medios simbólicos, como la brujería, para expulsara los
blancos. Y hubo hechos como el que relata César Uribe Piedrahíta en su novela Toá: un grupo del Cara
Paraná intentó "barbasquear" el río con el fin de matar los peces y forzar la emigración de los "blancos" por
física hambre.

La acción defensiva de los indígenas frente a quien llamaban el "capitán" rana, así como frente a su
organización, se dificultó por la carencia de unidad política entre los diferentes linajes. Los caucheros
fomentaron cuidadosamente las rivalidades y conflictos entre aquellos, los cuales posiblemente se habían
incrementado por la presencia de brotes epidémicos que los nativos interpretaron como brujería provocada
por otros indígenas.

La Casa Arana optó por eliminar sistemáticamente a los "capitanes" y a los ancianos peligrosos que
pudieran liderar alguna forma de resistencia. A los indios se les confiscaban con frecuencia sus armas,
aunque sus escopetas de fisto, que tantos meses de trabajo les costaban, tenían un poder menor que los
Winchester de los caucheros. Estos contaban, además, con el apoyo directo del ejército peruano, que
había instalado algunas guarniciones en el Putumayo. Los indios no tuvieron otra alternativa que
someterse para sobrevivir.

Escándalo mundial en torno al 'Taraíso del diablo"


Las barbaridades de la Casa Arana ya habían llegado a conocimiento público y de los gobiernos del Perú y
de Colombia durante los primeros lustros de este siglo, no obstante la censura de la prensa impuesta por
6
la dictadura de Rafael Reyes. Los caucheros colombianos se habían quejado pública y oficialmente sin
que el gobierno tomara provisiones adecuadas, a no ser el modus vívendi mencionado que entregó el
control del Putumayo a los peruanos. Se dice que el general Reyes, al ser consultado acerca de tales
problemas, argüía que se trataba de cosas de caucheros", para descalificar ciertas situaciones de orden
público en la Amazonia. No deja de haber misterio en esta actitud del gobierno, sobre todo cuando en la
jefatura del Estado se encontraba un antiguo cauchero que conocía personalmente la región y sus
problemas.

El gobierno peruano estaba interesado en propiciar la expansión de la compañía de Arana, ya que de esa
forma podía alegar posesión de facto sobre parte de un territorio que estaba en disputa con Colombia.

Algunos periódicos de Lima y Manaos, pero sobre todo La Sanción y La Felpa de Iquitos, dirigidos por el
valeroso periodista Saldaña Rocca, iniciaron y mantuvieron una campaña de denuncia de lo que acontecía
en el Putumayo, aunque sin obtener resultados concretos.

En 1907, W E. Hardenburg (1912), un ingeniero norteamericano de paso por el Putumayo, fue testigo y
víctima de los atropellos peruanos contra los barracones de colombianos en el río Cara Paraná. Su
condición de ciudadano norteamericano le otorgó cierta inmunidad frente a las acciones del ejército del
Perú, de manera que pudo salir bien librado del incidente, a pesar de haber sido acusado de agente al
servicio de Colombia.

Dos años más tarde, en 1909, la prensa inglesa publicó profusamente su testimonio sobre lo que
acontecía en el Putumayo bajo la jurisdicción de la compañía británica Feruvian Amazon Company. Estas
denuncias, y la labor de la Sociedad Antiesclavista de Londres, desencadenaron un escándalo de grandes
proporciones en Inglaterra y en el mundo, que todavía tenían en la memoria los acontecimientos
terroríficos vinculados con la explotación del caucho en el Congo. Con el pretexto de que la Peruvian tenía
entre su personal súbditos ingleses (negros de Barbados que habían sido traídos años atrás) el gobierno
británico envió al cónsul inglés en Rio de Janeiro, Sir Roger Casement, para que investigara la veracidad
de los cargos. Al cabo de varios meses de inspección en el Putumayo, Casement concluyó:

"Los crímenes de los que se acusa a muchos hombres ahora al servicio de la Peruvian Amazon Company
son del género más atroz, incluyendo asesinatos, violaciones y fiagelaciones constantes. La naturaleza de
los hechos es enteramente oprobiosa, y confirma totalmente las peores acusaciones formuladas contra
agentes de la Peruvian Amazon Company y sus métodos de administración en el Putumayo". (Foreign
Office, 1912. T del e.)

El cónsul inglés consideraba improbable que Arana y los otros miembros del directorio de la compañía no
estuviesen al tanto de lo que acontecía; pero a éstos las denuncias no los intimidaron, ni tampoco al
gobierno peruano. Al año siguiente (191 l), ambos, el gobierno con la ayuda de la Casa Arana, se tomaron
por la fuerza la localidad de La Pedrera, donde Colombia había establecido una pequeña guarnición
militar. Con esta toma los peruanos intentaron consolidar su dominio sobre el río Caquetá, al controlar el
raudal de Cupatí; así podían estrangular a los caucheros colombianos establecidos en los ríos Miriti
Paraná y Apaporis, un área que se había convertido en refugio para los indígenas del sur del Caquetá que
huían del régimen de la Peruvian, aunque los caucheros de esta zona no eran ni mucho menos unos
ángeles.

Con el asalto a La Pedrera y el escándalo internacional, la opinión pública del país tomó conciencia de lo
que sucedía en el Putumayo. Una gran incógnita flotaba en el ambiente: ¿por qué razón durante tantos
años las autoridades del país, particularmente el gobierno de Reyes, se habían mostrado negligentes, por
decir lo mínimo, con esta situación? Se rumoraba que círculos de la sociedad bogotana, y algunos
ministros y altos funcionarios, estaban interesados directamente en que no se conociera la realidad de los
hechos acaecidos en el decenio anterior.

En el estado actual de la investigación, resulta aventurado hacer juicios de responsabilidad histórica a


Reyes y a su gobierno. Pero los acuciosos investigadores Jorge Villegas y Fernando Botero (1979) tal vez
han encontrado la "conexión" del Putumayo al señalar los aparentes lazos de parentesco entre uno de los
principales socios de Arana, el señor Vega, ex cónsul de Colombia en Iquitos, y un ministro de Relaciones
Exteriores durante el gobierno de Reyes.

7
Manaos, los barones del caucho y el "coronel" Funes
Manaos se había convertido en el epicentro de toda la actividad económica de la extensa región del alto
Amazonas. Su población había pasado, entre 1850 y 1903, de 8.500 a 50.000 habitantes.

La población era, en palabras del famoso etnólogo alemán Koch Grünberg (1967),"la ciudad industrial más
importante de la cuenca interior del Amazonas y el puerto de embarque de las enormes cantidades de
caucho que producen anualmente". Contaba con grandes avenidas, alumbrado eléctrico, modistos
franceses, ingenieros de Liverpool, sociedades literarias, un teatro para la ópera donde se presentaban
famosos cantantes de la época, hipódromo, etc.

A pesar de las fiebres malignas que azotaban la ciudad, con gran número de víctimas, la gente se divertía,
cada una a su manera según su rango social. En la avenida Eduardo Ribeiro se regocijaba la sociedad de
Manaos, que reunida en pequeñas mesas consumía un helado "chop", un whisky con soda o un simple
refresco. Los domingos sus habitantes paseaban en tren eléctrico por la selva aledaña a la ciudad; cada
semana, o en los días festivos, la banda mulata de la policía interpretaba música de Wagner, aunque sin
duda tampoco faltaban los aires populares ya que "cuando se encienden los ánimos se recuerda que se
está viviendo prácticamente al borde de la civilización (Ibid.). Entre los visitantes de la ciudad había
numerosos indígenas de las regiones aledañas, quienes vestidos a la moda europea la recorrían en fila,
unos tras de otros.

Gran parte de la población de Manaos era indígena 0 cabocla; ésta hacía los trabajos domésticos, o se
ganaba el casabe (y el pan) vendiendo el producto de su caza o de su pesca en el mercado local.

La ciudad de principios de siglo era una digna" sede para los barones del caucho: Nicolás Suárez, Julio
César Arana, Luis Silva Gómez, Manuel Vicente Carioca, Joaquín González Gómez Araújo y Germino
Garrido y Otero. El Río Negro estaba dominado por los dos últimos. Don Germino, oriundo de España,
vivía con sus hüos mayores en San Felipe, en el alto curso de aquel río, adonde había llegado en 1880.
Según Koch Grünberg, era "un hombre excepcional por todos los aspectos, que conservaba la mentalidad
y el carácter europeos Tenía una gran erudición, pues en medio de la selva estaba al tanto del " peligro
amarillo", o de los problemas del "equilibrio europeo" y del premio Nobel. Se hallaba suscrito a los más
prestigiosos periódicos y poseía una selecta biblioteca.

Los siringales de la empresa de Garrido estaban localizados en las márgenes del río ¡sana y en el alto Río
Negro, adyacentes a la frontera venezolana. Parte de sus traba adores eran indios Baniwa (o Kurrij pako);
éstos se hallaban sometidos al sistema del "endeude", de manera tal que estaban obligados a pagar en
caucho o fariña, o cazando o pescando en el fundo del patrón. Además de Garrido, había otros caucheros
de menor jerarquía, que mantenían una relación similar con la fuerza de trabajo nativa.

En el alto río Vaupés, el cauchero Gregorio Calderón había fundado el poblado de Calamarí. La localidad
estuvo conformada en sus primeros años por un grupo de trabajadores Kubeo, en 1910 estos fueron
reemplazados por indígenas Witoto y Karihona. Algunos caucheros se proyectaron sobre el río Isana y el
Vaupés, buscando reclutar compulsivamente fuerza de trabajo indígena. Este último río, en particular, fue
constantemente recorrido desde el salto de Yuruparí hasta la desembocadura del Cuduyarí. En el primer
decenio del siglo, estos caucheros competían con la Casa Garrido y algunos empresarios menores. Como
resultado de la lucha por la consecución de la fuerza de trabajo, las comunidades indígenas abandonaban
con frecuencia sus asentamientos tradicionales y buscaban refugio en zonas de difícil acceso.

Aunque los recursos violentos no eran ajenos a la Casa Garrido, don Germino había adoptado otras
estrategias de reclutamiento de la fuerza de trabajo. Se dice, por ejemplo, que contaba con un ejército de
400 hombres para proteger sus dominios, pero gran parte de la tropa estaba conformada por sus propios
hijos o descendientes. Al parecer había tenido una vida muy prolífica en vástagos de madre indígena lo
cual le permitía ser algo más que un patrón frente a las comunidades locales. Era un padrino que brindaba
protección frente a abusos de terceros. A veces redimía la deuda de algún indígena, ya fuera por su
avanzada edad u otro motivo. En algunas oportunidades se enfrentó con las mismas autoridades
brasileñas, ya que éstas explotaban excesivamente a los indios. Sus relaciones con los nativos se daban,
según R. Collier (1981), con 11 severidad patriarcal al tiempo que con bondad como lo haría un padre con
su hüo".
8
En el alto Orinoco se había conformado otro gran "imperio", famoso en la literatura colombiana gracias a la
La Vorágine, obra de José Eustasio Rivera, publicada en 1924.

El despegue de Tomás Funes, uno de los terribles personajes a que se alude en la novela, se inició un
poco antes del 8 de mayo de 1913. cuando aceptó encabezar una rebelión de caucheros y comerciantes
del alto Orinoco y Ciudad Bolívar contra el general Roberto Pulido, gobernador del Territorio Federal del
Amazonas, en Venezuela. Según el escritor Rafael Gómez Picón (1953), Pulido se aprovechaba de su
situación para arruinar a los otros comerciantes o para hacerse a sus ganancias. Por esa época, por
ejemplo, ordenó que el caucho del alto Orinoco debía pagar el impuesto directamente en San Fernando de
Atabapo; anteriormente este impuesto se hacía efectivo en Ciudad Bolívar con órdenes a cargo de las
casas comerciales de aquella ciudad. Como los caucheros carecían de dinero en efectivo por el carácter
estructural del sistema del "endeude" a que se ha hecho mención se veían obligados a vender el látex a
precios inferiores a su valor real a los agentes de la Casa Pulido, compañía de propiedad del gobernador.
Este otorgó, además, a un pariente cercano, los derechos de navegación de vapor por el alto Orinoco y el
monopolio para el desplazamiento de automóviles, y de carga, en la zona de los temibles raudales de
Atures y Maipures. La situación planteada ocasionó la ruina de numerosas empresas y la quiebra de no
pocos barracones y de sus trabajadores.

El alzamiento tuvo éxito; Tomás Funes, apodado desde entonces el "coronel" Funes, se constituyó en líder
de un movimiento social más amplio, que abarcó numerosas localidades. Al cabo del tiempo, se convirtió
en el hombre fuerte de la región, desafiando incluso al poder central del dictador Juan Vicente Gómez.
Simultáneamente, Funes aprovechaba su posición para transformarse en patrón indiscutido del alto
Orinoco, en cuyos inmensos siringales trabajaban miles de indígenas sometidos al sistema del "endeude".

El gobierno venezolano pensó que resultaba más político ganar a Funes que combatirlo; éste fue
nombrado gobernador, responsable de la región. Entonces se convirtió en un dictador regional, dando
lugar a las historias de terror y de violencia que narra justamente Rivera.

11 ¿ Cuál podrá ser la suerte de los caucheros de San Fernando? (se interroga el autor de La
Vorágine).Causa pavor considerarla. Pasado el primer acto de tragedia, palidecieron, pero el caudillo que
improvisaron ya tenía fuerzas, ya tenía nombre. Le dieron a probar sangre n tiene sed. Venga acá la
gobernación. El ó como comerciante, como gomero, sólo por i- mir la competencia; mas como le quedan
competidores en los siringales y en las barracas, ha resuelto exterminarlos con igual fin y por eso va
asesinando a sus mismos cómplices".

El 30 de enero de 1921 el "coronel" fue fusilado por las tropas del general Emilio Arévalo, quien había
tomado por asalto su cuartel del río Atabapo, dando fin a su imperio.

Una élite regional en crisis, cuestionada pero poderosa


Con ocasión del escándalo del Putumayo", la clase dominante de Iquitos y del Departamento de Loreto, en
el Perú, rodeó a Arana y expresó en múltiples formas su solidaridad con las "víctimas". Pablo Zumaeta,
gerente de la Casa Arana en Iquitos y uno de los principales sindicados, fue elegido, después dé las
acusaciones, como vice alcalde de la ciudad, vice presidente de la Cámara de Comercio local, presidente
de la Sociedad de Benefactores, etc. Los periódicos locales apenas difundían algunos de los informes
internacionales, y con frecuencia se acusaba de mala prensa o como exageraciones a los testimonios y
publicaciones extranjeras.

De acuerdo con Stuart Fuller, cónsul norteamericano de la época en Iquitos, esta solidaridad y este
silencio se debían no solamente al poder económico y político de la Casa Arana "ue sin duda era
considerable," sino también a una actitud secular de las élites dominantes frente al indio y al sistema de
peonaje por medio del cual se garantizaba la apropiación de una fuerza de trabajo relativamente escasa y
fundamental para el funcionamiento del orden social.

La clase dominante de lquitos temía que una crítica de los excesos del Putumayo llevara a un
cuestionamiento del sistema del "endeude" ,provocando una crisis del sistema de trabajo regional y de la
cadena de créditos. De ello podrían resultar no solamente elevadas pérdidas, prácticamente
irrecuperables, sino también un incremento en los costos de la mano de obra, en una coyuntura de
9
depresión del precio del caucho amazónico que erosionaba la Iquitos tenía en ese momento
aproximadamente 15.000 habitantes y dependía básicamente de la explotación del caucho silvestre. Hacía
tres años Julio de 1909 enero de 1910) que la goma había alcanzado su cotización más alta en el mercado
internacional, pero ahora su valor bajaba cada vez más y se vislumbraba una parálisis del negocio ¿Cómo
aceptar, entonces, un cuestionamiento al régimen de trabajo sobre el cual se sostenía semejante urdimbre
económica? .

La crisis de la compañía coincide con la caída del precio internacional del caucho amazónico, debida ésta
a la competencia de las plantaciones inglesas en Malasia y Ceilán; estos cultivos se habían desarrollado a
partir de semillas sacadas furtivamente del Brasil por Wickhan en las últimas décadas del siglo XIX. Camilo
Domínguez (1976) opina que ello puede explicar, en parte, la disposición del gobierno británico para
provocar el colapso de la compañía angloperuana y ordenar su disolución en 1912, así como su decisión
de publicar el Libro Azul del Putumayo (en el cual se detallaban las investigaciones de Casement) como
respuesta a la negligencia de las autoridades de Lima para tomar las medidas correctivas adecuadas.

Por otra parte, un gran número de familias de Iquitos había adoptado indígenas de diversas regiones,
entre ellos muchos del Putumayo, que llegaban a la ciudad como resultado de un tráfico humano. Si bien
los adoptados no tenían ningún salario, recibían alimento y vestido y algunos se hallaban incorporados a la
vida familiar. Se había constituido, así, una unidad socio afectiva entre patrón e indígena difícil de
deshacer. La reestructuración de esta relación de peonaje suponía un verdadero traumatismo social.

Además, el gobierno de Lima tenía que ser cuidadoso, porque los loretanos estaban relativamente
aislados de los centros de poder de la Costa y coqueteaban, de vez en cuando, con proyectos
separatistas.

Teniendo en cuenta estas circunstancias regionales, era difícil que se produjeran cambios radicales en la
situación de los indígenas del Putumayo. De hecho, como lo constató el cónsul norteamericano citado, en
la región del Putumayo los funcionarios del Estado (militares, jueces de paz, comisarios, etc. combinaban
sus labores oficiales con cargos directamente ligados a la explotación del caucho, o como empleados de la
Casa Arana.

Los intentos reformistas no tenían ninguna perspectiva porque, al fin y al cabo, Arana podía decir "El
Estado soy yo". De ahí que, una vez pasado el huracán del escándalo, y con la atención mundial centrada
en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, la situación social continuara más o menos similar a
la existente en la década anterior, aunque tal vez Arana y sus secuaces aprendieron a 1 cuidar más su
mano de obra, porque después del colapso del mercado del caucho, era lo único que les quedaba.

Rebeldes nativos contra el barracón


Los indígenas respondieron de diversas formas a los métodos compulsivos de los caucheros. Como
vimos, con frecuencia se desplazaron o huyeron hacia otra áreas buscando refugio. Esta estrategia
"cimarrona" recreó probablemente todo el panorama interétnico regional, fusionó grupos y generó una
nueva dinámica sociocultural. Pero no siempre los indígenas huían: en muchos casos organizaron sus
propios movimientos de resistencia y de lucha contra los caucheros.

En el Isana y en el Vaupés resurgieron los movimientos mesiánicos. Anizeto Salvador, del ¡sana, había
conformado un movimiento hacia 1875. Se autoproclamó como el "Mesías" o el "segundo Cristosegún el
etnólogo alemán Koch Grünberg (1967):

En curaba enfermos exhalando su aliento sobre ellos o colocándoles las manos sobre el cuerpo y visitaba
las poblaciones en medio de enorme boato. Les decía a sus discípulos que no debían trabajar más en las
plantaciones, porque estaban con su bendición para que los sembrados crecieran por sí solos, Las gentes
venían desde muy lejos para consultarle, le traían cuanto tenían y celebraban fiestas sin fin, con baile que
se prolongaba día y noche sin interrupción".

En 1880, en el área del río Vaupés apareció otro mesías.


10
"Decía llamarse Vicente Cristo e invocaba a los espíritus de los muertos y a Tupana, el Dios de los
cristianos. Hacía bailar a sus seguidores alrededor de la cruz y afirmaba ser el representante de Tupana y
el padre de los misioneros que habían sido enviados al Caiary Vaupés únicamente debido a que él
personalmente le había rogado a Dios que los enviara. Por la fuerza de su personalidad, despertó el
fanatismo de los indios a todo lo largo del río y atrajo gran número de adeptos; sin embargo, al poco
tiempo abusó de su poder: les aconsejó a los indios que echaran al río a los blancos porque los estaban
explotando. Esto provocó pánico en toda la región, donde ya se preveía un levantamiento indígena..."
(Ibid.).

La reacción de los caucheros y de las autoridades fue rápida y brutal. Anizeto fue encarcelado y enviado
durante un año a trabajos forzados en Manaos, donde tuvo el "honor" de participar en la construcción de la
catedral. El "Cristo del Vaupés" fue apaleado y encarcelado varios días en Barcellos. Se argumentaba en
todos estos casos que los "sediciosos" abandonaban el trabajo y se dedicaban a la holgazanería.

Pero los rebeldes no se limitaron a estos nombres ni a aquella zona. Koch Grünberg insiste en la
existencia de muchos otros líderes cuyos movimientos se fundaban en tradiciones religiosas propias
(particularmente Arawak) con simbolismos católicos.

Al sur, en el Trapecio Amazónico, los Tikuna respondían de manera más o menos similar a la opresión de
los caucheros de otros sectores. A comienzos del siglo, dos jóvenes tuvieron diversas visiones proféticas y
agruparon numerosos adeptos. A uno de ellos, los indígenas le construyeron una casa aparte para que
continuara conversando con los espíritus. Ninguno de los dos fue soportado por los caucheros blancos, y
fueron atacados; uno de ellos, con el pretexto de que no pagaba impuestos.

En los bajos río Caquetá y Putumayo hubo con frecuencia movimientos de resistencia. Según el
antropólogo Horacio Calle (1982), el jefe Witoto Nofurema combatía en el río Cara Paraná a los caucheros
blancos y a sus colaboradores nativos. En 1903 una comunidad aborigen Andoke, según algunas fuentes
tendió una celada a un grupo de caucheros que pretendía incorporar indígenas a la explotación de la
siringa. Sus cabezas fueron cortadas y exhibidas sobre los manguarés; sus brazos y piernas se
conservaron en agua para atemorizar a los invasores.

En 1903 y 1904, lfé, un cacique Witoto, se rebeló con su gente, pero fue capturado y muerto por Miguel
Loaiza, capataz de la Casa Arana en El Encanto. Los relatos orales de los Muinane dan cuenta de la
existencia del "capitán" bora Makapaamine, quien atacaba con tácticas de guerra de guerrillas las lanchas
de la compañía. Se dice que era un antiguo boy, criado en lquitos y entrenado por los peruanos, cuyos
propósitos eran los de expulsar a todos los blancos de sus territorios.

La región del Apaporis y del Miriti Paraná fue también escenario de luchas entre indios y caucheros. En
1908, por ejemplo, el patrón Braulio Borrero fue muerto por los Yukuna. En 19 10 Cecilio Plata quiso
instalarse en el Miriti Paraná utilizando métodos violentos. Al poco tiempo, sin embargo, fue ajusticiado
junto con su hijo, por un indio Letuama. Y tres hombres que vinieron a vengarlos cayeron en manos de los
Yukuna. Posteriormente, cuenta el antropólogo Martin von Hildebrand, los blancos perpetraron una
matanza como represalia (Corry, 1976).

El alzamiento de Yarocamena es el movimiento más célebre de toda la región. Posiblemente ocurrió en


1917; enfrentó a los Witoto, bajo el liderazgo de aquel jefe, con caucheros y tropas del ejército regular del
Perú. Después de matar algunos caucheros, los rebeldes se refugiaron en la maloca de la localidad de
Atenas, en el alto Igara Paraná. Allí fueron sitiados por sus enemigos; al cabo de algunos días, la maloca
fue incendiada y masacrados la mayor parte de sus ocupantes, hombres, mujeres y niños (Yepes & Pineda
C., 1985).

Las formas de resistencia social se expresaban también en acciones menos dramáticas pero que
afectaban de todas maneras al cauchero. Se mezclaba la goma con piedras y otros objetos; en otras
ocasiones ciertos grupos optaron por talar los árboles de caucho, pensando que de esta forma alejarían a
los "blancos".

Las misiones a comienzos del siglo XX


11
Aunque a mediados del siglo pasado algunos misioneros se establecieron en ¡as márgenes del Río Negro,
su labor no tuvo mayor impacto, en parte debido a los acontecimientos de esa época ya reseñados. En
1880, los padres franciscanos se instalaron en el Vaupés y fundaron diversos pueblos de misión. Se
estima en 22 el total de aldeas misioneras establecidas y habitadas por indígenas de los grupos Desano,
Tariano, Tukano, Wanano, Piratapuyo, Baniwa, Kubeo y Makú, entre otros. Los pueblos de Taracuá (San
Francisco) e Ipanoré (San Jerónimo Jesús y José), por ejemplo, tenían 245 y 330 habitantes,
respectivamente. Tukano (Santa Isabel) y Uirapoco, sobre el río Tiquié, albergaban 173 y 250 almas, en su
orden.

En Ipanoré se construyó una iglesia, y en una de sus paredes se pintó comenta el etnólogo Hugh Jones
(1981) "una imagen de Yuruparí ardiendo en el infierno".

En 1883 los padres profanaron en este pueblo algunos objetos rituales. Esto provocó un levantamiento de
los Tariano, por lo cual los misioneros se vieron obligados a retirarse del área; posiblemente las
maquinaciones de los caucheros hayan influido en la rebelión, porque los religiosos eran un obstáculo a su
"política laboral". lo cierto es que un misionero intentó desacralizar el ritual de Yuruparí, mostrando durante
una misa concurrida las máscaras secretas (makakarua, o máscaras elaboradas con pelos de mono);
Koch Grünberg describe así esta profanación:

"El domingo cuando había mucha gente en la iglesia, especialmente mujeres, el padre Mateo, quien
celebraba la misa, les mostró súbitamente el Yuruparí, para demostrarles que no debían temer a los
demonios y derrotar así, de una sola vez, el paganismo. Un terrible tumulto fue la respuesta a esta mala
jugada. Las mujeres se tiraron al suelo y escondieron llenas de miedo el rostro, los hombres trataron de
huir, pero encontraron todas las puertas cerradas y al padre José como centinela. Los hombres se
lanzaron con bastones y otras armas sobre el padre Mateo ......

Y de no haber sido por un crucifDo de bronce y la intervención de un jefe indígena, los misioneros hubieran
salido mal heridos. Los payés ordenaron entonces un ayuno general; durante un mes ejecutaron diversos
rituales de purificación; y en los días siguientes Yuruparí apareció en varias oportunidades, hecho que dió
lugar a diferentes interpretaciones. Según un chamán, venía a pedir que los indígenas se subordinaran a
los misioneros; otros sostenían que tenía ira contra ellos (Wright, 1981).

Esta profanación obligó a los misioneros, de tal manera, a abandonar los pueblos; la mayor parte de estos
desapareció, y los indígenas regresaron a sus patrones de asentamiento tradicional.

Para efectos M trabajo misional, a partir de 1910 el Vaupés fue dividido entre los salesianos, bajo el
auspicio del Brasil, y los padres monfortianos, delegados por Colombia. Los salesianos restablecieron las
misiones en Saó Gabriel (1920), Taracuá (1923) y Yavaraté (1929), entre otras. En 1914 los monfortianos
se instalaron en el río Papurí, donde fundaron el poblado de Monfort, con indígenas Tukano.
Posteriormente crearon otros centros de misión en el mismo río.

En vez de fomentar desde un principio grandes aldeas, como habían hecho sus predecesores, la
estrategia de los nuevos misioneros consistió en levantar "internados" o centros de escolarización para
niños indígenas, donde se les retenía durante gran parte del año; así pensaban inculcarles la religión
católica, y transmitirles valores, técnicas y conocimientos del mundo blanco". Con los internados se
pretendía también aglutinar paulatinamente a los adultos, atraídos por la venta de mercancías que allí se
realizaba, así como por ser lugar de compra de algunos de sus productos.

A los niños se les prohibía el uso de sus lenguas vernáculas, a no ser el Tukano, que las misiones tomaron
como lengua franca. Los misioneros entendían que debían aculturar a los indígenas, y fomentaban en los
menores, según Myriam Jimeno (1979), el aprendizaje del uso de las matemáticas, el valor de la moneda,
y otros conceptos de la economía de mercado.

En el plano ideológico, los religiosos prohibieron realizar los rituales de Yuruparí y otras festividades de
intercambio. Los viejos incineraron y enterraron los objetos rituales: plumas, collares, flautas. Los padres
propiciaron la desaparición de las malocas, estimulando la construcción de casas individuales con
características derivadas de la cultura occidental.

12
Simultáneamente, los misioneros capuchinos penetraban en el sector del alto Putumayo. En 1912
fundaron Puerto Asís y Puerto Umbría, centros de interacción de indígenas y colonos; posteriormente
establecieron Alvernia, con un grupo de colonos antioqueños. Las misiones fomentaron la colonización del
Putumayo, aunque en parte este proceso venía ocurriendo espontáneamente desde años atrás. Los
religiosos tuvieron también un rol destacado en la construcción de obras de infraestructura, como el
camino de Pasto a Puerto Asís y el puente "Monclar" sobre el río Mocoa, entre otras.

Las misiones desempeñaron algunas funciones administrativas y civiles, delegadas por el Estado. Sus
objetivos se concentraban en evangelizar y acultural a los indígenas, fomentar la colonización e integrar la
región del Putumayo a la economía nacional. Sin duda lograron parte de sus propósitos. En 1923, el
Putumayo tenía un panorama étnico y demográfico diferente al de medio siglo antes. En Mocoa, Puerto
Asís, Santa Rosa y Umbría, entre otros lugares, habitaba una numerosa población "blanca", con propósitos
de colonización y asentamiento definitivo. Pero, de otra parte, el incremento de la colonización
posiblemente fue causante de numerosas epidemias que diezmaron a ciertas comunidades indígenas
como los Siona, entre otros.

Los capuchinos tuvieron también una visión etnocéntrica hacia los indígenas, típica de su época;
consideraban muchas de las prácticas y costumbres nativas como pecaminosas o "salvajes"; utilizaron
métodos pedagógicos severos y etnocidas. En el valle de Sibundo y establecieron grandes haciendas con
base en el trabajo indígena; su evolución y los métodos allí aplicados, han sido estudiados por Víctor
Daniel Bonilla (1969).

Las misiones fueron, sin duda, la punta de lanza oficial para la incorporación de las regiones amazónicas
al resto del país.

Regionalismo y conflicto colombo peruano


El área comprendida entre los ríos Caquetá y Putumayo, al este del río Caucayá, permaneció bajo el
control de la Casa Arana a pesar del escándalo internacional referido y del colapso del mercado del
caucho silvestre amazónico. En las márgenes de sus diferentes ríos se localizaban, por otra parte, algunos
puestos militares del Perú.

Posiblemente debido a la inminencia de un acuerdo con Colombia, el gobierno peruano se adelantó a


reconocer a Arana, mediante resolución de agosto de 192 1, la propiedad de los territorios y los
campamentos de la Casa a ambos lados del Putumayo, con una extensión de 5´774.000 hectáreas; esta
decisión fue tomada sin tenerse en cuenta los derechos de los miles de indígenas que allí vivían, ni los
derechos que Colombia reclamaba. Unos meses más tarde, en marzo de 1922, se firmó el Tratado Lozano
Salomón que estableció las fronteras amazónicas entre las Repúblicas de Colombia y del Perú. De
acuerdo con el documento suscrito, el río Putumayo constituía el límite entre las dos naciones,
correspondiendo a Colombia la banda norte. Así mismo, se reconocía la soberanía de nuestro país sobre
un área entre el río Putumayo y el Amazonas, con una zona de 115 kilómetros sobre las riberas de este
último río, entre Leticia y Atacuarí. A cambio, Colombia reconocía al Perú la inmensa franja de selva
situada entre el Putumayo, el Napo y un amplio sector del curso del Amazonas.

Este arreglo internacional generó una verdadera colisión de intereses entre la clase dominante de Iquitos
particularmente su senador Julio César Arana y el gobierno central peruano. ¡Y ello no obstante que el 5
de agosto siguiente el gobierno de su país titulase a Arana el predio citado, incluidas 3.553.600 hectáreas
de la banda norte del Putumayo, en un territorio bajo la soberanía de ColombiaL? En Iquitos había también
descontento por el reconocimiento del área del Trapecio Amazónico una petición en la que Colombia había
permanecido inflexible para llegar a cualquier acuerdo , y ello pesea que el Tratado garantizaba los
derechos adquiridos de sus moradores.

De espaldas a lo establecido por los dos países, la Casa Arana continuó expandiéndose en la región,
proyectándose fuera de sus dominios hacia áreas contiguas, en busca de balata o enganchando por la
fuerza nueva gente indígena.

En 1924 José Eustasio Rivera informó, en El Tíempo de Bogotá, acerca de la penetración de dicha
empresa al norte M río Caquetá y de la permanencia de un régimen esclavista en sus operaciones. Los
13
pobladores de Florencia y áreas aledañas temían un posible asalto peruano, ya que se rumoraban
movimientos de tropas de dicha nacionalidad. Sin embargo, el gobierno colombiano desmentía las
versiones y declaraba que todo estaba en orden. Las voces de alerta de Rivera y de otros colombianos
calaron en la opinión pública. En el mismo año, por ejemplo, se produjeron manifestaciones en Medellín
para denunciar "la invasión de los peruanos" y los atropellos cometidos contra indios, caucheros y colonos
del área usurpada.

A pesar de sus esfuerzos, Arana no logró detener la ratificación de[ Tratado por el Congreso del Perú, en
1928.

Sus actividades no habían pasado desapercibidas en nuestro país, como tampoco lo había sido la
paradójica decisión del Perú al titular seis años antes un predio que no le pertenecía porque su propiedad
estaba "viciada de nulidad desde su origen". El 22 de diciembre de 1928, un periódico de Bogotá
informaba a¡ respecto, de acuerdo con la antropóloga Mary Figueroa (1986):

"Quedó definitiva y ruidosamente vencida la orientación política de la Casa Arana en relación con el
Tratado de límites con Colombia. El día de ayer el Congreso Peruano aprobó el Tratado fírmado en 1922
por el Senador Lozano, Ministro Plenipotenciario de Colombia y el señor Salomón, Ministro de Relaciones
Exteriores del Perú, sin modificaciones de ninguna especie, por 102 votos afirmativos contra siete
negativos; dentro de los cuales se contaba el dado por el señor Arana".

Ante el fracaso de su iniciativa, Arana optó por desplazar compulsivamente los miles de indígenas que
estaban bajo su poder, hacia la banda sur del Putumayo, el río Ampiyacú y las riberas del Napo.

En 1928, un funcionario enviado por el gobierno colombiano para censar las poblaciones del río Caquetá
encontró la mayor parte de las localidades sujetas a la Casa Arana totalmente desocupadas, la población
indígena deportada y no pocos indios huyendo hacia el norte, al Orteguaza o al MiritiParan?á, para
escapar de la diáspora (Mora, 1975).

Muchos indígenas de la Amazonia todavía cuentan cómo fueron conducidos bajo diversos pretextos a La
Chorrera y embarcados en ]anchas hacia la margen peruana del Putumayo. En ese entonces centenares
de ellos fallecieron víctimas de las enfermedades, el hambre y el trauma causado por el proceso de
desplazamiento rápido, masivo y compulsivo. El antaño pobladísimo territorio de la actual Comisaría del
Amazonas quedó prácticamente desolado, con unos pocos fugitivos y refugiados en la selva.

En 1930 se organizó una expedición civil y milítar al Putumayo y al Trapecio Amazónico con el fin de tomar
posesión de las localidades bajo soberanía colombiana y fomentar colonias militares, entre otros
propósitos. Después de un penoso viaje por el camino de herradura que unía a Pasto con Puerto Asís, la
comisión llegó al río Putumayo.

La mayor parte de los asentamientos que hallaron eran pequeños caseríos, con viviendas de yaripa y
palma. La expedición reorganizó algunos de los principales núcleos humanos, como Caucayá (hoy Puerto
Leguízamo), instalando autoridades civiles y dotándolos de servicios mínimos y alguna infraestructura, y
también estableció la navegación permanente por el río Putumayo. Un año antes se había iniciado la
construcción de la trocha Caucayá La Tagua, un tramo estratégico de 25 kilómetros que comunica los ríos
Caquetá y Putumayo.

En el curso de su viaje hasta Manaos los comisionados visitaron las localidades de El Encanto y Tarapacá.
En El Encanto fueron "amablemente" recibidos nada menos que por Loaiza y Seminario, agentes de la
Casa Arana y copartícipes en el genocidio contra los indígenas.

El 8 de agosto, después de visitar Manaos e lquitos, la comisión llegó a la Hacienda La Victoria (que luego
sería rebautizada "Francisco José de Caldas)", contigua a la localidad de Leticia. Una semana más tarde
tomaban posesión de la zona según los términos del canje.

Leticia era entonces un pequeño caserío que incluía un resguardo de aduana peruano. Había sido fundada
por ciudadanos de ese país en 1867, y apenas había logrado crecer demográfica mente. A unos 20
kilómetros se encontraba la citada hacienda, propiedad de un influyente hombre de lquitos; ésta poseía
unas 800 hectáreas desmontadas, dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, con la cual se fabricaba
14
alcohol principalmente utilizado como combustible para ¡a navegación fluvial , aunque también se
negociaba con madera fina.

No hubo incidentes durante el canje y la población peruana no manifestó inconformidad alguna. Con
excepción de una fría indiferencia de los habitantes de lquitos, con ocasión del desembarco de los
comisionados en dicha ciudad, todo resultaba normal.

El 22 de agosto de 1930 un golpe militar depuso al presidente Leguía y el comandante Sánchez Cerro
asumió el poder en el Perú. Los opositores de Leguía aducían que éste había entregado el Putumayo a
Colombia; y el mismo Sánchez Cerro había declarado que el presidente había "vendido" esa región a
Colombia.

Nuestros comisionados tuvieron una primera sorpresa cuando, dos semanas después del canje, volvió a
Leticia el prefecto de Loreto en un barco de guerra, pero en condición de asilado político porque había sido
desterrado de su patria acusado de alta traición por los loretanos.

Mientras en el Perú la oposición al Tratado aumentaba, nuestro gobierno tomó algunas medidas para
salvaguardar la seguridad de Leticia, que empezaba a dar los primeros pasos para su desarrollo. A
mediados de 1931, la guarnición fue reforzada con 35 hombres adicionales; esta era una cifra más bien
simbólica ya que el Perú disponía en la Amazonia de una fuerza con creces más poderosa.

En febrero de 1932 la guarnición colombiana fue retirada hacia El Encanto ya que carecía de suficiente
capacidad defensiva; con razón el comisario del Amazonas, Alfredo Villamil, la describía como 11 un
incentivo poderoso para un triunfo fácil", algo que podía llevar a la repetición de lo ocurrido en La Pedrera
dos decenios atrás.

Diversos factores, llenos de significados en cuanto a intereses personales, rivalidades políticas,


ambiciones económicas, o sentimientos de odio, propiciaron que el proyecto de usurpación fraguado por
dos hombres de la Hacienda La Victoria, fuera secundado por las guarniciones militares y la población de
la Amazonia peruana e, incluso, por el pueblo de Lima y sus dirigentes. Entre aquellos factores
convergentes se apreciaban: el descontento de los loretanos pudientes ante el Tratado; las conveniencias
políticas de Sánchez Cerro y de los enemigos de Leguía: el interés de un candidato a la presidencia del
Perú, el general Ordóñez, por captar el apoyo regional de Loreto, del cual había sido prefecto; el desafío
que representaba para Iquitos el nombramiento de Alfredo Villamil como primer comisario de Leticia ya que
con anterioridad se había desempeñado en el consulado de Colombia en aquella ciudad peruana .

Así, pues, el lo. de septiembre de 1932 el conflicto colombo peruano por los territorios amazónicos
quedaba planteado con la toma de Leticia por los peruanos. Los acontecimientos que siguen son
conocidos. El ejército colombiano, conformado por distinguidos oficiales, por soldados de diversos lugares
del interior, pero también por indígenas del oriente colombiano, y auxiliado por misioneros capuchinos
como capellanes militares, derrotaron a los peruanos en Tarapacá y Güepí.

La labor de la diplomacia colombiana fue exitosa, y se logró un arreglo bajo el auspicio de la Sociedad de
Naciones. Fue necesario que ocurriera una guerra para garantizar los derechos de Colombia en la
Amazonia y para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo, aún cuando el
gobierno no fuese plenamente consciente de la significación socio histórica de estos hechos.

Algunos historiadores consideran útil preguntarse sobre qué hubiera pasado si en vez de hacerse lo que
se hizo se hubiera actuado de otra manera. Con la debida dispensa, preguntémonos: ¿Hubiera logrado
Colombia hacer avanzar sus tropas hacia Iquitos como lo pedía un líder político conservador y modificar
con el eventual triunfo de las armas, los términos del Tratado? ¿El acuerdo logrado consistió, como lo
afirmaba Silvio Villegas, en "mutilar una victoria militar"? Poco probable, porque el comportamiento
loretano correspondía al de una sociedad regional relativamente consolidada; a la postre, aquella habría
logrado imponerse, aunque quizás no en su punto más débil: el Putumayo. Aquí, sin duda, había perdido la
batalla moral 20 años atrás, cuando por complicidad con Arana contribuyó a mantener un orden social
genocida.

Epílogo: la historia presente


15
En 1939 el gobierno de Colombia entró en negociaciones directas con Julio César Arana; a pesar de todo,
y como haciendo tabla rasa del pasado, reconoció pagarle US$ 200.000 por el Predio Putumayo y sus
mejoras. El Banco Agrícola Hipotecario de Colombia, obrando a nombre de nuestra República, le canceló
a Arana en ese tiempo la suma de US$ 40.000.

Veinticinco años más tarde, en 1964, durante el gobierno del presidente Guillermo León Valencia, la Caja
Agraria pagó la suma restante a Víctor Israel, causahabiente de la Peruvian Amazon Company, que
aparentemente había sido liquidada, y a herederos de Arana, cerrándose así ¡a negociación. Con esto
quedaba supuestamente sellada la triste historia de la Casa Arana en Colombia.

En 1975, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, INCORA, estableció varias reservas en el río
Caquetá, beneficiando a numerosos indígenas Witoto, Muinane y Andoke. En 1982, se proponía hacer
algo similar, constituyendo un gran resguardo en el río Igara Paraná, en cuyas riberas se encuentran
diversas localidades habitadas por Witoto, Bora y Okaina, sobrevivientes de la hecatombe cauchera.

Para sorpresa de todo el mundo, la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, descubrió entre sus
activos el Predio Putumayo, y demandó suspender todo reconocimiento de los derechos de los indígenas
puesto que alegaba ser la propietaria de tales tierras; basaba su alegato en el papel de intermediación
desempeñado 40 años atrás. El Predio Putumayo es un territorio de aproximadamente 5´000.000 de
hectáreas (según levantamiento realizado recientemente por el INCORA) que abarca una gran par te de la
Comisaría del Amazonas, desde el Caquetá hasta el Putumayo, de norte a sur, y desde el río Pupuña
hasta cerca de Puerto Leguízamo.

Como un nuevo capítulo de una lúgubre epopeya que pudiera calificarse como "La vorágine del caucho",
una entidad del Estado se arroga el derecho de disputarle las tierras a las comunidades indígenas que las
han habitado por milenios. Olvida esta entidad los legítimos derechos de los reales dueños de tales
territorios, víctimas del genocidio de la casa cauchera y, a su vez, fuente del "derecho" de la misma Caja
Agraria. Cuando se escribe una historia, quien testimonia tiene la seria dificultad de determinar cuándo
empezar y dónde terminar. En el caso de la historia que nos ocupa, no cabe duda de que el capítulo aún
no está cerrado.

16

Potrebbero piacerti anche