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PECADO

El conocimiento del pecado es fundamental.

Todo aquel que desee entender acerca de la santidad cristiana, debe


comprender profunda y correctamente el delicado y vasto tema del pecado, de
esa manera se evitara caer en errores o criterios equivocados acerca de la
santidad.

El conocimiento correcto del pecado es la raíz de todo el cristianismo salvador,


ya que lo primero que Dios hace es cuando convierte a una persona en una
nueva criatura en Cristo, es enviar luz a su corazón y mostrarle que es un
pecador culpable.

1. Definición de pecado

Según el artículo 9 de la Iglesia Anglicana: ““La falla y corrupción de la


naturaleza de cada hombre engendrado por un hijo de Adán; por la cual el
hombre está muy apartado (quam longissime en latín) de su justicia original y
es, por su propia naturaleza, inclinado hacia el mal, de modo que los deseos de
la carne son siempre contra el espíritu y, por lo tanto, cada persona nacida en
el mundo merece la ira y la condenación de Dios”.
“Un pecado”, hablando más particularmente, consiste en hacer, decir, pensar o
imaginar cualquier cosa que no se conforma perfectamente a la mente y la ley
de Dios.
El pecado, en resumen, es aquella vasta enfermedad moralque afecta a toda la
raza humana, a todo rango, clase, nombre, nación, pueblo y lengua; una
enfermedad de la cual nadie, sino Uno nacido de mujer, fue libre.

2. Origen y raíz del pecado

El pecado del hombre no viene del exterior, sino que brota del interior de su
corazón. Muchos cristianos débiles afirman que es el resultado de una
formación deficiente en la infancia; o de las malas compañías y de los malos
ejemplos, El pecado del hombre es una enfermedad congénita familiar que
heredamos de nuestros primeros padres Adán y Eva
El nacimiento de un esperado bebe, hermoso y aparentemente inocente y que
pronto se convierte en la alegría del hogar, centro del cariño y atenciones de la
familia, no es, como se piensa, un “pequeño ángel inocente”, sino un “pequeño
pecador”, que ya lleva en su corazón las semillas de la iniquidad. Debemos
controlar muy de cerca mientras crece y se desarrolla su mente, y no permitir
que los brotes y del engaño, de un temperamento malo, del egoísmo, de la
voluntad propia, de la obstinación, de la avaricia, de la envidia, de los celos y
de las pasiones que, se desarrollen en él y enseñarle a tiempo más bien a
reprimirlas.

3. Amplitud del pecado

El pecado es una enfermedad que satura y compromete cada parte de nuestra


constitución moral y cada una de nuestras facultades mentales. Aunque el
hombre tenga muchas aptitudes, positivas y nobles, o este inmerso en
actividades como el arte, ciencias y literatura, en la parte espiritual el pecado lo
mantiene muerto, ya que la comprensión, los afectos, los poderes para razonar,
la voluntad, están todos infectados, en menor o mayor grado.

El hombre no puede depender ni siquiera de su propia conciencia ya que está


tan ciega que no se puede confiar en ella como un guía seguro y puede llevar
al hombre a hacer tanto lo malo como lo bueno, a menos que esté iluminado
por el Espíritu Santo.

Aunque se puede afirmar que el pecado ya no domina, puesto que la vida del
creyente es una vida de victoria aunque tenga que luchar diariamente un
conflicto entre la carne y el espíritu, una lucha en contra del enorme poder y
vitalidad del pecado.

4. Lo ofensivo del pecado

El hombre por sí solo no puede percibir lo tremendamente vil y ofensivo que es


el pecado ante los ojos de Dios, no tenemos idea ni unidad de medida que
logre conocer las dimensiones de lo aberrante que es el mal para el creador de
una obra absolutamente perfecta. Es tan terrible y pesada la culpa del pecado
para el humano, que para ser liberados del mismo y expiados solo la sangre
del Hijo de Dios podía satisfacer.

El hombre debe mantener en su mente, las palabras escritas en el Libro de


Dios: (Jer. 44:4; Hab. 1:13; Stg. 2:10; Ez. 18:4; Ro. 6:23; Ro. 2:16; Mr. 9:44;
Sal. 9:17; Mt. 25:46; Ap. 21:27.)

5. Lo engañoso del pecado

El hombre no se da cuenta de la astucia del pecado. Somos muy propensos a


olvidar que la tentación al pecado raramente se presentará a nosotros en sus
colores verdaderos, y diciéndonos: ‘Yo soy vuestro enemigo mortal y deseo
vuestra ruina eterna en el infierno’, nos enfocamos más bien, en disfrazar o
crear una lista de frases lindas y perversas ante Dios, como ser “de vida fácil”, “
alegre”, “Alocado”, “inseguro”, etc. Cuando en realidad el pecado y la tentación
se acerca a nosotros como Judas, con un beso; y como Joab, con mano amiga
y palabras aduladoras.

Pareciera ser que cuanta más luz se tiene, más se llega a ver los pecados del
corazón; por lo que cuanto más cerca esté el creyente del cielo más debe
revestirse de humildad.

El cristianismo débil debe ser subsanado y la mejor manera es predicando y


llevando a primer plano la vieja doctrina bíblica del pecado. Los creyentes no
volverán sus rostros hacia el cielo, hasta que no llegue a entender y
experimentar lo funesto y real del pecado ante los ojos de Dios y el peligro del
infierno.

Cada creyente debe confrontar el pecado con la ley, predicar los Diez
Mandamientos y sacudir las conciencias con la amplitud, profundidad y altura
de sus requerimientos, tal y como nos enseño el Señor Jesús en el Sermón del
Monte. La gente nunca acudirá verdaderamente, permanecerá o vivirá con
Jesús, a menos que sienta su gran necesidad y sepa por qué ha de acudir.
Quienes acuden verdaderamente a Jesús, son aquellos creyentes a los que el
Espíritu Santo ha dado convicción genuina de pecado, sin ella, tarde o
temprano retornan al mundo
Si un pecador ve y entiende su pecado lo único que desea ver es al Salvador.,
siente sobre sí los efectos de una enfermedad terrible, y comprende que sólo el
gran Médico puede curar sus dolencias. Tiene hambre y sed, y desea el agua
de vida y el pan de vida.

Aunque sea un tema delicado y doloroso, esta claro que la regla de vida diaria
ha ido descendiendo y va empobreciéndose cada vez más entre los que
profesan ser creyentes, pero el concepto bíblico del pecado viene a ser un
antídoto admirable contra el concepto tan pobre que hoy en día se tiene de la
santidad personal.

Toda caridad a la semejanza de Cristo, amabilidad y buen temperamento, o el


desinterés y mansedumbre, el celo y deseo de hacer el bien, aquella
consagración y separación del mundo, que eran tan apreciadas por nuestros
antepasados, en nuestro tiempo, no tienen la estima que deberían tener. Quizá
se deba a que cierta profesión de fe religiosa se ha puesto tan de moda y fácil,
que las corrientes que eran estrechas y profundas ahora se han ensanchado y
perdido profundidad; lo que se ha ganado en apariencia externa, se ha perdido
en calidad, o tal vez se deba a la prosperidad material registrada en los últimos
veinte años y que ha introducido en el cristianismo una plaga mundana de
indulgencia propia y ‘amor a la buena vida. Lo que antes eran lujos, ahora son
necesidades; la abnegación y el espíritu de sacrificio ahora casi se
desconocen. Quizá la gran controversia religiosa de nuestro tiempo haya
secado la vida espiritual de muchos. Hoy en día la gente se ha contentado con
mostrar celo por la pureza doctrinal del Evangelio y hemos descuidado las
sobrias realidades de una vida de piedad. Sean cuales sean las causas, los
resultados permanecen: el nivel de santidad personal del creyente ha bajado, y
¡el Espíritu Santo está siendo contristado! Todo esto requiere, por nuestra parte
y por todo aquel se considere creyente una sincera y profunda humillación y un
examen de corazón.

No es necesario visitar Egipto o adoptar prácticas semi-romanas para reavivar


nuestra vida espiritual. No hay necesidad de que instauremos de nuevo el
confesionario, simplemente, arrepentirnos y hacer nuestras primeras obras;
debemos acudir de nuevo a las ‘sendas antiguas’. Debemos arrodillarnos
humildemente en la presencia de Dios, y mirar de frente a lo que el Señor
Jesús llama pecado y a lo que el Señor Jesús llama ‘hacer su voluntad’.
Démonos entonces cuenta de que es terriblemente posible vivir una vida
despreocupada, fácil y medio mundana, y mantener, al mismo tiempo,
principios evangélicos y considerarnos evangélicos.

A simple vista parece experimentarse en nuestro tiempo un creciente deseo de


santidad, las conferencias para promover una vida de santidad son muy
frecuentes. El tema de la ‘vida espiritual’ es el de muchos congresos y el de
muchas reuniones y ha despertado interés general en mucha gente. De ello
deberíamos alegrarnos. Todo movimiento que, basado en sanos principios,
tenga como meta profundizar las raíces de nuestra vida espiritual y aumentar la
santidad personal, vendrá a ser una verdadera bendición para nuestras
iglesias, hará mucho para reunir a los cristianos y salvar las tristes divisiones
entre los creyentes. Puede traernos un derramamiento fresco de la gracia del
Espíritu y venir a ser vida para los muertos. Si se quiere edificar alto, primero
debemos cavar hondo; y el primer paso para conseguir una santidad de vida
más elevada consiste en darse cuenta de la terrible pecaminosidad del pecado.

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